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EL CLAMOR DE LOS PROFETAS

Lección 5 para el 3 de agosto


Los profetas del Antiguo Testamento fueron los voceros de
Dios para denunciar la triste situación de Israel.

En lugar de hacer justicia, oprimían al pobre. Donde tendría


que haber paz, había violencia. Cuando debían humillarse y
pedir perdón, se enorgullecían de sus crímenes.

Junto a la proclamación de sus injusticias,


los profetas manifestaron el dolor de
Dios por su situación, y las proposiciones
divinas para volver a instituir la justicia.

Dios sufre por la injusticia.


Dios llama al arrepentimiento.
Dios pide justicia y olvida el pecado.
Dios ofrece una segunda oportunidad.
Dios restablece la justicia.
Cuando Israel quiso abandonar la
teocracia y ser como las demás naciones,
Dios envió a su profeta para advertirles de
las consecuencias de su decisión.
Querer ser como el mundo implicaba que,
tarde o temprano, se comportarían como
lo hacen los demás. Es decir, actuarían de
manera injusta, se aprovecharían del
pobre y no reprimirían sus pecados.
Podemos ver a través de los reiterados
mensajes de los profetas la tristeza de
Dios por las desdichadas consecuencias
que tiene el abandonarlo a Él.
También podemos ver el llamado de Dios
para luchar por quitar la opresión,
restablecer la justicia y aliviar el dolor de
los que nos rodean.
“Así ha dicho Jehová: Por tres pecados de
Israel, y por el cuarto, no revocaré su
castigo; porque vendieron por dinero al justo,
y al pobre por un par de zapatos” (Amós 2:6)
Amós comenzó su mensaje anunciando el castigo
de Dios sobre las naciones, por causa de las
atrocidades que cometían (1:3-2:3).
Los israelitas escucharon con agrado su mensaje,
incluso cuando condenó a Judá por rechazar a
Dios y desobedecer su Ley (2:4-5).

Pero la lista más larga de pecados, y la más


severa condenación, se reservó para Israel:
egoísmo, avaricia, aprovecharse de los
desvalidos, inmoralidad, injusticia… (2:6-16).
Ante esta situación, Dios llama a su pueblo al
arrepentimiento, y a un cambio radical de
actitud: “Aborreced el mal, y amad el bien, y
estableced la justicia en juicio” (Amós 5:15).
“Él volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará
nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar
todos nuestros pecados” (Miqueas 7:19)
Perversión del derecho, violencia, sobornos,
echar a las viudas de sus casas, maltrato
infantil. Príncipes que despojaban al pueblo.
Sacerdotes codiciosos. Profetas que
profetizaban por dinero. Tal era la condición
de Judá durante el reinado de Acaz.

Pese a todos estos pecados, Dios no


abandonó a su pueblo entonces, ni
abandona a sus hijos hoy.
Está siempre dispuesto a olvidar el
pecado ante el arrepentimiento sincero.
Pero nos pide un definido cambio de
actitud: “Practicar la justicia, amar la
misericordia, y humillarte ante tu Dios”
(Miqueas 6:8 NVI).
“No ayudáis a las ovejas débiles, ni curáis a las enfermas, ni vendáis a las que
tienen una pata rota, ni hacéis volver a las que se extravían, ni buscáis a las
que se pierden, sino que las tratáis con dureza y crueldad” (Ezequiel 34:4 DHHe)
Ezequiel señala como la raíz del pecado de Sodoma el orgullo, el bienestar
económico y la ociosidad, que dieron como resultado el abandono del afligido
y del menesteroso (Ezequiel 16:49).
Esa misma situación se dio también en Judá, y se
puede ver en nuestros días. El resultado: crecimiento
continuo de las injusticias, porque cada uno piensa
solo en sí mismo (Ezequiel 34:2-21).
Dios promete
castigar a los que
obran así, y nos dio
ejemplo de cómo
debe portarse un
verdadero pastor
(Ezequiel 34:22-31;
Juan 10:1-16).
Pero Él da una segunda oportunidad a los descarriados (Ezequiel 16:55).
En los primeros años de su ministerio, Isaías tuvo
que enfrentar los graves problemas de su sociedad:
violencia, maldad, sobornos, injusticia para el
huérfano y la viuda, acaparar casas y campos…
Dios está dispuesto a perdonar el pecado, pero
exige también un cambio de conducta (1:6-8).
No obstante, el verdadero restablecimiento de la justicia
debía ser producto de la intervención directa de Dios a través
de la obra del Mesías, Jesús de Nazaret (42:1-7; 53:4-6).

Él restablecerá finalmente el reinado


de Dios en la Tierra y traerá justicia,
misericordia, sanidad y restauración.
EGW (Obreros evangélicos, pg. 517)

“Cuando los que se unen en


compañerismo cristiano, elevan oración
hacia Dios, y se comprometen a obrar
con justicia, a amar la misericordia, y a
andar humildemente con Dios, reciben
gran bendición. Si perjudicaron a otros,
siguen la obra de arrepentimiento,
confesión y restitución, plenamente
dispuestos a hacer bien unos a otros.
Esto es cumplir la ley de Cristo”

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