Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
Es interesante que Elena de White haya formulado una importante razón por la que Jesús
no vino el 22 de Octubre de 1844: “Pero la gente no estaba aún preparada para ir al
encuentro de su Señor. Todavía tenía que cumplirse una obra de preparación”.
“Los que vivan en la tierra cuando cese la intercesión de Cristo en el santuario celestial
deberán estar en pie en la presencia del Dios santo sin mediador. Sus vestiduras deberán
estar sin mácula; sus caracteres, purificados de todo pecado por la sangre de la aspersión.
Por la gracia de Dios y sus propios y diligentes esfuerzos deberán ser vencedores en la
lucha con el mal. Mientras se prosigue el juicio investigador en el cielo, mientras que los
pecados de los creyentes arrepentidos son quitados del santuario, debe llevarse a cabo una
obra especial de purificación, de liberación del pecado, entre el pueblo de Dios en la tierra”
(Conflicto de los Siglos, páginas. 477,478).
¿Qué es la perfección?
Siempre que supone llegar hasta donde está el arco iris, él siempre se mueve delante de
usted.
La perfección se parece a eso. Cuando usted cree haberla alcanzado, se le adelanta. Puede
perseguirla hasta la venida del Señor, pero nunca la alcanzará. No quiero decir que es
imposible ser perfecto. Sino que nosotros nunca sabremos cuándo habremos alcanzado la
perfección. Por eso la Biblia dice que “tenemos pecados” (1 Juan 1:8), y que nadie es
perfecto.
Abraham caminó, Dios lo guió: (Génesis12:1 cf. Hebreos 11:8). Debemos empezar a
caminar como Abraham. Debemos dar un paso a la vez. Cuando lo hacemos, Dios se
responsabiliza de guiarnos hasta la perfección.
No sabemos lo que es perfección ni cómo alcanzarla, pero cuando hacemos nuestra parte,
Dios se encarga de conducirnos a ella.
Convicción es tener un fuerte sentimiento o impresión acerca de algo. (Juan 16:8). Dios da
la Convicción.
Dios “os revelará” (Filipenses 3:14-15). Si Dios no trae algo a nuestra mente es porque no lo
necesitamos.
Jesús traerá a su mente cualquier pecado que necesite confesar, y lo hará a tiempo para
que lo arregle antes que termine el tiempo de gracia.
Conversión: Dios tiene que cambiar en nosotros aquello que nosotros no podemos cambiar:
nuestros deseos, propósitos y motivos. Deben ser cambiados nuestros deseos de seguir
pecando y nuestra conducta cambiará. Es como la ilustración de la mujer que por tiempo
pedía a Dios que quitara la telaraña, hasta que el esposo pidió que matara la araña. Sólo
Dios puede cambiar nuestros malos deseos del corazón.
“El Salvador dijo: "A menos que el hombre naciere de nuevo", a menos que reciba un
corazón nuevo, nuevos deseos, designios y móviles que lo guíen a una nueva vida, "no
puede ver el reino de Dios" (San Juan 3: 3).” El Camino a Cristo, página 19.
Nuestro gran problema es que nos gustan nuestros pecados, y no queremos que Dios nos
quite ese placer.
Un pecado acariciado es aquel por el cual estamos dispuestos a orar pidiendo que Dios nos
lo quite cuando estamos en la iglesia, o cuando celebramos nuestro culto matutino y
vespertino, pero no cuando estamos en el momento de la tentación. Nos gusta demasiado.
Si Dios nos quitara el deseo de cometer ese pecado, ya no podríamos gozarlo.
La clave para vencer todo pecado acariciado es hacer una elección voluntaria y consciente
cuando la tentación es más fuerte. Esa elección consiste en hacer una oración muy
específica: “Señor, por favor, ayúdame a no desear este pecado. Quítame el deseo ahora
mismo”.
He descubierto que cada vez que elevo esta oración en el momento de la tentación más
intensa, gano la victoria. También he notado que si sigo pidiendo a Dios que cambie mis
deseos cada vez que la tentación se presenta, llega el momento en que ya no deseo
cometer más ese pecado particular.
Resistencia: Necesitamos que Dios nos quite el deseo de cometer tal o cual pecado, pero
necesitamos también su ayuda para no cometerlo. Pero necesitamos primero que nos quite
el deseo, pues de otra manera estaremos luchando por no hacer algo que tenemos un
irresistible deseo de hacer. De modo que la oración que pide a Dios que cambie nuestros
deseos es la primera. Pero tan pronto como hemos elevado esa oración, necesitamos
enfrentarnos al hecho mismo: el comportamiento equivocado.
Sólo Dios puede cambiar nuestros deseos. Nosotros no podemos hacerlo. Pero Dios no
cambia nuestro comportamiento. Sólo nosotros podemos hacerlo.
“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”, este versículo (Filipenses 4:13) nos dice que
Dios no sólo nos quita el deseo de hacer lo incorrecto, sino que él nos ayuda a resistir toda
tentación. Pablo dice que él cambia su conducta con la ayuda que Cristo le da. De modo
que la parte de Dios en el cambio de nuestro comportamiento, consiste en darnos su poder.
“Tenía un hombre una higuera plantada en su viña, y vino a buscar fruto en ella, y no lo
halló. Y dijo al viñador: He aquí hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y
no lo hallo; córtala; ¿para qué inutiliza también la tierra? El entonces, respondiendo, le dijo:
Señor, déjala todavía este año, hasta que yo cabe alrededor de ella, y la abone. Y si diere
fruto, bien; y si no, la cortarás después”.
Dueño de la viña/huerto/campo/sembrado.
El dueño de la viña es Dios el Padre; el viñador es el Espíritu Santo, que con gemidos
indecibles clama por nosotros y trata de ablandar nuestros duros corazones; la higuera
estéril podría ser cualquiera de los presentes en este lugar, o todos. Porque dice 1 Corintios
10:12 “el que piense estar firme, mire que no caiga”. Pero añade -y esto es lo maravilloso de
nuestro Dios, que siempre que da una advertencia o una amonestación, también nos da un
consuelo y una solución- porque fíjense lo que sigue diciendo en el versículo 13: “No os ha
sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser
tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará juntamente con la tentación la salida,
-¿para qué?- para que podáis soportar”.
Y ahora sí vamos a comenzar a relacionar mucho más esta parábola con nuestra propia
vida cristiana.
La parábola relata que Dios vino a buscar fruto en sus hijos, y no lo halló. ¿Y cuáles son
esos frutos? Vayamos al libro de Gálatas, capítulo 5, versículo 11. Dice allí: “Mas el fruto del
Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza”.
Y si leemos Filipenses 1:9-11 nos dice Dios a través del apóstol San Pablo: “Y esto pido en
oración, que vuestro amor abunde aun más y más en ciencia y en todo conocimiento, para
que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo,
llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de
Dios”.
Aquí tenemos otra característica de los frutos que Dios busca en sus higueras, es decir, en
nosotros. Dice que son frutos de justicia que son por medio de Jesucristo. Esto nos refiere
a que, como seres humanos débiles y con tendencia natural hacia el pecado, no podemos
por nosotros mismos manifestar los frutos del Espíritu Santo en nuestro carácter; sino que
debemos asirnos fuertemente del brazo de nuestro Dios Todopoderoso y debemos confiar
y tener fe en Jesús.
Pero allí no termina nuestra tarea, porque si hoy yo les preguntara a ustedes ¿cuántos están
tomados del brazo Divino y tienen fe en Jesús?, estoy seguro de que todos levantarían su
mano ¿no es así?
Ahora bien, ¿cómo es que como cristianos Adventistas del Séptimo Día, tal vez con años de
estar dentro de la Iglesia y de conocer la doctrina y la Palabra del Señor, no hemos
manifestado en nuestro carácter los frutos del Espíritu? ¿Nunca se han hecho esa
pregunta? Y no es para responderla públicamente, pero cada uno de nosotros sabemos
cuántas cosas nos faltan cambiar en nuestro carácter pecaminoso, y seguramente que
deseamos cambiarlas de todo corazón, pero entonces ¿qué es lo que impide que la higuera
dé buenos frutos? ¿Será que el viñador nos ha descuidado? Vayamos a Isaías, el capítulo 5.
Vamos a leer los versículos del 1 al 4.
“Ahora cantaré por mi amado el cantar de mi amado por su viña. Tenía mi amado una viña
en una ladera fértil. - Y quisiera que reflexionáramos atentamente mientras leemos -. La
había cercado y despedregado y plantado vides escogidas; había edificado en medio de ella
una torre, y hecho también en ella un lagar; y esperaba que diese uvas, y dio uvas silvestres.
Ahora pues vecinos de Jerusalén y varones de Judá, juzgad ahora entre mí y mi viña. ¿Qué
más se podía hacer a mi viña, que yo no haya hecho en ella? ¿Cómo esperando yo que
diese uvas, ha dado uvas silvestres?”.
El Señor jamás hará algo para nuestro mal, somos nosotros, en nuestra ignorancia egoísta
y autosuficiencia los que no permitimos que al venir el dueño de la viña, encuentre fruto en
la higuera tan tiernamente cuidada.
Fíjense el interés que manifiesta aquí el viñador en esta higuera estéril, inservible, que no
solamente no da frutos sino que también inutiliza la tierra que bien podría ser aprovechada
por otra higuera ávida de dar frutos para su Señor. Noten con cuánto amor nos ama
nuestro Creador y cuánta paciencia nos tiene.
Nunca debe enseñarse a los que aceptan al Salvador, aunque sean sinceros en su
conversión, a decir o sentir que están salvados. Eso es engañoso. Debe enseñarse a todos
a acariciar la esperanza y la fe; pero aun cuando nos entregamos a Cristo y sabemos que Él
nos acepta, no estamos fuera del alcance de la tentación. La Palabra de Dios declara:
“Muchos serán limpios y emblanquecidos, y purificados”. Sólo el que soporte la prueba,
“recibirá la corona de vida”.
Los que aceptan a Cristo y dicen en su primera fe: “Soy salvo”, están en peligro de confiar
en sí mismos. Pierden de vista su propia debilidad y constante necesidad de fortaleza
divina. No están preparados para resistir los ardides de Satanás, y cuando son tentados,
muchos, como Pedro, caen en las profundidades del pecado. Se nos amonesta: “El que
piense estar firme, mire no caiga”. Nuestra única seguridad está en desconfiar
constantemente de nosotros mismos y confiar en Cristo. (...)
Podemos llevar nuestros pecados y tristezas a sus pies, pues Él nos ama. Cada una de sus
miradas y palabras estimulan nuestra confianza. Él conformará y modelará nuestro
carácter de acuerdo con su propia voluntad.
Todas las fuerzas satánicas no tienen poder para vencer a un alma que con fe sencilla se
apoya en Cristo. (...)
Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para que nos perdone y nos limpie de
toda maldad. (...)
Pero debemos tener un conocimiento de nosotros mismos, un conocimiento que nos lleve a
la contrición, antes de que podamos encontrar perdón y paz. El fariseo no sentía ninguna
convicción de pecado. El Espíritu Santo no podía obrar en él. Su alma estaba revestida de
una armadura de justicia propia que no podía ser atravesada por los aguzados y bien
dirigidos dardos de Dios arrojados por manos angélicas. Cristo puede salvar únicamente al
que reconoce que es pecador. (...) Los que están sanos no necesitan médico. (...)
Podemos ser activos, podemos hacer mucha obra; pero sin amor, un amor tal como el que
moraba en el corazón de Cristo, nunca podremos ser contados en la familia del cielo.
(...) Hay una sola forma en que podemos obtener un verdadero conocimiento del yo.
Debemos contemplar a Cristo. La ignorancia del hombre acerca de su propia vida y carácter
le induce a exaltarse en su justicia propia. Cuando contemplemos la pureza y excelencia de
Cristo, veremos nuestra propia debilidad, nuestra pobreza y nuestros defectos tales cuales
son. Nos veremos perdidos y sin esperanza, vestidos con la ropa de la justicia propia como
cualquier otro pecador. Veremos que si alguna vez nos salvamos, no será por nuestra
propia bondad, sino por la gracia infinita de Dios.
La oración del publicano fue oída porque mostraba una dependencia que se esforzaba por
asirse del Omnipotente. El yo no era sino vergüenza para el publicano. Así también debe ser
para todos los que buscan a Dios. Por fe, la fe que renuncia a toda confianza propia, el
necesitado suplicante ha de aferrarse al poder infinito.
(...) Pero ningún hombre puede despojarse del yo por sí mismo. Sólo podemos consentir
que Cristo haga esta obra". (Palabras de Vida del Gran Maestro página 122).
Dejar que Dios pode, corte, quite las piedras y las espinas, es doloroso, pero vale la pena.
Devoción
Devoción Matutina
Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en
rescate por muchos. Marcos 10:45.
- A Fin de Conocerle. Hoy con la lectura El único camino seguro basada en Isaías 30:21.
- Cada día con Dios. Hoy con la lectura El misterio del crecimiento espiritual basada en
Efesios 4:13.
Club de Oración
Envíe su Pedido de Oración, sus peticiones serán tratadas de una forma confidencial.