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“Desde 1938 nos han llamado la atención varios niños cuyo cuadro difiere tanto y
tan peculiarmente de cualquier otro conocido hasta el momento, que cada caso
merece –y espero que recibirá con el tiempo- una consideración detallada de sus
fascinantes peculiaridades” (Kanner, 1943, 217)
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La definición del autismo ofrecida por Kanner en 1943 sigue estando vigente en la
actualidad, basándose en tres núcleos de trastornos:
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Además, para cada una de estas dimensiones se han establecido cuatro niveles,
disminuyendo su gravedad a medida que se aumenta en cada nivel. De este modo, el
primer nivel es en el que se encuentran las personas con un trastorno mayor, es decir,
aquellos que presentan un cuadro más severo, cuyos niveles cognitivos son más bajos, o
aquellos casos que no han recibido el tratamiento adecuado; sin embargo, el nivel cuarto
es característico de los trastornos menos severos y define a las personas que presentan
Síndrome de Asperger.
Los TEA son dimensionales, es decir, que las capacidades afectadas se analizan
por dimensiones.
Comparten la misma dimensión las competencias linguísticas y sociales
Será necesario cumplir más síntomas en el ámbito social
Se incorpora el criterio de alteraciones sensoriales
¿Qué es el autismo? ¿Cuál es su origen? Actualmente son muchas más las cosas
que se desconocen que las que se saben. Tanto en la definición del autismo como en
etiología, se refleja una heterogeneidad en la que resulta difícil descubrir un orden. Es
posible que ese orden resida en el hecho de que diferentes agentes causales pueden
producir trastornos en un mismo conjunto de vías y centros nerviosos.
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Esta nueva explicación del autismo nos conduce no sólo al conocimiento, sino
también a la comprensión de la mente de un niño o una persona con autismo. Y para
poder llevar a cabo esta comprensión, primero es necesario comprender y conocer cómo
se produce el desarrollo normal del ser humano. Para ello será necesario que
conozcamos algo más sobre la psicología evolutiva.
Otro aspecto importante que hay que tener en cuenta en el desarrollo normal del
niño es que, en torno a los seis meses, el bebé humano ya ha desarrollado los vínculos
con los padres, muestra conductas de anticipación social y desarrolla un especial interés
por las conductas de los padres. Un poco más adelante empieza a tener también un
especial interés por los objetos a los que aplican los esquemas de acción adquiridos. De
este modo, y ya en los últimos meses del primer año, estos esquemas se integran
perfectamente en conductas comunicativas que implican una relación intencional con
las personas en relación con los objetos. Un claro ejemplo de esto puede ser cuando el
niño extiende la mano o señala hacia el objeto deseado con la intención de conseguirlo,
al mismo tiempo que se producen ya vocalizaciones referenciales y mirada alterna a la
persona y al objeto (Rivière, 1996).
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Una vez identificados los primeros aspectos del desarrollo que se ven afectados en
los trastornos del espectro autista, ¿cómo explicar la ausencia y/o desviación de estas
destrezas y habilidades en la persona con autismo? Para intentar responder a estos
interrogantes, se han desarrollado diversas teorías que, desde un punto de vista
psicológico, intentan dar explicación a este tipo de trastornos.
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Fuente: Gómez Montes, J.M.; Royo García, P.; Serrano García, C. (2009) Fundamentos
psicopedagógicos de la atención a la diversidad. Alcalá de Henares: EU Cardenal Cisneros. (Capítulo 14)
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¿Cuáles serían las implicaciones prácticas de esta teoría psicológica del autismo?
En primer lugar, tenemos que tener en cuenta que la mayor parte de las conductas
extrañas que pueden presentar estos alumnos pueden ser entendidas mejor si
constantemente somos conscientes de que ellos no pueden leer la mente en la manera en
que la mayoría de nosotros lo hacemos. Por tanto, la comprensión de estas deficiencias
mentalistas en los alumnos con trastorno del espectro autista también puede ayudar a los
padres, maestros y terapeutas a enfrentarse con estas conductas aparentemente
desagradables.
Por otro lado, también podemos ayudar a estos alumnos introduciendo cierto
grado de regularidad en el mundo social, haciéndoles explícitos aspectos de la
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interacción social que ellos no captan, y enseñándoles a copiar estrategias en cada nueva
situación. Por consiguiente, es necesario y fundamental que sepamos usar nuestras
propias capacidades de comprensión social, comunicación e imaginación para conseguir
una mejor comprensión del autismo. Sólo de esta manera podremos comenzar a ayudar
a estos alumnos para una mejor comprensión del “invisible” mundo de los estados
mentales.
Se ha podido demostrar que las personas con lesiones en los lóbulos frontales
muestran frecuentemente algún déficit en función ejecutiva. Estos déficit generalmente
dan lugar a movimientos o habla repetitiva sin sentido, dificultad en la inhibición de
respuestas, repetición inadecuada de pensamientos o acciones previas y capacidad
disminuida para planificar. También se ha podido demostrar que afecta al
procesamiento de la información, a la dificultad para relacionar o integrar detalles
aislados, así como a la habilidad para aplicar el conocimiento de una manera
significativa.
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Fuente: Gómez Montes, J.M.; Royo García, P.; Serrano García, C. (2009) Fundamentos
psicopedagógicos de la atención a la diversidad. Alcalá de Henares: EU Cardenal Cisneros. (Capítulo 14)
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ha visto reforzada por lo estudios que demuestran que los lóbulos frontales, y en
especial las regiones corticales prefrontales, parecen estar directamente implicadas en la
regulación de la conducta social, las reacciones emocionales y el discurso social.
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pueden enseñar a los alumnos con un TEA, entre otras, las siguientes actividades:
identificar la idea principal, establecer asociaciones entre la nueva información y el
conocimiento ya adquirido, y ver la globalidad más que centrarse en los detalles.
Finalmente, no debemos olvidar lo importante que resulta para los alumnos con TEA,
dotar de significado a todas las tareas que realicemos con ellos, para que puedan
integrar qué se pretende y cómo. Es decir, transmitirles que toda secuencia de pasos
ordenados con un principio y un fin tienen un propósito, algo que resulta imprescindible
para garantizar la comprensión, la funcionalidad de la actividad para el niño y la
motivación personal.
Las investigaciones de los últimos años han demostrado que lo más frecuente es
que el autismo se manifieste en el segundo año de edad, en torno a los 18 meses; sólo en
uno de cada cuatro casos hay alteraciones en el primer año. Hay un grupo de autistas en
los que el trastorno se manifiesta después de un desarrollo normal en los dos –casi hasta
los tres- años.
Generalmente entre los 18 y los 54 meses los niños autistas están más aislados,
ofrecen una impresión más desoladora de soledad, se entregan más obsesivamente a sus
estereotipias, tienen más alteraciones de conducta (como las autoagresiones) presentan
emociones más lábiles e incomprensibles, tienen más rabietas y poseen menos destrezas
funcionales de relación con las personas y las cosas. Frecuentemente todo ello mejora
durante la edad escolar, entre los 5 y los 13 o 14 años aproximadamente. El ritmo de los
cambios depende mucho de la capacidad intelectual y la gravedad del trastorno.
Algunos niños autistas (los más capaces y menos graves) se hacen capaces de
“integrarse” en la escolaridad ordinaria y adquieren capacidades funcionales muy
complejas, incluyendo lenguaje y destrezas cognitivas o conocimientos que implican
una incorporación –aunque con limitaciones- a la cultura. Otros, cuando menos,
desarrollan habilidades básicas de relación, aplicación de esquemas funcionales a
objetos, autonomía y categorización elemental. Casi siempre, el estado emocional del
escolar autista es menos lábil y más positivo que el del preescolar, y el inaccesible
aislamiento de la infancia se va sustituyendo por motivos y capacidades de relación. El
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mundo caótico y sin codificar del preescolar autista se ordena en mayor o menor grado,
y la conducta se hace más propositiva.
Cuando las personas autistas reciben la atención adecuada, su vida adulta suele ser
más satisfactoria. La mayoría requieren ayuda permanente, y tienen capacidades de
autonomía limitadas; pero muchos adultos autistas alcanzan un “compromiso aceptable”
con un mundo restringido en el que viven con cierto bienestar. En la edad madura la
convivencia alcanza frecuentemente una cierta estabilidad. Aunque los autistas son muy
inflexibles, “negocian” muchas veces con personas cercanas un grado aceptable de
equilibrio entre inflexibilidad y variación. La gama de capacidades funcionales y
posibilidades de relación de las personas adultas autistas es muy variable (dependiendo
de la inteligencia, la educación y la severidad del cuadro); pero ello no impide que la
“etapa estable” de la vida sea para ellos la mejor.
Bibliografía complementaria
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