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me divertía haciendo una sección social glosada de las de los grandes diarios y me esmeraba

en describir la

presentación en sociedad de los variados miembros de la familia Ghioldi —el socialista y los
comunistas—, de Repetto, de

Santander, Sanmartino y algunos dirigentes obreros que entonces se entreveraban con la alta
clase. En una nota anterior he

mencionado a María Rosa 0liver. Es interesante para percibir el confuso merengue de


ideologías y clases sociales que se

había producido, contar lo que me ocurrió una mañana en el Club Argentino, que era nuestro
centro, en la calle Florida entre

Corrientes y Sarmiento.

Yo no tenía la menor idea quien era María Rosa Oliver, pero como ésta viajaba
constantemente y la crónica

periodística destacaba su presencia en los altos círculos políticos y gobernantes de las


metrópolis imperiales y democráticas,

se me ocurrió utilizarla aprovechando su filiación comunista para atribuirle la tarea de


“Consejera de modas” de los

izquierdistas que se incorporaban al gran mundo. Sus supuestas cartas de Nueva York, París y
Londres, los tenían al tanto a

Codovilla, a los Ghioldi y demás demócratas del dernier-cri en materia de vestimenta y


modales.

Una mañana estaba sentado en una mesa con Juan Pablo Oliver, cuando entró Libertario
Ferrari, un importante

dirigente gremial, viejo afiliado de FORJA que falleció poco después en un accidente de
aviación.

Libertario se dirigió a mí y preguntándome:

—¡Che!... ¿ Quién es esa María Rosa Oliver que nombrás tanto en "Descamisada"?

Juan Pablo Oliver se apuró a advertir:

—Es mi hermana.

Yo lo ignoraba, y por la ideología no se me había ocurrido nunca el origen de alta clase de


María Rosa.

Inútil es decir que, por solidaridad con el hermano que estaba en nuestra línea y es mi amigo,
cambié de
corresponsal.

tradicional, aceptando las diferencias de rango determinadas por la fortuna y por los mayores

antecedentes genealógicos, sintieron que pertenecían a la misma clase, y comenzaron a

adoptar las que creían sus pautas y a comportarse en correspondencia con la nueva situación

que se atribuían. En esta convicción las consolidaba la misma derrota. Esta confirmaba la

existencia de una aberración estética, moral e intelectual que obligaba a diferenciarse como

grupo social de ese pueblo que ya no era el pueblo. En pequeño, lo que pasó en el Sur de los

EE. UU. después de la guerra de Secesión, donde los blancos pobres que eran la última carta de

la baraja en la sociedad aristocrática derrotada, adoptaron el mismo aire nostálgico de otras

épocas —la postura dixit— que era lógico en los plantadores, y el todo tiempo pasado fue
mejor,

se incorporó a las pautas de los que poco antes compraban traje en "Los 49" y aun no habían

perdido el hábito de ir de casa y puntualizar que sus padres eran "mi papá y mi mamá", en una

extraña mezcla en que el personaje era la reproducción conjunta de "Mónica" y "Catita".4 Ya

estaban dados todos los elementos para la constitución del "medio pelo".

4 Escribir la “Amalia” de la segunda tiranía, ha sido intentado por muchos antes que por
Beatriz Guido, pero sin el

éxito editorial de ésta. Tal vez la mejor calidad literaria haya sido un obstáculo y también la
incapacidad para expresar en

plenitud la mentalidad del “medio pelo”. Pero una pauta inseparable de toda esa literatura es
ese tono nostálgico, dixit, que

induce a suponer pérdidas de situación. Un reincidente en el género es Manuel Peyrou que,


efectivamente, era empleado del

Ferrocarril Sur antes de su nacionalización y el encargado de recibir en Montevideo a los


magnates ferroviarios que venían a

Buenos Aires y prepararles las gacetillas periodísticas y las palabras oportunas. La posición no
era muy importante como

para provocar tales añoranzas. Tal vea sí los contactos, que lo ponían a nivel de Fitzbury Circus.
Además se trata de una

cuestión subjetiva.
El lector que se interese para comprenderlo puede releer “Lo que el viento se llevó” con su
atmósfera de verandas

georgianas, pamelas, florantes vestidos de muselina, en su trópico “segundo imperio”. Aunque


no creo que los gentleman de

Fitzbury Circus reproduzcan la imagen elegante que el “plantador” daba a sus tenedores de
libros y capataces de la

“Institución peculiar”.

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CAPITULO X

LA COMPOSICIÓN SOCIAL DEL “MEDIO PELO”. PERMEABILIDAD Y

FILTRO

La estatua de Garibaldi en Plaza Italia, que desde el principio del siglo ha presenciado

sucesivamente la sociabilidad dominical de las parejas inmigratorias, y las de cabecitas negras,

preside también el ingreso a la alta sociedad porteña, pues ya se ha dicho que se entra a ésta

por las puertas de la Sociedad Rural y llevando el toro del cabestro; ella ha visto llegar los

aspirantes a las exposiciones, primero como espectadores, después como compradores y ¡al

fin! después de largos años, como expositores. Después como miembros de la directiva, ya

prestigiados en las crónicas sociales.

Esto es lo que Imaz refiere, en otros términos, cuando habla de los descendientes de la

burguesía inmigratoria de principios de siglo —aquellos burgueses indiferentes al

"reconocimiento", según Germani— que en su casi totalidad optaron por la incorporación a la

alta clase propietaria de la tierra: si la primera generación practicó el aforismo burgués de que

el dinero no tiene olor, la segunda percibió que, socialmente, en la Argentina perfuma y que el

aroma del estiércol es más "bien" que el del aceite y los combustibles. En alguna otra parte ya

había señalado la distinta actitud que a este respecto se tiene en Europa o en EE.UU., donde

un banquero o un industrial consideran a un ganadero un "juntabosta". Aquí la actitud es

inversa por las dos partes.

Este orden en la preeminencia social ocasiona que la alta burguesía termine por

adoptar conjuntamente con las pautas de comportamiento de la alta clase tradicional, las
pautas ideológicas que la ponen a su servicio en perjuicio y oposición de las que

correspondían a su condición originaria y a las necesidades de modernización económica y

social.1

Se ha visto oportunamente la permeabilidad de la alta clase porteña. Pero este proceso

de integración de los nuevos lo hace paulatinamente, lo que le permite recibirlos,

generalmente en segunda generación, cuando ya han limado la guaranguería original de los

triunfadores y absorbido las normas de comportamiento que les permite cubrir los claros de

los que se desplazan por los accidentes de la fortuna o por la división hereditaria de los

patrimonios.

No basta comprar campo para ser estanciero. Esto requiere una adecuación al modo rural en

que los estancieros vecinos de más modesta posición social que la alta clase, y de mucho más
débil

situación económica que el nuevo propietario, son los que dictan cátedra; es un curso
preparatorio

como el de las escuelas británicas en que los futuros gentlemen deben someterse al
ablandamiento que

imponen los alumnos de los años superiores, con pullas y humillaciones de toda clase.

El estanciero “Gath & Chaves” tiene que ir renunciando al atuendo deslumbrante, usando más

frecuentemente la bombacha que los breeches de corte impecable y hasta la alpargata en


lugar de la

1 Esta búsqueda del status por los enriquecidos —que los enerva para cumplir las tareas
inherentes

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