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LECTOR 1: Motivación:
Como Familia salesiana tenemos mucho que aprender
de Don Bosco. De su profunda humanidad -llena de amor por los
jóvenes pobres- y de su amor a toda prueba por Jesús al que sirve sin
descanso. En su sueño de los 9 años vimos que su maestra en acercarse a
Jesús fue la Virgen. Su relación con ella se hizo tan habitual que llegó a
sentir su presencia en muchas ocasiones: “la Virgen está aquí”. Tenía la
certeza de la presencia de la Virgen, y eso le daba confianza y alegría.
LECTOR 2: Oración Preparatoria
¡Oh, María Santísima!,
¡Madre de bondad y de misericordia!
tú que siempre libraste al pueblo cristiano,
con tu poderoso amparo, de los asaltos e insidias del enemigo,
protege nuestras almas, te lo suplicamos,
de las acometidas del demonio, del mundo y de la carne,
para que alcancemos completa victoria sobre los enemigos de nuestra
salvación.
1. En María, llena de gracia, la Iglesia ha reconocido a la "toda santa, libre de toda mancha de
pecado, (...) enriquecida desde el primer instante de su concepción con una resplandeciente
santidad del todo singular"
Este reconocimiento requirió un largo itinerario de reflexión doctrinal, que llevó a la
proclamación solemne del dogma de la Inmaculada Concepción.
El término "hecha llena de gracia" que el ángel aplica a María en la Anunciación se refiere al
excepcional favor divino concedido a la joven de Nazaret con vistas a la maternidad anunciada,
pero indica más directamente el efecto de la gracia divina en María, pues fue colmada, de forma
íntima y estable, por la gracia divina y, por tanto, santificada. El calificativo "llena de gracia" tiene
un significado extenso, que el Espíritu Santo ha impulsado siempre a la Iglesia a profundizar.
2.- Tú qué sabes mis secretos, pues todos te los confío, da la paz a los turbados y
alivio al corazón mío.
3.- Y aunque tu amor no merezco, nadie recurre a Ti en vano, pues eres Madre de
Dios y Auxilio de los cristianos.
Acuérdate, ¡oh piadosísima Virgen María! que jamás se ha oído decir que ninguno de
los que han acudido a tú protección, implorado vuestra asistencia y reclamado tú
socorro, haya sido abandonado de ti. Animado con esta confianza, a Ti también acudo,
¡oh Madre, Virgen de las vírgenes! Y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados,
me atrevo a comparecer ante tu presencia soberana. No deseches, ¡oh Madre de Dios!,
mis humildes súplicas, antes bien, inclina a ellas tus oídos y dígnate atenderlas
favorablemente.