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X JORNADAS DEBATES ACTUALES DE LA POLÍTICA CONTEMPORÁNEA

Niñeces
Reflexiones en torno a una crianza posible

Prof. Carla Prado


El propósito de este trabajo es indagar lugares posibles de la niñez en las futuridades
deseables a partir de la lectura de dos autoras en particular: Marlene Wayar y Audre Lorde,
una como travesti y la otra como lesbiana negra. En acompañamiento a las mismas,
recuperaremos también parte del pensamiento de Adrienne Rich.
La pregunta por el porvenir, además de proyectarse en nuestro propio futuro más próximo,
también tiene que ver, al menos en este escrito, con las nuevas subjetividades que están y van
a seguir habitando este mundo, centrándonos particularmente en occidente (a través y en
disidencia de las políticas neoliberales del ‘sálvese quien pueda’), aun cuando la condición
misma de ‘sujeto’ –tal como nos la hereda la modernidad imperialista- esté en crisis.
Por los alcances finitos de una ponencia, consideramos que es apenas nuestro aporte personal
al respecto, tratando de presentar la actualidad de escritos precedentes.
Palabras clave: niñez, futuridades, feminismo, neoliberalismo, crianza

Feminista, madre, negra y lesbiana. Audre Lorde


La autora no se agota en motes ¿verdad? Sin embargo, tienen que ver con el posicionamiento
desde el cual la vamos a tomar para nuestro decir.
Lo primero que me resonó al leer “El hombre niño, respuesta feminista de una madre negra
y lesbiana” fue el eco de la tercera transformación del espíritu que Nietzsche plantea en Así
habló Zaratustra. Sin tener forma de constatar este acercamiento, recordé la inocencia y el
juego como los espacios a partir de los cuales crear nuevos valores. Esto no sólo denota mi
formación eurocéntrica sino que evidencia cuáles son mis márgenes de sentido. ¿Cómo
pensar las niñeces futuras desde estas niñeces posibles?
Apenas seguí con la lectura, otra cosa llamó mi atención. Lorde advierte, ya desde el primer
párrafo, que esto no se trata de un análisis teórico, ni de un manual práctico, ni tampoco de
una fórmula mágica: es una historia personal. Esta es una declaración de mucho peso, ya que
la hace tomar distancia del propio universalismo al que tienen los enunciados cuando se los
pondera de forma positiva. Quizá sea este uno de los principales anclajes que me gustaría
visibilizar en cuanto al posicionamiento feminista. Abandonar los libros de recetas, no porque
vaya a dejar de existir la ayuda o la experiencia compartida sino porque articular no es
trasladar.
No se trata de un montón de reglas a seguir, de fórmulas para el éxito ni la emancipación.
Más bien, pensar nuestras experiencias como articulaciones de un conocimiento colectivo es
más que establecer dogmas acerca de ‘lo’ que hay que hacer. Si lo personal es político es
porque se transita en un espacio común, en redes. No quiere decir que lo que le pase a une le
pase a todes, ni que un caso ajeno pueda ser extraído y ‘aplicado’ a nuestra propia vida. Que
nos interpele, aunque no sea ‘nuestra’ experiencia, habla de un entorno en comunidad: una
afectación mutua, que nos puede permitir generar conocimiento genuino, mucho más
importante que reproducir estándares normativos o apropiarnos de experiencias vulnerables
para representarlas como si las distintas esferas de las violencias fueran intercambiables sin
más. Educar para la supervivencia es también enseñar para la elección, para la definición de
lo que queremos ser en un devenir-se. ¿Cuándo termina la niñez? ¿se aprende algo después?
Encontramos en el texto de Lorde una segunda imagen que nos recuerda el texto
nietzscheano: la del dragón, que aquí no se presenta como los ‘valores milenarios’ sino como
el racismo y el sexismo en particular. Amar y resistir son claves: disfrutar a fondo de los
sentimientos. Y, para ello, no sentir por otres.
Lo que se llama aquí ‘humanidad esencial’ aparece como esta capacidad de conectar con el
sentir, inclusive con el sentir miedo. Es por ello que la franqueza se vuelve una herramienta
a la hora de educar. Una franqueza imperfecta pero práctica, dice la autora, aludiendo a que
conocer el miedo nos ayuda a ser libres. Cuya clave, también, es abandonar la figura
adultocéntrica de quien lo tiene todo controlado, diagramado, asegurado, garantizado frente
a quien adolece, duda, sufre, está en una edad donde le es vedada su decisión. Contar el
propio límite es parte de esta franqueza, recuperar los momentos en que también temimos,
en que también nos lastimaron, en que también tuvimos dudas. No hay soluciones fáciles,
pero dejarse interpelar en la intimidad de los recuerdos recónditos de las malas pasadas puede
permitir un espacio de horizontalidad, de comunicación, de encuentro. ¿Qué implica
reconocer los propios límites? Un lugar desde dónde educar.
“La lección más poderosa que puedo enseñar a mi hijo es la misma que enseño a mi hija:
cómo ser quien desea ser. Y el mejor método para enseñársela es ser yo misma y confiar
en que él aprenda no a ser como yo, lo cual es imposible, sino a ser él mismo. Para ello
tendrá que prestar atención a su voz interior en lugar de a las voces exteriores,
estridentes, persuasivas, amenazadoras, que le presionan para que sea lo que el mundo
quiere que sea.” (LORDE, 1984: pp. 22)
¿Qué tiene que ver Nieztsche con lo que Lorde nos trata de habilita aquí? No quisiera hablar
de influencia porque sería instaurar relaciones que no corresponden. Más bien trato de pensar
desde mis lecturas cómo entiendo este camino que la autora nos cuenta y nos invita.
Pienso que, luego de un camello que todo lo carga en el regocijo de la pesadez y de un león
que reclama para sí el querer como un yo caprichoso, este momento implica conexión. Aun
cuando se quiera para la otra persona lo mejor, no se puede imponer un deber ser, por más
bien intencionado que sea. Debatir estas líneas es tan agotador como necesario.
El texto de la autora en ningún momento recorre estas tres etapas, sin embargo, cabe pensar
este educar en libertad como ambiente propicio para crear nuevos valores, para reconectar
esa ‘humanidad esencial’ tan olvidada.
La categoría de ‘humanidad’ se ha tornado problemática en tanto se dice a sí misma a costa
de excluir otras identidades y está siendo rechazada –no queremos ser más esta humanidad
(SUSSY SHOCK, 2014)- pero cabría repensarla (quizás) desde una lógica o visión de lo
social diferente a la que se impone como hegemónica hasta nuestros días. ¿Es eso posible?
La tarea de pensar un mundo diferente o, en todo caso, una humanidad distinta lanza la
apuesta de permear las maternidades, ¿sólo educan las madres, y las maestras? ¿el derecho a
la educación no transita, acaso, la vida entera?

Marlene Wayar y sus palabras de fuego


Por qué la niñez, se pregunta Wayar, y yo agrego: en esta lucha que parece que llevamos
adelante los adultos en nuestro posicionamiento universal, cerrado, a saber, ‘como adultos’.
Qué es esta adultez desde la cual nos consideramos en condiciones de decir algo, de decir
algo legítimo y valedero frente a la palabra niña, joven, menor.
El esquema binómico se traslada a la experiencia vital del tiempo, etaria por momentos, pero
también jerarquizada según condiciones ajenas al tiempo mismo. Quién es el adulto: ¿el más
grande, el más poderoso, el más sabio? Pensemos cuánto tiempo la mujer en sí no podía
acceder a esa categoría de poder, siempre dependiente de un padre o un marido para
administrar sus bienes, su vida. La adultez no es una cuestión homogénea, transparente, sino
más bien un ejercicio de poder verticalista, capaz de condicionar hasta los sueños: lo que
puede/debe ser o no ser esperable en un horizonte proyectivo.
Frente a la incorporación sistemática de las metas dignas de ser cumplidas en una vida
promedio (probablemente blanca, burguesa, patriarcal) se alza la niñez. La niñez como
potencia, no de una inevitable adultez sino de encuentro en y con el mundo y sus seres. Como
espacio de juego, donde se pueden construir técnicas que escapen –al menos parcialmente-
de las configuraciones reinantes del mundo adulto, tal como lo conocemos hoy en día. Esto
no porque la niñez sea un espacio pulcro e incontaminado, si no al menos no tan percudido
aun o atravesado momentáneamente por lógicas ‘camino a’ pero no sistemáticas.
Esta teoría lo suficientemente buena habilita en la niñez un momento de constituirnos a través
de una nueva alianza: nostredad. No el par de lo mismo y lo otro, sino una instancia común
que nos permita forjar lazos de reconocimiento/articulación.
En este sentido, es interesante pensar lo que menciona Guattari (1991) respecto de la amistad:
no se trata de identificarnos, de comprendernos en la misma experiencia exacta, cosa que es
imposible, sino de gestionar afectaciones comunes, de intereses y reivindicaciones. También
Wayar avanza en este sentido: no se trata tanto de explicar qué sea lo trans o lo travesti para
entonces encajar en el modelo de ‘travestidad’ sino de construirlo a partir de nuestras
experiencias travestis. Y, pienso, ¿qué nos dice a quienes no nos identificamos como tales?
Nos da la pauta para pensar que también nosotres tenemos grados de desacuerdo con lo que
nos han inculcado, que hemos querido cosas que nos han sido negadas, no en el sentido del
capricho infantil (o sí, también. Ameritaría otro trabajo enfocado en ello) sino como búsqueda
de identidad imposibilitada por un sistema heteropatriarcal capitalista. También aprendimos
a odiar y a pensar qué está mal, que hay cosas que no son dignas per se sin importar el
contexto en el cual se desarrollen, o, al contrario, que hay acciones que siempre están bien.
Aprendimos la normalidad que sirve de sustento a nuestras propias prácticas y nos aferramos
a ella en un intento de estabilidad sistemática. Y no sólo eso, también la enseñamos, la
reproducimos, redoblamos su apuesta.
“Nadie nace como pertenencia de papá y mamá. No hay ninguna creencia que sostengan
papá y mamá que nos tenga que regir la vida: su religión, su filosofía se viven y laten en
la casa pero el derecho superior de niños, niñas y adolescentes es el de recibir toda la
educación, información y posibilidades de indagación para su pleno desarrollo.”
(WAYAR, 2018: 26)
Mi familia no me bautizó porque les pareció que yo iba a poder decidir mi religión cuando
sea más grande, que no tenían por qué imponérmela. Tampoco me agujerearon las orejas en
el ritual de los aritos a las niñas porque no querían invadir mi cuerpo. Sin embargo, un día
que me dejaron al cuidado de mi abuela, ella me los hizo: mecanismos de captación a la
identidad prefijada, pequeñas formas de hacernos entrar en el grupo sacro de lo normal, que,
avanzado el grado de alienación deja de ser un grupo autodenominado para ser el grupo de
lo-que-es. Una vez que se decide traer a alguien a este mundo, que es siempre un contexto en
cada caso, enseñar que ‘subjetividad’ implica interdependencia y que el amor es un acto de
responsabilidad y afectación es una de las tareas que quizá adeudemos. ¿Cómo intervenir el
futuro con amor sin romantizarlo?

¿Es la educación una responsabilidad de la femeneidad?


Me gustaría que la siguiente frase se piense, aunque no esté así manifestado, como ‘cuerpos
con capacidad de gestar’. Advertida la intervención, cito a Rich:
“El cuerpo de la mujer, con su capacidad para la gestación, que da a luz y cría la nueva
vida, ha constituido, durante todas las épocas, un territorio de contradicciones: un
espacio investido de poder y una vulnerabilidad aguda; una figura maléfica y la
encarnación del mal; un cúmulo de ambivalencias, muchas de las cuales han servido para
descalificar a las mujeres y apartarlas del acto colectivo de la cultura interpretativa. Esta
matriz vital ha sido básica para la más temprana de las divisiones del trabajo; pero,
además, como ha demostrado Bruno Bettelheim, los varones, en todas partes, han tratado
de imitar, hacer suyos y compartir mágicamente los poderes físicos de la hembra.”
(RICH, 2019: p. 157)
Para analizarla, me interesa traer a colación el artículo de Claudia Anzorena y Sabrina Yáñez
en torno a la maternidad como destino y definición de lo femenino. Pareciera que correrse
del esquema “mujer-madre-heterosexual” es abandonar el único ‘privilegio’ del ‘ser mujer’:
a saber, ser madre, como bien expresan las autoras. Sin embargo, ¿qué lugar ocupa la madre
en las crianzas? ¿Sólo cría la hembra? Es extendida la aparición de cierto ‘rechazo’ a la
explicación/enseñanza por parte del ‘feminismo’ (si es que el sustantivo remite a ‘algo’
particular) en tanto ‘no somos maestras/madres de nadie’. Con cierto nivel de acuerdo, me
parece que es un decir frente al cual no debemos bajar la guardia. ¿Es una condena a
permanecer en el lugar de la pasiva enseñanza innata debido a nuestra ‘condición feminina’?
Para nada. Sin embargo, ¿cómo habilitamos los aprendizajes autogestivos sin gestionarlos,
sin brindar herramientas? Esto ameritaría pensar también cuáles son los límites de la
intervención educativa en pos de la socialización, si esta nos resulta deseable. En una era
donde muchas cosas son ‘googleables’, ¿dónde queda puesta la educación como construcción
de saberes?
Pensar las futuridades me parece que tiene que ver con pensar las crianzas, pero no sólo de
‘les niñes’ en su estadio pre-adulte sino de nosotres mismes. ¿Cómo sostener vínculos de
crianza, si no más bien de acompañamiento?

Conclusiones provisorias
El feminismo, como movimiento que ha venido a poner en tela de juicio las bases de una
sociedad heteropatriarcal, que no sólo ejerce su poder desde la normalización sexo-genérica
sino también desde la propia percepción de los sujetos, tanto en el plano individual como
comunitario, nos abre un panorama novedoso para abordar la niñez. Si nadie nace mujer, si
ningún pibe nace chorro, si nadie nace heterosexual, ¿qué valor le damos a esas crianzas que
comienzan a construir un sujeto de derecho en la organización actual de nuestros estados?
Este análisis crítico en torno a nuestra sociedad actual no viene sin un cimbronazo, porque
nos compromete en una actualización de nuestros propios supuestos a la hora de educar, no
sólo en el aula, no sólo a nuestros hijes, sino de manera global: a les niñes que nos rodean.
Por un lado, me parece interesante posicionarme desde la experiencia personal, a saber: un
devenir lesbiano, cuya infancia temprana fue (ridiculizándolo a través de la apropiación de
los propios términos normalizantes) ‘machona’. Desde la experiencia de micro exclusiones
tanto por mi forma de vestir como por mis gustos y mis gestos, hoy pienso esas instancias
como ejercicios correctivos frente a una feminidad ‘desviada’ para el sistema vigente.
La biología no es destino. La división ‘natural’ entre ‘hombres’ y ‘mujeres’ es social, no
natural. No se discute que ‘existan’ entes/cuerpos sino que su categorización es, desde ya,
política. La capacidad de gestar, por lo tanto, no es el acto que define el ser mujer en su más
pura esencia, dado que no existe como tal eso que sea la ‘mujer’. En este sentido se piensa la
‘desaparición del hombre’: no como entes concretos que vayan a ser aniquilados, sino como
destitución de determinada categoría funcional al sistema heteropatriarcal, con el cual cae, a
su vez, su polaridad. Tampoco se trata de la instauración de un régimen inverso, matriarcal,
sino de un cambio estructural de las relaciones de poder. Y no nos referimos aquí a
desidentificarnos, entonces, de todo, pues la identificación también tiene que ver con la
articulación política y el reconocimiento como sujetes individuales, si no con la estructura
del lenguaje hegemónico. Se trata pues de desmitificar los roles que han sido ofrecidos a
nosotres como ‘naturales’, fuera de/frente a los cuales nos acuñamos como monstruosidad.
Desprendernos del ‘instinto maternal’ no es resignar las posibilidades de educar. No sólo les
niñez aprenden, pero es fundamental que elles lo hagan. En este sentido, tanto la franqueza
como las posibilidades de indagación/problematización son herramientas de las que no
podemos prescindir. ¿Esto se traslada a una educación 24/7, sin descanso? Hay que tener
cuidado si no podemos pensar en instancias que no sean polares.

Bibliografía
ANZORENA, Claudia y YÁÑEZ, Sabrina (2013) “Narrar la ambivalencia desde el cuerpo:
diálogo sobre nuestras propias experiencias en torno a la ‘no-maternidad’” en Investigaciones
feministas, vol. 4, pp. 221 a 239. Madrid, UCM.
FOUCAULT, Michel (1985) La historia de la sexualidad. Tomo I: La voluntad de saber.
México, Siglo XXI.
LORDE, Audre (1984) La hermana, la extranjera.
RICH, Adrienne (2019) Nacemos de mujer. La maternidad como experiencia e institución.
Madrid, Traficantes de sueños
WITTIG, Monique (1992) El pensamiento heterocentrado y otros ensayos. Madrid, Egales.
WAYAR, Marlene (2018) Travesti/Una teoría lo suficientemente buena. Buenos Aires,
Muchas nueces.

Webgrafía
BERKINS, LOHANA (2013) Ágora 2.0 - Lohana Berkins: Identidad en el siglo XXI
https://www.youtube.com/watch?v=iSm9cqJQsBg (consultado al 26/7/2019)
GUATTARI, Felix (1991) Entrevista Felix Guattari TV Grecia
https://www.youtube.com/watch?v=7M928Npi6tg (consultado al 26/7/2019)

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