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Sinopsis

J
osh tendrá que reconciliar su pasado…

Con el fin de hacer de Kat su futuro.

Después de sobrevivir a una pesadilla en la vida real, Josh Wagner es


enviado a casa de su universidad de ensueño en muletas. Postrado
en la cama y atormentado por recuerdos, él ha visto su mundo ser
destrozado y su beca de béisbol ser convertida en humo. La familia de Josh
contrata a una asistente de salud para ayudar a cuidarlo, pero cuando él
abre la puerta, la última persona que espera ver es su mayor
arrepentimiento…

Katherine Singleton es la única chica a la que Josh siempre ha amado.


Ahora, a pesar de que ella ha vuelto solo para cuidar de él porque es su
trabajo, Josh está determinado a reconquistarla. Pero Kat tuvo que seguir
adelante luego de su ruptura dos años atrás, y a pesar de sus sentimientos
por Josh, han pasado muchas cosas desde que él se fue…

Cuando el pasado de Kat vuelve para perseguirla, Josh decide que es su


turno de cuidar de ella. Pero protegerla —y redimirse a sí mismo— pondrá a
Josh en la línea de fuego de nuevo. ¿Sobrevivirá esta vez?
Contenido
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Theresa Paolo
Capítulo 1 Traducido por Pilar

Corregido por veroonoel

L
a vida no solo me tiraba limones. Oh no. Como antiguo campeón
estatal de parador en corto1, tan seguro como el infierno hubiera
podido atrapar algunos pedazos de fruta. En su lugar, la vida tiró mi
trasero en un pozo lleno de estos. Por primera vez en mis veinte años, no supe
cómo seguir. Tendido en el piso de la habitación de mi infancia, empapado
en sudor, con el corazón latiendo más rápido que un corredor olímpico…
era el momento en el que debería haber tenido una epifanía.

Pero ignoré las pesadillas tomadas de mi propia realidad y luché para volver
a la cama. El dolor explotaba en mi muslo, disparándose por todo mi cuerpo.
No sabes lo importante que es poder usar ambas piernas hasta que una bala
atraviesa una de ellas.

Una gota de sudor quemó mi ojo.

—¡Hijo de perra! —grité antes de colapsar sobre mi colchón.

Mi puerta se abrió, y vi, odié, el miedo expandiendo los ojos de mi hermana


Liz. El miedo nunca solía ser una parte de ella y ahora estaba grabado en
cada fibra de su ser.

Se apresuró a entrar, pateando la pila de ropa que tenía en el suelo, dando


vueltas en círculo, con las manos hacia afuera como un luchador de sumo.

—¡Josh! ¿Qué sucede?

Estaba esperando que levantara una pierna y la golpeara contra el piso. Me


levanté para recostarme contra la pared azul oscuro, y contuve la risa. La
miré y mostré mi mejor sonrisa.

1Parador en corto: Jugador de béisbol que ocupa una de las posiciones más difíciles y
dinámicas, debido a la ubicación en que se juega. Requiere de buena habilidad para
atrapar y lanzar la bola.
—Estoy bien, Liz.

Tomé la pastilla para el dolor de mi mesa de luz y la hice bajar con la botella
de agua que ella me había dejado antes. Me sentí culpable al instante por
intentar eliminar el dolor.

Sus ojos se entrecerraron mientras me observaba.

—Entonces, ¿qué fue ese sonido? Estaba en la cocina, y oí un fuerte ruido


sordo y luego gritaste.

No recordaba haber gritado. Por lo menos, no fuera de mi sueño.

—Me caí de la cama.

—Bueno, eso fue tonto —dijo ella, arqueando una ceja con diversión. Si tan
solo supiera la verdad. Pero no la haría cargar con esa mierda. Ya había
pasado por mucho el día que ese tipo armado tiroteó mi universidad. Tuvo
el privilegio de observar cómo se revelaba mi pesadilla, gracias a la estación
de noticias local. Más tarde, me dijo que se había bloqueado
completamente, sin saber si estaba vivo o muerto, consumida por la culpa
por la estúpida pelea que habíamos tenido por su idiota ex novio.

Tiré mi almohada hacia su cabeza.

—No lo hice a propósito. —La atrapó, no es que pensara que no lo haría. Le


enseñé cómo atrapar un balón de futbol cuando tuvo cinco años y uno de
softball cuando tuvo siete. Siempre me había sentido orgulloso de que
pudiera pasar el rato con los chicos.

—Desearía que no. —Me tiró la almohada, apuntando a la pared en lugar


de a mí.

Me volvía loco cuando me trataba como si fuera una copa a punto de


romperse. Era un maldito deportista, podía levantar hasta ciento cuarenta
kilogramos en el press de banca, lograr la atrapada ganadora en un
partido, y me ejercitaba regularmente. Por lo menos lo hacía hasta un par
de semanas atrás, antes de que mi vida fuera arrojada al triturador de
basura, destrozando a todos a mi alrededor.

Ahora mi hermana tenía miedo de tirarme una maldita almohada de


plumas.
—Entonces, ¿estás bien?

Pasé mi mano por mi cabello rubio, alejándolo de mis ojos. Necesitaba un


corte de pelo.

—Estoy bien.

—¿Estás seguro?

Froté mi barbilla. También necesitaba una afeitada.

—Sí.

Más que nada, odiaba lo mucho que se preocupaba por mí.


Observándome como si fuera una ilusión que se desvanecería en cualquier
momento. No era un fantasma. Había sobrevivido, a diferencia de muchos
otros que no lograron salir del edificio ese día. Era un bastardo afortunado.
Debería haber muerto.

En su lugar, la bala dirigida a mí fue la que terminó con todo eso.

Con un movimiento inesperado, nuestro atormentador giró el arma hacia sí


mismo y con solo una bala a través de su cabeza todo había terminado
finalmente. Por lo menos eso creí. No sabía que reviviría el momento una y
otra vez.

—¿Josh? —Liz empujó mi hombro, y traté de sacar las visiones de ese horrible
día de mi mente—. No luces bien.

—Lo estoy. Solo estoy cansado.

—Tengo que ir a clases, pero la ayuda domiciliaria debería estar aquí en una
hora. Puedo llamar a Zach para que se quede contigo hasta entonces.

Cerré mis ojos y alejé la ira. Sabía que todos estaban preocupados. Incluso
si me estaban volviendo malditamente loco.

—No necesito una niñera. —Aunque no cambiaría el hecho de que mis


padres creyeran que si la necesitaba. ¿Ayuda domiciliaria? Era ridículo.

—Lo dice el chico que no podía descubrir cómo usar un microondas.

—Ja ja. ¿Cuándo te has convertido en comediante? Debo haberme


perdido el recordatorio.
—¿No lo recibiste? Incluso lo puse en un papel rosa con corazones púrpuras.
Te hubiera encantado. Totalmente como lo harías tú.

Tomé mi almohada y la lancé de nuevo hacia ella. La atrapó una vez más.
Pero no me la tiró de vuelta. Caminó hacia mi cama, la dejó allí y se sentó
en el borde.

Sus ojos color avellana se dispararon hacia mí, de repente brillando por las
lágrimas en ellos. Se mordió el labio para evitar que temblara.

—Es bueno tenerte en casa otra vez. Solo desearía que no te hubieran
herido.

—Yo también —dije y miré mi pierna inútil.

Liz se quedó allí por un momento y luego se levantó.

—Llámame si necesitas algo. Quizás deberías ir abajo, para cuando llegue


la ayuda aquí no la harás esperarte hasta que llegues a la puerta. Oh, e hice
galletas de maní. Están en la mesada. ¿Estás seguro de que no necesitas
nada?

—Liz… —Su cabello castaño se envolvió a su alrededor cuando sus ojos se


giraron hacia mi bruscamente. Había hecho algo con este. Lucía más rubio.
¿No sabía que yo era el rubio natural de la familia?— Estoy bien. Ve. A.
Clases.

—De acuerdo, volveré más tarde.

—¿Me haces un favor?

—Cualquier cosa.

—No vuelvas.

Sus manos se posaron sobre sus caderas.

—¿Disculpa?

—Ve a casa, hermanita. Aprecio todo lo que haces, pero en serio, estoy
bien. Es tiempo que vuelvas a la escuela. Te has perdido demasiadas clases.
Además, estoy seguro de que Sadie extraña a su compañera de cuarto.
Su boca se abrió, luego sus labios formaron una fina línea, y sabía que la
estaba matando no discutir conmigo. Casi deseaba que lo hiciera. La
normalidad era lo único que quería. La primera semana no me importó todo
el alboroto, pero habían pasado dos semanas y ya estaba listo para saltar
por la ventana.

—Supongo que podría hacerlo. Es decir, Zach podría al menos quedarse una
noche y…

Levanté mi mano al ver la forma en la que su labio se retorcía.

—Estoy feliz de que estén juntos otra vez, pero por favor ahórrame los
detalles incómodos.

Su boca, que estaba a punto de decir algo nauseabundo estoy seguro, se


cerró rápidamente cuando vio el reloj en la mesa de luz.

—¡Demonios! Me tengo que ir.

—Sí, estoy bien —dije antes de que pudiera preguntarlo una última vez.

—Recuerda llamarme si necesitas algo. La ayuda estará aquí pronto.

Se quedó allí mirándome como si fuera un cachorro herido. Le lancé una


mirada sucia y puso los ojos en blanco.

—De acuerdo, adiós. Oh, y ponte una camiseta —dijo Liz mientras corría por
las escaleras.

Gracias a Dios. Amaba a mi hermana, pero, mierda, era agotadora. Siempre


fuimos cercanos, pero desde el tiroteo, había sido un dolor en mi trasero.

Mi celular destelló sobre mi mesa de luz, y lo tomé para ver un mensaje y seis
llamadas perdidas. Una de mi entrenador y cinco de clientes. El entrenador
probablemente quería ver cómo estaba. Tenía esperanzas de que volviera
al campo en un año. Seguro. Mis clientes, estoy seguro, había oído sobre el
tiroteo. No deberían haber esperado que colgara paneles de yeso o que
pintara sus persianas después de haber recibido un disparo. Quizás solo
llamaban para ver cómo estaba. No me importaba lo suficiente como para
descubrirlo. Abrí el mensaje.

Eli:
¿Dónde has estado? ¿Todo está bien?

No había hablado con mi mejor amigo barra compañero de cuarto desde


que me había visitado en el hospital dos semanas atrás. La manera en la
que me había mirado, el miedo en sus ojos… era suficiente para saber que
nunca podría mirarme de la misma manera. Lo único que vería sería una
víctima, y ya había tenido suficiente de esa mierda con mi familia. No podía
lidiar con eso. Uno de nosotros viviendo esa pesadilla era más que suficiente.

Lo borré sin responder, y cuando oí la puerta principal cerrarse, cerré mis


ojos. Mientras la luz se iba apagando, vi destellos de sangre, los ojos de un
alma perdida volviendo a la vida, y estaba de vuelta allí. Abrir mis ojos no
haría que las visiones se fueran.

Dormir no era lo único que desataba las visiones, así que no tenía sentido de
todas formas. Aparecían en mi mente constantemente. Nunca sabía qué
visión sería.

Estuve en el infierno por menos de una hora, aun así había miles de maneras
en que mi mente lo recordaba. Hasta el más mínimo detalle. Acostumbrarse
a los recuerdos ya era bastante difícil. Pero aceptar que serían una parte de
mí para siempre…

Un golpe en la puerta me sacó de mis pensamientos. Mis ojos se abrieron, y


ya no estaba en el pasillo del Edificio de Ciencia de Kramer. Estaba de vuelta
en mi habitación.

Me levanté, balanceando todo mi peso en una sola pierna, y saltçe sobre


mis muletas. Esta mierda se estaba volviendo vieja. Dar un paso a la vez era
demasiado lento. Tiré mi trasero sobre las escaleras y bajé los escalones
deslizándome, manteniendo mi pierna extendida.

Mamá había querido que me quedara en el sofá en lugar de mi habitación


para que no tuviera que navegar por las escaleras. Me había negado. Ya
estaba incomodando a mis padres lo suficiente. Papá no tendría que
preguntarme si estaba bien si cambiaba el canal de su maldita televisión. Ni
siquiera debería estar aquí. Se deshicieron de mí por casi dos años y luego,
gracias a un jodido día, volví.

Otro golpe en la puerta. Jesús, era impaciente. ¿No sabía que tenía un
agujero de bala en la pierna?
Me deslicé hacia el penúltimo escalón, sostuve las maletas contra el piso y
las usé como ayuda para levantarme. Gracias a Dios antes del tiroteo había
tenido un programa de entrenamiento activo, o no habría sido capaz de
levantar mi trasero. Otro golpe.

—Vas a abrir un agujero en la puerta si sigues golpeando —me quejé


mientras la abría, cambiando mi peso contra el marco de la puerta.

—Uh… —oí y levanté la mirada hacia el último par de ojos que pensé jamás
volvería a ver. Eran aún más azules que un huevo de petirrojo. Con el
corazón latiendo rápidamente, sin palabras, pestañeé, con miedo de que
fuera otra visión. Nop, aún estaba allí. Con el cabello rubio rojizo, tan
sedosamente suave como recordaba, solo que más largo. Apostaría mi
trasero que bajo esa ropa de enfermera de Winnie Pooh, sus pechos
estaban igual de bien.

Sus ojos viajaron hacia mis abdominales desnudos. Dio un paso hacia atrás,
con los ojos mirando el césped justo como solía hacerlo dos años atrás en el
parque de agua, antes de que yo hubiera erosionado su tímido exterior.

—Debo haberme equivocado de casa —murmuró y se giró.

—¡Kat, espera! —grite y corrí detrás de ella, pero olvidé las muletas. En
cuanto puse mi peso sobre la pierna mala, un grito muy poco masculino salió
de mí, y caí sobre mi rostro. Me pusé de costado para ya no estar comiendo
césped y traté de no gemir.

—¡Oh Dios mío, Josh! —Se dejó caer sobre sus rodillas a mi lado, apoyando
sus frías manos en mis hombros—. ¿Estás bien? —La piel en el puente de su
nariz aún se arrugaba cuando estaba preocupada, me di cuenta.

Sus pequeñas manos se estiraron hacia mi cabello y lo peinaron. Cerré mis


ojos, recordando todos los recuerdos que había guardado.

La persecución. La captura. La pérdida.

Se echó hacia atrás, sosteniendo una hoja de césped que había sacado de
mi cabello. Un solo toque y quería más. Observé el césped y luego mis ojos
viajaron hacia su mano, particularmente hacia el anillo que cubría el tatuaje
que sabía que estaba en su dedo anular. Gracioso. El mío también estaba
cubierto por un anillo. Mejor que estuviera escondido que recordar mi más
grande remordimiento.

—Entonces recuerdas mi nombre —dije mientras le mostraba mi sonrisa más


encantadora para disfrazar la humillación y el dolor que me recorría en el
interior.

A primera vista, sus grandes ojos estaban llenos de preocupación, pero ante
mi observación de sabelotodo los alejo de mí. Todo su cuerpo se retrajo, y
sentí como si me hubieran disparado de nuevo.

—Por supuesto que recuerdo tu nombre. —El disgusto llenó su tono. Se


levantó, limpiando el césped de sus rodillas antes de tenderme una de mis
muletas.

—Gracias. —Usé la muleta para levantarme, Kat dándome su hombro para


apoyarme en él. Mi pierna estaba gritando, pero estar cerca de Kat era
como una droga, adormeciendo el dolor. Mi rostro permaneció cerca de su
cabello y no pofía creerlo—. Aun hueles como algodón de azúcar —susurré
en su oído mientras inhalaba más de su aroma.

Ella se alejó de un salto, y sus ojos azules se agrandaron. Mi equilibrio osciló,


pero me las arreglé para mantenerme de pie. Era difícil creer que esta era
la misma chica que solía acurrucarse en mi pecho y dejar una lluvia de besos
por mi cuello. Justo ahora estaba actuando como si tuviera la peste
bubónica.

—¿Eres mi ayudante? —Hasta que lo pregunté, no me di cuenta cuán


desesperadamente quería que así fuera. Necesitaba que así fuera. Cada
recuerdo de nuestro verano juntos era una patada en mi estómago,
sacándome el aire de mi maldito interior.

Puso un mechón de su cabello rubio rojizo detrás de su oreja, sus dedos


permaneciendo sobre el pendiente de perla en su lóbulo.

—Supongo, pero le diré a mi gerente que me cambie por alguien más.

Me acerqué a ella, resistiendo la urgencia de estirar mi mano y acariciar su


mejilla. La urgencia era más fuerte que cualquier cosa que hubiera sentido
jamás. Pero luché contra el deseo, manteniendo mis manos a mi lado.

—¿Por qué harías eso?


—¿Porque esto no va a funcionar?

¿Cómo podría no funcionar? Había muchas cosas de las que no estaba


seguro, pero había algo que creía era cierto. Estábamos bien juntos.

—¿Por qué no?

No dijo nada, eligiendo, en su lugar, lanzarme una malvada mirada.


Demasiado mal por ella que en lo único que tuvo un efecto fue en mis
pantalones. Incluso enfadada era hermosa.

Su cabello caía en suaves curvas sobre sus hombros, acercándose


peligrosamente hacia el escote en V de su camiseta de enfermera. A pesar
de mis mejores esfuerzos, mi mirada se desvió hacia el pliegue. Después de
un par de agradables segundos de recordar todos los momentos en que
pude ver debajo de su camiseta, levanté la mirada y observé las
profundidades de sus ojos azules. Kat siempre había sido algo más que un
cuerpo para mí.

—Será como en los viejos tiempos —dije, esperando que recordara el mejor
verano de mi vida. Trabajando en los toboganes de agua, observándola
desde el punto más alto del parque mientras vendía algodón de azúcar.
Encontrarnos detrás de La Laguna Azul para besarnos. Almorzar en el Aqua
Café, donde habíamos compartido patatas fritas en forma de pez y alitas
de pollo porque por más que le encantaban, nunca podía terminarlas ella
sola.

Una expresión rota apareció en su rostro, la misma expresión que había


presenciado cuando descubrió que su madre tenía cáncer. Mi corazón
dolió por ella otra vez, especialmente porque la había dejado cuando más
me había necesitado. Pero ella nunca me detuvo.

Le había dicho que me detuviera.

No lo hizo.

—Podemos empezar desde donde lo dejamos. Volver a como eran las


cosas.

Parpadeó con sus largas pestañas.

—De eso tengo miedo.


Capítulo 2 Traducido por Silvia Carstairs

Corregido por veroonoel

N
o podía llegar a un buen entendimiento de esto. Katherine Singleton
estaba en mi sala. Por meses después de que me fui, jugó en
constante rotación en mi mente. Era todo en lo que pensaba. Todo
lo que soñaba. Aun después de dos años, todavía aparecía dentro y fuera
de mis pensamientos. ¿Cómo olvidas a tu primer amor? ¿Tu único amor?

Kat era la única chica que en realidad escuchaba cuando yo hablaba. No


debido a algún motivo oculto de conseguir que finalmente sentara cabeza,
sino porque estaba interesada en lo que tenía para decir. Pasamos muchas
noches en la cama de mi camioneta, hablando acerca de nuestras vidas y
futuro. No necesitaba filtrar mis pensamientos con Kat. Nunca me juzgó, y
debido a eso nunca nos quedamos sin cosas por decir.

Después de que terminamos las cosas, traté de encontrar a alguien para


llenar el vacío. Era imposible alcanzar esa conexión con alguien más. Con
Kat, era inmediato y fácil. Al menos pensaba que lo era.

—¿Quieres una bebida? —pregunté, odiando el silencio que se estiraba


entre nosotros.

—Supongo que estoy aquí para cuidar de ti. Por favor siéntate y finge que
no estoy aquí. —Empujó mi hombro, y mientras caía sobre el suave cojín del
sofá ella tomó mis muletas.

—No recuerdo que fueras tan mandona —dije con una sonrisa, con la
esperanza de aligerar el estado de ánimo. Pero cuando su cremosa piel
blanca enrojeció y sus ojos se llenaron de fuego, supe que mi humor no era
bienvenido.

—No lo hagas. —Sostuvo su mano en alto y se giró en sentido opuesto a la


mesa del café, arrastrando las revistas de jugador que yo había dispersado
sobre esta.
—¿No qué?

Hizo una bola con su cabello en su puño, alejándolo de su rostro. Dios, era
hermosa. La universidad estaba llena de chicas, pero nunca había
encontrado otro par de ojos tan azules o expresivos como los de Kat. Ni
había nadie que se acercara a poseer esa cremosa piel perfecta. La
mayoría de las chicas en el campus eran falsas y endurecidas y se parecían
más a muñecas Barbie radioactivas.

—Sacar a relucir el pasado. Es el pasado por una razón, y me gustaría que


permaneciera allí. ¿Necesitas algo? —Saltó directamente al siguiente
pensamiento, sin ninguna transición. Aunque quería hacer hincapié en por
qué ella quería olvidar nuestros días en el parque acuático y nuestras noches
haciendo el amor bajo las estrellas en la cama de mi camioneta, lo dejé
pasar.

Así que le dije lo que le decía a cualquier otra persona que intentaba
atender cada una de mis necesidades.

—Estoy bien.

Pequeños y delgados dedos peinaron a través de su cabello, empujándolo


todo encima de su hombro derecho, y exponiendo su cuello. Una pequeña
cicatriz roja que nunca había visto antes marcaba su impecable piel de otra
manera. Tenía que haber sido nueva. Recordaba cada centímetro de su
cuerpo, desde las pecas espolvoreadas sobre su nariz hasta la bella marca
encima de su ombligo, justo abajo de la peca sobre la parte interna de su
muslo.

Antes de que pudiera preguntarme por otro segundo, Kate preguntó:

—¿Qué hay acerca de tu vendaje? ¿Necesita ser cambiado? —Apuntó a


mi pierna, y miré la gasa asomando por la parte inferior de mis pantalones
cortos.

Levanté mis cejas y le di una deliberada inclinación de cabeza.

—Solo quieres meterte en mis pantalones.

—¿Puedes por dos segundos no actuar como un completo idiota?

Amé el estupor que destelló a través de su rostro.


—¿Pero dónde está la diversión en eso?

Golpeó mis revistas sobre la mesa.

—No se supone que esto sea divertido. Estoy trabajando. Eres mi cliente.

Era sexy como el infierno cuando se enojaba. Ojos azules oscurecidos y su


labio superior fruncido.

—¿Siempre fuiste así de seria?

Un mundo de dolor y furia se apoderaron de sus rasgos, agobiándola.


Cuando nos conocimos, era reservada y distante, pero esto era diferente.
Iba más profundo. ¿Qué había sucedido desde la última vez que nos vimos?
Se había vuelto a retraer dentro de su cáscara, pero esta vez estaba tan
lejos que no creía que alguna vez pudiera sacarla de allí de nuevo.

—Me han pasado muchas cosas desde ese verano, y aunque fue divertido
fingir que el mundo solo existía para nosotros, tuve que regresar y enfrentar
la realidad… donde no hay mucho espacio para la diversión.

Tristeza se deslizó dentro de sus ojos, pero desapareció igual de rápido.


Odiaba no ser capaz de saltar y atraerla a mis brazos. Estúpida pierna. Así
que hice lo mejor que pude, arrastrándome al borde del sofá. Me estiré,
tomando su mano en la mía. Froté mi dedo a través del anillo, sabiendo
malditamente bien lo que había debajo. Ella miró hacia abajo a nuestras
manos entrelazadas, aturdida al principio, y luego arrancando la suya. Pero
me aferré, reacio a cortar nuestra conexión.

—¿Qué sucedió, Kit Kat?

Tomó una fuerte respiración ante el uso de su apodo, momentáneamente


estupefacta. Luego sacudió su cabeza como si eso aclararía su mente, y
alejó su mano de un tirón. Fuerte.

—Nada.

—Es obvio que no es nada.

—No es nada acerca de lo que quiera hablar. ¿Dónde están los vendajes
así puedo cambiártelos?
Lo hizo de nuevo. Dios, quería que se abriera. Que me contara lo que
sucedió en los últimos dos años, que actuara como si nuestro tiempo
separados no sucedió… pero esta era Kat, más frágil que nunca, y
necesitaba tiempo.

—En el gabinete debajo del lavabo en el cuarto de baño. Primera puerta a


la derecha.

Se alejó, y no pude evitar observar su trasero balancearse de ida y vuelta en


la tela de color rosa de sus pantalones de enfermera. Me sonreí ante la vista.
Cuando volvió, se sentó a mi lado en el sofá, levantó mi pierna encima de
su regazo, y con una profunda respiración, levantó mis pantalones cortos
hasta pasado el vendaje.

Un círculo de sangre y pus amarillo se había filtrado.

—¿Cuándo obtuviste este trabajo temporal? —pregunté, tratando de


mantener mis ojos lejos del asqueroso hoyo en mi carne. Manteniendo mi
mente lejos de revivir el momento exacto en que se abrió.

Sacó el vendaje, revelando la carne mutilada y piel magullada, y contuvo


el aliento sorprendida.

—¿Cómo sucedió esto? —preguntó. Sus palabras me sorprendieron. ¿No lo


sabía? Estuvo en todas las noticias. Sin importar cuán duro trataba de
alejarme, siempre estaba ahí, siguiéndome, obsesionándome.

Levanté la mirada y por un momento nos sentamos ahí, bloqueados en el


otro. Luego le di una sonrisa desganada para disminuir la dureza de la
realidad.

—Recibí un disparo.

No pensé que sus ojos pudieran agrandarse más. Casi estiré mi mano, listo
para atraparlos si se caían.

Su mano voló a su pecho.

—¿Qué? ¿Cómo?

—¿No te informaron antes de que aparecieras?


—Fue una asignación de último minuto. La ayudante que se suponía que
estaría aquí tuvo una emergencia familiar fuera de la ciudad. Todo lo que
me dijeron era que eras un chico con una pierna herida que necesitaba
ayuda para moverse y posibles cambios de vendajes. Yo no… tuve…. Yo…

Agarré su mano temblorosa e, incapaz de resistirme, bajé mi boca a sus


nudillos y los besé suavemente.

—El tiroteo en la Universidad de Springfield.

Sacudió su cabeza, los mechones rubio-rojizos cayendo en su rostro. Extendí


mi mano, colocándolos en su lugar. Levantó su mirada a la mía.

—No tengo televisión. Puede que haya visto algo en un encabezado en el


periódico, pero aparte de eso no sé de lo que estás hablando.

—¿Por qué no tienes televisión?

Hizo un gesto con su mano para alejar la pregunta.

—Eso no es importante.

—Hubo un tiroteo en mi universidad. Seis personas murieron. Fui uno de los


diecisiete heridos. —No entré en más detalles. La mirada aterrorizada en su
rostro era ya lo suficientemente dura para tolerar.

—No tenía idea. Josh, lo siento tanto. Eso debió haber sido horrible. —Kat
levantó la vista con pesar en su mirada—. Y fui tan rencorosa contigo.

Levanté mi dedo y lo apoyé en sus labios. Eran tan suaves y provocativos


como recordaba.

—No te disculpes. No necesito que finjas ser agradable conmigo a causa de


una bala. Prefiero a la verdadera tú. Siempre.

Amaba su honestidad, y aunque era tímida, nunca se echaba hacia atrás


de decirme cómo era. No tomaba mi mierda como lo hacían la mayoría
de las chicas. La última cosa que quería era que se disculpara por ser ella.

Parpadeó y se dio vuelta, mirando una vez más mi muslo. Sus manos se
suspendieron justo encima de las vendas antes de apoyarlas suavemente
sobre mi pierna.
—¿Duele?

—Como una perra.

La gasa y cinta estaban sobre la mesa de café y Kate se inclinó para


agarrarlas, su pecho rozando mi pierna.

—Lo cambiaré en un momento.

No quería mirar la herida, pero quería verla a ella. Era tan cuidadosa y
especial, retirando la gasa lentamente, suavemente.

Siempre fue buena con cosas como estas. Mientras desenredaba la gasa,
mi mente derivó de nuevo al momento en que sacó una astilla de mi dedo.

—Hijo de perra —gruñí, poniendo mi dedo en mi boca porque no sabía qué


más hacer con este.

—¿Qué sucedió? —preguntó Kat, saliendo de un salto de la camioneta y


viniendo a mi lado a la hoguera. Apoyó su mano fría sobre mi hombro y
tomó mi muñeca en su otra mano. Sacó mi dedo de mi boca y lo miró.

—Astilla —balbuceé.

Envolvió su mano alrededor de la mía y me acompañó hacia la camioneta.

—Siéntate —dijo y besó mi mejilla antes de ir al lado del pasajero y agarrar


su bolso. Me sentí como un preescolar, pero maldita sea, dolía como el
infierno.

Kat se sentó a mi lado y tomó mi mano en las suyas. Empuñaba un par de


pinzas y tiró de mi mano.

—Está bien. Saldrá por su cuenta —dije.

Rio.

—No seas tan bebé.

—Duele —dije en una triste y patética voz.

—Lo sé. —Hizo un mohín con su labio en compasión—. Ven aquí. —Envolvió
sus brazos alrededor de mi cuello y propulsó su pierna sobre la mía hasta que
me estuvo montando a horcajadas. Acuné mi cabeza en su pecho, y tomó
mi dedo y lo examinó.

Apenas la sentí sacando la astilla. Estaba demasiado consumido en su dulce


esencia, en ella.

—Y hemos terminado —dijo Kat, y sacudí los recuerdos de mi mente.

Miré hacia el vendaje perfectamente puesto en su lugar.

—Eres realmente buena en esto. Mi mamá se las arregla para hacerme daño
sin importar lo cuidadosa que sea.

El indicio de una sonrisa apareció.

—He tenido un montón de práctica.

—La práctica es buena. —Sonreí, recordando nuestro primer beso, y cada


uno después de ese.

Por la manera en que el rojo se deslizó por sus mejillas, era obvio que sabía
a lo que yo me estaba refiriendo.

—¿Cuándo decidiste que querías hacer esto? —pregunté, esperando que


si tomaba un acercamiento diferente podría obtener una respuesta.

Algo acerca de la respuesta a esa pregunta desencadenó una tristeza, pero


como antes, la alejó.

—No importa, no tienes que contestar eso —dije.

Se deslizó de debajo de mi pierna, e instantáneamente quise tirar de ella


hacia debajo de nuevo.

—Lo siento —musitó, alejándose con el vendaje viejo.

—¿Kat?

—¿Sí? —Vaciló antes de volverse. Sus labios fruncidos, sus ojos centrados,
todo en ella decía que estaba bien. Pero la conocía. No lo estaba. Estaba
ocultando algo. Algo desagradable. Necesitaba saber qué era. Al minuto
en que apareció en el escalón de mi casa, las visiones de más temprano de
ese día se fueron. Una sensación de calma se había apoderado de mí,
haciéndome sentir más conectado a la tierra, más yo mismo. Nadie más
había sido capaz de hacer eso.

La había dejado alejarse de mí una vez. No era lo suficientemente tonto


para hacerlo de nuevo.

—¿Puedes hacer una cosa por mí?

Frunció su labio inferior y asintió.

—¿Vuelves mañana?

Una sonrisa tiró de las esquinas de su boca perfecta y quise lanzar mis manos
en gesto de victoria. Dios, extrañaba esa sonrisa. Deseaba que no la
contuviera.

—Estaré aquí —dijo.

Podría haber estado insultándome por todo lo que yo sabía. Aun así había
una brizna de esperanza, y me aferré a esta.

—¿Winnie the Pooh también volverá? —pregunté, mirando su bata.

Una sonrisa se estableció en su rostro, y fue como si hubiera hecho la


atrapada ganadora a nivel estatal de nuevo.

—No. Pero Mickey y Minnie volverán.


Capítulo 3 Traducido por areli97

Corregido por veroonoel

M
i mamá había pasado de calmada y serena a una maldita
acosadora. Me estaba volviendo jodidamente loco. Juro que si no
cerraba la puerta para orinar, me seguiría.

Estaba apoyado contra mi pared, listo para dormir, cuando hubo un solitario
golpe en mi puerta. Mamá irrumpió antes de que pudiera decirle que
estaba bien.

—¿Necesitas algo más? ¿Agua? ¿Un bocadillo? Puedo calentar algo del
caldo de pollo de la otra noche.

—Mamá —dije, pero no me escuchó. Se movió hacia mi cama, esponjando


la almohada a mi lado.

—¿Estás cómodo? Puedo traerte más almohadas de la habitación de Liz.

—Mamá. —Ya me había dado tres almohadas adicionales, e incluso si


quisiera más, era más que capaz de obtenerlas por mí mismo.

Recogió unos vaqueros del suelo y los colocó en el cesto. Sus ojos se
precipitaron a la ventana y se estiró hacia ella, deslizando una mano a lo
largo del alféizar.

—Hay una pequeña brisa. Déjame conseguirte otra manta.

—¡Mamá! —grité, y finalmente su atención se dirigió a mí. Por la manera en


que sus labios se curvaron hacia abajo me di cuenta que quizás haya tenido
un poco de demasiada acidez en mi tono—. Estoy bien —dije, y cuando
siguió mirándome fijamente añadí—: en serio.

Normalmente adoraría que mi mamá me adulara. Llámame niño de mamá


y no lo negaría. Pero era diferente ahora. No era el mismo chico de unas
semanas atrás. Las circunstancias habían cambiado. Era un hombre de
veinte años viviendo otra vez con mis padres. Hablando de patético.
Mamá se sentó en el borde de mi cama y posó las manos en sus rodillas.

—No tengo la intención de ser tan imperiosa.

—Lo sé.

—Casi te pierdo. A mi bebé. —Los ojos de mamá se pusieron vidriosos y me


odié aún más. Yo le hice esto.

—Pero no me perdiste. Estoy aquí. Tan apuesto como siempre —dije y forcé
la sonrisa que se había acostumbrado a ver en mí.

Le dio una palmadita a mi mejilla y sonrió de regreso. Era bueno de ver.


Había pasado demasiado.

—Sí lo eres. —Hizo un gesto para que me acostara y aunque quería dar mi
respuesta habitual de “Estoy bien”, sabía que necesitaba esto.

Me recosté y ella tiró el edredón en su lugar, remetiendo los costados como


siempre lo hacía cuando era niño.

Besó mi frente.

—Buenas noches, cariño. Te amo.

—También te amo, mamá.

—Oh, casi me olvido de preguntar. ¿Qué tal te pareció tu ayudante?

A su mención, sonreí como un maldito idiota.

—Me pareció muy bien.

Mamá me arqueó una ceja.

—Estoy asumiendo que eso quiere decir que ella es una cosa linda, pero eso
no es lo que estoy preguntando. Necesito que sea capaz de cuidarte
cuando tu padre y yo no podamos estar aquí.

Kat me ignoraba repetidamente y no lidiaba con mi mierda. Sin embargo al


mismo tiempo —la manera en que cambiaba mi vendaje, la gentileza que
poseía, la conducta profesional que mantenía— era perfecta.

—No puedo negarlo. Pero independientemente, es buena. La aprobarías,


mamá.
Mamá asintió, la tensión amainando de las esquinas de sus ojos.

—Bueno saberlo. Te dejaré dormir ahora. —Mamá se puso de pie y apagó


mis luces. Cerró la puerta detrás de ella y luego se detuvo—. Josh.

—Sí, mamá.

—Hazme un favor.

Había pasado demasiado tiempo desde que mamá me había pedido un


favor. Tal vez finalmente estaba llegando a un acuerdo con el hecho de
que no morí ese día y que era más que capaz de ayudar alrededor de la
casa. ¿Ayudar a papá a cortar el césped? Ningún problema, encontraría la
manera. ¿Ayudarla a arrancar la mala hierba de sus macizos de flores?
Estaría más que feliz de hacerlo.

—Cualquier cosa, mamá —respondí con una sonrisa.

—Solo mantenlo en tus pantalones. Por favor.

Antes de que pudiera recuperarme, cerró la puerta, dejándome en la


oscuridad.

***

Abracé la cabeza de la chica contra mi pecho, su respiración entrecortada


rompiendo mi corazón. No podía dejarla para que muriera sola. Pero ya no
era mi decisión. Miré más allá del cañón apuntado a mi cabeza. Ojos llenos
de rabia me miraban. Silenciosamente supliqué, esperando que me dejara
vivir por lo menos hasta que ella ya no lo hiciera.

Click.

Bang.

Estaba en el piso de nuevo. Mi puerta se abrió volando mientras frotaba la


imagen fuera de mis ojos.

—Estoy bien, Liz —dije, sin querer ir por la misma mierda que habíamos
atravesado el día anterior.
—¿Estás bien? —La voz, como éxtasis líquido para mis oídos, me irguió. Fui
saludado por los rostros de Mickey y Minnie mientras Kat se arrodillaba y
empujaba mi cabello empapado en sudor fuera de mi frente.

—Volviste —dije, sin siquiera hacer el intento de cubrir mi sonrisa.

Ella, no obstante, succionó su labio inferior dentro de su boca y se encogió


de hombros.

—Dije que lo haría.

—No puedo decir que te creyera. Pensé que quizás simplemente estabas
diciendo lo que pensabas que quería escuchar para que no te molestara.

—Porque ambos sabemos cuán bueno eres en eso.

Una referencia a nuestro pasado, y no fui quien lo trajo a colación. Seguro


como el infierno no iba a dejarlo pasar inadvertido.

—No es mi culpa que me rechazaras doce veces. Si solamente hubieras


dicho que sí la primera vez, te habrías salvado de eso.

—Trece de la suerte —susurró—. Hay que sacarte del suelo. —Como si la


conversación nuca hubiera pasado se agazapó a mi lado, envolvió mi brazo
alrededor de su hombro, y me ayudó a ponerme de pie. Su mano estaba
fría contra mi estómago desnudo y me estremecí por su toque—. ¿Tienes
una camisa?

—¿Para cubrir estos abdominales? —Sonreí.

—Estoy contenta de ver que sigues tan engreído como siempre.

Sin siquiera preguntar abrió el cajón superior de mi cómoda y luego cada


uno debajo de ese hasta que encontró una camisa. La sacó y la arrojó a mi
cabeza.

—¿No vas a ayudarme a ponérmela? —Sus ojos se estrecharon en mi


dirección, y al igual que ayer, lo sentí en mis pantalones cortos.

Los ojos de Kat se lanzaron hacia el suelo cuando tiré de la camiseta sobre
mi cabeza. Eché un vistazo al frente hacia la escritura blanca. De entre
todas las camisas para escoger.
—Este fue un gran festival —dije, recordando la manera en que las caderas
de Kat se balanceaban con la música. Cómo su cabello rozaba el nudo de
la parte superior de su bikini. Cómo había presionado su espalda contra mí
y había envuelto mis brazos alrededor de su estómago desnudo, besando
una línea por su cuello. Las risitas que vinieron después, y la forma en que
había inclinado su cabeza hacia atrás para mirarme.

—Vístete —dijo Kat, claramente evitando hablar del último fin de semana
que habíamos pasado juntos—. Tu hermana me dijo que te estás quedando
sin vendajes y necesitas reponer tus medicamentos para el dolor, así que
iremos a la farmacia.

Conoció a mi hermana.

Un verano completo juntos, y en ninguna ocasión la traje a casa para


conocer a mi familia. La amaba, y aun así por la más estúpida de las razones
la mantuve para mí mismo. No era de sorprender que nunca contestara mis
llamadas después de que me fui.

—¿Está bien? —preguntó Kat.

—No necesito reponer mis medicamentos —espeté, pero no solo porque


estuviera enojado conmigo mismo por cómo pasaron las cosas con Kat.
Aunque era parte de ello, era más que eso. Quería el dolor. El recordatorio.

—Necesitas hacerlo —dijo Kat y el enojo que sentí fue rápidamente


reemplazado por diversión.

—De acuerdo, mamá —bromeé, pero por la forma en que sus labios se
curvaron hacia abajo, era obvio que no lo encontraba gracioso. Entonces
me golpeó.

»¿Cómo está tu mamá?

Sus ojos se apartaron de mí.

—Vístete. —Antes de que pudiera detenerla, cerró la puerta y se fue.

***

Tomé mis muletas y me esforcé para bajar las escaleras. Ruidos de sartenes
tintineando en la cocina me indicaron dónde estaba Kat.
La manera en que evitó el tema de su mamá me hizo preguntarme qué
había pasado. Su mamá estaba enferma cuando me marché… ¿estaba
peor ahora?

Sin querer molestar a Kat, arrastré los pies en la cocina y me senté en el


banco sin decir una palabra. Se giró y saltó, agarrando su pecho.

—Me asustaste.

—Tengo muchos efectos diferentes en las chicas, pero ese no es usualmente


uno de ellos.

Kat colocó una sartén en la hornalla, su largo cabello cayendo sobre un


hombro cuando se agachó para subir la temperatura.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó mientras sacaba una pluma de su bolsillo y


retorcía su cabello hacia atrás antes de asegurarlo con la pluma.

Me levanté del banco, ajusté mis muletas y me moví más cerca de ella.

—¿Te asustó? —pregunté, avanzando hacia ella y haciendo mi maldito


mayor esfuerzo para no caerme.

Un resoplido de aire se mezcló con su risa.

—No. No me asustas.

Me acerqué y su respiración se entrecortó.

—¿Estás segura?

Tomó una respiración profunda y luego me miró directamente a los ojos.

—Sí, estoy segura.

Me incliné hasta que mis labios estaban peligrosamente cerca de su oído,


flotando justo por encima del lugar que sabía debilitaba sus rodillas. Su
aroma dulce me rodeaba e inhalé profundamente.

—Bien. Porque esa es la última cosa que querría.

Me alejé lentamente, pero no lo suficiente para que no pudiera detectar su


aroma. Nuestros ojos se encontraron y su labio tembló. Trató de esconderlo
con una mordida, pero era demasiado tarde. Su lengua mojó ligeramente
su labio y sus ojos azules se oscurecieron como siempre lo hacían en el
pasado antes de que la hubiera besado.

—Kat. —Su nombre salió de mi boca naturalmente.

—Josh —exhaló, y me estiré para ahuecar su mejilla, pero entonces sus ojos
se desviaron. Me esquivó y fue directamente a la nevera—. ¿Quieres huevos
revueltos o pan francés?

En el momento en que estuvo fuera de mi alcance sentí la pérdida. Mi


corazón se hundió conforme regresaba a mi banco. Observé mientras se
agachaba para mirar en el cajón inferior de la nevera.

—¿Cuál es tu especialidad? —pregunté, decidiendo dejar que fuera


olvidado lo que recién había ocurrido.

Kat se estiró y tomó huevos, fresas, y arándanos.

—Ya verás —dijo con una sonrisa, y supe que había decidido la misma cosa.

La chica conocía su camino alrededor de la cocina. Se movía con


naturalidad, limpiando su desastre conforme iba.

El aroma a canela llenó el aire, y mi estómago gruñó en respuesta.

—¿Necesitas ayuda? —pregunté.

—Eres mi cliente, ¿recuerdas?

—Eso no significa que no puedo ayudar. Dame algo. Lo que sea.

—De acuerdo. —Agarró las fresas y caminó hacia la encimera—. ¿Puedes


manejar un cuchillo?

—Creo que puedo manejarlo —dije.

—¿Estás seguro? Porque por lo que recuerdo, como que apestas con ellos.

—Disculpa… Oh. —Sonreí—. Te dije que ese plástico era imposible. Dobló el
cuchillo.

—¿Eso fue antes o después de cortarte el dedo?

Sacudí mi mano.
—Detalles.

Kat me entregó el cuchillo muy cuidadosamente.

—Corta las fresas en mitades. —Me pasó la fruta.

—Puedo hacer eso —dije y corté la primera sin siquiera mirar.

Jadeó y me dio una mirada malvada antes de girarse de vuelta a la cocina.

Corté algunas y luego me detuve.

—¿Cuántas debería cortar? —pregunté.

Kat caminó hacia la encimera y miró el plato.

—Esas son más que suficientes.

—Huele asombroso.

—Casi está hecho. —Tomó las fresas y volvió a la cocina. La observé mientras
se movía entre la sartén y el plato. Sus manos trabajaban fácilmente a
medida que transfería la comida de una al otro. Un ritmo perfecto que era
obviamente natural para ella.

Mi boca estaba goteando para el momento en que cargó dos platos hasta
la encimera.

—Pan francés de Nutella con fresas y arándanos —dijo y me entregó el


tenedor.

—Estoy impresionado.

Sonrió satisfecha.

—Soy bastante impresionante.

No había forma de negarlo.

—Sí. Lo eres.

Su cara se ruborizó.

—Come —dijo, claramente nerviosa.


Tomé satisfacción en saber que todavía podía provocar tal reacción. Tomé
con el tenedor un pedazo de pan francés en mi boca y no pude evitar el
gemido que lo siguió.

—Demonios, esto está bueno. —Engullí otro pedazo.

—Estoy sorprendida que tuvieras todos los ingredientes. ¿Tu mamá es


pastelera? —Kat tomó un mordisco de una fresa y demonios si eso no fue la
cosa más sexy del mundo.

Sacudí mi cabeza para dejar de mirar su boca.

—No, Liz lo es, sin embargo. Mamá mantiene las cosas en la casa para
cuando ella los visita.

Kat retiró la pluma de su cabello y suaves ondas cayeron sobre sus hombros.

—¿Viene mucho a casa?

—Lo hace ahora. Antes no tanto. Solía visitarla en su apartamento un


montón. Vive justo afuera de la Estatal de Farmingdale, así que siempre está
pasando algo. Espera. Creo que ella y tu hermano son de la misma edad.
Primer año, ¿cierto?

—Uh huh.

—¿A qué escuela está yendo?

—Um… —dijo, y me di cuenta que hasta este punto la conversación entera


estaba enfocada en mí. En el momento en que se giró hacia ella se
congeló—. Rutford —masculló.

—¿Viene mucho a casa? Probablemente no. Ese es todo un viaje. ¿Eh?

Silencio.

Odiaba que la sencilla Kat de hace unos segundos desapareciera tan


pronto empezábamos a hablar sobre ella.

—Manejaría por esto —dije y sostuve mi tenedor, sabiendo malditamente


bien que si no decía nada, nos sentaríamos en silencio por el resto de la
mañana.

Kat se comió una fresa, y una gota de Nutella manchó su labio inferior.
Me incliné a través de la encimera, y su cuerpo se puso rígido.

—Tienes un poco… —Me estiré, frotando mi pulgar por su labio. Sus ojos
bloqueados con los míos, y tomó toda mi resistencia no envolver mi mano
alrededor de su cabeza y besarla hasta la estupidez—. Ahí —dije. No pude
controlar a mis ojos de mirar fijamente su boca. Sus labios se separaron y el
control que tenía se desvaneció. Me incliné de vuelta hacia ella.

Brincó fuera de su silla.

—Estoy sedienta. ¿Quieres una bebida? —preguntó, y antes de que pudiera


responder, su cabeza ya estaba en la nevera.

—Estoy bien, gracias.

No quería una bebida. La única cosa que quería era a ella.


Capítulo 4 Traducido por Jane’

Corregido por veroonoel

M
e desperté con el estruendo de las ollas. Giré mi cabeza a mi
despertador. Kat llegaba justo a tiempo. Estuve un poco
decepcionado de que no viniera y me despertara. Tal vez debería
haber hecho un fuerte ruido así lo hubiera hecho.

Era tentador, pero decidí no hacerlo. En cambio, me vestí y bajé las


escaleras. Había huevos revueltos en el mostrador. Un hombre podría
acostumbrarme a esto.

Me subí a un taburete y le dije:

—Buenos días. —Cuando se dio la vuelta había un brillo en sus mejillas, casi
un brillo en sus ojos. El mismo resplandor inocente que me había atraído en
un principio.

—Buenos días. Espero que te guste el queso en tus huevos. —Se enfrentó a
la pileta y pasó el sartén bajo el agua. Sus caderas se balanceaban como
si se estuviera moviendo a un ritmo que solo ella podía oír.

—¿A quién no le gusta el queso en sus huevos?

—Mi mamá, por ejemplo —dijo ella, y la forma en que su voz se suavizó me
preocupó.

—¿Alguna vez me vas a decir cómo está tu mamá? ¿Es grave?

La espalda de Kat se tensó. Giró la llave del agua y metió la cacerola en el


escurridor. Vi sus hombros elevarse con el aliento que tomó, luego se volvió
hacia mí.

—Te veré en el auto cuando hayas terminado.

—¿A dónde vamos? —pregunté.


—Tienes una cita con el médico.

—En tres horas.

Kat se detuvo y se volvió hacia mí, pero no me miró a los ojos.

—También tenemos que levantar tus medicamentos y obtener más gasas


como deberíamos haber hecho ayer.

Agarró su bolso y salió por la puerta.

Me tomé mi tiempo para comer, esperando que Kat volviera. Nunca lo hizo.
Lavé los platos, los sequé y me tomé más tiempo de lo necesario para llegar
al auto.

Kat se sentaba en el asiento del conductor, y la tensión que se había


apoderado de su rostro anteriormente se había ido. Tenía un libro de
búsqueda de palabras en una mano y una pluma en la otra. Una sonrisa se
formó, y rápidamente llevó la pluma al papel. Levantó la vista y nuestros ojos
se encontraron por un breve segundo antes de que se inclinara y metiera el
libro en la guantera.

Abrí la puerta y fui a sentarme cuando noté un sobre. Me agaché y lo recogí.


Antes de que pudiera decir algo, los ojos de Kat se agrandaron y lo arrancó
de mi mano, metiéndolo en el bolso. Pero no antes de ver la dirección de
retorno.

¿A quién conocía en la cárcel del condado de Springfield?

Manejó en silencio todo el camino a la farmacia. Cada vez que trataba de


entablar conversación, subía el volumen de la radio. La dejaría evitar la
pregunta de su madre por ahora. Le daría el tiempo suficiente para salir del
lugar oscuro al que ella se retiró. A pesar de que no tenía idea de qué era lo
que la hacía no querer hablar, lo entendía. Porque cada vez que Liz o su
novio, Zach, me preguntaban sobre mis aleatorias distracciones, mentía. No
podía hablar de eso. Era mi carga. No de ellos. No podía hacerles eso.

Pero quería quitar esa tristeza, ese dolor, de Kat. Ella no necesitaba vivir con
eso en su interior. Devorando todo lo que era bueno. Quería ser la persona
en quien podía confiar. Porque en otro tiempo, yo era esa persona.
Mirarla era como recibir un millar de golpes en mi pecho. La jodí. Ni siquiera
la presenté a mi familia. A nadie. Los únicos que sabían acerca de nosotros…
éramos nosotros. ¿Por qué hice eso? En ese entonces era tan hermosa y
buena, y yo era un tonto que debería haberle mostrado el mundo en lugar
de solo la parte trasera de mi camioneta.

Lo cual es la razón de que cuando Liz estuvo pasando un infierno por su


ruptura con Zach, ella no creía que entendiera. Poco sabía ella, entendía
demasiado bien. Un corazón roto no es algo que se olvida fácilmente. No es
algo que simplemente puedes recoger y seguir adelante. Aparentaba ser
valiente, fingiendo que todo estaba bien. Tenía que hacerlo. ¿Qué otra
opción tenía? Nadie sabía acerca de eso. Sobre nosotros. Una parte de mí
quería que siguiera siendo así. Lo hacía un poco más especial. Como si
guardáramos un secreto del resto del mundo. Solo nosotros lo sabíamos.

Tal vez por eso nunca me dijo que me quedara. ¿Por qué quedarse con
alguien que no quería que el mundo supiera que la amaba? Maldita sea.
Era un idiota.

Detuvo el auto en un lugar y dio la vuelta hacia mi puerta. Debería haber


sido quien abría la puerta, pero ni siquiera podía salir del auto sin su ayuda.

—Lo siento —le dije mientras cerraba la puerta detrás de mí.

—No me importa. Me pagan para hacerlo de todos modos. —Comenzó a


dirigirse hacia la entrada, y extendí la mano y tiré de su codo hacia mí.
Suaves rizos giraron mientras me enfrentaba.

Dejó de respirar. Acepté la satisfacción de saber que mi cercanía la


afectaba.

—Eso no es lo que quise decir —le dije. La piel en el puente de su nariz se


arrugó con confusión. Resistiendo el impulso de tocar ese punto, acaricié mi
pulgar en su muñeca en círculos—. Siento que hayas conocido a mi
hermana ayer.

—¿Por qué lamentarías eso? —Kat sonrió—. Es una dulzura, y por alguna
razón, te ama. Sin embargo, se refirió a ti como el “niño de oro”.

Me froté mi frente y luego solté la mano para sostener su otra muñeca.


—Lo que quiero decir es que deberías haberla conocido dos años atrás.
Deberías haber conocido a toda mi familia. Lamento haberte escondido.

Su cabello cayó, cubriendo su rostro, y supe que lo hizo para que no viera su
reacción. Controlé mi deseo de alejarlo, asustado de que si lo hiciera, no
sería suficiente. Desde que entró por mi puerta, había estado tratando con
una constante erección. Ya era bastante malo cuando la agarraba por el
codo y las muñecas. Debería haber tenido etiquetas de advertencia para
una piel tan suave.

Finalmente, después de lo que parecieron horas, levantó la cabeza,


metiendo su cabello detrás de sus pequeñas y lindas orejas.

—Como dije el otro día, es el pasado. Que se quede allí.

Parecía tan injusto. Que al pasado le estuviera permitido quedarse allí


cuando yo no podía volver. Pero, ¿por qué nosotros no podíamos tener lo
que tuvimos una vez? Simplemente tenía que empezar de cero. Mostrarle
todas las razones por las que una vez me amó.

—Tienes razón. No tiene sentido revivirlo. Así que conseguiré las medicinas,
conseguirás las vendas. ¿Nos vemos en la registradora?

Ajustó su bolso en su hombro.

—Suena como un plan.

Entramos en la tienda y nuestros caminos se separaron. Atravesé el pasillo


de maquillaje y me dirigí directo a la farmacia en la parte posterior.

Mi teléfono sonó en mi bolsillo y lo saqué.

Eli:

Amigo, me estoy preocupando. Llámame.

Lo cerré y lo metí de nuevo en el bolsillo.

Me acerqué al mostrador. Una señora con una muy fea peluca y demasiado
maquillaje me miró.

—Estoy aquí para recoger una receta. Josh Wagner.


—Oh, usted fue víctima del tiroteo —dijo sin reservas, como si fuera normal
soltar algo así. Apuesto a que no estaría muy feliz si me acercara y le dijera:
“Oh, usted debe ser la dama con la peluca fea”.

—Ese sería yo —le dije. Me estaba acostumbrando a eso. Era un espectáculo


después del tiroteo. Era como una celebridad local. Era extraño que Kat no
tuviera ni idea. La chica necesita un televisor.

Siempre le gustaba repetir “Salvados por la Campana” y “Dawson’s Creek”.


Hablaba de los personajes como si fueran personas reales, y aunque no me
importaba el triángulo Joey, Dawson y Pacey, la escuchaba de todos
modos porque la hacía feliz.

—Lamento mucho que tuvieras que pasar por eso. Es genial verte bien.

—Aprecio eso —dije con una inclinación de cabeza.

—Déjame traer tu descripción. Vuelvo enseguida. —La mujer se tambaleó,


y miré a mi izquierda solo para encontrarme un santuario de preservativos.
Era como una insta-cachetada. El recuerdo me golpeó. Había comprado
condones antes de encontrarme con Kat en el claro.

Fue la primera vez que tuvimos sexo. Llámame engreído, pero tenía la
sensación de que esa noche era la noche. Tenía razón. Recordé cada
detalle, hasta el tanga de encaje blanco y sujetador a juego que tenía
debajo de su vestido rosa claro.

—Tienes que estar bromeando. ¿Josh? —Me volví rápidamente ante la voz
y golpeé una caja de condones en el suelo. De todas las personas para
encontrarme en mi primera salida real. Y cuando estaba con Kat, para
menos.

Fui a recoger la caja torpemente, pero Kim se me adelantó.

—Umm… K-Kim. Hola —tartamudeé. Genial. Bien jugado.

—Es tan bueno verte. Después de enterarme de lo que pasó, estaba tan
preocupada. Quería llamarte, pero no tenía tu nuevo número.

Estoy seguro de que lo tenía. Kim simplemente no llamaba para ver cómo
se encontraban las personas. Solo llamaba cuando necesitaba algo o tenía
un motivo oculto. Solo me tomó una semana de salir con ella para entender
eso. Me quería utilizar a mí y mi beca de béisbol como una escapada de
este lugar. Aunque, en ese momento, el sexo era bueno, así que la dejé
quedarse. Pero entonces descubrí lo que era tener sexo con Kat, alguien a
quien realmente amaba. Nada se comparaba a eso.

Kim me entregó la caja de condones.

—Ya que estás buscando condones, supongo que todas las piezas correctas
todavía están funcionando. —Sus ojos excesivamente maquillados miraron
hacia mi entrepierna y luego de regreso. Sonrió en su manera sexy, pero no
tenía el mismo efecto en mí que una vez tuvo.

Normalmente tendría una respuesta afable, pero mis ojos se posaron en Kat
a través del pasillo y el pánico se apoderó de mí. Casi dejé caer la caja y la
puse de nuevo en el estante cuando la mujer detrás del mostrador se
acercó.

—Aquí está. —La mujer levantó mi receta. Colocó el precio y pagué.

»Cuida de ti —dijo la mujer, y le ofrecí una sonrisa.

Necesitaba volver a Kat, pero tan pronto como me moví Kim se paró frente
a mí.

—Fue bueno verte. Todavía estoy en casa. Universidad comunitaria y todo


eso. Debemos reunirnos mientras estás cerca. —Metió la mano en mi bolsillo
y sacó mi celular.

Sus largas uñas rojas hicieron clic en mi teléfono mientras escribía su número
en mis contactos. Nota mental: eliminarlo. Lo antes posible.

Deslizó mi teléfono en mi bolsillo y se demoró un poco. Luego se puso de


puntillas y besó mi mejilla.

—Hasta pronto, precioso. —Me guiñó un ojo oscuro y se alejó


pavoneándose. La chica tenía un buen culo. No podía negar eso.

Mierda. ¿Por qué estaba mirando su culo cuando el único culo que me
importaba se había alejado hace un momento?

Encontré a Kat en la parte frontal en la caja registradora. Tenía una cesta y


mucho más que las vendas que vinimos a comprar.
—Veo que Kim está tan zorra como siempre —dijo, sin siquiera intentar
disimular el odio en su tono. Se encogió—. Lo siento, eso fue cruel. Es bueno
que todavía sean amigos.

—No lo somos. Es la primera vez que la he visto desde… —Hice una pausa
antes de callarme. La última vez que vi a Kim fue un gran error—. Desde el
último año de secundaria.

—Oh. —El silencio se extendió entre nosotros, y deseé que la línea se moviera
más rápido. La última cosa que necesitaba era toparme con Kim de nuevo
mientras estaba de pie con Kat.

—¿Qué es todo esto? —pregunté, con la esperanza de romper el silencio.

—Espero que no te importe. Tuve que recoger un par de cosas.

—No me importa. —La curiosidad me recorrió, y miré hacia abajo a su cesta.


Gel de baño, maquillaje, probablemente para cubrir la ligera capa de
pecas en su nariz, toallas de papel, un libro de búsqueda de palabras, estoy
seguro de que ya tenía uno en su bolso, y una cena precocinada. Metí la
mano en la canasta y lo saqué.

—¿Qué estás haciendo? —Estiró la mano, pero a pesar de que estaba en


muletas todavía era más alto que ella—. Devuélvelo —exigió.

—No comerás eso.

—¿Y por qué no?

—En primer lugar, esta mierda es peor que las cosas con las que trataron de
alimentarme en el hospital. En segundo lugar, no hay un gramo de nutrientes
saludables en esto.

Colocó las manos en sus curvas.

—En primer lugar, es barato. En segundo lugar, esto viene del tipo que
pensaba que sumergir sus papas fritas con queso en salsa de tomate era
saludable.

—¿Qué? El ketchup está hecho de tomates. Los tomates son saludables.

Abrió los labios y entornó los ojos. Arqueé una ceja y me respondió poniendo
los ojos en blanco.
—Voy a tener que comer también. ¿Por qué no lo hacemos después de mi
cita?

Kat levantó una mano hacia su sien y respiró hondo.

—No puedo. —Hizo un puño en su pelo de nuevo, tirando con fuerza—. No


puedo permitírmelo.

El dinero siempre había sido un problema para Kat. Me preguntaba si


todavía trabajaba para ayudar a pagar las cuentas. Cuando su mamá
empezó los tratamientos, no podía trabajar, y su padre murió años atrás, por
lo que dependía de Kat.

—Por suerte para ti, soy chapado a la antigua y nunca dejaría que pagues.

Su cuerpo se puso rígido, sus manos apretaron la cesta.

—No quiero que me compres la cena.

—¿Por qué? No es como si no lo hubiera hecho antes.

Su cabeza se inclinó y dejó escapar un molesto suspiro.

—Eso era diferente.

Me incliné hacia ella hasta que fui engullido por su dulce aroma.

—¿Lo era?

—Sí, lo era.

—¿Por qué?

—Olvídalo. —Se apartó y agarró un libro de búsqueda de palabras de su


bolso. Hizo un espectáculo cambiando a una página libre y deslizando su
pluma desde la cubierta posterior.

Puse mi mano en su hombro y me agaché a su oído.

—¿Por qué?

Sus hombros se tensaron.

—No estamos juntos —escupió y se alejó.


—Nunca dije que lo estuviéramos. Tengo hambre. Tienes hambre. No veo un
problema aquí.

Su brazo cayó y golpeó el libro contra su muslo.

—No estoy vestida.

—¿En serio? Porque si estuvieras desnuda, estoy seguro de que me habría


dado cuenta.

Puso sus ojos en blando de nuevo.

—No estoy vestida para salir. Me veo como un desastre.

Me coloqué delante de ella, inclinándome hacia adelante en mi muleta


para poder poner mi dedo debajo de su barbilla.

—Estás preciosa.

La comisura de sus labios se levantó, y pude verla tratando de luchar contra


la sonrisa. Dejó escapar una bocanada de aire.

—Está bien.

—¿Fue tan difícil? —pregunté, levantando una ceja y mirándola con una
sonrisa estúpida.

Una risa molesta escapó de sus labios, y negó con la cabeza, chupando su
labio inferior.

—Dilo. Vamos. Necesito escucharte diciéndolo.

—Extremadamente —dijo con una sonrisa.


Capítulo 5 Traducido por Azuloni

Corregido por veroonoel

F
ui un idiota por creer que conseguiría que Kat me hablara durante la
cena en Felice’s. Cada vez que intentaba desviar la conversación
hacia ella y los dos últimos años, se cerraba. Odiaba que ya no pudiese
hablar conmigo. Solía ser su vía de escape. La única persona a la que le
confiaba todo.

Sin embargo, mientras me llevaba el último trozo de carne a la boca, no


pude conseguir que me hablara de otra cosa que no fuera el clima y la
comida.

—¿Has estado en más conciertos? —le pregunté.

Kat pasó la mano de arriba a abajo por su brazo y luego tomó su tenedor y
apuñaló su comida.

—Este pollo está realmente bueno —dijo por quinta vez.

La chica era imposible.

—Tomaré eso como un no. ¿Sigues en la universidad? —le pregunté, con la


esperanza de que llegaría a un tema del que estaría dispuesta a compartir
conmigo para poner fin a mi sufrimiento, y traer de vuelta a mi Kat.

Ni un solo rasgo de su rostro se movió. Estaba empezando a pensar que tenía


un segundo empleo como jugadora de póker de clase mundial.

—Hay una especia aquí. —Señaló el pollo con el cuchillo—. Simplemente no


puedo precisar cuál.

Mis ojos viajaron por las líneas de su mandíbula hasta la curva de su cuello,
demorándome en su cicatriz.

—¿Qué le pasó a tu cuello?


Su mano voló al lugar justo por encima de su hombro. Por un segundo, se
quedó inmóvil, pero se recuperó rápidamente, tomando un sorbo de su
bebida para después de comer otro pedazo de pollo.

Nada funcionaba. Tuve que pensar en la única cosa respecto a la que


siempre tenía algo que decir. Entonces me di cuenta.

—¿Cómo está tu mamá?

—¿Quieres probarlo? Está…

—Muy bueno. Lo sé —espeté, y Kat se echó hacia atrás en su silla, su tenedor


flotando justo por encima del plato. Se quedó mirando el puré de patatas
como si desease poder sumergirse en él y desaparecer.

Me di por vencido. Si no estaba interesada en hablar conmigo, entonces yo


no estaba interesado en conseguir que se abriera.

La camarera nos dejó la cuenta sobre la mesa, y dejé treinta dólares y


agarré mis muletas.

—¿Lista? —pregunté, pero no esperé a que respondiera. Me alejé cojeando,


sin siquiera mirar hacia atrás para ver si me estaba siguiendo.

Esperé junto al auto. Si no estuviera en las estúpidas muletas habría


caminado a casa. Diablos, hubiera corrido a casa.

La chica era buena en esquivar preguntas. Balbuceando sobre su comida y


el clima, maneras tontas de escapar de cada pregunta que le lancé. Dios,
era igual de exasperante que hermosa.

Si tan solo me dejara entrar. Hablara conmigo. Sabía que sería capaz de
hacerla cambiar de opinión acerca de nosotros. Pero, ¿cómo haces que
una persona se abra cuando no quiere hacerlo?

Escuché sus pasos y decidí que era hora de dejarlo pasar. Era mi ayudante
y nada más. Tres días con ella y había dejado que la línea se volviera
borrosa. Pero ella no estaba preparada o dispuesta a darnos otra
oportunidad, sin importar lo mucho que la quería.

El pasado había sido genial, pero como ella dijo, eso es todo lo que era: el
pasado. Ya era hora de dejarlo allí. Seguir adelante. Claramente, ella lo
había hecho. Metí la mano en mi bolsillo y saqué mi celular.
—¿A quién llamas? —preguntó justo cuando estaba a punto de golpear el
botón de llamada.

—Al novio de mi hermana. Haré que me recoja. Puedes irte a casa. —Sus
labios se entreabrieron, y su rostro se convirtió en piedra.

Pensarías que me había arrastrado y sacado el aire fuera de ella. No me


importaba. Había terminado de fingir de que no me daba cuenta cada vez
que ella cambiaba de tema. Además, fue ella quien puso fin a las cosas.
Entonces, ¿por qué estaba tan empeñado en llenar los espacios vacíos que
crearon los dos últimos años?

—Y habla con tu gerente, ve si puedes cambiarte. Odio verte todos los días
cuando es obvio que quieres estar en cualquier otro lugar.

Esperaba que se subiera a su auto y se alejara, y nunca mirara hacia atrás.


Así que cuando metió su mano en su cabello y dio un paso hacia mí, casi
me desplomé del asombro.

—No es que yo no quiera hablar contigo.

Así que se había dado cuenta por qué estaba tan enfadado. No es que
estuviera sorprendido. Siempre había sido una chica inteligente. Había
tenido un pasaje directo a Columbia, pero renunció para permanecer con
su madre durante sus tratamientos.

—¿Entonces por qué no lo haces?

Sus ojos se humedecieron.

—Porque duele… tanto. —Una lágrima rodó por su mejilla, y estuve


enfadado por ser tan egoísta de pensar que era por mí. Se atragantó con
sus palabras y rompió en sollozos.

¡Mierda! Me moví tan rápido como pude con las malditas muletas. Me
acerqué a ella y la atraje a mi pecho. Su cuerpo se estremecía con cada
sollozo que escapaba de su boca. La apreté con fuerza, deseando poder
quitarle su dolor.

—Está bien —susurré contra su cabello—. Está bien.

Después de que los sollozos se calmaran, se apartó y se secó los ojos.


—Tres meses después de que te fuiste, el cáncer de mama se propagó a su
cerebro. Murió seis días después.

Descansé mis axilas en las muletas y puse mis manos a cada lado de su cara,
rozando las lágrimas con mis pulgares.

—Lo siento mucho. No lo sabía.

Me miró y trató de forzar una sonrisa, pero su rostro se derrumbó mientras


hablaba.

—Está bien.

—Entonces, ¿qué pasó? ¿Contigo? ¿Con tu hermano?

Respiró hondo.

—Cuando mamá se enfermó, me matriculé en Farmingdale State,


pensando que podría ir a clases nocturnas mientras ella estaba durmiendo.
Y lo hice. Pero cuando murió, simplemente no funcionó. Tenía dieciocho
años, Justin tenía dieciséis. ¿Qué se suponía que hiciera? Lo dejé y pasé de
ser una hermana a una madre. Conseguí este trabajo y he estado
trabajando para pagar las cuentas desde entonces. Era más fácil cuando
Justin estaba cerca. Tenía a alguien. Pero se fue a la universidad en la última
semana de agosto. Debido a nuestra situación, consiguió becas y ayuda
financiera. Casi todo está cubierto. Ahora… ahora estoy sola. Mi trabajo y la
casa son todo lo que tengo.

No sabía qué decir. No sabía qué hacer. Una vez me dijo que había tres
personas a las que amaba. Su madre, su hermano, y yo. En tres meses perdió
a dos de ellos. Me odiaba a mí mismo por alejarme tan fácilmente, dejando
la pelota en su guante. Debería haber luchado más por ella. Si solo hubiera
hecho otra llamada telefónica. Pasado por su casa una vez más. Mostrado
lo mucho que quería hacer que funcionara.

—Ojalá hubiera estado allí para ti.

Sacudió su cabeza.

—No. Está bien. Estabas exactamente donde necesitabas estar.

—¿Lo estaba? Porque el primer año todo en lo que pensé fuiste tú. Admito
que con el tiempo tuve la oportunidad de dejarte ir, pero todavía aparecías
en mi mente. Quería llamarte. Ver cómo estabas y qué estabas haciendo.
Ahora desearía haberlo hecho.

—Es mejor que no lo hicieras. Me convertí en madre de la noche a la


mañana y tuve que ser la roca. Justin tenía que apoyarse en mí y yo tenía
que ser fuerte para él.

—Podrías haber sido fuerte para él incluso si te hubieses estado apoyando


en otra persona.

—No, no podía. Si me dejaba caer, nunca hubiera sido capaz de


levantarme de nuevo.

—Te habría ayudado.

Bajó los brazos y dio un paso atrás.

—Lo sé —susurró.

Cerré la brecha que ella creó.

—Entonces, ¿por qué no me llamaste?

Se pasó los dedos por el cabello. La emoción oscureció sus ojos.

—Tenía miedo.

—¿De qué?

—De escuchar tu voz. Siempre supe que era lo único que me desharía. Fui
capaz de mantenerme entera, pero sabía que si te veía y me preguntabas
qué me pasaba, me desmoronaría. Tenía miedo de desmoronarme y no
tenerte allí para levantar las piezas.

»Confié mucho en ti durante ese verano, y cuando te fuiste, tuve que


aprender a hacerlo por mi cuenta. No lloré. En el hospital. En el funeral.
Cuando nos cortaron la electricidad porque no podía permitirme el lujo de
pagarla. No lloré. No había llorado en dos años… entonces te vi el otro día,
y esa barrera que construí se vino abajo. —Las lágrimas corrían por sus
mejillas, pero no se detuvo—. Me controlé hasta que llegué a casa, y luego
no aguanté. Lloré suficiente para compensar por los últimos dos años. Tus
preguntas… No podía manejarlas. No quería llorar delante de ti.
Sostuve mi mano hacia ella.

—Ven aquí.

Bajó la mirada hacia la mano, luego de vuelta hacia mí.

—No quiero llorar —dijo.

—Odio hacerte daño. —Cojeé hacia ella y puse mis manos a cada lado de
sus mejillas, pasando mis pulgares bajo sus ojos—. Pero creo que es un poco
demasiado tarde para eso. —Las comisuras de sus labios se alzaron y toqué
el lugar—. ¿Fue eso una sonrisa?

—Quizás.

Envolví mis brazos alrededor de ella y la besé en la parte superior de la


cabeza. Calidez corrió a través de mis labios a todo mi cuerpo. Tantas
noches la había sostenido así. Tantas noches me había necesitado para
consolarla, para decirle que todo estaría bien. Me di cuenta de que todavía
lo hacía. Pero esta vez yo también la necesitaba. Más de lo que ella nunca
sabría.

Me miró, y me perdí en las profundidades azules de sus ojos. Incluso con


lágrimas manchando sus mejillas, nunca había lucido más hermosa.

Estaba aprovechando una oportunidad, pero tenía que hacerlo. La razón


por la que la perdí fue porque no tomé la oportunidad. Jugué a lo seguro, y
era el error más grande que cometí. Me dije a mí mismo que si alguna vez
tenía una nueva oportunidad con Kat, lo daría todo. Nada me detendría.
Era mi oportunidad. En la que pensé tantas noches, cuando una chica tras
otra me enviaba a casa decepcionado por su incapacidad de hacerme
sentir una pizca de lo que sentía con Kat.

Me incliné y presioné mis labios en los de ella. Su cuerpo se puso rígido, pero
no me golpeó, así que lo tomé como una buena señal. Al principio no me
moví, temiendo que si lo hacía, saltaría lejos. Pero la codicia se apoderó, y
moví mis labios, instándola a hacer su parte, deslizando mi lengua a través
de la línea que me mantenía lejos de lo que quería tan desesperadamente.

Se derritió en mis brazos, separando sus labios, deslizando su lengua en mi


boca, y arruinando a cualquier otra chica para mí. En realidad, ya lo había
hecho. No me había dado cuenta hasta que apareció en mi puerta, pero
había una razón por la que nunca había querido una relación con ninguna
de las chicas con las que había salido. La razón era que besarlas era tan
emocionante como ver una carrera de caracoles. Era sencillo.

No eran Kat.

Sus manos pasaron por mi pelo, y la necesitaba de la peor manera. Me moví,


queriéndola contra el auto. No importaba que mis muletas estuviesen en el
camino. Todo en lo que mi mente podía centrarse era en Kat.

Apoyé su espalda en la puerta del lado del conductor y presioné mi cuerpo


contra el suyo. Su cuerpo se puso rígido, así que pasé mis dedos por su mejilla
para calmar sus nervios. Contuvo el aliento fuertemente y luego levantó sus
labios hacia los míos.

Una fuerte explosión sonó detrás de nosotros. Separé mi boca de la de Kat


y me lancé al suelo. Mi corazón se aceleró. Traté desesperadamente de
introducir aire a mis pulmones, pero cada respiración era irregular y por
mucho que jadeaba, no podía respirar.

Cerré los ojos y como un proyector, aparecieron visiones de ese día en el


pasillo. Una tras otra.

Cuerpo tras cuerpo cayeron al suelo. Sangre salpicó a través de las paredes,
goteando en la pintura blanca del suelo.

Gente corriendo. Gritando. Todo el mundo estaba gritando.

No sabía qué era peor. Los gritos o el sonido de los disparos. Podría correr,
pero el pistolero estaba en la puerta y nadie había logrado salir con vida
aún. Agarré el brazo de Nia y tiré de ella hacia la puerta.

Más gritos. Más disparos. Más sangre. Y yo estaba atrapado.

—¡Josh! —gritó Kat y cayó a mi lado—. ¿Qué pasa? ¿Es tu pierna?

Sudor goteó en mi ojo, y cuando puso su mano en mi brazo, tomé la


oportunidad para recuperar el aliento.

—Lo siento —murmuré.

Sus ojos azules, todavía rojos de tanto llorar, se llenaron de preocupación.


—¿Qué fue eso?

—Nada. —No necesitaba saberlo. Tenía suficiente en su plato. Lo suficiente


con lo que lidiar sin tomar parte en mi locura.

Me tomó la cara entre sus manos. El simple gesto disminuyó mi ritmo


cardíaco.

—No fue nada. No me mientas. Acabo de vomitar todos mis problemas


contigo. Ni siquiera pienses en mentirme.

No sabía cómo poner en palabras con lo que estaba tratando. No era algo
que venía con un manual. Estaba por mi cuenta. Pero si alguien sabía de
estar por su cuenta, era Kat. Dos años atrás habría hecho cualquier cosa por
ella, y en ese momento, tirado contra su coche, con el sudor ácido
quemando mi ojo, supe que eso no había cambiado.

Así que sin entrar en demasiados detalles, puse en palabras lo que no había
podido hacer hasta ese momento.

—Los ruidos fuertes me asustan. Mi cerebro piensa que son disparos. Era la
jodida puerta de un auto, por Dios. Pero mi mente no lo registra de esa
manera. Ya casi no salgo de casa.

Kat pasó los dedos por mi cabello.

—¿Por qué no me lo dijiste? No teníamos que salir de casa.

Tomé su mano, tirándola hacia abajo para ponerla en mi mejilla.

—Porque cuando estoy contigo las visiones se van.

—¿Qué visiones?

Me mordí la mejilla, dándome cuenta de que había dicho demasiado. Pero


sin ser capaz de dar marcha atrás, le dije la verdad.

—Cuando me encontraste en el suelo de mi habitación, fue porque estaba


teniendo una pesadilla, pero en realidad no era una pesadilla porque lo viví.
No las llamo pesadillas porque ocurren cuando no estoy durmiendo. Un
minuto estoy bien, al siguiente estoy lejos, reviviendo ese día.

Su pulgar acarició la piel a lo largo de mi mandíbula.


—¿Has pensado en ver a alguien? ¿Un psiquiatra?

—¿Cómo es posible que puedan entender por lo que estoy pasando?

—Están entrenados. Van a la universidad y aprenden a lidiar con todo tipo


de cosas.

—Un libro de texto no puede arreglarme. A menos que estuvieses allí, no lo


entenderías —dije, mi tono mucho más duro de lo que quería. Kat se apartó
de mí, con los ojos muy abiertos con… miedo. Maldita sea, la había
asustado.

Era un idiota. No había otra manera de decirlo. Kat estaba tratando de


ayudarme y le hablé mal. No me hubiera sorprendido si levantaba y me
dejara allí. En cambio, eliminó el espacio que había creado entre nosotros.
Tomó mis manos entre las suyas y me miró a los ojos.

—Hazme entender.

Si tan solo fuera así de fácil.

—No te haría eso.

Pasó sus dedos por mi cara y relajé mi mejilla contra su mano.

—Así de mal, ¿eh?

Sangre. Sangre por todas partes. Rodeado de cuerpos sin vida, sabiendo
que no había nada que pudiera hacer para traerlos de vuelta. Mirando al
mal a los ojos.

—No tienes ni idea.

—No la tengo. —Kat me acarició el pelo y luego puso su mano en mi barbilla,


instándome a mirarla—. Pero cuando estés listo para hablar con alguien
acerca de eso, estoy aquí.

Mi labio tembló de emoción.

—¿Eso significa que vas a quedarte?

—Si quieres que lo haga.

Tiré de su cara a la mía y cepillé mis labios contra los suyos.


—Por supuesto que sí —dije contra su boca—. Por supuesto que sí.
Capítulo 6 Traducido por veroonoel y Salilakab

Corregido por veroonoel

M
ike, mi fisioterapeuta, estaba de pie al otro extremo de las barras
con sus brazos cruzados. Esperaba que caminara. Bueno, tenía
noticias para él. Eso no iba a suceder. Especialmente ya que él no
quería que me agarrara de las barras. Solo que las usara si realmente las
“necesitaba”.

Si quería que llegara al otro extremo, entonces necesitaba traer su culo


hasta aquí y llevarme.

—Vamos, Josh. Tienes esto —gritó.

¿Lo tenía? Cada vez que ponía mi peso sobre mi pierna, el dolor hacía que
quisiera caerme al suelo y gritar. Aunque no parecía como si fuera a
renunciar. Por supuesto, él no era la persona con un agujero de bala en su
muslo.

¿Dónde diablos puso mis muletas? Recorrí la habitación con los ojos y las vi
contra la pared más cercana de donde él se encontraba. Maldición.

—Tan solo un paso a la vez —dijo Mike, y lo ignoré.

Tomé su ejemplo y me crucé de brazos y luego sacudí mi cabeza. No iba a


suceder, amigo. Me quedaría allí de pie todo el día si tenía que hacerlo.

Mike dejó caer sus brazos en derrota y se apresuró hacia mí.

—La única manera en que vas a mejorar es si comienzas a caminar.

Me encogí de hombros.

—¿Puedo tener mis muletas ahora?

—¿Ni siquiera lo vas a intentar?

Sacudí mi cabeza de nuevo.


—No puedo decir que no estoy decepcionado.

—Hasta que no te disparen, no me importa realmente lo que tengas para


decir.

La cabeza de Mike hizo un movimiento brusco hacia atrás, y al instante me


sentí mal por ser tan idiota. Pero estaba frustrado y enojado, y aunque sabía
que no debería descargarme con él, no podía evitarlo.

Mike recuperó mis muletas y me las trajo de vuelta.

—Necesitas darte un poco más de crédito. Puedes hacer esto.

—Sí, claro —dije, tomando mis muletas de sus manos.

Las metí debajo de mis brazos justo cuando Liz entraba. Después de hoy, Kat
me traería y me llevaría de la fisioterapia, pero Liz ya había reorganizado sus
horarios para esta cita así que no discutí.

—¿Cómo fue? —preguntó con una enorme sonrisa en su rostro.

—No fue. —Traté de salir con furia, pero las malditas muletas seguían
metiéndose en mi camino, así que hice mi mejor intento y continué directo
a la puerta.

***

Desde lejos, los ojos de un asesino no eran muy diferentes de los de cualquier
otra persona. Nunca serías capaz de decir. Pero de cerca, mirándote hacia
abajo, sosteniendo tu vida en sus manos, puedes ver la interminable
oscuridad. El abismo del mal. Por un breve momento, obtienes un vistazo de
la persona que era antes de transformarse.

Me había enfocado en eso. Suplicando a una mirada vacía, carente de un


alma, esperando alcanzar algún indicio de su humanidad. Con suerte
recordaría la vez que lo ayudé a levantar sus libros del suelo. Aferrándome
a ese hilo de esperanza de que vería mi acto de bondad como restitución.

—¿Vas a comer eso? ¿O simplemente vas a ser hipnotizado por mis


asombrosas habilidades de horneado?

Lancé mis ojos lejos de la dorada galleta de mantequilla con pecanas y la


arrojé en mi boca. Liz apoyó sus codos en la mesada y trató de quemar un
agujero a través de mi rostro con su intensa mirada. Estaba esperando una
reacción. Cualquier cosa para alabarla como la Maestra de la Galleta que
ella creía que era. Y lo era. Pero no había diversión en admitirlo. Era mucho
más entretenido observarla soportando el suspenso.

Mastiqué lentamente, alargando cada movimiento de mi boca.

—Entonces… —Liz lanzó sus manos al aire—. ¿Son increíbles o qué?

Tomando demasiado placer en su impaciencia, mastiqué un poco más,


alzando una ceja para mi mirada de déjame-pensarlo.

La puerta principal se abrió y se cerró y continué masticando. El rostro de Liz


se iluminó, y no necesité voltearme para saber que era Zach y no algún
psicópata robando nuestra casa a la luz del día.

—Oye tú —dijo Zach, rodeando el mostrador para darle un beso a mi


hermana. La mayoría de los hermanos darían la mirada de “Te mataré”,
pero Zach era genial. Lo cual era la razón de que no solamente fuera el
novio de mi hermana, sino uno de mis amigos más cercanos—. Oye, Josh.

Levanté mi puño para un saludo y continué masticando.

Liz hizo puchero con su labio y cruzó sus brazos sobre su pecho.

—Zach, Josh no me dirá cómo están mis galletas.

—Huelen deliciosas. —Zach tomó una y se la metió en su boca—. Síp,


deliciosas como tú. —Se inclinó, serpenteando su mano alrededor de su
cintura, labios flotando malditamente cerca de su cuello… ahí es donde
ponía los límites. Amigo o no, no necesitaba ver eso.

Tragué.

—¡Son geniales! —grité, y la mano de Zach cayó de la cintura de Liz.

—¡Sí! —Liz saltó, echando su mano hacia el aire.

Zach sonrió.

—Solo te estaba provocando. Solo tenías que devolverle el gesto.

Me conocía demasiado bien. Pero eso estaba bien, porque yo también


sabía todo sobre él, y era bueno para mi hermana. Diablos, si no fuera por
él, probablemente Liz todavía estaría sentada en su maldito sofá mirando
los flashes de “Breaking News” en su televisión.

Con mis padres fuera del país en un crucero cuando fui disparado, Liz era
todo lo que yo tenía, pero de acuerdo a Zach, ella estaba básicamente
catatónica cuando él llegó.

Además noqueó al perdedor ex de ella. Qué suerte, porque si él no lo


hubiera hecho, yo sí. Tampoco hubiera estado satisfecho con un solo golpe.
Le debía mucho a Zach. Más de lo que él jamás sabría.

—¿Lista? —le preguntó Zach a Liz.

—Síp. Déjame agarrar mi bolsa. —Despareció en la sala de estar.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Zach con una inclinación de cabeza,


deslizándose en el taburete frente a mí.

—Para recibir un disparo, bastante bien.

—Es bueno oírlo. —Zach pasó una mano por su oscuro cabello y luego se
encogió de hombros—. Liz todavía está preocupada por ti.

—Es lo que ella hace.

Asintió, dejando escapar un suspiro de diversión.

—Si necesitas algo, solo pídelo. Incluso si solo quieres hablar.

Como dije, buen chico. Exactamente la razón por la que nunca le diría
nada. La obsesión era toda mía. No le pasaría esas horribles imágenes a
nadie más.

—¿Listo? —Liz volvió a la habitación con lo que parecía una bolsa de basura
negra de gran tamaño cubierta alrededor de su brazo.

Zach se puso de pie y me dio una última mirada. Un silencioso mensaje


diciéndome que tomara su oferta. En cualquier momento. Sin fecha de
vencimiento.

—Gracias —dije mientras pasaba a mi lado y envolvía su brazo alrededor


del hombro de Liz.

Mi teléfono vibró en mi bolsillo, y lo saqué. Liz se dio vuelta.


—¿Estás bien? ¿Quieres que nos quedemos otro rato? Podemos hacerlo. —
¿Tenía que golpearla en la cabeza para que dejara de preguntar?

Tres nuevos mensajes de voz. Puse el teléfono en altavoz.

—Usted tiene tres nuevos mensajes. Primer mensaje nuevo. Hola, Josh, soy
Erica. Me estaba preguntando cuando volverías al campus. Pasé un rato
realmente bueno contigo y estaba esperando que pudiéramos hacerlo de
nuevo.

»Siguiente mensaje nuevo. Oye, amante. Extraño tu rostro sexy. Llámame. —


¿Esa sonaba como Lily o era Jessica?

»Tercer mensaje nuevo. —Le guiñé a Liz y sonreí mientras Sara entraba en
detalles sobre todas las cosas que quería hacerme.

—Te lo dije. Estoy bien.

—Eres un cerdo.

—Un cerdo sexy —dije.

—Lo entiendo. Estás bien. Nos vamos. —Liz deslizó su mano en la de Zach—.
¡Oh! —dijo Liz, luego se detuvo y me miró de nuevo—. Hice un lote extra de
galletitas para Kat. Asegúrate de que se las lleve.

Kat. Mi hermana ya estaba en una base de apodos con mi… ¿Qué


demonios era ella?

***

—Mmm.

Kat saboreó el bocado que tomó, el sensual sonido que hizo me recordaba
todas nuestras noches juntos. Todo lo que tenía que hacer era besar justo
debajo de su oreja y el sonido se escapaba de ella. Mis ojos aterrizaron en
el punto, toda la piel blanca cremosa rogando por ser tocada.

—Tu hermana es una diosa de las galletas.

—No la animes.

—¿Celoso? —Se metió el resto de la galleta en su perfecta boca, y no pude


evitar la sonrisa que se arrastró cuando se lamió su labio inferior.
»¿Qué? —preguntó, limpiándose el labio como si tuviera una ala de pollo
entera colgada de este.

—Nada. —Tomé su mano, alejándola de su rostro. Sus ojos azules se


agrandaron, y sonreí de nuevo—. Es solo que cada vez que comes algo que
te encanta, te lames el labio inferior. —Extendí mi mano, arrastrando un
dedo por su labio—. Como si no quisieras dejar ni una sola miga.

Su respiración se detuvo.

—¿Lo hago? —susurró, aunque no creo que quisiera hacerlo.

—Siempre lo hiciste durante nuestros almuerzos de patatas fritas y palitos de


pollo. Especialmente cuando decidíamos derrochar en el postre.

Sus mejillas se sonrojaron, arrastrándose por su cuello.

—Nunca me di cuenta que hacía eso. —Frunció el labio, chupándolo con


su boca.

—No te pongas autoconsciente conmigo ahora. Es adorable. —Ella era


adorable. Su cabello oscuro recogido en una banda de goma, nada
bloqueando su rostro excepto por un único mechón que caía libre del resto.
Normalmente hubiera encontrado su bata de Hello Kitty ridícula, pero por
alguna razón no podía evitar sonreír cada vez que esas estúpidas
caricaturas llamaban mi atención.

—Yo… uh… ¿querías intentar caminar?

Ignoré su repentino cambio de tema. Cuando se trataba de Kat, eran pasos


de bebé. Excepto cuando perdía mi paciencia y salía hecho una furia del
restaurante sin ella. Aunque eso funcionaba bastante bien, y me
consideraba afortunado.

Sin embargo, caminar era la última cosa que tenía ganas de intentar.

—No lo creo.

—¿Por qué no? —preguntó, luego inclinó su cabeza para mirarme a los
ojos—. Tu hermana dijo que tu fisioterapeuta no está satisfecho con tu
progreso.

—Mi hermana tiene una gran boca.


—Está preocupada por ti.

—Eso me han dicho. —Si mi hermana me dejara tranquilo, dejara de


entrometerse como si yo fuera una especie de tonto incompetente y me
dejara ir a mi propio ritmo, iría allí. ¿Y qué si me estaba tomando más tiempo
del que mi fisioterapeuta creía que me llevaría? No fue a él a quien le
dispararon.

Kat tocó mi brazo y mi mirada se lanzó a su mano.

—Necesitas dejar de ser tan dependiente de tus muletas.

—Necesitas dejar de cambiar de tema.

—¿Perdón? —Su mano cayó de mi brazo, y aunque quería colocarla de


nuevo allí y atraerla a mi regazo, yo había revertido la situación, y no estaba
dispuesto a dejarlo ir.

—Tan pronto como la conversación se dirige hacia algo de lo que no quieres


hablar, cambias el tema.

Frunció su labio.

—¿Se suponía que debía adularte porque llamaste adorable a mi lamida de


labio? Lamento decepcionarte.

Nunca nadie objetó mis palabras. La mayoría de las personas sí me


adulaban. Kat no. Nunca. Aunque era callada y tímida con el resto, perdía
el temperamento conmigo. Ponía sus ojos en blanco ante mi innegable
encanto. Actuaba como si el hecho de que yo le hablara fuera la cosa más
atroz que había tenido que soportar. Estuve enganchado luego de la
primera vez que puso sus ojos en blanco.

—Para empezar —dije y le di la mirada. Esa que haría derretir a la mayoría


de las chicas, pero solo puso gasolina en su tanque de perra.

—Volviendo a ser un idiota de grado A, por lo que veo.

Le guiñé un ojo e hice el visto bueno de idiota.

—¿Qué puedo decir? Las “pollitas” lo toman.

Su frente se arrugó.
—¿Pollitas? ¿Puedes ser más degradante?

Antes de que pudiera responder, levantó su mano.

—No te preocupes. No respondas eso.

Me puse de pie, me apoyé en mis muletas y me moví hacia ella.

—¿Por qué no? —pregunté, mientras continuaba cerrando el espacio.

Su tanque se drenó, vaporizándose hasta quedar vacío. Mientras toda su


sangre se precipitaba a sus mejillas, la mía se apresuró a otro lugar. Me
encantaba aún ponerla nerviosa.

—Yo… uh… qu… ¿eh?

Pero lo que realmente me encantaba era que aún podía ponerla toda
nerviosa con un solo toque. Arrastré mi dedo por el punto debajo de su oreja.
Los dos años entre nosotros se evaporaban mientras más me acercaba. Al
igual que la primera vez que hice este movimiento, ella contuvo el aliento y
lo dejó escapar lentamente, con los ojos cerrados.

Me moví hasta que mi boca estuvo cerca de su oreja.

—¿Qué fue eso?

Dios, quería besarla. Levantarla sobre el mostrador y hacer todas las cosas
que mi memoria aún me recordaba. Pero quería que ella me besara
primero. Que me demostrara que me necesitaba tanto como yo a ella.

Resistiendo el impulso y colgándome de cada gramo de autocontrol, me


alejé. Sus ojos estaban todavía cerrados, pero cuando sintió que ya no
estaba cerca, se abrieron.

Aguardé. Esperanzado. La línea que ella había trazado había vuelto, y si


alguna vez íbamos a avanzar, ella necesitaba venir a mí.

Su mano se estiró, y mi corazón se paró en seco, pero en vez de agarrarme


a mí, agarró mi muleta y tiró de esta.

—¿Qué demonios estás haciendo? —exigí, tratando de mantener el gruñido


fuera de mi tono.

Puso mi muleta detrás de su espalda.


—Es hora de dejar de poner excusas. Camina.

—No es tan fácil.

—Claro que sí —dijo, demasiado alegre para mi gusto.

La tensión se arrastró por mi frente. Presioné mis dedos en mi piel en un


intento de someterla.

—Vamos —dijo con una sonrisa juguetona. Pero no había nada de divertido
en esto.

¿No lo entendía? No era tan fácil. No podía simplemente caminar. El


músculo estaba rasgado, la carne destruida. Por suerte la bala no alcanzó
mi fémur. Pero aun así. Tomaría más que robar mi muleta.

Extendí mi mano hacia ella.

—Devuélvemela.

—Ven a buscarla.

Sabía que estaba tratando de ayudarme, incluso tenía un tono juguetón en


su voz, pero no podía difuminar la ira hirviendo dentro de mí. Mi pierna
estaba pesada, la buena se sentía débil.

—Esto no es gracioso. No voy a jugar este juego. —Estiré mi mano de


nuevo—. Que. Me. La. Devuelvas. ¡Ahora! —grité. Kat dio un salto hacia
atrás, una expresión de miedo en su rostro, y supe que había ido demasiado
lejos. Era como si no tuviera ningún control.

Sus ojos se agrandaron aún más, pero aparte de eso, mantuvo la


compostura. Pero no necesitaba lágrimas para saber que la había
lastimado.

—Lo siento —dije, pero el daño ya estaba hecho. Ni siguiera hizo contacto
visual conmigo. Una vez que la muleta estuvo en mi mano, salió corriendo a
la cocina.

Salí cojeando tras ella, usando las muletas para impulsarme hacia adelante.
Si pudiera deshacerme de ellas, lo haría. Pero no podía. La verdad era que
no sabía si alguna vez sería capaz de caminar normalmente de nuevo.
Era un lisiado. Nunca más jugaría béisbol o saldría a correr por la mañana.
Estaría maldito con una cojera por el resto de mi vida. A veces deseaba que
la bala hubiera sido fatal. Cualquier cosa hubiera sido mejor que el dolor. La
tortura de las incesantes visiones.

¿En qué estaba pensando, tratando de atraer a Kat a mi miseria? Ya tenía


suficiente de la suya propia para lidiar. Solo porque yo no podía olvidar
cuando estuve con ella no significaba que mereciera estar conmigo. La
verdad era… que se merecía algo mejor. Siempre lo había merecido.

Se merecía a un tipo que presumiría de ella. Que tomaría su mano en la


ciudad. Que le diría a la gente que era suya.

Así que en vez de continuar mi persecución tras ella, volví al sofá y me senté.
Y la dejé ir.

La puerta se cerró de golpe. La habitación dio vueltas. Los colores se


mezclaron. Azules se convirtieron en negro. Marrones se convirtieron en rojo,
y estaba girando en espiral. Mi corazón se aceleró, amenazando con rasgar
un agujero en mi pecho. El sudor se amontonó en mis manos y por mi frente.
Me agarré al sofá, esperando que si estaba muriendo, sucediera ya de una
vez.

Solo acabar de una vez. Ya no más el espectáculo innecesariamente largo.


Siempre y cuando no fuera mi hermana quien me encontrara. Pero mientras
los colores sangraban a negro, me di cuenta que no quería morir.

Liz me dijo que cuando oyó de la balacera se puso a rezar, a pesar de que
nunca lo había hecho antes, porque necesitaba algo a lo que aferrarse.
Con mi mente corriendo, me obligué a centrarme en lo mucho que quería
vivir, rezando por primera vez en mi vida.

No tenía tiempo para orar en los pasillos ese día. Todo pasó muy rápido. Tal
vez si lo hubiera hecho, si hubiera encontrado un solo segundo para mandar
una plegaria silenciosa, las cosas hubieran sido diferentes.

Podría haberla salvado. Cuando Liz me habló de la mujer llorando en la sala


de espera, todo el aire de mis pulmones se escapó. Sin ninguna otra palabra
supe que era la mamá de Nia. Nunca vería a su hija de nuevo. Y era mi
culpa.
No había aire en mis pulmones, y con cada respiración mi cuerpo se
estremecía. La idea de rezar se había ido. No merecía vivir. Me desplacé
lejos de mi cuerpo, flotando en algún lugar fuera de él. Pero aún podía sentir
mi corazón contra mi pecho.

—Mira, lo siento —escuché y luego el golpe de la puerta.

Un disparo rozó el hombro de un chico de mi clase. Fue volado hacia atrás,


cayendo al suelo. La sangre se agrupó a su alrededor. Pude sentir la bilis
tratando de subir por mi garganta. La empujé hacia abajo, necesitaba
sobrevivir.

Nía se escondió conmigo en la puerta, pero el asesino nos vio. Me presioné


frente a ella con la esperanza de salvarla. Ser a quien el asesino viera primer.
Pero… Pero…

—¡Josh! —Mi nombre irrumpió a través de la niebla en mi cabeza. Unas


manos suaves sostuvieron mi rostro—. ¡Josh despierta! —El miedo en la voz
de Kat me trajo de vuelta.

Inspiré aire, llenando mis pulmones.

—Respira, solo respira. Estoy aquí.

Tomé respiraciones lentas y calmadas, dejando que pasaran a través de


cada centímetro de mí, dejando que la esencia de algodón dulce de Kat
me consumiera. Mi agarre al cojín disminuyó.

Sus pulgares hicieron movimientos lentos en mis mejillas.

—Así es, regresa a mí.

Apreté mis manos a las de ella, que todavía estaban apoyadas en mi rostro,
entrelazando nuestros dedos. Miré sus ojos azules familiares. Un atisbo de
temor aún persistía en su mirada. Odiaba haberle hecho eso a ella.

—Fue un ataque de pánico —dijo—. También los tengo.

Invadido por la emoción, solo con ganas de saborear el hecho de que no


estaba muerto, la tiré entre mis brazos. Ella entrelazó sus manos alrededor de
mi cuello, pero no fue suficiente. Necesitaba más. Necesitaba su calor
presionando contra mí. Me incliné hacia adelante en su abrazo y la arrastré
de sus pies, poniéndola en mi pierna buena. Sus piernas cayeron entre las
mías con sus brazos apretados alrededor de mi cuello.

—Me asustaste —susurró, caliente contra mi oído.

—Yo también me asusté. Lo siento.

Se echó hacia atrás pasando una mano por mi cabello.

—No lo sientas. Pero tal vez es tiempo de que veas a alguien, solo para
hablar. Necesitas hablar.

Hablar me asustaba más. Pero sus manos frías en mi cuello, las curvas de su
cuerpo contra mí, su esencia, Kat… eso no me asustaba en absoluto.

—Todo lo que necesito es a ti.

Tan egoísta como era al aferrarme a ella, no podía dejarla ir. En ese
momento realmente creía en mis palabras. Pero mis problemas eran más
grandes que nosotros. Simplemente no lo sabía aún.

Estaba felizmente ignorante de que sí, salí con vida… pero una parte de mí
murió en ese pasillo. Si no encontraba la forma de devolverle la vida, el
tirador ganaría y yo… estaría perdido en una nube de miedo y
arrepentimiento.
Capítulo 7 Traducido por HeythereDelilah1007

Corregido por veroonoel

A
l despertar encontré cuatro mensajes más en mi celular y otro
mensaje de texto de parte de Eli. Dos de los mensajes eran de
clientes, uno era del entrenador, y el otro era de alguna chica
llamada Rebecca a la que supuestamente conocí en una fiesta y a la que
nunca llamé, incluso aunque lo prometí. No tenía idea de quién era.

Abrí el primer mensaje de texto.

Eli: Un jodidamente “sigo vivo” sería agradable.

La culpa se esparció en mi interior, pero la ignoré, junto con el mensaje. Giré


mi cabeza hacia el reloj despertador de mi mesita de noche. Nueve de la
mañana y todavía nada de Kat. Raro. Me estaba acostumbrando a
despertarme con los sonidos de ella revolviendo la cocina.

Tal vez estaba aquí, solo que no en la cocina. Me estiré y me sobresalté


cuando el dolor se disparó por mi muslo. Las mañanas eran lo peor. No había
ninguna satisfacción en ello.

Me empujé al borde de la cama y agarré mis muletas desde su lugar contra


la pared. No me molesté en ponerme una camiseta. Kat estaba
acostumbrada a verme sin una de todas maneras. Sabía que disfrutaba
secretamente de la vista.

Después de una lucha con las escaleras, logré llegar hasta la cocina, pero
nada de Kat. Tampoco estaba en la sala. No recordaba que ella o mamá
me dijeran que tenía el día libre. Saqué mi teléfono, a punto de llamarla,
cuando la puerta principal se abrió.

Cojeé fuera de la cocina y encontré a Kat dejando su bolsa en el sofá.

—Me estaba preguntando dónde estabas. Temí que tendría que hacer mi
propio desayuno.
Se dio la vuelta, su cabello recogido en un moño desordenado. El rojo
rodeaba sus ojos, y su cara estaba a punto de descomponerse.

—Lamento llegar tarde.

—KitKat, ¿qué sucede? —Me tambaleé hacia adelante y la alcancé,


tomando su mano—. ¿Qué es? —Mi corazón se aceleró ante las horribles
posibilidades que saltaron en mi cabeza.

—Nada. Estoy bien.

Puse mi mano debajo de su barbilla.

—¿En serio? ¿Vas a usar mi propia línea conmigo? Intenta otra vez.

Su labio tembló. Tomó profunda inhalación y cerró brevemente los ojos.


Cuando los volvió a abrir, toda la emoción que antes había ahí desapareció.

—No quiero hablar al respecto. No es la gran cosa, de todas maneras.

—Sin ofender, pero te ves terrible.

Me dio una mirada sucia, y demonios si el infierno se veía como alguna parte
a la que yo estaría feliz de ir.

—Solo voy a seguir molestándote hasta que me lo digas. Sabes lo persistente


que soy.

Kat frotó su cien, sus hombros cayeron y sus ojos se llenaron de derrota.

—Me quitaron el agua. ¿Está bien? Cepillé mis dientes con un vaso de agua
que había dejado en mi mesita de noche la noche anterior. No pude
bañarme. Me quedé hablando por teléfono con los del acueducto. Por eso
llegué tarde. Tuve una mañana de mierda. Por favor no le digas a tu mamá.
Si mi jefe se entera…

—Shh. —Puse mi dedo sobre su labio—. ¿Decirle qué a mi mamá?

—Gracias.

—¿Por qué no subes y usas la ducha?

Sacudió su cabeza.

—No podría.
—¿Te da miedo que me pueda escabullir dentro? —Y hombre, sería
tentador como el infierno. Kat desnuda con jabón espumoso cayendo por
sus curvas parecía salido de una fantasía.

Su labio se levantó en una esquina.

—Eso definitivamente estaría en el tope de mi lista.

—Hay una cerradura en la puerta. Próxima excusa.

—No podría aceptarlo. Además, trabajo para ti. No puedo ir por ahí
simplemente dándome duchas.

—Nadie tiene que saberlo.

—Pero tengo que hacerte el desayuno. Y… —Puse mi mano en su hombro y


cuando ella no me miró, moví su mentón suavemente con mi dedo. Una
vulnerabilidad que no había visto antes llenó sus ojos. Tantas veces la había
confortado cuando lloraba, pero nunca la había visto lucir tan derrotada.

—Puedo tener un tazón de cereal. Me has estado malcriando de todas


maneras. No puedo acostumbrarme a eso. No duraría una semana en la
residencia.

La derrota fue remplazada por un rayo de tristeza. Sus labios se abrieron y su


nariz se arrugó.

—Oh. ¿Eso significa que vas a regresar?

¿Por qué dije eso? La verdad era que no tenía ni idea de lo que iba a hacer.
La universidad fue mi vida por dos años, y a veces la extrañaba. Pero
después del tiroteo… No creía que alguna vez sería capaz de regresar.

Era como si estuviera de vuelta en la secundaria. Tratando de decidir lo que


quería hacer con mi vida. Al igual que en ese entonces, no quería planearlo.
Quería vivirlo.

El celular de Kat sonó, y estuve agradecido por la distracción. Miró a su


celular y alzó uno de sus dedos.

—Hola. Oye, Just. ¿Qué está pasando? ¿Todo bien?


Escuché mientras Kat se transformaba en una mamá. Le hacía a su hermano
todas las preguntas que mi mamá hacía cuando la llamaba desde la
universidad. El tono sombrío con el que Kat me había estado hablando se
había ido, remplazado por la Kat optimista de la cual yo solo obtenía
vistazos.

Era como si ella hubiera encendido un interruptor. Me pregunté si lo hacía


muy a menudo. Si después de que su madre muriera, había empujado sus
propios sentimientos a un lado para concentrarse en su hermano.

Colgó el teléfono y lo deslizó de vuelta a su bolsillo.

—Lo siento.

—¿Está todo bien?

Señaló la perla en su oído.

—Sí, solo quería comprobarme. Tengo suerte de que lo haga. Cuando se fue
por primera vez, no creí que lo haría.

—¿Por qué no?

—Era finalmente libre. No tenía ninguna obligación conmigo, realmente.

—Es tu hermano y cuidaste de él cuando no tenía a nadie más. No puede


simplemente dejar eso atrás.

—No tuvimos exactamente la mejor relación después de que mamá murió.


Estaba metiéndose en problemas y no quería escucharme. Ni siquiera
puedo decirte la cantidad de veces que me dijo que yo no era su madre.
Pero mejoró antes de irse. Así que supongo que tienes razón.

—¿Cuándo vas a aprender? Siempre tengo razón —dije, y puso los ojos en
blanco—. ¿Por qué no tomas una ducha? Hay toallas en el armario del
pasillo. Relájate por cinco minutos. No tienes que aparentar conmigo.

Asintió.

—Eso me gustaría.

—Ve. Estaré aquí cuando termines. No es como si pudiera ir a alguna parte.


Kat subió corriendo las escaleras y cuando escuché el sonido de la ducha,
me metí en la cocina. Saqué una olla y agarré los huevos, el feta2, y espinaca
de la nevera. Solía hacer tortillas para mí y Liz en los veranos cuando nuestros
padres estaban en el trabajo.

Encendí la cocina y rompí los huevos.

Durante tanto tiempo Kat había estado cuidando a su hermano. Era tiempo
de que alguien cuidara de ella.

Nunca había hecho una tortilla en muletas antes, pero me las arreglé. Para
cuando ella apagó la ducha, tenía dos platos y dos vasos de jugo de
naranja sobre el mostrador.

Kat entró a la la cocina, su cabello ondulado y mojado. Al igual que esos


días en los que íbamos a nadar a nuestro lugar. Excepto que ahora no
estábamos en la playa, y yo no podía llevarla de vuelta a la cama de mi
camioneta y hacerle el amor.

Pero demonios, quería hacerlo.

—¿Te sientes mejor? —le pregunté, esperando alejar mi mente del sexo.

—Mucho. —Agarró su cabello, alejándolo de su rostro y revelando la piel


desnuda de su cuello. Y mi mente estaba de vuelta en el sexo. Eso duró
mucho.

Sus ojos aterrizaron en el contenido del mostrador. La sorpresa llenó su


mirada.

—¿Pediste comida a domicilio? —preguntó.

—Debo informarte que soy un muy buen cocinero.

Inclinó su cabeza.

—No sabía eso sobre ti. ¿De qué más me estoy perdiendo?

—Siéntate y te contaré todo lo que quieras.

2Feta: Un tipo de queso griego hecho a base de leche de cabra o de oveja.


Kat se sentó en un taburete y me dejé caer en el que estaba frente a ella.
Miró la tortilla y luego se llevó un pedazo a la boca.

—Mmm. Está muy bueno.

—Te lo dije.

—¿Dónde aprendiste a hacer tortillas? —preguntó, y tomó otro mordisco.

—Liz solía mirar el canal de cocina un montón. A veces ponía atención.

—Así de simple, ¿eh?

Asentí, ignorando mi propia comida, muy ocupado mirando la satisfacción


en la cara de Kat.

—¿Cuánto ha pasado desde que has comido algo hecho en casa? Aparte
del desayuno que me cocinas —le pregunté.

—¿Creí que yo era la que estaba haciendo las preguntas? —Kat puso su
mano sobre el mostrador y me miró, sus labios separados, y supe que estaba
a punto de discutir conmigo.

—Solo dame ese gusto. Por favor. —Le lancé mi típica mirada de perrito.

Kat puso los ojos en blanco.

—Bien. Hace un par de semanas. Es más barato comprar comidas


precocinadas. Además, no hay sobras en el refrigerador para que nadie se
las coma.

Siempre pensé que Kat era inmune a mi encanto. Pero tal vez estaba harta
de estar tan fuertemente controlada todo el tiempo. De cualquier manera,
yo estaba tomando ventaja. Iba a hacer tantas preguntas como fuera
posible.

—¿Vas a volver a la universidad? —preguntó.

—No podías dejarlo pasar, ¿cierto?

—Nop. —Me señaló con su tenedor—. Ahora contesta. O el juego se termina.

—Honestamente. No lo sé. Lo extraño. Pero… No lo sé. Volver allá… —El


simple pensamiento me hacía estremecer—. Simplemente no lo sé. ¿Qué
hay de ti? ¿Vas a volver alguna vez? Hiciste tu parte. Justin está en la
escuela. Puedes hacer cosas para ti misma ahora.

Esperaba que evitara la pregunta. Cambiara de tema. Abandonara el


juego.

Frotó su frente.

—He pensado al respecto. Un millón de veces he pensado al respecto. Pero


ahora simplemente no es posible.

—¿Por qué no?

—Ir a la universidad es caro. Apenas puedo pagar mis cuentas tal y como
estamos. Además, tendría que reducir mis turnos, y entonces realmente no
sería capaz de pagar mis cuentas. No está en el futuro para mí. Lo acepté
hace mucho tiempo. Estoy bien con eso. Solo quiero lo que sea mejor para
Justin.

—Hablas como una verdadera madre. —Una sonrisa se extendió ante el


cumplido. Probablemente el mejor cumplido que podría recibir—. Así que si
volvieras a la universidad, ¿para qué te presentarías?

—Esas son dos preguntas.

—¿Lo son? —Me encogí de hombros—. Puedes preguntarme dos preguntas


si quieres.

Se encogió de hombros.

—Es un pensamiento de cuento de hadas, pero me gustaría ir a la escuela


de medicina. Quiero ser una oncóloga. Fui con mi mamá a cada
tratamiento. Cada cita con el doctor. Su oncóloga la trataba como a una
amiga. Cuando mi mamá murió, ella fue al funeral.

»Se que la mayoría de los oncólogos no lo harían. Son impermeables a la


muerte. Pero esta doctora todavía tenía compasión, y creo que eso ayudó
a mi mamá a soportarlo un poco más. Tan tonto como suene, quería ser
como ella. Siempre sabía decir la cosa correcta. Conocía todos los mejores
tratamientos que le servirían a mi mamá. Incluso supo cuando fue el
momento para que mi mamá disfrutara de sus últimos días sin ningún
tratamiento. Está haciendo la diferencia cada día, y eso es algo que quiero.
Quiero vivir en una escala más grande. Vivir para otros, no solo para mí
misma.

»John Bunyan dijo: “No has vivido el día de hoy hasta que no hayas hecho
algo por alguien que nunca podrá repagártelo”.

—¿Quién es John Bunyan?

Kat rio.

—Lo siento. Justin es un loco de la historia. A veces se me pegan algunas de


las cosas que dice. Honestamente, no tengo ni idea de quién es John
Bunyan.

Esta vez me reí.

—Lo buscaré en Google después.

—Oh, genial. Luego házmelo saber, así puedo realmente fingir que sé de
quién está hablando mi hermano.

—No te preocupes, te tengo. ¿Para qué está estudiando?

—Artes liberales, por el momento. No ha escogido nada todavía. Ama la


historia, lo que para mí eso significa convertirse en un profesor de historia,
pero es como hablarle a una pared.

—Está bien. —Levanté mi mano en alto—. Acabas de sonar como mi mamá.


Eso es un poco perturbador.

Kat se inclinó sobre el mostrador y me empujó el hombro. Instintivamente, la


agarré de la muñeca. Nos quedamos ahí, mirándonos fijamente. Dos años
atrás habría atravesado el mostrador y presionado mi boca a la de ella. Pero
no estábamos dos años atrás. No quería arriesgarlo. Finalmente estaba
hablando.

Solté mi agarre. Lentamente, llevó su mano de vuelta a su regazo.

Mordió su labio inferior. El silencio se esparció entre nosotros, pero entonces


dijo:

—Creo que ahora consigo tres preguntas.


Feliz de que el incómodo silencio se hubiera terminado, le sonreí y me
recosté, apoyando mis manos en la parte superior de mi cabeza.

—Pregunta de una vez. No tengo nada que esconder.

—¿Con cuántas chicas has dormido?

Traté de detener que mis ojos saltaran hacia afuera mientras dejaba salir
una pequeña porción de aire.

—Preferiría no hablar al respecto.

—¿Por qué? Creí que no tenías nada que esconder.

No lo tenía. Nunca esperé que me hiciera esa pregunta. De todas las


preguntas que podría hacerme, ¿tenía que ser esa? Uh. No había manera
de responder sin parecer un completo prostituto. Pera ser sincero, había
perdido la cuenta.

—No tengas un infarto. No tienes que responderme. Por tu reacción, puedo


ver que no quiero saber.

—No es así.

—¿No lo es?

—Está bien, lo es, pero… —Siempre fui el chico que sabía qué decir. Podía
salvar mi trasero de cualquier situación hablando. Pero en esta… no tenía ni
idea.

Kat sacudió su mano.

—En serio, olvida que lo pregunté.

No podía dejarlo pasar. Necesitaba explicarme.

—Si sirve de algo, no amé a ninguna de ellas.

Levantó la mirada, alcanzando mis ojos. Tenía que saber que era la única
chica que alguna vez significó algo para mí.

—De hecho, no sé si lo hace.

Y por la forma en la que sus ojos se alejaron de los míos, era obvio que no lo
hacía.
Capítulo 8 Traducido por Simoriah

Corregido por veroonoel

L
iz estaba decidida a sacarme de la casa ya que era fin de semana, y
Kat no estaba. No la vería hasta el lunes, y supuse que un descanso era
bueno, pero demonios, desearía que ella se hubiera pasado por la casa
para ver cómo estaba y darme una buena patada en el trasero en las que
ella era tan buena.

Sabía que debía mantener mi distancia, pero cada vez que cruzaba la
maldita puerta con su bata de enferma con dibujos de personajes de
dibujos animados, todas las promesas de mantenerme alejado cesaban. La
chica era como una jodida droga. Una con un millón de efectos colaterales.

—¿Estás listo? —Liz entró de repente a la habitación, arrastrando a Zach


detrás de ella. Mis padres ya se habían marchado para ir de compras por el
día, y yo comía la última bolsa de patatas fritas.

—¿Adónde vamos exactamente? ―pregunté, mirando a Zach sobre el


hombre de ella. Estaríamos perfectamente felices frente al televisor con
controladores de video juegos en las manos. Pero no Liz. Creía que mi falta
de vitamina D me estaba poniendo “malhumorado”. Porque sabes que no
tenía nada que ver con el hecho de que me habían metido una bala en la
pierna tres semanas atrás. O que sobreviví cuando muchos otros no lo
hicieron. No, no tenía nada que ver con eso. Era la vitamina D. Maldición,
¿por qué no se me ocurrió a mí?

—Pensaba que podíamos dirigirnos al paseo marítimo. Comer algo, quizás


un poco de yogur helado después, y simplemente caminar por la orilla. Ya
sabes, absorber algo de luz de sol.

—Solo si Zach promete tomarme la mano —dije.

Zach rodeó a Liz, y tomó mi mano en la suya.

—Oh, cariño, pensé que nunca lo pedirías.


—¡Oh, Dios, deténganse! —gritó Liz y tiró de Zach hacia ella—. A veces
hacen eso demasiado bien.

—¿Temes que tu novio pueda amarme más que a ti? —Me mordí la lengua
después de decirlo. Después de todo, en la secundaria, Zach se fue de la
ciudad y dejó de llamar a Liz, aunque sí seguía hablando conmigo. Creo
que mi hermana me lo echaba en cara. Especialmente porque nunca se lo
dije.

Miró a Zach, y él sonrió.

—Yo puedo darle algo que tú no —dijo.

—¿Quién dice que no?

—Oh. Dios. ¡Mío!

Zach y yo estallamos en risas y Liz salió con fuertes pisadas. Palmeé la


espalda de Zach y lo empujé hacia adelante.

Ya que yo era incapaz de subir por mis medios al Jeep de Zach, llevamos el
auto de Liz. Me senté en el asiento trasero oyendo a Liz y a Zach cantar
desafinadamente una horrible porquería pop. Mi hermana seriamente tenía
el peor gusto musical.

—Luz de sol, aquí venimos —dijo Liz mientras aparcaba el auto en el


estacionamiento.

—¡Oh, bien! —Aplaudí como un niño que está a punto de recibir un helado.

Ella soltó un suspiro exasperado, pero no iba a fingir que quería estar aquí. El
único lugar en el que quería estar era en casa con un joystick en las manos.
Pero supongo que por ella, fingiría que estaba bien.

Salí del auto y ubiqué las muletas. Mis nervios estaban tensos mientras
analizaba el área. Cerré mis ojos e intenté permitir que el sonido del océano
me calmara. Era realmente horrible pensar que en cualquier momento iba
a estar una vez más cara a cara con un arma. ¿Cuáles eran las
posibilidades? No estaba seguro. Pero cuando mis visiones no controlaban
mis pensamientos, apostaría mi trasero que tendría una mayor posibilidad
de ser golpeado por un rayo.
Las visiones no tenían lógica. Una vez que venían, todo lo que podía hacer
era aferrarme y rogar no quedar como un tonto.

Zach me palmeó la espalda y asintió hacia mí. Él sabía que no quería estar
aquí. Estoy bastante seguro de que también sabía que no estaba lidiando
tan bien con todo como le hacía creer a todos. Sonreí, un silencioso
agradecimiento por guardar mi secreto.

—¿El sol no se siente genial? —Liz inclinó la cabeza hacia arriba y cerró sus
ojos.

Deseaba que fuera así de simple,

Zach puso un brazo alrededor de Liz y la guió mientras ella continuaba


“absorbiendo el sol”.

—Vamos, vayamos a comer una hamburguesa.

Gracias, Zach. Mi hermano de otra madre3 nos salvó totalmente de seguir a


Liz dentro y fuera de todas las tiendas a lo largo del paseo marítimo.

—Suena como un plan —dije.

Nos dirigimos a Jimmy’s Burger Shack, y toda la ansiedad dejó mi cuerpo.


Kat salió, una hermosa sonrisa en el rostro y su trasero apretado en un par de
jeans muy ajustados. Aunque su bata de enfermera era adorable, esta…
esta era la Kat que recordaba.

Fui a hacer mi movimiento, pero alguien presionó el botón de pausa,


deteniendo cualquier movimiento. La sangre abandonó mi rostro, y no pude
alejar mis ojos de la mano de Kat, entrelazada con la de otro tipo. Estaba
listo para lanzarme detrás del cesto de basura más cercano y ahorrarme el
incómodo momento, pero mi hermana —Dios, si no la amara, la hubiera
matado— lo tomó como el momento perfecto para chillar y correr hacia
Kat como si fuera alguna quinceañera y Kat una estrella pop.

No habíamos discutido lo nuestro. Nunca pensé en tocar el tema. Kat


tampoco hablaba de eso. Aparentemente, no necesitaba definirnos. Era
obvio. Yo era su tipo a un lado.

3 Hermano de otra madre: Expresión usada para referirse a un amigo muy cercano.
Kat se volvió ante el chillido de Liz. Demasiado tarde para huir de ahí, me
armé de coraje y me arrastré hacia Kat y su juguete sexual.

—Hola —dijo Kat y se metió el labio inferior en la boca justo cuando Liz
lanzaba sus brazos alrededor de ella.

Esa era toda la prueba que necesitaba.

Liz se apartó, y grandes ojos azules se fijaron en los míos.

—Darren, él es Josh, mi uh…

Extendí la mano hacia Darren, pero no aparté la mirada de Kat al hablar.

—Cliente.

—Un placer conocerte —dijo Darren, e incluso si era un buen tipo, no


importaba, lo odiaba.

Solo era un par de centímetros más bajo que yo, su constitución decente,
pero probablemente yo podía levantar más peso que él. Sabía que a las
chicas les gustaban los tipos altos con rasgos oscuros, pero no creía que Kat
cayera por ese estereotipo.

—Igualmente. Así que, ¿qué hacen ustedes dos? —pregunté, finalmente


apartando la mirada de Kat para mirar al Niño Bonito. A pesar de la
intensidad que proyecté con mi mirada, los oscuros ojos de Darren no
vacilaron.

—Solo buscando algo para comer, y ahora nos vamos al acuario —dijo
Darren, obviamente para nada amenazado por mí. Apuesto a que si no
estuviera en, muletas sería diferente.

—¿No es eso lindo? —dije, sarcasmo chorreando de mis palabras.

—Josh —dijo Kat, pero cuando nuestros ojos se encontraron, con la tensión
apretada en mi mandíbula, no terminó la idea.

Bien. No quería oír sus millones de excusas. La lástima en su voz cuando me


dijo que éramos el pasado y que ella lo había superado. ¿Qué tan estúpido
era yo? Nunca se me cruzó por la mente que ella encontraría a alguien más.
Alguien que no tenía miedo de tenerle la mano en público y llevarla a
lugares.
Durante dos años no me había dado cuenta de que nunca lo había
superado, y después de cinco minutos con ella, me golpeó como la bala
que me atravesó el muslo. Con dureza y fuerza, destrozando mi mundo.

Era demasiado tarde para mí. La única persona a culpar era yo. Aun así, no
podía quedarme parado ahí y actuar como si estuviera feliz por ella.
Ciertamente no quería más de su lástima. Tenía suficiente de eso como para
que me durara para una vida.

—Bueno, esto fue divertido y todo, pero si nos disculpan.

—Josh, no seas maleducado —dijo Liz, y deseé tener cinco años de nuevo
para poder cubrirme las orejas con las manos y decirle que no estaba
escuchando.

—Diviértanse en el acuario —dije, caminando entre ellos para que tuvieran


que soltarse las manos. Me apoyé contra Darren—. Mantenla lejos de los
leones marinos. Les tiene terror.

Los ojos de Darren se dispararon a Kat, y su boca se abrió con incredulidad


como si estuviera sorprendida de que lo recordara. Realmente me
subestimaba. Recordaba todo de ella. Además, no todos los días te cruzas
con una chica que le tiene miedo a un león marino. La mayor parte del
tiempo, dicen: “¡Oh, es tan lindo!”. Kat no. Una muy mala experiencia con
un beso de un león marino cuando tenía siete años y la pobre chica quedo
traumada de por vida.

Antes de que me alejara, me incliné hacia Kat y le susurré al oído:

—No quiero que nunca tengas miedo de nada. —Kat bajó la vista y pasó los
dedos por el anillo, haciéndolo subir y bajar, revelando su tatuaje. Mis ojos
se quedaron en él por un segundo, lo suficientemente largo para recordar
el entusiasmo en sus ojos cuando se lo había hecho, luego me alejé
tambaleándome.

Oí a mi hermana disculparse por mi comportamiento. ¿Por qué? No tenía


idea. Creí que estaba siendo bastante cordial considerando que Kat había
tenido su lengua en mi boca el día anterior.

—¡Espera! —dijo Liz, e intenté no escuchar, pero maldición si no sentía una


tremenda curiosidad—. Tu tatuaje.
Oh, mierda.

—Es raro. Josh tiene el mismo —dijo Liz, y me apresuré a alejarme de ellos y
fui directo al restaurante.

—Mesa para tres —le dije a la anfitriona, y mientras ella se volvía para tomar
menús, fui lanzado hacia adelante debido a un brusco empujón en la
espalda, casi perdiendo el equilibrio. Por una vez, le agradecí a mis muletas.
Me enderecé y me volví hacia mi hermana—. ¿Qué demonios, Liz?

—¡Explícate! —exigió, y permití que mi cabeza cayera hacia atrás en


molestia antes de mirarla.

—Nada que explicar —dije con naturalidad.

Las manos de Liz se plantaron firmemente en sus caderas, y no se movió ni


siquiera ante la voz de la anfitriona. Sin querer ser maleducado como mi
hermana afirmaba, levanté un dedo hacia la pobre chica.

—¿Qué sucede entre Kat y tú? Hay algo entre ustedes. ¿Verdad?

—No. —Quizás. Sí.

—Liz, ¿por qué simplemente no lo dejas ir? Obviamente no quiere hablar de


eso —dijo Zach, y le di una sonrisa de aprecio.

—No me importa si no quiere hablar de eso. Yo no quería de hablar de ti, y


él me obligó. Así que considéralo revancha.

Si no satisfacía la curiosidad de Liz, estaría parado en la entrada de Jimmy’s


Burger Shack durante el resto de mi vida.

—De acuerdo. Quizás lo hubo. Obviamente ya no importa. ¿Podemos


comer ahora?

Liz dio un paso al costado, y seguí a la anfitriona hacia un cubículo. Liz saltó
dentro antes de que lograra apoyar las muletas contra la pared y cojear
para sentarme.

—Habla —dijo, y me apreté el puente de la nariz entre los dedos, sabiendo


condenadamente bien que no iba a dejarlo ir.

—¿Tengo que hacerlo?


Zach me dio otra mirada compasiva, pero no había nada que pudiera
hacer. Estaba arrinconado, y mi única opción era hablar.

—Sí.

No le respondí. Me senté ahí, mirando una mancha de kétchup seco en mi


menú.

—De acuerdo, te haré comenzar. ¿Cómo sabías de su miedo de los leones


marinos? ¿Y por qué tienen el mismo tatuaje? ¿En el mismo dedo?

—¿Cómo siquiera sabes de mi tatuaje? Lo mantengo cubierto.

—No lo suficiente. Según lo que parece, Kat también intenta ocultarlo. Pero,
¿por qué? ¿Qué no me estás diciendo?

Respiré hondo y dejé salir una bocanada de aire. Era ahora o nunca.
Además, le contaba todo a mi hermana. Casi todo. Kat era lo único que le
había mantenido en secreto. A todos. Incluso cuando Liz estaba con el
corazón roto cuando Zach se fue, no le conté.

Kat era mi secreto. Tenía miedo de que la gente arruinara nuestra


perfección. Pero ya estaba arruinada. Ella estaba con Darren.

Miré a Liz y sus ojos se agrandaron hasta alcanzar el triple de su tamaño.

—¡Oh! ¡Mi! ¡Dios! Ella es. ¿Verdad?

—Estoy completamente confundido —dijo Zach, apoyando la espalda


contra el cubículo—. Hablamos de Josh, ¿verdad? ¿Este Josh?

—¡Shush! —Liz puso una mano sobre la boca de Zach y regresó


directamente a darme una mirada mortal—. Ella es la chica de la que no
querías hablar. La razón de que supieras por lo que estaba pasando cuando
Zach y yo rompimos.

Ya lo había descifrado. No había mucho más para decir, así que asentí.

Su boca prácticamente golpeó el suelo, y golpeó a Zach con tanta fuerza


en la espalda —del entusiasmo, supongo— que creí que su cabeza
rebotaría en la mesa.
—¡Lo sabía! Dije que podías contarme un día mientras comíamos galletas,
pero una hamburguesa tendrá que servir. ¿Qué demonios sucedió entre
ustedes? ¿Y cuándo? ¿Cómo no sabía de esto?

—Es historia. Después de verla con Darren… nunca va a suceder.

—De ninguna manera. La tensión sexual entre ustedes es una locura.

—No quiero que mi hermana hable de nada sexual mío.

—Oh, por favor. Somos todos adultos aquí.

—No me importa si tenemos noventa y nueve años y estamos en asilos.

—Deja de esquivar el tema.

Mi mandíbula se apretó, y respiré hondo. No era culpa de mi hermana, pero


ella comprendía lo esencial y realmente no quería meterme en eso. Al
menos, no todavía. Quizás con el tiempo… cuando la herida no estuviera
abierta y llena de sal.

—Lizzie, déjalo ir por ahora —dijo Zach, y arqueó una ceja hacia mí.

Liz me miró, y debo haber lucido enojado, porque por una vez en su vida
retrocedió y lo dejó ir.

La mesera se acercó, el cabello rubio colgando sobre un hombro y


hundiéndose en el escote de su camisa. Normalmente estaría sobre eso,
pero mi mente todavía estaba en la mano de Kat en la de otra persona.

—¿Quieren comenzar con una bebida, chicos? —preguntó.

Antes de que pudiera contestar, Liz levantó tres dedos.

—Tres Coca Colas, por favor. Gracias.

Dos minutos después, la mesera regresó con nuestras bebidas. Miré mi Coca
Cola e hice rebotar mi sorbete hacia arriba y hacia abajo, mis pensamientos
todavía en las preguntas de Liz.

¿Qué demonios sucedió entre ustedes? ¿Y cuándo? ¿Cómo no sabía de


esto?
Aunque me resistía a dar un paseo por los recuerdos con Liz, no pude evitar
que mi mente fuera allí.
Capítulo 9 Traducido por Debs

Corregido por veroonoel

—S
al conmigo —le dije por tercera vez desde que nos
dirigimos a la casilla de algodón de azúcar.

Kat me puso sus grandes ojos azules en blanco.

—No.

—Una cita. —Levanté mi dedo índice y le di mi mejor sonrisa, la que sabía


que derretía a las chicas.

—No.

Todas las chicas excepto Kat.

—¿Por qué no? —le pregunté, inclinando mi codo en la ventana,


asegurándome de que mis músculos se flexionaran.

—Conozco tu tipo. —Mordió su labio inferior y cerró los ojos. Respiró hondo y
luego los abrió—. Y yo no soy tu tipo.

—Estoy buscando un cambio.

—Te digo una cosa. —Cruzó los brazos bajo su pecho, y no pude evitar mirar
fijamente el pliegue que creó entre sus tetas—. Nombra una cosa que te
guste de mí. Entonces tal vez lo consideraré. —Fui a abrir la boca, y levantó
su mano para detenerme—. No puede estar relacionado con mi apariencia.

—¿Así que quieres algo más que “eres caliente”?

Levantó una ceja y asintió con la cabeza.

—Sí.

—Puedo nombrar cinco.

Se rio, una, linda risa sexy-como-el infierno.


—Sí, seguro.

Me quedé en silencio por un segundo, dejando que pensara que estaba


luchando por encontrar una respuesta. Poco sabía que yo era consciente
de cada parte de ella. Había tantas cosas que me gustaban.

—Uno. Chupas tu labio inferior en tu boca cuando estás nerviosa.

Sus dedos corrieron por su boca, y mientras sus dientes se deslizaban sobre
el labio inferior, los detuvo.

—Dos. Tu rostro se ilumina cada vez que le das a un niño su algodón de


azúcar. Es como si disfrutaras dándoselo tanto como ellos disfrutan
consiguiéndolo. Tres. Siempre hueles como algodón de azúcar, incluso
cuando no te has registrado todavía.

Sus grandes ojos se hicieron más grandes, y ni siquiera traté de reprimir mi


sonrisa. La había tomado por sorpresa, y no había terminado todavía.

—Cuatro. La manera en la que hablas acerca de tu familia.

La familia era importante. Mi mamá siempre decía que podías decir mucho
sobre una persona por la forma en que tratan a su propia carne y sangre.
Kat hablaba de su madre como una mejor amiga.

—Y cinco. La forma en que apoyas tu barbilla en la mano y miras por la


ventana. No notas nada a tu alrededor. Estás sola en tu mente. Te observo
desde mi puesto en la parte superior del tobogán de agua y siempre quiero
saber lo que estás pensando.

No dijo nada. No tenía que decir nada.

—Así que, ¿te recojo mañana a las seis?

—Yo… uh… —Chupó su labio inferior y luego, cuando se dio cuenta de lo


que estaba haciendo, rápidamente dejó deslizarlo en su lugar—. Trabajo
hasta las seis.

—Perfecto. Nos vemos en el estacionamiento. Usa algo lindo.

Le guiñé un ojo y me alejé, dejándola completamente sin habla.

***
Hice una parada en la farmacia y agarré una sopa de letras. Me imaginé
que las flores morirían, y Kat no era el tipo de chica para traerle flores. No
estaba hecha al igual que otras chicas. Su inmunidad a mi encanto era toda
la prueba que necesitaba. Pero lo más importante, quería que ella supiera
lo mucho que sabía de ella. Con ella no se trataba de conseguir entrar en
sus pantalones. Era más que eso. Mucho más.

Al principio, la vi como un reto. ¿Quién le decía que no a Josh Wagner? Pero


con cada rechazo, me daba cuenta de nuevas cosas sobre ella. Cosas que
me intrigaban más que mis hormonas en ebullición. Quería saber todo lo que
había que saber sobre Katherine Singleton.

Estaba bastante seguro de que la conseguiría con el tiempo, o al menos lo


esperaba, porque sinceramente, había veces que no creía que cedería
alguna vez.

El estacionamiento se había vaciado desde que me había ido de mi turno


temprano. Llevé mi camioneta hasta un lote y la estacioné. No salí de la
camioneta para encontrarla, nadie tenía que saber acerca de nuestra cita.

No es que me avergonzara de Kat. Nunca fue sobre eso. Pero tenía una
reputación, y la mayoría de las chicas con las que salía eran etiquetadas
como “fáciles” y no me atrevería a someter a Kat a eso.

Miré hacia la entrada, y mi mandíbula casi golpeó el volante cuando


apareció. Ella en realidad se transformó en algo… más allá de linda.
Maldición, era sexy como el infierno. Su camisa blanca, justo por encima de
sus tetas perfectas, dando un vistazo suficiente, y sus piernas eran de un
kilómetro de largo, solo con la parte superior de sus muslos ocultos por una
falda azul marino.

Escaneó el estacionamiento y su cara formó un arco iris cuando vio mi


camión. Me odié por no salir y saludarla, pero estaba decidido a mantenerla
a salvo de los comentarios degradables.

Asentí con la cabeza y sonreí cuando ella comenzó a caminar hacia mí. Me
incliné y abrí la puerta, y mi camioneta se llenó del aroma de algodón de
azúcar, mientras se deslizaba dentro.

—Hola —dijo y chupó su labio inferior.


—Te ves muy bien.

—Gracias. Entonces, ¿adónde vamos?

—Es una sorpresa. —Me encantó la forma en que su ceja se arqueó hacia
mí. Fui a poner el camión en marcha, y escuché el sonido de la bolsa de
papel marrón arrugada junto a mí—. Casi se me olvida. Te traje algo. —Le
entregué la bolsa y salí del estacionamiento.

Por el rabillo de mi ojo, observé mientras sacaba la sopa de letras de la bolsa.


Sus ojos azules se clavaron en mí.

—Supuse que querrías eso más que flores.

Sus manos cayeron a su regazo y fue a hablar, pero se detuvo. Su mudez


hizo que me sintiera como el chico más suave de por ahí.

La conmoción de su rostro se disolvió, y una sonrisa tomó forma.

—Supusiste bien.

Conduje a través del camino boscoso, agradecido por la tracción de las


cuatro ruedas. Kat se aferró a la manija de la puerta, mirándome con
curiosidad.

—No me estás trayendo al bosque para matarme, ¿verdad?

—Maldita sea, descubriste mi plan. —Me miró con recelo y no pude evitar la
risa que explotó de mi boca—. Estoy bromeando.

—Sabía eso.

—Claro que sí.

El camino se niveló, convirtiéndose de la suciedad a la arena. Kat soltó su


agarre de muerte de la manija y se enderezó en su asiento, mirando más
allá de la ruta.

—Debo decir que estoy impresionada hasta ahora —dijo mientras apagaba
la camioneta y la estacionaba en la orilla de arena.

—No he terminado todavía. —Giré la camioneta, estacionándolo de


espaldas a la vista y apagué el motor. Metí la mano en mi bolsillo y saqué un
pañuelo—. Ven acá.
—¿Por qué?

—Quiero vendarte los ojos. Me gusta retorcido —le dije en tono de broma
con un guiño.

Su boca se abrió, y se movió hacia atrás contra la puerta.

—¿Qué? No. Debo haberte dado una idea equivocada.

—Realmente necesitas calmarte. Solo tienes que venir aquí. Por favor. —Hice
un puchero, algo que aprendí de mi hermana, y Kat giró en su asiento, de
espaldas a mí.

Envolví el material doblado alrededor de sus ojos, luego pasé mi dedo por
su cuello y hacia su hombro. Piel de gallina apareció en su piel pálida, y se
estremeció.

Dios, quería besarla todo el camino a lo largo de su piel expuesta. Pero Kat
no era ese tipo de chica, por lo que me controlé y salté de la camioneta,
saliendo a hacer lo que había planeado.

—Volveré enseguida. —Bajé la puerta trasera y salté a la cama de la


camioneta. Dejé mi contenedor de almacenamiento en la arena y saqué
todos los suministros.

El sol se movió y mi momento no podría haber sido mejor. Extendí la colcha


que había robado a mi mamá y la alineé en la parte trasera de la camioneta
con almohadas, entonces fui a abrir la puerta.

—Dame tu mano. —Deslizó sus dedos fríos en los míos, y me sentí como un
ogro por la disparidad de tamaño—. Cuida tus pasos.

Movió su pie hacia atrás y hacia adelante, buscando la marcha, pero antes
de que pudiera encontrarla, la levanté de su asiento, sus brazos al instante
se envolvieron alrededor de mi cuello. Habría sido el momento perfecto
para besarla, pero controlé el impulso de tocar mis labios en los de ella, y la
dejé de nuevo en el suelo delante de la caja de la camioneta.

—¿Estás lista? —le susurré al oído.

Contuvo la respiración y asintió. Levanté mi mano y desaté el nudo, dejando


caer el pañuelo de sus ojos.
—¿Alguna vez viste el atardecer en la parte de atrás de una camioneta?

Se mordió el labio, escondiendo su sonrisa, pero aún podía ver el tirón en la


esquina.

—¿Haces esto por todas las chicas?

Debería haberme sentido insultado, pero conocía mi reputación. Así que en


vez de darle un comentario maleducado, miré directamente a sus grandes
ojos azules y le dije la honesta verdad.

—No. Nunca hubo alguien que valiera la pena el esfuerzo.

La expresión de asombro en su rostro dio a mi ser engreído aún más


confianza. Salté a la cama y pensé extender mi mano para ayudarla a
subirse, pero en su lugar tropecé y caí de bruces.

—Oh, Dios mío, Josh. —Saltó a la camioneta y se arrodilló a mi lado, tomando


mi rostro entre sus manos—. ¿Estás bien?

Sus manos estaban frías en mis mejillas, y ayudaron a enfriar la vergüenza.


Miré fijamente a los iris azules y sonreí. Los ojos fijos en el otro, y no estaba
seguro de sí estaba demasiado aterrorizada como para moverse o si
realmente le gustaba mirarme.

—Nunca mejor.

Dejó caer su agarre de mi cara. Tan al instante como una pista de aterrizaje
emergente, sentí la pérdida. Todos los pensamientos racionales de por qué
debería esperar para besarla huyeron de mi mente, y me estiré hacia ella,
apoyando la mano contra la suavidad de su mejilla.

Me acerqué hacia ella, dándole la oportunidad de alejarse, pero no se


movió. Se sentó allí, tiesa como una tabla. Mis ojos se movieron a sus labios,
tan sensuales que no podrían haber sido más perfecto, dándole una
advertencia silenciosa de que no iba a detenerme esta vez.

Otro centímetro y mi boca estaba apenas por debajo de la de ella. Contuvo


la respiración mientras cerraba la brecha y presionaba mis labios en su
perfección. Con cualquier otra chica, hubiera empujado mi lengua más allá
con un empuje poderoso, pero me contuve. Esta vez era diferente.
Quería que fuera suave, dulce y algo en lo que Kat pasara la noche
pensando. Así que le di un beso tan suave como pude. Le pasé la mano por
su brazo, creando una estela de piel de gallina, y luego la volví a subir, hasta
que mis dedos desaparecieron en los sedosos mechones de su cabello.

Un gemido se elevó en su garganta, y me tomó todo lo que tenía para no


tirarla debajo de mí y cubrirla con mi peso, tomando tanto de ella como
pudiera conseguir. Me aparté, con miedo de que mi control no fue a durar
mucho más tiempo.

Colocó el cabello detrás de su oreja y miró hacia abajo. Puse mi dedo bajo
su barbilla y levantó sus ojos a los míos. El miedo surcaba su rostro.

Oh, mierda, realmente lo había hecho.

—Lo siento mucho —le dije, maldiciéndome en el interior, ya que por lo visto,
había arruinado totalmente cualquiera y todas las posibilidades con ella.

—¿Por qué te disculpas? —Preguntó, parpadeando a través de sus


pestañas.

—Porque me sobrepasé. No quiero que tengas miedo de mí.

—No te tengo miedo.

—¿Entonces por qué te ves como si lo tuvieras?

Cambió su peso y miró la puesta del sol.

—Yo solo… ¿Soy una mala besadora?

—¿Qué? —grité, completamente tomado por sorpresa—. ¿Estás loca?

—Es solo que has tenido mucha práctica y yo… bueno, yo no.

Le incliné el rostro hacia mí y sonreí.

—Entonces eres una nata. —Sus mejillas se pusieron rojas y le besé la cabeza
y tiré de ella. Nos recostamos en las almohadas y vimos la puesta de sol sobre
el agua.

»Quiero esto —le susurré al oído—. Tú y yo.


—Yo también, pero mis amigos creen que eres un jugador, y estoy segura
de que tus amigos tienen una opinión sobre mí. —La verdad era que mis
amigos no pensaban en Kat dos veces. Pero en el momento en que saliera
a la luz que estábamos juntos, ella se sería considerada como fácil. Nadie
creería que estaba con Kat por más que sexo. ¿Realmente quería eso para
ella? No. Pero era egoísta y la quería tanto, lucharía y argumentaría y la
defendería hasta el final.

—No me importa lo que piensen —le dije, ahuecando su mejilla.

—A mi sí —susurró, casi avergonzada, y me golpeó en el estómago. Ignoré


el insulto porque sabía que ella no quería decirlo de esa manera.

—Entonces, ¿por qué no mantenemos esto entre nosotros? Nadie tiene que
saber sobre esto. Es entre nosotros y que se jodan todos los demás.

—No lo sé —dijo Kat, poniendo su cabello en la parte superior de su cabeza.

Me incliné y la besé, un poco más fuerte que antes, deslizando mi lengua en


su labio inferior y tirando de ella con fuerza contra mí.

—Has arruinado cualquier otra chica para mí —le dije contra su boca.

—Entre nosotros.

—Sí.

—Está bien —dijo. La moví debajo de mí, y ella abrió los labios para dejarme
entrar.

***

Miré a la hamburguesa que la camarera había colocado delante de mí y


sacudí la cabeza.

—Yo lo jodí desde el principio.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Liz, y me di cuenta de que lo había


dicho en voz alta.

—Kat. Estábamos condenados desde el principio, y fue mi culpa. —Me puse


de pie, colocando mis muletas debajo de los brazos, ya sin hambre—.
Volveré enseguida. Necesito un poco de aire fresco.
Liz fue a pararse, pero Zach tiró de ella hacia abajo en la cabina. Le debía
a lo grande. Salí hacia el paseo marítimo, y una parte de mí quería encontrar
a Kat y confesar mi pesar, pero la otra parte ganó.

La parte que juró que se merecía más que yo y mi vida desmoronada.


Capítulo 10 Traducción por Itorres

Corregido por veroonoel

L
iz puso un segundo lote de galletas en el horno, cosa buena porque yo
estaba a punto de terminar el primero. No es como si tuviera que
preocuparme por aumentar de peso. Sin hacer ejercicio y
manteniéndome al día con mi desarrollo muscular, estaba reduciendo.

Mi definición seguía allí, pero mis camisetas no estaban tan apretadas. Una
mierda si me preguntabas. Me tomó años ganar todo ese músculo, y solo
tomó un par de semanas perderlo.

—Entonces, ¿qué pasa contigo y Kat? —Liz se dejó caer en el taburete frente
a mí.

—Nada —murmuré. ¿No vio al chico que estaba con Kat? Ella había seguido
adelante y no había nada que pudiera hacer al respecto. Ni siquiera podía
conseguir que hablara conmigo.

—¿En serio estás renunciando así de fácil? —Liz sacudió la cabeza—. No


todas las chicas van a caer a tus pies, ¿sabes?

—Es evidente.

—¿Eres incapaz de algo más que respuestas de una sola palabra?

—¿Qué quieres que diga? Ella está con como-se-llame.

Liz se encogió de hombros.

—No es serio.

Espera. ¿Qué?

—¿Cómo sabes eso? ¿Acaso Kat te dijo?

—No. Pero no tuvo que hacerlo. La forma en que te miraba era


completamente diferente de la forma en que ella lo miró. No había pasión,
no hay química entre ellos. Pero ustedes dos. —Dejó escapar una bocanada
de aire—. Eso fue intenso.

—Así que tu teoría se basa únicamente en un vistazo.

—Sí, y tengo la razón.

—Química o no, no importa. Trato de hablar con ella sobre las cosas, y me
rechaza.

—Es un mecanismo de defensa. Le hice lo mismo a Zach. Era una perra total
con él porque estaba asustada, e imaginé que el empujarlo lejos era la
mejor cosa que hacer, excepto que él no me dejaba empujarlo.

—Es un testarudo hijo de puta.

—Y gracias a Dios por eso. Si no lo fuera, probablemente aún estaría


fingiendo amar a Joe.

—Repíteme, ¿por qué salías con ese gilipollas? —Nunca entendí por qué se
quedó con Joe por tanto tiempo. Cada vez que nosotros tres teníamos
planes, cancelaba. Puso su banda antes que ella y la trataba como mierda.

Liz suspiró y dio un mordisco a una galleta.

—No podía romper mi corazón si no lo abría. Supongo que una parte de mí


siempre supo que no amaba a Joe, pero no importaba, porque si no lo
amaba, él no podía hacerme daño. Era más fácil que enfrentarse a la
verdad.

—Así que, déjame ver si lo entiendo. ¿Te quedaste con un imbécil porque
tenías miedo?

—Nunca dije que fuera perfecta. Además, ¿no todas las chicas tienen que
salir por lo menos con un idiota en su vida? Es algo así como un requisito. Dios
sabe que has ayudado a cumplir con este requisito a algunas chicas.

—Con el fin de que salgas, realmente tienes que dejar la habitación.

—¡Ugh! Eres imposible.

Le di una conocedora sonrisa de satisfacción y ella tiró una chispa de


chocolate hacia mí, pero lo atrapé en mi boca.
Liz se rio, y luego continuó.

—El punto es. No te rindas. Todavía no. Un hombre muy sabio me dijo una
vez: “Es una mierda perder a alguien que amas. Pero tienes una segunda
oportunidad. No mucha gente consigue eso. Estarías loca si no saltas sobre
ella”.

Dejo a mi hermana usar mi propio consejo contra mí. Quería decir esas
palabras cuando les dije, y no podría haber sido tan fácil como esperaba
que sería, pero eso no quería decir que no podía luchar por lo que quería.

—Suena como un tipo muy inteligente —dije.

—Yo no iría tan lejos. —Liz se rio—. Pero sabía de lo que estaba hablando.

Liz tenía razón. Kat estaba asustada. Lo mostró en la forma en que se apartó
de mí, cómo su cuerpo se ponía tieso y rígido siempre que me acercaba.
Nuestro verano juntos había sido increíble, pero fue intenso, y dos años más
tarde no lo había dejado ir, y estoy seguro de que Kat tampoco. El recuerdo
de nosotros era perfecto, pero en el punto donde nos despedimos duele
como el infierno.

Por lo que ella sabía, cuando me curara regresaría a la escuela, dejándola


atrás de nuevo. Y tal vez lo haría. No estaba seguro. La única cosa de la que
estaba seguro, era Kat.

Las pocas veces que la llamé después de que nos separamos no fueron
suficientes. No luché por ella. Por nosotros. Las cosas siempre funcionaron
para mí con poco esfuerzo. Cuando se trataba de conseguir una cita con
Kat, normalmente me habría dado por vencido, pero se convirtió en un
juego que tenía que ganar. Para el momento en que las cosas terminaron,
yo ya había perdido. Mi cola estaba entre mis piernas y mi ego estaba
magullado.

—Soy un idiota.

—Bueno, sí —dijo Liz, y tomé una chispa de chocolate y la arrojé a su cabeza.


La golpeó justo en medio de las cejas.

»Gracias. —La tiró en su boca—. Así que, ¿qué vas a hacer al respecto?

—¿Hola? —La voz de Zach flotó desde la sala de estar.


—Aquí —Liz llamó.

Zach se acercó y levantó la más reciente adición a su colección de


videojuegos.

—Vamos a jugar videojuegos, y le voy a patear el culo a Zach —dije.

Liz puso los ojos en blanco.

—Hombres.

—¿Qué me he perdido? —preguntó Zach, acercándose a Liz, y lanzando un


brazo sobre su hombro antes de besarla.

—Le estaba dando una lección a Josh acerca de lidiar con una chica con
el corazón roto, y cómo el que ella lo rechace y sea desagradable no es
porque sea una perra.

Zach tomó una galleta.

—Amigo, solamente está asustada.

—¿Qué eres, el encantador de pollitas o algo así?

—No. Solo he pasado por esto. Y si Kat es la mitad de mala que esta —Zach
apuntó su pulgar hacia Liz—, entonces tienes trabajo que hacer.

—¡Oye! —gritó Liz, e hizo cosquillas a un lado de Zach, pero él la atrajo hacia
sí, sujetando sus manos entre ellos—. Pedí disculpas por mis cambios de
humor. —Liz miró a Zach, y él besó su frente.

—Lo sé. Solo estaba bromeando.

—¿Vamos a jugar o qué? —pregunté, llegando por encima del mostrador y


agarrando el juego de la mano de Zach.

Zach inclinó la cabeza hacia Liz con una ceja levantada. El temporizador de
la cocina sonó y ella dio un empujón juguetón a su estómago.

—Ve, tengo galletas que hacer. —Zach hizo un mohín con su labio y Liz se
levantó y lo besó de despedida—. Llevaré algunas para ti. Ve.

—Ya has oído a la mujer, vamos —dijo Zach, y lo seguí hasta la sala de estar.

—Oigan, chicos —dijo papá, levantando la vista de la TV.


—Oye, papá.

Se levantó y asintió hacia el juego de video en la mano.

—Déjenme salir de su camino.

—No. Quédate. Podemos jugar más tarde. —Si hubiera sabido que estaba
allí, hubiera sugerido hacerlo después. Había pensado que todavía estaba
afuera cortando el césped.

Se rascó la cabeza, cabello castaño se levantó en ese lugar.

—Tengo que terminar el patio de todos modos. La televisión es toda suya.

—¿Necesitas ayuda? —pregunté, a pesar de que no tenía sentido. El


hombre que me había dejado ayudarlo con el trabajo de jardinería desde
que era capaz de caminar ni siquiera me dejaba abrir una puerta por mí
mismo.

—No, estoy bien, jueguen su juego —dijo papá, y luego salió, dejándome
sintiéndome completamente inútil.

Me dejé caer en el sofá, luego me di cuenta que estaba sosteniendo el


juego. Fui a levantarme y Zach levantó la mano.

—Quieto —dijo y se llevó el disco de mi mano.

—Puedo poner un puto juego en un sistema.

—Nunca dije que no podías, pero es nuevo, no quiero que se raye.

Me gustó cómo Zach no actuó como si me estuviera tratando diferente,


incluso si lo estaba. Se hizo un poco más fácil de tratar.

Puso el disco y me entregó un controlador, tomando el otro y sentándose a


mi lado en el sofá. La pantalla parpadeó con el juego, y ambos nos
inclinamos hacia delante, apoyando los codos en las rodillas.

—Voy a patear tu culo —dije. Charla violenta era imprescindible.

—Veremos eso.

Nuestros personajes aparecieron y nos apartamos, corriendo a través de un


bosque, esquivando granadas. Me encontré con un edificio, las luces se
apagaron y reflejaron un resplandor misterioso en el suelo. Un disparo y
pedazos de la pared destrozada sonaron.

Mis manos se paralizaron y mi corazón se aceleró a medida que más


disparos sonaban. Mi personaje se quedó inmóvil porque ya no controlaba
mis dedos. Todo se congeló. Mis ojos permanecieron abiertos pero mi
entorno se volvió negro.

Más sangre de la que jamás había visto manchó el pasillo una vez limpio. Mi
cuerpo fue drenado de toda su energía y di un vistazo a mi pierna. Incluso
más sangre. El torniquete estaba trabajando por ahora, pero ya había
perdido tanta.

—Está bien. Todo va a estar bien —le aseguré a ella, pero sabía que uno de
nosotros no iba a lograr salir de allí con vida.

Otro disparo.

—¡Mierda! —Oí la televisión apagarse—. ¡Amigo! —Mi brazo temblaba y mi


visión se aclaró. Estaba de vuelta en mi sala de estar, mirando a Zach que
estaba más blanco que un fantasma.

—¿Qué pasa? —dije, porque no había manera de explicarlo.

—¿Qué demonios fue eso?

—Nada. Estoy bien.

—No estás bien. Comenzaste a temblar y estabas mirando justo hacia mí,
pero no estabas allí. Ni siquiera me escuchaste.

—En serio, no es nada —dije de nuevo, deseando descartarlo antes que Liz
entrara.

Me dio esa mirada que decía: “Estás lleno de mierda”.

—Estoy trabajando en eso. —No lo estaba, pero los recuerdos no estaban


sucediendo tan a menudo, así que eso era.

—Lo siento —dijo Zach, y lo miré como si él estuviera loco.

—¿Por qué?

—No pensé acerca del juego. Cómo podría desencadenar… Solo lo siento.
—No. Estoy tan enfermo y cansado de las excusas y que todo el mundo me
trate como a un maldito inválido. Sigo siendo yo.

—Pasaste a través de un montón de mierda. Aun así, todo lo que sabemos


es lo que nos dices, y apenas nos dices algo.

—Cada pensamiento horrible que tienes es correcto. Eso es todo lo que


necesitas saber. Me niego a dejar que ese día me defina. Cambiar quien
soy. Así que por favor, solo déjame tratar con eso, así mi vida puede volver
a la normalidad.

Zach abrió la boca y luego la cerró.

—¿Qué?

—¿De verdad crees que tu vida alguna vez será completamente normal
otra vez? Quiero decir, esto siempre será una parte de ti.

Deja a Zach señalar la verdad de la que estaba huyendo, pero de la cual


nunca escaparía. Odiaba al pistolero por manchar mi vida y la de los que
me rodeaban. Una parte de mí estaba feliz de que estuviera muerto. Pero la
otra parte deseaba que hubiera sobrevivido, así él tendría que vivir con los
recuerdos cada miserable día de su vida, como yo. Recordar los gritos y las
súplicas. Conocer las historias de aquellos que mató. Saber que arruinó
vidas. Y saber que tomó la única cosa lejos de mí que extrañaría más: la
normalidad.

—Espero que sí.

Liz entró y dejó caer un plato de galletas sobre la mesa.

—¿Qué pasó con el juego? —preguntó.

Miré a Zach, pidiéndole en silencio que lo mantuviera entre nosotros.

—Está saltándose. Voy a tener que regresarlo —dijo Zach, y dejé escapar un
suspiro de alivio.

—Es nuevo, ¿cómo pueden vender un juego roto? —Liz, por supuesto, no
podía dejar ir nada fácilmente.

Zach tomó una galleta.


—Sucede. No es gran cosa. —Le dio un mordisco a la galleta y sonrió—.
Delicioso —dijo, y Liz sonrió ampliamente.

—¿No es así? He añadido un poco más de vainilla.

Y justo así la conversación giró en torno a cocinar y Liz permaneció sin


enterarse.
Capítulo 11 Traducido por âmenoire90

Corregido por veroonoel

—P
uedes hacer esto. Solo camina.

Sí, porque es así de jodidamente fácil. Quería gritarle al


idiota que estaba animándome. No me importaba que
fuera mi fisioterapeuta. Solo porque fue a la escuela y
trabajaba en el campo, no significaba una mierda. No tenía ni idea de lo
realmente difícil que era simplemente caminar.

Le daría su “solo camina”. En lugar de eso, inhalé para calmar mis nervios y
continué allí de pie.

—Josh, necesitas dejar ir el miedo.

—No me hables sobre miedo. No tienes idea. —No pude evitarlo. Cómo se
atrevía este chico a pararse aquí y hablarme como si mis problemas fueran
tan simples como estirar un músculo.

—No tengo idea, ¿eh? Déjame decirte algo. —Mike levantó su pierna en la
barra que estaba sosteniendo y alcanzó el extremo de la pierna de su
pantalón. Levantó sus caquis, revelando un zapato deportivo y un montón
de metal

»¿Quieres hablar sobre miedo? Esto —Tocó el metal—, mi amigo, es el


resultado de una mina de tierra. Estaba de patrulla en Irak. Faltaban dos días
para regresar a casa y mi convoy pasó sobre una mina. Perdí mi pierna, justo
encima de la rodilla. Voló la maldita cosa. Pero sobreviví. Nadie en mi
batallón sobrevivió. Solo yo. Así que conozco el miedo. Puede que no haya
pasado por lo que tú pasaste, pero diría que estuve malditamente cerca. Al
menos tienes una pierna con la cual trabajar.

Si pudiera haberme tatuado “idiota” en la frente, lo habría hecho.

—Lo siento —balbuceé.


—No, yo lo siento. Normalmente no le lanzo esto a la gente. —Mike levantó
su pierna de la barra y la regresó a su lugar, no dejando que nadie más en
la habitación conociera lo que había debajo, o no había, de sus
pantalones—. Pero puedo ver tu miedo y tu dolor. Me recuerdas a mí, y
desearía haber tenido a alguien que me hubiera aventado la realidad en la
cara. Me hubiera ahorrado el año que desperdicié ahogándome en
autocompasión.

Asentí. Ya había dicho suficiente. No había razón de seguir diciendo


estupideces. En lugar de eso, posicioné mis manos sobre la barra, inhalé
profundamente, y puse mi pierna mala delante de mí. Muy lentamente, puse
peso en ella. El dolor subió por mi muslo, y quería mandar todo a la mierda.
Tirar la toalla y continuar con la vida en mis muletas.

Luego levanté la vista y vi a Kat esperándome al final del camino, con su


cabeza en un libro de sopa de letras, vestida en su bata del monstruo
comegalletas. No habíamos intercambiado ni una sola palabra a excepción
de las cortesías normales desde el incidente en el paseo marítimo del fin de
semana anterior.

Desde el minuto en que me planté en mi césped delantero, quise levantarla


en brazos y retomar nuestro pasado. Pero ni siquiera podía sostenerme a mí
mismo. No que eso importara, porque ella tenía a alguien más. Aun así,
pensaba, me había besado. Eso tenía que significar algo. Si Darren
significara algo para ella, no lo habría engañado. Tenía una oportunidad.

Dejé que el peso se estabilizara en mi pierna y cojeé con la otra y luego


inhalé otra profunda respiración mientras ponía presión en ella de nuevo.
Dos pasos. Tres. Sudor rociaba mi cabeza, el dolor volteaba mi estómago.
Kat me miró, sus ojos azules amplios con sorpresa, y juntó sus manos,
metiéndolas bajo su mentón. Cuatro pasos. Cinco.

Mi mirada encontró la suya, y finalmente dejé que la ira y el dolor dentro de


mí empezaran a flotar hacia afuera. Levanté mi labio y le guiñé.

Mike palmeó mi espalda.

—Sabía que podías hacerlo. Terminemos por el día. No quiero que te


extralimites. Sin embargo, deberías intentar caminar en casa. Sostente a
algún mostrador o que alguien te ayude. —Sus ojos miraron hacia Kat y de
vuelta a mí, una mirada conocedora en su rostro.
—Ella no está exactamente hablándome —admití.

—¿Qué hiciste?

Miré a través de la habitación, mis ojos posándose en Kat. La bata azul que
usaba hacía contraste directo con su estado de ánimo. Sus labios estaban
en una línea recta, sus manos dobladas sobre su pecho. Todavía estaba
molesta.

—¿Qué no hice?

—Supongo que mejor empiezas disculpándote. Te veré el jueves.

Mike se rio y se alejó caminando. No había nada gracioso en esto. Miré


hacia Kat de nuevo, pero esta vez bajó su cabeza y dejó que su cabello
cayera frente a su cara.

Aunque, ¿realmente hice algo mal? Fue ella quien metió su lengua en mi
boca. Era ella la que estaba viendo a alguien más. No. No tenía nada de
que disculparme. Por una vez, no era yo.

Acomodé mis muletas bajo mis axilas y me dirigí a la salida. Pasé junto a ella
y no me detuve cuando sus labios se separaron y era evidente que iba a
decir algo.

Dejó salir un soplo de aire, y escuché sus llaves tintineando detrás de mí. Iba
a agarrar la puerta, pero ella se estiró frente a mí, su piel fría frotándose
contra mi brazo.

—La tengo —dijo, y la abrió, agarrándola mientras me miraba con cara de


desprecio. La antigua Kat habría mirado hacia el suelo, avergonzada.
Estaba algo orgulloso de ella.

Caminé afuera y hacía el auto sin una sola palabra.

La peor parte era que quería hablarle. Quería compartir mi pequeña


victoria. Había jodidamente caminado y si no fuera por Darren, habría
envuelto mis brazos alrededor de ella e insistido en que saliéramos y
celebráramos. Ahora estaba atrapado en el auto con su esencia a algodón
de azúcar, tratando de hacer todo lo posible para no preguntarle cómo
estaba Darren.
Golpeteó sus manos en el volante y luego lo agarró fuertemente. Su cabeza
giró en mi dirección y luego de regreso al camino. Pasó sus dedos por su
cabello.

—¿Qué? —pregunté, conociéndola lo suficientemente bien para ver que


algo estaba en su mente.

—Mira, sé que no nos estamos hablando, pero ¿por favor podemos


reconocer que hoy caminaste? Quiero decir, ¡hola! Eso es algo grande. Y
realmente solo quiero decir… te lo dije.

Dejé salir una risa.

—¿Disculpa?

—Sabía que podías hacerlo. Solo que eres malditamente terco. Siempre lo
has sido.

Cuando sus ojos captaron los míos, una sonrisa apareció. Nuestro encuentro
en el paseo marítimo se desvaneció, y solo éramos ella y yo de nuevo. El
mundo estaba en el exterior, donde pertenecía.

—No soy terco.

—Oh, por favor —prácticamente bufó—. ¿Debo recordarte el épico


momento de terquedad número veintidós?

—¡Veintidós!

—La gente terca tiene un montón de momentos de terquedad, y tú, mi


amigo, eres el colmo.

Me recliné en el asiento.

—Está bien, dame el momento épico número veintidós.

—Cuando insististe que sabías un atajo a la playa a pesar de que te dije que
estábamos conduciendo en la dirección equivocada.

—Nos llevé allí, ¿o no?

Su boca se abrió con sorpresa y dio un exagerado jadeo.

—¡Después de manejar hacia otro estado!


Hice un gesto con mi mano como si estuviera alejando una mosca.

—Un pequeño desvío.

—¡Pequeño! —Sus ojos dejaron el camino por un segundo y me miró con


incredulidad—. Estuvimos perdidos por dos horas.

Me recliné en el asiento y crucé mis brazos sobre mi pecho, asegurándome


de abultar mi bíceps.

—Dos horas conmigo, en una lista de pros y contras, eso definitivamente es


un pro.

Su labio se levantó y trató de cubrirlo rascando sobre su boca.

Me estiré y envolví mis dedos alrededor de su mano, tirando de esta.

—Te vi sonreír.

El tramo de piel desde sus mejillas hasta su cuello se tiñó de rojo.

—No lo hice.

—Lo hiciste también.

—No lo hice.

—¿Quién es la terca ahora? —Miré hacia ella, y en una forma típica de Kat,
deslizó sus dientes sobre su labio en puchero.

Había tanto que extrañaba de Kat. Tanto. Pero esta charla de ida y vuelta
era lo que más extrañaba.

—Tu momento épico de terquedad número veintidós —dije, y ella levantó


una ceja—. Esto. —Tomé su mano de vuelta en la mía y deslicé hacia arriba
su anillo para revelar nuestros tatuajes iguales.

Negó con su cabeza.

—¿Qué?

—Estaba determinada. Hay una diferencia. —Apuntó su dedo hacia mí—.


Fue tu culpa.

—¡Mía! —Agarré mi pecho y me reí.


—Tú lo dibujaste en mi dedo.

Kat se había estado desmoronando en frente de mí debido a la enfermedad


de su madre. Me sentía completamente inútil. Así que hice la única cosa en
la que pude pensar: le dibujé el símbolo de infinito en su dedo.

Mis manos cayeron en mi regazo y me giré en mi asiento, asegurándome de


no golpear mi muslo.

—No sabía qué más hacer.

—Lo sé. Yo tampoco.

—¿La extrañas? —Era una pregunta estúpida. Por supuesto que sí. Su mamá
había sido su vida. Su roca. La única persona que nunca la había
abandonado. Pero justo como ese día en la parte trasera del Café Aqua
cuando había llorado en mis brazos, no sabía qué más decir.

—Todo el tiempo. Dicen que se vuelve más fácil. Pues no. Solo he mejorado
en empujarla hacia la parte trasera de mi mente. Pero hay veces en que
resurge y me encuentro perdida, al borde de un colapso, aunque las crisis
son menos y más distantes entre ellas.

—Cuando mi abuelo murió —dije—, mi hermana horneaba todo el día,


todos los días. La ayudó a concentrarse en otra cosa. Tú solías armar esos
álbumes. Los de las fotos.

—Solía hacerlo.

—Pero te encantaba hacerlo.

Se encogió de hombros.

—Es un pasatiempo costoso, y además, me quedé sin cosas que deseo


recordar. —Esperaba tristeza en su tono, pero lo dijo como si fuera un hecho,
como si los buenos recuerdos ya no existieran para ella.

Quería arreglarlo. Darle algo que valiera la pena recordar. Encontrar una
manera de compensarla por todo lo malo en su vida. Merecía libros llenos
de recuerdos, no de oscuras páginas en blanco.

Entonces recordé por qué no nos habíamos estado hablando antes.


—Tienes a Darren. ¿Quieres decirme que no hay nada con él que valga la
pena recordar?

—Estamos teniendo un buen día. No lo arruinemos, ¿está bien?

Miré hacia mi costado y capté sus ojos por un momento breve antes de que
los regresara al camino.

—Yo…

—Entonces, ¿qué más dijo Mike? —preguntó Kat, y esta vez, dejé que
cambiara el tema.
Capítulo 12 Traducido por nikki leah

Corregido por veroonoel

—M
amá, estoy bien —le dije por quingentésima vez. Por fin
había conseguido que mi hermana volviera a su
apartamento, y ahora tenía a mamá, que era diez
veces peor. Si solo hubiera una manera de enviarla al apartamento de Liz
también, tal vez conseguiría un poco de paz y tranquilidad.

Por otra parte, técnicamente, yo era el intruso. Por fin había conseguido
librarse de sus dos hijos, y luego regresé y tomé residencia, comiendo todo
lo que tenía en su casa. Pero, no podía volver a los dormitorios. Todavía no.

Tal vez nunca.

—No me mientas —dijo mamá con su última cara de Mamá.

—No estoy mintiendo.

Puso sus manos en sus caderas al igual que hizo cuando me pillaron
bebiendo en penúltimo año de la escuela secundaria.

—Dice el niño que cayó de la cama. Otra vez.

—Te lo dije, no fue nada.

—Tal vez deberías ver a alguien. La oficina de la mamá de Sadie no está


demasiado lejos. Hay…

—No necesito un psiquiatra. —Sobre todo la madre de la mejor amiga de mi


hermana.

—Josh, cariño, no hay nada de malo en hablar con alguien.

—Sé que no lo hay. Estoy hablando contigo ahora mismo, ¿no?

—No te hagas el listo conmigo.


Me pellizqué el puente de la nariz.

—Lo siento.

—No pretendo molestar.

Miré hacia arriba y ladeé mi ceja. Eso fue el mayor montón de mierda que
he oído nunca. Mamá vivía para molestar. Estaba en su sangre.

—Estoy preocupada por ti. —Las lágrimas llenaron sus ojos y quería golpear
el botón de rebobinado en mi vida y volver al día del tiroteo. No habría ido
al edificio de Ciencias Kramer. No habría estado en cualquier sitio cerca de
ese maldito campus.

Quería recuperar mi vida, y no parado aun en ese edificio. Todavía pegado


a ese día. Una repetición constante de la película de terror más gráfica que
jamás había visto. Excepto que no la veía en una televisión o en una pantalla
de cine. La veía desplegarse frente a mí, una y otra vez en un bucle
continuo. Sentía que la sangre corría por mi pierna y los mareos que estaban
tratando de alcanzarme. Un recordatorio constante de que el horror nunca
terminaría.

Podría hablar de ello hasta que me volviera azul, pero no cambiaría el


hecho de que diecisiete personas todavía estarían heridas y seis personas
todavía estarían muertas. Todavía habría tenido un asiento de primera fila
para el baño de sangre. Hablar no traería a Nia de vuelta. No borraría las
visiones horribles. Así que en realidad, ¿cuál era el punto?

—Lo sé. Pero confía en mí, mamá. Estoy bien. Promesa. —La mentira era más
fácil que la verdad. Yo estaba lejos de estar bien, pero no había nada que
se pudiera hacer. Solo esperaba que, finalmente, ese insoportable día se
desvaneciera de mi memoria y se bloqueara para siempre.

—Si tú lo dices. —Caminó alrededor de la isla de la cocina y besó la parte


superior de mi cabeza—. Pero, por favor. Si alguna vez no te sientes bien,
prométeme que verás a alguien.

—Lo prometo —dije, pero en mi mente, mis dedos se cruzaron como un


malcriado de cinco años.

—Tengo que ir a trabajar. ¿Me necesitas para cuidar de tu vendaje primero?


¿Cocinar el desayuno?
Tomé un sorbo de mi jugo de naranja.

—Kat estará aquí pronto.

Mamá me miró divertida y luego sus manos aterrizaron de vuelta en sus


caderas.

—Ella es tu ayudante, Joshua Adam. Será mejor que no estés durmiendo con
ella.

El zumo de naranja se atascó en mi garganta y me empecé a ahogar. Lo


engullí de un trago y procedí a toser mi confrontación.

—¡Mamá! ¿En serio?

—No nací ayer, sabes. Vi esa mirada. —Su dedo se disparó hacia mis ojos—
. No soy ciega o tonta.

—Nunca dije que lo fueras.

Mamá dejó escapar un gran suspiro.

—Es una buena chica.

—¿Estás tratando de decirme que es demasiado buena para mí? Caray, si


alguna vez dejo que mi ego se salga de control, sé a dónde ir.

—Solo estoy diciendo que no es como las otras chicas con las que has salido,
eso es todo. Creo que cualquier chica sería afortunada de tenerte si
estuvieras dispuesto a dedicarte a ella. Pero ambos sabemos, en base a tu
historial, que eso no va a suceder en el corto plazo. Así que, por favor solo
mantenlo en tus pantalones.

—¡Mamá! —Juraba que mis oídos sangraban. Mis manos se dispararon y los
cubrieron, esperando que si se derramaba algo de sangre, podría
mantenerla dentro.

Sabía que tenía una reputación, pero oír a mi mamá realmente reconocerlo
en algo más que un comentario de paso… bueno, ella bien podría haber
chocado conmigo mí encima de una chica.

Dejé caer mis manos de mis oídos y tomé otro trago de mi jugo.

—No soy una mojigata, Joshua.


El jugo de naranja se disparó de mi nariz, y aparté el vaso. Tratar de beber
durante esta conversación podría ser letal.

—Ambos somos adultos aquí, y simplemente no quiero que te aproveches


de la pobre chica.

—No necesito que me digas cómo tratar a Kat. Como tú, no soy ciego o
tonto. Reconozco una buena cosa cuando la veo.

—Ya te acostaste con ella, ¿no es así?

El calor se precipitó en mis mejillas. Al igual que mi hermana, fui bendecido


con la incapacidad para mentir. Mientras que su labio se crispó, mis mejillas
se tornaron más rojas que la costura en una pelota de béisbol.

—¿De verdad me preguntaste eso?

—¡Lo hiciste! ¿No es así? Tus mejillas están encendidas como un árbol de
Navidad.

Malditas mejillas. No había salida de esto, y mierda santa, hablando de una


conversación incómoda. Había cosas en la vida que nunca quería
experimentar, y hablar de sexo con mi madre estaba en lo alto de la lista.

Ya era bastante malo cuando mi papá me dio la charla en la escuela


secundaria. Murmuró algunas cosas, me dio una palmadita en la espalda y
me dejó con una caja de condones. Se necesita mucho para que me
avergüence, pero casi salté fuera de mi ventana de un segundo piso para
evitar aquello.

No tenía sentido mentirle. Mamá tenía esa determinada mirada en sus ojos,
y una vez que se instalaba, no había escapatoria.

—Tuvimos una cosa el verano antes de la universidad.

Mamá se sentó en el asiento frente a mí y puso su codo en la isla.

—¿Qué pasó? —Y de repente me sentí como si estuviera siendo interrogado


por Oprah.

—Preferiría no hablar de ello.

—¿Dónde está mi niño pequeño que quería hablar de todo?


Buena pregunta. No tenía ni idea de dónde estaba. Ni idea de si alguna vez
volvería. Demasiadas cosas habían sucedido. Demasiadas cosas que no
quiero discutir. Erase una vez, hablar era una de mis cosas favoritas para
hacer, porque siempre tuve algo positivo que decir. Pero, la vida no era mi
amiga en los últimos tiempos, y no había nada que quisiera compartir. ¿Por
qué arrastrar al resto del mundo conmigo?

Además, hablar sobre Kat, compartir los detalles de nuestra relación y


donde todo salió mal, no era exactamente mi idea de una conversación
divertida. Se había acabado. No había mucho más que decir.

Me encogí de hombros, listo para llamar al juego, pero cuando la mano de


mamá se apoyó sobre mi hombro, era obvio que íbamos a entradas extras.
Las palabras salieron de mí.

—Pasamos todo el verano juntos y nadie sabía. Lo quería de esa manera. La


mantuve en secreto.

Continué, diciéndole a mamá acerca de cómo nunca llevé a Kat a


cualquiera de las partes. Cómo fingí que no existía cuando estaba con mis
amigos. Cómo seguí coqueteando con otras chicas para mantener la
fachada.

—Estaba dispuesto a renunciar a Springfield para estar con ella. —Me encogí
de hombros—. Ella nunca me pidió que me quedara, sin embargo.

—Ya veo —dijo mamá cuando terminé.

Esperé a que dijera algo más. Cualquier cosa. Le había mostrado mi alma
maldita, ¿y todo lo que iba a darme era un “Ya veo”? Debe haber sido malo.
Su percepción de mí durante los últimos veinte años cambió por completo
en cuestión de minutos.

—Supongo que eso lo dice todo —dije, deseando que hubiera mantenido
la boca cerrada. Liz siempre me dijo que si mataba a alguien, mamá me
ayudaría a esconder el cuerpo. Nunca discrepé porque estaba en lo cierto.
Mamá nunca vio nada mal en mí. Pero al escuchar la historia de mi y Kat, la
forma en que jodí eso magníficamente… había manchado a su hijo
perfecto.

—No. Josh, lo siento. Solo fui tomada por sorpresa, eso es todo.
—Soy una persona terrible. Lo sé.

—Por supuesto que no. No te puedes culpar por enamorarte.

—Pero la forma en que hice eso…

—Por lo que dices, ella también quería mantenerlo en secreto. Fue una
decisión hecha por ambos. Además, estabas dispuesto a renunciar a
Springfield por ella e ir a una escuela local. Creo que es la cosa más dulce
que jamás he oído. Posiblemente la más estúpida, ya que Springfield es una
escuela increíble, y probablemente te habría dado un infierno por eso, pero
la intención estaba allí y estoy segura de que Kat reconoció eso.

—Aun así, no me pidió que me quedara.

—¿Por qué no se lo preguntaste?

—Sabía cómo me sentía. Sabía que lo daría todo. Solo tenía que decir las
palabras. A lo último, fue su elección.

—Entonces estoy segura de que había una razón. Una válida.

—Pero no me lo dirá. Trato de hablar con ella, y ella lo hace imposible.


¿Tienes alguna idea de lo frustrante que es eso?

Mamá ladeó su ceja.

—De hecho, sí. Pareces un testarudo niño mío que hace exactamente la
misma cosa, pero estoy feliz de que hayas podido compartir esto conmigo.
Sé que habrá cosas que no me puedes decir, y lo entiendo, lo hago, pero
sabes que siempre estoy aquí siempre que me necesites.

Mamá no tenía que decirlo. No importaba lo que estuviera pasando,


siempre estaba ahí. Mi familia era la única cosa en la que siempre podía
contar.

—Gracias, mamá. Te amo.

Se acercó y envolvió su brazo alrededor de mi hombro y me apretó contra


ella.

—También te amo. —Besó la parte superior de mi cabeza y luego despeinó


mi pelo—. Tengo que ir a trabajar. Kat debería estar aquí pronto. Si no
puedes hablar con nosotros sobre el tiroteo, tal vez puedes hablar con Kat.
Es solo una idea.

Llamaron a la puerta y se abrió fácil. Kat entró en la cocina vestida con


batas de Betty Boop, con su pelo recogido en un moño desordenado. Pero
sus ojos se veían rojos en los bordes, como si no hubiera dormido en días. Las
pecas adorables que amaba cubrir estaban libres de maquillaje.

Mamá miró entre nosotros dos.

—Hola Kat —dijo, un poco demasiado entusiasmadamente—. Es tan bueno


verte. Me estoy yendo ahora. Diviértanse niños locos… pero no demasiada
diversión. —Apuntó su dedo hacia mí, agarró su bolso y se dirigió hacia la
puerta, dando un guiño a Kat.

—¿Qué fue eso? —preguntó Kat, viendo a mamá alejarse.

—Pensó que estábamos durmiendo juntos.

La boca de Kat se abrió, los ojos congelados en estado de conmoción.

Me reí, incapaz de controlar mi diversión.

—No te preocupes, Kit Kat. Le dije que ya no.


Capítulo 13 Traducido por ateh

Corregido por veroonoel

—¡¿L
e contaste a tu mamá sobre nosotros ?! ¿Estás loco?
¡Podría perder mi trabajo si se corre la voz! —Iba y venía,
pasándose la mano por el cabello rubio rojizo.

—Cálmate. Fue antes de que fueras mi ayudante, y, además, incluso si


estuviéramos durmiendo juntos ahora, mi mamá no te reportaría. Por el amor
de Dios, dale un poco más de crédito.

—¿Crédito? Mi trabajo está en riesgo aquí. Por no hablar de que le dijiste a


tu madre que dormimos juntos. Eso no es algo que quiero que se difunda
para que todo el mundo escuche.

—¿Por qué? ¿Te avergüenzas de mí?

La boca de Kat se cerró. Sus ojos se clavaron en los míos, y esperé a que me
atacara con más palabras, pero su teléfono sonó. Lo sacó de su bolsillo, lo
silenció y lo devolvió a su bolsillo.

—¿Tu amante? —pregunté, y sus ojos se estrecharon.

—No trates de cambiar el tema.

—Tú lo haces todo el tiempo.

Su teléfono sonó de nuevo y al igual que antes, lo silenció y lo metió en el


bolsillo.

—Algunos días te odio.

—Yo no hice nada malo.

—Le dijiste a tu madre, de todas las personas, que hemos dormido juntos.
Eso está mal en muchos niveles.
—Lo que no entiendo es si estás enojada conmigo por decirle a mi mamá
que dormimos juntos o por el hecho de que en realidad dormimos juntos.

El enojo se volvió molestia.

—¿En serio, Josh? Decir eso es una estupidez.

—¿De verdad?

Su teléfono sonó de nuevo.

—¡Maldita sea! —Lo sacó y lo silenció, pero esta vez lo apagó y lo arrojó
sobre el mostrador. La tensión quedó ajustada en su cara, y presionó la
palma de la mano contra el ojo como si fuera a frotar un poco de basura.
¿Quién demonios seguía llamando? Y ¿por qué estaba evitando su
llamada? ¿Tenía algo que ver con qué se viera tan plana?

Esperaba que lo usara como una salida a la conversación, pero al parecer


prefería pelear conmigo que hablar con quien estuviera en el otro extremo
de ese teléfono.

Su mano cayó y ojos azules me miraron. Dejó escapar un suspiro tembloroso.

—No estoy enojada porque dormimos juntos. De ningún modo. Lo siento por
enloquecer. Solo… No puedo perder mi trabajo.

Me levanté del taburete y utilicé el contador como palanca para moverme


más cerca de ella. Se quedó sin aliento al verme sin usar mis muletas y
caminar más de unos pocos pasos.

Aparte de ese día en terapia física, no había caminado solo de nuevo.

—Estás caminando.

—Tratándolo, al menos —dije, con los dientes apretados mientras el dolor se


disparaba por mi muslo. La alcancé y puse mi mano sobre su hombro.

—No vas a perder tu trabajo. Lo prometo.

—Lo siento —suspiró—. Ha sido un día difícil.

—¿Quieres hablar de ello? —Quería quitar del medio todo lo que estaba
causando su malestar. Hacerlo mejor. Más fácil. Tenía la sospecha de que
tenía algo que ver con la persona llamando.
Me dio una sonrisa a medias.

—En realidad no.

Me tomó un tiempo asimilarlo, pero ahora sabía oficialmente lo que mi


familia sentía cuando los apartaba. Apestaba. No tenía idea de lo que
estaba pasando en esa magnífica cabeza de ella, y por eso, no había nada
que pudiera hacer.

Tantas veces había querido borrar toda la mierda con la que estaba
tratando, pero cuanto más intentaba aliviar sus cargas y temores, más me
daba cuenta de que solo estaba dándole una solución temporal.

Tomé su mano en la mía. Su respiración se detuvo y me miró a los ojos.


Deslicé el anillo fuera de su dedo, dejando al descubierto su tatuaje.

—Te dio fuerza una vez —dije, y corrí mi dedo sobre las curvas de la negra
línea.

***

El sol estaba brillando y la fila para el tobogán de agua estaba fuera de


control. A la velocidad que iba, tendría suerte si conseguía colarme en una
sesión de besos con Kat detrás de la Laguna Azul.

Mis ojos miraron en su dirección, y vi como apoyaba la barbilla en la mano.


Incluso desde lejos me di cuenta de que había algo que la molestaba. La
cara feliz de ensueño que siempre tenía cuando miraba a lo lejos se nubló.

—Cruza los brazos sobre tu pecho —le dije al siguiente chico que tomó su
posición en el tobogán—, y espera mi señal.

Esperé la aprobación de abajo y volví a ver a Kat. Una madre y su hijo se


acercaron al puesto de algodón de azúcar y dio una sonrisa, pero se vio
forzada.

—Todo despejado —escuché en la radio.

—¡Y ve! —dije al niño y despegó.

Levanté mi mano hacía el siguiente niño, mis ojos pegados a Kat. Entregó el
algodón de azúcar a la madre y, tan pronto como se alejaron, su cabeza
cayó en sus manos. Unos segundos después, salió corriendo por la puerta.
—¡Chris, maneja mi estación! —grité al organizador de la fila.

—Todo despejado. —Encontré la radio y salté en el tobogán lanzándome


hacia abajo, con los brazos cruzados sobre el pecho, las piernas cruzadas
en los tobillos.

Tan pronto como llegué a la piscina, me bajé y salí disparado a la derecha,


nadando a las escaleras como si un tiburón estuviera a punto de morder mi
culo.

—Josh, ¿a dónde demonios vas? —gritó el socorrista de la piscina.

No le respondí. Tenía que encontrar a una chica llorando. Llegué a las


escaleras y me levanté. El agua pesaba en mis pantalones cortos, pero los
retorcí, apretando la humedad mientras corría hacia el único lugar que
podía pensar.

—Josh, disminuye la velocidad. Sabe que no se puede correr aquí —dijo Cliff,
el gerente, mientras corría junto a él.

Llegué a la Laguna Azul y me encorvé a la izquierda para que nadie me


viera. Justo como esperaba.

Kat estaba sentada en el suelo, con las rodillas dobladas, los codos
apoyados en la parte sobre ellas, con la cabeza entre las manos. Me
arrodillé junto a ella y puse mi mano sobre su brazo.

—Kit Kat, ¿qué te pasa?

Los ojos húmedos, rojos de tanto llorar, miraron hacia mí. Su nariz se arrugó
en el puente y en lugar de palabras negó con la cabeza y chilló. Mi corazón
se rompió cuando el dolor se grabó en su rostro.

Envolví mi brazo alrededor de su cuello y la atraje hacia mí. Caí de plano al


suelo para sentarme, y ella gateó en mi regazo. La acuné, meciéndome
hacia adelante y hacia atrás, pasando la mano por su cabello y besando
su frente.

Kat podría haber sido tímida, pero nunca fue débil, por lo que cuando la vi
desmoronarse, incapaz de contener las lágrimas, supe que era malo. No
sabía que era. Lo peor de todo, no sabía cómo hacerlo mejor.
Sin camisa, zapatos, y todavía empapado, alcé a Katen mi pecho y me
levanté. Estaba tan consumida en su dolor que ni se dio cuenta del
movimiento. La abracé fuertemente a mí y me dirigí hacia la entrada de
mantenimiento hacia el estacionamiento.

No me importaba si alguien nos veía. Llegué a mi camioneta, agradecido


de que había dejado una llave de repuesto en la rueda. Abrí la puerta y
puse a Kat en el asiento, pero cuando fui a alejarme ella me agarró.

Cualquier pieza que quedara de mi corazón se desintegró. La tomé en mis


brazos, cerré la puerta del pasajero y caminé hacia el lado del conductor.
Empujé el asiento trasero y la levanté conmigo.

Ella se aferró a mi cuello más fuerte mientras me inclinaba y reajustaba el


asiento.

—No voy a ninguna parte —le susurré al oído y le besé la parte superior de
su cabeza. La cambié para que se sentara a mi lado, y acarició mi costado
con su rostro.

Puse en marcha el auto y salí disparado. No había ninguna duda en mi


mente de adónde ir. Solo había un lugar que podría dejar el mundo fuera.

El camino a nuestro lugar parecía interminable. Tantas veces quise virar


hacia el lado de la carretera y envolver los brazos alrededor de ella, pero
seguí conduciendo. Cepillé con los dedos los mechones sueltos del cabello
rubio rojizo fuera de su cara y pasé la mano por su brazo.

Me volví hacia el camino y tiré de Kat más cerca de mí, preparado para el
rebote del áspero terreno.

Fue un poco más suave que de costumbre, como si la madre naturaleza


supiera que Kat ya estaba lo suficientemente agitada. Bajé la velocidad del
camión hasta que se detuvo y tiré ambos brazos alrededor de ella.

Y la abracé.

Y la abracé.

Y la abracé.

No me atreví a decir nada. Sabía que cuando estuviera lista hablaría, pero
primero tenía que dejar salir todo el dolor. Así que seguí abrazándola.
Frotó su mejilla contra mi pecho desnudo, y empujó hacia arriba. Cerró los
ojos como si estuviera reteniendo las lágrimas para que se detuvieran y
luego los abrió. Extendí la mano y limpié las huellas en su cara.

—¿Dónde está tu camisa? —preguntó, y, cuando la miré a los ojos, ambos


nos echamos a reír.

Suspiré con alivio en el interior. Su risa era el sonido más dulce que había oído
nunca. Puse mi mano bajo su barbilla y su cara frente a la mía.

—¿Vas a contarme?

Sus ojos se humedecieron otra vez, pero tomó una respiración profunda y los
clavó en los míos. Sostuvo mi mirada como un salvavidas.

—Mi mamá… —Las lágrimas corrían por sus mejillas. Tomé su cara entre mis
manos y deslicé mis pulgares bajo sus párpados, secándole las lágrimas.

—Está bien —le dije, mirándola profundamente a los ojos.

Más lágrimas fluían, pero no apartó su mirada de la mía. Su nariz se crispó y


sus labios se abrieron.

—Cáncer —susurró.

Traté de no demostrar sorpresa en mi rostro. Kat necesitaba una roca, no


una burbuja con los ojos abiertos sin tener ni idea de qué decir ni qué hacer.
Así que hice lo único que podía pensar. Me acerqué a ella y la atraje a mis
brazos, asegurándole:

—Va a estar bien.

Sus dedos se unieron con los míos, tomó mi otra mano y esbozó una figura
de ocho en su dedo anular.

—¿Sabes lo que es el símbolo de infinito? —pregunté.

Ella negó con la cabeza contra mi pecho.

—La mayoría de la gente lo conoce como un símbolo de matemáticas,


significa infinito, por supuesto. Pero para otros es un símbolo de fuerza y amor
infinitos. Sin límites o sin fin.
Me acerqué a mi guantera y saqué un bolígrafo. Deslicé mis dedos fuera de
ella y tomé su mano. Deslicé la punta del bolígrafo sobre su piel, marcándola
con el símbolo de infinito.

—Kat, eres fuerte. Más fuerte de lo que crees. El amor que sientes por tu
madre es infinito, y por eso sé que todo va a estar bien.

Pasó la mano por encima de su dedo, admirando mi obra. Tomó el bolígrafo


de mi mano y me agarró los dedos, dibujando el mismo símbolo en mi piel.

—Tampoco hay límites para tu amor —dijo mientras conectaba el símbolo.

Nunca habíamos dicho la frase de dos palabras el uno al otro. Nunca antes
se lo dije a nadie que no fuera de la familia. Pero en ese momento, cuando
los grandes ojos azules de Kat me miraron, lo supe.

Entrelacé nuestros dedos, el lado de los signos de infinito lado a lado, y con
mi otra mano, sujeté su mejilla.

—Te amo.

La piel entre los ojos se arrugó y una sonrisa se posó en sus labios.

—Yo también te amo. Demasiado.

Envolví mi mano alrededor de su cabeza y rocé mi boca contra la suya. Sus


dedos se cerraron alrededor de la mía, y la otra mano se perdió en mi
cabello. Electricidad se disparó a través de mis labios hasta mi estómago.

Kat se apartó, apoyando su frente contra la mía.

—Vamos a hacerlo permanente.

Bajé la vista hacia ella, con una ceja levantada en la curiosidad.

—¿Hacer qué permanente?

Levantó su dedo.

—Siempre he querido un tatuaje.

—¿En serio?—pregunté, completamente sorprendido.

—En serio.
—¿Estás segura de esto? Quiero decir, será permanente. Para toda la vida.
Por siempre.

—Lo sé… y eso es lo que quiero.

—Entonces vamos a hacerlo.

Saltó a mis brazos, sujetándome contra la puerta, y me dio un beso duro y


dulce. No quería dejarla ir. Nunca.

Hablé contra sus labios.

—Pero primero tengo que encontrar una camisa y un par de zapatos.

Se echó a reír y luego me besó otra vez, el dolor de antes ya no era visible.

***

El recuerdo fue un atizador caliente en mi corazón ya magullado. Kat puso


un plato de panqueques en frente de mí, pero no podía comer. No podía
dejar de mirarla.

—¿Qué pasa? —preguntó, con los ojos entrecerrados mientras daba un


paso más cerca de mí, examinando mi cara antes de mirar hacia abajo a
la pierna.

—Te dije que me dijeras que me quedara y no lo hiciste. ¿Por qué?

—Santo al azar —dijo y dio un paso atrás.

Utilicé el mostrador para acercarme a ella.

—Necesito saber.

Levantó la mano para que me detuviera.

—Josh, no quiero hablar de esto.

Todo lo que había estado conteniendo hervía a la superficie. Solté el


mostrador y pasé las manos por mi cabello.

—Estoy harto de no hablar. Cansado de ello. ¿Sabes lo que se siente


mantener las cosas dentro de ti?
—Por supuesto que sí. He estado haciéndolo desde el momento en que te
fuiste. No tenía a nadie en quien confiar. Nadie. Así que lo siento si no dejo
que todo sea como antes.

Pasé las manos por mi cara, calmándome después de sus palabras.

—Así que, ¿por qué? ¿Por qué no me pediste que me quedara?

—¿Y ser la razón por la que perdieras tu beca? Estaba atrapada aquí. Tú no.
No podía hacer eso. —Kat levantó los brazos al aire y luego los colocó sobre
el mostrador.

—Te dije que no me importaba adonde fuera a la escuela, siempre y


cuando estuviéramos juntos. Podría haber jugado en cualquier lugar. No me
importaba.

Vi el ascenso y la caída de su espalda mientras respiraba hondo.

—Me importaba a mí —susurró, y luego se dio la vuelta—. Mis sueños fueron


arrancados de mí, y no iba a dejar que te sucediera a ti también. No tenía
otra opción. Estaba bien con eso. Pero tú la tenías, y no iba a permitir que
tomaras la equivocada.

Me acerqué a ella.

—Si estaba contigo, no habría sido una mala elección.

—Hasta que la etapa de luna de miel siguiera su curso, y me resintieras.

Me acerqué y apoyé la mano en el lado de su cara.

—Eso nunca hubiera pasado.

Sacudió la cabeza y se alejó de mí.

—¿Cómo sabes eso? Lo que tuvimos fue genial. Pero mantuvimos el mundo
fuera de eso y eventualmente… habríamos tenido que dejarlo entrar. Y
cuando lo hiciéramos, todo habría cambiado.

—Las cosas cambian. Así es la vida. —Me puse delante de ella de nuevo.
Sus ojos se clavaron en el suelo y cruzó los brazos. No de una manera
obstinada, estaba asustada. Probablemente tenía miedo de lo que iba a
decir—. Pero te amaba, y dos años después, después de todo… —Tomé su
barbilla en mi mano, instándola a mirarme—. Todos los altos y bajos, no verte.
Ese hecho no ha cambiado. Todavía te amo tanto como te amaba ese
verano.

Las lágrimas brotaron de sus ojos. Emociones corrían por su rostro. Retrocedió
hacia el mostrador.

—No puedo hacer esto. No en este momento. No puedo.

Agarró su bolso y salió corriendo por la puerta, abandonándome.

Incluso cuando trataba de hacer las cosas bien, aun así las jodía.
Capítulo 14 Traducido por BookLover;3

Corregido por veroonoel

M
e pasé cinco horas mirando el teléfono celular en la isla de mi
cocina. Cinco horas. Me tomó mucho tiempo darme cuenta de
que Kat no iba a volver por él. Una hora después de eso, llamé a
Zach para ver si estaba en la ciudad, visitando a su abuela.

Toda la cosa de no-ser-capaz de conducir era un verdadero dolor en el culo.


Por suerte, Zach no tenía clases por la tarde y me recogió después se
detenerse en la casa de reposo.

—¿Hacia dónde vamos? —preguntó, entregándome mis muletas mientras


me acomodaba en el asiento del pasajero.

—Kat. Está en el otro lado de la ciudad, en Spruce.

Levantó una ceja.

—¿Sabe que estas yendo?

—¿Qué crees?

Zach sacudió la cabeza y se echó a reír.

—¿Importa lo que pienso?

—¿Ahora mismo? No.

—Entonces vamos a salir de aquí.

Zach se metió en el asiento del conductor y arrancó.

—¿Cómo va la terapia? —preguntó cuando se giró a la carretera principal.

—Fui capaz de dar unos pasos el otro día.

—¡Anímate! Eso es realmente genial. Muy pronto podrás estar de vuelta en


el campo de béisbol.
Asentí. Era un pensamiento agradable, pero no creía que alguna vez fuera
capaz de correr por las bases de nuevo, ni pensar en las líneas de captura y
hacer jugadas dobles.

Hablar de las cosas que nunca iba a hacer de nuevo era deprimente. Tenía
suficiente en mi mente. No necesitaba que eso me arrastrara abajo
también. Así que cambié el tema a algo de lo que Zach le gustaba hablar.

—¿Cómo está mi hermana?

—Ocupada planificando la limpieza de una playa comunitaria una vez al


día. Está volviéndose loca, haciendo carteles y volantes.

—Así que por eso no ha estado sobre mi trasero.

—Ha estado tomando la mayor parte de su tiempo. Pero es solo un dolor


porque está preocupada. —Zach se encogió de hombros—. Todos lo
estamos.

—No hay nada de qué preocuparse. Estoy bien. —Y una vez que llegara a
lo de Kat y arreglara cosas, estaría un paso más cerca de regresar a mi vida.
Por lo menos esperaba que así fuera.

—Sigues diciendo que lo estás, pero te conozco. Te conozco desde hace


años. Si no quieres contarle a Lizzie, lo entiendo. Pero este soy yo.

—Siempre has sido un gran amigo. Eres mi hermano. Me gustaría poder


hablar de ello. Simplemente no puedo. Todavía no. Sé que sigo diciendo
eso, pero confía en mí esta vez.

—Confío en ti. Eso no significa que voy a dejar de preocuparme.

—Mi hermana te lo ha pegado.

—¿Quién sabía que la personalidad se transmite por vía sexual?

Le di un puñetazo en el hombro. Duro.

—¡Amigo!

Zach se frotó el hombro y se echó a reír.

Arrugué la nariz.
—Esa es mi hermana.

Zach sacudió la cabeza.

—Aun así es divertido como el infierno.

Giró en Spruce, y señalé el camino hacia lo de Kat.

—Tercer casa a la izquierda.

Ya había estado en su casa dos veces antes, pero nunca dentro. La primera
vez fue el día en que me dijo que su mamá tenía cáncer. No la habría
dejado conducir a su casa. Era un desastre, y yo estaba lo suficientemente
enojado con ella por pensar que era capaz de conducir al trabajo.
Habíamos conseguido los tatuajes, Kat primero y yo después. Nos dimos la
mano todo el tiempo. Ni siquiera se inmutó cuando la aguja tocó su piel.
Después nos fuimos a la playa e hicimos el amor hasta las últimas horas de
la noche. Quería quedarme allí hasta la mañana, pero Kat estaba
preocupada por su hermano estando solo. Así que aunque quería pasar
toda la noche hasta el amanecer, cedí y la dejé ir. Volví a subir a la cabina
y me fui a casa.

La segunda vez fue seis meses después de que me había ido a la escuela.
Había tratado de seguir adelante cuando cada llamada que le hice iba
directamente a su buzón de voz y todos los mensajes que dejé no fueron
devueltos. Pero un domingo, conduciendo de vuelta a la escuela después
de un viaje a casa de fin de semana para ver a mis padres, tuve este fuerte
deseo de verla.

Tomé un desvío inesperado, diciéndome a mí mismo que si no estaba en


casa era una señal. Cuando llegué, la primera cosa que noté fue la
ausencia de un auto en la calzada. Un hoyo se creó en mi estómago y fue
mucho peor que cualquier juego perdido. Estaba a punto de marcharme
cuando un resplandor de luz me llamó la atención. Fue en el lado izquierdo
de la casa. Venía de la habitación de Kat. Me acordé de todas esas largas
noches cuando nos sentábamos al teléfono y me aseguraba que nadie la
oiría porque su habitación estaba situada lejos del resto de su familia.

Llamé y llamé y llamé. Incluso caminé alrededor de la ventana y arrojé unos


guijarros. Al igual que todos mis mensajes de voz, la puerta quedó sin
respuesta.
Arrastré mis pensamientos de nuevo al presente cuando Zach desaceleró
frente de la casa de Kat. Incluso en la oscuridad, pude ver la pintura
desvanecida en las persianas y la teja faltante en la puerta.

—¿Es esta? —preguntó Zach mientras estacionaba el jeep.

—Es esta.

—Es un poco oscura. ¿Crees que está en casa?

Con mi suerte, habría salido con Darren, haciendo cosas en las que no
quería pensar. ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Sentarme en la escalera
de la entrada y esperar a que llegara a casa? Sí, eso era exactamente lo
que iba a hacer. No me iba a alejar conduciendo lejos esta vez, o al menos
no iba a dejar que Zach me llevara lejos.

—Solo hay una manera de averiguarlo —le dije.

Zach se recostó en su asiento.

—Esperaré aquí.

—No es necesario. Si no está aquí, voy a esperar.

—¿Estás seguro? Puedes hablar con ella mañana.

—No. Necesito hablar con ella ahora.

Zach asintió y sonrió.

—Entiendo, bien. Llámame si necesitas un viaje.

—Gracias por todo, Zach.

—No le agradeces a la familia. —Sonrió y miró por encima del hombro—.


Buena suerte. Parece que la vas a necesitar.

Coloqué mis muletas debajo de mí y me volví para encontrar a Kat y el chico


amante bajo la luz del porche tenue.

—Mierda.

—No es demasiado tarde para volver a entrar.

Miré de nuevo a Kat y Darren, luego otra vez a Zach.


—Tengo que hacer esto.

—Está bien, me estoy yendo, pero si él te golpea, llámame. Lo voy a hacer


caer más rápido que a ese pedazo de mierda de Joe.

Me recosté en la camioneta y choqué los puños con Zach.

—Gracias, hermano.

Tomé una respiración profunda y di la vuelta. Kat estaba en el porche, las


manos en las caderas, mirándome fijamente. Darren estaba a su lado, su
mano protectora sobre su hombro, y quería quitarla. Me estaba convirtiendo
en un gilipollas posesivo y lo sabía, pero no podía apagarlo.

Era ahora o nunca. Probablemente conseguiría que me patearan mi culo,


sin tiempo para llamar a Zach de regreso, pero no tenía otra opción.
Necesitaba que me escuchara. No que se alejara. Que me mirara
realmente a los ojos y escuchara todo lo que tenía que decir.

—Josh, ¿qué haces aquí?

Metí la mano en el bolsillo y saqué su celular.

—Dejaste esto en mi casa. Pensé que te gustaría tenerlo de vuelta.

Miró a Darren y luego bajó las escaleras, estirando su mano hacia mí. Puse
el teléfono en su palma y cuando nuestros dedos se deslizaron unos contra
otros, mi filtro se perdió.

—Mira, sé que tienes al chico amante de allá, pero, ¿puede realmente


amarte como yo? —Kat se tambaleó hacia atrás, pero no la dejaría ir más
lejos. Me acerqué más—. Lo dudo, porque te he amado desde el momento
en que me ignoraste por primera vez ese verano.

Me miró con sus grandes ojos azules y se mordió el labio inferior. Quería
extender mi mano y pasar mi dedo por su boca, detener su hábito nervioso
porque no tenía nada de qué preocuparse. Su mirada bajó.

—Te lo dije. No puedo hacer esto. —Kat se giró antes de que dijera la última
palabra. Estaba huyendo de mí otra vez, y fui tras ella, pero choqué directo
contra Darren.
Me miró por encima de su cabeza mientras sostenía sus hombros, le susurró
al oído y ella se volvió hacia mí.

—Ustedes dos deben hablar.

Me mordí la lengua, queriendo desesperadamente decirle que quitara sus


manos de encima de ella, pero fui yo quien apareció en la puerta de su
novia confesando mi amor, y no me había golpeado. Lo menos que podía
hacer era devolver el favor.

Kat miró hacia el cielo durante varios minutos. Darren la besó en la mejilla, y
mi estómago cayó, la sangre ardiendo con pesar por lo que había
renunciado estúpidamente, y mis manos se apretaron en puños.

—Llámame más tarde —dijo Darren a Kat. Se alejó y se detuvo frente a mí—
. Un par de cosas. En primer lugar, puedes aflojar tus puños. En segundo
lugar, haz cualquier cosa para herirla, y te perseguiré. En tercer lugar,
necesita a alguien en quien pueda confiar y contar. Si no estás para eso,
entonces aléjate en este momento.

No me moví. Me mantuve firme. Estaba dispuesto a darle a Kat todo eso y


más. Pero lo que no entendía era por qué este hombre no estaba
golpeando mi cara.

—Bien —dijo cuando no me alejé.

—¿Algo más? —pregunté.

—Soy gay.

Darren me dio unas palmaditas en la espalda y se alejó, mi cerebro todavía


atascado en su confesión. ¿Era gay? Era gay. No vi venir eso, pero era un
obstáculo menos con el que lidiar.

Levanté mi pulgar por encima del hombro, pero todavía no era capaz de
formular palabras.

—Sí, es gay. Es mi mejor amigo. No es mi novio.

—Pero parece un tipo de chico.

—¿En serio, Josh? Que estereotipado. Qué, ¿quieres que use tacones y
pestañas postizas? No es un travesti, por amor de Dios.
—Lo siento. No me lo esperaba.

Las luces del coche de Darren se alejaron de nosotros y cuando estuvieron


fuera de la vista, tomé la mano de Kat en la mía y cojeé hacia ella. Dio un
paso atrás y trató de romper mi agarre.

—Por favor, no huyas de nuevo —le dije.

Parpadeó hacia mí.

—No me quieres.

—¿Cómo puedes decir eso? Nunca he querido nada más en mi vida.

—Soy mercancía dañada.

Miré hacia abajo a mi pierna y de regreso a ella.

—¿Y yo no lo soy? —Era suficiente con esquivar la verdad y huir de nuestras


realidades. Ella era la única chica que podía hacerme caer de rodillas y
suplicar. Y lo haría. Extendí la mano y tomé su mejilla.

—Háblame. Por favor.

—Es una larga historia.

—Bueno. No tengo planes de irme pronto.


Capítulo 15 Traducido por Areli97 (SOS) y VckyFer

Corregido por veroonoel

K
at abrió la puerta y la sostuvo para mí. Me moví alrededor de ella y,
por primera vez, entré a su casa. La sala estaba tenuemente iluminada
por una pequeña lámpara de mesa en la esquina. Al lado había una
foto enmarcada de Kat y quienes asumí que eran su familia. No pudo haber
tenido más de seis años en la fotografía, y no pregunté, pero supuse que era
la última foto que tenía con su papá antes de que muriera.

Me pregunté por las seis personas que habían muerto en los salones ese día,
si sus familias todavía tenían fotografías de ellos en las mesas. Yo no querría
el recordatorio. El dolor de saber que solo podías verlos en un momento
congelado en el tiempo. Preferiría simplemente no verlos para nada.

El sofá se veía como si hubiera visto mejores días. Había un rasgón en el


extremo izquierdo y un resorte sobresaliendo de la parte trasera del cojín. A
un lado de la lámpara había una pila de correo, y por el estampado de
vencimiento en el sobre superior era obvio que eran mayormente facturas.

—No estaba esperando compañía. Hubiera limpiado. —Agarró un puñado


de sopas de letras desparramadas en la mesita de café y las colocó en una
pila ordenada en el centro.

La casa no estaba sucia, solamente anticuada. El olor a Pine Sol


permanecía en el aire, así que tuvo que haber limpiado los pisos hace poco.

—Darren estuvo aquí —dije.

Enrolló su cabello en la cima de su cabeza.

—Él ya no es exactamente compañía.

E incluso aunque ahora supiera que Darren era gay, todavía no podía evitar
estar celoso de que él era un artículo fijo en su vida.
—Además, aquí ni siquiera está desordenado. Huele limpio como el infierno.
Has estado en mi dormitorio. Ahora, eso es desordenado.

—Mi madre era una maníaca de la limpieza. Incluso cuando la casa estaba
impecable pensaba que era un desastre. Supongo que me parezco más a
ella de lo que pensaba.

Le eché un vistazo a la imagen en la mesa y la pude ver retrayéndose de


vuelta a su caparazón. Tomé su mano en la mía y sonreí.

—Definitivamente, obtuviste tu apariencia de ella. Nunca me dijiste que tu


mamá estaba caliente. —Probablemente la cosa más inapropiada que
podía decir, pero necesitaba agregarle luz al agujero oscuro al que
estábamos siendo succionados.

Kat sonrió de vuelta.

—Lo era. Incluso cuando perdió su cabello, aun así era hermosa.

Miré a la fotografía y luego de regreso a ella.

—Tienes sus ojos.

—¿Quieres una bebida? Tengo cerveza. A Darren le gusta una de vez en


cuando —dijo, cambiando de tema.

No se lo reproché. En cambio, me dejé caer en los deformados cojines del


sofá y dije:

—Es mejor que no con todas las píldoras que estoy tomando. Pero un agua
sería genial.

Desapareció en el pasillo y me reacomodé de manera que estuviera


sentado más cómodo.

Escaneé la habitación, preguntándome cuánto de esta era influencia de la


mamá de Kat y cuánto era de Kat. A excepción de la pila de sopas de letras
en la mesita de café, nada gritaba Kat.

Mis ojos se atraparon en una pieza dorada sobresaliendo de un estante


debajo de la mesita de café. Me agaché y saqué un álbum de fotos de
cuero marrón con esquinas doradas.
No había una imagen en el espacio en la portada, pero por su peso podía
decir que no estaba en blanco en el interior. Lo abrí y el sobresalto me
golpeó directamente a través de la cara.

Las páginas eran de un grueso papel de color crema con collages de


pegatinas y envoltorios y boletos rodeados por frases y dichos colocados
bellamente en la página. Pasé a la siguiente página para descubrir más.
Sabía que Kat hacía álbumes de recortes. Siempre guardaba cosas para
ponerlas en sus libros, pero lo que no me di cuenta era que estaba haciendo
un álbum de recortes de nosotros.

Cada recuerdo, cada aventura que habíamos tenido estaba


documentada en medio de la encuadernación de cuero. Arrastré mi dedo
a lo largo de los boletos de uno de los mejores conciertos de mi vida. Había
ahorrado todo el verano para comprarlos. Tratar de convencer a Kat para
viajar a través de dos estados para un fin de semana entero fue otra historia,
pero al final aceptó.

Un fin de semana completo lejos de casa, solo nosotros dos, acampando en


una tienda en un campo abierto de otros asistentes al concierto. Bailamos,
cantamos, reímos, y festejamos todo el día y toda la noche, cubiertos en
pintura que brilla en la oscuridad. Incluso cuando nos fuimos para dormir un
poco, realmente no dormimos demasiado.

Imaginaba que así iba a ser nuestra vida. Sin preocupaciones y divertida.
Completamente enamorados. Pero dos días después de que volvimos, Kat
no me pidió que me quedara, y me fui para la universidad.

Había herido mi ego. No la llamé de inmediato. Ahora sabía que ese era mi
más grande error. Permití que la única chica que había amado alguna vez
se alejara sin dar pelea. No era de sorprender que se haya querido transferir
ese primer día que se presentó en mi casa. Yo lo había visto como una
segunda oportunidad. Ella probablemente lo había visto como un horrible
recordatorio del chico que la había dejado atrás.

—No tenía agua embotellada, pero el grifo es bastante bueno. Le puse algo
de hielo y un… —Sus palabras titubearon a medida que sus ojos se posaban
en el álbum en mi regazo.

—No puedes odiarme tanto, considerando que no arrojaste esto a una


hoguera —dije con una sonrisa.
Rojo se deslizó en sus mejillas y fui recordado de cuán sonrojada se puso en
aquellas noches en la tienda de campaña. Cómo empezaba en su pecho
y se extendía por su cuello. El destello de sudor que recubría su piel.

—Eso no es nada de tu incumbencia —dijo.

—Parece que es de toda mi incumbencia.

—Sabes a lo que me refiero.

—No es nada sobre lo que estar avergonzada. Quiero decir, yo también


querría recordar.

—Si no estuvieras sosteniendo ese álbum, arrojaría el agua por encima de tu


cabeza.

—Me consideraré afortunado entonces. —Sostuve mi mano hacia ella. La


ignoró, sosteniendo los dos vasos de agua apretadamente—. Por favor,
siéntate conmigo.

Dejó salir un suspiro exagerado y me entregó uno de los vasos, luego se sentó
en el cojín a un lado de mí.

—Ese fue un buen momento —dijo, señalando el boleto.

—El mejor. —Sus mejillas aún estaban rojas. Ahuequé mi mano en su


mandíbula y froté mi pulgar por su piel—. ¿Puedo mostrarte algo?

Puso los ojos en blanco.

—Ya lo he visto.

Me reí.

Su mirada se disparó hacia mi entrepierna y luego de regreso a mi rostro.

—Y si recuerdo correctamente, no era demasiado impresionante.

—Aunque amaría probarte que estás equivocada, eso no era a lo que me


estaba refiriendo. —Rebusqué en mi bolsillo y ella levantó una ceja.

Quizás ella se haya aferrado a un álbum lleno de nuestros recuerdos, pero


no era la única persona que se había aferrado a algo. Saqué mi billetera y
la abrí.
—He visto un condón antes.

Mi labio se elevó en la esquina.

—Eso es para otro momento. —Guiñé un ojo y busqué dentro de la ranura


opuesta del otro lado de la del condón.

Deslicé un pequeño cuadrado y se lo entregué. Sus ojos se dispararon hacia


mí y luego de vuelta a la pequeña fotografía en mi mano.

—No podía tirarla. Ni siquiera cruzó mi mente, en realidad. Tenía miedo de


que si la tiraba… —Me encogí de hombres—. Habría tirado cada recuerdo
con ella. No quería hacer eso. No quería olvidar nada de ello. Así que me he
aferrado a ella.

Pasó su pulgar por la foto y luego levantó la vista hacia mí.

—¿A tus otras novias no les importa?

—¿Qué otras novias?

Alzó sus cejas en su cara de eres-tan-mentiroso.

—Nunca dije que no hubo otras chicas. Las hubo. Pero no lo hicieron para
mí. Nunca supe por qué. Supongo que nunca quise admitirme a mí mismo…
que la jodí cuando me alejé. Debería haber peleado por ti. Eres obstinada
como un demonio, pero aún pude haber…

Mis palabras fueron interrumpidas por los labios de Kat. Tomé su rostro, la piel
suave debajo de mis dedos, pero no había nada suave sobre el beso. Pasé
mis manos por su cabello, y ella empujó contra mi pecho, tirándome en el
sofá antes de patear su pierna por encima de mi costado para montarme a
horcajadas, cuidadosa de mantener su peso fuera de mi muslo. Maldita
herida de bala. Quería sentirla completa. Cada centímetro, cada gramo.

Quería rodarla debajo de mí y revivir el pasado. Hacer nuevos recuerdos y


crear un futuro. Porque sosteniéndola contra mí, bocas presionadas juntas,
nunca había estado más seguro acerca de algo. Ese día en el pasillo, pensé
que había perdido mi vida. Incluso aunque me sentía culpable por todos
esos que no consiguieron salir… me fue otorgada una segunda oportunidad.
¿Por qué? No lo sabía. Pero sí sabía que Kat era parte de ella.
Pasé mis manos de nuevo hacia arriba a la seda de su cabello y enredé mis
dedos en él, tirando suavemente para así poder posicionar su cuello.
Arrastré mi lengua hacia abajo y detrás de su oreja, haciendo círculos
alrededor de su lóbulo.

Un gemido escapó de sus labios, viajando directamente a mis pantalones.


Empujé lejos el tirante de su top y besé la piel suave a lo largo de su hombro.
Su cabeza cayó hacia atrás, y se arqueó contra mí.

Ahuequé su pecho y presioné mis labios contra la curva de sus senos.


Arrastrando besos a lo largo del material de su sostén. Envolví mi mano
alrededor de la parte trasera de su cabeza y la atraje de nuevo hacia mí,
rozando mi boca con la suya.

Mi polla palpitó contra mi cremallera conforme su lengua se deslizaba


contra la mía. Besé la esquina de su boca y me arrastré de nuevo hacia la
cremosa suavidad de su cuello, justo a través de su clavícula. Dios, ella olía
bien.

De repente recordé que se suponía que estuviéramos hablando. Alejé mis


labios de su hombro. Ella lloriqueó, y tuve que luchar contra el instinto de
decir “que se jodan” y tomar lo que estaba dispuesta a darme.

Pero ahora mismo, hablar era la prioridad. Darren había dejado bastante
claro que lo que necesitaba decirme era serio. Teníamos toda la noche por
delante de nosotros para otras cosas.

—Se supone que estemos hablando.

—No quiero hablar. Solo quiero olvidarme de todo lo demás. —Sus grandes
ojos azules me suplicaban. Subió las manos hacia mi rostro y trató de jalarme
cerca, pero eso no era lo que necesitaba. Era implacable en sus esfuerzos,
arrastrando sus dedos hacia abajo por mi camisa y empujándolos por
debajo de la tela. Manos heladas se extendieron por mi estómago, e inhalé
una respiración áspera.

—Por favor, deja de tratar de evadir esto. ¿Tiene que ver con tu casa? ¿Tus
facturas?

Sacudió su cabeza y se inclinó, besando mi cuello.


—Kit Kat, me estás matando, y confía en mí, es más duro de lo que ha sido
alguna vez. —Sonreí y bajé la vista a mi creciente erección, luego de vuelta
al rostro de Kat—. Pero no te voy a tocar hasta que hables.

—Eso está bien. No necesitas hacer nada. Solo siéntate y relájate. —Su mano
se estiró hacia mi cremallera, y agarré su muñeca, interrumpiendo sus
avances. Llevé su mano a mis labios y besé sus nudillos uno por uno.

—Estás evadiendo la conversación de nuevo. —La miré a los ojos, tratando


de darle la fuerza que necesitaba para simplemente sacar lo que fuera que
estuviera manteniendo dentro.

Su cuerpo se hundió, y tomó una respiración profunda.

—Esa llamadas que estuve recibiendo más temprano.

—¿Quién era?

Jugueteó con el dobladillo de su camiseta por un momento, como si


estuviera completamente fascinada por la tela. Su mirada se disparó a la
mía, y observé la elevación y caída de su pecho antes de que finalmente
hablara.

—Cuando estaba en la escuela, hace un año, acepté ser compañera de


laboratorio de este chico, Bryan. Parecía agradable al principio, normal,
pero a medida que nos adentrábamos más en nuestro trabajo, se puso un
poco raro. Empezó a llamarme constantemente. Si no contestaba o no le
regresaba la llamada, me dejaba mensajes horribles. Empezó a
interrogarme en clase, preguntándome con quién estaba tonteando. Pensé
que estaba un poco loco, pero necesitaba aprobar la clase para
graduarme, así que simplemente… lidié con ello.

No me gustaba adónde se estaba dirigiendo la conversación, y por la forma


en que succionó su labio inferior, supe que solamente se iba a poner peor.

»Después de que murió mi mamá, estaba hundida. Estaba trabajando


durante el día, tomando clases por las noches. Solamente quería terminar el
semestre. Una noche dejé la clase, era tarde y me había estacionado del
otro lado del campus. No había muchas luces en el camino en el que
estaba, y la siguiente cosa que supe, había dedos enredados alrededor de
mi boca… —Las lágrimas se acumularon en sus ojos. Tomé su mano y la
apreté—. Y me empujó contra un árbol. Me las arreglé para morder su mano
y gritar, pero me abofeteó y sostuvo un cuchillo contra mi garganta. Estaba
indefensa contra él. Cerré mis ojos y solo esperé que fuera rápido e indoloro.
Estaba en mi bata de enfermera, así que fue fácil para él bajarme los
pantalones.

Rechiné los dientes y hundí las uñas en mi palma. No quería oír nada más,
aterrado de que me contaría lo que más temía. Pero no podía dejarla. No
otra vez. Necesitaba escuchar todo lo que me quisiera confiar.

»Un minuto estaba rezando para que simplemente terminara rápido, y al


siguiente, el chico estaba lejos de mí. Me empujé contra el árbol, arreglé mis
pantalones y abracé mis piernas contra mi pecho. Darren me había
escuchado gritar y había venido corriendo. Afortunadamente para mí,
había estado tomando artes marciales desde que era un niño. La manera
de su papá de tratar de quitarle lo gay. El chico no llegó más lejos. Tuve que
testificar. Fue enviado a prisión con cargos por intento de violación, pero
aún me llama. Llama a una persona con quien tiene la aprobación para
hablar y hacen una llamada de tres vías conmigo. Incluso bloqueé su
número, pero también pasó alrededor de eso. Es enfermo. Pero no hay nada
que pueda hacer.

Mi sangre hervía. La ira corría por cada resquicio. Quería matar al hijo de
puta.

—¿Qué quieres decir con que todavía te habla? Kat, llama a la prisión o a
quien sea y reporta su trasero.

Sus manos se agitaron enfrente de ella.

—¿Crees que no lo he hecho? Lo he hecho. Ellos regresaron y escucharon


sus llamadas telefónicas y ninguna de las veces en que me llamó fueron
grabadas. Registraron su celda, pensando que había colado un teléfono de
alguna manera, pero no encontraron nada. ¿Y sabes lo que me dijeron?
Primero, dijeron que era imposible; luego, dijeron que si quería que me
dejara de llamar, necesitaba detener toda comunicación con él. Como si
yo lo estuviera provocando a él. Como si no fuera la víctima en toda esta
situación jodida.

—Eso es absurdo.
—Lo sé. —Se desplomó en los deteriorados cojines del sofá, su figura ya no
pareciendo pequeña solamente, sino también frágil. Su cuerpo ya no dentro
de su control, vencida por la derrota.

—Lo siento tanto —dije, porque, realmente, ¿qué más podía decir?

—¿Por qué? No hiciste nada mal. Aparentemente enfurecí a uno de los


chicos grandes haya arriba y están teniendo un festín conmigo.

—¿Eso es lo que piensas? —Tomé su mano de vuelta en la mía, pasando mi


pulgar por sus nudillos, deseando que pudiera frotar lejos los recuerdos,
dejándola solo con aquellos dignos de recordar.

Se encogió de hombros.

»No hiciste nada para merecerte esto. Nada. No puedes culparte a ti misma.
¿Me escuchas?

—Es difícil no hacerlo.

—Créelo. En todo caso, me culpo a mí mismo.

Su mano se deslizó fuera de la mía y cruzó los brazos sobre su pecho.

—Ahora eso es simplemente ridículo.

—¿Lo es? Si me hubiera quedado, te podría haber ayudado con las


facturas. No habrías tenido que haber trabajado tan duro. No habrías
estado tan cansada. Si ese chico te estaba llamando, le habría puesto fin
antes de que llegara al punto que llegó.

—Debería, podría, habría. No puedes cambiar el curso de la vida. Puedes


desear las cosas todo lo que quieras. Puedes imaginar cómo deberían haber
terminado, pero el hecho es que pasó. Si te quedabas o no, no importaba.
Lo podría haber tomado malditamente igual como compañero de
laboratorio y tus amenazas podrían haberlo empeorado.

Empecé a hablar pero sostuvo un dedo en alto.

»Estoy tan cansada de vivir en el pasado. Solo quiero seguir adelante con mi
vida.

—Entonces seguiremos adelante. Comenzaremos un nuevo capítulo.


—¿Cómo? Todavía estoy viviendo en la casa de mi infancia con toda la
misma pintura y muebles.

—Entonces cámbiala.

—Es demasiado costoso.

—Entonces empezaremos en pequeño.

Levantó una ceja.

—¿Y cómo sugieres que hagamos eso?

Saqué mi celular y presioné el botón de la cámara. Kat me miró


sospechosamente y envolví mi mano alrededor de su cabeza y apuré sus
labios hacia los míos. Se puso rígida conforme la atraía más cerca, y las luces
de estadio en mi cabeza se encendieron; me di cuenta que no era yo quien
causaba su renuencia.

—Él te hizo esto. ¿Cierto?

Su nariz se arrugó y más lágrimas brotaron en sus ojos. Pasé mi pulgar debajo
de su párpado y luego arrastré un dedo hasta su barbilla. Empujé su mirada
hacia la mía.

»Mírame. —Fue tímida al principio, pero finalmente parpadeó hacia mí—.


Soy yo. Nunca te lastimaría.

—Lo sé.

—¿Lo sabes?

—No eres tú. Es solo que al principio, cuando te acercas, y cierro los ojos, lo
veo a él.

Odiaba al bastardo por hacerle esto. Por el miedo que la consumía. Él no


pertenecía en su mente. A sus pensamientos.

—Entonces no cierres los ojos —dije.

La piel del puente de su nariz se arrugó.

—Eso es raro. La regla número uno de besar es cerrar los ojos.

—Las reglas están para romperse. Confía en mí.


Asintió y extendí mis manos para hacia su rostro para tenerlo entre mis
manos. Mantuve mis ojos en los suyos, y me moví lentamente hacia ella.
Tomó una respiración indecisa, pero nunca dejó que su mirada se desviara.
Me acerqué a ella y en el segundo en que nuestros labios se tocaron, su
cuerpo entero se relajó.

Lo mantuve liviano, dejando que ella tomara el mando. Su boca se movió


contra la mía, suave y dulce. Solté su rostro y levanté mi brazo, sabiendo que
esto sería algo mucho más que solo un recuerdo. Sería una ruptura en
nuestra relación.

Al momento en que la imagen estalló, me alejé. El rojo se deslizó por su cuello


y se dispersó por sus mejillas. Digité su número y le mandé la foto.

—El álbum está solo medio completo. Creo que es momento de que lo
termines.

Sus labios se levantaron en una esquina.

—Quiero odiarte.

—Deberías. —Tenía todo el derecho de odiar mis agallas. Desearme la peste


bubónica. Pero no lo hacía ni lo haría. Porque mirando a sus ojos, sabía lo
que había sabido desde hace dos años, antes de que me alejara
estúpidamente de ella. Ella no estaba conmigo porque yo era Josh Wagner,
Campeón estatal y MVP4. El Josh Wagner que todas las chicas querían
domar. Estaba conmigo porque simplemente me amaba.

—Realmente debería. Pensé que sería fácil. Pero no lo es. Solo me estoy
mintiendo a mi misma y es agotador, así que me rindo. —Sus manos
juguetearon con su camisa de nuevo y luego se detuvo, sus ojos azules
mirándome a mí—. Te amo. Desde que apareciste en mi ventana y me diste
cinco razones por las que te gustaba… fui tuya. Tus tripas podían haber
estado colgando de tus pantalones cortos de salvavidas o podías haber
medido metro y medio… no hubiera importado. Todo lo que importaba es
que te tomaste el tiempo para conocerme. Nunca nadie había hecho eso.

Alineé mi cuerpo hacia ella, completamente consciente de su olor a


algodón de azúcar, la forma en que sus ojos se movían entre su camisa y yo,

4 MVP: Most Valuable Player. El jugador más valioso.


y la forma en que sus dientes se deslizaban por su labio inferior cuando
succionaba.

—E incluso ahora. Te recordaste de mi temor a los lobos marinos. Te lo dije


una vez hace millones de años. ¿Cómo pudiste…

—¿Recordarlo? —le pregunté, y pasé su cabello detrás de su oreja,


particularmente porque estaba bloqueando sus ojos, pero principalmente
porque necesitaba tocarla.

—Sí —susurró ella.

—¿Cómo podría olvidarme de los temibles lobos marinos del 2001? Fue
épicamente terrible.

Se rió, y me acerqué un poco más a ella, mi mano apoyada en su pierna.

—O cómo pisaste un clavo oxidado cuando tenías cinco y tuviste que recibir
una inyección para el tétano y lloraste, hasta que tu papá te prometió que
te compraría un cono de helado. O cómo ganaste el concurso de deletreo
en quinto grado, derrotando a Connie Fu con “fauna”.

Corrí mi mano hacia arriba por dentro de su brazo, rozando su pecho antes
de apoyarla en su mejilla, su piel tan suave contra sus labios.

—O cuán grande se ven tus ojos cuando estás emocionada. Como cuando
fuimos al primer festival de música y la primer banda caminó al escenario,
cuando el baterista contó, la forma en que tus labios se arquearon en las
esquinas.

Kat sonrió

—Esa hubiera sido la reacción de cualquiera. Inténtalo de nuevo —bromeó.

—Fue la primera vez que te vi libre. Sin succionarte los labios. Sin arrancarte
el cabello de tu cabeza. Tus manos estaban en el aire y estabas sonriendo
tan gigantescamente. Estuve algo celoso de su banda, en realidad. Fueron
capaces de tener tal reacción en ti.

Se rió.

—No era la banda. Era todo. El festival. Estar lejos de mi mamá y su cáncer.
No tener que asegurarme de que mi hermano se alejara de los problemas.
Tú. Era perfecto. Envuelto en este paquete del que solo había soñado. Tú lo
hiciste una realidad. Al menos por un fin de semana. —Kat levantó su anillo
y delineó el tatuaje con su dedo—. Cuando el cáncer de mi mamá se
expandió, y Justin comenzó a meterse en problemas en la escuela, me
acostaba en la cama y pensaba en ese día. Estaba tan feliz de tener algo
con qué escapar.

—Desearía que tuvieras más recuerdos.

—No necesitaba más. Tenía los suficientes.

¿Los tenía en verdad? Era difícil de creer. Incluso todos los recuerdos felices
conducían a un camino lleno de tristeza y tragedia. Su padre murió. Su
madre murió. Yo… yo la dejé. Hubo momentos felices pero no un final feliz.

Luego estaba el desastre con el que estaba lidiando ahora, todo porque
ella era buena con un tipo. ¿Valía la pena? Toda tu vida estás condenado
a ser educado, amistoso, a brindar una mano amiga, pero nunca te
preparan para el contrafuego.

Yo era bueno con Steve Mitchell, pero él aun así llegó al edificio de ciencias
Kramer ese día, mató a seis personas, e hirió a diecisiete más. Quizá mi vida
fue escatimada porque yo era bueno con él. Me gustaba pensar eso, pero
no podía imaginar a la dulce y burbujeante Nia siendo nada más que buena
con Steve Mitchell, y ella perdió su vida ese día.

—¿Adónde fuiste? —preguntó Kat.

—Lo siento —murmuré, sacudiendo el tiroteo de mi mente.

—No te disculpes. —Kat corrió sus dedos por el frente de mi cabello—. Sé lo


que es perderse en tu propia mente. Da miedo.

—Lo odio. Es como si él no solo hubiera puesto el agujero de una bala en mi


pierna, puso uno directamente en mi mente. Este hueco, este orificio que
nunca se va a sanar. Contaminó el único lugar donde yo siempre era feliz.

—Y te sientes violado y sin importar cuán duro quieres pensar en lo felicidad


y en el escape, siempre está la parte que atrae y te tira de regreso a la
oscuridad. Tengo muchos recuerdos, pero no importa. La oscuridad siempre
encuentra su camino.
Nunca pensé que alguien pudiera entender por lo que pasé a menos de
que hubieran estado allí también, pero Kat sí. Nuestras situaciones podían
ser diferentes, pero una no triunfaba sobre la otra. Ambos fuimos atacados
por personas que conocíamos. Dejados para vivir con miedo, asustados por
ello.

Kat siempre me había entendido. Más que alguien más, y eso no había
cambiado. Siempre estaba allí en el momento exacto en el que la
necesitaba. Ese verano que estuvimos juntos, yo estaba perdido. Había
obtenido una beca para el beisbol y ese era el sueño, pero no era una
carrera realista, al menos de acuerdo con todos los demás.

Mi padre estaba decidido a que fracasaría a lo grande antes de que yo


llegara allí, pero no había nada más que yo quería hacer que jugar. Él
estaba en mi trasero, y Kat estaba allí para escuchar mis quejas. Para
ayudarme a entender que era bueno tener sueños, pero un plan de
respaldo era igual de importante.

Ahora, con mi mano presionada contra su piel, la quería más que nunca. Un
deseo tan fuerte que no quería que solo me amara. Quería que se
enamorara de mí una y otra vez, al igual como yo estaba enamorado de
ella.

Era obvio que nunca había dejado de amarla, pero en estas últimas
semanas, me había enamorado de ella más de lo que había creído posible.
No podía imaginar un día sin verla pasar sus dedos a través de su cabello o
succionar su labio.

Todos esos momentos que pasé con otras chicas, estaba tratando de llenar
un vacío, y continuaba fallando porque estaba buscando en los lugares
equivocados. Entonces el tiroteo alejó mi vida de su eje, girando sin control,
pero ¿quién creería que aterrizaría justo donde debía de estar? Me trajo de
regreso a casa.

Me trajo de regreso a Kat.


Capítulo 16 Traducido por VckyFer

Corregido por veroonoel

L
evanté mi mano hacia su rostro y la jalé cerca, presionando mis labios
contra los suyos, suaves, dulces, y perfectos. El aroma de algodón
azúcar me envolvió cuando su cabello calló hacia adelante y ella
enrolló sus brazos alrededor de mi cuello.

—Desearía poder cargarte hasta la cama —susurré contra su oreja, sus


dedos viajando abajo en mis costados.

Su mano descansó en la mía, entrelazándose.

—Vamos —dijo, y se levantó, jalándome a mí.

Me levanté del sillón y la presioné contra mí. Me golpeó en el pecho y


sumergí mi cabeza, besando el largo de su cuello.

Mis labios se deslizaron por su cicatriz y luego me detuve.

—¿Esto? ¿Esto lo hizo él? —Mi mandíbula se cerró y la tensión se arrastró


apretada y fea por mis hombros.

Kat tomó aliento entre dientes y luego lo dejó salir lentamente.

—Cuando me derribó en el suelo, mi cuello golpeó contra una rama rota.


Perforó mi piel. No me había dado cuenta lo malo que había sido hasta que
hubo terminado y Darren me abrazó. Cuando se separó de mí, su camisa
estaba cubierta con mi sangre. Recibí puntadas. Cinco.

Pasé mi pulgar por las lágrimas que habían comenzado a caer por sus
mejillas.

—Shh. Está bien. No volverá a lastimarte de nuevo. Lo prometo. Estás a salvo


conmigo.
Una pequeña sonrisa salió de sus labios. Atraje su rostro cerca del mío y pasé
mis labios contra los de ella antes de regresar a la marca en su piel y
presionar mis labios suavemente contra ella.

Un gemido escapó de sus labios, y continué hacia arriba hasta que nuestras
bocas estaban calientes una contra la otra.

Dios, qué no haría para sostener su trasero y levantarla contra mí. En cambio,
tracé mi lengua contra el pliegue de su boca, y cuando separó sus labios,
me metí dentro, encontrándola empuje contra empuje.

Un gemido más y moví mis manos hacia debajo de su cuerpo, agarrando su


pecho y acariciándolo hasta que otro gemido se escapó. Continué hacia
abajo hasta el dobladillo de su camisa y la levanté pasándola por su
cabeza.

Su sujetador negro con copas de encaje me tuvo tenso contra mis jeans. Mi
lengua viajó por la correa y lo empujé fuera de su hombro, dejando una
línea de besos a través de su frente hasta la otra correa. La bajé, dejando
que callera libre del material restrictivo.

Sumergí mi cabeza y tomé su pezón en mi boca, moviendo mi lengua


alrededor del duro pico. Tiró su cabeza hacia atrás y presioné mis manos en
la curva de su columna vertebral, sosteniéndola.

Escalofríos recorrieron en su piel, y me retiré para poder verla. Su rostro


estaba sonrojado, su piel tan pálida y tan hermosa que parecía que ella
estaba iluminada. La visión de un ángel.

Y quizás lo era. Mi propio ángel.

Lentamente, la atraje de nuevo hacia mí, su cabello balanceándose detrás


de ella. Se enderezó y la empujé fuerte contra mí. Sus ojos se agrandaron,
pero esta vez no había ninguna banda tocando. Ningún festival. Estaba
emocionada por mí. Por nosotros. Por lo que estaba por venir.

—Habitación —susurró. No tenía que decirlo una vez más.

—Dirige el camino. —Quería dejar mis muletas atrás, pero no iba a correr
ningún riesgo. Necesitaba estar en esa habitación tanto como necesitaba
respirar.
Una vez que coloqué las muletas bajo mis brazos, Kat me soltó y corrió a la
puerta al final de un largo pasillo. Me tomé mi tiempo aunque la necesidad
de estar con ella estaba abrumando mis sentidos. Sabía que la lenta y
tortuosa caminata para poder llegar hasta ella valdría la pena una vez que
alcanzara la puerta de esa habitación.

Caminé hasta el umbral y me detuve con la visión de los pantalones de Kat


en el suelo. Miré hacia arriba y allí estaba ella, recostada sobre una pila de
almohadas, sus piernas desnudas dobladas y sus rodillas apuntando hacia
arriba. La luz de la lámpara estaba brillando sobre su piel, formando sombras
alrededor de su rostro.

Por un momento, solo la observé, apreciando cuán afortunado era. Luego


no pude mantenerme lejos de ella por otro segundo. Dejé caer mis muletas
y cojeé hasta la cama, acostándome sobre mi lado bueno.

Levanté mi mano para apoyarla su mejilla.

—Mírame —dije mientras ella se inclinaba para besarme. Me moví, y me las


arreglé, con un mínimo de dolor, para posicionarla debajo de mí.

Sus grandes y hermosos ojos, cargados de pasión, se asomaban hacia mí, y


me incliné para besar el reguero de pecas de su nariz.

—Eres tan hermosa.

—Ambos sabemos que tú eres el hermoso en esta relación.

La palabra me golpeó como una ráfaga de viento frío en un día caliente.


Relación.

—¿Eso significa que quieres esto?

Asintió en respuesta, y con sus ojos aun abiertos, presioné mis labios contra
los de ella.

—Yo también —dije contra su boca—. Yo también.

Sus manos batallaron contra el botón de mis pantalones, pero cuando logró
abrir la cremallera, se detuvo.

—No quiero herirte.


Quería decirle que se jodiera, que tan solo arrancara esas cosas, pero no
quería nada que nos previniera llegar a la base. Me volteé a mi espalda y
cuidadosamente removí mis pantalones y mis bóxers. Cuando pasaron por
mis caderas, mi erección saltó y Kat tomó una respiración entre dientes.

—¿Más grande de lo que recuerdas? —bromeé.

—En verdad, sí —dijo.

No pude evitar la sonrisa arrogante que se esparció a través de mi rostro. Era


el cumplido perfecto.

—No dejes que se te suba a la cabeza —dijo, y me reí.

Tomé mis pantalones y pesqué mi billetera, abriéndola donde guardaba el


condón. Su mano se envolvió en la mía.

—Sin condón. Quiero sentir todo de ti.

Mis ojos se abrieron.

—Kat, puedes…

—Estoy tomando la píldora.

Mis cejas se levantaron con sorpresa. ¿Estaba teniendo sexo con alguien
más? Ahora que Darren estaba fuera de la fotografía, no pensé que hubiera
alguien más.

—No es que quiera arruinar el humor con esto ahora mismo, pero veo tu
mente trabajando. Fui con esto después… después del incidente. Si él
hubiera llegado a violarme… yo nunca quería…

—Shh. —Apoyé mi dedo sobre su labio—. No dejes que él arruine esto. Este
es nuestro momento.

Succionó su labio, y me incliné para besar el espacio en el que se arqueaba.


Su espalda estaba contra el edredón blanco y azul, y floté sobre ella.

—Te amo.

—Lo sé —dijo—. Nunca lo dudé.


Sintiendo como si necesitara decirlo, aún si nos sacara totalmente del
momento, me detuve y dije:

—Y estoy limpio. Me hicieron pruebas no hace mucho tiempo.

—Es bueno saberlo. —Sonrió.

Bajé sus bragas e introduje un dedo en su humedad. Su respiración se


contuvo y luego el gemido más sexi se deslizó de sus labios mientras su
cuerpo se arqueaba y sus uñas se enterraban en el edredón. Toda la sangre
se apresuró a mi polla, deseado liberación, pero no era acerca de mí en ese
momento. Mi concentración estaba en Kat, y solo Kat.

Había pasado tanto tiempo desde que la había tocado así. Besé su cuello,
queriendo que lo experimentara todo. Cada caricia de mi lengua, cada
caricia de mi dedo, cada sensación que perdimos en los últimos años.

Se movió contra mi mano, y me incliné hacia abajo, mi lengua dando


vueltas alrededor de su pezón, mi mano acariciando el otro. Su respiración
aumentó, y lentamente hice mi retirada hacia sus labios, deteniéndome solo
para succionar la piel en la base de su cuello.

Mis dientes rozaron su oreja y la mordisqueé, sabiendo que la empujaría


hacia el borde. Sus músculos se apretaron alrededor de mí, y me moví más
rápido, conduciendo su orgasmo hasta que gritó y su cuerpo se relajó contra
la cama.

Su rostro estaba sonrojado y su cabello esparcido alrededor de la


almohada. Un destello de sudor recubría su frente, y si era posible, solo la
hacía verse más sexi. La empujé hacia mí y la besé. Duro y largo.

—¿Estás bien? —le pregunté, alejándome, una sonrisa arrogante


acomodándose en su lugar.

—Ha pasado un tiempo.

—¿Cuánto tiempo? —Una vez que las palabras estuvieron fuera de mi boca,
quise golpearme con un bate de beisbol—. Lo siento, no respondas eso.

Se encogió de hombros.

—La última noche en tu camioneta.


Mi boca se abrió y mis cejas se levantaron.

—¿En serio?

—Tan serio como un ataque cardíaco.

De repente me sentí como la escoria de la tierra. No había dormido con


ninguna persona desde nuestro tiempo juntos y yo… bueno… había perdido
la cuenta mucho tiempo atrás.

—No es que estuviera guardando la esperanza de que volvieras y me


levantaras de mis pies, así que por favor, guarda tu ego. Es solo que no tenía
tiempo. Entre el trabajo y la escuela y el trabajo doméstico, no te da mucho
tiempo para la vida social. No te preocupes, no te preguntaré con cuantas
chicas has estado, porque confía en mí, no quiero saber. Mientras yo sea tu
única por ahora.

La empujé contra mi pecho y puse mis labios en su oreja.

—Para siempre.
Capítulo 17 Traducido por Selene1987

Corregido por veroonoel

L
a cabeza de Kat descansaba sobre mi pecho desnudo. Aún se estaba
recuperando de su orgasmo. Le daría todo el tiempo del mundo, podía
esperar. Recorrí mis dedos por su pelo, completamente contento.
Podría haberme quedado ahí durante el resto del tiempo y no me hubiera
importado.

—¿Estás despierta? —pregunté.

—Apenas.

Alejé el pelo de su oreja. Era la primera vez que habíamos estado juntos en
una cama, y aunque mi camioneta estaba bien, había algo más íntimo el
estar dentro, rodeados por paredes.

—Descansa. Necesitarás toda tu energía para lo que tengo planeado —


dije, y le besé la parte superior de la cabeza.

No tenía ningún sitio adonde ir, y no había ningún lugar al que quisiera ir. No
necesitaba ir al sexo del tirón. Quería alargar la noche lo máximo que
pudiera. Hacerla lo más memorable posible. Aprovechar la privacidad.

Recorrí mi mano por su pierna y se echó a un lado, alzando su codo en mi


pecho para mirarme a los ojos.

Sonrió y me pregunté cuántas veces había sonreído desde que me había


marchado.

Le coloqué el pelo detrás de la oreja.

—Ojalá me hubieras pedido que me quedara. Te llamé tantas veces y no


contestabas. Y cuando vine aquí y no abriste la puerta, sabía que era hora
de alejarme.

Kat me miró, la piel del puente de su nariz se frunció.


—¿Cuándo viniste aquí?

—Fue unos tres meses después de que termináramos. Tenía la urgencia de


verte, y vi tu luz encendida así que llamé a la puerta y lancé guijarros a tu
ventana, pero no contestaste.

Kat meneó la cabeza.

—No estaba aquí. No te vi.

Claro que sí. Y si no me había visto, me había escuchado.

—Vi tu luz encendida.

—Justin y yo nos intercambiábamos las habitaciones para poder estar más


cerca de mamá si me necesitaba. Tres meses después de que
rompiéramos… mi madre murió. Probablemente estaba en el hospital. Justin
se negó a sentarse aquí y verla morir. Pasaba mucho tiempo en su
habitación con los auriculares puestos.

Recorrí una mano por su pelo.

—¿Y las llamadas de teléfono?

—Justin tenía mi teléfono porque nuestro teléfono de casa se estropeó. Pero


luego lo perdió.

—¿Me estás tomando el pelo?

—No, no te estoy tomando el pelo —dijo.

—No puedo creerlo. —Todo este tiempo pensé que me estaba ignorando,
y no era así.

Suspiró.

—Hay algo más. Iba a… pedirte que te quedaras. Nuestra última noche
antes de que nos despidiéramos, regresé para encontrarte y decírtelo.

Mis ojos se abrieron, y el mundo tal y como lo conocía se desvaneció.

—¿Qué quieres decir? ¿Por… por qué? ¿Qué pasó?

Se sentó, colocando la sábana a su alrededor.


—Te vi con Kim.

Kim. Jamás estuve con ella cuando estaba con Kat. No lo habría hecho.
Excepto… Oh, no.

—Regresé a nuestro sitio y estabas allí, en la cama de tu camioneta… con


ella.

Oh, Dios, no. Todo este tiempo ella había pensado… jamás lo haría.

—No era lo que piensas.

—¿No? Porque su lengua estaba en tu boca. —Kat se dio la vuelta. No podía


ver si había lágrimas, pero por la manera en la que su voz se rompió, tenía
que haberlas—. ¿Sabes qué? No quiero hablar de esto.

—Kat…

Alzó su dedo, y hubiera continuado, defendido mi caso, pero un ruido sonó


en la casa y saltó de la cama.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó, poniéndose la ropa. Era como si lo hubiera


planeado a la perfección. La mejor distracción. No iba a dejar que se
marchara. Necesitaba saber la verdad.

—No te alejes de mí —dije, y me coloqué los bóxers.

Tomé mis muletas y llegué al pasillo. Para cuando escuché las voces, ya era
demasiado tarde. Allí, en todo mi esplendor con los bóxers, estaba de pie
frente al hermano pequeño de Kat.

—Oh. Hola. Justin, ¿verdad?

—¿Quién diablos eres tú? —Sus puños se cerraron a sus lados. ¿No veía que
tenía muletas? No es que no pensara que no podría con él. Tenía la edad
de Liz, dieciocho años, y aún así era larguirucho, sin ningún tono muscular.
Necesitaba ir al gimnasio.

—Josh. —Extendí mi mano en un gesto de “vengo en son de paz”—.


Encantado de conocerte.

Se quedó mirándome la mano durante un minuto largo.


—Sin ofender, pero por como parecen las cosas, no quiero tocarte la mano
ahora mismo.

Kat le golpeó la cabeza, y no pude evitar reírme. Tenía razón.

—¡Ouch! Dolió. —Se frotó el pelo oscuro de su cabeza.

—No me importa. ¿Qué estás haciendo en casa de todas maneras? ¿Por


qué no estás en el colegio?

—Mi clase de psicología fue cancelada, así que decidí venir a casa para el
fin de semana. Hacerle compañía a mi hermanita. Pero por como parecen
las cosas, estoy interrumpiendo.

—No estás interrumpiendo nada. —Kat abrazó a su hermano pequeño, que


ya no parecía tan pequeño, y la empujó hacia ella—. Estoy feliz de verte.
Estaba a punto de calentar algo. ¿Tienes hambre?

Justin me miró, tomándose su tiempo para medirme. Normalmente, no me


hubiera importado una mierda lo que pensara sobre mí, pero quería a su
hermana y quería que me aceptara. Además, yo también tenía una
hermana, y sin duda entendía de dónde provenía.

—Perdí el apetito —dijo, y se puso de nuevo su mochila sobre el hombro—.


Creo que regresaré a la escuela.

—No seas ridículo. Ve a dejar tus cosas en tu habitación, y calentaré sobras


de ziti que tengo de la última vez que viniste a casa.

—Está bien, pero solo porque la comida de la cafetería es una mierda y tu


ziti resulta ser mi favorito.

Observé a Kat, sorprendido de lo rápido que había activado su modo


madre. Justin se había convertido en su atención y había puesto a cero sus
necesidades. Y a pesar de los comentarios del sabelotodo, podía notar que
había un respeto mutuo.

—¿Aún estarás aquí cuando regrese? —preguntó Justin, dándome otra


mirada sucia.

—Sí.

Kat giró el botón del horno y se giró.


—No. Ya se marchaba.

—Bien —dijo Justin, y aunque estaba siendo un gilipollas, lo respeté.

Crucé los brazos sobre mi pecho.

—No, me encanta el ziti y aún tenemos varias cosas de las que hablar. —Me
acerqué más a Kat. Nuestros ojos se encontraron y Justin suspiró
fuertemente.

—Consíganse una maldita habitación —dijo Justin, y se fue.

Kat fue a seguirlo. Busqué a tientas las muletas y la agarré por el brazo,
acercándola a mí nuevamente.

—Por favor, deja que me explique —dije.

Esta vez no había lágrimas. Alzó la mano.

—No necesito saberlo. —Y se alejó nuevamente. Me extendí para


alcanzarla, colocando mi mano en su mejilla y haciendo que me mirara. La
chica terca mientras mantenía sus ojos cerrados, negándose a
concederme ninguna satisfacción.

Recorrí mi pulgar sobre la suave piel bajo su oreja, y sus ojos se abrieron. Lo
tomé como mi oportunidad para defender mi caso.

—Sí, tienes que saberlo. Porque no fue lo que piensas.

Kat dio un paso atrás.

—De verdad, no tienes que explicarte. Pasamos una noche genial,


dejémoslo así.

—No, porque todo este tiempo me has odiado por un crimen del que no soy
culpable. —Apreté el abrazo y apoyé la mano en su mejilla—. Mira, estaba
triste después de que termináramos, después de que no me pidieras que me
quedara, y fui allí para… no lo sé. Simplemente quería estar cerca de ti y esa
era la única manera que conocía. Kim me siguió. Estacionó su coche en la
carretera principal. Juro que no la llevé allí. Ese lugar era nuestro lugar. Jamás
haría eso.

Kat cerró los ojos, y cuando los abrió, lo único que vi fue dolor.
—¿Entonces por qué la besaste?

Pasé mis manos por su pelo.

—No lo hice. Ella me besó a mí. Intentaba convencerme para volver con
ella y yo intentaba rechazarla gentilmente. Evitar el drama que a ella se le
daba tan bien crear. Y luego arrastró su lengua por mi garganta. Te juro que
la alejé.

Por la manera en la que se movieron sus cejas, sabía que no se estaba


tragando mi historia.

—¿Así que resulta que simplemente aparecí en el momento exacto en el


que te besó?

—¡Sí!

Me miró de arriba abajo, pero mirara lo que mirara, no iba a encontrarlo. No


estaba mintiendo. Estaba contando la maldita verdad. No quería tener
nada que ver con Kim, incluso antes de terminar las cosas con ella.

—¿De verdad viniste a pedirme que me quedara?

Asintió, y me acerqué más a ella.

—¿Querías decirme que no querías que me marchara? —pregunté de


nuevo, necesitando saber lo que no me imaginaba. Necesitando
escucharla decir que me quería.

—Era egoísta, y cuando te vi con Kim, no podía creer que hubieras seguido
adelante tan rápidamente. Pero había tenido mi oportunidad y llegué
demasiado tarde. Lo acepté… pero no hizo que doliera menos.

—Lo siento muchísimo. Ojalá me hubieras llamado. O incluso aparecer y


lanzarme una piedra. Nos hubiéramos ahorrado muchísimo tiempo.

Kat miró hacia arriba y meneó la cabeza.

—No puedo creerlo.

—¿Qué no soy tan horrible como pensabas?

—Debería haberte dado más crédito.


—No es que hubiera tenido el mejor expediente.

—Cierto, pero te conocía, y en lugar de seguir mi instinto, dejé que mis


inseguridades me controlaran. Lo siento.

—¿Nos podemos prometer algo? Ahora mismo.

Me miró y en ese momento supe, mirándola a los ojos, que incluso con todo
el tiempo que había pasado entre nosotros, es como si no hubiera pasado
ningún tiempo en absoluto.

—¿Podemos dejar de disculparnos? —pregunté, y ya que había pasado


mucho tiempo desde que la había tocado, recorrí un dedo por su
mandíbula.

—Me gustaría.

—Ven aquí. —Alcé mi brazo hacia ella y se acurrucó en mi pecho. Eché a


un lado su pelo y besé la parte superior de su cabeza.

—Oh, vamos. ¿Aún están así? Hay una habitación justo ahí —dijo Justin,
sacando una silla y sentándose en ella.

Kat saltó y fue directa al frigorífico.

—Lo olvidé. El ziti.

Cojeé hacia los armarios y señalé.

—¿Cuál tiene los platos?

—Josh, siéntate. De verdad, ve a ponerte la camiseta. Justin, levanta el culo


y pon la mesa.

—Josh se está ofreciendo voluntario, ¿por qué tengo que hacerlo yo?

—Porque tiene muletas, y tú no.

—¿Qué es eso, de todas maneras? ¿Una caída?

Me giré hacia él.

—No. Me dispararon —dije. Sus ojos azules, lo único que me demostraba que
era hermano de Kat, se abrieron.
—Genial —dijo.

No lo era. Genial hubiera sido la última palabra que hubiera utilizado para
describirlo. El tiroteo, la herida de bala, la recuperación. Las vidas perdidas.
Pero él no tenía por qué saber la profundidad de todo. Asentí y entonces
me dirigí a la habitación para agarrar mi camiseta. Dejaría que Kat lo
explicara por mí.

La cama estaba un poco desordenada, así que arreglé la colcha e hice


que pareciera más presentable. No era un completo inepto.

Agarré mi camiseta del suelo y la coloqué sobre mi cabeza. Mis ojos se fijaron
en un montón de sobres en la mesita de noche. Normalmente, no era una
persona entrometida… ¿a quién estaba engañando? Sí, lo era. Miré hacia
la puerta y oí las voces de Kat y Justin en la cocina. Cuando me aseguré de
que se quedarían allí, me acerqué a la mesita de noche.

Recogí un sobre tras otro. Compañía eléctrica. Compañía de agua.


Hipoteca. Compañías de tarjetas de crédito. Nombres diferentes, pero el
mensaje siempre era el mismo.

Notificaciones de morosidad.

Kat sabría si faltaban, así que hice una nota mental de las cantidades más
grandes.

Durante mucho tiempo había estado ella sola. Responsabilizándose de


cosas que no debería haberse hecho cargo, negándose a dejar que la
gente la ayudara. No era justo. Sé que si lo hubiera descubierto, me habría
matado, pero quería quitarle la carga de los hombros. Ayudarla a seguir
adelante. La única manera en la que podría hacerlo sería librándose de las
anclas que la estaban amarrando allí.

Podía cortarle las cuerdas y liberarla.

—Oye, el ziti está casi pronto —dijo Kat, entrando en la habitación.

Me giré desde la mesita de noche y sonreí.

—Estaba haciendo la cama.

Se acercó más, una mirada maliciosa pasó por sus ojos.


—¿Por qué lo harías si la desharíamos nuevamente más tarde?

—Oh, ¿de verdad, ahora? —pregunté, agarrando su cintura y acercándola


a mí.

—Uh huh —asintió. Había una nueva confianza en ella, la misma confianza
que me había tomado todo un verano para sacar de ella nuestra primera
vez.

Me incliné, rozando sus labios contra los míos.

—Te lo dije, ha pasado un tiempo.

Tomé su cara en mis manos.

—Entonces tenemos mucho tiempo perdido que recuperar.

—Así es. Pero primero tenemos ziti para comer. —Hice puchero con mis
labios y me besó.

Colocó su mano bajo mi camiseta y recorrió sus dedos fríos sobre la banda
de mis vaqueros.

—Continuará —dijo, y salió de la habitación.

Me apresuré tras ella, pero cuando llegué a la cocina listo para atacar,
recordé que no estábamos solos.

Justin masticaba ziti en su boca, la salsa le caía del labio.

—Maldición, echaba de menos tu cocina.

—Puedo verlo. —Kat le tendió una servilleta—. Límpiate la boca.

Tomó la servilleta y se limpió rápidamente antes de meterse más comida en


la boca.

—Tienes que seguir haciéndolo —dijo Justin, señalando el pan de ziti con su
tenedor.

El ziti debió ponerlo de mejor humor, o quizás tenía algo que ver con lo que
Kat le había contado cuando me fui a la habitación. De cualquier manera,
estaba agradecido por la invitación y salté en ella. Me senté frente a él y
coloqué pasta en mi plato. Kat se sentó entre los dos y colocó refresco en
nuestros vasos.

Me pregunté sobre las noches después de que su madre hubiera fallecido.


¿Se sentaban en esa misma mesa y comían, hablando de sus días? ¿O se
sentaban en silencio, recordando la vida como una vez fue? Odiaba que
no hubiera estado ahí. Pero no había nada que pudiera hacer al respecto.
No podía cambiar el pasado, pero podía asegurarme de que estuviera allí
para ellos ahora.

Ya no tendrían que hacerlo solos nunca más.

***

Dos días más tarde, la cinta azul llenaba la pared bronceada. El mobiliario,
incluyendo la nueva televisión que había recogido y las seis temporadas de
Dawson’s Creek en DVD, estaban en el centro de la habitación y cubiertos
con mantas. Me eché sobre la pared y sostuve la brocha.

—Querrás delimitar el perímetro primero —le dije a Justin, que estaba


acostado en la pared opuesta, con los brazos cruzados, con el rodillo en la
mano.

Alzó el rodillo.

—¿Por qué no podemos pintar sin más?

—Porque no querrás llenar la moldura de pintura.

—¿Dónde has aprendido todas estas cosas, de todas maneras?

—De mi abuelo y mi padre.

—Una mierda sin sentido si me preguntas —dijo Justin, y podía notar el ácido
en su tono. No tenía ningún abuelo ni padre que le enseñara cosas. Los dos
se habían ido antes de que saliera de la primaria.

—No pregunté —dije con una sonrisa para que supiera que estaba
bromeando—. De hecho, no es algo sin sentido. Empecé un negocio
cuando estuve en el colegio. Manitas Atractivo.

Justin casi pinta la pared con su Coca-Cola.


—No te rías. Hice dinero. Simplemente me quitaba la camiseta y pintaba y
limpiaba piscinas. O colgaba fotografías, y esas amas de casa me doblaban
el precio.

—Entonces eras como un stripper.

—No era ningún stripper. Simplemente sabía cómo ganar propinas. No me


quitaba nada más que mi camiseta.

—¿Estás seguro?

—Sí, estoy seguro.

—¿Sabe mi hermana algo de esta aventura empresarial?

—No. Jamás me habría dejado.

Justin sacudió la cabeza y empezó a reírse.

—No, no te habría dejado. Algo que esperar.

—Pintemos las paredes antes de que Kat llegue a casa.

Me agaché para recoger la brocha y un dolor agudo me traspasó la pierna.

—¡Hija de puta! —grité y presioné la mano contra la pared para evitar


caerme al suelo.

—Mierda, hombre, ¿estás bien? —Justin soltó el rodillo y apoyó una mano
sobre mi espalda.

—Sí, mi pastilla del dolor debe estar pasándose.

—¿Cuánto tiempo hasta que estés… ya sabes, normal de nuevo?

Ojalá pudiera decir que pronto, pero la verdad era que jamás sería normal
de nuevo. Mi muslo se curaría con el tiempo, pero el daño psicológico era
permanente. Nada que pudiera hacer lo cambiaría.

En lugar de eso, dije:

—Un tiempo. —Señalé la cocina—. Tu hermana tiene mis medicinas para el


dolor en el armario. ¿Podrías traerme una?

—Quédate justo ahí.


—Créeme, no planeaba moverme —dije entre dientes apretados, temiendo
que si liberaba la presión, gritaría de dolor.

Hice un puño con mi mano y apreté. Lentamente el dolor empezaba a


disiparse. El dolor era una mierda. Pero había sobrevivido, por cualquier
razón. Y por ello… me aguantaba y lidiaba con ello. Las seis personas que
murieron jamás experimentarían el dolor de nuevo. Me recordaba que aún
estaba vivo. No lo quitaría. Mientras quisiera quedarse, para recordarme la
vida que aún tenía, me parecía bien.

—Aquí tienes —dijo Justin y dejó una pastilla en mi mano y me dio una botella
de agua.

—Gracias. —Miré la pastilla. Odiaba tomármelas. Me hacía sentir culpable.


Lo menos que podía hacer era sufrir por aquellos que no podían. Pero a
veces era demasiado para aguantarlo.

—¿Cuánto tiempo hace falta para que haga efecto? —preguntó Justin.

Coloqué la pastilla en mi boca y tragué un trago de agua.

—Una media hora como mucho.

—¿Por qué no te sientas y empiezo yo?

Alcé un ojo curioso.

—Me has dado suficientes indicaciones. Creo que lo tengo. Además,


puedes sentarte en medio de la habitación y decirme si estoy haciendo algo
mal. Quién sabe… quizás pueda empezar mi propio negocio en el colegio.
Estaría bien tener algo de dinero extra.

Me levanté de inmediato y le golpeé el estómago con la parte de atrás de


mi mano.

—Necesitarías empezar con esos abdominales primero.

No estaba gordo, al contrario, de hecho. Necesitaba carne en sus huesos.


Músculos.

—Ja. —Justin puso los ojos en blanco, igual que su hermana, y luego fue a
agarrar una brocha.
La lona estaba sobre todo el mobiliario, así que la quité del sofá y me senté.
Justin empezó a delimitar las esquinas, y le di más indicaciones. Parecía
enfadado mientras lo hacía, pero una parte de mí pensaba que lo
agradecía.

Era un buen chico. Según Kat, también era muy inteligente. Simplemente
tomó una serie de decisiones estúpidas en el pasado. ¿Pero podrías
culparlo?

—¿Vendrás a casa este verano?

—A menos que surja algo, estaré aquí. Varios chicos de la escuela y yo


tendremos una casa el próximo semestre, pero no podemos mudarnos hasta
finales de agosto.

—Si ya no tengo las muletas por ese entonces, quizás podamos ir al gimnasio.

La brocha se detuvo a medio camino.

—¿Por qué?

—Creo que estaría bien.

—Mira, solo porque te estés tirando a mi hermana no significa que tengamos


que ser amigos.

—Lo primero, no me estoy tirando a tu hermana. —Al menos aún no. Cuando
por fin estuvimos solos esa noche, sabiendo que Justin estaba en la
habitación de al lado, no pude hacerlo. Quería que nuestra primera vez
juntos después de regresar fuera especial. Además, “tirar” y “Kat” no
pegaban en la misma frase. Lo que teníamos era mucho más. No dejaría
que lo denigrara de esa manera—. Estamos juntos. Hay una diferencia.
Segundo, tengo amigos. Muchos, en realidad. Simplemente pensé que
estaría bien. ¿Sabes qué? Olvídalo.

Apretó la brocha contra la pared.

—Lo siento —murmuró y siguió pintando. La brocha se detuvo de nuevo y se


giró—. Yo solo… No… No soy exactamente el tipo de chico musculoso. Ni
siquiera sabría qué hacer. Mi padre murió cuando tenía cinco años. No he
podido lanzar la pelota con nadie. No me uní a ningún club. Siempre me
elegían el último en clase de gimnasia, y por una buena razón. Así que no te
lo tomes de manera personal.

Estaba un poco impresionado por su sinceridad, y por la manera en la que


no me miraba a los ojos me hacía pensar que él también estaba un poco
impresionado. Pero estaba en la universidad, el instituto era su pasado. ¿Por
qué dejaba que esa época de su vida aún lo definiera?

—Ya no estás en el instituto. No es por seguir con el tema, pero si alguna vez
quieres ir al gimnasio, estaría más que contento de mostrarte cómo usar
todas las máquinas. Parecen más intimidantes de lo que son en realidad.

—Gracias —dijo, y detecté una pequeña sonrisa—. ¿Y te estás sintiendo


mejor o simplemente vas a dejar tu culo sentado mientras yo hago todo el
trabajo?

Sacudí la cabeza y reí.

—Dame una brocha —dije y me levanté del sofá.

Justin colocó una brocha en mi mano y pasamos las dos horas siguientes
pintando el pasado, transformando la sala de estar hacia un amarillo pálido.

—¿Qué piensas? —pregunté cuando terminamos, echándome hacia atrás


para admirar nuestro trabajo.

Justin alzó una ceja.

—Es amarillo.

—Contento de ver que te sabes los colores. ¿Crees que le gustará a Kat? —
Debería haber aceptado la opinión de Liz. Había pintado muchas
habitaciones en los últimos años, pero no era un diseñador de interiores, así
que había seguido la recomendación de la chica de la tienda de pinturas.

Justin se encogió de hombros.

—Es difícil de decir. O le encantará o lo odiará.

—Gracias, Copérnico.

—No estoy tan enamorado de mis propias opiniones como para hacer caso
omiso a lo que los demás puedan pensar de ellas.
—¿Eh?

Me alzó una ceja.

—Es una frase… de Copérnico.

Oh. Debería haberlo sabido.

—Tu hermana me contó que eras un loco de la historia. —No me había dado
cuenta de la extensión de ello. ¿Cuántas frases más tenía en esa cabeza
suya?

—¿Hay algo que mi hermana no te haya contado?

Sacudí la cabeza.

—Probablemente no. Se preocupa por ti.

Pasó su mano por su pelo oscuro, luego me miró a los ojos.

—Tiene que cortarlo. Estoy bien.

Sabía cómo se sentía. Yo también tenía una hermana sobreprotectora. La


única diferencia era que la mía era más joven. Aunque la preocupación era
la misma. Todo era con buena intención, pero no significaba que no te
cansara después de un tiempo. Te hacía sentir como si fueras incapaz de
manejar nada.

Le di una palmada en la espalda a Justin.

—Intentaré convencerla de que se relaje un poco.

—Tiene que hacerlo. Es decir. Solamente ha pasado un día desde que he


llegado a casa, pero ya puedo ver un cambio. Siempre intentaba actuar
como si todo estuviera bien, pero no soy estúpido. No la había visto así desde
antes de que mamá muriera. Está bien.

Sus palabras me llegaron al corazón. ¿Había pasado de verdad tanto


tiempo desde que había sido la Kat divertida y alegre de la que me había
enamorado por primera vez?

Sabía que tenía que decir algo, pero la culpa que me atravesaba evitó que
lo hiciera. La puerta se abrió de repente y me invadió el alivio.
Kat entró en el vestíbulo, luchando con una bolsa de provisiones. Golpeé el
brazo de Justin, y él corrió y agarró la bolsa por ella. Pasaba algo. No podía
saber qué, pero sus ojos estaban oscuros, su pelo ligeramente despeinado,
y parecía exhausta.

—Cierra los ojos —dije.

Me alzó una ceja, sus ojos azules se entrecerraron sospechosamente.

—¿Eso es pintura? —preguntó Kat.

—Simplemente hazlo —dije.

Hizo un espectáculo exagerado para hacerlo. Un rizo cayó en el escote en


V de su camiseta. Quería arrastrarla contra la pared y continuar donde lo
habíamos dejado antes de que Justin apareciera, pero luché contra la
necesidad y, en su lugar, tomé su mano. Caminé hacia atrás, arrastrándola
conmigo.

—Ábrelos —dije.

Abrió un ojo, y luego el otro se abrió. Su boca se abrió, y luego dio la vuelta,
mirando las cuatro paredes recién pintadas.

—¿Qu…? Es decir, ¿cuándo? ¿Cómo?

—¿Te gusta?

—Es diferente —dijo, estudiando las paredes cuidadosamente.

Mi corazón se encogió. ¿Diferente como que lo odiaba? Debería haberla


dejado en paz, pero quería que siguiera adelante. Quería que empezara a
vivir su vida de nuevo.

Se giró hacia mí, sus dientes sobre su labio inferior.

—Pero sin duda puedo acostumbrarme a ello. —Envolvió sus brazos


alrededor de mi cuello y me acercó a ella—. Gracias —dijo contra mis labios.

Dedos fríos recorrieron mi cuello hacia mi pelo.

—¡Oh, vamos! —exclamó Justin, y Kat y yo nos reímos.


—He comprado algunas cosas para hacer tacos. Supongo que están
muriendo de hambre. —Kat se giró y sonrió.

Pero había algo bajo esa sonrisa. Algo malo. Simplemente no tenía ni idea
de qué era.

—¿Eso es una televisión? —preguntó Kat.

—Bienvenida al siglo veintiuno, hermanita —dijo Justin y colocó su brazo


sobre su hombro.

—Voy a empezar con los tacos —dijo Kat, y desapareció en la cocina.

Como en todas las veces anteriores, sabía que había algo más en su salida
que los tacos.
Capítulo 18 Traducido por Helen1 y Edgli

Corregido por veroonoel

J
ustin se fue después de los tacos. Tenía tres horas de manejo de vuelta
a la escuela y quería llegar a la biblioteca antes de que cerrara. El
escucharlo hablar de comida horrible y noche de estudio me hizo
extrañar eso.

No había pensado en volver a la escuela desde que había hablado con


Kat, pero tendría que hacerlo con el tiempo. O al menos tomar una decisión.
Si no lo hacía, el pistolero iba a ganar. El hijo de puta no se merecía la
victoria.

Kat se encontraba en el fregadero, las manos hundidas en el agua, los ojos


centrados en la oscuridad de la noche. Me acerqué a ella, envolviendo mis
brazos alrededor de su cintura y apoyando mi barbilla en el hueco de su
cuello.

Saltó ante mi toque y aparté su pelo, el olor a algodón de azúcar invadiendo


mis sentidos.

—¿Qué está pasando a través de esa adorable cabeza tuya?

—Uh… —Jugueteó con la esponja—. Nada. —Sonrió, pero fue forzada.

La di vuelta hacia mis brazos, agarrando el paño de cocina de la manija de


la estufa y envolviendo sus manos en la tela blanca. Sus ojos se quedaron en
los míos y cuando se mordió los labios y lo chupó, mi pregunta fue
respondida.

—¿Qué es? Y no me digas nada, o cambies de tema, porque te conozco.


No puedes mentirme. Algo está pasando.

Suavemente, puse mi dedo bajo su barbilla y la levanté hasta que el azul de


sus ojos se alineó con los míos.

Respiró hondo y soltó el aire lentamente.


—Cuando estaba en la tienda hoy, vi al tipo que me atacó.

Ira, miedo, conmoción, emociones que ni siquiera sabía que poseía corrían
por mis venas. La sangre corrió hacia mi cara y mis orejas quemaban

—Es por eso que no quería decirte.

¿Estaba loca? ¿No decirme?

—Pensé que estaba encerrado —dije con los dientes apretados.

—Fue puesto en libertad. La semana pasada.

Empujé mis dedos en mi frente.

—Has sabido acerca de esto y no pensaste en decirme.

—Acabo de decirte sobre el ataque ayer. Lo siento si no pensaba añadir


más mierda al montón. Tienes suficiente a lo que hacerle frente. La última
cosa que necesitas es preocuparte por mí.

—Quieras o no, voy a preocuparme por ti.

Kat echó los brazos frente a ella.

—Y eso es exactamente lo que no quiero. Nunca debí haberte dicho.

Tomé su cara en mi mano y froté el pulgar por su mejilla.

—Estoy en esto. Tú y yo. Al cien por ciento. Con el fin de hacer que funcione,
tienes que ser honesta conmigo. Siempre.

Las lágrimas llenaron sus ojos y todo mi enojo se disipó.

—Lo siento —dijo y cayó contra mi pecho. La apreté y besé su sien.

—¿No prometimos ya no más excusas? —Metí el pelo detrás de su oreja.

Asintió contra mí.

—Mañana por la mañana nos vamos hacia el departamento de policía, y


vas a conseguir una orden de restricción.

—Tengo una. Obviamente, él no cree en eso.

—Lástima que no importa lo que él crea. ¿Denunciaste esto?


—Lo vi en el estacionamiento. Dejé las maletas en el auto, subí y me fui. Tal
vez solo estaba allí de compras y fue una mala coincidencia.

—No creo en las coincidencias. Es necesario reportar esto. Mañana.


Prométeme.

—Lo prometo. —Me miró, agitando sus pestañas—. ¿Podemos dejarlo pasar
hasta entonces? —Envolvió sus brazos alrededor de mi cuello y se movió
hasta que sus labios estaban a centímetros de los míos—. Justin finalmente
se ha ido. —Su aliento era cálido contra mi piel, y el impulso de inmovilizarla
contra la superficie más cercana me sobrepasó.

No era un idiota. Sabía que me estaba usando para olvidar, pero cuando
pasó los dedos por la parte de atrás de mi cuello en mi pelo, toda restricción
se esfumó. Me rendí, solo porque yo no era lo suficientemente fuerte como
para alejarme.

Apreté mis labios a los de ella, empujándola contra el fregadero. Mis muletas
cayeron de mis brazos y deje que golpearan el piso. No las necesitaba. Todo
lo que necesitaba era a Kat. Sus dedos corrieron por mi cuello a mi pelo. Mis
manos recorrieron sus curvas, descansando sobre la redondez perfecta de
su culo.

La adrenalina se apoderó de mí, y levanté a Kat sobre el mostrador. Sus


piernas se enrollaron alrededor de mi cintura, y las apretó, empujando mi
dureza contra su centro. Se levantó en mí, su espalda arqueada, el cabello
cayendo detrás de ella en una manta de ondas.

Era toda curvas suaves, moldeadas a mi tacto. Metí mis dedos bajo el
dobladillo de su camisa y la levanté. Un sujetador de encaje verde apareció
y sus manos alcanzaron mis jeans.

Había pasado tanto tiempo. Había tenido sexo con demasiadas chicas,
pero todo fue sin sentido. En ese momento, no me di cuenta que estaba
buscando algo. Algo que había estado desaparecido de mi vida en el
momento en que había subido a mi camioneta y me dirigí a la universidad.

Kat.
Por mucho que quería dejar que me bajara el cierre y empujar dentro de
ella, se merecía más que su mostrador de la cocina junto a un fregadero
lleno de platos sucios.

Odiaba no poder levantarla y llevarla al dormitorio. La maldita herida me


mantenía de ser el hombre que merecía. El hombre que quería ser para ella.

Apoyé mis manos en las suyas.

—No aquí —le susurré al oído.

Gimió, y maldición si eso casi no me hace follarla allí. Le tomé la cara y la


atraje hacia mí, presionando mis labios contra los suyos.

—Quiero hacer el amor contigo. No puedo hacer eso aquí.

Esperaba un poco de pelea, pero no conseguí una. Kat se bajó del


mostrador, sus manos deslizándose por mi pecho. Bajó la cremallera de sus
pantalones vaqueros y salió fuera de ellos, inclinándose para recoger mis
muletas. Conseguí una vista increíble de su tanga verde aferrada a la
perfección de su culo. Me apoyé en el mostrador y vi el espectáculo. Movió
su peso de su izquierda a su derecha. Muy lentamente, comenzó a
levantarse, pero antes que lo hiciera, ignoré el dolor disparándose a través
de mi muslo a mis entrañas, y la agarré de la cintura, tirando de su culo hacia
mí.

Se empujó hacia atrás, y sumergí la mano en la parte delantera de su ropa


interior, dejando besos por su columna vertebral. Su espalda arqueada y un
gemido sexy arrancado de su boca.

Me concentré en la curva de su espalda. La forma en que se inclinaba,


creando una pendiente perfecta. La suavidad de su piel cremosa.

Dios, su olor. Me podía transportar de vuelta al pasado y sostenerme en el


presente, todo al mismo tiempo, abarcando los recuerdos mientras
creábamos otros nuevos.

Su cuerpo se estremeció contra mí, y besé el hueco de su cuello, dándole la


vuelta para quedar frente a mí. El azul de sus ojos estaba oculto por la
capucha de sus párpados.

—¿Quedándote dormida sobre mí otra vez? —le pregunté.


—No. Estamos apenas empezando. —Sus dedos se entrelazaron con los míos
y recogió mi muleta, pero yo apoyé la mano sobre la de ella, deteniéndola.

—No la necesito. Puedo hacer esto.

Se volvió hacia mí, los ojos muy abiertos.

Sus dedos corrieron por mi cabello, arrastrándose hacia a mi mandíbula.

—¿Estás seguro?

—Quiero estarlo. Para ti.

Asintió, una sonrisa tirando de sus labios. Con su mano todavía en la mía,
caminó hacia el dormitorio y la seguí, empujando el dolor en la parte trasera
de mi mente, poniendo toda mi atención en la tanga verde delante de mí.

Me las arreglé para llegar a la habitación y cuando la cama estuvo a tan


solo unos pasos de distancia, Kat se giró y envolvió sus brazos alrededor de
mí.

—¡Lo hiciste!

La emoción en su reacción, el orgullo en sus ojos, hizo que el dolor


desapareciera por completo. Enrollé mi brazo alrededor de ella,
acercándola. Su lengua se deslizó en el pliegue de mis labios y di la
bienvenida a la invasión, separando la boca para dejarla entrar.

Me encantaba su impaciencia y la forma en que eso la hizo hacerse cargo.


Era un lado de Kat que deseaba que hubiera salido más. Todo en ella era
hermoso.

La acompañé de vuelta, y cuando golpeó la cama, sus brazos cayeron de


mi cuello y deslizó el edredón. Me agaché, flotando por encima de ella, los
labios a un rasguño de distancia. Con cuidado, puse presión sobre mi pierna
buena, usando mi fuerza superior del cuerpo para mantenerme por encima
de ella.

Solo duré unos segundos hasta que me senté a su lado. No perdió el tiempo,
buscando mi cremallera y tirándola hacia abajo. Su mano se apretó contra
mi pecho y me echó sobre la cama.
Miró hacia abajo, encontrando mi mirada, el cabello cayendo a mí
alrededor mientras se inclinaba para besarme. Apreté la mano en su cabello
y tiré de ella con fuerza contra mí. Su lengua se burló, rozando suavemente
por mi labio inferior.

Separé mis labios, pero se trasladó a la esquina de mi labio, arrastrando


besos por mi mandíbula. Me estremecí ante la frialdad de sus manos,
mientras las extendía a través de mis costados. Luego besó el camino hasta
mi pecho, convirtiéndome en una bola furiosa de lujuria.

Se detuvo justo encima de mi cintura y me miró. Sus dientes tiraron de su


labio inferior y su cabello caía en ondas rodeándonos. Dios, era hermosa.

—Sigues cuidando de mí —dijo con una sonrisa pícara, antes de doblar la


cabeza y tomarme completamente en su boca.

Sus labios se apretaron mientras tiraba hacia arriba y anudé mis dedos en su
cabello. Su lengua rodeó la punta, haciendo que mi espalda se arqueara
sobre el colchón. Toda mi sangre corrió a ese lugar, dejándome la cabeza
inclinada hacia atrás y recé para no explotar demasiado pronto. Mi
respiración se detuvo cuando ella lentamente arrastró su lengua en mi eje y
luego de vuelta arriba antes de tomarme por completo. Tomó todo lo que
tenía para no explotar.

Finalmente, no pude soportarlo más. Me agaché por ella, tomando su


barbilla en mi mano. Se detuvo y ojos confundidos se encontraron con los
míos.

—Eres increíble —le dije—. Demasiado increíble.

La confusión cesó y se deslizó a mi lado. Pasé la mano por su mandíbula y


empujé sus labios a los míos. Mi cuerpo se vio impulsado y me estaba
volviendo loco. Necesitaba liberación, pero al mismo tiempo, no quería que
terminara.

—Estás temblando. ¿Es tu pierna? —preguntó, la preocupación frunciendo


su ceño. Pasó sus dedos a lo largo de mi frente, delineando los bordes de mi
cara.

—No. Eres tú.

—¿Hice algo? ¿Te he hecho daño?


—Lo totalmente opuesto. Me estás volviendo loco. Te necesito.

Entendimiento cruzó por sus iris, y pasó las manos por la banda de encaje de
su tanga y la deslizó fuera.

—Me olvidé de tomar mi pastilla ayer. ¿Tienes algo? —preguntó.

—Cartera.

Muy lentamente, me sacó los pantalones completamente, asegurándose


de no tocar la herida. Metió la mano en el bolsillo y sacó la cartera. Sostuve
mi mano, más que listo para conseguir encender el follón y empezar, pero
Kat apartó mi mano.

Arrancó el papel de aluminio y lo arrojó sobre la mesa de noche. Luego se


inclinó sobre mí, los tirantes de su sujetador apenas conteniendo sus pechos,
y rodó el látex por mi eje. Nunca en mi vida había estado tan excitado por
un condón.

Ciento veintitrés carreras remolcadas, cinco dobles plays, once bases


robadas. No me falles, estadísticas de béisbol. Kat pateó una pierna por
encima de mi cintura y se colocó encima de mí. Dos jonrones. Cuatro triples.
Siete…

Tocó su labio ligeramente con su lengua, y mi proceso de pensamiento se


había ido. Estiré la mano, envolviendo mi mano alrededor de su nuca y
animándola a mí.

Sus labios rozaron los míos, suave y dulce, y el animal en mí se hizo cargo. La
aplasté contra mí, metiendo mi lengua en su boca, deseando, necesitando
saborearla. Respondió hundiendo sus dedos en mi pelo y bajándose en mí.
Nuestras respiraciones se contuvieron en el momento exacto que me deslicé
en ella por completo. Mis brazos se deslizaron alrededor de ella y la atraje
hacia mí. Arrastré mis manos hasta su lado y cuando rocé un punto
delicado, se meció contra mí, tomándome tan profundo como podía ir.

Un fuerte gemido salió de sus labios, y moví mis manos de nuevo a su punto
delicado. Tan pronto como lo toqué, sus caderas se echaron atrás, y me
sumergí en ella tan duro como pude.

Continuó girando sus caderas y me ajusté contra el cabecero. Llegué


alrededor de su espalda y le desabroché el sujetador. Una correa cayó,
seguida por la otra y agarré el encaje en la mano, arrastrándolo por su brazo
hasta que estuvo completamente expuesta.

Me sumergí dentro de ella, metí mi cabeza, y mi lengua se arremolinó


alrededor de su pezón hasta que era un nudo apretado, luego me trasladé
al otro, sustituyendo la lengua con mis dedos y acariciándola.

Kat se movió contra mí con más fuerza, su aliento superficial y el rojo se


deslizó sobre su pecho. Acaricié más fuerte, rodando el pico de color rosa
entre mis dedos. Besé las pecas sobre sus hombros, siguiendo con la longitud
de su cuello hasta llegar al punto al lado de la oreja.

Sus músculos internos se apretaron a mi alrededor y todo su cuerpo se


convulsionó mientras subía a su clímax. Tan pronto como su peso cayó sobre
mí, sostuve su cintura con mis manos y me dirigí hacia ella. Sus uñas se
clavaron en mi espalda, el pecho presionado con fuerza contra mí.

—Oh, Dios —gemí cuando llegué.

Mi cabeza cayó contra la cabecera y conmigo todavía dentro de ella, Kat


se acurrucó contra mi pecho. Le aparté los mechones de cabello
enmarañado de su rostro y besé su mejilla y sien.

—¿Fue todo como lo recordabas? —le pregunté al oído.

—No —dijo, y le hice cosquillas en su costado. Se movió contra mí, y juro que
estaba listo para la segunda ronda—. Fue mucho más.

Levanté una ceja y no pude evitar que la sonrisa estúpida se propagara a


través de mi cara.

—Y lo hicimos en una cama.

Me miró.

—Lo hicimos. —Le aparté otro mechón de cabello de la cara y miré hacia
las profundidades de sus ojos. Era un bastardo con suerte. Nunca pensé que
tendría una segunda oportunidad con Kat. Pensé que lo había arruinado
para siempre. Tantos errores estúpidos. Pero por alguna razón ella me dejó
entrar de nuevo en su vida y en esta ocasión, no me iba a ninguna parte.

—Te amo, Kit Kat.


—Te amo —dijo contra mis labios.

***

—Por favor, no —dije, el arma apuntando directamente a mi cabeza. Ya me


habían dado un enorme agujero en mis pantalones manchados de sangre,
pero no podía enfocarme en el dolor, el mareo, la energía drenándose de
mi cuerpo.

Nia estaba en mis brazos. Su camisa empapada de sangre, sus respiraciones


superficiales se habían vuelto jadeos, y sabía que estaba a segundos de
morir.

—No quiero que esté sola —dije, mirando a los ojos del tirador. No es que
esperara compasión de su parte.

Pero tenía que intentar. Morir joven era una cosa, pero ¿morir sola? No le
podía hacer eso. Quería sostenerla. Hacerle saber que el bien existía
además del mal. Morir sabiendo que a alguien le importaba. Que alguien
luchó por ella.

Sus ojos oscuros se clavaron en los míos. Estaba de pie delante de mí, muy
vivo, pero no había vida en su mirada.

—Steve, por favor —dije.

Ante la mención de su nombre, la oscura y muerta mirada vaciló y dio un


paso atrás. El arma apuntada a mi cabeza se movió y con un disparo final
todo había acabado. Steve cayó de un solo golpe en el suelo, sangre
escurriendo de su cabeza.

Miré su cuerpo sin vida, incapaz de apartar la mirada, pero entonces Nia
jadeó más alto. Devolví mi atención a ella.

—Está bien. Todo estará bien. —Era mentira, pero ¿qué se suponía que
dijera? ¿”Estás muriendo”? ¿Cómo podría? No tenía ese derecho. Nadie
tenía derecho a determinar el destino de alguien. Estaba fuera de mis
manos.

Pero lo que podía hacer era sostenerla hasta que el destino se decidiera. Así
que lo hice. Ignoré la sangre empapando su camisa y sus acelerados jadeos
por aire y la acurruqué contra mí. Había tan poco que sabía sobre Nia.
Fuimos equipo en clases un par de veces, pero además de eso no la
conocía para nada. No iba a fiestas y nunca la veía en los bares.

—J…osh —jadeó.

—No hables.

—Por favor. —Una lágrima bajó por su mejilla y la limpié con mi dedo—.
Dile… a mi madre… que la amo.

—Se lo podrás decir tu misma —dije, esperando que muriera con algo de
esperanza en ella. Aun así, no se sentía bien. Tragué el nudo en mi
garganta—. Pero si la veo primero, se lo diré. Lo prometo.

Nia asintió y yo sonreí y luego tomó su último aliento para morir en mis brazos.

—Nia —grité. Lágrimas bajando por mis mejillas hacia las suyas—. Lo siento
tanto, Nia. —La abrace contra mí y luego todo se volvió negro.

***

—¡Josh! Despierta. —Mi brazo se sacudió y me desperté de un golpe,


empujándome contra el cabecero de la cama.

Las manos de Kat estaban a ambos lados de mi cara. Mi corazón corría,


calor irradiaba de mí y sudor empapaba mi piel. Me enfoqué en Kat. En el
brillo de sus ojos, la forma en que su cabello estaba apresado detrás de su
oreja y como se enrollaba en las puntas. En la frialdad de sus manos y lo bien
que se sentían contra mis ardientes mejillas.

—Solo era una pesadilla. Estas aquí. Estás bien. Respira.

Asentí, temeroso de que si hacia algo más, me rompería.

—Me asustaste —dijo Kat, envolví mi brazo alrededor de su cuello y la atraje


hacia mí. Pasó su pierna sobre mí y se envolvió alrededor de mi cintura,
quedando justo sobre mi herida.

Aún no sabía por qué Steve me perdonó ese día. Por qué mi suplica funcionó
mientras las de otros tantos no. No creía que alguna vez lo supiera. Pero, por
primera vez, con Kat envuelta a mi alrededor, no me lo seguí preguntando.

—Lo siento —dije en su cabello.


—No lo sientas. —Se reclinó hacia atrás hasta que estuvimos cara a cara—.
¿Quién es Nia?

No quería darle esa carga a Kat. No quería darle esa carga a nadie. Ya le
había dicho suficiente. Pero mirando esos grandes ojos azules, después de
todo lo que habíamos pasado, no le podía mentir.

La historia se derramó. Ni siquiera traté de detener las lágrimas que picaban


en mis ojos. Kat descansó su peso en mi pierna buena y escuchó
intensamente cada palabra.

—El tiroteo se detuvo, así que Nia corrió a buscar ayuda… y fue herida. Justo
en el estómago. Cayó tan rápido… tan rápido. —Aspiré un acelerado
aliento y Kat apretó mi mano—. Me aferré a ella. No me importó si el tirador
me veía. Aún respiraba, pero sabía… yo sabía que estaba muriendo. Había
demasiada sangre. Saliendo tan rápido. Si podía llegar a ella, si podía
detenerla… tal vez darle una oportunidad. Rasgué mi camisa y traté de
detener el sangrado, pero sin importar lo duro que lo intentara, nada
parecía funcionar. No sabía que más hacer, pero sabía que no podía
dejarla morir sola. Me pidió que le dijera a su madre que la amaba.

»Nunca le dije a su madre. No pude. Lo intenté un par de veces. Tengo el


número. Su dirección. Pero cada vez que levantaba el teléfono, me
acobardaba. Cada vez que pensaba que podía dar un paseo hasta su
casa, me acobardaba. Soy un cobarde.

—No eres un cobarde.

Lo era. Ni siquiera podía decirle a Kat la verdad completa.

Tomó mi rostro en sus manos.

—Lo que pasaste fue un infierno. Has estado lidiando con eso muy bien.

—¿Lo he estado? Porque la mayoría de las veces, me siento como un jodido


desastre.

Lágrimas manchaban las mejillas de Kat, pero se las arregló para sonreír.

—Lo escondes realmente bien.

Me reí.
Kat pasó su mano por mi cabello.

—Necesitas ir a ver a la mama de Nia.

—No puedo.

—Sí, puedes. Igual que como llegaste aquí. Puedes. Iré contigo. Lo haremos
juntos. Necesitas un cierre, Josh. No vas a obtenerlo hasta que entregues el
mensaje de Nia.

Amaba todo sobre Kat, pero odiaba que tuviera razón. Ver a la madre de
Nia, estar cara a cara con la mujer cuya hija prácticamente empujé hacia
una bala, me espantaba hasta la mierda. Tenía razón, sin embargo,
necesitaba un cierre. La madre de Nia necesitaba saber que las palabras
finales de su hija iban dirigidas a ella.
Capítulo 19 Traducido por Jadasa Youngblood (SOS) y Salilakab

Corregido por veroonoel

Í
bamos por una noche a una ciudad a cuatro horas en coche y Kat
empacó lo suficiente como para todo un equipo de béisbol en un viaje
por todo el país, incluyendo el ayudante. Dame un cambio de ropa interior
y me encontraba listo para irme.

—¿Explícame por qué necesitamos un rollo de papel higiénico? —Lo levanté


e incliné contra el auto.

—Pues. Nunca sabes si vas a tener una nariz chorreando, o que algo se
derrame, o encontrar un área de descanso en el que se acabó el papel
higiénico. Mejor prevenir que lamentar.

—¿Y qué pasa con esto? —Levanté una caja de bolsas de basura.

—Hay un montón de usos para las bolsas de basura.

—¿Cómo qué?

—En primer lugar, basura. Luego están los ponchos. Una manera de cubrir
una ventana rota. ¿Te gustaría que continúe?

—Sí, por favor.

—Bien. Puedes convertirla en un cabestrillo.

Me reí. A carcajadas. Y puso sus ojos en blanco hacia mí.

—Tú preguntaste.

—¿Honestamente crees que necesitaríamos hacer un cabestrillo?

—Tú más que nadie deberías saber que nunca se sabe cuándo necesitarás
un cabestrillo o para hacer un torniquete.
Desconcertado por sus palabras, arrojé las bolsas de basura en el coche. Por
un momento, la miré fijamente, luego me agaché para entrar y cerré de
golpe la puerta.

Ni siquiera sabía por qué estaba tan enojado. Kat no dijo nada fuera de
lugar. Pero ¿por qué debería tener que estar más informado? ¿Más
preparado? Me molestó. Nunca debería haber tenido que ayudar a hacer
un torniquete. No firmé para estar en una zona de guerra.

Odio que algún imbécil enfermo con problemas de autoridad hubiera


cambiado mi vida. Mi vida había sido perfecta como era. Había estado
ignorando completamente la existencia del mal. Había vivido la vida como
una gran fiesta. Ahora… ni siquiera podía ir a una tienda sin observar a todas
las personas y preguntarme por qué llevaban sus manos hacia sus bolsillos.

Solo quería jodidamente ponerme en marcha.

Se abrió la puerta del lado del conductor y Kat se subió.

—No debería haber dicho eso.

Me encogí de hombros, sin confiar en mí mismo para no quedar como un


completo idiota.

—Si no quieres ir, no tenemos que hacerlo. Toda la semana has estado
nervioso, y no quiero que hagas algo que no quieres hacer.

—No tiene nada que ver con querer. —Apreté mis dientes y empujé mis
manos a través de mi cabello.

Me miró con curiosidad.

—Necesito hacer esto.

—Entonces vamos a ponernos en marcha.

Colocó la llave en el arranque y mi corazón latió más rápido. En los segundos


que tardó en poner el auto en marcha, se formó sudor en mi frente y estaba
enloqueciendo silenciosamente.

Kat no dijo ni una palabra y yo tampoco. ¿Qué había para decir? Nos
dirigíamos de vuelta al mismo lugar al que creía que jamás volvería.
Adoraba la universidad. Me encantaba mi compañero de cuarto. Amaba
la vida de dormitorio y las fiestas. Pero cada vez que pensaba en volver,
todo lo que veía era esa maldita pistola. El último aliento de Nia. Su cuerpo
sin vida en mis brazos. Todas las cosas que debería haber hecho. O no
debería haber hecho. Miré fijamente por la ventana, el nerviosismo
tensándose fuertemente en mi frente. La froté, esperando calmarme un
poco. Observé la carretera por la que tantas veces viajé. Ya no tenía la
misma sensación. Todo era diferente.

Kat bajó el volumen de la radio.

—Tengo que hacer pipí. ¿Te importa si nos detenemos?

Eran las primeras palabras que me decía en una hora.

—Acabamos de salir —dije, sin molestarme siquiera en mirarla.

—Como hace una hora, y justo antes, tomé una taza de café.

—Bueno, eso fue estúpido —dije bruscamente.

—¿Puedo detenerme o no?

—Eres quien conduce.

Recogió su cabello en la parte superior de su cabeza y mordió su labio. No


era el habitual deslizarlo entre sus dientes. Era una mordida de verdad. Rojo
se extendió hasta su pecho y a través de sus mejillas. Salió volando de la
carretera al área de descanso.

El auto se detuvo de golpe, y me sacudí hacia adelante. Salió y se apresuró.


Ni siquiera me preguntó si tenía que ir. No tenía que hacerlo, pero
necesitaba salir del auto. Despejar mi mente.

Entré en el edificio con una multitud de personas, consciente de todas las


personas a mí alrededor. Una mujer en pantalones de pijama fue lo
suficientemente agradable para mantenerme la puerta abierta.

El olor de café y comida grasienta me golpeó en la nariz cuando entré. No


tenía hambre ni sed. Nada.

La fila para el baño de las chicas era una milla de larga, no es que esperara
menos. Pero giraba alrededor del maldito exhibidor de folletos. Kat estaba
anterior a la antepenúltima, estaría ahí un rato. Su bolsa se encontraba
enganchada sobre su hombro, y tenía sus brazos cruzados bajo el pecho.

Con cada tamborileo de sus dedos contra su bíceps se destacaba su


enfado.

Giré hacia el baño de hombres y tropecé con un chico que por lo menos
me sacaba casi ocho centímetro. Necesitaba ducharse y afeitarse
urgentemente. Eso producían los largos viajes en auto.

—Cuidado —dijo el chico.

Um, lo siento, ¿no viste al chico con las muletas? Imbécil. Me quedé mirando
al chico, mis puños tensos alrededor de mi muleta. Ni se inmutó, sus ojos
brillantes y oscuros. Gruñó y se fue.

Abrí las puertas de un empujón, regresé al auto y me coloqué mis auriculares.

Diez minutos más tarde, Kat se subió al coche. Sentí su mirada fija hacia mí.
Mi desagradable estado de ánimo me impedía devolverle la mirada.

Arrancó el auricular de mi oreja.

—¿Qué mierda? —grité.

—¡Mira! Lo entiendo. Esto no es exactamente un feliz viaje de fin de semana,


pero ¿puedes darme un respiro aquí? Estoy intentando ser comprensiva. Lo
esto. Pero si sigues actuando como un idiota, juro por Dios, dejaré tu culo al
costado de la carretera sin siquiera pensarlo dos veces. ¿Lo comprendes?

Impresionado por sus palabras, murmuré:

—Lo comprendo.

Dejó caer su mano del volante.

—Suenas muy convincente.

—Lo siento. ¿Está bien?

Miró fijamente por la ventana como si estuviera sopesando mi disculpa. Su


mano se movió hacia la palanca de cambios.

—Simplemente no lo hagas de nuevo.


Regresamos a la carretera y no hablamos hasta que estuvimos en el
estacionamiento de mi residencia universitaria. Nunca volví para sacar mis
cosas. Liz y Zach habían hecho el viaje y consiguieron lo básico.

Kat detuvo el auto, y me senté ahí. La gente andaba por el camino hacia
las residencias estudiantiles. Todos continuaron con sus vidas como si nada
hubiera ocurrido.

¿Fui el único asustado con seguir adelante con mi vida? ¿Con miedo a
regresar aquí y enfrentar lo que sucedió? De hecho, ese día,
probablemente, la mayoría no había estado en el edificio, pero eso no
significaba que no les afectara. Sin embargo, ahí estaban, yendo a clase,
hablando, riendo.

Comportándose como si fuera solo otro día. Supongo que para ellos lo era.
Me pregunto cuántas de las personas que se encontraban aquí habían ido
al funeral celebrado en la plaza.

Ni siquiera podía ver las imágenes en la televisión o en YouTube.


Simplemente no podía hacerlo. Prefería actuar como si el día nunca hubiera
ocurrido. ¿Cuán egoísta era?

Me tomó todo ese tiempo darme cuenta de que no estaba enojado con
Kat, o con ese chico en el área de descanso. Estaba molesto conmigo
mismo. Por evitar al entrenador y a Eli. Por negarme a regresar pronto. Por
intentar actuar como si nunca hubiera ocurrido.

Pero era más fácil. Todavía podía ser yo… en su mayor parte.

La mano de Kat se deslizó en la mía y me dio un apretón.

—Tómate tu tiempo —dijo. Pero teniendo su mano, el familiar consuelo de


su piel, no necesitaba tiempo. No necesitaba nada más. La tenía y eso era
todo lo que importaba.

—Estoy listo.

Nos bajamos del auto, y lideré el camino hacia mi residencia universitaria.


La habitación a la que había traído tantas chicas en el transcurso de mi
estancia. Nunca, en un millón de años, se me ocurrió pensar que Kat sería
una de ellas.
—¿Tu compañero de cuarto nos está esperando?

—Esta mañana le envié un mensaje a Eli.

Era la primera vez que hablaba con él desde el tiroteo. También dejó de
enviarme mensajes de texto. No podía culparlo. Nunca respondía. Era mi
mejor amigo, y lo descarté como una elección de segunda. Todo a causa
de que quería olvidar.

Nos acercamos a la entrada principal y respiré profundamente, pasé mi


tarjeta, y sostuve abierta la puerta para Kat. Tan pronto como entré, lo sentí.
La culpa. Un vacío me golpeó bajando al vientre. Las lágrimas ardían en mis
ojos. Era abrumador, pero Kat apoyó su cabeza en mi hombro y entrelazó
sus dedos con los míos. Ese pequeño gesto, el saber que estaba ahí, me dio
el empujón que necesitaba para seguir adelante.

Subir las escaleras de tres pisos era más rápido que esperar el ascensor viejo,
así que guíe a Kat lejos de las cerradas puertas plateadas y hacia la blanca
y pesada. No hizo preguntas, simplemente siguió.

El subir nos tomó menos tiempo de lo que imaginaba. Creía que tendría unos
segundos para tranquilizarme. Respiré profundamente una vez más, como si
estuviera en una jodida clase de yoga y abrí la única cosa que me separaba
de mi pasado no tan lejano.

—Entonces a esto se parece una residencia estudiantil, ¿eh? —preguntó Kat,


mirando a su alrededor y asimilando las paredes de ladrillo blancas y suelos
de baldosas gris.

Se rio del pene gigante dibujado en la pizarra que colgaba sobre la puerta
de Tuck al otro lado del pasillo. Me pregunté cómo estaba. En las fiestas,
solíamos ir keg stand5 tras keg stand. Aún tenía que ganarme. La mañana
del tiroteo nos habíamos topado fuera del baño y había exigido una
revancha para esa noche.

Le dije que estaba de suerte, nunca imaginé que no estaría ahí. Con una
última mirada, giré. Debería haber llamado a su puerta, decir: “¿Qué tal?”.

5 Keg stand: se refiere a un juego en el cual bebes de cabeza directo del barril de cerveza
mientras alguien te sostiene los pies en alto, para ver cuánto aguantas y cuánta cerveza
logras beber.
O incluso dibujar algo en su pizarra y firmar así sabría que me detuve. En
cambio, me lancé hacia mi habitación antes de que alguien me viera.

Antes de que pudiera pasar mi tarjeta, se abrió la puerta de golpe y Eli me


envolvió en un abrazo menos que varonil. Éramos del tipo de chicos de
palmaditas en la espalda, choques de puños. No abrazábamos. Pero
cuando lanzó sus brazos oscuros a mi alrededor, le devolví el abrazo.

Era el momento del que había estado aterrorizado. Esperaba que cerrara
de golpe la puerta en mi cara. O ni siquiera estuviera aquí cuando me
presentara.

Pero estaba aquí. Entonces me di cuenta, que cuando me miraba, no veía


solo el tiroteo. Simplemente veía a su mejor amigo. Yo era un puto idiota.

Estaba proyectando mis propios miedos sobre él. Una quemadura se


extendió a través de mi garganta hacia mis ojos, y apreté mis brazos a su
alrededor por un segundo más antes de darnos nuestra habitual palmadita
en la espalda y separarnos.

—He estado jodidamente preocupado, amigo. Casi fui hasta la casa de tus
padres.

—Lo siento. He estado atravesando un montón de mierda.

—Tú y yo somos hermanos. Tenemos que estar ahí el uno para el otro. ¿De
acuerdo?

—De acuerdo.

—¿Y quién es esta? —Eli se dio la vuelta, arqueó su ceja negra, curvando su
labio mientras se movía hacia Kat, quien se veía preciosa como siempre.
Golpeé su pecho.

Sacudió su cabeza y levantó sus manos.

—Solo estoy preguntando.

—Pregunta todo lo que quieras. Ella es mía.

—No soy de nadie, gracias —dijo Kat mientras daba un paso hacia nosotros.
Extendió su mano hacia Eli y él se echó a reír—. Soy Kat.
—Ya me gustas. —Eli tomó la mano de Kat, mucho más pequeña que la
suya.

—No quería interrumpir su romance de hermanos —dijo, y no pude evitar


mirarla con una sonrisa. Siempre era muy tímida con las personas nuevas,
pero aquí estaba siendo la Kat que conocía y amaba, irradiando luz en la
oscuridad.

Eli se rio de nuevo y retrocedió un paso, así podíamos entrar.

La habitación estaba exactamente como la había dejado esa mañana. Mi


póster de los Yankees aún colgaba sobre mi cama mientras el de los Red
Sox de Eli todavía colgaba sobre la suya. Tantas veces me había
amenazado con romper el mío. Entrando, no sabía si finalmente habría
dejado que ganara la tentación.

—Tuviste tu oportunidad —dije, señalando las rayas blancas y azules.

—No estabas aquí para defenderlas. Se sentía mal.

Kat tenía una expresión interrogante.

—El póster. Es un acérrimo fanático de los Red Sox.

—¿Y? ¿Qué tiene eso que ver con tu póster?

Eli levantó su mano.

—Espera un momento. ¿Estás con este chico y no sabes acerca de la


rivalidad?

—¿Qué rivalidad?

Eli cayó de espaldas sobre la cama y luego dijo rápidamente:

—Por favor, dime que la bala no sacó tu amor por el juego.

Las palabras quedaron flotando entre nosotros como un receptor


bloqueando el home plate6, inmóvil, posicionado para el impacto. Ni

6Home plate: Forma parte del campo de béisbol, es la última base que un jugador tiene
que tocar para completar una carrera.
siquiera sabía cómo responder. ¿Cómo podía admitir que no había seguido
los entrenamientos de primavera?

Había dejado de lado tantas cosas que amaba. La única cosa que mantuve
cerca fue Kat. Era lo único de lo que no podía huir. Simplemente no podía.
Incluso cuando sabía que sería mejor dejarla ir sin mí, no podía.

Ella trajo de vuelta la felicidad a mi vida.

—Creo que olvidé mencionarlo, realmente no lo he estado siguiendo. —


Sentí que tenía ocho años, confesando haber limpiado el peluche favorito
de Kat en el inodoro.

—Amigo, te atraparon. —Debí saberlo, Eli no dejaría que las cosas se


pusieran raras—. Kat, por favor, ven, siéntate y deja que te cuente una
historia.

Sacó la silla del escritorio en la que pasé numerosas noches escribiendo


trabajos de última hora. Kat puso su bolso en el suelo y se sentó en el cuero
gastado.

Eli se dejó caer en su cama y yo me hundí en la mía. La habitación no era


exactamente espaciosa, pero nunca nos quejamos. Tuve suerte con Eli.
Ambos jugamos béisbol en la preparatoria y ambos decidimos que
queríamos otras opciones.

Estábamos unidos por el béisbol y nuestro odio hacia el equipo favorito del
otro. Luego estuvo la necesidad de salir de fiesta. Yo pensaba que era un
fiestero reservado, pero Eli podía emborracharme bajo cualquier mesa. Era
la única persona que no pude vencer en el desafío del barril.

—Ochenta y seis años y ni una sola victoria en la Serie Mundial —dije como
siempre cuando Eli mencionaba a los Yankees.

—Es la maldición de Bambino, hombre.

—Si tú lo dices.

—¿Qué es la maldición de Bambino? —preguntó Kat y creí que la boca de


Eli caería al suelo.

—¿Es en serio? —preguntó.


Kat asintió.

—Los Red Sox vendieron a Babe Ruth en 1918 a los Yankees y no han ganado
una sola Serie Mundial… —expliqué.

—Hasta el 2004, cuando pateamos los traseros de los Cardinals. —Eli saltó de
la cama con los brazos levantados al aire y girando como si estuviera en una
plataforma giratoria.

Tiré mi almohada y él se agachó, golpeó su póster y él se encogió cuando


la almohada se deslizó por la pared.

—Tienes suerte que no lo rompiste.

—¿Qué vas a hacer? ¿Vencer al chico con un hoyo de bala en la pierna?

—¿Es así como te atrapó? ¿El hoyo de bala en su pierna?

El rojo se arrastró hasta el cuello de Kat, difundiéndose a través de sus


mejillas. Chupó su labio inferior y arregló su cabello sobre su cabeza.

—Nosotros nos conocemos, de hecho, desde la escuela preparatoria.

—Y la cosa se complica. —Eli miró su reloj—. Por desgracia, tengo que salir a
clase. Recuérdame de nuevo, ¿por qué tomé una clase en sábado?

—Traté de convencerte de lo contrario.

—Debí haber escuchado.

—Así como yo debí de haberte escuchado esa mañana.

Ahí, lo dije. Las palabras habían salido.

Tenía un examen ese día, pero después de la pelea con Liz sobre el idiota
de un novio, estaba tan estresado que no podía concentrarme. Había
dejado el lugar de Liz sin decir adiós, ni siquiera le mandé un mensaje. Liz y
yo nunca peleábamos así, ni siquiera cuando éramos niños.

Eli me dijo que me saltara la clase, que usara mi don de convencimiento y


hablara con mi profesor para que me dejara hacer el examen cuando
hubiera limpiado mi mente. Debí haberlo escuchado.

Si hubiera…
No importa, la verdad es que no lo hice. Y debido a eso me dispararon. Los
“y si” no podían cambiar ese simple hecho. Nada podía.

—Dios quería que estuvieras ahí ese día —dijo Eli—. Quién diablos sabe por
qué, pero lo quería. Obviamente sabía que eras un testarudo hijo de puta.

—Claro que lo soy.

—¿Tengo que recordarte el primer año? Primera semana, nuestra primera


fiesta de fraternidad. Un gilipollas estaba tratando de seducir a una chica y
ella intentaba alejarlo. —Eli se volteó a ver a Kat—. Este loco idiota trató de
decirle que soltara a la chica y el chico le dijo que se fuera a la mierda. Pero
Josh no lo dejaría ir. El chico se volvió hacia él con los puños apretados,
brazos abultados con algunos esteroides y rompió su botella de cerveza en
la escalera y se dirigió directo al tipo. Creí que eso solo pasaba en las
películas.

Ese recuerdo era el por qué estaba tan enojado con mi hermana ese fin de
semana. Su idiota novio estaba sobre ella y no aceptaba un no por
respuesta. Cuando Zach intervino y lo golpeó en la cara, ella no podía
entender por qué me había puesto el lado de Zach.

Estaba demostrado científicamente que los chicos son más fuertes que las
chicas, pero eso no le da el derecho a un chico de imponerse a una chica.
Esa es una cosa que no soporto.

Estaba harto de idiotas.

Los ojos de Kat se abrieron en conmoción. No era exactamente del tipo


violento y me preguntaba qué pensaría sobre este otro lado de mí.

—Tengo que salir. Kat. —Eli le tendió la mano. y Kat la tomó. Él se llevó la
mano a sus labios—. Fue un placer.

—Cuidado, amigo —dije.

Él guiñó un ojo y le dio unos golpecitos a mi muleta.

—Es tuya. —Eli le guiñó un ojo a Kat y puse mis ojos en blanco. —¿Estarás
aquí aun cuando vuelva?

—Vamos a… vamos. —Mi garganta se secó y no pude decir más palabras.


—Vamos a salir por un rato —dijo Kat—. Josh va a mostrarme los alrededores.
Pero estaremos aquí esta noche si eso está bien. —Sonreí con aprecio.

—Absolutamente. Hay una fiesta esta noche. En Omega Phi. Deberían ir, a
los chicos les encantará verte.

Los ojos de Kat se iluminaron y yo negué con la cabeza.

—No. —Atrapé la mirada de Kat y fue como ver retroceder el océano en sí


mismo.

***

Se acurrucó en mi costado, sus manos frías buscaban calor en mi estómago.


Jalé la manta que tenía en la camioneta sobre nosotros y froté sus brazos.

—Juro que estás muerta de la muñeca hacia abajo —dije, tratando de


ocultar mi risa.

Ella respondió con un pellizco en mi pezón. Salté, poniéndola debajo de mí


y mis manos buscando sus lados, pasé mis dedos hacia abajo en todos sus
puntos de cosquillas. Un chillido agudo salió de sus labios y cubrí sus labios
con los míos para ahogarlo. Sus risas vibraban en mi boca hasta que no fui
capaz de controlar mi propia risa.

Pequeñas y suaves manos se deslizaron hasta mi pecho desnudo y fueron a


parar a mi cara. La risa cesó y me acercó poniendo un beso en mi frente.

Me hundí en la cama de la camioneta, tirando de ella hacia mí y tracé


pequeños círculos sobre la piel desnuda de sus brazos.

Se acostó sobre su estómago y apoyó sus codos sobre mi pecho. Un rizo


cayó por detrás de su oreja e hizo cosquillas en la piel de mi cintura.

—Así que, ¿misma hora mañana? —preguntó.

Me pasé la mano por la cara. La última cosa que quería era hacer que se
molestara, y a pesar de que sabía que teníamos un entendimiento la culpa
estranguló mi corazón.

—Mis padres se van a casa de mis abuelos. Voy a dar una fiesta.
No dijo nada, pero sabía lo que estaba pensando. No importaba que
habíamos acordado mantener nuestra relación en secreto, porque sus ojos
aún se llenaban de tristeza cada vez que no la invitaba a una de mis fiestas.

Su fuerza sobre mi aflojó y a pesar de que sentí como se deslizaba


alejándose debido a mi obsesión por mantenerlo como un secreto, sabía
que por no invitarla me arriesgaba a perderla para siempre.

***

Todas esas veces que no invité a Kat a las fiestas que había tenido, no había
tenido que ver con ella. No estaba avergonzado de estar con ella, estaba
avergonzado de ese lado de mí.

Ese mujeriego y animal fiestero que no tomaba nada en serio fue muy
divertido para un montón de gente, pero Kat… no quería asustarla.

Ahora sabía lo estúpido que era. Me amaba. Todo de mí. Tú no venías y


elegías que parte amar. O amas todo o nada en absoluto.

Ya era hora que dejara de mantener a Kat para mí mismo. Tiempo de dejar
de esconderme de mi vida.

—Quiero decir, ¿a qué hora?

—Ese es mi hombre. —Eli dio una palmada en mi espalda—. Diez en punto.


Vayan y hagan lo que tengan que hacer y los veré aquí más tarde. —Eli
tomó su libreta y salió corriendo por la puerta.

La sonrisa de Kat aún no había vuelto completamente. Odiaba ser la razón.

—Ven aquí. —Levanté mi mano hacia ella.

Se rascó la cabeza y dejó escapar una gran bocanada de aire antes de


colocar su mano en la mía. La jalé hacia mí hasta que estuvo entre mis
piernas.

—Sé que teníamos un acuerdo. Pero necesitas saber, sin tener en cuenta
eso, que nunca fuiste tú. La razón por la que nunca te invitaba a cualquiera
de mis fiestas, te presentaba a mis amigos. Todo era debido a mí. Porque
tenía miedo de lo que pensarías de esa parte de mí.

—¿No era porque me interponía en tu camino de elegir otras chicas?


Apoyé mis manos en sus caderas y tiré de ella un poco más cerca.

—Cuando estaba contigo, solo eras tú. Nunca estuve con nadie más, jamás.
Nunca te haría eso, lo prometo.

Deslizó sus brazos alrededor de mi cuello.

—Te creo. —Utilicé una maniobra y de alguna forma me las arreglé para
ponerla debajo de mí sin dolor punzando a través de mi muslo. Una risita
fuerte salió de su boca y mis labios se torcieron ante el sonido.

La miré a los ojos, colocando un mechón detrás de su oreja, dejando que


mi dedo que bajara por su mandíbula.

—Dios, te amo, no me dejes de nuevo.

—No iré a ningún lado.

—Bien, porque para lo que tengo que hacer a continuación… te necesito.

Kat se acurrucó a mi costado y paseó su mano arriba y abajo en mi


estómago, después entrelazó sus dedos entre los míos.

—Pasaremos por eso. Juntos.


Capítulo 20 Traducido por Dianna K

Corregido por veroonoel

K
at condujo. Incluso si yo fuera capaz, no habría sido capaz de hacerlo.
Mi mente estaba por todo el lugar, rebotando entre los momentos
previos al grito del último aliento de Nia.

Mi pierna buena se sacudía incontrolablemente, y estaba listo para abrir la


puerta y saltar a la carretera.

—Va a estar bien. —La mano fría de Kat se apoyó en mi brazo—. Voy a estar
allí contigo todo el tiempo.

—Lo sé. —Tomé su mano en la mía y la besé. No creo que tuviera alguna
idea de que era lo único que me mantenía conectado a tierra. Lo único
evitando que me estirara, agarrara el volante y nos girara en cualquier
dirección que no fuera la casa de la mamá de Nia.

Cerré los ojos y escuché la música, concentrado en la sensación de la mano


de Kat en la mía.

Era tan fuerte. Mucho más fuerte que yo. No dejó que su ataque definiera
su vida. Por otra parte, tal vez lo hizo. Tal vez estaba fingiendo que nunca
ocurrió. No podía pensar en eso ahora, sin embargo. No quería pensar en
otra cosa que no fuera la mano de Kat.

—Estamos aquí —dijo Kat y estacionó el auto.

El sudor goteaba en mi frente. Mi corazón latía fuera de control y el cuello


de mi camisa de botones de repente parecía imposiblemente ajustado.

—¿Hace calor aquí? —pregunté, tirando del cuello, tratando de encontrar


algo de alivio.

—En realidad tengo un poco de frío.


Por supuesto que sí. La chica siempre tenía frío. Podríamos estar sentados en
el sol en agosto y seguiría teniendo frío.

—No tienes que hacer esto, sabes —dijo Kat, tomando mi rostro entre sus
manos. Presioné mi mejilla en su palma y coloqué mis dedos en los de ella.

—Sé que no tengo que hacerlo. Pero lo necesito.

Una mujer de piel oscura salió al porche del rancho de una sola planta. Sus
manos estaban en sus caderas, el pie izquierdo señaló, mirándonos.

La madre de Nia.

Se ajustaba a la descripción de la mujer que Liz vio desmoronarse en el


hospital. Liz me había dicho que, a pesar de que encontró su mirada con
ella solo por un momento, se sintió como una eternidad. Había sentido su
dolor, su pérdida. Deseé que Liz hubiera venido. Sabía que ese momento fue
grabado a fuego en su memoria. Si pudiera ver a la mujer ahora, con las
mejillas despejadas de lágrimas, ojos brillantes, tal vez sería capaz de
borrarlo.

La mujer entrecerró los ojos hacia nosotros. Era ahora o nunca. Solo
esperaba que el brillo en sus ojos no se desvaneciera después de que
hubiéramos terminado de hablar.

Lentamente, abrí la puerta. Kat dio la vuelta desde el lado del conductor y
me entregó mis muletas. Estaban empezando a sacarme de quicio. Quería
llevarlas a un puente y lanzarlas al agua. Pero si mi hermana o Zach supieran
que había contaminado las aguas, nunca escucharía el final de ello.
Agujero de bala o no, me zambullirían en el agua para recuperarlos.

—¿Puedo ayudarles? —preguntó la madre de Nia, bajando del porche.

Kat esperó a que yo hablara. Mi cuello se ajustó más. Las palabras estaban
en mi garganta, tratando de llegar a la superficie, pero algo las estaba
reteniendo. Kat puso su mano en mi espalda como para moverme
lentamente hacia adelante y de alguna manera las palabras se abrieron
paso.

—¿Sra. Williams?

—Esa sería yo.


—Hola. Soy Josh. Yo… —Mis palabras vacilaron. Se sentía como una bola
baja a la cara, sin tiempo para reaccionar. El rostro de Nia pasó ante mis
ojos. Su cabeza apoyada en mis brazos. Sangre acumulándose en su
camisa. Tomé una respiración profunda y traté de apartar las imágenes,
pero estaban en repetición. Una tras otra, pasando hasta que llegamos de
nuevo al principio, luego empezaba de nuevo.

Las últimas palabras de Nia hicieron eco en mi mente.

—Dile a… mi mamá… que la amo.

De pronto, la fuerza que estaba tratando de encontrar se disparó en mí y las


palabras fluyeron.

—Estaba con Nia ese día. —La señora Williams contuvo bruscamente una
respiración, se llevó una mano a los labios, y una sola lágrima cayó por su
mejilla—. ¿Podemos hablar?

***

La mamá de Nia nos mostró la cocina. Mantuve mis ojos mirando al frente,
sin querer ver las fotos de Nia. La Sr.a Williams agarró un filtro de café.

—¿Quieren un café? ¿O qué tal un poco de té? ¿Agua? Tengo una tarta en
la nevera, déjenme sacarla.

Podía decir que estaba tratando de prolongar lo inevitable.


Sorprendentemente, su energía nerviosa me mantuvo en calma.

—Café sería agradable —dijo Kat y se dirigió hacia la máquina—. ¿Por qué
no se sienta, y yo me encargo de ello? —Kat puso su brazo alrededor de los
hombros de la Sra. Williams y la guió hacia la mesa.

—Bien, está bien, querida.

Kat me guiñó un ojo y se giró hacia la máquina de café.

La Sra. Williams frotó su cara con sus manos y luego me miró. Sus ojos oscuros
atraparon los míos. No podía apartar la mirada.

—Creo que estoy lista ahora —dijo.


¿Le decía las últimas palabras de su Nia primero o le contaba toda la
historia? ¿Le decía que yo fui la razón de que su hija hubiera muerto?
¿Omitía esa parte? ¿Endulzarlo? Pero, ¿de qué serviría? Todavía estaría
llevando la culpa. Solo tenía que ponerlo todo sobre la mesa.

Así que empecé desde el principio.

—Nia y yo estábamos en clase juntos y acabábamos de salir por el pasillo


cuando empezó el tiroteo. Los disparos eran muy fuertes, y solo nos tomó un
segundo registrar lo que estaba sucediendo.

»La gente estaba gritando, y era puro caos. La jalé hacia una puerta. Estaba
cerrada con llave.

Los cuerpos fueron cayendo como moscas, uno tras otro. Había sangre por
todas partes, salpicando como una pintura de Jackson Pollock. La madre
de Nia no necesitaba saber eso, sin embargo. Tampoco Kat, así que omití
esa parte.

»Nos paramos en la puerta. Más rondas de disparos y entonces mi pierna


explotó. Caí al suelo. No grité, asustado de revelar nuestra ubicación. Estaba
tratando de proteger a Nia. Lo juro.

Las lágrimas brotaron de mis ojos, pero las hice retroceder. La Sra. Williams
puso su mano sobre la mía, y yo continué:

»Estaba sangrando mucho. Demasiado. Nia se quitó su cinturón y lo utilizó


como torniquete. Prometió que íbamos a salir de allí. Era tan valiente. Fuerte.

Me atraganté con mis palabras y mordí mi puño para disuadir el dolor


punzante a través de mi corazón.

»Me dijo que iba a huir. Le dije que no. Estaba más segura en la puerta.
Estaba decidida, sin embargo.

—Esa era mi Nia. —Las lágrimas cayeron por las mejillas de la Sra. Williams, y
quería parar, llevarme el dolor, pero no podía. Necesitaba saber toda la
verdad.

—Insistió en que iba a hacerlo. Los disparos se detuvieron. Estaba segura de


que estaría bien. Me asomé por la puerta y no vi al tirador, así que le dije
que se fuera. Tan pronto como ella salió…
Las lágrimas que tanto intentaba retener salieron de mí.

»Lo siento mucho. Debería haberla detenido. Debería haberla hecho


quedarse. Es mi culpa… ella está muerta por mi culpa.

Kat se detuvo a mitad de verter el café y se me quedó mirando con la boca


abierta. Demasiado avergonzado para devolver su mirada, bajé la mirada
a mis manos sobre la mesa. Era un ser humano horrible. No merecía
sobrevivir. Y ahora… ahora Kat lo sabía. ¿Me miraría alguna ver de la misma
manera?

No la culparía si se alejaba.

—Josh. —La Sra. Williams tomó mi mano. Levanté la vista y me fijé en sus ojos.
El odio que esperaba no estaba allí. Solo compasión—. ¿Es eso lo que
piensas?

Asentí.

—No. No. Tú mismo lo dijiste. Nia estaba decidida. Cuando esa chica tenía
algo en la cabeza, no había nada ni nadie que pudiera detenerla.

Debería haber intentado. Si tan solo hubiera tomado su mano con más
fuerza. Me hubiera negado a dejarla ir.

—No la mataste. Esa bestia con la pistola fue quien la mató. No tú. Tienes
que dejar ir la culpa. No quiero eso para ti.

—Pero…

Iba a alejar mi mano, pero la Sra. Williams la sostuvo en su lugar.

—No hay peros, ¿me oyes?

Encontré su mirada. La oí perfectamente bien, pero eran solo palabras. No


había estado allí. Pero apuesto que si lo hubiera hecho, no habría dejado ir
a Nia.

»Nia no querría esto. Por favor. —La Sra. Williams me miró fijamente mientras
sus ojos se llenaban de lágrimas—. Por favor. Déjalo ir.
Era fácil de decir, pero las palabras estaban fuera de su alcance. En el
fondo, sabía que incluso si las dijera, no cambiaría nada. Esa culpa estaría
conmigo para siempre.

—Por favor. —Apretó mis dedos—. Por favor. Por Nia. Hazlo por Nia.

Ya le había fallado a Nia, pero tal vez, solo tal vez, podía dejar la culpa
apagarse y vivir la vida que ella había perdido. Apreté los dedos de la Sra.
Williams de vuelta.

—Trataré.

—Gracias. Gracias. —Una lágrima se deslizó por su mejilla y tomé una


respiración profunda.

Deslicé mis dedos fuera de los de ella.

—Todavía hay una cosa que necesita saber.

Jugueteé con mis manos. Kat dio la vuelta a la mesa y se sentó en la silla
junto a mí, dándole a mi mano un apretón.

—El hombre armado volvió… apuntó el arma hacia mí. Le supliqué. Nia
estaba… Sabía que no iba a hacerlo, y no quería que muriera sola. Se
merecía algo mejor que eso. Conocía al hombre armado, y cuando dije su
nombre, puso el arma contra sí mismo. Entonces se acabó. Nia dijo que le
dijera a su madre que la amaba. Siento que me tomara tanto tiempo
decirlo.

La Sra. Williams saltó de su silla y puso sus brazos alrededor de mí. Me empujó
fuertemente contra su pecho y lloró en mi oído. No sabía si eran lágrimas de
felicidad o de tristeza. Tal vez una combinación de ambas. Pero con cada
sollozo sentí el peso de la culpa lentamente comenzar a disiparse.

—Gracias —dijo la Sra. Williams dijo cuando me soltó—. Gracias.

“De nada” no era exactamente la respuesta correcta, así que asentí en su


lugar.

—Sabía que mi Nia me amaba, nunca hubo duda en mi mente acerca de


eso. Pero saber que no murió sola… —Agarró su pecho y luego señaló hacia
el cielo—. Yo también te amo, cariño.
Nos quedamos por un poco más de tiempo. La Sra. Williams habló de Nia
cuando era una niña. Kat hizo un montón de preguntas, pero sobre todo
escuchó.

Toda la cara de la Sra. Williams se iluminaba cuando hablaba de su única


hija. Era agradable de ver. Me acordaría de ahora en adelante cuando
pensara en Nia.

Cuando el sol empezó a ponerse, era hora de volver a los dormitorios. La Sra.
Williams me dio una invitación abierta a pasar a saludar cada vez que
estuviera en la zona, y Kat consiguió su receta para el pastel de manzana.

—Gracias de nuevo —dijo la señora Williams mientras entrábamos en el


auto.

Me despedí y la vi caminar de regreso a la casa. La mosquitera no cerraba


correctamente, e hice una nota mental para volver cuando pudiera
moverme y arreglarlo. Era lo menos que podía hacer.

Esperé que la casa se desvaneciera en la distancia, pero el auto no se


movió. Me giré en mi asiento y miré a Kat. Estaba concentrada en mí, con
lágrimas brillando contra el azul de sus ojos.

—¿Qué pasa? —pregunté.

—No sabía que te culparas. No puedes mantener cosas así dentro de ti.

—¿No crees que soy una terrible persona?

Kat se inclinó sobre la consola y pasó su mano por mi mejilla.

—Nunca. En todo caso, lo que dijiste allí solo me mostró por qué te amo
tanto. Protegiste a Nia hasta su último aliento, incluso cuando estabas
gravemente lesionado. Eres un héroe.

—No, no lo soy. Solo soy un sobreviviente.

—Puedes pensar eso todo lo que quieras, pero la Sra. Williams y yo sabemos
la verdad. —Kat besó mi frente y luego regresó a su lado del auto. Se
desplazó en la carretera, y nos alejamos, dejando la culpa detrás de
nosotros.
Capítulo 21 Traducido por Jadasa Youngblood (SOS) y Edgli

Corregido por veroonoel

L
as fiestas de fraternidad no habían cambiado mucho durante el mes
que me había ido. Tan pronto como entré por la puerta, la música
golpeando, la línea de barriles de cerveza creciendo, sentí como si
estuviera regresando a casa.

La universidad había sido tan parte de mí. Estas fiestas eran yo. Por más que
me encantaba pasar tiempo con Kat, también extrañaba esto.

Una multitud se apiñaba en el área principal, y Kat asintió hacia esa


dirección. Olvidé que nunca había estado en una fiesta de fraternidad. No
importaba lo mucho que la preparé, no podría haber estado
completamente lista para lo que estaba a punto de experimentar.

Instalaron un barril de cerveza atrás, y una fila de gente esperando su turno


para ser puesto de cabeza. Una chica que nunca antes había visto era la
siguiente. Un chico sostuvo sus piernas elevadas por encima de él mientras
ella se agarraba de los costados del barril y colocaba el grifo en su boca.

Arriba, personas se quedaban alrededor del balcón mirando la multitud con


vasos rojos en sus manos. El humo se elevaba desde un grupo fumando
cigarrillos.

Le di un empujoncito a Kat hacia la multitud en el área principal. Al principio


titubeó, pero le di una sonrisa reconfortante. Nos movimos pasando persona
tras persona hasta que pudimos ver la mesa de cerveza-pong7. Antes del

7 Cerveza-pong: Es un juego de beber originalmente norteamericano, en el que los


jugadores tratan de encestar desde el extremo de una mesa con pelotas de ping-pong en
vasos llenos de cerveza. Normalmente se juega por equipos formados por dos personas y
un número variable de vasos dispuestos de forma triangular. Aunque no existen unas normas
oficiales, lo habitual es jugar con 6 vasos para partidas individuales y con 10 para las partidas
en parejas.
tiroteo, Eli y yo estábamos invictos. Ese viernes se suponía que íbamos a
defender nuestro título. Habríamos ganado, pero ahora nunca lo sabríamos
con seguridad.

Chris, el presidente de la fraternidad, estaba parado en un extremo de la


mesa. Ya se encontraba inclinándose pesadamente hacia un costado. Sin
embargo, incluso inclinándose demasiado hacia la izquierda, se las arregló
para meter la pelota directo en el vaso con un buen disparo de torpedo,
aunque yo habría ido por el arco.

Todos a nuestro alrededor gritaban sus elogios, todos los ojos sobre Chris y su
exagerada celebración. Pero mis ojos se hallaban sobre Kat. Ella se reía de
las payasadas de Chris. Una risa verdadera y genuina, e incluso chocó los
cinco con la pareja a nuestra derecha.

Justo cuando estaba a punto de unirme, brazos se envolvieron a mí


alrededor por detrás, seguidos de un chillido.

—Oh. Mi. Dios. ¡Joshy! —Por el olor a melocotones y esa voz aguda, sabía
que era Monica. Habíamos dormido juntos una vez en primer año y desde
entonces había estado intentando que tuviéramos una cita.

—¿Joshy? —articuló Kat.

Esta era exactamente la razón de que primero hubiera dicho que no a la


fiesta.

Sabía que Kat debería amar todo de mí. Pero, ¿realmente necesitaba saber
de primera mano lo jugador que había sido? Al menos recordaba el nombre
de la chica. Eso tenía que valer para algo.

—Monica, hola —dije y me desenvolví de sus brazos.

—Todos hemos estado tan preocupados. Las fiestas, simplemente no son lo


mismo sin ti —dijo, y se inclinó para besar mi mejilla. Me recliné alejándome.

—Lo estoy haciendo bien. Me gustaría que conocieras a mi novia, Kat. —Le
sonreí a Kat y esperé no parecer un completo estúpido.

Monica ladeó su cabeza y acercó su cadera.

—¿Novia? Estás bromeando, ¿verdad? ¿Creía que no tenías relaciones?


—No. Quiero decir, no las tenía.

—Debes darle muy buenos orgasmos —le dijo Monica a Kat y alcé mis cejas
de golpe. Santa mierda, no acababa de decir eso.

Kat deslizó su brazo alrededor de mi costado.

—Supongo que sí.

Intenté ahogar la risa que subió por mi garganta. Siempre supe que Kat era
fuerte, pero nunca me había dado cuenta de que tenía tal coraje.

Los ojos excesivamente maquillados de Monica rodaron arriba hacia su


flequillo.

—Perra —murmuró y se alejó rápidamente, chocando con Eli.

Me moví hacia Kat y agarré su cintura, estirándola fuertemente contra mí.

—Lamento eso. Pero obviamente, puedes arreglártelas sola.

Eli se acercó y lanzó su pulgar por encima de su hombro.

—¿Qué le pasa?

—Quién diablos lo sabe —dijo Kat.

Recorrí la habitación y me di la vuelta hacia Eli.

—¿Dónde está el resto del equipo?

Eli tomó un trago de su cerveza.

—Juego fuera.

—¿Por qué no estás ahí?

—Dijiste que ibas a venir. No podía perderme el regreso del Tiburón8. —


Gracias mamá y papá por bendecirme con esas iniciales.

Espera. Se perdió un juego por mí.

8Tiburón: En el original, “Jaws”, nombre de una película que en español se traduce como
“Tiburón”.
—No tenías que hacerlo.

—Lo sé.

Después del tiroteo, no volví a hablar con Eli, pero un mensaje de texto y
había cambiado sus planes por mí. Palmeé su espalda.

—Gracias.

Sacudió su cabeza.

—Simplemente, estoy feliz de que retomes el contacto. No vuelvas a hacer


esa mierda.

—Es un trato —dije y extendí mi mano. Aclamaciones estallaron detrás de


nosotros, lo cual solo significaba una cosa, el juego de la cerveza-pong
oficialmente había terminado—. Es verdad. ¡Invicto! —gritó Chris y levantó
de golpe sus manos.

Di un paso hacia adelante y asentí.

—¿Listo para perder tu título? —bromeé.

—¡Tiburón! Santa mierda, ¿en dónde has estado escondiéndote? —Chris


agarró mi brazo, estirándome entre los suyos, y palmeando mi espalda una
vez antes de soltarme.

—¿Tiburón? —susurró Kat en mi oído.

—Apodo. Josh Adam Wagner. Agrégale una S y tienes Tiburón.

—¡El jodido apodo más genial, para el jodido amigo más genial! —exclamó
Chris y Kat se rio.

»¿Y quién podría ser esta? —preguntó Chris, tomando la mano de Kat en la
suya.

—Chris, Kat. Kat, Chris.

—Un placer. —Chris besó la mano de Kat y tuve la tentación de golpear la


parte de atrás de su cabeza.

—Con cuidado —dije.

—¿No me digas que domaste a la bestia?


Debería haberlo esperado. Pero todavía sentía como un golpe en el
estómago cada vez que alguien mencionaba mi pasado delante de ella.

—Si me lo preguntas, realmente no es una bestia. Más bien como un


chihuahua.

—¡Ay! —Chris mordió su puño, y estiré a Kat hacía mí.

—¿En serio? —Me incliné cerca de su oído y susurré—: Recordaré eso más
tarde. —Entonces tracé la curva de su mandíbula cruzando hasta debajo
de su oreja. Contuvo su respiración entrecortada, y controlé el impulso de
llevarla de vuelta a mi habitación en la residencia universitaria.

—¿Cómo está la pierna? —preguntó Chris.

—Mejor.

Le dio un golpecito a mi muleta con su pie.

—¿Cuánto tiempo más con estas cosas?

Quería decir mañana, pero realmente no tenía una respuesta. Lo que me


molestaba era que sabía que si ya no dejaba que el miedo me controlara,
probablemente sería capaz de moverme bien sin ellas.

—Pronto —dije.

—No puedo creer que estés aquí. Es como un puto espejismo. —Se levantó
del sofá como Tom Cruise en Oprah y silbó. Todo el lugar se quedó en
silencio.

»¡Tiburón regreso! —No dijo nada más, solo me señaló y el salón estalló en
aplausos. ¿Por qué me estaban aplaudiendo? No tenía ni idea. De repente
la gente vitoreaba, “Tiburón. Tiburón. Tiburón”, dándome golpecitos en la
espalda. Empujaron una cerveza en cada una de mis manos y la música
volvió al máximo.

Le entregué a Kat una de las cervezas y dejé para mí la otra.

Chris me dio un abrazo de nuevo. Generalmente, podías contar cuántos


abrazos daría por la cantidad de cervezas que tomaba.
—Tengo que ir a instalar la máquina de espuma en la parte de atrás.
Deberían mirarla.

Las cejas de Kat se juntaron y arrugó su nariz.

—¿Una máquina de espuma?

—¿Nunca has estado en una fiesta de espuma? —preguntó Chris, y Kat


sacudió su cabeza—. Entonces deberías ir atrás.

Kat mordió su labio y sonrió.

—Estaremos ahí.

—Dame diez minutos. —Chris se dirigió hacia la puerta y se detuvo. Se dio la


vuelta hacia mí y me dio unas palmaditas en el hombro.

—Es muy bueno verte. Las fiestas no han sido las mismas.

—Es bueno estar de vuelta —dije, y así era. Hasta que entré por la puerta
principal, no me di cuenta de lo mucho que había extrañado la locura. El
olor de la cerveza, los vítores de una multitud, y estar rodeado de personas,
quienes tenían un objetivo en mente: pasar un buen rato.

—Entonces, Tiburón. —Kat golpeó con su dedo mi costado—. ¿Quieres ir a


la parte de atrás?

Había estado tan inseguro de combinar mis dos mundos, pero en ese
momento, escuchando a Kat utilizar mi apodo de la universidad, finalmente
sentí como si pertenecieran juntos. No tenía que elegir entre uno u otro.
Podía tener ambos.

Metí un mechón de cabello detrás de la oreja de Kat y besé su frente.

—Lidera el camino.

Su trasero se balanceaba con una nueva confianza, y no podía alejar mis


ojos de ella. Las malditas muletas me impedían ir detrás de ella y darle un
buen pellizco, pero quizás eso era algo bueno. Dudaba que estuviera
satisfecho con un simple toque, y la manera en que su rostro se iluminó
cuando Chris habló sobre la máquina de espuma, no quería llevarla de
vuelta a mi habitación hasta que lo experimentara.
Afuera, un gran grupo de personas se encontraba de pie en un rincón del
patio, mientras que otros pequeños grupos en la periferia.

Era una hermosa noche. El aire cálido de la primavera finalmente había


sacado el frío del invierno, y no había una sola nube en el cielo.

Kat se detuvo justo detrás de la gran multitud. Me moví a su lado,


inclinándome, rozando mis labios contra su oreja.

—Levanta tu mirada —susurré.

Reclinó su cabeza inclinada y sus grandes ojos azules brillaron.

—Es hermoso —musitó—. Hay tantas estrellas.

—Al estar tan lejos de la ciudad, no hay contaminación lumínica. Después


de la primera vez que me fui de casa, pasé muchas noches mirando hacia
arriba, preguntándome en dónde estabas. ¿Qué estabas haciendo? Si
también mirabas el cielo. —Ahuequé su mejilla y acarició mi palma con su
nariz.

—¿De verdad pensabas en mí?

—Todo el tiempo.

—Yo también. Incluso después de creer que besaste a Kim, todavía te


amaba.

—Puede haber tomado un tiempo, pero estoy feliz de que finalmente puedo
mostrarte esto.

Kat se puso de puntillas y presionó sus labios contra los míos. Era puro y dulce,
y uno de los mejores besos de mi vida. Probablemente porque ese
momento, con las estrellas tan brillantes por encima de nosotros, era algo
pendiente desde hacía mucho tiempo.

Apoyé mi frente contra la de ella y me tomé un segundo para saborear el


momento. Vítores estallaron a nuestro alrededor y espuma salió disparada a
través del césped. La cabeza de Kat cayó hacia atrás y la risa brotó de sus
labios mientras la espuma blanca rociaba su cabello.
Al igual que ese día en el festival de música, se alejó de mí, cabello
balanceándose hacia adelante y hacia atrás mientras asimilaba cada
sonido, cada sentimiento, cada recuerdo. La observé perderse en todo.

Kat podía haberse perdido un montón de cosas por causa del cáncer de su
mamá, pero finalmente había asistido a una fiesta universitaria. Saqué mi
celular y le saqué una foto con la espuma flotando a su alrededor. Esto era
algo que querría añadir a su álbum de recortes.

La espuma se derramaba más espesa, obstruyendo mi vista de Kat. Eli


apareció a mi lado, completamente cubierto de espuma.

—La máquina de espuma es lo mejor que esta casa jamás ha comprado —


dijo y lanzó su brazo al aire, gritando su aprobación. Perdió su equilibrio y su
cuerpo se sacudió hacia atrás, pero se sostuvo antes de caer de cara al
suelo.

»Será mejor que seas cuidadoso. Esta mierda es resbaladiza. —Ambos nos
reímos, y tomó un trago de su vaso—. ¿Dónde está Kat? —preguntó.

—En algún lugar del otro lado de esta pared de mierda. —Como la espuma
comenzaba a depositarse, mis ojos recorrían el patio buscando a Kat. Se
posaron en su cabello rubio-rojizo, aún se encontraba asimilándolo todo. Sus
ojos deben haber estado cerrados o si no habría visto a Monica de pie a su
lado y dando un paso lejos de ella.

La piel pálida de Kat era impecable junto al naranja radiactivo de Monica,


y Monica debió haberse sacado sus tacones, porque Kat era un poco más
alta que ella. Arrojaban más espuma y Kat giró hacia mí, pero su pie se torció
y su cuerpo se retorció hacia adelante. Extendió sus brazos, agarrándose de
la cosa más cercana: Monica.

Los dedos de Kat se agarraron de la blusa de Monica, pero la tela muy corta
no ayudó. Monica no tuvo tiempo de reaccionar. Su pie se resbaló e intentó
estabilizarse, pero con Kat colgada de ella para salvar su vida, no había
forma de detenerlo.

Ambas cayeron con fuerza. Los ojos de Kat se agrandaron cuando se dio
cuenta de quién se hallaba encima de ella.
—¿Cuál es tu problema, perra? —gritó Monica y la atención de la gente fue
hacia las dos chicas sobre el suelo. Monica se cernía sobre Kat, ni siquiera
intentando bajarse.

Kat respiró profundamente, y sus ojos se abrieron más. Tensión


estableciéndose en sus hombros, y sus labios aplanados en una línea rígida.

Estaba teniendo un ataque de pánico.

Su mente probablemente regresó a cuando fue atacada. Esa asquerosa


excusa de ser humano que la asfixió y la sujetó, haciéndola sentir impotente.
Odiaba sentirse impotente. Necesitaba llegar a ella para evitar la situación
antes de que el pánico se estableciera plenamente.

Me tambaleé hacia delante pero casi perdí el equilibrio. La gente comenzó


a reunirse alrededor de Kat y Monica, mi corazón prácticamente saliendo
de mi pecho. Eli empujó hacia adelante.

—Hombre en muletas, tengan cuidado —dijo Eli, forzando un camino a


través de la multitud de personas.

Después del tiroteo, habría odiado esas palabras. No quería usar mi herida
como una ventaja, porque admitámoslo, no tenía ninguna ventaja, pero
necesitaba llegar a Kat. Necesitaba quitarle a Mónica de encima.

Finalmente lo logramos y estaba listo para lanzar mis muletas y correr al lado
de Kat, pero me detuve. Ya no estaba en el suelo. Estaba enfrentándose a
Monica, cuya boca corría una milla por minuto, pero Kat estaba totalmente
calmada. Sus brazos estaban cruzados sobre su pecho y observaba a
Mónica de la forma en que una madre observaría a un berrinchudo niño de
cinco años. No necesitaba que la rescatara. Ella lo tenía bajo control.

—¿Terminaste? —preguntó Kat cuando la boca de Monica dejó de


moverse. Antes de que pudiera responder, Kat dio un paso hacia ella—. Fue
un accidente y estaba a punto de disculparme hasta que empezaste a venir
contra mí. Me llamaste una perra, pero te tengo noticias.

Monica dio otro paso hacia Kat, pero ella se mantuvo firme. Sabía que
Monica hablaba pestes, pero era una cobarde. Nunca haría el primer
movimiento.

»Hay una razón por la que Josh está conmigo y no contigo —resumió Kat.
Los ojos de Monica ardían con ira y sus labios se contrajeron.

—Porque eres una puta —gritó Mónica y yo me adelanté, pero Kat solo se
rio.

—Si eso te hace sentir mejor contigo misma, entonces está bien, soy una
puta. Pero ambas sabemos quién es la verdadera ramera aquí.

Kat le dio la espalda a Monica justo cuando ella se abalanzaba hacia ella,
pero Eli dio un paso en frente de ella y se golpeó contra su pecho. Se inclinó
hacia abajo y le dijo algo, pero no lo escuché. No me importaba. Todo lo
que me interesaba era Kat.

Me moví hacia ella y no me detuve hasta que su rostro estuvo en mis manos.

—¿Estás bien? —pregunté.

Ella sonrió triunfante.

—No podría estar mejor.

—Te vi entrar en pánico. No podía llegar a ti. Traté…

Su dedo se colocó sobre mi boca.

—No. Lo último que quiero es que eso interfiera con mi vida. Luché contra
ello. Me quité a Monica de encima y estoy bien.

—¿Estás segura?

Asintió.

—¿Cuándo te volviste tan fuerte? —pregunté.

—En realidad no tuve elección.

Metí una hebra de cabello empapada de espuma detrás de su oreja y pasé


mi dedo por su zarcillo de perla. Me sonrió y luego se alejó de mí.

Eli levantó a Kat y la abrazó.

—Tú, chica, eres increíble —dijo, y una oleada de celos me golpeó bajo en
las entrañas. Eso era algo que quería hacer desde que caí de cara en frente
de ella.
»Vayamos por un trago —dijo Eli cuando bajó a Kat y ella me vio.

—Ve —dije. Esta noche no era sobre mí. No era sobre todos los obstáculos
que había pasado Kat. Era sobre ella pasando un buen rato.

—¿Y Monica? —preguntó Kat.

—No te molestará mas —dijo Eli.

—¿Lo crees?

—Lo sé. Vayamos por ese trago. —Le lancé una mirada a Eli mientras Kat se
dirigía de vuelta adentro—. Me hice cargo de eso. No te preocupes.

Eli siempre había sido bueno en arreglar situaciones, así que no lo cuestioné
más. En cambio, lo palmeé en la espalda y seguí a Kat adentro.

***

Tres horas después, Kat se tambaleaba por la calle mientras nos dirigíamos
de regreso a mi dormitorio. Se iba a sentir como el infierno en la mañana.
Pero todo el mundo se debería sentir así de mal al menos una vez en su vida.
A pesar de lo que pensaba mi hermana, había tenido mi buena cuota de
resacas, pero con el tiempo había aprendido que un Gatorade, un
multivitamínico y un antiinflamatorio antes de dormir era la mejor cura.

—¿Simplemente no amas esta época del año? —preguntó Kat mientras


bailaba en círculos alrededor de mi. Todo rastro de espuma se había ido de
su cabello y ropa—. El viento helado de invierno se ha ido, los arboles se
vuelven verdes de nuevo, y las flores florecen por todos lados. Es hermoso.

Miré a mi alrededor, pero además de un par de malas hierbas, no vi ninguna


flor. Además, eran las dos de la madrugada, así que no había exactamente
mucha luz.

—No hay nada más hermoso que tú.

Kat resopló.

—Eres un adulador.

—Y amas eso de mí.

Dejó de dar vueltas y se detuvo frente a mí.


—Lo hago. —Se inclinó y presionó sus labios contra los míos. Su lengua se
deslizó entre mis labios. Sabía a la bebida que había estado ingiriendo antes
de irnos. Dulce y deliciosa.

Sus heladas manos corrieron bajo mi camisa y por mi pecho. Mi pulso se


aceleró ante su tacto y mordió mi labio.

Una rama se partió a nuestra izquierda. Me volteé hacia el sonido, pero no


había nadie allí.

—¿Oíste eso?

—Conejos.

—Conejos. ¿En serio?

—Sí. —Se rio, sus manos viajando a mis costados—. Tócame —dijo,
levantando mi mano hacia su pecho.

—Estás borracha.

—Es posible que esté borracha, pero sé lo que quiero. Te quiero a ti.

Mis pantalones repentinamente se sentían muy apretados, y la apreté más


hacia mí hasta que pudo sentir lo que me hacía. Olía a limón y algodón de
azúcar, una combinación intoxicante. Su cabello se movía sobre su hombro,
y lo empujé hacia atrás para dejar un beso en su piel.

—Demonios —dije contra ella.

—¿Qué pasa? —preguntó Kat, preocupación tiñendo sus palabras.

Pasé mi mano por mi cabello.

—Quiero levantarte y cargarte hasta mi habitación, y no puedo. Estas


malditas cosas —dije, sosteniendo las muletas—, están arruinando todo.
Cómo se supone que sea romántico cuando no puedo siquiera caminar,
maldición. Estoy tan enfermo de no ser capaz de hacerte lo que quiero. Tan
enfermo de ser retenido de ser el hombre que te mereces.

Entendimiento reemplazó la vidriosa mirada de borracha. Se acercó y


descansó su mano en mi mandíbula, rozando su pulgar por mi mejilla.

—Con muletas o no. Eres todo para mí.


—Pero debería ser más.

—No. No deberías. Te amo de la forma que eres.

—¿Me estas citando a Bruno Mars?

Kat se rio, y fue como un éxtasis liquido para mis oídos.

—No quería hacerlo.

—Cántalo para mí.

Mordió su labio y sacudió la cabeza.

—No pasará.

—Por favor. —Le hice cosquillas en los costados y en vez de saltar lejos de
mí, se bamboleó en mis manos.

—Llévame a tu dormitorio.

—Canta para mí.

—¿Por qué quieres con tanto empeño que cante?

—Porque recuerdo la noche en mi camioneta.

—¿Cuál? —preguntó.

—La última noche que pasamos juntos. Estábamos viendo las estrellas y
empezaste a cantar: “Estrellita, ¿dónde estás?”.

—Estaba bromeando.

—Lo sé, pero solo tú eres capaz de hacer sonar una canción de niños tan
sexy.

—¿En serio? —dijo, esa mirada seductora parpadeando en sus ojos. Arrastró
su dedo por mis labios y cantó dos líneas del coro de “Just the way you are”.

Todo sobre ella era increíble. Su voz. Su cuerpo. La sedosa sensación de su


cabello contra mis callosos dedos. La forma en que me ponía en mi lugar.
Me sentía como un idiota por dejarla ir una vez, pero no cometería ese error
de nuevo.
Cuando el momento de volver a la universidad llegara, incluso si me pedía
que me quedara o no, igual no la dejaría ir. No esta vez.

No de nuevo.
Capítulo 22 Traducido por Lizzie Wasserstein

Corregido por veroonoel

E
l sudor goteó de mi frente, y me sentí como si alguien me estuviera
apuñalando.

—Avanza a través del dolor —dijo Mike mientras daba otro paso sin mis
muletas, poniendo todo mi peso sobre mi pierna lesionada. Imaginé a Kat y
lo mucho que quería cargarla y llevarla al dormitorio o subirla sobre la
encimera.

La determinación se apoderó de mí y di otro paso. Y otro. Y otro. Caminé


todo a lo largo de la barra.

—Santa mierda. ¿Qué se te metió? —dijo Mike y me dio una palmada en la


espalda.

—Estoy harto de ser un lisiado. —Después de que las palabras salieron de mi


boca, quise golpearme a mí mismo. Mike siempre dependería de algo
mecánico para desplazarse—. Lo siento —murmuré.

—No hay necesidad de disculparse. A pesar de lo que puedas pensar, no


soy un lisiado. Puede que tenga que depender de esta cosa —dijo Mike
tocando el metal de su pierna ortopédica—, pero eso no quiere decir que
soy incapaz de hacer algo. El único que establece límites para una persona
es uno mismo. No tengo límites. Puedo y haré lo que yo quiera. Una vez que
cambie eso aquí —Mike señaló con dos dedos a mi corazón—, no habrá
nada que te detenga tampoco.

Asentí con la cabeza. Había sido un imbécil con él en un principio, pero


nunca renunció a mí. Tenía un gran respeto por él y por muchas ganas que
tuviera de terminar fisioterapia y seguir adelante con mi vida, lo echaría de
menos. Era lo suficientemente hombre para admitirlo.

»Tu chica está aquí —dijo Mike, señalando a Kat, quien acababa de entrar
por la puerta en su bata morada de Igor de Winnie the Pooh. El impulso de
ir hacia ella sin mis muletas fluyó a través de mí, y miré a Mike. Me di cuenta
de que sabía exactamente lo que estaba pensando.

»Tú puedes, hombre. Recuerda, justo aquí. —Presionó sus dedos en mi pecho
sobre mi corazón de nuevo. Entre eso y Kat, estaba toda la inspiración que
necesitaba. Solté la barra y moví mi pierna sana hacia ella, seguida por mi
pierna mala. Todavía estaba cojeando, pero el dolor no era tan malo como
lo era en el principio. No me sentía como si tuviera un trinchador caliente
empujando en mi muslo cada vez que me movía.

Me concentré en mis pasos, no en la distancia. Kat dejó de moverse hacia


mí, una sonrisa enorme en su rostro. En ese momento, al ver la felicidad
expendiéndose a través de ella, supe que no importa lo que la vida lanzara
sobre mí, pasaría a través de todo por tanto como ella estuviera allí
conmigo.

Un último paso y ella estaba justo en frente de mí.

—Hola, Kit Kat —dije como si fuera cualquier otro día.

Echó sus brazos alrededor de mí y me jaló cerca.

—Estoy muy orgullosa de ti —susurró en mi oído, y supe sin lugar a dudas,


había llegado el día en que ya no necesitaba las muletas.

***

Mis muletas se habían ido, pero todavía no podía caminar sin un poco de
ayuda, por lo que estaba usando un bastón como un anciano. Era mejor
que las muletas, sin embargo. Por lo menos tenía cierta libertad para mi
movilidad.

Mi cojera no estaba mucho mejor, pero Mike tenía fe en que con más
fisioterapia y más estiramiento, lo estaría. Mi médico, sin embargo,
sospechaba que siempre tendría algún tipo de cojera. Lo cual solo
significaba una cosa… no volvería a jugar béisbol de nuevo.

Por primera vez desde que me decidí a poner mi educación en primer lugar
y no tratar de ser un profesional, estuve realmente feliz con esa decisión. No
me podía imaginar cuánto más hubiera enloquecido si hubiera tenido todo
dependiendo de mi habilidad para jugar.
Me volví hacia el televisor. No era exactamente el mejor momento para ver
el partido de los Yankees, pero había hecho los planes antes de que el
médico me diera la noticia.

Alguien llamó a la puerta.

—Está abierto —grité ya que me había puesto cómodo en el sofá.

—Asno perezoso. ¿No podías levantarte? —dijo Zach cuando entró en la


sala, un plato cubierto en sus manos.

—Sabía que no era nadie importante.

Zach puso el plato en la mesa y se sentó a mi lado.

—¿Qué hay en el plato? —le pregunté

—Galletas saladas estilo lodo. Tu hermana las descubrió en Pinterest. Ha


estado horneando sin parar. No me juzgues si la próxima vez que te vea he
subido veinte kilos.

Me incliné y agarré el plato, tomando una galleta. Di un mordisco.


Maldición. Mi hermana podía hornear.

—Estás son malditamente buenas.

—No puedo creer que dejara de hornear cuando me fui. Siempre ha sido su
pasión. Todavía me odio por quitarle eso incluso temporalmente. —Zach
apoyó los codos en sus rodillas y se pasó las manos por el cabello—. Estoy
feliz de que esté haciéndolo de nuevo.

—Sí, eso es todo lo que importa —le dije y le di un asentimiento tranquilizador.

Dejé eso y subí el volumen de la televisión. Zach metió la mano en su bolsillo


y sacó su teléfono.

—Hola, Lizzie —dijo, poniéndolo en su oreja—. Sí, estoy con él ahora. No, no
le pregunté.

No necesitaba escuchar a mi hermana para saber lo que estaba diciendo.


¿Qué quieres decir con que no le preguntaste acerca de la cita con su
médico? Típico macho. ¿Puedes preguntarle? Ahora. Por favor.

—Liz quiere saber cómo fue tu cita.


Sonreí y me encogí de hombros. Quería decir bien, mantenerla lejos de la
verdad como lo había estado haciendo todo el tiempo, pero estaba harto
de esconderme de ella.

—No sabe si mi cojera desaparecerá algún día. Así que probablemente


nunca seré capaz de jugar al béisbol de nuevo.

La boca de Zach se separó pero las palabras no salieron. Liz estaba en


silencio en el otro extremo. Algo totalmente para matar el buen humor. La
boca de Zach se cerró, y escuché a Liz comenzar a hablar de nuevo.

—Ella quiere saber. Sabes lo que… te espera. —Zach me entregó el teléfono,


y lo agarré reticente. Decirle a mi hermana la verdad era una cosa. Escuchar
lo que pensaba era algo totalmente diferente. No quería su piedad.

—Hola, Liz —le dije.

—¿Estás bien? —preguntó, su voz más suave de lo que me gustaba.

—Estoy bien. En verdad. —Lo estaba. No podía borrar las cicatrices donde
la bala había entrado en mi muslo. No podía borrar la cojera. Mi vida sería
diferente y tendría un recuerdo permanente de ese día, pero había
sobrevivido. No vería mi cojera como una discapacidad o un terrible
recordatorio. La miraría y recordaría que a pesar de que me había
debilitado a mi punto más bajo, también me había fortalecido, y al final
había llegado a la cima.

—¿Estás seguro? —preguntó Liz.

—Lo prometo.

—Voy a ir de visita pronto.

—Es mejor que traigas galletas o no te molestes en venir —le dije con una
risa.

—Pensaré en ello. Hablaré contigo más tarde.

Colgué el teléfono y se lo devolví a Zach. Me estaba mirando raro.

—¿Qué? —exclamé finalmente.

—¿Seguro que estás bien? Quiero decir, mierda, Josh. El béisbol era tu vida.
—Ya no. Tal vez pueda ser entrenador ahora.

—Estás manejando esto bastante bien.

—Estoy vivo. Tengo que empezar a celebrar eso y dejar de pensar en todas
las cosas malas.

Zach agarró dos galletas, y me entregó una. Sostuvo su galleta hacia mí, y
choqué la mía contra la suya.

—Por la vida —dijo.

—Por la vida.
Capítulo 23 Traducido por Lorenaa

Corregido por veroonoel

K
at se detuvo en su casa, y yo me incliné y la besé. Colocó las manos
a cada lado de mi rostro y me devolvió el beso.

—Me lo pasé bien esta noche —dijo—. La cena estuvo deliciosa.

—El postre va a estar mejor —dije, y salí del auto lo mejor que pude.
Moverme estaba siendo más fácil. Volver a conducir se estaba convirtiendo
en una posibilidad. Echaba de menos mi camioneta. Y más que eso, quería
volver a llevar a Kat a nuestro sitio secreto. Kat reía mientras corría a mi lado
y entrelazó sus manos alrededor de mi cintura.

—Disculpe —oí por detrás de nosotros y me congelé.

—¿Le puedo ayudar? —le pregunté al hombre que estaba caminando por
el césped de Kat, asegurándome de permanecer entre ella y el hombre.

Llevaba unos vaqueros negros y una camiseta negra. Probablemente no lo


habríamos visto en la noche si no fuese por el blanco de sus dientes.

—Hola, soy Tim Harris. Lamento molestarle, pero soy investigador privado. —
Me tendió una tarjeta y la miré por encima—. Su vecina sospecha que su
marido la engaña, así que me contrató para seguirlo. De todos modos, no
debería estar diciéndole todo esto. Pero todas las noches, entre la media
noche y las dos de la madrugada, un Honda Civic negro aparca frente a su
casa, y pensé que debería saberlo. He terminado con este caso y no podía
irme sin decírselo.

Mi estómago subió hasta mi garganta. Intenté controlar el creciente miedo.


Kat se puso rígida en mis brazos y la apreté más.

—Lo apreciamos. ¿Ha salido del auto?

—No. Siempre permanece dentro.


—¿Es un chico? ¿Está seguro?

—Positivo. Cabello oscuro, del tipo desaliñado. Un tipo bastante grande.

Kat retrocedió, le agarre la mano, pero siguió retrocediendo.

—Gracias, señor. Lo agradecemos.

—Si alguna vez me necesitan, mi número está en la tarjeta.

Le estreché la mano y seguí a Kat cojeando hasta su casa.

—Kat —la llamé, pero no me contestó. Caminé por el estudio hasta la


cocina. No estaba ahí. La encontré en la habitación, desplomada contra la
pared con la mirada perdida—. Kit Kat. —Le sacudí el brazo, pero no se
movió. Ni un centímetro—. Kit Kat, háblame, por favor.

Sus grandes ojos azules me miraron.

—Estoy asustada. —Su voz temblaba.

Yo también. Estaba aterrorizado. Había visto al diablo. Sabía de lo que era


capaz y… no podía pensar en ello. Tenía que ser fuerte. Tenía que asegurarle
a Kat que todo iba a ir bien, incluso aunque no estuviese seguro.

La acuné entre mis brazos y la llevé hacia mi pecho.

—No tienes nada por lo que estar asustada. Estoy aquí, no voy a ir a ningún
sitio. —Su cuerpo se mecía contra mí y estuve enfadado con ese bastardo
por causarle este miedo a Kat, incluso más aún porque no había nada que
pudiese hacer para evitarlo.

Habíamos llegado tan lejos y ahora me sentía como si estuviésemos


sentados en la primera base. Puse mis dedos debajo de su barbilla y la urgí
a que me mirara.

»Necesitas denunciar esto.

—Lo sé.

Me metí la mano en el bolsillo y saqué mi teléfono. Se lo tendí. No había


necesidad de retrasarlo. Cuanto más pronto informara, más a salvo estaría.
A regañadientes, agarró el teléfono y marcó. Dio toda la información y le
sujeté la mano durante todo el tiempo.

»Sí, tengo una orden de acercamiento. Lo entiendo —dijo—. Gracias.

Kat me devolvió el teléfono. Una lágrima cayó por su mejilla y apoyó la


cabeza contra la pared.

—¿Qué pasa? ¿Qué han dicho? —le pregunté mientras le secaba las
lágrimas de la cara.

—Han dicho que pueden tomar nota, pero que a no ser que les informe en
el momento que él esté fuera de la casa no pueden hacer nada más.

Las palabras me sacudieron.

—Eso es… Eso es una mierda. —Me pasé la mano por el cabello y agarré las
puntas—. Tienes que estar jodiéndome. ¿Qué se supone que debemos
hacer? Solo esperar a que ese bastardo haga algo. No lo creo.

La mano fría de Kat se deslizó entre las mías. Bajé la vista hacia ella y vi la
silenciosa súplica en sus ojos. Inhalé profundamente, me calmé y dejé que
la ira se disipara.

—No nos quedaremos aquí esta noche.

Kat sacudió la cabeza.

—No. No. No voy a tener miedo en mi propia casa. No voy a dejar que me
controle.

—No puedes quedarte aquí. Es demasiado peligroso. No sabes de lo que es


capaz.

—No me voy a ir. —Kate se levantó y se fue hacia su vestidor. Sacó su pijama
y se encerró en el cuarto de baño.

Saqué el teléfono de su bolso y marqué el número de Darren.

—Hola, Kat —contestó.

—Soy Josh.

—¿Qué pasa? ¿Kat está bien?


Le expliqué la historia entera y le dije que Kat se negaba a dejar la casa.

—Esa chica es demasiado terca. ¿Qué vamos a hacer?

—No la voy a dejar esta noche. Ni pensarlo. Ya no es mi ayudante. Empieza


un nuevo trabajo mañana. No me dejará ir con ella, seguro.

—Estoy fuera del trabajo. Voy a mirar algunas cosas para asegurarme de
que no la está siguiendo. Solo averigua la dirección y envíamela.

—Lo haré. Gracias, Darren.

—Noqueé a ese bastardo una vez. Puedo volver a hacerlo, tengo que
hacerlo. Sin embargo, no sé si seré capaz de detenerme esta vez.

—Si alguna vez lo tuviese a mano, no pararía.

—Mantenme informado —dijo, y colgamos.

Kat salió del baño, con la cara lavada, usando unos finos shorts blancos y un
top blanco. El pelo le caía en ondas por sus hombros.

Se metió en la cama y levantó el edredón.

—¿Vienes o no? —preguntó.

Realmente no quería meterme en la cama y dormir. Quería patrullar las


calles, mirar por la ventana y esperar a que el bastardo apareciera así
podría llamar a la policía y entregarlo para que lo metieran en la cárcel,
donde pertenecía.

—¿Por favor? —Kat hizo un puchero, y la vulnerabilidad en su mirada me


arrastró hacia ella.

Me necesitaba.

Todas las veces que la había necesitado, ella había estado ahí. Ahora era
el momento de que yo fuera el fuerte. Me quité los pantalones, me saqué la
camisa por la cabeza y me metí en la cama. Levanté un brazo, y sin ninguna
palabra, se acurrucó a mi lado.

Envolví mis brazos a su alrededor y la sujeté fuertemente contra mí. La noche


había sido perfecta antes de que llegáramos a casa. Habíamos comido y
reído todo el tiempo. El tiroteo finalmente había comenzado a
desvanecerse. Había conseguido librarme de las malditas muletas y ya no
necesitaba a Kat para que me cuidara. Pero ahora esto.

La expresión era correcta: cuando llueve, rebosa. ¿No había pasado Kat lo
suficiente ya? ¿Realmente tenía que pasar por esto?

—¿Josh?

—¿Sí, Kit Kat?

—¿Puedes asegurarte de que las puertas están bloqueadas?

Le besé la frente.

—Por supuesto. —Salí de la cama y caminé hacia la puerta principal, donde


gire el picaporte. Estaba bloqueado. Deslicé la cadena de arriba. Aunque,
con una patada a la puerta, la cosa se iría al infierno. Necesitaba instalar un
cerrojo de seguridad. A primera hora de la mañana.

Luego comprobé la puerta de atrás y las ventanas. Todo estaba bloqueado,


pero la sensación de seguridad se había ido. Si tuviese mi camioneta,
hubiese tomado mi bate de béisbol del maletero. Desafortunadamente, mi
camioneta estaba en casa. Ahí debía de haber algo que pudiese poner al
lado de la cama. Mis ojos viajaron a lo largo de la sala, buscando algo, lo
que fuese. Fijé la vista en una linterna Maglite de tamaño decente bajo una
mesa.

Fue la mejor arma que pude encontrar. No era que planeara usarla, pero
necesitaba sentir que tenía el control.

Con la linterna detrás de mi espalda, caminé de vuelta al dormitorio. La dejé


en el suelo, donde pudiera alcanzarla, y me arrastré de nuevo a la cama
con Kat.

—¿Qué pasa con la linterna? —me preguntó, no pudiendo esconderle


nada.

—Precaución.

—No piensas que pueda entrar, ¿cierto? —No tenía ni idea de cuál era la
respuesta. Sabía lo que necesitaba decirle a ella, pero la verdad era que no
sabía de lo que el tipo era capaz. Pero mirando a Kat, y viendo lo inocente
que se veía entre mis brazos, sabiendo que alguien tomó ventaja de eso, me
hizo creer que él no se detendría hasta alcanzarla.

—No. No lo creo. Según el investigador privado, ni siquiera sale del auto. No


tienes nada de lo que preocuparte, duérmete. —Le acaricié el pelo hasta
que su respiración se reguló y yacía pacíficamente contra mi pecho.

Tenía los sentidos alerta, me tensaba a cada sonido. Cuando el gallo de la


mesita de noche dio la media noche, me deslicé de los brazos de Kat y fui
hasta la ventana. Aparté la cortina y miré, pero en la calle estaban los autos
normales. Nada sospechoso. Solté la cortina y cojeé de ida y vuelta por la
habitación. El sentimiento de impotencia me consumía y lo detestaba,
recordándome cómo Nia murió en mi brazos y cómo no había nada que
pudiese hacer.

Una luz atravesó la ventana, atenuándose. A pesar de la cojera, salí


corriendo hacia ella y lentamente corrí la cortina. El Civic blanco se detuvo
en el extremo derecho más alejado de la casa.

Me tomó todo lo que tenía no salir afuera y arrancar a ese bastardo de su


auto. En vez de eso, llamé a la policía y lo reporté. Luego esperé y esperé.

¿Dónde coño estaban?

Llamas al 911 cuando tienes una emergencia. Esto era una emergencia, así
que, ¿qué diablos les estaba tomando tanto tiempo? Miré otra vez por la
ventana y el Civic se estaba yendo calle abajo.

¡Hijo de puta!

Dos minutos más tarde, apareció la policía. Antes de que pudiesen tocar a
la puerta, la abrí.

—Que detalle de su parte aparecer —les dije.

Los policías cuadraron los hombros y el más bajito puso sus manos sobre la
cintura.

—Tuvimos una llamada de un coche sospechoso. ¿Aún está aquí?

Tenía todo el respeto del mundo por los policías. Uno me salvó la vida
llevándome hasta la ambulancia. Pero realmente quería pegarle a este
idiota.
No. les tomó demasiado tiempo venir.

—¿Consiguió el número de matrícula?

—Oh, lo siento, no pensé en buscarlo entre la oscuridad. ¿Quizás debí haber


salido con una maldita linterna? O mejor aún, simplemente podría habérselo
preguntado.

—Necesitamos que se calme, señor.

—Estoy calmado —dije a través de los dientes.

—Oye. ¿Eres aquel chico de las noticias? El del tiroteo de Springfield.

Porque eso era relevante ahora mismo. No importaba lo mucho que quisiera
dejar atrás el tiroteo, me seguía incansablemente.

—Sí. ¿Pero qué coño tiene que ver eso ahora?

—¿Josh, qué está pasando? —Kat apareció en la puerta, con una bata a su
alrededor. Gracias a Dios.

—Nada por lo que preocuparte. Vuelve a la cama. Estaré allí pronto.

Pasó por delante de mí y saludo a los policías.

—Hola, soy Katherine Singlenton. Esta es mi casa.

—Soy el oficial Sully, y este es el oficial Moretti —dijo el policía más viejo.

—Han reportado un auto aparcado delante de la casa —dijo el oficial


Moretti, el más joven de los dos.

—¿Estuvo aquí esta noche? —preguntó ella a nadie en particular, pero


luego se giró y me miró.

Apoyé mi mano sobre su hombro.

—Vi su auto.

—¿Por qué me está haciendo esto a mí? —Las lágrimas caían por sus mejillas,
y apoyó los dedos sobre sus labios.

Tomé su rostro entre mis manos y le besé la nariz.


—Lo atraparán, es por lo que están aquí. Por qué no vas a hacerte una taza
de té. Y yo les informó de todo lo que deben saber.

Kat asintió.

Me giré hacia los dos oficiales.

—Tiene una orden de restricción contra el tipo. ¿No debería ser eso suficiente
para arrestarlo?

—Desafortunadamente, no. A menos de que fuese capaz de identificar al


tipo o tener el número de matrícula, no sabemos quién iba en el vehículo.

Mis manos se curvaron formando un puño y las dejé a los lados para evitar
golpear algo. Respiré profundamente. Gritar no iba a llevarme a ninguna
parte.

—Entiendo el protocolo. Lo entiendo. Pero esa chica de ahí dentro —dije,


apuntando a la cocina—, significa todo para mí. Ese pedazo de mierda casi
la viola, y ahora está acosándola y puede que lo haga otra vez. No puedo
dejar que eso ocurra.

El mayor de los dos policías descansó una mano sobre mi hombro.

—Haremos todo lo posible para mantenerla a salvó. Rellenaremos una parte


y mandaremos un patrullero todas las noches alrededor de esta hora.

—Lo agradecería. Gracias.

—Estaremos aquí fuera durante un rato esta noche, para ver si vuelve.
Puedo asegurarle que tomaremos este caso seriamente. Si lo ve, llame al 911
inmediatamente, y permanezca dentro hasta que los oficiales lleguen. No
se aproxime al sospechoso. Llegaremos lo antes posible.

Les sacudí las manos a los oficiales y los observé desde la puerta. Cerré la
puerta y bloqueé los dos pasadores. Kat entró a la sala, con dos tazas de té
en las manos.

—Pensé que necesitarías una también.

Cojeé hacia ella y tomé la taza.


—Gracias. Los policías van a permanecer ahí fuera durante un tiempo, en
caso de que vuelva a aparecer.

—Espero que lo haga —dijo. Yo entrecerré las cejas—. Así podrán atraparlo
y todo esto terminará.

—Esto terminará pronto. ¿Por qué no te sientas conmigo? —Me senté en el


sofá y Kat se me unió. Me acerqué y agarré su libro de sopa de letras y un
bolígrafo.

Con una gran sonrisa me lo quitó y me dio un beso en la mejilla.

—Gracias por no salir corriendo.

—¿Por qué haría eso?

—¿No has tenido suficiente drama en tu vida?

—Ni todo el drama del mundo podría separarme de ti. —Puse su cabello
detrás de la oreja, dejando que las finas hebras pasaran por mis dedos—.
Vamos, ponte cómoda, tenemos una búsqueda de palabras que hacer. —
Agarré la manta del brazo del sofá y la puse sobre nosotros.

Mientras nos tuviéramos el uno al otro, estaríamos bien.


Capítulo 24 Traducido por gemma.santolaria

Corregido por veroonoel

F
inalmente estaba de vuelta al volante de mi camioneta y se sentía muy
bien. Kat estaba en el trabajo, y yo tenía grandes planes para nosotros.
Desde la noche en que apareció la policía, Bryan no había vuelto. A
menos que se hubiera vuelto más creativo en sus métodos de espionaje.

Me gustaba pensar que los policías lo habían asustado. Cada noche, un


poco después de la medianoche, los policías patrullaban la zona y se
asentaban frente la casa por una hora.

Durante el día, si no podía comprobar a Kat debido al fisioterapeuta, Darren


lo hacía. Estaba contento que ella lo había tenido. Me sentía mejor al saber
que había alguien más a quien le importaba lo suficiente para hacer
cualquier cosa que pudiera para protegerla.

Estaba trabajando en dos turnos hoy, a pesar de mis objeciones. Juro que
ella haría cualquier cosa para desafiarme. Pero insistió que quería el trabajo
mientras pudiera conseguirlo. Necesitaba el dinero. Aunque técnicamente
no lo hacía, porque yo tenía algunas de sus facturas, lo que ella no sabía
todavía. Supongo que si lo supiera, habría hecho una diferencia, pero me
había negado a decirlo.

La chica era malditamente terca, y no quería que me gritara por ayudarla.


Su casa podría estar siendo subastada y aun así se negaría a la ayuda.

Tenía un par de horas antes de que estuviera en casa, así que volví a casa
de mis padres para recoger algunas cosas.

—¡Mira quién es! —dijo mamá cuando entré por la puerta—. Casi había
olvidado que tenía un hijo.

Le di un gran abrazo.

—Lo siento, he estado ocupado.


Mamá asintió.

—Mmm. Apuesto a que sí.

—Es más que eso, mamá.

—Lo sé, cariño. Simplemente te extraño, eso es todo.

—Finge que estoy de vuelta en la escuela.

—Hablando de la escuela, ¿estás pensando en ir de nuevo?

—No he pensado mucho sobre eso. Este semestre está prácticamente


terminado, así que tengo todo el verano para decidir. Estaba pensando en
mirar en Farmingdale State. No está muy lejos. Puedo mantener un ojo en Liz
para ti también.

Volver a Springfield hubiera sido genial. Extrañaba a mis amigos. Las fiestas.
Pero había demasiados fantasmas allí. Por no hablar de que si no me
recuperaba lo suficiente para jugar a la pelota, perdería mi beca.

Incluso si pudiera encontrar una manera de atravesar mis demonios y tomar


préstamos estudiantiles, aún habría un gran problema: Kat no estaría allí.
Estaría dispuesto a conducir a casa cada fin de semana para verla, pero no
era suficiente.

—Estaría bien tener a mis dos bebés cerca de casa. Pero decidas lo que
decidas, te apoyaremos.

—Lo sé. Gracias, mamá. Oye, ¿todavía tienes esa vieja manta que solía
llevar a la playa en la escuela secundaria?

—Está en el armario del pasillo. ¿Pensando en ir a la playa?

—Pensé en sorprender a Kat con una cena en la orilla.

—Estoy segura de que le encantará. Voy a hacerme un sándwich. ¿Quieres


uno?

Kat estaba probablemente de camino a su segundo turno. Tenía tiempo.

—¿Por qué no? Suena increíble.


Llamaron a la puerta y me acerqué a esta. Kat se quedó allí con una mirada
de enfado en su cara, sujetando un montón de papeles.

—Oye, Kit Kat —dije.

—No me vengas con Kit Kat.

—¿No te gusta cuando te llamo Kit Kat?

—¿Honestamente creías que no lo averiguaría? ¿Creías que te saldrías con


la tuya con esto? —gritó. No tenía ni idea de lo que estaba hablando, hasta
que golpeó los papeles en mi pecho.

Los tomé en mis manos. Eran declaraciones de facturas pagadas. Copias


de los cheques con mi nombre en ellos. Mierda.

—No te necesito para pagar mis facturas. Puedo pagar mis malditas
facturas.

—Nunca dije que no pudieras, pero se estaban acumulando. Pensé que te


ayudaría a ponerte al día.

—No te pedí ayuda. A pesar de lo que puedas pensar, no lo necesito. Te


fuiste. ¿Recuerdas? Puse a mi hermano a través del último año de
secundaria y le ayudé a entrar en la universidad. Durante dos años he
pagado mis cuentas. No necesitaba ayuda entonces, y no necesito ayuda
ahora.

—¿No crees que estás exagerando? —Di un paso hacia ella—. Kat. —Me
acerqué a ella, pero ella espetó su brazo hacia atrás.

—No puedes entrometerte y empezar a cambiar las cosas —gritó, con


lágrimas cayendo por su cara.

Esto no era solo acerca de las facturas. Se trataba de pintar la habitación


de su madre sin preguntarle. Tratar de forzarla a seguir adelante y a dejar el
pasado detrás suyo, cuando claramente no estaba preparada para dejar ir
a su madre.

No estaba tratando de hacerle olvidar a su madre. Solo quería que


empezara a vivir su propia vida. Poner el sufrimiento detrás de ella.
—No soy Nia. —Sus palabras me golpearon como una pared de ladrillos. Si
yo no tuviera mi bastón para sujetarme, me habría tropezado hacia atrás.

—¿Qué tiene Nia que ver con nada?

—No te necesito para salvarme.

Frustración mezclada con tristeza. Las palabras se perdieron. No podía


envolver mi cerebro alrededor de ningún pensamiento.

Kat dio un paso hacia atrás. Instintivamente, me moví hacia ella.

—No me sigas —dijo y cerró la puerta en mi cara.

No pensé que se entusiasmara con que pagara sus cuentas, pero nunca
había pensado que reaccionaría así. Tenía tantas cosas de las que
preocuparse, solo quería ayudarla a disminuir la carga.

Mi mano tomó el pomo de la puerta.

—Déjala ir, Josh. Necesita enfriarse —dijo mamá detrás de mí.

—Pero…

—Confía en mí sobre esto, ¿de acuerdo?

Asentí. Demasiado para mi noche romántica bajo las estrellas.

***

Llamé a Darren, pero me dijo que le diera espacio a Kat. Había estado
alrededor. No quería darle espacio. Quería saber que estaba bien. Segura.
Pero por encima de todo, quería que se diera cuenta de que estaba bien
dejar que la gente te ayude.

Y sí, yo podría haber hecho esto de la manera equivocada, pero sabía que
negaría mi ayuda, y estaba harto de ver la tensión en su rostro cada vez que
tenía que comprar algo.

No debería haber tenido que preocuparse tanto por el dinero. Además, yo


había hecho una fortuna como Manitas Hunky. Podía permitirme un par de
miles de dólares.
A las diez, no pude esperar por más tiempo a que lo superara. Necesitaba
verla. Hacerla entrar en razón.

No hice caso a las peticiones de mamá de darle más tiempo y subí a mi


camioneta. Kat dijo todo lo que quería decir, pero no llegué a decir una
maldita palabra. Necesitaba oír mi lado. Necesitaba saber que la única
razón por la que hice lo que hice fue porque la amaba.

Bajé las ventanas y disfruté de la sensación del aire cálido de primavera


pasando por mi cabello. Había pasado tanto tiempo desde que había
estado en el asiento del conductor. Se me había olvidado lo mucho que
echaba de menos las cosas más simples.

La calle de Kat apareció a la vista, y puse mi luz intermitente. Mientras giraba,


vi el Civic negro y mi estómago se retorció en nudos. Darren no estaba con
ella. Estaba de turno esta noche.

Mi corazón latía con fuerza contra mi pecho. Horribles pensamientos


inundaron mi mente. Adrenalina y miedo me bombearon.

Apagué los faros y aparqué mi camioneta en la acera. Busqué en mi bolsillo


y saqué mi celular. Me temblaban las manos, pero seguí con ello lo más
constante posible, marcando lo más rápido que pude.

El teléfono sonó una vez antes de que el operador contestara.

—¿Cuál es su emergencia?

—Hola, estoy en el 1333 de Spruce Drive. Mi novia tiene una orden de


restricción contra un hombre que la atacó y él está… él está aquí.

—¿Está dentro de la casa?

Tragué el nudo de mi garganta. No podía ver el auto con suficiente claridad


para saberlo. Kat estaba dentro sin embargo. Sola. Y la bestia estaba aquí
en alguna parte.

Me deslicé fuera de mi camioneta y acomodé la puerta cerrada.

—No lo sé. ¿Podría por favor, enviarnos a alguien? Ahora.

—Voy a enviar una patrulla de inmediato.


—Gracias. —Colgué y me moví hacia el auto esperando que si me veía, se
alejaría.

La bilis me subió por la garganta, ardiendo su camino hacia mi boca. No


estaba allí. El oficial me había dicho que no tomara las cosas por mis propias
manos, pero a la mierda. Kat estaba dentro y ese… ese monstruo estaba allí
con ella.

Solo esperaba que no fuera demasiado tarde. Oh Dios. No podía ni siquiera


pensar en ello.

Estaba en ese pasillo de nuevo. El miedo me consumía, haciendo de todos


los pensamientos racionales imposibles. El resultado no podía ser el mismo.
No lo dejaría. Perdí a Nia. No iba a perder a Kat. No podía. La vida no valdría
la pena si ella no estaba aquí para compartirla.

La puerta estaba cerrada con llave. Tomé una respiración profunda y muy
tranquilamente la abrí. Mi corazón latía con fuerza contra mi pecho, tenía la
sensación de que iba a romper a través de mis costillas. Entré en el estudio.
Los libros de sopas de letras de Kat cubrían el suelo. El marco de fotos que
sostenía la foto de ella y su familia estaba hecho añicos. La manta que había
puesto sobre ella solo unos días atrás estaba cubriendo la alfombra.

Mis puños cerrados. La ira y el miedo corrían a través de mí. Oí un golpe


fuerte y la tensión se puso sobre mis hombros.

Kat.

Me acerqué a la habitación y justo cuando estaba a punto de girar la


cantonada, mis ojos se encontraron con el familiar azul de Kat.

Puso una pistola en su sien, su mano envuelta alrededor de su boca.


Lágrimas corrían por sus mejillas. El bolsillo de su uniforme de Mickey Mouse
estaba hecho jirones. No podía respirar. Él tenía su vida en sus manos y con
un solo disparo ella se habría ido.

Congelado, me encontré con su mirada. Me debatí sobre hablar, pero la


maldad en sus ojos era demasiado dominante. A diferencia de Steve, no
quedaba ningún alma para razonar con él. Su agarre se apretó sobre Kat y
su cuerpo se puso rígido.
Sus ojos ardían rojo, perlas de sudor en su frente, mechones de su pelo
castaño a través de esta, y su labio levantado en un gruñido.

Se alzaba sobre Kat, y era unos centímetros más alto que yo. La camiseta
negra que llevaba tenía un agujero justo por encima del bulto de su
estómago.

Saqué mis ojos de él y miré a Kat, haciendo caso omiso de la bestia que la
sostenía contra él. Necesitaba centrarme en la manera de salvar su vida.
Siempre me había preguntado por qué había sobrevivido ese día en el
pasillo, y ahora lo sabía.

Fui más listo que la muerte una vez, pero ahora era mi hora.

El arma se volvió hacia mí.

No había suplicas en este momento. Sin miedo. Acepté mi destino. Mi único


lamento era que Kat lo presenciaría. Solo esperaba que con el tiempo ella
fuera capaz de olvidar.

La miré a los hermosos y grandes ojos y murmuré:

—Te amo —mientras oía el cautivador disparo de la pistola.

Bang.
Capítulo 25 Traducido por Jadasa Youngblood y Verae

Corregido por veroonoel

L
a mayoría de la gente pasa toda su vida sin nunca saber lo que se
siente mirar a la muerte a los ojos. Envidio a esas personas. Nunca
conocerán el miedo. Los arrepentimientos. La desesperada necesidad
de una sola oportunidad de hacerlo todo de nuevo. Para intentar cambiar
el resultado.

De algún modo, me fue dada esa oportunidad. No pude salvar a Nia. Pero
Kat sobrevivió.

La sangre salpicó el rostro de Kat, y Bryan cayó. Una sola bala en la cabeza.
Congelado en conmoción, ni siquiera me di la vuelta para ver quién lo puso
ahí.

El grito de Kat me sacó de golpe de mi trance, y corrí hacia ella. Cayó en


mis brazos y agarré los lados de su rostro, buscando moretones, cortes,
cualquier tipo de marcas que no pertenecieran a ahí.

—¿Estás bien? ¿Te duele?

Negó con su cabeza y estiró mi camisa. La acuné contra mí. Su cuerpo se


estremecía del miedo, y acaricié su cabello, una y otra vez.

—Está bien. Estoy aquí.

Guié a Kat hacia el sofá y me saqué mi camisa por encima de mi cabeza


para limpiar la sangre de su rostro. Se subió a mi regazo, sus brazos unidos
firmemente alrededor de mi cuello.

—Vamos a necesitar tomar las declaraciones de ambos —dijo un oficial,


sosteniendo un bolígrafo, listo para escribir. Estas personas no perdían el
tiempo, ¿no es así?

Kat me acarició más con su nariz, sacudiendo su cabeza. Sus manos se


tensaron alrededor de mi cuello y por encima del hombro del oficial, miré a
la oficial mayor de esa primera noche. La expresión de mi rostro debión
haber sido suficiente. La oficial Sully se acercó y le dio unas palmaditas en la
espalda al hombre más joven.

—¿Por qué no les das un minuto? —dijo Sully.

—No deberías estar hablando con ellos hasta que consigamos sus
declaraciones —le dijo el oficial a Sully.

Sully le dijo algo al oído, el oficial asintió y se alejó.

—¿Están bien, chicos? —preguntó Sully, arrodillándose junto a nosotros.

Asentí.

—Te dije que la mantendríamos a salvo.

—Gracias —dije.

»¿Vas a meterte en problemas? —pregunté. No le había dado a Bryan la


oportunidad de rendirse.

—Él empleó su arma. Será un montón de papeleo extra y por un tiempo,


estaré de servicio en el escritorio, pero nunca tendrá que preocuparse por
él de nuevo.

Asentí, y la oficial sonrió antes de regresar con su superior.

—¿Está muerto? —sorbió Kat.

—Como dijo Sully, nunca tendrás que lidiar con él de nuevo. Eres libre.

—Iba a matarte —dijo—. No sé lo que hubiese hecho sin ti. Lamento haberte
gritado.

—Shh. Estoy feliz de que no te escuché a ti o a mi madre. No puedo ni


imaginar si lo hubiera hecho. Podría haberte perdido. ¿Estás segura de que
estás bien? —Tomé su rostro entre mis manos y estudié cada peca.

—No me tocó. Vino a la sala de estar y luché con él. Intenté correr hacia el
dormitorio y bloquear la puerta, pero la abrió de una patada. —Me encogí
ante la escena que se desarrollaba en mi mente—. Darren estaría orgulloso
de mí. Me enseñó todos los movimientos. Pero Bryan me agarró y me tenía
sujetada boca abajo sobre la cama. Entonces escuchó la puerta abrirse,
me levantó de mi cabello y apuntó hacia mi cabeza con la pistola.

Si hubiera llegado un segundo más tarde… Negué con mi cabeza para


deshacer de mi mente el pensamiento. Esta vez no había si hubiera. No
llegué demasiado tarde. Lo hice. Kat se encontraba a salvo. Estaba cálida,
excepto por sus manos, en mis brazos, y aparte de las lágrimas en sus mejillas
y el miedo en su corazón, se encontraba bien.

Unos minutos después, dimos nuestras declaraciones. Los policías y los


investigadores de la escena del crimen entraban y salían de la casa. El
cuerpo se hallaba cubierto por una lona de color negro antes de que
finalmente lo sacaran en una bolsa para cadáveres. Cada vez que se abría
la puerta, luces azules y rojas rebotaban en las paredes.

Sully regresó junto a nosotros, sosteniendo un cuaderno.

—Tengo algunas preguntas más para ustedes y luego pueden irse a casa.

—Estoy en casa —dijo Kat.

—Esta noche, irás a mi casa —dije y besé su sien.

—¿Recientemente hicieron un viaje?

—Sí, ¿por qué?

—¿Adónde fueron?

—De vuelta a Springfield. Por mi universidad y para ver a alguien del


alrededor.

Sully extendió el cuaderno.

—Parece que los estaba siguiendo. Tiene un registro de todos los lugares en
los que se detuvieron con las fechas y horas.

Los ojos de Kat se abrieron ampliamente y apretó mi mano.

Giré hacia el baño de hombres y tropecé con un hombre que por lo menos
me sacaba casi ocho centímetro. Necesitaba ducharse y afeitarse
urgentemente. Eso producían los largos viajes en coche.

—Cuidado —dijo el chico.


—Dios mío. Me topé con él en la parada de descanso.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Kat.

—Estabas enojada conmigo e irrumpí en el área de descanso, entré y me


encontré con este tipo que era un verdadero patán. Era él.

Kat se desplomó contra el sofá.

—¿Estás seguro?

—Seguro. No sé cómo no me di cuenta hasta ahora. ¡Qué puta!

Sentía mi privacidad violada de la peor manera. ¿Se hallaba ahí cuando


Kat y yo caminábamos a casa después de la fiesta de la fraternidad? ¿La
escuchó cantarme? Santa mierda, ¿estaba en la fiesta esperando que
dejara a Kat por un segundo?

Ahora fui quien se sacudió, pero no con miedo. El miedo se había ido.

Mordí mi mejilla para no gritar. Mis manos se cerraron en puños, e intenté


alejar la ira surgiendo a través de mí. Kat deslizó sus dedos fríos sobre mi
mano y la tensión comenzó a disolverse.

—Se acabó —susurró—. Ahora terminó.

Levanté mi mano y entrelazó sus dedos con los míos. Besé sus nudillos y dije:

—¿Ahora podemos salir de aquí?

—Son libres de irse —dijo Sully.

—¿Sería capaz de agarrar un par de cosas para la noche? —pregunté.

—¿De dónde?

Señalé.

—El dormitorio, justo ahí.

Sully miró sobre su hombro y asintió.

—Eres afortunado. Si era disparado tres metros en otra dirección, no sería


capaz de meterte allí. Pon atención.
—Quédate aquí. Regresaré —le dije a Kat y me puse de pie desde el sofá.

—Medino —le llamó Sully a un oficial bajo y fornido en la esquina. Se


acercó—. ¿Puedes acompañar a este caballero al dormitorio para que
pueda agarrar algunas cosas?

Medino asintió.

Los investigadores rodeaban un charco de sangre hacia nuestro extremo


izquierdo. Me pregunté si Kat me dejaría lijar el piso y pintarlo. Conseguiría
que Justin me ayudara. Enseñarle algunas cosas. Si no, íbamos a tener un
recuerdo de esta noche cada vez que entráramos al dormitorio, porque
sabía malditamente bien que ella nunca vendería la casa de sus padres.

Me acerqué a la habitación, y mis ojos se posaron sobre la cama. Los alejé


rápidamente cuando vino a mi mente las visiones de ese bastardo enfermo
agarrando a Kat por su cabello y apuntando con una pistola en su cabeza.

Agarré la maleta de lona y Medino levantó su mano.

—No puede llevar la maleta. Saque lo que necesite.

Saqué nuestras ropas y dejé las toallas. Tenía algunas en la camioneta.


Necesitábamos los artículos de aseo personal, así que los envolví en una
camisa y los coloqué arriba de la otra ropa.

Medino se encontraba de pie en la puerta con sus brazos cruzados,


observando cada uno de mis movimientos.

—Estoy bien —dije, caminando hacia él. Se apartó para dejarme pasar—.
Gracias.

Kat se encontraba sobre el sofá, sus piernas contra su pecho. Las lágrimas
manchaban sus mejillas y por la mirada en blanco en sus ojos, sabía que
estaba rememorando el ataque en su cabeza. También sabía que no había
nada que pudiera hacer para que las visiones desaparecieran.

—¿Estás lista? —pregunté.

—Eso fue rápido —dijo Kat, mirando la ropa en mis brazos.

—Empaqué esta mañana después de que te fueras. Tenía planes para esta
noche.
—Oh.

—No te preocupes. Aún tengo planes para esta noche. Vamos. Voy a
manejar.

Sully dijo que los investigadores de la escena del crimen estarían ahí por unas
cuantas horas y cerrarían cuando se fueran.

Kat llamó a Darren y le dio un resumen de lo ocurrido, asegurándole que


estaba bien y en buenas manos. Luego llamó a Justin. Llamé a mis padres y
a mi hermana para hacerles saber antes de que lo escucharan en las
noticias.

Mamá quería que fuéramos directamente a su casa. Pero la convencí de


que nos encontrábamos a salvo y solo necesitábamos una noche para
nosotros.

—¿Adónde vamos? —preguntó Kat.

Todavía tenía su rostro manchado con sangre, y solo quería quitarlas. Librarla
de todo el mal. Deseaba que hubiera reservado una habitación de hotel en
vez de eso. Pero Kat y yo no íbamos a habitaciones de hotel. Pasamos
nuestras noches en la parte trasera de mi camioneta en la playa, y eso era
exactamente lo que íbamos a hacer esta noche.

Giré hacia el camino conocido a nuestro lugar y sus dientes se deslizaron


sobre su labio inferior, una sonrisa estirando de las comisuras. Su mano
ahuecó la mía sobre la palanca de cambios.

Tomamos lentamente el camino accidentado y salí cuando llegamos al


final. Agarré el champú y tomé su mano en la mía.

La llevé a la playa. La arena lo hizo aún más difícil el caminar, pero no


pensaba en eso. Pensaba en llegar al agua.

—Vamos a limpiarte —dije mientras cruzábamos la arena húmeda.

—Esa agua va a estar congelada.

—Te mantendré caliente.

Arqueó una ceja hacia mí y sacudió su cabeza.


—No va a suceder.

—Kat, todavía tienes… todavía tienes sangre sobre ti.

Sus ojos se abrieron ampliamente, y se quitó hasta su ropa interior sin siquiera
una segunda mirada de nuestro entorno.

—No quiero nada de él sobre mí. Sácalo.

—Lo haré. Seremos rápidos. —Estiré mi camisa sobre mi cabeza y dejé que
mis pantalones cayeran al suelo. Tomé su mano y la guié hacia el agua.

Inhalé fuerte cuando el agua fría salpicó mis pies. Ignoré la temperatura y
me concentré en Kat.

Dejó escapar un chillido cuando el agua la alcanzó e hizo un pequeño baile.


La agarré, estirándola hacia mí.

—Espera. ¿Deberías estar en el agua con tu herida? —preguntó.

—Dímelo tú. Eres la profesional. Solo soy el paciente. —Estuve feliz de que
fuera capaz de pensar en algo distinto de lo que acababa de ocurrir. Ella
estaría bien.

—Finalmente, se ha cicatrizado. Creo que todo estará bien.

Su cuerpo se estremeció contra el mío y tomé su rostro entre mis manos.

—A la cuenta de tres, vamos a hundirnos. —La besé suavemente, luego dejé


que mis manos cayeran hacia las suyas. Apreté su mano y con la otra
conté—. Uno. Dos. Tres. —Respiramos profundamente y descendimos.

Ambos emergimos. Piel de gallina cubría su piel, así que froté mi mano hacia
arriba y abajo de su brazo antes de sostenerla cerca. Sus dientes
castañeaban contra mi pecho, y apreté mis brazos a su alrededor. Besé su
frente, luego tomé el champú que había traído y eché en mi mano un
chorro que equivalía a medio dólar.

Mis dedos pasaron a través de su cabello, espuma formándose bajo mi


toque. Masajeé su cuero cabelludo con mis dedos. Su cabeza cayó hacia
atrás y besé su cuello.
Froté pequeños círculos alrededor de la línea de su cabello, asegurándome
de no dejar ni una sola hebra. Cuando estuve seguro de que no quedaba
sangre, la miré a los ojos.

—A la cuenta de tres. Uno. Dos. Tres. —A las tres, ambos bajamos.

Volvimos a la superficie, y le di la vuelta para asegurarme de que se había


ido toda la espuma. Su cuerpo se estremecía mientras tomaba el jabón y lo
frotaba en sus hombros, bajando su espalda, y sobre la curva de sus pechos.

Kat extendió su mano y rocié un poco en su mano. Se dio la vuelta y pasó


su mano bajando por mi pecho y subiendo por mi espalda hasta mis
hombros, alrededor de mi espalda y de mi cuello.

—Uno. Dos. Tres. —Bajamos por tercera vez y cuando ella apareció de nuevo
en la superficie, la tomé en mis brazos. Entrelazó sus brazos alrededor de mi
cuello, y me puso la mano en el trasero, empujándola hacia arriba. Sus
piernas alrededor de mi cintura, y nos dirigimos hacia la orilla.

Cuando estuvimos fuera del agua, me detuve y enterré mi cabeza en su


cuello. Besé su hombro y luego el punto debajo de su oreja.

—Te amo tanto —le dije al oído, y frotó su mejilla contra la mía.

—Te amo. Lo siento mucho por todo.

Pasé mis dedos por su cabello, retirándolo de su cara.

—No lo sientas. Todo está en el pasado ahora.

Kat se estremeció, y me jaló hacia la camioneta.

—Quítate la ropa. Voy a salvar lo que pueda en la mañana y me ocuparé


del resto.

Sonrió y se apretó junto a mí. Caminamos de regreso a la camioneta, y tomé


dos toallas de la cama. Envolví una alrededor de mi cintura y la otra
alrededor de Kat antes de pasar mis manos arriba y abajo de sus brazos para
entrar en calor.

Cuando las toallas absorbieron la mayoría de las gotas, tomé su mano y la


llevé a la camioneta. Saqué una camiseta y un par de pantalones cortos y
la ayudé a ponérselos. Entonces la agarré por sus caderas y la levanté sobre
la cama de la camioneta, asegurándome de mantener todo mi peso sobre
mi pierna buena.

Le quité la arena de sus pies y salté a su lado e hice lo mismo con los míos.

—Quédate aquí. No te des la vuelta hasta que te diga —le dije, y la dejé
mirando hacia el agua mientras yo iba a la cama y recuperaba todas las
mantas y almohadas que había escondido antes.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó y comenzó a girar hacia mí.

—Todavía no. Paciencia.

Puse la última manta en su lugar y moví a Kat, apoyando mis manos sobre
sus hombros. No pude resistir la tentación de besarla en el cuello. Sentir su
piel bajo la mía. Oler su aroma de algodón de azúcar y mirar esos hermosos
ojos.

Se volvió, y cuando sus ojos se posaron en la cama detrás de nosotros saltó


a mis brazos, golpeándome otra vez. Mi espalda se golpeó con la suavidad
de las almohadas y sus frías manos se apoyaron en mi pecho. Temblé ante
su toque, pero tan frío como estaba, era el más cálido que jamás hubiera
sentido.

Tener a Kat en mis brazos, sobre todo después de lo que había ocurrido, era
un milagro. Pensando en el día en que terminamos las cosas y en todo el
tiempo que perdimos me dieron ganas de compensar cada segundo.

Habíamos pasado por más de dos personas que nunca deberíamos haber
tenido que soportar. Pero éramos más fuertes a causa de eso. Sabía que si
alguna vez me sentía débil, Kat sería mi fuerza, como siempre sería la suya.

Apoyé mi cabeza en una almohada y acomodé a Kat cerca de mí. Una


lágrima tibia cayó sobre mi pecho, y Kat comenzó a temblar.

—No llores —le dije, acunando su cabeza contra mí. Me agaché y besé su
frente.

—Yo… casi te perdí.

—Pero no lo hiciste. Aquí estoy.


—Siento mucho haber arrojado a Nia en tu cara. —Kat se incorporó y
sacudió su cabeza—. Nunca debí haber dicho eso. No sé por qué lo hice.
Solo… estaba tan enfadada. Pero después de esa noche, supe que te
habías ido ese día. El miedo. Los arrepentimientos. Todas estas emociones
que no se pueden poner en palabras.

Se rompió. Incontrolables sollozos atormentaron su cuerpo.

—Siento mucho haberte hecho pasar por esa experiencia otra vez.

—No lo hagas —le dije, tomando su cara entre mis manos y la obligué a
mirarme—. No te culpes. No tienes nada que ver con lo que pasó esa noche.
¿Entiendes?

Kat me miró, las lágrimas corrían por sus mejillas, pero no dijo nada.

—¿Tú?

Asintió con la cabeza y jaló mi cara hacia la suya, presionando mis labios
contra los suyos. Sus dedos viajaron hasta mi cuello y mi cabello. La
desesperación surgió entre nosotros y tenía que estar tan cerca de ella
como pudiera estarlo.

Acomodé su cuerpo sobre el edredón, trazando una línea de besos por su


cuello, en las curvas de sus pechos. Toda la mala mierda dejó de existir
mientras Kat se presionaba contra mí. Mi mano siguió el arco de su espalda,
y levanté la camiseta sobre su cabeza. Odiando la distancia creada entre
nosotros, arrojé la camiseta a un lado y la apreté contra mí. Piel contra piel.

Bajé mi cabeza y besé un punto del lóbulo de su oreja, recorriendo desde su


hombro hasta su pezón erguido. Un gemido se elevó de su garganta, salió
de sus labios y me deshice.

Mis dedos temblaban mientras me estiraba para ahuecar su pecho. Apoyé


mi cabeza contra su frente y tomé un momento para calmarme.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Me pones tan caliente.

—¿Eso es malo?
—No. Es una cosa muy buena. Tengo todos estos sentimientos dentro de mí.
Todas estas necesidades y deseos y todos están llegando al mismo tiempo.
Eres la única persona que puede hacerme esto.

Kat se inclinó y capturó mis labios con los suyos, deslizando su lengua
provocadora sobre mi labio inferior antes de sumergirla en el pliegue.
Acepté su invitación y separé mi boca para profundizar el beso.

Metí la mano en la funda de almohada y saqué un condón. Kat arqueó una


ceja.

—Quiero que sepas que estaba aquí antes de todo. No tenemos que
hacerlo. No esta noche. Vamos a tener un millón de noches juntos.

—No. Te quiero ahora. Por favor. Eres el único que me impide derrumbarme.
Necesito sentirte. Todo de ti. —Tomó el condón de mi mano y lo puso de
nuevo en la funda de almohada—. No me he perdido la píldora desde la
última vez. Hazme el amor. Por favor.

—Dios, te amo —le dije, y desató la toalla de mi cintura. Besé su frente y sus
ojos se cerraron, así que besé a cada uno antes de pasar a su nariz, y luego
su boca.

Me cerní sobre ella y miré fijamente sus ojos. Mi intención era ir despacio,
saborear cada toque único, pero el deseo se hizo cargo y me empujé dentro
de ella.

Su cabeza cayó hacia atrás y sus ojos se cerraron de nuevo. Envolví mis
brazos a su alrededor y la abracé contra mí, pasando mi mano por su frente,
besando las pecas salpicadas sobre sus hombros.

Kat gimió y se echó hacia atrás, sintiendo como si estuviera mirando


directamente a su alma. Sostuvo la mirada mientras su respiración se
aceleraba. A pesar de todo lo que habíamos pasado, su piel aún irradiaba
brillante. Era un hermoso ángel.

Mi ángel de la guarda.

Sus dedos se deslizaron en mi pelo, agarrándolo con sus puños mientras se


apretaba a mi alrededor. Gritó y me llevó al límite. Me sumergí en su interior
una última vez y colapsé sobre ella.
Respiró contra mi oído, y rodé de lado, jalándola hacia mí. Apoyó su cabeza
en mi pecho, y rocé los mechones de cabello húmedo en su frente. Su piel
era brillante contra la luz de la luna. Cada peca era como una estrella en el
cielo. Única y hermosa.

Todo en ella era perfecto. Perfecto para mí.

Puse mi dedo bajo su barbilla y la incliné hacia mí y la besé.

—Gracias —dije contra sus labios.

—¿Por qué?

—Por regresar a mí.

—Si te acuerdas, traté de huir de ti.

—Una vez más.

Se mordió los labios, las comisuras de sus labios se elevaron.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Solo que no era la primera vez que corrías. Pero al igual que la última vez,
te atrapé.

—Esta vez te lo prometo, no voy a correr a ningún lado.

—Bueno, porque no soy tan rápido como solía serlo.

—Por ahora. Pero lo serás. Tengo fe en ti.

—Eso es todo lo que necesitaba.

Kat se acurrucó a mi lado.

—Ya hemos pasado por el infierno esta noche y de alguna manera te las
arreglaste para convertirlo en algo agradable, así que no me gustaría hablar
de esto. Pero lo que necesito saber. ¿Vas a regresar a la escuela? Porque lo
digo en serio. No voy a ninguna parte. Así que si quieres volver, no quiero ser
la razón por la que no lo hagas.

Metí cabello pelo detrás de su oreja.


—Cuando me fui, me di cuenta de lo mucho que la extrañaba. Todas las
partes. El caos. —Kat asintió comprendiendo—. Pero cuando se cerró la
puerta en mi cara y mi mamá me dijo que te dejara calmarte, nunca había
extrañado a nada ni a nadie tanto. Quería correr tras de ti. Quería llamarte.
No podía pensar en otra cosa que no fueras tú. A pesar de que voy a
extrañar Springfield, te extraño más. Así que me voy a matricular en
Farmingdale State el próximo semestre y trasladarme.

—¿Estás seguro de que esto es lo que quieres? Porque…

Puse mi dedo en su labio.

—Sí.

Parpadeó, con lágrimas brillando en sus ojos.

—¿Harías eso por mí?

—No. Me gustaría hacer eso por nosotros. —Aplastó sus labios contra los
míos, y pude sentir su sonrisa tirando.

—Te amo —le susurré al oído.

—Nombra una cosa que te guste de mí —pidió.

—Puedo nombrar cinco —le dije, y ambos nos reímos. Se sentía tan bien reír.
Con Kat era tan fácil como respirar. No importaba lo que la vida nos
deparara, nos las arreglaríamos, y todavía encontraríamos una manera de
reír. Sin duda, sabía que esto era lo que quería para el resto de mi vida.

—Estoy esperando —dijo. Le hice cosquillas a sus costados y le di la vuelta


para sentarla encima de mí.

Puse un dedo en sus labios y le dije:

—Uno. Chupas tu labio inferior cuando estás nerviosa.

»Dos. Tu rostro se ilumina cada vez que le das a un niño su algodón de


azúcar. Es como si lo disfrutaras dándoselos tanto como disfrutan al
conseguirlo.

»Tres. Siempre hueles como algodón de azúcar, incluso no tienes.

»Cuatro. La manera de hablar acerca de su familia.


»Y cinco. La forma en que apoyas tu barbilla en tu mano y miras por la
ventana. No notas nada a tu alrededor. Estás solo en tu mente. Te observo
desde mi puesto en la parte superior del tobogán de agua y siempre quiero
saber lo que estás pensando —terminó conmigo.

—No puedo creer que recuerdes todo eso.

—Eso fue lo que empezó todo. Por supuesto que sí. Pero ahora hay más. —
Toqué su labio—. Seis, como cada vez que comes algo que te gusta, te
lames el labio inferior. —Me besó el punto entre las cejas—. Siete, la manera
en que arqueas la ceja cuando no puedes encontrar una palabra en tu
sopa de letras. Ocho, la forma en la que te acurrucas a mi lado. —Entrelacé
mis dedos con los suyos—. Nueve, cómo tus manos siempre están frías, pero
son el toque más cálido que he sentido nunca. —Me relajé a su lado, me
incliné y la besé—. Y diez. Estaba tan perdido. Buscando algo para llenar el
vacío. Pero siempre estaba buscando y nunca lo encontraba. Entonces
llamaste a mi puerta y en cuanto puse mis ojos en ti otra vez, ese vacío se
desvaneció. Me sentí completo de nuevo.

Una lágrima resbaló por su mejilla, y me asustó.

—¿Por qué estás llorando?

—Porque eso fue hermoso. Y el número diez. —Se mordió el labio y asintió
con la cabeza, arrugando la piel del puente de su nariz—. No me he sentido
completa en mucho tiempo tampoco. Pero de alguna manera contigo, lo
hago. No sé lo que habría hecho si te hubiera perdido.

—No lo hiciste. Y nunca lo harás.

—¿Lo prometes?

Besé su frente y la jalé hacia atrás, mirando la profundidad de sus ojos azules.
Las promesas se rompen tan fácilmente, pero nunca quería decepcionar a
Kat de nuevo.

—Siempre.
z
Theresa Paolo
Again es la primera serie, conformada por dos libros, que escribe bajo el
nombre de Theresa Paolo. También escribe bajo el seudónimo Tessa Marie,
cuya primera novela con ese nombre Home is where you are ha sido
publicada recientemente.

Entre sus otros proyectos se encuentra la serie Beds, en colaboración con


Cassie Mae, también conocida como Becca Ann.

No hay información sobre su vida personal.


Créditos
Moderadoras
 Lizzie Wasserstein
 veroonoel

Traductores
 âmenoire90  Jane'
 areli97  Lizzie Wasserstein
 Ateh  Lorenaa
 Azuloni  nikki leah
 BookLover;3  Pilar
 Debs  Salilakab
 Dianna K  Selene1987
 Edgli  Silvia Carstairs
 gemma.santolaria  Simoriah
 Helen1  VckyFer
 HeythereDelilah1007  Verae
 Itorres  Veroonoel
 Jadasa Youngblood

Corrección, Revisión y Recopilación:


 veroonoel

Diseño:
 July  Lizzie Wasserstein
www.bookzingaforo.com

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