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Por: Yoni Alexander García Osorio

Pastoral Familiar

El Padre y la madre, huella del amor de Dios en el hombre


Efesios 6, 1-3
"Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor; porque esto es justo. Honra a tu
padre y a tu madre, tal es el primer mandamiento que lleva consigo una promesa,
para que seas feliz y se prolongue tu vida sobre la tierra. "

En el contexto de las celebraciones del día de la madre en el mes anterior (mayo) y


la celebración del día del padre en el mes actual (junio), somos invitados a
redescubrir la presencia de estos roles centrales para la vida del ser humano como
don inefable de Dios.
Hemos sido llamados a la existencia por Dios, Padre y providente de todo. Como
invitados a la fiesta de la vida, entramos en el reconocimiento y admiración por la
obra maestra del Creador nuestro, que nos concede nacer en el seno de una
familia, compuesta por papá y mamá. A partir de este vínculo de amor, se dispone
el lugar privilegiado para el crecimiento, cuidado y formación de los hijos.
En la lengua hebrea del Antiguo Testamento, se emplea el término “bayit”, para
designar lo que en el contexto actual denominamos “familia”, abarca también lo que
designamos como “casa”; el término también es empleado para indicar grupos
humanos que tienen una misma sangre, los descendientes de una misma línea
parental.
En la unión del hombre y la mujer, que a partir de la concepción de la criatura
humana empiezan a ser padre y madre, se hace presente la Palabra de Dios, que
ha pronunciado: “los dos serán una sola carne”, esto hecho evidente en el hijo fruto
del amor que los dos se han demostrado. Es en este punto de encuentro donde
tiene origen la familia.
Es en la familia donde precisamente los padres, dando cabida al amor en el seno
del hogar, ostentan frente a sus hijos un papel determinante de autoridad. Como la
imagen más clara del amor que Dios tiene por sus predilectos, los padres son la
prueba de la presencia constante del Señor en el camino de la vida; ellos quieren
que el proceder de los hijos sea recto y que “ninguno se pierda” (Jn 17,12). Así
como el amor de Dios por sus hijos es benevolente, misericordioso, no buscando
nunca la destrucción del hombre sino llevarlo por los caminos del bien, Él ha
delegado este deber y a la vez don recibido de sus manos, al ser humano, para que
por el rol de ser papá y mamá, Él pudiera manifestar su ternura en el hijo con: el
calor de un abrazo, la dulzura de un beso, la suavidad de una caricia, la sensatez
de una palabra; en definitiva con el tesoro admirable de vislumbrar en el camino el
regalo de la paternidad y la maternidad.
Al mirar la labor y el rol de los padres de familia, apreciemos de cerca la bondad de
Dios, que en su proyecto de amor ha concedido al papá y a la mamá la autoridad
de los hijos.
“El cumplimiento del cuarto mandamiento lleva consigo su recompensa: “Honra a tu
padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que el Señor, tu
Dios, te va a dar” (Ex 20, 12; Dt 5, 16). La observancia de este mandamiento
procura, con los frutos espirituales, frutos temporales de paz y de prosperidad. Y al
contrario, la no observancia de este mandamiento entraña grandes daños para las
comunidades y las personas humanas”. (catecismo de la Iglesia católica, numeral
2200)

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