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RESUMEN

El Inmortal

El testimonio de un hombre que habla de un río que “purifica de la muerte” y la existencia de una
ciudad habitada por inmortales, es el detonante para que alguien más, se decida a encontrarla. En
Roma se le advierte: “Dilatar la vida de los hombres era dilatar su agonía y multiplicar el número
de sus muertes”. Al hombre, le son proporcionados doscientos soldados, recluta a varios
mercenarios y se lanza a su empresa. Durante el camino, aparece la desesperación y los motines.
El hombre huye acompañado de unos cuantos fieles y, herido, duerme y sueña con un laberinto. Al
desenredarse –no habla de despertar- de la pesadilla, el hombre encuentra la ciudad de los
inmortales y a sus habitantes: Los trogloditas. Alentado por la sed, el hombre bebe de un agua
oscura y cae en un sueño profundo no sin pronunciar, inexplicablemente, unas palabras en griego.
Éste hombre, militar del imperio Romano, se recupera y dirige sus pasos a la ciudad de los
inmortales. Los trogloditas, que no pronuncian palabras, lo dejan ir en paz. La ciudad de los
inmortales, es descrita con cámaras y pasillos, arquitectura simétrica y sin fin. A su salida de la
ciudad de los inmortales, el hombre intenta conversar con un troglodita a quien puso el nombre de
Argos –nombre del perro de Ulises de La Odisea- Al troglodita le cuesta trabajo hablar griego, pero
sabía quien era Argos a pesar de que hablaban de un relato contado cien mil años atrás. El hombre
tiene que encontrar el agua que lo devolverá a su condición de mortal. Antes nos hablará de sus
numerosas experiencia. El cuento termina con una serie de citas que tildan a ésta historia de falsa
pero el autor mantiene sus dudas.

“Fácilmente aceptamos la realidad, acaso porque intuimos que nada es real” (“El inmortal” Borges
18).

El muerto

El relato nos cuenta la historia de Benjamín Otálora quien luego de darle muerte a un enemigo,
parte en busca de Azevedo Bandeira. Esa noche, en un altercado, desvía una puñalada dirigida
precisamente a Bandeira. Bandeira le propone a Otálora traer consigo una tropa. Éste acepta y parte
con rumbo a Tacuarembó. Al año, Otálora se hace gaucho y aprende a manejar una hacienda. Se
hace hombre de Bandeira y se sabe temido por ese hecho. Pronto, Otálora descubre que Bandeira
se dedica al contrabando y desea ascender lo más pronto posible. Pasa otro año. Otálora atiende a
un enfermo Bandeira, siente que sus ambiciones se verán pronto recompensadas. Otálora
ambiciona el poder, el caballo y la mujer de Bandeira. Resuelve ganarse la amistad del capanga –
guardaespaldas del patrón- y éste le promete ayudarlo en su planeado asenso. Otálora manda a la
tropa y duerme con la mujer de Bandeira. En el último día en la vida de Benjamín Otálora se hace
un descubrimiento. Muere a manos del capanga comprendiendo que desde un principio, su final
había sido planeado.
Los teólogos

Un libro de una biblioteca de monjes se salva de un incendio. En él, se narra una enseñanza de
Platón y que “todas las cosas recuperarán su estado anterior”. Un siglo después, se nos presentan a
dos hombres: Juan de Panonia y Aureliano. Ambos sostienen diversas posturas con respecto a Dios
y a las cosas. Además, se presenta a un grupo conocido como Los Histriones, quienes creen que
todo hombre es en realidad dos hombres y que además, sus actos son directamente invertidos, es
decir: mientras uno duerme, el otro está despierto, si uno es bueno el otro malo etc. Y así, estos
teólogos se ocupan de los conceptos de Dios. Sin embargo, entre Juan de Panonia y Aureliano
sucedía algo poco común, no sólo mantenían discrepancias sino que algo más allá de alguna manera
los relacionaba. Juan de Panonia es acusado por el propio Aureliano de profesar corrientes herejes.
Juan se defiende y mantiene sus ideas. Es acusado a morir en la hoguera. Aureliano presenció la
ejecución y posteriormente, luego de profundas reflexiones sobre sus actos y los de su némesis,
muere rodeado de un incendió. En el cielo, Dios recibe a Aureliano y a Juan de Panonia como a
una sola persona.

“En los libros herméticos está escrito que lo que hay abajo es igual a lo que hay arriba, y lo que
hay arriba, igual a lo que hay abajo; en el Zohar, que el mundo inferior es reflejo del superior. Los
histriones fundaron su doctrina sobre una perversión de esa idea. Invocaron a Mateo 6:12
(“perdónanos [p. 41] nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores”) y II:12
(“el reino de los cielos padece fuerza”) para demostrar que la tierra influye en el cielo, y a I
Corintios 13:12 (“vemos ahora por espejo, en obscuridad) para demostrar que todo lo que vemos
es falso” (“Los teólogos” Borges 40-41).

“El final de la historia solo es referible en metáforas, ya que pasa en el reino de los cielos, donde
no hay tiempo. Tal vez cabría decir que Aureliano conversó con Dios y que Este se interesa tan
poco en diferencias religiosas que lo tomó por Juan de Panonia. Ello, sin embargo, insinuaría una
confusión en la mete divina. Más correcto es decir que en el paraíso, Aureliano supo que para la
insondable divinidad, él y Juan de Panonia (el ortodoxo y el hereje, el aborrecedor y el aborrecido,
el acusador y la víctima) formaban una sola persona” (“Los teólogos”, Borges 45).

Historia del guerrero y de la cautiva

Dos historias alejadas por el tiempo se cruzan. El guerrero Droctulft y una inglesa amiga de la
abuela del autor. Droctulft se rebeló contra los suyos y se prestó a defender Roma. Su acto, más
que de traición fue de un converso. Borges lee la historia de Droctulft y de inmediato el recuerdo
de un relato de su abuela lo asalta. La abuela de Borges, inglesa exiliada, encuentra a otra paisana
y ambas platican. El abuelo muere poco después y posteriormente, la abuela encuentra a su paisana
bebiendo la sangre de una oveja degollada. Borges junta esos dos destinos. La del bárbaro que se
presta a defender lo atacado y de la inglesa alejada de su país en un lugar extraño. La relación va
más allá de lo terrenal.
“Acaso las historias que he referido son una sola historia. El anverso y el reverso de esta moneda
son, para Dios, iguales” (“Historia del guerrero y la cautiva” Borges 52).

Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)

Tadeo Isidoro Cruz, hijo de Isidora y de un hombre asesinado posteriormente con el cráneo partido.
El gaucho Tadeo, cierta noche da muerte a un borracho. La policía lo sigue. Tadeo pelea a muerte
y es atrapado y enlistado como soldado raso. Participó de muchas batallas y fue herido varias veces.
Después lo encontramos casado y con un hijo. Luego, es nombrado sargento de la policía rural en
el lugar mismo de su origen. El destino de Tadeo se acerca a él. Para Borges, el destino consta “de
un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”. En 1870, Tadeo
recibe la orden de atrapar a un asesino de dos víctimas. El hombre se defiende valientemente. Tadeo
siente la impresión de que ese momento lo ha vivido con anterioridad. Tadeo desertó entonces del
ejército para unirse al rebelde Martín Fierro (Héroe nacional de Argentina)

Emma Zunz

El relato comienza cuando Emma Zunz, trabajadora en una fábrica textil, recibe una carta que
notifica el suicidio de su padre. Emma recuerda entonces la confesión de que Aarón Loewenthal,
antes gerente ahora dueño de la fábrica, es el ladrón. Lo anterior se lo afirmó su padre la última
noche que se vieron. Emma medita un plan que piensa llevar a cabo. Llama a Loewenthal y le dice
poseer información sobre la huelga que se gesta en su fábrica. Llegado el día, escoge a un hombre
y se entrega a él. Piensa en su madre, en su padre, y en la humillación de la que alguna vez fue
objeto. Una venganza metafísica esconde su acto. Emma camina para encontrarse con Loewenthal
con la intención de matarlo, hecho que en efecto sucede, salvo que Emma no pudo decir el discurso
que tenía preparado. Loewenthal murió sin saber su causa. Emma llama por teléfono y acusa a
Loewenthal de haberla citado y al querer abusar de ella lo había matado. La historia increíble es
creída pues todo lo relatado por Emma Zunz era cierto salvo las circunstancias “y uno o dos
nombres propios”.

“La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta.
Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también
era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres
propios” (“Emma Zunz” Borges 65-66).

La casa de Asterión

El Asterión, acusado de soberbia y misantropía, vive en su hogar infinito. Reflexiona


permanentemente pues nada más tiene que hacer salvo recibir cada nueve años a nueve hombres
para que sean librados del mal. El Asterión espera a su redentor que quizá lo lleve a otra casa menos
intrincada y con un fin. El laberinto del Asterión lo ha acompañado durante toda su existencia. Es
todo lo que conoce.

El relato termina cuando Teseo da aviso de haber matado al Minotauro de Creta –nuestro Asterión-
.
“El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda transmitir a otros hombres;
como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura” (“La casa de Asterión”
Borges 68).
“Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez
llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al
fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzar todos los rumores del mundo, yo percibiría sus
paso (70). Ojalá me llevé a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?,
me preguntó. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como
yo?” (“La casa de Asterión” 69-70).

La otra muerte

Un narrador –desde luego el propio Borges- nos cuenta que recibió una carta dónde le notificaban,
al final, de la muerte de don Pedro Damián. El narrador recordó haberlo visto en 1942 y su imagen...
fantasmal... Pedro Damián era un veterano militar que había peleado en muchas batallas.
Posteriormente, el narrador acudió con el coronel Tabares quien recuerda a un Pedro Damián que
murió cobardemente en la batalla de Masoller. El narrador nos confiesa su intención de escribir un
relato fantástico sobre el sitio de Masoller. Acude de nuevo a casa del coronel Tabares y encuentra
a otro veterano militar que recuerda a un Pedro Damián que murió valientemente en la batalla de
Entre Ríos. Tabares ya no recuerda al cobarde Pedro Damián. El asunto se complica cuando el
narrador reencuentra a su amigo de la carta del principio, quien tampoco se acuerda de Pedro
Damián. Dios es otro personaje más en este complicado cuento y concedió al cobarde redimirse en
otra batalla. Al final el narrador duda de los recuerdos propios y ajenos e incluso de la existencia
del mismo Pedro Damián.

“En cuanto a mí, entiendo no correr un peligro análogo. He adivinado y registrado un proceso no
(79). accesible a los hombres, una suerte de escándalo de la razón; pero algunas circunstancias
mitigan ese privilegio temible. Por lo pronto, no estoy seguro de haber escrito siempre la verdad.
Sospecho que en mi relato hay falsos recuerdos. Sospecho que Pedro Damián (si existió) no se
llamó Pedro Damián, y que yo lo recuerdo bajo ese nombre para creer algún día que su historia me
fue sugerida por los argumentos de Pier Damiani. Algo parecido acontece con el poema que
mencioné en el primer párrafo y que versa sobre la irrevocabilidad del pasado. Hacia 1951, creeré
haber fabricado un cuento fantástico y habré historiado un hecho real; también el inocente Virgilio,
hará dos mil años, creyó anunciar el nacimiento de un hombre y vaticinaba el de Dios” (“La otra
muerte” Borges 78-79).
Deutsches Requiem

Últimas reflexiones de un criminal nazi quien espera la hora de su ejecución. Lo notorio es su


extrema inteligencia, amante de la música de Brahms, lector de Shakespeare, Nietzsche y Splenger.
Su discurso, es su postura ante la vida, en la hora de su muerte.

“Se ha dicho que todos los hombres nacen aristotélicos o platónicos. Ello equivale a declarar que
no hay debate de carácter abstracto que no sea un momento de la polémica de Aristóteles y Platón;
a través de los siglos y latitudes, cambian los nombres, los dialectos, las caras, pero no los eternos
antagonistas. También la historia de los pueblos registra una continuidad secreta” (“Deutsches
Requiem” Borges 89).

La busca de Averroes

Averroes, un escribiente de ascendencia árabe, trabaja en un texto de Aristóteles y se detiene ante


la aparición de dos palabras de dudoso significado: tragedia y comedia. Nadie, en el ámbito del
Islam sabían su sentido. Luego de una discusión con varios colegas sabios, Averroes descubre a la
comedía y a la tragedia en el Corán. Luego desaparece con su biblioteca. Al final, el autor explica
su intención y relación con su propio personaje que bien pudo haber sido él mismo.

“Sentí, en la última página, que mi narración era un símbolo del hombre que yo fui, mientras la
escribía y que, para redactar esa narración, yo tuve que ser aquel hombre y que, para ser aquel
hombre, yo tuve que redactar esa narración, y así hasta lo infinito. (En el instante en que yo dejo
de creer en él, ‘Averroes’ desaparece)” (“La busca de Averroes” Borges 101).

EL Zahir

El Zahir es una palabra que representa una moneda. Una moneda que llega a manos de Borges y lo
remite a la muerte de una mujer de la cual estuvo enamorado: Teodelina Villar. El descubrimiento
del narrador de todos los significados del la palabra Zahir lo perturban al grado de deshacerse de
la moneda pues se intuye que atrás de aquel objeto se encuentra Dios.

“no soy el que era entonces pero aún me es dado recordar, y acaso referir, lo ocurrido. Aún, siquiera
parcialmente, soy Borges” (“El Zahir” Borges 103).

“Pensé que no hay moneda que no sea símbolo de las monedas que sin fin resplandecen en la
historia y la fábula. Pensé en el óbolo de Caronte; en el óbolo que pidió Belisario; en los treinta
dineros de Judas; en las dracmas de la cortesana Laís; en la antigua moneda que ofreció uno de los
durmientes de Éfeso; en las claras monedas del hechicero de las 1001 Noches; que después eran
círculos de papel; en el denario inagotable de Isaac Laquedem; en las sesenta mil piezas de plata,
una por cada verso de una epopeya, que Firdusi devolvió a un rey porque no eran de oro; en la onza
de oro que hizo clavar Ahab en el másti; en el florín irreversible de Leopold Bloom; en el luis cuya
efigie delató, cerca de Varennes, al fugitivo Luis XVI. Como en un sueño, el pensamiento de que
toda moneda permite esas ilustres connotaciones me pareció (107) de vasta, aunque inexplicable
importancia” (“El Zahir” Borges 106-107).
“Insomne, poseído, casi feliz, pensé que nada hay menos material que el dinero, ya que cualquier
moneda . . . es, en rigor, un repertorio de mundos posibles. El dinero es abstracto, repetí, el dinero
es tiempo futuro . . . Una moneda simboliza nuestro libre albedrío” (“El Zahir” Borges 197).

“Dijo Tennyson que si pudiéramos comprender una sola flor sabríamos quiénes somos y qué es el
mundo. Tal vez quiso decir que no hay hecho, por humilde que sea, que no implique la historia
universal y su infinita concatenación de efectos y causas. Tal vez quiso decir que el mundo visible
se da entero en cada representación, de igual manera que la voluntad, según Schopenhauer, se da
entera en cada sujeto. Los cabalistas entendieron que el hombre es un microcosmo, un simbólico
espejo del universo; según Tennyson, lo sería. Todo, hasta el intolerable Zahir” (El Zahir Borges
113).

“Ya no percibiré el universo, percibiré el Zahir. Según la doctrina idealista, los verbos vivir y soñar
son rigurosamente sinónimos; de miles de apariencias pasaré a una; de un sueño muy complejo a
uno muy simple” (El Zahir 113).

La escritura de Dios

En una cárcel yace Tzinacán, mago de la pirámide de Qaholom. Un muro lo separa de un jaguar.
El mago sabe que Dios escribió en algún lugar la solución para curar los males terrenales. Tzinacán
recuerda desde su cautiverio sus andanzas en busca de aquella inscripción. Tal vez el jaguar mismo
lo sea. Una noche, Tzinacán sueña que la arena lo cubre y que se encuentra dentro de otro sueño
que a su vez se encierra en otro. El mago despierta y tiene una mística experiencia mientras es
torturado. Tzinacán sabe las catorce palabras escritas por Dios y sabe que al pronunciarlas será
todo poderoso. Tzinacán no las pronuncia para que el misterio muera con él.

“Este [Dios], previendo que en el fin de los tiempos ocurrirían muchas desventuras y ruinas,
escribió el primer día de la Creación una sentencia mágica, apta para conjurar esos males. La
escribió de manera que llegara a las más apartadas generaciones y que no la tocara el azar. Nadie
sabe hasta qué punto la escribió ni con qué caracteres, pero nos consta que perdura, secreta, y que
la leerá un elegido” (La escritura de Dios 116).
“Consideré que en el lenguaje de un dios toda palabra enunciaría esa infinita concatenación de los
hechos, y no de un modo implícito, sino explícito, y no de un modo progresivo, sino inmediato.
Con el tiempo, la noción de una sentencia divina parecióme pueril o blasfematoria. U dios,
reflexioné, solo debe decir una palabra y en esa palabra la plenitud. Ninguna voz articulada por él
puede ser inferior al universo o menos que la suma del tiempo. Sombras o simulacros de esa voz
que equivale a un lenguaje y a cuanto puede comprender un lenguaje son las ambiciosas (119) y
pobres voces humanas, todo, mundo universo” (La escritura de Dios 118-119).
“Alguien me dijo: No has despertado a la vigilia, sino a un sueño anterior. Ese sueño está dentro
de otro, y así hasta lo infinito” (La escritura de Dios 119).
“Entonces ocurrió lo que no puedo olvidar ni comunicar. Ocurrió la unión con la divinidad, con el
universo (no sé si estas palabras difieren). El éxtasis no repite sus símbolos; hay quien ha visto a
Dios en un resplandor, hay quien lo ha percibido en una espada o en los círculos de una rosa. Yo
vi una Rueda altísima, que no estaba delante de mis ojos, ni detrás, ni a los lados, sino en todas
partes, a un tiempo. Esa Rueda estaba hecha de agua, pero también de fuego, y era (aunque se veía
el borde) infinita. Entretejidas, la formaban todas las cosas que serán, que son y que fueron, y yo
era una de las hebras de esa trama total, y Pedro Alvarado que me dio tormento era otra. Ahí estaban
las causas y los efectos y me bastaba ver esa Rueda para entenderlo todo, sin fin . . . Vi el universo
y vi los íntimos designios del universo. Vi los orígenes que narra el Libro del Común . . . Vi el dios
sin cara que hay detrás de los dioses. Vi infinitos procesos que formaban una sola felicidad” (La
escritura de Dios 120).

Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto

Dunraven narra a su amigo Unwin, la muerte del rey Abenjacán el Bojarí a manos de su primo
Zaid. Las causas permanecen en el misterio. El rey vivía en un laberinto y un negro acompañado
de un león eran los principales aunque improbables sospechosos. Unwin duda de la narración de
Dunraven. Esa noche, los amigos pernoctan en el laberinto. Pasados los días y luego de varias
conjeturas, Unwin cita a Dunraven y resuelve el caso. La necesidad de Zaid al matar al rey iba más
allá de su desaparición; tenía que deshacerse del rey para tomar su lugar, aunque sea por un día.

Los dos reyes y los dos laberintos

Un rey de Babilonia manda a sus sabios proyectar un laberinto. Fue tan perfecto que nadie se atrevía
a entrar. Los temerarios continúan perdidos. Cierto día, el rey recibe la visita del rey de Arabia y
lo reta a entrar al laberinto. El rey de Arabia entra y por poco no haya la salida. Éste, le dice a su
anfitrión que en su país existe un laberinto más complejo que con gusto le enseñará. Cuando regresó
a sus tierras, juntó a su ejército e invadió Babilonia. El rey es apresado y dejado por su homólogo
en su laberinto: el desierto.

La espera
Un hombre llega a un lugar al cual no pertenece y toma una identidad que tampoco lo es. El señor
Villari se mantiene al margen; no hace amistades, suele ir al cine y lee una sola sección del
periódico. Procura no ser visto y de una simple discusión, se encierra cinco días por miedo a salir.
Por las noches, soñaba que dos hombres y el verdadero Villari acudían a matarlo. En sus sueños se
defendía con la pistola que mantenía guardada en la vigilia. Se calma y reconoce los síntomas del
sueño. De modo que una noche, convencido de que dormía, se enfrentó a su sueño. La descarga de
la pistola lo desmintió.

El hombre en el umbral

Disturbios suceden en una ciudad musulmana, por ello, las autoridades mandan a un hombre temido
a poner orden, su nombre: David Alexander Glencairn. Pronto, la ciudad encontró paz. Tiempo
después Glencairn desapareció. La posibilidad de un asesinato era palpable puesto que todos en la
ciudad, parecían haber jurado guardar un secreto. Un juez es mandado a buscarlo y encuentra
mentiras y versiones encontradas sobre el paradero de Glencairn. Un anciano narra que desde niño
se busca al juez. Cuando terminó su narración, cientos de hombres y mujeres salieron de su casas
pues festejaban que un hombre, acababa de dar muerte a Glencairn.

El Aleph

El narrador empieza por contar la muerte de Beatriz Viterbo y el profundo dolor que dejó en él y
su familia. Cada año acudía a la casa de la extinta mujer para convivir con una agradable familia
que bien lo recibía. Entre ellos, el primo de Beatriz, Carlos Argentino Daneri, quien comparte sus
inquietudes literarias con el narrador. Pasado el tiempo, el narrador sospecha que Daneri pretende
que él escriba el prólogo de su obra. Para ello tiene que acabar su poema en casa, junto a El Aleph.
La primera definición que el narrador nos ofrece es: “uno de los puntos del espacio que contiene
todos los puntos”. Daneri advierte que El Aleph es solamente suyo y que lo descubrió en su niñez.
El narrador lo considera un loco y se muestra interesado en conocer a El Aleph. Daneri accede y
lo lleva a su casa. Y ahí, mientras observaba uno de los tantos retratos de Beatriz, Borges le habla
a su extinta amada. Daneri dicta unas precisas instrucciones para que Borges vea a El Aleph y éste,
un tanto escéptico, las acata. Finalmente, Borges se encuentra con una esfera de dos o tres
centímetros de diámetro donde todas las cosas suceden: Borges ha encontrado a El Aleph. Todo
sucede al instante, todo el universo se refleja en El Aleph y El Aleph en todo el universo.

Seis meses después, la casa que ocultaba a El Aleph fue destruida. Danineri publico sus poemas y
obtuvo incluso un premio nacional.

“Un Aleph es uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos” (El Aleph 160).
“En el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbes, vistos desde todos los
ángulos” (El Aleph 161).
“La verdad no penetra en un entendimiento rebelde. Si todos los lugares de la tierra están en el
Aleph, ahí estarán todas las luminarias, todas las lámparas, todos los veneros de luz” (Aleph 161).
“Arribo ahora al centro de mi relato; empieza, aquí, mi desesperación de escritor. Todo lenguaje
es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten;
¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca? Los
místicos, en análogo trance, prodigan los emblemas: para significar (164) la divinidad, un persa
habla de un pájaro que de algún modo es todos los pájaros . . . Ezequiel de un ángel de cuatro caras
que a un tiempo se dirige al Oriente y al Occidente, al Norte y al Sur (No en vano rememoro estas
inconcebibles analogías; alguna relación tienen con el Aleph). Quizás los dioses no me negarían el
hallazgo de una imagen equivalente, pero este informe quedaría contaminado de literatura, de
falsedad” (Aleph 163-164).

“En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitable y atroces; ninguno me asombró
como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo
que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es” (Aleph
164).
“El diámetro del Aleph será de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin
disminución de tamaño” (Aleph 164).

Borges, Jorge Luis. El Aleph. Buenos Aires: Emecé Editores, 1957.

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