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Durante el tiempo en que Jesucristo estuvo en la tierra predicando, enseñó la importancia

del servicio. El Señor, a través de sus actos, demostraba y a la vez les enseñaba a los que le
seguían que para Él y para el Padre Celestial cada ser humano es de gran valor y que el
servicio que se preste a cada uno de ellos demuestran el amor que tienen a Dios el Padre y a
Jesucristo.

CUANDO un fariseo le preguntó a Jesús cuál era el principal mandamiento de la Ley, este
le contestó: “Tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y
con toda tu mente”. Ya vimos en el artículo anterior lo que esto significa. Pero luego Jesús
añadió que el segundo mandamiento más importante era este: “Tienes que amar a tu
prójimo como a ti mismo” (Mat. 22:34-39).

Sigamos la Regla de Oro. Jesús nos dijo en qué consistía esta regla cuando pronunció las
siguientes palabras en su Sermón del Monte: “Todas las cosas que quieren que los hombres
les hagan, también ustedes de igual manera tienen que hacérselas a ellos; esto, de hecho, es
lo que significan la Ley y los Profetas” (Mat. 7:12).

Amemos a nuestros enemigos. Jesús enseñó: “Oyeron ustedes que se dijo: ‘Tienes que
amar a tu prójimo y odiar a tu enemigo’. Sin embargo, yo les digo: Continúen amando a sus
enemigos y orando por los que los persiguen; para que demuestren ser hijos de su Padre que
está en los cielos” (Mat. 5:43-45). El apóstol Pablo dio un consejo parecido cuando
escribió: “Si tu enemigo tiene hambre, aliméntalo; si tiene sed, dale algo de beber” (Rom.
12:20; Prov. 25:21). Según la Ley mosaica, si un israelita veía que el animal de su enemigo
había quedado atrapado bajo la carga, debía ayudarle a liberarlo (Éx. 23:5). Esa
colaboración podía hacer que anteriores enemigos llegaran a ser buenos amigos. Lo mismo
es cierto hoy. Cuando tratamos con amor a nuestros enemigos, incluso a los perseguidores
más crueles, podemos ablandarlos y hacer que cambien de actitud. ¿Y quién sabe? Quizás
algunos hasta se hagan siervos de Jehová.

IGLESIA

“No se estimen mejores que los demás ni se erijan en sus jueces. Ya que no pueden
discernir los motivos, no pueden juzgar a otro. Si lo critican, están emitiendo una sentencia
sobre vuestro propio caso; porque demuestran ser partícipes con Satanás, el acusador de los
hermanos” (DTG 280, 281).

No seamos criticones. “Dejen de juzgar, para que no sean juzgados —dijo Jesús—; porque
con el juicio con que ustedes juzgan, serán juzgados; y con la medida con que miden, se les
medirá. Entonces, ¿por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano, pero no tomas en
cuenta la viga que hay en tu propio ojo? O, ¿cómo puedes decir a tu hermano: ‘Permíteme
extraer la paja de tu ojo’; cuando ¡mira!, hay una viga en tu propio ojo? ¡Hipócrita! Primero
extrae la viga de tu propio ojo, y entonces verás claramente cómo extraer la paja del ojo de
tu hermano.” (Mat. 7:1-5.) ¿Cómo vamos a criticar las pequeñas faltas de otros cuando
nosotros mismos somos culpables de faltas muy grandes? ¡Qué lección tan impresionante!
Santiago 4:17
17 y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado.

En segundo lugar, un acto pecaminoso puede ser de acción o de omisión. No logran ver que
el pecado es infinitamente más grave la mera comisión de cosas indebidas. También
comprende la indisposición para realizar obras de amor en favor del prójimo. El poder
condenador de la ley de Dios se extiende no sólo a lo que hacemos, sino a lo que no hacemos.
No hemos de justificarnos dejando de hacer lo que Dios requiere. No sólo hemos de cesar de
hacer el mal, sino que debemos aprender a hacer el bien. Dios nos ha dado facultades que
deben ejercerse en buenas obras, y si no se emplean esas facultades, ciertamente seremos
considerados como siervos malos y negligentes. Quizá no hayamos cometido atroces
pecados; tales faltas quizá no estén registradas contra nosotros en el libro de Dios; pero el
hecho de que nuestros actos no sean registrados como puros, buenos, elevados y nobles, lo
que indica que no hemos cultivado los talentos que se nos confiaron, nos coloca bajo
condenación. 1MS 257.2

En la ilustración de Jesús sobre el juicio final, los "buenos" fariseos fueron sorprendidos
totalmente fuera de base porque veían simplemente los pecados de comisión y pasaban por
alto los pecados de omisión (Mat. 25:31-46)

Lo que quiero destacar es que podemos dejar de hacer cosas "malas" mientras en esencia
seguimos siendo egoístas y malvados. La prueba verdadera de una transformación total y de
la vivencia de los principios de Dios es una vida que esté constantemente buscando servir
a otros por amor.

Es cierto que se puede dejar de hacer cosas "malas" mediante el ejercicio de la voluntad,
pero para amar "genuinamente" él un enemigo se necesita del poder transformador
del Espíritu Santo. En este sentido, aun la persona "buena" necesita pasar por la
experiencia de la conversión. La cuestión aquí no es si odiamos a Dios, sino si lo
amamos a él y a sus criaturas más de lo que nos amamos a nosotros mismos

En El camino a Cristo leemos que no todos los pecados son de igual magnitud delante de
Dios; hay diferencia de pecados a su juicio, como la hay a juicio de los hombres. Sin
embargo, aunque este o aquel acto malo pueda parecer trivial a los ojos de los hombres,
ningún pecado es pequeño a la vista de Dios. El juicio de los hombres es parcial e
imperfecto; mas Dios ve todas las cosas como son realmente. Al borracho se le desprecia y
se le dice que su pecado le excluirá del cielo, mientras que demasiado a menudo el
orgullo, el egoísmo y la codicia no son reprendidos. Sin embargo, son pecados que
ofenden en forma especial a Dios, porque contrarían la benevolencia de su carácter, ese
amor abnegado que es la misma atmósfera del universo que no ha caído. El que comete
alguno de los pecados más groseros puede avergonzarse y sentir su pobreza y necesidad de
la gracia de Cristo; pero el orgulloso no siente necesidad alguna y así cierra su corazón a
Cristo y se priva de las infinitas bendiciones que El vino a derramar.
El Camino a Cristo, Página 26
Estos creyentes , ven al pecado como una "cantidad" que se puede pesar y no como como
un estilo de vida,
Cuando realmente las personas aman a Dios y al prójimo , ese amor transformará lo
que piensan, lo que comen, y cómo tratan a sus prójimos

“Muchos están engañados acerca de la condición de su corazón. No comprenden que el


corazón natural es engañoso más que todas las cosas y desesperadamente impío. Se
envuelven con su propia justicia y están satisfechos con alcanzar su propia norma humana
de carácter. Sin embargo, cuán fatalmente fracasan cuando no alcanzan la norma divina y,
por sí mismos, no pueden hacer frente a los requerimientos de Dios” (MS 1:376). Aquellos
que se consideran como seres "razonablemente buenos", no sienten la necesidad de obtener
la gracia de Dios.

Nuestro ejemplo es Jesús


Cristo se presenta en los Evangelios como la personificación del servicio. Su
afirmación de Mateo 20:28 contradice la falsa percepción de que el reino de Dios
se traduce en estatus o poder. Dentro de la escena donde reluce esta declaración,
los discípulos estaban disputando quien tendría superioridad en ese reino.

Sin embargo, Jesús vino a servir y a salvar. Sin duda, la salvación es el mayor
acto de servicio de Dios hacia la humanidad. Dios se encarnó para salvarnos, y
entregó su propia vida a cambio de las nuestras (Jn 1:14). Pero además, nos
enseñó a amar y servir de verdad. Se inclinó para sanar a los paralíticos? (Mr 2:1-
12); se arrodilló para redimir a la mujer sorprendida en adulterio (Jn 8:4-11); lavó
los pies de los discípulos en la última cena (Jn 13:3-5) y, finalmente, Cristo en
entregó en la cruz, y decidió consumar su servicio entregándose a la muerte para
darnos vida.

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