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RAÍZ ENCENDIDA

Estefanía González

Asociación Cultural La Baragaña


© Estefanía González (del Texto)
© Juan Gallo (del prólogo)
© Asociación Cultural La Baragaña (para la edición electrónica)
2ª Edición: Biblioteca Virtual ACEB, 2019.
Raíz encendida fue publicado por Ediciones La Baragaña en
2014 en edición de papel, con I.S.B.N: 978-84-942109-3-8.
Esta edición, por ser de carácter gratuito, no precisa de ISBN
o Depósito Legal.
Este documento se encuentra en la versión 1.0; que ha sido
finalizada el día 12 de abril de 2019.
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Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 .
Índice

RAÍZ ENCENDIDA................................ 10
ESTÁ AQUÍ............................................... 11
SIMA. .................................................... 12
PARA LA FORMA DEL SILENCIO ....................... 13
¿NO PODRÉ DESNUDAR MI NATURALEZA? ........... 14
HAY DÍAS DE MORIR.................................... 15
EL INCENDIO DESNUDO ................................ 16
SE INCENDIAN LOS OJOS AL VER ...................... 17
EN LAS BLANCAS PRADERAS ............... 18
CRECIÓ LA NOCHE ..................................... 19
EL POEMA NO CESA DE MORIR ........................ 20
ÉL SIEMPRE ESCUCHA LA MISMA MÚSICA............ 21
TENGO EL ANSIA DEL VERDE .......................... 22
HARÉ POEMAS SECOS .................................. 23
TODOS SE RÍEN DE MI AMOR........................... 24
ESTO ES MAGIA ......................................... 25
ES UNA CARRETERA .................................... 26
HILANDERA ............................................. 27
HAN SUBIDO LOS BOSQUES DE ESPUMA............... 28
FIESTA DE VERANO ..................................... 29
UN PÁJARO DE CLARA SOMBRA ....................... 30
NO AMANECE EN EL PUEBLO .......................... 31
YA NO ZUMBAN ABEJAS EN MI PELO. ................. 32
SOMBRAS ................................................ 33
IRA DE CLARIDAD ...................................... 35
ESTO ES UNO QUE VA A UN ENTIERRO ................ 36
ESTUDIANDO EL ANILLO ............................... 37
MI AMIGA ............................................... 38
LA LAVA AZUL .......................................... 39
LAS GAVIOTAS. ......................................... 40
MI HERMANA ........................................... 41
HOMBRES DE PAJA ..................................... 42
SE DESPLOMAN MUJERES. ............................. 43
SOÑÉ QUE ERA AQUELLA MUJER ...................... 44
DESPERTÉ EN MEDIO DE UNA FIESTA ................. 45
QUÉ DURA LA VIDA ..................................... 46
PARAÍSO .......................................... 47
RÍO DE ROJO FANGO Y CIELO GRIS,................... 48
CASI EN EL CIELO ...................................... 49
NOS COLUMPIAMOS .................................... 50
SEPTIEMBRE .................................... 51
SEPTIEMBRE. ........................................... 52
DERRETIDOS DE ODIO ........................ 59
HAY DOS ÁRBOLES...................................... 60
REMUEVO LA MARMITA. ............................... 61
EN LOS ÚLTIMOS TIEMPOS............................. 62
LO PASAMOS TAN BIEN ................................. 63
FUE UN LÍO .............................................. 64
EL ÍMPETU............................................... 65
Y PENSAR................................................ 66
MIENTRAS CON UNA MANO. ........................... 67
CUANDO ERA PEQUEÑA ................................ 68
DIJO EN UNA ENTREVISTA ............................. 69
CÓMO SE CONTRAE EL PALADAR ..................... 70
ALGO QUE SEA SOLO MÍO .............................. 71
RENUNCIO............................................... 72
PRÓLOGO

AL OTRO LADO DEL CIELO

Camino, bosque, costa o «ciudad por la que huyo». Un


horizonte angosto donde no es fácil soportar lo cotidiano,
nuestros pueblos reales o ficticios «de la hendidura», sus
almas oscurecidas. Es aquí –y no en un aula o biblioteca–
donde se plantea la pregunta «¿qué o quién soy yo?».
De entrada, aparecen personajes que nos resultan ya
familiares en la autora. Figuras que trabajan con hebras
largas y vegetales, que poseen manos ágiles y vista atenta.
Soy hilandera, tapiz, espigadora... Cerca siempre de lo
terrestre, ascendente, cíclico; soy crecimiento y espacio;
soy una extensión viva.
El significado de estas figuras raya en lo mitológico.
Engloban, además del propio personaje, la materia y el
producto de su actividad. Por ello dice: «Me entretejo con
la realidad y me expando como un tapiz»; «Soy hierba que
acaricia el viento»; «Teje el hilo dorado de tu crisálida».
Es la vida misma, de una persona y de la naturaleza, y es
además su transformación en formas ulteriores de vida
dotadas de un significado mayor. Más denso.
Su verdadero trayecto comienza ahora. Ante el horizonte
oscurecido.

Está aquí
lo que a sí mismo se teme [...]
Está aquí lo que quiere
entrar en la noche.
Y en efecto lo hace. Entra en la noche para pronunciar sus
respuestas, múltiples y diversas incluso en un mismo
poema. Si tomáramos uno solo de ellos por separado,
probablemente obtendríamos una imagen equivocada de la
autora. Si leemos in extenso, en cambio, se nos aparece
una polaridad que permea la obra y que aflora
regularmente a la superficie. Renuncia y concentración. El
deshacerse, por una parte; y el buscar, conservar y devenir
lo esencial, por otra. Una vía negativa y una vía positiva
en este itinerario, con seguridad algo más que literario.
Renuncio a la compañía eterna de los que amo.
[...] Renuncio a la esperanza, renuncio a esperar
nada y, finalmente, en una última terrible
renuncia, renunciaré a mi cuerpo, renunciaré a
mí, a mi persona, a eso que lleva mi nombre y a
sus innumerables sacudidas.
Dejarse ir, abandonarse y deshacerse «en dulcísimas
esporas», un zumbido de abejas, mariposas lacias o
sencilla ceniza. Caer como una «mujer descoyuntada»
«babeando colina de la disolución abajo». Por este motivo,
es reiterada la presencia de los elementos y, en especial,
del fuego, el gran destructor y renovador.
Ah, pero esto no es todo. ¿O acaso es posible una renuncia
absoluta? Y, sobre todo, ¿es esto lo que desea la autora?
Pues no es menos cierto que ella se afirma también como
custodio de lo propio, de las letras, de los prados. No es
creíble, a última hora, admitir que renuncie así a los seres
que ama, «a la vida, que amo tanto».
He pensado en la necesidad de tener algo que sea mío
o, mejor aún, de encontrar eso que es solo mío.... Lo
esconderé, no lo miraré jamás, no vayan a verlo otros a
través de mis ojos... Ahí está.
La oscilación entre renuncia y esencia, camino tortuoso, se
apuntala sobre instantes singulares. Un destello, un farol
sostenido en la costa embravecida, el canto de un pájaro o
un temblor que se siente correr. Toda la sección penúltima
del libro entrevé asimismo un mundo idealizado en forma
de selva primordial, paradisiaca, tal vez infinita. De esta
forma, pájaro, luz, temblor, paraíso y mensajero, entre
otras, son claves que remiten en una misma dirección.
En el silencio solo nuestros pasos
y ese desenvolverse la existencia
hacia la noche. Pones un dedo
en los labios y señalas un pájaro.
Un temblor luminoso.
Ha volado.
Pájaro que disipa el miedo. O, en otro momento:
Un pájaro de clara sombra viene conmigo.
Lo hallé en la loma al despertar. [...]
Es delicado: tiembla ante tus ojos. [...]
El temor se deshoja ante su baile.
No todo se pierde pues en el itinerario de la renuncia.
Siguiendo el clásico «Donde se cierra una puerta, otra se
abre», en el propio acto de la renuncia algo se acepta o se
descubre, en ese instante, o bien a partir de él resalta nítido
sobre el paisaje de la hendidura. Algo nacido en una
experiencia dolorosa y que por ello se siente como propio,
como más cercano a lo que se es.
Perderse: sacrificarse.
Deshacerse en el mundo
como el rojo más grave.
Rojo de sacrificio, naturaleza permanentemente entregada
y generosa de Estefanía González que dista mucho de
ser una criatura arrojada al ciclo azaroso de las
transformaciones. Ella muestra –o tal vez nació con este
conocimiento– que «para subir a las moradas que
deseamos, no está la cosa en pensar mucho, sino en amar
mucho». Naturaleza extendida, ofrecida a todos, abismos
de tiniebla y fulgores instantáneos. Ella se vuelve obra:
«Desaparece en tu tapiz / en tanto tejes»; y el poema,
pues, retiene algo de su hacedora, ese algo único que sigue
buscando con afán.
Así la obra:
El poema no cesa de morir.
A las dos líneas muere y nace de nuevo.
Como su autora:
Las yemas de mis dedos
cada día más verdes
a punto de brotar.

JUAN GALLO
RAÍZ ENCENDIDA
Raíz encendida

ESTÁ AQUÍ
lo que a sí mismo se teme
y desesperadamente se disipa.
Fuerza que busca gastarse.

Está aquí lo que quiere


entrar en la noche
como quien se entrega a la muerte.
Perderse: sacrificarse.
Deshacerse en el mundo
como el rojo más grave

en dul cí si mas esporas.

Fuego que a sí mismo se quema.


fuego desamparado
que todo viento aviva.

11
Raíz encendida

SIMA.
Resumo.
En la sima,
en suma, el sumidero
sumo el entorno
como falda al vuelo.
Llaman sílabas a mi puerta
aliento rítmico de robot.
Me llama la forma
del tre ne ci to.
Me vuelvo
ul tra ís ta.
Forma, déjame dárteme
dármete, forma
trasluzcir roja
como linterna en boca.
Ser, al fin, la forma.

12
Raíz encendida

PARA LA FORMA del silencio.


Para lo que para el silencio, para él
el lecho de mis brazos.

El tornado espacial dejó tras sí


llamaradas prendidas en el cielo
al otro lado de la lona.
En nadie peso.
Sola soy en el aire.
Me entrego
cuando la hierba húmeda llega al muslo
cuando el viento que no ceja
en el huerto de pendientes de cereza.

13
Raíz encendida

¿NO PODRÉ DESNUDAR mi naturaleza?


¿Encontrar en lo hondo esa claridad
que fui yo?
Desandar éxtasis y pesadillas.
No dar eso, ese mejunje, a la vida.

Tomo forma de caracola, mas no me destruyo


ni a mí misma lamo. Me hundo y
me expando.

14
Raíz encendida

HAY DÍAS de morir.


Días en que caigo hacia dentro de mí
como un cráter que se desmorona hacia el centro
de la tierra
blando, sin ruido, una dulzura, casi
una rendición.
Días así, como de comenzar a morir.
Algo en la lengua, no sé,
la desazón,
un deshacerse de castillo por las torres
que hacia el patio caen.
Un deshojarse de frutales
en el jardín incendiado de la noche.

15
Raíz encendida

EL INCENDIO desnudo.

Vamos por el camino estrecho


que no se acaba. Pétalos blancos
y selva oscura.

En el silencio solo nuestros pasos


y ese desenvolverse la existencia
hacia la noche. Pones un dedo
en los labios y señalas un pájaro.

Un temblor luminoso.
Ha volado.

16
Raíz encendida

SE INCENDIAN los ojos al ver


abajo, la noche. Sombra espléndida de la luz.

Todo es raíz encendida en el jardín de ámbar,


la oscuridad sin fondo y en lo alto las ramas
que se hunden sin fin en la madrugada.

17
EN LAS BLANCAS PRADERAS
En las blancas praderas

CRECIÓ LA NOCHE y me envolví en llanto


y flores muertas.
Quemé muchos poemas.

Mañana clara esta del desnudo,


todo lo que conozco es yo.

No tengo nada que ofrecer.

Todos los hombres y mujeres,


cada uno su valle, yo.

19
En las blancas praderas

EL POEMA no cesa de morir.


A las dos líneas muere y nace de nuevo
como el día espiral.
Surgen estancias a su paso y son ya viejas.
Se deshace en los dedos
el poema.

20
En las blancas praderas

ÉL SIEMPRE ESCUCHA la misma música.


That was the river!
This is the sea!

Una y otra vez


día tras día.

Hoy en la película un héroe iba a morir


desconocido y hermoso y sentí algo
como una fuente de claridad
que inundaba mi garganta.

¡Eso era el río!


¡Esto es el mar!

21
En las blancas praderas

TENGO EL ANSIA DEL VERDE, esa


enfermedad romántica.
Olas de abetos.
Veréis, el cielo
el cielo es siempre blanco en la cima.
Solo a veces veo franjas de sol
recorriendo montañas
Y me alegro de estar aquí.
Los pueblos permanecen congelados
durante meses antes de estallar
y caer en destellos al valle.

22
En las blancas praderas

HARÉ POEMAS SECOS,


intermitentes. Una vida media
de mujer media y ese ahogo
de pronto, ese hablar a la luna.

Heroicamente viviré en intervalos


y náuseas, risas, contracciones.
Haré poemas secos, ahogados,
álgidos, contrapunto de lo real
cuando sean las líneas desde lejos
como una sinfonía de ranas
y ladridos, dodecafónica y extraña
noche caliente de verano,
tierra húmeda y una orquesta
pueblerina de fondo.

Te alejas en lo oscuro con un amigo


pegas la cara al suelo
y de repente
qué luz tan fría y pálida. Ves
hormigas con tiaras y lentos
gusanos, buceadores ciegos.
Cuidado.

El sollozo ha de ser
seco.

23
En las blancas praderas

TODOS se ríen de mi amor


por mi mesa de cristal negro,
la que compré ya vieja y gastada.

No ven que la bombilla, redonda,


se hunde en ella como la luna
en un charco.

24
En las blancas praderas

ESTO ES MAGIA:
un hombre camina bajo la arboleda en medio de una lluvia
de pétalos blanquecinos.
Mantiene los ojos entrecerrados como si la luz fuera
demasiado intensa
y al cabo de un momento sonríe
y sigue su paseo
con la pesada maleta.

25
En las blancas praderas

ES UNA CARRETERA o quizá un río


nacido de la luna.

Pasan ante tu casa


barcazas y viajeros, mensajero
en tu veranda inmóvil.

A quién -desde tu porche


del azul de los pájaros- hablarás.

Dirígete a los hombres,


pero que nadie sepa de quién es
esa voz.

Los humanos comercian en el río.

Sé tú caudal.

26
En las blancas praderas

HILANDERA

Es necesario tejer un poco cada día.


A pesar del ala ancha de tu sombrero, el sol ha quemado tu
rostro, espigadora.
Yérguete.
Ya es el crepúsculo y las esporas y el polvo destellan al sol
que cae.
Siéntate bajo aquellos árboles y teje el hilo dorado de tu
crisálida.

Desaparece.
Te ha envuelto el silencio.

Desaparece en tu tapiz
en tanto tejes.

27
En las blancas praderas

HAN SUBIDO los bosques de espuma.


Han subido las aguas del embalse.

Aves extrañas vienen a descansar aquí


y un cielo de madejas grises las aplasta.

Pleno clamor de primavera.

Salto en las olas de los bosques


tiernos de abril.

La lluvia murmuraba en otro tiempo.


Caía a los caminos en torrentes.

Las niñas se tumbaban a lo largo


en estrechos regueros y dejaban
que sus melenas fueran arrastradas.

Bosques de espuma.
Aguas de abril.
Ejércitos de árboles se levantan.

Las yemas de mis dedos


cada día más verdes
a punto de brotar.

28
En las blancas praderas

FIESTA DE VERANO

Había amanecido y en la plaza


nos fundíamos en el baile
de la lluvia caliente de julio.

Lágrimas de felicidad
en las mejillas,
las puertas del amor henchidas
y un caer lento que aún no acaba
por la cintura del reloj.

No veía la grieta fina en el aire


ni el tremor alto de la realidad
reteniendo su estallido.

Maravillada de la vida, era


yo una pura celebración.

29
En las blancas praderas

UN PÁJARO de clara sombra viene conmigo.


Lo hallé en la loma al despertar
y me ha seguido.
Mira su amable juego en la arena, su gracia disipada
siempre hacia afuera como una fuente.
Besa el agua, y la arena bajo el agua
y la roca bajo ella, y los tristes ríos de magma.
Es delicado: tiembla ante tus ojos.

Que no te espante.
Que se callen los hombres, sus risotadas
llenas de llanto. No son mansos.

Mira este pájaro de clara sombra


que refresca en ti el aire. ¿No ardía tu piel?

Mira su juego.

El temor se deshoja ante su baile.

30
En las blancas praderas

NO AMANECE en el pueblo
de la hendidura.
Se pudren como larvas los poemas
dentro del vientre.

Trabaja el relojero en la luz


estrangulada y alimenta el hogar,
que se ahoga. En los tendales
sábanas húmedas, mariposas lacias.
Esa ventana que no besa nunca
el milagroso sol del medio día,
calles siempre mojadas y muros
comidos por el musgo.

Cuidan la seriedad
en este pueblo de la hendidura.
En el amor, ni pétalo ni sal,
ni ese hundirse de los ojos en los ojos.
Clavan en ocasiones las uñas
en la garganta del amante,
mientras miran un trozo de alto cielo
que no les pertenece.

31
En las blancas praderas

YA NO zumban abejas en mi pelo.

Solo estas mariposas alucinadas,


lanzadas a la luz como a un abismo,
hacen en mí sus nidos de ceniza.

Cuando me duermo escupen en mis ojos


un veneno que traen desde la luna.

Luego pienso en abejas en mi taza.

Recuerdo amaneceres fieros, rojos,


de tierra removida con estruendo.
Convoco a mis ejércitos. Perfumes,
aguijones, rocío, ya es la hora.

Niño del aire, líbrame del mal.

32
En las blancas praderas

SOMBRAS

La sombra del televisor apagado está hoy tensa.


La habitación entera se comba hacia su esquina.
Ese televisor no durará mucho.
Ocurre siempre así.

Ojeo una revista y veo sombras


de unas pequeñas prostitutas filipinas
que se empujan con timidez y ríen
mientras un europeo blando, un turista
elige con sonrisa empalagosa
a la más dulce, a la más pequeña.

Convoco el aire negro de gaviotas


que arrancan la sonrisa de su rostro
y la desgarran con chillido
en la azotea gris del mundo.
Veo el revuelo de su sombra.

33
En las blancas praderas

Un hombre parecía conocerme


y me dijo hasta nunca con dulzura.

Al lado de las cosas están sus sombras


recortadas y pozos
al lado mío está mi sombra
mi mano contra el cielo nublado
como tomando un poco de aire
y su sombra.

Un puñado de arena, uno de aquellos atardeceres


cuando saltábamos en las olas
y todo era piel y aire
sombras.

34
En las blancas praderas

IRA DE CLARIDAD, luz bien guiada,


cuchilla, músculo sin grasa.
La noche correosa te azota
como un congrio costados y mejillas.
Tienes al enemigo dentro,
el cuerpo recorrido
por ríos de mercurio.
Eléctrica la rapidez del nervio.

En vano luchas.
Cuanto más odio, más dolor.
Tu despertar es caída.

35
En las blancas praderas

ESTO ES UNO que va a un entierro ¿oíste?


Va a un entierro y el cura de alzacuellos
habla como un doblaje de los años 30,
Ashley o alguien así,
esa última sílaba casi inaudible
tan digna de conmiseración,
antigua como los fonógrafos.
resulta que al tío le da la risa
busca a su mujer para que no se desperdicien
ese cura, esa voz aguda
porque con ella
un cruce de miradas
y todo existe, con ella
¿oíste?

Solo con ella

y no está.

36
En las blancas praderas

ESTUDIANDO EL ANILLO
trashumante y redondo
del dolor, amanece.

Mi relación con él, mi vaguedad,


lo sucio del asunto, lo incisivo
de su herida, yo todo estudio.

Lo trago de un bocado enorme


y da comienzo el baile de llamarada
en mi estómago lleno de insectos
en mi garganta de desear.

Ladran todos los perros a la vez.

37
En las blancas praderas

MI AMIGA me miraba con sus párpados sin cejas.


Era muy elegante cada vez que se reía de mí
me daban ganas de llorar de alegría.
Luego creció y no parecía la misma niña.

Hicimos planes para el futuro.


Siempre nos vestiríamos igual
y cuando fuéramos famosas
ninguna destacaría sobre la otra.
Tendríamos los bailes bien ensayados.
Íbamos cada día en bici al río
y volvíamos al oscurecer.
Hacíamos pompas de chicle que se llenaban de mosquitos
nerviosos de tormenta contenida.
Todo zumbaba y como flechas las flores blancas destacaban
en las cunetas cuesta abajo
soltábamos las manos y gritábamos.

Y no parece ella, pero sé que una niña


nunca muere. A veces la veo en un café
o con sus hijos en el parque
y ríe al verme.

38
En las blancas praderas

LA LAVA AZUL cubierta de mariposas


de tu dolor, hermana.
La tibieza del llanto en la playa
bajo las olas.

Ahora miro
fotos antiguas. Estás seria
como un ángel. Los párpados bajos,
velos, como un dragón.

Tú, hermana.

39
En las blancas praderas

LAS GAVIOTAS, los rayos de sol en el visillo y mi mano.


Salgo del sueño y me tiendo en la luz.

Muy tenue
pulsa hoy el remolino. Descansa.
Un borde de plumilla perfila la mañana.

Quiero un pétalo plano en mi lengua como una hostia.


Lanzaré un petirrojo muerto al aire
y observaré su sombra.

En el filo de tu voz, el valle.

40
En las blancas praderas

MI HERMANA no me quería ver


decía que mi charla no era natural
que no hablaba de cosas normales y sin importancia
que la miraba esperando el momento en que una verdadera
conversación comenzase
y ella tenía ganas de hablar de ropa
como las señoras normales que la tranquilizaban
que estaban en su sitio sin querer estar en otro, sin prisa,
solo ahí, quietas
arrugando servilletas con dedos nudosos con anillos
dorados o comiendo algo pequeño

entonces yo fingía alegría e interés por las cosas


materiales
le preguntaba por una falda
y ella gritaba rabiosa, con la boca llena de saliva y
lágrimas en los ojos
¡no te sale!
¡Falsa! ¡No te sale!

41
En las blancas praderas

HOMBRES DE PAJA arden en la tarde


las montañas deshinchándose volando hacia el espacio
nada
un silencio de muerte
el bien no es el hartazgo no
no comprendo por qué me ocurre esto y cómo
abandonar todo irme abandonar todo estar sola en un
monte no ver a nadie
solo libros que huelan y se pudran por la humedad a la vez
que yo
beber durante toda la noche hasta caer rendida
ser la bruja solitaria del bosque que se mezcla con el barro
tener enredaderas en la cabeza y no saber caminar erguida.

42
En las blancas praderas

SE DESPLOMAN mujeres.
En lo más alto de la cuesta
un viento oscuro sopla sobre ellas.
Con los brazos abiertos giran
sobre sí mismas, bolsas de plástico
por el aire. Aún pueden ver
cómo se desintegran
montañas de ceniza.
El mar arriba. Venas de sangre
poco densa se rasgan y los hijos
arrastran a sus madres a la orilla.
Con los brazos abiertos giran
sobre sí mismas, piernas moradas
lamidas por el agua que se hincha.
Cielo de estaño.
En las cunetas,
en las corrientes de agua tibia
sobre sí mismas, brazos abiertos
giran. Ojos abiertos, boca abierta
piel blanca para ser mordida.
Vegetación larguísima en el fondo
y luz de invernadero
arriba.
Se desploman, por fin, mujeres.
Han tardado toda una vida.

43
En las blancas praderas

SOÑÉ QUE ERA aquella mujer


de la falda de magnolia
que bailaba descoyuntada
entre las sombras.

Soñé que era bella y diabólica.

Soy ahora un enorme pantano.


Como un ojo reflejo el cielo.
Soy hierba que acaricia el viento.

La pequeña cabaña en lo salvaje


el silencio y la no hambre
son dulces. Una sola historia
gotea del alero si ha llovido
y no cansa.

Esa mujer descoyuntada


las carcajadas, su hombro desnudo
ya no existen.

¿O acaso es este el sueño?

44
En las blancas praderas

DESPERTÉ en medio de una fiesta


en el aire detenida. En el instante

de su plena magnificencia.

Me zambullí en la gente y fui carne.


Qué gigantesca cola de leopardo
este ser de innumerables cabezas.

Entre guirnaldas de papel saltamos


abrazados al sol. Nos lanzan agua
desde las ventanas y somos gotas.

No deseo encontrarme.

45
En las blancas praderas

QUÉ DURA LA VIDA

Se ha echado un novio que no bebe.


De hecho, hace tiempo que ella
no bebe, está contenta.
Su nariz ya no es tan roja,
pero
¡Oh, qué tristes y duros,
qué grises los amaneceres
de esta sequía!

46
PARAÍSO
Paraíso

RÍO DE ROJO FANGO y cielo gris,


amada, el paraíso.
Traeré un monito para ti.
Un mono de pelaje rojo
que asaremos al fuego
para probar su carne.
Y traeré pavos rojos para ti.
Te miraré limpiarlos
en la cabaña de mujeres.
Esta pluma te doy, roja.
Luzla en la ceremonia esta noche
antes de que yazcamos enlazados
en la hamaca de cuerda.

Tenemos la grandeza de Dios


que nos ha regalado
los pulmones de puerco salvaje
para no morir nunca.
Porque vivimos en el paraíso.

He aquí este nido rojo de amor


el cielo bajo, tan cargado.
Nuestra tribu, los doce guerreros-cazadores
los ancianos, los niños que pululan
las tejedoras.
¿Y si la selva es infinita?

48
Paraíso

CASI EN EL CIELO
el centro del universo.

Dentro del río, fango y pirañas.


Tu sangre roja en el centro del tiempo.

Todo está aquí en nuestro poblado.


Aquí, donde no sopla el viento.

49
Paraíso

NOS COLUMPIAMOS enredados en la hamaca


durante horas.
Me pregunto por qué Dios nos ama.
Por qué el paraíso.

50
SEPTIEMBRE
Septiembre

Septiembre.
Pulsa el miedo contra tu membrana,
pero no abro. Veo
la media máscara y debajo
la lava roja de su piel.

52
Septiembre

Septiembre.
En mi sueño una voz apremiaba:
¡El amor!
Pero con qué rabia.
Solo eso: la voz una vez
y otra vez esa voz.
¡El amor!
Aspereza de carbones.
Infierno.

53
Septiembre

Septiembre.
No queremos oír
los dolores de parto,
las metamorfosis.
Se rompe la crisálida y las alas
húmedas de la noche tiemblan.
Llanto de brotes.
El silencioso rechinar de la savia
nos espanta.

54
Septiembre

El eco del dolor es oleaje


de esquirlas de cristal.
Transparente y sin viento su mirada,
llega septiembre y el azul
se torna blanco.

Dicen que al otro lado del cielo hay algo, otro cielo.

como comienza el agua más allá del agua.

55
Septiembre

Ven, septiembre, a mi piel,


mes de crepitar las zarzas.
Entrégame tus negras bayas
y beberé en tus manantiales.
Septiembre, que tu fuego me caliente.
Recorreré tus hondas venas.
Seré, por ti, perfecta.

Tiro la carga al riachuelo


y veo árboles de plata.
Septiembre.

56
Septiembre

Vamos de picnic al crepúsculo


porque amamos las sombras.
Dejamos que nos muerdan margaritas,
sus dientes luminosos.
Rodamos sobre ellas muy despacio
hacia el acantilado,
hacia el dorado brazo del sol,

El mar crece y ansía desbordarse


en silencio.

Septiembre, que tu fuego caliente


el alma de quien ha sufrido y teme.

Corrientes de mercurio en mi cerebro.

Se desprenden peñas a lo lejos


en el abismo.
Olas blancas en el horizonte
y ese silencio.

57
Septiembre

Septiembre,
nubes densas se ciernen
sobre mi tumba.

Otra vez sonará el invierno,


el arrastrarse interminable
de seres ciegos hacia el sol.

Jadeos y gruñidos.
La muerte tañe el ciclo.

Están los cipreses enfermos.

Se me hace largo este paseo.

58
DERRETIDOS DE ODIO
Derretidos de odio

HAY DOS ÁRBOLES cuajados de brotes blancos. Un grupo


de frutales desnudos ha atrapado el arco iris un poco más
allá. Son tan delicados que se elevan flotando sobre la
loma. La carretera mojada, el arco iris en el suelo, el arco
iris en los árboles. Todo es un arco iris. Incluso las
cumbres nevadas.

El cielo se abre, el sol, ah, mete su manaza y llega hasta


mi corazón y lo acoge y arrulla. Giro y subo sobre el valle,
tan caliente en el puño del sol que podría deshacerme.
Abajo, el río, cinta plateada, las casitas que han sido
derramadas al azar, el sol que me ciega, que arremete
contra un cordero negro y contra un cordero blanco, el
arco iris. Los arbolitos esperanzados, ciegos de sol.

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REMUEVO LA MARMITA con una larga garcilla de madera.


Se ha ido la luz y solo entra por el ventanuco —ya no
ventana—
una corriente grisácea de mañana.

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EN LOS ÚLTIMOS TIEMPOS se queda ensimismada a veces


con una ubre en la mano o una palada de estiércol o
mismamente poniendo un poco de tocino a hervir con
verdura. Ensoñada.

Aquella luz ultraterrena, el silencio, la quietud. Tenía una


ventana al lado de la cama y observaba el cielo y los
árboles y muchas casas desperdigadas por los campos.
Tantas casas, tan juntas. Le llevaban la comida a la cama.
La lavaban. Benditas piedras en la vesícula. ¿Cómo haría
aquella vez para conseguirlas?

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LO PASAMOS TAN BIEN el otro día en el taller de lectura.


El niño solo repetía una y otra vez como un muñeco de
cuerda tocando el tambor lo bien que lo habíamos pasado.
Lo pasamos tan bien el otro día en el taller de lectura con
los cadáveres exquisitos. Lo repetía sin parar, el niño, lo
bien que lo habíamos pasado. Cuánto nos reímos. Me
gustan los muñecos de cuerda porque tienen algo, una
cadencia, un tipo de movimientos que me atrae y me hace
pasarlo bien como el otro día cadáver exquisita gracia del
niño cuando repite lo bien que lo pasamos con los
cadáveres.

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FUE UN LÍO entre Cagliostro y eso que echan los niños al


nacer, como restos de nada del estómago, algas marinas y
limo (de ahí de donde vienen, tan hondo) y bueno, eso es
el meconio, pero yo pensaba que era cagliostro y no, el
calostro, calostro, es la leche primera que se echa al parir,
que es un agua pura y perfecta para su boca y que sabe a
fondo marino. Bueno, también cuando rompes aguas huele
a fuente. Y eso, tanto fluido la vida, ya se sabe lo del
semen, su sabor de mar. Fluidos y viscosidad. Aún más:
los bebés están llenos de granitos porque su piel es
grasienta. Vienen rebozados en algo gris y cuando salen
disparados, agarrándose a sí mismos en medio del espacio,
al extremo del cordón, la enfermera los para en el aire
como un portero, enfermeras de reflejos perfectos,
pequeños astronautas de barro, de ojos cerrados. Tanto
fluido. Cagliostro. ¿Por qué lo habrán llamado así? Es
cómico. Me lo imagino con zapatos rococó y… Joseph
Balsamo, calostro. Sangre.

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EL ÍMPETU. El mensajero no se limita a entregar un


mensaje. El mensajero toma un rostro y lo fulmina, puesto
que él mismo es mensaje. Tal es su fuerza.
Te lleva hasta lo más alto y te muestra las cumbres
nevadas.
Luego dice: Soy un hombre. Y tú ves el oro y las piedras
preciosas y cómo es entero y diversas materias a la vez sin
la menor confusión, cada una de ellas pura como no es
posible en el mundo. De la metamorfosis, los elementos
inquietos sin grito, sin gruñido. Está aquí y allí de manera
perfecta.

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Y PENSAR que nunca había dormido en un coy hasta hace


dos meses. Observa a los demás en los suyos, una
floración de larvas iluminada por el candil. Los crujidos
del barco y el fragor del mar, un solo son. «Uno se
acostumbra a todo en dos días», susurra. «Mejor aquí que
bajo tierra.» Se remueve en su vaina, y cierra los ojos. Lo
que no entiende es por qué no transcurre el tiempo, y
porqué solo él despierta brevemente, de cuando en cuando.

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MIENTRAS CON UNA MANO hace algo, con la otra habla,


nerviosa. Perdón: habla, nerviosa, con alguien mientras
rebusca con la mano en el fondo de su bolso. Habla y ríe
sin enterarse muy bien de lo que le están diciendo. De
repente se da cuenta de que lleva horas rebuscando con esa
mano en el bolso y no sabe qué. Y todo el tiempo ha
estado sonriendo y hablando y no sabe de qué con el
camarero, que la mira ahora desde la barra con una
sonrisita despectiva. Se sonroja y se le empañan las gafas.
Recoge todo con torpeza y se va atropellando a la gente.
No sabe de qué han hablado, pero la sonrisa del camarero
no permitía dudarlo: la despreciaba y había alguien más
observando. Otro hombre. O, quizá, otra mujer. Sintió
pánico cuando el antebrazo empezó a dolerle y se dio
cuenta de la eternidad que llevaba rebuscando.

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CUANDO ERA PEQUEÑA, a veces, en medio de la calma de


la tarde, un coche atravesaba el pueblo haciendo publicidad.
La voz de lata del altavoz, tan difícil de entender, al callar,
hacía que todos los demás sonidos parecieran música:
algún motor, un niño que gritaba a lo lejos, tos desde
alguna ventana, pasos. Una puerta que se cerraba. Dos
hombres que hablaban en la plaza. Se elevaban nítidos y
ligeros los sonidos en la tarde.
Ahora mismo, desde el trabajo, he oído una voz
proveniente de un altavoz en un coche y tampoco he
entendido qué decía. Algo de una manifestación. Un
sentimiento de excitación y de hogar me ha llenado. Oigo
el ruido del mar de la ciudad, el fondo de motores que no
solemos. Y alguien que tose. Y gaviotas.

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DIJO EN UNA ENTREVISTA que había épocas en que se


deleitaba en la gordura. El Famoso decía que durante
temporadas perdía totalmente el sentido de la vanidad y se
regodeaba en comer como un cerdo. Se sentía como un
cerdo y era feliz. Lo imaginé desnudo en una pocilga. Los
vecinos de mis abuelos nos prestaron una para convertirla
en nuestra casita: con un solo ventanuco, paredes de piedra
sin labrar. Humedad. Mezclábamos hierba con tierra y
trozos de lombriz. Es la primera vez que me ha interesado.
Dejarse caer así, girando, babeando colina de la disolución
abajo.

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CÓMO SE CONTRAE EL PALADAR, sus viscosidades duras,


ese crujir de entrañas. Hay un pitido agudo sin armónicos
y tareas que se acumulan en oleaje añil.
Pero, con toda la urgencia con que en mi estómago se
anudan, se esconden las tareas, y soy incapaz de recordar
siquiera el objeto de ellas como si existieran en el mundo
acuático del sueño.
La lengua verde, vellosa, el paladar rojo y de caverna
frágil. La contracción de la prisa sin objeto, la inminente
caída, todo eso en la ciudad de perros abandonados y seres
transparentes por la que huyo.

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ALGO que sea solo mío. Con temor casi paralizante, con
ansia, he pensado. Durante la noche toda, en la fiesta, no
he hecho otra cosa que pensar. He bailado sola, intentando
no caer, huyendo de la gente. He pensado en la necesidad
de tener algo que sea mío o, mejor aún, de encontrar eso
que es solo mío. Y esa manera de pensar tan terrible, como
si estuviera cayendo, como si girara tanteando con los
dedos ante mí, sin poder mantener la cabeza erguida, me
lanzó de lleno a la noche. Solo en la noche. Jamás en el
día. El día mata aquello que es solo mío. Las calles me lo
matan. Los sonidos. Las palabras. Pero, Dios, lo aprecio
tanto. Lo esconderé, no lo miraré jamás, no vayan a verlo
otros a través de mis ojos, no abriré jamás la puerta, no.
Incluso si yo lo mirara, lo estaría violando. Ultrajando.
Ahí, en la noche, solo mío. Si elimino todo, permanecerá,
sin mí. Ahí está. Solo en ese fragor de la noche marina.

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RENUNCIO

La vida es un desnudarse. Nos desprendemos desde la


primera madurez de lo que hasta entonces hemos
adquirido, como si fueran mudas de piel, hasta que en un
último esfuerzo nos desprendemos del cuerpo.
Vivir es un proceso de renuncia.
Renuncio a mis bienes, a mis posesiones. Va muriendo
gente y renuncio a su presencia benéfica, van alejándose y
renuncio a su compañía, que me enriquecía, renuncio al
futuro, renuncio a lo que podría haber vivido y nunca
viviré, renuncio a las ramas que, cortadas, fueron
amontonándose bajo mí y tras de mí, renuncio a los que
amo y se van, a los niños que crecen y se independizan y
admiran a otros y aman a otros quizá más que a mí,
renuncio a los que van muriendo, renuncio a un niño que
ha muerto y a su vida segada, la que no vivió. Renuncio a
la compañía eterna de los que amo. Renuncio a los demás,
a la vida de mis padres, de mis amigos, de mis hermanos.
Renuncio a la esperanza, renuncio a esperar nada y,
finalmente, en una última terrible renuncia, renunciaré a
mi cuerpo, renunciaré a mí, a mi persona, a eso que lleva
mi nombre y a sus innumerables experiencias.

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