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Para responder a esta pregunta, muchos profesores, estudiosos y simples aficionados han
escrito cantidad de artículos que, en mi opinión, suelen quedarse en lo superficial, en lo
anecdótico, todos resumibles en que el latín y el griego sirven para conocer las etimologías
de las palabras del castellano. Suelen estar estos artículos trufados de ejemplos de
etimologías efectivamente curiosas, así como anécdotas ocurrentes, entre las cuales se
encuentra aquella famosa de que el latín sirve para que a los habitantes de Cabra (pueblo
de Córdoba) se les llame egabrenses y no cabrones.
Yo, como filólogo clásico, contribuiré con otro artículo más, aunque intentaré —que no sé si
lo conseguiré— dar una visión más realista y útil, tomando, remozando y añadiendo
argumentos a favor de la enseñanza de las lenguas clásicas.
Todos los prejuicios que intento indicar aquí dependen de uno solo, a saber: el hecho de
que los hombres supongan, comúnmente, que todas las cosas de la naturaleza actúan, al
igual que ellos mismos, por razón de un fin.
Quizá el hecho de que algo que no sirve de mucho en la vida real nos apasione tanto es
una de las tantas cosas bellas de las humanidades.
Igual que, como se suele decir, para conocer nuestro presente, hemos de conocer nuestro
pasado, para conocer bien nuestra lengua, hemos de conocer a su madre, el latín, y a su tía
lejana, el griego. El estudio de la historia, fonética y morfología del latín nos permitirá
conocer los entresijos del español.
6. Para facilitar el aprendizaje de otras lenguas romances: italiano, francés, catalán, gallego,
rumano…
Esta es de cajón, y no creo que haya que detenerse a explicarlo con mayor detalle. Si
conocemos a la madre, podremos intuir por dónde tirarán las hijas.
La democracia ateniense —que, realmente, no era tan ideal como solemos pensar, cosa
que se puede aprender en clase de Cultura Clásica—, el derecho romano, el alfabeto y el
abecedario, la filosofía, la música, la arquitectura…
También son cuando menos vergonzosos casos como este, también en meneame.net
—donde la gente suele lanzarse con avidez a corregir cualquier falta ortográfica—: *pullae,
nada menos que en el título. A día de hoy, más de 5000 clics en la noticia. El titular sigue
incorrecto. Más de 5000 personas han leído el artículo, de lo que es de suponer que al
menos 10 000 han visto ese titular, pero nadie se ha percatado de la falta de ortografía,
grave, más que nada, porque puella, puellae es una palabra que se aprende en la primera
semana de clase de Latín.
Para saber que la palabra «ratio» es femenina, no hace falta ni siquiera saber intrincadas
reglas, sino simplemente haber llegado a la tercera declinación (segundo mes del primer
curso de Latín). En esta declinación, muchas palabras tienen sus temas con un sufijo
‑tio(n), que forma sustantivos femeninos y que en español evoluciona a ‑ción, igual que «la
canción», «la aplicación», etc.
Tampoco a los científicos de todos los tiempos se les han caído los anillos no ya por saber
latín y griego, sino por escribir sus revolucionarias obras en latín. No hace falta que nos
vayamos a los tiempos de Arquímedes, Vitruvio o Newton: basta con recordar la exquisita
educación clásica de Isaac Asimov, quien por cierto escribió un interesante libro, difícil de
encontrar en castellano, titulado Words from the Myths, en el que investiga los mitos
clásicos en busca de la abundante terminología científica sacada de ellos.