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En la sesión plenaria “Retos del español en la educación del siglo XXI”, el escritor
chaqueño prefirió al “castellano” por sobre el “español”, pareció contestar los dichos de
Mario Vargas Llosa sobre el rol “integrador” y trazó un oscuro panorama de la educación.
Desde Córdoba
“La denominación de nuestra lengua es un tema central de la educación. Los desafíos no los
plantea el español sino el neoliberalismo global que hoy predomina en el mundo, y que en
materia educativa es especialmente peligroso. Ahora en este país y desde hace mucho en
países vecinos observamos el paulatino y peligroso reemplazo de pedagogos y maestros por
gerentes e instructores provenientes de dudosas disciplinas”, criticó el escritor chaqueño y
puntualizó que la educación no es solamente una cuestión pedagógica, sino política.
“Educar y cómo hacerlo es una decisión política, como también lo es no hacerlo. Por lo
tanto, la precisión y modo de uso de la lengua que habla y en la que lee y se expresa cada
sociedad también lo es. La lengua que hablamos es una cuestión política. Este Congreso
también es político, porque es una continuidad de una decisión política tomada por las
autoridades del Estado Español: la de consagrar a la lengua que ahora llaman español como
hegemónica síntesis de todas las lenguas de todos los pueblos que hablan lo que nosotros
llamamos castellano”.
El escritor chaqueño, columnista de PáginaI12, afirmó que esa instauración inconsulta le
parece un error. “Esta imposición no reconoce y niega la vigencia y vitalidad de las lenguas
originarias que se hablan a la par del castellano en lo que hoy son más de 30 naciones
americanas. Como tampoco entiende ni parece aceptar el extraordinario aporte de los
idiomas de la inmigración que, constituyen también la lengua que verdaderamente
hablamos en este continente: el castellano Americano”. El escritor y periodista señaló que
hay una creciente alarma porque “las políticas educativas que nos formaron como naciones
independientes y castellano-hablantes están siendo cambiadas veloz y peligrosamente desde
que el fuerte desarrollo europeo asistió a la España posfranquista, muchos de cuyos
estamentos parecen haberse autoatribuído la misión de recuperar a sus viejas colonias por
medio de un nuevo sistema imperial económico-financiero y cultural, y ahora también
educativo y lingüístico”. Entonces Giardinelli fue al grano de la cuestión del cambio de
paradigmas. “Ahora en la educación argentina la intervención de empresas e instituciones
transnacionales empieza a gobernar el sistema. Impone la disminución salarial, sataniza al
sindicalismo educativo, recorta las becas y ayudas, desmantela la educación técnica,
elimina Institutos de Formación Docente y cancela la educación para adultos y
trabajadores. Es coherente con las políticas de desindustrialización, una de cuyas
consecuencias es el deterioro de la educación pública en el interior del país, en todos los
niveles. Y eso conlleva el abandono tanto pedagógico como edilicio y de formación
docente. Lo que en un país con el 60 por ciento de inflación anual y uno de los cinco
mayores endeudamientos del planeta, es poco menos que incendiario”, arremetió el autor de
La revolución en bicicleta y Luna caliente, entre otras novelas.
Giardinelli detalló que el actual gobierno argentino “ha clausurado prácticamente todos los
programas que en lo que va del siglo habían mejorado notablemente el sistema educativo”,
como el Plan Nacional de Lectura, la eliminación de decenas de programas educativos
complementarios de la educación formal en los niveles inicial, medio y superior, los
programas de educación por el arte, educación sexual, prevención de la violencia escolar,
las orquestas infantiles y juveniles, además del desfinanciamiento de las 62 universidades
nacionales públicas y gratuitas. “Esto es brutal y solamente augura un futuro más que
sombrío”, resumió el escritor que interpeló, “con todo respeto”, al ministro Finocchiaro.
¡Bravo, Mempo!, gritó un hombre y se puso de pie para aplaudirlo. “Los atentados
idiomáticos, como cambiar el habla de un pueblo, e imponerle un nombre que no tiene ni
reconoce, son gravísimos para la libertad, la democracia y la literatura”, alertó el escritor
chaqueño y se refirió al “proceso de embrutecimiento” alentado por “el gran pervertidor de
la lengua y distorsionador de significados, que es el sistema multimediático argentino,
enfermo de frivolidad y pésimo lenguaje”.