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Es bien sabido que los procesos de adaptación biológica son muy semejantes en todos los mamíferos y que son
subliminales a la conciencia, pero ello no ha impedido el estudio de variables psicológicas y conductuales potencialmente
participantes en los procesos adaptativos del ser humano. Así, por ejemplo, la introversión, la hostilidad, la
hiperemotividad y algunas dimensiones de personalidad participan en la interacción del individuo con su entorno,
cualificando la naturaleza de sus respuestas emocionales y fisiológicas. En el curso vamos a describir con cierto detalle
esas variables psicológicas intervinientes y su relación con la aparición de síntomas, disfunciones y enfermedades.
Por otra parte, vamos a comentar los hallazgos psicobiológicos en relación con la nosología psiquiátrica y la práctica
médica, y a proponer su posible inclusión en la anamnesis de los pacientes médicos y psiquiátricos. La propuesta trata de
paliar la insuficiente atención que se presta en las historias clínicas a las variables psicológicas, conductuales y
ambientales (es decir, a las variables idiosincrásicas que configuran la biografía del sujeto).
Por último, vamos a definir cuáles son los recursos terapéuticos disponibles para reducir la activación estresante y tratar
los síntomas y disfunciones corporales que resultan de la inadaptación biológica. Como veremos, estos recursos tienen
una capacidad limitada para cambiar la historia natural de las enfermedades pero son de indiscutible utilidad para
modificar las respuestas emocionales y restablecer la homeostasis orgánica.
Objetivos
Entender la psicobiología de la adaptación desde un modelo teórico que permita estudiar el sustrato neural del
fracaso adaptativo y el papel de las variables psicológicas, de los estados subjetivos y de las conductas en la
regulación biológica del organismo, así como en la aparición y/o mantenimiento de síntomas, disfunciones y
enfermedades.
Fundamentar posibles intervenciones psicológicas y conductuales dirigidas a modificar la activación estresante y los
factores psicosociales de riesgo.
Históricamente, la Medicina solo se ha ocupado del estudio de la vida psíquica a partir de sus alteraciones –es decir, de los
efectos de las lesiones cerebrales en las funciones superiores- pero nunca se aventuró a estudiar los fenómenos
psicológicos que, por su naturaleza inmaterial y circunstancial, consideró asunto de filósofos. El resultado fue que la
Psicología se organizó fuera de la Medicina, en las Facultades de Filosofía, con el consiguiente divorcio entre la
identificación de las funciones psíquicas y sus sustratos biológicos.
En la década de 1980, la Medicina reaccionó y empezó a creer que la conducta de la gente tenía que tener algún efecto
sobre su supervivencia y su salud –después de todo, cada organismo se adapta al medio a través de lo que hace- y así
nació la Medicina Conductual (Mac Namara, 1979; Pomerleau y Brady, 1979), que ha tenido una gran influencia en el
entendimiento integral de la salud y la enfermedad, a través de modelos explicativos que incluyen variables psicológicas y
conductuales.
Por lo demás, la progresiva apelación de la Medicina a las ciencias básicas –y, en particular, a la Biología- ha permitido el
entendimiento del organismo en el marco de la evolución de las especies y ha hecho posible el empleo del método
científico en el estudio de la Psicobiología de la adaptación (Hubbard y Workman, 1998). En la actualidad, la Medicina
Psicosomática ya está explícitamente enmarcada en la teoría de la evolución, y se interesa en las variables psicológicas y
conductuales que intervienen en las cogniciones que establece el cerebro sobre el entorno y en los subsistemas biológicos
que gobiernan la conducta. Por eso es impensable una Medicina Psicosomática que no esté inspirada en la psicobiología
del estrés y de la adaptación, y que no aspire a identificar los efectos bidireccionales de la vida psíquica y de la conducta
en la regulación hemostática.
Este curso se propone analizar la información disponible sobre los efectos de las variables psicológicas y conductuales en la
adaptación del organismo humano a su medio, y sobre el papel de esas variables en la aparición y desarrollo de síntomas,
disfunciones y enfermedades corporales.
1.1 El estrés
Desde la perspectiva de la teoría de la evolución, choca que el cerebro humano funcione tan al margen de la vida psíquica
que él mismo ha generado para aumentar sus posibilidades de supervivencia, pero es obvio que no ha transferido al
sujeto el control de sus estados subjetivos y de sus parámetros fisiológicos (como lo demuestran la naturaleza irracional
de las respuestas emocionales y la escasa influencia de los contenidos psíquicos sobre la evolución natural de las
enfermedades) (Maguire y Troisi, 1998; Valdés, 2000).
Para adecuar la fisiología del organismo a las demandas del medio, el cerebro hace un
escrutinio del entorno, responde emocionalmente, y emite conductas. Este escrutinio es de
naturaleza animal (es decir, subliminal a la conciencia del sujeto) y se establece en
términos de control o no control sobre la situación. Cuando el cerebro establece una
cognición de no control pasa a regularse por los circuitos cerebrales responsables de la
activación estresante, y el organismo entra en riesgo de disfunción.
3. El tercer sistema tiene que ver con las conductas de indefensión, frustración, derrota y fracaso, que implican cogniciones
de no control y emociones displacenteras. Estas conductas están reguladas por el sistema inhibidor de la acción
(periventricular o de castigo), de bioquímica básicamente serotonérgica y cortico-suparrenal, que está constituido por
lacorteza órbito-frontal, el área septal media y el hipocampo. Los tres subsistemas nervioso-centrales confluyen en
elhipotálamo-ventromedial, que es la estación transductora de las señales que decidirán la pauta de secreción hipofisaria.
Por lo tanto, el estrés (agudo) se produce como resultado de una cognición pesimista y desesperanzada del cerebro, que
se acompaña de emociones desagradables, de activación autonómica y neuroendocrina y de inhibición inmunológica y
conductual (Valdés y de Flores, 1990; Cohen y cols, 1997; Valdés, 1997).
El estrés supone un fracaso adaptativo puesto que expresa la incapacidad de los mecanismos psicológicos de defensa y de
las estrategias de afrontamiento para reducir la activación antihomeostática promovida por la cognición cerebral de
indefensión. Los mecanismos psicológicos de defensa persiguen la mitigación de la amenaza mediante “relecturas” más
tranquilizadoras de la situación (negación, intelectualización, racionalización, etc.) y las estrategias de
afrontamiento incluyen el recurso a conductas destinadas a reducir la activación emocional (estrategias centradas en la
emoción) y/o a modificar las condiciones amenazadoras del entorno (estrategias centradas en el problema). Todos estos
recursos adaptativos están relacionados funcionalmente entre sí, interactúan de manera muy dinámica y cambiante en el
transcurso del afrontamiento, y son muy diferentes en cada sujeto, e incluso en cada contexto.
Puesto que la activación estresante resulta de la apreciación cerebral de las relaciones entre las características del sujeto y
su entorno concreto, su psicobiología es muy dependiente de las diferencias individuales, que se expresan en el código
genético y en los procesos de transformación genotípica (experiencia temprana), en el temperamento (emotividad,
introversión), en las características psicológicas (locus de control, estilo perceptivo y cognitivo, rasgos psicológicos) y en
las conductas (patrones de conducta, conductas de riesgo) (Valdés y de Flores, 1990).
El hecho de que el ser humano sea expulsado del útero materno en estado de
inmadurez e indefensión y de que no culmine su desarrollo psicobiológico hasta
muchos años después de haber nacido, ha obligado a la especie al
establecimiento de eficaces sistemas de cuidados familiares, con la finalidad de
asegurar que el desarrollo del feto llegue a término. En consecuencia, por muy
excepcionalmente dotado que esté de cualidades genéticas, el ser humano solo
es viable si así lo deciden sus congéneres, que son los que tienen que
alimentarlo, estimular su cerebro y su lenguaje, y adiestrarlo en los
aprendizajes necesarios para sobrevivir. La naturaleza social del ser humano no
solo se hace patente en el sistema de cuidados familiares sino que también se
hace explícita en el sistema conductual de reciprocidad, centrado en el
mantenimiento de la constancia interpersonal, el intercambio de favores y el
establecimiento de acuerdos y alianzas con los otros (Maguire y Troisi, 1998).
Visto así, el ser humano empieza su periplo vital desde el acto de fe de que sus congéneres van a cuidarlo, y luego
configura una visión del mundo a partir de sus aprendizajes sociales; es decir, descubre que existe el engaño, la mentira,
el disimulo, la traición, la competencia y la agresividad de sus iguales (como en el mundo animal). De ahí que el desarrollo
del ser humano no pueda entenderse sin referencia al medio social -es decir, al entorno cargado de significados
compartidos-, que se impone por encima del ambiente físico, que ha dejado de ejercer presión selectiva, gracias a su
modificación tecnológica. Naturalmente, la incidencia de los otros en el desarrollo y adaptación del ser humano no es igual
durante las etapas de crecimiento, en las que cambian los entornos (uterino, postnatal-familiar y social) y la naturaleza de
la estimulación interpersonal, que va siendo más simbólica a medida que el sujeto madura.
La desincronización entre las disfunciones corporales y los estados subjetivos explica las dificultades para identificar como
“psicosomáticos” muchos síntomas corporales que no se acompañan de malestar emocional. Este perfil de respuestas
asimétricas ante la activación estresante se ha observado también en los estudios psicofisológicos que han puesto de
relieve que cada individuo tiende a responder con patrones fisiológicos idiosincrásicos; es decir, tiende a activar de
manera selectiva o preferente el mismo grupo de parámetros fisiológicos (por ejemplo, la frecuencia cardíaca, la tensión
arterial o el tono muscular), al margen de la naturaleza de la amenaza. La teoría de la especificidad (relativa) de
respuesta sirvió de importante apoyo a la teoría de la vulnerabilidad, que sugiere que la activación se expresa
disfuncionalmente a través de los órganos, aparatos o sistemas genéticamente vulnerables o que se han vuelto
vulnerables como resultado del desarrollo (Hubdard y Workman, 1998; Valdés, 2000; Lovallo, 2005; Levenson, 2006).
Los síntomas somáticos sin explicación pueden aparecer en cualquier aparato, órgano o sistema, y provocar desde
malestar ocasional a invalidez total, según su número, tipo, frecuencia o intensidad. En el caso del trastorno de
somatización –que sería la categoría psiquiátrica que reúne los casos más graves- los pacientes presentan muchos
síntomas durante mucho tiempo, no pueden seguir una actividad socio-laboral regular y pueden llegar al estado de
invalidez, con frecuente psicopatología asociada. Estos pacientes no reciben la atención que necesitan en la red de
asistencia médica y lo habitual es que acaben siendo tratados por psicólogos y psiquiatras. Recientemente, se ha sugerido
denominar a los síntomas somáticos sin explicación síntomas funcionales o síntomas corporales de estrés porque, aunque
no se expliquen en términos nosológicos, sí pueden explicarse desde la psicobiología de la adaptación.
mnésicas (amnesia, “flash backs”) y afectivas (labilidad emocional, sensación de aislamiento), y alteraciones en
el control de la conducta (conductas automáticas, fuga psicógena). La disociación puede entenderse como
una estrategia defensiva de regulación emocional, que implica una desconexión vertical entre las áreas
corticales y límbicas del hemisferio derecho, que es dominante en la atención, la hipervigilancia, el
procesamiento de la información implícita, el dolor, la regulación emocional y la generación de autoconciencia
y autoconocimiento. Los síntomas disociativos que con más frecuencia se presentan en la clínica médica y neurológica
son las pseudocrisis, las alteraciones de la bipedestación y de la marcha, la parálisis de grupos musculares, la tos
psicógena, las parestesias, y la afonía psicógena (Dell y O´Neil, 2009).
La activación estresante siempre se acompaña de estados subjetivos displacenteros (tensión, ansiedad, desvalimiento,
tristeza, depresión), y en ocasiones se expresa psicopatológicamente a través del síndrome ansioso y/o depresivo, de
otras psicopatologías psiquiátricas y/o de descompensaciones emocionales y afectivas en sujetos con
trastornos psiquiátricos previos (trastornos de la personalidad, trastornos afectivos, patología psicótica, etc.).
1.4.2 El estrés postraumático
El trastorno por estrés postraumático (TEPT) ilustra de manera paradigmática los efectos desorganizadores de la
activación estresante sobre la regulación homeostática y la vida psíquica. Hay sujetos que al cabo de un tiempo de
experimentar amenazas potencialmente letales presentan respuestas simultáneas de hipervigilancia (con dificultad de
concentración e invasión de recuerdos e imágenes intrusas) y embotamiento de la reactividad global, activación
emocional persistente (irritabilidad, disforia, estado de angustia, respuestas de sobresalto),
alteraciones del sueño (pesadillas), reexperimentación del acontecimiento traumático, y conductas de
evitación (relacionadas con los estímulos o el contexto amenazador). Se trata de un verdadero desbarajuste
cognitivo, emocional, fisiológico y conductual, que se acompaña de hipersecreción de CRF,
catecolaminas y opioides endógenos, activación inmunitaria, hiposecreción de cortisol y atrofia hipocámpica.
Clínicamente, los pacientes con TPEPT presentan estados de ansiedad, sintomatología depresiva, patología disociativa
y síntomas somáticos (dos veces más riesgo de infarto de miocardio), más consumo de alcohol y sustancias y un riesgo
de suicidio seis veces mayor que el de otras poblaciones clínicas.
El TEPT es un enfermedad de evolución crónica –la duración promedio del trastorno es de unos 20 años- pero, gracias al
tratamiento psicofarmacológico y psicológico, la cuarta parte de los pacientes pueden recuperarse al cabo de un año. Hay
que precisar que las respuestas a los tratamientos son muy variables (casi puede decirse que personalizadas) y que es
difícil establecer protocolos terapéuticos de aplicación general (Bobes y cols, 2002).
1.4.3 Estrés y enfermedad
El organismo puede mantener el estado de activación antihomeostática mientras sus respuestas sigan siendo
potencialmente contingentes respecto al medio pero, con el tiempo, las irá acomodando a la baja y se regulará de acuerdo
con un patrón de resistencia (estrés crónico) que se caracteriza por la disminución de la activación autonómica, el
descenso de los niveles de cortisol por debajo de los valores basales, la reactivación de la inmunovigilancia, y el
predominio de la alteración afectiva (depresión) sobre la emocional (ansiedad). El estrés prolongado aumenta
notablemente la vulnerabilidad del organismo (3-4 veces más riesgo de padecer enfermedades médicas) y predispone al
sujeto a presentar distintos tipos de enfermedades psiquiátricas (Miller y cols, 2007). No obstante, las pruebas que
demuestran la relación entre estrés y enfermedad somática no son homogéneas y todavía existen discrepancias o dudas
en el caso de algunos diagnósticos médicos. Por ejemplo, no se han podido demostrar de manera concluyente las
relaciones entre acontecimientos estresantes e incidencia de cáncer y existen resultados dispares sobre el posible papel de
la depresión como factor de riesgo neoplásico. En cambio, las relaciones entre estrés e infarto de miocardio se han
establecido de manera inequívoca: la tensión interna, asociada a falta de energía, sensación de extenuación y
derrumbamiento emocional es muy frecuente en los días previos al infarto, y la irritabilidad, el deseo de muerte y las
sensaciones corporales extrañas han demostrado ser los items más predictores de infarto inminente. Por lo demás, en el
apartado que hace referencia a las respuestas desadaptativas ya hemos mencionado las relaciones entre activación
estresante y aparición de síntomas somáticos sin explicación y disfunciones fisiológicas en diversos órganos, aparatos y
sistemas.
enfermedades potencialmente
generadoras de mortandad precoz
(Valdés y de Flores, 1990;
Hubbard y Workman, 1998;
Lovallo, 2005; Levenson y cols,
2009).
2. Variables psicológicas y conductuales que
intervienen en la regulación homeostática
2.2 Introversión
2.3 Neuroticismo
2.4 Alexitimia
2.6 La hostilidad
La adaptación es el resultado de una apreciación cerebral optimista; es decir, de una convicción irracional de que el
organismo podrá afrontar con éxito las exigencias del entorno a partir de sus propios recursos, y esa operación tiene lugar
antes (y al margen) de la evaluación racional que el sujeto hace de cada situación. Por eso la investigación psicológica
sobre el estrés se ha centrado en el estudio de los procesos cognitivos, en el análisis de las estrategias de afrontamiento y
en la identificación de variables psicológicas de riesgo, con la esperanza de establecer perfiles individuales de
vulnerabilidad a la activación. Una de las variables estudiadas ha sido el locus de control, que hace referencia a la
propensión de cada sujeto a hacer atribuciones sobre las posibilidades de gobernar el curso de los acontecimientos con los
propios recursos (locus de control interno) o de creerse a merced de factores o fuerzas ajenas a él (locus de control
externo).
Sin embargo, han podido estudiarse otras variables psicológicas y conductuales asociadas a un mayor riesgo de activación
estresante, a síntomas somáticos sin explicación, a enfermedades médicas, a estados psicopatológicos y a deterioro en la
calidad de vida. Esas variables son heterogéneas (estilos perceptivos, rasgos psicológicos estructurales, dimensiones de
personalidad, estilos de interacción, etc.), pero han inspirado muchas investigaciones en el transcurso de las últimas
décadas y han generado interesantes datos empíricos.
2.2 Introversión
Por lo tanto, los introvertidos estarían basalmente más activados que los
extrovertidos, y serían más propensos a hacer cogniciones pesimistas a partir
de su estilo perceptivo y de su peculiar procesamiento de la información, muy
contaminado por sus estados subjetivos. La idea de que los introvertidos
estarían más próximos a la activación estresante se ha confirmado en diversos
estudios epidemiológicos, en los que se ha constatado la mayor proclividad de
estas personas a presentar malestar psicológico, preocupaciones por la salud
(aprensiones hipocondríacas) y manifestaciones psicofisiológicas.
A pesar de que no está muy claro qué es lo que miden los instrumentos para evaluar la alexitimia, existen numerosos
estudios empíricos que demuestran una prevalencia mayor de característi cas alexitímicas en los pacientes que
presentan síntomas somáticos sin explicación, consumo de sustancias psicotropas, trastornos de la con
ducta alimentaria
y enfermedades reconocidas como “psicosomáticas”.
Se han propuesto diferentes explicaciones bio lógicas de la alexitimia (desde alteraciones en la comunicación
interhemisférica a problemas en la dominancia cerebral) y, para más confusión, tampoco está muy claro si la alexitimia
es un rasgo psicológico estructural o también puede apare cer como resultado del padecimiento de otros trastornos
neurológicos o psiquiátricos (“alexiti
mia secundaria”).
2.5 Amplificación somatosensorial
El estilo somatosensorial describe la modalidad de percepción extero e in teroceptiva que resulta de la integración cortical
de los estímulos sensoriales y parece una varia ble psicológica más temperamental que caracte rial. Barsky y cols
propusieron la existencia de un estilo somatosensorial amplificador, definido por un estilo perceptivo de atención e
hipervigilancia al “ruido corporal”, tendencia a seleccionar sensaciones banales e infrecuentes y proclividad a reaccionar
ante ellas con cogniciones alarman tes y estados de ansiedad. Las puntuaciones de la Escala de Amplificación
Somatosensorial (validada en España por Martí nez y cols) correlacionan significativamente con el grado de
sintomatología hipocondriaca y con la intensidad de las somatizaciones, y parecen ser la expresión psicométrica de una
reactividad psicofisiológica peculiar y de una especial hiper
sensibilidad interoceptiva (Valdés, 2000,2005).
2.6 La hostilidad
El estudio de las distin tas variables psicológicas que parecen intervenir en la aparición de síntomas somáticos y
disfun ciones biológicas ha conducido a la elaboración de construcciones psicológicas de segundo or den; es decir, a
factores que integran rasgos y variables covariantes, medidas con distintos ins trumentos. Una de estas construcciones
recibe el nombre deafectividad negativa, y resume la confluencia de predisposiciones temperamen tales y actitudinales
(neuroticismo, irritabilidad, hostilidad, tendencia a la preocupación), varia bles psicosociales (soledad, dificultades de
relación interpersonal) y estados psicopatológicos predominantes (malestar emocional, ansiedad, depresión) que sitúan
al sujeto en riesgo de disfunción psicológica y orgánica (Taylor y cols, 1997; Valdés, 2009).
No está claro si la afectividad negativa es una variable psicológica compleja que antecede a los síntomas y disfunciones
corporales o si se trata de un epifenómeno psicológico del fracaso orgánico global.
2.8 Personalidad tipo D
A esta asociación de afectividad negativa e inhibición social se la ha denominado personalidad tipo D (distrés), y su
aparición está determinada por factores hereditarios y es mucho más pre valente en los pacientes cardiológicos
(26-53%) que en la población general (13-32%). Los pa cientes con personalidad tipo D tienen un ma yor riesgo de
reinfarto y extenuación vital, más mortandad a largo plazo (con independencia de otros factores de riesgo), responden
peor a los tratamientos y tienen peor calidad de vida tras el trasplante cardíaco. La personalidad tipo D constituiría, por
tanto, una construcción psicoló gica de tercer orden puesto que propone la aso ciación de una construcción de
segundo orden (afectividad negativa) con un nuevo factor que incrementa los riesgos biológicos muy significa tivamente.
2.9 Patrón coronariopático
La importancia del patrón A de conducta en relación con la salud quedó demostrada en diversos estudios prospectivos
de la década de 1980, en los que se hizo patente su condición de factor independiente de riesgo coronario, al
margen de los factores de riesgo tradicionales y en estudios de décadas posteriores han podido identificarse los
componentes realmente coronariopáticos del patrón A de conducta (la hostilidad y el neuroticismo) y su asociación
con una mayor prevalencia de accidentes, suicidios, homicidios, problemas conyugales, síntomas somáticos,
hipertensión arterial y hospitalizaciones de urgencia por diversas causas.
2.10 Patrón C de conducta
El patrón C de conducta constituye la imagen especular del patrón A, y consiste en un conjunto de acti tudes y
comportamientos relacionados funcio nalmente, y que se concretan en un estilo de interacción paciente, pasivo y
apacible, acti
tud poco asertiva, conformista y de extrema cooperación, y control de la expresión de las emociones
negativas y, en particular, de las indicadoras de agresividad. Los sujetos con patrón C de conducta tienen melanomas de
peor pronóstico, suelen presentar más complicaciones evolutivas y tienen cinco veces más probabilidades de sufrir
cáncer de pulmón que los sujetos no C (Eysenck, 1991).
La contención de la expresión emocional y, en particular, de la cólera, también parece relacionada con la hipertensión
arterial y con una peor evolución de las neoplasias mamarias.
2.11 Dimensiones de personalidad
sujetos: Eysenck (1990) sugiere que basta con tres (extroversión, neuroticismo y psicoticismo) pero Cloninger
(Cloninger y cols, 1993) propone cuatro en su tipología temperamental (dependencia de la recompensa, evitación del
daño, búsqueda de novedades y persistencia) y Costa y cols. definen cinco (Wiggins, 1996): extroversión,
responsabilidad (orden, planificación, competencia, autodisciplina y cumplimiento de los compromisos),
agradabilidad (confianza en los otros, altruismo, sinceridad, modestia), apertura a la experiencia y neuroticismo.
De hecho, es cierto que la búsqueda de recompensa y la búsqueda de novedades describen características incluíbles en la
dimensión extroversión, que la evitación del daño tiene muchos elementos comunes con el neuroticismo, y que la
agradabilidad social y la responsabilidad representarían el extremo opuesto al psicoticismo. Los estudios que han utilizado
la teoría de cinco factores de personalidad han puesto de relieve que la inteligencia (la apertura a la experiencia),
la extroversión y la responsabilidad aparecen asociados a una mayor satisfacción vital, a la percepción de buena salud y a
una mayor longevidad. En cambio, el neuroticismo y la experimentación frecuente de estados emocionales negativos
parecen asociarse a una mayor mortandad precoz y a una peor calidad de vida.
Todos esos datos invitan a que nos preguntemos si el malestar psicológico (es decir, el sufrimiento) acorta nuestras vidas.
La psicobiología de la adaptación no ha impregnado todavía el pensamiento médico y sigue siendo ajena a la nosología,
que se organiza sobre el diagnóstico sindrómico y no sobre la explicación fisiopatológica. El estrés también puede
describirse como un síndrome –es decir, como un conjunto de síntomas y signos con unidad funcional- pero no ha
encontrado acomodo en las clasificaciones médicas por su naturaleza de estado de riesgo biológico (y no de enfermedad).
No obstante, en las nosologías psiquiátricas el estrés ha alcanzado el estatus de categoría diagnóstica (trastorno por
estrés agudo, trastorno por estrés postraumático), y para futuras ediciones se ha propuesto que los síntomas somáticos
sin explicación pasen a denominarse síntomas somáticos de estrés: de esa manera se evitarían suposiciones
etiopatogénicas ajenas a la psicobiología de la adaptación y se considerarían estos síntomas como auténticas
manifestaciones psicofisiológicas del fracaso adaptativo (Creed y cols, 2010).
La sección de trastornos somatomorfos del DSM-IV-TR sigue siendo un cajón de sastre en el que coexisten pacientes con
patología somática inequívoca sin aparente psicopa tología primaria (trastorno por dolor) y pacientes psiquiátricos que
pueden llegar a presentar patología delirante, sin semiología corporal relevante (como en el caso de la hipocondría y del
trastorno dismórfico corporal). Además, algunos diagnósticos derivan de conceptos teóricos procedentes del psicoanálisis
(como en el caso de los trastornos de conversión y de somatización) y el diagnóstico que más se aplica a los pacientes con
síntomas somáticos sin explicación es el de trastorno somatomorfo indiferenciado, que es una categoría residual de
síntomas subumbrales.
Con la finalidad de reordenar nosológicamente esta sección en la próxima edición (DSM-V) se ha propuesto la inclusión de
la hipocondría en la sección de trastornos de ansiedad o en el eje de los trastornos de la personalidad; la inclusión del
trastorno de conversión en los trastornos disociativos; la ubicación del trastorno dismórfico corporal en el “espectro
obsesivo-compulsivo” de nueva creación; la inclusión del trastorno de somatización en el eje de los trastornos de la
persona lidad, y la eliminación del trastorno por dolor y del trastorno somatomorfo indiferenciado, en vista de su escasa
validez y utilidad. Por otra parte, se intentaría la reubicación de los pacientes con trastornos psicosomáticos en la
sección que se ocupa de los factores psicológicos que afectan a la salud del organismo, en el que se incluirían los factores
de riesgo psicosociales y las respuestas desadaptativas a la enfermedad médico-quirúrgica (Fava y cols, 2007; Dimsdale
y Creed, 2009; Creed y cols, 2010).
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DSM-IV DSM-V
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En otro orden de cosas, también se ha propuesto reorganizar la información contenida en los distintos ejes diagnósticos
del DSM, de manera que en el eje II se incluyan dimensiones temperamentales y variables psicológicas de riesgo (y no
solo los trastornos de la personalidad); que en el eje dedicado al diagnóstico médico se incluyan también datos relevantes
de neuroimagen y, dada su condición de factor psicobiológico de riesgo, que se incorporen las experiencias traumáticas
tempranas al eje que recoge la información sobre los estresores psicosociales del sujeto (Dimsdale y Creed, 2009).
La nosología psiquiátrica se fundamenta en la observación clínica y no en el
funcionamiento de los sustratos cerebrales responsables de la vida psíquica, de ahí que no
contemple los hallazgos procedentes de la investigación psicobiológica.
Del conocimiento de la psicobiología del estrés es posible inferir procedimientos dirigidos a reducir la activación biológica
del organismo que es, sobre todo, activación emocional promovida por las cogniciones que establece el cerebro (y no el
sujeto). En consecuencia, las estrategias reductoras de activación biológica deben intentar la modificación de la
respuesta emocional –cambiando las cogniciones de amenaza- o paliar sus negativos efectos sobre la homeostasis
orgánica y el bienestar del sujeto.
Los intentos de diseñar intervenciones psicológicas dirigidas a modificar las cogniciones se iniciaron a partir de la teoría
cognitiva de la emoción, inicialmente formulada por Schachter y Singer en 1962 , que propuso que la emoción resultaba
de un trípode formado por una dimensión de activación (“encendido” biológico), una dimensión atribucional (“texto”) y
una dimensión conductual, de manera que la modificación de alguna de esas patas del trípode serviría para modificar la
naturaleza de la emoción. Así pues, las técnicas cognitivas se propusieron identificar cogniciones establecidas por el
cerebro (“pensamientos automáticos” o “ideas erróneas”) para que el sujeto las corrigiese y las sustituyera por otras
cogniciones que debía corroborar con su conducta (Ellis y cols, 1981; Michembaum, 1987; McKay y cols, 1992). Es decir,
la modificación de la dimensión cognitiva, gracias al papel de la dimensión conductual, disminuiría la dimensión de
activación biológica, para beneficio de la homeostasis orgánica.
Entre las estrategias dirigidas a atenuar los efectos de la activación emocional sobre el organismo y el estado psíquico del
sujeto se encuentran las técnicas de relajación (Cautela y Groden, 1985) –básicamente cognitivas- y el ejercicio físico
regulado, que perseguiría reducir la activación biológica a través de los efectos fisiológicos de la conducta.
En realidad, no puede decirse que existan técnicas específicas contra el estrés puesto que cualquier tratamiento psicológico
que promueva el bienestar subjetivo es capaz de reducir la activación antihomeostática.
Cinco años más tarde se celebró otra reunión para glosar los resultados de la anterior y analizar información procedente
de estudios más recientes y, aunque se aceptaron nuevas pruebas a favor de la acción biológica específica de los
tratamientos psicológicos, se subrayó la necesidad de especificar de manera más precisa las formas “tóxicas” de
disregulación emocional, de definir las variables médicas sobre las que influyen y de identificar los mecanismos
biológicos que ponen en marcha las intervenciones terapéuticas (Freedland y cols, 2006).
En realidad, si se repara en la teoría de la evolución de las especies y en las peculiaridades funcionales del cerebro
humano, cuesta trabajo aceptar que la vida psíquica pueda resultar ajena a la regulación homeostática del organismo,
de ahí que siga teniendo sentido el estudio de las relaciones entre variables psicobiológicas y procesos orgánicos.
Anexos
Resumen
Bibliografía
Resumen
Este curso ha intentado proporcionar un conocimiento biológico de los procesos adaptativos del ser humano desde el marco
de la biología contemporánea, articulada sobre la teoría de la evolución de las especies y la teoría general de sistemas.
Desde esa perspectiva, el cerebro es un órgano de conocimiento emocional, que procesa la información que recibe del
entorno y regula la homeostasis del organismo a partir de las conjeturas que establece sobre las posibles interacciones que
mantendrá con él.
Hemos estudiado que esas apreciaciones o conjeturas reciben el nombre de cogniciones, y deciden el tipo de activación
emocional que experimentará el sujeto en el transcurso de sus experiencias. Si la cognición cerebral no suscita respuestas
emocionales desorganizadoras de los parámetros fisiológicos decimos que el organismo se adapta. Si en cambio el cerebro
hace una cognición alarmante o desesperanzadora, el organismo se mantiene en estado de activación biológica y se
expone al riesgo de presentar síntomas, disfunciones y enfermedades.
Hemos visto también que la Psicobiología del Estrés ha estudiado los procesos y mecanismos responsables de la adaptación
biológica, y ha inspirado la investigación médica de las últimas tres décadas.
Si bien sabemos que los procesos de adaptación biológica son muy semejantes en todos los mamíferos y que son
subliminales a la conciencia, ello no ha impedido el estudio de variables psicológicas y conductuales potencialmente
participantes en los procesos adaptativos del ser humano. En ese sentido nos hemos referido a la introversión, la
hostilidad, la hiperemotividad, etc. Algunas dimensiones de personalidad participan en la interacción del individuo con su
entorno, cualificando la naturaleza de sus respuestas emocionales y fisiológicas. En el curso se han descrito con cierto
detalle esas variables psicológicas intervinientes y sus relaciones con la aparición de síntomas, disfunciones y
enfermedades.
Asimismo, hemos comentado los hallazgos psicobiológicos en relación con la nosología psiquiátrica y la práctica médica, y
se ha propuesto su posible inclusión en la anamnesis de los pacientes médicos y psiquiátricos. La propuesta trata de
paliar la insuficiente atención que se presta en las historias clínicas a las variables psicológicas, conductuales y
ambientales (es decir, a las variables idiosincrásicas que configuran la biografía del sujeto).
Finalmente, hemos descrito los recursos terapéuticos disponibles para reducir la activación estresante y tratar los síntomas
y disfunciones corporales que resultan de la inadaptación biológica, y se ha visto que estos recursos tienen una capacidad
limitada para cambiar la historia natural de las enfermedades pero son de indiscutible utilidad para modificar las
respuestas emocionales y restablecer la homeostasis orgánica.
Bibliografía
Texto de referencia
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Vista Previa Evaluación Final
A continuación encontrará la Vista previa del cuestionario correspondiente a la Evaluación Final del curso.
Una vez comience a realizar la Evaluación Final, dispondrá de CINCO intentos para enviar las respuestas
correctas.
Se requiere al menos un 80 % de respuestas correctas para aprobar el curso, razón por la cual se recomienda
que repase las preguntas del cuestionario que aparecen en la Vista Previa y se asegure de que conoce las
respuestas correctas antes de comenzar la Evaluación Final.
La Evaluación Final está destinada exclusivamente a los alumnos que deseen obtener un Certificado Verificado.
Pregunta 1 El estrés materno prenatal puede producir en la futura vida del feto la aparición de:
Sin responder
aún Seleccione una:
Puntúa como
a. deterioro cognitivo
1,00 b. síndrome metabólico
Marcar c. trastorno obsesivo-compulsivo
pregunta
d. ninguna de las anteriores
d. la amígdala
Puntúa como
a. son infrecuentes
1,00 b. expresan un conflicto psíquico
Marcar c. expresan psicopatología psiquiátrica
pregunta
d. se asocian a activación estresante
Puntúa como
a. suelen presentarse en personalidades histriónicas
1,00 b. suelen tardar mucho en remitir
Marcar c. se deben a la desincronización interhemisférica
pregunta
d. pueden entenderse como estrategias psicológicas defensivas
Puntúa como
a. hipervigilancia
1,00 b. obnubilación y embotamiento
Marcar c. elevación de los niveles de cortisol
pregunta
d. activación inmunitaria
Puntúa como
a. reactivación de la inmunovigilancia
1,00 b. hipersecreción de cortisol
Marcar c. disminución de la activación autonómica
pregunta
d. reactivación de la ansiedad
Puntúa como
a. irritabilidad
1,00 b. persistencia
Marcar c. timidez
pregunta
d. impulsividad
Pregunta 8 Señalar cual de los siguientes rasgos psicológicos pertenece a la personalidad tipo D:
Sin responder
aún Seleccione una:
Puntúa como
a. hostilidad
1,00 b. inhibición social
Marcar c. amplificación somatosensorial
pregunta
d. alexitimia
Pregunta 9 Señalar cual de las siguientes variables psicológicas no forma parte del patrón A de
Sin responder conducta:
aún
Seleccione una:
Puntúa como
1,00
a. impaciencia
Marcar b. dominancia
pregunta c. afectividad negativa
d. actividad
Pregunta 10 Señalar cual de las siguientes características de personalidad se asocia con más
Sin responder frecuencia a la longevidad:
aún
Seleccione una:
Puntúa como
1,00
a. responsabilidad
Marcar b. sociabilidad
pregunta c. introversión
d. control emocional
Marcar b. psicopáticos
pregunta c. obsesivo-compulsivos
d. neuróticos
Puntúa como
a. disminuyendo la activación nervioso-central
1,00 b. cambiando la lectura de la situación amenazadora
Marcar c. cambiando la conducta del sujeto
pregunta
d. todas las anteriores