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A pesar de ser terrenos áridos y no fértiles a priori, los desiertos también pueden

convertirse en nuevas tierras para el cultivo, y su aprovechamiento agrícola eficiente


es una de las opciones más claras de la agricultura sostenible. Sólo hay que saber
cómo hacerlo.
Hace algunas semanas conocíamos la noticia de que unos jóvenes investigadores chilenos habían decidido plantar diversas
especies de cebollas en mitad de la Pampa del Tamarugal, una de las zonas más desérticas del país. La experiencia comenzó
con la siembra de almácigos para la instalación de una parcela demostrativa, donde se probó el resultado de las dos
variedades de cebolla, con tal de determinar la que mejor se adaptaba a las condiciones de aridez y salinidad del desierto.

Esta experiencia abre nuevos caminos a los agricultores de la zona, con una aridez que dificulta la apertura de nuevos
mercados. La incorporación de cultivos estratégicos se está convirtiendo en una práctica cada vez más habitual para conocer
qué tipo de productos pueden plantarse en cada zona de forma eficiente, teniendo en cuenta el suelo o la temperatura. Y en
este caso concreto, como podemos ver, hablamos de incorporar cultivos también en los desiertos, lugares que parecen
totalmente abocados a la infertilidad agrícola pero que, como se está demostrando, pueden convertirse en nuevos espacios
de cultivo.

¿Tan áridos como parecen?


Más de la mitad de las tierras cultivables del planeta son áridas o viven bajo la amenaza de la sequía. En los próximos años,
podría ser incluso peor, el cambio climático provoca la reducción de las precipitaciones y el aumento de las temperaturas
globales, por lo tanto, cada vez más parte de la tierra se convierte en desierto. La idea es sencilla, se trata de adaptarnos a
las nuevas condiciones de nuestro planeta.

Pero evidentemente, tampoco se trata de una idea completamente nueva. La experiencia de pueblos antiguos que han vivido
durante siglos en condiciones de aridez puede ser de gran ayuda en la actualidad. Por ejemplo, los indios nativos americanos
en el Desierto de Sonora se basan desde hace siglos en un sistema natural de riego que aprovecha las inundaciones
estacionales y las laderas para sus cultivos. En el Valle de Salt River, en Arizona, un sistema de canalización para riego
creado hace unos quince siglos, sin el uso de metales o de la rueda, ha servido de modelo para los ingenieros actuales.
En la actualidad, la agricultura en el desierto proporciona alimentos a millones de personas. En algunos países, de hecho, se
trata del único suelo que pueden cultivar con ciertas garantías. Países como Somalia, Etiopía, Níger, Egipto, Israel o Chile ya
miran hacia el desierto cuando hablan de agricultura. Millones de habitantes se alimentan con ella, pues la innovación en
estas zonas del planeta va orientada precisamente a eso, a encontrar sistemas de cultivo que se basen en técnicas sencillas
de especies autóctonas, una práctica que, a su vez, facilita la recuperación de espacios naturales.

¿Es ecológicamente sostenible? Por supuesto. Las ventajas ecológicas y sociales de aprovechar zonas desérticas para su
uso agrícola son notables. En primer lugar, los suelos se vuelven más fértiles y se reduce la erosión en ellos, frenando así un
problema ecológico que ha aumentado en los últimos años. Por otra parte, los efectos del calentamiento global son mitigados.
Desde un punto de vista social y económico, las prácticas agrícolas en el desierto lo convierten en suministrador de alimentos
y de ingresos económicos, lo que repercute sobre todo en las condiciones de vida de los más pobres. Todos estas ventajas,
que pasan por una sostenibilidad veraz, permiten también que la población local vea futuro en su lugar de nacimiento, y se
eviten así éxodos a grandes ciudades en las que la superpoblación hace que las condiciones de vida sean todavía más
penosas.

Sekem, a la cabeza de la agricultura sostenible egipcia


En el año 1977 Ibrahim Abouleish, Premio Nobel Alternativo en el año 2003, fundó Sekem, una cooperativa egipcia al sur de
El Cairo. Este negocio se planteó, según su fundador como "modelo del siglo XXI en el que están integrados el éxito
empresarial y el desarrollo social y cultural de la sociedad a través de una economía de afecto”. Treinta y seis años después
de su fundación, Sekem cuenta con un total de siete empresas que dan trabajo a casi 2.000 personas, y que han hecho de la
agricultura biodinámica en el desierto su principal fuente de ingresos. Junto a los alimentos ecológicos, las empresas de
Sekem producen productos para la salud y textiles, siempre bajo la premisa de los modelos de producción ecológicos.
Entre las siete empresas que componen Sekem se encuentra la fitofarmacéutica Atos, que produce medicamentos naturales
contra el cáncer, problemas de la circulación, enfermedades dermatológicas y reuma; la productora de alimentos
ecológicos Isis, que elabora cereales, arroz, verduras, pasta, miel, mermelada, dátiles, especias, hierbas aromáticas, tés y
zumos de frutas; la empresa de cultivo biodinámico Libra, que cultiva mediante procedimientos biodinámicos algodón y
cereales; Lotus que recoge y procesa plantas aromáticas; Hator, que comercializa fruta fresca; Mizan que reproduce semillas
de verduras y Conytex Nature, que fabrica ropa y textiles ecológicos. La investigación para todas las empresas se realiza en
la Academia Sekem de artes y ciencias aplicadas. Con los beneficios de todas estas empresas se financian guarderías,
centros educativos Waldorf y clínicas para los trabajadores de la zona, y en el año 2009 se puso en marcha una Universidad
pública.

Pero Egipto no es el único país que ha hecho del desierto su principal productor agrícola. Israel, con un 60% de sus tierras
de cultivo en zonas de desierto, ha demostrado que la aplicación de diversas técnicas innovadoras supone resultados
sorprendentes y sostenibles para iniciativas tanto del Gobierno como privadas, lo que facilita la fusión de ambas. En el caso
de Israel el principal objetivo ha sido obtener una forma eficiente para controlar y canalizar el agua. Así, gracias al trabajo y a
la investigación, los recursos hídricos se obtienen de varias formas, gracias a un sistema de canalización desde el Mar de
Galilea o del reciclaje de aguas grises de las zonas urbanas. Los agricultores israelíes han introducido especies adaptadas a
estas condiciones extremas, como la jojoba, el cactus opuntia o varias especies de flores. El cultivo en invernaderos
especiales proporciona diversos tipos de verduras, hierbas y flores para su exportación. En las zonas de dunas se cultivan
cítricos o mangos con agua reciclada, y las zonas de colinas con escasas precipitaciones y muy erosionadas en el pasado se
han recuperado mediante una intensiva reforestación.

En el caso de Libia, por ejemplo, los esfuerzos se han centrado en los últimos años en establecer sistemas de riego eficaces.
Libia, situado al norte de África, no se conoce precisamente por disponer de amplias cantidades de agua fresca, ni mucho
menos de agua para su uso en aplicaciones agrícolas. Más bien al contrario, el acceso al agua es uno de los mayores
problemas de la población local. Por eso, se ha involucrado durante años en los cultivos regados mediante sistemas
mecanizados de pivotes centrales. Estos sistemas usan de manera eficiente la energía eléctrica, y se han diseñado para
minimizar la pérdida de agua por evaporación, con emisores de riego por aspersión que distribuyen el agua desde la cabeza
del pivot hasta el cañón final de cierre de cultivo, regando en círculos.

El agua que alimenta los cultivos se distribuye a través de las tuberías principales de acero que van montadas sobre los
tramos. Éstos se mueven mediante ruedas en círculos concéntricos desde el punto pivotante hasta el alero. Con este método
de riego mecanizado se desperdicia menos agua, y los cultivos comprendidos en ese círculo agrícola pueden recibir el máximo
recurso hídrico disponible. Aunque las máquinas de riego Pivot se utilizan ya de manera habitual en muchos países,
incluyendo la India y otras zonas desérticas de Estados Unidos, la forma como se usa para cultivar en Libia es única. En un
país como éste, donde más del 95% del territorio lo compone el desierto del Sahara, este tipo de mecanización agrícola no
es una inversión barata. Sólo es posible aprovechando los depósitos de agua fósil de los acuíferos subterráneos. Cada parcela
circular tiene más o menos un kilómetro de diámetro, y en ellas se cultivan grano, frutas y verduras, y forrajes para el ganado.

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