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Formas de la hegemonía en América Latina

Una lectura crítica del uso de Massimo Modonesi del concepto gramsciano de
revolución pasiva

Juan Pablo Patriglia (CONICET-CIECS-UNC)

Si sospechamos la existencia de una autoctonía americana que nos distingue


de Europa, si una misma idea transferida desde los centros de producción de
la teoría hacia nuestra periferia se vuelve necesariamente otra cosa, ¿cuál es
o podría ser “nuestro Gramsci”? ¿Qué descomposiciones y recomposiciones
debemos provocar sobre el corpus analítico gramsciano para que esté en
condiciones de iluminar nuestra realidad o partes de esta, para arrastrarla
hasta el concepto, para dar cuenta en la teoría de lo que produce la
experiencia existencial de la gente?
José María Aricó

I.
En el presente trabajo nos proponemos realizar una lectura crítica del uso que realiza
el sociólogo Massimo Modonesi del concepto gramsciano de revolución pasiva como
clave de análisis de los “gobiernos progresistas” latinoamericanos de las últimas dos
décadas, como así también esbozar otra propuesta de lectura de éstos fundamentada en el
concepto gramsciano de hegemonía. Entendemos que la discusión en torno a la
aplicabilidad o no de dicho concepto a estas experiencias políticas puede inscribirse en la
discusión más general en torno a cómo interpretar el presente y el futuro de las sociedades
latinoamericanas y las posibilidades de su transformación en clave posneoliberal.
Nuestra hipótesis principal es que el uso que realiza Modonesi de dicho concepto, más
allá de su intención por no caer en esquematismos que subordinen la realidad a la teoría
y de la identificación de diferencias importantes entre los gobiernos latinoamericanos
nacidos a partir de la crisis del neoliberalismo, al poner todos en el terreno común de la
revolución pasiva, termina borrando lo que entendemos constituye una diferencia
cualitativa fundamental entre dos proyectos hegemónicos y procesos políticos diferentes
en los que es posible inscribir estas experiencias.
No se trata aquí de negar la potencia analítica del concepto gramsciano de revolución
pasiva, ni tampoco de subestimar el estudio de Modonesi -sin lugar a dudas uno de los
más interesantes y mejor fundamentados del término en cuestión-; antes bien, se trata de
realizar un uso que nos permita entender la diferencia cualitativa fundamental que existe
entre estas experiencias.
Cabe destacar que no pretendemos aquí analizar dichos procesos a la luz de las
categorías de Gramsci sino que se trata de dar los primeros pasos de un trabajo de
traducción -de composición y recomposición, para utilizar los términos de Aricó- del
corpus analítico gramsciano, tomando como punto de referencia el trabajo de Modonesi,
con el objetivo de las categorías resulten útiles para el análisis de aquellos procesos.
En este sentido, no nos proponemos hacer un estudio filológico de Gramsci, aunque
debamos tener en cuenta los estudios realizados en este sentido, sino trabajar teóricamente
en sus conceptos a la luz del presente de nuestra región. Un presente marcado por la
derrota de la mayoría de los gobiernos progresistas de América Latina a partir del ascenso
al gobierno de viejas y nuevas derechas que buscan reconstruir el proyecto neoliberal en
América Latina.
El trabajo se divide en tres partes. En primer lugar, nos proponemos reconstruir la
lectura que realiza Modonesi del concepto de revolución pasiva y sus correlatos, el
transformismo y el cesarismo, señalando el punto donde radica nuestra divergencia
interpretativa. En segundo lugar, abordamos el concepto gramsciano de hegemonía -hilo
conductor de los Cuadernos- en su vínculo con el concepto de guerra de posiciones, entre
otros. Por último, interesa esbozar un nuevo criterio interpretativo que, junto con el
concepto de revolución pasiva, nos permite entender las diferencias entre los proyectos y
procesos en cuestión.
Antes de comenzar, cabe realizar una aclaración. Por razones de extensión, y con el
objetivo de hacer más ágil la lectura, hemos optado por no reproducir las citas de Gramsci
de forma extensiva, tanto de las que hace uso Modonesi como las que utilizamos nosotros
para fundamentar nuestra lectura, salvo algunas ocasiones, en notas al pie. El lector podrá
corroborar, si desea volver a las fuentes, que nuestro recorte en absoluto altera el sentido
que quiere expresar el mismo Gramsci.

II.
La lectura de Modonesi es, como el mismo lo expresa, una “lectura subjetivista del
concepto de revolución pasiva” que pone en el centro la pasividad como factor de
subalternidad (Ibíd.:19). Revolución pasiva será interpretado como un proceso de
subalternización, de pasivización, de desmovilización (por lo tanto, como proceso de
subjetivación política) impulsado por las clases dominantes como respuesta a la
activación antagonista de las clases populares.
El autor comienza mostrando el proceso de ampliación progresiva del concepto en los
Cuadernos, desde el primer uso que realiza Gramsci de esta categoría -retomada del
historiador italiano Vicenzo Cuocco- para leer críticamente el Risorgimento italiano,
pasando por su utilización para la lectura de la época de reacción antijacobina y
antinapoleónica de la Revolución francesa y con ello de todo el proceso de lucha de clases
del siglo XIX europeo, hasta su aplicación al fascismo italiano y al New Deal
estadounidense, con lo que el concepto se convierte, en palabras de Gramsci, en un
“criterio o canon de interpretación “de toda época compleja de cambios históricos” (La
expresión es de Gramsci, Ibid.: 20-21).
Luego de dar cuenta de algunas de las coordenadas constitutivas del concepto de
revolución pasiva, Modonesi pasa a un pasaje fundamental de los Cuadernos, donde
Gramsci sostiene que este concepto expresa “el hecho histórico de la ausencia de una
iniciativa popular unitaria (…) y el otro hecho de que el desarrollo se ha verificado como
reacción de las clases dominantes al subversivismo esporádico, elemental, inorgánico de
las masas populares con <restauraciones> que han acogido cierta parte de las exigencias
de abajo.” (Ibid..: 22) Ausencia de iniciativa popular unitaria y reacción de las clases
dominantes a la subversión inorgánica entonces, como elementos fundamentales de las
revoluciones pasivas.
La revolución pasiva, además de un proceso de “modernización del Estado”1, es al
mismo tiempo un proceso de modernización de la economía, de “modernización
conservadora”. En este sentido, Modonessi destaca el uso de Gramsci del concepto para
dar cuenta “la consolidación capitalista por medio de la intervención estatal anticíclica”
que encaran tanto el fascismo italiano y como el New Deal estadounidense (Ibíd.:24). En
el primer caso, con más uso de la coerción que del consenso, en el segundo, a la inversa,
aunque en ambos se puede ver una búsqueda por garantizar el consentimiento pasivo
(pero también activo, mediante forma de movilización contralada) de las clases

1
“Vicenzo Cuocco llamó revolución pasiva a la que tuvo lugar en Italia como contragolpe a las guerras
napoleónicas. El concepto de revolución pasiva me parece exacto no sólo para Italia sino también para los
demás países que modernizaron el Estado a través de una serie de reformas o de guerras nacionales, sin
pasar por la revolución política de tipo radical-jacobino.” (Gramsci, 1981-1999, T II, :216).
subalternas (Cfr.: Ibid.: 26-28). Asimismo, como señala el autor, la valoración positiva
de Gramsci en torno al intervencionismo estatal sobre la producción -bajo la forma de
una planificación que transforma la estructura económica en clave “reformista”2– podría
aludir también a la experiencia de la URSS durante los años treinta.
Las revoluciones pasivas poseen “dos dispositivos de pasivización”: el cesarismo y el
transformismo. Con este último término Gramsci designa “absorción gradual” de los
“elementos activos” de las clases subalternas, lo que a la inversa significa, señala
Modonesi, que “el campo subalterno se debilita a causa del abandono o traición de
sectores que transforman oportunistamente sus convicciones políticas y cambian de
bando” (Ibid.: 35).
Por otra parte, respecto al cesarismo, este se caracteriza por ser una “solución arbitral”
ligada a una “gran personalidad heroica” (o a un partido político de masas que cumple
esa función), solución realizada frente a un “empate catastrófico” entre las clases sociales
y sus proyectos de poder (los términos son de Gramsci). El marxista sardo identifica, en
este punto, dos tipos de cesarismos: cesarismos progresivos y cesarismos regresivos. En
el primer caso, el cesarismo “ayuda a triunfar a la fuerza progresiva a triunfar”, aunque
con limitaciones; en el segundo, “ayuda a triunfar a la fuerza regresiva” (los términos son
de Gramsci, en Modonesi, 2017: 37). Progresividad y regresividad que también se
expresa en las revoluciones pasivas. 3 Como señala Modonesi, el cesarismo es un “recurso
posible” de las revoluciones pasivas, aunque resulta “tan frecuente que termina
superponiéndose constantemente”.
Ahora bien, ya realizada la reconstrucción, es momento de ir al núcleo de la operación
interpretativa del autor, operación que le permitirá luego aplicar el concepto de forma
general a los proyectos de gobierno y los procesos políticos transformadores de las
últimas dos décadas en América Latina. Esta operación consiste en una forma particular
de entender la “revolución activa” o la “revolución con revolución”, que sería la situación
que las clases dominantes pretenden evitar a través de las revoluciones pasivas. El autor

2
Reformista porque sería “acentuada la socialización y la cooperación de la producción sin por ello tocar
(o limitándose sólo a regular y controlar) la apropiación individual y de grupo de la ganancia” (Gramsci,
1981-1999: 129, en Modonesi, 2017: 25).
3
Dice a este respecto Modonesi: “…tiene un carácter progresivo o progresista todo proceso o proyecto de
reformismo social que además de ampliar los márgenes de fuerza política de que disponen las clases
subalternas, no incluya medidas profundamente reaccionarias en el plano de las libertades políticas.
Mientras que son regresivos aquellos proyectos o procesos que combinan reformas con altos niveles de
represión, o que por medio de las reformas buscan o logran interrumpir el proceso hacia la autonomía
integral de los subalternos; esto es, para decirlo en términos más actuales: que buscan o logran
desmovilizarlos.” (Modonesi, 2017: 47).
liga, a partir de una cita de Gramsci4, el concepto de revolución activa con la guerra de
maniobras, al mismo tiempo que la revolución pasiva es ligada a la guerra de posiciones,
señalando que se puede pensar el concepto de revolución pasiva “como una forma
específica de construcción de hegemonía” (Ibíd.:27).
A partir de esta operación, toda “revolución” que no siga el paradigma de la revolución
de tipo radical-jacobina no sería sino, en Gramsci, una forma de revolución pasiva; lo que
en términos de Modonesi significa que todo proceso de reformas sustanciales que no es
expresión directa e inmediata de la activación antagonista de las clases subalternas -
activación que se expresa en los momentos en que éstas se movilizan de forma autónoma
al Estado- no es sino un fenómeno de revolución pasiva. De esta forma, la perspectiva
subjetivista con la que el autor lee el concepto de revolución pasiva revela tener como
contracara una lectura autonomista de Gramsci. Como veremos a continuación, la forma
en que Gramsci concibe a la guerra de posiciones en tanto estrategia para la construcción
de una hegemonía de las clases subalternas se distancia de esta lectura en clave
autonomista.

III.
Podríamos decir que hay dos sentidos de la guerra de posiciones y de la hegemonía: el
que refiere a la estrategia de las clases dominantes y el que refiere a la estrategia de las
clases subalternas. Interesa, entonces, detenernos en este último sentido, por ser el que
Modonesi olvida al superponerlo con el primero.
El concepto de guerra de posiciones debe inscribirse en el marco más general del
concepto de hegemonía, concepto que Gramsci consideraba “el aporte máximo de Ilich
(Lenin) a la filosofía marxista” (Gramsci, 1981-1999: 434, tomo I). Pero no de cualquier
Lenin5, sino del Lenin de la NEP, de aquel que afirmaba que si “la política es expresión

4
En efecto, cuando Gramsci se pregunta si “¿existe una identidad absoluta entre guerra de posiciones y
revolución pasiva?”, no caben dudas de que con esto no está poniendo en cuestión que para él la guerra de
posiciones es la estrategia revolucionaria para las clases subalternas, antes bien, con ello refiere a la
estrategia de conservación del poder de la clases dominantes, a su reacción en términos de revolución pasiva
a las posibilidades de crisis orgánica y de revolución de tipo radical jacobina a partir de 1848 en Europa,
algo que se evidencia por el comienzo de la cita. Inclusive, podríamos decir que esta interpretación es la
más lógica. En efecto, si desde 1848 en Europa la guerra de posiciones es igual a revolución pasiva,
entonces una verdadera revolución sólo se podrá dar cuando cambie el período histórico, cuando la “guerra
de posiciones vuelva a convertirse en guerra de maniobras”. Nada más lejos del pensamiento de Gramsci.
5
Dice a este respecto Fabio Frosini: “contrariamente a cuanto a menudo se ha dicho, la noción de
hegemonía en Gramsci no es en absoluto, en grandísima parte, la reanudación del pensamiento de Lenin
1902-1905 (del ¿Qué hacer? a Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática), sino de
los textos de 1921-1923, en los que (…) la hegemonía se vuelve en efecto reconocimiento de hecho de que
la construcción del socialismo no era realmente ni un procedimiento político administrativo, ni fruto de un
concentrada de la economía (…) no puede no tener la primacía sobre la economía”, de
aquel que, ante el fracaso de la política del comunismo de guerra en la URSS, sostenía la
necesidad de “pasar de la táctica del <asalto directo> al <asedio>” (Lenin, 1978: 539,
tomo 35). Se trata, también, del Lenin del “frente único”, del Lenin que exhortaba, en el
III Congreso de la Internacional, a realizar el cambio táctico del asalto al asedio ante la
derrota de la oleada revolucionaria en Europa.
Es a partir de este Lenin, entonces, que Gramsci formula el principio estratégico (y no
sólo táctico) de la guerra de posiciones en contraposición, o más bien, en primacía
respecto a la guerra de movimientos. En primer lugar, para dar cuenta de la estrategia de
transición hacia una sociedad socialista cuando se ha conquistado el poder del Estado (del
Estado en sentido restringido), momento en el cual la guerra posición, en términos de
Gramsci, “exige enormes sacrificios a masas inmensas de población; por eso es necesaria
una concentración inaudita de la hegemonía y por lo tanto una forma de gobierno más
<intervencionista>, que más abiertamente tome la ofensiva contra los opositores y
organice permanentemente la <imposibilidad> de disgregación interna…” (Gramsci, A.
1981-1999: 106, tomo III). En segundo lugar, para mostrar la estrategia a emprender en
los países de Occidente6, en los “estados más avanzados, donde la <sociedad civil> se ha
vuelto una estructura muy compleja y resistente a las <irrupciones> catastróficas del
elemento económico inmediato (crisis, depresiones, etcétera); las superestructuras de la
sociedad civil son como el sistema de trincheras en la guerra moderna” (Ibid.: 62, tomo
V).
Como señala Guiseppe Cospito, esta estrategia es contrapuesta, en tanto estrategia
revolucionaria adecuada a las nuevas condiciones (y a diferencia de lo que sostiene
Modonesi) a aquella de la revolución permanente, o mejor, a la interpretación trotskista
del originario del concepto marxiano (Cospito, G., 2016: 110).Si este concepto surge, en
palabras de Gramsci, “hacia 1848 como expresión científica del jacobinismo”, la guerra
de posiciones, que “en política es el concepto de hegemonía”, nace por el contrario a
partir del desarrollo de las “grandes organizaciones populares de tipo moderno”, “los

gradual influjo de la determinación estructural, sino que es un hecho de principio a fin político (…), o sea
que se juega enteramente en su “nudo” decisivo – en el plano de las “superestructuras”” (Frosini, F., Lenin
e Althusser, <Rileggendo Contraddizione e surdeterminazione>, citado de Cospito, G., 2016: 131).
6
Según Juan Carlos Portantiero, las sociedades “occidentales” que analizaba Gramsci, antes que sociedades
de “capitalismo avanzado” (como Alemania, Inglaterra y Francia), eran sociedades de “capitalismo tardío”,
y por lo tanto más cerca de las sociedades latinoamericanas donde más avanzó, durante la primera mitad
del siglo XX, el proceso de industrialización, como la Argentina, el Brasil, Colombia, Chile, México y
Uruguay, inclusive Bolivia y Venezuela (por la relación Estado/masas). (Portantiero, J. C., 1999: 68).
grandes partidos modernos” y “los grandes sindicatos económicos”. (Citado de Cospito,
G., 2016: 110).
En este sentido, podríamos decir que la construcción de una hegemonía para las clases
subalternas, hegemonía entendida como “dirección + dominio”, se presenta en los países
con sociedades civiles más complejas como proceso de guerra de posiciones, necesario
tanto previa como posteriormente a la llegada al poder del Estado.7 Cabe destacar que
además de las situaciones de “ejercicio “normal” de la hegemonía” -que Gramsci
identifica con el terreno del régimen parlamentario- existen situaciones en las que “el
aparato hegemónico se resquebraja y el ejercicio de la hegemonía se hace cada vez más
difícil”, algo que más tarde definirá como “crisis orgánica” en tanto “crisis de hegemonía,
o crisis del estado en su conjunto” (Gramsci, A., Cuadernos, citado de Cospito, G, 2016:
100).
Antes de pasar al cuarto y último punto de nuestro trabajo, es preciso tener en cuenta
tres cuestiones sobre el concepto de hegemonía que por cuestiones de extensión sólo
podremos señalar. En primer lugar, cabe destacar que la hegemonía es concebida por
Gramsci como el momento en el cual las clases subalternas pueden salir “de la fase
económico-corporativa para elevarse a la fase de hegemonía política-intelectual en la
sociedad civil y volverse dominante en la sociedad política”. (Gramsci, A., 1981-1999:
37, tomo V). Es el momento de lo que Gramsci llama “catarsis”.
En segundo lugar, en tanto la hegemonía es siempre de “un agrupamiento social
fundamental sobre los agrupamientos subordinados”, se manifiesta como “un continuo
formarse y superarse de equilibrios inestables” entre los intereses de ambos grupos, lo
que implica sacrificios y compromisos del que ejerce la hegemonía, aunque “tales
sacrificios y compromisos no pueden afectar lo esencial, porque si la hegemonía es ético-
política, no puede dejar de ser también económica, no puede dejar de tener su fundamento
en la función decisiva que el grupo dirigente ejerce en el núcleo decisivo de la actividad
económica” (Ibid.: 76, tomo V).
En tercer y último lugar, cabe destacar que para Gramsci es el partido -el “moderno
Príncipe” - el que ejerce la función de organizar la hegemonía de las clases subalternas
en tanto intelectual colectivo orgánico a ellas. Para Gramsci, el partido, si bien es la

7
“Un grupo social puede e incluso debe ser dirigente aun antes de conquistar el poder gubernamental (ésta
es una de las condiciones principales para la misma conquista del poder); después cuando ejerce el poder
(…) se vuelve dominante pero debe seguir siendo también <dirigente>” (Gramsci, A., 1981-1999, 387,
tomo V)
“nomenclatura de las clases”, no es “expresión mecánica y pasiva de las clases, sino que
reaccionan enérgicamente sobre ellas para desarrollarlas, consolidarlas y
universalizarlas” (Ibid.: 102, tomo II). En este sentido, la tarea de “formación de una
voluntad colectiva nacional popular”, por la cual se convierten las voluntades colectivas
parciales en “universales y totales” (Ibid.: 226-228), no es nunca una representación
directa de los intereses de clase, sino una actividad de construcción hegemónica, de
búsqueda de “equilibrios” sociales, inclusive con los “grupos decididamente
adversarios”.8

IV.
Con lo desarrollado hasta aquí ya contamos con un segundo criterio de interpretación
histórico-político gramsciano que, en complementariedad con el concepto de revolución
pasiva, nos permite entender las diferencias cualitativas entre los procesos históricos
latinoamericanos. Por un lado, es posible hablar, siguiendo en este punto las palabras de
Modonesi, de los gobiernos progresistas latinoamericanos como revoluciones pasivas -
revoluciones en tanto “promovieron cambios significativos en sentido anti-neoliberal y
pos-neoliberal” que se visibilizan, según los casos, en una oscilación entre reformas
profundas y reformas que expresan un conservadurismo moderado. Se trata de procesos
cuyo “detonante fue la activación antagonista -pero limitada- de movilizaciones
populares”, pero que “fueron conducidos y llevados a cabo desde arriba”, es decir, desde
el gobierno del Estado, “a contrapelo de dichas movilizaciones -aun cuando incorporaron
ciertas demandas formuladas desde abajo”, generando así una “re-subalternización”.
Asimismo, en estos procesos “se produjeron importantes fenómenos de transformismo”
por los cuales sectores de los movimientos populares “fueron cooptados y absorbidos”
por proyectos conservadores y se incorporaron al terreno del aparato estatal fin de llevar
adelante las políticas públicas. La revolución pasiva latinoamericana, finalmente, puede
ser entendida como “cesarismo progresivo”, en tanto “el equilibrio catastrófico entre
neoliberalismo y antineoliberalismo se resuelve por medio de una síntesis progresiva” a
través de una figura carismática, que “cumple el papel de fiel de la balanza.” (Modonesi,
M., 2017: 97-99).
Pero también existe otra forma de construcción hegemónica, que nace a partir de una
larga y paciente guerra de posiciones, que tiene en su inicio momentos de movilización

8
Con lo cual podríamos decir, entonces, que el transformismo es también un fenómeno que toca a la
construcción de hegemonía de las clases subalternas.
antagonista y autónoma unitaria -y por lo tanto expresan un proyecto de poder-, pero que
no comienzan ni se desarrollan como una revolución de tipo jacobina, en un asalto al
poder o una confrontación de fuerzas directa. Se trata de procesos en los que a partir de
una situación de “crisis orgánica”, de forma inmediata o mediata, asciende al poder del
Estado un partido-movimiento orgánico a las clases subalternas.9Partido o movimiento
que una vez en el gobierno, lleva adelante transformaciones económicas y políticas (de la
estructura del Estado) profundas, pero no para pasivizar, no para conservar el orden
político-jerárquico, sino, al contrario, para construir una nueva hegemonía de las clases
subalternas. Procesos contradictorios, que pasan necesariamente por un período de
“concentración inaudita de la hegemonía” y “una forma de gobierno más
<intervencionista>”, para utilizar los términos de Gramsci, un gobierno que toma la
ofensiva y que evita la disgregación interna del bloque popular, sobre todo si la coyuntura
regional e internacional no resulta favorable. Momento “hegemónico-estatalista”,
podríamos decir, que para no caer en una forma más de restauración del orden dominante,
debe pasar a un momento “autonomista”, de democratización radical de la sociedad que
tenga como base los espacios de poder autónomos de las clases subalternas -en términos
de Gramsci, se trata del proceso de “reabsorción de la sociedad política en la sociedad
civil” que tiene como fin último la extinción del Estado en la “sociedad-regulada”.10
Pues bien, si en el primer caso podemos situar gobiernos progresistas de Brasil y
Argentina (por citar a los que entendemos de mayor relevancia), en el segundo es posible
situar los procesos de transición hoy en curso en Bolivia y, con los recaudos del caso, de
Venezuela11 (el gobierno de Rafael Correa en Ecuador es más difícil de precisar). El
hecho de que estos procesos estén atravesando profundas contradicciones y que se esté
acentuando cada vez más el momento hegemónico-estatalista de la guerra de posiciones,

9
Podemos decir que en los procesos de revolución pasiva progresistas el proceso histórico de subjetivación
política de las clases subalternas se mantiene en los primeros cuatro primeros niveles señalados por Gramsci
en el parágrafo sobre la Historia de las clases subalternas, mientras que en el caso de los procesos de
transición hoy en curso se entrevé una tensión entre el quinto y el sexto nivel, referido este último a la
posibilidad de construir “formaciones políticas que afirman la autonomía integral” de las clases subalternas.
10
Sin lugar a dudas, habrá siempre un momento, en este proceso, de pasaje de la guerra de posiciones a la
guerra de movimientos, ya que como dice el mismo Gramsci la relación de fuerzas político-militar de las
clases es “decisivo”. Por otra parte, cabe destacar que en ese proceso también se dan formas de
tranformismo, pero a la inversa, de las clases subalternas hacia los grupos subordinados e inclusive hacia
los grupos adversarios (hacia un sector de la otrora clase dominante).
11
Recaudos que refieren a la forma particular de construcción hegemónica del gobierno chavista, el cual,
por un lado, no surge inmediatamente de una situación de crisis orgánica y de alza de la movilización
popular (aunque sí lo haga de forma mediata, ya que es sin lugar a dudas la rebelión popular que constituyó
el Caracazo de 1989 el antecedente histórico que permitió el surgimiento del chavismo, en tanto dicho
proceso puso en crisis el modelo neoliberal en Venezuela) y, por el otro, propició desde el Estado la
autoorganización del pueblo, a través de los Consejos Comunales y las Comunas Socialistas.
de concentración y centralización del poder político -momento que siguiendo a Gramsci
caracteriza todos los procesos de transformación revolucionaria-, no resulta desde nuestra
perspectiva elemento suficiente para hablar de una conversión en proyectos y procesos
de revolución pasiva.12 Más bien, llama la atención que en un contexto de derrota de los
gobiernos progresistas, estos gobiernos persistan. Quizás ello es indicio de que no se trata
de revoluciones pasivas, sino de otra cosa, de un proceso que se resiste a la aplicación del
concepto.

12
Dicho de otra forma: si este momento estatalista termina imponiéndose, en el largo plazo, al momento
autonomista de democratización radical de la sociedad, si las formas de la democracia representativa
terminan imponiéndose completamente a las formas democráticas participativas de los movimientos
sociales, no es un juicio que estemos en condiciones de realizar.
Bibliografía:

- Aricó, J. M. (2005), La cola del diablo, Itinerario de Gramsci en América Latina, Siglo
XXI, Buenos Aires.
-Cospito, G. (2016), El ritmo del pensamiento de Gramsci. Una lectura diacrónica de los
Cuadernos de la cárcel, Continente, Buenos Aires.
- Gramsci, A. (1981-1999), Cuadernos de la cárcel, Era, México.
- Lenin, V. (1978), Obras Completas, Ed. Salvador Allende, México
-Modonesi, M. (2017), Revoluciones pasivas en América, Itaca, México.
-Modonesi, M. (2010), Subalternidad, antagonismo, autonomía, Marxismo y
subjetivación política, CLACSO, septiembre de 2010.
- Portantiero, J. C. (1999), Los usos de Gramsci, Grijalbo/conceptos, Buenos Aires.

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