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Ricardo Gárrett B.

Comentario
al
Evangelio de Juan

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Introducción

La presente obra es una ayuda y una guía para leer el Evangelio de Juan con mejor
entendimiento. Debe ser leída solamente con el Evangelio de Juan abierto en la mano, leyendo
primero la sección de Juan mencionada en el encabezamiento y luego la interpretación aquí
presentada. También es conveniente que el lector lea todo el Evangelio de Juan antes de
empezar la lectura de esta interpretación y que vuelva a leer el evangelio después de terminar.

Esta interpretación toma ideas de muchos comentarios sobre el Evangelio de Juan. No se


han incluido notas reconociendo la fuente de cada idea, para no entorpecer la lectura y, en
muchos casos, porque el que escribe ya no se acuerda de quién la recibió. Sin embargo, quiere
reconocer su deuda con los muchos a cuyos pasos está siguiendo en el estudio de Juan.

El autor

Desde fines del segundo siglo d.C., la mayoría de los cristianos han identificado al autor
del cuarto evangelio como Juan, hijo de Zebedeo, uno de los doce apóstoles. Cierta evidencia que
podemos descubrir en el mismo evangelio apoya esta identificación:

1. El evangelio identifica a su autor como «el discípulo a quien Jesús amaba» (21:20,24), y
dice que este discípulo acompañó a Jesús en los eventos de su pasión (sufrimiento y
muerte) y resurrección (13:23; 19:26; 20:2-8; 21:7). Es natural pensar que fue uno de los
doce.
2. Este «discípulo amado» se asocia con Simón Pedro (13: 23-24; 20:2). Aparece un discípulo
sin nombre en 1:35- 40, acompañando a Andrés, el hermano de Pedro, y en 18:15-16,
acompañando a Pedro. Es posible que se trate del «discípulo amado» en estos pasajes,
también. Los evangelios sinópticos indican que los pescadores Simón y Andrés fueron
socios de Juan y Jacobo, hijos de Zebedeo (Lucas 5:10; Marcos 1:16-20 y sus paralelos en
Mateo y Lucas), y que Simón Pedro, Jacobo y Juan formaban un grupo de compañeros más
íntimos de Jesús entre los Doce (Marcos 5:37; 9:2; 14:33 y paralelos). Jacobo murió
alrededor de 44 d.C., antes de la época de producción de evangelios escritos y mucho
antes de la composición del cuarto evangelio. Es natural, entonces, identificar el «discípulo
amado» con Juan.
3. El cuarto evangelio es el único que no cita los nombres de Juan, de su hermano Jacobo, o
de su padre Zebedeo (salvo en el apéndice, 21:2). Tal vez esto se deba a la modestia del
evangelista y su deseo de mantener el anonimato.

Sin embargo, hay otras evidencias que indican que la redacción final del evangelio fue
obra, no del «discípulo amado», sino de un discípulo suyo:

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1. Es difícil pensar que el evangelista fuera tan modesto que no usó su propio nombre, y sin
embargo se distinguió a sí mismo entre los Doce como «el discípulo a quien Jesús amaba».
Es más lógico pensar que este título fue insertado por un alumno del «discípulo amado»
donde éste, en su predicación o en un escrito anterior, había hablado solamente de un
discípulo anónimo.
2. Parece que la edición del evangelio que hoy conocemos fue realizada después de la muerte
del discípulo amado (21:23).
3. El evangelio se refiere al «testimonio» del discípulo amado en tercera persona, dando la
impresión de que otros hablan de él (19:35; 21:24).

Para explicar estos dos tipos de evidencia, se ha formulado la hipótesis de que el cuarto
evangelio es obra de un discípulo o unos discípulos de Juan el hijo de Zebedeo. Éstos recopilaron
la enseñanza de su maestro para uso de su comunidad cristiana, la cual seguía a Juan como su
maestro y líder. Juan supervisó esta tarea mientras vivía. Cuando murió, los discípulos produ-
jeron una redacción final de su obra, la que conocemos como el Evangelio de Juan. Ya que Juan
supervisó esta obra, y se basa en su predicación, no es incorrecto hablar de Juan como el autor
del evangelio (21:24), aun cuando fueran discípulos de Juan quienes fueron responsables de su
redacción final.

Fecha y lugar de composición

Una fuerte tradición cristiana, del segundo siglo d.C., dice que Juan vivió las últimas
décadas de su vida en Éfeso, y allí produjo su evangelio. La misma tradición dice que Juan sufrió
exilio en la isla de Patmos bajo el emperador romano Domiciano, pero que regresó a Éfeso
después de la muerte de éste (Domiciano murió en 96 d.C.) y allí murió. Si la edición final del
evangelio se compuso con ocasión de la muerte de Juan, podemos fecharla entre 97 y 100 d.C.
Esta fecha concuerda con la sugerencia en Juan 21:18-23, que el discípulo amado murió mucho
después que Pedro (entre 64 y 68) y los otros apóstoles.

El Evangelio de Juan refleja el conflicto final entre judíos y cristianos, que produjo la
rotura definitiva entre sinagoga e iglesia (Juan 7:13; 9:22, 34; 12:42; 16:2; 19:38). Al principio
de la predicación cristiana, muchos cristianos seguían participando en la vida judía y en los cultos
de la sinagoga (Hechos 2:46; 3:1; 13:14-15; 14:1; 17:1-2, 10; 18:4, 26; 19:8). Sin embargo, después
de la destrucción de Jerusalén en 70 d.C., los judíos ya no aceptaban a cristianos en sus
sinagogas, y los querían expulsar. Durante un tiempo, algunos intentaron ser discípulos secretos
de Jesús y continuar participando en la sinagoga. Los pasajes de Juan mencionados en este
párrafo reflejan precisamente esta situación, pero el conflicto final terminó una década o más
antes de la fecha que se postuló en el párrafo anterior. Este es uno de los indicios de que hubo,
cuando menos, una edición del Evangelio de Juan anterior a la que conocemos hoy. Hay que

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fechar esta «primera» edición alrededor del 80 d.C., cuando la comunidad de Juan, como otras
congregaciones cristianas, pasó por la separación definitiva del judaísmo. Es menester aclarar
que la existencia de esta primera edición es una implicación sacada de la evidencia; no existe
ninguna copia de tal edición.

Propósito

Las palabras claves en el Evangelio de Juan son creer y vida. El evangelista expresa su
propósito con estos dos términos (20:31). Emplea la palabra «creer» casi cien veces y «vida» o
«vivir» más de cincuenta. Juan y sus discípulos escriben para testificar que la única verdadera
vida es la que Jesucristo ofrece a los que creen en él.

Nota:

En esta obra, un número entre paréntesis, como (1) o (25), se refiere al versículo así
numerado en el pasaje que se está tratando. Las citas de la Biblia son de la Versión Reina-Valera
Actualizada (Editorial Mundo Hispano, 1989).

El Prólogo

El Evangelio de Juan comienza con un poesía majestuosa que presenta a Jesús como el
Verbo o Palabra eterna de Dios (1), como el Creador (3), la Vida y la Luz (4). Es posible que este
prólogo se base en un himno que la comunidad cantaba en adoración a Cristo.

1. El Logos y Dios 1:1-2

Las primeras palabras de Juan son las mismas con las cuales comienza el libro de Génesis:
«En el principio». Cuando ocurrió la Creación, el «Verbo» o palabra (en griego, Logos) ya existía.
Con el título Logos, Juan describe al unigénito Hijo de Dios (14), quien fue encarnado en el mundo
como Jesucristo (17). En Génesis, Dios creó por hablar (Génesis 1:3, 6, 9, 11, 14, 20, 22, 24, 26);
Salmo 33:9 dice, «Porque él dijo, y fue hecho; él mandó, y existió.» El evangelista identifica esta
palabra creadora y poderosa con la Persona que va a describir en esta obra.

El Antiguo Testamento no habla de la presencia de la Palabra con Dios antes de la


creación, pero Proverbios 8:22-36 describe la sabiduría como existente «desde la eternidad» y
«antes de la tierra» (8:23). El concepto de la sabiduría preexistente parece ser parte del
trasfondo del concepto joánico del Logos. El desarrollo de las funciones de la sabiduría en este
pasaje de Proverbios es paralelo al orden del prólogo de Juan:

1. La sabiduría es «un artífice maestro» (8:30) cuando Dios crea el mundo (8:26-30); el
Logos en Juan también fue el agente de Dios en la Creación (1:3).

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2. La sabiduría habita en la «tierra habitada» (Proverbios 8:31); el Logos «en el mundo
estaba» (Juan 1:10).
3. La sabiduría enseña a los hombres de qué manera pueden hallar la vida (Proverbios 8:32-
36); el Logos les ofrece la oportunidad de hacerse «hijos de Dios» (Juan 1:12), y así
participar en la vida que es propia sólo de Dios (Juan 1:4).

Al aplicar Proverbios 8 a Jesucristo, el evangelista hace dos cambios importantes.


Primero, en lugar de hablar de la creación de Cristo, afirma que él ya existía en el principio (Juan
1:1; Proverbios 8:22-23). Segundo, no llama a Jesucristo «sabiduría» sino palabra o Logos. Con
este término añade al concepto de la sabiduría el de la palabra poderosa de Dios. Este concepto
no se limita en el Antiguo Testamento al evento de la creación, mencionado arriba. En el
pensamiento bíblico, la palabra tiene un poder que no puede ser cancelado una vez que se
pronuncia. La traducción «Verbo» busca expresar este dinamismo. Por ejemplo, cuando Jacob
engaña a su padre Isaac y éste le bendice pensando que es su hermano Esaú, la bendición no
puede ser cancelada o transferida a pesar del engaño (Génesis 27:33-35). Cuánto más poder
tiene la palabra de Dios. Sale de él y no volverá vacía, sino que cumplirá la misión que Dios le ha
dado (Isaías 55:10-11). De la misma manera, el Logos en Juan 1:1-18 está con Dios en el principio,
y baja a la tierra para hacer su voluntad. Al final del prólogo, está de nuevo junto a Dios (18),
pero ha hecho lo que Dios quiere. Es posible que Isaías 55:10-11 sea la fuente del concepto
«palabra» que el prólogo emplea para describir al Enviado.

Hay también un trasfondo griego del concepto del Logos o palabra. En el pensamiento
griego el Logos era una palabra o discurso hablado, pero también era el principio o poder que da
organización y sentido al universo. Aunque el concepto del Logos en el Prólogo de Juan se basa en
el Antiguo Testamento y no en la filosofía griega, sirvió como un puente entre los dos mundos y
aparentemente facilitó la comunicación de la verdad acerca de Jesús a los gentiles de la
comunidad de Juan.

Con la mención del Logos, Juan 1:1 declara que Dios tenía el propósito de darse a conocer
aun antes de la Creación. Habló para que los hombres lo escucharan y lo conocieran (Hebreos 1:1-
2). Quiere que lo conozcamos en una relación personal, y mandó su «Palabra» para ofrecemos
esta relación. El Logos se expresó en la creación (1:3) y en las palabras del Antiguo Testamento,
pero su expresión definitiva y completa es la encarnación de Jesucristo (14). El evangelista
tratará la superioridad de la revelación en Jesús a la revelación en el Antiguo Testamento en
todo el Libro de Señales, la primera mitad de su obra (caps. 1-12). Esta «Palabra» es una
persona, porque palabras abstractas no bastan para expresar la plenitud personal de Dios.

La segunda declaración de Juan 1:1 es que la Palabra existía en relación y comunicación


íntima «con Dios» (1b). Proverbios 8:30 declaró lo mismo de la sabiduría; el poema del Logos

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recoge esta idea y la profundiza. La sabiduría es personificada (tratada como si fuera una
persona) en Proverbios 8, pero los cristianos que cantan este himno han descubierto que la reve-
lación final de Dios es una persona. La preposición «con» no describe solamente una posición o
colocación, sino una relación. Dios y el Verbo expresaban el amor entre sí, antes de que
existieran otros seres para amar. Dios no empezó a amar cuando creó al hombre, sino que «es
amor» (1 Juan 4:8) eternamente. Relacionarse con otras personas es la naturaleza de Dios, como
es la naturaleza del hombre.

Finalmente, Juan 1:1 afirma que el Verbo tiene la misma naturaleza que Dios. El evangelista
no está diciendo que Jesucristo es idéntico a Dios su Padre, revelado en el Antiguo Testamento.
Más bien afirma que es de la misma naturaleza divina, igual a él en dignidad. Sin embargo, la
expresión no significa solamente «era divino». Es difícil de traducir, porque comunica algo del
misterio de la Trinidad. El sorprendente descubrimiento de los primeros discípulos fue que el
Jesús humano que anduvo entre ellos es también Dios.

Juan 1:2 resume las primeras dos declaraciones acerca de Jesucristo, la Palabra de Dios.
Es posible que se repitan para enfatizar la distinción entre el Logos y Dios el Padre después de
la tercera declaración, «el Logos era Dios». También puede ser una transición que apunta ya
hacia la Creación que se describirá en los versículos 3 y 4.

Los versículos 1 y 2 están llenos de misterios que no podemos entender, pero ensalzan la
naturaleza suprema del Logos. Dios mandó a este Verbo al mundo para revelarse a sí mismo, para
revelar su amor y para llamarnos a una relación con él. El que vino a revelar a Dios y salvamos no
es un mensajero creado, sino uno que ha experimentado la verdad celestial personalmente, uno
que es Dios mismo.

2. El Logos y la creación 1:3-5

El evangelista ha dicho en 1:1 que el Verbo siempre existía, que estaba en comunión
estrecha con Dios, y que su naturaleza era divina. El versículo 3 añade que el Verbo fue el agente
de Dios en toda su creación. El evangelista sigue interpretando Génesis 1, que describe a Dios
hablando para crear (Génesis 1:3, etc.). También está aplicando a Jesús otros pasajes del
Antiguo Testamento como Salmo 33:6a: «Por la palabra de Jehovah fueron hechos los cielos».
Los rabíes afirmaron que el agente de Dios en la Creación fueron las «diez palabras» (así
llamaban los mandamientos) de la Ley; este himno insiste que fue la Palabra (singular), quien
ahora ha entrado en su creación.

No hay nada de lo que existe que no tenga relación con el Verbo y obligación a él, porque él
lo creó. Por otro lado, la insistencia en la creación por medio de la Palabra comunicada de Dios

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también nos enseña que el propósito de Dios en crear fue revelarse y buscar una comunicación
y relación personales con los que él creó.

Como la nota en la Versión Reina-Valera Actualizada refleja, hay discusión acerca de


dónde dividir los versículos 3 y 4. Los manuscritos más antiguos del Nuevo Testamento no tienen
puntuación, y la división en versículos no existió antes del siglo XVI. La lectura de la nota es la
que encontramos en todos los escritores que citan el pasaje antes del cuarto siglo. Esta lectura
también preserva la forma retórica de las cláusulas, en la cual el último elemento de cada
cláusula se repite como el primero de la siguiente. Por estas razones es probable que el
evangelista quisiera escribir: «Lo que ha sido hecho en él era vida».

En cualquier caso, toda la creación de Dios por medio de su Hijo apunta hacia la «vida» (4).
Es la primera mención de esta palabra clave en el Evangelio de Juan. Génesis 1 sugiere que las
cosas inanimadas y también las plantas fueron creadas para sostener la vida de los animales y del
hombre. El propósito de Dios desde «el principio» fue crear «vida.» Génesis 3:22 sugiere que «el
árbol de la vida» provee una cualidad que la vida no tiene antes de comer de él: el que come de
este árbol vivirá para siempre. Es probable que Juan 1:4 de la misma manera quiere sugerir un
doble sentido de «vida». Dios creó el mundo para sostener la vida, pero la vida verdaderamente
humana es más que biológica. Esta dimensión adicional se encuentra solamente «en él»: en una
relación personal con el Verbo y con Dios por medio de él. El Logos ha entrado en su creación
para completar su obra, o para inaugurar una nueva creación, la de una vida que no pertenece a
este mundo de pecado.

En una relación con Cristo el hombre descubre el propósito de su existencia. Juan expresa
este descubrimiento con la palabra «luz» (4). Esta palabra será frecuente en Juan (ver
especialmente 8:12 y 9:5), y su connotación sicológica es sumamente positiva. Sugiere
entendimiento y gozo. En 3:19-21 veremos que también incluye la rectitud moral. La asociación de
los árboles de vida y de conocimiento en Génesis 2:9 puede ser la fuente de la asociación de vida
y luz aquí. La luz sirve como un símbolo de la vida en otros pasajes del Antiguo Testamento, como
Job 3:16 y Salmos 36:9 y 49:19.

El propósito de Dios en crear el mundo por medio de su Hijo el Logos fue totalmente
positivo. Quiere que todos los hombres tengan vida en toda su plenitud, que tengan luz (alegría,
entendimiento, propósito, rectitud) en abundancia.

Dios ha mandado la luz a nuestro mundo de tinieblas (5). El mundo está en tinieblas porque
está separado de Dios, y la figura de tinieblas sugiere que esta separación produce ignorancia,
temor y dolor. También produce muerte, porque la luz es la vida que Dios ofrece al hombre (4).
Las tinieblas también se mencionan en la historia de la creación (Génesis 1:2). En Génesis 3, el

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hombre entra en las tinieblas cuando rechaza la vida y luz que Dios ofrece. Job 29:3 habla de la
luz de Dios que resplandece en las tinieblas: «a su luz yo caminaba en la oscuridad». Sea que el
evangelista quiera que pensemos en estos pasajes o no, los lectores sabemos que este mundo
queda en tinieblas por su rebelión contra Dios. Sin embargo, aun en medio de la rebelión e
ignorancia y temor y dolor y muerte, Dios sigue mandando su luz. Quiere que lo conozcamos y
actúa para darse a conocer. Es posible que el evangelista piense ya en la venida del Verbo, Jesús,
al mundo, pero es más probable que aquí se refiera a la revelación anterior de Dios, documentada
en el Antiguo Testamento.

La palabra traducida «vencieron» también puede significar «entendieron». El Evangelio de


Juan utiliza dobles sentidos con frecuencia, y es probable que aquí haya uno. El mundo es
«tinieblas», y no puede entender la luz de Dios. Resiste la revelación de Dios y busca vencerla. El
comienzo de esta resistencia se narra en Génesis 3. Pero «la luz» es de Dios y, por lo tanto,
tiene poder superior a las tinieblas. De la misma manera que la luz y la oscuridad físicas no
pueden coexistir, y que es la naturaleza de la luz disipar las tinieblas, así también la luz
espiritual no será apagada por las tinieblas del pecado. Las tinieblas amenazaron el plan de Dios
en Génesis 3, pero no lo vencieron (ver Génesis 3:15). Así será también en el Evangelio de Juan y
a través de toda la historia humana.

3. El testimonio de Juan el Bautista al Logos 1:6-9

En cada uno de los evangelios del Nuevo Testamento, el ministerio de Jesús comienza con
la predicación de Juan el Bautista (Marcos 1:2-11; Mateo 3:1-17; Lucas 3:1-20; Juan 1:19-34). El
cuarto evangelio llama al Bautista simplemente «Juan,» y no da mucha atención a la actividad
bautizadora de Juan, sino que enfatiza constantemente su obra de testimonio. Dios, quien tiene
la intención de darse a conocer desde el principio (1), comienza la obra de abrir los ojos humanos
para que lo conozcan (5) enviando un hombre (6). Ya que Dios lo envió, su mensaje tiene autoridad
divina. La misión de este hombre fue dar «testimonio» de la luz que resplandece en Cristo (7).

«Testimonio» es una palabra importante en el Evangelio de Juan. Dios provee el


testimonio para ayudar al hombre a tomar la decisión correcta acerca de Jesús y así ver la luz.
Pero ¿cómo es posible que haga falta un testimonio de la luz? ¿Acaso ésta no es evidente en sí?
El testimonio es necesario por la oposición de las tinieblas a la luz (5). El hombre ha cerrado sus
ojos a la luz, y hace falta un testigo para llamarle a abrirlos (7).

Según 1:7, el testimonio de Juan se dirige a «todos». Históricamente la obra de Juan se


limitó al pueblo judío. Aun entre ellos no viajó de ciudad a ciudad, sino que predicó en el desierto
de Judea a los que venían a él (1:28). Sin embargo, el evangelista declara que su testimonio es

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universal, porque el testimonio de Juan es el mismo que los cristianos predican. Cuando uno da
testimonio de Jesús, está continuando la misión de Juan el Bautista.

El versículo 8 establece la superioridad de Jesús sobre Juan. Es interesante que el


Evangelio de Juan recalca la subordinación de Juan el Bautista a Jesús cada vez que menciona a
aquél (1:15, 27, 31; 3:30; 10:41). Es probable que esto se debe a que la comunidad joánica se
enfrentaba con un grupo que afirmaba que Juan el Bautista, y no Jesús, era el Mesías. Hechos
18:24 a 19:7 mencionan a «discípulos» (Hechos 19:1) que conocían «solamente el bautismo de
Juan» (18:25 y 19:3). Uno de ellos, Apolos, aprendió más de Priscila y Aquila, y Pablo instruyó a
otros, pero es probable que hubiera otros que todavía seguían más a Juan que a Jesús. Esto
sucedió precisamente en Éfeso, el centro de las iglesias joánicas y la ciudad donde el Evangelio
de Juan se redactó. Hay evidencia (en las Recognitiones seudoclementinas) de la existencia de
grupos que consideraban a Juan el Bautista como el Mesías en los siglos II y III. Aparentemente
la comunidad que produjo el Evangelio de Juan enfrentaba en Asia a un grupo semejante a finales
del primer siglo.

Juan 1:9 identifica al Verbo como la luz. Según el versículo 4 la luz fue creada por medio
del Verbo, pero ahora el evangelista se expresa en forma más personal, porque mira hacia la
encamación (10-14), la entrada del Logos creador en su creación. El Bautista no vino para
iluminar, sino para anunciar que la luz se acercaba.

El Logos es la luz «verdadera». La religión de los judíos arrojaba una luz genuina, pero
parcial y temporal. En Jesucristo llega la luz completa, perfecta y permanente. La palabra «ver-
dadera» también es un puente más hacia el pensamiento griego, porque fue importante en el
platonismo. La comunidad joánica manejaba ideas platonistas para comunicar el mensaje de
Cristo a los de cultura griega. Platón, un filósofo griego del cuarto siglo a.C., había enseñado la
existencia de un mundo eterno donde se encuentran los «reales» o «ideales,» los prototipos de
todas las cosas de este mundo. Aquel mundo es la esfera de lo «verdadero»; todo lo que existe
en este mundo terrenal son copias de los reales. En la tierra todo se corrompe o deteriora; allí
todo es eterno y perfecto. Aunque la comunidad de Juan no acepta esta doctrina como
descripción de la realidad, la utiliza para expresar la trascendencia de Dios y de su Hijo, quien
bajó a nuestro mundo. De acuerdo con este uso, «verdadera» en Juan 1:9 significa celestial,
espiritual y eterna.

El Verbo de Dios alumbra (9) o da vida (4) a «todo hombre». La misión de Jesús, que
comienza con el testimonio de Juan (7), se dirige a todos. Dios busca a todo hombre y quiere
tener una relación personal con cada uno. Si algunos no son «alumbrados,» no es porque el plan de
Dios no los incluya, sino porque no han creído el testimonio (7). Los cristianos, como Juan el
Bautista, servimos a un Dios que ama y busca a todos, y nuestra misión es testificar a todos.

9
La frase «que viene (o viniendo) al mundo» (9) puede modificar «hombre» o «aquel». «Todo
hombre que viene al mundo» sería una redundancia, pero 1:10-14 habla de la venida de «aquel»
Jesús al mundo, y Juan 3:19 y 12:46 lo presentan como la luz que ha venido al mundo. Es probable
entonces que la idea de 1:9 es «Aquél, en contraste con el Bautista, era la luz verdadera... y
estaba viniendo al mundo mientras Juan testificaba». La naturaleza de la luz es brillar e
iluminar; de manera semejante es el propósito del Logos y de Dios darse a conocer entre los
hombres. Por lo tanto la Luz resplandecía desde el principio, buscando a los hombres a través de
la revelación asentada en el Antiguo Testamento; ahora, esta Luz ha tomado nuestra naturaleza
y ha vivido entre nosotros. Dios siempre está viniendo para buscarnos.

4. El Logos en el mundo 1:10-13

Dios creó el mundo para tener una relación con él; por lo tanto viene al mundo en la
persona del Logos para darse a conocer. ¿En qué tiempo piensa el evangelista cuando dice que el
Logos «en el mundo estaba»? La referencia a su venida en 1:9b sugiere que está pensando ya en
la encarnación, pero la afirmación clara del 1:14a nos hace pensar que todavía no la trata en los
versículos 10-13. Tal vez esta ambigüedad sea intencional, y el evangelista quiera que los lectores
pensemos en todas las revelaciones de Dios. Dios y su Palabra están en el mundo, pero el mundo
rehúsa reconocerlo como su Creador. Así sucede con las revelaciones preliminares y parciales de
Dios, y también con su revelación final y completa en Jesucristo.

La mayor tragedia del hombre es que su Creador está buscando una relación personal con
él, pero el hombre no lo ha conocido. «Conoció» significa más que saber de su existencia o
atributos; como en el Antiguo Testamento (Génesis 4:1; Jeremías 2:8; Amos 3:2), describe una
relación. Dios envió al Logos al mundo para declarar que esta relación es su propósito para el
hombre, y para llamarle a aceptarla. Pero el hombre rehúsa reconocer a su Creador y rechaza la
relación.

Juan 1:11 repite el pensamiento del v. 10. El Verbo/Luz vino a su propia casa («lo suyo») y
su propia familia lo rechazó. Pero también intensifica este pensamiento, porque hay un doble
sentido en el v. 11. «Lo suyo» incluye toda la creación, pero de forma especial se refiere a la
tierra que Dios escogió y prometió a su pueblo Israel. «Los suyos» son todos los hombres, porque
fueron creados «por medio de él» (3), pero de manera especial son los judíos, el pueblo escogido
de Dios. El mundo entero desconoció al Logos (10), y aun los judíos lo rechazaron. En el Evangelio
de Juan, con frecuencia «los judíos» representan al mundo que rechaza a Jesús (5:10, 16; 7:1,
etc.).

Al interpretar las palabras duras de Jesús hacia «los judíos», hay que recordar que el
Evangelio de Juan se originó en un período de conflicto entre la iglesia y la sinagoga. (70-90

10
d.C.). Los líderes judíos estaban expulsando a cualquier miembro de la sinagoga que no maldijera
a los cristianos. Por lo tanto, el Evangelio de Juan presenta a los judíos como los enemigos de
Cristo y de los cristianos. Hoy podemos considerar equivocados a los judíos, pero ya no son los
enemigos o «el mundo» que Cristo y su iglesia enfrentan.

Juan 1:12 parece contradecir el 1:11. Habla de «los que le recibieron», mientras el
versículo 11 implica que nadie le recibió. Más adelante (6:37, 44) descubriremos la explicación de
esta aparente contradicción: el misterio de la iniciativa divina. Aunque todas las personas han
rechazado a Cristo, hay personas que lo reciben y creen en él, porque Dios obra para sacarlos de
su rebelión (13). «Recibir» a Jesús o «creer en su nombre» no es un mérito humano, sino aceptar
el don que Dios ofrece gratis. El «nombre» de Jesucristo representa su persona; creer en su
nombre es una relación personal. A la vez, su nombre sugiere el entendimiento intelectual de su
naturaleza y su misión. Así que creer en su nombre es aceptar que Jesucristo es la Palabra que
Dios nos envió para mostramos quién y cómo es Dios, y para invitarnos a entrar en una relación
personal con él. El que cree en el nombre de Jesús responde positivamente a esta información e
invitación.

A los que creen, Cristo les da la capacidad de ser «hijos de Dios» (13). Este término
confirma que el propósito de Dios en la creación y en la misión de Jesucristo es lograr una
relación personal con los seres humanos. Esta relación es la «vida» (1:4; 20:31) que Cristo ofrece
(17:3). El que cree no recibe la vida de este mundo perecedero, sino la vida «verdadera» que
solamente se encuentra en la esfera «verdadera» del cielo. Solamente Dios habita aquella
dimensión y tiene aquella vida, pero él nos ofrece la oportunidad de «nacer» (13) allí como sus
hijos y participar de su vida. Este nacimiento no resulta de ningún proceso natural de este mundo
(«sangre»), ni del deseo o iniciativa de ningún hombre. Los «judíos» pensaban que tenían una
relación con Dios por nacer en la familia de Abraham (Juan 8:33; Mateo 3:9), pero el evangelista
insiste en que nadie tiene esta relación automáticamente. La iniciativa y el poder en este asunto
son exclusivamente de Dios.

Juan 1:11-12 resumen el plan de este evangelio. Los primeros doce capítulos desarrollan el
versículo 11; narran cómo Jesús el Verbo vino a su mundo («lo suyo») y los hombres
(representados por «los judíos») lo rechazaron. Los capítulos 13-21 corresponden a 1:12; cuentan
el sacrificio de Jesús, que hace posible que los creyentes lleguen a ser hijos de Dios por medio
del nacimiento celestial o espiritual.

5. El Logos entre nosotros 1:14-16

Juan 1:14 declara la maravillosa verdad que motivó la publicación del evangelio: este Verbo
(1) ha tomado nuestra naturaleza humana. Los versículos 10-13 han mencionado esta verdad, pero

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ahora se presenta en forma personal («nosotros»). «Se hizo carne» es equivalente aquí a «se
hizo hombre». En el A.T. (Salmos 56:4; Isaías 40:6; Juan 17:2), la palabra «carne» no describe
un aspecto de la naturaleza humana, sino al hombre en contraste con Dios, quien es espiritual.

Con este evento se inauguró la Nueva Creación de Dios. Dios había creado al hombre para
comunión con él, pero el pecado aparentemente frustró este propósito. Jesucristo es el primer
hombre que cumple el propósito de Dios; vive en comunión completa con él. Así comienza la Nueva
Creación, que continúa en los que nacen de nuevo como hijos de Dios (12-13).

Por medio de un triple contraste con el versículo 1, el 14 describe la humillación que Cristo
sufrió para mostrarnos la gloria de Dios. El Verbo era «Dios», pero se hizo «carne» (hombre). En
segundo lugar, «era» eternamente, pero «se hizo», esto es, tomó la naturaleza de un ser creado;
«se hizo» traduce el mismo verbo que se aplicó a la creación en 1:3. Finalmente, el Verbo «era
con Dios» (1) pero vino a habitar «entre nosotros» que somos hombres. Dejó la presencia
inmediata de Dios para vivir entre hombres. Tal es la magnitud del sacrificio que el Hijo de Dios
hizo para salvamos. (En el versículo 14, «nosotros» parece referirse a los que fueron sus
discípulos y testigos oculares de la «gloria» que se manifestó en él; en el 16, «todos nosotros»
son los que creemos en Cristo en toda la era cristiana.)

«Habitó» traduce un verbo que significa literalmente «instalar su tienda.» En Éxodo 25:8,
Dios ordenó a Israel prepararle una tienda, el «tabernáculo», para que él habitara entre ellos.
Con este verbo el evangelista sugiere que Cristo es la presencia de Dios entre nosotros, que el
tabernáculo simbolizaba durante el éxodo. Por lo tanto, en Cristo la «gloria» de Dios está al
alcance de nuestra percepción. La «gloria» es otro concepto que se relaciona con la
manifestación de Dios a su pueblo en el Antiguo Testamento. La gloria de Dios posó sobre el
Monte Sinaí (Éxodo 24:16), y llenó el tabernáculo (Éxodo 40:34) y el templo (1 Reyes 8:11).

En Juan, esta «gloria» es una realidad del mundo celestial donde habita Dios, mundo
invisible a los que habitamos abajo en la tierra. Pero en Cristo podemos ver a Dios. La «gloria» de
Dios revelada en Cristo es única, porque es la que se ve en el «unigénito», el único hijo celestial o
«verdadero» de Dios. Así que en Cristo encontramos la plenitud de la «gracia» de Dios y de la
«verdad» del mundo eterno.

La palabra «gracia» ocupa un lugar importante en el pensamiento de Pablo, pero en el


Evangelio de Juan aparece solamente aquí y en 1:16, 17. Se refiere al amor de Dios, motivado por
su misericordia y no por atracción alguna en los objetos de la gracia. Dios nos ama por lo que él
es, no por lo que nosotros somos. «Verdad» es una palabra clave de la literatura de Juan, que
describe lo perfecto y permanente, que se encuentra solamente en la esfera de Dios arriba; la
«verdad» es ajena al mundo corrupto en que vive el hombre. (Véase la interpretación de 1:9.)

12
Es probable que «gracia y verdad» no se esté refiriendo a dos realidades sino a una: la del
«verdadero amor» de Dios. A este mundo de falsedad ha venido el Verbo, «lleno del verdadero
amor». En Cristo el cielo ha bajado a la tierra; en él Dios y el hombre habitan juntos en armonía.
La asociación de estos dos términos también sugiere que «la gracia» es «la verdad» acerca de
Dios. Su amor no es simplemente un impulso pasajero, sino su naturaleza eterna. El plan de
rescatarnos de nuestra rebelión para una relación íntima como hijos de Dios surgió de lo más
profundo del corazón de Dios.

Juan 1:15 vuelve a mencionar el testimonio de Juan el Bautista (ver 1:6-8) y la


superioridad de Jesús sobre Juan. Las palabras que el evangelista cita apuntan especialmente
hacia el testimonio en 1:30. Juan fue el primer testigo del Logos; todos los que lo encuentran
deben continuar su testimonio.

Juan 1:15 es una especie de paréntesis, porque el siguiente versículo (16) vuelve a los
temas del versículo 14. La «plenitud» llegó a la tierra en Jesucristo para llenarnos a nosotros. La
referencia puede ser a la plenitud de «gracia y verdad» (14, 17) pero algunas filosofías y
religiones helenistas del primer siglo aplicaban el término «plenitud» especialmente a Dios.
Colosenses 1:19 y 2:9 refleja este uso. En Cristo podemos ser llenos de Dios (en una relación
personal e íntima) y de su gracia verdadera que rebosa («gracia sobre gracia») sobre nosotros.
Todos los que buscan la ayuda de Jesús descubren un manantial inagotable de «gracia y verdad».

6. La supremacía del Logos, Jesucristo 1:17-18

La combinación «la gracia y la verdad» (14) vuelve a aparecer en 1:17, ahora en un


contraste con Moisés. Como Jesús, Moisés representó a Dios en la tierra. Moisés dirigió la cons-
trucción del primer tabernáculo (ver comentario sobre 1:14). Pero la revelación que Dios dio por
medio de él fue solamente «ley». Describió la santidad de Dios y la ética que él demanda, pero no
reveló «la gracia y la verdad» de Dios. Estas «nos han llegado por medio de Jesucristo». «Han
llegado» traduce el mismo verbo empleado en 1:3 y puede sugerir que, mientras Moisés fue
agente solamente de la transmisión («dada») de la ley, Jesucristo fue el agente de Dios en la
creación de «la gracia y la verdad».

El evangelista sigue pensando en Moisés, en 1:18. Moisés pidió el privilegio de ver la


«gloria» de Dios (Éxodo 33:18- 20), pero Dios contestó que no es posible que un hombre lo vea
sin morir. Sin embargo, el «Unigénito» (así se traduce en 14 la palabra que se traduce «único» en
18) conoce a Dios en la más profunda intimidad, porque «está en el seno del Padre». Esta frase
describe una comunión estrecha (13:23, donde las palabras «en su seno» se traducen «junto a»).

Con la mención de la naturaleza divina del «Dios único», el Unigénito, y de su comunión con
Dios, el prólogo vuelve a su principio, repitiendo dos ideas del versículo 1. Primero, el Verbo o

13
Unigénito «era Dios» (1). Segundo, como el Logos o palabra de Dios (1), es su naturaleza «dar a
conocer» (18). Por esto entró en nuestro mundo. Su revelación no es solamente de ideas o
proposiciones; es una persona. No fue suficiente que Dios mandara un libro; mandó una persona
para que lo conociéramos en una relación personal. El resto del Evangelio de Juan presenta la
exposición de Dios hecha por Jesucristo, el Unigénito y la Palabra (Logos) de Dios.

I. El libro de las señales 1:19-12:50

En la declaración de su propósito (20:30-31), el evangelista dice que su libro presenta las


señales de Jesús. En los primeros doce capítulos del libro encontramos siete milagros de Jesús
que se presentan como señales (2:11; 4:54; 6:14; 9:16; 12:18, 37). Después de usar esta palabra
«señal» 16 veces hasta 12:37, el evangelista no la vuelve a emplear salvo en 20:30. Entonces, la
primera mitad del Evangelio de Juan se puede llamar «el libro de las señales».

Las señales son milagros visibles en este mundo que apuntan hacia una realidad del mundo
«de arriba», la esfera de la verdad donde mora Dios. Parece haber progresión en estas siete
señales; cada una revela más de la verdadera esencia de Jesús y el plan de Dios para los
hombres. Este plan es que crean en Jesús y así tengan vida (20:31).

A. En el principio 1:19—2:11

El libro de las Señales empieza con una semana (1:29, 35, 43; 2:1) en la cual Jesús recibe
su primer testimonio, llama a sus primeros discípulos y realiza su primera señal.

1. El primer testimonio 1:19-34

El evangelista ya presentó a Juan el Bautista en su prólogo (1:6-8, 15). Su papel fue


testificar de Jesús (7). En 1:19-34, leemos el contenido de su testimonio.

a. El testimonio negativo de Juan el Bautista (acerca de sí mismo) 1:19-28

Debido a que Juan atrae mucha gente y mucha atención, «los judíos» mandan a unos
líderes religiosos para interrogarlo. Estos demandan que Juan dé razón de su predicación. Se di-
rigen a él de una manera autoritaria y poco respetuosa, diciendo literalmente: «¿Tú, quién eres?»

Juan contesta que lo importante acerca de sí mismo es quién no es (20, 21). No él, sino
otro cumple el papel del Cristo (el Mesías o ungido). Tan dedicado está Juan al testimonio, que
aun cuando la pregunta se refiere a él, su respuesta da testimonio acerca de Jesús. Aquí hay
otro ejemplo del énfasis de Juan en la superioridad de Jesús sobre Juan (1:8).

Juan el Bautista también niega que sea Elías redivivo (resucitado) o «el profeta» (21). En
base de Malaquías 4:5 los judíos esperaban el regreso de Elías en los últimos tiempo y en

14
Deuteronomio 18:15, 18, Moisés prometió que vendría un profeta como él. Los enviados de «los
judíos» preguntan acerca de estas figuras porque Juan con su profecía ha despertado esperanza
de la intervención final de Dios. Pero Juan no es ninguno de estos personajes esperados. Es
Jesús quien cumplirá las esperanzas que Juan el Bautista vino a despertar.

Juan 1:21 parece contradecir Mateo 11:14; 17:11-12, Marcos 9:12-13, pasajes donde Jesús
identifica a Juan el Bautista como «Elías que viene.» Tal vez la manera de explicar esta
diferencia es que Jesús identifica a Juan el Bautista como el cumplimiento de la profecía de
Malaquías 4:5, y que Juan niega ser la misma persona regresada a la tierra.

Las negaciones de Juan son cada vez más abruptas y tajantes (20 21a 21b) La comitiva
investigadora se fastidia de ellas, e insiste en su pregunta original: ¿Quién eres? (22). Necesitan
alguna palabra positiva para que den informe a las autoridades en Jerusalén. Juan accede a esta
petición, pero aun cuando no pronuncia otra negación, habla de sí mismo en una manera que niega
su propia importancia. Juan no es más que una voz (23) que testifica acerca de otro que viene, y
este otro es de dignidad superior a pesar de venir después de Juan (27).

En 1:23, el Bautista se describe con una cita de Isaías 41:3. El profeta anunció que Dios
venía para restaurar a su pueblo del exilio en Babilonia, y exhortó a su pueblo a prepararle un
camino mediante la rectificación moral. Esta profecía se ajusta bien al ministerio de Juan el
Bautista, quien llamo a Israel a preparar el camino del Mesías mediante el arrepentimiento.

El evangelista también enfatiza el contraste entre Juan y Jesucristo por la ausencia del
verbo al principio de 1:23. El Bautista dice literalmente: «Yo, la voz de uno...» Evita la expresión
que encontraremos después en boca de Jesús: «Yo soy».

Según los manuscritos más antiguos, el versículo 24 debe leerse: «Y algunos de los
enviados eran de los fariseos», o «Y habían sido enviados por los fariseos». «Los fariseos», como
los sacerdotes y levitas (19), aparecen en Juan como una parte de los judíos, o aun como sinónimo
de «los judíos» (9:13-18). Los representantes de los fariseos preguntan al Bautista por qué
bautiza (25). Esta es la primera mención de la actividad barnizadora de Juan en este evangelio.
Las tres figuras escatológicas que Juan había rechazado como su propia identidad tendrían
autoridad para administrar un rito que simboliza purificación y muerte y nueva vida. Si Juan no
es de este rango, ¿por qué bautiza?

La respuesta a esta pregunta también enfatiza la naturaleza subordinada del ministerio de


Juan (26). El bautiza solamente «en agua», un símbolo del verdadero bautismo. Como todo su
ministerio, el bautismo de Juan apunta hacia otro. Pero el Bautista no menciona el verdadero
bautismo hasta el día siguiente (33). Por el momento apunta más bien a la llegada de la persona
sobre quien Juan el Bautista da testimonio Ya está en medio de «los judíos», pero no lo conocen

15
(10-11) porque rechazan la luz. Hay evidencia de que algunos judíos del primer siglo esperaban
que el Mesías estuviera presente en el mundo en forma desconocida; es posible que Juan aludiera
a esta esperanza, pero su aplicación enfatiza la falta de percepción en sus oidores y la rebelión
que la produce.

La nota de la superioridad de Jesús, que vemos en 1:21 vuelve a aparecer en 1:27. Un dicho
de los rabíes indica que el discípulo puede ofrecer cualquier servicio a su maestro de los que un
esclavo hace para su amo, salvo el desatar su calzado. Juan menciona la más humillante tarea del
esclavo, y afirma que ni siquiera a esta dignidad llega en comparación con Jesús.

Esta sección del testimonio de Juan el Bautista termina con una nota geográfica (28).
Juan se había retirado de Judea debido probablemente a la oposición oficial, y bautizaba en el
lado oriente del Jordán. Tan temprano como el tercer siglo no se conocía un pueblo llamado
Betania en aquellas regiones Por lo tanto, muchos de los copistas del evangelio sustituyeron un
nombre conocido, Betabara. No es necesario identificar el lugar para entender que esta nota del
lugar aporta mayor solemnidad al testimonio ofrecido en él. Veremos más adelante (10:40) que
Juan 1:28 también sirve para marcar el principio del testimonio publico de Jesús.

b. Su testimonio positivo (acerca de Jesús) 1:29-34

«Al día siguiente» (29), el Bautista presenta su testimonio positivo. Presenta a Jesús como «el
Cordero de Dios». Este título puede ser una referencia al cordero que fue sacrificado en la
Pascua (Éxodo 12:3-11) o al siervo sufriente de Dios que se compara con un cordero en Isaías
53:7. Las referencias a Moisés en este capítulo (17-18,21) y la importancia de la Pascua en todo
el evangelio (2:13; 6:4; 12:1) sugieren que el evangelista piensa en la Pascua. En su narración de la
Crucifixión presentará a Jesús como el Cordero pascual (18:28; 19:36). En este marco el título
presenta a Jesús como el instrumento que Dios usa para una nueva redención de su pueblo. En
Jesús Dios redime a su pueblo, no de una nación como Egipto, sino de la esclavitud del pecado.

La descripción «que quita el pecado del mundo» sin embargo, apunta más hacia el
sufrimiento del siervo en Isaías 53 cuyo versículo 6 dice que Jehovah «cargo en él el Pecado de
todos nosotros». Acabamos de leer una cita de Isaías 40:3 (Juan 1:23) y Juan 1:32-34 aludirá a
Isaías 42:1, que menciona al siervo. Es probable que se combinasen las ideas del Cordero pascual
y del siervo sufriente en el título «Cordero de Dios».

En Juan 1:30, el Bautista vuelve a recalcar la superioridad de Jesús. Este versículo es casi
idéntico a 1:15 (27). Es probable que los discípulos de Juan el Bautista en Asia Meno usaran la
prioridad temporal de Juan sobre Jesús como un argumento a favor de su mayor dignidad. Sin
embargo, dice el evangelista, el Cordero y Salvador a quien Juan anuncia en realidad tiene
prioridad sobre Juan, porque siempre ha existido.

16
Juan no sabía quién era la persona que vendría después de él (31), pero bautizaba para
preparar su camino. El evangelista presenta a Juan el Bautista como testigo de Jesús (7, 5) Y no
enfatiza su obra de bautizar. Este versículo 31 subordina el bautismo de Juan a su tarea de
testimonio. En el versículo 7 el propósito del testimonio es «que todos creyesen». Aquí el
propósito es que el Cordero «fuese manifestado a Israel» Parece que, en el Evangelio de Juan,
«Israel» representa el verdadero pueblo de Dios, los que creen, en contraste con «los judíos»
que simbolizan el mundo incrédulo.

Jesús también es el que tiene el Espíritu de Dios (32) y lo puede otorgar a otros (33).
Juan el Bautista había mencionado su bautismo con agua dos veces antes (26, 31), pero solo
ahora completa la antítesis entre el bautismo en agua y el bautismo en el Espíritu Santo (Marcos
1:8; Mateo 3:11, Lucas 3.16) Juan es de este mundo, y sólo puede bautizar en un elemento
terrenal, el agua. Pero su bautismo es un símbolo y profecía del verdadero bautismo que Jesús
otorga, en un elemento del mundo de arriba: el Espíritu Santo. Jesucristo lo posee per-
manentemente, porque «posó» es el mismo verbo traducido «permanecer» en otras partes del
evangelio (5:38; 6:56; 15:4, 7, etc.), e indica posesión o relación permanente. El Cordero tiene
esta posesión en beneficio de los suyos; los bautiza en el Espíritu Santo para que tengan vida.
Este bautismo describe el mismo acto en que el Cordero quita el pecado que producía en ellos
muerte (29).

Finalmente, el Bautista proclama que Jesús «es el Hijo (o Elegido, según algunos
manuscritos) de Dios» (34). Si «Hijo» es el texto correcto del versículo 34, es la primera vez
que aparece en Juan el título que será tan importante en capítulos posteriores (1:49; 3:16-18;
etc.). Sin embargo, en algunos manuscritos antiguos de Juan, aparece la palabra «Elegido» en
lugar de «Hijo». Si este es el texto correcto, el Bautista reconoce que Jesús es el que Dios
eligió para ejecutar el juicio y la salvación que él mismo anuncia. Esta segunda palabra cabe
mejor en el entendimiento y la proclamación de Juan el Bautista. «El Elegido de Dios» sería otra
referencia al siervo de Dios, sobre quien Dios pone su Espíritu (Isaías 42:1).

2. Los primeros discípulos 1:35-51

Como precursor, Juan el Bautista ha anunciado el ministerio de Jesús. Ahora Jesús inicia
su ministerio. El primer paso es establecer un cuerpo de discípulos que crean en él.

a. Andrés y otro (1:35-39)

En el tercer día de este período inicial del ministerio de Jesús (35, 29), dos discípulos de
Juan el Bautista oyen el testimonio de su maestro, resumido ahora en el título «Cordero de
Dios», y abandonan a Juan (37). Estos dos entienden que la proclamación de Juan implica seguir a
Jesús, y dejar a Juan. ¿Entendió Juan que el propósito de su proclamación era ganar discípulos

17
solamente para perderlos a Cristo? Aun cuando entendiera, probablemente sintiera algo de
nostalgia al perder dos de sus más fieles y más listos discípulos.

Podemos entender las conversaciones que Jesús tiene con sus primeros discípulos en un
plano puramente terrenal, pero también podemos descubrir en ellas un sentido más profundo. El
que reflexiona espiritualmente descubre que las conversaciones presentan en símbolos una
relación espiritual y eterna entre Jesús y el discípulo. Para descubrir esta dimensión, sin
embargo, tenemos que involucramos activamente en la histona; y cuando nos involucramos, el
desafío que Jesús hace a los discípulos llega a ser también un desafío para nosotros. Nos llama a
considerar nuestra vida y relación con él.

Los dos discípulos de Juan «siguieron a Jesús» (37). Estas palabras significan que
caminaron detrás de él; pero, si reflexionamos, descubrimos que también pueden significar que
se hicieron seguidores comprometidos de Cristo. La pregunta que Jesús les hace (38) sirve para
aclarar en qué sentido los dos le siguen. En el plano terrenal, significa sencillamente: «¿Porque
andan atrás de mí?» Pero el lector también puede descubrir aquí un desafío para considerar sus
motivos al seguir a Jesús. «¿Qué es lo que esperan de mí, una enseñanza más para satisfacer su
curiosidad, o un nuevo rumbo en la vida? ¿Qué es lo que buscan en la vida? ¿Cuál es el propósito
de sus vidas?»

La respuesta de los discípulos es, en el plano terrenal, que quieren visitar el lugar donde
Jesús está hospedado. El sentido más profundo es que quieren vivir con él. «Morar» traduce una
palabra que, en la literatura joánica, describe una relación que es permanente por pertenecer a
la esfera espiritual o celestial. En 6:56; 8:31; 15:4; etc., describe la relación del creyente con
Jesucristo. Desafortunadamente, es difícil traducir esta palabra de la misma forma cada vez
que se encuentra en el evangelio. A veces se traduce «permanecer», «quedarse», y aun «estar»,
aunque este último verbo español normalmente traduce otro verbo griego. En 1:32-33, el mismo
verbo (traducido «posar») describe la comunión permanente entre Jesús y el Espíritu Santo.
Más adelante, Jesús les ofrecerá a sus discípulos la posibilidad de que él more en ellos y ellos en
él (15:4; «permaneced» traduce el mismo verbo que «moras» aquí); podemos entender 15:1-6
como una respuesta de Jesús al deseo de Andrés y su compañero en 1:38.

La respuesta de Jesús aquí (39) es un reto a que los discípulos vengan a él y vean con sus
propios ojos (físicos y espirituales) la respuesta a su búsqueda. Posteriormente, tanto «venir a
Jesús» (5:40; 6:37) como «ver» o mirar (6:40; 9:39) aparecerán en el evangelio como sinónimos
de «creer» Los discípulos obedecieron el mandato o invitación de Jesús y confirmaron que fue a
la vez una promesa. «Se quedaron» (el mismo verbo que «moras») con él; en el nivel simbólico, en-
contraron la relación genuina y permanente que buscaban. Este primer encuentro de «discípulos»

18
con Jesús presenta en forma simbólica el encuentro con Jesús que se ofrece a todos: los que
aceptan la relación ofrecida encuentran la vida verdadera.

b. Simón Pedro (1:40-42)

Andrés, uno de los dos primeros discípulos, aprende de Jesús que un aspecto de seguirle
es proclamar su hallazgo a otros (el «testimonio»; 1:7, 19). Trae a su hermano a Jesús. Ahora no
le llama «Maestro», sino «el Mesías» (40-41)- ha aprendido más de la identidad de Jesús.

El encuentro de Simón con Cristo inicia un cambio en su carácter. Jesús le promete que
tendrá la firmeza de una piedra, y le da un nuevo nombre para recordar esta promesa: Cefas en
arameo o Pedro en griego. Los dos nombres significan «piedra» (42 ). La experiencia de Pedro no
es excepcional. Lo mismo pasa con cada persona que encuentra a Jesús: nuestra relación con el
transforma nuestro carácter. Al que conoce a Jesucristo siempre le esperan aventuras de
transformación

c. Felipe y Natanael (1:43-49)

Jesús busca a Felipe para añadirlo al grupo de sus discípulos (43). Le lanza un mandato que
es a la vez desafío: «Sígueme». Depende de Felipe si él entiende solamente el sentido terrenal,
«ven conmigo a Galilea», o si percibe el significado más profundo, «sé mi seguidor». El versículo
44 establece un vínculo entre Felipe y los discípulos anteriores; y aumenta la curiosidad del
lector para saber su respuesta a la orden de Jesús.

En lugar de acompañar a Jesús, Felipe lo abandona y busca a un amigo, Natanael (45).


¿Rechazó el desafío? No, porque lo que parece abandono en el plano terrenal es el verdadero
seguimiento en el plano espiritual. Busca a Natanael para traerlo a Cristo. Como Andrés, Felipe
ha aprendido que presentar la invitación/desafío es un aspecto esencial de seguir a Cristo. Juan
1:46 confirma que Felipe está siguiendo a Jesucristo porque usa las mismas palabras que Jesús
dirigió a sus primeros discípulos (v. 39).

El verbo «encontrar» se repite en los versículos 43 y 45. Tanto Andrés como Felipe,
cuando «encontraron» a Jesús en seguida «encontraron» a otros para presentarles a Jesús (41,
45) Dos veces más en el Evangelio de Juan, Andrés y Felipe traen a otros a Jesús (6:5-9; 12:20-
22). En realidad es Jesús quien busca y encuentra al discípulo (43); la búsqueda humana es
reflejo de la búsqueda divina y respuesta.

Al encontrar a Natanael, Felipe presenta a Jesús como el que fue descrito y prometido en
todo el A.T. Para los judíos del primer siglo, «Moisés y los Profetas» significaba las Escrituras.
Es posible que Felipe y Natanael habían dialogado muchas veces sobre el sentido de la Ley y los

19
Profetas y sobre las promesas que Dios hace en ellos. Ahora, Felipe declara a su amigo que ha
encontrado el cumplimiento de estas promesas.

Natanael duda del testimonio de Felipe (46), pero este no se pone a discutir ni a
convencer, aplica lo que los discípulos habían aprendido de su maestro: lanza el reto de que
Natanael venga a Jesús y averigüe por sí mismo. Creer en Jesucristo no es tanto ser convencido
por ciertos argumentos intelectuales, sino tener un encuentro personal con él. El papel del
testigo no es el de convencer, sino el de comunicar de manera atractiva y desafiante lo que ha
experimentado, el mensaje que le ha sido encargado.

Al aceptar este reto que es a la vez una invitación, Natanael es premiado con una
proclamación de su propia naturaleza (47) en labios de Cristo. Jesús lo reconoce como un hombre
sincero, y lo llama «israelita» (47). Juan el Bautista vino para que Jesús «fuese manifestado a
Israel» (Juan 1:31); Natanael representa al Israel que ve a Jesús y cree. En su honestidad («en
quien no hay engaño»), Natanael es un ejemplo y símbolo del verdadero pueblo de Dios que Jesús
formará. Puede haber en estas palabras alusión a Sofonías 3:13, que promete que en los últimos
días «el remanente de Israel no hará iniquidad ni dirá mentira, ni habrá lengua engañosa en boca
de ellos».

Más adelante, descubriremos que «los judíos» rechazan a Jesús. Tal vez haya contraste
con ellos en el término «israelita», que, aquí, es uno que pertenece al verdadero pueblo de Dios
Natanael reacciona primero al testimonio de Felipe con la misma incredulidad que «los judíos»
muestran ante el testimonio de Jesús. Pero está abierto a «venir» para investigar él mismo;
también acepta la evaluación de Jesús (48), y quiere saber la fuente de su conocimiento. La
apertura a Jesús muestra que Natanael es un «israelita» (31), y no uno de «los judíos».

De la respuesta a su pregunta, Natanael entiende que Jesús tiene un conocimiento


sobrenatural (48). Tal vez Jesús pudiera leer los pensamientos de Natanael, o puede haber un
significado simbólico en la higuera. Algunos han visto una alusión al estudio de la Ley (45), porque
según los rabíes ésta se debe estudiar bajo una higuera. Sin embargo, aunque es posible que los
primeros lectores del evangelio entendieran el significado de esta percepción de Jesús, hoy no
tenemos la clave para entender el simbolismo. Podemos estar seguros solamente de que en base
de la declaración y el conocimiento de Jesús, Natanael cree en Jesucristo. Su confesión es la
cumbre del entendimiento de los discípulos acerca del carácter de Jesús (49). El que dudó al
principio es el que llega a pronunciar la declaración más clara acerca de «el que da vida».

La confesión de Natanael atribuye dos títulos a Jesús: Hijo de Dios y Rey de Israel. Jesús
será proclamado Rey de los judíos en el clímax del evangelio (12:13; 19:19), pero aclarará que su
reino no es comparable con los de este mundo, porque es espiritual (18:36). La identificación de

20
Natanael como el verdadero «israelita» anticipa la naturaleza espiritual y no nacional del pueblo
sobre el cual Jesús reina. En efecto, Jesús es Rey de todos los hombres por derecho, pero
espera que vengan a él y vean por la fe.

«Hijo de Dios» puede significar casi lo mismo que «Rey de Israel,» porque Dios adopta al
rey de Israel como su hijo en el Antiguo Testamento (2 Samuel 7:14; Salmo 2:7). En su primer
encuentro con Jesús, esto puede ser todo lo que Natanael entiende por este título. En el resto
del evangelio, sin embargo, Jesús es presentado como «Hijo de Dios» con frecuencia, y las
experiencias de los discípulos con él revelan un significado más profundo en este título. Jesús es
Hijo de Dios, no por adopción, sino por naturaleza.

d. Promesas para los creyentes (1:50-51)

Jesús responde a la confesión de Natanael con una promesa de mayores manifestaciones


de su poder (50). Esta promesa es también un reto a crecer en la fe; la fe de Natanael debe
crecer en respuesta a las «cosas mayores» que verá, o debe crecer para que vea más. La
siguiente promesa de Jesús (51) se expresa en plural porque es para todos sus discípulos (todos
los nombrados en esta sección o todos los que leemos; otra vez el evangelista nos invita a leer en
dos niveles). Las dos promesas incluyen una «visión» futura más amplia. El que acepta a
Jesucristo por la fe «ve» por primera vez en su vida (39, 46), pero al crecer en su fe ve «cosas
mayores».

Jesús alude al sueño de Jacob en Génesis 28:12. Jacob vio una escalera entre la tierra y el
cielo, con los ángeles subiendo y descendiendo en ella. Jesús emplea esta figura para prometer
una comunión estrecha entre el cielo que es la morada de Dios, y la tierra donde habitan los
hombres. Jesús mismo es el vínculo que permite esta comunión («sobre el Hijo de Hombre»); vino
como puente entre el cielo (Dios) y la tierra (el hombre), para revelar a Dios y llevar al hombre a
la comunión con él. Por él los hombres podrán conocer a Dios y verán las «cosas mayores» (50)
que él hará.

El título «Hijo del Hombre» tiene sus raíces en el Antiguo Testamento. En el Salmo 8:4, es
simplemente un sinónimo de «hombre.» Cuando Dios llama a Ezequiel por este título (Ezequiel 2:1;
3:1; etc.), tiene algo del mismo sentido, pero la misión que Dios le encarga presta mayor dignidad
al título. En Daniel 7:13, «alguien como un Hijo del Hombre», se refiere a la figura que Dios
mandará al fin de la historia para reinar. Aplicando este trasfondo a Juan 1:51, se ve que el
título identifica a Jesús como el hombre modelo, en quien el propósito de Dios para la humanidad
se realiza. Puede estar escondido también en el título, un anuncio de que la figura prometida en
Daniel 7:13 ha llegado para cumplir el propósito de Dios.

21
La expresión «de cierto, de cierto» aparece por primera vez en Juan 1:51. «De cierto»
traduce una palabra hebrea que fue adoptada en el griego por judíos y cristianos; también
aparece en el castellano como «amén». Es un hecho curioso que esta palabra siempre aparece
repetida («de cierto, de cierto») en el Evangelio de Juan, pero siempre en forma sencilla («de
cierto») en los evangelios sinópticos. Probablemente no hay diferencia de sentido entre el uso de
los sinópticos y el de Juan.

e. Resumen

Hay progresión en las confesiones que hacen los discípulos en este capítulo (38, 41, 45,
49); esta progresión implica que su entendimiento y su compromiso crecen. También crece el
número de los discípulos. Este crecimiento de la fe, con aspectos como permanecer con Cristo y
testificar de él, son un ejemplo y desafío para el lector del evangelio.

Ciertos aspectos de esta narrativa sugieren que el evangelista la presenta como un


resumen de toda la experiencia de los discípulos con Jesús.

Primero, el carácter denso y simbólico del relato sugiere que tiene un significado
importante.

Segundo, el entendimiento de los discípulos como grupo es cumulativo, aunque no aparecen


todos juntos en el escenario. Este entendimiento cumulativo se ve en las descripciones que dan
de Jesús. Los discípulos describen a Jesús como rabí o maestro (38), el Mesías (41), el tema de
la Ley y los Profetas (45), y finalmente el Hijo de Dios y el Rey de Israel (49). Cada descripción
es más profunda que la anterior, pero no es el mismo discípulo quien pronuncia las descripciones
sucesivas.

Tercero, todos los discípulos aparentemente oyen lo que, según la narrativa, Jesús dice
solamente a uno o dos de ellos. Por ejemplo, Andrés y el discípulo anónimo aprenden el sig-
nificado de la frase de Jesús, «Venid y ved» (39), pero es Felipe quien aplica estas palabras en
una nueva situación (46). También, Felipe dice a Natanael, «hemos encontrado» (45), aunque
según una lectura literal nadie más estuvo presente cuando Jesús buscó a Felipe (43). Un último
ejemplo: cuando Jesús va a Galilea, dice a Felipe, «Sígueme», pero todos los discípulos llegan a
Galilea con él (2:1).

Cuarto, el evangelista establece un paralelo entre Natanael al final de este capítulo y


Tomás al final del libro (20:24-29). Tanto Natanael como Tomás aparecen en sus historias
respectivas como el único discípulo que duda. Jesús confronta a cada uno de ellos con una
revelación especial de sí mismo, y cada uno responde con una confesión que rebasa las
confesiones anteriores de sus compañeros. Jesús responde a las confesiones tanto de Natanael

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como de Tomás con una profecía de una fe aún mayor que vendrá después. Este paralelo es la
evidencia más clara del carácter de Juan 1:35-51 como un resumen de la experiencia de los
discípulos con Jesús.

Sin embargo, si esta introducción es un resumen, también es un comienzo que sirve como
un reto para que el lector siga leyendo y los discípulos sigan aprendiendo. Jesús responde a la
confesión de Natanael, no con una felicitación, sino con un desafío a profundizar aún más su fe y
entendimiento (50). Este desafío es a la vez una promesa. Esta promesa se cumplió simbólica e
inicialmente en Caná al fin de la misma semana (2:1-11), y en plenitud en todo el resto del
evangelio, especialmente en la muerte, en la resurrección y en la exaltación de Jesús.

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