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Hombres fieles: La fidelidad es una virtud que se puede considerar sinónima o engloba
a otras tal cómo la integridad, sinceridad, lealtad, entre otras. La persona fiel es
comprometida y sacrificada porque que buscará ante todo llevar a cabo aquello para lo
que ha sido apartado o encomendado. El ministro de Cristo debe ser fiel a su Señor, a su
Palabra y a la iglesia cueste lo que le cueste. Leemos en el libro de Hechos las palabras
del apóstol Pablo a los ancianos de la iglesia de Éfeso: “Tened cuidado de vosotros y de
toda la grey, en medio de la cual el Espíritu Santo os ha hecho obispos para pastorear la
iglesia de Dios, la cual El compró con su propia sangre la iglesia”. Hch 20.28.
Marido de una sola mujer = Sexualmente puro. Esto es a su vez garantía de su apego
y vivencia de las Escrituras.
Sobrio = Sensato, no dado a los excesos. Debe ser una persona equilibrada, prudente
teniendo en cuenta que no solo es un miembro más del cuero de Cristo, sino que se le
ha designado la importante labor de guiar parte de la grey del Señor y que debe ser
ejemplo para ellos.
Decoroso = organizado. También es necesario que el Ministro del Señor sea una
persona bien organizada tanto en su vida personal, como en lo que a la iglesia respecta,
ya que esta virtud garantizara que todo marche de forma correcta evitando en cuanto sea
posible los imprevistos y esto generara excelencia en cada cosa que realice.
Amable = el mundo está lleno de dolor y las personas llegan a los pies de Cristo
heridos y maltratados, necesitan el amor de Dios y principalmente el ministro debe
mostrar ese amor al ser amable y cariñoso con las personas, tanto los que vienen
llegando, como los que tienen tiempo.
Que gobierne bien su casa, ya que si no sabe gobernar en su hogar mucho menos sabrá
hacerlo en la iglesia del Señor puesto que requiere del ejercicio de la autoridad.
No un neófito: no debe ser un nuevo creyente porque esta no es una labor sencilla, el
ministro debe contar con una preparación integral puesto que debe enfrentarse a un
sinfín de situaciones las cuales requieren de madurez y sabiduría, de toma de decisiones
y un neófito no sabrá proceder ante estas de forma correcta, pudiendo desviarse y hacer
daño a la obra y a su propia vida espiritual.
De Buen testimonio: esto también es sumamente importante para todo creyente y más
aun para el ministro, ya que esto es como su firma, su sello, su garantía, del buen
testimonio que posea dependerá la credibilidad de sus palabras y el impacto que cause
en la comunidad donde se encuentra y aun n su propia iglesia.
Conoce la Palabra de Dios. El ministro debe ser alguien que tiene que estar “nutrido
con las palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido” (1 Tim 4.6). Debe ser
alguien que debe estar continuamente estudiando y renovándose por la Palabra para
poder nutrir a la congregación guardando la sana doctrina. William Hendriksen afirma
lo siguiente: “El hombre que usa correctamente la palabra de verdad, no la cambia, no
la pervierte, no la mutila ni la distorsiona, ni hace uso de ella con un propósito malo en
el pensamiento. Por el contrario, interpreta las Escrituras en oración y a la luz de las
Escrituras. Aplica su sentido glorioso, en forma valiente y con amor, a situaciones y
circunstancias concretas, haciéndolo para la gloria de Dios, la conversión de los
pecadores y la edificación de los creyentes”.
Es sujeto siempre, está bajo autoridad y ministra bajo autoridad. respeta a las
autoridades civiles, de gobierno y espirituales de la Iglesia, pues la obediencia en todos
los aspectos le traerá cobertura y bendición para su vida personal y ministerio, ya que
todo acto de rebeldía y de falta de sujeción no proviene de Dios sino de Satanás.
Es fiel con sus Diezmos y ofrendas, no importa que no tenga un sueldo, ya sea
que trabaje o estudie, Dios siempre le suplirá para sus necesidades, pero de lo que el
Señor le da debe de apartar el Diezmo y ofrenda para El. Porque es de bendición para su
vida y ejemplo para la iglesia. Su palabra nos dice que los diezmos son del Señor
El siervo que ama al Señor debe ser congruente con lo que hace y dice, lo que predica debe
vivirlo. Los que no son hacedores de la palabra se convierten en oidores olvidadizos, se
vuelven carnales y fariseos, están llenos de conocimiento pero no hay fruto del espíritu en
sus vidas.