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EDUCACIÓN Y MARXISMO

¿Existe una ‘pedagogía marxista’? Así es; tanto en los textos de Marx y Engels, como en el trabajo
intelectual y práctico de los epígonos marxistas, encontramos una serie de propuestas e
investigaciones que apuntan inequívocamente hacia una nueva concepción pedagógica. Los
principales componentes de esta concepción son los siguientes.

1) Educación pública gratuita, obligatoria y uniforme para todos los niños, garantizando la
abolición de monopolios culturales o de conocimiento y de las formas privilegiadas de
enseñanza.
2) La combinación de la educación con la producción material (o, dicho en una de las
formulaciones de Marx, la combinación de instrucción, gimnasia y trabajo productivo). El
objetivo que aquí se persigue es la separación histórica existente entre trabajo manual y
mental.
3) La educación debe garantizar el desarrollo global de la personalidad, de todas sus
potencialidades. Aparece así todo un universo de necesidades, activando al individuo en
todas sus esferas de la vida social, incluidos el consumo, el placer, la creación y el goce de
la cultura, la participación en la vida social, la interacción con otros y la autorrealización
(autocreación).
4) A la comunidad se le asigna un papel nuevo y amplio en el proceso educativo. Estos
cambios en las relaciones de grupo de la escuela (el cambio de la competitividad a la
cooperación y la ayuda) implican una relación más abierta entre escuela y sociedad, y
presuponen una relación dual mutuamente enriquecedora y activa entre educador y
educandos.1

Tal y como lo expone Marx en su obra El Capital, la «enseñanza del futuro» servirá «no sólo como
método para aumentar la producción social, sino incluso como método único para producir hombres
completos».2

Debe señalarse que, con el tiempo, el marxismo ha comprendido la necesidad de no limitar sus
propuestas pedagógicas al sólo ámbito de los objetivos -esto es, la democratización de la enseñanza
y la abolición de la separación entre el trabajo manual y el intelectual-, sino también, para que la
renovación pedagógica fuese completa, interesarse por el mismo ámbito del proceso educativo. Esto
implicaría, en primer lugar, cuestionar la metodología educativa tradicional, dogmática y basada en
la memorización (catequística, como dicen algunos), así como en la falta de iniciativa y participación
del educando, y cuyo contrapunto es un educador revestido de una autoridad indiscutible.

Con todo, la educación no es un juego ni tarea fácil, como bien entendió el marxista Antonio Gramsci.
Consideraba este autor que «la enseñanza se imparte a muchachos que precisan contraer ciertos
hábitos de diligencia, exactitud, compostura –también física- y de concentración psíquica sobre
determinadas materias, lo que sin una repetición mecánica de disciplinas y métodos apropiados, no
podrán adquirir». De ahí que, criticando ciertas escuelas pedagógicas modernas, alertara sobre lo
siguiente:

1
Zsuzsa Ferge: “Educación”, en Tom Bottomore (dir.): Diccionario del pensamiento marxista, Madrid,
ed. Tecnos, 1984, pp. 258-260.
2
Cit. en Mario A. Manacorda: Marx y la pedagogía moderna, Barcelona, ed. Oikos-Tau, 1969, p. 35.

1
«Se precisa persuadir a mucha gente de que también el estudio es un oficio, y muy
fatigoso, con un aprendizaje especial –además del intelectual- muscular y nervioso: es
un proceso de adaptación, un hábito adquirido con el esfuerzo, la molestia e incluso el
sufrimiento».3

En segundo lugar, el marxismo asume que la educación formal es una parte de ese proceso más
amplio que es la socialización. Mediante ésta, el individuo se forma y se desarrolla como ser social,
asumiendo no sólo que su libertad debe ser compatible con la libertad de los demás, sino también que
esta última es su requisito. Por lo tanto la educación no puede ser tan sólo ejercitar el cuerpo, aprender
habilidades técnicas y asimilar conocimientos, sino también aprender valores, actitudes y hábitos
sociales. O sea que sin formación moral no puede haber una educación completa; y esta moral ha de
ser, como decíamos antes, la basada en la cooperación, el respeto y la ayuda mutua –tanto fuera como
dentro del sistema educativo. Precisamente la tragedia de la pedagogía moderna reside en el olvido
de este principio, y ello explica que los sistemas educativos hayan oscilado entre un autoritarismo
rigorista y el laissez-faire educativo próximo al anarquismo.

Que los sistemas educativos modernos se muestren en general refractarios a incorporar una moral
propia, refleja sin duda las dificultades de la innovación pedagógica en el contexto de las sociedades
capitalistas, imbuidas de un individualismo grosero y una competitividad desaforada. Marx
comprendió muy bien esta difícil tesitura de la enseñanza reglada, pues indicó que, por una parte,
exige un cambio de las condiciones sociales para crear una enseñanza correspondiente, y, por otra
parte, se exige un correspondiente sistema de enseñanza para poder cambiar las condiciones sociales.
Como acertadamente ha señalado Mario Manacorda, esta reflexión de Marx contiene una advertencia
a no confiar demasiado sobre las posibilidades revolucionarias del sistema escolar - en sus
confrontaciones con la sociedad de la que es producto y parte; pero también, en general, a eliminar
todo aplazamiento pesimista que renunciaría a intervenir en este sector únicamente una vez realizada
la revolución democrática, cuando las estructuras sociales hayan cambiado.4

3
Antonio Gramsci: La formación de los intelectuales, Barcelona, ed. Grijalbo, 1974, pp. 129 y 137.
4
Mario A. Manacorda: op. cit., pp. 98 y 106.

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