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25-09-2019

El otro totalitarismo
Antonio Lorca Siero
Rebelión

Respondiendo a una apreciación realista, en los últimos tiempos se nos ha presentado una imagen
de totalitarismo, duro, intolerante, violento en extremo, dirigido por un líder temporal y asociado a
un determinado Estado, que arrasa, entre otros valores, con las libertades individuales y ha venido
a representar el modelo clásico. También, ocasionalmente se ha etiquetado con el mismo nombre a
cualquier régimen político que no viene dando cuerda a la democracia, caminando por sendas no
convencionales, en cuanto no sigue las pautas generales. En sentido excluyente, como se ha dicho,
totalitarismo ha pasado a ser la palabra maldita, dispuesta para ser aplicada a cualquier Estado que
no juegue siguiendo las reglas de la mayoría de estados declarados capitalistas. Sin embargo se ha
pasado por alto intencionadamente la evidencia de ese otro totalitarismo suave y hasta
complaciente que, sin líder ocasional conocido y saltándose los patrones políticos del totalitarismo
clásico, marcha globalmente en la misma dirección que aquel desde el monopolio del frente
económico. Defensor de las políticas liberales, de la democracia representativa y las libertades
personales en el plano político, aunque amordazándolas en cuanto contravienen su doctrina
dominante, y ya en su terreno, sometiendo incondicionalmente a las personas a los dictados
consumistas.

Las arriesgadas experiencias del pasado siglo, que sin contemplaciones arrasaron ocasionalmente
con la libertad de las personas e impusieron una forma única de vivir con pretensiones
expansionistas, han pasado a ser ese modelo clásico de totalitarismo recogido en la historia.
Agotado su tiempo, no por ello ha de entenderse que la vieja idea que iluminó el totalitarismo haya
desaparecido. El totalitarismo es camaleónico, se ha adaptado a las circunstancias, cambiando su
estrategia de dominación, pero dejando intacto el principio excluyente y opresor con la finalidad de
hacer dóciles a las masas para que sigan su ideología, que postula el dominio total sobre las
personas conducidas por elites eventuales. En contra de lo tradicional, no necesariamente hay que
observarlo como un producto político, resultado de la aventura ocasional de cualquier grupo
arropado tras la pantalla de un Estado, porque puede ser manifestación de cualquier otro poder con
capacidad para controlar la vida de las personas, con la suficiente energía como para no dejar
espacio que permita ni tan siquiera plantearse que es posible otra forma de vida que la obligada a
sobrellevarse. Este es el caso del capitalismo, que ha cegado todas las salidas que pudieran
permitir al individuo visionar otras opciones vitales y, ya en su recinto, arremeter contra la
pluralidad más allá de su expresión comercial, imponiendo sus condiciones de pensamiento y vida
unidireccionales. Ante esta situación, la postura de las personas, al igual que en los otros
totalitarismo, es de simple resignación, reconociendo su propia incapacidad para hacerle frente,
entregándose al conformismo y a la sumisión.

Característica común de los totalitarismos históricos es el pensamiento único impositivo para con
las personas que caen bajo su dominio, llevándolo a la práctica incluso de forma violenta, con la
eliminación de cuantos se oponen a sus principios. Hoy, pese a que no se hable abiertamente de
totalitarismo, cabe destacar esa ideología que avanza dirigiendo el plano real de la existencia,
establecida a nivel global sin apenas contradicción y frente a cuyos dictados no hay escapatoria. No
tiene rival, no hay alternativa, y a la postre todos acaban asumiendo esa realidad, sometiéndose a
ella acatando su pensamiento dirigido y los preceptos que establece como forma de vida,
realizándose de manera contundente a través de la operativa de las empresas capitalistas.
Observada en un plano superficial parecería situada en el extremo opuesto del pensamiento
totalitario, pero en el fondo su control lo abarca prácticamente todo. Se actúa siguiendo sus

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dictados que tienen un trasfondo comercial, es, en definitiva, total. Políticamente no tiene Estado,
porque no lo necesita al disponer del arma del dinero y operar desde el dominio económico global
que carece de fronteras. Para mayor efectividad, la ideología capitalista puede interpretarse como
una especie de creencia que, sin violencia explícita, se impone casi por convicción entre las
personas, atraídas por el dogma del consumo a nivel mundial. La falacia que postula es identificar
consumo con bienestar, y lo hace sin disimulos. Y es aquí donde reside su fuerza de convicción
suave, frente a la que solo cabe la sumisión generalizada. Lo que no es óbice para que, al amparo
de la suavidad, el conformismo y la tolerancia, se mantenga intacta la opresión de tipo totalitario,
porque se niega a las masas su libertad de pensar y obrar en sentido eficaz al margen de las reglas
que rigen el consumo.

En el totalitarismo en sentido clásico la ideología se imponía por la fuerza, entendida esta última
desde las variadas formas en las que interviene la violencia física o psíquica, y siempre
directamente proporcionada a la resistencia en la aceptación de sus principios, mientras que en el
nuevo totalitarismo se ejerce la coacción basándose en la simple persuasión desde el atractivo
personal del consumo. Con lo que aparenta surgir de la voluntad de uno mismo. Ese sentido de
totalitarismo suave, muy discreto, porque no se aprecia a primera vista una fuerza material externa
que condicione la toma de decisiones de las personas, pero sí subliminal, arranca desde la
explotación a nivel comercial del sentimiento de bienestar material innato en la condición humana.
Lograr el ansiado bienestar —aunque al final de la carrera resulte que es inalcanzable—se ofrece a
los creyentes de forma sencilla, porque todo viene hecho, basta con entregarse a comprar vida,
bajo la forma de los productos facturados por las empresas capitalistas. Luego, cuando se entra en
la dinámica del consumo, el bienestar simplemente se hace depender del nivel alcanzado en esa
escala que exige tomar una carrera sin fin, hasta entregarse al simple consumismo, donde se
diluyen los últimos restos de la auténtica voluntad individual.

El totalitarismo discreto, que ha construido el capitalismo a través de una variedad de empresas


dirigidas a procurar una vida mejor, no solamente se soporta en su realidad ideológica excluyente e
impuesta que se ha asumido como forma de vivir, una cultura de la que no es posible escapar, sino
poniendo a su servicio a las organizaciones estatales e internacionales con sus respectivos aparatos
de coacción. Todo se mueve dirigido por la batuta capitalista, de tal manera que aquello que afecta
a sus intereses se coloca en primera línea, manteniéndose lo restante en posición de subordinación.
No solo la cultura y la organización política se adaptan a sus intereses, incluso la ley y la autoridad
resultan sometidas en el fondo, aunque respetándose las formas. Con el capitalismo el totalitarismo
se ha perfeccionado. De manera que el totalitarismo de Estado, propio de otra época, ha acabado
por ser un simple ensayo de este totalitarismo general capitalista, que ha surgido para superar el
modelo de los totalitarismos clásicos. Un totalitarismo que ya no responde solamente a su
tradicional sentido político, sino que, desde la palanca económica mueve totalmente la sociedad y
su modelo de organización, poniéndolos a su exclusivo servicio.

Hablando del hombre, es positivamente libre en cuanto nadie le obliga a moverse en los dominios
del mercado capitalista, tampoco a consumir, pero es tal el sentimiento de culpa por permanecer al
margen de lo convencional que hay sensación de alivio cuando se entra en él. A partir de ese
momento solo queda el hombre-masa. Ya dentro de la libertad de elección de la mercancía, el
influjo de las modas y el espíritu mimético que impone la cultura le arrastran en la línea dominante
del mercado si quiere sentirse vivo. Negativamente considerada la libertad tampoco existe, porque
el pensamiento aparece dirigido por los fuertes convencionalismo de una sociedad entregada al
capitalismo, sujeta a la leyenda del bienestar. Podría llegar a entenderse que la libertad se ha
refugiado en internet, pero allí la está esperando el hombre-red —un paso adelante en el avance del

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totalitarismo capitalista—, que es todavía menos libre, controlado permanentemente por las
multinacionales capitalistas del sector, lo que conduce en cualquier terreno a una libertad vigilada,
tal y como sucede en cualquier totalitarismo. En este panorama de libertad de cuento no se
desaprovecha la ocasión para imponer la fuerza del dinero como conductora de voluntades en una
misma dirección y fiel reflejo del mandato del capital. Si no se cumple con el dinero, generando
más dinero para cederlo a las empresas, tampoco hay vida, puesto que se limita la opción del
consumo y se rebaja el bienestar creado. Irremediablemente la libertad pasa por someterse al
dominio del dinero, la dignidad de la persona sigue el mismo camino y la pluralidad se vive dentro
del cercado.

Si la tendencia expansionista de la doctrina de los viejos regímenes totalitarios se desarrollaba en


términos bélicos, dada su incapacidad de avanzar como doctrina más allá de sus fronteras de
opresión, el totalitarismo del capitalismo ha conquistado el mundo de forma relativamente pacífica.
Característica innovadora del nuevo totalitarismo ha sido tanto su capacidad para satisfacer
necesidades materiales a través de sus empresas, como su envoltorio tolerante, en cuanto a lo que
no afecta en sus intereses, ambos le han permitido ganar adeptos en ese plan expansionista,
propio de los sistemas totalitarismos. Así resulta que lo ha conquistado todo sin oposición, ya casi
no queda mundo libre de su dominio ideológico y material. El mérito reside en que lo ha hecho
suavemente, echando mano de la convicción. A salvo, se dice, ha quedado la libertad individual,
aunque solo sea para comprar y seguir comprando, lo que permitiría entenderle como un
totalitarismo paradójico, puesto que por un lado excluye la divergencia y por otro viene a proponer
la libertad, aunque sea condicional y limitada a moverse en el mercado. Pese a todas sus falsas
virtudes, no hay nadie más total en el plano de la dominación de las masas que el capitalismo, del
que los llamados Estados democráticos son simples peones en el gran tablero de sus operaciones
mundiales. 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative
Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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