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El reto
de la igualdad
de género
Nuevas perspectivas en Ética
y Filosofía Política
Biblioteca Nueva
.
EL RETO
DE LA IGUALDAD DE GÉNERO
Nuevas perspectivas en Ética
y Filosofía Política
Colección Razón y Sociedad
Dirigida por Jacobo Muñoz
ALICIA H. PULEO (Ed.)
EL RETO
DE LA IGUALDAD DE GÉNERO
Nuevas perspectivas en Ética
y Filosofía Política
BIBLIOTECA NUEVA
grupo editorial
siglo veintiuno
siglo xxi editores, s. a. de c. v. siglo xxi editores, s. a.
CERRO DEL AGUA, 248, ROMERO DE TERREROS, GUATEMALA, 4824,
04310, MÉXICO, DF C 1425 BUP, BUENOS AIRES, ARGENTINA
www.sigloxxieditores.com.mx www.sigloxxieditores.com.ar
ISBN: 978-84-9940-871-2
Edición en formato digital: 2013
Conversión a formato digital: Fotocomposición Márvel S. L.
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribu-
ción, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los
titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser consti-
tutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sigs., Código Penal). El Centro Es-
pañol de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN. EL CONCEPTO DE GÉNERO EN LA FILOSOFÍA, ALICIA H. PULEO ...... 15
I. DEMOCRACIA E IGUALDAD
1. EL LEGADO DE LA ILUSTRACIÓN: DE LAS IGUALES A LAS IDÉNTICAS, CELIA
AMORÓS .............................................................................................. 45
1. Ilustración, feminismo, anticolonialismo ......................................... 45
2. Breve excursus por la postmodernidad ............................................. 47
3. De la Ilustración a las Ilustraciones ................................................. 49
3.1. Excursus sobre el multiculturalismo ........................................ 49
4. Las culturas y «las idénticas» ........................................................... 52
5. «No se discuten las reglas de la tribu» .............................................. 54
6. ¿Civilizar el conflicto de civilizaciones? Sobre Ilustración e Ilustraciones ... 56
7. Notas sobre el «feminismo islámico» ............................................... 58
2. FEMINISMO Y DEMOCRACIA: ENTRE EL PREJUICIO Y LA EXCLUSIÓN, FERNANDO
QUESADA ............................................................................................ 62
1. Sentido y ubicación filosófico-políticos del feminismo ..................... 62
2. De la supresión de las huellas en la historia a la exclusión política de las
mujeres .......................................................................................... 66
3. Del rapto de la memoria a la desaparición histórica de las mujeres .... 70
5. CAPACIDADES HUMANAS E IGUALDAD DE LAS MUJERES, MARÍA XOSÉ AGRA ......... 125
nada por esta crítica puede ponerse de manifiesto una de las características
más llamativas del patriarcado como forma de poder, a saber, la capacidad
que tiene para asignar los espacios de lo femenino»7. Si nos preguntamos lo
que dijeron Aristóteles, Kant o Hegel acerca de las mujeres es por su in-
fluencia en el pensamiento y en la realidad, incluso de hoy en día. Conozco
profesores de filosofía que todavía consideran que no es relevante saberlo.
Habría que ver si realmente no tiene importancia lo que se dijo acerca de la
mitad de la humanidad, sobre todo cuando lo afirmado desde la filosofía in-
fluye en la praxis social y política8. Y aunque la mayor parte de la gente no
lea libros de Filosofía, ésta les llega a través de los escritos de divulgación y
del ambiente cultural de una época. Por lo tanto, podemos ver que no se tra-
ta de buscar perlas de la misoginia para un museo de curiosidades del pasa-
do, sino de entender nuestro presente, de comprender por qué hemos llega-
do adonde estamos, qué mecanismos teorico-prácticos permiten que
estemos organizados socialmente de la manera en que lo estamos y qué tipo
de discursos y de argumentaciones se han hecho al respecto desde la fi-
losofía.
Puesto que la filosofia es un pensamiento que influye en la organiza-
ción de lo real y de nuestra percepción de lo real, conocer lo que se dijo
acerca de las mujeres nos permitirá entender también otra cosa: cuál ha
sido la autocomprensión masculina. Como la relación entre los sexos es
dialéctica (es una relación en la que la definición de uno con sus roles y ca-
racterísticas implica la definición del otro), al conocer lo que se dijo sobre
las mujeres y lo femenino, entenderemos también su opuesto, los hom-
bres y lo masculino9. Así, tendremos una visión más amplia de nuestra
historia y nuestro presente.
Sólo se entiende verdaderamente nuestro presente si conocemos nuestra
historia. En ese sentido, entonces, el estudio de la conceptualización del gé-
nero en la filosofía sería una parte del análisis de lo que Colette Guillaumin
ha llamado la «faz simbólica de las relaciones concretas»10. Las relaciones de
poder concretas, la distribución de los roles y del estatus en nuestra sociedad
tienen una faz simbólica, discursos que las justifican y retroalimentan. El
discurso filosófico forma parte sustancial de la red de relaciones de poder.
¿Qué ocurre cuando realizamos esta crítica? A menudo, observo en las
estudiantes una sensación de sorpresa e incomodidad. Descubren que el
pensador tan admirado nunca habría pensado en ellas como posibles lecto-
——————
7
Cristina Molina Petit, Dialéctica feminista de la Ilustración, Barcelona, Anthropos,
1994, pág. 24.
8
Teresa López Pardina y Asunción Oliva Portolés (eds.), Crítica feminista al psicoanálisis
y a la filosofía, Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense de Ma-
drid, 2003.
9
De hecho, la reflexión actualmente en curso sobre la identidad masculina es resultado
de esta dialéctica. Entre otros, véase Marta Segarra y Angels Carabí (eds.), Nuevas masculinida-
des, Barcelona, Icaria, 2000.
10
Colette Guillaumin, Sexe, Race et Pratique du Pouvoir. L’idée de Nature, París, Côté-
femmes, 1992.
INTRODUCCIÓN. EL CONCEPTO DE «GÉNERO» EN LA FILOSOFÍA 19
ras e interlocutoras puesto que las adscribía a un orden más cercano a la na-
turaleza. La primera reacción es disculpar al filósofo con el argumento de
que «en esa época no había mujeres cultas». Rápidamente concluyen: «si el
pobre filósofo hubiera conocido mujeres inteligentes e instruidas, no hubie-
ra realizado afirmaciones tan sexistas. Justamente, el estudio del discurso fi-
losófico desde la perspectiva de género nos muestra que muchas veces —o
casi siempre— cuando hay un discurso profundamente misógino o sexista
en Filosofía es porque paralelamente, en esa misma época, existen mujeres
cultas y hasta un discurso feminista. Esto nos muestra que la historia oficial
de la filosofía es como la historia oficial de la generalidad de los aconteci-
mientos: una historia de los vencedores. El corpus está constituido en espe-
cial por aquellas obras que justifican el orden que se quiere perpetuar. Por lo
tanto, aquellos pensadores y pensadoras que no han aceptado la conceptua-
lización de lo masculino y lo femenino tal como se presentaba son borrados
de esta historia, o se omite aquella parte de su producción que trata esa te-
mática. Así ha ocurrido, por ejemplo, con John Stuart Mill11 que suele ser
recordado en los manuales como gran teórico de la libertad sin hacer men-
ción alguna a The Subjection of Women (1869)12, obra que dedicó a la igual-
dad entre los sexos y que el filósofo consideraba una pieza clave de su pen-
samiento.
La historia oficial de la filosofía configurada por el corpus consagrado se
ha constituido con textos que no impugnan la jerarquía de los sexos. Des-
velar esta cuestión no sólo permite entender nuestro presente, sino también
comprender mejor la historia de la filosofía. Porque podremos entender me-
jor lo que afirmaron Kant, Schopenhauer o Rousseau si sabemos que en esta
época, o inmediatamente antes, hubo otros pensadores y pensadoras que
criticaban la desigualdad entre hombres y mujeres y, por ello, fueron olvida-
dos. La historia oficial sólo recuerda la respuesta reactiva a esos pensadores
críticos. Volveré sobre esta cuestión más adelante para ejemplificarla.
Como ya he señalado, el análisis genealógico y deconstructivo en filoso-
fía puede consistir en rastrear la evolución de uno o varios conceptos. Por
ejemplo, yo misma he utilizado esta metodología13 cuando seguí los avata-
res de los conceptos de sexualidad, mujer y naturaleza en la filosofía con-
temporánea y los relacioné con el momento histórico-social y con las prin-
cipales corrientes de pensamiento del momento. Ese trabajo muestra que la
importancia adjudicada al concepto de sexualidad en la filosofía a partir del
siglo XIX, con Schopenhauer —relevancia que posteriormente en el siglo XX
se intensifica— tiene que ver con una dinámica conflictiva de los sexos, con
un proceso de reivindicación de derechos por parte de las mujeres, el cual
está relacionado, a su vez, con la implantación de las democracias modernas.
——————
11
Ana de Miguel Álvarez, Cómo leer a John Stuart Mill, Gijón/Madrid, Júcar, 1994.
12
La traducción más reciente en castellano: El sometimiento de las mujeres, prólogo de Ana
de Miguel, Madrid, Biblioteca Edad, 2005 (trad. Alejandro Pareja).
13
Alicia Puleo, Dialéctica de la sexualidad. Género y sexo en la Filosofía Contemporánea,
Madrid, Cátedra, 1992.
20 ALICIA H. PULEO
No puedo extenderme aquí sobre el análisis que me llevó a sostener esta hi-
pótesis. Sólo señalaré que me permitió concluir que el discurso sobre la se-
xualidad, clave de la filosofía schopenhaueriana y, más tarde, del surrealismo
y del pensamiento de George Bataille puede entenderse, al menos en parte,
como una reacción al creciente discurso reivindicativo de las mujeres.
Otra forma de la crítica de género a los textos consagrados es mostrar las
incoherencias o las contradicciones dentro de una misma teoría o corriente
del pensamiento. Este tipo de análisis se ha manifestado particularmente
adecuado para la Ilustración, período que comienza a finales del siglo XVII y
se extiende por todo el XVIII en que la razón deja la prudente actitud carte-
siana de dedicarse solamente a la metafísica y a la ciencia y pasa, de lleno, a
criticar la sociedad y sus costumbres. La Ilustración tenía por lema conduc-
tor —como lo expresó clara y contundentemente Kant— el sapere aude
(«atrévete a saber»), atrévete a pensar sin tutores. Se instaba a asumir la au-
tonomía, a guiarse por la propia razón, a abandonar ese mundo de autori-
dades religiosas y jerarquías estamentales que limitaban el pensamiento y la
libertad y a cambiar las estructuras sociales en base al derecho natural que
afirmaba la igualdad de todos los hombres.
Ahora bien, al abordar la conceptualización de los sexos, la mayoría de
los pensadores ilustrados presenta profundas contradicciones con respecto
al lema de la autonomía. En Rousseau o en Kant, junto a la afirmación de
la igualdad de todos los hombres y de su derecho a juzgar por sí mismos,
se sostiene que las mujeres deben estar siempre sometidas y tutorizadas
por los varones. Rousseau, en el libro V del Emilio, afirma que toda la
educación de las mujeres «de todos los tiempos» debe estar limitada a sus
deberes para con los hombres, especificados de la siguiente manera: «agra-
darles, serles útiles, hacerse honrar y amar por ellos, criarles de pequeños,
cuidarles cuando sean ancianos, aconsejarles, consolarles, hacerles la vida
agradable y dulce»14. Rousseau es estudiado como un gran pedagogo, el
pedagogo de la autonomía, el que preconizaba dejar que los niños desa-
rrollaran libremente sus capacidades. Pero ese modelo es sólo para Emilio,
que representa al varón y al ideal del ciudadano15. Para Sofia, que es su
modelo femenino, Rousseau plantea practicamente lo contrario: asegura
que no hay que impedir que se desarrolle libremente, tiene que aprender
la sumisión, aprender a vivir para otros en la domesticidad, a fingir y a
mantener las apariencias. En un primer momento, esta dualidad sorpren-
de en un pensador de la Ilustración.
Kant, pensador de la autonomía, sostiene que las mujeres son civilizado-
ras del hombre, que su función es pulir las rudas maneras del varón. Pero ellas
mismas, afirma, no alcanzan la razón práctica, no son capaces de emitir ver-
——————
14
Ángeles Jiménez Perona, «Sobre incoherencias ilustradas: una fisura sintomática en la
universalidad», en Cèlia Amorós, Actas del Seminario Feminismo e Ilustración, Universidad
Complutense de Madrid, 1992, págs. 235-243.
15
Rosa Cobo, Fundamentos del patriarcado moderno. Jean-Jacques Rousseau, Madrid, Cá-
tedra, 1995.
INTRODUCCIÓN. EL CONCEPTO DE «GÉNERO» EN LA FILOSOFÍA 21
daderos juicios morales. Son la dulzura, el encanto que civiliza, pero nunca
serán capaces de alcanzar la autonomía moral16. Por lo tanto, lo que deben
hacer es aprender normas y guiarse por ellas. Como puede verse, el lema
«atrévete a guiarte por tu propio entendimiento» de Kant no alcanza a las
mujeres. Las estudiosas de la Ilustración se han detenido en especial en este
asunto llegando a la conclusión de que, si bien se trata de la limitación de
un pensamiento que pretende ser universal, válido para todos, y hay una
contradicción entre los grandes principios proclamados y la exclusión de las
mujeres, por otro lado, habría cierta coherencia interna porque, tanto los li-
berales, como Kant, o los republicanos, como Rousseau, están pensando en
un modelo de sociedad burguesa en el que las mujeres van a permanecer en
el hogar asegurando la infraestructura del varón productor que sale al mun-
do del trabajo asalariado y de la política. El ámbito de lo público es consi-
derado superior pero, secretamente, se apoya en un mundo doméstico en el
que se ha relegado a las mujeres.
Podemos decir, entonces, que la filosofía de la modernidad ha prepa-
rado la gran división entre el mundo de lo público y el mundo de lo do-
méstico, división de esferas en la cual todavía vivimos. Esta diferenciación
ya preexistía bajo otras formas pero el desarrollo tecno-económico de la
modernidad la transforma y la filosofía la ordena y teoriza en otras claves.
Hasta ese momento, el discurso religioso era el encargado de legitimar la
división de los roles de género y su jerarquización. Con la modernidad, el
discurso de legitimación se seculariza porque la justificación de la división
social de género siempre se lleva a cabo en el lenguaje y las categorías con-
ceptuales hegemónicas de cada época. Si en la Edad Media este discurso
era fundamentalmente religioso, en la Modernidad se hace laico, apoyán-
dose en las ciencias y en la filosofía de las Luces. No obstante, y a pesar de
los cambios, seguimos observando una misma justificación de dos ele-
mentos del sistema de género: los roles y el estatus. La división sexual del
trabajo establece la correlativa diferenciación de dos ámbitos (el mundo de
lo público, de la razón, de la igualdad —por lo menos ante la ley— y el
mundo de lo doméstico, que es el mundo de las necesidades corporales y
afectivas satisfechas por las tareas femeninas del cuidado. El estatus o ran-
go de género establece la desigual valoración de los roles del mundo pú-
blico y doméstico, dificulta el reconocimiento social a las mujeres en la ac-
tividad profesional y en la creación intelectual y artística e introduce un
importante sesgo en la cultura, determinando qué temas merecen nuestra
atención.
——————
16
Concha Roldán, «El reino de los fines y su gineceo: las limitaciones del universalismo
kantiano a la luz de sus concepciones antropológicas», en Roberto Aramayo, Javier Muguerza
y Antonio Valdecantos (comps.), El individuo y la historia. Antinomias de la herencia moderna,
Barcelona, Paidós, 1995. De la misma autora: «Acerca del derecho personal de carácter real.
Implicaciones éticas», en Julián Carvajal Cordón, Moral, Derecho y Política en Immanuel Kant,
Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 1999.
22 ALICIA H. PULEO
——————
17
Celia Amorós, Tiempo de feminismo. Sobre feminismo, proyecto ilustrado y postmoderni-
dad, Madrid, Cátedra, 1997.
INTRODUCCIÓN. EL CONCEPTO DE «GÉNERO» EN LA FILOSOFÍA 23
eminencias que habían afirmado la inferioridad del segundo sexo. Con ello,
por lo tanto, a su juicio, dejaban zanjada la cuestión. Si los misóginos recorda-
ban a Eva como causante de la Caída, los defensores de las damas respondí-
an que no había sido Eva la primera pecadora porque Dios sólo le había
dado el mandato de no comer del árbol a Adán, y que, prueba de la buena
disposición divina hacia las mujeres, Magdalena fue la primera persona que
Dios eligió para que viera a Cristo y la Virgen fue elegida por Dios para en-
carnarse en ella. Asimismo, infaltablemente se recurría a las listas de mujeres
célebres por haber destacado por su virtud o su infamia. Como podemos
ver, son argumentos que hoy en día nos parecen extraños y poco convin-
centes. El «memorial de agravios» entra dentro de esa larga polémica. Qui-
zá la obra más importante sea la de Cristina de Pizán que escribe la Ciudad
de las damas en el siglo XV. Su argumento fundamental, que la convierte en
una obra del tipo «memorial de agravios», gira en torno a la siguiente cues-
tión: ¿cómo es posible que los misóginos digan que las mujeres en su con-
junto son inferiores y malvadas cuando hay tantas damas virtuosas e inteli-
gentes? Su interés filosófico radica en su anti-esencialismo, ya que se niega la
existencia de una esencia femenina, afirmándose, por el contrario, que lo
que hay son muchas mujeres distintas. De esta forma, Cristina de Pizan re-
chaza la homogeneización del colectivo femenino: no hay «la mujer», sino
que hay «mujeres», unas buenas, otras malvadas, unas necias, otras inteli-
gentes. Pero esta autora no llega a reivindicar la igualdad. Se limita a decir
que Dios le ha dado a cada sexo su papel y que, por lo tanto, los hombres
no deben despreciar a las mujeres. Cada uno debe permanecer en ese rol
prefijado, respetándose. Por esta razón, se discute acerca de si la Ciudad de
las damas puede ser considerada una obra feminista. Según Celia Amorós,
no le correspondería esa calificación, en la medida en que no reivindica un
cambio en la situación, sino que solamente pide que se transforme la valo-
ración de la misma18. Este debate no es una nueva discusión bizantina, sino
que tiene su importancia y su significación en el marco actual de la polémi-
ca sobre la teoría y la práctica de los feminismos de la igualdad y de la dife-
rencia. Desde el feminismo ilustrado o feminismo filosófico de la igualdad
se considera que los escritos propiamente feministas son los que reivindican
la igualdad en el acceso a todas las actividades propias de la humanidad, el
acceso de las mujeres a todos los papeles y funciones sociales sin discrimina-
ción. Por lo tanto, para esta corriente, los escritos filosóficos propiamente fe-
ministas comienzan sólo con la Ilustración, período en el cual, contra las divi-
siones jerárquicas entre nobles y plebeyos propias de la sociedad estamental, se
afirma el concepto fundamental de igualdad de todos los hombres. ¿Pero qué sig-
nificaba la igualdad de todos los hombres para los pensadores ilustrados? La ma-
yoría la entendió como igualdad de todos los varones. Es el caso de Rousseau
o de Kant. Una rama minoritaria y posteriormente olvidada la pensó como
la igualdad de todos los seres humanos en base a la capacidad de razonar. En la
——————
18
C. Amorós, ob. cit., 1997.
24 ALICIA H. PULEO
es un filósofo que hoy en día sólo conocen las y los investigadores que tra-
bajan desde la perspectiva de género. Su obra De l’égalité des sexes era muy
famosa en su época. Los círculos de los salones la discutían, las preciosas la
acogieron con gran entusiasmo y algunos ilustrados compartían sus tesis. Se
ha comprobado que Rousseau poseía un ejemplar de esta obra en su biblio-
teca. Si unimos todos estos datos, entenderemos mejor lo que escribe este fi-
lósofo en el Emilio. Está intentando refutar al otrora célebre y hoy olvidado
Poulain de La Barre y a sus numerosos partidarios. En una palabra, se com-
prende correctamente a los autores reconocidos por la tradición filosófica si
conocemos la otra voz, la voz que fue silenciada.
Finalmente, recordaré el tercer objetivo de la constitución de un corpus
filosófico no sexista. Un objetivo no menos importante que los dos anteriores:
se trataría, simplemente, de hacer justicia a pensadores y pensadoras que
han sido capaces de superar los prejuicios de su época y por ello han sido cri-
ticados, ignorados y olvidados.
——————
29
Ana de Miguel y Rosalía Romero (eds.), Feminismo y socialismo. Antología de Flora Tris-
tán, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2003.
30
Alejandra Kollontai, Madrid, Biblioteca de Mujeres, Ediciones del Orto, 2000.
31
Véase, entre otros, los trabajos de Renau, Fernández Buez, Miyares y Pinto, en Amelia
Valcárcel y Rosalía Romero (eds.), Pensadoras del siglo XX, Sevilla, Instituto Andaluz de la Mu-
jer, Colección Hypatia, 2001; Carmen Revilla (ed.), Simone Weil: descifrar el silencio del mun-
do, Madrid, Trotta, 1995.
32
Cristina Sánchez, Hannah Arendt. El espacio de la política, Centro de Estudios Políticos
y Constitucionales, 2003; Fina Birulés, Una herencia sin testamento: Hannah Arendt, Barcelo-
na, Herder, 2007; Fina Birulés y Manuel Cruz (eds.), En torno a Hannah Arendt, Madrid,
Centro de Estudios Constitucionales, 1995; Cruz Birulés y Sánchez Muñoz en Amelia Valcár-
cel y Rosalía Romero (eds.), Pensadoras del siglo XX, ed. cit.
33
Fina Birulés, El género de la memoria, Pamplona, Pamiela, 1995, pág. 14.
34
Véase estudios de Corrada y Cobos Navidad en Amelia Valcárcel y Rosalía Romero
(eds.), Pensadoras del siglo XX, ed. cit.; VV.AA., en Asparkía. Monogràfic María Zambrano, Cas-
tellón, Publicacions de la Universitat Jaume I, 1992.
35
Rosalía Romero, «La familia filosófica de Simone de Beauvoir», en Amelia Valcárcel y
Rosalía Romero (eds.), Pensadoras del siglo XX, ed. cit., págs. 73-86.
36
A. Puleo, «Feminismo», en José María Mardones (dir.), 10 palabras clave sobre Movi-
mientos sociales, Estela, Verbo Divino, 1995.
37
Amelia Valcárcel, Sexo y Filosofía, Barcelona, Anthropos, 1991.
INTRODUCCIÓN. EL CONCEPTO DE «GÉNERO» EN LA FILOSOFÍA 29
las mujeres de ser definidas por otros, designadas como madres o prostitu-
tas desde tiempos inmemoriales. Recibir la definición del ser y de las fun-
ciones propias desde quien se autodefine como el auténtico Sujeto es el co-
rolario de la carencia de poder.
La antropología filosófica existencialista le brinda a Simone de Beauvoir
un marco adecuado para criticar el esencialismo tradicionalista38. En esta fi-
losofía de ruptura, el hombre es concebido como el que no tiene esencia
sino existencia, lo cual significa que es autoconstrucción, que no es un ser
predefinido, como en el clásico ejemplo didáctico de la mesa que tiene una
definición porque ha sido diseñada para una función. Según el existencialis-
mo, cada ser humano se va definiendo a través de lo que va eligiendo en su
vida. Con nuestras grandes y pequeñas decisiones, en cada momento vamos
decidiendo quiénes seremos. Ese proyecto —que es el ser humano— en el caso
de las mujeres, sostiene Simone de Beauvoir, está truncado porque para poder
hacerme proyecto, para ser mi propio proyecto me tienen que dar un ámbito de
posibilidades de elección. Si no se me concede más que una posibilidad, no hay
elección, no hay libertad. Por lo tanto, Simone de Beauvoir rechaza en 1949 la
definición de «la mujer» con un único destino, el de ser esposa y madre, y rei-
vindica la salida de las mujeres del cerrado ámbito doméstico hacia el mundo
de la creación cultural, de la racionalidad, de la política.
Pronto a más de cien años de su nacimiento, podemos decir que la in-
fluencia de esta pensadora en las sociedades occidentales del siglo XX fue
enorme. Las líderes del movimiento feminista que surge entre mediados de
los 60 y principios de los 70 se van a declarar «hijas de Beauvoir». Este re-
conocimiento es hermoso y emocionante. Todas habían leído El Segundo
Sexo y su semilla crítica había ido germinando poco a poco. Unos años des-
pués de ser publicado produce esa gran revolución de las costumbres que va
ser el feminismo contemporáneo. Aquí tenemos un caso en el que la filoso-
fía determina en gran medida el movimiento social.
A pesar de la gran importancia de su pensamiento, como todo lo que
concierne a las mujeres es devaluado, hasta ahora ha sido considerada más
bien una novelista a la sombra de Sartre. Ella misma decía no ser una filó-
sofa mientras otorgaba ese título a su célebre compañero. Los estudios más
recientes han señalado los puntos en los cuales Simone de Beauvoir se dife-
rencia en su teorización del existencialismo de Sartre e incluso llegan a mos-
trar que Sartre cambia su noción de «situación», uno de los conceptos-clave
del autor de L’Etre et le Néant, por influencia de Beauvoir39. Para el primer
Sartre, la situación siempre podía ser reinterpretada. Según su primer plan-
teamiento, si estamos en una situación, sea cual sea, siempre somos libres,
podemos interpretarla de otra forma. Para Simone de Beauvoir, quizás por
su comprensión de los condicionamientos de la situación femenina, extre-
——————
38
Teresa López Pardina, Simone de Beauvoir. Una filósofa del siglo XX, Publicaciones de la
Universidad de Cádiz, 1998. De la misma autora: Simone de Beauvoir (1908-1986), Madrid,
Biblioteca Filosófica, Ediciones del Orto, 1999.
39
Teresa López Pardina, Simone de Beauvoir. Una filósofa del siglo XX, ed. cit.
30 ALICIA H. PULEO
——————
42
Kathleen Barry, «Teoría del feminismo radical: Política de la explotación sexual», en
Celia Amorós y Ana de Miguel (eds.), Teoría feminista. De la Ilustración a la globalización, vol.
2, Madrid, Minerva, 2005, págs. 89-210.
43
Raquel Osborne (ed.), Trabajador@s del sexo. Derechos, migraciones y tráfico en el siglo XXI,
Barcelona, Bellaterra, 2004.
44
Silvia Caporale Bizzini, Discursos teóricos en torno a la(s) maternidad(es), Madrid, Enti-
nema, 2005; A. Puleo, «Perfiles filosóficos de la maternidad», en Ángeles de la Concha y Ra-
quel Osborne, Discursos de la maternidad, Barcelona, Icaria, 2004, págs. 23-42.
45
Celia Amorós, Tiempo de feminismo. Sobre feminismo, proyecto ilustrado y postmoderni-
dad, ed. cit., A. Valcárcel, La política de las mujeres, ed. cit.
46
Luisa Muraro, El orden simbólico de la madre, Madrid, Horas y Horas, 1994; Milagros
Rivera, Nombrar el mundo en femenino. Pensamiento de las mujeres y teoría feminista, Barcelona,
Icaria, 1994; El fraude de la igualdad, Barcelona, Planeta, 1997; Mujeres en relación. Feminismo
1970-2000, Barcelona, Icaria, 2001.
47
M. A. Barrère Unzueta, «Problemas del Derecho antidiscriminatorio: Subordinación
versus discriminación y acción positiva versus igualdad de oportunidades», en Revista Vasca de
Administración Pública, núm. 60, 2001.
48
Ángela Sierra González y M.ª del Pino de la Nuez Ruiz, Democracia paritaria (aporta-
ciones para un debate), Barcelona, Laertes, 2007.
49
Celia Amorós, La gran diferencia y sus pequeñas consecuencias... para las luchas de las mu-
jeres, Madrid, Cátedra, 2005; Luisa Posada Kubissa, Sexo y esencia, Madrid, Horas y Horas, 1998.
De la misma autora: «De discursos estéticos, sustituciones categoriales y otras operaciones sim-
bólicas: en torno a la filosofía del feminismo de la diferencia», en Cèlia Amorós (dir.), Filosofía
y feminismo, Madrid, Síntesis, 2000, págs. 231-253; Lidia Cirillo, Mejor huérfanas. Por una crí-
tica feminista al pensamiento de la diferencia, prólogo de Luisa Posada Kubissa, trad. del italia-
no Pepa Linares, Anthropos, Barcelona, 2002.
INTRODUCCIÓN. EL CONCEPTO DE «GÉNERO» EN LA FILOSOFÍA 33
——————
61
Celia Amorós, «Violencia contra las mujeres y pactos patriarcales», en V. Maquieira y
C. Sánchez, Violencia y sociedad patriarcal, Madrid, Pablo Iglesias, 1990; Ana de Miguel, «El
movimiento feminista y la construcción de marcos de interpretación: el caso de la violencia
contra las mujeres», Revista Internacional de Sociología RIS, núm. 35, mayo-agosto de 2003,
págs. 7-30; Luisa Posada, Las hijas deben siempre sumisas (Rousseau). Discurso patriarcal y
violencia contra las mujeres: reflexiones desde la teoría feminista», en Asun Bernárdez (ed.),
Violencia de género y sociedad: una cuestión de poder, Madrid, Instituto de Investigaciones Fe-
ministas de la UCM/Ayuntamiento de Madrid, 200, págs. 13-34; Lidia Falcón, La violencia
que no cesa, Madrid, Vindicación Feminista publicaciones, 2003; Esperanza Bosh, Victoria Fe-
rrer y Aina Alzamora, El laberinto patriarcal. Reflexiones teórico-prácticas sobre la violencia contra
las mujeres, Barcelona, Anthropos, 2006.
62
C. Gilligan, La moral y la teoría. Psicología del desarrollo femenino, trad. J. J. Utrilla, Mé-
xico, F.C.E., 1985.
36 ALICIA H. PULEO
——————
63
Victoria Camps, El siglo de las mujeres, Madrid, Cátedra, 1998; Teresa López de la Vie-
ja, La mitad del mundo. Ética y crítica feminista, Universidad de Salamanca, 2004.
64
Karen Warren (ed.), Ecological Feminist Philosophies, Bloomington & Indianapolis, India-
na University Press, Hypatia Book, 1999; Vandana Shiva, Abrazar la vida. Mujer, ecología y desa-
rrollo, trad. Instituto del Tercer Mundo de Montevideo (Uruguay), Cuadernos inacabados 18,
Madrid, Horas y Horas, 1995; V. Shiva, Manifiesto para una democracia de la Tierra. Justicia, sos-
tenibilidad y paz, Barcelona, Paidós, 2006; Alicia H. Puleo, «Género, naturaleza y ética», en José
María García Gómez-Heras y Carmen Velayos Castelo, Tomarse en serio la naturaleza: ética am-
biental desde una perspectiva multidisciplinar, Madrid, Biblioteca Nueva, 2004, págs. 97-114; María
Luisa Cavana, Alicia Puleo y Cristina Segura, Mujeres y Ecología. Historia, Pensamiento, Sociedad,
Madrid, Almudayna, 2004; A. Puleo, «Del ecofeminismo clásico al deconstructivo: principales co-
rrientes de un pensamiento poco conocido», en Celia Amorós y Ana de Miguel (eds.), Teoría femi-
nista. De la Ilustración a la globalización, vol. 3, Madrid, Minerva, 2005, págs. 121-152; A. Puleo,
«Medio ambiente y naturaleza desde la perspectiva de género», en F. Garrido, M. González de Mo-
lina, J. L. Serrano y J. L. Solana (eds.), El paradigma ecológico en las ciencias sociales, Antrazyt, Icaria,
2007, págs. 227-252; Carmen Velayos, Olga Barrios, Ángela Figueruelo y Teresa López (eds.), Fe-
minismo ecológico, Estudios multidisciplinares de género, Universidad de Salamanca, 2007.
INTRODUCCIÓN. EL CONCEPTO DE «GÉNERO» EN LA FILOSOFÍA 37
las relaciones entre los sexos. El nuevo sistema económico incorporó ma-
sivamente a las mujeres proletarias al trabajo industrial, pero en la burgue-
sía, la clase social ascendente, se dio el fenómeno contrario. Las mujeres
quedaron enclaustradas en un hogar que era, cada vez más, símbolo del es-
tatus y éxito laboral del varón. El feminismo sufragista y los feminismos so-
cialistas constituyeron la respuesta teórica y reivindicativa a estos dos con-
textos sociales diferentes pero fruto común de las sólidas y profundas raíces
patriarcales de la sociedad.
Un posicionamiento correcto en Filosofía Política requiere un buen co-
nocimiento de los mecanismos sociales que subyacen a la desigualdad. La
expresión glass ceiling se ha generalizado para referirse a ese tope invisible
que parece impedir que las mujeres progresen más allá de cierto nivel en los
puestos de decisión del ámbito público. Este techo de cristal oculta una dis-
criminación indirecta, no reflejada en las leyes, que se mide por los resultados
diferenciales y que justificaría las acciones positivas y la paridad. El trabajo
de Raquel Osborne provee una visión sociológica de la subrepresentación de
las mujeres en puestos de decisión y de representación política, examinando
sus fenómenos asociados tales como la excesiva visibilidad, la polarización
de las diferencias, el sobreesfuerzo, el intento de asimilación y el síndrome
de la abeja reina. Osborne plantea la necesidad de una alianza entre las mu-
jeres-símbolo (o élites discriminadas) y las mujeres como grupo social mi-
noritario (en el sentido sociológico de grupo poseedor de menor poder) para
alcanzar la masa crítica o mínimo de presencia (30-35 %) que permite esta-
blecer una nueva dinámica de cambio que les sea favorable en el interior de
organizaciones empresariales, políticas y sociales.
Con «Capacidades humanas e igualdad de las mujeres», María Xosé
Agra se centra en la creación filosófica de Martha C. Nussbaum e Iris Ma-
rion Young, dos relevantes pensadoras actuales, con lo que, al reconocerlas
como interlocutoras y fuente de su reflexión, además de aportar sus obser-
vaciones críticas propias, participa de la labor de establecimiento de una ge-
nealogía filosófica femenina. Agra examina sus concepciones de la justicia y
destaca su innegable importancia tanto para el diseño de políticas públicas
como para la labor de los movimientos emancipatorios, las ONGs y la ciu-
dadanía.
Neus Campillo se pregunta por las transformaciones necesarias para que
las mujeres accedan a la ciudadanía plena. Ve en el feminismo de la igualdad
la mejor opción para que se expresen todas las diferencias entre las mujeres,
en tanto permitiría la participación de todos los grupos. Apoya el proyecto
de democracia paritaria pero alerta contra la confusión con una representa-
ción sexuada. La democracia paritaria ha de entenderse sólo como una es-
trategia provisional, a la manera de otras políticas de igualdad. Pasa revista a
las consideraciones sobre la ciudadanía de Chantal Mouffe, destaca el inte-
rés de la concepción del universal como contradicción performativa en Judith
Butler y, finalmente, aborda el reto que el multiculturalismo plantea a la fi-
losofía feminista, evaluando positivamente el modelo democrático delibera-
tivo de Sheyla Benhabib.
INTRODUCCIÓN. EL CONCEPTO DE «GÉNERO» EN LA FILOSOFÍA 39
Cerrando la primera parte, María José Guerra pasa revista a las críticas
que Nancy Fraser, Sheila Benhabib e Iris M. Young han realizado a las tesis
habermasianas, examinando a renglón seguido la recepción que dichas crí-
ticas han tenido en la obra de este representante de la Escuela de Frankfurt
y subrayando el enriquecimiento que ha supuesto la incorporación de la te-
mática de la opresión de las mujeres en la dialéctica progresiva entre lo nor-
mativo y lo fáctico y en la difuminación del límite liberal entre público y
privado. Sin embargo, Guerra considera que la desconfianza habermasiana
hacia la injerencia paternalista del Estado social en el mundo de la vida deja
al colectivo femenino sin los instrumentos de cambio de las políticas de ac-
ción positiva en una realidad que no es la democracia deliberativa ideal en la
que serían, como quiere el filósofo, las propias implicadas quienes diseñaran
las medidas de igualdad. En el creciente proceso de globalización, el Estado
mínimo neoliberal nada hace para colmar el abismo entre la igualdad formal
y la desigualdad material.
La segunda parte del libro, El género en la ética comienza con una refle-
xión de Victoria Camps sobre las mujeres y la libertad. Recordando el con-
cepto de libertad como no dominación del teórico del republicanismo Philip
Pettit, la autora comienza recordando que una de las tareas de la Filosofía
Moral y Política en la actualidad ha de consistir en develar los obstáculos
que existen para el ejercicio positivo de la libertad, condición de una socie-
dad más justa y democrática. La persistencia de los roles de género, la esca-
sa presencia de mujeres en puestos de responsabilidad, la violencia de géne-
ro, la maternidad vivida como obligación o la cosificación del cuerpo
femenino en la publicidad muestran que «se considera normal lo que toda-
vía es discriminatorio». Para entrar en la esfera pública, las mujeres han te-
nido que adaptarse a identidades y estructuras forjadas por los hombres.
Mientras subsistan identidades hegemónicas no problematizadas, la libertad
de las mujeres no será igual a la de los hombres. Hasta que no se supere el
androcentrismo en una intersubjetividad incluyente guiada por el bien co-
mún, no se podrá reconocer realmente a las identidades sin atributos.
Es también la libertad, aunque en otra perspectiva, el núcleo de la apor-
tación de Javier Muguerza. El autor realiza una aplicación del individualis-
mo ético a la temática de género. Muguerza propone considerar el género
como comunidad, advirtiendo que la imposibilidad del individualismo on-
tológico señalada por los comunitaristas no es óbice para la existencia del in-
dividualismo ético. Una vez definido el género de esta manera, procede a
aplicar la diferenciación propuesta por Will Kimlicka entre protecciones ex-
ternas que garanticen derechos colectivos y restricciones internas frente a las
que debería defenderse los derechos individuales de los miembros del gru-
po. El conjunto de las mujeres ha de ser apoyado contra la opresión patriar-
cal pero las disidentes también han de serlo. Esta última demanda habría
sido planteada de manera radical por el movimiento queer y otras disiden-
cias sexuales, ain excluir el caso de las trabajadoras del sexo. A juicio de J.
Muguerza, sus demandas no deberían ser desestimadas so pena de atentar
contra su derecho básico como seres humanos que es el derecho a ser sujeto
40 ALICIA H. PULEO
——————
* Este trabajo fue incluido con el título de «Feminismo y multiculturalismo» en el volu-
men 3 de Teoría Feminista: de la Ilustración a la globalización, Madrid, Minerva, 2005.
1
Sophie Bessis, Occidente y los Otros. Historia de una supremacía, Madrid, Alianza, 2002.
46 CELIA AMORÓS
separar el decir del hacer hizo que durante mucho tiempo su modernidad
fuera a la vez incomprensible e ilegítima para los que designa como “los
otros”». Por otra, como lo afirma Cristina Molina Petit en su libro Dialécti-
ca feminista de la Ilustración2, la Ilustración «no cumple sus promesas (uni-
versalizadoras y emancipatorias) y la mujer queda fuera de ella como aquel
sector que las luces no quieren iluminar... Sin la Sofía doméstica y servil no
podría existir el Emilio libre y autónomo». No obstante, nuestra autora es-
tima que, en lo que a la emancipación femenina concierne, «fuera de la Ilus-
tración no hay más que el llanto y el crujir de dientes». Desde esta perspec-
tiva, la crítica anticolonialista y la crítica feminista vendrían a converger en
tanto que asumidas como críticas inmanentes a la incoherencia del discurso
ilustrado.
En este sentido, las mujeres de la Revolución Francesa resignificaban y,
al hacerlo así, radicalizaban el discurso revolucionario. Los jacobinos, bajo la
influencia de Rousseau, como lo ha estudiado Rosa Cobo3, excluían a las
mujeres «por naturaleza» de la ciudadanía. Pues bien, ellas los interpelaban
autodesignándose como «el Tercer Estado dentro del Tercer Estado». Poní-
an así de manifiesto una gran incoherencia patriarcal. Pues, por una parte,
los revolucionarios irracionalizaban, por su propia introducción del concep-
to de Estado Llano, la lógica jerárquica propia de l’Ancien Régime. El con-
cepto mismo de ciudadanía no era sino una abstracción polémica con res-
pecto a la jerarquía de las identidades adscriptivas, es decir, vinculadas al
nacimiento, propias del mundo del status frente al mundo del contrato. Así,
el concepto de «ciudadanía» hacía abstracción, es decir, dejaba fuera como
no pertinentes a efectos de la inclusión en el nuevo concepto, el de «ciuda-
dano», las determinaciones de status sancionadas en función de la cuna. Es
decir, ser noble, villano o clérigo no era relevante para merecer la condición
de ciudadano. Esta condición se universalizaba justo en la medida en que
deslegitimaba la pertenencia adscriptiva a los distintos niveles de esta jerar-
quía como fuente de los diferentes status. Sin embargo, la diferencia entre
ser varón o ser mujer era promovida a la legitimidad en orden a excluir al
sexo femenino de la ciudadanía. Pues bien: mujeres autoras de Cahiers de
Doléances4, como las que aparecen en la excelente antología de Alicia Puleo
que lleva el significativo título de La Ilustración olvidada5, teóricas políticas
de la talla de Olympe de Gouges, la autora de «Los Derechos de las mujer y
la ciudadana», condenada a la guillotina por Robespierre, así como varones
pro-feministas como el marqués de Condorcet estimaron que esta exclusión
era discriminatoria. Pues el ser varón o mujer, la diferencia relativa al sexo,
era no menos adscriptiva, es decir, no menos vinculada al azar del naci-
——————
2
Cristina Molina Petit, Dialéctica feminista de la Ilustración, Barcelona, Anthropos, 1994.
3
Rosa Cobo, Fundamentos del patriarcado moderno. Jean Jacques Rousseau, Madrid, Cáte-
dra, Colección Feminismos, 1995.
4
Cuadernos de quejas.
5
Cfr. Alicia H. Puleo, La Ilustración olvidada, Barcelona, Anthropos y Comunidad de
Madrid, 1993.
EL LEGADO DE LA ILUSTRACIÓN: DE LAS IGUALES A LAS IDÉNTICAS 47
miento que aquella que distinguía a los nobles de los villanos. De este
modo, al excluir a las mujeres de la ciudadanía, los varones introducían por
la ventana la misma lógica jerárquica estamental que habían expulsado por
la puerta. Caían así en la incongruencia consistente en habilitar para las muje-
res un Estado Llano de segunda, pre-cívico, en el seno de un Estado Llano
concebido precisamente para abolir las distinciones jerárquicas de l’Ancien Ré-
gime. Reinstituían de este modo una lógica del privilegio en el ámbito univer-
salista de los derechos, el ámbito revolucionario emergente. En función del
privilegio masculino se reservaban, como lo afirma Neus Campillo, la cuota
del 100 por 100 en el momento fundacional de la democracia moderna.
Con esta pincelada sumaria tan sólo pretendemos ilustrar de qué modo
el feminismo europeo y el americano han estado vinculados a nuestra Ilus-
tración Occidental. Se trata sin duda de una vinculación ambigua y pecu-
liar, ya que el discurso ilustrado genera, por alguna de sus derivas, plantea-
mientos feministas a la vez que, por otras, reniega de ellos. El asunto es
complejo, sin duda, y las participantes del Seminario Permanente «Feminis-
mo e Ilustración»6 hemos reconstruido, en una paciente labor de años, mu-
chos de sus recovecos. Por otra parte, nuestros análisis del fenómeno de la
postmodernidad han podido poner de manifiesto de qué modo el feminis-
mo encuentra en ese conspecto ideológico un acomodo discursivo difícil,
cuando no a contrapelo o incluso contra natura 7.
——————
6
Cfr. Celia Amorós (dir.), Actas del Seminario Permanente Feminismo e Ilustración 1988-
1992, Madrid, Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense de Ma-
drid y Dirección General de la Mujer de la Comunidad de Madrid, 1992; Rosa Cobo, Fun-
damentos del patriarcado moderno. Jean Jacques Rousseau, Madrid, Cátedra, Colección
Feminismos, 1995; Cristina Molina, Dialéctica feminista de la Ilustración, Barcelona, Anthro-
pos, 1994; Alicia H. Puleo, Dialéctica de la sexualidad, Madrid, Cátedra, 1992; Ana de Miguel,
Cómo leer a John Stuart Mill, Gijón/Madrid, Júcar, 1994; Celia Amorós, Tiempo de feminismo,
Madrid, Cátedra, Colección Feminismos, 1997.
7
Cfr. Celia Amorós, ob. cit., capítulo VII; Cristina Molina, «Lo femenino como metáfo-
ra en la racionalidad postmoderna y su (escasa) utilidad para la teoría feminista», en Celia
Amorós (dir.), Feminismo y ética, Isegoría, núm. 6, Madrid, CSIC, 1992.
48 CELIA AMORÓS
——————
16
Claude Lévi-Strauss, «Introducción a la obra de Marcel Mauss», en Marcel Mauss, «So-
bre los dones y sobre la obligación de hacer regalos», en Sociología y antropología, Madrid, Tecnos.
52 CELIA AMORÓS
el mismo rito higiénico haciendo uso de los palitos de una planta antiséptica.
Así, como lo pide Kambartel, hay que generar, al lado de y por encima de las
especificidades de las culturas, una «cultura de razones». ¿Acaso no se habla de
una «cultura de la tolerancia»? En la línea de esta «cultura de razones» debería
estar la construcción de una «cultura feminista».
La interpelación intercultural, sin duda, se da, y se ha dado siempre, de
hecho. Ahora bien ¿es legítima de derecho? Entendemos que habría que po-
ner aquí una cláusula restrictiva: es legítima siempre y cuando exista una si-
metría entre los que interpelan y los que son interpelados. Dicho de otro
modo, esta interpelación no debería ser atendida si se produce siempre en la
misma dirección; en román paladino: «donde las dan, las toman». Así, las fe-
ministas deberíamos poner en cuestión todas las reglas de todas las tribus.
Incluida la nuestra, por supuesto. Ya lo hemos hecho: hemos ilustrado a
nuestra Ilustración en sus puntos ciegos con respecto a las mujeres.
El multiculturalismo, en lo concerniente a la relación entre las culturas,
propone estrategias timoratas que se podrían enunciar así: «no tires piedras
contra el tejado ajeno cuando el tuyo es de vidrio». Las feministas debería-
mos proponer una estrategia distinta, una estrategia, no ya de mínimo co-
mún divisor sino de máximo común múltiplo. No se trataría de acotar ám-
bitos sacrosantos y definirlos de una vez por todas como lo que debe ser
objeto de tolerancia por parte de ellos/ellas para ofrecer a cambio la nuestra
para lo que ellos definan como su tabla de mínimos. Ya sabemos en qué van
a consistir estos mínimos: las mujeres funcionarán, una vez más, como
«marcadoras de límites» y se considerará que los límites así estipulados no
son negociables. Nosotras, por nuestra parte, deberíamos promover y alen-
tar «la interpelación intercultural» en todas las direcciones. No debería ha-
ber pactos como el que se podría formular en estos términos: no os metáis
con el velo de las musulmanas y nosotras no lo haremos con vuestras curio-
sas modalidades de «harén occidental» —la talla 38, según Mernissi21—. Al
contrario: debemos criticar el velo de las musulmanas y, a la recíproca, dejar
que ellas destapen todas nuestras zonas de vulnerabilidad, todas las incohe-
rencias que sufrimos y de las que, en alguna medida, somos o hemos sido
cómplices. Velo no, vale. Pero tampoco tacones de aguja: no se puede sentir
empowerment cuando se toca tierra de una manera tan precaria: es nuestra
versión de los pies vendados de las chinas. Dejémosles que nos lo digan por
si no habíamos reparado en ello: no siempre se tiene la deseable distancia
ante las propias prácticas. El efecto de reflexividad que se deriva de estas con-
trastaciones es un efecto multiplicador: mi nivel de reflexividad es potenciado
así por el nivel de reflexividad que ha inducido en mí la otra. Y a la recípro-
ca: el nivel de reflexividad de la otra crece en función de las interpelaciones
de las que le he hecho objeto. No se trata de lograr un consenso, sino de dis-
cutir permanentemente. Cuanto más debate público haya en relación con
estas cuestiones, tanto mejor. Hay que visibilizar y discutir «la sobrecarga de
——————
21
Fatema Mernissi, El harén occidental, Madrid, Espasa-Calpe, 2000.
56 CELIA AMORÓS
——————
33
Lo que nos explica Fatema Mernissi no es, en definitiva, tan radicalmente diferente de
lo que afirmaba Milton en El paraíso perdido: él, para Dios; ella, para Dios en el hombre.
34
Desde Sakina y Aischa, rebeldes fundacionales, por decirlo así.
35
De acuerdo con su interpretación. Parece darse aquí un curioso eclecticismo: habría que
contrastar esta interpretación con la de Yabri, el autor de la Crítica de la razón árabe, a quien
nos hemos referido.
60 CELIA AMORÓS
mente ciertos40, no podría creer lo que la razón me había dicho que es in-
justo que provenga del Ser Supremo. Y sin temor a enfrentarme con el
Diablo, me atrevo a llamar a todo esto una alucinación de la razón41.
——————
40
Feminismo y hermenéutica bíblica ilustrada.
41
Mary Wolstonecraft, ob. cit.
42
Ha habido, por otra parte, cambios significativos introducidos por el rey de Marruecos
en el Código de Familia, aunque éstos son más timoratos y ambiguos.
43
Cfr. Zohreh Sullivan en Leila Abu-Lughod, ob. cit., cap. 6.
2
Feminismo y democracia:
entre el prejuicio y la exclusión*
FERNANDO QUESADA
——————
* Por su interés, incluimos este escrito que ya había aparecido en E. Bosch, Ferrer y T. Rie-
ra, Una ciencia no androcentrica. Reflexions Multidisciplinars, Universitat de les Illes Balears,
2000. Agradecemos el permiso dado por las compiladoras.
FEMINISMO Y DEMOCRACIA: ENTRE EL PREJUICIO Y LA EXCLUSIÓN 63
——————
1
El nominalismo no ha sido entendido ni adecuadamente analizado por el post-moder-
nismo.
FEMINISMO Y DEMOCRACIA: ENTRE EL PREJUICIO Y LA EXCLUSIÓN 65
——————
5
E. Bloch, El principio esperanza, Madrid, Aguilar, 1977, pág. XVI.
68 FERNANDO QUESADA
——————
6
C. B. Macpherson, La teoría política del individualismo posesivo, Barcelona, Fontanella,
1979, pág. 234.
7
Ob. cit., pág. 235.
8
Para una valoración crítica de algunas de las paradojas a las que conduce la teoría demo-
crática de nuestro autor puede verse mi trabajo: «C. B. Macpherson: de la teoría política del in-
dividualismo posesivo a la democracia participativa», en J. M. García y F. Quesada, Teorías de
la democracia, Barcelona, Anthropos, 2.ª ed., 1991, págs. 267-310.
FEMINISMO Y DEMOCRACIA: ENTRE EL PREJUICIO Y LA EXCLUSIÓN 69
——————
9
He de dejar constancia de la clara influencia por parte de la sociología histórica de la for-
mación de conceptos sobre mis últimas líneas y en el tipo de análisis estructural al que apunto.
De modo especial, deseo hacer mención a mi interés por los trabajos de Margaret R. Somers.
Sin embargo, al no estar realizando una aplicación «canónica» de los métodos seguidos por tal
sociología sino un uso libre de algunos de sus elementos, he obviado la referencia a afiliaciones
puesto que podrían inducir a error.
70 FERNANDO QUESADA
Desde este enfoque: ¿qué ha sucedido con las mujeres en el proceso político cons-
titutivo de la modernidad? ¿Dónde se sitúan históricamente las mujeres en esta
narrativa? ¿Cuál ha sido su aportación a los problemas de las crisis sociales de le-
gitimación? ¿Cuál es su puesto en el nuevo orden socio-político advenido? ¿Por
qué, a la postre, han sido excluidas como teóricas y agentes prácticos en la confi-
guración de la ciudadanía y la democracia modernas?
Las respuestas a las cuestiones anteriores pueden encontrarse en el pro-
pio Macpherson. La elección de este autor como guía en nuestro trabajo se
debe a que reúne la doble condición de ser un historiador del pensamiento
político y un teórico de la democracia. Es más: su toma de partido por el li-
beralismo así como su pretensión de «completarlo» con una concepción de
la democracia directa, participativa y una reducción drástica de la desigual-
dad social y económica actual invitan a ver en él uno de los mejores expo-
nentes del universalismo ético-político. En esta misma línea, podría consi-
derarse que incluye y todavía va más allá de todos los intentos «éticos»
realizados por los autores liberales de nuestros días.
——————
10
Cfr. G. Balandier, Antropología política, Barcelona, Península, 1976.
11
Citado por J. Le Goff, El orden de la memoria, Barcelona, 1991, pág. 183.
FEMINISMO Y DEMOCRACIA: ENTRE EL PREJUICIO Y LA EXCLUSIÓN 71
décadas del XIX. Ahora bien, el paso de ese apoyo a favor de la abolición de
la esclavitud, especialmente en EE.UU., al campo de las actividades y pre-
siones en el Congreso marcó ya el límite de acción de las mujeres. Es más,
cuando tuvo lugar la Convención antiesclavista de 1840, en Londres, las re-
presentantes de los movimientos feministas fueron excluidas. Estos movi-
mientos estuvieron, igualmente, en la base de la defensa de la Unión, en la
guerra civil, apoyando el reconocimiento de los derechos de los negros es-
clavos. Sin embargo, la propuesta, por parte de las mujeres, de una petición
conjunta, con los esclavos liberados del derecho al voto no fue tenida en
cuenta por el movimiento antiesclavista. Por el contrario, tanto este último
como el partido Republicano, que había asumido la misión de realizar las
enmiendas necesarias para obtener el derecho al voto a favor de los esclavos
varones liberados, se negaron a atender las peticiones de las feministas, pese
al compromiso y a la lucha de estas últimas en apoyo de las leyes antiescla-
vistas. Una vez más, la unión entre las mujeres y los esclavos se saldaba trau-
máticamente y a favor de los últimos.
Experiencia dolorosa se repite en los años 60 en la nueva lucha por los
derechos civiles15. En uno de los estudios más penetrantes sobre la dramáti-
ca relación entre raza y sexo, especialmente en EE.UU., su autora, Shula-
mith Firestone, hace preceder su trabajo con un párrafo de la carta de An-
gelina Grimké: «Es posible liberar a los esclavos y dejar a la mujer en el
estado en que se encuentra; lo que no es posible es liberar a las mujeres y de-
jar a los esclavos en su estado»16.
El afrontamiento de estos problemas en la democracia no puede saldar-
se con supuestos imperativos democráticos generales de inclusión, como lo
hace Dahl: «El demos debe incluir a todos los miembros adultos de la aso-
ciación»17. El profesor emérito de Yale se hace cargo, ciertamente, de una
de las consecuencias de la exclusión de los negros y las mujeres: quedan le-
talmente debilitados en lo tocante a la defensa de sus intereses; «y es poco
probable que un demos excluyente proteja los intereses de aquellos a quie-
nes ha excluido... Tal vez la prueba más convincente sea la exclusión de los
negros sureños de la vida política en Estados Unidos hasta fines de la déca-
da de 1960»18. Sin embargo, en la propia reflexión de nuestro autor se de-
jan sentir los límites internos de este imperativo de la inclusión, sin que él lo
advierta. Pues las mujeres, efectivamente, serán admitidas como «mujeres»,
es decir, como un colectivo que no tiene más herencia cultural que la del so-
metimiento al varón y su función reproductora. De esta forma se obliteran
los problemas de construcción de identidad más allá de las funciones ads-
——————
15
Cfr. A. Miyares, «El sufragismo», en Cèlia Amorós y Ana de Miguel (eds.), Teoría fe-
minista: de la Ilustración a la globalización, vol. 1, Madrid, Minerva, 2005, págs. 245-293. Asi-
mismo, S. Firestone, La dialéctica del sexo, Barcelona, 1976, especialmente el capítulo 2, «El fe-
minismo americano».
16
Ob. cit., pág. 133.
17
R. A. Dahl, La democracia y sus críticos, Barcelona, 1992, pág. 158.
18
Ob. cit., pág. 158.
74 FERNANDO QUESADA
——————
19
K. Millet, Política sexual, Madrid, 1975, pág. 32.
FEMINISMO Y DEMOCRACIA: ENTRE EL PREJUICIO Y LA EXCLUSIÓN 75
de igualdad a las mujeres produce tal quiebra en el imaginario político que mu-
chos (hombres) interpretan la igualdad de derechos como una «mezcla», incluso
una «mezcolanza grosera» y un indebido intento de convertir a las mujeres
no sólo en iguales sino, incluso, en «parecidas» a los hombres20. Queda cla-
ro, pues, que la no inclusión de las mujeres en el proceso político constitu-
yente y en la organización del gobierno no implica sólo un problema de ex-
tensión de derechos. Produce, además, formas de identificación personal y
de grupo por parte de los excluidos que afectan tanto a los problemas de va-
lor personal y de autonomía, como a su relación con las posibilidades eco-
nómicas de desarrollo igual de oportunidades, y, de este modo acaba por
connotar imposibilidad «natural» e incapacidad «de género» para participar
políticamente. Desde esta perspectiva resulta altamente significativo el testi-
monio y la valoración ofrecidos por Tocqueville cuando presenta el modelo
de vida americano como el más apropiado a la «naturaleza» de los géneros y
a la especificidad de la política. En oposición al objetivo de igualdad que
persiguen los europeos y las consiguientes deformaciones socio-políticas a
que da lugar la mezcolanza grosera de individuos y grupos, nuestro autor
traza la línea divisoria de la igualdad democrática a partir de la forma de vida
en EE.UU.:
Tampoco han imaginado nunca los americanos que la consecuencia
de los principios democráticos consistiera en derrocar el poder conyugal
e introducir la confusión de autoridades en la familia. Han pensado que
toda asociación debe tener un jefe para ser eficaz y que el jefe natural de
la asociación conyugal era el hombre... creen que el objeto de la demo-
cracia consiste, en la pequeña sociedad de marido y mujer, lo mismo que
en la gran sociedad pública, en regular y legitimar los poderes necesarios,
y no acabar con todo poder21.
——————
20
El texto de Tocqueville, correspondiente al tomo II, capítulo XII, dice así: «En Europa,
mucha gente, confundiendo los diversos atributos de los sexos, pretenden hacer del hombre y
de la mujer seres no sólo iguales, sino semejantes... les imponen los mismos deberes y les con-
ceden los mismos derechos; los confunden en todas las cosas, trabajos, placeres y negocios. Es
fácilmente comprensible que al esforzarse en igualar así un sexo al otro, se degrade a ambos, ya
que esa grosera confusión de las obras de la naturaleza no puede producir sino hombres débiles y mu-
jeres deshonestas... América es el país del mundo donde se ha puesto más atención en señalar a los dos
sexos respectivas líneas de acción netamente separadas, procurando que los dos marchen al mismo
paso pero por caminos siempre distintos. Si la americana no puede traspasar el apacible círculo de las
ocupaciones domésticas, tampoco se la obliga a salir de él», cito por la edición castellana de Dolo-
res Sánchez de Aleu, Madrid, 1980, pág. 180. El subrayado es mío.
21
Ob. cit., págs. 180-181.
76 FERNANDO QUESADA
——————
24
Ob. cit., pág. 25.
25
Ob. cit., pág. 24.
78 FERNANDO QUESADA
——————
26
Dejamos aquí al margen el papel que juegan las iglesias como «instituciones interme-
dias» de cohesión social.
27
Ob. cit., pág. 25. Dejo aparte, en este momento, las contradicciones internas, manifies-
tas en la misma obra, en cuanto supone que la familia es el núcleo primario de su concepción
política de una sociedad democrática justa, para afirmar, páginas más adelante, por ejemplo,
que «lo asociacional, lo personal y lo familiar son meramente tres ejemplos de lo no político;
hay otros», ob. cit., pág. 169. Por otra parte, esta consideración de Rawls parece toda una res-
puesta al lema, procedente del feminismo, utilizado en las luchas por los derechos civiles: «lo
personal es político», así como el contrapunto a las consideraciones políticas de los problemas
raciales y a la crítica feminista en torno a la consideración política de la estructura de poder que
remite al patriarcado.
28
S. Moller Okin, «Liberalismo político, justicia y género», en C. Castells, Perspectivas fe-
ministas en teoría política, Barcelona, 1996, pág. 144.
FEMINISMO Y DEMOCRACIA: ENTRE EL PREJUICIO Y LA EXCLUSIÓN 79
mo, desde mediados del siglo XIX a la mitad del siglo XX, vinieron a instau-
rar sus elementos más propiamente democráticos, no deja de ser cierto que
la persistencia de una economía de la escasez hizo que el demócrata liberal
tuviera que seguir aceptando la vinculación entre sociedad de mercado y ob-
jetivos democráticos-liberales.
Pero ese vínculo ya no es necesario; es decir, no es necesario si supo-
nemos que ya hemos llegado a un nivel tecnológico de productividad que
permite una vida cómoda para todos sin depender de incentivos capita-
listas. Claro que cabe poner en tela de juicio esta hipótesis. Pero si se nie-
ga ésta, entonces no parece existir ninguna posibilidad de ningún mode-
lo de sociedad democrática29.
——————
29
La democracia liberal y su época, pág. 33.
30
S. Benhabib, «El otro generalizado y el otro concreto», en S. Benhabib y D. Cornella,
Teoría feminista y teoría crítica, Valencia, 1990, pág. 139.
80 FERNANDO QUESADA
los fines así como las condiciones de las elecciones concretas y particulares.
Pero con esta interpretación acerca de la configuración de la identidad per-
sonal y de grupo vuelven a eludirse los problemas que más directamente
afectan a las mujeres. El mundo de los varones iguales, cuyas diferencias se
estiman irrelevantes, conforma un mundo sin mujeres. Estas, una vez más,
quedan fuera de los canales de actividad en la vida pública, ya que se en-
cuentran ubicadas en espacios ahistóricos, no sometidos a revisión crítica.
Desde estas premisas, Benhabib insiste, por una parte, en la necesidad de
«instar a un análisis de lo no pensado para impedir la apropiación del dis-
curso de la universalidad por parte de alguna particularidad», para evitar la
colonización de amplios sectores de la vida moral y política en favor de gru-
pos dominantes ideológicamente; por otra parte, en función de una postu-
ra crítica, no prescriptiva, que apunta a desvelar los límites de ciertos dis-
cursos universalistas y mostrar la «realidad» de lo «no pensado, lo no visto y
lo no oído de esas teorías», la autora propone una teoría de «la constitución
de nuestra naturaleza en términos relacionales»31 (Se trata aquí de «el otro
concreto»). En definitiva, frente a la tesis indefinidamente universalista de
Machperson, según la cual la democracia liberal, para ser viable, ha de «con-
tener (o dar por descontando) un modelo de hombre»32, las teóricas femi-
nistas insisten en recuperar las dimensiones contingentes, concretas, parti-
culares, la historia de las voces calladas, la contextualización de necesidades,
emociones y fantasías que, al ser propios de las mujeres y su no-espacio so-
cial, no se han tenido en cuenta, hasta ahora, como componentes de los su-
jetos autónomos políticos. Estos elementos de la experiencia y las prácticas
sociales marcarían, a la postre, diferencias insuperables entre hombres y mu-
jeres en la discusión a realizar dentro del espacio público.
La dimensión, empero, más relevante en la tesis de Macpherson se re-
fiere a la superación de la sociedad de clases, gracias al «nivel tecnológico de
productividad que permite una vida cómoda para todos sin depender de in-
centivos capitalistas». Esta situación de desarrollo permitiría llevar a cabo la
acción emancipadora del liberalismo en cuanto que el individuo se vería li-
bre «de las limitaciones anticuadas de las instituciones establecidas hacía
mucho tiempo... (dando lugar a) la liberación de todos los individuos por
igual, y de liberarlos para utilizar y desarrollar plenamente sus capacidades
humanas»33.
Por un lado, pues, resulta difícil de establecer como sujeto moral y polí-
tico el constructo humano derivado de una «identidad definicional» (Ben-
habib), que ignora la contingencia, la particularidad y la pluralidad de las
identidades propias de diferentes sujetos. Por otro, no menos complicado y
comprometido es concebir que la igualdad económica, de realizarse, acaba-
ría por zanjar todos los problemas sociales y políticos. Esto es, no sólo los
problemas que atañen a la explotación y la marginación económicas sino,
——————
31
S. Benhabib, ob. cit., págs. 144 y 146.
32
C. B. Macpherson, ob. cit., pág. 16.
33
Ob. cit., pág. 33.
FEMINISMO Y DEMOCRACIA: ENTRE EL PREJUICIO Y LA EXCLUSIÓN 81
que tiene una base material y que, si bien son jerárquicas, establecen o cre-
an una interdependencia y solidaridad entre los hombres que les permite
dominar a las mujeres»36. Son estas relaciones de asimetría jerárquica y de
predominio las que caracterizan a una sociedad patriarcal, independiente-
mente del sistema económico establecido.
Desde esta perspectiva, la consideración de la familia como una unidad
social, sustentada económicamente, de modo fundamental, por el hombre, fa-
cilita la permanencia de las relaciones de dominio por parte de este último. En
esta misma línea de perpetuar un sistema de jerarquía a favor del hombre, co-
bra especial importancia la posición económica de las mujeres en cuanto que
realizan trabajos de media jornada, perciben un salario sensiblemente inferior
al de su compañero, etc. Todo ello las sitúa en una relación continua de de-
pendencia y precariedad que refuerza su asimetría con respecto a los hombres.
Esta división sexual del trabajo, que coloca a las mujeres, incluso, en una po-
sición débil con respecto a las luchas reivindicativas dentro del capitalismo,
pone de manifiesto que «el patriarcado legitima el control capitalista al tiem-
po que ilegitima ciertas formas de lucha contra el capital»37. De ahí que ha-
cer depender la suerte de las mujeres de su relación con una sociedad de clases
o sin ellas invisibiliza la autonomía de los elementos que conforman los lazos
«patriarcales» de dependencia. Elimina además las experiencias de lucha que se
han desarrollado a partir de la diferencia sexual, como tampoco atiende al pa-
pel que juegan ciertas habilidades para ejercer el poder que se valoran espe-
cialmente en la sociedades desarrolladas y que, tradicionalmente, son patri-
monio de los hombres por su «especial» autonomía con respecto a las
servidumbres del trabajo doméstico38. «La posición de igualdad de las muje-
res, escribe Pateman, debe ser aceptada como expresión de la libertad de las
mujeres en cuanto mujeres, y no considerarla como una indicación de que las
mujeres deben ser precisamente como los varones»39.
Una de las dificultades mayores para la consideración de la democracia
desde una perspectiva feminista actual, tal como lo hemos venido apuntan-
do, deriva de la interpretación que se hace comúnmente del derecho al voto
como si ello conllevara, de forma automática, la instauración de los indivi-
duos en un orden de autonomía personal. Se supone, implícita o explícita-
mente, por parte de muchos teóricos de la democracia, que la constitución
del individuo se realiza al margen de la conformación política y sin una
inextricable relación con la economía política. En la historia moderna de la
democracia, la autonomía del sujeto autolegislador, en principio, fue reser-
vada a los «propietarios», aunque acabó cediendo a favor de la inclusión de
los asalariados como actores políticos de pleno derecho. Es cierto, sin em-
bargo, que, a pesar de la extensión a los varones del derecho al voto, se si-
——————
36
H. I. Hartmann, art. cit., págs. 94-95.
37
H. I. Hartmann, ibíd., pág. 104 . El subrayado es mío.
38
Cfr. C. A. MacKinnon, Hacia una teoría feminista del Estado, Valencia, 1995, especial-
mente cap. 2.
39
Ob. cit., pág. 315.
FEMINISMO Y DEMOCRACIA: ENTRE EL PREJUICIO Y LA EXCLUSIÓN 83
——————
41
R. Descartes, Discurso del método.
3
Movimientos sociales
y polémicas feministas en el siglo XIX:
fundamentos ideológicos y materiales
ANA DE MIGUEL ÁLVAREZ
——————
1
Sheila Robotham, La mujer ignorada por la historia, Madrid, Debate, 1980.
2
Richard J. Evans, Las feministas, Madrid, Siglo XXI, 1980, pág. 15.
MOVIMIENTOS SOCIALES Y POLÉMICAS FEMINISTAS EN EL SIGLO XIX... 87
El segundo texto fue escrito por Elizabeth Cady Stanton, una de las lí-
deres del movimiento sufragista norteamericano, y forma parte de la carta
que escribió a John Stuart Mill cuando terminó de leer su obra. Dice así:
«Terminé el libro con una paz y una alegría que nunca antes había sentido.
Se trata, en efecto, de la primera respuesta de un hombre que se muestra ca-
paz de ver y sentir todos los sutiles matices y grados de los agravios hechos a
la mujer, y el núcleo de su debilidad y degradación»5.
tal sumisión a la otra parte contratante del casi único contrato que se les per-
mite firmar: el matrimonial. Además de con el principio de libertad, el pa-
triarcado —el sistema de relaciones que institucionaliza y legitima la domi-
nación de un género-sexo sobre el otro— está en contradicción con el otro
gran principio en que se basan las instituciones modernas: el de justicia. La
evolución de la humanidad, su progreso, se puede medir por el hecho de que
ya no se reconoce el derecho del fuerte a oprimir al débil. La ley de la fuerza se
ha cambiado por la ley de la justicia, según la cual, todos tienen los mismos
derechos en función de su condición de seres humanos. A partir de esta igual-
dad social originaria, sólo lo que el hombre hace, su esfuerzo y su mérito, pue-
den llevarle a ocupar legítimamente posiciones de poder u autoridad, tanto en
la vida pública como en la que se considera privada.
Libertad e igualdad son los dos principios que presiden las instituciones
modernas y en los que se funda el progreso de la humanidad. Ahora bien, el
patriarcado no sólo viola flagrantemente ambos principios sino que imposibi-
lita que éstos se cumplan efectivamente en el resto de las instituciones sociales.
Para Mill, la solución a este problema aparece con la claridad y distinción pro-
pios de una idea cartesiana para todos aquellos que no estén cegados por la
costumbre y el prejuicio: hasta que la relación humana «más universal y que
todo lo penetra», como es la relación entre hombres y mujeres, no deje de ba-
sarse en la injusticia, es difícil, por no decir imposible, que el resto de las rela-
ciones sociales sean justas y libres. Sin embargo, el propio Mill es consciente
de la inutilidad del razonamiento anterior; de la inutilidad de limitarse a seña-
lar como una contradicción insoportable a la razón el hecho de proclamar la
igualdad de todos los seres humanos, y dejar fuera de esta igualdad a la mitad
de la especie. Efectivamente, los grandes pensadores ilustrados —Hume,
Rousseau, Kant— no vieron incoherencia alguna en que la universalidad de
sus principios quedase ceñida a los varones. ¿Cómo es posible tal desatino fi-
losófico? Mill dará una respuesta similar a la que ya mantuviese en el siglo XVII
el cartesiano Poullain de la Barre. Para este autor francés, la desigualdad de lo
sexos es el prejuicio de los prejuicios: «...tan viejo como el mundo, tan exten-
dido y amplio como la propia tierra y tan universal como el género humano»8.
Mill afirma que, además de ser el prejuicio más universal, es el más interesado
ya que es el único que no concede poder a una minoría o a una élite sino a la
mitad de la especie. Todos los varones, independientemente de la clase social
o la raza a la que pertenezcan, independientemente de sus cualidades físicas,
intelectuales o morales disfrutan de una relación de privilegio respecto a las
mujeres. Efectivamente, ¿cómo irracionalizar desde la sola razón un juicio que
se sustenta en una mezcla de intereses, sentimiento y costumbre, y que ha sido
«racionalizado» por buena parte de los filósofos ilustrados? Mill observa con
lucidez dos dificultades a las que se enfrenta el filósofo en casos como éste. La
primera es de índole psicológica; consiste en el paradójico hecho de que cuan-
to más incisivos y contundentes son los argumentos racionales contra el pre-
——————
8
Poullain de la Barre, De l’égalité des deux sexes, París, Fayard, 1984, pág. 9.
92 ANA DE MIGUEL ÁLVAREZ
——————
9
John Stuart Mill, ob. cit., pág. 173-174.
MOVIMIENTOS SOCIALES Y POLÉMICAS FEMINISTAS EN EL SIGLO XIX... 93
——————
10
Flora Tristán, Feminismo y Socialismo. Antología, edición e introducción de Ana de Mi-
guel y Rosalía Romero, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2003, pág. 61.
MOVIMIENTOS SOCIALES Y POLÉMICAS FEMINISTAS EN EL SIGLO XIX... 95
gismo, pero el giro de clase comienza a producirse cuando señala que ne-
gar la educación a las mujeres está en relación con su explotación económi-
ca: no se envía a las niñas a la escuela «porque se le saca mejor partido en las
tareas de la casa, ya sea para acunar a los niños, hacer recados, cuidar la co-
mida, etc.», y luego «A los doce años se le coloca de aprendiza: allí continúa
siendo explotada por la patrona y a menudo también maltratada como
cuando estaba en casa de sus padres»11. Tristán dirige su discurso al análisis
de las mujeres del pueblo, de las obreras. Y su juicio no puede ser más con-
tundente: el trato injusto y vejatorio que sufren estas mujeres desde que na-
cen, unido a su nula educación y la obligada servidumbre al varón, genera
en ellas un carácter brutal e incluso malvado. Pues bien, para Flora Tristán,
esta degradación moral reviste la mayor importancia, ya que las mujeres, en
sus múltiples funciones de madres, amantes, esposas, hijas, etc. «lo son todo
en la vida del obrero», influyen a lo largo de toda su vida. Esta situación
«central» de la mujer no tiene su equivalente en la clase alta, donde el dine-
ro puede proporcionar educadores y sirvientes profesionales y otro tipo de
estímulos y distracciones. En consecuencia, educar bien a las mujeres (obre-
ras) supone el principio de la mejora intelectual, moral y material de la cla-
se trabajadora. Tristán, como buena «utópica», confía enormemente en el
poder de la educación, y como feminista reclama la educación de las muje-
res; además, sostiene que de la educación racional de las mujeres depende
también el bienestar de los varones y la construcción de una sociedad más
justa. De la educación femenina se siguen tres resultados benéficos que son,
embrionariamente, los tres argumentos que John Stuart Mill desarrollará
cuando se plantee en qué beneficia a la humanidad la emancipación de las
mujeres12. Primero esgrime el argumento de la competencia instrumental: al
educar a las mujeres la sociedad no desperdiciaría por más tiempo «su inte-
ligencia y su trabajo»; en segundo lugar, desarrolla el argumento de la com-
petencia moral: las obreras, bien educadas y bien pagadas, podrán educar a
sus hijos como conviene a los «hombres libres», a los ciudadanos; en tercer
y último lugar, el que denominábamos el argumento de la compañera, ar-
gumento según el cual los varones se benefician de la emancipación de las
mujeres en cuanto que éstas dejan de ser sus meras siervas y pasan a ser au-
ténticas compañeras: «porque nada es más grato, más suave para el corazón
del hombre, que la conversación con las mujeres cuando son instruidas,
buenas y charlan con discernimiento y benevolencia»13.
El discurso de Tristán apela, de manera similar a como lo hiciera el de
Wollstonecraft medio siglo antes, al buen sentido de la humanidad en ge-
neral y de los varones en particular, como únicos beneficiarios del poder y la
razón, para que accedan a cambiar una situación que, a su juicio, acaba vol-
viéndose también contra ellos. Además, en clara sintonía con Wollstone-
——————
11
Ibíd., pág. 54.
12
Véase el prólogo de Ana de Miguel, «Un clásico del feminismo, un clásico del pensa-
miento social y político», en J. S. Mill, El sometimiento de las mujeres, Madrid, Edaf, 2005.
13
Flora Tristán, ob. cit., pág. 63.
96 ANA DE MIGUEL ÁLVAREZ
5. SOCIALISMO MARXISTA
A mediados del siglo XIX, las propuestas más o menos utópicas del so-
cialismo anterior fueron perdiendo fuerza. Esto se debió en buena medida a
la aparición de análisis más rigurosos de la economía capitalista y de un nue-
——————
14
Cfr. los trabajos de Neus Campillo, «El discurso de la excelencia: Comte y Sansimonianos»,
en A. Puleo (coord.), La filosofía contemporánea desde una perspectiva no androcéntrica, Madrid, Se-
cretaría de Estado de Educación, Ministerio de Educación y Ciencia, 1993 y «Las sansimonianas:
un grupo feminista paradigmático», en C. Amorós (coord.), Feminismo e Ilustración, Madrid, Ins-
tituto de Investigaciones Feministas/Universidad Complutense de Madrid, 1992. Para Fourier, el
artículo de Arantza Campos, «Charles Fourier: la diferencia de sexos y las teorías utópicas», en A.
Campos y L. Méndez (dirs.), Teoría feminista: identidad, género y política. El estado de la cuestión,
Servicio Editorial Universidad del País Vasco, 1993, págs. 99-116.
15
Tristán es también la autora de Paseos en Londres, una extraordinaria e injustamente ol-
vidada obra en la que se encuentra un minucioso y amargo retrato de la convivencia entre opu-
lencia y miseria que ha caracterizado a la sociedad industrial capitalista desde sus comienzos.
Los barrios obreros y las fábricas, pero también las calles y los locales de prostitutas, las prisio-
nes, los psiquiátricos y los suburbios en que malviven minorías como los irlandeses y los judí-
os, fueron visitados y retratados por esta mujer, tan decidida a enfrentarse directamente a la mi-
seria humana como a erradicarla.
16
Flora Tristán, Feminismo y socialismo, ob. cit., págs. 65 y 66.
MOVIMIENTOS SOCIALES Y POLÉMICAS FEMINISTAS EN EL SIGLO XIX... 97
——————
17
Auguste Bebel, La mujer y el socialismo, Madrid, Júcar, 1980, pág. 117.
18
Friedrich Engels, El origen de la familia, de la propiedad privada y del estado, Madrid,
Ayuso, pág. 47.
19
Nos referimos a las obras El derecho materno (Hipótesis sobre el matriarcado en la antigua
Grecia) y La sociedad primitiva (investigaciones sobre las líneas del progreso humano desde el estado sal-
vaje a través de la barbarie hasta la civilización), de J. J. Bachofen y L. H. Morgan respectivamente.
98 ANA DE MIGUEL ÁLVAREZ
6. EL MOVIMIENTO ANARQUISTA
El anarquismo no articuló la problemática de la igualdad de los sexos
con tanta precisión teórica como el socialismo. Sin embargo, el anarquismo
como movimiento social contó con numerosas mujeres que contribuyeron
a la lucha por la igualdad. Una de las ideas recurrentes entre las anarquistas,
en consonancia con la centralidad que otorgan al sujeto individual, era la de
que las mujeres sólo se liberarían gracias a su propia fuerza y esfuerzo indi-
viduales. Esta es, por ejemplo, la tesis sostenida por Emma Goldman (1869-
1940) y desde la que llega a cuestionar la idea más o menos mecanicista de
que el acceso al trabajo asalariado trae consigo una mujer libre. Para Gold-
man poco ha de servir el acceso al trabajo asalariado u otros derechos si las
mujeres no son capaces de vencer el peso de la ideología tradicional en su in-
terior: «Su desarrollo, su libertad, su independencia deben surgir de ella mis-
ma. Primero afirmándose como persona y no como mercancía sexual. Se-
gundo, rechazando el derecho que cualquiera pretenda ejercer sobre su
cuerpo; negándose a engendrar hijos a menos que los desee; negándose a ser
la sierva de Dios, del Estado, del esposo, etc.»23. Interesantes palabras, sin
duda, las de Goldman, pero seguramente insuficientes para enfrentarse al
sistema de dominación más longevo y universal de los existentes. Como ha
señalado Osborne, «no acaba de verse claro cómo, con semejante estrategia,
——————
22
Cfr. Ana de Miguel, Alejandra Kollontai, Madrid, Eds. del Orto, 2000.
23
Emma Goldman, citado en Raquel Osborne, Las mujeres en la encrucijada de la sexuali-
dad, Barcelona, La Sal, 1989, pág. 200.
100 ANA DE MIGUEL ÁLVAREZ
——————
24
Ibíd., pág. 200.
25
Pierre J. Proudhon, Sistema de las contradicciones económicas o filosofía de la miseria, vol. 2,
Madrid, Júcar, 1974, pág. 175.
26
Citado en S. Robotham, La mujer ignorada por la historia, Madrid, Debate, 1980, pág. 137.
Para una ampliación de este tema véanse los trabajos recientes de Alicia Puleo sobre la recons-
trucción del tema de la naturaleza y el ecologismo desde el feminismo. Entre otros Alicia H.
Puleo, «Ecofeminismo: hacia una redefinición filosófico-política de Naturaleza y ser humano»,
en Celia Amorós (ed.), Feminismo y Filosofía, Madrid, Síntesis, 2000, págs. 165-190.
4
Desigualdad y relaciones de género
en las organizaciones: diferencias numéricas,
acción positiva y paridad*
RAQUEL OSBORNE
cuanto a las tasas de ocupación, las mujeres representan sólo un 37,72 por
100 frente al 62,17 por 100 de hombres, ganando además un 30 por 100
menos (Instituto de la Mujer, 2004). La presencia más numerosa de muje-
res en la política ha sido posible gracias a las cuotas primero, y a la aplica-
ción del principio de paridad por parte de algunos partidos a partir de los
años 90, pero el resto de indicadores acusa una desigualdad de hecho entre
los sexos, resultado de una discriminación latente puesto que su justificación
no está escrita ya en ninguna parte como sucedía en épocas anteriores. Esto
es lo que sigue dando su sentido a los movimientos actuales de mujeres y a
las políticas públicas que en todos los países «avanzados» se siguen llevando
a cabo, vía los Institutos de la Mujer o ministerios ad hoc y los sucesivos pla-
nes de igualdad de oportunidades. Al examen de algunos de los mecanismos
por los que se mantiene la desigualdad en las instituciones y organizaciones,
sean éstas políticas o del mundo de la empresa; al significado que, en este
marco, cobran las proporciones numéricas entre mujeres y hombres enten-
didos como grupos sociales, y a la oportunidad de ciertas medidas correcto-
ras de los subsecuentes desfases entre ambos sexos, como han sido las accio-
nes positivas e intentan, con otro enfoque, los planteamientos que adoptan
la paridad, dedicaremos este trabajo.
hombres» (Gallego, 1994: 21); o, dicho de otra manera, los obstáculos que
no permiten la participación de las mujeres en pie de igualdad con los varo-
nes. En palabras de Amelia Valcárcel, «con la expresión “techo de cristal” se
designa todo el conjunto de prácticas y maniobras que dan como resultado
que las mujeres sean desestimadas por los sistemas de cooptación» (Valcár-
cel, 1997: 98). Existen dos mecanismos principales de acceso, tanto a la tra-
ma organizativa del poder como a la administración pública y al mundo la-
boral en general: el de la libre concurrencia, donde el acceso se hace a través
de una selección objetiva; y el que Valcárcel denomina de cooptación, es de-
cir, «cuando la promoción depende, en cambio, de la designación» (Galle-
go, 1994: 23). Aunque la discriminación resulta más manifiesta en el se-
gundo de los casos, también la supuesta «libre concurrencia» comporta
problemas de lo que se ha dado en denominar discriminación indirecta. De
hecho, bajo el techo de cristal lo que se oculta es una discriminación de este
tipo, la más frecuente y la que nos resulta de mayor interés puesto que la di-
recta está prohibida por la Constitución y las leyes y resulta, en consecuen-
cia, de más fácil denuncia, jurídicamente hablando. La discriminación indi-
recta se mide sobre todo por los resultados diferenciales del tipo de los
señalados más arriba. Sobre estos últimos se sustenta la presunción de dicha
discriminación, y ésta sería la base jurídica para el planteamiento de las ac-
ciones positivas1.
La conciencia de la importancia de la proporción de los números entre
miembros de grupos con diferente poder social condujo, en un primer
momento y en el seno de los partidos políticos, al planteamiento de las
cuotas2. Dado que, de entre los factores que entran en juego, se achaca al sis-
tema de cooptación existente buena parte de lo inaccesible de la entrada de
las mujeres a los lugares de decisión, las acciones positivas y su concreción
más llamativa, las cuotas, se proponían como medios para lograr el objetivo
de introducir controles dentro de los sistemas de cooptación a fin de lograr
su desmasculinización (Valcárcel, 1997: 110-111). En un segundo momen-
to se llegó a la idea de democracia paritaria como un derecho más de ciuda-
danía, el derecho a la igualdad, a fin de eliminar el llamado «déficit demo-
crático». Se trata de conseguir un reparto equilibrado del poder público y
político entre mujeres y hombres (en proporción del 40-60 por 100 indis-
——————
1
Para utilizar esta denominación sigo el razonamiento de Elena Beltrán (2001,
págs. 231-234) de utilizar el término más cercano a las políticas de Affirmative Action con las
se que iniciaron en los Estados Unidos las medidas paliativas de la situación de desigualdad so-
cial en 1964. Otros términos utilizados son los de «tratamiento preferente» y el de «discrimi-
nación inversa», así como el de «discriminación positiva», este último el preferido en Europa.
Si bien «discriminación inversa» se asocia más con cuotas, tampoco su uso se ha unificado y el
concepto de «discriminación» viene acompañado siempre de una carga negativa que no creo
necesario poner en primer plano. A diferencia de Beltrán, sin embargo, prefiero emplear en este
artículo el término «acción positiva», traducción más habitual en castellano que el de «acción
afirmativa».
2
Sobre algunos avatares en la aplicación de las cuotas en los partidos políticos en España
véase, por ejemplo, «Parir la paridad», en Lafuente (2003), o Sevilla Merino (2004).
104 RAQUEL OSBORNE
——————
3
«Declaración de Atenas», en Mujeres al Poder (1993, págs. 85-88). En la Cumbre de Ate-
nas de 1992, que reunió a lo más granado del movimiento europeo a favor de la igualdad de
oportunidades entre los sexos, se acuñó el término de democracia paritaria.
4
Para una revision de la transposición española de las directivas comunitarias de igualdad,
véase Lombardo (2004).
5
En esta línea se expresa Celia Amorós, si bien ciñéndolo a otro terreno en el que las mu-
jeres han visto tradicionalmente recortada su participación: «El ejército, (...), como lo recuerda
Benhabib, es en muchas sociedades “una poderosa agencia de redistribución” de bienes socia-
les, dinero, poder y status. Se quedará, sin duda, encantado si homosexuales y mujeres proce-
demos a su crítica radical por androcéntrico y homofóbico y nos marginamos de él. Creo que
aquéllas y aquéllos a quienes esa carrera les tiente y quieran reorientarla en base a valores dife-
rentes de los que han constituido su tradición deben hacer ambas cosas: vindicar el ingreso y
criticar el androcentrismo. Pero no lo podrán hacer a la vez», Amorós (1997, págs. 300-301).
6
Con estos últimos argumentos, de corte utilitarista, parece que la principal justificación
para su participación es aquello que de diferente puedan aportar a la política en función de que
son mujeres; cabría deducir implícitamente que, en caso contrario, no se justificaría la inclu-
sión de las mismas en estas esferas.
7
«Resumen de Algunas Intervenciones del Debate» en torno a la ponencia de Nevado
(1993, pág. 30).
DESIGUALDAD Y RELACIONES DE GÉNERO EN LAS ORGANIZACIONES... 105
mujeres, siendo conditio sine qua non que medie voluntad y alianzas políti-
cas para ello.
Cuando se habla de acciones positivas y, más recientemente, de paridad,
se está pensando que las políticas tradicionales conducentes a la igualdad de
oportunidades, cuyo objetivo es la igualdad de condiciones del punto de
partida, resultan insuficientes en situaciones o grupos en los que se parte de
una desigualdad real sustantiva, por más que la igualdad formal se haya con-
seguido. De hecho se comprueba que si se aplica simplemente la igualdad
de oportunidades, la diferencia entre los dos grupos aumentará con el trans-
curso del tiempo. En el caso de la democracia representativa, si la variable de
sexo-género —el ser hombre o mujer— no tuviera relevancia, la proporción
de personas elegidas oscilaría entre un 60 por 100 y un 40 por 100 por la
aleatoriedad del sistema de elección, pero como es de sobra sabido, la reali-
dad discurre por cauces muy distintos.
2. MECANISMOS DE CREACIÓN
Y REPRODUCCIÓN DE LA DESIGUALDAD
¿A qué nos referimos con desigualdad real sustantiva? A las diferencias
importantes que existen entre dos grupos que compiten por un mismo bien,
diferencias relativas a:
1) el acceso a los recursos, 2) el poder de los amigos, 3) el tiempo dis-
ponible y 4) los modelos de socialización; por mencionar algunos factores
relevantes pero no los únicos. Como consecuencia de todo ello, el grupo más
fuerte ganará inevitablemente la competición de que se trate (Äs, 1990: 3).
1) El acceso a los recursos. Hay dos condiciones para que el poder sea
realmente poder y no «mera» influencia: que sea explícito y que sea legítimo.
Estas dos circunstancias concurren en grado óptimo en el poder político, el
más público y visible que existe, por lo que se le considera el analogado por
excelencia (Valcárcel, 1997: 115; Gallego, 1994: 21; Jónasdóttir, 1992: 56).
Las mujeres han tenido a lo largo de la historia «influencia», qué duda cabe,
pero sin reunir las condiciones de explicitud y/o legitimidad a que acabamos
de aludir, situación que se sigue repitiendo en la actualidad, si bien algo más
atenuada.
Persiste una diferencia de estatus simbólica entre los sexos, por lo cual
los varones gozan de un excedente de valoración por el mero hecho de ser-
lo, mientras que las mujeres necesitan sobrecualificarse, demostrar, de una
parte, que son más que lo que se espera de ellas y, de otra, que no son eso
que al mismo tiempo se espera de ellas. Nos explicamos. Como indica Ma-
ría Antonia García de León (2002), las mujeres tienen una legitimación in-
terina y precaria; esto ha sucedido con las élites femeninas españolas, que
han podido acceder a los puestos profesionales como pioneras al haber ocu-
pado puestos de primogenitura, inicialmente previstos para hijos mayores
que nunca existieron, y/o haber contado con un apoyo explícito y extra de
los maridos, ya previamente bien colocados. Es decir, sólo circunstancias ex-
106 RAQUEL OSBORNE
——————
8
En la columna de referencia titulada «Malas y malísimas», Vicente Verdú menciona que
esto último es así por la asunción por parte de las mujeres de las valoraciones patriarcales. Ve-
mos así la carga valorativa que alguien como Verdú aporta por su parte al dato que, desde otra
óptica, interpretamos no simplemente porque las mujeres sean tan malas —esto es, patriarca-
les—, que lo pueden ser, como bien sabemos (Alborch, 2002), sino porque actuar de esta de-
terminada manera responde a datos reales de saberse menos legitimadas si son nominadas por
mujeres.
DESIGUALDAD Y RELACIONES DE GÉNERO EN LAS ORGANIZACIONES... 107
suele ser, normalmente, otro señor» (El País, 23 de abril de 2000). Según
otra alta profesional, en este caso del periodismo, «si ellos ven que no com-
pites con ellos te toleran, no te diré que te aceptan porque no te consideran
nunca un igual» (García de León, 2002: 206. En cursivas en el original). En
el estudio sueco citado con anterioridad, las investigadoras llegaron a la con-
clusión de que el sistema se inclinaba a favor de una élite de investigadores
jóvenes de sexo masculino que tenían además algún tipo de relación con los
miembros del tribunal, en su casi totalidad varones (Wenneràs y Wold,
1997). Por lo demás, hay trabajos que demuestran aversiones y desvaloriza-
ciones inconscientes hacia una variada gama de minorías, no sólo de las mu-
jeres sino también de las personas lesbigays, de color, discapacitadas o mayo-
res. A igualdad de credenciales se ha comprobado una superior valoración
de gente blanca frente a candidatos negros por parte de calificadores blan-
cos, al igual que de hombres frente a mujeres en el caso de baremos de un
mismo curriculum presentado alternativamente con nombre de hombre y
con nombre de mujer (cit. por Young, 2000: 345-346). Una posible expli-
cación puede ser a la que recurre García de León en cuanto a que las escasas
mujeres que llegan a los altos cargos se convierten en testigos incómodos,
tanto de la falacia presente en la forma en que a menudo se organizan los
trabajos —«no hacen falta tantas secretarias, ni tantos metros cuadrados de
moquetas, ni tanto coche fantástico, ni tanta reunión fuera de la empresa, ni
tanta tarjeta visa, ni tanto viajar en primera, ni nada de eso», declara una alta
profesional del periodismo— como de las relaciones informales, orientadas
hacia la fratría —en el sentido dado al término por Amorós—, que rigen ta-
les encuentros, como lo muestra el siguiente titular: «“La cumbre europea
de Laeken concluyó con un diálogos entre los líderes sobre el jamón dulce y
las modelos”, El País, 18-XII-01» (en García de León, 2002: 205).
b) La relativa a las redes informales, envés de las relaciones formales en
las organizaciones, de manera que las mujeres suelen, por lo general, estar
excluidas de esas redes informales, esgrimiéndose habitualmente su falta de
tiempo, en alusión a la doble jornada laboral de la que los varones se hallan
muy a menudo exentos. De ello hablaremos a continuación. Pero otro mo-
tivo menos tangible subyace a esta exclusión, a saber, que entre varones y
mujeres no se conciben relaciones de amistad (Valcárcel, 1997: 130). Ello es
fruto de un esmerado proceso de socialización, cuyo texto no escrito for-
mula, de una parte, que entre mujeres y hombres sólo se pueden producir,
real o potencialmente, relaciones de sexo; y, de otra, que entre los varones se
generan fuertes lazos de amistad mientras que a las mujeres se les fomentan
las relaciones de competencia... por un hombre9. ¡Cuánta energía inver-
tida en conseguir y mantener un marido, rivalizando con otras mujeres por
atraer la atención masculina!, comenta Alborch en su libro Malas (2002). El
——————
9
Esto sucedía porque, entre otras cuestiones, se aplicaba a las mujeres estos raseros para el
ámbito de lo privado, de las relaciones personales; en el ámbito de lo público no tenían consi-
deración ni papel alguno.
DESIGUALDAD Y RELACIONES DE GÉNERO EN LAS ORGANIZACIONES... 109
datos no son más alentadores: en conjunto, los padres pasan cuatro veces
menos tiempo con sus hijos que las madres «y ni tan siquiera se sienten obli-
gados con respecto a ellos», tal y como relata Elisabeth Badinter, quien cita
seis de los libros más relevantes publicados en los EE.UU. e Inglaterra en los
años 80 (Badinter, 1993: 204). Con todo, se pueden hacer algunos matices:
si bien el sexo es lo que determina quién realiza el trabajo doméstico, el ni-
vel de estudios contribuye eficazmente a suavizar la división sexual del tra-
bajo en el hogar (Izquierdo, 1988), pero la variable más decisiva no es tanto
la categoría del marido como la de la mujer (Alberdi, 1995: 201): sólo la hi-
pogamia de la mujer le permite contar con un mayor poder de negociación
en el seno de la pareja y lograr así alguna distribución más equitativa de las
tareas domésticas.
Aún en países con un desarrollado estado de bienestar y a pesar de los
contrastados avances de las mujeres nórdicas, los estudios acerca de las que
se dedican a la política siguen mostrando que, mientras que para los varones
en parecida situación la familia parece ser un apoyo, para las mujeres políti-
cas la familia continúa siendo una carga extra, por muy gozosamente que se
vivan las relaciones afectivas. Por ejemplo, en cuanto las mujeres nórdicas lo-
graron feminizar la política tendieron a suprimir las comidas de trabajo y las
reuniones de todo tipo, formales o informales, en horarios incompatibles
con las obligaciones familiares (Dahlerup, 1993).
Un índice de la difícil compaginación entre ambas esferas parece des-
prenderse, al menos en el caso español, del predominio de mujeres solte-
ras o separadas, así como de mujeres sin hijos, entre las que, al menos hace
algunos años, se dedicaban a la política. Por el contrario, la inmensa ma-
yoría de los varones tenía hijos por muy extensa que fuera su dedicación a
los asuntos públicos (Nevado, 1993: 26). Como señala Anna Freixas, la
familia tradicional ha sido el soporte necesario para el acceso masculino a
las esferas del poder —la mujer, o trabajaba en el ámbito doméstico o, en
el mejor de los casos, subordinaba su carrera a las necesidades del mari-
do— (Freixas, 2004). El contar con el firme soporte del cónyuge —en
este caso en el ámbito profesional— ha constituido, a su vez, y como ya
hemos comentado, una ventaja para las mujeres españolas pioneras en las
lides profesionales o de la política. Pero lo más frecuente es no contar con
este apoyo, como bien ha quedado reflejado en la composición del nuevo
gobierno de la nación constituido paritariamente tras el triunfo socialista
de marzo de 2004: mientras que todos los ministros menos uno están ca-
sados y tienen hijos (que van desde uno a cinco hijos, hasta un total de
veintidós), de las ocho ministras, tres están solteras, dos han estado casa-
das pero ya no lo están y las tres restantes se hallan actualmente en ese es-
tado. De entre las casadas antes o ahora sólo suman cinco hijos (Arce Gar-
cía, 2004). De este modo, y frente al modelo tradicional encarnado por el
varón, las ministras citadas representan la modernidad, los nuevos mode-
los de vida y de familia de nuestro país que esconden tras de sí con dema-
siada frecuencia la incompatibilidad entre familia y función pública para
las mujeres (Freixas, 2004).
DESIGUALDAD Y RELACIONES DE GÉNERO EN LAS ORGANIZACIONES... 111
Con esto queremos señalar que, con harta frecuencia, la que ha llegado
al umbral del puesto directivo ya presenta un perfil de disponibilidad tem-
poral que le permite una dedicación importante a la empresa, demostrada
ya normalmente en su trayectoria anterior. Sin embargo, el discurso domi-
nante por parte de los colegas masculinos sostiene lo contrario, poniendo
por delante la supuesta falta de tiempo de las mujeres, discurso que por do-
minante aparece como de sentido común aunque la realidad desmienta el
dato. De la supuesta falta de compromiso con la empresa se achaca, por ex-
tensión, una especial dificultad para generar confianza en los colegas y res-
peto en los empleados, pero ello no parece sino ocultar, por inconfesable, lo
que subyace a esta desenfocada percepción: la no aceptación del mando fe-
menino (Callejo y otros, 2004: 46).
En cualquier caso, solteras o casadas, las mujeres se ven envueltas en re-
laciones de «doble vínculo». Según cuentan Callejo y Martín Rojo en un
trabajo en el que se recogen las opiniones de altos ejecutivos sobre el acceso
de las mujeres a los altos cargos en la empresa, las «promocionables» o «que
llegan» —las mujeres no madres: las solteras, divorciadas, viudas— son las
que provocan la mayor agresividad —tachadas de feas, antipáticas, putas,
solitarias— porque cuestionan los dominios tradicionales del hogar presi-
dido por la mujer y del trabajo presidido por el varón; las «no promocio-
nables» y que «no llegan» porque se «autoexcluyen» «son a menudo ridi-
culizadas (...), pero son en realidad las que se prefieren puesto que no
cuestionan la división tradicional del espacio, por mantener un lugar cen-
tral en el hogar y “ayudar” al varón con su sueldo» (Callejo y Martín Rojo,
1994-1995: 66-68).
4) Los modelos de socialización.
a) Se suele decir que las mujeres no han sido socializadas en el poder,
que el poder no es una meta para ellas. Gallego (1994: 22 y sigs.) co-
menta críticamente las conclusiones de estudios pre-feministas sobre la
participación política, en los que se obtenía como resultado un supuesto
desinterés de las mujeres por este terreno de la actividad humana. Con
posterioridad, trabajos de investigación realizados con una óptica femi-
nista pusieron de manifiesto que el aparente desinterés por la participa-
ción política o el posicionamiento ideológico no tenían que ver específi-
camente con el sexo femenino sino más bien con las condiciones de vida
de las personas, condiciones relacionadas con la edad, el nivel de estudios
o el empleo. Estos resultados enlazan con la corriente de la sociología fe-
minista que apunta a que los intereses de las personas responden más
bien a su experiencia y a su ubicación en el mundo11. Se observa, pues,
que ha sido esta experiencia la que ha hecho a las mujeres rechazar en
buena medida la política al uso, que han entendido como unas formas de
hacer desde las que se escamotea su propia vida, sus propios intereses,
——————
11
Destacamos aquí sobre todo las aportaciones de Dorothy Smith, en particular su traba-
jo «A Sociology for Women» (1979).
112 RAQUEL OSBORNE
siendo así percibido este ámbito como un locus que las ha ignorado tra-
dicionalmente.
En este contexto cobran su pleno sentido las respuestas a un estudio re-
alizado hace algún tiempo (1987) por el Instituto de la Mujer en el que se
preguntaba a las mujeres por sus motivaciones para participar en la política:
sólo un 3 por 100 aspiraba a un cargo público, mientras que un 50 por 100
se interesaba por la política en la medida en que les posibilitara hacer algo
concreto que resultara útil; subyacía la socialización de las mujeres hacia va-
lores como el afecto, el cuidado, la preocupación por las necesidades de los
otros. Según se concluye en el estudio, el obstáculo real sería, en este caso, la
falta de parecida motivación por parte de los varones (Ortiz Corulla, 1987,
citada por Gallego, 1994). Cuando las mujeres han cambiado su ubicación
social a causa de su mayor incorporación a lo público su interés por la polí-
tica ha aumentado asimismo: cuando el PSOE aprobó en 1988 la famosa
cuota del 25 por 100, se triplicó la afiliación femenina (Lafuente, 2003:
299-301). Ver aproximarse situaciones de poder sin tantos obstáculos por
delante posee el efecto de un imán hacia el que las mujeres se sienten atraí-
das. Es decir, no es sólo la socialización hacia el «no poder» lo que disuade
del mismo; las mujeres saben que «el poder llama al poder», que por el he-
cho de ser mujeres parten de una situación previa de menor poder, tanto in-
dividual como colectivamente, y como esto las sitúa en desventaja de ante-
mano, provoca su retraimiento.
b) Que las mujeres no «quieran» participar directamente en la política
es respondido por la socióloga Kanter —si trasponemos los resultados de su
trabajo en una gran empresa al mundo de la participación política (Kanter,
1977a)—, por las dificultades, atisbadas o sabidas por las demás, con que se
encuentran las que Kanter denomina token women, traducido como «muje-
res símbolo» por Dahlerup (1993), mujeres que se hallan solas en un mun-
do de hombres. Como abundaré en breve sobre este aspecto de la cuestión
no me explayo aquí; simplemente mencionaré que es tal el esfuerzo que mu-
chas de estas mujeres tienen que efectuar para adaptarse a un mundo de va-
rones, sin acabar finalmente siendo una más, que no es extraño que sirvan
como antimodelo para muchas otras.
En este contexto cobra todo su sentido el reverso de la pregunta que
muy inteligentemente realiza García de León: en vez de preguntar por
qué las mujeres se interesan menos por la política —a lo cual se puede
responder con diversos argumentos, como hemos efectuado—, se plan-
tea el siguiente interrogante: ¿qué tiene la política que no gusta a las mu-
jeres?, desculpabilizándolas de este modo por este aparente desinterés.
Nuestra autora responde que el modelo cultural masculino, bajo el que se
entiende la vida de una forma estrictamente unidimensional en términos
de poder, trabajo, ambición etc., no deja espacio para otras dimensiones
y crea un entorno en el que las mujeres, o no pueden cumplir con este
modelo o no se sienten cómodas por la actitud de los varones, plenos de
resistencias ante el acceso de las mujeres a estas posiciones (García de
León, 2002: 67).
DESIGUALDAD Y RELACIONES DE GÉNERO EN LAS ORGANIZACIONES... 113
——————
12
Simmel publicó originariamente estos trabajos en su libro Philosophische Kultur (Leip-
zig, Werner Kinkhardt) en 1911. Tres de los cuatro ensayos que se incluyen en el libro de Sim-
mel citado fueron publicados por primera vez en español en la Revista de Occidente entre los
años 1923 y 1925.
DESIGUALDAD Y RELACIONES DE GÉNERO EN LAS ORGANIZACIONES... 115
——————
16
Como ya señalábamos más arriba, ¿qué hacer con una mujer cuando hay un viaje de tra-
bajo y llega la hora de las copas, el compadreo y el alterne, tal y como nos indica Valcárcel?
(1997, pág. 206).
DESIGUALDAD Y RELACIONES DE GÉNERO EN LAS ORGANIZACIONES... 117
——————
17
Esta doble representación puede verse actualmente (abril de 2005) en la caracterización
que se hace en los muñecos del guiñol de Canal Plus de la Vicepresidenta del Gobierno,
M.ª Teresa Fernández de la Vega de una parte, y la ministra de Cultura, Carmen Calvo, de
otra.
118 RAQUEL OSBORNE
4. A MODO DE EPÍLOGO
formular las preguntas deseadas: ¿por qué no hay igualdad, más allá de la
igualdad formal? La paridad entre mujeres y hombres en los distintos ámbi-
tos de la vida no se consigue por sí sola, porque hablamos de desigualdad de
poder y de privilegios. Las mujeres en minoría (las token women, mujeres
símbolo) y la minoría de las mujeres en tanto que grupo con menor poder
necesitan aliarse mutuamente para conseguir logros en la larga marcha ha-
cia la igualdad. De forma voluntarista, y en minoría, parece imposible cam-
biar nada —más bien se cambia a las mujeres y de mala manera, como he-
mos visto en el análisis del «tokenismo»—. Dicho de otra manera: las
mujeres, cuando son pocas, difícilmente pueden cambiar las cosas. Sólo las
alianzas entre ellas y el dejar de ser minoría pueden transformar los ámbitos
del poder. Para ello las acciones positivas y, sobre todo la paridad, pueden ju-
gar un papel relevante.
5. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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DESIGUALDAD Y RELACIONES DE GÉNERO EN LAS ORGANIZACIONES... 123
vidas de las mujeres. Por supuesto podemos advertir que esto no es algo re-
almente nuevo, sin embargo sí podemos convenir en que es necesario volver
a dar un lugar prioritario, no relegar, estas cuestiones2.
Partiendo de este contexto y de acuerdo con A. Sen en que «una obser-
vación de desigualdad puede producir un diagnóstico de injusticia solo me-
diante alguna teoría de la justicia (o varias)»3, mi objetivo en lo que sigue
será examinar algunos aspectos de las concepciones de la justicia propuestas
por Martha C. Nussbaum e Iris Marion Young en tanto que ambas conce-
den gran importancia al desarrollo de las capacidades. La primera se inscri-
be en la denominada «corriente de las capacidades» que combina con el
liberalismo político4; la segunda, cercana a algunas de las tesis de dicha co-
rriente, pero defensora de la justicia y la política de la diferencia y de la de-
mocracia comunicativa. Desde esta aproximación al pensamiento de ambas
autoras se trata de ver cómo la combinación o interrelación de capacidades
y necesidades permanece como una cuestión abierta e importante5, bien
que se exprese como libertad e igualdad, derechos y libertades negativas/de-
rechos y libertades positivas, bien desde la independencia/dependencia, o
intentando salvar la disyuntiva apelando a la dignidad y las bases sociales de
la dignidad. La forma de abordar el problema de las capacidades y las nece-
sidades en unos casos lleva a orientarse hacia la ciudadanía, en otros a la jus-
ticia y/o la democracia, aunque muchas veces sea difícil trazar claramente
una línea. De la mano de Nussbaum y Young nos situamos en el terreno de
la justicia social y política y de sus implicaciones a la hora de abordar la
igualdad de las mujeres.
——————
2
Según A. Sen, la investigación empírica de los últimos años no deja lugar a dudas sobre
las desigualdades de género, sobre las posiciones desaventajadas que ocupan las mujeres en las
estructuras económicas y sociales tradicionales. Estas desigualdades, dice, son profundas y lle-
gan a afectar a cuestiones de enfermedad y mortandad, de vida y muerte, sobre todo en las mu-
jeres del Tercer Mundo. Véase Amartya Sen, «Desigualdad de género y teorías de la justicia»,
en Mora. Revista del Insituto Interdisciplinario de Estudios de Género, 6, 2000, págs. 4-18.
3
Ibíd., pág. 5.
4
Como es sabido, el representante más destacado de la «corriente de las capacidades» es
Amartya Sen, junto con el que Nussbaum participa en proyectos sobre ética y desarrollo, ética
y economía, en relación con la medida de la calidad de vida en los países en desarrollo, duran-
te su colaboración en el World Institute for Development Ethics Research (WIDER) en Hel-
sinki de 1986 a 1993. Las diferencias entre ambos pueden verse en D. A. Crocker, «Functio-
ning and Capability: The Foundations of Sen’s and Nussbaum’s Development Ethic», en M.
C. Nussbaum y J. Glover (ed.), Women, Culture and Development, Oxford, Clarendon Press,
1995, págs. 153-198 y M. C. Nussbaum, Women and Human Development, Cambridge,
Cambridge University Press, 2000, págs. 11-15.
5
Y, en un momento de debate y reflexión centrado en la igualdad política, resulta cuan-
do menos curioso comprobar las continuas citas de la máxima de Marx: «De cada uno según
sus capacidades, a cada uno según sus necesidades.» Tras la común coincidencia en que está
pensada para una sociedad comunista, de la abundancia y, por consiguiente, más allá de la jus-
ticia, dicha máxima es objeto de atención en tanto que orienta la posibilidad de ciertas articu-
laciones de las capacidades y de las necesidades. Sin entrar en detalles aquí, véase Kymlicka y
Norman, art. cit., pág. 11, y A. MacIntyre (1999), vers. cast., Animales racionales y dependien-
tes, Barcelona, Paidós, 2001, págs. 153-154.
CAPACIDADES HUMANAS E IGUALDAD DE LAS MUJERES 127
prosperar más y llevar una vida feliz» (Política, 1324a: 23-25). Para deter-
minar si un ordenamiento político es bueno es necesario disponer de una
concepción del bien, de la vida buena, previa a la selección de la estructura
y la distribución políticas. En sus primeros escritos denomina a su interpre-
tación de Aristóteles «concepción distributiva». La tarea de la política es dis-
tributiva, su fin que todos y cada uno de los miembros de la comunidad dis-
pongan de las condiciones básicas necesarias para que pueda ser elegida una
vida humana buena y plena. El fin político es producir las capacidades para
funcionar. Así, no se trata de distribuir recursos, bienes u oficios. Se opone
abiertamente al utilitarismo y a la concepción distributiva de los bienes pri-
marios de Rawls7. La cuestión radica en que riqueza, posesiones o dinero
son bienes instrumentales, no buenos en sí mismos, de donde se deduce que
más de estos bienes no siempre es mejor. De acuerdo con Sen, sostiene que
la idea de desarrollo es normativa; con Aristóteles y el Marx de los Manus-
critos de 1844 afirma la importancia de las condiciones materiales e institu-
cionales, necesarias para que los ciudadanos puedan elegir una vida humana
buena y plena. Esta idea tiene una expresión básica en la utilización de la
afirmación de Aristóteles de que «a ningún ciudadano debería faltarle el sus-
tento». La tarea política consiste en remover los obstáculos e intervenir para
lograr que la gente sea capaz de elegir y funcionar.
Nussbaum quiere hacer compatible su idea aristotélico-marxiana del
florecimiento humano con el liberalismo, dando cabida a la elección y a los
derechos y libertades. El problema que suscita el liberalismo tiene que ver
con la igualdad, con las condiciones materiales e institucionales, no con la
libertad. De ahí que insista en que el fin distributivo político debe ser defi-
nido en términos de capacidades, no de funcionamiento real, y que la capa-
cidad de elección sea la capacidad central a que ha de atenderse en cada área
de la vida, haciendo hincapié en que la elección —lo que sería esencial al li-
beralismo— ni es pura espontaneidad ni es independiente de las condicio-
nes sociales y materiales. No obstante, tiene que reconocer que aunque Aris-
tóteles concede cierto papel a la elección, no es suficiente, lo que le lleva a
asumir la idea liberal de que el ciudadano, en tanto que libre y con digni-
dad, es un «hacedor de elecciones». Teniendo en cuenta esta combinación,
la tarea urgente que corresponde a la política es la de proporcionar a los ciu-
dadanos lo que necesitan, tanto para poder realizar las elecciones como para
tener posibilidades reales de ejercer sus funciones más valiosas. Las liberta-
des, los derechos políticos, coincide con Sen, son fundamentales no sólo
para la satisfacción de las necesidades sino sobre todo para poder formular-
las. Ahora bien, el fin político es la capacidad, no el funcionamiento. Los
ciudadanos serán libres de elegir los funcionamientos y cómo usarlos. La au-
tonomía, el respeto por la elección, constituye una de las piezas arquitectó-
——————
7
La concepción distributiva se opone también a una definición del bien en términos de
opulencia o de medida del desarrollo económico según el P. I. B. La razón no es otra que la de
que no se puede tratar como un fin lo que es un medio.
CAPACIDADES HUMANAS E IGUALDAD DE LAS MUJERES 129
——————
12
Ibíd., págs. 68-70.
13
Ibíd., pág. 70.
CAPACIDADES HUMANAS E IGUALDAD DE LAS MUJERES 131
——————
14
Ibíd., pág. 86.
132 MARÍA XOSÉ AGRA ROMERO
2. POLÍTICA DE LA DIFERENCIA:
LA LUCHA POR EL RECONOCIMIENTO
En términos generales podemos decir que Nussbaum y Young compar-
ten la idea de que la justicia es la virtud básica de la ciudadanía, ambas inci-
den en la conexión entre los valores de la vida buena y la justicia y en el va-
lor de la libertad humana. Se oponen a una definición fuerte de naturaleza
humana pero incorporan, en tanto que desarrollan una concepción norma-
tiva, unos valores que respeten las diferencias y la pluralidad de las defini-
ciones de lo bueno. Evidentemente hay diferencias significativas en la arti-
culación que ambas llevan a cabo de estas ideas, en el caso de Nussbaum
determinado por su concepción aristotélico-marxiana del funcionamiento o
florecimiento humano, compatible con su defensa del liberalismo político,
en el de Young por su incardinación en la teoría crítica y la ética comunica-
tiva23. Una toma como objetivo lo que los seres humanos son capaces de ha-
cer y de ser, la otra ofrece una imagen de la gente como personas que hacen
cosas y actúan. Asimismo defienden un universalismo, con matices dife-
rentes, y ambas dan un valor fundamental a la imaginación y a la narrativi-
dad. Las dos ven la necesidad de la reflexión normativa y de su contextuali-
zación histórica, social y cultural, si bien Nussbaum la concreta en una
teoría de la justicia parcial, mientras que Young no construye una teoría de
la justicia sino que ofrece un ideal de justicia general o abstracto. La distan-
cia crítica, la crítica social situada y las posibilidades normativas no realiza-
das pero latentes en la realidad social dada, junto con el interés emancipa-
dor y la libertad, constituyen los ejes de su reflexión racional, normativa
sobre la justicia. Un punto fuerte de coincidencia se refiere a que la justicia
social tiene que ver con las condiciones institucionales, no con las preferen-
——————
21
Ibíd., pág. 259.
22
Ibíd., pág. 264.
23
Young es crítica con algunos aspectos de la versión de Habermas. También incorpora
en su teoría crítica los análisis de la diferencia de autores postmodernos como Derrida, Lyotard,
Foucault y Kristeva.
CAPACIDADES HUMANAS E IGUALDAD DE LAS MUJERES 137
cias o formas de vida de los individuos o de los grupos, aspecto este que nos
interesa especialmente aquí. También comparten la crítica a las corrientes ba-
sadas en recursos, no obstante Young va a elaborar una crítica más contun-
dente de lo que denomina «paradigma distributivo». Aunque, como decimos,
hay un parecido de familia —similar quizás al que habría entre Rawls y Ha-
bermas— las diferencias son aún importantes. Veamos las líneas fundamenta-
les de la propuesta de la justicia y la política de la diferencia de Young.
Antes indicábamos que el lenguaje de la ciudadanía venía a sustituir al
de la liberación, no es el caso de Young, quien explícitamente asume este
lenguaje de acuerdo con los nuevos movimientos sociales. Su ideal de justi-
cia, frente a otras propuestas, lo que persigue es la liberación y no la equi-
dad. En Justice and The Politics of Difference (1990)24 establece que la igual-
dad básica para todas las personas es un valor moral; que hay profundas
injusticias en nuestra sociedad que reclaman cambios institucionales y que
las estructuras de dominación impregnan injustamente nuestra sociedad.
Partiendo de esto, plantea una crítica del paradigma distributivo que, a su
juicio, suscriben la casi totalidad de las teorías de la justicia contemporáne-
as. El paradigma distributivo es aquel que:
define la justicia social como la distribución moralmente correcta de be-
neficios y cargas sociales entre los miembros de la sociedad. Los más im-
portantes de estos beneficios son la riqueza, el ingreso y otros recursos
materiales. La definición distributiva de la justicia a menudo incluye, sin
embargo, bienes sociales no materiales tales como derechos, oportunida-
des, poder y autoestima. Lo que marca el paradigma distributivo es una
tendencia a concebir la justicia social y la distribución como conceptos
coextensivos25.
——————
24
Princenton University Press, Princenton. Vers. cast., La justicia y la política de la dife-
rencia, Madrid, Cátedra, 2000. Young también tiene una extensa producción de la que desta-
camos: «Impartiality and The Civic Public: Some Implications of Feminist Critiques of Moral
Political Theory», en S. Benhabib y D. Cornell (eds.), Feminism as Critique, Oxford, Polity
Press, 1987; «Polity and Group Difference: A Critique of the Ideal of Universal Citizenship»,
en Ethics, 99, 1989, págs. 205-274; «Rawls’s Political Liberalism», en Journal of Political Philo-
sophy, 372, 1995, págs. 181-190; «Together in Difference: Tansforming the Logic of Group»,
en W. Kymlicka (ed.), The Rights of Minority Cultures, Oxford, Oxford University Press, 1995;
Intersecting Voices: Dilemas of Gender, Political Philosophy and Policy, Princenton, Princenton
University Press, 1997; «Justice, Inclusion and Deliberative Democracy», en S. Macedo (ed.),
Deliberative Politics: Essays on Democracy and Disagreement, Oxford, Oxford University Press,
1999; Inclusion and Democracy, Oxford, Oxford University Press, 2000.
25
«Justicia y Política...», ob. cit., págs. 33-34.
138 MARÍA XOSÉ AGRA ROMERO
——————
26
Ibíd., pág. 36.
27
Ibíd., pág. 42.
28
Ibíd., pág. 49. La comprensión de las oportunidades como capacidades va en la misma
línea de Sen o Nussbaum. Sen comenzó utilizando «oportunidades», luego las sustituye por ca-
pacidades. No obstante, para Nussbaum las capacidades son poderes personales, mientras que
para Young tienen un carácter relacional.
CAPACIDADES HUMANAS E IGUALDAD DE LAS MUJERES 139
términos similares, como una función de la cultura. En los tres casos se cues-
tiona la «reificación» de los bienes no materiales. Se requiere un marco nor-
mativo más amplio que el de las teorías distributivas, en el que las identida-
des y las capacidades individuales sean comprendidas como producto de
procesos y relaciones sociales, ya que «la lógica distributiva no deja lugar
para concebir la capacidad o incapacidad de las personas como una función
de las relaciones entre ellas». Frente a un modelo estático y una ontología so-
cial atomista se concede peso a los procesos, las relaciones y los grupos so-
ciales, así como a la evaluación de la producción y reproducción de mode-
los distributivos.
La distribución del poder se ve afectada igualmente por la posesión y la
reificación, el poder no se ve de forma relacional. Pero sobre todo, la lógica
distributiva ignora u oculta la dominación estructural o sistemática que im-
pide a la gente participar en la determinación de sus acciones o de las con-
diciones de sus acciones. La propuesta de esta autora supone una amplia-
ción del concepto de justicia que viene a coincidir con la política, la justicia
requiere que todas las personas participen efectivamente, que ejerzan su li-
bertad y que sean capaces de expresar sus necesidades: «como personas que
hacemos cosas y actuamos, intentamos promover muchos valores de justicia
social además de la equidad en la distribución de los bienes; aprender y uti-
lizar capacidades satisfactorias y expansivas en contextos socialmente reco-
nocidos; participar en la formación y gestión de las instituciones y recibir un
reconocimiento por tal participación; actuar y comunicarnos con las demás
personas y expresar nuestras experiencias, sentimientos y perspectiva sobre
la vida social en contextos en los que otras personas puedan escucharnos»29.
Conecta los valores de la vida buena con la justicia, pero no funde am-
bas. Así, la justicia tiene que ver con el grado en que una sociedad contiene
y sustenta las condiciones institucionales necesarias para la realización de los
valores de la vida buena, valores que son dos, muy generales pero universa-
listas en la medida en que presuponen el igual valor moral de todas las per-
sonas, estos valores son: «(1) desarrollar y ejercer nuestras capacidades y ex-
presar nuestra experiencia, y (2) participar en la determinación de nuestra
acción y de las condiciones de nuestra acción». Son los valores de autodesa-
rrollo y autodeterminación que la justicia exige que sean garantizados a to-
dos30. La injusticia se define como opresión y como dominación si se po-
nen impedimentos institucionales a dichos valores. Young es muy explícita
en la definición de ambos conceptos, así: «la opresión consiste en procesos
institucionales sistemáticos que impiden a alguna gente aprender y usar ha-
——————
29
Ibíd., págs. 67. Siguiendo a Lyotard, Young sostiene que el sentido de justicia surge de
escuchar, no de mirar, pág. 14.
30
En Inclusión and Democracy (2000), denomina a estos valores «ideales de justicia social».
Indica ahora que el valor del auto-desarrollo es interpretado de modo similar a lo que Sen en-
tiende por «igualdad como capacidades». Afirma coincidir con su crítica de la justicia limitada
a distribución de bienes o riquezas per se. De nuevo, aunque sean importantes para el valor del
auto-desarrollo, no se puede ignorar la organización del poder, el estatus y la comunicación que
no son reducibles a distribuciones, págs. 31-32.
140 MARÍA XOSÉ AGRA ROMERO
——————
31
Ibíd., pág. 68.
32
Ibíd., pág. 88.
CAPACIDADES HUMANAS E IGUALDAD DE LAS MUJERES 141
——————
33
Ibíd., pág. 102.
142 MARÍA XOSÉ AGRA ROMERO
——————
39
Véase N. Fraser, Justice Interruptus: Critical Reflection on the ‘Postsocialist Condition’,
Nueva York/Londres, Routledge, 1997. Referencias a la dicusión entre ambas: I. M. Young,
«Unruly Categories: A Critique of Nancy Fraser’s Dual Systems», en New Left Review, núm. 233,
1997, págs. 126-129; N. Fraser, «A Rejoinder to Iris Young», en New Left Review, núm. 233, 1997,
págs. 126-129.
40
Para ver como entiende el grupo estructural, véase Inclusion, ob. cit., págs. 97-98. Nó-
tese la importancia tanto de las relaciones interactivas como de las institucionales en el condi-
cionamiento de las oportunidades y proyectos de vida.
CAPACIDADES HUMANAS E IGUALDAD DE LAS MUJERES 145
——————
41
Inclusión, pág. 119.
146 MARÍA XOSÉ AGRA ROMERO
——————
42
A. Phillips, Which Equalities Matter?, Oxford, Polity Press, pág. 131.
6
Mujeres, Ciudadanía y Sujeto Político:
La necesidad de una cultura crítica feminista
NEUS CAMPILLO
que hablan «en nombre de las de mi sexo» con lo que ello acarrea. Ambas
hacen posible una crítica de la cultura —esa cultura que excluye esa idea de
bien desde lo femenino— o que excluye el punto de vista de las de mi sexo.
La elaboración de una cultura crítica, sin embargo, supone un riesgo ma-
yor frente a la seguridad doctrinal o la justificación ideológica y, desde lue-
go supone asumir el feminismo como crítica filosófica. Sólo desde la ne-
cesidad del comprender, de la búsqueda del sentido, y de la afirmación de
libertad y la elaboración del juicio es posible proponer una «actitud» que
vaya más allá del humanismo entendido éste en sentido doctrinal. En de-
finitiva, una cultura crítica elaborada desde el feminismo ha de significar
un contrapunto al «simulacro cultural» que se crea desde el orden femeni-
no (J. Lorite Mena, 1987).
Feminismo y ciudadanía, desde ahí, adquieren un carácter distinto del
que aparece cuando las propuestas se realizan, sin más, como determinadas
ideas de bien o como ideologías.
La cuestión a clarificar en el diálogo entre los feminismos es que no tie-
ne porqué haber una alternativa feminista que sea excluyente de otras. El fe-
minismo como crítica lo posibilita. No es una afirmación de eclecticismo,
sino desde la libertad de las mujeres que el feminismo de la igualdad propo-
ne. Las prácticas de los grupos de mujeres conllevan estrategias diversas de
su afirmación de libertad y lo relevante es que ocupen el espacio público. Si
el feminismo es interclasista e interétnico e interideológico eso conlleva lo
que acabo de afirmar. Sin embargo, a partir de ahí se presentan nuevos pro-
blemas. Porque nos encontraremos con la necesidad de asumir esas nuevas
formas de ser individuo por parte de las mujeres. Así como nuevas formas
de solidaridad y pactos entre ellas. Pactos, que han de significar la decons-
trucción del «espacio de las idénticas» y la construcción del «espacio de las
iguales» (C. Amorós, 1987). «Espacio de los iguales» que es condición de
posibilidad de la individualidad y, viceversa. La afirmación de individuali-
dad hará posible las relaciones de solidaridad de las mujeres entre ellas, hará
posible la igualdad. Hay unos límites ideológicos, que entrarían en contra-
dicción con los propias asunciones feministas y que impedirían la solidari-
dad con «todas» las mujeres. «Es la práctica de la solidaridad la que justa-
mente les impide a las mujeres hacer discurso» (A. Valcárcel, 1996: 57). El
problema es recurrente. La paradoja de que si no había que conceder el voto
a las mujeres porque votarían conservador y entonces no habría logros para
las mujeres parece volver a plantearse en otros términos. Se afirma que no
hemos luchado para que ahora estén en el poder mujeres que actúan de for-
ma contraria a las propias propuestas feministas. Y no encuentro otra res-
puesta que matizar la situación porque sólo es aparentemente paradójica. Ya
que al luchar para que las mujeres pudieran ejercer su libertad también se ha
luchado para que esas mujeres tengan poder, participación ciudadana, estén
en el espacio público y puedan elegir. Ahora bien, el problema está en «ad-
mitir la continuidad genérica sin fisuras» (A. Valcárcel, 1996: 58). A mi en-
tender, el límite ideológico no habría que plantearlo como concluyente, sino
como abierto en el sentido de que serían posibles pactos en aquellos aspec-
150 NEUS CAMPILLO
4. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
AGRA, M. Xosé, «Género y Justicia Social y Política», en N. Campillo Iborra (co-
ord.), Ciudadanía, Género y Sujeto Político. En torno a las Políticas de Igualdad,
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2000.
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análisis», en Archipiélago, núm. 30, 1997, págs. 11-22.
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principio de individuación», Arbor, Madrid, 1987, págs. 113-127.
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para los noventa», en Elena Beltrán y Cristina Sánchez (eds.), Las Ciudadanas y
lo Político, Madrid, Instituto Universitario de Estudios de la Mujer, UAM,
1996, págs. 21-42.
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ford, Princeton University Press, 2001.
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ría», en Arenal. Revista de Historia de las mujeres, vol. 7, núm. 1, Granada, Uni-
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HOBSON, Barbara, «Identidades de género: Recursos de poder y Estado de Bienes-
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Madrid, Instituto Universitario de Estudios de la Mujer, UAM, 1996.
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en Elena Beltrán y Cristina Sánchez (eds.), Las Ciudadanas y lo Político, Madrid,
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SCOTT, W. Joan, «La querelle des femmes a finales del siglo XX», en Mora. Revista del
instituto Interdisciplinario de los Estudios de Género, Universidad de Buenos Aires,
núm. 6, Buenos Aires, Julio, 2000, págs. 19-37.
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Elena Beltrán y Cristina Sánchez (eds.), Las Ciudadanas y lo Político, Madrid,
Instituto Universitario de Estudios de la Mujer, UAM, 1996.
7
Género e igualdad en Habermas*
MARÍA JOSÉ GUERRA PALMERO
——————
4
J. Habermas, Problemas de legitimación en el capitalismo tardío, Buenos Aires, Amorrotu,
1975.
5
J. C. Velasco, Para leer a Habermas, Madrid, Alianza, 2003, pág. 172.
160 MARÍA JOSÉ GUERRA PALMERO
——————
6
Valga como botón de muestra la colección de artículos reunidos por J. Meehan (ed.),
Feminists read Habermas. Gendering the Subject of Discourse, Nueva York, Routledge, 1995 y
M. J. Guerra, Mujer, identidad y reconocimiento. Habermas y la crítica feminista, Sta. Cruz de
Tenerife, Instituto Canario de la Mujer, 1998.
7
Taylor en el año 1992, desde su comunitarismo neohegeliano, enfrentando la espinosa
cuestión de los derechos colectivos, acuña la formulación «política del reconocimiento». El
mismo año en Alemania Axel Honneth publica La lucha por el reconocimiento, obra en la que
ensaya una nueva reconstrucción de la moral desde las premisas del giro intersubjetivo en las
que la misma individualización y la integridad personal se sostienen sobre la trama de amor,
respeto y solidaridad que nos prodigan los otros. Cfr. A. Honneth, «Reconocimiento y obliga-
ciones morales», en Revista Internacional de Filosofía Política, núm. 8, diciembre de 1996; «In-
tegridad y desprecio. Motivos básicos de una concepción de la moral desde la teoría del reco-
nocimiento», en Isegoría, núm. 5, mayo de 1992, y sobre todo, La lucha por el reconocimiento,
Barcelona, Crítica, 1997. Sobre este tema cfr. M. J. Guerra, «Reconocimiento: perfiles ético-
políticos de una categoría en proceso de redefinición», en J. Rubio Carracedo, J. M. Rosales y
M. y Toscano (eds.), Retos pendientes en ética y política, Madrid, Trotta, 2002, págs. 321-329.
GÉNERO E IGUALDAD EN HABERMAS 161
——————
8
S. Benhabib, «El otro generalizado y el otro concreto: la controversia Kohlberg-Gilligan
y la teoría feminista», en S. Benhabib y D. Cornell, Teoría feminista y teoría crítica, Valencia,
Alfons el Magnanim, 1990.
9
Cfr. M. J. Guerra, «La disputa en torno a la comunidad o la deriva antifundamentalis-
ta del continente habermasiano», en Isegoría. Revista de Filosofía Moral y Política. Sujeto y co-
munidad, mayo de 1999, págs. 67-88.
10
C. Amorós, «Hongos hobbesianos, setas venenosas», en Mientras tanto, núm. 48, ene-
ro-febrero de 1992.
162 MARÍA JOSÉ GUERRA PALMERO
——————
11
S. Benhabib, Situating the Self, Nueva York, Routledge, 1992, pág. 5.
12
Especialmente, J. Habermas, La inclusión del otro. Estudios de teoría política, Barcelona,
Paidós, 1999.
13
Cfr. Ch. Taylor, «The politics of recognition», en A. Gutmann (ed.), Multiculturalism,
Princeton University Press, 1994.
14
Tal como lo formula en «La lucha por el reconocimiento en el Estado», Habermas in-
terpreta las demandas feministas tanto en clave normativa —la exclusión de la igualdad de de-
rechos— como en clave axiológica —una cultura dominante que denigra a las mujeres—. J.
Habermas, ob. cit., pág. 198.
15
He sistematizado este tema en M. J. Guerra, «Mujer, identidad y espacio público», en
Contrastes. Revista Interdisciplinar de Filosofía, IV, Málaga, 1999, págs. 45-64.
16
N. Fraser, «¿Qué tiene de crítica la teoría crítica? Habermas y la cuestión del género», en
S. Benhabib y D. Cornell, Teoría feminista y teoría crítica, ob. cit., pág. 115; N. Fraser, «Wo-
men, Welfare, and the Politics of Need Interpretation» y «Struggle over Needs: Outline of a
Socialist-Feminist Critical Theory of Late Capitalis Political Culture», en Unruly Practices. Po-
wer, Discourse and Gender in Contemporary Social Theory, Minneapolis, University of Minne-
sota Press, 1989, págs. 144-160, 161-191 y N. Fraser y L. Gordon, «Contrato versus caridad:
una reconsideración de la relación entre ciudadanía civil y ciudadanía social», en Isegoría, núm.
6, Madrid, 1992, págs. 65-82.
GÉNERO E IGUALDAD EN HABERMAS 163
——————
17
M. J. Guerra, «Propuestas pragmáticas. Sobre respeto moral y democracia comunicati-
va», Laguna. Revista de Filosofia, núm. 9, julio de 2001, págs. 87-98. Obras fundamentales a
este respecto son I. M. Young, Intersecting Voices. Moral Dilemmas of Gender, Political Philo-
sophy, and Policy, Princeton University Press, 1997; «Difference as a Resource for Democratic
Communication», en J. Bohman y W. Rehg (eds.), Deliberative Democracy. Essays on Reason
and Politics, Cambridge, Mass., MIT Press, 1997, págs. 383-406, y Inclusion and Democracy,
Oxford University Press, 2000.
18
I. M. Young, La justicia y la política de la diferencia, Madrid, Cátedra, 2000.
19
Cfr. C. Sánchez, «Seyla Benhabib: hacia una universalismo interactivo» y M. J. Guerra,
«Nancy Fraser. La justicia como redistribución y reconocimiento», en R. Máiz (ed.), Teorías
políticas contemporáneas, Valencia, Tirant lo Blanch, 2001.
164 MARÍA JOSÉ GUERRA PALMERO
Rescato esta cita porque me sirve para engarzar con la respuesta de Ha-
bermas a la crítica feminista respecto del tema que nos convoca aquí: la
igualdad y el género. Al debilitar la distinción público/privado y aceptar el
debate argumentativo en torno a sus límites a partir de problemas concretos
——————
20
La respuesta de Habermas al feminismo queda ligada a su «giro jurídico», en FV, Ha-
bermas acoge las demandas feministas de las políticas de igualdad y discute la discriminación
positiva como medio de ligar el aseguramiento de la autonomía privada con el de la autonomía
pública. Las tesis que se defendían en su conferencia «Über den internen Zusammenhang von
Rechtsstaat und Demokratie» —que tuvimos ocasión de escuchar en Agosto del 94, en El Es-
corial— quedaban ejemplificadas con el ejemplo de la acción afirmativa. Conferencia recogida
en La inclusión del otro, ob. cit., págs. 247-258.
GÉNERO E IGUALDAD EN HABERMAS 165
——————
21
Barcelona, Gustavo Gili, 1982.
166 MARÍA JOSÉ GUERRA PALMERO
¿Anula esta afirmación recogida con justicia de los hechos mismos, tal
como Nancy Fraser y Linda Gordon24 ponían de manifiesto al señalar el
deslizamiento de la justicia a la caridad como elemento del paternalismo del
Estado social, la necesidad de compensar «las circunstancias vitales y posi-
cionales de poder fácticamente desiguales»? En absoluto. No obstante, lo
que se desprende de lo anterior es la necesidad de que las medidas de com-
pensación estén dirigidas a «cualificar suficientemente a las personas priva-
das para ejercer su papel de ciudadanos» (FV, 500). Y para que esto suceda,
Habermas insiste en que los aportes espontáneos del mundo de la vida de-
ben ser preservados y protegidos25.
El objetivo, pues, para nuestro autor es el de desactivar el paternalismo
del Estado Social que es una perversión más de la injerencia sistémica en la
autonomía privada. Es oportuno este toque de atención sobre todo en cuan-
to al diseño de políticas de igualdad de oportunidades. De hecho, en el caso
de las mujeres, la literatura feminista aporta interesantes análisis y propues-
tas basadas en la recuperación de la autoestima y el autorrespeto puesto que
las condiciones de socialización de las mujeres las depotencian y limitan psi-
co-socialmente al generar identidades deterioradas por falta de reconoci-
miento social. El empoderamiento es así una estrategia a sumar a las políticas
de igualdad de oportunidades para cualificarlas. Especialmente interesante a
este respecto, y sólo lo apunto, son las reflexiones sobre mujeres y desarrollo
que analizan la situación de éstas en el Tercer Mundo y diseñan direcciones
en donde la potenciación de la autonomía es la clave. Un ejemplo es la prác-
tica de los microcréditos concedidos a mujeres. El libro de M. Nussbaum ti-
tulado Las mujeres y el desarrollo humano26 sirve de referencia a este tema fue-
ra del ámbito habermasiano circunscrito en FV al Primer Mundo.
Pero volvamos a Habermas, que aún detectando los fallos de las políti-
cas sociales de igualdad compensatoria, afirma lo siguiente: «...la dialéctica
entre igualdad jurídica e igualdad fáctica se convierte en un motor de la evo-
lución jurídica, contra la que normativamente no cabe formular reserva al-
guna» (FV, 499).
De lo que tendremos que asegurarnos, en consecuencia, siendo celosos
vigilantes, es de que las buenas intenciones de las políticas de igualdad de
oportunidades, en la práctica concreta, no se «tuerzan». Esto es especial-
mente relevante en el caso de las mujeres, y de otros sectores discriminados,
puesto que los prejuicios sociales las consideran pasivas, dependientes, inca-
——————
24
N. Fraser y L. Gordon, «Contrato versus caridad: una reconsideración de la relación en-
tre ciudadanía civil y ciudadanía social», en Isegoría, núm. 6, Madrid, 1992, págs. 65-82.
25
Apunto, tan sólo, y no puedo desarrollarlo, que siempre me ha producido una cierta in-
comodidad la «inocencia» que Habermas predica del mundo de la vida, ese horizonte prerre-
flexivo del que emerge el sentido, pues en él se asientan de manera incontestable, entre otros
muchos prejuicios, los de naturaleza sexista. Habermas ha flexibilizado el corte liberal entre lo
público y lo privado adecuadamente al someterlo a la discursividad, pero no ha hecho lo mis-
mo en la dirección de mostrar una cierta desconfianza crítica del citado «mundo de la vida» que
se desprende, igualmente, de la perspectiva feminista.
26
Barcelona, Herder, 2002.
168 MARÍA JOSÉ GUERRA PALMERO
——————
28
Cfr. FV, pág. 502.
170 MARÍA JOSÉ GUERRA PALMERO
——————
29
Los debates sobre la ciudadanía y las mujeres llevan tiempo analizando la adscripción
privada de éstas y oscilan, dependiendo en muchos de los contextos políticos reales, entre la de-
manda radicalizada de participación política, como la exigencia de democracia paritaria que
busca normalizar la participación de las mujeres, o la politización misma de los roles privados
de madre, hermana y esposa —las nuevas Antígonas— en procesos tan tortuosos como los que
generaron las dictaduras del Cono Sur americano y que representan, por ejemplo, las madres
de la Plaza de Mayo en defensa de los derechos humanos. Cfr. M. Ortega, C. Sánchez y C. Va-
liente (eds.), Género y ciudadanía, Madrid, UAM, 1999 y J. C. Gorlier y K. Guzik, La política
de género en América Latina, La Plata, Al Margen, 2002.
30
J. Habermas, FV, págs. 505-512.
31
Cfr. M. J. Guerra, Teoría feminista contemporánea. Una aproximación desde la ética, Ma-
drid, Ed. Complutense, 2001.
GÉNERO E IGUALDAD EN HABERMAS 171
los años 60 de que «...la igualdad de derecho de los géneros no puede con-
seguirse dentro del marco institucional existente y dentro de una cultura de-
finida y dominada por los hombres» (FV, 507).
La conclusión de Habermas está prefigurada desde el principio, al en-
sartar su particular historia del feminismo, y la sanciona citando a Rhode:
«Tenemos que insistir no tanto en un trato igual, como en que las mujeres
sean tratadas como iguales. Tal estrategia exigirá cambios sustanciales en
nuestros paradigmas jurídicos...» (FV, 508).
Habermas se apunta a deslegitimar las políticas de igualdad por inte-
grarse y «colocarse» en lo que hay, porque lo que existe es un mundo cor-
tado al talle de la «normalidad» que han definido los hombres. Parece,
pues, congeniar con un utopismo feminista transvalorador de los valores
que, sin embargo, no identifica claramente —se le queda en el tintero la
polémica feminista entre igualdad y diferencia con todas sus complicacio-
nes y matices—. El planteamiento de Habermas puede ser bien intencio-
nado en la discusión abstracta y teórica, pero nos deja inermes frente a lo
que hay. Carga las tintas en las consecuencias negativas de la sobrecarga de
la doble jornada, o en la obvia desventaja de las mujeres en el mercado la-
boral, pero su alternativa teórica, seguir incidiendo en una teoría de los
derechos concebida relacionalmente, aunque correcta en lo normativo,
desprecia las ambivalentes ganancias del marco del Estado social en el pla-
no fáctico, y puede arrojarnos a un retroceso importante respecto a la
igualdad. Habermas, opta por la igualdad por arriba, ligada a la excelencia
moral, contrariando aquel manifiesto que Amelia Valcárcel escribió en
1980 titulado «El derecho al mal» y que nos daba licencia para ser igual-
mente incompetentes que los varones32. En este punto, nos volvemos a
encontrar con el optimismo socio-evolutivo de Habermas acerca del
aprendizaje moral, político y, ahora, legal, de las sociedades. En la historia
progresiva del feminismo que traza Habermas no se presta atención a los
retrocesos, a las marchas atrás, a las frustraciones que han ido punteando
la historia del feminismo occidental del siglo XIX y XX y que ahora, con la
redefinición global del mismo feminismo33, nos muestra una situación de
violencia, marginación y esclavitud respecto a las mujeres en las más dis-
tintas partes del planeta. Esta última constatación ha llevado incluso al ac-
tivismo proderechos humanos a priorizar las intervenciones referidas al
desarrollo, la igualdad y la protección de la integridad física de las mujeres
en un notable cambio de orientación.
——————
32
A. Valcárcel, «El derecho al mal» reeditado en Sexo y filosofía. Sobre «mujer» y «poder»,
Madrid, Anthropos, 1994. Entresaco esta breve cita a modo de sucinto recordatorio: «...sólo
queda una vía abierta al par universalidad-igualdad: que las mujeres hagan suyo el actual códi-
go de los varones, por cierto, casi completamente señalable en la cuestión de los contenidos.
Universalicemos definitivamente, contribuyamos al bien haciendo el mal», pág. 164.
33
M. J. Guerra, «Apostar por el feminismo global», en Leviatán, núm. 80, 2000,
págs. 101-116.
172 MARÍA JOSÉ GUERRA PALMERO
Nussbaum37 —de hecho Habermas dice que los derechos «capacitan», pero
se podría entender, también, al revés como que necesitamos capacitación
para ejercer nuevas actividades ligadas a derechos—. Creo que sería, tam-
bién, ilustrativo comparar el planteamiento de Habermas con los últimos
análisis de Dworkin sobre las distintas acepciones de la igualdad —de re-
cursos o de bienestar— en Virtud soberana38. Este tema, y los análisis com-
parativos que exigiría, requerirían de otro trabajo para situar de manera más
precisa la posición de Habermas en el contexto del debate contemporáneo
sobre la igualdad que, como hemos visto, se ha complejizado con la irrup-
ción de las demandas del reconocimiento y la necesidad de vincular más es-
trechamente que lo que planteaba el ideario liberal las exigencias de igual-
dad y justicia. Por otra parte, la producción feminista a este respecto no cesa
de incrementarse tras haber ajustado cuentas con las aportaciones haberma-
sianas y rawlsianas39 y queda ahora contextualizada en diversos frentes rela-
tivos a la exigencia de la plena ciudadanía política vía democracia paritaria,
las políticas del multiculturalismo y la defensa de los derechos de las muje-
res, la denuncia de las consecuencias negativas de la dinámica globalizadora
para las mujeres, la revisión de las relaciones entre igualdad y libertad perso-
nal40, etc.
En conclusión, Habermas acepta las críticas feministas a las asimetrí-
as de poder, de participación en el trabajo productivo y reproductivo, y en
el desigual trato axiológico que la cultura da a mujeres y hombres. A Ha-
bermas le interesa, pues, el logro de la autonomía privada de las mujeres
para garantizar su participación en la autonomía pública. De nuevo su
leitmotiv. La opresión vulnera la dignidad y la integridad personal de las
mujeres. La democracia deliberativa no podría constituirse sin el igual
concurso de las mujeres. El remedio a esta situación viene de la mano de
la participación: sólo las afectadas pueden aclarar la relevancia de los as-
pectos referidos a la igualdad. De lo que se trata es de no reprimir las vo-
ces de quienes deben actualizar la doble faz de la autonomía: privada y pú-
blica, pública y privada.
——————
37
M. X. Agra, «Justicia y género: la agenda del feminismo global», en C. Ortega y M. J.
Guerra (eds.), Globalización y neoliberalismo: ¿un futuro inevitable?, Oviedo, Nobel, 2002 y
«Animales políticos, capacidades humanas y búsqueda del bien de M. C. Nussbaum», en R.
Máiz (ed.), ob. cit.
38
R. Dworkin, Virtud soberana. Teoría y práctica de la igualdad, Paidós, Barcelona, 2003.
39
Cfr. la obra de la recientemente fallecida Susan Moller Okin, Justice, Gender and the Fa-
mily, Nueva York, Basic Books, 1989, y de M. X. Agra, «Justicia y género. Algunas cuestiones
relevantes acerca de la teoría de la justicia de John Rawls», en Anales de la Cátedra Francisco
Suárez, núm. 31, 1994.
40
Para una visión de conjunto de algunos de estos temas, cfr. E. Beltrán y V. Ma-
quieira (eds.), Feminismos. Debates teóricos contemporáneos, Madrid, Alianza, 2001 y M.
J. Guerra, Intervenciones feministas. Derechos, mujeres y sociedad, Sta. Cruz de Tenerife,
Idea Press, 2004.
GÉNERO E IGUALDAD EN HABERMAS 175
5. A MODO DE CONCLUSIÓN
El horizonte moral y político al que nos arroja Habermas es el pura-
mente deliberativo: los aspectos relevantes en torno a trato igual o desigual
de los desiguales debe ser discutido en la esfera pública por todos los afecta-
dos. Mi pregunta aquí es la siguiente: ¿cómo erradicar de la esfera pública la
relación de opresión, en este caso, de mujeres y hombres para discutir de la
pertinencia de las políticas públicas de igualdad de oportunidades en térmi-
nos de equipotencia? ¿No es difícil creer que la esfera pública en la que acon-
tece la deliberación se haya previamente desvinculado de toda relación de
opresión, y, en especial, de los arraigados prejuicios sexistas a la hora de tra-
tar de la conveniencia o no de promover acciones positivas?
I. M. Young, en su obra posterior, me refiero a Intersecting Voices y a In-
clusion and Democracy41, abordará justamente este tema y nos propondrá
una modificación al modelo habermasiano que ella llamará democracia co-
municativa y que se fundamentará en articular condiciones de diálogo que
reconozcan los ejes de dominación y opresión. ¿Se le puede pedir al que
queda del lado de los opresores ponerse en el lugar de la oprimida? ¿Al re-
vés? Las condiciones de asimetría comunicativa no son fácilmente supera-
bles. El asunto es mucho más difícil y comprometida de lo que Habermas
muestra. Por otra parte, Nancy Fraser planteaba dilemas similares al criticar
a la idealizada esfera pública habermasiana y proponía contra-esferas públi-
cas que desafiaran el statu-quo42 en las que las demandas de los excluidos
pueden hacerse fuertes retando las premisas de la esfera pública real que no
ideal.
A modo de recapitulación de lo dicho, quiero hacer un pequeño balan-
ce provisional de este encuentro entre Habermas y el feminismo en torno a
la igualdad. Del lado de las ganancias me parece fundamental que nuestro
autor haya incorporado que el ámbito deliberativo asuma la discusión en
torno a la opresión patriarcal y a la interpretación de las necesidades desde
el desafío al establishment, que siempre ha planteado, de distintas maneras,
el feminismo. La flexibilización del corte entre lo público y lo privado sea
bienvenida frente a las rigideces liberales a las que se opuso la proclama ra-
dical de «lo personal es político». Sea bienvenida, también, la indicación
del protagonismo de las afectadas en cuanto a la participación en el dise-
ño de políticas públicas de la mano de la propuesta de una democracia de-
liberativa.
Del lado de lo negativo, debemos reprender a Habermas por despreciar
de manera tan poco matizada la acción positiva «real» y las políticas com-
pensatorias del Estado social. Que reconozcamos el sesgo paternalista y asis-
——————
41
Obras ya citadas.
42
N. Fraser, «Rethinking the Public Sphere: A Contribution to the Critique of Actually
Existing Democracy», en Social Text, núms. 25-26, 1990.
176 MARÍA JOSÉ GUERRA PALMERO
——————
43
R. Dworkin, Virtud soberana. Teoría y práctica de la igualdad, Barcelona, Paidós, 2003,
pág. 446.
SEGUNDA PARTE
EL GÉNERO EN LA ÉTICA
1
Las mujeres y el ejercicio de la libertad
VICTORIA CAMPS
La libertad no es otra cosa que la moral en la política,
MME. DE STAEL
——————
1
Philip Pettit, Republicanismo, Barcelona, Paidós, 1999; A Theory of Freedom. From the
Psychology to the Politics of Agency, Oxford University Press, 2001.
LAS MUJERES Y EL EJERCICIO DE LA LIBERTAD 181
tresacar y descubrir, más allá de las voces más audibles y los intereses domi-
nantes, aquellas voces y aquellos intereses que apenas se oyen porque, en
muchas ocasiones, no pueden expresarse, no saben hacerlo ni saben qué tie-
nen que decir, ésa es la función de un estado si de verdad quiere propiciar la
libertad de todos como no dominación. Marx había dicho que, mientras no
se transformaran la estructura económica y las relaciones de producción
existentes, no dejarían de sentirse invariablemente, a través de todas las ma-
nifestaciones supraestructurales, los intereses de la clase dominante. Pues
bien, a Marx ya se le cita poco, pero los intereses dominantes siguen siendo
los únicos o los que más se oyen, por lo que no podemos decir que la admi-
nistración del estado sea justa. Sin necesidad de volver a Marx y a sus pro-
puestas radicales, no debemos, sin embargo, dejar de plantearnos dónde es-
tán las injusticias, qué impide que todas las libertades puedan expresarse, en
el mundo llamado «libre», con la misma intensidad.
——————
2
Iris M. Young, La justicia y la política de la diferencia, Madrid, Cátedra, 2000.
LAS MUJERES Y EL EJERCICIO DE LA LIBERTAD 185
clan ni se intercambian, por mucho que esté mejorando el reparto del tra-
bajo doméstico, sobre todo en el caso de las parejas más jóvenes.
Quiero referirme a un último punto para explicar las dominaciones de la
mujer en el siglo XXI, un punto que tiene que ver con la función de la familia.
Algunos sociólogos constatan la ambivalencia de nuestro tiempo con respecto
a la institución familiar. Hablan incluso del «auge del apego a la familia», a pe-
sar de la crisis de la familia. Pues es cierto que existen nuevos modelos de fa-
milia dispuestos a corregir y subsanar muchas disfunciones y contradicciones.
Es cierto, por lo tanto, que la familia nuclear tradicional está en crisis con res-
pecto al crecimiento de familias monoparentales, familias de homosexuales,
niños adoptados, niños con varias familias, niños nacidos gracias a la repro-
ducción artificial en todas sus modalidades permitidas. Parece que no hay nor-
mas ni definición canónica de familia. No obstante la familia sigue siendo ne-
cesaria, y las nuevas formas de unión familiar, que han surgido para resolver
muchas contradicciones, están creando contradicciones de nuevo orden. Una
de las consecuencias del derecho de la mujer a elegir su forma de vida es, por
ejemplo, el aumento del número de niños de padre desconocido (en Catalu-
ña son setecientos cada año). «La opción es revolucionaria, pero la realidad es
muy dura: no es fácil ser madre soltera», leemos en un estudio reciente de ave-
zadas feministas5. La renuncia de un buen número de mujeres jóvenes a ser
madres, o la tendencia a posponer al máximo la maternidad, es un síntoma de
esa dificultad y de las analizadas en los apartados anteriores.
La «jerarquización de los cuerpos», la preponderancia de lo masculino
en el mundo laboral y educativo y las contradicciones inherentes a las nue-
vas formas de organización familiar dan cuenta, en conclusión, de las mu-
chas dominaciones que las mujeres aún padecen. Las mujeres emancipadas,
tengámoslo en cuenta, porque no estamos hablando de lo que ocurre en
Marruecos o en Tailandia. Estamos hablando del mundo desarrollado, ese
mundo que supuestamente reconoce a las mujeres, les otorga todos los de-
rechos, les ofrece igualdad de oportunidades. Si es cierto que, a pesar de
todo, se dan una serie de dominaciones veladas y ocultas, ignoradas incluso
por las mismas que las padecen, es evidente deducir que esas mujeres domi-
nadas no son tan libres como lo son los hombres que, aparentemente, están
en igualdad de condiciones con ellas. Ni son tan libres ni pueden desarrollar
esa identidad discursiva que es prueba del disfrute de la libertad.
De las varias dominaciones detectadas se desprende que la identidad de
género no desaparece a pesar de las políticas de igualdad y de la incorpora-
ción de la mujer a la educación, al trabajo, a la política, incluso a lo que más
cuesta: a cargos directivos. La mujer emancipada sigue siendo, en palabras
de F. Ortega, «el ama de casa que trabaja»6. La doble jornada laboral, la so-
——————
5
Pilar Escario, Inés Alberdi y Natalia Matas, Les dones joves a Espanya, Barcelona, Funda-
ció La Caixa, 2000.
6
Félix Ortega y otros, La flotante identidad sexual. La construcción de género en la vida co-
tidiana de la juventud, Dirección General de la Mujer e Instituto de Investigaciones Feminis-
tas de la UCM, 1993.
LAS MUJERES Y EL EJERCICIO DE LA LIBERTAD 187
——————
7
Véase el libro de Lluís Flaquer, La estrella menguante del padre, Barcelona, Ariel, 1999.
188 VICTORIA CAMPS
otro —la otra, en este caso— quepa también en un mundo que ha de ser
común, las identidades hegemónicas se mantendrán intocadas y estorbando
cualquier intento de introducir aspectos inéditos. Las mujeres ya han pasa-
do por el proceso de pensarse desde el punto de vista del hombre, han teni-
do que hacerlo para equipararse con él. Pero esa equiparación no ha llegado
a ser completa porque a las mujeres les faltan ciertas condiciones para hacer
un uso de la libertad sin trabas, similar al uso que pueden hacer los hombres.
Mientras la mujer a la que se le ofrece la posibilidad de ocupar un alto car-
go tenga que poner reparos al mismo apoyándose en sus obligaciones fami-
liares, o incluso en su deseo de atender a sus hijos; mientras esos mismos re-
paros no se universalicen, de forma que no sean siempre las mujeres las que
tropiezan con ellos, sino algunos individuos —hombres o mujeres—, mo-
vidos por circunstancias o maneras de ser sólo calificables como individua-
les, mientras eso no ocurra, no podemos proclamar sin reticencias el logro
de la emancipación femenina. La identidad hegemónica se ha impuesto
ahogando la expresión de otras identidades que no se ajustan o no caben en
ella.
Pero el objetivo no puede ser crear otra identidad, la de la mujer, para-
lela o alternativa a la hegemónica e incluso contra ella. El objetivo ha de ser
crear un mundo común, mediante un lenguaje y una acción discursiva que
nos nombre a unos y otras y en el que estemos mujeres y hombres en igual-
dad de condiciones. En filosofía, la razón abstracta sobre la que se fundaron
las teorías de la modernidad se ha desplazado al lenguaje —o a la acción co-
municativa— buscando en el discurso, o en sus condiciones de posibilidad,
el principio de la normatividad ética. De esta forma se ha querido evitar ese
pensamiento unilateral encubierto por una idea de razón que teóricamente
comprendía a todos los individuos. En el uso del lenguaje se descubren más
fácilmente las diferencias así como las lagunas que ponen de manifiesto que
los nombrados pertenecen sólo a un género y no a los dos. Es sintomático
que uno de los cambios más aceptados por la sociedad en general haya sido
el de la corrección del lenguaje de género: todos y todas, ciudadanos y ciu-
dadanas, vascos y vascas. Volviendo al tema de fondo: si Pettit entiende que
la acción libre consiste en tener el control discursivo, para ello hace falta que
los distintos sujetos lingüísticos sientan que el lenguaje común también les
pertenece y habla de su mundo particular. Dicho de otra forma, el universal
debe ampliarse a partir de lo que no estaba previsto ni cabía en unas abs-
tracciones que, de hecho, nunca reflejaron las necesidades y los intereses de
las mujeres.
Pero si no vale oponer una identidad genérica a otra, habrá que aceptar
que la forja de identidades individuales fuertes se asiente en la intersubjeti-
vidad propiciada por una comunicación simétrica y dispuesta a escuchar y a
que se oigan todas las voces. Una intersubjetividad que reconozca lo que nos
une y que no desemboque en esa fragmentación cultural de sectores endo-
gámicos y encerrados en sus propias necesidades, quejas y obsesiones. La
construcción de identidades excluyentes ha sido, en muchas ocasiones, el
modo más fácil de defenderse frente a un mundo a su vez excluyente y hos-
190 VICTORIA CAMPS
til. Ese mundo cuya coartada han sido los derechos universales y los valores
liberales ha traído los lodos de la reivindicación de comunidades varias, en-
simismadas en sus diferencias y tan cerradas al mundo exterior como lo fue
el universo dominante al que se oponen. Muchos de los problemas con que
nos encontramos tienen que ver con la difícil articulación de las diferencias
en un mundo que tiene que ser común, porque, a fin de cuentas, los pro-
blemas más graves que tenemos son problemas comunes, que nos afectan a
todos. No hay un solo problema de los que suelen denominarse «problemas
de la mujer» que no tenga que remitir, para su solución, a una estructura-
ción y organización distinta de la relación entre hombres y mujeres, de la
mutua asignación de funciones y división del trabajo, y a una revisión gene-
ral de las mentalidades y las costumbres. Las diferencias se convierten en
problemáticas cuando unos excluyen a otros, por lo que la única forma de
resolverlas es evitando la exclusión o el desinterés de unos por otros.
Una de las pruebas de que sigue habiendo sentimientos excluyentes y
diferencias discriminadoras es la persistencia de los estereotipos llamados
«de género», a los que ya me he referido y que son tan visibles aún en la pu-
blicidad y en los medios de comunicación de las sociedades democráticas. El
sexismo existe, aunque ha dejado de ser tan manifiesto como lo fue en otros
tiempos. Hoy es más sutil, pero sigue estando ahí, en formas de expresión y
representaciones de la realidad que no abdican de los modelos tradicionales.
Es cierto que la desnudez de la mujer y la del hombre se exhiben en igual-
dad de condiciones, pero a las mujeres siguen destinados los mensajes que
las sitúan en el hogar y al cuidado de los hijos como su espacio natural, o
que les recuerdan su poca habilidad para ciertos menesteres de los que siem-
pre se hicieron cargo los hombres.
Un magnífico estudio dirigido por Juana Gallego sobre la prensa8 pone
de relieve que, en los medios de comunicación, se observa actualmente una
cierta indiferencia con respecto a los problemas que afectan más a las muje-
res. No es que no se hayan producido cambios importantes y explícitos a fa-
vor de una mayor visibilidad femenina. Las redacciones de los periódicos
cuentan con guías de buenas prácticas, de corrección lingüística referida al
género. Se es consciente, además, de que no hay que someter a las mujeres
a preguntas «diferenciales»: sobre su familia, sus hijos, su vestuario, las difi-
cultades de conciliar horarios, etc., preguntas, en definitiva, a las que nunca
ha tenido que enfrentarse un hombre. Se considera, por ejemplo, que cual-
quier rasgo que subraye la condición de mujer —del estilo: «Una mujer ha
sido elegida presidenta»— es por sí mismo discriminatorio. Hay que aco-
gerse a lo universal y lo neutro. Conseguirlo ha constituido, en efecto, una
cierta terapia con resultados positivos. Ahora bien, no todo han sido logros,
ya que, por la vía de no distinguir a nadie, los contenidos informativos, uni-
——————
8
Juana Gallego (dir.), La prensa diaria por dentro. Mecanismos de transmisión de estereoti-
pos masculinos y femeninos en la prensa de información en general, Barcelona, Los Libros de la
Frontera, 2002.
LAS MUJERES Y EL EJERCICIO DE LA LIBERTAD 191
——————
9
Marcela Lagarde, Género y feminismo. Desarrollo humano y democracia, Madrid, Horas y
Horas, 1996.
2
Género e individualismo ético*
JAVIER MUGUERZA
——————
* El texto que sigue recoge mi intervención en las Jornadas sobre Igualdad y Género orga-
nizadas por la Universidad de Valladolid, bajo la dirección de Alicia Puleo, en noviembre
del 2003. Soy perfectamente consciente de que la copiosa bibliografía sobre el particular pro-
ducida desde entonces habría hecho quizás aconsejable una revisión a fondo del mismo. Pero,
fiel en todo caso a la consigna de que scripta manent pese al transcurrir del tiempo, he preferi-
do reproducirlo aquí tal cual fue dado a conocer en su versión originaria, dejando para mejor
ocasión la posibilidad de una nueva aproximación al tema por mi parte.
GÉNERO E INDIVIDUALISMO ÉTICO 193
este sentido la pena recordar que el libro de Strawson generó en España, en-
tre nuestros filósofos analíticos de la época, una abundante literatura sobre
el tema de la «identificación de los individuos», de la que alguien pudo de-
cir con sorna que emulaba a las actividades de nuestra Dirección General de
Seguridad, febrilmente afanada en semejantes tareas de identificación du-
rante aquellos infaustos años de la dictadura franquista).
De modo que hay usos del término «individuo» que no refieren exclu-
sivamente a los seres humanos, como también los hay que —incluso si así
lo hicieran— darían idea de un ser humano, digamos, venido a menos,
como cuando alguien es despectivamente designado como «un individuo»,
«ese individuo» o «menudo individuo»... y mejor no pensarlo si, en lugar de
«individuos», hablásemos de «individuas».
Pero, en fin, concentrémonos en aquel uso filosóficamente respetable de
la «noción de individuo» —uso sobrevenido, digámoslo ya de entrada, con
la Modernidad— que la torna aplicable a los sujetos morales aun cuando no
se agote exactamente en ellos. Y añado esta última precisión porque, cuan-
do hoy se habla del «auge del individualismo», de lo que en realidad se ha-
bla con frecuencia no es tanto del sujeto moral, del homo moralis, cuanto de
ese rival suyo que resultó ser, ya desde los albores de la Modernidad, el homo
oeconomicus. A todo lo largo de esta última —y, por lo pronto, en ese pun-
to culminante de la misma representado por la Ilustración— se han venido
contraponiendo, y siguen hoy contraponiéndose, dos concepciones del in-
dividuo y del individualismo o, si se prefiere decir así, de la «acción indivi-
dual», tras de las que se esconden dos distintos conceptos de racionalidad o
de acción racional.
Desde el punto de vista de una concepción teleológica (de télos, «fin»)
de la acción humana, se podría en efecto sostener que dicha acción es una
«acción racional» cuando el agente pone en obra los medios más adecuados
para la obtención de aquel fin, cualquiera que éste sea, perseguido con su ac-
ción, caracterización que sería válida lo mismo da que el fin en cuestión sea
un fin moralmente aceptable (como lograr el propio bienestar sin detri-
mento del bienestar ajeno) o un fin moralmente inaceptable (como lograr
tal bienestar a costa del bienestar de los demás). Y es a la vista de semejante
«indiferencia ante los fines» por lo que he propuesto alguna vez que la ra-
cionalidad desplegada en este género de acciones debiera ser llamada racio-
nalidad mesológica (de méson, «medio») más bien que «teleológica», puesto
que en realidad consiste sólo en la racionalidad de los (fines que son) medios
(para la consecución de otros fines) y se ocupa exclusivamente de tales me-
dios, dejando a un lado la evaluación y, por lo pronto, la evaluación moral
de los fines mismos. La actividad económica regida por la pura y simple ló-
gica del beneficio se acomodaría a ese modelo de acción racional emparen-
tado con lo que Crawford Macpherson bautizara como «individualismo po-
sesivo» o de los propietarios, teorizado en su día por Hobbes y Locke y
heredado más tarde por el utilitarismo, para el que no en vano podría ser
compatible —en algunas de sus versiones cuando menos— el bienestar del
mayor número de los potenciales usufructuarios con la contribución a dicho
196 JAVIER MUGUERZA
como válida para todos los demás cualquier máxima que quieras ver con-
vertida en ley universal, somete tu máxima a la consideración de todos los
demás con el fin de hacer valer discursivamente su pretensión de universali-
dad.»
La reformulación de McCarthy es innegablemente interesante, pero
sólo mejora hasta cierto punto la originaria formulación kantiana, toda vez
que el adverbio «discursivamente» no garantizaría tampoco el acuerdo uná-
nime más que si procediésemos a remplazar al sujeto o «yo» trascendental de
Kant por un «nosotros» asímismo trascendental, un trascendentalismo éste
residual claramente apreciable en pensadores como Karl-Otto Apel, pero del
que también se aprecian rastros en pasadas etapas del pensamiento haber-
masiano: el trascendentalismo de ese consensus hominum universalis tan cri-
ticado por aquellos colectivos que no se sienten integrados o que se resisten
a dejarse integrar forzadamente en él, como es señaladamente el caso del fe-
minismo y se echa de ver en la actitud reticente de no pocas teóricas del mis-
mo, comenzando por las simpatizantes —o, en cualquier caso, no antipati-
zantes— de la posición de Habermas (para citar tan sólo un par de nombres
significativos, ahí están los de Seyla Benhabib o Nancy Fraser, bien estudia-
das en nuestra lengua por Neus Campillo, María José Guerra, María Herre-
ra, Nora Rabotnikof o Cristina Sánchez entre otras colegas).
Alguna vez se ha sugerido la conveniencia de sustituir el adverbio «dis-
cursivamente» de la fórmula de McCarthy («... somete tu máxima a la con-
sideración de todos los demás con el fin de hacer valer discursivamente su
pretensión de universalidad») por el adverbio «democráticamente», en cuyo
caso se estaría paladinamente resolviendo el principio de universalización en
la bastante más prosaica regla democrática de la mayoría. Nada habría de
malo en ello, pero siempre que se sea bien consciente de que el recurso a di-
cha regla tan sólo garantiza la legalidad democrática del acuerdo resultante,
pero no necesariamente, en cambio, algo tan decisivo para lo que se halla
aquí en juego como su moralidad. Al fin y al cabo, la decisión de una ma-
yoría pudiera ser injusta, como sucedería en el caso que antes veíamos de
que una mayoría decidiese oprimir a una minoría esclava o, por citar otro
caso no precisamente desconocido a lo largo de la historia, condenar a un
inocente como en el proceso de Sócrates o la crucifixión de Jesús de Naza-
ret. No estoy con eso denigrando a los llamados «consensos fácticos», ni mu-
cho menos pretendo sostener que tales consensos, en tanto que consensos
reales, necesiten fundamentarse en algún consenso ideal elaborado en las
condiciones asímismo ideales de una «comunidad ideal de comunicación» o
de diálogo. Para decirlo en dos palabras, nada más lejos de mi ánimo que de-
fender un fundamentalismo ético. Pero si la pregunta por los fundamentos de
dichos consensos no creo que revista demasiado interés, sí me parece intere-
sante, y a decir verdad mucho, preguntarnos dónde está sus límites, los lími-
tes de cualquier consenso. Por ejemplo, ningún consenso podría, por demo-
crático que fuera, legitimar que un ser humano se vea desposeído de esa su
condición de tal ni serviría para acallar la voz de la conciencia individual que
protestase ante semejante desposesión. De modo que los fueros de la huma-
200 JAVIER MUGUERZA
rada designadora... (el cual) hará en tal caso la operación de construir por
totalización un nuevo «ellos» con el nosotros-sujeto con el que estaba en
reciprocidad y el «ellos» que les había designado. Este sería el caso si, a su
vez, los varones heterosexuales, antes subsumidos como «heteros», ..., de-
signaran ahora conjuntamente a las mujeres y a los homosexuales como
«ellos», con la connotación de «minoría» en sentido sociológico, o de ám-
bito de alteridad con respecto a su autodesignación como la norma canó-
nica, etc. Y así giratoria y sucesivamente.
Con todo, Celia Amorós concede que las abstracciones con mayor «ca-
pacidad totalizadora» continúan siendo las ilustradas (como, por ejemplo, la
llamada a asegurar la vigencia universal de los derechos humanos), una vez
canceladas las «exclusiones ilegítimas» —y entre ellas, en primerísimo lugar,
la de las propias mujeres— con las que históricamente transigió la Ilustra-
ción, si bien con la salvedad de que, incluso en ese caso, la universalidad sólo
podría ser asintótica, constituyendo un ideal permanentemente desplazado
y, en suma, una tarea infinita. Pero uno se preguntaría si —sin perjuicio de
la lucha de los individuos por aproximarse a ese ideal de la común humani-
dad donde «todos» y «todas» cupieran por igual, tras haber sido superadas
las barreras de género con sus correspondientes discriminaciones sexuales y
demás— los diversos «nosotros» aludidos, «heterodesignados» por medio y
a través de algún «afuera constitutivo», no podrían basar al mismo tiempo
su propia «autodesignación» en algo así como un «adentro constitutivo».
Esto es, en algo así como la voluntaria aceptación de su «membrecía» por
parte de los integrantes de cada uno de los conjuntos prácticos respectivos
(o sea, la voluntaria aceptación de su consciente pertenencia al conjunto ge-
nérico de marras, entendido ahora en tanto que «comunidad»), todo lo pro-
visional e inestablemente que se quiera, puesto que a los individuos siempre
habría de estarles dada la posibilidad de abandonar cualquiera de esos con-
juntos y pasar a integrarse en uno nuevo, pero asímismo con la suficiente
entidad como para permitirnos atribuir a dichos conjuntos una consistencia
ontológica mayor que la de «simples abstracciones».
En cualquier caso —y puesto que lo que nos interesa es retornar una vez
más, tras de cuanto llevamos visto, al individualismo ético—, sería oportu-
no señalar que lo que al individualismo ético le acucia, a diferencia en este
punto del individualismo ontológico, no es preguntarse «si los géneros exis-
GÉNERO E INDIVIDUALISMO ÉTICO 207
ten o no existen», sino si debieran o no existir, una pregunta que sólo los in-
dividuos concernidos se hallarían en rigor autorizados a contestar. Y ésta es
una cuestión en la que, como es bien sabido, el feminismo contemporáneo
parece dividirse entre el rechazo del género (esto es, del género fruto de la he-
terodesignación, que se arriesga a excluir a las mujeres de su acceso a la ple-
nitud del genérico humano en virtud de una errada interpretación de las
«diferencias» en que se basa esa exclusión) y la aceptación del género (esto es,
del género autodesignado por quienes —una vez interpretadas por su cuen-
ta las diferencias que juzguen relevantes para el caso— consideren a tal ge-
nérico como la cifra de su «identidad», ya sea en tanto que mujeres, ya sea
en tanto que un nuevo genérico pendiente de delimitación y de articulación
respecto del genérico originario, como en el caso, por ejemplo, del feminis-
mo lesbiano). Y lo que pasaría a continuación a preguntarme es si la inter-
pretación que propongo del género como comunidad —obviamente inspira-
da en, aun si no exactamente coincidente con, la de las mujeres como un
«grupo» o «colectivo» social por parte de Iris M. Young— no se podría be-
neficiar de cuanto hasta la fecha nos ofrece, sea para bien o para mal, el ya
añejo debate en torno al comunitarismo.
En conexión con este último, y pidiendo perdón por la autorreferencia,
me gustaría dejar de entrada en claro algo que considero una exigencia para
un correcto entendimiento del individualismo ético. El individualismo éti-
co, o por lo menos mi manera de entenderlo, ha sido malinterpretado algu-
na vez hasta el extremo de reducirlo a una especie de «robinsonismo moral».
A lo que hube de responder que, en mi opinión, los problemas morales de
Robinson Crusoe no comenzaron en la isla hasta la aparición de Viernes, si
se me permitía dejar a un lado los problemas de dicha índole que pudieran
haberle planteado con anterioridad sus relaciones con la cabra y demás ani-
males del entorno. Como diría entre nosotros Pablo Ródenas, el «indivi-
duo» es siempre éticamente un «individuo en relación» y, por lo tanto, in-
variablemente «situado» dentro de una comunidad. Y lo que implica
semejante afirmación acaso sea, en último término, el reconocimiento de la
imposibilidad de un individualismo ontológico en sentido estricto, razón ésta
que constituye una nueva razón y, por supuesto, una buena razón para no
confundirlo con el individualismo ético.
Para expresarlo con la acertada fórmula de Carlos Thiebaut en su libro
Los límites de la comunidad, de la que he echado mano, haciéndola mía, en
alguna ocasión: «El que no quepa concebir un yo sin atributos, sin vínculos
ni ataduras... (un yo que elige fuera del mundo y con desconocimiento de
su lugar en ese mundo)... no anula la pregunta que los individuos, y en es-
pecial los disidentes, puedan hacerse acerca de la validez de las normas vi-
gentes en una comunidad dada.» Los comunitaristas podrían, así, tener ra-
zón al reprochar a un cierto individualismo —como el sustentado por el
liberalismo político de inspiración conservadora— el error de deslizarse
inadvertidamente desde el individualismo ético al individualismo ontológi-
co de una sociedad atomizada, concluyendo a partir del carácter individual
de las decisiones morales de sus miembros la «inexistencia de una comuni-
208 JAVIER MUGUERZA
tras que, si lo que persigue fuera cambiar de género, todo lo tendrá que hacer
es «cambiar de comunidad» con el oportuno refrendo legal en caso de nece-
sitarlo, como ocurriría con la transexualidad, o limitarse a insertar la suya en
una comunidad «más amplia» (según vendría a ocurrir con el lesbianismo y
el género femenino, inserción que no es automática en opinión de Monique
Wittig) si es que no subsumirla en una comunidad «más restringida» (según
vendría a ocurrir con el género femenino y las comunidades feministas ne-
gras o hispanas en Usamérica).
Y de lo que se trataría a continuación es de aplicar al género, entendido
en tanto que comunidad, una interesante sugerencia introducida por Will
Kymlicka (un comunitarista razonable, como le corresponde serlo a un po-
litólogo liberal de mente abierta y no un neoaristotélico o un neohegeliano
narrow-minded) a propósito de otras comunidades, como sería el caso, su-
pongamos, de las comunidades étnicas y en general de las comunidades
consideradas «minorías» en un sentido sociológico y no puramente estadís-
tico del término, como sin ir más lejos lo han sido en ocasiones las mujeres.
Lo que sugiere Kymlicka en tales casos es la conveniencia de atender por
igual a lo que llama las «protecciones externas» o intergrupales de los dere-
chos colectivos de la comunidad en cuestión que hayan de ser garantizados
(supongamos, los de la etnia gitana en un país como el nuestro) y las «res-
tricciones internas» de los derechos individuales de sus miembros (suponga-
mos, los de las mujeres gitanas), restricciones que habían de ser intragrupal-
mente canceladas en beneficio de tales individuos, dado que la salvaguardia
de sus derechos individuales (por ejemplo, el derecho de esas mujeres a ca-
sarse libremente con la pareja de su elección frente a la imposición matri-
monial dictada por el clan familiar) ha de prevalecer en cualquier caso sobre
la de los colectivos. De acuerdo, pues, con Kymlicka, ello equivaldría a con-
jugar la primacía ad extra de la comunidad con la primacía ad intra de los
individuos, un «modelo» este último cuya aplicación a nuestro caso permi-
tiría ahora la conjugación por un lado de la solidaridad de género (es decir, la
solidaridad de las mujeres frente al patriarcado) y de la disidencia dentro del
género por el otro (la disidencia, por ejemplo, de los miembros de la colecti-
vidad femenina homosexual frente a la hegemonía de la heterosexual, pero
también la de las mujeres bisexuales frente a la hegemonía de las homose-
xuales, etcétera, etcétera, etcétera).
El movimiento que ha llevado a sus últimas consecuencias el registro de
todos esos posibles etcéteras no es otro que el bautizado como «movimiento
queer», denominación que prefiero a la demasiado presuntuosa de «teoría
queer» o la excesivamente pintoresca de «nación queer» que le asigna Lisa
Duggan en su popular caracterización Making it perfectly queer, donde
—tras invocar, con más o menos pertinencia, el patrocinio (supongo que se
dice así y no «matrocinio») de Teresa de Lauretis, Judith Butler y Donna
Haraway— aprovecha la similitud fonética de aquella expresión con Ma-
king it perfectly clear para esclarecer qué sea queer, un adjetivo que podríamos
traducir por «singular» tanto en el sentido de «excéntrico», «raro» o «margi-
nal» (como siempre lo vendría a ser el «disidente sexual») cuanto asímismo
210 JAVIER MUGUERZA
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3
Mujer y razón práctica
en la Ilustración alemana*
CONCEPCIÓN ROLDÁN
A mi hija Andrea
——————
5
He desarrollado estos aspectos en C. Roldán, «Transmisión y exclusión del conocimien-
to en la Ilustración: Filosofía para damas y Querelle des femmes» (2008a). Sobre querelle des fem-
mes, cfr. Oliva Blanco, «La “querelle féministe” en el siglo XVII. La ambigüedad de un término:
del elogio al vituperio» (1992) y Gisele Bock y Margarete Zimmermann, (1997): «Die Quere-
lle des Femmes in Europa.»
6
Cfr. al respecto el libro de María Luisa Femenías, Inferioridad y exclusión (1996).
222 CONCEPCIÓN ROLDÁN
——————
damas en cuestión, como lo hacen Bernard de Fontenelle con su Entretiens sur la Pluralité des
mondes (1686) o Francesco Algarotti con su Il Newtonianismo per le Dame Ovvero Dialoghi sopra
la Luce e i colori (1737), por mencionar dos de los más famosos. En principio, el sentido de esa fi-
losofía para damas era simplificar los conceptos complicados y abstractos y exponerlo todo de la
manera más corta posible, puesto que ya se sabía que las mujeres no pueden mantener durante mu-
cho tiempo su atención. Desarrollo estos aspectos en mi artículo ya mencionado (2008a).
9
Die Frauenzimmerschule oder Sittliche Grundsätze zum Unterricht des schönen Geschlechts
(1766).
10
Un ejemplo representativo de esos semanarios para mujeres fue Die vernünftigen Tadle-
rinnen (algo así como «las criticonas —o censuradoras— racionales»), fundado en 1725 y la
primera en su género que se dirigiera especialmente a un público femenino; supuestamente es-
taba editada por mujeres, pero en realidad tras los nombres/seudónimos de las redactoras se
ocultaba el preceptor Johann Christoph Gottsched (de nuevo aparece aquí la autoría ficticia de
las mujeres), quien marcaba desde allí los fines y los límites de la erudición femenina, a través
del fárrago de consejos, recomendaciones, reglamentos y máximas que proporcionaba a sus lec-
toras.
11
Cfr. al respecto la Introducción de R. R. Aramayo a su edición castellana de I. Kant. An-
tropología pragmática, Madrid, Técnos, 1990.
224 CONCEPCIÓN ROLDÁN
——————
12
«La inteligencia bella elige por objetos suyos los más análogos a los sentimientos delica-
dos y abandona las especulaciones abstractas o los conocimientos útiles, pero áridos, a la inte-
ligencia aplicada, fundamental y profunda», Kant, Observaciones sobre el sentimiento de lo bello
y lo sublime, 1764, Ak. II, 230 (hay versión cast. de Luis Jiménez Moreno, Madrid, Alianza
Editorial, 1990).
13
«La virtud de la mujer es una virtud bella, en tanto que la del género masculino debe ser
una virtud noble» (Kant, Observaciones, Ak. II, 231; mis subrayados). Estos argumentos apare-
cen desarrollados en mis artículos (1995) (1999a) y (1999b).
14
«El principio de la moral masculina es la virtud, el de la femenina el honor (...) y entre
las cualidades morales sólo la verdadera virtud es sublime» (Kant, Menschenkunde oder philo-
sophische Antropologie, 1787-1788, reimpr. Olms, 1976, pág. 361).
15
«La mujer es declarada civilmente incapaz a todas las edades, siendo el marido su cura-
dor —tutor— natural; puesto que, si bien la mujer tiene por naturaleza de su género capaci-
dad suficiente para representarse a sí misma, lo cierto es que, como no conviene a su sexo ir a
la guerra, tampoco puede defender personalmente sus derechos, ni llevar negocios civiles por sí
misma, sino sólo por un representante», Kant, Antropología en sentido pragmático, 1798, Ak.
VII, 209 (versión cast. de J. Gaos, Madrid, Alianza Editorial, 1991).
16
Cfr. Kant, Teoría y práctica, Ak. VIII, 295 (versión cast. citada en nota 2): «Aquel que
tiene derecho a voto en esta legislación se llama ciudadano; la única cualidad exigida por ello,
aparte de la cualidad natural (no ser niño ni mujer), es ésta: que uno sea su propio señor y, por
tanto, que tenga alguna propiedad que le mantenga.» Esta marginación política del género fe-
menino por parte de Kant, la exclusión de las mujeres de la ciudadanía «por naturaleza», ha
sido puesta de manifisto por A. Jiménez (1992).
MUJER Y RAZÓN PRÁCTICA EN LA ILUSTRACIÓN ALEMANA 225
——————
dios propios y realizarlos. Esto es, por lo menos, parte de lo que quiero decir cuando digo que
soy racional y que mi razón es lo que me distingue como ser humano del resto del mundo. So-
bre todo, quiero ser consciente de mí mismo como ser activo que piensa y que quiere, que tie-
ne responsabilidad de sus propias decisiones y que es capaz de explicarlas en función de sus pro-
pias ideas y propósitos», decía I. Berlin en «Dos conceptos de libertad», Cuatro ensayos sobre la
libertad, Madrid, Alianza Universidad, 1988, págs. 201-202.
20
Cfr. Jakob Thomasius y Johannes Sauerbrei (1671), Diatriba academica de foeminarum
eruditione, III & 22; en E. Gössmann (1984), vol. I, pág. 109.
MUJER Y RAZÓN PRÁCTICA EN LA ILUSTRACIÓN ALEMANA 227
——————
en Leipzig: Defensio sexus muliebris, opposita fvtilissimae dispvtationi recens editae, qva suppresso
autoris & typographi nomine, blasphemè contenditur, Mulieres homines non esse. Sobre la dispu-
ta en cuestión es interesante consultar el artículo de Magdalena Drexl «Die Disputatio nova
contra mulieres, Qua probatur eas Homines non esse und ihre Gegner», en Engel (2004),
págs. 122-135.
31
Carta de A. Rivet a A. M. van Schurmann (1938), en E. Gössmann, 1994, vol. I,
págs. 43-44.
230 CONCEPCIÓN ROLDÁN
——————
32
Fue el mismo Voetius quien en 1636 pidió a A. M. von Schurmann que se encargara
de la ceremonia de apertura de la Universidad —un honor para cualquier intelectual en aque-
llos tiempos— lo que ella hizo con unos hermosos versos latinos que consiguieron que se ex-
tendiera su fama cuando sólo tenía 29 años, provocando que la visitaran personajes ilustres
como Descartes, Gassendi o María de Gonzaga. Puede encontrarse una descripción porme-
norizada de la biografía de Anna Maria von Schurmann, así como de su producción intelec-
tual y de la correspondencia con A. Rivet en mis artículos (1997) y (2001); cfr. también
Rullmann (1998), vol. I, págs. 166-171. El hecho de que Schurmann accediera en esa oca-
sión a la palestra pública, subraya la excepcionalidad («monstruo de la naturaleza») con que
era considerada.
33
Cfr. el anónimo antes mencionado. Recordemos que el mismo Kant, en su Antropolo-
gía llega a decir que, entre los animales domésticos, la mujer es el primero.
34
J. Thomasius y J. Sauerbrei (1671), loc. cit. nota 21, en Gössmann, (1994) pág. 114.
MUJER Y RAZÓN PRÁCTICA EN LA ILUSTRACIÓN ALEMANA 231
——————
35
Ibíd., págs. 100 y 111. En opinión de Elisabeth Gössmann, el texto (dedicado a dos
eruditas: Henrietta Catharina von Friesen y Margaretha Sibylla Loeser) no resultaba ofensivo
para las mujeres de la época.
36
Christian Thomasius influyó mucho con sus ensayos (De crimina magiae, 1701, Disser-
tation über die Folter, 1705, y De origine ac Progressu Inquisitorii contra sagas, 1712) para que
en 1714 Federico Guillermo I proclamara un Edicto que acabara con la persecución de brujas
en Prusia.
232 CONCEPCIÓN ROLDÁN
critas por los varones reside, según Hippel, en el miedo de éstos ante un po-
sible dominio de las mujeres y, pone de manifiesto —como hace Olympe de
Gouges, quien fue decapitada el mismo año que Hippel publica su texto—
la incoherencia de unas leyes que, por un lado, condenan a las mujeres de
por vida a la minoría de edad, mientras por el otro son castigadas por la ley
con la misma dureza que los varones. La propuesta de Hippel para conse-
guir el perfeccionamiento de los derechos cívicos de las mujeres se centra en
la consecución de igualdad para ambos sexos, algo que en su opinión sólo
podría alcanzarse por medio de una educación igualitaria; defiende una
educación igual para los dos sexos hasta cumplir los doce años, aunque
luego las mujeres deban recibir una educación especial en aquello que de-
ben saber como madres y amas de casa. El punto débil de su propuesta re-
side en que supone en las mujeres unas cualidades «naturales» que van
mucho más allá de la diferencia biológica y hacen que las mujeres sean
más «adecuadas» para determinadas profesiones (maestras, enfermeras,
peluqueras o modistas).
Con todo, las reflexiones de Theodor von Hippel distan mucho de su
coetáneo Kant, quien —como ya vimos en el apartado anterior— dejó a la
mitad de la humanidad al margen de lo que constituye los dos pilares fun-
damentales de su ética: la universalidad y la autonomía, considerando a las
mujeres incapaces de actuar por principios, excluyéndolas del acceso a la
categoría de ciudadanas por su «minoría de edad civil»41 y convirtiéndolas
de por vida en dependientes de sus «tutores naturales» —primero el padre,
luego el marido, con quien constituye una única «persona moral» en el ma-
trimonio42. Suelen disculparse las incoherencias kantianas por ser «hijo de
su tiempo», pero no puede olvidarse que por la misma época que Kant está
publicando sus Críticas, su Metafísica de las costumbres y su Antropología,
Mary Wollstonecraft publica su Vindicación de los derechos de la mujer y de
la ciudadana (1792), donde insiste en que lo que eleva a los seres por enci-
ma de los animales es su capacidad racional y apela a la responsabilidad de
los individuos para actuar y educar de acuerdo con la racionalidad, contri-
buyendo con ello a mejorar la sociedad; si las instituciones y las prácticas so-
ciales dominantes representan un obstáculo para poner en práctica la racio-
nalidad, es que necesitan ser reformadas. Kant tenía en su filosofía todas las
claves para haberse convertido en adalid de la igualdad de las mujeres; prue-
——————
41
Cfr. Metafísica de las costumbres, & 46 (Ak. VI, 314; versión cast. de A. Cortina en Tec-
nos, 1989).
42
Kant dice textualmente: «El matrimonio constituye una “persona moral única” (...) re-
gida por la inteligencia del varón y animada por el gusto de la mujer» (Observaciones, Ak. II, 242); o
«Siguiendo esta ley (permisiva natural), la adquisición es triple según el objeto: el varón ad-
quiere una mujer, la pareja adquiere hijos y la familia, criados (...) Todo esto que puede adqui-
rirse es a la vez inalienable y el derecho del poseedor de estos objetos es el más personal de todos»
(Kant, Metafísica de las costumbres, 1798, Ak. VI, 277, trad. de A. Cortina, Tecnos, pág. 97).
Cfr. al respecto mi artículo «Acerca del derecho personal de carácter real. Implicaciones éticas»,
en Moral, derecho y política en Inmanuel Kant, J. Carvajal (coord.), Estudios, Univ. de Castilla-
La Mancha, 1999, págs. 209-226.
234 CONCEPCIÓN ROLDÁN
3. A MODO DE CONCLUSIÓN
——————
43
En 1796, ya muerto Hippel de una afección pulmonar, aparece en el Hamburgischen
Unparteyschen Korrespondenten la noticia de que Kant era el autor de Über die Ehe, Über die
Verbeserung..., etc. A instancias de Georg August Flemming escribirá Kant el 6 de diciembre
del mismo año en ese periódico una «Aclaración acerca de las obras de Hippel», donde Kant, a
la vez que declara no ser el autor, reconoce que refleja muchas ideas suyas. En la Correspon-
dencia Hamann-Herder (1779-1781) se refleja también la sospecha de plagio de Kant por par-
te de Hippel.
MUJER Y RAZÓN PRÁCTICA EN LA ILUSTRACIÓN ALEMANA 235
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——————
44
Cfr. F. Collin, «Hannah Arendt: la acción y lo dado» (1992), en Fina Birulés» (1992),
pág. 25.
45
Cfr. al respecto C. Roldán, «¿Quién le cuelga la responsabilidad a la justicia?» (2004).
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MUJER Y RAZÓN PRÁCTICA EN LA ILUSTRACIÓN ALEMANA 237
1. LA PERSPECTIVA DE GÉNERO
En el año 2000, un informe del Parlamento Europeo5 señalaba ya que,
hacia el 2020, la población mayor de sesenta años aumentará en un 37 por
100 en los países de la Unión. El crecimiento de las expectativas de vida co-
rre en paralelo, sin embargo, con el descenso de la natalidad. Por tanto, la
Unión ha de apoyar programas que garanticen la solidaridad entre las dis-
tintas generaciones, así como la plena integración de los ancianos en la so-
ciedad. Puesto que las condiciones actuales no se van a mantener. Apoyán-
dose en el Tratado de Ámsterdam, la Comisión europea6 ha diseñado
programas para la atención de las necesidades de este sector de la población,
cada vez más importante y numeroso. Se trata de establecer medidas coor-
dinadas en los países de la Unión, a fin de garantizar las pensiones, atención
sanitaria, solucionando asimismo problemas de exclusión, de pobreza, que
afectan a los más ancianos. El Informe 2002, elaborado por el IMSERSO,
señalaba que España ocupa el quinto lugar entre los países europeos, según
las estadísticas sobre envejecimiento de la población. En el 2010, los mayo-
res de sesenta y cinco años serán el 16 por 1007. Es probable que en el
2050 éste sea uno de los países más envejecidos del mundo —un 48 por
100 de la población tendrá más de sesenta y cinco años—, de continuar la
actual tendencia, con tasas bajas de natalidad8. En la actualidad, un elevado
porcentaje de la población —un 26 por 100 de este grupo9— en edad
avanzada se encuentra en situación de dependencia. Pues bien, un significa-
tivo número de personas que atienden a ancianos y enfermos dependientes
son mujeres. Un 83 por 100, según el Informe del Defensor del Pueblo.
Mujeres que cuidan de otras personas en el ámbito doméstico. Gracias a la
solidaridad familiar —en realidad, la solidaridad de las mujeres—, los cos-
tes de la atención a los ancianos y a personas dependientes no son asumidos
por las instituciones. ¿Por cuánto tiempo se podrá contar con esta cultura fa-
miliar? ¿Por qué han de asumir las mujeres la atención de los enfermos? La
situación vuelve a ser desfavorable para las mujeres, cuando ellas son usua-
——————
5
European Parliament Fact Sheets, 4.8.8, Disabled Persons, the Elderly and the Excluded,
17/10/2000
6
Commission, «Toward a Europe for All Ages» (COM(99) 0221).
7
«El reto del cuidado a los ancianos», El País, 20 de abril de 2003, pág. 26.
8
Este tema es abordado en ocasiones por los medios de comunicación: «Mas viejos y más
dependientes», El País, 4 de noviembre de 2003, pág. 34.
9
Denominado a veces «la cuarta edad», como recogía el reportaje publicado en El País,
domingo 25 de julio de 2004, págs. 1-3.
242 MARÍA TERESA LÓPEZ DE LA VIEJA
rias del sistema sanitario. El Informe10 del Parlamento Europeo sobre salud
sexual y reproductiva, del año 2002, demostraba que sus necesidades siguen
sin ser una prioridad en los países de la Unión.
—Según la Organización Mundial de la Salud, varios elementos, somá-
ticos, emocionales, sociales, intelectuales, forman parte de la salud sexual.
Por principio, los ciudadanos tienen derecho a contar con información ade-
cuada sobre los procesos y funciones reproductivas. No obstante, los datos
recientes sobre el uso de anticonceptivos, sobre embarazos no deseados, sa-
lud sexual de los adolescentes, y temas parecidos, indican que los derechos y
las políticas no van al mismo ritmo. Lo cierto es que los países de la Unión
Europa ni siquiera tienen una política sanitaria común. Los derechos son los
mismos para todos, la situación es bastante distinta en cada país. Por esta ra-
zón, el Informe de 2002 hacía un llamamiento a los Estados europeos, a fin
de que tomaran conciencia de estos temas. Así, por ejemplo, no está garan-
tizado todavía en muchos países de la Unión el acceso equitativo a los servi-
cios de planificación familiar. El coste de estos servicios varía considerable-
mente, lo mismo se puede afirmar de la situación del personal especializado
o de cómo se ha planteado la anticoncepción de emergencia11. Los embara-
zos no deseados en menores de edad constituyen un problema importante,
relacionado con lo anterior, los problemas detectados en los servicios de pla-
nificación y en la educación sexual. Dadas las cifras actuales de embarazos
en adolescentes, el Informe recomendaba tanto el asesoramiento de calidad
como, de otro lado, la despenalización del aborto. No como método de pla-
nificación, sino para eliminar los riesgos de las prácticas ilegales.
—La situación de las mujeres como pacientes indica que los sistemas sa-
nitarios han crecido, en efecto, aunque lo han hecho de forma poco equili-
brada. De un lado, se considera que la salud es un derecho básico. Por lo
mismo, los Estados han de establecer políticas adecuadas a fin de responder
a este compromiso12 con el bienestar de la ciudadanía. Incluso en las socie-
dades en las que el mercado tiene cierto peso en el ámbito sanitario, la aten-
ción básica ha de estar garantizada para todos los ciudadanos por un sistema
público. La equidad, y no sólo la eficacia, es, por tanto, un principio de ac-
tuación para los sistemas de salud, precisamente porque son diferentes las
necesidades de cada paciente13. De otro lado, las prácticas y los mecanismos
reales para distribuir los bienes intervienen en sentido contrario. Inclusive
——————
10
Informe sobre salud sexual y reproductiva y los derechos en esta materia (2001/2128(INI))
de 6 de junio, 2002, Ponente A. E. van Lancker.
11
Informe sobre salud sexual y reproductiva y los derechos en esta materia (2001/2128(INI)).
12
H. M. Sass ha analizado la salud como derecho básico en las sociedades pluralistas. Es-
tas mantienen el criterio de libre elección y, a la vez, la solidaridad social, pues la salud es la con-
dición previa para el acceso a otros bienes, «National Health Care Systems: Concurring Con-
flicts», H. M. Sass y R. Massey, Health Care Systems, Dordrecht, Kluwer, 1988, págs. 15-36.
13
A. Buchanan ha señalado que, al menos en el caso de Estados Unidos, no se podría
cumplir el objetivo de igualdad en el ámbito de la sanidad, debido a las necesidades diferentes.
Pero sí se puede hablar de criterios universales mínimos, «An Ethical Evaluation of Health
Care in the United States», H. M. Sass y R. Massey, Health Care Systems, págs. 39-58.
JUSTICIA Y CUIDADO 243
un bien básico, como es la salud. Los datos de los últimos años sobre el uso
de los servicios hospitalarios en España14 demuestran que, como mínimo,
existen desequilibrios de género. Esta situación se hace más evidente aun
cuando las mujeres son cuidadoras, no sólo pacientes. Hasta hace muy
poco, en España apenas se ha tenido en cuenta el peso que tiene esta activi-
dad, porque está asociada a las actividades que se realizan en el ámbito do-
méstico. Sus costes son importantes, pero continúan siendo aún «invisi-
bles»15 —como los ha denominado A. Durán—, ya que están fuera del
mercado. Y los realizan, en su mayoría, mujeres.
——————
14
Según los datos ya mencionados, publicados por el Instituto de la Mujer, INE, 1999-2001.
15
M.ª A. Durán, «La nueva división del trabajo en el cuidado de la salud», Política y So-
ciedad, 35, 2000, págs. 9-30.
16
C. Berzosa se ha ocupado del trabajo doméstico como trabajo no retribuido, «Trabajo
productivo e improductivo en el pensamiento económico», P. Villota, Las mujeres y la ciuda-
danía en el umbral del siglo XXI, Madrid, Editorial Complutense, 1998, págs. 93-98.
17
Esta diferencia entre sistema doméstico y sistema sanitario, así como la posición en es-
tos de hombre y mujeres han sido examinadas por M. A. Durán desde hace algunos años,
«Salud y enfermedad en España», Desigualdad social y enfermedad, Madrid, Tecnos, 1983,
págs. 59-100.
18
En el estudio realizado por, M.ª A. Durán: «Introducción», Los costes invisibles de la en-
fermedad, Madrid, Fundación BBVA, 2002, págs. 19-24.
244 MARÍA TERESA LÓPEZ DE LA VIEJA
——————
31
C. Gilligan, «Preface», C. Gilligan y V. Ward, Mapping the Moral Domain, págs. I-V.
32
C. Gilligan, «Moral Orientation and Moral Development», D. F. Kittay y D. Meyers,
Women and Moral Theory, Nueva York, Rowman a Littlefield, 1987, págs. 19-33.
33
El cambio de modelo —de la voz patriarcal, a la «voz relacional— y sus consecuencias
era señalado por C. Gilligan, «Hearing the Difference: Theorizing Connection», Hypatia, 10,
1995, págs. 120-127.
34
En el artículo citado, «Hearing the Difference: Theorizing Connection», Hypatia, 10,
1995, pág. 122.
248 MARÍA TERESA LÓPEZ DE LA VIEJA
——————
35
N. P. Lyons, «Two Perspectives: On Self, Relationships, and Morality», C. Gilligan y
V. Ward, Mapping the Moral Domain, págs. 21-110.
36
En el mismo trabajo, «Two Perspectives: On Self, Relationships, and Morality», C. Gi-
lligan y V. Ward, Mapping the Moral Domain, pág. 24.
37
N. Lyons, «Ways of Knowing, Learning and Making Moral Choices», M. Brabeck,
Who Cares?, Nueva York, Paeger, 1989, págs. 103-126.
JUSTICIA Y CUIDADO 249
——————
38
N. Noddings, «Preface to the Second Edition», Caring, A Feminine Approach to Ethics
& Moral Education, Berkeley, University of California Press, 2003, págs. XIII-XVI.
39
S. L. Hoagland, «Some Thoughts about “Caring”», C. Card, Feminist Ethics, Lawren-
ce, University Press of Kansas, 1991, págs. 246-263.
40
M. Friedman, «Beyond Caring: The De-Moralization of Gender», Canadian Journal of
Philosophy, Supplementary Volume, 13, 1987, págs. 87-137.
250 MARÍA TERESA LÓPEZ DE LA VIEJA
tante visible a partir de la década de los 8046. Lo mismo cabe decir de la Bio-
ética47 y de la Ética médica, poco abiertas, por lo común, a lo que significa
la perspectiva de género48. A pesar de esto, a pesar de una recepción muy de-
sigual, los comentarios sobre los riesgos de la versión «femenina» —y no
«feminista»49— han terminado en una versión muy crítica hacia las relacio-
nes asimétricas. Y hacia las prácticas altruistas sin un límite claro. Porque re-
fuerzan las desventajas asociadas al género. A pesar de que comparten una
valoración idéntica de este problema, se distinguen claramente varias ten-
dencias dentro del pensamiento feminista. En torno al «cuidado» ha crista-
lizado, por ejemplo, el «pensamiento maternal» de S. Ruddick50. Su pro-
puesta enfatiza el estilo cognitivo, ligado al enfoque de género. Reivindica
la moralidad de los afectos, suponiendo que éstos ofrecen recursos para
oponerse a la violencia y a las guerras. Reivindica una actitud de entrega,
la fuerte vinculación con los demás, las responsabilidades que surgen en la
relación madre-hijo. Es más, las estrategias puestas en marcha dentro de
esta esfera privilegiada podrían ser un punto de partida para cambiar de
manera completa las relaciones. El acento estaría en las responsabilidades,
y no en el poder.
—Lejos de esta versión51, lecturas más políticas del «cuidado» denun-
cian abiertamente el peso que aún tienen las estructuras tradicionales y, por
lo mismo, la ambivalencia de las responsabilidades limitadas al entorno más
cercano. Los argumentos expuestos por J. Tronto52 van en esta dirección:
no todo «cuidado» tiene valor moral. Dependerá del objetivo, del contexto,
del entorno inmediato. Tampoco considera positivas las relaciones desigua-
les, ya que son un factor de dependencia y, por otro lado, reducen la auto-
nomía. Por eso, esta autora distingue entre el «cuidado» que se orienta hacia
algo o alguien en concreto (caring for) y, en otro sentido, el «cuidado» que
responde a un compromiso más general (caring about). Aunque la línea di-
visoria suele ser borrosa, se puede apreciar no obstante que son positivas
aquellas responsabilidades que se extienden más allá del entorno familiar, los
——————
46
V. Held presentaba un panorama general sobre la Moral del «cuidado», «Introduction»,
V. Held, Justice and Care, Boulder, Westview, 1995, págs. 1-3.
47
R. Cook propone un acercamiento feminista a los principios que han sido adoptados
habitualmente en Bioética, respeto, autonomía, beneficencia, no maleficencia, justicia, «Femi-
nism and the Four Principles», B. Gillon y A. Lloyd, Principles of Health Care Ethics, Wiley and
Sons, 1994, págs. 193-206.
48
Sobre la noción de género, M. J. Guerra, «Género: debates feministas en torno a una
categoría», Arenal, 7, 2000, págs. 207-230.
49
A. Jaggar entiende que el pensamiento «feminista» es compatible con la igualdad y con
la equidad, «Toward a Feminist Conception of Moral Reasoning», J. Sterba, Ethics: The Big
Questions, Oxford, Blackwell, 1998, págs. 356-374.
50
S. Ruddick, «Remarks on the Sexual Politics of Reason», D. F. Kittay y D. Meyers, Wo-
men and Moral Theory, págs. 237-260.
51
A. Puleo ha analizado la mística de la maternidad en el contexto del Estado moderno,
«Breve historia de un instinto», Dialéctica de la sexualidad, Madrid, Cátedra, 1992, págs. 51-59.
52
J. Tronto, «What Can Feminist Learn about Morality from Caring», J. Sterba, Ethics:
The Big Questions, págs. 346-356.
252 MARÍA TERESA LÓPEZ DE LA VIEJA
allegados, los amigos, etc. Adquieren así una dimensión política. Ni las prác-
ticas atribuidas a las mujeres son automáticamente virtudes, ni todas las re-
laciones merecen ser conservadas. Pensando, entre otras cosas, en el tiempo
y el esfuerzo que exigen. Sin olvidar que las personas que cuidan necesitan
asimismo cuidados, tienen intereses propios53. Una crítica parecida ha sido
formulada por A. Jaggar54. Admite que el «cuidado» es una orientación mo-
ral distinta a la justicia. Sin embargo, hay necesidades que están justificadas
y otras que, en cambio, carecen de verdadera justificación moral. A veces ni
siquiera se trata de necesidades, sino de simples deseos. Según esto, en cada
situación será preciso considerar todos los aspectos que sean moralmente re-
levantes. No sólo la necesidad ajena. En conclusión, la justicia puede ser el
marco adecuado para desarrollar las relaciones de «cuidado».
—Penélope en el hogar. Pocas figuras ejemplifican mejor los valores
de lo privado y, al mismo tiempo, sus riesgos. Tal vez hoy resulta más di-
fícil que antes la renuncia a los propios proyectos. La imagen de Penélope
en el hogar ya no es atractiva. En opinión de I. M. Young55 existen sufi-
cientes motivos para cuestionar la visión romántica del trabajo en el hogar
y de las relaciones. En especial, el «cuidado» debe ser analizado de nuevo.
Si se tiene en cuenta la división del trabajo, la estructura de la familia, las
situaciones de dependencia y aspectos similares, la conclusión sería que no
puede considerarse como una virtud liberal. Entre otras razones, porque el
«cuidado» —así entendido— deja en un segundo plano la autonomía per-
sonal56. En este caso, la neutralidad y, en general, el modelo liberal no de-
jan mucho espacio para actitudes desprendidas. Tampoco se dan en el
«cuidado» las condiciones para la reciprocidad ni para el respeto moral.
¿Cómo evitar estos inconvenientes? Es obvio que algunas relaciones no
pueden ser simétricas, a veces resulta difícil adoptar el punto de vista de
los demás. Ante circunstancias de este tipo, I. M. Young57 propone una al-
ternativa, la «reciprocidad asimétrica». Responde a modo de comunica-
ción que no exige identificarse con otros, tampoco requiere imparcialidad.
Contribuye más bien a que las diferencias e intereses sean tenidas en cuen-
ta, favoreciendo el aprendizaje mutuo, la aceptación de perspectivas que
son únicas, irremplazables.
—Si fuera viable que el «cuidado» —como principio con pretensiones
universalistas— formase parte de un marco moral más amplio, entonces de-
jaría de ser un problema la compatibilidad con otros principios. Justicia y
——————
53
J. Tronto, «Women and Caring: What Can Feminist Learn about Morality form Ca-
ring?», V. Held, Justice and Care, págs. 101-115.
54
A. Jaggar, «Caring as a Feminist Practice of Moral Reason», V. Held, Justice and Care,
págs. 179-202.
55
I. M. Young, «House and Home: Feminist Variations on a Theme», Intersecting Voices,
Princeton, Princeton University Press, 1997, págs. 134-164.
56
I. M. Young, «Mothers, Citizenship, and Independence: A Critique of Pure Family Va-
lues», Intersecting Voices, págs. 114-133.
57
I. M. Young, «Asymmetrical Reciprocity: On Moral Respect, Wonder, and Enlarged
Thought», Intersecting Voices, págs. 38-59.
JUSTICIA Y CUIDADO 253
——————
61
N. Biller-Andorno, «Gender Imbalance in Living Organ Donation», Medicine, Health
Care and Philosophy, 5, 2002, págs. 199-204.
62
Los estereotipos sobre el «cuidado» en Medicina han sido señalados por E. Conradi, N.
Biller-Andorno y M. Boos, «Gender in Medical Ethics. Re-examining the Conceptual Basis of
Empirical Research», Medicine, Health Care and Philosophy, 6, 2003, págs. 51-58.
63
La donación de sangre Es el ejemplo comentado por T. H. Murray, «Altruism and He-
alth Care: What Community Shall We Be?», A. Nordgren y C.-G. Westrin, Altruism, Society,
Health Care, Uppsala, Uppsala University Press, 1998, págs. 67-78.
64
P. F. Hjort analizaba la solidaridad y los sentimientos positivos hacia otros que benefi-
cian a toda la comunidad, «Altruims, Society, and Health Care: Summary and Reflections», A.
Nordgren y C.-G. Westrin, Altruism, Society, Health Care, págs. 79-88.
JUSTICIA Y CUIDADO 255
Medicina. Por esta razón, hace falta otro marco65 para analizar las nuevas di-
mensiones de la enfermedad, de la salud, de la reproducción. Un marco te-
órico, un marco moral y político también. Sobre este último aspecto, bas-
tantes autoras66 han expresado sus reservas sobre el tratamiento práctico de
la diferencia en temas de salud. ¿Hasta que punto se han tenido en cuenta
los riesgos y molestias que padecen las mujeres en los tratamientos de re-
producción asistida? El argumento más frecuente es que la experiencia fe-
menina67 apenas ha contado en la práctica clínica y en la investigación.
¿Han tomado realmente en serio la percepción femenina del cuerpo?68. De
manera general, carencias e incomprensiones no sólo afectan al modo de en-
focar las técnicas de reproducción, también al estilo de las relaciones medi-
co-paciente69, a los programas de investigación, a las instituciones sanitarias
que aun siguen manteniendo un sesgo paternalista70 y, con demasiada fre-
cuencia, sexista.
—¿Quién cuida? Es significativo, sin duda, que el modelo del «cuidado»
apenas tenga peso en el campo de la investigación. Lo cual parece un sínto-
ma evidente de que las prioridades siguen estando en el lado «androcéntrico»
de la ciencia y, en forma especial, de la Medicina. A pesar de que las tareas
que favorecen la salud y el bienestar, aunque no sean como otras terapias,
presentan cada vez mayor interés. Como sucede con los cuidados inten-
sivos71 y con los cuidados paliativos. Pero hay algo más allá de las críticas72
——————
65
L. M. Purdy reclamaba un marco de análisis distinto para la Ética aplicada, a fin de evi-
tar que las mujeres signa ocupando una posición subordinada, «A Call to Heal Ethics», H. Be-
quaert y L. Purdy, Feminist Perspectives in Medical Ethics, Bloomington, Indiana University
Press, 1992, págs. 9-13.
66
Entre ellas, S. Sherwin, «Feministische Ethik und In-vitro-Fertilization», H. Nagl-Do-
cekal y H. Pauer-Studer, Jenseits der Geschlechtmoral, Frankfurt, Fischer, 1993, págs. 219-239.
Ene ste mismo sentido se pronunciaba E. von Thadden, «Ohne Frauen kein Embryo», Die
Zeit, 21/2001.
67
S. Sherwin argumentaba que la experiencia y los detalles contextuales favorecen el aná-
lisis de dilemas y el estudio de casos reales, «Feminist and Medical Ethics: Two Different Ap-
proaches to Contextual Ethics», H. Bequaert y L. Purdy, Feminist Perspectives in Medical Et-
hics, págs. 18-31.
68
M. Rawlinson señalaba este aspecto, la experiencia del cuerpo y de los aspectos físicos,
materiales, «The Concept of a Feminist Bioethics», Journal of Medicine and Philosophy, 26,
2001, págs. 405-416.
69
Las relaciones de dominio en la instituciones sanitarias habían sido ya criticadas desde
la Bioética en los años 70, como en el trabajo de M. T. Notman y C. Nadelson, «Women and
Biomedicine: Women as Patients and Experimental Subjects», W. Reich, Enciclopedia of Bio-
ethics, Londres, The Free Press, 1978, págs. 1704-1711.
70
La perspectiva masculina en el ámbito sanitario, con la competencia por el poder, la au-
toridad, era criticada por V. Warren, «Feminist Directions in Medical Ethics», H. Bequaert y
L. Purdy, Feminist Perspectives in Medical Ethics, págs. 32-45.
71
A. Duff y A. Campbell ya mencionaban a principio de los setenta la importancia de los
cuidados intensivos para recién nacidos, «Moral and Ethical Problems in Special-Care Nur-
sing», New England Journal of Medicine, 279, 1973, págs. 890-894.
72
El enfoque de género permite «iluminar la opresión», como ha indicado S. Sherwin,
«Understanding Feminism», No Longer Patient, Filadelfia, Temple University Press, 1992,
págs. 13-34.
256 MARÍA TERESA LÓPEZ DE LA VIEJA
——————
73
R. Tong, «Feminist Approaches to Bioethics», S. Wolf, Feminism and Bioethics: Beyond
Reproduction, Nueva York, Oxford University Press, 1996, págs. 67-94.
74
C. Amorós ya comentaba los peligros de los valores femeninos, «Notas para una ética fe-
minista», Hacia una critica de la razón patriarcal, Barcelona, Anthropos, 1985, págs. 107-131.
75
R. Tong advertía —en el trabajo citado antes— que el «cuidado» puede llegar a ser una
trampa para las mujeres, «Feminist Approaches to Bioethics», S. Wolf, Feminism and Bioethics:
Beyond Reproduction, pág. 72.
76
S. Mooller Okin y J. Mansridge, «Feminism», R. Goodin y Ph. Pettit, A Companion to
Contemporary Political Philosophy, Londres, Blackwell, 1993, págs. 269-290.
77
La reforma de las políticas sanitarias como un objetivo de la Ética feminista se encuen-
tra en el articulo de S. Sevenhuijsen, «Feminist Ethics and Public Health Care Policies», P. di
Quinzio e I. M. Young, Feminist Ethics & Social Policy, Bloomington, Indiana University
Press, 1997, págs. 49-76.
78
J. Crosthwaite recordaba las deficiencias en el trato y en la información que se ofrece a
las mujeres en el ámbito sanitario, y no sólo cuando se trata de su salud sexual y reproductiva,
«Gender and Bioethcis», H. Kuhse y P. Singer, A Companion to Bioethics, Oxford, Blackwell,
2002, págs. 32-40.
79
S. Sherwin ha propuesto que la Bioética cuente con las críticas del Feminismo, a fin de
cambiar los patrones existente sy, ante todo, para cambiar las prioridades sociales y políticas.
«Feminism and Bioethics», No Longer Patient, págs. 47-66.
JUSTICIA Y CUIDADO 257
——————
80
A. Valcárcel se ha ocupado de la invisibilidad de las mujeres, Sexo y Filosofía, Barcelona,
Anthropos, 1991, pág. 149.
5
Contra el género y con el género:
crítica, deconstrucción, proliferación
y resistencias del sujeto excéntrico
CRISTINA MOLINA PETIT
nero, a la luz de un criterio claro hacia los intereses feministas. Este criterio de
valoración se expresaría en lo que Celia Amorós denomina el «test de Fraser»
en alusión a los principios pragmatistas de Nancy Fraser. Fraser sostiene que es
necesario que la teoría visibilice y explique la situación de las mujeres (no de un
grupo de mujeres) y ofrezca estrategias razonables de emancipación.
Desde este punto de vista y con estos intereses, se abordarán los temas
de reflexión en torno a lo que género ha sido capaz de explicar y las prácticas
de emancipación que puede promover; y al mismo tiempo, se señalarán las
complicaciones y confusiones a que puede dar lugar el tomar el género
como explanans universal de la opresión de las mujeres.
De entrada, puede decirse que el término «género», se adopta muchas ve-
ces por una conveniencia estratégica en estos tiempos de reacción y de ciertas ac-
titudes postfeministas: «género» es menos fuerte que «feminismo», asusta me-
nos, no despierta tantas suspicacias sobre el contenido ni sobre las «sujetas» de
acción (parece neutralizar a las salvajes de antaño, encerrándolas en los marcos
educados de la academia). El «género», así, puede ser asimilado tranquilamen-
te, e incluso, promovido, por instituciones que serían reacias a suscribir progra-
mas que se anunciaran como feministas o antipatriarcales (por cierto, que a Ce-
lia Amorós no le asustó cuando le puso nombre al Instituto de Investigaciones
Feministas de la Universidad Complutense de Madrid y quiso adjetivar las in-
vestigaciones que llevaba a cabo de «feministas» y no «de género»).
Detengámonos un poco en el surgimiento y en los avatares del género
que le llevaron a su protagonismo casi absoluto en la teoría feminista.
ciones que, a primera vista, parecen neutros, tienen significación muy dis-
tinta si se refieren a hombres que a mujeres (como la guerra, o la pobreza, o
lo sexy...) como el propio lenguaje. Ese entrenamiento en la visión de géne-
ro, es, precisamente la actitud que caracteriza, de entrada, a una feminista y
el primer ingrediente en la construcción de un sujeto feminista.
2. GÉNERO Y PATRIARCADO
Más allá de esta visión de género, de esta consideración del género
como una categoría de análisis, que defendemos como la indispensable ac-
titud crítica feminista, he señalado dos versiones del género, dos maneras
de pensar el género en la teoría feminista: la una que considero coextensi-
va al patriarcado insiste en el poder; la otra, se centra en la representación
del género, en su vertiente de apropiación de esos papeles sexuales que son
las normas genéricas.
Insisto en que esta primera versión, al modo de Gayle Rubin, no añade
nada al concepto de patriarcado. En efecto, si el género es un sistema que or-
ganiza las sociedades en jerarquías donde prima lo masculino porque son los
hombres los que detentan el poder, estamos hablando de lo que siempre se
ha entendido por patriarcado. Decíamos que el género le añadía este carác-
ter histórico en la medida en que centraba en las condiciones de su cons-
trucción. Ahora bien, es cierto que en sus enunciados primeros, el pa-
triarcado aparecería como un fenómeno universal y ahistórico como se
desprendería de las definiciones más clásicas (donde se declara llanamente
que «todas las sociedades son y han sido patriarcales») pero en sus formula-
ciones más modernas, se insiste en el carácter histórico del patriarcado con
sus modulaciones en interacción con otros sistemas (por ejemplo, con el ca-
pitalismo o/y la Iglesia...).
La lucha feminista, entre las partidarias de esta concepción del género
que llamaré «fuerte», sería como la lucha contra el patriarcado, es decir una
lucha necesaria contra un sistema de poder jerárquico de lo masculino: lo
que se busca es destruir la jerarquía, las relaciones de poder y, consiguiente-
mente, el género. El fin perseguido sería un fin ético en la igualdad que di-
bujaría una sociedad de individuos sin adscripciones genéricas, seres en los
que no se produzca la «marca» de género. Los referentes serían individuali-
zados. Es el ideal de un feminismo nominalista como el que propone Celia
Amorós (Amorós, 1985, 1997, 2000). Para ello se necesita un sujeto-agen-
te «verosímil» en su capacidad crítica para desmarcarse de sus identidades
genéricas adscriptivas y capaz de articular estrategias de lucha contra el siste-
ma exterior; un sujeto que pueda construirse como un colectivo, al menos
estratégicamente, en vistas a las necesidades de lucha del momento.
Y ¿cómo se articularía la necesaria lucha feminista desde la versión sub-
jetiva del género que lo entienden como un producto discursivo, desde su
carácter de representación, de guión escrito del que nadie puede eximirse?
¿Qué formas y lugares de acción son posibles contra este poderoso y omni-
264 CRISTINA MOLINA PETIT
3. EL GÉNERO EN DECONSTRUCCIÓN
Detengámonos, en el caso de Judith Butler que es paradigmático, al res-
pecto. Para Butler, el género no es una relación de poder que organice siste-
mas jerárquicos, ni una atribución que las personas puedan hacerse como
identidad, sino «un marco regulativo»(o normativo) discursivamente pro-
ducido que sujeta (y obliga) a actuaciones repetidas, de modo que produce
la apariencia de una necesidad natural (Butler, 1990: 33). El género, pues,
es constituido por las mismas actuaciones genéricas (se actúa según lo que se
considere adecuado con «lo femenino» o «lo masculino»), no tiene una sus-
tancia más allá de las propias actuaciones o representaciones (performances)
repetidas.
Desde un entendimiento foucaultiano y desde marcos postmodernos,
para Butler no hay realidad ontológica alguna previa al discurso —a la na-
rración, al texto, a la forma en que se cuentan las cosas— en la medida en
que todo se vierte y se media por el lenguaje. Lo pertinente en los discursos
no es preguntarse por la intención del que habla sino descubrir las prohibiciones
que regulan esos discursos determinando quién puede hablar y con qué condi-
ciones. Así, el género no tiene ningún estatuto ontológico aparte de los actos
que lo constituyen desde las prohibiciones, y las exclusiones que definen el
marco regulativo (las normativas) discursivamente producidas. No puede
nadie situarse fuera del género, desde los presupuestos de Butler porque no
puede haber ningún sujeto no constituido desde las prácticas de género.
¿Cómo puede, pues, articularse una lucha contra el género desde estos
presupuestos? La respuesta la encuentra Butler en las estrategias derrideanas
de la de-construcción y en la noción postmoderna de «parodia», ilustrada
con las prácticas transgenéricas y transexuales en auge.
Las estrategias de de-construcción implican la operación previa de la cons-
trucción, metáforas arquitectónicas ambas a las que se acude para referirse a
«lo cultural» contingente y producido frente al factum de «lo natural» necesa-
rio. Se trata, en los dos casos, de operaciones analíticas pero de-construir es
algo más que analizar pues el análisis descompone los elementos de un todo
para luego reconstruir ese todo, mientras que de-construir es más bien desba-
ratar, desmantelar, no en orden a reconstruir el original —una vez examina-
do— sino para poner las piezas desplazadas dentro del sistema con el fin de
dislocar su orden, alterar su arquitectura, subvertir, en fin, su jerarquía.
De F. Jameson, teórico de la Arquitectura, que estudia el pastiche como
estilo arquitectónico del tardo-capitalismo, toma Butler sugerencias para de-
finir la «parodia» como modo de subversión posible contra las normas ge-
néricas. Para Jameson, la desaparición de los grandes maestros de la arqui-
CONTRA EL GÉNERO Y CON EL GÉNERO: CRÍTICA, DECONSTRUCCIÓN... 265
de mala, perversa, anormal y pecaminosa para concluir con los que Rubin
llama «trabajadores del sexo» (prostitutas, travestis...) situados en el lugar in-
ferior de este sistema.
Este sistema jerárquico es coercitivo —no sólo en el sentido moral, apo-
yando una ideología del «buen sexo» desde la religión, la psiquiatría y los
media— sino refrendando la peligrosidad de ciertos comportamientos por
leyes civiles y criminalizando ciertas conductas inocuas al representarlas
como amenazantes para la salud pública, para la familia y para la misma ci-
vilización. De este modo, la libre elección de la sexualidad se convierte en
un problema y, a veces, en una cuestión de heroicidad o de una decisión de
automarginación.
Para Rubin, la sexualidad es un vector de opresión específico que cruza
otros sistemas de desigualdad social, como la clase, la raza, o el género. Es
cierto que la clase, la raza y el género más valorado —varón, rico, de raza
blanca— mitiga los efectos de una estratificación sexual (este gay estará más
valorado y menos criminalizado que una mujer, pobre, negra y lesbiana)
pero Rubin afirma que son sistemas distintos porque está empeñada en
construir una teoría específica de la opresión sexual.
Muchas feministas lesbianas denuncian que el feminismo, que no duda
en deconstruir el género, no pone en cuestión el sexo-sexualidad. Piensan
que no se atreven a deconstruir el deseo en la medida en que si se acepta que
es dirigido o construido en la heterosexualidad como norma, no van a po-
der eximir de responsabilidad a sus compañeros, en la opresión y en los be-
neficios que les reporta. Así podrán hablar de género como poder de ellos
sobre ellas, pero no se cuestionan el poder a través de la construcción y cons-
tricción del deseo sexual. De este modo, sólo una crítica al sexo-sexualidad,
pondría de manifiesto cómo la imagen de La Mujer se construye en relación
al deseo de ellos. Las feministas lesbianas sostienen que no se podría de-
construir esta imagen, esta representación, sin apelación a un sujeto fuera de
la economía heterosexual, el cual, justamente, no se definiera en relación al
deseo masculino.
Quizá por todo ello y por cierta incomprensión por parte del feminis-
mo hacia los planteamientos radicales de estas militantes, muchas lesbianas
se separan del movimiento feminista para entrar a formar parte de un mo-
vimiento gay que apoya una subjetividad queer.
Lo queer —lo raro— reivindica una diferencia no normativa, reivin-
dica esa diferencia en la identidad y las práctica sexuales que está social-
mente estigmatizada. Trata de resignificar la conducta desviada —lo des-
viado de las normas heterosexuales—, adscribiéndole a esta resignificación
un valor, fundamentalmente, el valor de la osadía para contestar los mo-
dos y maneras dominantes, el cara a cara, por medio de la provocación; y
lo hacen desde una actitud lúdica (que no esconde una lucha digna con-
tra la homofobia).
Queer es un término sexual, no genérico. Se supone que pretende des-
truir el mismo binarismo de los géneros y hasta la idea de que pueda haber
grupos de intereses como el género: lo queer insiste en lo individual en esa
270 CRISTINA MOLINA PETIT
hetero-dirigidos. Pero para ello es necesario aliarse con el género como cate-
goría de análisis crítico, que nos permite esta visión (circunstancia que olvi-
da lo queer).
Desde el feminismo, se nos ofrece la posibilidad de construir esa subje-
tividad femenina, contra el género pero sin obviar nuestro saber situado, sa-
biendo que nos encontramos con un material ya generizado, que hemos ad-
quirido nuestra experiencia de vida desde el género, desde unos textos
normativos sobre lo que debe ser «lo femenino» y el deseo que deben tener
las mujeres. Este actuar contra el género, lo protagoniza, entonces, un sujeto
que sigue estando dentro del género. De este modo, estaríamos dentro y fue-
ra del género, en una situación de «sujeto excéntrico» (Lauretis, 1999), que
ocuparía ese espacio fuera del encuadre de la escena (¿será por ello lo ob-sce-
no?), ese «space off» del fotograma; un sujeto que se constituye a los márge-
nes del discurso, que se encuentra en los discursos no contados sobre «lo fe-
menino».
Así, el sujeto feminista se va a ir caracterizando a través de las metáforas
de un «afuera» como el sujeto nómada (Braidotti, 2000) que pone acento en
la acción y que se constituye como lo otro de lo que la han nombrado—, a
través de muchos ejes en los que se va identificando-desidentificando en su
experiencia de vida
El «sujeto excéntrico», es un afuera también; afuera del centro del géne-
ro, en los resquicios de resistencia al género, lo cual significa que, siendo
mujer, se pueda criticar y oponerse a La Mujer y sus representaciones y pue-
da ese sujeto, en última instancia, interrogarse sobre sus complicidades y
querencias con la ideología de «lo femenino». La situación en un afuera es
necesaria también para que un sujeto pueda cuestionarse su deseo, el deseo
de las mujeres por si fuera construido desde intereses ajenos a ellas. Porque
el deseo sea quizá lo que al fin, genere las narraciones —como diría Laure-
tis— sobre lo que sea lo masculino y lo femenino, sobre las historias y los
textos de la feminidad.
Contra el género, pues, pero no desde un imposible «afuera» del todo,
como si tuviéramos un milagroso punto de Arquímedes para remover este
uni-verso del género. Un afuera-dentro en esos espacios —resquicios que
permiten la protesta, la disidencia, la contra-práctica.
Alejadas del centro, estas sujetas excéntricas, pierden «su casa» (como dice
Lauretis), es decir, pierden las referencias seguras y «políticamente correctas»
que les marcaría el género y que le señala el deseo adecuado. Fuera de la casa,
el sujeto feminista excéntrico, sabe que no hay otra casa tan segura como la
del amo, que se ha «salido del plato» que va a ser nómada —arrojado fuera
de las puertas de la ciudad—; que no es que cambie de sitio ni de grupo,
sino que va a ser considerado ob-sceno (¿abyecto?) porque se sitúa fuera de la
escena prevista por el guión escrito del género, donde se genera el deseo per-
mitido por el guión. Pero estas des-identificaciones, este alejamiento del
centro, esta crítica a las mismas complicidades e ideologías que nos sujeta-
ban al género, solo pueden hacerse desde esa visión de género, es decir, con
el género.
272 CRISTINA MOLINA PETIT
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6
El existencialismo de Simone de Beauvoir
como marco de reivindicaciones feministas
TERESA LÓPEZ PARDINA
2. EL EXISTENCIALISMO DE BEAUVOIR
NO ES EL DE SARTRE
En este punto es obligado afirmar el estatuto de filósofa de Beauvoir.
Porque ella siempre se definía como escritora y concretando más, como es-
critora de literatura. Esto lo repitió así por lo menos hasta los años 80, cuan-
do, en las entrevistas que concedió a la periodista y feminista alemana Alice
Schwarzer2, ya se declara filósofa. Aunque, a mi modo de ver, es mejor en-
sayista que escritora literaria, fue desde luego, una importante escritora de li-
teratura, de reconocido prestigio y éxito en la literatura francesa, que fue ga-
lardonada con el premio Goncourt en 1958.
Buena prueba de ello son sus Memorias, que relatan la historia de su
vida en cuatro volúmenes y que se complementan con su homenaje de des-
pedida a Sartre, titulado La ceremonia del adiós, un excelente fresco de la
Francia de su tiempo y de la atmósfera intelectual de este país desde el perí-
odo de entre guerras hasta los años 80, visto desde la perspectiva de una fi-
lósofa existencialista y comprometida.
Sus novelas tienen siempre la impronta filosófica en los problemas que
plantean y en los conflictos que se presentan entre sus protagonistas: Todos
los hombres son mortales analiza lo que se seguiría si se cumpliese el deseo de
inmortalidad en los humanos, La Invitada presenta las relaciones humanas
como una lucha entre conciencias, La mujer rota nos muestra las relaciones
de dependencia de una mujer con los demás, con su ex-compañero en es-
pecial, Bellas imágenes analiza formas de vivir inauténticas, etc.
——————
1
La force de l’âge, II, París, Gallimard, Folio, 1963, pág. 629. Esta cita y todas las que se
toman de Simone de Beauvoir son traducciones mías de sus versiones originales en francés.
2
A. Schwarzer, Simone de Beauvoir. Six entretiens, París, Mercure de France, 1984.
276 TERESA LÓPEZ PARDINA
Pero, durante casi toda su vida, ella no se definió como filósofa, sino
como escritora. Y eso porque, según explicaba, filósofo es quien, como Sar-
tre, crea un sistema, y ella no era creadora en filosofía. Al contrario, explica
su capacidad para comprender y captar los textos filosóficos como una falta
de creatividad que, sin embargo, sí poseía Sartre, a quien le costaba más pe-
netrar en los textos de otros porque tenía sobre la realidad sus propias apre-
ciaciones. E incluso, cuando le interrogaban sobre los presupuestos de sus
obras filosóficas, declaraba que eran los de la filosofía sartreana; así lo hizo a
Margaret Simons en 1972 y en 1979 al ser preguntada por la filosofía de El
segundo sexo. Hasta 1982, en una entrevista con Alice Schwarzer, que yo
sepa, no reconoce explícitamente que sus libros de filosofía —en ese mo-
mento habla de El segundo sexo— son creación propia y original. Pero, en
conjunto, sus propias afirmaciones hicieron que muchos, la mayoría de la
gente y la mayoría de las feministas hasta la década de los 90, como veremos,
la creyesen una epígona de Sartre.
La historia y la crítica filosófica han tenido que liberar a Beauvoir, pues,
de sus propias afirmaciones. Y esto está ocurriendo paulatinamente desde la
década de los 90. La definición que ella daba de «filósofo» era demasiado
restrictiva y también inexacta, porque hay filósofos importantes que no han
creado un sistema metafísico y que, sin embargo, han influido en su época
y después en la historia del pensamiento: Voltaire, Rousseau, Montaigne,
Husserl, por poner algunos ejemplos, han sido importantísimos filósofos.
Lo cierto es que, a pesar de sus declaraciones, a pesar de no considerarse fi-
lósofa en ese restringido sentido del término, fue una gran filósofa.
Fue una importante filósofa moral y una importantísima filósofa femi-
nista. Como filósofa moral escribió dos pequeños tratados: ¿Para qué la ac-
ción? (Pyrrhus et Cinéas es su título en francés) y Para una moral de la ambi-
güedad. En el primero, plantea y discute algunos temas morales básicos
desde bases existencialistas, en el segundo dota de contenido a la moral exis-
tencial, cosa que no había llegado a hacer Sartre, aunque fue uno de sus ob-
jetivos truncados en la inacabada obra Cahiers pour une morale. Es la única
existencialista francesa que desarrolló una moral sistemática y hoy sus trata-
dos son piezas clásicas e imprescindibles para el estudio de los investigado-
res en este campo de la filosofía. Además, en cuanto a su estilo y preocupa-
ciones, Beauvoir como filósofa moral se sitúa en la orientación de la filosofía
moral francesa que va del humanismo de Montaigne a Voltaire pasando por
La Rochefoucauld. También desde una perspectiva moral escribió su ensa-
yo sobre la vejez, un libro pionero en su tiempo que escribe, según dice, por-
que «el problema está allí, no lo he inventado yo»; pero es una de las prime-
ras en denunciarlo, ejerciendo el oficio de pensadora del que hablaba al
comienzo de este taller. En el año 70, cuando nadie hablaba de los viejos,
ella denuncia el escándalo y pone sobre el tapete el problema.
Su legado al feminismo podríamos decir que es de tipo totalizador, en el
sentido en que la perspectiva desde la que abordó la cuestión de las mujeres
incluye todos los ángulos: el metafísico, el psicológico, el biológico-científi-
co, el histórico, el sociológico, etc. Su feminismo es global, como se dijo en
EL EXISTENCIALISMO DE SIMONE DE BEAUVOIR COMO MARCO... 277
Como es sabido, en Hegel el Otro está representado por la figura del es-
clavo en la dialéctica de la autoconciencia, ese momento que atraviesa el Es-
píritu en su recorrido autocognoscitivo y autorreproductivo antes de alcan-
zar el saber Absoluto. Según Hegel, la plenitud de la autoconciencia no se
logra hasta que consigue ser conciencia de sí y para sí. Lo primero es la con-
ciencia en el momento de su emergencia en el seno de la vida animal; pero
lo segundo (para sí) sólo lo será cuando sea reconocida por otra autocon-
ciencia, por otro yo, por otro ser humano.
Ahora bien, alcanzar ese estadio pasa por arriesgar la vida biológica. Así
se pasa de la vida animal a la vida humana, la lucha de unos contra otros,
278 TERESA LÓPEZ PARDINA
homo homini lupus, es una lucha por el reconocimiento, por ser reconocido.
Pero solamente arriesgando la vida se conserva la libertad. En esta lucha por
el reconocimiento pasa la conciencia por la experiencia de las relaciones de
desigualdad en el reconocimiento, la experiencia de la dominación y de la
servidumbre, ejemplificada en las figuras históricas del amo y el esclavo: al
arriesgar la vida, la conciencia experimenta que la vida es para ella tan esen-
cial como la pura autoconciencia (ser conciencia de y para sí misma) y su ex-
periencia la lleva a desdoblarse en dos posiciones ante la vida, que Hegel
ejemplifica en dos figuras el mundo histórico: amo/esclavo. El amo lo es
porque ha arriesgado la vida en el combate, ha preferido la libertad a la vida.
El esclavo lo es porque teme la muerte, porque la vida es para él tan esencial
como la autoconciencia y porque elige la esclavitud frente a la libertad.
El amo se reconoce como amo y como conciencia en la conciencia ser-
vil del esclavo. Su relación con las cosas está mediatizada por el esclavo que
es quien las trabaja, quien transforma la materia, quien conoce su resisten-
cia. La conciencia del esclavo es la del amo, mira al amo como su ideal. De-
pende del amo para reconocerse como ser humano.
En esta descripción fenomenológica hegeliana entre amo y esclavo hay un
reconocimiento unilateral y desigual, porque están en diferentes planos. Uno
en el plano superior del dominador; otro en el plano inferior del dominado.
No es una relación de reciprocidad: el esclavo depende del amo. Y, es este as-
pecto descriptivo el que Beauvoir toma de Hegel, comparando la mujer con
el siervo de la dialéctica de la autoconciencia: porque, lo mismo que el siervo,
la mujer se reconoce en el varón, como dependiente de él: su estatus le viene del
marido —como esposa—, del padre —como hija—, del jefe —como secre-
taria—, etc. la mujer tradicionalmente vive a la sombra del marido, se identi-
fica con sus intereses en la medida en que es la «mujer» de su «marido». Su
identidad, en cualquier caso, le viene dada en cuanto «vasalla» del hombre, no
sólo por el par semántico marido/mujer, sino por muchos otros tales como:
dependiente/vendedora, jefe/secretaria, médico/enfermera, etc. La mujer está
siempre en relación de asimetría con los hombres: está en las «cosas cotidia-
nas», se ocupa de la casa, de los niños, de la intendencia. El hombre, de su pro-
fesión solamente, de lo no cotidiano; su relación con lo cotidiano está media-
tizada por la mujer.
¿Cómo superar esta asimetría? En Hegel, la superación de la dialéctica
de la autoconciencia se produce cuando triunfa la subjetividad en el mundo
antiguo (estoicismo, escepticismo, cristianismo). Para la mujer, habría que
establecer cauces.
——————
3
Le Deuxième Sexe, introducción, París, Gallimard, NRF, 1949, págs. 16-17.
280 TERESA LÓPEZ PARDINA
Es decir que los pueblos primitivos usan la categoría de Otro para desig-
nar a otras tribus o pueblos, pero con la connotación de reciprocidad. Y Be-
auvoir se pregunta, ¿por qué las mujeres somos otras sin reciprocidad? Esta
connotación de la reciprocidad en el uso de la categoría entre grupos huma-
nos le sirve para explicar la opresión. Porque, y esta es la característica fun-
damental de las mujeres como otras en las culturas patriarcales, la condición
de otra lleva aparejada en la mujer la condición de oprimida, condición que
las mujeres sufren como individuos y como colectivo.
Pero, antes de abordar la noción de opresión en Beauvoir, hemos de ex-
plicar otras dos categorías: libertad y situación.
voir toma de Sartre y usa en el mismo sentido que él. Cuando no queremos
ejercer la trascendencia, actividad que ontológicamente nos corresponde
como seres humanos, obramos como seres no libres, como cosas, (Sartre y
Beauvoir no citan nunca a los animales como seres no libres, simplemente
los ignoran). Para Sartre, la libertad envuelve todas nuestras acciones: si no
queremos ser libres, es por mala fe o por opresión, pero hasta en la opresión
hay un consentimiento del sujeto a ser oprimido. Para Beauvoir, opresión y
situación tienen un sentido más fuerte que en Sartre y no dependen del
agente. Si el sujeto consiente en la opresión o no quiere ejercer su libertad
porque la situación ofrece mucha resistencia o porque lo prefiere, su con-
ducta es de mala fe. Pero hay situaciones que no permiten ejercer la libertad
y tipos de opresión de los que resulta muy difícil salir. Por eso, las mujeres se
reivindican como sujetos mucho menos que los hombres y Beauvoir da tres
razones de que no lo hagan: «La mujer no se reivindica como sujeto: porque
no tiene los medios concretos para hacerlo; porque siente una ligazón de ne-
cesidad que la ata al hombre; porque muchas veces se complace en su papel
de Otra»7.
De estas tres dificultades, solamente la tercera podría ser tipificada como
falta moral en la moral beauvoireana, ya que en la segunda no se nos espe-
cifica por qué la mujer no plantea ante el hombre su reciprocidad, y nos
queda la incógnita sobre el tipo de barrera en que se concreta su situación.
Algunas autoras, como Geneviève Lloyd, han interpretado que la opre-
sión de la mujer que Beauvoir describe equivale a un estado permanente de
mala fe sartreana. Pero no creo que sea la interpretación correcta porque eso
supone que leen El segundo sexo como exclusivamente basado en El ser y la
nada. Y esto que Beauvoir mantuvo hasta finales de los años 70, sabemos
que no es verdad por el significado diferente en uno y otra de la noción de
situación.
De igual modo, creo que es desacertada la afirmación de que la analogía
que establece entre la falta moral y la opresión parece dramatizar esta última,
como afirma Michèle LeDoeuff, porque parece también remitir la opresión
a la mala fe. Por no leer correctamente la diferencia, LeDoeuff afirma a ren-
glón seguido que Beauvoir lleva la filosofía de Sartre más allá de sus posibi-
lidades. ¡Pero es que no es la filosofía de Sartre, sino la propia, la suya! ¿Por
qué empeñarse en considerar que la filosofía de Beauvoir tiene que ser la de
Sartre?8.
En la misma línea se sitúan las interpretaciones de las feministas anglo-
sajonas Mary Evans y Judith Okely9. La segunda, afirmando que la otredad
de la mujer la condena a un perpetuo estatus de esclava, la primera señalan-
do que ve a las mujeres en un estado natural de mala fe.
——————
7
Ibíd., pág. 21.
8
M. Le Doeuff, El estudio y la rueca, Madrid, Cátedra, Colección Feminismos, 1998.
9
M. Evans, Simone de Beauvoir. A feminist mandarin, Londres, Tavistock, 1985; J. Okely,
Simone de Beauvoir. A re-reading, Londres, Virago pioneers, 1986.
284 TERESA LÓPEZ PARDINA
por las apreciaciones de Sartre sobre el cuerpo femenino, mientras que ide-
aliza las cualidades fisiológicas masculinas.
A partir de la década de los 90 han ido cambiando las apreciaciones en
el sentido de que ha empezado a destacarse la originalidad de Beauvoir y sus
aportaciones en positivo. Las estudiosas de su obra han sido más rigurosas.
Se van poniendo de manifiesto las diferencias filosóficas con Sartre; se des-
cubre el propio existencialismo de Beauvoir.
Así Ofelia Schütte ha destacado que su rechazo de la feminidad nor-
mativa es un potencial revolucionario para el pensamiento feminista. Eva
Lundgren-Gothlin10 ha considerado como cualidades positivas del suje-
to moral beauvoireano la autonomía y la interdependencia con respecto
a los otros sujetos (rasgo este último que era irrelevante en el sujeto sar-
treano).
——————
10
E. Lundgren Gothlin, Sex and existence. Simone de Beauvoir’s The Second Sex, Londres,
Athlone Press, 1996; O. Schutte, «A critic of normative heterosexuality: Identity, Embodi-
ment and Sexual Difference in Beauvoir and Irigaray», en Hypatia, vol. XII, Winter, 1997.
286 TERESA LÓPEZ PARDINA
Cervantes usa los giros del idioma, los revuelve, los inventa. Llama «caterva»
—y él mismo se pregunta si se puede hablar en esos términos—, a la serie com-
pleta de los antiguos reyes y emperadores; confecciona adjetivos con desinencias
de su invención, como «escuderil», «chinesca» y otros ciento. Nada de extraño tie-
ne que sepa además lo que hace, como cuando en unos versos recuerda que ha
dado a la castellana lengua el esplendor que ahora tiene. Es así que como nadie
viste él de palabras lo que primero ha concebido en el traslado de la imaginación.
La música del idioma añadida al ritmo de los sucedidos. El puede, porque pue-
de, «mostrar con propiedad un desatino». Un gran monto de invenciones que en
su caso son palabras —si bien menos que Úbeda en la Pícara—, procedimientos,
refranes, frases, pero también modismos, insensateces y parodias. El gusto por la
lengua y el genio del idioma, pero que ha de usarse para vestir algo.
Los hijos de la imaginación no lo son tanto que no tengan trasunto. El
mundo de Cervantes era amplio, porque le tocó el destino primero de la co-
rona hispánica, que era andar el Mediterráneo y Berbería. Para quienes sa-
ben queda dirimir qué hay en su escritura de las lenguas oídas por quien te-
nía gusto en hacerlo. De dos de las peninsulares dice que son las más dulces,
la portuguesa y la de Valencia. Recursos todos los tenía. Pero su experiencia
del mundo, dilatada en los mapas, debía ser más estrecha en las gentes. Vi-
vía un mundo lleno de espacios inaccesibles.
1. ANTES Y AHORA
Tiempo y espacio no sólo son los a priori de la sensibilidad, sino buenas
medidas del poder y particularmente rasgos de empleo claro en las socieda-
DAMAS, PUTAS Y PASTORAS: LAS QUE ANDAN LOS CAMINOS 291
des jerárquicas. Los espacios del poder se ven por fuera. En el Antiguo Ré-
gimen vige la ley de los espacios inaccesibles. De qué nos habla todavía
quien viaja por países especialmente desiguales: de templos, posadas y mer-
cados. Y aún menos, de mercadillos, porque en algunos los palacios son,
como siempre del Déspota y los templos del clero. Todo lo que no sea calle
y trapicheo está vedado. Museos no hay. Y así era en el mundo del Quijote.
El fasto es la obligación de los grandes, pero no tienen ninguna de mostrar
los interiores, sino que están justamente reservados. Se oye, las músicas por
ejemplo, pero la fiesta no se ve; se ve el desfile, la pompa, las sillas, los ca-
rruajes, el resto se adivina. El teatro de vez en cuando lo muestra.
Una de las ironías que más le cuadra estampar a propósito de las nove-
las caballerescas tiene que ver con el conocimiento de sus autores de casti-
llos, palacios, salones, paramentos, usos y dichos de la gente principal. En
todas esas novelas sucede que un caballero se entra por un lago hirviente y,
sin mediar más palabra, así como pisa con denuedo la lava llameante o se
embarca en esquife que no lleva vela ni timón, se encuentra en un paraje
donde todo son prados, fuentes, amenas frondas y arroyos espejeantes, has-
ta que descubre siempre un castillo.. Pero mejor será darle a él la palabra
o vistoso alcázar, cuyas murallas son de macizo oro; las almenas de dia-
mantes; las puertas de jacintos; finalmente él es de tan admirable com-
postura, que, con ser la materia con que está formado no menos que de
diamantes, de carbunclos, de rubíes, de perlas, de oro y de esmeraldas, es
más de estimación su hechura (818).
Y esto lo cuenta un autorcete por decirlo, que puede que todo lo que
haya visto sean iglesias, de lo que va por grande, pero habitar, lo que por ha-
bitar se entiende, en lo que no sea su estrecha casa se ha conformado y con-
forma con las ventas de camino. Pues a lo duro, parodia, y hablemos de lo
que conocemos. El caballero es de la Mancha, donde los linajes no es que
abunden. Los castillos y palacios por el mismo compás. Pero caminantes hay
de sobra —que la corona dilata sus estados y esto mueve mucha gente—, y
ventas y posadas para ellos, mal acomodadas en general. Cervantes pasó har-
tos días de los suyos tirado por ventas y mesones; hasta en el Persiles, que va
de elevado, coloca algunas de las imaginaciones que de su desvalido caballe-
292 AMELIA VALCÁRCEL
ber sido sin más una crueldad. Como lo es poner a Dulcinea de rústica por
parte de Sancho, que bien lo acaban pagando sus posaderas.
En la segunda parte, con su propio mundo un poco ampliado, Cervan-
tes mete doncellas, alguna algo de temer como la de la redonda pella de ja-
bón napolitano, y otras tan faltas de ánimo como la pobre hija de doña Ra-
mírez. La duquesa, que es verosímil, asegura su conocimiento cierto de
gente principal. Y es de verse el genial capítulo que dedica al entretenimien-
to que el gineceo duquesil lleva con el escudero del caballero y el coloquio
que se traen sobre la verosimilitud de Dulcinea.
También hay damas aventureras, moras más o menos fingidas, jovenci-
tas en hábito varonil y algún bello mancebo trasvestido en fermosa donce-
lla. Cervantes es un imaginador con dedicación que trasluce muchas horas
de camino y de ellas las más, pasadas a la fresca, imaginando vidas. No mi-
lagro, sino «industria, industria». Y aún quedan las hijas directas de la fanta-
sía, las ya mentadas galateas. Vuelvo por una de ellas, ya citada. Leandra es
alguien que tiene devotos que no la conocen. Un monte entero de ellos que
la llaman y la glosan. Es extraño, porque más recuerda ese monte a un con-
vento de ermitaños obsesionados con la virgen que a cualquier otra cosa. Y
más extraño que, como si hubiera un vínculo en la propia imaginación de
Cervantes, la virgen acabe apareciendo a renglón seguido.
Recordemos que Don Quijote y el cabrero acaban a coces, jaleados y
azuzados por la compañía, lo cual es harto verista, «dos aporreantes que se
carpían» hasta que de nuevo la fantasía se introduce: Una trompeta triste
suena y el caballero pide el cese temporal de la pendencia.
De nuevo el acaso es harto corriente, una rogativa para pedir lluvia, con sus
disciplinantes y todo. «Don Quijote, que vio los extraños trajes de los discipli-
nantes, sin pasarle por la memoria las muchas veces que los había de haber vis-
to, se imaginó que era cosa de aventura y que a él solo tocaba, como caballero
andante, el acometerla.» Quiere librar a la Virgen de su procesión. Y esto es más
gordo que el acometer rebaños, porque lo sigue siendo al día de hoy. Supongá-
monos que alguno estimara que a la Macarena la llevan presa sus devotos. No es
fácil imaginar ese tipo de cosas. Es una extraña inteligencia de las situaciones, no
locura como Cervantes desea que creamos. Porque quien supone es Cervantes,
no su loco caballero, por más que diga. Hay que dispersar a los ensabanados y
liberar a la señora enlutada. Los curas que van cantando las letanías advierten
«Señor hermano, si nos quiere decir algo dígalo presto, porque se van
estos hermanos abriendo las carnes» y le piden que resuelva en dos pala-
bras. A lo que Don Quijote replica «En una lo diré... y es esta: que luego
al punto dejéis libre a esa hermosa señora cuyas lágrimas y triste sem-
blante dan claras muestras que la lleváis contra su voluntad y que algún
notorio desaguisado le habedes fecho: y yo, que nací en el mundo para
desfacer semejantes agravios, no consentiré que un solo paso adelante
pase sin darle la deseada libertad que merece» (837).
Puede que Don Quijote sea defensor de mujeres por necesidad del
guión, aunque en esto algunos caballeros no tenían muy estricta observan-
296 AMELIA VALCÁRCEL
cia; y puede que quizás lo haga loco que las defiende a todas, no sólo a las
que por cuna lo merecen. Al fin, como parte de la parodia, ha sido armado
caballero con la ayuda y protocolo de dos mozas suripantas. Don Quijote
no encuentra más damas que las que van en coche, que son pocas, y la du-
quesa, que ya le recibe por famoso. Las otras las inventa. Y lo hace, queda
dicho, con los mimbres que los caminos dan: criadas de venta, campesinas
asnales, puticas, ricas labradoras, alguna encubierta. Y de ellas hace moras
enamoradas, reinas destronadas, inteligentísimas doncellas. Cervantes hace
un friso aún mayor en el que entran las dueñas, las venteras y sus hijas, las
doncellas agraviadas de verdad y las simples, sin olvidar un repaso a las mu-
jeres encantadas, que también llevan su parte, porque a estas las sacrifica al
crudo realismo para aumentar la parodia, como le sucede a la encantada de
Montesinos. Parodia es que su escudero vaya en asno «como un patriarca» y,
en general, todos los casos y acasos corrientes que, como el llevar alforjas, di-
neros y camisas para cambiarse, las novelas de ensueños nunca citan. Paro-
dia es la lengua que el caballero habla. La parodia hace ridícula la situación.
Y quizá la mucha cortesía de Don Quijote con todas, insisto, toda clase de
mujeres, sea para que riamos. Pero, como inexplicablemente no lo logra,
será que hay algo más oculto, porque bien sabía Cervantes usar la lengua
para hacer llegar a donde deseaba a los pensamientos. Parodia, pero con un
algo verdadero, eso que impresionó a los románticos alemanes y dio a esta
novela su segunda y dilatada vida, lo que ellos entendieron como cierto
aliento trágico. Que el mundo no se rija por los buenos. Así pasó con Scho-
penhauer, Schlegel. Y sobre todo, el más dulce, Heine.
Y puede también que la castidad de Don Quijote sea ridícula, y ello tra-
te de subrayar en rojo la historia de Maritornes. La escena es chusca y paró-
dica, tanto cuando el caballero se representa si podrá defender su virtud,
cuanto el cómo se dirige a una mujer tan baja que ni siquiera lo que le dice
entiende. La misma defensa está en la base de la comicidad de la escena pa-
ralela en la que Don Quijote —como si dijéramos Don Cascote, que hasta
su nombre es parodia—, pasando de nuevo por la dicha venta, queda colga-
do de una mano hasta el alba, por gracia de la hija de la ventera, «muchacha
y de muy buen parecer». Ama y criada son, en este caso, tratadas directa-
mente de «semidoncellas» y, las tales, salen al hueco del pajar por ver los amo-
rosos suspiros que el caballero dedica a su dama que en la profunda noche de
vela. Mientras, el perfecto enamorado invoca a la luna y al sol y se pregunta
si su amada hará en el instante lo mismo. «Lástima os tengo fermosa señora
de que hayades puesto vuestras amorosas mientes en parte donde no es posi-
ble corresponderos conforme merece vuestro gran valor y gentileza; de lo que
no debéis dar culpa a este miserable andante caballero, a quien tiene amor
imposibilitado de poder entregar su voluntad a otra que aquella que, en el
punto que sus ojos la vieron, la hizo señora absoluta de su alma.»
DAMAS, PUTAS Y PASTORAS: LAS QUE ANDAN LOS CAMINOS 297
Pero, aun con burlas, a todas las que encuentra no les parece de princi-
pio loco el caballero, sino como a las dichas «parecíales otro hombre de los
que se usaban» y con ello da muestras de la verdad de la cortesía que es ésta,
hacer una realidad distinta de la que ya sabemos y se usa. Así es como amor
cortés manda.
Cervantes es como cuenta. Por el camino, precediendo al que narra, va
un chicuelo. Alguien que viste de color el mundo a medida que lo anda.
2
Historia de las filósofas,
historia de su exclusión (siglos XV-XX)
ROSALÍA ROMERO
A Carlos Portillo, in memoriam
——————
5
Lidia Cirillo, «Una mujer en el 68. Entrevista a Lidia Cirillo», en Inprecor, núm. 61,
1988, pág. 35.
6
Mary Ellen Waithe (ed.), A History of Women Philosophers, Netherlands, Kluwer Acade-
mic Publishers, 1989.
7
Marie de Gournay, Égalité des Hommes et des Femmes. Grief des dames, prefacio de Mila-
gros Palma, París, Coté-Femmes, 1989, págs. 108-131.
302 ROSALÍA ROMERO
——————
8
Mary Astell, The Christian Religión. As profess’d by a Daughter of the Church of England,
citado en G. de Martino y M. Bruzzese, Las filósofas. Las mujeres protagonistas en la historia del
pensamiento, trad. cast. de Mónica Poole, Madrid, Cátedra, 1996, pág. 122.
9
Charlotte Perkins Gilman, The Man Made Word or Our Androcentric Culture, Londres,
Fisher Unwin, 1911.
10
Charlotte Perkins Gilman, Herland, Nueva York, Pantheon, 1979.
11
Charlotte Perkins Gilman, The Home, Londres, Heinemann, 1903.
HISTORIA DE LAS FILÓSOFAS, HISTORIA DE SU EXCLUSIÓN (SIGLOS XV-XX) 303
para investigar desde el punto de vista —desde los puntos de vista— de las
mujeres. La crítica y superación del androcentrismo supone un cambio tan
profundo que todavía no lo vemos en toda su dimensión, porque somos
partícipes del proceso que ha empezado. Distintas voces, recogidas por Vic-
toria Sau y también por Maggie Humm, han expresado la magnitud del he-
cho de la superación del androcentrismo por analogía con las heridas que
supusieron para el narcisismo occidental Copérnico, Darwin y Freud12.
En este contexto, el feminismo se esfuerza por recuperar las aportacio-
nes de las mujeres a la historia. El feminismo filosófico ha abordado, en pa-
ralelo con otras disciplinas, un quehacer caracterizado por distintos mo-
mentos:
1. La búsqueda de las perlas de la misoginia: consiste en sistematizar lo
que los filósofos de la historia de la filosofía hegemónica han dicho
sobre «lo mujer»13.
2. Trabajo arqueológico, que consiste en la búsqueda de los escritos de
las mujeres a lo largo de la historia.
3. Trabajo genealógico, que consiste en una ordenación de los textos y
autoras. El quehacer genealógico en el feminismo filosófico se abor-
da desde dos perspectivas básicas: la primera forma es la que entien-
de por genealogía la búsqueda de la ascendencia histórica para reco-
nocerla como genealogía femenina. El eje de referencia es lo
femenino y su motivación es re-componer la familia de las mujeres
que, a lo largo de la historia, han participado en algún tipo de polé-
mica a favor del sexo femenino, a través de sus escritos. La segunda
forma de hacer genealogía es analizando el conjunto de prácticas que
han inducido y mantenido el estado de exclusión del sexo femenino
de los espacios concebidos como lo genéricamente humano, del
mundo público. Un tipo de práctica es el discurso filosófico.
Carlos V de Valois. Pizan es la primera mujer que llega a vivir de los libros
que escribía después de enviudar a los veintiséis años. Su obra se compone
fundamentalmente de textos históricos y políticos —de instrucción moral,
civil y jurídica. Obviamente el lugar de Pizan era privilegiado; ello no des-
merece la versatilidad de su obra escrita, sino que la explica.
Pizan arremete contra la misoginia de Mateolo, Meung y también con-
tra Ovidio, que a su juicio tanto daño causó con su obra Ars amandi; con-
tra Catón de Utica, quien dijo que «con la mujer pasa lo mismo que con la
rosa, que es agradable a la vista, pero pincha con sus espinas escondidas».
Aristóteles había sido traducido al francés en la segunda mitad del siglo XIV
(1374) por Nicolás de Oresme. La línea de la autora de La ciudad de las da-
mas se mantiene en una postura antiescolástica y se enfrenta a la teoría aris-
totélica sobre los sexos, teoría que defendieron Alberto Magno y Tomás de
Aquino, y cuya influencia, en el siglo XIII, fue tan grande que supuso un re-
fuerzo importantísimo para quienes defendían las creencias misóginas y pa-
ternalistas tradicionales. Aristóteles explicaba y legitimaba el orden social je-
rárquico por analogía con el mundo natural. De este modo, la conducta de
la mujer era ordenada y definida por analogía con las hembras animales. Así,
la mujer es más blanda, más débil, más pequeña, menos musculosa, de ce-
rebro más pequeño, menos agresiva y tiene menos capacidad para defender-
se, «y, en general, la hembra tiene menos iniciativa que el macho y es de me-
nos comida»17. En el modelo organicista aristotélico se asigna un lugar al
colectivo femenino (el oikos) y se prescribe una política paternalista a causa
de la presupuesta inferioridad de las mujeres y, como consecuencia de ésta,
su mayor vulnerabilidad. En el discurso ontológico aristotélico la oposición
materia/forma corresponde a los dualismos mujer/hombre, naturaleza/ra-
zón. De este modo, el varón queda identificado con la forma y con la razón,
y la mujer con la materia y la naturaleza. Cabe destacar la preeminencia
que en la filosofía de Aristóteles tiene la causa formal sobre la causa mate-
rial. La defensa de la teoría monoseminal frente a la concepción biseminal,
defendida por filósofos presocráticos como Parménides o Empédocles, tie-
ne en el Estagirita una función política: «las mujeres son a-genealógicas,
no transmiten la forma, son sólo un accidente necesario para la procrea-
ción (...) Consecuentemente, su lugar en la polis es secundario, no son au-
ténticos sujetos»18.
Entre las mujeres vinculadas al Humanismo que participaron en la Que-
relle des femmes destacaremos la figura de Isotta Nogarola (1418-1466). Esta
humanista de la Iltalia septentrional nos legó una obra en la que se oponía
a la identificación de mujer y mal, defendida por los teólogos que basaban
——————
17
Aristóteles, Historia de los animales, trad. cast. de José Vara Donado, Madrid, Akal,
1990, pág. IX.
18
Alicia Puleo, Filosofía, género y pensamiento crítico, Publicaciones de la Universidad de
Valladolid, 2000, pág. 66. Para un análisis del Estagirita desde la perspectiva de género y femi-
nista puede verse Femenías, M.ª Luisa, Inferioridad y exclusión. Un modelo para desarmar, Bue-
nos Aires, Nuevo hacer, 1997.
306 ROSALÍA ROMERO
——————
19
Trad. inglesa de Margaret King y Albert Rabil, Her Immaculate Hand, Selected Works
By and About The Women Humanists of Quattrocento Italy, Medieval & Renaissance Texts
& Studies, Binghamton, Nueva York, 1983.
20
Citado en Rosa Rius Gatell, «Isotta Nogarola: una voz inquieta del Renacimiento», en
F. Birulés (comp.), Filosofía y género. Identidades femeninas, Pamplona, Pamiela, 1992, pág. 88.
21
Puede verse Rosa Rius, «De las mujeres “Memorables” en Lucrecia Marinelli: “Noble-
za” y “Excelencia” en la Venecia de 1600», en R. M. Rodríguez Magda (ed.), Mujeres en la his-
toria del pensamiento, Barcelona, Anthropos, 1997, págs. 113-144.
HISTORIA DE LAS FILÓSOFAS, HISTORIA DE SU EXCLUSIÓN (SIGLOS XV-XX) 307
——————
22
Mary Wollstonecraft, Vindicación de los Derechos de la Mujer, Isabel Burdiel (ed.), Ma-
drid, Cátedra, Col. «Feminismos», 1996.
23
Amelia Valcárcel, La política de las mujeres, Madrid, Cátedra, Col. «Feminismos», 1997,
págs. 21-52.
HISTORIA DE LAS FILÓSOFAS, HISTORIA DE SU EXCLUSIÓN (SIGLOS XV-XX) 309
2.2.2. Pseudonimias
padres», Locke homologa el «derecho de las madres» sobre los hijos al pri-
mero, aunque no contempla ni el derecho de la hija, ni el de la mujer sola,
considerada más allá de su rol reproductor en el espacio familiar. Esta fisura
lockeana será resuelta en la obra de Gabrielle Suchon, a quien le debemos
fecundas ideas con una gran influencia en el mundo contemporáneo, a juz-
gar por el estado de la cuestión: Tratado del celibato voluntario (1700). En
ella reivindica la puesta en marcha de un estatuto autónomo de «celibato vo-
luntario», exterior a cualquiera de las alternativas ofrecidas a las mujeres en
aquella época: el estado de matrimonio y el estado religioso26. Se encuentra
una figura coherente en pensamiento y vida: desobedeció una sentencia del
Parlamento de Dijon que la obligaba a volver al convento. La obra de esta
filósofa se ha recuperado gracias a que se encontró un libro de un historia-
dor de la región en la que había nacido y vivido: Diccionario de los autores de
Borgoña, publicado después de la muerte de su autor, el Abad Philibert Pa-
pillon (1745). La recuperación de la obra data de 1975 y se debe al trabajo
de investigadores e investigadoras feministas27.
Todavía en el siglo XIX encontramos pseudonimias en mujeres que han
estudiado en la Universidad y que fueron contemporáneas de los filósofos
de la misoginia decadentista: un caso paradigmático es Lou Salomé. Esta
pensadora publicó su primera novela filosófica, En busca de Dios (1885),
con el pseudónimo de Herni Lou. Posteriormente publicará Ruth, obra en
la que desvela su propio nombre.
2.2.3. Ahistoricismo
Con esta calificación voy a referirme al caso Sabuco: apellido de Miguel
Sabuco y de su hija, Oliva Sabuco de Nantes y Barrera. Esta mujer fue la au-
tora de la obra Nueva filosofía de la naturaleza del hombre, publicada en Ma-
drid en 1587, bajo el reinado de Felipe II. Escrito de gran impacto entre sus
contemporáneos (en 1622 contaba con cuatro ediciones), ha sido más valo-
rado en la historia de la medicina que en la historia de la filosofía. Benito Je-
rónimo Feijoo la leyó y admiró, pero la edición que hizo el Dr. Martín Mar-
tínez (1728) en vida del fraile benedictino feminista tuvo que dedicar, en su
prólogo, algunas páginas para combatir a quienes negaban que una mujer
pudiera haber escrito el libro al que nos referimos. El hecho de que haya
sido más valorada en medicina que en filosofía puede deberse también a que
su comprensión del ser humano no pertenece a la corriente de pensamien-
to que se impondrá después: es monista, frente al dualismo desarrollado en
la filosofía cartesiana. La exclusión definitiva de la historia de la filosofía se
debe a la fidelidad acrítica de quienes se han tomado al pie de la letra el do-
cumento encontrado en 1903 por el registrador de la propiedad de Alcaraz,
——————
26
Ídem., pág. 106.
27
Ídem, pág. 107.
HISTORIA DE LAS FILÓSOFAS, HISTORIA DE SU EXCLUSIÓN (SIGLOS XV-XX) 311
——————
28
Mary Ellen Waithe, «Oliva Sabuco de Nantes Barrera», en A History of Women Philo-
sophers, ob. cit., págs. 261-284.
29
Rosalía Romero, «Las filósofas: Oliva Sabuco, pensadora del Renacimiento español», en
Mujeres Pioneras. La historia no contada, vol. II, Albacete, Municipal, 2005.
312 ROSALÍA ROMERO
——————
30
Lola Esteva de Llobet, Christine de Pizan, Madrid, Eds. del Orto, Col. «Biblioteca de
Mujeres», 1999, pág. 27.
31
Ídem., pág. 26.
32
Cfr. Oliva Blanco, «La “querelle féministe” en el siglo XVII: la ambigüedad de un térmi-
no: del elogio al vituperio», en Actas del Seminario Permanente Feminismo e Ilustración (1988-
1992), ob. cit., págs. 73-84.
HISTORIA DE LAS FILÓSOFAS, HISTORIA DE SU EXCLUSIÓN (SIGLOS XV-XX) 313
——————
33
Mercè Otero, «Christine de Pizan y Marie de Gournay. Las mujeres excelentes y la ex-
celencia de las mujeres», en R. M. Rodríguez Magda, Mujeres en la historia del pensamiento, ob.
cit., pág. 87.
34
Ibíd.
35
Montserrat Jufresa, «Clitemnestra y la justicia», en R. M. Rodríguez Magda (ed.), Mu-
jeres en la historia del pensamiento, ob. cit., pág. 73.
314 ROSALÍA ROMERO
——————
36
Ana de Miguel y Rosalía Romero, «Flora Tristán: hacia la articulación de feminismo y
socialismo en el siglo XIX», en F. Tristán., Feminismo y Socialismo. Antología, A. de Miguel y R.
Romero (eds.), Madrid, La Catarata, 2003, págs. 16-17.
37
Ídem, pág. 36 y sigs.
38
Friedrich Engels, «Del socialismo utópico al socialismo científico», en K. Marx y F. En-
gels, Obras escogidas, t. III, Moscú, Progreso, 1981, pág. 123.
HISTORIA DE LAS FILÓSOFAS, HISTORIA DE SU EXCLUSIÓN (SIGLOS XV-XX) 315
——————
39
María Cobos Navidad, «Persona y democracia en María Zambrano», en A. Valcárcel y
R. Romero (eds.), Pensadoras del siglo XX, Sevilla, Instituto Andaluz de la Mujer, Col. Hypa-
tia, 2001, pág. 299.
40
Marvin Harris, Nuestra especie, Salamanca, Alianza, 1999, págs. 295-296.
41
Sheyla Benhabib, «Una revisión del debate sobre las mujeres y la teoría moral», en
C. Amorós (dir.), Feminismo y Ética, Isegoría, núm. 6, Madrid, CSIC, Instituto de Filosofía, 1992,
pág. 38.
316 ROSALÍA ROMERO
pugnado al sujeto del discurso filosófico, sobre todo por su ilegitimidad. Tal
ilegitimidad viene generada por la aludida pretensión de neutralidad cuando,
en realidad, tal imparcialidad es una ficción delatadora de una historia de la fi-
losofía hegemónica, en virtud de que el sujeto de ésta es un sujeto privilegia-
do, con una mirada de la realidad y de la historia sesgada por su propio inte-
rés. Celia Amorós sostiene que no se puede decir, sin puntualización, que el
varón sea el sujeto del discurso filosófico en la medida en que no todos los va-
rones tienen el mismo poder o los mismos privilegios; ahora bien, sí que son
éstos los destinatarios, en tanto que identificados como el género son percibi-
dos como los sujetos —el sujeto— con capacidad de elevarse a la autocon-
ciencia42. La autora de Hacia una crítica de la razón patriarcal, refiriéndose al
discurso filosófico hegemónico, afirma que éste es un discurso patriarcal «ela-
borado desde la perspectiva privilegiada a la vez que distorsionada del varón».
Historiar a las filósofas, sus aportaciones al saber y su contribución a la
mejora de las condiciones de vida de muchos seres humanos, y del mundo
en general, es una tarea feminista. Una tarea feminista con implicaciones en
diferentes órdenes: moral, político, epistemológico, histórico y estético. En
lo moral, porque se hace justicia contra la exclusión del «otro», se reconoce
y asume la existencia de su espacio, poniéndonos en su lugar y constituyén-
dolo como un sujeto hablante y un sujeto que ha actuado, en la medida en
que su aportación está en nuestras vidas. En lo político, porque se visualiza
que la exclusión es homologable a un tipo de ejercicio del poder patriarcal.
Epistemológico, porque reconocer o aprender el legado de sus escritos y de
sus vidas induce a reorganizar el conjunto de conocimientos; esta reorgani-
zación de conocimientos tiene sus implicaciones en lo histórico: afecta a las
periodizaciones de la historia de la filosofía. Así, Alicia Puleo43 sugiere que el
pensamiento de la sospecha no nace históricamente en el siglo XIX; en el si-
glo XV se observa cómo se fundamentan el contenido y las quejas vertidas en
La ciudad de las damas: Pizan introduce la sospecha en el sujeto de conoci-
miento, en la relación interesada del sujeto con el contenido del discurso.
Quisiera ahora distinguir entre historiar a las filósofas y lo que Genevie-
ve Lloyd llama hacer una historia feminista de la filosofía. Me parece que
historiar a las mujeres filósofas y a sus contribuciones es una parte de la his-
toria feminista de la filosofía. Lloyd se refiere a la utilidad que encuentra en
el debate Foucault-Habermas sobre la filosofía kantiana; aunque entre am-
bos hay conocidas diferencias, existe el importante acuerdo de que en Kant
se da la convergencia de lo filosófico y lo político. En Kant hallan un mo-
delo de filosofía que involucra al sujeto a «implicarse políticamente en un
presente único»44. Un presente acuciado por problemas sociales y políticos
——————
42
Celia Amorós, Hacia una crítica de la razón patriarcal, Barcelona Anthropos, 1985, pág.
25 y sigs.
43
Alicia Puleo, Filosofía, género y pensamiento crítico, ob. cit. págs. 27-28.
44
Geneviève Lloyd, «El feminismo en la historia de la filosofía: la apropiación del pasado»,
en M. Fricker y J. Hornsby (dirs.), Feminismo y Filosofía. Un compendio, trad. cast. de Olga
Fernández Prat, Barcelona, Idea Books, 2001, pág. 270.
HISTORIA DE LAS FILÓSOFAS, HISTORIA DE SU EXCLUSIÓN (SIGLOS XV-XX) 317
——————
45
Puede verse Teresa López Pardina, Simone de Beauvoir, Madrid, Eds. del Orto, 1999.
Esta autora nos recuerda que la influencia de Simone de Beauvoir se dejó sentir entre las femi-
nistas estadounidenses antes que en el mundo filosófico francés.
318 ROSALÍA ROMERO
——————
1
Para una visión más amplia de la figura y las aportaciones de Huarte de San Juan pro-
pongo la lectura «ciega al género» de Luis García Vega Juan Huarte de San Juan, en Milagros
y Dolores Saiz, Personajes para una historia de la Psicología en España, Madrid, Piramide, 1996,
págs. 115-132 y compararla con el articulo de M.ª Luisa Femenías, Juan de Huarte y la mujer
sin ingenio en el Examen de los Ingenios, Actas del Seminario Permanente, Feminismo e ilustra-
ción 1988-1992, Instituto de Investigaciones Feministas, Universidad Complutense de Ma-
drid, Dirección General de la Mujer de la Comunidad de Madrid, 1992, págs. 115-127.
322 CARMEN GARCÍA COLMENARES
Así, pues, nos interesa resaltar los claroscuros, las luces y las sombras de
las aportaciones de las mujeres en las diferentes disciplinas, las conquistas y
logros pero también los vericuetos y argucias que debieron utilizar. Estas
otras miradas de las historia nos permitirán sacar a la luz aspectos nuevos
que van a reestructurar la visión establecida hasta ese momento de una de-
terminada área de conocimiento, ya que: «Cuando las mujeres entran a for-
mar parte del cuadro, ya sea como objetos de la investigación o como inves-
tigadoras, se tambalean los paradigmas establecidos. Se cuestionan la
definición de ámbito de objeto del paradigma de investigación, así como sus
unidades de medida, sus métodos de medida, la supuesta neutralidad de su
terminología teórica o las pretensiones de universalidad de sus modelos y
metáforas» (Benhabib, 1992: 38).
AUTORIDAD FEMENINA Y MECANISMOS DE EXCLUSIÓN... 323
——————
2
Esta clasificación es deudora de los planteamientos de Sandra Harding relativos a la con-
ceptualización teórica del género simbólico, estructural e individual que la autora analiza en su
obra Ciencia y Feminismo, Madrid, Morata, 1996, pág. 47 y sigs.
3
A pesar de ello, nos encontramos con mujeres como Concepción Arenal que realiza sus
estudios de derecho, teniéndose que disfrazarse de hombre para pasar desapercibida en las au-
las universitarias.
4
Es notoria y reconocida la misoginia de S. Hall, Boring, y E. B.Titchener, además de un
largo etcétera de padres de la psicología científica. Baste como ejemplo la prohibición de la
Asociación de Psicología Experimental en la admisión de las mujeres hasta después de la muer-
te de su fundador que era precisamente Titchener, en 1929 (L. Furumoto, «Shared knowled-
ge: The experimentalists (1904-1929)», en J. Morawski (dir.), The rise of experimentation in
American Psychology, New Haven, Yale University Press, 1988, págs. 94-113.
324 CARMEN GARCÍA COLMENARES
virtiéndose en abejas reinas que se ven como excepción, que consideran que,
si las mujeres no obtienen altos puestos, se debe a su falta de esfuerzo e in-
terés.
5. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
ACKER, Sandra, Género y educación. Reflexiones sociológicas sobre mujeres, enseñanza y
feminismo, Madrid, Narcea, 1995.
ALARIO, M.ª Teresa y GARCÍA COLMENARES, Carmen, «Las académicas: mujeres en
un mundo de hombres», en Rocío Anguita (coord.), Las mujeres en la Universi-
dad de Valladolid, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Valladolid,
2003, págs. 69-141.
AMOROS, Celia, «Igualdad e identidad», en Amelia Valcárcel (comp.), El concepto de
igualdad, Madrid, Editorial Pablo Iglesias, 1985, págs. 29-48.
BALLARIN, Pilar, «Feminismo académico», en Amelia Valcárcel, Dolores Renau y Ro-
salía Romero (eds.), Los desafíos del feminismo ante el siglo XXI, Sevilla, Instituto
Andaluz de la Mujer, 2001, págs. 257-277.
BARBERÁ, Esther, Psicología del Género, Ariel, Barcelona, Psicología, 1998.
BENHABIB, Sheyla, «Una revisión del debate sobre las mujeres y la teoría moral», en
Celia Amorós (dir.), Feminismo y ética, Isegoría, núm. 6, Madrid, CSIC, Institu-
to de Filosofía, 1992, págs. 237-263.
332 CARMEN GARCÍA COLMENARES
1. RESIGNIFICACIONES CONCEPTUALES
PARA LA CONSOLIDACIÓN
DE LA TEORÍA FEMINISTA
Cuando ya en el siglo XX, en unos países antes que otros, se va conquis-
tando en Europa y Norteamérica el voto femenino, la tarea feminista se
transforma. Si bien nunca dejará de tener un carácter reivindicativo, pasará
a ocuparse más detenidamente del trabajo teórico, del trabajo consistente en
elaborar una nueva comprensión de la realidad desde sus propios paráme-
tros de análisis.
Es en el neo-feminismo norteamericano de los años 60 y 70 cuando en-
contramos las más elaboradas y brillantes aportaciones y teorizaciones desde
el feminismo, aportaciones que arrancan ya de El segundo sexo (1949) de Si-
mone de Beauvoir. En Estados Unidos, y tras el impacto del pensamiento
de Beauvoir, destacan los trabajos de Betty Friedan con La mística de la fe-
minidad, de Shulamith Firestone con su Dialéctica del sexo o de Kate Millet
con Política sexual, en los que no voy a entrar más en detalle aquí: recorda-
ré tan sólo que de este neofeminismo contemporáneo se habilitan concep-
tos tan importantes para la teoría feminista como el concepto de género o el
de patriarcado. En particular el concepto de género se formulará en el pen-
samiento feminista contemporáneo como esa construcción social de lo fe-
LA EPISTEMOLOGIZACIÓN DE LA DIFERENCIA Y LA IMPUGNACIÓN... 335
——————
1
R. Bleier, Science and Gender, Nueva York, Pergamon Press, 1984; J. Flax, «Gender as
social Problem: in and for Feminist Theory», en American Studies/Amerika Studien, 1996; Ha-
raway, Ciencia, cyborgs y mujeres, Madrid/Valencia, Cátedra, 1991; Harding, Ciencia y feminis-
mo, Madrid, Morata, 1996; Harstock, «The Feminist Standpoint: Developing the ground for
a Specifically Feminist Historical Materialism», en S. Harding y M. B. Hintikka (eds.), Disco-
vering Reality: Feminist Perspectives on Epistemology, Methodology and Philosophy of Science, Dor-
drecht Reidel, 1983; E. F. Keller, Reflexiones sobre género y ciencia, Valencia, Ediciones Alfons
el Magnánim, 1991; H. Longino, Science as Social Knowledge, Princeton University Press,
1990. También Eulalia Pérez Sedeño y Paloma Alcalá Cortijo (coords.), Ciencia y Género, Ma-
drid, Editorial Complutense, 2001; en particular, «Críticas epistemológicas de la ciencia».
2
Harding, Ciencia y feminismo, Madrid, Morata, 1996.
336 LUISA POSADA KUBISSA
——————
3
Keller, Reflexiones sobre género y ciencia, trad. cast., Valencia, Ediciones Alfons el Magná-
nim, 1989; Reflections on Gender and Science, Yale, University Press , 1985.
4
D. Haraway, Ciencia, cyborgs y mujeres, Madrid/Valencia, Cátedra, 1991. Véase en par-
ticular el trabajo de Celia Amorós: «Sujetos emergentes y nuevas alianzas políticas en el “para-
digma informacionalista”», en C. Amorós y A. de Miguel (eds.), Teoría feminista: de la Ilustra-
ción a la globalización, tomo 3, Madrid, Minerva Ediciones, 2005, págs. 333-373.
338 LUISA POSADA KUBISSA
materialidad corporal, pero piensa que las ideas de Foucault estaban mode-
radas por la perspectiva de un mundo en el que el sistema de producción era
prácticamente decimonónico y en el que las nuevas tecnologías no habían
hecho su aparición: en este sentido, nociones como el «biopoder» foucaltia-
no se han quedado obsoletas. Si en Foucault son las técnicas disciplinarias
del cuerpo y la mente las que ayudan a constituir el sujeto moderno, en Ha-
raway, en cambio, son las tecnologías cibernéticas en las telecomunicacio-
nes, la biología y la medicina las que invaden los cuerpos y generan nuevos
tipos de subjetividades. Haraway apoya su análisis sobre la mujer en esa re-
flexión sobre el proceso postindustrial de producción.
Haraway es bióloga y, como Keller, parte de la lectura de Kuhn: así, ha-
bla de conocimientos situados, pero no quiere ser partícipe por ello del rela-
tivismo, porque entiende que el relativismo es la perfecta imagen especular
de la visión totalizadora: se trataría en el relativismo de la visión, no desde
todas las posiciones, sino desde ningún lugar, con lo que niega la localiza-
ción y el incardinamiento. Pero, para Haraway, la única perspectiva posible
es el conocimiento situado.
Haraway sostiene su postura de «conocimientos situados» y de «objeti-
vidad fuerte» como contrarios a cualquier dualismo de los muchos que con-
figuran el pensamiento logocéntrico. Porque un esquema dicotómico opera
siempre con una distorsión: la ilusión de simetría que hace que cada posi-
ción aparezca primero como alternativa y luego como excluyente de la otra.
Frente a los mapas dicotómicos Haraway propone una imagen de red que
sugiera la profusión de espacios e identidades y la permeabilidad de las fron-
teras tanto en el cuerpo «general» como en lo «político».
Todas las dicotomías como las de yo-otro, mente-cuerpo, cultura-natu-
raleza, hombre-mujer, civilizado-primitivo, realidad-apariencia, privado-pú-
blico, todo-parte, Dios-hombre, entre otras, han contribuido a la domina-
ción sistemática de todos aquellos que fueron constituidos como «otros»,
cuya tarea era únicamente la de hacer de espejos del yo.
Para Haraway la cultura de la alta tecnología desafía estos dualismos: en
la relación entre lo humano y la máquina no está claro quién construye y
quién es construido; no está claro qué es la mente y qué es el cuerpo en má-
quinas que se adentran en prácticas codificadas. Las máquinas pueden ser
artefactos proteicos, componentes íntimos, partes amigables de nosotros
mismos.
El único yo posible hoy sería «the split self» (el yo dividido), el yo frag-
mentario, el yo contradictorio. Es el único que puede interpelar los otros
posicionamientos, al estar él mismo posicionado. Pero, además, este sujeto
dividido tiene una doble visión: un científico busca la posición de objetivi-
dad del sujeto, no la de identidad y la posición de objetividad es conexión
parcial. Por tanto, la nueva forma de visión surge de la división, la fractura,
pero también del conocimiento situado y de la objetividad fuerte: todo ello
son imágenes privilegiadas para las epistemologías feministas del conoci-
miento científico, sostiene Haraway, porque excluyen lo que ella llama «el
punto de vista del cíclope» o único.
LA EPISTEMOLOGIZACIÓN DE LA DIFERENCIA Y LA IMPUGNACIÓN... 339
——————
5
F. García Selgas, «El Cyborg como reconstrucción del agente social», en Política y Socie-
dad, núm. 30, UCM, 1999, págs. 165-191.
340 LUISA POSADA KUBISSA
——————
6
Diotima, Il pensiero della differenza sessuale, La Tartaruga, 2003.
342 LUISA POSADA KUBISSA
3. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Medios de Comunicación,
Democracia y Subjetividad Masculina
IVÁN SAMBADE
——————
2
Josep Vicent Marqués y Raquel Osborne, Sexualidad y sexismo, Madrid, UNED, 1991.
3
Marvin Harris, Introducción a la antropología general, Madrid, Alianza, 1981.
346 IVÁN SAMBADE
——————
4
Alicia Puleo ha distinguido entre patriarcados de coerción y patriarcados de consentimien-
to. Mientras que en los primeros las normas consuetudinarias instituidas como ley moral res-
tringen explícitamente la libertad de las mujeres, los segundos incitan, convencen y persuaden
a través de diversos mecanismos de seducción para que las propias mujeres deseen identifi-
carse con los modelos femeninos culturales propuestos en los mass media. Puleo, Alicia, «Pa-
triarcado», en Cèlia Amorós, 10 palabras clave sobre mujer, Estrella, Verbo Divino, 1995,
págs. 21-54.
5
Iris Marion Young ha argumentado que el ideal de ciudadanía universal en sus dos sig-
nificaciones universalistas (generalidad e igual trato), lejos de favorecer el logro de la inclusión
y la igualdad de los ciudadanos, tiende a perpetuar la exclusión y la opresión de los grupos so-
ciales discriminados. I. M. Young, «Vida política y diferencia de Grupo: Una crítica del ideal
de ciudadanía universal», en Carme Castells (comp.), Perspectivas feministas en teoría política,
Barcelona, Paidós, 1996, págs. 99-126.
MEDIOS DE COMUNICACIÓN, DEMOCRACIA Y SUBJETIVIDAD MASCULINA 347
——————
6
J. V. Marques y R. Osborne, ob. cit.
7
Luis Bonino, Micromachismos, la violencia invisible, Madrid, Cecom, 1998.
8
Ana de Miguel Álvarez, «El movimiento feminista y la construcción de marcos de inter-
pretación: el caso de la violencia contra las mujeres», Revista Internacional de Sociología RIS,
núm. 35, mayo-agosto de 2003, págs. 7-30; Susan Brownmiller, Contra nuestra voluntad, Bar-
celona, Planeta, 1981.
348 IVÁN SAMBADE
——————
9
Cèlia Amorós, Sören Kierkegaard o La subjetividad del caballero: un estudio a la luz de las
paradojas del patriarcado, Barcelona, Anthropos, 1987.
10
Luis Bonino, «La identidad masculina a debate. Teorías y prácticas sobre el malestar de
los varones», Area 3, núm. 4, 1996, págs. 16-20; E. Gil Calvo, El nuevo sexo débil, Madrid, Te-
mas de hoy, 1997; Anthony Clare, La masculinidad en crisis, ed. cit.; Vincent Fisas, El sexo de
la violencia, Barcelona, Icaria, 1998.
11
Luis Bonino, Varones, Género y Salud mental. Deconstruyendo la normalidad masculina,
Barcelona, Icaria, 2000.
MEDIOS DE COMUNICACIÓN, DEMOCRACIA Y SUBJETIVIDAD MASCULINA 349
——————
12
Cèlia Amorós, «Para una teoría nominalista del patriarcado», en Cèlia Amorós, La gran
diferencia y sus pequeñas consecuencias... para las luchas de las mujeres, Madrid, Cátedra, 2005,
págs. 111-135; Kate Millett, Política sexual, Madrid, Cátedra, 1975; Alicia Puleo, «Pa-
triarcado», en Cèlia Amorós, 10 palabras clave sobre mujer, ed. cit., págs. 21-54; Janet Saltzman,
Equidad y género. Una teoría integrada de estabilidad y cambio, Madrid, Cátedra, 1992.
13
Michel Foucault, Obras esenciales: Estrategias de poder, Barcelona, Paidós, 1999.
350 IVÁN SAMBADE
——————
14
Josep Vicent Marqués y Raquel Osborne, ob. cit.
15
Michel Foucault, «Conversación con Michel Foucault», en Michel Foucault, Obras
esenciales: Estrategias de poder, ed. cit., págs. 27-39.
MEDIOS DE COMUNICACIÓN, DEMOCRACIA Y SUBJETIVIDAD MASCULINA 351
cia de su origen o razón en las más diversas circunstancias, lo que hace que
el sujeto las considere asumidas con propiedad y reflexivamente.
Como anticipamos, el sistema es múltiple y se encuentra fraccionado,
alberga valores y conductas contradictorias en su seno, pero siempre res-
ponde al interés del mismo colectivo. No existe una racionalidad específica
del sistema articulada en torno a un discurso ideológico; el discurso de la su-
perioridad del hombre sobre la mujer, pero sí múltiples racionalizaciones
que en conjunto sustentan un discurso sobre la diferencia «constitutiva» de
todo varón respecto de toda mujer. Además, su carácter fraccionario facilita
la interiorización de conductas contrarias y paradójicas en toda la experien-
cia vital del individuo, sin que éste manifieste contradicción alguna entre los
modos de ser y actuar relativos a las diversas parcelas de su experiencia vital.
Por ejemplo, un hombre puede actuar de un modo imparcial en su vida pú-
blica con las mujeres y simultáneamente manifestar conductas agresivas en
sus encuentros sexuales conforme a la satisfacción de la expectativa patriar-
cal de control sobre el Otro-mujer. Su actitud en la vida pública y el reco-
nocimiento social que recibirá como consecuencia de la misma conllevan la
interiorización de la noción de justicia en su autoconcepto. Es decir, el indi-
viduo en cuestión se autoconcibe como un varón justo. Y a su vez, su auto-
concepto constituye un refuerzo positivo que impide que desarrolle una
conciencia negativa respecto de sus conductas sexuales.
En conjunto, podemos afirmar que el sistema patriarcal de representa-
ciones ideológicas propone (impone) un conjunto de rasgos de identidad de
género. ¿Cómo? Reduciendo las diferencias potenciales de personalidad en-
tre individuos varones y potenciando las diferencias personales de todo va-
rón respecto de toda mujer a través de las representaciones ideológicas de fe-
mineidad y masculinidad. Por lo tanto, la identidad de género no sólo hace
que nos entendamos diferentes, sino que, por medio de las prácticas mascu-
linas dispuestas por la sociedad patriarcal, induce la experiencia vital de que
somos desiguales. En definitiva, la identidad masculina produce una distor-
sión en la manera de ver, juzgar y actuar de los hombres que perpetúa la si-
tuación de discriminación que experimentan las mujeres16.
Acabamos de afirmar que todo varón configura su subjetividad a través
de un proceso de socialización (normalización) ejercido bajo el prisma de un
conjunto de representaciones de identidad de género que lo hace miembro
del colectivo masculino. Teniendo en cuenta que esta identidad es común
para todos los varones y que los procesos de socialización son análogos, es
difícil no concederle pertinencia a la pregunta acerca de la homogeneidad de
los varones: ¿Son todos los hombres idénticos? La respuesta obvia es que no.
La interiorización de los patrones normativos se encuentra condicionada
por las circunstancias sociales, psicológicas y biográficas en las que se pro-
duce el proceso de socialización17. En este sentido, cada varón tiene una
——————
16
J. V. Marqués y R. Osborne, ob. cit.
17
Ibíd.
352 IVÁN SAMBADE
tanto, ni siquiera en el lugar que se les reserva, las mujeres disponen de com-
pleta iniciativa, su función específica y previamente determinada, consiste
en crear un apacible refugio para el guerrero que retorna al hogar.
Es importante resaltar el marco socioeconómico en el que se dio lu-
gar a esta nueva y estricta división sexual de funciones. En el siglo XIX, las
sociedades europeas se encuentran en pleno desarrollo del capitalismo in-
dustrial, y en este marco, la institución de la familia experimenta una se-
rie de transformaciones que fundamentalmente tienden a fortalecer la in-
timidad del núcleo familiar, a demarcar la esfera de lo privado22: la unión
emocional entre el padre, la madre y los hijos se intensifica; el núcleo fa-
miliar desarrolla un fuerte sentimiento de autonomía; se reivindica el de-
recho a la libertad como pilar básico de la busca de la felicidad; existe una
menor vinculación del pecado al placer; y por último, un deseo progresi-
vo de intimidad física. Durante el desarrollo del capitalismo industrial en
las sociedades occidentales, la familia moderna aparece como un estadio
favorable para la división sexual de funciones a partir de dos fenómenos
socioeconómicos: el desarrollo tecnológico del hogar, lo que se tradujo en
la exigencia de un trabajo exclusivo para el mismo, y su separación del lu-
gar del trabajo.
Volviendo a la división sexual de funciones23 y a la monopolización de
la esfera pública como señas de la identidad masculina, numerosas conduc-
tas tradicionalmente masculinas están determinadas por un conjunto de
prácticas que denominaré «la pragmática del control». Para sobrevivir en el
competitivo mundo público, para poder sostenerse en el duro terreno de la
vida laboral, artística, intelectual... y sobre todo, para ser un dirigente polí-
tico, el varón precisa desarrollar al máximo una serie de estrategias y técni-
cas de control. Los orígenes de esta pragmática se remontan a los pilares de
nuestra cultura occidental. Ya en la filosofía clásica, se postula la necesidad
del autogobierno, del gobierno de los propios impulsos, como premisa in-
dispensable para el gobierno de los otros24. A este respecto, las técnicas de
autocontrol constituyen una condición necesaria para el «buen» gobierno de
los otros. Pero lo cierto, es que independientemente de la preexistencia o no
de una orientación ética de dicha praxis, la técnica del autocontrol posee una
impecable efectividad para el control de los otros. En la modernidad, la
pragmática masculina del control va a conllevar la comprensión del propio
——————
duación», Cèlia Amorós explica que los varones admiten su subordinación porque a partir del
pacto patriarcal entre varones y de las prácticas de reconocimiento-terror, si bien no todo va-
rón detenta posiciones de poder, a todo varón se le reconoce como posible candidato al poder
en tanto que miembro del colectivo que ejerce el poder, lo que genera la ilusión de que en un
momento futuro les llegará su turno, de que pueden poder, en Cèlia Amorós, La gran diferencia
y sus pequeñas consecuencias... para las luchas de las mujeres, ed. cit, págs. 87-109.
22
Anthony Clare, ob. cit., págs. 183-186.
23
Janet Saltzman considera la división sexual del trabajo como una base coercitiva de la
desigualdad social y política de los sexos frente a las bases voluntarias de la misma, en Saltzman,
Janet, Equidad y género. Una teoría integrada de estabilidad y cambio, ed. cit.
24
Michel Foucault , Hermenéutica del Sujeto, Madrid, La Piqueta, 1994.
MEDIOS DE COMUNICACIÓN, DEMOCRACIA Y SUBJETIVIDAD MASCULINA 355
——————
25
Michel Foucault, «Curso del 14 de enero de 1976», en Michel Foucault, Microfísica del
poder, Madrid, La Piqueta, 1978, págs. 139-152; Michel Foucault, «La verdad y las formas ju-
rídicas», en Michel Foucault, Obras esenciales: Estrategias de poder, ed. cit., págs. 169-281.
26
E. Gil Calvo, Mascaras Masculinas. Héroes, Patriarcas y Monstruos, Barcelona, Anagra-
ma, 2006.
27
Anthony Clare, ob. cit.
28
Luis Bonino, Varones, Género y Salud mental. Deconstruyendo la normalidad masculina,
ed. cit.
356 IVÁN SAMBADE
——————
29
J. V. Marques y R. Osborne, ob. cit.
30
J. Vera, «Medios de comunicación y socialización juvenil», en Revista de estudios de Ju-
ventud, núm. 68, marzo de 2005, págs. 19-32.
MEDIOS DE COMUNICACIÓN, DEMOCRACIA Y SUBJETIVIDAD MASCULINA 357
——————
31
J. Echeverría, Los señores del aire: Telépolis y el tercer entorno, Barcelona, Destino, 1999.
32
B. Gómez, «Disfunciones de la socialización a través de los medios de comunicación»,
Razón y Palabra, núm. 44, abril-mayo de 2005.
33
R. Correa; M. D. Guzmán y J. L. Aguaded, La mujer invisible, Huelva, Grupo Comu-
nicar, 2000.
34
V. Allende, Visiones del Islam en los medios de comunicación, Madrid, UNED, 1997.
358 IVÁN SAMBADE
——————
35
N. Y. Elías y E. Dunning, Deporte y ocio en el proceso de la civilización, México, F.C.E.,
1992.
36
E. Gil Calvo, Máscaras masculinas, ed. cit.
MEDIOS DE COMUNICACIÓN, DEMOCRACIA Y SUBJETIVIDAD MASCULINA 359
——————
37
P. López Díez, M. Bengoechea, M. J. Díaz-Aguado y L. Falcón, «Representación, este-
reotipos y roles de género en la programación infantil 1», en Infancia, televisión y género. Guía
para la elaboración de contenidos no sexistas en programas infantiles de televisión, Madrid, IORTVE/
Instituto de la Mujer, 2005.
38
En el informe de la investigación, Representación de género en los informativos de radio y
televisión, Instituto Oficial de Radio y Televisión (RTVE)/Instituto de la Mujer (MTAS),
2006, dirigido por Pilar López Díez, se llega a la conclusión, a partir de una amplia muestra es-
tadística, de que, incluso en este marco realista, las mujeres son mencionadas por su estatus vi-
cario en una proporción superior a los varones y sobrerrepresentadas como víctimas, mientras
que los varones, representados en total en una proporción superior respecto de las mujeres de
tres a uno, aparecen en los informativos en función de su actividad en la esfera pública, siendo
los futbolistas y los políticos varones los dos colectivos más representados.
360 IVÁN SAMBADE
ción de la violencia contra las mujeres que realizan los media contribuyen
tanto a la perpetuación de la violencia masculina contra las mujeres como a
la desigualdad social y política entre hombres y mujeres donde ésta echa sus
raíces39.
Pilar López ha apuntado la necesidad de que los medios de comunica-
ción amplíen el campo de representación de las mujeres para abandonar de-
finitivamente los estereotipos patriarcales de femineidad40. Las mujeres son
las víctimas de la violencia de género y así deben ser representadas. Es más,
los media deberían informar al conjunto de la sociedad acerca de la discri-
minación social y política que origina las prácticas violentas de dominación
de las mujeres. Pero, a lo largo del siglo XX, las mujeres occidentales han
constituido uno de los principales sujetos de emancipación, y esta realidad
también debe ser representada por los medios de comunicación. De este
modo, se evitará una nueva victimización social de las mujeres.
Simultáneamente, el final de la sobrerrepresentación de las mujeres
como víctimas debería conllevar el término de la representación de los varo-
nes como héroes, con el correlativo desgaste de las conductas violentas y
agresivas que el sujeto varón tiene que dominar para constituirse como hé-
roe. Existen varones sensibles, no competitivos, gustosos de cooperar con las
mujeres, reacios a la prostitución y que practican el deporte de forma lúdi-
ca y saludable. Estos modelos masculinos también deberían tener cabida en
el imaginario de los media, porque las prácticas de dominación y discrimi-
nación de las mujeres no son sólo un «problema de mujeres», sino que in-
ducen a los varones hacia una rígida auto-represión física y emocional que
les lleva a un estado potencial de crisis e infelicidad.
Un análisis filosófico-político tanto de las relaciones sociales entre hom-
bres y mujeres como de su representación en los medios de comunicación
evidencia la necesidad de introducir la perspectiva crítica de género de los
estudios de género en todos los niveles del sistema educativo. Si las dinámi-
cas de poder que configuran el nuevo entorno de los media no se democra-
tizan y avanzan hacia la igualdad entre los sexos, al menos podemos exigir
que las personas que están inmersas en el proceso de socialización reciban las
herramientas necesarias para un distanciamiento crítico respecto de estereo-
tipos que potencian la desigualdad social entre hombres y mujeres.
——————
39
P. López Díez, M. Bengoechea, M. J. Díaz-Aguado y L. Falcón, «Representación, este-
reotipos y roles de género en la programación infantil 1», en Infancia, televisión y género. Guía
para la elaboración de contenidos no sexistas en programas infantiles de televisión, ed. cit.
40
P. López Díez, Representación de género en los informativos de radio y televisión, Instituto
Oficial de Radio y Televisión (RTVE)/Instituto de la Mujer (MTAS), 2006.
6
La violencia de género
y el género de la violencia*
ALICIA H. PULEO
——————
2
Pierre Bourdieu, La domination masculine, París, Seuil, 1998.
3
Sobre las teorías silenciadas en esta obra, véase Nicole-Claude Mathieu, «Bourdieu ou le
pouvoir auto-hypnotique de la domination masculine», en Les Temps Modernes, núm. 604,
mayo-junio-julio de 1999, págs. 286-324.
4
Otro de los argumentos de los detractores era el uso poco frecuente del término. A fina-
les del verano de 2004, a través de Google se encontraban en Internet 273.000 referencias al
término violencia de género. Muchas se debían a la polémica pero otras muchas, simplemente,
a la generalización de su uso en los estudios de género, en los documentos hispanoamericanos
y en las redes de asociaciones de mujeres de uno y otro lado del océano.
LA VIOLENCIA DE GÉNERO Y EL GÉNERO DE LA VIOLENCIA 363
2. LA VIOLENCIA DE GÉNERO
¿Por qué la insistencia en hablar de violencia de género? Para subrayar su
carácter aprendido (por lo tanto, susceptible de ser transformado), estructural
e ideológico. Es una violencia que se apoya en desigualdades de acceso a los
recursos y en un rango simbólico más bajo que el masculino. La situación
del colectivo femenino requiere políticas de redistribución y políticas de re-
conocimiento, como bien ha sostenido Nancy Fraser5. Es indispensable exa-
minar los elementos simbólicos que invisibilizan la sujeción. Son parte del
suelo nutricio de la violencia y sin su desmantelamiento no hay lugar para
la esperanza de crear una cultura de respeto, libertad y paz. Como muestran
los estudios especializados, los modelos explicativos de la violencia contra las
mujeres han ido evolucionando desde una perspectiva que sólo veía indivi-
duos perturbados a otra de carácter comprehensivo6, que atiende a numero-
sos factores causales combinados.
La violencia como una de las caras de la opresión señaladas por Iris Marion
Young7 consiste no sólo en los actos en sí, sino en la amenaza continua bajo la
que viven ciertos grupos sociales por razón de su sexo, su raza o su opción se-
xual. En el caso de las mujeres, el temor a la violación forma parte de la nece-
saria educación preventiva de las niñas (y no de los niños). La conciencia de tal
amenaza restringe el espacio de libertad de las mujeres. Por ello, numerosas ma-
nifestaciones se realizaban al caer la noche, como afirmación del derecho de sa-
lir a la calle, espacio de lo público, sin temor a la agresión. Limita también los
gestos permitidos, la dirección de la mirada y las palabras que se pronuncian.
Como demostrara el ya clásico estudio de Susan Brownmiller Against our will 8,
vista desde sus consecuencias la violencia sexual funciona como una política que
determina lo permitido y lo prohibido al grupo sometido. Este aspecto ha lle-
vado también a algunas especialistas de la violencia sufrida por las mujeres en el
hogar a hablar de terrorismo patriarcal y de terrorismo misógino.
La violencia de género es una injusticia social porque no consiste en ac-
ciones aisladas explicables por patologías individuales, se trata de una vio-
lencia sistemática, pautada, en ocasiones realizada por el grupo de pares, y
en mayor o menor medida disculpada por la sociedad. Algunos historiado-
res han señalado la indiferencia y aceptación social que hacían posible la im-
punidad de los actos de violencia contra las mujeres en el pasado. Georges
Duby, por ejemplo, destaca que en la Edad Media las mismas reinas llega-
ban a recibir golpes de su marido en público9. Georges Vigarello muestra
——————
5
Nancy Fraser, «Redistribución y reconocimiento: Hacia una visión integrada de justicia
del género», Revista Internacional de Filosofía Política, núm. 8, 1996, págs. 18-40.
6
Esperanza Bosch y Victoria Ferrer, La voz de las invisibles. Las víctimas de un mal amor
que mata, Madrid, Cátedra, 2002.
7
Iris Marion Young, La justicia y la política de la diferencia, Madrid, Cátedra, 2000.
8
Susan Brownmiller, Against our will, Nueva York, Bantam Books, 1975.
9
Georges Duby, Le chevalier, la dame et le prêtre. Le mariage dans la France féodale, París,
Hachette, 1981.
LA VIOLENCIA DE GÉNERO Y EL GÉNERO DE LA VIOLENCIA 365
——————
10
Georges Vigarello, Historia de la violación. Siglos XVI-XX, Madrid, Cátedra, 1999.
11
Ver ejemplos de sentencias favorables al violador y su correspondiente análisis en Joseph
Vicent Marqués y Raquel Osborne, Sexualidad y sexismo, UNED, 1991.
12
Cèlia Amorós, Tiempo de feminismo. Sobre feminismo, proyecto ilustrado y postmoderni-
dad, Madrid, Cátedra, 1997.
13
Luisa Posada, «Las hijas deben ser siempre sumisas (Rousseau). Discurso patriarcal y
violencia contra las mujeres: reflexiones desde la teoría feminista», en Bernárdez, Asun (ed.),
Violencia de género y sociedad: una cuestión de poder, Ayuntamiento de Madrid/Instituto de In-
vestigaciones Feministas de la Universidad Complutense de Madrid, 2001, págs. 13-34.
366 ALICIA H. PULEO
——————
14
Amelia Valcárcel, Sexo y Filosofía. Sobre «Mujer» y «Poder», Barcelona, Anthropos,
1991, pág. 108.
15
F. Quesada, «Feminismo y democracia: entre el prejuicio y la exclusión», en Esperanza
Bosch, Victoria Ferrer y Teresa Riera (comps.), Una ciència no androcèntrica, Universitat de les
Illes Balears, 2000, págs. 235-255.
16
Concha Roldán, «El reino de los fines y su gineceo: las limitaciones del universalismo
kantiano a la luz de sus concepciones antropológicas», en Roberto Aramayo, Javier Muguerza
y Antonio Valdecantos (comps.), El individuo y la historia. Antinomias de la herencia moderna,
Barcelona, Paidós, 1995.
17
Cèlia Amorós, «Espacio de los iguales, espacio de las idénticas. Notas sobre poder y
principio de individuación», en Arbor, núms. 503-504, 1987, págs. 113-127.
LA VIOLENCIA DE GÉNERO Y EL GÉNERO DE LA VIOLENCIA 367
pocos años de uno y otro lado de los Pirineos). Gran parte de los homicidios
que caen bajo la denominación de violencia de género en nuestra sociedad
son cometidos por maridos, compañeros sentimentales y novios que no so-
portan la decisión de ruptura de su pareja femenina.
La violencia contra la mujer ha sido definida y positivamente connota-
da por Georges Bataille como «la negación de los límites del ser determina-
do»18 que permite al hombre alcanzar la soberanía. Se devuelve, así, según el
teórico del erotismo transgresivo, el individuo sacrificado a la indiferencia-
ción de la naturaleza, al fluir del devenir que no reconoce discontinuidad. Y
la individuación es una discontinuidad temporal. La decisión de muchas
mujeres de afirmarse como individuos autónomos es, indudablemente, uno
de los motivos (no el único) del aumento, en la sociedad en tiempos de paz,
de los casos de violencia de género que alarman a los organismos expertos
desde los años 90. La voluntad social y política de dotarse de instrumentos
legales para detener esta violencia es una de las manifestaciones más claras
de que se nos reconoce y respeta como individuos19.
3. EL GÉNERO DE LA VIOLENCIA
——————
24
Gilbert Herdt (ed.), Homosexualidad ritual en Melanesia, UNED, Fundación Universi-
dad Empresa, 1993.
25
Nancy Hartsock, Money, Sex and Power, Boston, Northeastern University Press, 1985.
26
Raquel Osborne y Cristina Justo Suárez, «Ser mujer en la guerra», en Concha Rol-
dán, Txetsu Ausín y Reyes Mate (eds.), Guerra y paz. En nombre de la política, ed. cit.,
págs. 175-192.
370 ALICIA H. PULEO
——————
27
Simone Beauvoir, El Segundo Sexo, vol. 1, prólogo de Teresa López Pardina, trad. de
Alicia Martorell, Cátedra, 1998, pág. 128.
28
Poulain de la Barre, «Sobre la igualdad de los sexos», en A. Puleo (ed.), Figuras del Otro en
la Ilustración francesa. Diderot y otros autores, Madrid, Escuela Libre Editorial, 1996, pág. 143.
29
Ibíd., pág. 145.
30
Y éticos, si consideramos, como lo hace Javier Muguerza, que no se puede hablar nun-
ca de guerra justa sino, en todo caso, de «guerra como mal necesario» dada la instrumentaliza-
ción del ser humano que se da en toda guerra (Javier Muguerza, «De Bello Mesopotámico o
¿qué hace una chica como tú en un sitio como éste? (La ética ante la guerra de Irak)», en Con-
cha Roldán, Txetsu Ausín y Reyes Mate (eds.), Guerra y paz. En nombre de la política, ed. cit.,
págs. 167-173.
LA VIOLENCIA DE GÉNERO Y EL GÉNERO DE LA VIOLENCIA 371
——————
31
Seyla Benhabib, «El Otro generalizado y el Otro concreto», en Teoría feminista y Teoría
crítica. Ensayos sobre la política de género en las sociedades de capitalismo tardío, Generalitat Va-
lenciana, Edicions Alfons El Magnànim, 1990, pág. 125.
32
Sobre el prejuicio como naturalización de los rasgos de género y de las potencialidades
emancipatorias de la razón, véase Cèlia Amorós, «A vueltas sobre feminismo e Ilustración: Da-
vid Hume y la identidad personal», Teresa López Pardina, Oliva, Asunción Portolés (eds.),
Crítica feminista al psicoanálisis y a la filosofía, Instituto de Investigaciones Feministas de la Uni-
versidad Complutense de Madrid, 2003, págs. 117-159.
Nota sobre los autores
y Filosofía (Madrid, Edit. Síntesis, 2000), y junto con Ana de Miguel (eds.)
de Teoría feminista: de la Ilustración a la globalización (3 vols.), (Madrid, Bi-
blioteca Nueva, 2005).
Neus Campillo Iborra es Profesora Titular de Filosofía en el Departamento
de Filosofía de la Universidad de Valencia e investigadora del Instituto Uni-
versitario de Estudios de la Mujer de esta misma Universidad. Es autora de
El Feminisme com a Crítica, (Valencia, Tandem Edicions, 1997), El Descrè-
dit de la Modernitat (Publicacions de la Universitat de Valencia, 2001). Co-
autora con Margarita Boladeras de Filosofía Social (Madrid, Síntesis, 2000),
Género, Ciudadanía y Sujeto Político: En torno a las Políticas de la Igual-
dad (Publicaciones de la Universitat de Valencia, 2002), y de diversos artí-
culos sobre John Stuart Mill, Kant y Hannah Arendt. Sus actuales líneas de
investigación versan sobre feminismo y teoría crítica y el problema del suje-
to en la filosofía contemporánea. Ha sido Directora del Instituto Universi-
tario de Estudios de la Mujer de la Universitat de Valencia (1992-1996), Di-
rectora del programa de Doctorado Género, Conocimiento, Subjetividad y
Cultura y Visitor Scholar en el Center for European Studies en la Harvard
University.
Victoria Camps es filósofa, Catedrática de Filosofía Moral y Política en la
Universidad Autónoma de Barcelona. Fue senadora independiente por el
PSC-PSOE, de 1993 a 1996. En ese período presidió la Comisión de con-
tenidos televisivos. Actualmente preside la Fundación Víctor Grifols i Lu-
cas, dedicada a la investigación y promoción de la bioética. Es consejera del
Consejo Audiovisual de Cataluña desde 2002. Entre sus libros, destacan
Virtudes públicas (Espasa-Calpe), Paradojas del individualismo (Crítica), El
malestar de la vida pública (Grijalbo), El siglo de las mujeres (Cátedra), Una
vida de calidad (Crítica), La voluntad de vivir (Ariel). Ha coordinado Histo-
ria de la ética en tres volúmenes (Crítica).
Ana de Miguel Álvarez es Profesora Titular de Filosofía Moral y Política la
Universidad Rey Juan Carlos. Ha publicado libros sobre autores clásicos del
feminismo como John Stuart Mill y Alejandra Kollontai y ha editado la
obra de William Thompson y Anna Wheeler La demanda de la mitad de la
raza humana, las mujeres. También ha coeditado una selección de las obras
de Flora Tristán. Una selección de sus trabajos ha sido traducida al portu-
gués bajo el título O feminismo Ontem e Hoje (2002). En la actualidad está
trabajando sobre el feminismo como movimiento social y la construcción
del marco teórico de la violencia de género. Otras publicaciones: «El movi-
miento feminista y la construcción de marcos de interpretación: el caso de
la violencia contra las mujeres» (2003), «Hacia un nuevo Contrato Social:
políticas de redefinición y políticas reivindicativas en la lucha feminista»
(2002) y «The Feminist Movement and Redefinition of Reality» (2005).
Junto a Celia Amorós ha coeditado la obra colectiva Teoría Feminista. De la
Ilustración a la globalización (2005).
NOTAS SOBRE LOS AUTORES 375
(2000), del que es Editora, Rebeldes (2000), Pensadoras del Siglo XX (2001),
del que es también Coordinadora y Editora. Sus últimas obras son El Senti-
do de la Libertad (2001), Ética para un mundo global (2002) y Hablemos de
Dios, escrito en colaboración con Victoria Camps. Ha presidido y dirigido
múltiples cursos y seminarios, nacionales e internacionales, y colaborado en
doctorados de universidades españolas e hispanoamericanas, la UIMP, el
Centro de Estudios Constitucionales y el Consejo General del Poder Judi-
cial. Es Consultora para Naciones Unidas en Políticas de Género.
COLECCIÓN RAZÓN Y SOCIEDAD