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Pasajes de Platón para analizar

Pregunta sobre la injusticia. Gorgias 475e.

Luego era verdad mi afirmación de que ni yo, ni tú , ni ningún otro hombre preferiría
cometer injusticia a recibirla, porque es precisamente más dañoso.

La muerte de Sócrates no fue triste. Fedón 58e.

Fed. —[...] me pareció que, al marchar al Hades, [Sócrates] no se iba sin un destino divino,
y que, además, al llegar allí, gozaría de dicha como ningún otro. Por eso, pues, no me
entraba, en absoluto, compasión, como parecería ser natural en quien asiste a un
acontecimiento fúnebre [...].

Sobre la existencia de las almas de los muertos. Fedón 72a.

Sóc. —Así que hemos reconocido que de ese modo los vivos han nacido de los muertos no
menos que los muertos de los vivos y, siendo eso así, parece haber un testimonio suficiente,
sin duda, de que es necesario que las almas de los muertos existan en algún lugar, de donde
luego nazcan de nuevo.

¿Cuándo va a morir Sócrates? Critón 43d.

Sóc. —¿Cuál es la noticia? ¿Acaso ha llegado ya desde Delos el barco a cuya llegada debo
yo morir?
Crit. —No ha llegado aún, pero me parece que estará aquí hoy, por lo que anuncian
personas venidas de Sunio que han dejado el barco allí. Según estos mensajeros, es seguro
que estará aquí hoy, y será necesario, Sócrates, que mañana acabes tu vida.
Só c. —Pues, ¡buena suerte!, Critón. Sea así, si así es agradable a los dioses. Sin embargo,
no creo que el barco esté aquí hoy.
Crit. —¿De dónde conjeturas eso?
Sóc. —Voy a decírtelo. Yo debo morir al día siguiente de que el barco llegue.
Crit. —Así dicen los encargados de estos asuntos.
Sóc. —Entonces, no creo que llegue el día que está empezando, sino el siguiente. Me fundo
en cierto sueño que he tenido hace poco, esta noche [...].
Crit. —¿Cuál era el sueño?
Sóc. —Me pareció que una mujer bella, de buen aspecto, que llevaba blancos vestidos se
acercó a mi ́, me llamó y me dijo: "Sócrates, al tercer día llegarás a la fértil Ptía".

Intento de Critón de convencer a Sócrates de huir de prisión. Critón 44b.


Crít. —[...] Pero, querido Sócrates, todavía en este momento hazme caso y sálvate. Para mi ́,
si tú mueres, no será una sola desgracia, sino que, aparte de verme privado de un amigo
como jamás encontraré otro, muchos que no nos conocen bien a ti y a mi ́ creerán que,
habiendo podido yo salvarte, si hubiera querido gastar dinero, te he abandonado [...].

Inicio del discurso de Lisias sobre el amor. Fedro 221a.

De mis asuntos tienes noticia y has oído, también, cómo considero la conveniencia de que
esto suceda. Pero yo no quisiera que dejase de cumplirse lo que ansío, por el hecho de no
ser amante tuyo. Pues, precisamente, a los amantes les llega el arrepentimiento del bien
que hayan podido hacer, tan pronto como se les aplaca su deseo. Pero a los otros no les
viene tiempo de arrepentirse. Porque no obran a la fuerza, sino libremente, como si
estuvieran deliberando, más y mejor, sobre sus propias cosas, y en su justa y propia
medida.

Fragmento del primer discurso de Sócrates sobre el amor. Fedro 241a.

Mientras ama es, pues, [el enamorado] dañino y desabrido; pero, cuando cesa su amor, se
vuelve infiel, y precisamente para ese tiempo venidero, sobre el que tantas promesas había
hecho, sustentadas en continuos juramentos y suplicas que, con esfuerzo, mantenían una
relación ya entonces convertida en una carga pesada, que ni siquiera podía aligerar la
esperanza de bienes futuros. Y ahora, pues, que tiene que cumplir su promesa, ha
cambiado, dentro de él mismo, de dueño y señor: inteligencia y sensatez, en lugar de amor
y apasionamiento. Se ha hecho, pues, otro hombre, sin que se haya dado cuenta el amado.
Éste le reclama agradecimiento por lo pasado, recordándole todo lo que han hecho y se han
dicho, como si estuviera dialogando con el mismo hombre.

Conclusión del argumento de la afinidad. Fedón 80b.

Sóc. —Examina, pues. Cebes —dijo—, si de todo lo dicho se nos deduce esto: que el alma
es lo más semejante a lo divino, inmortal, inteligible, uniforme, indisoluble y que está
siempre idéntico consigo mismo, mientras que, a su vez, el cuerpo es lo más semejante a lo
humano, mortal, multiforme, irracional, soluble y que nunca está idéntico a sí mismo.
¿Podemos decir alguna otra cosa en contra de esto, querido Cebes, por lo que no sea así?
Ceb. —No podemos.
Sóc. —Entonces, ¿qué? Si las cosas se presentan así, ¿no le conviene al cuerpo disolverse
pronto y al alma, en cambio, ser por completo indisoluble o muy próxima a ello?
Ceb. —Pues ¿cómo no?
Primera definición de virtud propuesta por Menón. Menón 71e.

Sóc. —Y tú mismo Menón, ¡por los dioses!, ¿qué afirmas que es la virtud? Dilo y no te
rehúses, para que resulte mi error el más feliz de los errores, si se muestra que tú y Gorgias
conocéis el tema, habiendo yo sostenido que no he encontrado a nadie que lo conozca.
Men. —No hay dificultad en ello, Sócrates. En primer lugar, si quieres la virtud del hombre,
es fácil decir que ésta consiste en ser capaz de manejar los asuntos del Estado, y
manejándolos, hacer bien por un lado a los amigos, y mal, por el otro, a los enemigos,
cuidándose uno mismo de que no le suceda nada de esto último. Si quieres, en cambio, la
virtud de la mujer, no es difícil responder que es necesario que ésta administre bien la casa,
conservando lo que está en su interior y siendo obediente al marido. Y otra ha de ser la
virtud del niño, se trate de varón o mujer, y otra la del anciano, libre o esclavo, según
prefieras. Y hay otras muchas virtudes, de manera que no existe problema en decir qué es
la virtud. En efecto, según cada una de nuestras ocupaciones y edades, en relación con cada
una de nuestras funciones, se presenta a nosotros la virtud, de la misma manera que creo,
Sócrates, se presenta también el vicio.

La paradoja del conocimiento. Menón 80e.

Comprendo lo que quieres decir, Menón. ¿Te das cuenta del argumento erístico que
empiezas a entretejer: que no le es posible a nadie buscar ni lo que sabe ni lo que no sabe?
Pues ni podría buscar lo que sabe —puesto que ya lo sabe, y no hay necesidad alguna
entonces de búsqueda—, ni tampoco lo que no sabe —puesto que, en tal caso, ni sabe lo
que ha de buscar—.

Presentación de la doctrina de la reminiscencia. Menón 81c.

El alma, pues, siendo inmortal y habiendo nacido muchas veces, y visto efectivamente todas
las cosas, tanto las de aquí como las del Hades, no hay nada que no haya aprendido; de
modo que no hay de qué asombrarse si es posible que recuerde, no sólo la virtud, sino el
resto de las cosas que, por cierto, antes también conocía.

Sobre si la virtud es enseñable o no. Menón 87b.

Del mismo modo, también nosotros, a propósito de la virtud, ya que ni sabemos qué es ni
qué clase de cosa es, debemos, partiendo de una hipótesis, examinar si es enseñable o no,
expresándonos así: ¿qué clase de cosa, de entre aquellas concernientes al alma, ha de ser
la virtud para que sea enseñable o no? En primer lugar, si es algo distinto o semejante al
conocimiento, ¿es enseñable o no —o, como decíamos hace un momento, recordable—?
Pero es indiferente que usemos cualquiera de las dos palabras; en fin, pues, ¿es enseñable?
¿O no es evidente para cualquiera que no otra cosa se enseña a los hombres sino el
conocimiento?
Men. —A mí me lo parece.
Sóc. —Si la virtud fuese un conocimiento, evidentemente sería enseñable.
Men. —Por supuesto.

Segunda objeción de Parménides a la Teoría de las Formas. Parménides 131a.

[Si la teoría de las Formas fuera cierta, tendríamos que poder dar cuenta de cómo las cosas
participan de las Formas. ¿Es posible dar cuenta de cómo lo hacen?]
Párm. —Y entonces, cada una de las cosas que participa, ¿participa de la Forma toda entera
o bien de una parte? ¿O acaso podría darse algún otro modo de participación que no fuera
uno de estos?
Sóc. —¿Y cómo podría darse?, preguntó a su vez.
Párm. —¿Te parece, entonces, que la Forma toda entera está en cada una de las múltiples
cosas, siendo una?
Sóc. —¿Y qué le impide, Parménides, ser una?, replicó Sócrates.
Párm. —Entonces, al ser una y la misma, estará simultáneamente en cosas múltiples y que
son separadas y, de ese modo, estará separada de sí misma [lo cual es, evidentemente,
absurdo].
[... entonces supongamos que las Formas están en las cosas que participan de ellas como si
fueran una parte]
Párm. —En consecuencia, Sócrates —dijo—, las Formas en sí mismas son divisibles en
partes, y las cosas que de ellas participan participarán de una parte, y en cada cosa ya no
estará el todo, sino una parte de él en cada una.
Sóc. —Así parece, al menos.
Párm. —Entonces, Sócrates, ¿acaso estarás dispuesto a afirmar que la Forma que es una,
en verdad se nos vuelve divisible en partes, y que, sin embargo, sigue siendo una?
Sóc. —De ningún modo, respondió.

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