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Los Jóvenes adventistas y el Cine

Satanás es muy astuto. Se imagina que si puede hacer que nuestro dilema sea dónde ver algo más bien que qué ver, puede introducir a hurtadillas
toda clase de asuntos cuestionables e incluso los que son totalmente malos. Y nosotros no nos daremos cuenta hasta que sea demasiado tarde.
Durante años la iglesia adventista ha dicho que el cine está fuera de sus límites. Los argumentos han fluctuado desde amigos "desagradables" hasta
un ambiente físicamente insalubre. Algunos inclusive han afirmado que si un cristiano va a un cine, su ángel guardián se quedaría en la puerta. La
tecnología y los temas de salud han diluido estos argumentos. La televisión y los videos son comunes en nuestros hogares. Los cines tienen zonas
en las cuales no se puede fumar y tienen aire acondicionado. Con estos cambios, ¿cómo responderemos nosotros como hijos de Dios? Lee
cuidadosamente el Salmo 1:1 y el libro Mensajes para los jóvenes, página 396.

¿Y qué diremos acerca de la televisión? ¿Y los videos? La mayoría de nosotros, también tenemos eso en nuestros hogares. Y el contenido no es muy
diferente de lo que podríamos ver en los cines. De hecho, con la disponibilidad de la televisión por cable y por satélite, podemos ver cualquier cosa
que se ve en los cines y mucho, mucho más.

Como cristianos, es importante conocer cuáles son los principios de Dios para nosotros. La Biblia no habla acerca de videos, televisión, o películas.
Da instrucciones para aquello que lo hacemos parte de nuestras vidas.

Pablo nos dio una pauta en Filipenses 4:8. Escribió: "Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo
que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad".

El lugar donde tú miras algo es infinitamente menos importante que lo que estás viendo. La instrucción de Pablo es concentrarse en lo que es
admirable, verdadero y puro. Si no vamos al cine pero traemos una película moralmente degenerada a nuestro hogar, no estamos comprendiendo
el verdadero sentido de las palabras de Pablo. Usando el criterio de Pablo, examina el espectáculo o la película que deseas ver.

¿Qué valores se describen en ella? Si contemplamos espectáculos que están llenos de mentiras, fraudes, violencia y sexo premarital, ¿cómo
podemos mantener nuestros ojos sobre lo que es verdadero y admirable?
Pablo dice que debemos pensar en las cosas que son dignas de alabanza y verdaderas. Es necesario que nos preguntemos cuál es el mensaje de la
película. Hay muy poco material producido para nuestro entretenimiento que no tenga un mensaje de alguna clase. Puede ser un mensaje muy
indefinido, pero aun es un mensaje. Cada escena está emitiendo un mensaje.

El diálogo emite un mensaje. Las acciones de los personajes y aun lo que visten y como se describe su estilo de vida, transmite un
mensaje. Aun lo que no dicen, en algunos casos, transmite un mensaje. Así que, ¿cuál es el mensaje de la película o del espectáculo que estás
viendo? Los personajes pueden no ser manifiestamente cristianos porque muy rara vez se representa a los cristianos en los medios de difusión.
Cuando están en el reparto, a menudo se ríen en forma estereotipada. Pero, ¿actúan los personajes en una forma semejante a la de Cristo?
¿Tienen valores cristianos? ¿Se mueve el argumento hacia una conclusión reflexiva y honesta? ¿O se presentan situaciones que no responden a la
realidad?

Las películas condensan asuntos en segmentos de una hora, una hora y media a dos horas. El resultado debe completarse cuando termina la
película, cuando aparece la palabra "fin". La vida y las relaciones no funcionan en segmentos de 2 horas. )Cuándo fue la última vez que hiciste
frente a una crisis y la resolviste en un mero intervalo de 120 minutos?

Al mirar retrospectivamente las acciones de los personajes también es necesario preguntarse si deseamos modelar nuestras vidas de acuerdo a
ellos. El mensaje debe enseñar de qué forma puedes contribuir a la sociedad que te rodea. Y, en última instancia, te debe hacer sentir más cerca
de Dios.

Aun las películas "buenas" exigen vigilancia.

Recientemente, obligaron a Disney, una compañía largamente conocida por sus entretenimientos para la familia, a que recogiera 3 millones
400.000 videos de la película, Rescuers Down Under [Salvadores en las antípodas]. ¿La razón para esa devolución? En el video estaba oculta una
imagen explícitamente sexual. Es importante recordar que tú no siempre sabes que mensajes son los que está recogiendo tu mente. Esto se llama,
programación subliminal. ¿Deseas que alguien decida lo que entra en tu mente?

Refiriéndose a la advertencia de Pablo, debemos mirar lo que es puro y admirable. Muchas tramas en los espectáculos de la televisión y en las
películas representan actividad sexual entre parejas que no están casadas. Al contemplar estos episodios, participamos en un acto que, de acuerdo
a las normas bíblicas es fornicación o adulterio. Nuestras propias relaciones llegan a degradarse debido a nuestra aprobación silenciosa de esas
escenas.

El Señor nos advierte: "No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él." (1 Jn
2:15)
Es de esperar que esta declaración la tengas bien clara.
Por otra parte debes saber que debemos cuidar las avenidas del alma.

"SOBRE toda cosa guardada, guarda tu corazón -es el consejo del sabio-; porque de él mana la vida". "Cual es su pensamiento [del hombre] en su
alma, tal es él".

El corazón debe ser renovado por la gracia divina, o en vano se buscará pureza en la vida. El que procura desarrollar un carácter noble y virtuoso,
sin la ayuda de la gracia de Cristo, edifica su casa sobre las arenas movedizas. La verá derribarse en las fieras tempestades de la tentación. La
oración de David debiera ser la petición de toda alma: "Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio; y renueva un espíritu recto dentro de mí". Y
habiendo sido hechos partícipes del don celestial, debemos proseguir hacia la perfección, siendo "guardados en la virtud de Dios por fe". Tenemos,
sin embargo, algo que hacer para resistir a la tentación. Los que no quieren ser víctimas de los ardides de Satanás deben custodiar cuidadosamente
las avenidas del alma; deben abstenerse de leer, ver u oír cuanto sugiera pensamientos impuros. No se debe dejar que la mente se espacie al azar
en todos los temas que sugiera el adversario de las almas. Dice el apóstol Pedro: "Por lo cual, teniendo los lomos de vuestro entendimiento
ceñidos... no conformándoos con los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino como aquel que os ha llamado es santo, sed
también vosotros santos en toda conversación". Pablo dice: "Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo
amable, todo lo que es de buen nombre; si hay alguna virtud, si alguna alabanza, en esto pensad". Esto requerirá ferviente oración y vigilancia
incesante. Habrá de ayudarnos la influencia permanente del Espíritu Santo, que atraerá la mente hacia arriba y la habituará a pensar sólo en cosas
santas y puras. Debemos estudiar diligentemente la Palabra de Dios. "¿Conqué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra", dice el
salmista, y añade: "En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti". (Patriarcas y profetas, págs. 491, 492).

Sabemos que “Satanás no puede tocar la mente o el intelecto, a menos que se lo entreguemos” (E. de White, MS 17, 1893), y si esto sucede es
porque descuidamos nuestra devoción con Cristo y no tendremos cuidado con nuestros sentidos.

Fue por medio de los sentidos donde entró la primera tentación, Satanás se encargó en extraviar las avenidas del alma de Eva para que ella dejara
de escuchar la voz cariñosa de Dios y pusiera atención a la seductora voz de la serpiente antigua. Observemos cómo sucedió esto.

La serpiente con su astucia engañó a Eva, y el primer paso lo hizo hablándole, pues los animales no hablan. Ella dijo a la mujer: “Conque os ha dicho
Dios: No comáis de todo árbol del huerto?” (Gn.3:1).

“Y la mujer respondió a la serpiente: …” (v.2,3). Si ella respondió, significa que antes escuchó a la serpiente, así que el primer sentido que extravió
la serpiente de la mujer fue LA ESCUCHA (el oído).

“Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis” (v.4), Este es el segundo engaño, aunque es el primero verbalmente, tratando de introducir la
falsa creencia de la “Inmortalidad del Alma”, esto cautivó el interés de la mujer de forma intuitiva, puesto que la intuición es otro de los sentidos
que está de alguna forma más desarrollado en las mujeres.

En el versículo 6 se expone con claridad la forma que utilizó astutamente la serpiente para engañar a la mujer extraviando el resto de sentidos de la
mujer. “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer,” “Vio” es el verbo, refiriéndose a los ojos. Sus ojos fueron extraviados ahora, dejó ella de
contemplar al Creador y ahora había fijado su vista en algo material, esto le produjo la codicia y la debilitó para caer fácilmente en el pecado.
“y que era agradable a los ojos,” “agradable”, puede ser que se refiera también al olfato, que posiblemente este sea el siguiente sentido que
extravió Satanás de la mujer.

“Y árbol codiciable para alcanzar sabiduría; tomó de su fruto,” “tomó”, al tomarlo evidentemente ella tuvo contacto directo con el fruto, lo tocó, es
aquí donde Satanás le extravía el sentido del tacto, y bueno, ahora que lo tenía en sus manos; que estaba en contacto directo, ella comió. “Y
comió”. Claro, al comerlo fue extraviado su paladar, es decir el sentido del gusto. El texto concluye diciendo que “dio también a su marido, el cual
comió así como ella”.

Los sentidos que Satanás extravió fueron los más importantes del ser humano tocantes a la sensibilidad natural del hombre, los cuales fueron:

1. El oído o la escucha
2. La intuición
3. Los ojos o la vista
4. El olfato
5. El tacto
6. El paladar o el gusto

Satanás no obligó a Eva a pecar, sólo la sedujo con su astucia a fin de que ella, por su vulnerabilidad al apartarse de la presencia de Dios, fuese
engañada.

Esto mismo podía pasar con toda la humanidad, el apóstol Pablo expresó esta inquietud de la siguiente manera: “Pero temo que como la serpiente
con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo” (2 Cor.11:3). A lo que se deduce,
que es de esta misma forma cómo Satanás logra que caigamos en sus trampas y engañosas redes.

Debemos cuidar las avenidas de nuestra alma; debemos cuidar nuestros sentidos; debemos consagrarlos a la devoción a Cristo, a la fidelidad del
Señor. Separados de él nada podemos hacer. Pero en Cristo sí podemos hacer todo lo que él nos pide. Amémosle y consagrémonos a él cada día y
no nos separemos de él ni un sólo instante, porque si no es así, las astucias del enemigo de las almas nos engañará con sus sutiles y brillantes pero
mortíferas tentaciones.

Elena de White dice que se necesita constante vigilancia. San Pedro dijo que debemos ser sobrios y Jesús dijo que velemos y oremos para no entrar
en las tentaciones. “Todo el que se ha alistado bajo el estandarte teñido con la sangre de Cristo, ha entrado en una contienda que exige constante
vigilancia. Satanás está decidido a continuar la lucha hasta el fin. Viene como ángel de luz, afirma que es Cristo, y engañará al mundo; pero su
triunfo será corto. Ninguna tormenta ni tempestad puede conmover a aquellos cuyos pies están afirmados sobre los principios de verdad eterna.
Podrán resistir en este tiempo de apostasía casi universal” (MS 74, 1903).

Fijemos, pues, nuestra mirada en el autor y consumador de nuestra fe, y entonces estaremos seguros. Gracias doy a Dios por su protección y su
amor admirable que nos demostró al enviar a su Hijo para libertarnos del pecado y a la vez capacitarnos para vencer al maligno por nuestra fe en
él.
“Y esta es la confianza que tenemos en él” (1 Juan 5:14 pp); “Mirad por vosotros mismos, para que no perdáis el fruto de vuestro trabajo, sino que
recibáis galardón completo” (2 Juan 1:8).

Adventistas en peligro de extinción

Sería un viaje de varias horas hasta el lugar donde una de nuestras colegas daría el último adiós a su anciana madre. Mientras conduzco el automóvil
que nos lleva a más de 100 kms. por hora, en la larga y derecha ruta que atraviesa Chile de norte a sur, soy testigo de una de las conversaciones más
interesantes que he escuchado. Se trata de tres profesoras que en esta oportunidad son mis acompañantes.

Una de las pasajeras introdujo el tema: “Ayer mi hija me preguntó si podía ir al cine. Le contesté, que claro, siempre y cuando se trate de una película
con valores”. Otra de las señoras dijo: “en mi caso, yo solo autorizo a mi hija ir al cine en caso de que sus compañeras del Colegio la acompañen”.
Finalmente intervino la tercera madre señalando: “no, en mi caso mi hija no puede ir a menos que yo la acompañe”…

De pronto, como presintiendo que venía algo que podía desestabilizar mi conducción, aprieto fuertemente el volante del vehículo. Entonces escucho
una de las preguntas más complejas que he tenido que resolver. “Pastor”, pregunta una de las señoras, “¿Qué opina Ud. de lo que venimos
hablando?” En milésimas de segundo mi mente se traslado a la hermosa iglesia donde participé de niño, en una localidad montañosa de la Araucanía
chilena. Una Iglesia conservadora y tradicionalista. Recordé que durante toda mi niñez y juventud oí a los dirigentes de mi Iglesia enseñar que los
adventistas no frecuentamos los cines.

No sé si las damas lo habrán notado, pero yo estaba frente a una realidad totalmente nueva. Tristemente, aún no inventan los pilotos automáticos para
automóvil. De haber sido posible, habría sido cuestión de encenderlo y entonces bajarme para ver como aquellas mujeres continuaban el viaje solas.
En fin, solo podía responder de acuerdo a lo que siempre había conocido.

“Hermanas” respondí “tengo entendido que los adventistas no vamos al cine”. Luego de algunos segundos de silencio, una de las señoras me dice:
“Pastor ¿en qué mundo está Ud.?, hoy en día prácticamente todos nuestros jóvenes van al cine, aún los hijos de muchos pastores”. Otra de las
hermanas, queriendo aclararme el motivo de este cambio me dice. “Lo que sucede pastor, es que ahora las mismas películas que uno ve en el cine, las
puede ver en la casa, ya sea en DVD o por cable”.

La conversación continuó, pero algo en mi corazón me decía que el tema no se había agotado.

De regreso en casa, me propuse buscar el fundamento de por qué los adventistas no frecuentamos los cines, tal y como se enseñaba. Felizmente
encontré lo que buscaba. El manual de la Iglesia en su edición pasada, señala que el motivo por el cual los adventistas nos abstenemos de asistir a
espectáculos inconvenientes como el cinematógrafo es porque: “nos separan de Jesús”. Allí estaba la razón. Sin embargo, desde esta perspectiva, el
argumento de las madres del viaje era en parte correcto. Hoy por hoy lo que nos separa de Jesús podría estar metido dentro de nuestros propios
hogares.

Entiendo que este tema, junto con el de los juegos de naipes y otras prácticas “inconvenientes”, pueden ser objeto de una larga y acalorada discusión.
Sin embargo, el principal inconveniente de esta situación no es ¿dónde las películas nos separarán más de Jesús, si en el cine o en la casa? La
verdadera cuestión es que los adventista estamos utilizando cada vez más nuestro propio criterio para vivir nuestra fe. De acuerdo a la conversación
de las madres del relato, es indudable que cada una de ellas está usando un criterio particular y diferente respecto de lo que es y no es correcto para
sus hijas.
El entender esta situación me llevó de manera automática mi mente hacia un texto de la Biblia en el cual se hace una referencia al periodo de los
jueces de Israel. La cita dice: “En aquel tiempo no había rey en Israel, cada uno hacía lo que bien le parecía” Jueces 21: 25

Hacer lo que uno bien le parece, es establecer por uno mismo normas y conductas de vida, cuyo único fundamento es el raciocinio humano. Es no
tener otro parámetro más que la propia experiencia y conocimiento para dirigir la vida.

Fue entonces cuando entendí que estamos frente a una crisis de identidad que podría traer consecuencias nefastas para la iglesia. A este paso, no me
extrañaría que en un futuro próximo los adventistas estemos autorizando a nuestros hijos a frecuentar las discotecas con la prohibición, eso sí, de
bailar en ellas.

¿Qué es lo que está pasando en realidad? Al revisar el libro de los jueces, notamos un cambio de paradigma que explicaría este fenómeno. Jueces 2:
1-10 señala que una generación, la de Josué y Caleb, ya había pasado. Al parecer, con ellos algo importante se había perdido, esto es IDENTIDAD.
El relato nos dice que la nueva generación de Israelitas “no conocían al Señor ni la obra que este había hecho por ellos” (10). Cuando nos adentramos
en el libro, podemos quedar aterrados con los grandes fracasos cometidos por esta nueva generación, producto principalmente de sus malas
decisiones. De entre los casos más dramáticos tenemos a Jefte, quien decide sacrificar a un ser humano si es que Dios le da la victoria contra sus
enemigos. Tristemente aquel sacrificio fue su propia hija, (Jueces 11:24-25). Pero sin duda el caso más grave es el del levita y su concubina. Esta
última, fue tomada por los hombres de benjamín para hacer con ella cuanto se les antojara hasta dejarla muerta en plena calle. Si esto nos parece
grave, mucho más grave es la decisión del levita, quien no encuentra nada mejor que cortar a su compañera en trozos, para luego enviarlos a cada una
de las tribus de Israel. (Jueces 19)

Todos estos actos, sumado a otros tantos son el resultado de dos cosas. Por un lado “ellos no conocen a Jehová” por tanto “cada uno hace lo que bien
le parecía”.

Con relación a esto último, los estudios señalan que la búsqueda de identidad es uno de las principales razones para que los seres humanos busquen
agruparse. Esto último es algo típico del fenómeno de las tribus urbanas. Jóvenes con graves problemas de identidad, comparten experiencias afines,
traumas y carencias afectivas. Se unen bajo la misma bandera, que puede ser un color, un peinado u actitud especial, etc. Normalmente estos grupos
crecen con bastante fuerza hasta alcanzar un grado máximo de desarrollo, pero nunca llegan a crecer tanto como para permanecer. Rápidamente los
alcanza la etapa final del proceso que es el descenso, y finalmente desaparecen. Este mismo ciclo lo repiten la mayoría de los movimientos y
agrupaciones humanas en prácticamente todo orden de cosas.

Ahora, la pregunta clave de esta cuestión es ¿Cómo se puede evitar este proceso? La respuesta es simple IDENTIDAD. Cuando la nueva generación
de Israelitas se olvidaron de Dios y de la forma como los había ayudado, se olvidaron también quienes eran ellos y con qué propósito existían.

Así ocurre con los movimientos modernos. Son las nuevas generaciones las que finalmente se encargan de enterrar aquello que le dio vida y fuerza al
movimiento, por la simple razón de que ellos no se sienten identificados con esas cosas.

En Chile, actualmente varias de las Iglesias tradicionales están en su etapa final. Iglesias como la Luterana, metodista, Wesleyana, entre otras. Son
verdaderas agrupaciones de la tercera edad. Solo cabezas blancas se ven en sus bancas los días de reunión ¿pero dónde está la juventud de esas
congregaciones? Posiblemente buscando personas afines con quienes sentirse más a gusto.

Finalmente, quisiera que por un momento pensemos en nuestra Iglesia Adventista. El adventismo nació por un grupo de personas que buscaba
identidad. La historia señala que luego del chasco de 1844, ellos quedaron en el aire. Todas sus expectativas se habían esfumado. Fue así como unos
pocos decidieron “juntarse” compartir sus frustraciones y buscar consuelo en la Palabra de Dios. De ese modo recuperaron identidad. Se llamarían
Adventistas del Séptimo Día. A partir de ese momento, el movimiento tomaría una fuerza insospechada. En menos de 60 años se había transformado
en una Iglesia mundial que abría sus brazos en distintas direcciones.

Sin embargo, ya desde hace algunos años nuestra Iglesia viene experimentando el lento pero progresivo proceso de la “curva descendente”. Lo cual
nos ha llevado a más de algunos a preguntarnos ¿será que la Iglesia Adventista también desaparecerá?

Un profesor de teología con experiencia en distintos países me dijo una vez “es muy difícil que la Iglesia alguna vez desaparezca. Su sistema
organizativo y sus instituciones son demasiado grandes como para desaparecer”. Sin embargo, no necesitamos engañarnos. No es lo mismo existir
porque se es una gran institución con un gran sistema organizativo, a existir porque cada uno de sus miembros mantiene viva la esencia de lo que
significa ser un adventista del 7° día.

Actualmente estamos frente al surgimiento de una nueva generación de adventistas. La generación de la Internet. Una generación que puede
descargar de la web cualquier cosa que necesite pero que no tiene idea del gran aporte y sacrificio realizado por José Bates para la consolidación de la
obra de publicaciones o del sacrificio de Andrews por querer establecer la obra en Europa. Que tampoco conoce las interpretaciones proféticas
adventistas y que tampoco le interesan.

De todo lo que hemos dicho una cosa si es clara. Si olvidamos las raíces y aquello que nos dio identidad, si olvidamos cómo Dios nos ha guiado en la
historia, todo estará perdido. Tendremos mucho más que una “neutralización del adventismo” por el olvido de la visión apocalíptica y como señala
George Knight en uno de sus libros, será el fin.
Por último, el libro de los jueces nos da un atisbo de esperanza en la experiencia de Gedeón, digno representante de esta generación “desconectada”.
Cuando el ángel de Jehová, presumiblemente Jesús, le señala a Gedeón el interés del Señor en su persona, este se muestra escéptico y resentido. Una
actitud que me recuerda a mis alumnos adventistas de secundaria en mis años de profesor de uno de nuestros colegios. En muchos de nuestros
establecimientos educativos los jóvenes se muestran reacios a la religión. (Jueces 6: 11-12)
La historia dice que Gedeón dudó de que Dios quisiera algo de él. “Si el Señor está conmigo, respondió, ¿Dónde están todas las maravillas que
nuestros padres nos hablaron?” (Jueces 11: 13).

Gran paciencia tuvo el Señor con este joven. No solo toleró su arrogancia, sino también su incredulidad. Era lógico, él no conocía a Jehová.

Respecto de la prueba del vellón de lana, este episodio demuestra cuán grande es el amor que Dios tiene para con los que han perdido identidad. Él
está dispuesto a esperar y a probarnos de una u otra manera que efectivamente está interesado en nosotros. Desea que le conozcamos por experiencia.
Desea revelársenos.

Finalmente, el Señor le señala una misión a Gedeón “destruye el ídolo de tu padre” (Jueces 6: 25). Contra todo lo conocido hasta ese momento, en
esta oportunidad y por primera vez en la Biblia, será un hijo el encargado de actuar como sacerdote del hogar, esto debido a que los padres había
fallado en su cometido. Luego de destruir el ídolo de Baal y de cortar la imagen de Asera, Gedeón restauró el altar de Jehová que estaba derrumbado
y posteriormente guió a los 300 valientes en la victoria contra sus innumerables enemigos.
Al margen de esto, la Biblia dice que cuando los hombres de la ciudad quisieron matar a Gedeón por el daño causado a los ídolos, el padre salió en su
defensa. “¿De quién es esta imagen? Preguntó: ¡de Baal! respondieron los hombres… Entonces dice el padre, “dejen que Baal pelee por sí mismo”
(Jueces 6: 31)

Desde ese día Gedeón ya no se llamó más así, ahora sería conocido como “Jerubaal”, que significa: “Contienda Baal con él”. En otras palabras,
Gedeón, el joven de la generación “desconectada” había adquirido identidad. Ahora sería un guerrero de Dios contra Baal.

La gran reforma de la Iglesia adventista, el gran reavivamiento tan esperado no comenzará con algún plan especial de evangelismo, o alguna
estrategia moderna de motivación. El reencuentro de la Iglesia con su identidad y su misión comenzará en el seno de la Iglesia, lo hogares da cada
familia adventista en el mundo. Cuando los padres se vuelvan a sentar junto a sus hijos entorno a la Biblia y conozcan al Señor, el Señor de nuestros
pioneros.

“Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacía los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con
maldición” Malaquías 4: 6

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