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Sesenta y dos años en la Argentina es una vida. Elena se trasladó de la cultura gallega y
de los campos y oteros a la ciudad. Desarraigo de la tierra y nostalgia de los lares y las
costumbres. El cariño de mi mamá y la tía Antonia la mantuvieron animosa. ¡Cómo se reían las
tres recordando anécdotas de su infancia! Nunca perdieron la picardía del campesino.
Era una flaquita espigada y derecha, cuando llegó aquella mañana de 1942 a esta casa.
Estábamos excitados: llegaba la tía de España. La vimos vestida con austeridad y una cierta
elegancia. Se sorprendía de tanto cariño exteriorizado: los gallegos son más introvertidos. Le
llamaba la atención el dejo argentino y porteño.
Fue indispensable en nuestra vida. En cada familia hay alguno así. Es el centro sin
pretender serlo. Nos enseño a disfrutar del mar . Mamá le decía que me acompañase a la escuela
de Molière, pero cuando había cerrado la puerta yo estaba ya cerca de Virgilio: me preguntaba
“¿tanto te gusta el colegio?” Hasta hoy me digo: ¿Cómo hacía para llevarse bien con mi abuela
Da. Rosa, italiana que nunca se había reconciliado con este país, a punto que la llamase “Elena
mía”?