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1
B.
En
una
perspectiva
teórica
de
tipo
foucaltiana,
se
puede
tomar
el
concepto
marxiano
de
capital,
sobre
todo
si
se
lo
considera
en
su
desarrollo
histórico,
así
como
aquel
del
paso
de
la
"manufactura"
a
la
"gran
industria",
de
la
figura
del
"capital
social"
a
la
del
"capital
financiero",
en
estrecha
relación
con
el
concepto
de
poder,
tal
como
lo
define
Foucault,
es
decir
como
el
producto
de
una
relación
de
fuerzas,
como
una
acción
sobre
la
acción
de
un
otro,
como
efecto
de
una
lucha
de
clase
que
posee
un
impacto
ontológico.
Son
las
características
de
la
nueva
subjetivación
proletaria,
resistente
y/o
activa
como
fuerza
productiva
(singularizada
y
cognitiva)
que
permiten
situar
en
el
centro
del
desarrollo
capitalista
a
la
lucha
de
clases,
entendida
como
el
motor
de
este
desarrollo
capitalista
y
su
eventual
crisis
final.
Y
dejemos,
cada
vez
que
alguien
hable
de
una
posible
final
del
capitalismo,
de
acusarlo
de
teleología
historicista....Son,
por
el
contrario
estas
analogías
las
que
nos
permiten
relanzar
el
sentido
de
la
"lucha
de
clases
como
("Begriff
des
Politischen")
.
(concepto
de
lo
político)
C.
En
este
contexto,
se
puede
también
avanzar,
y
es
el
tercer
punto
que
quiero
considerar,
en
el
análisis
de
la
transformación
de
la
"composición
técnica"
de
la
fuerza
de
trabajo,
haciendo
hincapié
sobre
la
relación
que
la
subjetivación
antagónica
opone
al
comando
capitalista.
En
una
perspectiva
foucaltiana,
a
partir
del
análisis
de
los
"tecnologías
del
sí"
se
puede,
en
efecto,
profundizar
la
eficacia
del
trabajo
vivo,
cuando
este
trabajo
vivo
se
reapropia
de
porciones
de
"capital
fijo".
Esto
significa
que
la
fuerza
de
trabajo
no
sólo
sufre
el
sometimiento
del
modo
de
producción
capitalista
sino
que,
subjetivándose
a
nivel
del
capital
cognitivo,
reacciona
constituyendo
nuevas
figuras
del
trabajo
vivo.
Éste,
apropiándose
de
fracciones
de
capital
fijo,
desarrolla
una
productividad
superior.
Alrededor
de
ese
tema,
es
hoy
posible
aprovechar
la
excedencia
como
característica
del
trabajo
vivo
cognitivo,
y
profundizar
el
análisis
de
su
productividad
biopolítica.
Esta
figura
del
capital,
y
aquella
del
poder,
se
encuentran
siempre
interactivas
en
la
relación
de
fuerza
que
las
constituye
y
son,
igualmente
interactivas
en
la
relación
que
preside
los
procesos
de
subjetivación.
Debemos
retomar
aquí
la
experiencia
de
Simondon,
no
tanto
para
utilizarla
y
desarrollarla
en
términos
de
intersubjetividad
y
de
transindividuación,
sino
más
bien
en
términos
–
más
deleuzianos
o
guattarianos-‐,
de
transformación
maquínica
de
las
corporeidades
y
de
la
subjetividad.
Si
se
carece
en
ocasiones,
como
en
Deleuze,
del
elemento
antagónico
de
la
subjetivación,
este
último
podrá
en
realidad
ser
reintroducido,
de
manera
eficaz,
insistiendo
en
la
intuición
de
Foucault.
De
la
misma
manera
que
la
lucha
de
clases
atraviesa
la
composición
orgánica
del
capital,
hay
–
y
esto
debe
ser
reconocido
como
siendo
cada
vez
más
central
–
un
elemento
maquínico,
movido
por
la
lucha
de
clases,
y
que
pertenece
a
la
composición
técnica
de
la
fuerza
de
trabajo
antagónica.
Después
de
Foucault,
este
desarrollo
del
discurso
marxiano
deviene
posible.
En
la
relación
de
clase,
tal
como
se
puede
estudiar
a
raíz
del
pensamiento
de
Foucault,
la
dimensión
ontológica
no
es
un
marco
sino
una
máquina
productiva.
La
acción
común,
la
hegemonía
productiva
del
común
derivan
no
sólo
de
la
transformación
del
trabajo
en
máquina
cognitiva,
sino,
sobre
todo,
de
la
transformación
antropológica
que
subyace,
de
los
comportamientos
de
los
que
se
alimenta,
de
la
nueva
potencia
tecnológica.
Arraigadas
en
la
antigüedad,
las
tecnologías
del
sí
foucaultianas
exceden
ampliamente
este
marco
y
dan
lugar
a
una
nueva
antropología
que
ya
no
tiene
característica
natural,
identitaria,
y
que
redefine
al
hombre
aún
después
de
la
"muerte
del
hombre".
La
investigación
foucaltiana
había
comenzado
con
el
análisis
de
"la
acumulación
de
los
hombres",
que
se
daba
al
mismo
tiempo
que
la
acumulación
originaria
del
capital;
ahora,
con
la
composición
técnica
del
trabajo,
se
trata
de
profundizar
la
transformación
de
los
cuerpos
productivos,
de
los
modos
de
vida;
y
se
trata
de
afirmar
de
manera
definitiva
que
los
"modos
de
vida"
se
han
convertido
en
"modos
de
producción".
D.
Finalmente,
cuarto
punto,
y
lo
digo
de
manera
totalmente
esquemática,
cuando
se
plantea
la
relación
entre
Foucault
y
Marx
a
partir
de
la
teoría
foucaltiana
de
la
subjetivación,
el
comunismo
sólo
podrá
ser
considerado
como
aquel
proceso
que
compone
de
conjunto
la
producción
del
común
y
la
subjetivación
democrática,
vale
decir
la
singularización
de
la
multitud.
Es
ahí
donde
la
ontología
productiva
recupera
el
concepto
de
común.
2
2.
Habiendo
ya
dicho
en
qué
manera
Foucault
me
ha
sido
útil
para
leer
a
Marx,
volvamos
hacia
atrás
y
retomemos
el
análisis
desde
un
punto
de
vista
menos
subjetivo
para
dar
una
base
más
clara
sobre
qué
tipo
de
lectura
ha
sido
la
mía
.
Si
se
recorre
el
siglo
que
va
de
Marx
a
Foucault,
y
si
se
analiza
la
diversidad
de
formas
de
explotación,
de
las
luchas
y
de
las
formas
de
vida,
nos
encontramos
en
realidad
con
un
cierto
número
de
puntos
esenciales.
Se
trata
de
ejemplos,
de
diferencias,
probablemente
gruesas,
sin
duda
limitadas,
pero
que
se
colocan,
a
pesar
de
ello,
en
el
centro
del
análisis
del
léxico
político
tanto
de
Marx
como
de
Foucault,
y
que
dan
la
impresión
de
la
existencia
de
una
distancia
muy
grande
entre
ellos
.
Analizaré
más
adelante
si
esas
diferencias
pueden,
pese
a
todo,
ser
reubicadas
en
una
perspectiva
común.
Primera
diferencia.
En
Marx,
la
unidad
del
comando
se
mantiene
en
la
figura
del
poder
soberano.
El
Gobierno
está
unificado
en
la
voluntad
del
capital.
En
Foucault,
la
unidad
del
poder
está,
por
el
contrario,
disuelta,
y
es
en
la
"gubermentalidad"
que
se
articulan
de
manera
plural
las
producciones
de
poder
diferentes
y
difusos.
Segunda
diferencia.
En
Marx,
la
dominación
es
aquella
del
capital
y
las
dinámicas
históricas
del
desarrollo
social
se
suceden
según
el
ritmo
de
las
distintas
"subsunciones"
siguiendo
una
perspectiva
unívoca
de
"capitalización"
o
incluso
de
"estatización
de
lo
social".
En
Foucault,
el
biopoder
se
descentra,
su
difusión
se
produce
por
germinaciones
diferentes
y
las
articulaciones
del
poder
se
singularizan.
Se
está
en
presencia
de
una
"socialización
de
lo
político".
Tercera
diferencia.
En
Marx,
el
comunismo
se
organiza
a
través
de
la
dictadura
del
proletariado,
la
única
que
puede
construir
la
transición
de
la
sociedad
capitalista
a
una
sociedad
sin
clases.
En
Foucault,
el
régimen
político
de
la
liberación
se
organiza
a
través
de
la
subjetivación,
se
singulariza
como
libertad
y
pone
en
la
producción
de
manera
ilimitada
la
construcción
de
la
felicidad
común.
El
problema
es
comprender
si
estas
diferencias
evidentes,
pueden
ser
corregidas,
o
conciliadas.
Las
divisiones
conceptuales
que
se
dan
por
lo
tanto
sobre
la
base
de
una
misma
línea
ontológica,
¿pueden
ellas
ser
borradas?
¿Pueden,
al
menos,
hacerse
menos
importantes
de
lo
que
parecen
a
primera
vista?
Por
ejemplo,
relativo
a
la
primera
diferencia:
en
Marx,
la
concepción
orgánica
del
Estado
y
del
comando
está
fuertemente
atenuada,
a
nivel
político,
por
el
análisis
histórico
del
comportamiento
de
las
clases
sociales,
por
el
dispositivo
interpretativo
de
la
"guerra
de
clase"
y
de
sus
efectos
transitorios
y
múltiples;
pero
también
por
las
hipótesis
(y
por
las
críticas)
"relacionadas
con
la
comuna"
desarrolladas
en
sus
diferentes
escritos
históricos.
En
todos
los
casos
es,
esencialmente,
sobre
el
terreno
de
la
crítica
de
la
economía
política
que
esta
concepción
se
ve
profundamente
modificada
cuando,
del
análisis
de
los
procesos
productivos
y
reproductivos
–
en
figuras
fuertemente
centralizadas
y
abstractas-‐,
Marx
pasa
al
análisis
de
la
circulación
social
de
las
mercancías
remitiendo
el
proceso
de
producción
a
las
formas
de
formación
del
valor.
Por
lo
tanto
ligeramente
hacia
el
análisis
del
salario
y
en
consecuencia
hacia
la
descripción
de
las
clases
sociales
y
de
los
modos
de
vida.
La
multiplicación
y
la
difusión
de
los
mecanismos
de
poder
esbozan
entonces
espacios
realmente
muy
amplios
–
cuando
la
sociedad
deviene
fábrica,
los
procesos
de
poder
se
multiplican,
se
vuelven
diferentes
y
sobre
esta
diferencia
se
ponen
literalmente
a
pulsar.
Pasemos
a
la
segunda
diferencia.
Paralelamente
a
esta
"capitalización",
es
decir
a
la
estatización
de
la
sociedad
(que
se
presenta
de
manera
muy
violenta
en
la
acumulación
originaria),
hay
también
en
Marx
una
cierta
"gubermentalización"
o
"socialización
del
Estado"
que
aparece
de
manera
evidente
en
el
proceso
de
transformación
del
modo
de
producción
capitalista
–
de
la
"subsunción
formal"
a
la
"subsunción
real".
Roberto
Nigro
ha
insistido
esencialmente
sobre
estas
analogías
de
la
subsunción
en
Marx
y
en
Foucault;
en
cuanto
a
Pierre
Macherey,
ha
procurado
alcanzarlas
a
través
del
análisis
de
las
transformaciones
de
la
sociedad,
mutación
específica
que
transforma
el
"sujeto
producto"
en
"sujeto
productivo",
y
que
en
Foucault
se
encuentra
en
el
núcleo
del
problema
de
la
subjetivación.
3
Tercera
diferencia
a
presentar:
el
comunismo
marxiano,
la
dictadura
del
proletariado
y
su
trastrocamiento
ontológico
en
las
distintas
formulaciones
de
la
subjetivación
foucaltiana.
Una
vez
más,
se
puede
estar
tentado
a
establecer
una
cierta
convergencia,
si
se
piensa,
por
ejemplo,
en
las
páginas
donde
Marx
se
consagra
en
los
Grundrisse
al
comunismo,
al
"general
intelect"
y
al
"individuo
social".
La
semejanza
es
particularmente
evidente
si
se
compara
este
texto
con
los
cursos
de
Foucault
a
partir
de
1978:
en
Foucault
puede
ser
el
fruto
de
debates
con
los
amigos,
colegas
o
colaboradores;
sin
duda
es
también
el
registro
visible
de
toda
una
historiografía
de
derivación
marxista;
pienso
al
respecto
principalmente
en
el
trabajo
de
E.
P
Thompson.
Para
concluir
sobre
este
punto,
si
estas
similitudes
acercan
nuestros
dos
autores
alrededor
de
un
cierto
número
de
temas
centrales
para
el
pensamiento
moderno
(el
Estado
,
la
sociedad,
el
sujeto),
no
nos
permiten
sin
embargo
colocarlos
más
que
en
el
interior
de
una
disolución
de
la
modernidad
y
no
del
lado
del
desarrollo
de
una
nueva
ontología.
Por
lo
tanto,
cabe
señalar
también
que
al
comentar
las
diferencias
y
similitudes
entre
Marx
y
Foucault,
nos
hemos
referido
a
ese
Foucault
específico
que
llega
hasta
mediados
del
decenio
de
1970.
Las
analogías
que
he
intentado
apuntar
siguen
siendo
muy
confusas.
Los
conceptos
son
tratados
de
manera
aún
ambigua.
Basta
pensar
que
en
Marx,
para
el
primer
y
el
segundo
ejemplo,
toda
acentuación
discursiva
no
viene
dada
nunca
en
términos
de
singularización
sino
bajo
una
extrema
"abstracción".
Exactamente
a
la
inversa
de
lo
que
se
produce
en
Foucault.
3.
Creo
que
si
se
retoma
Foucault
a
partir
de
los
cursos
de
1977-‐1978,
y
leyendo
sus
escritos
y
lecciones
con
posterioridad
a
1984,
lo
que
me
ha
sido
posible
hacerlo
no
sólo
como
filósofo
sino
como
militante
(los
cursos
del
College
de
France
tienen
en
realidad
este
tono
bien
específico,
que
permite
también
esta
otra
lectura),
podremos
definir
una
base
que
vaya
más
allá
de
la
eventual
superficialidad
convergente
entre
el
pensamiento
marxiano
y
aquel
foucaultiano
sobre
la
gubermentalidad,
la
biopolítica
y
el
sujeto
y
que
permita,
más
bien,
consolidar,
en
ambos,
un
común
inserto
en
una
ontología
del
presente.
En
los
años
que
aquí
interesan,
Foucault
avanza
sobre
la
articulación
entre
la
ética
y
la
política
y
define
la
"relación
de
si"
que
es,
a
contrapelo
de
toda
operación
individualizante
o
de
cualquier
recuperación
del
sujeto
cartesiano,
una
constitución
colectiva
del
sujeto
y
su
inmersión
en
el
proceso
histórico.
Se
asiste
a
una
"destitución"
del
sujeto
que
se
presenta
como
una
profundización
del
Nosotros
-‐de
la
relación
yo/nosotros-‐
no
solo
como
devenir,
sino
como
práctica
de
la
multiplicidad.
El
nosotros
es
una
multitud,
y
el
yo
está
siempre
definido
en
la
relación
que
se
juega
con
relación
a
los
otros.
Si
se
analiza
el
cuidado
de
sí,
sobre
lo
que
se
ocupa
largamente
Foucault,
se
advierte
perfectamente,
por
ejemplo,
que
este
cuidado
no
es
reducible
a
una
práctica
individual,
ni
a
lo
que
Judith
Revel
describe
en
un
texto
reciente
como
"una
respuesta
individual
a
un
poder
que
tiende
a
construir
y
modelar
al
individuo,
según
sus
propias
necesidades.
Para
decirlo
de
manera
brutal
y
esquemática,
el
sí
griego
no
es
el
yo
cartesiano,
y
no
es
tampoco,
a
fortiori,
el
individuo
construido
por
el
liberalismo
político
y
económico
cuyo
nacimiento
Foucault
describe
en
1978-‐1979,
es
más
bien
aquella
singularidad
que
Deleuze
había
definido".
La
ética
se
formula,
precisamente,
sobre
este
entrecruzamiento
entre
el
ser
y
el
hacer.
Sigue
el
descentramiento
del
proceso
de
subjetivación
que
es
totalmente
político.
Es
aquí
donde
los
cínicos
triunfan
y
donde
la
parrèsia
aparece
según
lo
que
ella
es:
no
sólo
como
una
voluntad
(de
decir
la
verdad)
sino
como
terreno
de
la
verdad.
Pero
para
afirmar
esto,
hay
que
insistir
no
sólo
sobre
la
pareja
poder/resistencia,
que
introduce
una
asimetría
entre
los
dos
términos,
aunque
no
pensable
el
uno
sin
el
otro,
sino
sobre
todo,
en
el
carácter
ontológico
de
esta
diferencia.
Esta
dimensión
ontológica
aparece
en
la
intransitividad
de
la
libertad,
elemento
incondicional,
incluso
cuando
se
sobrepone
a
una
relación
de
poder.
Es
exactamente
aquello
que
viene
con
el
trabajo
vivo,
potencia
intransitiva
en
la
relación
del
capital.
La
verdad
es
construida
sobre
un
terreno
poiético
que
produce
un
ser
nuevo.
Las
luchas
de
liberación,
por
ejemplo,
desarrollan
una
práctica
intransitiva
de
la
libertad,
de
una
libertad
que
crea
4
verdad.
En
el
debate
con
Noam
Chomsky,
cuando
la
discusión
se
plantea
sobre
el
terreno
de
la
verdad
del
proletariado,
Foucault
responde:
"le
responderé
en
los
términos
de
Spinoza.
Le
diré
que
el
proletariado
no
hace
la
guerra
a
la
clase
dirigente
porque
considera
que
esta
guerra
es
justa.
El
proletariado
hace
la
guerra
a
la
clase
dirigente
porque,
por
primera
vez
en
la
historia,
quiere
tomar
el
poder.
Y
porque
desea
derrocar
el
poder
de
la
clase
dirigente,
considera
que
esta
guerra
es
justa".
Por
último,
es
evidente
que
el
desarrollo
de
esos
procesos
de
subjetivación
conduce
a
una
reformulación
continua
de
la
gramática
(y
de
las
prácticas)
del
poder.
Si
la
arqueología
reconoce
la
diferencia
que
existe
entre
el
pasado
y
nuestro
presente,
y
si
la
genealogía
experimenta
la
diferencia
entre
mañana
y
la
actualidad,
todo
esto
no
es
posible
hacerlo
sino
a
través
de
una
segura
indagación
sobre
el
presente,
a
través
de
una
"ontología
crítica
de
nosotros
mismos".
Y
es
a
través
de
esta
ontología
crítica
de
nosotros
mismos,
alojada
en
el
presente,
que
tenemos
la
posibilidad
–
mejor
dicho
la
necesidad
–
de
poner
en
crisis
las
categorías
de
la
modernidad.
Cabría
aquí
citar
numerosos
ejemplos;
aquellos
que
me
parecen
fundamentales
son
la
problemática
referida
a
la
nueva
calidad
del
"trabajo
vivo"
y
la
nueva
dimensión
de
su
capacidad
productiva;
en
segundo
lugar
el
agotamiento
de
la
dimensión
de
lo
"privado"
y
de
lo
"público"
y
la
emergencia
del
terreno
"común"
que
la
relación
yo/nosotros,
la
producción
del
yo
en
el
trabajo
de
nosotros,
determina.
Lo
que
es
importante
en
esta
secuencia
de
la
historia,
de
la
ética
y
de
la
acción
política,
es
constituir
la
proyección,
o,
más
exactamente,
el
dispositivo
de
una
ontología
abierta,
de
una
verdadera
y
propia
producción
del
ser.
Resulta
extraño,
sin
duda,
aunque
no
menos
relevante,
recordar
que
este
análisis
foucaltiano
se
hubiera
desarrollado
en
una
época
donde
el
existencialismo
sartriano
se
había
impuesto
también
en
el
ámbito
de
la
izquierda
revolucionaria.
Pero,
contra
Sartre,
en
Foucault
no
está
presente
la
idea
de
la
libertad
del
sujeto
y
necesidad
del
hecho,
sino
una
determinación
necesaria
del
contexto
ontológico
y
su
apertura:
la
libertad
del
accionar
y
de
hacer
éticas.
4.
En
la
Postmodernidad,
luego
de
Heidegger,
la
ontología
no
se
define
más
como
el
lugar
del
fundamento
del
sujeto,
sino
como
un
agenciamiento
lingüístico,
práctico
y
cooperativo,
como
un
tejido
de
la
praxis.
En
definitiva
es
una
ontología
del
ser
presente
que
ha
roto
la
continuidad
de
la
filosofía
trascendental
tal
como
se
había
establecido
desde
Kant.
Esta
nueva
ontología
se
despega
literalmente
de
la
ontología
moderna
y
de
su
raíz
cartesiana,
de
la
centralidad
del
sujeto,
y
se
construye
sobre
una
nueva
materialidad
de
"los
modos
de
vida".
Se
derrumba
la
pantalla
epistemológica,
considerada
necesaria
para
tener
acceso
a
la
realidad.
Es
Heidegger
quien
se
anticipó
sobre
este
terreno.
Pero
es
también
Heidegger
quien
paradójicamente
lo
vuelve
impracticable,
cuando
el
trabajo
técnico
que
ahora
constituye
el
mundo
se
enfrenta
con
el
trabajo,
la
obra
misma.
"La
amenaza
que
pesa
sobre
el
hombre
no
proviene
más
en
primer
lugar
de
las
máquinas
y
aparatos
de
la
técnica,
cuya
acción
podría
posiblemente
ser
mortal.
La
verdadera
amenaza
ya
ha
golpeado
al
hombre
en
su
ser.
El
imperio
de
la
Gestell
amenaza
la
posibilidad
de
que
el
hombre
pueda
denegarse
la
posibilidad
de
alcanzar
una
revelación
más
original
y
escuchar
así
el
llamamiento
de
una
verdad
más
inicial".
En
Heidegger,
donde
el
ser
no
es
productivo,
la
técnica
ahoga
la
producción
en
un
destino
inhumano
que
introduce,
en
la
génesis
de
la
nueva
ontología,
un
signo
de
perversión.
La
técnica
aquí
nos
devuelve
un
mundo
devastado,
un
waste
land:
aquí,
inevitablemente
reaparecen
ahora
los
fantasmas
del
sujeto,
bien
representados
en
el
existencialismo
de
Heidegger.
Entre
Nietzsche
y
Foucault,
me
parece
definirse
otro
camino.
Ellos
asumen
de
hecho
el
ser
del
mundo
en
oposición
a
Heidegger
por
aquello
que
el
ser
es,
profundizan
para
conocer
aquello
en
lo
que
ha
devenido,
para
manipular
los
desechos
del
pasado,
la
competencia
del
presente,
la
aventura
de
aquello
que
está
por
delante,
aprovechada
en
su
realidad
material
y
abierta
a
su
temporalidad.
Para
ellos
se
trata
de
un
estímulo
a
llenar
en
la
historia
de
la
ontología,
a
establecer
relaciones
lingüísticas
y
dispositivos
performativos,
reconstrucción
genealógica
y
voluntad
de
verdad,
de
modo
que
produzcan,
interactuando,
un
nuevo
ser.
Ellos
tienden
toda
relación
sobre
la
máquina
constitutiva
del
mundo.
La
epistemología
trascendental
es
rechazada,
no
puede
constituir
una
5
garantía
de
conocimiento
para
aquella
ontología
del
presente
dentro
de
la
que
se
produce
nuestra
vida.
En
oposición
a
Heidegger,
dentro
de
la
nueva
ontología
se
produce
aquí
una
decisiva
bifurcación
que
se
abre
a
una
especie
de
"pulsación"
común
de
la
vida.
La
producción
del
ser
no
se
da
ni
en
la
profundidad,
ni
en
lo
trascendental,
sino
que
se
organiza
en
la
presencia,
en
la
actualidad,
en
aras
de
la
vida.
Hablo
de
pulsación
y
no
de
que
estamos
ante
una
ambigüedad:
nada
de
vitalismo
aquí;
estamos
en
la
vida
social
y
política,
no
en
una
vida
naturalizada
o
biologizada.
La
vida
es
siempre
social
y
política.
En
Foucault
se
expresa,
de
la
manera
más
alta,
este
ser
inmerso
en
una
nueva
ontología
del
presente.
Un
ser
común,
donde
la
dependencia
recíproca
y
multilateral
de
la
singularidad
construye
el
único
terreno
sobre
el
que
es
posible
colocar
al
interrogante
cognoscitivo
y
buscar
la
verdad.
El
libro
de
Foucault,
desde
el
inicio
al
fin,
como
lo
recuerda
Macherey,
se
ubica
"al
comienzo
de
un
período
de
grandes
disputas
que
han
marcado
una
completa
renovación
de
las
maneras
de
pensar
y
de
escribir
heredadas
de
la
post
guerra
con
el
cuestionamiento
simultáneo
de
realismo
narrativo,
de
los
filósofos
del
sujeto,
de
la
representaciones
continuistas
del
progreso
histórico
de
la
racionalidad
dialéctica"
Liberarse
de
dicha
cultura
significa
deshacerse
del
sujeto
soberano
y
del
concepto
de
conciencia
–
y
con
ellos,
de
cualquier
teleología
de
la
historia.
Esto
significa
concebir
la
ontología
como
tejido
y
como
producto
de
la
praxis
colectiva.
A
mediados
de
los
70´s,
leyendo
cuanto
Foucault
tenía
producido
hasta
ese
momento,
percibía
un
impasse
y
me
preguntaba
si
ese
estancamiento
no
debía
ser
superado,
más
allá
del
culto
estructuralista
del
objeto
y
de
la
fascinación
espiritualista
del
sujeto,
por
una
pulsación
hacia
la
subjetivación,
hacia
una
construcción
ontológica
del
por-‐venir.
Esto
es
exactamente
lo
que
se
produjo
hacia
finales
de
los
70´s.
En
Marx,
estamos
frente
a
una
misma
forma
de
consideración
ontológica.
Enraizamiento
en
y
de
la
presencia
histórica,
y
su
reconstitución
continua.
No
hay
ninguna
Metafísica
del
sujeto.
El
tejido
ontológico
es
exactamente
el
mismo
que
aquel
señalado,
hace
un
momento,
como
"nueva
ontología".
Tomar
en
serio
esta
inmediatez
ontológica
no
significa
en
absoluto
no
tener
en
cuenta
la
diversidad
de
las
épocas
históricas,
y
por
lo
tanto
también
los
"modos
de
vida"
en
la
historia
–
a
los
que
se
aplican
las
reflexiones
de
Foucault
y
de
Marx-‐,
sino
simplemente
ser
capaz
de
enfrentarlas
sobre
una
base
homogénea.
Se
trata
de
proceder
sobre
los
cuatro
puntos
que
en
el
inicio
de
esta
intervención
hemos
definido
y
que
recuerdo
ahora:
historización
radical
de
la
crítica
de
la
economía
política;
reconocimiento
de
la
lucha
de
clases
como
motor
del
desarrollo
capitalista;
subjetivación
en
la
lucha
de
la
fuerza
de
trabajo,
del
trabajo
vivo
y
adecuación
de
los
cuerpos
productivos
a
las
mutaciones
de
las
relaciones
de
producción;
y
finalmente
definición
de
una
subjetivación
abierta
al
común.
5.
Con
frecuencia,
en
el
contexto
del
debate
francés,
en
contra
de
cuanto
he
dicho
hasta
acá,
se
trató
de
avanzar
en
este
terreno
desarrollando
la
idea
de
una
de-‐subjetivación
del
discurso
ontológico
utilizando
la
mediación
del
pensamiento
de
Althusser.
En
efecto,
se
propuso,
con
una
gran
radicalidad,
esta
línea
de
pensamiento.
Esta
fuera
de
dudas
que
Althusser
fundó
la
crítica
sobre
este
terreno:
"el
individuo
es
interpelado
como
sujeto
libre
porque
él
se
somete
libremente
a
las
órdenes
del
Sujeto,
por
lo
que
él
acepta
(libremente)
su
sujeción,
porque
"acomete
todo
solo",
los
gestos
y
actos
de
su
sujeción.
No
hay
sujetos
más
que
por
y
para
la
sujeción".
Somos
conscientes.
No
es
menos
cierto
que,
sin
embargo,
en
este
proceso
de
furia
para
socavar
a
la
subjetividad,
por
recortar
todo
espiritualismo
posible,
Althusser
haya
paradójicamente
cortado
la
rama
sobre
la
cual
se
asentaba.
Balibar
corrige
la
cosa:
"es
solamente
en
el
proceso
sin
sujeto,
en
tanto
proceso
histórico,
que
la
"constitución
del
sujeto"
puede
tener
sentido".
La
crítica
marxista
del
sujeto
no
puede
ser
de
hecho
traducida
en
una
figura
no
calificada
o
indeterminada
del
anti-‐humanismo.
La
historicidad,
la
potencia
que
emerge
de
ella
debe
ser
recuperada.
Más
bien,
en
la
ontología
del
presente
resurge
un
humanismo
que
se
impone
después
de
"la
muerte
del
hombre".
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