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CUANDO LAS MUJERES


SE SIENTEN CREYENTES
Y FEMINISTA

Dolores Aleixandre – Magdalena Fontanals


Grupo de reflexión de mujeres de la HOAC de Barcelona

I. Algunos temas en torno al feminismo


1. Constante histórica: el Patriarcado
2. Origen del feminismo actual
3. La lucha feminista hoy

II. Las claves liberadoras de la Biblia


1. María de Nazaret
2. La mujer encorvada
3. María de Betania
4. La samaritana
5. María Magdalena
6. Sara de Ur

III. Teología feminista, teología desde la mujer


1. La mujer en la Iglesia
2. ¿Teología Feminista o mujeres en la teología?
3. La inteligencia de la fe desde la perspectiva de la mujer
4. Dos líneas que convergen

El grupo de reflexión de mujeres de la HOAC estaba compuesto por: Asun Aloy, Àngels Cantos, Manoli Delgado,
Pilar Espuña, Lola Fumanal, Isabel García, Laura García, Llum Mascaray, Marga Pugès, Mercedes Sánchez
Magdalena Fontanals, rscj., es la coordinadora de los actos públicos de Cristianisme i Justícia.
Dolores Aleixandre, rscj., es profesora de Sgda. Escritura en la Fac. de Teología de la Univ. de Comillas.
Un grupo de mujeres de barrios de Barcelona pertenecientes a la HOAC estuvieron
durante un tiempo trabajando en seminario interno sobre fe y feminismo. A partir de sus
reflexiones coorganizamos un simposio, del que ellas fueron ponentes y en el que participamos
varios miembros del equipo Cristianisme i Justícia y otras personas interesadas en el tema. La
jornada de trabajo estuvo movida por las tensiones de un debate nada fácil y no cerrado ni en
nuestra Sociedad, ni en nuestra Iglesia.
Por el interés del tema decidimos publicar este Cuaderno en el que se recogen, como
indico en seguida, las aportaciones más importantes de aquel Seminario y del Simposio
subsiguiente. La inquietud que movió a las organizadoras del Seminario interno era ser creyentes
y feministas. De ahí el título que damos a este Cuaderno donde se definen muy acertadamente sus
preocupaciones: Cuando las mujeres se sienten creyentes y feministas. Su contenido se divide en
tres partes.
La primera y tercera recogen de manera muy resumida parte de las aportaciones de
aquellas ponencias, integrando en ellas las sugerencias y matizaciones de los asistentes.
Magdalena Fontanals ha hecho el gran esfuerzo de sintetizar una buena cantidad de materiales,
no siempre homogéneos (ni mucho menos unívocos), en un redactado claro y pedagógico.
La segunda parte (en las ponencias del simposio) se titulaba: Las mujeres releen la Biblia.
Entre los asistentes estaba presente Dolores Aleixandre quien para aquel momento aportó su
sensibilidad de mujer dedicada a la teología bíblica. Por ello cuando publicó en Razón y Fe
algunas de sus aportaciones le pedimos que nos prestara aquel artículo para sumarlo a este
Cuaderno.
Las preguntas abiertas, que como cuestionario de trabajo se insertan en este Cuaderno,
están formuladas por el equipo de la HOAC. El actual redactado de todo el Cuaderno ha sido
revisado por ellas; aunque no responde completamente a sus ponencias, al intentar recoger
también parte de las diversas aportaciones de los reunidos.

Ignasi Salvat i Ferrer, sj.


Presidente de Cristianisme i Justícia (Fundació L. Espinal)

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I. ALGUNOS TEMAS EN TORNO AL FEMINISMO
(El primer y tercer capítulos resumen las ponencias que tuvo el
Grupo de la HOAC en el simposio de que se habla en la
presentación, a la vez que algunas de las intervenciones de los
presentes.)

1.CONSTANTE HISTORICA SOBRE LA QUE SE ASIENTA LA OPRESIÓN DE LA


MUJER: EL PATRIARCADO

Sistema patriarcal es aquel que otorga al hombre el privilegio y el papel de dominador en


la sociedad. El patriarcado hunde sus raíces en las etapas más tempranas de la historia de la
humanidad, se normaliza desde antiguo atravesando épocas, culturas y clases sociales, y en todas
ellas incrusta sus contenidos de dominación masculina y es aceptado como natural y
normalizante por varones y mujeres.
Se quiere justificar la diferenciación de poder, educación y trabajo entre hombres y
mujeres, por criterios de orden biológico. En realidad esta diferenciación corresponde
mayoritariamente a intereses sociales, culturales y económicos. Actualmente el patriarcado se
manifiesta en cuatro niveles: familiar, económico, laboral y social.

1. En la familia las relaciones se basan en la jerarquía. La mujer está supeditada al varón,


y los hijos a los padres.
Las funciones que se le asignan a la mujer son: la maternidad, el cuidado y educación de
los hijos, la atención al marido, el trabajo doméstico y la creación de unas condiciones que
favorezcan el equilibrio afectivo en la familia y la transmisión de la ideología del sistema.
Aunque es cierto que, con su progresiva incorporación al trabajo fuera de casa, esta situación ha
evolucionado en parte, la atención a la familia sigue siendo con frecuencia responsabilidad
exclusiva de las mujeres, lo que comporta para muchas de ellas una doble jornada laboral.

2. En el plano económico-laboral se han dado cambios importantes en la forma de


producción, que incorporan las relaciones patriarcales a la nueva manera de organizar la
sociedad. La aparición de la industria rompe la unidad familiar como núcleo de producción en los
gremios. La familia pierde su proyección social y aparece la separación entre: a) vida pública
(cultura, política, producción) que se le asigna al varón y tiene carácter participativo; b) vida
privada (relaciones familiares, maternidad, atención a la mano de obra) que se le asigna a la
mujer, esposa, madre, ama de casa, y tiene carácter íntimo.<%0>

3. En el mundo del trabajo, un trabajo tantas veces alienado y opresor, se da:


a) la división entre trabajos exclusivamente masculinos y exclusivamente femeninos,
basada en un falso paternalismo o en roles-estereotipos. La actividad de la mujer se centra en
trabajos que se relacionan con su papel en la familia: enfermeras, secretarias, maestras...
b) la dificultad en acceder al trabajo asalariado al mantener aún la dependencia familiar:
por esta presión la mujer abandona el trabajo más fácilmente que el varón y su trabajo se
considera como un suplemento del trabajo del marido. El paro de la mujer se esconde con más
facilidad, y hay quien piensa hoy que las mujeres no tienen derecho al puesto de trabajo en una
situación de crisis.
c) la desaparición de sectores ocupados fundamentalmente por las mujeres, como el textil
y el del calzado. Esto les obliga a dedicarse al servicio doméstico o a la economía sumergida, con
sueldos de miseria y sin horarios ni derechos laborales.
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d) la doble jornada que resulta para la mujer que realiza un trabajo fuera de casa y tiene
que hacerse cargo, además, de las tareas familiares.

4. En la sociedad el sistema sustenta la situación de subordinación y de opresión de la


mujer, que aparece como algo natural. Se da una exaltación de los llamados valores masculinos –
agresividad, competitividad, violencia– y a la vez se minusvaloran los femeninos –paciencia,
amor, abnegación, pasividad– considerados casi como exclusivos de la mujer. En las relaciones
conyugales se da una subordinación injusta a la sexualidad del marido que impone sus exigencias
y ritmos.
Los medios de comunicación son vehículos de esta ideología. Subliman ciertos
pseudovalores masculinos, sobretodo violencia y agresividad. En muchos de ellos, además, se da
un lenguaje machista, que configura inconscientemente la mentalidad del telespectador, del lector
o del oyente. Son un ejemplo: el locutor de radio que introduce una canción hablando de una
"juventud que lo quiere todo: bocatas, bebidas, dinero y mujeres"; anuncios de la televisión y
tantos otros que se podrían citar. La escuela, en general, es un medio que transmite valores que no
cuestionan el sistema patriarcal. La ley, finalmente, acentúa las discriminaciones entre varones y
mujeres. Se ha progresado algo en el ámbito legal y la Constitución reconoce la igualdad de
sexos. Pero el reconocimiento de esta igualdad legal no significa que exista, de hecho, la igualdad
real.
La Iglesia no se ha liberado tampoco, a lo largo de los siglos, de esta mentalidad
androcéntrica. Si bien reconoce la igualdad esencial entre varones y mujeres, deja a éstas, en la
práctica, en una clara situación de subordinación y de inferioridad. El funcionamiento de las
estructuras eclesiásticas evidencia el arraigo que en ellas ha tenido el sistema patriarcal. En este
tema, una lectura sesgada de la tradición y del magisterio imponen su autoridad sobre la Escritura
y los signos de los tiempos.

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2. ORIGEN DEL FEMINISMO ACTUAL

Estrictamente no puede hablarse de un inicio del feminismo o de la reacción de las


mujeres frente a la situación de injusticia que sufren, por el hecho de serlo. Siempre ha habido
mujeres que se han rebelado frente a la opresión a que han sido sometidas. Pero para recoger
estas voces, han sido necesarias unas condiciones socio–políticas adecuadas.
En el ambiente de los socialistas utópicos, a finales del XVIII y principios del XIX, y
durante la revolución industrial, se gesta una tradición que cuestionará la injusticia del sistema
capitalista y revitalizará la idea de la igualdad entre las personas. Se pone de relieve que, a la
opresión de clase, se añade una opresión específica de las mujeres por el hecho de serlo.
Durante el siglo XIX se desarrolla un movimiento feminista activo, que incide con mayor
o menor fuerza según países. Se dan a la vez las reivindicaciones de las mujeres trabajadoras que
piden la igualdad de salario, leyes que limiten la sobre-explotación, guarderías infantiles, etc., y
las de las mujeres del liberalismo burgués, que quieren tener los mismos derechos que sus
maridos. Unas y otras se unen para reclamar derechos políticos como los de asociación, sufragio
universal, leyes igualitarias en el matrimonio, acceso a profesiones, etc. El socialismo
marxista hace ya una denuncia comprometida de las diferencias entre los sexos y reivindica para
la mujer la igualdad en el trabajo.
Ya en el siglo XX, nos interesa sobre todo el feminismo moderno, que aparece a finales
de la década de los sesenta. Este movimiento se caracteriza por una comprensión más global de la
opresión de la mujer y un nivel de conciencia más elevado y lúcido, una vez superada la
aspiración a la igualdad jurídica. Se pone de manifiesto la exigencia de una igualdad, basada en
una mejor comprensión de las causas de la opresión. Hay una necesidad de comunicar, aclarar y
profundizar teorías, luchas y esperanzas.
A partir del mayo de 1968, año de la revolución estudiantil centroeuropea, surge con
mucha fuerza un grupo de mujeres que envía escritos, se reúne y realiza experiencias para buscar
un lugar en la sociedad y en la historia. Estas mujeres son conscientes de la contradicción que
existe, en los países ricos, entre la igualdad de oportunidades y la igualdad de derechos.
En el Estado Español el movimiento feminista ha tenido un escaso desarrollo hasta ahora.
La República reconoció importantes derechos políticos y civiles a las mujeres, pero durante los
años del franquismo se vuelven a imponer los rasgos patriarcales más tradicionales y se
descalifica y se ridiculiza el femenismo. Cuando el franquismo empieza a tambalearse, surge un
nuevo impulso en la lucha social. Pero hasta 1975 no se empieza a hablar de movimiento
feminista. Esto tiene lugar en Madrid, en la celebración de las primeras Jornadas por la
Liberación de la Mujer, en las que participan grupos que se han ido formando durante los años
setenta y que constituyen el embrión del movimiento feminista que conocemos hoy.
En las Jornadas de Madrid y Barcelona de 1977 se afianzan estos planteamientos.
Durante los últimos años han ido creándose organizaciones en distintos lugares. El movimiento
feminista del Estado es mayoritariamente militante y radical. Da una idea de ello la variedad de
los temas que se abordan en las diferentes Jornadas: trabajo asalariado, economía sumergida,
aborto, política educativa, legislación, antimilitarismo, agresiones y violaciones. Agresiones y
violaciones fueron enérgicamente condenadas en las últimas jornadas.
También aparecen otros enfoques, como el considerar que las mujeres se han de agrupar
en un partido único, ya que constituyen una clase social oprimida que ha de enfrentarse a la clase
social explotadora: la de los varones. No se cree en la militancia de la mujer en los partidos que
existen.
Desde el Estado, se intenta dar una respuesta a esta presión social por medio del Instituto
de la Mujer, que depende del Ministerio de Cultura y está dotado de abundantes medios
económicos.
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3. LA LUCHA FEMINISTA HOY

Esta lucha, hablando principalmente desde el contexto de Cataluña, ha comportado a la


vez una praxis o acción concreta y una experiencia colectiva de liberación.

Una acción concreta

Dentro del movimiento feminista existe una gran variedad de comisiones de trabajo, de
grupos de mujeres, cuya finalidad es luchar contra las agresiones y opresiones que padecen en la
sociedad patriarcal que les ha tocado vivir. Por sus objetivos, pueden agruparse en colectivos de
tres clases:
a) Vocalías de mujeres en los barrios y en las zonas rurales. Son de composición muy
diversa: estudiantes, profesionales, trabajadoras, jóvenes, amas de casa... Su objetivo es llegar a
todas las mujeres del barrio o de la zona, solidarizándose con ellas en la lucha por su liberación o
sensibilizándolas para crear un cambio de actitudes que les permita incorporarse a esta lucha... Se
hace de maneras diferentes: desde potenciar el que aprendan a leer y a escribir, hasta informar y
concienciar para que, en la familia y en la sociedad, actúen con independencia y autonomía.
También luchan en la calle por medio de campañas para dar a conocer unos hechos,
denunciar otros, conseguir cambios en las leyes, pedir servicios –guarderías, centros de
planificación, hogares para mujeres maltratadas– que hagan más llevadera la vida de muchas
mujeres. Finalmente, en los sindicatos, las secretarías de la mujer actúan para que sean abolidas
las discriminaciones que se dan en el trabajo por razón del sexo. Sucede que las mujeres con
bajos índices de cualificación quedan fuera de la legalidad al desplazarse a sectores de
sub-empleo y trabajo clandestino y, al carecer de organización, se ven privadas de voz para
defender sus derechos.
b) Mujeres anti–militaristas. Este grupo intenta influir en la desmilitarización de la
sociedad. Como colectivo, las mujeres han comenzado a reaccionar contra la propuesta de "paz"
de los sistemas que oprimen, que pretenden "defendernos" a costa de destruirnos, que aumentan
los presupuestos militares a costa de los sociales. ¿Cuántos puestos de trabajo, hogares para
mujeres maltratadas, centros de planificación, escuelas para mujeres adultas, podrían crearse con
los recursos que se destinan a la guerra?
Por este motivo, se han realizado acciones contra la posible instalación de una escuela
militar femenina, contra el servicio militar y para defender el derecho a la objeción de conciencia.
También existen grupos de solidaridad internacional con Sudáfrica, Sahara, Palestina y
Nicaragua.
c) Mujeres que trabajan en el colectivo Mujer y Prisión, para mantener relación con las
presas, informarlas de sus derechos como mujeres y concretamente en la situación en que se
encuentran. Este grupo surgió a raíz de la detención de cuatro mujeres que se manifestaban en
una concentración de carácter reivindicativo. Su paso por la cárcel de Wad Ras y las encuestas
realizadas a presas, han dado a conocer las condiciones tan deficientes en que éstas viven. Hablar
de reinserción social en este momento, es casi una utopía.
Esta variedad organizativa da una idea de las reivindicaciones feministas muy diferente
de la que transmiten los medios de comunicación, que muestran casi exclusivamente
manifestaciones de mujeres pidiendo el divorcio o el aborto. Conscientemente no hemos citado
ciertas reivindicaciones del feminismo, porque son las que se han extrapolado. Es cierto que la
asunción de las instancias feministas no puede hacerse sino crítica y selectivamente. Pero también
lo es que esta manipulación de los mass media oculta a la opinión pública las auténticas
reivindicaciones: el derecho a la igualdad frente a la ley en la familia, en el trabajo, en la
participación social y política; el reconocimiento de la capacidad de la mujer en todos los niveles;
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el fin de la utilización de la doble moral, que se manifiesta en tantos comportamientos de la vida
diaria, y que lleva a muchas mujeres a situaciones-límite de opresión y de no–reconocimiento de
su dignidad como personas.

Una experiencia colectiva de liberación

La presencia, como cristianas, de mujeres creyentes, en los colectivos antes citados, ha


resultado una experiencia positiva. Sus compañeras de lucha han reconocido en esta presencia un
elemento de rescate de la fe en Jesús, y del caudal liberador del Evangelio. Se ha experimentado
un crecimiento en fe, en dignidad y libertad. Las propias convicciones se afianzaban,
trascendiendo el nivel más reivindicativo hacia otro más vital y personal. Desde la fe cristiana, se
puede recibir una revalorización como mujeres, como personas, como hijas de Dios. Y se siente
la necesidad de crear espacios de reflexión teológica y de lectura creyente de la experiencia de
lucha feminista. Se produce el encuentro con otras mujeres de Iglesia. Entre ellas es común el
constatar la necesidad de una teología feminista, teología que se constituye y afirma en una
confrontación crítica con las instancias del feminismo moderno.

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II. LAS CLAVES LIBERADORAS DE LA BIBLIA

(Este capítulo, escrito por Dolores Aleixandre, apareció anteriormente en la revista Razón y Fe,
224 (1991) 136-145.)

En el antiguo Egipto existía la costumbre de poner alimentos en las tumbas de los


faraones para que no carecieran de ellos en la nueva forma de vida en la que entraban. A un
arqueólogo se le ocurrió plantar algunos granos de trigo encontrado en el interior de una pirámide
recientemente descubierta y el trigo germinó. La fuerza de aquella semilla había atravesado la
muralla de los siglos y había vencido las leyes de la caducidad.
Los creyentes en Jesús nos atrevemos a afirmar que esa semilla que es su Evangelio sigue
poseyendo un impulso capaz de vitalizar nuestra realidad de hoy.
Para hablar de "Biblia y liberación de la mujer" hay que volver la mirada a aquello que
constituye su referencia fundamental: cuál fue el comportamiento de Jesús hacia las mujeres y
qué se deriva de esas actitudes suyas para nuestro hoy. Como reconocer cada uno de esos
encuentros desborda las posibilidades de este trabajo, vamos a acercarnos solamente a seis
figuras femeninas, cinco del Nuevo Testamento y una del Antiguo:

— María de Nazaret
— La mujer encorvada a la que Jesús enderezó
— María de Betania
— La samaritana
— María Magdalena
— Sara de Ur, la mujer de Abraham.

Las tomas de posición de Jesús y su modo de relacionarse con ellas, tuvieron entonces y
siguen teniendo ahora un poder de transformación que aún no hemos acabado de descubrir.
Vamos a observar de cerca a seis mujeres que se vieron envueltas en la ráfaga de libertad
y de vida de la presencia de Jesús y a tratar de encontrar, a través de las claves simbólicas que
encierra cada relato, el germen de novedad transformadora que guarda para nosotros.

1. MARÍA DE NAZARET

Al referirnos en primer lugar a María, la Madre de Jesús, vamos a fijarnos únicamente en


un aspecto de la acción liberadora de Jesús sobre ella y del que raramente se habla: el de la
liberación de los mitos, de los grandes símbolos y de las sublimes palabras. Sería muy largo
explicar aquí la manipulación tan frecuente del tema femineidad/maternidad y cómo se utiliza
para confinar a las mujeres bajo apariencias de exaltación.
Cuando una mujer de entre la gente dijo a Jesús: "¡Dichoso el vientre que te llevó y los
pechos que te criaron!", Jesús corrigió: "Mejor: ¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y
la cumplen!" (Lc 11, 27-28). Bendita corrección que saca a María y con ella a todas las mujeres
del ámbito de la naturaleza y de la "función" para pasarla al de la persona, es decir, a su verdadera
dignidad que no le viene a la mujer por su capacidad de engendrar y parir, sino por la de su
responsabilidad para dar una respuesta libre.
La palabra que, según el Evangelio, se dirigió a María, pasó por su escucha, no le fue
impuesta (Lc 1, 26-38). Dejó espacio a su reflexión y a su opción libre y la actitud de "activa
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receptividad" con que María la acoge es calificada por Lucas con el verbo dialogizeto, término
del que se derivan las palabras "diálogo" y "dialéctica". María se convierte en la Madre de Jesús
mediante un consentimiento libre y deliberado y ahí estará su verdadera grandeza. Luego a María
nos la han arrebatado hacia una región etérea y distante, poblada de mayúsculas, de superlativos y
de cabezas de angelitos incorpóreos, como esos que rodean las peanas de las estatuas.
Y por lo que se refiere a las mujeres en general, se ha producido con frecuencia un
fenómeno similar: consiste en hablar de la mujer con mayúsculas de exaltación y en un tono de
lirismo poético, que no es más que la otra cara de los estereotipos que la confinan en los ámbitos
que resultan más cómodos para los varones. Porque esas admiraciones vacías encierran la trampa
de convertir las diferencias en desigualdades y alejan del único modo de relación que es
verdaderamente humano: el del respeto mutuo, la colaboración, el diálogo, el don y la acogida. Y
del auténticamente cristiano que no es un "modelo de escalafón", sino un proyecto fraterno de
hermanos y hermanas, compañeros igualitarios en un recorrido de fe en el que nos ayudamos
unos y otras a caminar.
Esta llamada a la liberación de mitos incluirá también otro mito peligroso: el del
feminismo mesiánico. Estas son algunas de sus expresiones: "va a estallar la hora de la mujer"
(nada lo garantiza con absoluta seguridad); "la Iglesia gobernada por mujeres dejaría de ser
autoritaria" (pero podemos tener anticuerpos ocultos de autoritarismo); "hemos estado siempre
oprimidas"<%-2> (pero hemos favorecido muchas veces la prepotencia masculina con nuestro
servilismo y sumisión cotidianos...). Si no reconocemos esto, corremos el riesgo de caer en
aquellas mismas pseudo-seguridades y suficiencias que pretendemos evitar. <%0>

2. LA MUJER ENCORVADA

La segunda mujer del Evangelio que nos ofrece una clave simbólica de la liberación es
aquella que curó Jesús un sábado en la sinagoga: "Había allí una mujer que desde hacía 18 años
estaba enferma a causa de un espíritu y andaba encorvada, sin poderse enderezar del todo. Al
verla Jesús la llamó y le dijo: "Mujer, quedas libre de tu enfermedad". Y le aplicó las manos. La
mujer, en el acto, se puso derecha y glorificaba a Dios" (Lc 13, 10-17)
La espalda doblada de aquella mujer es la imagen de todas las cargas, de todas las
opresiones, de todas las humillaciones y sometimientos que viven tantas mujeres en el mundo. Es
el símbolo de la imposibilidad de mirar a los otros de frente, de dirigirse a ellos como a un igual,
de entablar una relación de reciprocidad. <%-3>Por eso, el gesto de Jesús y sus palabras
estallaron con una fuerza insólita de liberación y de restablecimiento de dignidad para aquella
mujer y para tantas otras.<%0>
Obedecer a esa palabra y enderezarse es adoptar esa postura que es el símbolo de la
dignidad humana frente a la de estar encorvado que expresa la humillación o el sometimiento y
que puede ser también el símbolo de muchas situaciones que vive la mujer. Millones de mujeres
en el mundo viven en situaciones desesperadas y en los países más pobres, donde la gente vive en
la ignorancia y en la miseria y trabajan hasta la extenuación, ellas son las más pobres, las más
ignorantes, las más agotadas por el trabajo. Son las mujeres las que producen aproximadamente
la mitad de los recursos alimentarios del planeta, pero rarísimamente son poseedoras de tierras;
representan un tercio de la mano de obra del mundo, pero se concentran en las escalas
profesionales más bajas y están más expuestas al paro que los hombres.
El gesto de Jesús de enderezar a aquella mujer sigue siendo una llamada a las mujeres a
salir de las situaciones de subordinación, de pasividad y de irrelevancia, a romper el mito de la
"condición específicamente femenina" que las confina en el ámbito de la naturaleza, del destino y
de la culpa.
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Ponerse de pie significa que las mujeres sean capaces de sacudir de sus hombros roles,
funciones y repartos injustos y de arrojar lejos esas cargas que las mantienen encorvadas e
incapaces de mirar de frente. Significa tener el valor de afirmarse y sostenerse unas a otras y a
todos aquellos que están también en situaciones de abajamiento y de exclusión.

3. MARÍA DE BETANIA

El evangelio de Lucas nos habla de dos hermanas que acogieron a Jesús en su casa: Marta
trajinaba y María, sentada a sus pies, escuchaba su palabra. Marta reprocha a Jesús que se lo
permita y su escándalo nos revela algo más que su desazón por sentirse sola en el trabajo (Lc 10,
38-41).
El reproche va dirigido en primer lugar a Jesús y encierra veladamente la sorpresa al ver
que el Maestro está actuando en contra de todas las costumbres establecidas. "No tomes asiento
con las mujeres", aconsejaba con severidad el Eclesiástico (42, 12). María, por su parte, estaba
contraviniendo también la tradición judía: la postura de discípula no era propia de las mujeres
porque un rabí nunca las aceptaba en su séquito.<%-2> Pero Jesús toma partido por María y, una
vez más, todos los muros que encerraban a la mujer detrás de las celosías de la exclusión, la
inferioridad y el silencio, saltan por los aires.<%0>
La mujer puede escapar, como un pájaro, libre de las redes que la atrapan
irremisiblemente en el quehacer doméstico. Y escapar también de todos los estereotipos y viejos
modelos de relación entre hombres y mujeres como el de las famosas «características femeninas
y masculinas» aprendidas desde la infancia. Esa expresión «por naturaleza son...» las define a
ellas como imprevisibles, turbulentas, parlanchinas, ilógicas, débiles y las confina en el ámbito de
la casa, y los describe a ellos como lúcidos, reflexivos, capaces de mando y de responsabilidad,
dotados para la especulación, la invención, la aventura y la conquista.
La libertad de Jesús para ir más allá de todos esos roles nos invita a sospechar que, en eso
que atribuimos a la naturaleza, algo no está claro, ni recto, ni exacto y que hay en ello mucho más
de costumbre que de otra cosa. Nos lleva a caer en la cuenta de que nuestro modo concreto de ser
mujeres y hombres está modelado por las influencias de la cultura, de la familia, de la sociedad.
Nos lleva a descubrir como algo radicalmente antievangélico el que en la Iglesia se repartan las
tareas llamando "responsabilidad sobre las estructuras" a lo que hacen los hombres y "encargo de
la infraestructura" a lo que hacen las mujeres. Y nos empuja a luchar para que, en una Iglesia en
la que parece que sólo existe un modo de organizar, de pensar, de hablar, de decidir y de actuar
(el modo que corresponde a la mitad masculina de la humanidad), se haga presente también otra
perspectiva, otro modo de ser y de estar, de sentir e intuir, de articular pensamiento y de crear
lenguaje.
Aprendemos de María de Betania a tener valor de apartarnos de algunas costumbres que
se han hecho normativas en la sociedad y en la Iglesia aun a sabiendas de que, cuando queda
contravenida una norma, viene la sorpresa, la defensa de "lo que siempre se ha hecho", la
acusación de ir contra lo establecido.
<%-2> Es importante tener una comprensión empática de la dificultad que tienen muchos
hombres y más en la Iglesia, para aceptar los cuestionamientos, los cambios, los nuevos
comportamientos, la ruptura de los modos de relación que les inculcaron desde pequeños. Todo
eso hay que tenerlo en cuenta para actuar con paciencia y prudencia, pero sin renunciar por ello a
una crítica tenaz y perseverante de todo aquello que falsea las relaciones y deforma las
mentalidades. Porque no son las costumbres ni las tradiciones sino la verdad la que nos hace
libres.<%0>

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4. LA SAMARITANA

<_>Cuando los discípulos vieron a Jesús hablando con una mujer, dice el Evangelio de Juan, se
quedaron sorprendidos (Jn 4, 27). Seguramente no sólo porque el Maestro le estuviera dirigiendo
la palabra, sino también porque ella participaba en la conversación, dialogaba, preguntaba y
respondía. Esa conducta era impensable en la sociedad judía en la que la mujer carecía de palabra
digna de crédito y estaba equiparada a los miembros más marginados de la época: paganos,
ignorantes, niños y esclavos. Jesús rompe con esa situación y entabla un diálogo con todos, sin
distinción de sexos.
Sin embargo, a lo largo de los siglos, se ha ido produciendo una apropiación de la palabra
por parte de la mitad masculina de la Iglesia, mientras se decidía que lo propio de las mujeres era
el silencio, la callada pasividad, el eco obediente de una palabra que siempre era pronunciada por
otros. <%-2>Pero el recuerdo subversivo de Jesús vuelve a invitarnos de nuevo a reencontrar una
reciprocidad dialogal en una Iglesia en la que nadie considere la palabra como una propiedad
privada, sino como un pan que circula libremente en la reunión de los hermanos.<%0>
Por eso nadie puede dictar imperativamente desde fuera lo que conviene o no conviene a
las mujeres, aunque seguramente fueran más tranquilos y más cómodos (para algunos, claro está)
los tiempos del mandamiento/ejecución, de la voz/silencio, de la imposición/sumisión. Y hay que
subrayar que no se trata de reivindicaciones ni de luchas por el poder: se trata sencillamente de
escuchar esa Palabra que nos llama hacia una espiral de inclusión, hacia una comunidad
verdadera que viva auténticamente su catolicidad de estar compuesta por mujeres y hombres que
se han decidido a vivir una relación dialéctica de comunión y alteridad, de acogida y superación
de diferencias.
Existen en la mujer posibilidades inéditas de expresividad, de plasticidad, de tender
puentes y captar matices, de escuchar el lenguaje del cuerpo y de las emociones, de hacer
asequibles los conceptos más áridos, de comunicar sin imponer, de emplear la persuasión en vez
de los imperativos. No le es fácil a la palabra de la mujer abrirse camino. Históricamente nuestra
tradición ha sido interpretada, articulada, celebrada por hombres y, por lo tanto, expresa lo
masculino como lo realmente existente, lo dominante, lo normal. Por eso tantas veces se les oye
decir a ellos al dar su opinión sobre el modo de pensar, de trabajar o de expresarse las mujeres:
"qué raro", o "qué original", o "qué complicado", o "qué simplista" y esas apreciaciones reflejan
una convicción no culpable, desde luego, sino introyectada desde siempre, de poseer el
"patrón-tipo" de la realidad y lo que no coincide con ella, por exceso o por defecto, puede ser
objeto del juicio equilibrado de quien posee la objetividad.
Ya sabemos que es difícil aceptar la irrupción de esta nueva palabra que ha permanecido
durante tantos siglos como una Atlántida sumergida; pero estamos comenzando una etapa en la
que la «tarea de suplencia» de expresar unos lo que sienten otras, ha dejado de tener justificación.
«Cuando yo era niña, hablaba como una niña; al hacerme mujer, dejé las cosas de niña», podría
decir cada mujer como Pablo en 1 Cor 13, 10-11.

5. MARÍA MAGDALENA

En el evangelio de Juan, María Magdalena llora inclinada sobre el sepulcro (Jn 20,
11-18), está como encerrada en su deseo de recuperar un cadáver e incapacitada para reconocer a
Jesús. Está «fuera» y en el «dentro» sólo hay una tumba. Incluso su nombre ha sido anulado ya
que sus interlocutores la llaman «mujer». Parece que el espacio y el tiempo han desaparecido
junto con las señales de identidad.
A esta actitud de muerte que engendra lágrimas e inmovilidad, sucede un diálogo en el
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que la mujer reencuentra su nombre, María, y el desconocido que le habla, un título: Maestro. El
tiempo ya ha sido restablecido, ya que el pasado permite recordar al otro. Ya no está sepultada en
el sepulcro, que en griego tiene la misma raíz de «recordar». El espacio es también recuperado:
mientras antes una horizontalidad inmóvil se había apoderado de los seres, subrayada por la
postura de los ángeles a la cabecera y a los pies, Jesús anuncia el dinamismo de la resurrección:
«subo a mi Padre». Y el Señor del tiempo y del espacio envía a María hacia la comunidad y le
encomienda una misión: «Ve a mis hermanos...». Abre delante de ella el futuro y las relaciones
reencontradas. María Magdalena, a quien ha sido devuelto el nombre en plenitud, se pone en
camino para realizar su misión de anunciar la buena noticia. Y al proclamar aquello que se le ha
confiado, integra en su existencia el encuentro con el Resucitado: «he visto al Señor y me ha
dicho esto».
Entramos así en el terreno de las responsabilidades de la mujer que no se reducen al
ámbito de lo privado. Las cuestiones que les conciernen hoy a las mujeres se inscriben en un
contexto mundial, en la lucha por el futuro y por la construcción de un mundo nuevo en el que la
calidad humana de la comunidad es lo prioritario. María Magdalena las invita a abrir caminos
nuevos. Porque mujeres y hombres tienen algo que hacer más allá de ellos mismos y necesitan
poner en primer término los proyectos y las acciones en favor de un mundo más justo, si quieren
sanear y liberar su relación.
Las perspectivas del movimiento feminista están cambiando. Se trata menos de ser
iguales a los hombres que de saber lo que hay que cambiar en las estructuras políticas,
económicas y sociales para permitir a mujeres y hombres participar, desde una situación de
igualdad, en la edificación de un orden mundial. Y más fecundo que «hablar sobre la mujer»
puede resultar el promover espacios de encuentro y conocimiento mutuo en los que se pueda
reflexionar serenamente, tejer solidaridades, proyectar y emprender pequeñas acciones juntos.
En este mundo disparatado en que vivimos y en el que estamos haciendo peligrar la
misma tierra y la supervivencia humana sobre ella, es hora de que las mujeres hagan valer en el
dominio público y en las relaciones internacionales eso que conocen y cultivan desde siempre en
lo privado. Esas capacidades suyas de com-pasión, de cuidado y protección de la vida, tienen que
hacerlas presentes hoy en los temas de la paz, de la distribución de recursos, de la ecología...
El Consejo Ecuménico de las Iglesias nos propone los siguientes objetivos para el decenio
1988-1998:

a) La plena participación de las mujeres en la vida de la Iglesia y de la comunidad.


b) El compromiso de las mujeres por la justicia, la paz y la salvaguardia de la creación.
c) La participación de las mujeres en la teología y en la comunicación espiritual.

<%-2> Pero a la hora de recorrer esos nuevos caminos que se abren hoy ante ellas (el de una
mayor presencia en la sociedad y en la Iglesia, el de una teología y una espiritualidad en las que
intervenga también su experiencia...),<%-3> lo que importa no es lanzarse a toda prisa sino
aprender a caminar de la mano de la Sabiduría, configuradas desde dentro por ella.<%0>
La Sabiduría aparece en la Biblia como una especie de doble de Dios por el que éste entra
en contacto con sus criaturas y se describe con imágenes femeninas: es una presencia creadora y
recreadora de la vida, compañera y guía del pueblo en su peregrinar por la historia. Algunos
frutos de llevar a la Sabiduría como compañera serían:

— cultivar el modo relacional de conocer, valorando lo experiencial por encima de lo


puramente conceptual;
— interesarse por todo lo humano, no alejarse de lo concreto;
— expresarse desde la accesibilidad y la sencillez;
13
— tener una firme voluntad inclusiva, tratándose como amigos desterrando la imagen del
"enemigo";
— cultivar un talante de autocrítica que aleje de las suficiencias y rivalidades que se han
visto cometer a otros;
— saber combinar la prudencia y la audacia, sin separar la esperanza de la astucia ni la
radicalidad de la flexibilidad.

Porque un fruto de la Sabiduría es saber que vale más ganar terreno lentamente que
agotarse en discutir temas teóricos o de competencia. Vale más el esfuerzo serio de una
capacitación a largo plazo para hacer cada vez mejor lo que se hace y empujar las fronteras para
llegar a hacer lo que todavía no se hace. Vale más discurrir estrategias de sensibilización cultural
y de educación no sexista y pequeñas plataformas de encuentro e intercambio de experiencias.
Vale más estar despierto para unir fuerzas allí donde algo se está moviendo en favor de la mujer,
que empeñarse en inventarlo todo de nuevo. Vale más saber esperar la hora, sin quemar las
reservas y sin perder la frescura.

6. SARA DE UR

Y precisamente para esto hay que recordar a una última mujer, Sara de Ur, la mujer de
Abraham, que en un viejo relato de la Biblia aparece como el primer ser humano que se rió. Y se
rió nada menos que de las mismísimas palabras de los mismísimos ángeles, y el nombre de su
hijo (Isaac en hebreo tiene relación con el verbo reír), recuerda para siempre el buen humor de su
madre (Gen 21,6).
Las mujeres, y más dentro de la Iglesia, corren el peligro de dramatizar las situaciones
que viven y de sentirse como «desterradas hijas de Eva». Y con eso no consiguen más que
lamentaciones estériles que no conducen a ninguna parte. Tienen también el peligro de radicalizar
sus posturas y convertirse en feministas avinagradas que alardean de poder pasarse del hombre, o
en profesionales tensionadas que entran con agresividad en el terreno de la competitividad y de la
concurrencia para conseguir el poder. O en mujeres culpabilizadas por no tener un trabajo
remunerado, o por el amor materno, o por tener demasiada sensibilidad. La risa de Sara les
recuerda algo muy importante que es el sentido del humor, un humor que no está reñido con la
clarividencia para analizar situaciones insostenibles, ni con la lucha por conseguir un cambio.
El humor de las hijas de "Sara la risueña" es, como Isaac, hijo de la paciente espera de
quien sabe ir más allá de toda decepción y de la sonrisa que es capaz de no quedarse en la simple
ironía. Es él quien permite tener una mirada positiva para descubrir todo lo que existe de calidad
de humanidad en las vidas de tantas mujeres: desde las amas de casa que arrastran el carrito de la
compra y que llevan sobre sus espaldas el peso de la familia y de la educación de los hijos, hasta
las que, desde el campo de la teología intentan crear un lenguaje nuevo que recuerde a todos que
"Dios no tiene sólo hijos varones...".
O las mujeres que llevan trabajando desde los 9 o los 11 años y no han podido ir nunca a
la escuela y que ahora, a sus 40 o más años, empiezan un nuevo aprendizaje, acuden a centros de
cultura, descubren lo que es tener amigas, comunicarse, ser creativas y cuántas cosas pueden
hacer con unas manos que hasta ese momento parecía que sólo estaban hechas para quitar
suciedad y con una palabra que hasta ahora no escuchaba nadie. Desde las que deciden
comprometerse en las esferas de lo público o las que dejan atrás el modelo de «mujer bonsai» y
se atreven a querer ser «árbol de mostaza» y a tener fe en sí mismas, hasta los hombres de buena
voluntad, que también los hay, y que intentan crear un nuevo tipo de relación con la mujer
rompiendo viejos odres, viejas costumbres, viejos lenguajes.
14
Qué alegría da encontrar hombres que se han decidido a cultivar esas cualidades que por
«venerable tradición» eran sólo femeninas, y se han puesto imaginativamente a la tarea de
demostrar que la «especialización emocional» también está a su alcance...
Y esa mirada positiva y esperanzada, más allá de todas las decepciones e impaciencias, es
posible mantenerla cuando se tiene la convicción de que el Evangelio tiene razón, y de que existe
en él una levadura capaz de levantar esta masa tan mal amasada de las relaciones dominadoras de
unos países, unas razas o un sexo sobre el otro. Y es eso lo que nos permite seguir luchando
contra todo lo que mantiene encorvada a la mujer, a cualquier mujer, sin olvidar que el secreto de
toda vida humana es guardar el corazón abierto y vulnerable. Es lo que nos permite seguir
buscando incansablemente que nuestra Iglesia cambie su actitud hacia la mujer, pero apostando a
la vez por pertenecer a esta Iglesia de hombres y mujeres que tenemos que mantener viva la
memoria de Alguien que supo permanecer en el amor hasta el final. Y seguir confiando en que
esa memoria sigue arrastrándonos, más allá de nosotros mismos, a vivir una libertad insólita.

15
III. TEOLOGÍA FEMINISTA, TEOLOGÍA DESDE LA MUJER

1. LA MUJER EN LA IGLESIA

Desde los escritos tardíos del N.T. y hasta hoy, se deja sentir en la Iglesia el peso de una
elaboración teológica que no recoge la experiencia de fe de las mujeres que, aun formando parte
de la comunidad, fueron excluídas muy tempranamente de la Palabra y del Magisterio. Las
excepciones de alguna "Doctora de la Iglesia", somo Santa Teresa, o de algunas figuras insólitas,
como Juana de Arco o Catalina de Siena, no logran empañar la verdad de esta afirmación genaral.
La dimensión creyente de la mujer lleva aparejada una situación de subordinación, que no se da
con este grado de imposición en el resto de las estructuras civiles o que, si se da, mantiene al
menos el derecho y la posibilidad de protestar contra ella.
La imposibilidad de la igualdad, representada más claramente en el ministerio sacerdotal,
atraviesa y justifica teológicamente la desigualdad en todas las demás instancias. Y eso, al mismo
tiempo que se predica y proclama, también teológicamente, la igualdad y dignidad de la persona.
Esta contradicción fundamental no puede ser comprendida ni justificada fácilmente.
Muchas mujeres hoy en la Iglesia no desean seguir callando, ni esperan que otros definan
su experiencia de vida y de fe, sino que buscan definirse a sí mismas y expresar su experiencia y
expectativas haciendo uso de su propia palabra.
El trabajo por la liberación de la mujer se presenta más arduo en el ámbito eclesial, por
varias razones. En primer lugar, el escaso contacto de jerarquías y funcionarios de Iglesia con las
realidades más atropelladas y escandalosas de la sociedad, es causa de que en su seno no se den
en el mismo grado las transformaciones formales, legales, que recorren la sociedad civil.
Además, los marcos formales, la estructura del gobierno, el cuerpo y los agentes de la teología
aparecen fuertemente cerrados en posiciones arcaicas. Finalmente el carácter sagrado asignado
como "voluntad de Dios" a los varones, hace muy difícil el mero reconocimiento de la necesidad
de conversión, pues son ellos quienes han de dar el visto bueno a los cambios.
<%-4> Junto a esta realidad, es esperanzador constatar voces testimoniales y proféticas
reclamando una "metanoia", y haciendo ver lo injusto y absurdo de esta situación, que contradice
de raíz las expectativas amorosas y liberadoras que emanan de tantos testimonios bíblicos y,
sobre todo, del mismo Jesús. A pesar de la contradicción existente, un buen número de varones y
mujeres al abrigo del Vaticano II, han hecho un intento de conquistar la mayoría de edad, y han
realizado un esfuerzo de formación teológica y de compromiso real en la pastoral de la Iglesia.
Bastantes sacerdotes y algunos obispos participan<%-3> activamente en la tarea de limar,
acortar, eliminar las distancias y escisión entre clérigos y laicos, entre varones y mujeres, y
promueven el proyecto de Iglesia-Pueblo de Dios, Iglesia-Comunidad, al que el Concilio
impulsaba. Es éste un amplio espacio de urgente reforma, para que sea realmente una comunidad
de hermanos y de hermanas, en vistas de su misión y para que su testimonio sea creíble. <%0>
El hecho de pasar a todos los niveles, de una teología y de una praxis de la exclusión a
una teología y a una praxis de la inclusión, ya que la vocación bautismal es llamada a un
"discipulado de iguales", abre a su vez a la comunidad cristiana a nuevas formas de
comunicación, de solidaridad, de proximidad y de convivencia. El paso de una Iglesia patriarcal a
una Iglesia de discipulado, además de ser una riqueza, le daría "un nuevo rostro" en el que todos
los humanos serían aceptados como iguales, hijos e hijas de Dios.

16
2. ¿TEOLOGÍA FEMINISTA O MUJERES EN LA TEOLOGÍA?

Este interrogante se ha formulado también de otra manera: El feminismo ¿es una realidad
tan radicalmente diferente, que implica el nacimiento de una nueva teología en la Iglesia, o puede
integrarse en el actual paradigma teológico?
Ya hemos apuntado cómo las mujeres creyentes, desde la lucha feminista, han sentido la
necesidad de una reflexión teológica de su propia experiencia. La Teología desde la perspectiva
de la mujer, no es ciertamente un discurso sobre la mujer, ni aunque sea un discurso
reivindicativo. Tampoco se trata únicamente, de que haya mujeres en el ámbito de la reflexión
teológica, como las hay ya en nuestra sociedad en el ámbito de la reflexión intelectual. La
Teología desde la perspectiva de la mujer –se le dé o no se le dé el nombre de Teología
Feminista– es una relectura del mensaje cristiano hecha desde la óptica, la situación y la
sensibilidad de la mujer. Como también la Teología de la Liberación no se limita a un discurso
reivindicativo sobre los pobres, sino que reclama "hablar de Dios desde el sufrimiento del
inocente".

3. LA INTELIGENCIA DE LA FE, DESDE LA PERSPECTIVA DE LA MUJER

Desde hace unos veinte años hay mujeres que intentan, en la Iglesia, formular sus
experiencias de fe como personas autónomas, expresarlas en un lenguaje que no haya sido
pre-establecido por los varones, encontrar imágenes y símbolos que les sean propios y no
prestados por otros. Intentan liberarse de las normas unilateralmente masculinas, buscan
posibilidades de vivir su ser-mujer y de compartir con otras mujeres y varones, como con
compañeros iguales en derechos.
Estos intentos de llevar como mujeres una vida autónoma, no determinada por los demás
–aunque todos estemos condicionados por todos– tanto en el terreno de la teología como en el de
la Iglesia, se articulan en la teología feminista. La teología feminista por lo tanto:

— Es una teología hecha por mujeres, que nace de la comunión entre ellas y de la lectura
común de su condición en la sociedad y en la Iglesia.
— Intenta recoger la experiencia de fe y de sentido que vive el "segundo sexo" y analiza
esta reflexión teológica a partir de un contexto determinado.
— Presupone un empeño y una militancia en un movimiento de liberación y de
emancipación de la mujer.
— Ha de comprenderse como una teología política, una teología de liberación que parte
de una praxis, transformadora de relaciones distorsionadas de dependencia y de dominación de la
mujer.
— Pone de relieve estructuras de poder y de injusticia, y manifiesta la oposición de éstas
al mensaje de Jesús.
— Explora también los caminos de cambio concretos.

Es importante señalar que la pretensión principal y última de la teología feminista es la


liberación de todos los hombres –mujeres y varones– de las estructuras injustas que los
mantienen en una situación de menores de edad. No quiere, como algunos temen, liberar a los
oprimidos para que sean ellos quienes puedan dominar, sino inspirar a oprimidos y opresores otro
estilo de vida, libre de dominio y de violencia, que esté a favor de la vida, que sepa
comprometerse con la palabra y con la acción de Jesús. No se presenta como un concepto teórico,
no se empeña en llegar a ser un resumen feminista –dogmático–. Quiere renovar, cambiar,
17
inspirar.

Finalmente, no hay una única teología feminista porque es el contexto de vida, la


situación económica, política, cultural y religiosa de las mujeres, lo que se toma como punto de
partida de la búsqueda de cambio y de una praxis liberadora en la línea de la Biblia.

4. DOS LINEAS QUE CONVERGEN

Existen diversas corrientes dentro de la teología feminista, según el contexto histórico en


el que brota esta reflexión creyente. Será siempre una teología comprometida con las
necesidades, los intereses y las expectativas de las mujeres oprimidas, que unen sus esfuerzos en
la construcción de nuevas realidades sociales y eclesiales donde sea posible la solidaridad, la
participación igualitaria y la vida para todos. Pero según sea la experiencia de la que se parte, se
pondrá el acento en unos aspectos más que en otros.

Reflexión teológica de la mujer, desde el Primer Mundo

Esta reflexión ha sido hecha principalmente por las teólogas europeas y americanas del
Norte. Llevan más de veinte años reflexionando, escribiendo, expresando su fe, abriéndose
camino en el intrincado bosque de la cultura y de la teología androcéntricas. Hoy existen en sus
facultades, cátedras de Teología Feminista.

a) Contenidos de esta reflexión teológica

Respecto a los contenidos de esta teología, las teólogas feministas existentes hasta el
momento, han insistido en abordar los planos en que la teología enriquece el proceso de
liberación de la mujer y gana a su vez en integridad:
— El plano de las ideas y conceptos. Cuando hablamos de Dios, hemos de acentuar los
aspectos de relación y reciprocidad, de llamada a la plena realización de las personas, y por tanto
de las mujeres como tales, excluyendo cualquier opresión de tipo jerárquico-patriarcal. Esto
como consecuencia de su Amor Creador, que libera y salva.

— El plano de las imágenes. La responsabilidad teológica exige hoy recuperar imágenes


femeninas de Dios, como contrapartida a las masculinas que han modelado un Dios "a imagen de
los emperadores romanos" (rey, juez, señor de los ejércitos), poseedor de "los atributos que
pertenecían exclusivamente al César" (todopoderoso, fuerte, justo). En esta religión masculina,
las mujeres nunca podrán llegar a ser sujetos activos. Hay que recobrar al Dios Origen,
Fecundidad, Sentido, Fundamento. El Dios Padre y Madre que se nos revela en la Biblia.

— El plano del lenguaje<$FQuizá valga la pena llamar la atención sobre la más


frecuente de esas injustas trampas androcéntricas del lenguaje en la que estamos fatalmente
inmersos: en teoría tanto la palabra hombre (que es masculina) como la palabra persona (que es
femenina) incluyen en su significado tanto a mujer como varones. Sin embargo, mientras la
palabra persona sigue usándose en conformidad con ese significado (y todo varón puede decir
con orgullo que él es una persona), el uso de la palabra hombre la va reservando cada vez más a
solos los varones (haciéndonos respirar subliminalmente la idea de que las mujeres no pertenecen
propiamente a la definición de lo humano). En este contexto algunas expresiones litúrgicas como
la de "la sangre de Cristo que será derramada por vosotros y por todos los hombres" suena de
18
hecho con un exclusivismo estremecedor. Ante esta situación lingüística hay quienes optan por
decir siempre: "hombres y mujeres" (como si las mujeres fueran algo añadido o exterior a lo
humano) y hay quienes tratan desesperadamente de desposeer a los varones de su pretendida
exclusividad del ser hombre. El primer camino es más fácil pero es más arriesgado; el segundo,
como hemos dicho, es más difícil, casi desesperado (pero piensen los varones orgullosos cómo
reaccionarían ellos si las feministas -¡siguiendo la lógica dominante!- comenzasen a hablar de
"hombres y personas"). En este Cuaderno, como podrá ver el lector, se mantienen los dos usos
lingüísticos aludidos.>. Será la consecuencia de esta nueva comprensión y de estas nuevas
imágenes. Las palabras tienen un enorme poder de evocación de concepciones y
comportamientos colectivos. Modelan nuestro modo de pensar, de comprendernos, de creer. El
hecho de aparecer innominadas las mujeres en la comunidad cristiana –tanto en la liturgia como
en las catequesis sólo se decía "hermanos, hijos, Padre..."– ha reforzado la presencia y por tanto
el dominio de un sexo sobre el otro, de una forma tan invisible como el aire, tan suave como el
impacto de lo sagrado. Y a la inversa, la experiencia demuestra qué fuerza representa pronunciar
las palabras: mujer, cristiana, pecadora, hija... Son una llamada a la existencia, a sentirse
implicadas y reconocidas dentro del conjunto de la comunidad de creyentes, hombres y mujeres.
No existirá una teología que se tome en serio la existencia y situación específica de las mujeres,
que no adopte un lenguaje propio a la hora de expresarse.

Cada tratado de la teología –Cristología, Eclesiología, Mariología...– debería plantearse


una reformulación de base, por lo menos en estos tres planos.

b) Método de trabajo.
Esta tarea inmensa de reformulación, que no ha hecho sino comenzar, requiere un método
de trabajo que supone:

— Mantener la capacidad de cuestionamiento e ir adquiriendo un hábito de exégesis


bíblica muy cuidada, para ahondar en el estudio de la Escritura.
— Detectar los elementos propios de la historia de la cultura, que pesan en los
testimonios y escritos creyentes.
— Hacer un nuevo análisis del estudio de las fuentes de la teología cuya adopción e
investigación, dada la exclusión de la mujer de este quehacer, ha estado condicionada por el
desconocimiento y la falta de sensibilidad hacia ella.
— Asumir, finalmente, el reto de estar haciendo algo nuevo, por tanto nada fácil, con la
convicción de estar dando un nuevo impulso a la Teología.

Reflexión teológica de la mujer, desde América Latina

Recogemos aquí algunas intuiciones compartidas por las mujeres latinoamericanas de


diversos países, que viven y entienden su fe a partir del compromiso liberador en favor de una
nueva sociedad. Se trata, pues, de una reflexión colectiva, formulada inicialmente durante el
"Encuentro sobre la situación de la mujer en América Latina" celebrado en San José, Costa Rica
(julio de 1989), que había sido convocado por el Departamento Ecuménico de Investigaciones.

a) Punto de partida de esta reflexión teológica

Es una reflexión que se hace a partir de las comunidades cristianas que luchan por su
liberación y por poner fin a la historia ancestral de sometimiento, de injusticia, de opresión
colonial, de subordinación machista y patriarcal que afecta en América Latina a las mayorías
19
empobrecidas, pero multiplica su peso en el caso de las mujeres y los niños. Busca transformar
estas relaciones para que hombres y mujeres puedan realizarse en plenitud, como anticipo de la
"Nueva Creación" inaugurada ya por Jesucristo.

b) Contexto en el que se autocomprende

Es una reflexión que brota en el marco de la Teología de la Liberación, porque ésta


posibilita nuevos espacios y perspectivas "para que la mujer deje nacer y crecer su manera propia
y originalmente femenina de comprender la revelación", como señala la brasileña M.Clara
Bingemer. En efecto, la Teología de la Liberación sienta sus raíces en la experiencia de un pueblo
que, en virtud de la fe, ha experimentado la fuerza del Espíritu y se ha puesto en pie tras un largo
cautiverio, para emprender la marcha hacia un nuevo orden donde la vida sea posible para todos.
La Teología de la Liberación, desde la perspectiva de la mujer, ha de entenderse en este contexto.
No puede desligarse de esta gran corriente que atraviesa el mundo de los pobres y oprimidos, y
de los que se solidarizan con ellos.

c) Características

La Teología de la Liberación desde la perspectiva de la mujer, trata de rescatar un doble


derecho secuestrado.
El derecho a reflexionar sobre su peculiar manera de experimentar la revelación y a
expresar su reflexión, realizada desde la inteligencia de su ser de mujer y desde los compromisos
concretos que asume, con el fin de crear nuevas formas de convivencia social y eclesial, en
solidaridad con otros varones y mujeres que edifican el Reinado de Dios en medio de los pobres.
El derecho a vivir la fe como fuerza liberadora y no como fuente de opresión. Las
mujeres cristianas están convencidas de que la fe tiene algo que decir respecto a su situación. Ni
Dios, ni el núcleo del mensaje evangélico, ni buena parte de la comunidad eclesial, permanecen
impasibles ante el drama de los oprimidos, entre los cuales se encuentran muchas mujeres.

Conclusión

Tanto desde el Primer Mundo como desde el Tercero, las mujeres creyentes, inmersas en
una realidad donde la mujer es oprimida de múltiples formas, coinciden en afirmar que hacer
teología desde la perspectiva de la mujer, es una necesidad y un derecho a reclamar:
a) Es una necesidad, porque la fe tiene algo que decir respecto al androcentrismo de la
cultura y al patriarcalismo de la sociedad y de la Iglesia, respecto a su situación y a su lucha.
b) Es un derecho a reclamar, porque a la mujer, durante siglos, se le ha negado la palabra
en la historia de la Iglesia y en la Teología. La mujer tiene derecho a articular la sabiduría de la fe
desde su situación de empobrecida y desde su condición de oprimida. Más aún, tiene derecho a
anticipar nuevas formas de comunión y de solidaridad desde su modo peculiar de recibir la
revelación.

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