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Ahora en serio: ¿para qué sirven el latín y el griego hoy en día?

Para responder a esta pregunta, muchos profesores, estudiosos y simples aficionados han
escrito cantidad de artículos que, en mi opinión, suelen quedarse en lo superficial, en lo
anecdótico, todos resumibles en que el latín y el griego sirven para conocer las etimologías
de las palabras del castellano. Suelen estar estos artículos trufados de ejemplos de
etimologías efectivamente curiosas, así como anécdotas ocurrentes, entre las cuales se
encuentra aquella famosa de que el latín sirve para que a los habitantes de Cabra (pueblo
de Córdoba) se les llame egabrenses y no cabrones.

Yo, como filólogo clásico, contribuiré con otro artículo más, aunque intentaré ⁠—⁠que no sé si
lo conseguiré⁠—⁠ dar una visión más realista y útil, tomando, remozando y añadiendo
argumentos a favor de la enseñanza de las lenguas clásicas.

1. ¿De verdad tienen que servir para algo?


¿Para qué sirve la música? ¿Para qué sirve la pintura? ¿Para qué sirve la literatura? Si nos
vamos a preguntas tan absurdas como «¿Y el latín para qué sirve?», veo lícito continuar la
lista con otras preguntas igualmente absurdas. A este respecto quiero citar una frase que leí
recientemente, precisamente de una web eminentemente científica, de Baruch Spinoza:

Todos los prejuicios que intento indicar aquí dependen de uno solo, a saber: el hecho de
que los hombres supongan, comúnmente, que todas las cosas de la naturaleza actúan, al
igual que ellos mismos, por razón de un fin.

Quizá el hecho de que algo que no sirve de mucho en la vida real nos apasione tanto es
una de las tantas cosas bellas de las humanidades.

2. Para conocer mejor nuestra propia lengua, el español


Aparte de las consabidas etimologías, de las que en este blog solemos dar buena cuenta, el
griego y el latín nos ayudan a conocer nuestra propia lengua, no solo a nivel léxico, sino
también sintáctico, morfológico, fonético-fonológico y gramatical en general.

Igual que, como se suele decir, para conocer nuestro presente, hemos de conocer nuestro
pasado, para conocer bien nuestra lengua, hemos de conocer a su madre, el latín, y a su tía
lejana, el griego. El estudio de la historia, fonética y morfología del latín nos permitirá
conocer los entresijos del español.

3. Para conocer mejor nuestra estupenda literatura


Es impensable leer a Quevedo, a Garcilaso, a Góngora o a Cervantes sin saber los
rudimentos de la mitología y literatura grecolatinas
Todavía me entra la risa cuando recuerdo mis clases más básicas de literatura española, en
las que oí más de una vez que el Quijote podía considerarse la primera novela de la
literatura universal, y que el Lazarillo era la primera novela picaresca.
Sin ir más lejos, estas dos magníficas obras beben directamente ⁠—⁠cada una a su manera⁠—⁠
de la novela picaresca latina del siglo II El asno de oro. También es impensable leer ⁠—⁠por
nombrar solo a los más conocidos⁠—⁠ a Quevedo, a Garcilaso o a Góngora sin saber los
rudimentos de la mitología y literatura grecolatinas.

4. Para facilitar el aprendizaje de otras lenguas europeas


Y digo lenguas europeas en general, la inmensa mayoría de las cuales ⁠—⁠como el alemán,
tan popular últimamente⁠—⁠ son de origen indoeuropeo, como el latín. Las lenguas clásicas,
al contrario que muchas de las lenguas modernas, eran bastante más complejas; ya se
sabe: los famosos casos, una morfología y sintaxis enrevesadas, elementos ya
desaparecidos como los participios de presente o de futuro, etc.
5. Para facilitar el aprendizaje del inglés
El 62 % del vocabulario inglés procede del latín (45 % francés y 17 % latín)
El inglés es una lengua germánica, como el ya mencionado alemán. Sin embargo, a efectos
prácticos y de aprendizaje, la sinergia con el latín puede ser mucho mayor que con las otras
lenguas germánicas.
Van Gelderen, en su A History of the English Language, estima que el vocabulario actual del
inglés procede en casi un 62 % del latín (45 % a través del francés y 17 % directamente del
latín). En cuanto a la sintaxis, también está fuertemente influida por el latín (supongo que a
través, en gran medida, de la Biblia), como las oraciones de infinitivo inglesas.

6. Para facilitar el aprendizaje de otras lenguas romances: italiano, francés, catalán, gallego,
rumano…
Esta es de cajón, y no creo que haya que detenerse a explicarlo con mayor detalle. Si
conocemos a la madre, podremos intuir por dónde tirarán las hijas.

7. Para ayudarnos con la ortografía en general


Tener unas nociones más bien básicas de latín y griego nos puede salvar muchas veces de
cometer faltas de ortografía en bastantes idiomas. Recuerdo un libro de Inglés para
alcanzar el nivel C1, en el que un simulacro de examen tenía una anotación que debía de
ser más o menos así: «Tranquilo: no te pediremos que escribas palabras de ortografía difícil
como rhythm ‘ritmo’». La dificultad, realmente, no es tal, ya que con acudir la primera
semana a la clase de Griego de 1.o de bachillerato se aprende que ῥυθμός se translitera al
abecedario latino como rhythmos. Fin del problema.

También en el español, lengua razonablemente conservadora con las grafías etimológicas,


nos vemos beneficiados de esto. Ya hablé hace un tiempo del jaleo que tenemos con la ‹b›
y la ‹v› y de la cantidad de gente que escribe, por ejemplo, «gobierno» con ‹v›, tal que
*⁠‹govierno›. Tal sustantivo se escribe con ‹b› porque era con ‹b› en latín, que lo tomó a su
vez del griego, en el que también era, en este caso, con β. De paso, aprendemos la
metáfora que hay en la palabra: el κυβερνήτης y el gubernator eran los que guiaban una
nave, el timonel; de ahí, pasó a llamarse gobernador al que guiaba la nave del estado. De
hecho, según me consta, en la terminología náutica el verbo propio para ‘conducir una nave’
sigue siendo «gobernar(la)».

Igualmente nos sirve para saber dónde va la diabólica ‹h› de «desahucio».

8. Para conocer nuestra cultura, la occidental


La cultura occidental tiene sus raíces (y tronco) en la cultura grecolatina. Ya lo hemos dicho,
pero lo repetiremos: si no conocemos los orígenes de nuestra historia, difícilmente
podremos comprender el presente.

La democracia ateniense ⁠—⁠que, realmente, no era tan ideal como solemos pensar, cosa
que se puede aprender en clase de Cultura Clásica⁠—⁠, el derecho romano, el alfabeto y el
abecedario, la filosofía, la música, la arquitectura…

9. Para no pasar vergüenzas


Me apena ⁠—⁠tanto en su uso del español de España como en el de América⁠—⁠ leer y oír los
incorrectos latinajos de los que gusta la gente. Muy recientemente, sin ir más lejos, he
escuchado a una profesora de universidad emplear dos veces en una sola clase «condición
*sinequanum» ⁠—⁠que ese ‑um suena muy a latín⁠—⁠ en lugar del correcto «condición sine
qua non».

También son cuando menos vergonzosos casos como este, también en meneame.net
⁠—⁠donde la gente suele lanzarse con avidez a corregir cualquier falta ortográfica⁠—⁠: *pullae,
nada menos que en el título. A día de hoy, más de 5000 clics en la noticia. El titular sigue
incorrecto. Más de 5000 personas han leído el artículo, de lo que es de suponer que al
menos 10 000 han visto ese titular, pero nadie se ha percatado de la falta de ortografía,
grave, más que nada, porque puella, puellae es una palabra que se aprende en la primera
semana de clase de Latín.

10. Para saber que la palabra «ratio» es femenina


Es solo un ejemplo, pero creo que está bien traído por ser precisamente una palabra que
emplean ⁠—⁠y mal, en masculino⁠—⁠ bastante los científicos. Aunque acabe en ‑o, «ratio» es
femenina, igual que «razón» y «ración», ya que, de hecho, son la misma palabra, solo que
«ratio» puede considerarse cultismo, mientras que «razón» y «ración» son esa misma
palabra evolucionada según diversas formas.

Para saber que la palabra «ratio» es femenina, no hace falta ni siquiera saber intrincadas
reglas, sino simplemente haber llegado a la tercera declinación (segundo mes del primer
curso de Latín). En esta declinación, muchas palabras tienen sus temas con un sufijo
‑tio(n), que forma sustantivos femeninos y que en español evoluciona a ‑ción, igual que «la
canción», «la aplicación», etc.

11. Para conocer el vocabulario científico, médico, jurídico…


Es vox populi que, debido al estatus de lingua franca que ha tenido el latín durante siglos, el
léxico científico (entre otros) está plagado de raíces griegas y latinas. Un hispanohablante,
por muy iletrado que sea, sabe perfectamente las funciones del oculista y del dentista,
aunque no tanta gente sabe las del oftalmólogo y las del odontólogo. Curiosamente, por
cierto, tanto la raíz de «oculista» y la de «oftalmólogo» por un lado, y la de «dentista» y la
de «odontólogo» por otro, tienen la misma raíz indoeuropea; pero eso ya queda fuera del
conocimiento básico de instituto, lo reconozco.
La estomatología no se preocupa de nuestro estómago, sino de nuestra boca, que es lo que
significa στόμα [⁠ˈ⁠stoma]; quienes se preocupan de nuestro estómago son los
gastroenterólogos, pues γαστήρ [ga⁠ˈ⁠steːɾ] es el estómago; los gasterópodos son los
animales que parece que andan con su estómago; el podólogo es quien nos cura los pies;
los cefalópodos son los animales que tienen, por así decirlo, los pies en la cabeza; cuando
tenemos dolor de cabeza, decimos que tenemos cefalea…

Tampoco a los científicos de todos los tiempos se les han caído los anillos no ya por saber
latín y griego, sino por escribir sus revolucionarias obras en latín. No hace falta que nos
vayamos a los tiempos de Arquímedes, Vitruvio o Newton: basta con recordar la exquisita
educación clásica de Isaac Asimov, quien por cierto escribió un interesante libro, difícil de
encontrar en castellano, titulado Words from the Myths, en el que investiga los mitos
clásicos en busca de la abundante terminología científica sacada de ellos.

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