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29 de septiembre de 2019 DIARIO PAGINA 12

El imperialismo no es un invento izquierdista…


Qué es el FMI: las “verdades ocultas”
El macrismo logró en sólo dos años una crisis externa y en menos de cuatro que el
centro del debate económico vuelva a ser el endeudamiento y sus condicionalidades.

Por Claudio Scaletta

En estas semanas queda en evidencia el rol que juega el FMI en condicionar al


próximo gobierno.

En materia económica nada reemplaza al vivo y en directo de la historia para desarmar


la ideología prolijamente construida. La referencia de la hora es sobre el rol que juega
el FMI . El macrismo llevó adelante la delicada tarea del ajuste infantil propuesto por
el organismo, pero el Fondo siguió actuando con criterios estrictamente políticos y
nada técnicos. Desde la noche del 11 de agosto cualquier observador, incluso
distraído, sabía que los 5400 millones de dólares restantes del acuerdo stand by no
llegarían para la administración cambiemita y que serían, en cambio, la primera
prenda de negociación con el futuro gobierno.

La apuesta principal, conseguir la continuidad de Mauricio Macri, se había esfumado y


sólo restaba intentar la continuidad de la política económica bajo el nuevo gobierno.
Agréguese el detalle de que para el todavía oficialismo recibir o no estos dólares no
cambia ya nada, mientras que para la administración que asuma en diciembre, cuando
las reservas netas del Banco Central bordeen el cero absoluto, ese mismo dinero
tendrá una significación muy distinta. Será la bandera de largada para el transitado

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camino de las condicionalidades, para el toma y daca básico de la acción política del
Fondo, cuya tarea histórica, además de surtir los dólares para la salida de los capitales
especulativos, es la imposición de políticas “coloniales”.

Las comillas para “coloniales” se justifican. Hablar de colonia supone hablar


de “imperio”, una palabra que la corrección política dominante siempre intenta enviar
al arcón de los “sectarismos izquierdistas”, pero que sin embargo posee una luminosa
claridad para explicar las relaciones económicas internacionales realmente
existentes.

“Las disputas comerciales” entre Estados Unidos y China, por ejemplo, son en realidad
una disputa por la hegemonía tecnológica, a su vez la base para el dominio sobre la
evolución de las productividades futuras de las economías. Es una lucha por la
hegemonía imperial en la que, como en el siglo XIX, las potencias se repartirán el
mundo. Que las potencias sean dos aportan la externalidad positiva de un grado de
libertad adicional para los países periféricos, a los que siempre les quedará el margen
de pivotear entre las distintas adscripciones, es decir conservarán la opción para elegir
socio en su inserción en la división internacional del trabajo, no mucho más.

La guía de las relaciones internacionales es siempre económica. No hay imperialismos


buenos e imperialismos malos, hay intereses. Sin embargo, también hay matices. Por
lo observado hasta ahora, incluso analizando la historia de los últimos siglos, China
siempre ejerció un imperialismo mucho menos invasivo (véase, por ejemplo, la
paradigmática obra de Jonathan Spence “En busca de la China moderna”). Establece
relaciones económicas e invierte en los países poseedores de los recursos que le
interesan, pero ello no va acompañado por la imposición de una dominación y de una

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ideología, es decir, por imponer a los países con los que se relaciona la política
económica que deben seguir. No es el caso estadounidense, huelga aclarar.

Luego, lo que define una relación imperial es la extracción del excedente colonial. Las
formas de extracción de este excedente fueron cambiando. Hubo un tiempo en que
directamente se plantaba bandera o se establecía el monopolio del comercio, como
por ejemplo en épocas del virreinato. Más tarde fueron las diferencias en “los
términos del intercambio”. En la contemporánea era del capital financiero el
mecanismo es más simple: el endeudamiento. El neoliberalismo extremista, con su
completa desregulación a la circulación de capitales y mercancías, es el régimen
preferido por este capital, por eso siempre termina en megadeuda. El aumento de las
obligaciones en divisas es inversamente proporcional a los grados de libertad de la
política económica. Una de las acciones clave del macrismo, su herencia más nefasta
ahorrando calificativos, fue la acelerada reconstrucción de la dependencia colonial a
través del endeudamiento desaforado en moneda extranjera, tal su “regreso al
mundo”.

No hace falta hilar muy fino para advertir que el centro del discurso político pasa
nuevamente por la renegociación de los pasivos externos y las condicionalidades que
ello supone. No se trata de exagerar, pero en diciembre de 2015 ni el más pesimista
de los pesimistas imaginaba que en menos de cuatro años todo el debate político
estaría nuevamente subsumido por las condicionalidades tácitas y explícitas del
endeudamiento. Mucho menos luego del gran salto adelante que el país había dado al
deshacerse de la tutela del Fondo a un costo altísimo apenas una década antes. En sólo
poco más de dos años el macrismo saltó de una economía desendeudada a una crisis
externa y la vuelta a la sujeción al FMI. Los juicios morales no corren en economía,
son incluso improcedentes, pero en términos políticos es imperdonable y no hay
futuro posible si los responsables de este verdadero latrocinio quedan nuevamente

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impunes. El problema es que el núcleo responsable es mucho más amplio que el de
los funcionarios directos. Además del oficialismo, hubo una extendida porción de la
clase política pasivamente cómplice.

El rol del FMI es por demás claro. Aparece como prestamista de última instancia
cuando las cuentas externas de los países entran en rojo furioso y el crédito
“voluntario” se corta. Aporta, como se dijo, los dólares para que los capitales
especulativos a los que representa abandonen la plaza, dejando como contrapartida
el instrumento de sujeción de la deuda, e impone, “a pedido de los países”, un plan de
estabilización estándar que sólo consiste en ajustar por la vía de la caída del nivel de
actividad. De nuevo, la estabilización de las cuentas externas se obtiene por la vía de
la caída de la actividad interna lo que supone caída de las importaciones. El objetivo
no es otro que el de las clases dominantes locales y globales, que trabajan en
conjunto: destruir las funciones del Estado con la excusa de que se debe reducir el
déficit fiscal sólo por la vía de ajustar el gasto y no los ingresos. Nótese que reducir
los Estados es funcional al doble propósito de bajar los impuestos y reducir su poder
de interferencia en la libre circulación de capitales y mercancías. De lo que se trata es
de mantener un determinado orden económico y el lugar en la división internacional
del trabajo y las políticas que el capitalismo occidental quiere para países como, para
el caso, Argentina. El broche es que los excedentes de divisas no se destinen al
desarrollo, sino al pago de intereses.

Hoy el debate es pasar del crédito puente para la estabilización, al acuerdo de


facilidades extendidas, que es el de las condicionalidades de largo plazo para
transformar definitivamente el sector público y retrotraer los derechos de los
trabajadores. Se trata de hacer las reformas clásicas que siempre pide el organismo:
la previsional y la laboral y de continuar con el círculo vicioso de la reducción de las
funciones del Estado.

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Seguir los planes de los acuerdos con el FMI significa entonces consolidar y
profundizar las transformaciones estructurales logradas por el macrismo en tiempo
récord. ¿Será este el deseo que expresará la voluntad popular el próximo 27 de
octubre? ¿El único camino que tiene el país es mantener la subordinación al Fondo y
por extensión al capital financiero? El futuro depende de muy pocas respuestas que
algunos actores dan por sentadas, quizá equivocadamente.

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