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El primer rasgo de un buen docente podría parecer paradójico a simple vista, pero como afirmaba
el educador y político venezolano Luis Beltrán Prieto Figueroa: “No puede ser educador quien
ha perdido la capacidad de aprender”.
La enseñanza dista mucho de ser un método único y rígido al cual todos sin distinción deben
adaptarse, ya que el entendimiento se da a través de métodos variados y divergentes.
Un buen docente debe entender esta verdad profunda y estar dispuesto a replantear sus
esquemas, variar sus metodologías y sobre todo a aprender de su propia experiencia de
enseñanza.
El poeta irlandés William Butler Yeats decía que la educación no era llenar un cubo, sino
encender un fuego. Con ello quería decir que un docente ha de ser un propagador, un
estímulo, que inspire a sus educandos en los caminos del aprendizaje, y no un simple
repetidor de información. Un alumno bien educado será aquel que salga del aula con las ganas
y las herramientas para entender más sobre el tema que estudia.
Un buen docente debe saber como expresarse correctamente ante sus alumnos.
Más que nada en el mundo, la herramienta de un profesor es lo que dice. Por ende, ha de
tener facilidades verbales que le permitan expresarse no solo correctamente, sino de distintas
maneras en caso de que necesite variar su abordaje del tema en cuestión. No siempre tendrá el
mismo tipo de oyentes, después de todo.
6. Es entusiasta y entregado
La docencia es un oficio que rinde tarde sus frutos. Eso no debería desalentarle. Por el contrario,
el docente ha de poseer una confianza innata en el sentido de trascendencia de su labor,
pues sólo con el tiempo la educación se hace evidente; pero cuando lo hace, por encima de
muchas cosas, se hace notar.
Esto no significa que debe ser un padre castigador o una especie de dictador en el aula. Todo lo
contrario, ha de saber ganarse el respeto de sus alumnos a partir de convertirse en un vínculo
positivo y un modelo a seguir.
Sobre todo con público difícil como el adolescente o personas en situaciones de riesgo, eso
puede eventualmente implicar imponerse, otorgarse un lugar de autoridad en el aula. Hay formas
inteligentes de hacerlo.
8. Es humilde
Alardear de los títulos obtenidos o ampararse en el cargo que se ocupa es un pobre método
para adquirir el respeto y una mala manera de plantear un vínculo docente.
Los alumnos no están allí para satisfacer el ego del profesor; en todo caso para aprender a
lidiar con el propio. Un buen docente ha de ser accesible y amable, no hace falta estar siempre
sobre un pedestal.
Un buen docente no olvida que para adquirir información están los libros y las bibliotecas:
a la clase se va a incorporar una dinámica de pensamiento, que bien ha de contemplar la
creatividad, la originalidad y la capacidad de reflexión, por encima de la memorización de datos
duros.
Un buen docente debe saber cómo evaluar a un grupo de personas de distinto potencial.
Los detalles, como dice el proverbio, lo son todo. Un buen docente sabe cuándo aproximarse
a un alumno distante, cuándo exigirle mayores resultados a uno flojo y cómo evaluar a un grupo
de personas de muy distinto potencial.
Se trata de apreciar los procesos individuales de aprendizaje sin perder la noción de conjunto y
de natural competición. Un docente ideal debe saber de sus alumnos mucho más que su
expediente de notas.