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Las dos oraciones más grandes del apóstol Pablo

CONTENIDO

1. Un espíritu de sabiduría y de revelación (1)


2. Un espíritu de sabiduría y de revelación (2)
3. Ser fortalecidos con poder en el hombre interior
4. Vivir por nuestra nueva persona para el nuevo hombre

PREFACIO

Este pequeño libro está compuesto de mensajes dados por el hermano Witness Lee en
septiembre de 1970 en San Francisco, California.
ESPIRITU DE SABIDURIA
Y DE REVELACION

(1)

Lectura bíblica: Ef. 1:17-23; 3:16-21

LAS DOS ORACIONES MAS PROFUNDAS


DEL APOSTOL PABLO

En cuanto a la iglesia

En este libro hablaremos de las dos oraciones más profundas del apóstol Pablo. Estas
dos oraciones se encuentran en el libro de Efesios, un libro hondo, elevado y profundo.
Este libro profundo trata principalmente un tema: la iglesia. La iglesia es el tema más
profundo de la Biblia. No es algo superficial, ligero ni fácil de comprender. Hoy la frase
la iglesia se usa en forma equivocada. Cuando alguien se refiere a la iglesia, ¿qué quiere
decir? Para muchos la iglesia es algo común. Incluso quizá algunos piensen que la iglesia
es un edificio material, pero según la Biblia, la iglesia es un tema muy profundo.
Tenemos que estar en la parte más profunda de nuestro ser, o sea, nuestro espíritu, para
conocer la iglesia. Todos nosotros, especialmente los hermanos y hermanas jóvenes,
debemos conocer algo que no es meramente para nuestro disfrute, nuestra salvación o
nuestra edificación. Tenemos que conocer la iglesia, el tema más profundo de la Biblia.
El apóstol oró para que nosotros conociéramos a la iglesia, puesto que es algo tan
profundo. Necesitamos la oración del apóstol para ver la iglesia.

La necesidad tanto de
revelación como de experiencia

Necesitamos considerar lo que Pablo dijo en estas dos oraciones. En la primera oración,
oró para que recibiéramos un espíritu de sabiduría y de revelación a fin de que
pudiéramos ver la iglesia (Ef. 1:17-23). Oró para que recibiéramos un espíritu a fin de
que pudiéramos ver, un espíritu de revelación, y aun un espíritu que revela.
Necesitamos dicho espíritu para ver la iglesia. Muchos quizá tengan un entendimiento
común o superficial en cuanto a la iglesia, pero no es muy simple ni superficial. No
debemos pensar que entendemos cabalmente el asunto de la iglesia. La iglesia es el
misterio de Cristo (Ef. 3:4), y necesitamos recibir una revelación para verla.

En la segunda oración de Pablo (3:16-21), él oró para que fuéramos fortalecidos en


nuestro hombre interior. Esto está relacionado con nuestra experiencia. Primero oró
para que viéramos, para que fuéramos iluminados, es decir, para que recibiéramos la
revelación, y oró en otra ocasión para que fuéramos fortalecidos. Primero, necesitamos
recibir la revelación para poder ver lo que está relacionado con este misterio. Después
de ver, necesitamos profundizarnos en lo que hemos visto, o sea que necesitamos
experimentarlo. En otras palabras, la primera oración es una oración para la revelación,
y la segunda es una oración para la experiencia. En el libro de Efesios, tanto la
revelación como la experiencia se relacionan con la iglesia.

UN ESPIRITU DE SABIDURIA Y DE REVELACION

El espíritu humano

En la primera oración, Pablo ora diciendo: “Para que el Dios de nuestro Señor
Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría” (1:17). Esto no quiere decir
que Dios nos dará el Espíritu Santo. La palabra espíritu que está en este versículo no
está escrita con mayúscula, lo cual indica que es el espíritu humano. Para ver el misterio
de Cristo (3:4), la iglesia, se requiere más que simplemente tener una mente lista. Una
mente lista quizá sea buena para que uno estudie en la universidad, pero la mente sola
nunca podría entender el misterio de la iglesia. Para poder ver la iglesia, necesitamos
nuestro espíritu humano.

Dios no nos creó en una forma simple. Según 1 Tesalonicenses 5:23, el hombre está
constituido de tres partes: el espíritu, el alma y el cuerpo. Nuestro cuerpo humano es
muy complejo. Los médicos pasan muchos años estudiando medicina, pero aún así no
entienden cabalmente el cuerpo humano. A la parte psicológica de nuestro ser se le
llama el alma, la cual está compuesta de la mente (Sal. 13:2; 139:14; Lm. 3:20), la parte
emotiva (Cnt. 1:7; 2 S. 5:8; Is. 61:10; 1 S. 30:6) y la voluntad (Job 7:15; 6:7; 1 Cr. 22:19).
Estos tres órganos son maravillosos, pero también pueden causar muchos problemas. A
veces no podemos dormir bien porque nuestra mente es muy activa. Si pudiéramos
controlar nuestra mente, dormiríamos bien. Nuestra parte emotiva también puede ser
problemática. Si no fuéramos tan emocionales, no nos preocuparía tanto la manera en
que nos trata la gente. No nos importaría si nos valoran mucho o nos desprecian. Pero,
como nuestra parte emotiva es problemática, a veces nos molestamos tanto que no
podemos dormir. Nuestra voluntad testaruda también es la fuente de muchos
problemas. No solamente tenemos un cuerpo con muchas partes y un alma con muchos
órganos, sino que también tenemos otra parte en nuestro ser, una parte más profunda,
que es nuestro espíritu. El hombre más sabio es el hombre que vive en su espíritu.

Refugiarnos en nuestro espíritu


Si soy una persona que vive en la parte emotiva, me afectará fácilmente lo que otros
digan de mí. Si dicen algo bueno acerca de mí, estaré contento. Si dicen algo malo acerca
de mí, me ofenderé. Si vivo en las emociones, simplemente soy una persona superficial.
Pero, si permanezco en mi espíritu, mis emociones son aisladas. Cuando estoy en mi
espíritu, nada me molesta. No importa cuánto me alaben ni cuánto me reprendan, eso
no me afecta porque estoy refugiado en mi espíritu y permanezco en mi espíritu.
Algunas veces quizá no dormimos bien porque estamos en nuestra mente, pensando y
razonando. Nos preocupamos mucho porque estamos acostumbrados a estar en nuestra
mente. Todos tenemos que ejercitarnos y refugiarnos en nuestro espíritu. Si nos
refugiamos en nuestro espíritu, estaremos en paz (Ro. 8:6), y conseguiremos el mejor de
los sueños.

Además, si no estamos en el espíritu, no estamos seguros acerca de nada en nuestra vida


diaria. Muchas veces, si no estamos en el espíritu, no somos justos ni honestos.
Supongamos que un esposo y su esposa empiezan a discutir. Cuanto más pelean, más
razones tienen para pelear. Hoy en día hay tantos divorcios simplemente por esta clase
de pleitos interminables, pero nosotros los cristianos tenemos un lugar en donde
refugiarnos. Mientras que pelea con su esposa, debe recordar que usted es un santo
querido y que tiene un espíritu regenerado. Refúgiese en ese espíritu. Deje de pelear,
deje de usar su boca. Refúgiese en su espíritu, y permanezca en su espíritu. Si practica
esto, será honesto y justo. Entenderá todo; se dará cuenta de que usted está equivocado,
y no su esposa. El único lugar en el cual podemos ver las cosas claramente es nuestro
espíritu.

Supongamos que oigo algo que no es tan bueno. Si estoy en mi mente o en mi parte
emotiva, no puedo discernir el asunto clara, justa ni correctamente. Quizá incluso trate
inmediatamente de hablar de ese asunto negativo con otro hermano. Si el hermano que
me escucha ha aprendido algunas lecciones, no me dirá ni una palabra de su mente, sino
que permanecerá en su espíritu. Quizá yo trate de motivar su interés en este asunto,
pero si él permanece en su espíritu mis palabras serán detenidas. Algunas veces esto
incluso me ayudará a refugiarme en mi espíritu. Entonces en mi espíritu, quizá tenga la
sensación profunda de que estoy equivocado. El único lugar en el cual podemos ver las
cosas clara, justa, honesta, fiel y verazmente es en nuestro espíritu. Si queremos saber
de algún asunto, si queremos conocernos a nosotros mismos, o si queremos conocer la
verdadera situación de nuestra vida familiar, tenemos que estar en nuestro espíritu (1
Co. 2:11a).

Necesitamos estar en el espíritu para poder conocer la iglesia o ver algo de la iglesia.
Nunca podremos ver la iglesia, el misterio de Cristo, al usar meramente nuestra mente
para considerar y tratar de entenderla. Cuanto más hagamos esto, más estaremos
confundidos. No debemos confiar en nuestra mente, sino que tenemos que cooperar con
Dios refugiándonos en nuestro espíritu. Muchos de nosotros quizá hayamos visto algo
de la iglesia, pero tenemos que ver más para poder permanecer en la iglesia. Debemos
orar diciendo: “Señor, sálvame. Líbrame de mi mente, mi parte emotiva y mi voluntad.
Ayúdame a permanecer en mi espíritu”. Algunos quizá no han visto la iglesia. Si usted
no ha visto la iglesia, no discuta con otros acerca de este asunto ni trate de entenderlo
por sí mismo. Simplemente vuélvase a su espíritu. Necesita darse cuenta de que la parte
más profunda de su ser es su espíritu humano. Su espíritu es el verdadero sitio donde
Dios puede revelarle las cosas. Si se vuelve a su espíritu y permanece allí, la iglesia se le
puede revelar.

LOS OJOS DE NUESTRO CORAZON


NECESITAN SER ILUMINADOS

Necesitamos un espíritu de sabiduría y de revelación para que los ojos de nuestro


corazón sean iluminados (Ef. 1:18). Estos no son nuestros ojos físicos, sino los ojos
interiores, los ojos de nuestro corazón. Como tenemos un espíritu, nuestros ojos
interiores pueden ser iluminados. Entonces no sólo podremos entender, sino también
ver. Debemos darnos cuenta de que es mucho mejor ver que entender. A través de los
años he aprendido que no debo confiar ni en mi conocimiento ni en mi entendimiento.
No importa cuánto me digan acerca de la ciudad de Londres, no confío en eso. Con en el
tiempo, tendré que ir a mirar la ciudad de Londres. Cuando vaya allá, lo que vea será
diferente de lo que entendí. Nunca podremos entender tanto como lo que podemos ver.
No es suficiente que entendamos las cosas con respecto a la iglesia, necesitamos ver la
iglesia.

Pablo ora para que nosotros tengamos un espíritu de sabiduría y de revelación a fin de
que nuestros ojos interiores puedan ser iluminados hasta que veamos tres cosas: la
esperanza a que Dios nos llamó (v. 18), la gloria de la herencia de Dios (v. 18) y la
supereminente grandeza de Su poder (v. 19). Estas tres cosas profundas van mucho más
allá de nuestro concepto humano.

Ver la esperanza del llamado de Dios

Todos hemos sido llamados por Dios, pero ¿qué es la esperanza del llamado de Dios?
Algunos quizá digan que nuestra esperanza consiste en ir al cielo. Pero si uno lee la
Biblia, se dará cuenta de que Dios desea venir a la tierra. Los cielos quizá sean muy
preciosos para usted, pero la tierra es más preciosa para Dios. En Mateo 6:10, el Señor
Jesús oró para que la voluntad de Dios fuera hecha en la tierra así como lo es en el cielo.
Para Dios la tierra es más importante que los cielos. Nosotros los cristianos siempre
pensamos que esta tierra no tiene esperanza y que nos vamos a otro lugar. Pero el Señor
oró para que el reino de Dios viniera a la tierra y que Su voluntad fuera hecha así en la
tierra como lo es en los cielos. Incluso la Nueva Jerusalén un día “descenderá del cielo”
(Ap. 21:2). Para Dios, la tierra es mucho más preciosa que los cielos. El cielo no es la
esperanza de nuestro llamado. Dios no nos llamó para que muriéramos y fuéramos al
cielo. En Salmos 8:1, el salmista declara: “¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán admirable es
Tu nombre en toda la tierra!” Nuestra esperanza está relacionada con nuestra vida en
esta tierra.

Este concepto de esperar siempre ir al cielo es de la superstición del catolicismo. El


catolicismo es una mezcla de la verdad de la Biblia y el paganismo. En el budismo está la
enseñanza de que después de morir uno se va a un lugar bueno como una recompensa, y
esta clase de pensamiento ha sido adoptada por el catolicismo. Muchos cristianos han
sido adoctrinados con esta superstición pagana. Algunos quizá se turben con esta
palabra y pregunten: “Después que somos salvos, ¿a dónde vamos cuando morimos?” La
Biblia revela que el Hades, como el Seol del Antiguo Testamento (Gn. 37:35; Sal. 6:5), es
el lugar donde las almas y los espíritus de los muertos están guardados (Lc. 16:22-23;
Hch. 2:27). Sin embargo, el Hades está dividido en dos secciones: la sección placentera,
el Paraíso, donde están todos los santos salvos, esperando la resurrección (Lc. 16:22-23,
25-26), y a donde el Señor Jesús fue con el ladrón salvo después que murieron en la cruz
(Lc. 23:43; Hch. 2:24, 27, 31; Ef. 4:9; Mt. 12:40); y la sección de tormento, donde están
todos los pecadores perdidos (Lc. 16:23, 28). Como personas salvas, podemos estar en
paz. Hay un lugar apropiado para nosotros, pero ésta no es la esperanza a la cual fuimos
llamados.

La esperanza a la cual Dios nos llamó es: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”
(Col. 1:27). Cristo realizado por nosotros, experimentado por nosotros y ganado por
nosotros al grado máximo es la esperanza de nuestro llamado. Dios nos llamó, nos
justificó y nos glorificará, conformándonos a la imagen de Su Hijo (Ro. 8:29-30). Un día
nosotros seremos absolutamente iguales a Cristo (1 Jn. 3:2). Nuestra esperanza no es
sólo Jesús como nuestro Redentor o como nuestra vida, sino Cristo como nuestra
manifestación y consumación final, como nuestra gloria. Nosotros esperamos ser
plenamente conformados a la misma imagen de Cristo. Esta es la consumación final del
disfrute de Cristo, y ésta es la esperanza a la cual Dios nos llamó.

Ver la gloria de la herencia de Dios en los santos

El segundo asunto por el cual Pablo ora en cuanto a nosotros es que veamos la gloria de
la herencia de Dios en los santos (Ef. 1:18). Siempre estamos preocupados acerca de
nuestra propia herencia, pero Dios quiere que cuidemos de Su herencia. La herencia de
Dios en los santos es Cristo. El Cristo que ha sido forjado en cada uno de nosotros es la
herencia de Dios. Cristo lo es todo. Para nosotros, Cristo es nuestra esperanza, y para
Dios, Cristo es Su herencia. No hay nada en nosotros digno de ser la herencia de Dios.
Sólo el mismo Cristo que ha sido forjado en nosotros puede ser la herencia de Dios.
Necesitamos preguntarnos cuánto de Cristo ha sido forjado en nosotros. Quizá no haya
mucho en nosotros que sea bueno para que Dios herede porque hay muy poco de Cristo
que haya sido forjado en nosotros. Por esto necesitamos ser transformados, necesitamos
tener un cambio metabólico (Ro. 12:2; 2 Co. 3:18), y ser conformados a la imagen de
Cristo. Todos necesitamos más de Cristo forjado en nuestro ser. La gloria de la herencia
de Dios en los santos es el Cristo de gloria que está dentro de nosotros. Cuando todos
seamos transformados y transfigurados, conformados a Cristo al máximo, Dios estará
contento. Todos los santos queridos serán Su herencia, y esta herencia será Cristo
mismo forjado plenamente en todos Sus creyentes.

Ver la supereminente grandeza del poder de Dios

El tercer punto por el cual Pablo oró para que lo veamos es: “...la supereminente
grandeza de Su poder” (Ef. 1:19). Este es el poder que Dios ha forjado en Cristo para
hacer cuatro cosas: 1) levantarle de entre los muertos (v. 20); 2) sentarle a la diestra de
Dios (v. 20); 3) someter todas las cosas bajo Sus pies (v. 22); y 4) dar a Cristo por
Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia (v. 22). Todos tenemos que ver la
supereminente grandeza de este poder que Dios forjó en Cristo. Este es el poder que
venció la muerte, la tumba y el Hades al levantar a Jesús de entre los muertos, que sentó
a Cristo a la diestra de Dios en los lugares celestiales por encima de todo, que sujetó
todas las cosas bajo Sus pies y lo dio por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. Este
gran poder es para con nosotros los que creemos. Necesitamos conocer este poder
porque el resultado producido por este poder es la iglesia.

No somos la iglesia meramente porque hemos sido salvos y porque nos reunimos. No
podemos decir que eso esté mal, pero es un entendimiento muy superficial. Necesitamos
ver que la iglesia normal, auténtica, apropiada y verdadera proviene de este gran poder.
Si usted tiene el poder que levantó a Cristo, que le sentó a la diestra de Dios, muy por
encima de todo, que sujetó todas las cosas bajo Sus pies, y que le dio el derecho de ser
Cabeza sobre el universo, tiene la iglesia. Esta iglesia es el Cuerpo de Cristo: “la plenitud
de Aquel que todo lo llena en todo” (v. 23). Cristo, quien es el Dios infinito e ilimitado,
es tan grande que todo lo llena en todo. Este grandioso Cristo necesita que la iglesia sea
Su plenitud para Su expresión completa. Esta iglesia llega a existir, no por la enseñanza,
ni por los dones, ni por las formas, ni por los rituales, ni por la organización, sino por el
poder del Cristo resucitado, ascendido y entronado, quien ahora es la Cabeza por encima
de todas las cosas de la iglesia. Efesios 1:22 no dice que Cristo ha sido hecho Cabeza
sobre todas las cosas por la iglesia, sino a la iglesia. Todo lo que El es, lo que ha
obtenido y adquirido, es a la iglesia. “A la iglesia” implica una clase de trasmisión. Todo
lo que Cristo, la Cabeza, obtuvo y adquirió es trasmitido a la iglesia, Su Cuerpo. En esta
trasmisión la iglesia comparte con Cristo todos Sus logros: la resurrección de entre los
muertos, estar sentado en Su trascendencia, la sujeción de todas las cosas bajo Sus pies,
y la autoridad de ser Cabeza sobre todas las cosas. Tal iglesia es el Cuerpo de Cristo, Su
plenitud.

Todos debemos darnos cuenta de que nada de nuestra vida natural, naturaleza o
composición, y nada de nuestro ser es parte de la iglesia. Sólo la misma porción de
Cristo que ha sido forjada en nosotros es parte de la iglesia. Hoy Cristo está en los cielos,
pero también está aquí sobre la tierra. El es como la electricidad. La electricidad está en
una casa en un extremo y al mismo tiempo está muy lejos en un generador en otro
extremo. Toda la luz y las funciones de los aparatos en la casa proviene de esta
electricidad. Hoy, Cristo es la electricidad celestial. El está en los cielos, pero también
está dentro de nosotros como la fuente para que nosotros tengamos la vida de la iglesia.
Como la electricidad celestial, Cristo está siendo trasmitido a la iglesia. Tenemos que
darnos cuenta de que todo lo que Dios ha hecho por nosotros, con nosotros y en
nosotros es para la iglesia. Sin importar por cuántos años usted es salvo, cuánto ame al
Señor, cuán espiritual sea o cuánto crecimiento tenga, si tan solo usted no es para la
iglesia, hay algo mal. La intención de Dios no consiste meramente en salvarnos, ni en
que seamos espirituales o le amemos. La intención de Dios consiste en forjar en
nosotros al Cristo resucitado, ascendido y entronizado, quien es la Cabeza sobre todas
las cosas, para hacernos una parte de la iglesia. Todos debemos ver la iglesia de esta
manera.

En nuestras reuniones necesitamos invocar el nombre del Señor. Invocar el nombre del
Señor es recibirle, inhalarle como el Espíritu (Lm. 3:55-56; Jn. 20:22). Esto ocasionará
que más de Cristo sea forjado en nosotros, pero el resultado debe ser para la iglesia.
Todos debemos darnos cuenta de que cuando invocamos al Señor, comemos, bebemos y
respiramos del Señor, lo hacemos para la iglesia. Tenemos que dedicarnos a la iglesia y
estar en ella. Si usted no está en una iglesia local auténtica, y no está en el terreno de la
unidad del Cuerpo de Cristo, no puede estar plenamente satisfecho; no puede tener el
sentimiento profundo de que está en su hogar. Si no está en tal iglesia local y si no lleva
la vida de la iglesia local, estará intranquilo como un vagabundo sin hogar. En la iglesia
estamos en casa porque la iglesia es nuestro destino y también nuestra destinación (Ef.
2:19). Esto se debe a que la iglesia también es el destino de Dios, incluso la destinación
de Dios.
Todos necesitamos recibir un espíritu de sabiduría y de revelación para poder ver estos
tres asuntos: 1) la esperanza a que Dios nos llamó, la cual es Cristo; 2) la gloria de la
herencia de Dios en los santos, la cual también es Cristo; y 3) la supereminente grandeza
del poder que produce la iglesia, el poder que levantó a Cristo, que le sentó en los
lugares celestiales, que puso todas las cosas debajo de Sus pies y que le dio por Cabeza
sobre todas las cosas a la iglesia.

CAPITULO DOS

UN ESPIRITU DE SABIDURIA
Y DE REVELACION

(2)

Lectura bíblica: Ef. 1:17-23

EL ESPIRITU HUMANO

El único órgano que recibe a Dios


y tiene contacto con El

En Efesios 1, el apóstol Pablo oró pidiendo una sola cosa, es decir, que nos fuese dado un
espíritu de sabiduría y de revelación. Este espíritu no es el Espíritu Santo sino nuestro
espíritu humano. Por siglos, el cristianismo ha errado el blanco de la economía de Dios
(1 Ti. 1:4-6) simplemente debido a que han descuidado este asunto básico, el espíritu
humano. Algunos quizá hablen a menudo del Espíritu Santo, pero lo hacen en forma
objetiva como si el Espíritu fuera algo muy lejos de nosotros. El apóstol Pablo sabía que
el problema no está relacionado con el Espíritu Santo sino con el descuido del espíritu
humano. Hoy en día muchos descuidan su espíritu, y algunos incluso no se dan cuenta
de que tienen un espíritu humano.

Déjenme ilustrarlo de esta manera. Supongamos que usted sabe todo acerca del helado,
pero no se da cuenta de que tiene boca. No hay problema con el helado. El problema es
que usted no sabe que tiene boca con la cual puede recibir el helado y disfrutarlo. Esta
quizá parezca una ilustración infantil, pero esa es la situación de hoy en el cristianismo.
Quizá ellos hablen mucho del Espíritu Santo, del bautismo del Espíritu Santo y de los
dones del Espíritu Santo, pero no se dan cuenta del órgano con el cual debemos tener
contacto con el Espíritu Santo y recibirlo. Si queremos recibir aire, necesitamos usar
nuestros pulmones. Si queremos escuchar algo, tenemos que usar nuestros oídos.
Debemos usar el órgano correcto. Dios creó a propósito un solo órgano con el cual
podemos recibirle y tener contacto con El, a saber, nuestro espíritu (Jn. 4:24; Ro. 1:9).
Ejercitar nuestro espíritu para ver la iglesia

Tal vez sepamos acerca de nuestro espíritu, pero es posible que aún no sepamos que
necesitamos ejercitar nuestro espíritu. Quizá ejercitemos nuestra mentalidad demasiado
y descuidemos nuestro espíritu. Cuando alguien escucha a los jóvenes que gritan e
invocan el nombre del Señor, quizá se molesten. Tal vez piensen: “No me gusta esta
clase de iglesia”. Con el tiempo, se alejarán de las reuniones por su mente razonadora.
Sin embargo, debemos darnos cuenta de que la iglesia está relacionada con nuestro
espíritu, no con nuestra mente. Solamente al ejercitar nuestro espíritu discernimos los
asuntos claramente en la iglesia.

Aunque la iglesia es un gran tema en la Biblia, la epístola del apóstol Pablo en cuanto a
la iglesia es muy corta, pues sólo tiene seis capítulos. Si queremos conocer la iglesia, lo
principal no es ejercitar nuestra mente para saber las enseñanzas, sino ejercitar nuestro
espíritu. Así que, Pablo oró por todos nosotros, para que Dios, el Padre de gloria, nos
diera un espíritu de sabiduría y de revelación (Ef. 1:17). Para la iglesia, necesitamos tal
espíritu, y todos nosotros tenemos un espíritu, pero tenemos que ejercitarlo.
Necesitamos usar nuestro espíritu. Si usted está en su mente, nunca podrá conocer
claramente la iglesia. La mente no es el órgano que uno debe usar si quiere conocer la
iglesia. Sin embargo, si usted se ejercita para meterse en su espíritu y permanecer allí,
verá la iglesia. La iglesia es algo exclusivamente relacionado con el espíritu.

Una hermana una vez me dijo que yo hablaba demasiado acerca de la vida de la iglesia y
me preguntó si alguna vez he hablado acerca de la vida familiar. Cuando dijo eso, me di
cuenta en lo profundo de mi ser de que estaba en su mente. Puesto que estaba en la
mente, la vida familiar lo era todo para ella. Si ella hubiera cambiado su posición
volviéndose de su mente a su espíritu, habría tenido contacto con el Señor Jesús. Habría
visto la vida de la iglesia. La vida de la iglesia no está en nuestra mente. No debemos
ejercitar nuestra mente si queremos entender la iglesia. La vida de la iglesia está en
nuestro espíritu. Necesitamos un espíritu de sabiduría y de revelación, no meramente
para entender la iglesia, sino para ver la iglesia.

Algunos cristianos me han preguntado: “¿Por qué usted no está de acuerdo con las
denominaciones? ¿Significa esto que solamente usted está correcto y todos los demás
están equivocados?” Nosotros en el recobro del Señor nunca debemos ser tan tontos
como para argumentar con la gente. Podemos animarles para que se vuelvan a su
espíritu y esperar en la presencia del Señor y ver lo que el Señor les habla en su espíritu.
Simplemente ayúdeles para que se vuelvan a su espíritu. Tenemos que estar en el
espíritu si queremos conocer algo de la iglesia y ver algo de ella. Solamente con nuestro
espíritu podemos conocer la iglesia.
La necesidad de sabiduría y de revelación

Pablo ora por un espíritu de sabiduría y de revelación (1:17). La sabiduría es la


capacidad de conocer y entender las cosas. Por ejemplo, si usted me diera una cámara,
quizá no sepa cómo ponerle el rollo ni cómo tomar una foto. Quizá ni siquiera me doy
cuenta de que tengo que quitarle la cubierta al lente. Simplemente no tengo la sabiduría
para saber y entender cómo funciona una cámara. La sabiduría equivale a conocer y
entender algo, pero la revelación significa ver algo. Supongamos que hay una fábrica
grande con muchas máquinas. Quizá tengamos la sabiduría para saber cómo operar
todas las máquinas, pero si la fábrica no está abierta para nosotros, no podemos ver
nada. Por otro lado, si la fábrica está abierta, podemos ver todo, pero si no entendemos
las máquinas, que las veamos significa muy poco. Necesitamos tanto la sabiduría como
la revelación. Nuestro espíritu es un espíritu de sabiduría y de revelación. Debemos
volvernos a nuestro espíritu para obtener la sabiduría a fin de saber y entender las cosas
de la iglesia y también de recibir la revelación para ver las cosas de la iglesia.

LA ESPERANZA A QUE DIOS NOS HA LLAMADO

Primero, debemos tener la base y el fundamento apropiados de estar en el espíritu.


Después Pablo ora para que “sepáis cuál es la esperanza a que El os ha llamado” (v. 18).
Como hemos sido llamados por Dios, ahora tenemos una esperanza maravillosa. El
concepto de Pablo es que esta esperanza es nuestro destino y también nuestra
destinación. Todos necesitamos ver la esperanza, el destino y la destinación a la que
Dios nos ha llamado.

La casa del Padre

La esperanza a que Dios nos ha llamado no consiste en que vayamos al cielo. Aunque
este pensamiento tradicional lo tienen muchos cristianos, es supersticioso y está
completamente fuera del hilo de la revelación de la Biblia. En el Nuevo Testamento e
incluso en toda la Biblia, simplemente no se puede encontrar un versículo donde Dios
diga claramente que cuando morimos, nos iremos al cielo.

A través de los siglos, muchos han tenido el concepto de que la casa del Padre en Juan
14 se refiere a una mansión en los cielos a la cual los creyentes van después de morir.
Algunas versiones traducen Juan 14:2 como sigue: “En la casa de mi Padre hay muchas
mansiones”. Pero si buscamos en el texto griego, encontraremos que en el mismo
capítulo, la palabra traducida mansiones en el versículo 2 es la misma que se traduce
morada en el versículo 23: “El que me ama ... y vendremos a él, y haremos morada con
él”. La única diferencia que existe entre estas dos citas es que en el versículo 2 la palabra
está en plural, y en el versículo 23 está en singular. Según el griego, no es mansiones en
Juan 14:2, sino moradas: “En la casa de Mi Padre muchas moradas hay”.

Cuando era joven, oí a un respetable maestro de la Biblia decir: “Juan 14 nos dice que el
Señor Jesús se fue a prepararnos mansiones en los cielos. Después que las haya
preparado, regresará para llevarnos allí. Como no ha regresado todavía, esto quiere
decir que todavía El no ha terminado las mansiones. El Señor Jesús mismo ha estado
edificando estas mansiones por más de mil novecientos años y aún no ha terminado.
Consideren cuán maravillosas serán esas mansiones”. En ese tiempo, fui realmente
capturado, y dije: “Señor, gracias. No me importa en qué clase de choza pobre viva hoy.
Tú me estás preparando una gran mansión maravillosa, magnífica, tan esplendorosa en
los cielos, pero todavía no está terminada”. Creí esta clase de enseñanza por muchos
años. Luego un día, después de casi veinte años, el Señor me abrió los ojos y vi la verdad
en cuanto a todas estas cosas, y arrojé a un lado todas esas enseñanzas tradicionales y
supersticiosas.

Las palabras del Señor: “Voy, pues, a preparar lugar para vosotros” (14:2), no quieren
decir que El fue a los cielos a edificar una gran mansión para nosotros. La intención de
Dios en el Evangelio de Juan no es edificar una mansión física en los cielos y después
llevarnos allá. Esto está absolutamente en contra del concepto de ese libro. El concepto
principal del Evangelio de Juan consiste en Jesús como la Palabra quien era Dios.
Después se hizo carne para morir en la cruz por nosotros para que pudiéramos ser
redimidos. En Su resurrección, se forjó a Sí mismo en Su pueblo redimido para que
pudiera ser regenerado, nacido de Dios. Como resultado, Dios puede estar en nosotros y
nosotros podemos estar en Dios. La intención de Dios es morar en nosotros y que
nosotros moraríamos en El (Jn. 14:20; 1 Jn. 4:13). Mientras estamos en el Señor y el
Señor en nosotros, no debe importarnos si las moradas están en los cielos o en la tierra.
Nosotros no somos para los cielos; somos para el Señor. Los cielos no son nuestra
morada, pero el Señor Jesús sí. Nosotros moramos en El, y El mora en nosotros.

No debemos confiar en las enseñanzas tradicionales y muchas veces supersticiosas que


hemos recibido en el pasado. No es tan sencillo entender e interpretar la Biblia.
Necesitamos preguntarnos qué quiere decir: “En la casa de mi Padre” en este libro. En el
Evangelio de Juan, esta expresión se usa dos veces: en 14:2 y también en 2:16. En el
capítulo dos el Señor Jesús dijo: “No hagáis de la casa de Mi Padre casa de mercado”.
Aquí el término casa de Mi Padre se refiere al templo de Dios. Luego en el versículo 19 el
Señor dijo: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Juan nos dice que el
Señor quería decir que Su cuerpo era el templo (v. 21). Los judíos trataron de matarle,
de destruir Su cuerpo en la cruz, pero en tres días El levantó Su cuerpo. Ahora en la
resurrección este cuerpo no es solamente el propio cuerpo físico del Señor sino también
Su Cuerpo místico, la iglesia. En Juan 2 la casa del Padre es el templo de Dios, y el
templo de Dios es el Cuerpo de Cristo, la iglesia, producida mediante la muerte y
resurrección del Señor. Si en el capítulo dos la expresión “casa de Mi Padre” denota la
iglesia, no sería lógico que denotara los cielos en el capítulo catorce del mismo libro.

En 14:2 el Señor dijo: “En la casa de Mi Padre muchas moradas hay ... voy, pues, a
preparar lugar para vosotros”. Con estas palabras, el Señor revela que en la iglesia hay
muchas moradas. Además, Su ida para prepararnos un lugar fue Su ida mediante Su
muerte y resurrección. Mediante Su muerte en la cruz, El cumplió la redención para
quitar cada obstáculo que hay entre Dios y el hombre, lo cual nos abrió el camino para
que tuviéramos una posición, un lugar, en Dios. Mediante Su resurrección, El se
transfiguró de la carne al Espíritu para poder regenerar a Su pueblo redimido, para
entrar y morar en ellos. Como resultado de pasar El por la muerte y la resurrección,
nosotros llegamos a ser Sus moradas. Dios mora en nosotros, y nosotros moramos en
Dios. En el capítulo quince, este morar mutuo es claramente revelado por las palabras
del Señor: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros” (v. 4). La palabra griega traducida
“permaneced” en este versículo es la raíz de las palabras traducidas “moradas” y
“morada” en 14:2 y 23. El verbo morar (Gr. méno), es la raíz del sustantivo, morada (Gr.
moné). El capítulo catorce habla del sustantivo, el lugar, la morada. Después el capítulo
quince se refiere al verbo, la acción, el permanecer. Antes de poder morar, se necesitan
las moradas. Las moradas son preparadas al ir el Señor en el capítulo catorce. Después
el morar mutuo es revelado en el capítulo quince.

En Juan 14:3, el Señor Jesús dijo: “Y si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez, y os
tomaré a Mí mismo, para que donde Yo estoy, vosotros también estéis”. La explicación
de “donde Yo estoy” en este versículo es provisto en el versículo 10: “Yo estoy en el
Padre”. Por lo tanto, el Señor reveló a Sus discípulos que ellos estarían también donde El
estaba, o sea, en el Padre. Mientras el Señor estaba hablando estas palabras, estaba
entre Sus discípulos, pero en aquel entonces no les era posible estar en el Padre. El tenía
que ir, para consumar la obra de la redención mediante Su muerte en la cruz, para
quitar el pecado. También necesitaba resucitar, para abrir el camino a fin de que Sus
discípulos pudieran ser introducidos en el Padre y el Padre pudiera ser introducido en
ellos. La obra del Señor no es meramente la de llevarnos a los cielos. La obra de la
muerte y resurrección del Señor tiene como fin introducirnos en Dios y a Dios en
nosotros.

En el versículo 20 el Señor dijo: “En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi
Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”. En aquel día, el día de la resurrección, los
discípulos sabrían que El está en el Padre. Ciertamente si El está en el Padre, ellos
estarían en el Padre porque donde El está, ellos también estarán (v. 3). Ya que El está en
el Padre y los discípulos están en El, espontáneamente ellos también están en el Padre.
Puesto que el Padre está en El y El estará en ellos, el Padre también estará en ellos.
Además, el versículo 23 dice: “...vendremos [el Señor y Su Padre] a él, y haremos
morada con él”. Esta morada es una de las muchas moradas del versículo 2. Es una
morada mutua donde el Dios Triuno mora en los creyentes y los creyentes moran en El.
Tenemos que abandonar el concepto falso, leudado y no bíblico de ir a una mansión
celestial física. Lo que nos debe importar es Cristo y la morada mutua, la iglesia.

La libertad de la gloria

Tenemos una esperanza como resultado de haber sido llamados por Dios. Esta
esperanza consiste en que seamos transformados y transfigurados, totalmente
conformados a la imagen de Cristo. Cuando nos miramos a nosotros mismos, nos damos
cuenta de que tenemos muchas grietas. Físicamente, yo tengo muchas arrugas y
manchas. Pero un día, todos seremos igual que Cristo, no sólo interior y
espiritualmente, sino incluso exterior y físicamente. Seremos absolutamente igual que
Cristo en Su gloria (1 Jn. 3:2; Col. 3:4). Hoy Cristo en nosotros es nuestra esperanza de
gloria (Col. 1:27). Pero un día, todas mis arrugas y manchas se irán. ¡No puedo decirles
cuán maravillosos, hermosos y gloriosos seremos! Hoy, puesto que todavía estamos bajo
la corrupción, gemimos dentro de nosotros mismos (Ro. 8:23), y esperamos con anhelo
aquel día de gloria cuando seremos liberados de la esclavitud de la corrupción a la
libertad de la gloria de los hijos de Dios (v. 21). Seremos liberados del gemir para
disfrutar la libertad de la gloria. Esta es nuestra esperanza, nuestro destino y también
nuestra destinación. Día tras día, vamos marchando hacia esa destinación. Nuestra
esperanza consiste en que un día lleguemos. Esa destinación no es los cielos, sino la
libertad de la gloria de los hijos de Dios. Cuando todos seamos plenamente conformados
a la imagen de Cristo, estaremos en la gloria. Hoy, estoy plenamente contento de estar
en la vida de la iglesia. En la iglesia, estamos en camino a la gloria, y esa gloria es la
esperanza de nuestro llamado.

LA HERENCIA DE DIOS EN LOS SANTOS

El segundo asunto que Pablo ora una segunda vez para que conozcamos “las riquezas de
la gloria de Su herencia en los santos” (Ef. 1:18). Hemos visto que la herencia de Dios en
los santos es el Cristo que ha sido forjado en ellos. Realmente, el Cristo que ha sido
forjado en nosotros es la iglesia, así que, la iglesia es la herencia de Dios. Este asunto es
muy profundo. No piensen que la iglesia es una organización, un grupo de gente
religiosa o una entidad social o religiosa. La iglesia es simplemente Cristo forjado en
nosotros de manera corporativa.
LA TRASMISION DEL PODER DE DIOS
PRODUCE LA IGLESIA

El apóstol ora la tercera vez para que veamos “la supereminente grandeza de Su poder
para con nosotros los que creemos” (v. 19). Debemos prestar atención a la corta frase
para con nosotros, de este versículo. Este gran poder no es algo que no está relacionado
con nosotros. Este poder es para con nosotros. Este gran poder se dirige continuamente
hacia nosotros los que creemos. Nosotros somos el objeto de ese poder.

No debemos olvidar los cuatro puntos que constituyen este poder. Primero, es el poder
que levantó a Jesús de entre los muertos (v. 20), el poder de la resurrección. Segundo, es
el poder que sentó a Cristo a la diestra de Dios (vs. 20-21), el poder que lo trasciende
todo. No puede ser retenido, suprimido ni oprimido; lo trasciende todo. Tercero, este
poder sujeta todas las cosas bajo los pies de Cristo (v. 22). Este es el poder sometedor.
Cuarto, es el poder que le puso a Cristo como Cabeza sobre todas las cosas (v. 22). Este
es el poder soberano que rige sobre todo. Tenemos que conocer este poder en todos sus
aspectos. Este gran poder es el poder de la resurrección que lo trasciende, subyuga y
domina todo, y éste es el poder que produce la iglesia.

Experimentar la trasmisión divina

En el versículo 19, este gran poder es “para con nosotros los que creemos”. Para recibir
el poder de Dios, no hay otra condición que la de creer en el Señor Jesús. Si cree en el
Señor Jesús, este poder es para con usted e incluso está en usted. Luego el versículo 22
dice que a Cristo se le ha puesto como Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. Esta
palabra “a” indica una trasmisión. Aquí tenemos una trasmisión divina de todo el poder
que Dios ha forjado en Cristo dentro de la iglesia. Aunque quizá veamos esto, puede ser
para nosotros meramente una doctrina. Necesitamos también ver cómo aplicarlo.

Para experimentar este poder, primero tenemos que darnos cuenta de que ya está en
nosotros. Es exactamente como la electricidad que ha sido instalada en un edificio. Pero
con la mayoría de nosotros, nuestro “amperaje” es muy bajo. Nuestra capacidad para
recibir la trasmisión de este poder es muy pequeña. Este poder ha sido instalado en
nosotros, pero como nuestra capacidad es muy pequeña, muchas veces en nuestra
experiencia “el fusible se quema”, y el poder no trabaja. Todos debemos acudir al Señor
para que nuestra capacidad pueda ser agrandada y así podamos experimentar el poder
que está dentro de nosotros.

Manifestar el poder de la resurrección


Para experimentar este poder interior, primero usted necesita tener un deseo profundo
de salir completamente de la muerte. Si no puede tolerar la muerte que tiene por dentro,
se dará cuenta del poder de la resurrección. Muchos cristianos son indiferentes para con
la muerte. Mientras puedan venir y sentarse tranquilamente para oír cantar el coro y al
pastor dar un buen sermón, están contentos. Quizá amen al Señor y le teman. Quizá
traten de no hacer nada pecaminoso y de no ser mundanos. Tal vez ahorren dinero para
la ofrenda y algunas veces quizá oren por la iglesia. Sin embargo, a ellos no les importa
si las reuniones de la iglesia son vivas o muertas. Con respecto a la muerte, son
completamente indiferentes. Alguien que es así de indiferente nunca podría darse
cuenta del poder de la resurrección. Si actuamos en serio con el Señor y si odiamos la
muerte y estamos desesperados por ser liberados de cualquier cosa muerta, amortecida
o mortífera, veremos el poder que es “para con nosotros”. Si estamos genuinamente
apesadumbrados de que nuestra ciudad está tan muerta, que no hay casi nadie que ame
al Señor ni que apoye Su testimonio, y si estamos desesperados con el Señor, entonces el
poder de la resurrección se manifestará.

Mientras hay alguna cantidad de muerte entre nosotros, la iglesia está carente. La
muerte es una reducción de la iglesia. Cuanto más muerte haya entre nosotros, menos
iglesia tenemos. Cuanto menos muerte, más iglesia hay. Supongamos que nos reunimos,
pero todos estamos en una condición muerta. Esa no es la iglesia. Esa es sólo una
comunidad religiosa. La iglesia es algo tan viviente y poderosa que se traga toda la
muerte. La iglesia es algo que está en el poder de la resurrección.

Algunos quizá digan que para tener poder se necesita el llamado “bautismo del Espíritu
Santo”. He visto a muchos que dicen que han experimentado tal “bautismo”. Hablaban
en lenguas, pero no había poder en ellos. En la China continental, nadie ha sido tan
prevaleciente en la predicación del evangelio como el Dr. John Sung, pero él nunca
habló en lenguas y estaba absolutamente en contra del movimiento de hablar en
lenguas. El se oponía fuertemente al hablar en lenguas, pero era muy prevaleciente y
poderoso en el evangelio.

También en la isla de Taiwán, todos los misioneros, incluso aquellos que se nos oponían,
tenían que admitir a nuestros hermanos que ninguna obra del evangelio en aquella isla
podía compararse con la obra entre “el pequeño rebaño”, como nos llamaban. Pero entre
nosotros nunca animaríamos a la gente a que hablara en lenguas, aunque tampoco nos
oponemos a ello. El poder de la resurrección no está en el hablar en lenguas. El poder
está aquí dentro de nosotros, pero tenemos que estar desesperados. Entonces el poder
de la resurrección se manifestará.

Manifestar el poder que lo trasciende todo


La iglesia no sólo está en resurrección, sino que también es trascendente. Si alguna cosa
continúa suprimiéndonos o enredándonos, no estamos en la realidad de la iglesia. La
iglesia es sumamente trascendente. Tenemos que darnos cuenta de que todos nuestros
problemas son oportunidades para que experimentemos el poder de Dios que lo
trasciende todo. En medio de nuestros problemas, debemos decir: “¡Aleluya! En los más
profundo de mi ser está el poder que lo trasciende todo, el cual sentó a Cristo a la diestra
de Dios, por encima de todo”. Nuestras esposas quizá se nos opongan, o nuestros
esposos quizá nos molesten, pero nosotros estamos sentados en los lugares celestiales,
trascendentes (Ef. 2:6). Todas las cosas son nuestras, incluso la vida o la muerte (1 Co.
3:21-22). Todas las cosas son para la iglesia. Necesitamos todas las situaciones
problemáticas para que el poder de Dios que lo trasciende todo sea manifestado.

Como cristianos, quizá tratemos de no cometer errores. A veces, quizá hayamos estado
temiendo y temblando, acudiendo al Señor y orando: “Señor, sálvame de cometer
cualquier error”. Pero a pesar de cuánto usted ore de esa manera, comete un error.
Parece que el Señor no oyó su oración ni la contestó. Sin embargo, El sí oyó su oración y
la contestó. El sabía que usted tenía que cometer ese error grande. El Señor en Su
soberanía nos permitirá cometer algunos errores.

Hoy en la iglesia, hay muchos hermanos y hermanas jóvenes que se han casado
recientemente. Cada hermano que ama al Señor, acude al Señor para que una buena
hermana sea su esposa. Cada hermana que ama al Señor también ora para que el Señor
le prepare un buen hermano. Con el tiempo, cada hermano consigue una buena esposa,
y cada hermana consigue un buen esposo. Cada hermana es exactamente lo que el
hermano necesita, y cada esposo es exactamente lo que la esposa necesita. El Señor
nunca ha cometido un error. Sin embargo, con el tiempo la luna de miel se termina, y las
esposas y los esposos se empiezan a “moler” el uno al otro. Después los hijos que
tenemos ayudan en el proceso del moler por el cual necesitamos pasar. Como los
muchos granos de trigo, necesitamos ser machacados y molidos para que se haga el pan,
el Cuerpo de Cristo (1 Co. 10:17). Si ciertas personas y situaciones nos están moliendo y
nos quejamos, eso quiere decir que no trascendemos. Como todos estamos bajo la
piedra del molino, necesitamos el poder que lo trasciende todo. Este poder está dentro
de nosotros. Si experimentamos el poder de Dios que trasciende en todas nuestras
circunstancias, la vida de la iglesia se manifestará.

Manifestar el poder sometedor

Efesios 1:22 dice que Dios “sometió todas las cosas bajo Sus pies”. Este es el poder
sometedor de Dios. Todas las cosas han sido sometidas bajo los pies de Cristo, y hoy
debe ser lo mismo con la iglesia. Solamente necesitamos estar desesperados y orar:
“Señor, todas las cosas tienen que estar debajo de mí. Tú eres el poder sometedor y Tú
estás dentro de mí”. Cuanto más las cosas sean sometidas bajo nuestros pies, más la
iglesia llegará a existir. La vida de la iglesia quizá no se manifieste tanto en su localidad
porque muchas cosas aún no han sido sometidas. Quizá algunas personas estén
dominadas por malos hábitos o incluso sucios hábitos. Otros quizá estén dominados por
la forma moderna de vestirse. En su modo de vestir quizá sigan la corriente del siglo, el
curso presente del mundo. ¿Cómo podemos tener la vida apropiada de la iglesia si
nosotros estamos dominados por muchas cosas? Pablo dijo: “Todas las cosas me son
lícitas, mas no todas son provechosas; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me
dejaré dominar de ninguna ... Todo es lícito, pero no todo es provechoso” (1 Co. 6:12;
10:23). Esto muestra que Pablo tenía la verdadera libertad y no se dejaba dominar por
ninguna. No debemos tener regulaciones externas en la vida de la iglesia, pero
necesitamos el poder sometedor para vivir una vida sometida. Entonces cuando otros
estén entre nosotros, se darán cuenta de que somos aquellos que experimentan el poder
sometedor de Dios. Nada de la corriente de este siglo modernista nos dominará. Al
contrario, todas esas cosas estarán bajo nuestros pies. Si verdaderamente
experimentamos el poder sometedor de Dios, la vida de la iglesia se manifestará. El
poder de Dios es para la iglesia, y este poder resulta en la iglesia y la produce.

Manifestar el poder que domina

Luego el cuarto punto del poder de Dios es el poder soberano. Cristo es la Cabeza y
nosotros somos Su Cuerpo. Somos uno con la Cabeza. El rige todas las cosas, y nosotros
participamos de esto. Cuando todas las cosas están bajo el gobierno de la Cabeza y Su
Cuerpo, la iglesia es manifestada.

Nuestra necesidad de estar desesperados

Ahora que hemos visto el poder que produce la iglesia, nuestra necesidad es estar
desesperados. Debemos orar: “Señor, estoy desesperado por ser salvo de cualquier cosa
de muerte y de cualquier cosa que me reprima, subyugue o domine”. Entonces veremos
el poder que está dentro de nosotros. La palabra dínamo es una forma españolizada de
la palabra griega traducida “poder” en Efesios 1:19. Un dínamo es un generador.
Debemos darnos cuenta de que dentro de nosotros hay un generador, un dínamo. Es
dinámico y poderoso, pero necesita nuestra cooperación. Nuestra capacidad tiene que
ser agrandada al ser desesperados nosotros. Entonces veremos la manifestación de la
iglesia en nuestra localidad.

CAPITULO TRES
SER FORTALECIDOS CON PODER
EN EL HOMBRE INTERIOR

Lectura bíblica: Ef. 3:16-21

EL HOMBRE INTERIOR

En este capítulo consideraremos la segunda oración del apóstol Pablo del libro de
Efesios. En los capítulos anteriores, vimos que en la primera oración de Pablo, la clave
es nuestro espíritu. Ahora en la segunda oración, la clave es el hombre interior. Tenemos
el espíritu para poder ver, para la revelación, y tenemos el hombre interior para la
experiencia. Debemos usar nuestro espíritu como un órgano para ver las cosas de la
iglesia, pero el hombre interior no es sólo un órgano. El hombre interior es una persona.
Mediante esta persona, podemos experimentar a Cristo para que la iglesia llegue a la
existencia. Realmente, el hombre interior es simplemente nuestro espíritu con algo
añadido. Cuando Cristo como vida entra en nuestro espíritu, éste llega a ser una
persona. El hombre interior es nuestra persona regenerada cuya vida es la vida de Dios.

Todos tenemos que ver la diferencia que hay entre el espíritu como un órgano y como el
hombre interior. Según 1 Tesalonicenses 5:23, el hombre es de tres partes: espíritu, alma
y cuerpo. Nuestra alma es nuestra vida humana. Por eso, en el Nuevo Testamento la
misma palabra griega psujé se traduce “alma” en algunos casos (Lc. 12:20; Hch. 2:43) y
“vida” en otros (Lc. 12:22-23; Jn. 12:25). Puesto que nuestra vida humana está en
nuestra alma, nuestra alma es nuestra persona, nuestro ser y nuestro yo. Por lo tanto, la
Biblia se refiere a las personas como almas. En Hechos 7:14, a setenta y cinco personas
se les llama setenta y cinco almas. Un alma es una persona porque la vida de un ser
humano está en su alma, pero el espíritu por sí solo es meramente un órgano. Así como
nuestro cuerpo es un órgano externo que tiene contacto con el mundo exterior y físico,
nuestro espíritu es un órgano interior que tiene contacto con el mundo espiritual. Antes
de ser salvos, cada uno de nosotros era un alma, un ser, una persona, con dos órganos:
el cuerpo como un órgano externo y el espíritu como un órgano interno. Pero ahora
Cristo ha entrado en nuestro espíritu como vida, y esta vida no es psujé, la vida del alma,
sino la vida divina. Cuando el Nuevo Testamento habla de esta vida, siempre usa la
palabra griega zoé (Jn. 1:4; 1 Jn. 1:2; 5:12). Zoé es la vida divina, eterna e increada de
Dios, la cual es Cristo mismo. Cristo es nuestra vida en nuestro espíritu (Col. 3:4; Ro.
8:10). Sin esta vida, nuestro espíritu solamente sería un órgano y no una persona. Como
los salvos que tenemos a Cristo como vida en nuestro espíritu, nuestro espíritu llega a
ser un hombre, una persona, un ser. Ya no es meramente un órgano interior, sino que
ahora es un hombre interior. Este es el hombre interior al que se refiere Pablo en Efesios
3:16.
Antes que fuéramos salvos, teníamos solamente una vida, la vida del alma, pero ahora
tenemos otra vida, la vida divina que está en nuestro espíritu. Ya que ahora tenemos dos
vidas, tenemos un problema. ¿Por cuál de estas vidas viviremos? Si vivimos por la vida
del alma, psujé, seremos anímicos, pero si vivimos por la vida divina, zoé, seremos
espirituales. Todos debemos desear vivir por la vida que está en nuestro espíritu, por la
nueva vida divina, zoé, y no por la vieja vida humana, psujé.

En Efesios 1 nuestro espíritu es revelado como un órgano para que nosotros recibamos
la revelación en cuanto a la iglesia. En Efesios 3 nuestro espíritu es una persona, el
hombre interior, para que nosotros experimentemos a Cristo para la iglesia. Puesto que
el capítulo uno se refiere a nuestra necesidad de ver la revelación espiritual, revela al
espíritu como un órgano. El capítulo tres nos muestra que tenemos que vivir conforme a
lo que hemos visto. Para esto necesitamos el hombre interior, una persona. Como una
persona, debemos vivir por nuestro espíritu y con él debemos experimentar lo que
hemos visto.

FORTALECIDOS CON PODER

Necesitamos experimentar una revelación en nuestro espíritu para ver, pero nuestro
hombre interior necesita ser fortalecido con poder para poder vivir y experimentar lo
que hemos visto. Muchos de nosotros tenemos que admitir que nuestra alma, nuestro
hombre exterior, es más fuerte que nuestro espíritu, nuestro hombre interior. Por eso
Pablo oró en Efesios 3:16 para que fuéramos fortalecidos “con poder”. “Poder” en este
versículo es la misma palabra griega traducida “poder” en 1:19. Necesitamos ser
fortalecidos con el poder de resurrección, el poder que lo trasciende todo, el poder
sometedor y el poder soberano. Si hay alguna cantidad de amortecimiento a nuestro
alrededor que no haya sido conquistado, es difícil que nuestro hombre interior sea
fuerte. Por lo tanto, nuestro hombre interior necesita ser fortalecido con el poder de
resurrección para conquistar todo amortecimiento. Por eso necesitamos estar
desesperados para que el poder de resurrección pueda tragarse toda nuestra muerte. Si
alguna cosa de muerte permanece alrededor de nosotros o dentro de nosotros, somos
debilitados en nuestro hombre interior.

También necesitamos ser fortalecidos con el poder que lo trasciende todo. Si alguna cosa
aún nos reprime y oprime, somos debilitados. Tenemos que estar desesperados y orar
diciendo: “Señor, ¿dónde está Tu poder, el cual lo trasciende todo? No debo estar
reprimido ni oprimido por nada. No importa mi situación, yo debo trascender sobre
todo”.
Luego necesitamos el poder sometedor para poner todas las cosas bajo nuestros pies. Lo
más difícil de someter es nuestro carácter. Si nuestro carácter no puede ser sometido,
nuestro hombre interior nunca será fortalecido. Lo que más debilita nuestro hombre
interior es nuestro carácter. Supongamos que usted se enoja cuatro veces en una sola
semana. Cuando llega a la reunión, ¿qué tan fuerte puede estar su hombre interior?
Usted estará muy débil y no podrá funcionar en la reunión. Si alguien le preguntara por
qué no ejerció su función, quizá diga que no tenía la unción ni el guiar del Señor, pero
esas respuestas no son ciertas. La única razón por la cual no lo hizo es porque estaba
muy débil en su hombre interior. El hombre interior fue plenamente debilitado por su
enojo. Si quiere estar fuerte en su hombre interior, tiene que dominar su enojo, y si
puede dominarlo, puede dominar todo. Uno no puede dominar su carácter en sí mismo
y por uno mismo. Uno puede someter todas las cosas únicamente con el poder interior
dominador de Dios. Uno tiene este poder. Con este poder sometedor y soberano nuestro
hombre interior es fortalecido.

Pablo ora en Efesios 3 para que seamos fortalecidos con poder. Este poder es el poder
revelado en Efesios 1. Todos tenemos que darnos cuenta de que es con este poder —el
poder de la resurrección, el poder que lo trasciende todo, el poder sometedor y el poder
soberano— que nuestro hombre interior es fortalecido. Necesitamos ser fortalecidos
dentro de nuestro hombre interior con el poder que levantó a Cristo de entre los
muertos, que sentó a Cristo a la diestra de Dios en los lugares celestiales, que sometió
todas las cosas bajo Sus pies, y que le dio por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia.
Hoy nuestro hombre interior es débil porque no estamos desesperados. Necesitamos
estar desesperados para experimentar este poder que está dentro de nosotros a fin de
que nuestro hombre interior pueda ser fortalecido.

POR SU ESPIRITU EN EL HOMBRE INTERIOR

Pablo también ora para que seamos fortalecidos con poder “por Su Espíritu” (Ef. 3:16).
Este poder es uno con el Espíritu. Nunca puede separar el poder de Dios del Espíritu.
Hablando con propiedad, el Espíritu de Dios es este poder. Necesitamos ser fortalecidos
con este poder por Su Espíritu en nuestro espíritu. Aquí Pablo añade la frase: “en el
hombre interior” (v. 16). Necesitamos ser fortalecidos con poder por Su Espíritu en el
hombre interior. Esta palabra “en” indica trasmisión. Estamos recibiendo la trasmisión
de este poder cuádruple, el poder de la resurrección, el poder que lo trasciende todo, el
poder sometedor y el poder soberano. En el capítulo uno, este poder es para con
nosotros, pero en el capítulo tres, el fortalecimiento es con este poder en nuestro
espíritu, en nuestro hombre interior. Este poder para el fortalecimiento no está
solamente dentro de nosotros sino también en los cielos y es trasmitido a nosotros. Con
la electricidad, cuando apaga el interruptor, el fluir se detiene. Cuando se enciende el
interruptor, la corriente de la electricidad fluye. Esta corriente no solamente está en el
edificio. También está siendo trasmitida dentro del edificio. El poder de Dios no es
solamente algo dentro de nosotros, sino también algo en los cielos que está siendo
trasmitido a nosotros. El fortalecimiento, hablando con propiedad, no se origina dentro
de nosotros, viene de los cielos, del trono y está siendo trasmitido a nosotros. Este
fortalecimiento es algo viviente, que se trasmite y que fluye. Muchas veces tenemos el
sentir de que hay algo dentro de nosotros que nos fortalece. Con este fortalecimiento,
está el fluir del Espíritu dentro de nosotros. Algo está siendo trasmitido a nosotros e
impartido en nosotros por este fluir. Este es el fortalecimiento con poder por Su Espíritu
en el hombre interior.

PARA QUE CRISTO HAGA SU HOGAR


EN NUESTROS CORAZONES

El resultado de este fortalecimiento es “que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones”


(v. 17). No solamente está Cristo en nuestro espíritu, sino también, como una persona,
El debe habitar todo nuestro ser interior, nuestro corazón. El corazón está compuesto de
las tres partes del alma: la mente (Mt. 9:4; He. 4:12), la parte emotiva (Jn. 15:6, 22), y la
voluntad (Hch. 11:23; He. 4:12) más la conciencia (He. 10:22; 1 Jn. 3:20), una parte del
espíritu. El corazón incluye todas nuestras partes internas. Esto quiere decir que cuando
seamos fortalecidos en nuestro hombre interior, Cristo tomará posesión de nuestro ser
interior entero. Cuando seamos fortalecidos en nuestro hombre interior, en nuestro
espíritu, será fácil para Cristo como el Espíritu que mora en nosotros saturar cada parte
interna de nuestro ser. Será fácil para Cristo como el Espíritu que mora en nosotros
tomar posesión de nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad. Entonces
Cristo puede establecerse en nuestro ser y hacer Su hogar en nuestros corazones.

Cristo está en nosotros, pero quizá no está establecido en nosotros. Si yo llego a su hogar
como invitado, estoy en su hogar, pero no estoy establecido allí. Sólo puedo ir donde se
me permita. Yo he visto su hogar, pero no he hecho allí mi hogar. De la misma manera,
Cristo está en nosotros, pero no está establecido en nosotros. Eso se debe a que nuestro
hombre interior no ha sido fortalecido. Nuestro hombre interior necesita ser fortalecido
con el poder cuádruple. Si toda nuestra muerte es tragada, si todos los factores rebeldes
son conquistados, si todas las cosas problemáticas son sometidas y si nosotros
ejercitamos el poder soberano, seremos muy fuertes en nuestro espíritu, en nuestro
hombre interior. Entonces todo nuestro ser se abrirá a Cristo como el Espíritu que mora
en nosotros, haciéndole fácil la entrada a nuestra mente, parte emotiva y voluntad, a
todas nuestras partes internas, para que tome posesión de todo nuestro ser. El podrá
hacer su hogar en nuestros corazones. La vida de la iglesia proviene de Cristo que hace
Su hogar en nuestros corazones.
PARA QUE PODAMOS SER LLENOS
HASTA LA MEDIDA DE TODA LA PLENITUD DE DIOS

Después de que nuestro hombre interior sea fortalecido y de que Cristo haga Su hogar
en nuestros corazones, hay un tercer punto: “Para que seáis llenos hasta la medida de
toda la plenitud de Dios” (Ef. 3:19). Cuando nuestro hombre interior es fortalecido, está
el camino libre para que Cristo tome plena posesión de todo nuestro ser, haciendo Su
hogar en nuestros corazones. Dios en el Hijo, como el Espíritu vivificante, tomará
posesión de todo nuestro ser, haciéndonos uno con Dios. Entonces seremos llenos, no
de doctrinas ni de conocimiento, sino de todas las riquezas de Cristo hasta la medida de
toda la plenitud de Dios. Toda esta plenitud mora en Cristo (Col. 1:19; 2:9). Al morar en
nosotros, Cristo imparte la plenitud de Dios a nuestro ser. Con el tiempo, lo que Dios es
en Su plenitud será nuestro contenido. Nosotros llegamos a ser un pueblo lleno del Dios
Triuno y saturados con las riquezas de Cristo hasta la medida de toda la plenitud de
Dios. Este es el resultado de la trasmisión del poder de Dios, y esta es la realidad de la
vida de la iglesia.

LA NECESIDAD DE ESTAR DESESPERADOS

Después Pablo dice: “A Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más
abundantemente de lo que pedimos o pensamos, según el poder que actúa en nosotros”
(Ef. 3:20). De nuevo, este poder es el poder de 1:19. Es el poder que da consumación a
las cosas espirituales para la iglesia en nuestro ser interior. La palabra “hacer” de este
versículo se refiere al poder interior que le da energía. Si uno actúa en serio con el Señor,
si uno está desesperado, algo por dentro le dará energía, pero si es indiferente, el poder
interior no operará. Si uno es indiferente en cuanto a las reuniones y si uno es
indiferente en cuanto a la carencia de fruto, ¿cómo puede este poder dentro de uno darle
energía? Pero si uno ora al Señor en forma desesperada, inmediatamente experimentará
la energía interior. Dios puede hacerlo superabundantemente más de todo lo que
pedimos o entendemos, pero sólo lo puede hacer conforme al poder que está operando
en nosotros. Cuánto este poder pueda hacer para darnos energía depende de cuán
desesperados estemos. Todos tenemos este poder en nosotros. Con algunos
verdaderamente trabaja, pero con otros no trabaja. Esto se debe a que algunos somos
desesperados y otros somos indiferentes. El secreto de la operación de este poder es que
necesitamos estar desesperados. Dios necesita nuestra cooperación humana. Si no
cooperamos con El, no puede hacer nada. Que el Señor tenga misericordia de nosotros
para que, de ahora en adelante, estemos desesperados. Necesitamos tener el sentimiento
profundo de que no podemos seguir adelante como cristianos indiferentes. Debemos
considerar este asunto uno de vida o muerte. Si nos volvemos desesperados, nos
daremos cuenta de que algo por dentro nos está dando energía y que algo desde los
cielos está siendo constantemente trasmitido a nuestro ser. Entonces la gloria será para
El en la iglesia (v. 21). Hoy no hay mucha gloria para el Señor en la iglesia por causa de
nuestra indiferencia. Todos tenemos que darnos cuenta de nuestra necesidad de la
operación interior, la energía, de este poder para que sea fortalecido nuestro hombre
interior.

Que nosotros nunca nos olvidemos de estas dos oraciones del libro de Efesios.
Necesitamos un espíritu de sabiduría y de revelación para ver la iglesia, y necesitamos
que nuestro hombre interior sea fortalecido para poder vivir todo lo que hemos visto y
experimentarlo. La revelación de la iglesia y la experiencia de Cristo para la iglesia
resulta en la vida de iglesia genuina.

CAPITULO CUATRO

VIVIR POR NUESTRA NUEVA PERSONA


PARA EL NUEVO HOMBRE

Lectura bíblica: Jn. 4:23-24; 3:6; 1 P. 2:2; Ef. 3:16; 4:13-14, 22-24; 2 Co. 4:16b; Col.
3:9-11

ADORAR A DIOS CON VERACIDAD

En este capítulo necesitamos aprender algo en cuanto a la veracidad. Según Juan 4:23-
24, necesitamos ser aquellos que adoran a Dios, el Padre, tanto en espíritu como con
veracidad. Aunque quizá sepamos cómo estar en el espíritu, quizá no tengamos mucha
realidad. La veracidad es simplemente Cristo como nuestra experiencia. Cuanto más
experimentemos a Cristo, más veracidad tendremos. Poco a poco, tenemos que ganar
más veracidad.

Todas las cosas positivas del Antiguo Testamento eran sólo una “sombra de lo que ha de
venir; más el cuerpo es de Cristo” (Col. 2:16-17). Todas las cosas de la ley ceremonial
eran sombras. El cuerpo, la substancia sólida, la realidad, de las sombras es Cristo.
Cristo es la realidad (Jn. 14:6). Cuando venimos a adorar a Dios, tenemos que venir con
Cristo como nuestra realidad. En tiempos antiguos los hijos de Israel venían a adorar a
Dios con diversas clases de ofrendas (Dt. 12:5-7; Lv. 1—5). Todas aquellas ofrendas eran
tipos de Cristo. Moisés escribió cuatro largos libros en cuanto a la adoración de Dios:
Exodo, Levítico, Números y Deuteronomio. En esos libros Moisés no les dijo a los
israelitas cómo arrodillarse, cómo inclinarse, ni cómo postrarse. No les dijo cómo estar
callados, cómo cantar una canción, un himno o un salmo, ni tampoco cómo alabar. Con
esos libros, Moisés les dio instrucciones precisas y detalladas de cómo relacionarse con
las ofrendas. Les enseñó cómo traer las ofrendas y cómo matar los sacrificios. También
les enseñó cómo ofrecer los sacrificios. Les dijo cuál parte de los sacrificios tenían que
quemar, cuál parte podían guardar, cuál parte podían disfrutar, cuál parte tenían que
compartir con otros, y aun cuál parte tenían que disfrutar con otros en presencia de
Dios. Adorar a Dios es un asunto de cómo uno se relaciona con las ofrendas.

Hoy en casi todo el cristianismo, la gente adora en una forma callada, formal y
organizada. Este es el concepto natural, humano y religioso de adorar. De los libros
escritos por Moisés, podemos ver que la adoración que Dios desea no concuerda con
este concepto religioso. La adoración genuina es plena y absolutamente un asunto de
cómo relacionarse con las ofrendas. Tenemos que adorar a Dios con las ofrendas, y
todas las ofrendas son tipos de los diferentes aspectos de Cristo. Todos debemos
aprender cómo relacionarnos con Cristo.

En los tiempos antiguos cuando un israelita venía a adorar a Dios, debía tener una
ofrenda (Dt. 16:16). De la misma manera, nosotros debemos tener algo de Cristo para
llevarle a Dios (1 Co. 14:26). Tener algo de Cristo depende de nuestras experiencias
diarias, nuestro laborar diario en Cristo. Cada israelita recibió una porción de la buena
tierra. Tenía que laborar en esa tierra para poder tener algún producto, y tenía que
guardar la mejor parte de su cosecha para la adoración de Dios. El diez por ciento del
producto de la tierra, el diezmo, tenía que ser apartado para la adoración de Dios (Dt.
14:22-23). Luego cuando llegaba el tiempo de la fiesta, todos traían sus ofrendas a Dios.
Ponían todas esas ofrendas juntas, las ofrecían a Dios, y las disfrutaban juntos, en la
presencia de Dios. Cómo se relacionaban con las ofrendas y cómo las disfrutaban
significaba todo. Eso es un cuadro claro que nos muestra que la adoración verdadera y
genuina, no es más que manejar a Cristo, ofrecer Cristo a Dios, y compartir Cristo con
otros.

Tener a Cristo como nuestra ofrenda depende de nuestras experiencias diarias. Si no ha


estado experimentando a Cristo en su vida diaria, seguramente estará muerto y
silencioso. Eso se debe a que no ha ganado nada de Cristo en su vida diaria. Como no ha
ganado nada de Cristo, llega a la reunión con sus manos vacías, sin nada en su espíritu.
No tiene nada de Cristo para compartir con otros, para agradar a Dios, ni para glorificar
al Padre. Así que, sólo puede ser un adorador religioso, sentado y callado. Si uno labora
en Cristo cada día, experimentándole y disfrutándole, seguramente ganará algo de
Cristo. Debe ganar a Cristo día a día poco a poco. Esta mañana ganamos un poquito de
Cristo, esta noche un poquito, mañana en la mañana un poquito, mañana en la noche un
poquito más. Día a día algo de Cristo es ganado por usted. Entonces usted vendrá a la
reunión de la iglesia con el rico suministro de Cristo en su espíritu. Tendrá algo de
Cristo que compartir con otros. No podrá mantenerse silencioso porque algo está
rebosando desde el interior. Está lleno y desbordante. Usted puede decir: “¡Oh, aleluya!
Estoy tan lleno de Cristo. Hermanos, anoche Cristo fue tan dulce para mí”. Esta es la
verdadera adoración que Dios desea. Dios no puede estar satisfecho con su condición
callada en las reuniones de la iglesia. Dios sólo puede estar satisfecho con Su amado
Hijo, Cristo. Debemos tener algo de Cristo para traer a la reunión, para ofrecer a Dios y
para compartir con otros. La mejor adoración es compartir Cristo con otros.

Puedo testificar que Cristo es mi ofrenda de paz para Dios. El es mi paz; El es su paz; y
El es la paz que está entre nosotros. Sin Cristo, yo no puedo estar en paz con los
hermanos. ¿Cómo podemos ser uno? Sin Cristo, peleamos unos con otros, pero Cristo es
nuestro pacificador. “El mismo es nuestra paz” (Ef. 2:14). Con Cristo, no hay problemas.
El ha neutralizado toda diferencia entre nosotros. No hay lugar para las diferencias
naturales, religiosas ni culturales en la iglesia, el nuevo hombre. Sólo Cristo está aquí.
En el nuevo hombre, “no hay judío ni griego, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro,
escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es el todo, y en todos” (Col. 3:11). Ahora podemos
compartir Cristo como nuestra paz con todos los santos. Compartir esta clase de
experiencia genuina de Cristo es la verdadera adoración. La verdadera adoración a Dios
es relacionarnos con Cristo.

EL NUEVO HOMBRE

El nacimiento de nuestra nueva persona

En Colosenses 3:11 dice que en el nuevo hombre no hay persona natural, sino que Cristo
es el todo y en todos. Sin embargo, el nuevo hombre empieza con el nuevo nacimiento
en nuestro espíritu (Jn. 3:6). Necesitamos ver el desarrollo de nuestro nuevo nacimiento
para el nuevo hombre donde Cristo es el todo y en todos.

El hombre es de tres partes: espíritu, alma y cuerpo (1 Ts. 5:23). La vida humana del
hombre está en el alma. La vida en el alma es nuestro ser, nuestra persona, nuestro yo.
Antes de ser salvo, el hombre es un alma (Hch. 7:14), una persona, con dos órganos: el
cuerpo como un órgano externo que tiene contacto con el mundo exterior y físico, y el
espíritu como un órgano interior que tiene contacto con Dios y el mundo espiritual.
Cuando creímos en el Señor Jesús y le recibimos, El entró en nuestro espíritu como vida.
Ahora en nuestro espíritu tenemos otra clase de vida, la vida divina de Dios.
Anteriormente teníamos solamente la vida humana en nuestra alma, pero ahora
tenemos la vida divina en nuestro espíritu. Como resultado, nuestro espíritu ahora es
una persona. Anteriormente era solamente un órgano porque no tenía vida, pero ahora
también es una persona con una vida. Al nacer de nuevo, nos volvimos otra persona.
Anteriormente éramos personas anímicas con la vida humana natural; pero ahora
tenemos la vida divina eterna, increada en nuestro espíritu. Al ser regenerados, fuimos
convertidos en otra persona. Anteriormente, nuestra persona era el alma, pero ahora
nuestra persona es nuestro espíritu. Ahora debemos vivir, no por nuestra alma, sino por
nuestro espíritu. Necesitamos darnos cuenta de que tenemos un espíritu y también
necesitamos darnos cuenta de que nuestro espíritu es nuestra persona.

El crecimiento de nuestra nueva persona

Juan 3 nos habla del nuevo nacimiento de nuestro espíritu: “Lo que es nacido del
Espíritu espíritu es” (v. 6). Después 1 Pedro 2:2 habla de los niños recién nacidos.
“Desead, como niños recién nacidos, la leche de la palabra dada sin engaño, para que
por ella crezcáis”. Primero, nacimos de nuevo; segundo, tenemos que crecer. Este
crecimiento tiene lugar en nuestro espíritu. El crecimiento de los recién nacidos no
implica que adquieran mucho conocimiento en sus mentes. Crecer significa que el
mismo Cristo dentro de nuestro espíritu se aumente. El aumento de Cristo en nuestro
espíritu es nuestro verdadero crecimiento en vida.

Cristo está en nuestro espíritu, pero para crecer tenemos que disfrutarle. Tenemos que
comer a Cristo, beber a Cristo e inhalarle. Tenemos que tomar a Cristo una y otra vez.
Día tras día y poco a poco Cristo se aumentará en nosotros. Con algunos este
crecimiento quizá se haya detenido. Aunque quizá hayan nacido de nuevo hace más de
veinticinco años, la cantidad de Cristo dentro de ellos quizá sea la misma que cuando
primeramente fueron salvos. Tal vez hayan adquirido mucho conocimiento en el alma.
Quizá hayan aprendido todas las enseñanzas bíblicas y todas las regulaciones del
cristianismo. Incluso quizá hayan aprendido a cantar los himnos en una forma
maravillosa. Sin embargo, han ganado todas esas cosas en su alma. Donde está Cristo,
en el espíritu, quizá no haya habido ningún aumento. Quizá sean bebés viejos, o sea,
personas que han sido cristianas por muchos años pero que han crecido muy poco en
vida.

Quizá algunos se jacten de que han sido salvos por muchos años, que han aprendido
todas las enseñanzas del cristianismo, y que han oído a muchos buenos oradores
famosos cristianos, pero ¿cuánto de Cristo han ganado? Aunque un hermano joven haya
sido salvo por sólo pocos años, quizá haya ganado más de Cristo que lo que ellos hayan
ganado. Quizá ellos tengan mucho conocimiento en su alma, pero han ganado muy poco
de Cristo en su espíritu. Nuestra única necesidad es ganar a Cristo en nuestro espíritu.

Vivir por nuestra nueva persona

Es maravilloso nacer de nuevo, pero después de nuestro nuevo nacimiento, necesitamos


crecer. Crecer simplemente significa que Cristo es añadido y forjado en nosotros.
Anteriormente éramos personas en el alma, pero ahora debemos ser personas que están
en el espíritu. Nuestra alma, la persona anterior, ya fue “crucificada con Cristo” (Gá.
2:20). Tenemos que tomar este hecho y ponerlo en práctica. Debemos darnos cuenta de
que nuestra persona anterior fue crucificada, y que ya no debemos vivir más en esa
persona, por esa persona ni con esa persona. Tenemos que negar a nuestra persona
anterior la cual la Biblia llama “el viejo hombre” (Ro. 6:6; Ef. 4:22; Col. 3:9) y “el
hombre exterior” (2 Co. 4:16), y tenemos que vivir por nuestra nueva persona, “el
hombre interior” (Ef. 3:16). Tenemos que darnos cuenta de que ahora somos otra
persona, la nueva persona en nuestro espíritu con Cristo como la vida. Nuestra persona,
nuestro espíritu, y la vida de Cristo ahora son uno. Esta nueva persona, nuestro espíritu
más Cristo como la vida, incluso es nuestra personalidad. Ahora nuestra personalidad
no está en el alma sino en el espíritu. Nosotros ya no debemos vivir en la vieja persona,
ni debemos permitir que ella tome ninguna acción. Tenemos que vivir por la nueva
persona.

¿Cómo aplicamos esto en nuestro diario vivir? Supongamos que un hermano quiere ir a
una tienda por departamentos para comprar algo. El no debe comprobar si es la
voluntad del Señor. Lo primero que tiene que comprobar es si su ida es iniciada por su
alma o por su espíritu. ¿Es iniciada por su persona anterior o por su presente persona,
por el viejo hombre o por el nuevo hombre, por el hombre anímico o por el hombre
interior? Tiene que ser iniciada por su nueva persona. Quizá sea fácil para nosotros
aprender esta doctrina, pero en la mayor parte de nuestro vivir, quizá aún estemos
absolutamente en nuestro viejo hombre. Ir a las tiendas a comprar algo no es malo ni
maligno, pero quizá todavía sea una actividad de nuestra persona anterior. Aunque
somos cristianos de nombre, quizá todavía estemos viviendo en nuestra vieja persona.
Quizá hagamos las cosas según nuestra consideración de si una cosa está correcta o
incorrecta, bien o mal, y no según el principio de si es algo de la vieja persona o algo de
la nueva persona. Nosotros, los renacidos, quizá raras veces vivamos en nuestra nueva
persona.

Dios no tiene la intención de pedirle que usted sea un buen hombre. El tiene la intención
de que viva en la nueva persona. No importa si compra algo o no, si va de compras o no.
Lo que importa es quién va, la persona anterior o la presente, la persona del alma o la
persona del espíritu. Si la persona del alma va, Cristo no está allí, pero si la persona del
espíritu va, Cristo va, porque en el espíritu usted es uno con Cristo. La nueva persona es
Cristo, quien es la vida en su espíritu.

Cuando estos dos, Cristo como la vida y su espíritu, se unen, usted tiene la personalidad
de su nueva persona. Necesita ver que no solamente fue salvo sino también que renació
para ser otra persona. Anteriormente, era una clase de persona, pero usted ha sido
regenerado para ser una persona absolutamente diferente. Antes era una persona que
vivía en su alma. No significa mucho si esa persona fuera buena o mala. Quizá usted
nació amable, apacible, paciente, bondadoso, lento y callado. La gente siempre
considera que esta clase de persona es muy buena. Incluso quizá sea difícil que se enoje.
A todos nos gustaría esta clase de persona. Por otro lado, quizá yo haya nacido violento,
rudo, duro y de fuerte temperamento, sin ninguna paciencia. A nadie le gustaría. Pero ya
sea que haya nacido bueno o malo no significa nada, porque todos necesitamos renacer.
Si usted nació malo, necesita renacer; aun si nació bueno, de todos modos necesita
renacer. No importa nuestra raza, nacionalidad o disposición natural, todos tenemos
que renacer. En este renacimiento, somos todos iguales.

Después de nuestro renacimiento, ya no debemos vivir por la vieja persona sino


absolutamente por la nueva persona. El problema es que, aun después de nuestro
renacimiento, todavía vivimos por nuestra vieja persona. Siempre estamos
considerando si una cosa está bien o mal. Si es correcta, la hacemos. Si está mal, no la
hacemos. Así que, analizamos un cristiano según su comportamiento y no por su
persona. Así es la norma hoy en el cristianismo, pero eso está mal. Nuestra norma debe
considerar la persona, y no el comportamiento. No importa si una cosa está correcta o
incorrecta, buena o mala, solamente nos debe preocupar una cosa: ¿quién la va a hacer?
¿Nuestra vieja persona la va a hacer o nuestra nueva persona? No es un asunto de qué se
va a hacer, sino de quién la va a hacer. El verdadero aspecto subjetivo de la obra de la
cruz consiste en crucificar a nuestra vieja persona. Ya no soy yo, la vieja persona, sino
Cristo, la nueva persona (Gá. 2:20). No es asunto de corregir ni mejorar el
comportamiento. Es asunto de cambiar nuestro ser de la vieja persona a la nueva
persona.

Nuestra nueva persona—


la realidad de la vida de la iglesia

Que el Señor abra nuestros ojos para que veamos que la vida de la iglesia está en esta
nueva persona y no en ninguna otra cosa. A pesar de cuán bueno, paciente, humilde,
bondadoso y gentil sea, mientras esté en la vieja persona, no puede experimentar la vida
de la iglesia. Quizá sea una persona muy fácil de tratar pero de todos modos si está en la
vieja persona, usted ya termina con la vida de la iglesia y la vida de la iglesia ha
terminado con usted. La vida de la iglesia está exclusivamente en la nueva persona. Hay
una nueva persona dentro en cada uno de nosotros. Todas estas nuevas personas
congregadas juntas equivalen a la iglesia. ¿Qué es la iglesia? La iglesia es la adición, la
suma total, de todas las nuevas personas dentro de nosotros. La vida de la iglesia está en
nuestro espíritu. Por eso, necesitamos crecer y tenemos que crecer. Al nacer de nuevo,
llegamos a ser niños recién nacidos. Ahora necesitamos crecer, no sólo en función, sino
en una persona, en nuestro hombre interior. Toda nuestra persona que está en el
espíritu necesita crecer.

Por eso Efesios 3 dice que necesitamos ser fortalecidos con poder en nuestro hombre
interior (v. 16). Nuestro hombre interior es nuestro espíritu, pero está débil porque está
falto del poder, el poder de la resurrección, el poder que lo trasciende todo, el poder
sometedor y el poder soberano. Para crecer necesitamos ser fortalecidos y somos
fortalecidos mediante lo siguiente: alimentarnos de Cristo, beberle, respirarle y ser
interiormente llenos de El. Cuanto más nos alimentemos de Cristo, bebamos de Cristo,
respiremos a Cristo, y seamos llenos interiormente de Cristo, más somos fortalecidos.
Cuanto más somos fortalecidos, más somos habilitados con el poder de la resurrección
de Cristo. Ninguna muerte puede prevalecer contra nosotros. Todo el amortecimiento a
nuestro alrededor y dentro de nosotros es conquistado por el poder de la resurrección.
Cuando somos habilitados, también somos trascendentes, sometedores y dominadores.
Este fortalecimiento es el aumento de Cristo dentro de nosotros, el crecimiento de
nuestro hombre interior. Por este fortalecimiento nuestro hombre interior, nuestra
nueva persona, está creciendo cada día.

Todos necesitamos un cambio de concepto. Necesitamos la revelación celestial para que


abandonemos todos los conceptos erróneos que hemos coleccionado de nuestro
trasfondo. Todos tenemos que darnos cuenta de una cosa: como aquellos que hemos
renacido, no debemos vivir más en nuestra vieja persona. Tenemos que negar y
renunciar a esa vieja persona, y tenemos que darnos cuenta de que ahora tenemos una
nueva persona, que es nuestro espíritu que tiene a Cristo como su vida. Tenemos que
vivir y hacerlo todo por esta nueva persona. No nos debe importar si una cosa está
correcta o incorrecta, buena o mala. Sólo nos debe importar una cosa: ¿cuál persona lo
está haciendo, la vieja persona o la nueva persona? Siempre debemos preguntarnos esto.
Si sentimos que estamos débiles o vacíos en nuestro nuevo hombre, nuestra nueva
persona, necesitamos ser desesperados y orar: “Señor, ten misericordia de mí. Mira mi
situación. Estoy tan vacío, tan débil en mi nueva persona”. Necesitamos tratar con el
Señor. Entonces seremos fortalecidos.

Si sabemos cómo tratar desesperadamente con Cristo, cómo alimentarnos de Cristo al


orar-leer la Palabra, cómo beber de El al invocar Su nombre, y cómo respirarle día tras
día, seremos uno con El en nuestro espíritu. Esto nos hará crecer día tras día en nuestra
nueva persona. Hoy no podemos ver ni darnos cuenta de que nuestra nueva persona
está creciendo, pero un día ya no seremos “recién nacidos” y llegaremos “a un hombre
de plena madurez” (Ef. 4:13-14). Esa plena madurez será la acumulación de Cristo como
la realidad de nosotros a través de todas las experiencias que tenemos de El. No significa
meramente que experimentemos a Cristo un poquito como nuestra paciencia, nuestra
fortaleza, o nuestra vida. Más bien, todo el día viviremos por la nueva persona. Si
queremos visitar a un hermano, tenemos que ver si esto viene de nuestra vieja persona,
el yo, o de nuestra nueva persona, nuestro espíritu. Debemos averiguar esto y tener la
respuesta apropiada. Entonces debemos ir, no en nuestra vieja persona sino en la nueva
persona. Incluso si una madre va a hablar con sus hijos, debe averiguar si su vieja
persona o su nueva persona va a hablar. Todos hemos nacido de nuevo, pero ¿estamos
viviendo por la vieja persona o la nueva persona? Solamente viviendo en la nueva
persona podemos tener a Cristo como nuestra realidad. Todo el día debemos vivir en la
nueva persona. Incluso para estudiar las lecciones en la escuela, se necesita averiguar
esto. En la escuela se tiene que ejercitar la mente, pero la nueva persona, y no la vieja
persona, es la que debe usar la mente. Cuando se estudien las lecciones, se tiene que
averiguar: ¿cuál persona va a estudiar? Si se estudia en la nueva persona, la mente
trabajará para uno como un órgano bajo el control de la nueva persona. Si se va a vestir,
no averigüe qué clase de ropa va a usar. Primeramente, tiene que averiguar quién se va a
vestir, la vieja persona o la nueva persona. Nosotros somos los cristianos recién nacidos,
pero la mayoría del tiempo vivimos por nuestra vieja persona y no por la nueva persona,
nuestro espíritu.

Ponerse el nuevo hombre

Todos debemos ver que, en la vida de la iglesia, todos los miembros necesitan vivir por
la nueva persona. No debemos vivir según un estándar moral elevado ni un estándar
inmoral. No debemos vivir por ningún estándar de comportamiento sino por una
persona. Por eso 2 Corintios 4:16 dice que nuestro hombre exterior, la vieja persona, se
va desgastando, pero el hombre interior, la nueva persona, se está renovando de día en
día. El hombre exterior tiene que disminuirse, pero el hombre interior necesita
aumentarse. Nosotros realmente tenemos dos personas dentro de nosotros, una es vieja
y la otra es nueva. La vieja tiene que ser consumida, pero la nueva necesita aumentarse.
Nuestro problema consiste en que no nos damos cuenta de esto y seguimos viviendo por
la vieja persona y no por la nueva. Necesitamos una revelación para que tengamos un
cambio de la vieja persona a la nueva. Entonces seremos renovados en el espíritu de
nuestra mente y nos pondremos el nuevo hombre (Ef. 4:23-24), la vida de iglesia
corporativa. El apóstol Pablo dice que tenemos que despojarnos del viejo hombre, el
viejo hombre corporativo, y ponernos el nuevo hombre (Ef. 4:22, 24). Todos tenemos
que quitarnos la vieja vida comunal, la vida social mundana y tenemos que ponernos la
nueva vida comunal, la vida de la iglesia. Nos ponemos la vida de la iglesia poco a poco.
Podemos participar en la vida de la iglesia y al mismo tiempo tener algo que ver con la
vida social mundana. Mientras estamos siendo renovados en el espíritu de nuestra
mente, gradualmente nos estamos quitando la vieja vida comunal, y la nueva vida de la
iglesia esta poniéndose. Esto es lo que necesitamos hoy en la vida de la iglesia. Con el
tiempo, al nacer de nuevo y al crecer nuestra nueva persona, llegaremos a la meta, el
nuevo hombre, “donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro,
escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es el todo, y en todos” (Col. 3:11). Esta es la vida
de la iglesia.

Después de nuestro nuevo nacimiento, debemos crecer, no en una forma doctrinal sino
en nuestra experiencia. Todos necesitamos crecer en Cristo y vivir por nuestra nueva
persona. No nos debe importar nuestro comportamiento exterior, sino solamente el
cambio interior de la vieja persona a la nueva persona. Debemos vivir y hacer todas las
cosas, grandes y pequeñas, por la nueva persona y en ella. Si hacemos esto, seremos
habilitados, y tendremos un verdadero aumento de Cristo y el crecimiento en vida.
Entonces la vida comunal vieja será dejada, y la nueva vida de la iglesia será adoptada.
Con el tiempo, tendremos el pleno crecimiento con Cristo como nuestro todo en todo.
Entonces estaremos en la vida de la iglesia apropiada, adorando a Dios no solamente en
espíritu sino también con veracidad. Experimentaremos la realidad de Cristo como
nuestra vida, y creceremos hasta llegar al varón perfecto (Ef. 4:13). Un día el Señor
llevará a todas las iglesias locales hasta este punto. El está esperando esto.
Probablemente ese será el día de Su regreso.

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