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Esta es la historia de Julieta, una mujer excéntrica, alegre y dispuesta a darlo


todo de sí misma siempre. Le encantan los calcetines de colores, las películas de Tim
Burton y el helado de kinder, entre otras muchas cosas. Es torpe, se ríe como los
cerditos, trabaja como zombi en la casa del terror y disfruta como nadie se imagina
haciendo el payaso.

También es la historia de Diego, que es alegre, sin pasarse, bueno, sin pasarse y
cariñoso, sin pasarse. A Diego no le gustan las salidas de tono, ni marcar la diferencia o
llamar la atención. Diego no conoce a Julieta, todavía…

Los dos son felices, los dos tienen buenas familias y los dos van por la vida
pensando que no necesitan el amor para sentirse completos.

Los dos van a darse un batacazo importante, pero si te lo cuento, no te lees el


libro, así que… ¿Qué me dices? ¿Me acompañas en estas páginas?

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A la de tres:
¡Te quiero!
Cherry Chic

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Copyright
Primera edición: enero, 2017

© 2017, Cherry Chic

© De la cubierta: Red lips

© De la fotografía de la cubierta: Adobe Stock

© Red Velvet Colección

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cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento
informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización
previa y por escrito de los titulares del copyright.

Todos los personajes y escenarios de esta obra son productos de la imaginación


de la autora, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

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A Alberto, mi marido.

Ojalá la vida nunca separe nuestros caminos.

Te quiero.

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ÍNDICE
Copyright

ÍNDICE

Nota de la autora

Prólogo

Diego

Diego

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Diego

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Diego

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Diego

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Diego

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Diego

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Marco

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Epílogo

Diego

Nota

Agradecimientos

Sobre la autora

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Document Outline

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Nota de la autora

El día que empecé a escribir este libro no estaba atravesando mi mejor


momento. Varias cosas en mi vida decidieron torcerse al mismo tiempo y mis musas,
que son adictas a hacer de las suyas, decidieron que lo mejor que podía hacer era
escribir, como hago siempre que necesito una vía de escape.

Tecleé las primeras líneas del prólogo con pulso tembloroso, porque no sabía
qué quería contar:

¿Algo emocional que se adaptara a mi estado de ánimo? Parecía lo más lógico,


pero como he dicho, mis musas son dadas a ir a su bola y cuando quise darme cuenta,
estaba creando vida y no era como la había imaginado, pero ah, qué bien me sentí.

A menudo se dice que los mejores libros son esos que te arrancan intensas
emociones y estoy de acuerdo, pero esas emociones no tienen que dejarte siempre con
un sabor agridulce, ni tampoco tienen que hacerte sufrir durante capítulos y capítulos.
A veces, esas emociones llegan de la mano de la diversión, esa que tan infravalorada
está a menudo. Mientras escribía este libro, hubo momentos en que tuve que parar
para reírme y eso, para mí, fue un regalo inmenso dada mi situación, así que mi único
propósito ahora es conseguir que tú te sientes, lo leas y en algún punto del camino
consigas reírte y olvidarte de esas cosillas del día a día que nos hacen la vida un
poquito difícil. Si de paso consigo que te enamores de estos personajes tanto como yo,
me consideraré una mujer sumamente feliz.

Cherry Chic.

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Prólogo

—¡Te juro por Benny que si no sales lo rajo de arriba abajo! ¡Lo rajo Julieta! No
puedes hacerme esto y quedarte tan pancha.

Los golpes en la puerta del diminuto baño truenan de nuevo, pero no pienso
abrir. Puede que tenga siete años pero no soy estúpida y sé que Alex liberará a Benny,
mi osito de peluche de cuando era una niña pequeña, pero me rajará a mí.

Bueno, vale, quizá eso es un poco exagerado, pero cuando se trata de mi


hermano Alejandro procuro quitarme del medio inmediatamente después de hacer
algo que, de antemano, sé que lo pondrá furioso.

—¡Sé que estás ahí! Igual que Amelia y Esmeralda. Os voy a matar, os lo juro.
Romperé vuestro cuello y lo retorceré hasta que os desangréis.

—¡Si rompes nuestro cuello no podemos desangrarnos, estúpido! ¡Para eso


tendrías que rajarnos la garganta!

Hago una mueca y miro mal a mi hermana Esmeralda, que se limita a encogerse
de hombros, como si no hubiese podido callarse esa corrección que solo ha ayudado a
poner a Alex más furioso, seguro, y de paso a dejarle claro que nos hemos escondido
las tres juntas. El silencio de escasos segundos que se hace no me ayuda a calmarme,
porque sé que mi hermano no se ha ido. ¡Él no es de cansarse pronto de sus
venganzas!

—No deberíamos haberle cogido los cromos sin permiso. Somos chicas muertas.
—Amelia hace temblar su labio con dramatismo—. Pobre papá, que se va a quedar
solo con ese tonto de Alex.

Pongo los ojos en blanco. ¡Seguro que ahora se pone a llorar! Amelia es de llorar
incluso antes de que las cosas ocurran. Papá dice que no podemos meternos con ella
por ser tan sensible, pero es que es una llorona, la verdad.

Miramos con horror cómo Alex mete los pelos del osito Benny por debajo de la
puerta. ¡Lo está despellejando! Es un monstruo.

—¿Vais a salir o no? Prometo no torturaros mucho. A lo mejor hasta os dejo


vivir.

—Es un tonto del culo —dice Esmeralda enfadada.

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—Igual deberíamos rendirnos. —Amelia parece resignada a morir en esta tarde
tan calurosa.

—Solo tenemos que ser más listas que él. —Pongo un dedo bajo mi barbilla para
hacerles ver que estoy pensando en un plan—. ¡Tenemos que salir todas a la vez y así
aplastarlo!

—Como si fuera una asquerosa cucaracha. —Esmeralda disfruta solo de


imaginarlo.

—Yo no sé… —duda Amelia.

Suspiro y pienso que si mis hermanas fueran más pequeñas que yo no


tendríamos este problema, porque tendrían que obedecerme sí o sí, como la hermana
pequeña de mi amiga María, que solo tiene tres años y la sigue a todas partes. Mis
hermanas tienen siete años, como yo y como Alex. Somos cuatrillizos y ahora ya sé
decir la palabra sin liarme. La gente dice que somos especiales, porque mamá se
convirtió en un ángel para que viniéramos al mundo, pero la verdad es que Esmeralda
dice que mamá está muerta y de ángel no tiene nada, porque no existen, como Papá
Noel, que tampoco existe. Amelia lloró mucho cuando se enteró de lo de Papá Noel;
con lo de mamá menos, pero puso cara de pena para que papá no se sintiera mal,
porque, aunque a nosotras no nos dé pena porque no la conocimos, sabemos que a él
sí se la da porque ella no está con nosotros. Sobre todo cuando nos portamos mal. O
sea, la mayoría de los días.

—Si salís ahora, prometo no daros más que un pellizquito a cada una. ¡Un
pellizquito de nada!

Fruncimos el ceño a la vez, porque a nosotras no nos parece que un pellizquito


de Alejandro pueda considerarse «de nada». Duelen mucho y dejan marca. Menos mal
que Esmeralda muerde como nadie.

—A la de tres, abrimos la puerta y corremos rápido—digo resuelta.

—¿Y a dónde vamos? —pregunta Amelia alarmada.

—A vivir —contesto muy digna.

Nos ponemos de pie, porque la frase me ha quedado muy bonita y yo sé que


ninguna va a decirme nada y abrimos la puerta corriendo y gritando como las locas
mientras Alejandro pone cara de sorpresa.

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En realidad, me aburre un poco que se siga sorprendiendo cuando atacamos
juntas. A veces Alejandro me da pena porque está solo. No solo como papá, pero sí
solo como único niño de la casa. Más tarde, cuando nos tortura, rompe las muñecas o
se mete con nuestra ropa la pena se me olvida.

Corremos hacia la calle mientras nuestro hermano nos sigue. Llegamos al final y
giramos a toda velocidad cada una hacia un lado intentando despistarlo, pero esta vez
es listo y elige seguirme a mí sin vacilar, así que lo tengo muy cerca porque es más
rápido que yo. Debería haber hecho caso a Esmeralda y quitarme las botas de agua de
una vez para ponerme zapatillas, pero son tan bonitas que me da penita guardarlas,
porque sé que el invierno que viene mis pies habrán crecido y ya no podré
ponérmelas, ni encontraré unas botas de agua tan bonitas como estas que tienen rayas
de todos los colores, como si fueran un arcoíris.

Oigo a Alejandro gritar y lo siento cerca, muy cerca. A pesar de que estoy
asustada me siento bien, porque respiro fuerte, corro más rápido y los oídos me rugen
con fuerza. Papá me explicó una vez que esto que siento se llama adrenalina, pero
para mí, esto es simplemente felicidad.

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Me caigo de la cama cuando el despertador suena por tercera vez, y digo me


caigo porque esto que hago no puede considerarse levantarse. Café, necesito café en
grandes dosis. Recorro el pasillo de casa y bajo las escaleras. ¡Maldito Jägermeister del
Mercadona! No pienso volver a beber jamás en la vida y esta vez voy en serio. Ya
pueden amenazarme con arrancarme las tetas, quemarme las huellas dactilares de las
manos, depilarme a bocados o tirarme de la lengua para dejar caer por mi garganta un
chupito, que me voy a negar en rotundo. Bostezo y maldigo, porque la verdad es que
nadie me amenazó para que bebiera.

De hecho, recuerdo de forma vaga a un señor aconsejándome dejarlo ya, igual


que recuerdo haber puesto un vaso de chupito en su reluciente calva después de
vaciar hasta la última gota. Acto seguido estallé en sonoras carcajadas. Dios, soy una
pésima persona. ¡Normal que me vaya como el culo en la vida!

Bostezo otra vez y me atormento un ratito porque el mínimo gesto pone mi


cabeza a dar vueltas y siento como si un centenar de enanitos martillearan mi cráneo
desde diferentes ángulos. Entro en la cocina familiar y voy derecha a la cafetera.

—Ey…

Ese es mi saludo para mi hermana Esmeralda, tan perfecta ella, con su malla
apretada, su top más apretado que la mallaa y su coleta bien hecha. Bebe agua de un
botellín y me mira con superioridad, como siempre.

—Hombre, hasta que resucitas. ¿Qué? ¿Otra noche movidita?

—Ya ves. ¿Y tú? ¿Vas a correr?

—Vengo. Son las once de la mañana, Julieta. Solo tú pierdes un domingo de esta
forma.

Qué asco de mujer, de verdad. Todo el día siendo eficiente. ¿Es que no se cansa?

—¿No te cansas de ser eficiente? —pregunto, dando voz a mis pensamientos.

—¿Y tú? ¿No te cansas de no peinarte?

La miro mal, a la muy zorra, pero me callo porque es probable que lleve razón y
tenga los pelos como si acabaran de plantarme encima un nido de gorriones.

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—Dúchate, Julieta, va en serio. Aquí la que ha hecho deporte soy yo, pero la que
apesta es otra.

—Uy lo que me ha dicho.

Alzo el brazo y me huelo el alerón para debatir esa falacia, pero me da un poco
de fatiga y prefiero bajarlo y dejar el café para cuando pase por chapa y pintura
porque, mal que me pese, doña perfecta tiene razón.

Subo de nuevo las escaleras y enfilo el pasillo pensando lo largo que es, oye. Los
días de resaca se me antoja interminable. Al fondo a la derecha está el baño, como
todos los baños de todas las casas de España. Todos están al fondo a la derecha, no me
preguntes por qué, pero es así.

Me ducho, me envuelvo en un albornoz blanco, esponjoso y heredado de doña


perfecta, que me lo dio cuando decidió comprarse uno mucho mejor. Hay gente que
guarda la ropa que ya no quiere y se la da a los pobres y luego está ella, que me la da a
mí. Claro que bien mirado mi economía me hace entrar en la casilla de pobre por la
puerta grande.

Me peino con el cepillo sin pararme a pensar en un orden: todo hacia atrás para
que no moleste, que hoy no estoy yo para peinados monos ni hostias. Ya me haré un
moño luego. Vuelvo a la cocina y enciendo la cafetera, esta vez no habrá fuerza
humana que me separe de ella. Consigo una taza que más que taza es un cuenco de
cereales y me siento en la mesa. O sea, en una silla al lado de la mesa, ya sabes.

Enfrente está doña perfecta, que lee el periódico porque ella es deportista y
encima culta, para dejar mal al resto de mortales como yo. ¿Dónde andará Amelia?
Cuando ella está cerca yo me siento medio normal.

No perfecta, porque ella también me supera, pero al menos medio normal. Saco
el móvil y me pongo a revisar el Facebook, que es como mi periódico de cada mañana.
Bueno no ¡es peor! Porque en el periódico no corres el riesgo de salir chupándole la
oreja a un desconocido como me pasó a mí una vez.

Tengo amigos muy cabrones, que disfrutan mucho subiendo fotos de mis
excesos a la red para que todo el mundo pueda apreciar lo mucho que se me va la olla
con algunos chupitos, y algunos cubatas, y algunos cocteles así, como guinda. Le doy al
mundito ese de las notificaciones y respiro tranquila al comprobar que solo tengo dos
invitaciones al Candy crash, otra a un evento y un par de «Me gusta» de fotos antiguas.

—¿No te da miedo vivir esperando el momento en que vuelvas a quedar en


ridículo en las redes sociales?

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Miro a mi hermana y pienso, otra vez, en que el motivo de que esté aquí con ella
y no en un ático con paredes de cristal y vistas a la ciudad es que no tengo dinero para
pagarlo. Además, que esta también es mi casa, así que decido ignorarla, como casi
siempre y centrarme en las frases inspiradoras que la gente pone los domingos en el
Facebook porque están demasiado amargados pensando que el lunes hay que trabajar
y difícilmente van a librarse de eso. A no ser que te guste tu trabajo, como a mí. Lo que
me recuerda que debería ir mañana a comprar más sangre. No te asustes, no soy una
asesina por encargo ni nada parecido. Trabajo como zombi en la casa del terror del
parque de atracciones. Es un buen trabajo, no pagan mucho, pero relaja poner a la
gente a punto de infarto, la verdad. Además, con mis estudios tampoco es que pueda
optar a mucho. He hecho algún curso de interpretación y actuar se me da bien pero no
sé si quiero pasarme la vida en castings esperando que algún gilipollas se dé cuenta
del gran talento que poseo. La paciencia es una virtud que, por desgracia, no poseo. Ya
sé que con veintiocho años debería ir pensando en lo que quiero ser de mayor, lo sé,
mis hermanos no dejan de recordármelo todo el tiempo, pero es que a mí en realidad
no hay nada que me guste así, como para querer hacerlo toda la vida, excepto los
disfraces.

Tampoco ayuda que desde que cumplí los dieciocho me haya dedicado a ir por la
vida buscando emociones fuertes, así que tengo un montón de experiencia en
deportes de riesgo, trabajos peculiares y viajes mochileros, pero poca estabilidad
laboral y menos dinero.

Desayuno solo café y me voy al dormitorio, donde me tumbo en la cama y me


recreo en el techo pensando en mi futuro, en lo mucho que me duele el cuerpo y en la
resaca que cargo. Se me pasa así medio día y el otro medio lo empleo en ver una
película chorra, comer chucherías y rebuscar en mi armario la camiseta más grande de
la historia para dormir esta noche. Me encanta vestirme con prendas grandes, me
siento como un gatito envuelto en una manta. Una vez incluso compré un jersey
enorme de hombre para dormir más a gusto en invierno, porque la opción de
robárselos a Alex ya no se me ocurre.

No desde que me obligó a comprarle tres por haber desteñido uno sin querer.
Encuentro una de Superman gastada que seguro que mi hermano ya no recuerda y me
la coloco después de olerla y sonreír, porque da igual el tiempo que tenga, que la ropa
de mi hermano huele toda a Acqua Di Gio y a mí me gusta. Me huele a hogar.

Soy patética.

Abro la última novela romántica que estoy leyendo y no llevo más de medio
capítulo cuando la puerta se abre y entra mi hermana Amelia con cara de necesitar un
chute de algo y el moño desecho.

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—Buenas noches. —Bosteza y se sienta en mi cama sin permiso—. ¿Qué tal el
domingo?

—Mejor que el tuyo, y eso que lo he pasado con resaca. Tienes una cara que da
asco.

—Lo sé, me he encontrado con Esmeralda abajo. —Se restriega los ojos y rota los
hombros—.

Necesito un par de antiácidos y dormir doce horas.

Mi hermana es asistente social y se pasa la vida intentando salvar al mundo. Para


mí es como

Superman, pero con tetas. La tía se preocupa tanto por la gente que a ratos tiene
que tomar antiácidos porque se siente mal del estómago, pero mal de verdad, de
doblarse de dolor cada vez que llega al límite. Esmeralda no está de acuerdo con eso y
se enfada cuando la ve hacerlo, pero es que a ella el tema de la automedicación le da
mucha rabia. Entendible en parte, porque es abogada y aunque muchas veces la odie a
muerte tengo que admitir que es muy buena en lo suyo y tiene un temple y un
autocontrol envidiable. Ella no necesita antiácidos para soportar el estrés, porque yo
creo que el estrés la pone cachonda, la verdad. Aunque en el fondo la valoro mucho, a
ella suelo decirle que un día mataré a alguien solo para que me defienda y demostrarle
que no es tan buena abogada como cree. Mi hermana se limita a mirarme mal e
ignorarme, que es su acción favorita en lo que a mí se refiere.

—¿A cuántos niños sin techo has salvado hoy?

—No deberías hablar del tema con tanta frivolidad. —Me riñe—. No tienes ni
idea de lo que tienen que pasar muchos críos a diario. Es muy fácil burlarse cuando
tienes un techo, una manta y comida a diario.

—Vale, vale, jo, que no me reía. Aunque igual no lo he planteado bien.

Ella suspira y me abraza un poco, porque ya he dicho que Amelia no puede


soportar ver a nadie mal, aunque no sea por su culpa.

—Estoy muy cansada, voy a darme una ducha y a dormir.

—¿Has cenado?

—He picado un poco de queso y tal.

—Deberías comer más.

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—No me des la brasa, por favor. Nuestra hermana ya se ha encargado de
ponerme al día otra vez con su opinión acerca de la masacre que estoy cometiendo
contra mi cuerpo a base de descuidos.

—Esme es un coñazo, pero en eso tiene razón.

—Gracias por lo de coñazo —dice la susodicha con una ceja elevada desde el
marco de la puerta—.

Venía a ver si queríais cenar un poco del pescado que he hecho al horno, pero si
queréis espero a que terminéis de criticarme.

—Ay hija, que susceptible estás. ¿Cómo voy a hacerte el feo de no comer lo que
me ofreces, mujer?

Sería de muy mala educación —digo.

—Y tú de eso tienes mucho, ¿verdad?

—Soy una gran chica —contesto resuelta.

Esmeralda pone los ojos en blanco, pero sonríe y sale del dormitorio después de
enviar a Amelia una mirada de advertencia y ella, que no es tonta, lo entiende y me
sigue a la cocina, donde nos sentamos a disfrutar de nuestra cena.

—¿Alex no viene a cenar? —pregunto cuando ya me he zampado lo que


considero la mejor parte.

—Tiene guardia —dice Esmeralda—. Lo sabrías si miraras nuestros horarios en


la nevera alguna vez.

—Hoy estás especialmente simpática, cabrona —mascullo antes de meterme un


trozo de pan en la boca.

Ella chasquea la lengua y se encoge un poco en el sillón. Suspira con pesar y bebe
un poco de su agua, porque ella pasa de las coca colas, no como Amelia y yo que somos
unas adictas.

—Juanjo ha vuelto a dejarme.

Amelia pone cara de pena, pero yo me limito a rodar los ojos. Mi hermana rompe
con Juanjo una media de seis veces al año, así que no me preocupa demasiado que
hayan vuelto a lo mismo.

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—¿Qué ha sido esta vez? —pregunto.

—Lo de siempre, dice que trabajo demasiado y que nunca tengo tiempo para él.
—Nos mira

buscando que pongamos a Juanjo a parir, pero cuando se da cuenta de que


Amelia y yo nos hacemos las tontas estalla—. ¡Soy abogada! Trabajo lo que tengo que
trabajar y si no lo entiende pues…

—A veces echas horas sin que nadie te lo pida —dice Amelia, pero temerosa,
porque sabe que Esmeralda tiene un genio muy fuerte.

Son como la noche y el día y más de una vez he visto cómo una se esfuerza por
ser más fuerte y la otra por ser menos avasalladora, porque si no es como si el tiburón
se comiera al pez pequeñito todo el tiempo.

La verdad es que para ser cuatrillizos somos tan distintos entre nosotros que a
ratos me parece que lo único que compartimos es la sangre. Bueno, la sangre y la casa,
porque no hay Dios que nos haga renunciar a ella. Desde que mi padre se prejubiló y
se dedica a recorrer mundo gracias a un pellizquito que le tocó en la lotería, nosotros
vivimos para pelearnos por el espacio que ocupa cada uno en la casa pareada en la que
vivimos desde siempre.

Y la verdad es que en realidad nos va bien, porque mi hermana Esmeralda con


tanto trabajo para poco en casa, igual que Alex, que es bombero y va rotando sus
turnos así que muchas veces su descanso no coincide con nosotras. Las únicas que
tenemos un horario medio normal somos Amelia y yo, claro que ella se pasa de horas
trabajando también y yo a veces me quedo por el parque dando una vuelta y
disfrutando de las atracciones, así que la casa pasa mucho tiempo vacía, pero cuando
coincidimos todos somos capaces de matarnos a pellizcos por la esquina del sofá, que
es el mejor sitio y todo el mundo lo sabe.

—¿En serio vas a reprocharme tú que me apasione mi trabajo? —pregunta


Esmeralda irónica—.

¿Tú, que pasas el día fuera intentando formar «felices para siempre»?

—No le hables así. —la corto—. Joder, eres una borde.

—No te preocupes —me dice Amelia—. Entiendo que esté amargada.

—¡No estoy amargada! Me ha caído mal que el imbécil ese me deje, pero
tampoco se acaba el mundo.

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—Ya, si tú lo dices… —contesto para zanjar el tema.

Ella lo entiende, o eso parece porque guarda silencio y ataca a su pescado


acuchillándolo sin piedad. Yo no sé si es porque se dedica a encerrar a los malos en la
cárcel, o porque ve demasiados capítulos de CSI, pero qué sangrienta es la tía, de
verdad.

—Pues estoy pensando hacerme vegetariana —suelta Amelia, que se ve que no


ha tenido bastante espectáculo esta noche y quiere un poco más.

—Necesitas las proteínas de la carne para sobrevivir, así que déjate de chorradas
—dice Esmeralda.

—Oye, que voy en serio.

—Y yo. Tú no quieres ser vegetariana, solo quieres llamar la atención.

—¿Y a ti que más te da? —pregunto interviniendo—. Joder, ni que fueras a


quedarte sin los filetones tú.

—Esta no aguanta sin comer carne ni dos días. ¡Y me da porque soy deportista,
responsable y sé lo que el cuerpo humano necesita!

—Pues los vegetarianos están muy sanos —dice Amelia sacando barbilla—. Mi
amiga Merche lo es y…

—Tu amiga Merche aguanta no comer carne porque se mete dos pirulas todas
las mañanas y la vida le parece maravillosa —digo sin poder contenerme—. Una vez la
vi en el parque de atracciones y os juro que iba puesta de algo fuerte, porque yo no he
visto a nadie flipar tanto en un tiovivo para niños pequeños.

—Es que es una mujer que disfruta de las cosas pequeñas de la vida —dice
Amelia.

—Sí, como la cocaína, que viene en miligramos. —Esmeralda me ríe la gracia y


yo me crezco, claro

—. O los tripis.

—Sois gilipollas —suelta Amelia para finalizar el tema.

Nosotras nos reímos y bebemos; Esme de su agua y yo de mi coca cola fresquita.

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—¿Habéis cenado sin mí? Sois unas cerdas —dice Alex entrando en la cocina y
asustándonos a las tres.

—¿Pero tú no estabas de guardia? —pregunta Esmeralda.

—Le dije a Julieta que hoy se la cambiaba a un compañero que necesitaba la


noche de mañana libre.

Todos me miran y yo me encojo de hombros y vuelvo a beber de mi coca cola.

—Pues no me acuerdo.

—¡Te lo dije ayer antes de que te fueras a trabajar!

—Pues no me acuerdo. ¿Qué quieres? Si dejaras una nota en la nevera como todo
el mundo…

—¿Te refieres a hacer como tú y pegar un papelucho en cada maldita parte de la


casa con una frase que no entiende nadie más que tú? —pregunta exasperado—. Te
dije alto y claro que hoy cenaba en casa.

—Pues no se acordaba —dice Amelia en mi favor—. Porque además ha


preguntado por ti cuando nos hemos sentado a cenar.

—Vaya, qué detalle.

—Si quieres te hago un par de filetes a la plancha. —Se ofrece Amelia.

—¿Vas a matar a Piolín para que tu hermano coma? —pregunta socarrona


Esmeralda.

Amelia se dedica a mirarla con odio mientras mi hermano abre la nevera y nos
mira entrecerrando los ojos.

—¿Qué me he perdido?

—Amelia y sus cosas… —dice con condescendencia Esmeralda y no me extraña


que a Amelia le siente como el culo el tonito.

—Es mi vida y haré lo que me dé la gana. —Mira a Alex y vuelve a repetir su


frase estrella del día

—. Estoy pensando en hacerme vegetariana.

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Mi hermano la mira con esos ojos azules y espectaculares heredados de mi padre
y que comparte con Amelia. Esmeralda en cambio los tiene verdes y grandes y yo los
tengo marrones. Alex suele decir que Esme tiene los ojos como su nombre, Amelia
dulces y tranquilos, como un mar en calma, y yo color mierda, lo que va muy bien con
mi personalidad. Mi hermano es un cachondo.

—Sabes que si te haces vegetariana no puedes comer carne, ¿no?

Amelia lo mira con seriedad, luego se centra en nosotras y sin poder evitarlo
estallamos en carcajadas. Joder con el bombero, se ha presentado de un inteligente
esta noche que ni Einstein.

—Solo por eso voy a hacerte los filetes a la plancha.

Alex se debate un momento entre ofenderse por nuestras risas o librarse de


cocinar y como era de esperar, gana lo segundo. Se sienta a la mesa con nosotras y
pasamos el resto de la noche cenando y metiéndonos unos con otros como buenos
hermanos.

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2

Llego al trabajo antes de lo previsto, lo que tampoco es una novedad porque


tengo muchos, muchos defectos, pero la impuntualidad no es uno de ellos. Aborrezco a
la gente que llega tarde y lo que es peor, si sé que voy a retrasarme sufro ansiedad. Lo
digo en serio, incluso me acelero y pienso que cuando llegue van a decirme de todo
menos bonita por haberme atrevido a hacerlos esperar.

El parque de atracciones hoy está animado, como siempre en estos días. El


verano se nota bastante y pienso, una vez más, en lo que pasará cuando la temporada
alta acabe y reduzcan la plantilla. ¡Ojalá me ascendieran a niña del exorcista! Que ese
puesto es fijo, bueno, todo lo fijo que puede ser un trabajo en la casa del terror. No
quiero ni pensar lo que dirán mis hermanos cuando vuelva al paro, que no son ellos
muy de tomarse estas cosas bien. Más que nada porque yo aburrida soy un coñazo y
me paso la vida persiguiéndolos para que hagan algo conmigo. Sin contar con el
detalle de no aportar casi nada a los gastos comunes…

Me sacudo la cabeza. No voy a pensar en eso ahora. ¡Lo que me faltaba! Además,
que tengo cosas mucho más importantes que hacer, como por ejemplo averiguar
dónde anda Gustaf, el de la motosierra y quedar con él para chuscar a la salida. En
realidad, se llama Gustavo, pero como todo lo que suene a nórdico me pone cachonda
y él lo sabe me deja llamarlo Gustaf. Ya ves, y eso que es moreno y tiene los ojos
negros, pero no importa.

Entro en los camerinos que tenemos para vestirnos y maquillarnos y miro mal a
Marta, la niña del exorcista. No es que la puta me caiga mal, es que intenta levantarme
a Gustaf a la mínima de cambio. Y

sí, vale, yo no estoy loca de amor, pero oye, es mi follamigo. MIO. Lo que es de
una no se quita y esta tía parece que no se entera. También cuenta mucho el hecho de
que Gustaf se emboba cada vez que la ve contorsionándose en la cama. Claro, la muy
guarra le hace posturitas y él, que de cerebro anda justito, se emboba. El día menos
pensado, cuando esté babeando sin disimulo le arranco la motosierra y verás como
aprende a, por lo menos, no hacerlo delante de mí.

—Hola Julietita —dice ella mientras me mira a través del espejo y se estira un
mechón de pelo para enredarlo y despeinarlo con laca.

23
—Hola Martita. —Le hablo en el mismo tono para que se joda y funciona, porque
tuerce los morros siliconados que tiene, que más que morros parecen morcillas de
pueblo—. ¿Qué tal?

—Pues aquí, un día más. ¿Has visto a Gustaf? Me gustaría decirle algo.

—No, no lo he visto, pero no te preocupes que en cuanto sepa dónde está le digo
que has preguntado por él.

—Oh, tranquila. Me basta con que le digas que anoche se dejó el reloj en mi casa.
Era el rolex y puede que se preocupe.

Intento que el golpe bajo no se me note en la cara, pero es imposible y ella


disfruta, lo sé, lo noto.

Tomó aire con lentitud y asiento sin más, porque sé que dejar ir mi
temperamento solo servirá para acabar arrastrándola de los pelos por el camerino. Y
lo haría, me encantaría hacerlo, pero eso conllevaría el despido y no puedo
permitírmelo. Eso sí, a Gustaf le pienso decir tres cosas cuando lo vea.

Y lo veo, pero siete horas más tarde, cuando ya estoy agotada de hacer el lerdo y
articular gruñidos.

Además, un niño cabrón me ha vomitado en los zapatos. ¿Por qué los padres
permiten a los niños entrar en la casa del terror? ¡Está claro que van a tener miedo!
Algunos padres no quieren a sus hijos.

Cuando entro en el camerino, veo a Gustaf quitándose la careta y pasándose el


peine por su pelo entrelargo y moreno. Me mira con aire de culpabilidad a través del
espejo, pero en realidad, no puedo

enfadarme demasiado porque no nos hemos hecho ninguna promesa, aunque


sabe muy bien lo mal que me cae Marta. ¿No podía liarse con otra? Anda que no hay
para elegir…

—Ya te has enterado, ¿eh? —me pregunta acercándose.

—¿De qué?

—De que anoche estuve en casa de Marta.

—¿Ah sí? No tenía ni idea.

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—Julieta…—Me mira con paciencia, pero no cedo y enarco las cejas, como si no
tuviera ni idea de lo que me cuenta—. Te has pasado todo el turno dándome
empujones.

—Soy zombi, querido, tengo que andar dando tumbos. Si me cortas el paso… —
Me encojo de hombros—. Lo siento.

—Yo también. —Sonríe y sé que no se refiere a los empujones—. Me gusta de


verdad, ¿sabes? Es buena chica.

—Es una guarra, pero vaya, que lo que tú digas.

—No es una guarra… Es intensa, sí, pero tú también, cariño. Creo que no
encajáis, pero ninguna de las dos sois malas tías.

—Una cosa sí es cierta, y es que tanto ella como yo valemos mucho más que tú.
Ni siquiera mereces que me ofenda porque te la hayas follado.

—A ver, que me gustaría seguir viéndote, pero va a ser que no… ¿No?

—Si tienes que preguntarlo es que no me conoces una mierda.

—Vale, pues… Si alguna vez quieres quedar o algo, dímelo.

—Vamos, que gana ella.

—Podríamos ganar todos.

—Claro, y podríamos hacer un trío, y así sí que ganaríamos los tres.

—¿Te interesa?

Miro sus bonitos ojos negros abrirse con interés y resoplo. Si cuando yo digo que
el pobre lo que tiene de guapo lo tiene de imbécil es por algo…

Me doy la vuelta sin contestarle, esperando que capte la indirecta, pero más
tarde me arrepiento, porque conociendo a Gustaf en dos días vendrá a ver si estoy
dispuesta a hacer ese trío.

Me desmaquillo, me quito la ropa andrajosa con la que trabajo y me hago una


coleta despeinada para volver a casa. Estoy cansada, me duelen los pies y me arden los
riñones. La gente se piensa que trabajar en un parque de atracciones es genial, todo un
mundo de diversión y colorines, pero no. Por lo general la postura que utilizo para
caminar como los zombis hace que mi espalda sufra, la garganta se me irrita por los

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gruñidos y la piel se me seca tanto con esas pinturas que uso para maquillarme a
diario que me gasto buena parte del sueldo en hidratantes. Sin contar el sueldo, que
no es gran cosa. El hecho de que comemos todos apretujados y a las prisas en una
mesa alargada que nos obliga a apretarnos y que, más de una vez, tenemos que ver
como algún adulto arranca a llorar perdiendo la dignidad por completo, o algunas
personas nos atacan dando manotazos debido a la reacción ante los sustos. Lo único
bueno de esto es que no tengo que pasarme el día encerrada en una oficina, pero
empiezo a pensar si no habría sido lo mejor. ¿No podía simplemente estudiar algo
como mis hermanas y dedicarme a lo mismo cada día, el resto de mi vida? Que suena
deprimente, sí, pero paga las facturas y da una estabilidad que yo no tengo ni por
asomo. En un día de mierda como hoy, me parece maravilloso.

Me meto en el coche de mi hermano y maldigo el trayecto que me queda por


delante. Tengo que conducir como media hora para llegar a casa, a las afueras, y es un
asco, pero la opción de irme a vivir sola de momento no es viable. Además, me gusta
vivir en las afueras. La urbanización en la que vivimos es como un pequeño pueblo,
con vecinos de toda la vida y una calma que no reina en la ciudad. Puedo ser

una persona muy intensa, pero a la hora de vivir prefiero con mucho la
tranquilidad, quizá porque estoy convencida de que yo en medio de la gran ciudad
sería un descontrol absoluto y no quiero arriesgarme.

Además, tampoco tengo dinero, así que…

Llevo conduciendo veinte minutos cuando suena en la radio la canción del


momento. Tiene un ritmo que se pega, una letra machista y palabras repetidas hasta el
infinito y más allá. Como todas las canciones del verano desde hace unos años, vaya.
Resoplo cuando salgo de la autopista y me encuentro justo delante con un
monovolumen que seguro que es conducido por un señor de ochenta años, porque no
se puede ser más lento. Intento no pitar, ni insultar a nadie, porque después de todo
está dentro de los límites establecidos. ¡Pero es que todo el mundo sabe que aquí se
puede acelerar un poco sin peligro! Dios, odio a la gente cívica y responsable. Sé que
sueno mal, pero no puedo mentir. Puede que yo conduzca un poco rápido –según mi
hermana Esmeralda soy una temeraria, según Amelia estoy un poco loca y según Alex
es como si me llevaran los mil demonios– pero es que si quieres salir a la calle al ritmo
de las tortugas cómprate un patinete, no un coche. ¡No es mi culpa que la gente no
tenga la misma prisa que yo por vivir!

Veo en una recta mi oportunidad, hay línea continua doble pero no importa
porque la visibilidad es buena y total, voy a tardar un momentito. Acelero, meto
tercera, luego cuarta, e invado el sentido contrario de la calzada. Adelanto al señor
mayor, que resulta ser un chico bastante joven, lo que es raro y me hace tener ganas

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de preguntarle si es que tiene algún problema y por eso va tan lento. Vuelvo a la
derecha en cuanto puedo y me doy palmaditas en la espalda por haberlo conseguido
tan rápido. Acelero un poquito y no me ha dado tiempo siquiera a pasar del límite de
velocidad cuando una moto de policía adelanta al chico y se pone detrás de mí con las
luces encendidas. Vamos, no me jodas… ¡No ha podido verme! ¡He sido súper rápida!
Resoplo y me echo a un lado en la calzada en cuanto esta me lo permite.

Paro el coche y miro cómo el chico-tortuga me adelanta. Me parece ver una


sonrisita en su cara que no me gusta nada. Jodido niñato.

Me centró en el espejo retrovisor y el poli que acaba de bajar de la moto y viene


hacia mí con paso lento y seguro. Claro, cuando uno tiene el poder de joder el día a la
gente se va por la vida con mucho aplomo, eso es así. Lleva gafas de aviador y está
bueno, muy bueno. No se ha quitado el casco, pero no hace falta: es altísimo, está
fibrado, marca paquete y usa gafas de aviador con estilo. Todo eso me lleva a deducir
que está bueno y es probable que lo sepa, con lo que será un creído de narices. ¡Y me
ha tocado a mí! Qué suerte la mía.

—Buenas tardes, señorita. ¿Se da cuenta de que ha adelantado en un carril con


línea continua doble?

—pregunta quitándose las gafas.

—¿En serio? —Pongo cara angelical y lo miro. Joder sí, está muy bueno. Ojos
oscuros, nariz recta y con personalidad, labios carnosos y barbita de varios días—.
Verá, es que tengo una emergencia.

Él me mira enarcando una ceja y yo me encuentro preguntándome cómo será su


pelo bajo el casco, porque tiene pinta de tener pelazo, el mamón.

—¿Qué tipo de emergencia? Y deme su documentación, por favor.

Resoplo, pero la saco del bolso mientras intento inventarme algo creíble.

—Mi padre está muy enfermo y me ha llamado con lo que parece ser un ataque
de ansiedad. Tiene depresión y me da miedo que haga alguna tontería.

Si mi padre me oyera, con lo bien que se lo debe estar pasando en su crucero


interminable, sí que tendría un ataque. Menos mal que está entretenido viendo mundo
y fundiendo la paga que tiene gracias a su prejubilación y el pellizco que le tocó en la
lotería. Ya podía haber repartido entre sus hijos, pero no, él tenía que irse a ver
mundo… ¿Y nosotros qué? Es indignante que tenga yo que estar partiéndome el lomo
haciendo la gilipollas de zombi mientras él disfruta. Bueno, a ver, en realidad no me

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indigna tanto, y me alegra que viva la vida, que lo merece después de lo que ha pasado
para criarnos solo, pero la

envidia a veces me domina. No me lo tengas en cuenta.

—Siento mucho que su padre esté enfermo, pero usted ha rebasado el límite de
velocidad, ha invadido el sentido contrario de la calzada cuando estaba prohibido y,
además, tiene un piloto roto.

—¿Qué…? —Salgo del coche abriendo la puerta con tanta violencia que lo obligo
a apartarse con rapidez. Voy a la parte trasera y frunzo el ceño—. ¡Voy a matar a esa
puta! ¿Qué te apuestas a que ha sido ella?

—¿Perdón?

—Esa guarra… ¡Te juro que mañana le quito la motosierra a ese imbécil y la
descuartizo!

—Señorita cálmese.

—¿Cómo me voy a calmar? ¡Mi hermano me mata! Este trasto es su adoración.


¡Lo quiere más que a mí! Lo sé porque me lo ha dicho, no se crea.

—Entiendo… ¿Y dice que va a descuartizar a alguien?

—A la puta de Marta.

—¿Con una motosierra?

—Con la motosierra del amante que me ha quitado.

—¿Sabe que está amenazando de muerte a una persona frente a un policía?

Abro la boca para decirle que claro que lo sé y que no soy estúpida, pero me
corto cuando lo veo enarcar las cejas y mirarme como si estuviera completamente
loca.

—Oiga, esto lo ha hecho la niña del exorcista. Que me tiene inquina.

—Entiendo. La niña del exorcista le ha roto el piloto.

—Sí, porque estaba jodida porque yo me follaba al de la motosierra.

—Ajá.

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Empieza a anotar algo en una libretita, y como estoy muy nerviosa, y soy medio
idiota, sigo hablando, como quien le cuenta su vida a un psicólogo.

—El de la motosierra se llama Gustavo, pero le digo Gustaf, porque me va el rollo


nórdico, ¿sabe?

—Entiendo… —Ni siquiera levanta la vista y sigue apuntando cosas.

—¿Qué hace?

—Le receto caramelos y piruletas. —Me mira escéptico—. ¿Quiere alguna en


especial?

—Oiga, le he preguntado en serio.

—Sí, y yo le he hecho algunas preguntas en serio también, pero usted prefiere


jugar a desvariar, así que yo también.

—¿Me está multando? —Él no contesta y sigue apuntando, lo que me cabrea—.


¡No me puede multar! ¡La culpa es de la niña del exorcista!

—Puedo multarla y es lo que haré. —Pretendo protestar, pero me para—.


¿Prefiere que anote aquí que ha sufrido un ataque de nervios y se ha puesto a faltar a
la autoridad?

Frunzo el ceño dispuesta a rebatir eso del ataque de nervios, pero supongo que
después de haber hablado de la niña del exorcista, el tío de la motosierra y mi gusto
por los vikingos para follar, el hombre tiene derecho a pensar que estoy tarumba.

—¡Oiga! Que la niña del exorcista existe y es…

—Claro que existe. —Me interrumpe, hablándome como si fuese una niña
pequeña—. Y vive en el país de las piruletas también, ¿verdad? Junto a esta multita
que acabo de ponerle.

Intento protestar mientras me explica el tema del descuento si pago antes de


tiempo y toda esa mierda, pero habla tan rápido que no me deja. Cuando me quiero
dar cuenta me ha devuelto la documentación y la multa y va hacia su moto con toda la
calma del mundo. ¡Como si no me acabara de joder el día!

Llego a casa con el ánimo por los suelos, pensando que ya nada más me puede ir
mal hoy. Me equivoco, por supuesto y me toca enfrentarme a una pelea con Alex por
haber sido multada y por haber roto un piloto de su jodido coche. Esmeralda está de
malas y me ha asegurado que tengo mala cara y que quizá padezca alguna enfermedad

29
mortal que acabará conmigo antes de que me venga el periodo de nuevo y Amelia me
ha dado la chapa con llanto y todo porque está triste así, en general, porque el mundo
es una mierda. Creo que a ella ya le va a venir la regla.

Cuando por fin me meto en la cama agradezco como no puedes ni imaginarte


poder dormir y olvidarme de mi vida por unas horas.

Por desgracia, sueño con un policía buenorro y sarcástico utilizando su porra


conmigo de una manera muy, muy creativa. Cuando me levanto estoy cachonda,
deprimida y sin ningunas ganas de volver al trabajo.

Alex no me deja el coche, así que me toca rogarle a Esmeralda, que me lo presta a
cambio de hacer la compra semanal en el súper después del trabajo y prometerle que
iré a hacerme una revisión.

—De verdad que creo que tienes algo grave.

—Tus ganas de enterrarme empiezan a preocuparme —digo antes de


marcharme.

El día es una mierda, tengo que soportar las carantoñas de Gustaf y Marta, que se
ve que de ayer a hoy están más enamorados que nunca. Increpo a esta sobre mi piloto,
pero como era de esperar se hace la tonta y jura y perjura que ni siquiera sabe cuál es
el coche de mi hermano. Gustaf la defiende y yo le digo que haga el favor de no
arrastrarse tanto por un chichi. A Marta eso no le hace gracia y nos ensalzamos en una
discusión que no acaba hasta que el descanso finaliza y tenemos que volver al trabajo.

Al salir del parque de atracciones voy al supermercado de mi urbanización.


Aparco en la plaza de minusválidos, pero no por nada, sino porque donde yo vivo no
hay minusválidos y la plaza está al ladito de la puerta. Nunca ha pasado nada y,
además, que hay tres.

Hago la compra con rapidez, salgo, cargo el coche y estoy por subir cuando una
voz me para en el acto.

—No se imagina las ganas que tengo de averiguar con qué historia piensa
librarse de esta…

Me giro y ahí está, el poli buenorro, sin casco esta vez. Y sí, tenía razón yo y tiene
pelazo, el mamón.

Lleva el uniforme, su coche de policía está aparcado un poco más allá, en un sitio
permitido, y él ya tiene la libretita en la mano. Ay, joder, qué mala suerte tengo.

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3

Miro al poli con cara de niña buena, aunque sé que mi pinta vuelve a ser
desastrosa, porque mi pelo está de nuevo estirado en una coleta sucia y cardada, visto
un vaquero, una camiseta de tirantas que me está ancha y unas sandalias de cuero que
dejan ver una pedicura desastrosa y desgastada. Que igual los hombres no se fijan en
estas cosas, pensarás tú, pero con la suerte que yo tengo, seguro que este se fija. Y

justo en el momento en que lo pienso él baja la mirada y enarca las cejas.

—¿Por qué llevas las uñas de un pie de azul y las del otro de amarillo?

—Porque soy seguidora de la selección brasileña —contesto con soltura,


batiendo mis pestañas—.

¿Y en qué momento le he dado permiso para tutearme, agente?

—Tiene razón, lo que pasa es que se empeña usted en darme trabajo y, al final,
uno coge confianza.

—Pues si la coge, la suelta, que aquí estamos para lo que estamos.

Él sonríe un poco, pero con mala leche, disfrutando de lo que viene a


continuación. No me extraña, es que estar del lado ganador mola mucho. Yo he estado
poco, pero han sido momentos inolvidables.

—Toda la razón, otra vez. Entonces vayamos al lío. Ha aparcado usted en una
zona para minusválidos y me veo obligado a imponerle una sanción.

—¿Por aparcar un momentito de nada?

—Por aparcar un momentito de nada en un lugar prohibido. ¿O es usted


minusválida? —Cuando hago amago de contestar alza la mano y saca a relucir esa
sonrisilla de nuevo—. Y le aviso que la locura no cuenta como minusvalía.

—¿Me estás llamando loca? ¡Pero serás imbécil!

—Insultarme no la ayudará.

—¡Pero si has empezado tú!

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—Cálmese y no me tutee, que no soy su amigo.

—Capullo rencoroso. Todo esto es porque te he cortado cuando me has tuteado.

—Todo esto es porque ha aparcado en un sitio que no le está permitido y,


además, ha insultado a un agente. Si quiere siga, que no me importa sumar cargos.
Igual hasta le viene bien un paseo por comisaria conmigo.

—Ya quisieras tú que este cuerpo serrano paseara contigo por alguna parte.

Él se ríe entre dientes y esta vez no hay malicia, ni prepotencia, ni sarcasmo en


su risa. Mal asunto, porque me tiemblan un poco las piernas. Ay, qué guapo es el jodío.
Cabrón y guapo… Su madre estará contenta con lo que ha traído al mundo. Su mera
existencia hace sufrir a las féminas del planeta tierra y eso está muy feo. Me
encantaría coger a esa señora y decirle: oiga, haga el favor de hacer hijos un poco más
feos, o menos sexis. Las bragas del mundo lo agradecerán.

—Claro, sí, me encantaría que todo el mundo me viera pasear con una loca que
no se peina y se pinta las uñas como si fuera daltónica.

Dejo de pensar en su madre, porque por ahí sí que no voy a pasar. Vale que no
me he peinado, y vale que mi pedicura es una mierda, pero eso a él no le incumbe.

—Eso a ti no te incumbe, guapo.

Ahí, ahí, qué poderío tengo cuando quiero. Él golpea la libretita contra su muslo,
pero yo no bajo la mirada, por si mi diosa interior despierta y me da por violarlo aquí
mismo. Que eso sí que es delito de los gordos y no de los menores estos que yo
acostumbro.

Y es que después de leerme a Grey, yo no sé cómo la diosa interior de esa


muchacha despierta a base de latigazos. A mí me vale con que un tío bueno me haga
ojitos para que la mía se arranque las

bragas y las haga girar en alto mientras se mueve al ritmo de la danza de la


lluvia. Y seguramente sería el día que llevase falda, para alegrar la vista y la vida de
todo el que mirase. Pero claro, yo soy una pervertida y la Anastasia esta era una
mojigata.

Además, que a mí el libro no me gustó, porque me pareció muy de ciencia ficción


y porque no me gusta que me zurren, pero si tuviera que elegir, yo me pediría el papel
de Grey, lo tengo clarísimo. Miro al poli, que ha llegado a la conclusión, según se ve, de
que no merece la pena contestarme. Ya está preparando mi regalito, y no puedo evitar

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que los ojos se me vayan a su porra –la del uniforme, no la otra–. Ahora mismo me
gustaría un montón darle en el culo con ella, para desquitarme de todo el estrés que
acumulo. ¿Ves lo que te digo? Soy muy Grey yo cuando me agobio.

—Oye —digo en un intento de hacer las paces—. ¿No hay ninguna posibilidad de
que me quites la multa?

—No.

—Pero…

—Señorita, he dicho que no.

—Y dale con el señorita.

—Usted lo ha querido así.

—Para ser tan guapo, pareces muy amargado.

Él eleva una ceja y sonríe con engreimiento.

—Gracias por el piropo, pero la multa sigue siendo la misma. —Me entrega el
papelito—. Ya conoce el procedimiento. Que tenga buen día.

Se gira y se marcha antes de que tenga tiempo de reaccionar y pensar que es


raro que ayer me pillara en plena carretera hacia la urbanización y hoy esté en el
supermercado de la zona. Esto esto no está cerca de la ciudad, viene a ser un pueblo
pequeño en el que todo el mundo se conoce, pero los de fuera no vienen mucho, por
no decir nada. Total, ¿qué iban a ver? Solo está el súper, que es pequeño y la tienda del
chino Chinlú, que nadie sabe cómo se llama porque ya todo el mundo le dice así. Habla
español mejor que tú y que yo y vende tabaco a escondidas. Pero lo importante aquí es
que aparte del súper y de Chinlú solo está el bar de Paco, que está aquí desde antes de
que se pusiera la primera piedra del primer edificio, porque ya se sabe que donde
haya un español, tiene que haber un bar. Esto es una verdad universal.

Lo cierto es que no pienso mucho más en el poli, porque la amargura de saber


que este mes el sueldo irá destinado a pagar dos multas me puede y como me puede,
prefiero no pensarlo. Total, ya no tiene arreglo.

Llego a casa y me callo como una mujer de mala vida que tengo otra multa. Alex
está trabajando, Amelia no ha llegado, debe andar buscando a la madre de Marco, y
Esmeralda está en la cocina cortando filetes con tanta saña que me da miedo. Intento
huir, pero la cabrona tiene un detector de hermanas y ni siquiera se gira cuando me
habla.

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—¿Ya no saludas siquiera? ¿No te da la educación para decir «Hola, estoy en
casa»?

Mete tal cuchillazo a la carne que pienso en el pobre pollo, o cerdo, o lo que sea
que haya tenido la desgracia de caer en sus manos.

—Si defiendes a tus clientes con esa dulzura, prefiero ir a la cárcel a que lleves
un caso mío. Te lo digo por si se da la ocasión algún día.

—Deja tu sarcasmo de mierda, saca dos cervezas de la nevera y siéntate, que


tenemos que hablar.

Frunzo el ceño, porque no me gusta nada que se me ponga en plan sargento y


madre alfa, cuando no es ni una cosa ni la otra. ¡Es que me da un coraje que se crea
que puede mandarme solo porque salió la primera por el puto canal de parto que no
veas! Y que fue cesárea, ya ves, la cogieron la primera, como

si la barriga de mi madre fuese una piscina de esas de la feria y nosotros cuatro


patos de goma. Pura suerte que fuera la elegida para ver el mundo antes que el resto,
nada más. ¡Pero ahora tengo que aguantar que se crea superior! Dejo de pensar en ello
y cojo las cervezas, pero porque quiero, y me siento, pero porque me da la gana.

—¿Qué pasa?

Ella se toma su tiempo en soltar la carne y menos mal que lo hace, porque a este
ritmo cenamos picadillo de pollo en vez de filetes. Se lava las manos y se sienta a mi
lado, coge el botellín, da un sorbo y me mira.

—Amelia —dice sin más.

—¿Qué pasa con ella?

—Que no está bien, que no deja de tomar esos antiácidos y eso de querer
hacerse vegetariana me preocupa.

—Hombre, a ver, que tampoco es como si pensara irse al monte a meditar y


raparse la cabeza. La muchacha no quiere comer nada que tenga cara y está en su
derecho.

—Su organismo necesita la carne para sobrevivir.

—En realidad no, anda que no hay vegetarianos por el mundo ahora. ¡Y veganos!
Que yo sigo sin tener claro qué coño es eso, pero hay muchos.

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—Escúchame, nuestra hermana ya sufre tanto por los problemas del mundo que
padece del estómago a causa de la ansiedad. Si permitimos que se haga vegetariana y
empiece a compadecerse en exceso por los animales, pronto no podremos ni matar
una jodida hormiga en esta casa. ¿Me sigues?

La miro prestándole atención esta vez, porque lo que está diciendo tiene mucho
sentido. El problema de Amelia es que empatiza demasiado con todo el mundo. En
serio, mi hermana sería capaz de empatizar con una jodida piedra y acabar sintiendo
su dolor, lo que es un engorro para ella y para nosotros, que nos pasamos la vida
intentando que se relaje y no sufra tanto. ¡No se puede arreglar el mundo a base de
antiácidos por Dios! Pero ella no lo entiende, tiene una visión edulcorada de la vida y
pretende salvar a todo bicho viviente que se le ponga por delante.

Que se haga vegetariana podría ser respetable si no fuera porque Esme tiene
razón y esta es de las que no le basta con cambiar ella, sino que pretende que el resto
la siga. Y vale que a mí no me cuesta nada ir con ella a plantar árboles solidarios, como
he hecho otras veces, pero yo disfruto mucho de un buen chuletón y no pienso
renunciar a eso. Seré muy mala persona, pero Esme es peor, porque ha sido ella la que
se ha dado cuenta.

—¿Y qué hacemos? —pregunto, dándole a entender que sigo sus pensamientos.

—Primero hablar con Alex y luego intentar exponerle a Amelia los motivos por
los que debe seguir comiendo carne, aunque sea en pequeñas cantidades.

Asiento, porque estoy de acuerdo con ella y al día siguiente cuando llegamos de
trabajar hablamos con Alex que, aunque nos comprende, se niega en rotundo a hablar
con ella.

—Si no quiere comer carne, pues que no coma. A mí me la sopla.

—¿Y cuándo te increpe que mates una araña? ¿O una hormiga? ¿O una mosca? —
pregunto exasperada.

—Pues la mataré y luego tendremos la pelea del siglo, pero no me va a cambiar,


igual que yo no pienso cambiarla a ella.

—Esto se trata de que entienda que no puede ser así. —Esme intercede y se lo
agradezco.

—Esto se trata de que no sois capaces de dejar a la gente ser lo que les dé la puta
gana, joder.

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¿Queréis dejar de meteros en la vida de Amelia? ¡Ya es mayorcita! Si no quiere
comer carne que no coma. Y punto.

Se va del salón y me quedo pensando que tiene razón. No tenemos derecho a


intentar coaccionarla para que cambie de parecer. Si ella decide que quiere dejar de
comer carne, pues tendremos que respetarlo. Se lo digo a Esme, que se limita a
dejarme claro que soy una arrastrada y una chaquetera sin personalidad ni opinión
propia, y sale del salón con su mala leche habitual. De verdad que esta mujer necesita
un polvo de una vez, a ver si deja de tener ese carácter tan agrio. Si, además, cuando la
conoces es un amor, de verdad, lo que pasa es que desde que se dedica a limpiar las
calles de gente mala a base de meterlos en la cárcel, se olvida un poco de vivir. Aparte
de eso tiene complejo de madre, que ya lo he dicho. Mi padre cuando era pequeña
hasta la llevó al psicólogo, porque nos castigaba y nos mandaba al rincón de pensar a
Alex, Amelia y a mí. El médico dijo que la niña intentaba ocupar el puesto de nuestra
madre, porque era muy responsable y sentía que faltaba una figura importante en
casa. Ahora que lo pienso aquello debió hundir a mi padre, que quizá pensó que estaba
haciéndolo fatal el pobre. Con lo bueno que es… De verdad que cada día me alegro más
de que esté haciendo ese crucero interminable.

Decido ponerme el biquini rojo de lunares blancos que compré en Primark en


rebajas. Es súper coqueto y me queda bien porque tiene push up, que es el mejor
invento del siglo para las que tenemos más bien poco pechamen. He pensado que salir
al jardín trasero y tomar un poco de sol me hará bien, sobre todo ahora que ya no hace
tanto calor y el día refresca un poco. Atravieso el salón y en el camino me encuentro
con Amelia, que al verme decide sumarse y me pide que saque una cerveza para ella.

—¿Cómo sabes que voy a coger cerveza?

—No te pega ponerte al sol sin beber, no me preguntes cómo he llegado a esa
conclusión.

Podría contestarle una bordería, pero la verdad es que tiene razón, así que
decido callarme, coger dos cervezas y salir al jardín. Estiro una toalla sobre el césped y
pienso que debería fustigar a Alex para que lo corte, porque está más crecido de lo que
debería. También podría hacerlo yo, claro, pero parte del encanto de cortar el césped
es dar el coñazo antes a mi hermano. Además, que a él le gusta. ¿No ves que se quita la
camiseta y le hace posturitas a las hijas de los Beltrán? Viven al lado y no sé cómo lo
hacen, pero en cuanto mi hermano se quita la camiseta aparecen con el chucho, para
pasearlo, dicen. Tengo la sensación de que si Alex decidiera cortar el césped a las
cuatro de la mañana ellas encontrarían la forma de hacer que quedase creíble sacar a
pasear al perro. Ay, qué mala es la juventud… Y eso que yo tengo veintiocho, pero me

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siento mucho más madura que ellas. Se lo digo a Amelia cuando sale y le da tal ataque
de risa que me ofendo.

—¿Tú? ¿Madura? —Vuelve a carcajearse y le frunzo el ceño, a ver si así se


corta—. Ay nena, es que eso es como decir que Megan Fox tiene cara de niña buena e
inocente.

—Megan Fox es guapísima.

—Sí, lo es, pero tiene cara de…

—De chuparlas a pares —la interrumpo.

—No joder —Ríe—. Bueno, sí, pero no iba a decirlo así.

—Las cosas hay que decirlas como son.

—Supongo —Ríe entre dientes y se tumba dando un sorbo a su cerveza.

Miro su biquini de rayas marineras y pienso en lo guapa que es. Amelia tiene una
belleza clásica, dulce y sosegada, tal como es ella. A veces me pregunto cómo es
posible que seamos cuatrillizos, si en realidad ninguno nos parecemos ni por fuera ni
por dentro.

—¿Me puedo unir a la fiesta?

Miramos a Esmeralda, que acaba de salir ya con el biquini puesto. Es verde y


hace juego con sus ojos y la parte superior tiene poca, poquísima tela, para dejarnos
claro que sigue siendo la que posee más tetas. También es preciosa, la muy cerda.

—Siempre que seas la próxima en levantarte a por las cervezas, bienvenida seas
—dice Amelia.

Esme se encoge de hombros, aceptando y se tumba a nuestro lado. Al principio


nos pasamos un rato en silencio, sumergidas en nuestros propios pensamientos.
Bueno, eso ellas, que son muy de pensar. Yo estoy haciendo esfuerzos por no
dormirme. Hay que ver lo bien que se está al sol sin hacer nada. Yo es que he nacido
para rica y señorita y no para hacer el imbécil vestida de zombi. Aunque bueno, para
no faltar a la verdad admitiré que en realidad me divierto y mi trabajo me gusta. No es
lo más, pero me entretiene.

—Madre mía…

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Levanto la cabeza y miro a Esme para ver qué ha causado su susurro de
sorpresa.

—¿Qué?

Ella nos señala la valla de al lado, la de los Beltrán. Una de las veinteañeras
paseachuchos está encaramada al cuerpo de un chico como si fuera una gata en celo. Él
está dándonos la espalda y ella es mucho más baja, así que ninguno nos ve, ni nosotras
podemos saber cuál de las dos es ella. Lo besa, aunque estaría mejor decir que intenta
tragárselo a sorbos, claro que él no parece sufrir mucho. Nos quedamos un momento
disfrutando del espectáculo gratuito mientras mis hermanas susurran guarradas,
porque son un poco cochinas.

—Vaya culo tiene el moreno —dice Amelia—. Se la habrá estado tirando de lo


lindo mientras los padres están en el pueblo, que se han bajado todo el mes.

—Igual hasta se ha hecho un trío con las dos. La otra estará despatarrada en la
cama todavía —añade Esmeralda.

Las miro flipando un poco y con ganas de gritarles que no se pasen, que aquí la
más bestia soy yo y tienen prohibido competir por el título.

—Hay que ser un poco pervertido para liarse con una niñata de veinte años —
digo sin más.

—Pero si tienen veintitrés y veinticinco, Juli. —Ríe Amelia.

Frunzo el ceño. ¿Tan poco nos llevamos? Pues parecen unas niñatas, así que más
a mi favor. Ese tío es un picaflor, seguro. Y mi hermano tiene mejor culo, que no es que
yo se lo mire, pero…

—Jesús bendito. —Esme interrumpe mis pensamientos.

Me centro en la escena para ver qué le ha llamado tanto la atención y veo que la
chica le mete mano en el paquete sin mucho disimulo. Oímos la risa del chico y vemos
cómo se echa un poco hacia atrás, separándose de ella.

—Cualquiera diría que acaban de follar —susurro—. Qué manera de arrastrarse


ante un tío.

Mis hermanas me contestan, pero no escucho lo que dicen. Principalmente


porque el tío en cuestión acaba de darse la vuelta. Todavía sonríe y puedo fijarme en
las arruguitas que se forman a los lados de su cara cuando lo hace, pero la risa se le
corta en seco cuando centra la vista en nosotras. O más bien en mí.

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—Eso sí que es dar buen servicio a las ciudadanas de este, nuestro país —digo
con una sonrisa maliciosa—. Viva el cuerpo de policía. —Lo miro de arriba abajo e
intento obviar el paquete que marca debido a los manoseos de mi vecina—. Ya
podemos descartar que tu mala hostia se deba a la falta de sexo.

Esmeralda se atraganta con el sorbo que acaba de dar a la cerveza, Amelia me


mira como si me hubiese vuelto loca y mi vecina, que, por cierto, es Susana, la de
veinticinco, nos mira como si no entendiera nada. Mientras tanto, el poli que me ha
multado dos veces esta semana me mira con intensidad.

Supongo que intenta aceptar el hecho de que me aparezca hasta en sus post
coitos.

39
4

Diego
No me puedo creer que esa loca esté de verdad en el jardín que colinda con el de
Susana. Por un momento, hasta se me pasa por la cabeza que me esté siguiendo, pero
ese pensamiento dura solo hasta que me percato de que está en biquini. ¡Y menudo
biquini! ¿Qué pasa? ¿Qué porque es pequeña ha decidido que tiene derecho a ponerse
también el biquini más diminuto que había en la tienda? Joder, que apenas deja nada a
la imaginación. Y no, no soy un mojigato, me gustan los biquinis pequeños pero esa tía
me saca de quicio, lo juro.

Me he pasado toda la semana hablando de ella, lo sé porque hasta mi padre me


ha dejado caer que si tanto la recuerdo es por algo… El pobre hombre vive esperando
el momento en que le diga que he roto con Susana y me enamore, según él, de verdad.
No sabe que no estoy dispuesto a vivir eso que él llama amor de verdad. Para mí el
amor tiene muchas variables y hay gente capaz de sentirlo más, como mis padres, que
han tenido una vida maravillosa juntos y luego hay gente que lo vive con más calma,
como yo. Quiero a Susana, conste, pero sin estrés ni calentamientos de cabeza. Le
tengo un cariño responsable, adulto y sincero. Lo de volverse medio loco de amor lo
veo de soñadores y románticos y yo no soy ni una cosa ni la otra. Y si de casualidad me
diera por tener un flechazo intenso, rabioso y devastador, de esos de película, no sería
por alguien que no se peina para salir a la calle, se pinta las uñas de los pies de colores
distintos y habla sin sentido de motosierras y niñas del exorcista.

Y el caso es que ahora que la miro con poca ropa y una trenza que cae por su
hombro deshilachada, pero a la moda, parece normal. No lo es, claro, a mí ya no me la
da, pero lo parece. Quiero decir alguna frase ocurrente y sarcástica, pero en lo que
tardo en pensar algo ella se acerca seguida por las otras dos chicas, que me miran con
evidente curiosidad.

—Hombre, no sabía que te habían dado permiso para salir del sanatorio —digo
al final.

—Nos dejan dar un paseíto para tomar el sol. Hola Susi.

—Me llamo Susana —contesta esta con frialdad.

40
Enarco las cejas, porque no la había visto nunca tan tirante con nadie y porque
Julieta la ha saludado de muy buenas maneras, sonrisa incluida. Claro que
conociéndola a saber qué ha hecho para que mi chica no pueda verla, porque no puede
y se nota.

—Ya que no nos presentan, lo hacemos nosotras. —La chica de ojos verdes
estira su mano y yo la agarro intentando obviar el hecho de que también lleva un
diminuto biquini puesto—. Soy Esmeralda y ella es Amelia, mi hermana. —Señala a la
de ojos azules y luego a la loca—. Esta es mi otra hermana, pero se ve que ya la
conoces.

—Sí, un poco.

—¿De qué conoces a mi vecina? —pregunta Susana a bocajarro.

—No la conozco como tal, cielo. La he multado esta semana. Dos veces.

Me doy cuenta de la mirada que Esmeralda echa a Julieta de soslayo y de cómo


esta disimula mirando hacia otro lado, encontrando sumamente interesante un lunar
de su hombro.

—¿Dos veces? —le pregunta la de ojos azules, Amelia—. Solo nos has contado
una.

—Se me pasó la segunda.

—¿Fue en mi coche? —pregunta Esmeralda—. Fue en mi coche, ¿a que sí? Joder,


si es que no sé para qué te lo presto.

—Cálmate que tampoco fue nada del otro mundo. Este, que me tiene inquina.

—Claro, como la niña del exorcista, que también te la tiene —dije.

—Pues sí —contesta cuadrando los hombros y mirándome con altivez—. Esa


puta me tiene manía porque…

—Te follabas al de la motosierra y ella también —digo interrumpiéndola—.


Recuerdo la historia, créeme, es difícil de olvidar.

—¿Gustaf se ha liado con Marta? —pregunta Amelia—. ¿Por qué no nos has
contado nada?

Julieta se encoge de hombros y tuerce los labios en un gesto que de pronto se me


antoja sexi. Me reprendo de inmediato por tener ese pensamiento.

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—No es para tanto.

—Hombre, estaba contigo —dice Esmeralda.

—Solo nos acostábamos —murmura esta—. Dice que se ha pillado por Marta.

—Esperad, esperad un momento —alzo las manos y miro a Julieta—. ¿Entonces


es verdad? ¿Algo de toda esa historia tiene sentido? ¿El de la motosierra? ¿La niña del
exorcista?

—¡Pues claro que lo tiene! —Esmeralda me mira mal de repente—. ¿Por qué iba
ella a mentir? Está colgada pero no es una mentirosa. Gustaf es el tío que hace de
asesino en la casa del terror y Marta la que hace de niña del exorcista.

—Julieta trabaja allí, hace de zombi —dice Amelia y aunque no es tan imperativa
como su hermana, me deja bien claro que, de pronto, he dejado de ser de su agrado.

—¿De zombi? —pregunto a Julieta—. Por eso tampoco ibas bien peinada, ¿no?

Ella se encoge de hombros como si fuera un dato sin importancia.

—¿Qué más da? ¿O es que vas a quitarme la multa ahora que sabes que es
verdad?

—No, no puedo porque te las puse por infringir la ley los dos días y no por tus
líos amorosos.

Ella resopla en plan altanero y yo me siento mal de repente, porque vale que se
había pasado al adelantar, y al aparcar en la plaza de minusválidos, pero igual no
debería haber sido tan prepotente con ella.

—Pues lo siento, Julieta.

—¿Cómo sabes mi nombre? —pregunta sorprendida.

—Por la documentación. Tuve que leerla para multarte. —Sonrío un poco—.


Imagino que lo de tu padre también es verdad. ¿Está mejor?

—¿Lo de su padre? —pregunta Susana a mi lado, cogiendo mi brazo—. ¿Qué le


pasa a su padre?

—Tiene depresión y el otro día tuvo un ataque de ansiedad muy serio.

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Esmeralda bufa, Amelia se pinza los labios para no reírse, pero no le sale, y
Julieta vuelve a encontrar fascinante el lunar de su hombro.

—¡Pero si su padre está de crucero por ahí! Anda que no se lo está pasando bien
desde que se prejubiló y le tocó un pellizco en la lotería. —Miro a Susana con la boca
abierta y ella se ríe—. A ver, tampoco una barbaridad, pero lo justo para permitirse el
pedazo de viaje que está haciendo.

Me muerdo el moflete interno para no soltar un taco y vuelvo a mirar a las tres
hermanas.

—Con que será muchas cosas, pero no mentirosa, ¿eh?

—Una mentirijilla sin importancia, hombre, qué rencoroso eres. ¡Además que no
puedes tutearme!

¡Que no te dejo!

—¡Pero si tú llevas tuteándome desde que nos hemos visto hoy! —Pierdo los
nervios en esa frase, lo sé, y cuando Susana pone una mano en mi espalda para
tranquilizarme me doy cuenta de lo tenso que estoy—. Mira, déjalo. Mejor me voy
porque tampoco tenemos más que decirnos.

—Desde luego, no puedes multarme aquí porque estoy en mi casa, así que ale.
Flu, flu.

Me revienta que me hable así. ¡Es que me revienta! Joder, qué ganas me dan de
callarle la puta boca con algo ingenioso, pero tengo la sensación de que con ella todo
es una competición y por alguna razón

intuyo que hoy no voy a ganar.

—Cielo déjala, que ella es así.

Miro a Susana y le sonrío. Menos mal que alguien me entiende… Beso sus labios
y hago un gesto para despedirme de las chicas.

—Un placer. Hasta luego.

Las tres alzan la mano derecha y me saludan como si fuesen princesitas, pero yo
tengo la impresión de que más bien son tres víboras dispuestas a envenenar a todo el
que las joda.

43
—No les hagas ni caso —susurra Susana cuando llegamos a mi coche—. Son
unas imbéciles.

—Bah, si me la suda. Solo que es casualidad que justo la tía que más me ha
mosqueado esta semana sea vecina tuya.

—Te he hablado más de una vez de mis vecinos cuatrillizos.

Abro los ojos con sorpresa y las señalo con la cabeza.

—¿Son ellas?

—Sí y falta el chico, Alex. —Sonríe con dulzura—. Él es el único que se salva.

Elevo las cejas y tiro de su cintura para pegarla a mi pecho.

—¿No será porque es guapo?

—¿Qué te hace pensar eso?

—La sonrisita de caída de bragas que has puesto. Lo sé porque sueles


dedicármela a mí.

Susana se ríe y muerde mi barbilla. Sabe que, en realidad, no soy celoso y no me


importa que mire a otros hombres. Total, al final del día el que está con ella soy yo. La
gente que es celosa tiene un grave problema de confianza. Es así como lo veo. Ella
mordisquea esta vez mi cuello. Joder, si estuviéramos a solas me la pondría dura de
nuevo.

—No digas tonterías. Es mono, pero yo tengo todo un poli para mí solita.

La beso de vuelta y me subo en el coche antes de que me convenza de volver


adentro. Esta noche he quedado en ayudar a mis padres en el restaurante y si me
entretengo más tendrán que sobrecargarse de trabajo. Otra vez.

Enfilo el camino de vuelta pensando en Susana y en lo cómodo que me siento con


ella. Solo llevamos juntos dos meses, pero es una chica simpática, inteligente, algo
frívola a veces, pero eso no me molesta y, además, no se pasa la vida hablando de
bodas o futuros hijos, cosas que me ponen el vello de punta. Lo pasamos bien juntos y
folla como los ángeles, o los demonios, según se mire. ¿Qué más se puede pedir? Nada.
Por fin trabajo en lo que más me gusta, tengo una familia feliz y una novia que encaja a
la perfección conmigo. Mi vida es perfecta tal y como está y espero que siga así mucho,
mucho tiempo.

44
5

Después de que el poli arranque el coche y se vaya, Susana se acerca de nuevo a


la valla que separa nuestros jardines. No necesita llamarnos, porque no nos hemos
movido. Somos unas cotillas y nos hemos quedado justo aquí viendo cómo ella
intentaba arrastrarlo de nuevo a la casa y él se negaba, pero remoloneaba. Todavía
estoy flipando un poco con que esta tía se esté tirando al poli, más que nada porque
hace poquitos días mi hermano estuvo en el jardín sin camiseta, pero no cortando el
césped, sino haciendo el vago que es otra especialidad suya. El caso es que ahí estaba
ella, en plan guarrilla con el chucho paseando y diciendo tonterías. Lo sé porque
estuve tentada de salir a tomar el sol, pero al verla pasé.

No es que me caiga mal per se, es que es lerda, la pobre, y su hermana igual o
más. Son pijas, frías, repelentes y cuando se emocionan dan saltitos de una forma que
dan ganas de escupirles en la cara y arrastrarlas por los pelos. Bueno, igual no tanto,
que yo también tiendo mucho a la violencia imaginativa, porque en la realidad no
mato a una mosca. La cosa es que dan mucho asquito, pero mi hermano se pone
tontorrón con ellas, porque Alex se pone tontorrón con todo ser viviente femenino,
menos con sus hermanas, claro.

—Vaya ejemplar te beneficias, Susi. —Esa es Esmeralda y procuro no sonreír con


suficiencia, pero me encanta cuando hasta mi hermana la frívola decide joder a las
vecinas—. Alto, fibrado, guapo… Y

encima está dispuesto a tocarte. Chica, te ha tocado la lotería.

—La verdad es que sí —dice ella con un tono pretencioso que no me gusta—.
Gracias a Dios no todas somos tempanitos de hielo como tú, querida.

Si me dice eso a mí se traga los dientes, pero Esme se limita a sonreír sin
despegar los labios, bostezar, e irse. Así, en ese orden y dejando a Susana ardiendo por
dentro, porque claro, cuando una lanza un ataque es porque quiere pelea y si te
ignoran o te tratan como si no merecieras atención te cabreas más. O yo por lo menos
soy así.

—Bueno, voy a meterme en casa yo también —dice Amelia antes de irse.

—¿Y tú? ¿No tienes que huir también?

—Uy no, yo voy a tomar un poquito más el sol. ¿Quieres unirte?

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—No gracias.

—Venga mujer, hasta te dejo hacer topless y que se te pongan las aceitunas
morenas. Ya verás como al poli le gustas más así.

—Al poli le encantan mis pechos —dice de mala baba.

—No digo yo que no, pero puestos a elegir entre dos granizos, o dos conguitos,
yo me quedaría con lo segundo.

Mis alusiones a que tiene las tetas pequeñas son crueles, lo sé, sobre todo porque
yo tampoco tengo mucho pecho. Por suerte Lerdisusi no es muy avispada a la hora de
devolver puyas así que me aprovecho.

—Eres imbécil y me alegro de que Diego te haya multado dos veces. Ojalá te
multe más.

—Ya me andaré yo con ojo. No sea que al final quiera usar la porra conmigo y no
estoy muy por la labor.

Y sin dejarla decir ni media palabra más me doy la vuelta y me voy a mi toalla.
Ella está mirándome de mala hostia, lo sé, lo noto, pero es que me da lo mismo. Me
tumbo y paso el resto de la tarde disfrutando cosa mala por haber torturado un
poquito a mi vecina. Soy una pésima persona, lo sé, lo sé, no te creas que estoy
esperando entrar en el cielo por la puerta grande el día que abandone este mundo.

El resto de la semana pasa sin pena ni gloria. Amelia se ha empeñado en no


comer carne, pero se infla de atún, cosa que no comprendo. Esmeralda trabaja, trabaja
y trabaja; y de postre hace deporte también. Alex trabaja mucho, nos ladra mucho y
tontea mucho con Lerdisusi. Lástima no tener el número de Diego para enviarle una
fotito de mi hermano sin camiseta en el jardín y su novia inundando la calle de babas y
otros fluidos menos decorosos.

Y en el trabajo… pues bueno, Gustaf ha pasado a ser Gustavo, que si ya no me lo


tiro le quito el rango de nórdico que me pone tanto, y asegura que siente cosas
especiales por Martita. Yo creo que esas cosas especiales no son más que las ganas de
tirársela en todas las posturas posibles, porque una cosa sí es cierta y es que Gustaf es
muy, muy bueno en la cama. ¿Por lo demás? Sigo pensando que cuando se aburra de
probar posturitas la cambiará por otra, tal como ha hecho conmigo. Y aunque suene
mal, vivo esperando ese momento para cobrarme todas las risitas que tengo que
aguantar de la imbécil de Martita.

46
Nos llevamos mal, para qué negarlo. Fatal, peor que fatal. Incluso nos hemos
empujado de manera disimulada en el trabajo más de una vez. Yo con la excusa de que
soy zombi y ella no sé, porque su trabajo consiste en estar en la puñetera cama
haciendo la cerda, que es una cosa que se le da muy bien.

Estamos en el rato de descanso y mientras como tengo que ver cómo se hacen
carantoñas todo el tiempo. En serio, todo el jodido tiempo. ¿No comprenden que esto
no deja de ser una sala diminuta y estamos todos alrededor de una mesa demasiado
estrecha? En cualquier momento me pongo a vomitar arcoíris, de verdad. Estoy
pensándome si decir algún comentario por joder cuando nuestro encargado entra en
la mini sala con un chico nuevo.

¡Y qué chico!

Alto, rubio, ojos azules, barbita y sonrisa matadora. Mira tú por donde, al final el
día va a mejorar de manera considerable.

—Chicos, os quiero presentar a una nueva incorporación. Él es Einar y será uno


de los payasos locos. Entra hoy, termina el turno para adaptarse un poco y mañana
vuelve con horario completo.

—¿Y qué pasa con Juanito? —pregunta alguien mirando al que hasta ahora ha
sido el ocupante de ese puesto—. ¿Te echan?

El susodicho niega con la cabeza y se ríe de buena gana.

—No, me voy yo. ¡Me ha salido trabajo de verdad!

Todos se levantan y lo felicitan mientras yo frunzo el ceño. ¿Trabajo de verdad?


Puf, esto es un trabajo de verdad: Haces algo y te pagan por ello, ¿no? No se lo digo,
claro, porque no quiero pelearme con Juanito en su último día.

—Por muy calladito que lo tuvieras, tendrás que invitar a algo, mamón —dice
Gustavo.

—Hecho, esta noche si queréis salimos todos e invito a una ronda. ¡Pero solo
una! —Eso arranca aplausos a todos y me incluyo—. Einar, colega, te puedes venir,
aunque seas el nuevo y no conozcas a nadie, así te acostumbras a esta panda de locos.

Miro al rubio, que sonríe y asiente de inmediato.

—Me encantará.

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Ay, claro, es guiri, que ya se sabe que no se pierden una fiesta ni aunque los
maten. A mí lo que menos me importa de todo este alboroto es Juanito, su despedida o
la fiesta de esta noche. A mí lo que me importa de verdad es que Einar tiene acentazo
de hombre nórdico. Lo sé, lo noto, soy una fangirl de todo lo vikingo, ¿recuerdas?

—¿De dónde eres? —pregunto por si acaso.

—Einar es de Islandia —contesta nuestro encargado.

Lo sabía. ¡Es que lo sabía! Me tiemblan partes del cuerpo ahora mismo que no se
ven, pero se

sienten. Mucho, además.

—A mí me encanta Islandia —digo con una sonrisa tontorrona.

—Te encanta porque te pone todo lo vikingo —añade Gustavo.

—Tú calla y ciérrale la boca a tu novia, que se le ha desencajado.

Martita cierra la boca ella sola y me fulmina con la mirada. Bah, me la suda ella,
Gustavo y su relación. Ahora tengo a Einar, que es un bombón vikingo de los de
verdad. Lo miro de nuevo y cuando me sonríe mi diosa interior vuelve a hacer acto de
presencia. La mando a callar, porque ahora tenemos que trabajar, pero esta noche la
libero y que sea lo que Dios quiera.

La tarde se hace larga, muy larga, pero estoy contenta porque al parecer Einar va
a quedarse en mi turno. Además, mientras se vestía me ha pedido que lo ayudara con
el maquillaje. ¡A mí! Y eso que a mi lado había dos chicas más, así que ha tenido que
elegir y he salido ganadora. Lo ayudo y procuro no embobarme mucho mientras
repello su cara de pintura blanca. Cuando está listo le enseño más o menos cómo irá
su trabajo, que es algo que debería hacer Juanito, pero como ha visto que ya me ocupo
yo, ha decidido pasar sus últimas horas de payaso tocándose los huevos.

Cuando por fin salimos, a las diez de la noche pasadas, Juanito propone ir al pub
de siempre. No es de los mejores pero esta noche como estoy por socializar con Einar
no me quejo y lo dejo estar. El sitio en sí es un local venido a menos, con un escenario
pequeño en el que nunca he visto cantar a nadie y eso que venimos mucho, porque
mis compañeros tienen fijación. Está la barra –obviamente– con sus taburetes rojos y
antiguos, mesas de madera y sillas plegables. Sí, plegables. Es cutre hasta decir basta,
pero bueno no importa, porque Einar es altísimo y tiene culazo, y eso lo suple todo.

—¿Quieres pedir algo? —pregunto en su oído.

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Bueno, a ver, lo pregunto en su sobaco en realidad, porque he intentado
acercarme a su oído y me ha resultado más difícil que escalar el Everest en bragas.

—Birra —dice sonriendo—. ¿Quieres? Yo invito.

Ay, encima de guapo es generoso. Lo tiene todo el chaval. Asiento, claro que sí, yo
bebo birra y absenta si él quiere.

—A la primera invita Juanito, que para eso hemos venido, pero a la segunda
puedes invitar que yo te dejo.

—Hecho. ¿Y la tercera…? —Levanta una ceja con insinuación y me pongo


tontorrona.

—La tercera ya veremos. No corras tú tanto, Ragnar.

Él se queda un poco cortado al principio, pero luego suelta una carcajada y


asiente.

—¡Ragnar de Vikings! —dice con su acentazo de guiri—. ¿Te gustan vikingos de


verdad?

—Oh sí, me encantan.

—Soy islandés. —Sonríe y se señala el pecho—. Vikingo.

—Lo sé.

Nos reímos como dos imbéciles y me pregunto si pedirle que nos vayamos ya me
hará quedar como una facilona. Llego a la conclusión de que sí, de manera que le pido
que me guarde el sitio y voy a la puerta para llamar a casa y avisar de que llegaré
tarde. En realidad, a Esmeralda y a Alex les da lo mismo cuando llegue, pero Amelia se
preocupa. Marco el número y resoplo cuando me lo coge Esmeralda.

—¿Dónde estás?

—No te lo vas a creer. Resulta que Juanito se va.

—¿Juanito?

—El payaso de mi trabajo.

—Ah, pues muy bien. ¿Dónde estás?

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—De verdad, que lástima me dan los acusados que tengan que enfrentarse a ti.
Mira que eres borde, hija mía.

—¿Dónde estás, Julieta? Ya no te pregunto más.

—En un bar.

—¿Te has ido a un bar con mi coche? Te quiero aquí de inmediato.

Debería ofenderme que todo el interrogatorio sea porque está preocupada por
su coche, pero ya la conozco y sé que ella es así de mona.

—Oye, relájate un poco. Además, que tengo que contarte una cosa, Esme.

—¿Qué pasa?

—Me he enamorado.

—¿Otra vez?

—Sí, otra vez, pero esta vez es de los buenos. ¡Es vikingo!

—Ya, como Gustav, ¿no?

—No, vikingo de verdad, de Islandia.

—¿Dónde has conocido tú a un islandés? Con el calor que hace aquí ahora se
estaría derritiendo.

Miro a Einar apoyado en la barra, bebiendo de su botellín de cerveza y sonriendo


mientras mueve la cabeza al ritmo de una canción de Estopa.

—Él no parece estar derritiéndose, pero a mí el…

—No acabes esa frase —me corta mi hermana—. ¿Puedes intentar ser menos
vulgar?

—No puedo, porque tengo a la faraona dando palmas.

—Dios.

La imagino pinzándose el puente de la nariz con resignación y pongo ojitos y


cara de niña buena, para contrarrestar el efecto de mis palabras dulces y armoniosas.
Luego recuerdo que estoy al teléfono y no puede verme.

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—En serio, Esme. Le hago una foto y te la mando, ya verás.

—No quiero ver una foto de ningún…

—Que sí. —Esta vez la corto yo—. Yo te la mando y tú si quieres pues no la


abras. No te preocupes que no llego tarde, pienso hacerme de rogar y no abrir las
piernas hasta, por lo menos, la segunda cita.

¡Buenas noches tempanito mío!

Cuelgo y vuelvo al lado de Einar, que me entrega mi botellín de cerveza y una


sonrisa de caída de bragas. Veras tú si al final lo de llegar a la segunda cita va a ser
imposible…

—¿Hablabas con tu novio?

—Con mi hermana. —Sonrío esperando resultar sexi—. No tengo novio.

—Bien. Yo no tengo novia.

—Bien.

Ay, aquí hay tema. Se nota, se siente. Ahora solo falta ver cuánto vamos a tardar
en arrancarnos la ropa. Intento no mostrarme ansiosa, pues sé por experiencia que, en
parte, lo mejor de estas cosas siempre es la anticipación. La expectación, el no saber
cuándo ocurrirá todo por fin nos mantiene en un estado de excitación constante. Y yo
soy muy partidaria de la excitación desde siempre.

—¿Y vives solo? —pregunto.

—No, vivo con dos amigos. Es imposible pagar un alquiler trabajando en esto.

—Ya imagino. ¿Lo de payaso es temporal o…?

—Espero que sí. Soy científico.

—Oh. ¿Y qué haces en España? ¿No se supone que tienes que estar en Alemania o
algún país que avance en vez de retroceder como este?

—Vine por amor —dice encogiéndose de hombros y poniendo cara de niño


bueno—. No salió bien.

51
Ay, qué ricura. Me derrito un poco y él lo sabe, lo que me hace pensar que jugar
la carta del desamor ha sido premeditado, pero no me importa porque sigue estando
buenísimo.

—¿Hace mucho que cortasteis?

—Oh sí, casi dos años. Estoy sobreviviendo con trabajos mierda.

Me río porque me hace gracia que de vez en cuando se deje alguna palabra atrás.
Con todo, su español es casi impecable.

—El de payaso desde luego no es el mejor del mundo.

—No, pero hay chicas guapas.

—Eso sí. —Sonrío, aunque de inmediato me quedo seria—. ¿No lo dirás por
Martita?

—¿Martita?

—La niña del exorcista. Mira que esa guarra tiene fijación con quitarme los
maromos.

—No, no. Martita ni me he fijado —dice con su soltura de guiri—. Lo decía por ti.

—Ah bueno. Así sí.

—¿Sí?

—Que digo que así sí nos entendemos, no que vaya a irme contigo a cualquier
parte, Einar, relaja un poquito.

—Vale, vale. Estoy frío en ligar.

Lo miro de arriba abajo y enarco una ceja con escepticismo.

—Si me vas a decir que llevas dos años sin mojar ahórratelo, que no cuela.

Él se ríe de buena gana y eso me gusta, porque no intenta convencerme, lo que


me hace pensar que en el fondo es sincero. Además, parece un buen tío, la verdad.

—No, dos años no. Solo seis meses.

—Eso ya es mucho.

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—Sí, pero tengo mala suerte con las chicas. Soy tímido. —Me río con una
carcajada, pero él se queda serio—. Es verdad.

—Estás buenísimo, no necesitas ni hablar para mojar la churra.

Einar arranca a reír de buena gana, tanto que echa la cabeza hacia atrás un poco
y todo, lo que me deja su perfecto cuello a la vista. Ojalá pudiera darle un bocado justo
ahí…

Dios, lo de hacer de zombi se me empieza a ir de las manos. Ahora fantaseo con


morder a los hombres que me gustan.

—Tampoco me fijo en cualquiera.

—¿Ah no?

—No. Me gustan bajitas y con trabajo zombi. No hay muchas.

—Eso es verdad —ronroneo.

Einar se acerca a mí, agacha la cabeza y me mira con esos ojazos azules a los que
me estoy enganchando a la velocidad de la luz.

—A mí me gustan morenas, guapas y bajitas. A ti te gustan vikingos… Somos la


pareja ideal.

Me río, pero el pulso se me acelera cuando besa la comisura de mi labio. Una


cosa es cierta: Einar sabe jugar a la perfección el papel de seductor. No me ha tocado
aún y ya siento que mis bragas se han fundido por completo. Además, huele a un
perfume que me pone bestia, no me preguntes por qué. Es tan… tan hombre. Acaricio
su mejilla y beso su barbilla con suavidad; incluso jugueteo con mis dientes en ella.

—Los dos sabemos que esto pasará —digo—. Y cuando lo haga, veremos las
estrellas.

—No puedo esperar.

—Oh sí, puedes. Y mientras tanto, nada de mirar a Martita. Avisado quedas.

Él ríe, agarra mi cintura, baja su boca y muerde mi cuello con un ronroneo que
me termina de poner a tono. Me agarro a sus hombros y creo que gimo como una
desesperada en su oído. Él debe saber que me ha gustado, porque se va a la otra parte
de mi cuello y muerde de nuevo. Esta vez no lo creo, he gemido como una calentona.

53
—No puedo esperar a morderte entera.

Mira tú por donde, al final va a resultar que Einar también tiene complejo de
zombi.

54
6

La despedida de Juanito se ha extendido más de lo que tenía pensado. Son las


seis de la mañana, Einar lleva un pedo considerable y yo he conseguido mantenerme
consciente hasta ahora. Ya sé que había jurado y perjurado que no iba a beber nunca
más chupitos de Jägermeister pero es que resulta que Einar no los ha probado nunca y
en este pub tienen la marca de las narices así que… No debí hacerlo y sé que mi
arrepentimiento irá creciendo al ritmo de mi resaca.

—¿Y ahora? —pregunta Einar en la puerta del pub.

—Ahora vamos a coger un taxi que te deje a ti donde quiera que vivas y a mí en
mi urbanización.

—Vivo lejos. Mejor un taxi cada uno.

—No, que no tengo dinero para tanto.

—¿Eres pobre?

—¡Me lo he fundido todo en cervezas, Ragnar! Deberías entenderlo. Ahora tú


también eres pobre.

—Sí, es verdad.

Nos echamos a reír y nos sentamos en un escalón mientras miramos a la calle y


pensamos en… nada.

La verdad es que no pienso en nada más que en lo mucho que me gustaría


acabar con Einar lo que hemos empezado. Nos hemos pasado la noche liándonos y
frotándonos como perros en celo, pero no pienso ir más allá. Si quiere abrirme las
piernas tendrá que tener una cita medio decente conmigo. ¡Qué menos!

—Vente a mi casa.

Eso lo he dicho yo, y de verdad, te prometo, que de inmediato pienso que no hilo
bien y que algo en mi conexión cerebro-boca falla siempre de forma estrepitosa.

—¿A tu casa? —pregunta Einar sonriendo con picardía—. ¿A dormir?

—Después de follarme puedes dormir.

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Él arranca a reír, me coge de la nuca y me besa con ganas. Dios, adoro que me
agarre así, ya está, es un hecho. Además, por muy borrachín que vaya sigue oliendo a
gloria. ¿Cómo no voy a querer tirármelo?

Si es que está para repasar la lista de pecados una y mil veces.

—¿Llamo taxi?

—Llama, llama.

Espero que lo haga y mientras este llega nos dedicamos a liarnos como dos
niñatos incontinentes.

Solo nos falta hacernos chupetones de arriba abajo y habremos regresado a los
quince años por la puerta grande.

—Dejad algo para luego, joder.

Me despego de Einar lo justo para ver a Martita mirarnos mal. Va agarrada de


Gustavo, pero él ni siquiera me mira e intuyo que está cabreado. Es gracioso, porque
encima parece estar ofendido al ver que ya me estoy liando con otro, cuando es él
quien me ha cambiado por la… En fin.

—Lo siento, no queremos comodar —dice Einar con voz risueña.

—Incomodar —le digo corrigiéndolo con suavidad. Después miro a Martita y


Gustav y sonrío—.

¿Qué pasa? ¿Vosotros no vais a culminar hoy? Si es que cuando se llega a cierta
edad ya no está el cuerpo para tanto trote…

—¡Pero si soy más joven que tú! —exclama indignada Martita.

—De edad puede, pero de cerebro…

—Ya está bien Julieta. —Gustavo interviene y me mira con gesto serio—. Quizá
deberías irte a casa y dormir la mona. Vais muy pasados.

—Vamos perfectos, listo —digo ofendida—. Vete tú a dormir, si quieres.

Él se limita a chasquear la lengua, agarrar a Martita del brazo y perderse calle


abajo mientras nosotros guardamos silencio. Me apoyo contra la puerta del escalón en
el que seguimos sentados y cierro los ojos. Lo siguiente que sé es que el taxi ha llegado

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y Einar me despierta con delicadeza. Subimos y cuando él da su dirección al taxista lo
miro mal.

—Quiero sexo contigo, pero cuando los dos estemos bien. Cuando pueda
recordarlo, porque será muy bueno.

—¿Cómo estás seguro de que será muy bueno? —Me río y me apoyo en la
ventanilla—. A lo mejor soy un fracaso en la cama. A lo mejor no sirvo para el sexo.

—No, no, no. Seguro que eres inolvidable.

Entreabro los ojos y lo veo sonriéndome con dulzura, besa mi nariz y me río,
porque este hombre es muy, muy mono. Suspiro y vuelvo a cerrar los ojos un
momento. Solo un momento.

Los vuelvo a abrir cuando la música de mi móvil penetra en mi cabeza de mala


manera. Oh, mierda, otra resaca. ¿No era yo la que había jurado que no volvería a
beber? No aprenderé en la vida, pero ahora lo importante es hacer recuento de daños
y prejuicios.

1. Tengo la boca seca, muy seca, tanto que noto el cielo de la misma y la lengua
cuarteados y me da la sensación de que mi saliva se ha extinguido para siempre.

2. Los ojos me duelen y pican porque no me quité las jodidas lentillas antes de
dormir, lo que me lleva a deducir que tampoco me desmaquillé. Me paso una mano
por la mejilla y noto los restos de rímel pegados, así que imagino que debo tener una
pinta desastrosa.

3. El pelo sigue estando como un guiñapo, lo que no es de extrañar porque al


irme del trabajo al bar no lo lavé ni peiné, así que sigue enredado, cardado, enlacado
y… Bueno, mejor no seguir.

4. Me duele el culo y no sé de qué. Espero por mi bien no haberme dejado dar


latigazos por algún depravado.

5. Y a raíz del depravado, pienso en Einar. ¿Me acosté con él? No, no lo creo,
porque noto la ropa puesta, aunque…

Miro abajo con mucho, mucho esfuerzo y ahogo un gemido cuando me doy
cuenta de que no llevo mi ropa, sino una camiseta enorme que no reconozco de nada.
Claro que es lo que menos tendría que preocuparme, porque tampoco reconozco las
sábanas, ni la cama, ni el cuarto. Ay, que ya la he cagado otra vez. ¡Si es que no
aprendo!

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Antes de hiperventilar decido ser valiente y mirar a mi lado, donde unos suaves
ronquidos me avisan de que hay alguien. Al menos tengo la certeza de que es Einar
porque recuerdo de forma vaga que subimos juntos a un taxi. Inspiro, miro y… Sí, es él
y, joder, está muy bueno hasta durmiendo y con la boca entreabierta. Tiene una forma
de roncar que, no sé por qué, me pone a mil por hora. O quizá es el hecho de que no
lleve camiseta y pueda ver su torso salpicado de suave vello rubio y músculos, lo que
me pone tontorrona un segundo antes de que la resaca se manifieste en todo su
esplendor y me recuerde cuánto me duele el cuerpo. Gimo en alto, porque noto
arcadas y cuando me giro veo en la mesita de noche un vaso de agua y un ibuprofeno.
Sonrío sin poder remediarlo, ay, qué mono es este hombre, de verdad y eso que solo lo
conozco desde hace unas horas, pero son cosas que se sienten. Cojo el móvil, mando
un mensaje a Alex, que es quien me ha estado llamando muchísimas veces. Le prometo
que estoy sana y salva y que volveré a casa antes de trabajar, me tomo el ibuprofeno y
me tumbo de nuevo en la cama.

Podría buscar mi ropa y vestirme, pero la verdad es que me duele tanto todo que
doy otro sorbo de agua, cierro los ojos y me vuelvo a dormir.

Cuando vuelvo a ser consciente de la realidad apenas han pasado unos minutos y
me despierto porque alguien besa mi cuello. Alguien que está muy contento a juzgar
por el masaje lumbar que estoy recibiendo a base de restregones.

—¿Es muy mala la resaca? —pregunta con voz dormida Einar.

Sé lo que quiere decir: si en realidad estoy tan mal como para no disfrutar de un
buen polvo mañanero. Claro que a juzgar por la hora a la que debimos acostarnos
deben ser las doce por lo menos.

—Malísima —murmuro—. Ya lo siento por ti, pero no estoy en condiciones.

Noto su risa en mi nuca y me giro con lentitud para encontrarme sus ojos azules
e hinchados mirarme con simpatía.

—Otro día.

—Sí, otro día… ¿Y cómo es que estoy aquí? ¿Y sin mi ropa?

—Te dormiste en el taxi y no sabía dónde vivías, así que te traje aquí para
compartir cama. Soy generoso.

—Ajá… ¿Y no esperabas sexo matutino a cambio?

—Noooo.

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—¿Y lo de hace un minuto qué ha sido?

Einar abre la boca y se ríe tumbándose en la cama y tapándose los ojos con el
antebrazo, tensando sus bíceps y haciendo que me fije.

—Me gusta el sexo.

Me pinzo el labio, porque si no fuera por lo mal que me siento… Y qué coño, que
para que nos acostemos tiene que hacer algún mérito más. Aunque le agradezco que
no me dejara en mitad de la calle en el estado en el que iba, eso sí.

—A mí también, pero cuando lo hagamos será porque esté dispuesta y con


ganas. O por lo menos que no me tiemble la cabeza al ritmo de una batidora.

—Mejor, sí —dice riéndose—. ¿Te quieres duchar?

—Lo agradecería. ¿Qué hora es? —Me giro y miro mi móvil sin esperar
respuesta—. Oh mierda, la una menos diez. ¡No me da tiempo a ir a casa!

—Tenía el despertador para la una. Te puedes duchar y vamos a trabajar juntos.

Entro por el aro porque no tengo muchas más opciones así que me ducho lo más
rápido que puedo y agradezco que sea diario y sus compañeros no estén en casa.
Cuando salgo me pongo la ropa del día anterior, que sí, huele que da asco, pero es que
otra cosa no hay y no es plan de llegar con la ropa de Einar en su primer día oficial,
porque lo de la ayer fue un ensayo. ¡Y menudo ensayo!

A las dos y a duras penas entramos en el parque de atracciones y cuando


llegamos a los camerinos nos encontramos con que todos esperan algún tipo de
confirmación acerca de nuestro polvo. De hecho, alguno hasta pregunta con bastante
descaro. De verdad que la gente no tiene vida o chusca muy poco para que lo más
interesante sea lo que hicimos o no nosotros. Einar se hace el tonto, igual que yo y
pasamos la tarde lo mejor que podemos. O sea, mal.

¿Tienes idea de lo que es hacer de zombi con la resaca padre encima? Y eso que
no es la primera vez, pero no consigo acostumbrarme a esta sensación tan
horripilante. Tengo escalofríos, me duele el cuerpo, la cabeza me va a estallar y cada
vez que tengo que gruñir en plan zombigilipollas siento que los ojos podrían salírseme
de las cuencas.

A las diez de la noche salgo hecha polvo y cuando creo que no puede pasar más
nada para empeorar mi humor veo a mi hermana Esmeralda en la puerta del parque
de atracciones.

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—Oh, mierda —murmuro mientras me acerco con desgana.

Al menos Einar se ha ido antes, alegando que necesita un bote de aspirinas y una
ducha cuanto antes.

Lo entiendo y pienso que ojalá me hubiese ido con él, porque me da a mí que me
va a tocar pelearme con Tempanito y no tengo ganas, de verdad que no.

—¿Dónde está mi coche? —suelta nada más tenerme a su altura.

—Buenas noches a ti también, me alegra que hayas venido hasta aquí


preocupada por mi estado y…

—Corta el rollo, Julieta. Te largaste ayer a trabajar y han pasado veinticuatro


horas en las que te has emborrachado, has dejado mi coche abandonado Dios sabe
dónde y te has pasado la noche en… ¿dónde?

¡No lo sé! ¡Nadie lo sabe porque todo lo que has hecho es mandar un mensaje a
Alex! ¡Un mensaje! Has perdido por completo el juicio.

—Ey, ey, ey, frena un poco.

—¿Que frene? ¿Que frene? ¿Tienes idea de lo preocupada que estaba Amelia? Si
vuelve a aquejarse del estómago te pierdo el habla un mes, te lo juro.

—¿Sabes? Sería bonito que alguna vez te preocuparas así por mí.

—¿En serio, Julieta? ¿Crees que no nos preocupas lo bastante? ¿Tienes quejas?
¿Qué tenemos que hacer? ¿Pasarnos el día rogándote que no nos tengas a punto de
infarto?

—Me refería a preocuparte para bien. —Sus ojos verdes me miran con tanta
frialdad que me congelo un poquito—. Vale, mejor me callo.

—Mejor. ¿Dónde está mi coche?

Se lo digo y la sigo hacia el taxi que tiene esperando. El camino es largo,


silencioso e incómodo.

Odio cuando Esmeralda se pone así, de verdad, ni que fuera para tanto. Todo
esto es por ese complejo de madre que tiene, que la domina tanto que la amarga hasta
límites insospechados. Vale, no dije que no iría a dormir a casa, pero Alex duerme
fuera un montón de veces y nadie se queja. ¡Y eso es machismo! ¿O

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no? Estoy por decírselo cuando recuerdo una bronca monumental entre ella y
Alex no hace más de un mes justo por esta razón. Sí es que Esme tiene para todos. La
cabrona sería capaz de atemorizar a los asesinos en serie. Si en Estados Unidos
supieran de la existencia de mi hermana no haría falta la pena de muerte; confesarían
todos a la segunda charla por no escucharla más. Ella los castigaría con algo que les
jodería muchísimo y todos tan contentos.

A ver, que en realidad yo la quiero mucho y la vida con ella es fácil… siempre que
la obedezca en todo y me quede calladita cuando tiene ganas de poner mi vida en
orden. Si yo la teoría me la sé, pero luego siento que si me porto como ella quiere más
de veinticuatro horas colapso, y me salen bultos, y puedo acabar muriendo de una
forma muy ridícula y apareciendo en el programa ese de mil maneras de morir. Y no
me apetece, la verdad. Ni morirme, ni aparecer en ese programa.

Llegamos a casa y procuro no quejarme cuando Amelia me abraza con fuerza,


como si viniera de la guerra. Hay que ver lo que nos gusta en esta familia un drama, de
verdad te lo digo.

—¿Dónde demonios estuviste? —pregunta Alex sin levantar el culo del sofá.

—De fiesta. Resulta que Juanito ha encontrado otro trabajo y se ha ido, pero han
metido a otro mejor.

—¿Ah sí? —pregunta Amelia—. ¿Y hasta hoy has estado de fiesta?

—No, he estado con el amor de mi vida.

—¿Con el…? —Alex no acaba la pregunta, mira a Esmeralda y eleva una ceja—.
¿Le has hecho algún test de drogas?

—¡Oye que no voy colocada! Serás imbécil… —siseo y cuadro los hombros—. Se
llama Einar, es

de Islandia, o sea, vikingo, y está como un queso. Esme tiene una foto.

—Dios, es verdad —dice la susodicha—. No puedo creerme que me mandaras


una foto de un tío que no conozco de nada enseñando abdominales.

—Le dije que se levantara la camiseta si quería chuscar y se dejó, porque es muy
majo. —Me río al recordar la carita que se le quedó y lo que nos reímos cuando
accedió. Agradezco acordarme porque poco después la cosa se volvió borrosa—. En
fin… han sido días muy largos, pero por suerte mañana libro, así que si me disculpáis

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voy a dormir como doce horas seguidas. No me despertéis a no ser que haya fuego y el
inútil de Alex no sepa controlarlo.

Me río cosa mala con mi tontería mientras mi hermano pone mala cara, pero yo
que sé que en el fondo no le sienta mal porque es bromita. Yo de mi hermano como
bombero no tengo nada que decir.

Me ducho y ni siquiera me seco el pelo. Me pongo la camiseta grande, me meto


en la cama y me duermo pensando en mi Ragnar y en que me ha pedido el teléfono
para quedar mañana. Ojalá me llame y ya no lo digo solo por las ganas que tengo de
desfogar con él, oye, que no soy tan superficial. Es que Einar es divertido, inteligente,
guapo, y… y se le intuye paquetón con el disfraz de payaso, que siempre es algo muy a
tener en cuenta en un hombre. Este último pensamiento me hace dormirme con una
sonrisita en la cara. Después de todo sí que soy una superficial. ¡Qué se le va a hacer!

62
7

Dos semanas. Han pasado dos puercas semanas y no he podido catar al vikingo
como me gustaría. ¡Te juro que estoy a punto de explotar! Y lo peor es que en este
tiempo todo ha sido una serie de contratiempos que nos han impedido quedarnos a
solas en un sitio lo bastante privado como para no acabar detenidos por escándalo
público.

Para empezar Einar ha cogido una gripe de verano que lo ha tenido semana y
media con fiebre, estornudos y sintiéndose fatal. Yo le juré que con tal de echar un
polvo no me importaba arriesgarme a cogerla, pero es un caballero y se negó. Así que
me limité a cuidarle como podía dentro del trabajo porque claro, siendo nuevo no se
atrevía a faltar mucho y quedar mal con los jefazos, pero cuando salíamos el pobre iba
arrastrándose a su casa y se metía en la cama hasta el día siguiente. Solo dos días se
me ocurrió llevarle sopita casera hecha por mí y me lo agradeció tanto que me sentí
mal por no ir más a cuidarlo, pero no quería que pensara que estaba apalancándome o
tomándome más confianzas de la cuenta.

Los últimos dos días parece que ha estado mejor pero antes de ayer Amelia tuvo
una crisis de ansiedad porque vio en las noticias que ha habido un nuevo atentado, así
que cuando Alex me avisó por whatsapp y salí del trabajo solo me apetecía ir a casa a
intentar animarla. La verdad es que yo también lo paso mal cuando ocurren estas
cosas, pero mi hermana sufre demasiado por… por todo, y por todos.

Ayer también teníamos intención de quedar, pero uno de los compañeros de


Einar hizo una reunión improvisada para tratar algunos temas de la convivencia y me
dijo que lo mejor era dejarlo pasar un día más, porque a mi casa no podemos venir
todavía. Yo hasta no tirármelo por lo menos tres veces no lo meto en mi casa, llámame
pejigueras, pero no me apetece nada tener que cortarme la primera vez que estemos
juntos para que mis hermanos no nos oigan. En cambio, que me oigan sus compañeros
me resbala bastante, así que tenemos que esperar a que el piso se quede libre y hoy,
por fin, será la noche. Para empezar, salimos de trabajar a las dos de la tarde con lo
que tengo tiempo de sobra de ir a casa, arreglarme y volar a su piso para que me
desarregle todo lo que pueda y más.

Cuando por fin salimos de trabajar lo miro a conciencia y él se ríe, porque a Einar
le hace mucha gracia cómo soy y suele reírse bastante, la verdad.

—No iras a buscar otra excusa, ¿no? Mira que no aguanto más y al final me busco
a otro.

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—No tienes que buscar a otro. Tu vikingo soy yo.

Me río en plan tontorrona, porque este hombre me vuelve muy pava, así que me
alzo en mis puntillas y lo beso merodeando en su boca, deleitándome en la suavidad
de sus labios y en las cosquillas que su barba de pocos días provoca en mi cara.

—No te me pongas celoso, que no tengo intención de buscar a otro de verdad.

—Bien… Me gustas mucho, Juli.

Sonrío, porque me gusta que me llame Juli, es súper cercano y nadie más me
llama así. En realidad, de Einar me gustan tantas cosas que no sabría por donde
empezar la lista y eso que nos conocemos desde hace dos semanas y pico.

—Deja que vaya a ponerme guapa para ti.

—De acuerdo, yo me pondré guapo para ti.

—¿Comprarás nata y te desnudarás para esperarme?

—¿Eso quieres?

—Mmmm estaría bien.

Él ríe, me besa de nuevo y me empuja con suavidad.

—Compraré nata, pero para ti.

Me mira con tanta intensidad que siento el deseo de pasar de ir a mi casa y


proponerle que vayamos directos a la suya, pero comprendo que las cosas hay que
hacerlas paso a paso. Eso y que quiero ponerme un vestido de putón con liguero y
todo. Voy a saco ya.

Nos despedimos y vuelvo a casa con esa sensación que da la anticipación. Ya


sabes, ese pellizquito en el estómago que te va recorriendo conforme el momento se
acerca. Empiezo a imaginar todo lo que haré con Einar, que será mucho y para cuando
me he duchado me ha costado Dios y padre no aliviarme antes de ir a nuestra cita.

—¿Vas a salir? —pregunta Amelia entrando en el baño sin llamar.

—Sí y es probable que pase la noche fuera, así que por favor no me digas que
vienes a llorar la muerte de algún gatito o algo por el estilo.

Ella pone los ojos en blanco y baja la tapa del váter para sentarse.

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—No tonta, solo quiero saber si vas con tu famoso vikingo.

—Sí, hoy va a caer. ¡Por fin!

—¿Sabes que Alex piensa que no es vikingo? Dice que da igual las fotos que
mandes, que seguro que en realidad te estás chuscando al pardillo del curro.

—Alex es un listo y debería mantener la bocaza cerrada.

Ella se encoge de hombros y sonríe un poco por respuesta. Me pongo la crema


corporal bajo su atenta mirada y cuando acabo me voy al dormitorio así, como vine al
mundo. Mala suerte es que Alex salga de su cuarto justo en ese momento.

—¿Qué? ¡No! ¡No! ¡Ya hemos hablado de esto, joder! —Se tapa los ojos con las
dos manos con fervor y sigue gritando como un descosido—. ¡Nada de andar en
pelotas por las zonas comunes! Dios mío, me quiero arrancar los ojos.

—Ala el exagerado —dice Amelia por mí—. Que es tu hermana, idiota.

—Eso —sigo yo, muy digna—. Cuando tus ligues se pasean por aquí ligeritas de
ropa no te importa lo más mínimo, ¿eh?

—Mis ligues no son mis hermanas.

Sigue con los ojos tapados y cuando intenta caminar hacia atrás para volver a su
dormitorio se da en la nuca con el marco de la puerta. De verdad, pobrecito mío: tan
guapo y tan tonto.

—¡Pero si yo de pequeña estaba harta de verte la pilila! Que te pasabas el día


dando paseos con el cimbrel al aire.

—¡A partir de cierta edad deja de ser normal ver a tus hermanas en pelotas! He
dicho y punto.

¡Fuera! ¿Te has ido ya? ¿No? Pues me voy yo.

Y otra vez se da con el marco de la puerta antes de pensar que si se gira y me da


la espalda puede entrar en su dormitorio con tranquilidad. El pobre mío cuando se
ofusca se vuelve imbécil, qué le vamos a hacer.

—Pobrecito, qué tonto es.

Esa es Amelia, que ha llegado a la misma conclusión que yo. Sigo caminando con
tranquilidad hasta mi dormitorio con ella detrás y cuando entro le enseño el

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sujetador, las braguitas y el liguero que pienso lucir esta noche: todo de encaje y de
color rojo. Dudé al comprarlo si hacerlo en negro, por eso de que es más elegante,
pero es que yo no quiero tener pinta de elegante, yo quiero tener pinta de… Bueno,
que quiero que cuando Einar me vea no pueda evitar saltar sobre mí.

—Te va a devorar —dice Amelia.

—Justo eso es lo que pretendo.

—¿Entonces mañana tampoco vienes? Como tienes el día libre…

—Pues no lo sé, depende de como se dé la cosa. Igual Einar resulta ser un fiasco
en la cama, aunque no lo creo.

—Yo tampoco.

—No lo conoces —digo con una sonrisa sincera.

—No, pero con todo lo que has hablado de él en este tiempo, estoy segura de que
estará a la altura.

Además, tiene pinta de empotrador por las fotos que nos has enseñado.

Me río y pienso en todas las fotos que he sacado a Einar estos días. El pobre no
se queja, pero sé que a veces se aburre de que lo obligue a posar con cara de enfadado
para demostrar en el grupo de whatsapp que he creado con mis hermanos y he
titulado «Mi vikingo» que es verdad que está súper bueno. No me avergüenza ni haber
creado el grupo, ni haber amenazado a mis hermanos con diversas venganzas que
llevaré a cabo si se salen. No los obligo a que comenten, pero lo agradezco y ellos lo
saben. Solo Esmeralda pasa del tema, pero Alex me insulta de forma muy original y
Amelia me anima y me dice que es muy guapo, porque ella odia estar a malas con la
gente.

No estoy loca, ¿vale? Tenías que ver las cosas a las que me obligan a mí ellos. En
esta familia funcionamos así y nos va muy bien.

Encima de la ropa me pongo un vestido corto y ceñido, en negro, pero por


disimular y que cuando abra el paquete se encuentre el regalito dentro, más que nada.
Me despido de Amelia y salgo hacia casa de Einar preguntándome dónde andará
Esmeralda. En el despacho seguro, si es que vive obsesionada esta mujer.

El camino lo hago en taxi porque ninguno de mis hermanos me presta tanto


tiempo el coche. Cuando llego al portal de mi vikingo pago al taxista y le dejo una
propina generosa, recibo un «gracias guapa»

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que me suena grosero, quizá por el tono impreso y la mirada que me ha echado.
Y vale que voy vestida de forma sexi, pero ese señor no sabe lo que llevo debajo como
para que se ponga así. Si es que hay mucho salido suelto.

Toco al portero, subo en el ascensor y cuando salgo de este me encuentro con


que Einar me espera en el marco de la puerta. No está desnudo ni lleno de nata, pero
lleva un pantalón de chándal largo de hacer yoga y una camiseta de mangas cortas que
me hacen desear arrancárselo todo cuanto antes.

—Veo que te has puesto de gala para mí —digo bromeando.

—Hum… Como no íbamos a salir, me he puesto cómodo. Tú estás preciosa. Muy


preciosa. Mucho.

Sale al rellano y enmarca mi cara entre sus manos para besarme. ¡Y vaya beso! Sí
que está contento de verme, sí. Lo sé por el beso y porque su pantalón ya ha montado
una tienda de campaña digna de cualquier Quechua del Decathlon.

—Vamos dentro —murmuro.

—Sí, pasa.

Entramos y vuelvo a pensar lo mono que es este piso. Es muy bonito, de verdad.
Tiene pocos muebles, pero una pantalla enorme de televisión, lo que me hace saber
que los tres chicos que viven aquí son adictos a ella. Hombres…

El sofá es de esquinera, parece mullido y tiene una mesa baja delante, además de
la grande que usan para comer, imagino y se encuentra justo al fondo. Lo que más me
gusta sin embargo es el puf negro que tienen. ¡Es inmenso! Y siento el deseo de dar un
salto y dejarme caer en él para sentir cómo me traga, pero como no estoy vestida para
la ocasión y además prefiero seguir al lado de Einar me controlo. Él me enseña la
cocina, que es funcional y bonita y luego me lleva al dormitorio. Total, lo que me queda
por ver es el baño que ya lo conozco de cuando me duché aquí y las habitaciones de
sus compañeros que por supuesto están vetadas para mí.

—¿No comemos en el salón?

—No, los chicos pueden venir y… quiero que cenemos aquí, más cómodos.

—¿Más cómodos?

Miro la alfombra de pelo largo que hay a los pies de la cama, es enorme y Einar
ha puesto en el centro la bandeja de desayuno con patas a modo de mesa. Me río al

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contemplar el jarrón de cristal con una sola rosa y las dos velas aromáticas
encendidas.

—Yo serviré la cena y espero que te guste.

—¿Has cocinado?

—Solo unos chuletones y fresas con nata… —Imprime el tono justo a la última
palabra para que sienta un cosquilleo intenso entre las piernas—. Quiero que cojas
muchas fuerzas para esta noche.

No contesto, o no con palabras al menos. Está detrás de mí así que me giro y me


alzo de puntillas para que entienda que quiero besarlo. Él, que es un chico listo, sonríe
y se agacha para ofrecerme sus labios y así se nos van unos minutos hasta que se
separa de mí y me lleva hasta la alfombra.

—Siéntate, voy a servirte.

Dios, hasta eso me suena sugerente. Obedezco, me quito los tacones y tomo
asiento. En la siguiente hora dejo que se encargue de ponerme la cena por delante y
contarme un montón de cosas de su familia, sus amigos y sus impresiones en el
trabajo. La verdad es que me gusta el buen ambiente que tenemos siempre. Tengo la
sensación de que puedo hablar con él de cualquier cosa y siempre hará un esfuerzo
por entenderme. Nuestra relación fluye de forma tan natural y fácil que si me paro a
pensarlo me da por imaginar que esto pasa de una relación de sexo sin compromiso a
algo más serio. Es mucho pensar, lo sé y por eso cada vez que ese pensamiento se
cuela en mi mente lo rechazo con vehemencia.

Cuando llega el momento de las fresas con nata la tensión sexual es tanta que me
cuesta concentrarme en lo que me cuenta.

—¿Juli?

—¿Mmm? Dios, dime que es hora de quitarnos la ropa.

Él se ríe, tira de mi mano y me tumba sobre la alfombra, dejándose caer a mi lado


y enredando su muslo entre mis piernas.

—Ansiosa… Me gusta.

—A mí me gustas tú.

Einar sonríe, besa mi nariz y acto seguido mi boca. Sus labios aletean por mi
mandíbula y descienden hasta mi cuello mientras yo acaricio sus costados.

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—Deja que te desnude —susurra en mi oído.

Y no te puedes imaginar la voz que tiene: suave, ronca, baja… Es un Dios del
sexo, lo sé y por eso me limito a asentir justo antes de que él me incorpore y me haga
ponerme de rodillas. Me besa con dulzura y pasión y desliza las manos primero por mi
nuca, acariciándola con las yemas de los dedos hasta que mi vello se eriza y siento
ramalazos eléctricos recorrer mi columna vertebral. Cuando por fin desliza la
cremallera de mi vestido hacia abajo estoy tan impaciente que me cuesta trabajo
mantener una respiración decente.

—La primera será más rápida —me dice—, pero después… —Sonríe con aire
canalla—. Después

haré que pases la noche gritando mi nombre.

Me tomo sus palabras como una promesa y sonrío entregándome a todo lo que
tenga para darme.

Cuando mi vestido cae y me quedo en ropa interior Einar comienza a murmurar


en islandés y te juro que en mi vida me he sentido más encendida. Sé que es un fetiche
mío, lo sé, pero no hay nada más erótico que un hombre extranjero susurrando
palabras desconocidas con voz aterciopelada y caricias intensas.

Sus dedos recorren mis costados y en un acto de impulsividad pellizca mis


pezones por encima del sostén, arrancándome un gemido que le hace sonreír aún más.
Me tumba de nuevo en la cama y comienza

a besar el nacimiento de mis pechos, baja por mi estómago y se entretiene


dejando que su lengua baile en mi ombligo. Cuando llega a mi entrepierna estoy
muriendo de la anticipación; elevo las caderas para que me quite las braguitas, pero
Einar me sorprende apartándolas a un lado y besando mi pubis antes de abrirme y
lamerme de atrás hacia adelante.

Mis gemidos empiezan a ser erráticos y sé que debería hacer algo más aparte de
tironear de su pelo y pedirle más, pero me está resultando del todo imposible. El
primer orgasmo llega rápido, muy rápido y pienso que si estaba preocupado de durar
poco ya no tiene por qué, porque solo con ese me ha dado mejor sexo que muchos con
un polvo completo.

Cuando se incorpora intento reaccionar y levantarme para ayudarlo a


desnudarse, pero antes de poder hacer nada él se ha quitado la camiseta y el pantalón.
Me sorprende darme cuenta de que iba sin bóxer y el detalle me gusta, y me da morbo,
porque en Einar todo me da morbo. Además, su erección apunta hacia mí y puedo

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asegurar que supera la media española con mucho. Tiene abdominales, pero sin
exagerar y el vello rubio que salpica su pecho me enciende aún más.

No puedo seguir inspeccionándolo, porque Einar se pone un condón, abre mis


piernas y, apartando mis bragas a un lado, me penetra haciéndome gemir su nombre.

—Me encantas tanto —murmura en mi oído—. Julieta…

—Sigue, sigue, Dios, así me encanta. ¡Einar! —Gimo cuando rota las caderas y
consigue alcanzar un punto de placer para mí.

—Otra vez, grita mi nombre otra vez.

Y lo hago, no una, sino varias veces antes de que el orgasmo me alcance de


nuevo. Esta vez cuando llego arrastro a Einar conmigo y consigo que caiga
desplomado, cansado y con la respiración a mil por hora sobre mí. Acaricio su espalda
y me estiro como una gata a pesar de que sea tan grande y esté dejado de caer. Dios,
adoro esta sensación.

Cuando Einar sale de mi cuerpo y se tumba a mi lado no duda en pegarme a él.


Podría decir que es empalagoso, pero me parece un gesto tan dulce que apoyo la
mejilla en su torso y cierro los ojos un poco.

Oigo cómo se deshace del condón y quiero abrir los ojos, pero estoy tan cansada
que decido que el esfuerzo no merece la pena. Poco después sus dos brazos se ocupan
de acariciar mi espalda mientras yo me sumo en un duermevela maravilloso causado
por el buen sexo. No, bueno no llega a describirlo: Maravilloso, perfecto, brutal… Una
mezcla de todo eso quizá serviría para que se entendiera cómo me siento.

Cuando vuelvo a abrir los ojos Einar ronca con suavidad, sonrío y miro en
derredor buscando el preservativo. Lo encuentro sobre la alfombra en una esquina y
aunque está anudado prefiero tirarlo y que no se impregne el olor. Además, de todas
formas tengo que ir al baño así que no me cuesta.

Al levantarme me miro en el espejo que tiene Einar en la pared del fondo y


sonrío, porque soy la viva imagen de una mujer bien follada y me encanta. Son las dos
de la madrugada y me sorprendo de haber dormido tanto, porque me han parecido
cinco minutos. Decido que no merece la pena que me vista para ir al baño que está
justo al lado de la habitación porque la casa está en silencio, así que abro la puerta,
salgo del dormitorio y justo en la puerta del baño y antes de que pueda dar la luz un
cuerpo me arrolla y me tira de culo al suelo.

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—¡Joder! —exclamo al notar el golpetazo en el trasero. Esto me va a dejar
moratón, fijo—. ¿Qué demonios…?

—¿Nena? —Oigo la voz de Einar, que sale del dormitorio y arruga el ceño al
verme en el suelo—.

¿Qué pasado cariño?

Confirmado, este hombre con sueño se vuelve todavía más guiri, pero de todas
formas eso es lo de menos, porque cuando miro hacia arriba y veo al tío alto, moreno y
cachas que bloquea la puerta del

baño, siento la necesidad de pellizcarme y despertar de esta pesadilla.

—No puede ser… —murmura él llevando su mirada de Einar a mí—. ¿Qué…? No,
joder, no.

Intento reponerme de la impresión y miro a mi vikingo, que parece estar más


perdido que el barco del arroz. Al final, intentando obviar el hecho de que estoy en
bragas, sujetador y liguero rojo putón, sentada en el suelo y con un condón usado en la
mano, miro muy digna hacia arriba y hablo.

—Espero que no pretendas multarme por colapsar contigo en el baño. Mira que
tú le has cogido gusto a sancionarme por todo.

Diego, el poli buenorro, novio de Susi y castigador personal mío, ni siquiera


parece tener palabras.

Bien, al menos he conseguido cerrarle el pico de la impresión. ¡Algo es algo!

71
8

Diego
Estoy a punto de restregarme los ojos con vehemencia solo para comprobar que
no es verdad lo que estoy viendo. No puede ser que esa chalada esté en mi piso. ¡Es
que no puede ser!

Por desgracia, cuando consigo reaccionar es porque Einar ha vuelto de su


habitación con una camiseta suya y se la ha metido por la cabeza a tirones. Estoy a
punto de bufar y decirle que, aunque quiera, no puede borrar el hecho de que la he
visto con ropa interior matadora. ¡Muy matadora!

La imagen de Julieta en sujetador, bragas y liguero rojo sujetando un condón


usado y mirándome sentada de culo en la puerta del baño se quedará grabada en mi
mente para toda la eternidad, estoy seguro, pero prefiero no decírselo a Einar porque
parece estar bastante apurado.

—No voy a multarte —contesto a su pregunta—. Y eso que me encantaría. —


Miro a Einar y suspiro

—. Supongo que no es una intrusa y no puedo arrestarla por allanamiento o algo


así, ¿no?

—¡No! Ella es mi Juli.

Y ahí está el motivo por el que no he relacionado a la chica de la que Einar lleva
hablando semanas con Julieta la loca. Él la llama Juli... ¡Juli! Por Dios, dicho así suena
hasta dulce y esta mujer es muchas cosas, pero no es dulce. Lo que me lleva a recordar
lo pesadito que ha estado nuestro amigo todos estos días alabando las miles de
cualidades de la chica con la que estaba ahora. Estoy a punto de bufar al pensar que
Nate y yo incluso lo envidiábamos por haber encontrado a la que parecía la mujer
perfecta: graciosa, inteligente, guapa, de conversación fácil y con cuerpazo. Todo eso y
más nos había dicho Einar y puede que en lo de guapa tuviera razón, ¿pero cuerpazo?
¡Si pasa del metro y medio con trabajo! Y no es que yo esté siempre cabreado con esta
tía, es que me preocupa que mi amigo se haya liado con una chalada que se pinta las
uñas de colorines y se mete en trifulcas con la niña del exorcista y…

72
—Sabes que esta tía trabaja de zombi en la casa del terror del parque de
atracciones, ¿verdad? —le pregunto de pronto a mi amigo, para que comprenda hasta
dónde llega la excentricidad de su chica.

—Y a mucha honra —contesta Julieta—. Además, claro que lo sabe: trabajamos


juntos.

Entrecierro los ojos y me río de ella en su cara. ¿Trabajar juntos? Sí, claro, como
si mi amigo fuese a consentir currar en la casa del terror haciendo el mamarracho.
Miro a Einar para que la contradiga y cuando veo su cara de incomodidad me quedo a
cuadros.

—¿Einar? —pregunto—. ¿Qué es eso de que trabajáis juntos?

—Bueno…

—¿Qué pasa aquí? ¿Fiesta de pijamas?

Miramos los tres al otro extremo del pasillo, donde una puerta acaba de abrirse y
Nate, nuestro amigo, ha salido con cara de sueño.

—Creo que lo mejor es que volvamos a nuestras habitaciones —dice Einar—.


Mañana hablaremos

calmados.

—No —contesto—. Lo mejor es que nos expliques qué es eso de que trabajas en
el parque de atracciones.

—¿Parque de atracciones? —pregunta Nate frunciendo el ceño.

—Como payaso —añade Julieta, para después mirar a Einar y arrugar la nariz de
una forma que, mal que me pese reconocerlo, es adorable—. ¿Tus amigos no sabían
que trabajas en la casa del terror? Y, oh, sí, ¿recuerdas que te hablé de un poli al que
odiaba a muerte?

—Me dijiste que, si yo fuera vikingo de verdad, lo mataría en tu honor.

Julieta se ríe de una manera muy tonta y lo abraza por la cintura.

—¿Adivina qué? Vas a tenerlo muy fácil porque vive contigo.

Einar, lejos de sorprenderse u ofenderse por la mera sugerencia, se ríe entre


dientes y besa su frente.

73
¿Pero a este tío qué le ha dado? Decido lanzar una mirada de odio intenso a
Julieta y miro a Nate, que el pobre está más confundido que yo.

—Esta es la loca daltónica vecina de Susana.

—¡Oh!

—¿Tu novia Susana? —pregunta Einar—. ¡Casualidad!

—Sí, bueno, una casualidad nada agradable —murmuro—. ¿Vas a explicarnos ya


por qué no nos habías dicho que trabajas de payaso en la casa del terror?

—Bueno, no es el mejor trabajo del mundo —murmura Einar—. Me daba


vergüenza.

—No tienes que avergonzarte —dice Julieta—. Es un trabajo muy digno.

—Soy científico.

—Bueno, ya saldrá algo de lo tuyo. Mientras tanto tienes que ganarte la vida de
alguna manera y esta es tan válida como cualquier otra. Y si estos dos te hacen sentir
inferior me lo dices y verán lo que es bueno.

—Uh, para ser tan pequeña, tiene mucho genio —dice Nate sorprendido. Yo
estoy a punto de darle la razón y empezar a enumerar las razones por las que me cae
mal, pero el idiota sonríe de pronto y palmea el brazo de Einar—. Me gusta tío. Y
respecto al trabajo, debiste decírnoslo. Somos tus amigos y no te habríamos juzgado
nunca.

—Es difícil vivir con un policía, un médico y ser el payaso oficial de la casa del
terror.

Julieta frunce el ceño y resopla antes de negar con la cabeza.

—Yo vivo con un bombero, una abogada y una asistenta social, y no me siento ni
un poco mal.

—Eso es porque tú no tienes sentido del ridículo, ni estás cuerda —digo


encantado de poder pinchar.

—Y tú eres un imbécil sin cerebro que consiguió la placa a base de chupar…

—Juli —la corta Einar.

74
—Es que no entiendo cómo puedes sentirte inferior a este troglodita. —Deja de
mirarme para observar a Nate de arriba abajo y sonreír con aire pícaro—. Tú, en
cambio, ya me caes bien.

Mi amigo se ríe, como si hubiese dicho la cosa más graciosa del mundo y se
acerca para besar sus mejillas.

—Tú a mí también. Soy Nate y te prometo que Diego no es siempre un completo


gilipollas.

—Eso es verdad —digo—. Solo tú tienes el poder de sacar ese lado mío.

—Seguro que es porque me deseas en secreto y toda esa tensión se te acumula.


¡Oye! Dile a Lerdisusi que te haga un masaje. Mi hermano me ha comentado en alguna
ocasión lo bien que se le da.

—¿Lerdisusi? —A Nate se le escapa una risita y lo fulmino con la mirada. Él


carraspea y cuadra los hombros—. Perdón, lo siento. Creo que deberíamos ir a dormir
todos. Mañana seguro que podemos hablar con calma.

—Yo contigo hablo de lo que quieras, morenazo. —Julieta le pone ojitos con todo
el descaro del mundo y Einar lejos de ofenderse, se ríe. ¡Se ríe!

—Estáis todos locos —murmuro antes de pasar por el lado de Julieta para ir a mi
cuarto. No pensaba hacerlo, pero al final me doy el gusto de empujarla un poco. Mala
suerte es que la pequeña víbora no sea capaz de mantener la boca cerrada.

—Oye, si querías refrote haberlo dicho. Está muy feo hacer eso delante de tu
amigo.

—Vamos anda. Vikingo sí quiere refrote nuevo.

Einar la alza del culo sin esfuerzo y la mete en el dormitorio mientras ambos se
ríen como si acabara de darse la situación más graciosa del mundo.

Me meto en el dormitorio sin decir ni media palabra más, cabreado, porque no


comprendo qué hace mi amigo con una tía como esa y frustrado, porque cuando estoy
a su lado no me reconozco. ¡Yo jamás he sentido la necesidad de insultar a una mujer!
Pero Julieta me pincha tanto que al final acabo saltando por todo. El simple hecho de
verla me pone frenético.

Intento dormir, pero los dos han decidido follar con el altavoz puesto así que
tengo que tragarme los gemidos de ella, de él y de ambos cuando hacen algo que, al
parecer, es la bomba para los dos.

75
A las siete de la mañana, harto de dar vueltas y con ganas de asesinar a alguien
salgo de la cama, me visto con un pantalón corto de chándal y una camiseta de tirantas
y decido salir a correr. Antes paso por la cocina para beber café y allí me encuentro a
Nate, desayunando una tostada y leyendo algo en su móvil.

Lo más seguro es que sea el periódico.

—Buenos días —dice con una sonrisa.

—¿Por qué estás de tan buen humor? ¿Acaso has podido dormir algo?

—No mucho, pero estoy acostumbrado a dormir poco.

—Eres médico, deberías dormir ocho horas.

—Ya bueno. —Ríe y se encoge de hombros—. Te recuerdo que muchas veces he


aguantado tus noches de gemidos con Susana.

Me callo, porque en eso puede que tenga razón, pero joder, no es lo mismo. Ni
siquiera nosotros nos hemos pasado tanto tiempo nunca dándole al sexo.

—No sé si esa chica le conviene a Einar —murmuro al final.

—¿Por qué no? Es guapa, simpática y parece que a él le gusta mucho.

—Ya bueno, pero él es un buenazo, tú lo sabes y…

—Y nada, no podemos meternos. Además, a mí me ha caído bien y no sé por qué


la odias tanto.

—Está loca, créeme, he oído historias de ella y sus hermanos y son…

—¿Historias?

—Son vecinos de Susana y dice que de pequeños les hacían la vida imposible a
ella y a su hermana.

Nate ríe, pero no una sonrisita de educación, no: ríe a carcajadas, lo que me hace
sentir incómodo al principio y cabreado al final.

—¿De verdad estás juzgándola por lo que pudo hacer cuando era una cría contra
tu novia? Haz el favor, Diego, eres un hombre maduro y en lo referente a ella creo que
te vuelves un poco…—Cuando ve mi cara de cabreo intenta controlarse—. Susceptible.

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—Está loca.

—Bueno, las locas tienen su punto…

Voy a seguir quejándome, pero oigo la puerta del dormitorio de Einar abrirse, y
lo sé porque chirría un poco, así que me callo. Dos segundos después Julieta entra en
la cocina como si fuera la suya. Lleva la misma camiseta que Einar le puso anoche y
cuando se alza de puntillas para coger una taza le vemos parte de los glúteos
enmarcados en esas condenadas bragas. Me muevo con rapidez, le doy la jodida taza y
la miro mal.

—Prefiero que me la pidas a que me enseñes el culo. Buenos días, por cierto.

—Puf, ¿tú nunca te levantas de buen humor? Lerdisusi tiene que follar como el
culo, si no, no se explica. —Me da un manotazo para apartarme y mira a Nate—. Hola
guapetón, ¿puedo comer una tostada antes de volver a la cama?

Y así, sin más, consigue que mi amigo se levante con una sonrisa de idiota y le
haga una tostada a la princesita.

—Oye —digo, dándole un toque en el hombro—. ¿Cuándo te vas?

—Pues no sé. Ahora mismo voy a comer un poco, porque Einar sigue desmayado
en la cama y no me

extraña, porque anoche hicimos ejercicio intenso. Después de desayunar, me iré


con él y me dormiré un rato más, que tengo que reponer fuerzas para repetir, y
después…

—¿No puedes simplemente decir que no te vas hasta la tarde? ¿O la noche? ¿O…?

—Ay hijo, de verdad, qué agrio eres.

—No le hagas caso —dice Nate como si nada.

Después, los dos empiezan a charlar del tiempo, de las noticias del día y de lo
buenas que están las tostadas cuando uno no ha hecho más que echar los pies de la
cama. Yo me bebo mi café mirándolos interactuar y pienso en lo que me jode que se
lleve bien también con Nate, más que nada porque eso me obliga a pensar que igual yo
tengo un pequeño problema de predisposición, pero es que sé, porque lo sé, que esta
chica hará daño a Einar y ya tuvo bastante con la puta de su ex. Todos tuvimos
bastante gracias a lo que hizo con él, porque nos pasamos meses recomponiendo sus
pedazos mientras ella seguía adelante como si nada. No quiero que pasemos por otra
ruptura dolorosa, eso es todo, pero se ve que Nate no piensa lo mismo que yo.

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A veces me pregunto si mi amigo es así de agradable con todo el mundo porque
es médico. El tío rara vez es antipático con alguien. Es un ángel caído del cielo y las
mujeres lo adoran, porque es guapo, simpático, listo y, además, tiene la tranca grande.
Lo sé porque es afroamericano y todo el mundo sabe la fama de la que gozan, pero
principalmente porque se la he visto. No me malinterpretes, alguna vez en el gimnasio
nos hemos desnudado juntos antes de entrar cada uno en su ducha. El caso es que su
tez morena, su sonrisa impoluta y su carta de «Me dedico a salvar vidas» derriten a las
féminas y, al parecer, Julieta no va a escaparse del aura que desprende.

Me termino el café, me despido de ellos casi sin hablar y salgo a correr para
quemar la frustración que cargo desde anoche. Pienso en Susana y en eso que Julieta
dijo de que le ha dado alguna vez un masaje a su hermano. No soy de ponerme celoso
y sé que ella lo dijo con ese fin, pero sí me da curiosidad saber qué tipo de relación
mantiene mi chica con el vecinito. Tampoco me importaría que le hubiese dado un
masaje en alguna ocasión, la verdad. Mientras ambos conozcan los límites no hay por
qué dramatizar. Eso es lo mejor de mi relación con ella: podemos hablar con otras
personas, pasear, quedar y hasta salir de fiesta y eso no significa que estemos faltando
el respeto a nuestra pareja. Alguna vez Susana incluso ha visto cómo otra chica
coqueteaba conmigo y lo más que ha hecho ha sido reírse y dejarlo estar. Sabe que, al
final de la noche, será su cama en la que acabe y eso lo suple todo.

Einar en cambio es distinto, él busca una chica para hacerla su novia y jugar a las
casitas, aunque diga que no. Está empeñado en disfrutar la vida, según él y salir con
unas y otras, pero a ninguna la ha mirado como anoche miró a Julieta. Se está pillando,
lo sé y me jode. Por un momento hasta pienso en hablar con ella y pedirle que se
aparte, pero conociéndola se chivaría a mi amigo y tendríamos una discusión
innecesaria.

Aprieto el paso y pienso que no debo preocuparme tanto porque en algún


momento Einar verá lo loca que está. ¡Si Susana dice que una noche la vio correr en
pelotas por la avenida principal porque había perdido una apuesta con sus hermanos!
Una tía así acabará asustando a mi amigo, solo tengo que tener paciencia para que
pueda ver el tipo de persona que es y consiga ignorar el hecho de que sea preciosa,
coqueta y descarada de ese modo que es capaz de volver loco a un hombre.

Einar es un tipo inteligente, tengo que confiar en eso.

78
9

Cuando Diego sale del piso miro a Nate y procuro poner carita de ángel recién
caído del cielo. La verdad es que una vez superado el shock inicial hasta me resulta
gracioso que el poli buenorro y cabrón viva con Einar. Por otro lado, está Nate, que…
¡Dios! ¿Cómo se puede estar tan bueno? Este piso es como el Valhalla de los
buenorros, es un hecho.

Para empezar su estilo es único: se nota que es mucho más elegante a la hora de
vestir que Einar o Diego. Ahora mismo por ejemplo lleva un pantalón de tela y un polo,
y son solo las siete de la mañana, lo que me hace pensar que es pulcro y organizado.
Además, tiene esa piel tan morena y tan… perfecta.

Durante un momento me quedo mirando su tez y envidio su cutis. Sus ojos son
casi negros y su cabeza está rapada al uno, como mucho al dos. Tiene barba, los labios
mullidos y comestibles a más no poder y una nariz perfecta. Lo miro tanto que acaba
por sonreír con picardía, consciente de que le estoy dando el repaso de su vida.

Ojo, que yo con mi vikingo estoy muy feliz, pero es que este es todo lo contrario.
Uno es blanco como la leche y este tiene la piel oscura propia de su raza, aunque se
nota que es afroamericano porque de tez es más bien mulato. Sé de dónde es porque
me lo ha contado Einar, que desde anoche me ha hablado mucho de sus dos íntimos
amigos.

También me ha hablado del energúmeno de Diego, pero por más que me diga
que es un gran tío y que no entiende por qué conmigo se pone así yo no le creo. Para
mí es un chulo, egocéntrico, prepotente y folla mal. Tiene que follar mal para cargar
todo el santo día con esa mala hostia.

—Tienes el poder de sacarlo de quicio y te aseguro que no es algo que se vea


todos los días.

—¿Perdón? —pregunto saliendo de mis pensamientos y atendiendo a Nate.

—Diego. Me gustaría decirte que es un gilipollas para que te quedaras más


tranquila, porque se ve que es lo que piensas, pero siento decirte que solo tú consigues
que se ponga así.

—¿Así como? ¿Repelente? ¿Imbécil? ¿Tonto del culo?

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Nate se ríe, porque le parezco adorable, lo sé, esas cosas se sienten. Me ofrece
una taza de café y espera a que dé un sorbo antes de hablar.

—Lo creas o no, es un gran tipo. Supongo que por el motivo que sea no habéis
encajado.

—Motivos, en plural. Para empezar, me ha multado dos veces y sé que está


deseando repetir.

—Bueno, si mal no recuerdo en las dos tenía motivos, ¿no?

—Puede, pero además se portó como un chulo.

—¿Y no le diste motivos?

—¿Qué insinúas?

—Nada, cielo, solo que por lo poco que veo no tienes problemas para dejar clara
tu postura y me imagino que tendrías una postura con respecto a esas multas.

—Y tanto que sí. —Cuadro los hombros y alzo la cabeza, muy digna yo—. Puede
que yo no fuera un deshecho de amabilidad y aparente cordura, pero él fue peor.

—Ya… —Nate sonríe y se encoge de hombros—. En realidad, a mí me divierte,


así que no te preocupes.

—¿Te divierte que nos llevemos mal?

—Me divierte que haya dado con alguien capaz de joderle el día con un simple
«Buenos días».

—No sé si ese mérito me gusta o no. ¿Me estás diciendo que soy repelente?

—No. De hecho, creo que eres bastante adorable.

Me río encantada y acabo de desayunar antes de volverme a la cama. Cuando


entro en el dormitorio

Einar duerme, tiene la sábana arremolinada en las caderas y puedo ver algo de
vello púbico rubio asomar, además de su erección matutina. Sonrío para mí misma y
decido que es hora de arrancar el día con buen pie.

¡Ay, qué contenta estoy de tener un vikingo todo para mí!

80
Han pasado casi tres meses desde que empecé a salir con Einar y estamos mejor
que nunca. La verdad es que todo sería perfecto si mis hermanos no dejaran de dar la
lata con que quieren conocerlo.

Llámame rara pero no me apetece nada meterlo en familia. No sé, quizá es


porque en el fondo yo a Einar no lo considero un novio serio, ya sabes, de esos para
toda la vida. O sí, es que no lo sé. ¡No tengo ni idea! Por un lado, está el sentimiento de
excitación que me recorre en cuanto lo veo, que es muy bestia; por otro está el hecho
de que ha resultado ser un vikingo muy tierno y atento conmigo y por otro lado lo
echo mucho de menos cuando pasamos varias horas sin estar juntos y eso que
trabajamos en el mismo turno. Cuando pienso en todo esto y más me convenzo de que
sí estoy enamorada, pero luego leo alguna novela romántica, o veo alguna peli y… Y yo
no pierdo el mundo de vista cuando él está cerca. No sé, quizá las novelas y las pelis
están sobrevaloradas. De hecho, creo que eso es muy posible. El amor de verdad no
tiene por qué ser tan intenso y desbordante como lo hacen parecer. A veces puede ser
sereno como un mar en calma; incluso como un lago en su quietud.

Además, que la gente que se enamora tan a lo loco acaba mal y si no que se lo
digan a las actrices de telenovela. ¡Menudos calvarios pasan! No, yo no quiero eso para
mí, yo prefiero un amor como el que tengo con Einar, que es de esos que no hacen
daño nunca. Discutimos, claro, pero por chorradas que se arreglan de inmediato.

El caso es que yo todavía no estoy segura de presentárselo a mis hermanas y


hermano, pero no soy tonta y el tiempo se me está agotando. Además, ¿qué tiene de
malo? Sé que Einar no se opondrá, porque a él todo le va bien. El vikingo es muy dulce
y muy pachorra. Suele darle lo mismo ocho que ochenta la mayoría de las veces.

No debería dudar tanto porque, además, estamos bien juntos. ¡Estamos tan bien
que hasta me he planteado empezar a pensar en grande gracias a sus consejos! Hace
tiempo, cuando empezamos a salir, le conté que trabajar de zombi me gusta pero que,
si pudiera elegir, me encantaría montar una tienda de disfraces, complementos y
artículos de broma. Sé que suena infantil, pero yo sueño con estar detrás de un
mostrador mientras un montón de niños cabrones compran globos de pedorretas
para ponérselo a la profesora en el sillón cuando no se dé cuenta. O vender sangre
falsa y dedos sueltos, ojos saltones de cristal, serpientes que parecen de verdad y no lo
son, caretas peludas… ¡Si la tuviera sería más feliz que un guarro en un charco!

Cuando se lo conté a Einar, en vez de reírse me miró muy serio y me dijo que
debería luchar por conseguirlo y, aunque al principio lo tomé por loco, más tarde
empecé a darle vueltas al tema. ¿Y por qué no? En mi urbanización hay un montón de
niños, en serio, un montón. Se ve que las familias más procreadoras del país están

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todas en el mismo sitio porque las hay que tienen hasta seis hijos, como los Sanz. Y por
si fuera poco tienen un chucho y una tortuga. Lo sé porque a veces los he visto
pasearlo. Al chucho, no a la tortuga; eso habría sido súper raro.

En mi urbanización los niños y los perros se tienen como si fueran gratis. ¡Si
hasta Lerdisusi y su hermana tienen uno! Y nosotros no tenemos mascota porque Alex
dice que si queremos un ser vivo peludo abandonemos la depilación y asunto resuelto.
La mujer que se lleve a mi hermano será muy afortunada –

insertar aquí un montón de ironía–.

Pero a lo que vamos es a que quiero montar una tienda de disfraces y estoy casi
decidida a hacerlo.

Solo me falta un detallito de nada: el dinero. Lo sé, lo sé, puede parecer un


drama, pero tengo un plan que

consiste en jugar al euromillon todo lo que pueda. He vuelto a creer en Dios solo
para rezar y pedir suerte y he obligado a Einar a que rece a todos los dioses vikingos,
que son muchos, así que tengo más probabilidades que cualquier españolito medio.
¿Verdad? ¿Verdad? No es patético. No lo es. Para nada.

No le he contado mi plan a nadie porque sé que los envidiosos de mis hermanos


se reirán de mí: no soportan que triunfe en la vida.

Sin embargo, sí que conocen mi sueño y a ninguno le parece raro que quiera
hacer esto, porque me quieren y saben que no tengo remedio. ¡Hasta mi padre se lo
tomó a bien! A ver, yo también me pongo en el lugar del hombre y me imagino que
pensará: de cuatro, uno es bombero, otra abogada, otra asistente social… y luego está
Julieta. Oye, tres triunfos de cuatro está muy bien y debería sentirse orgulloso.

A todo esto, Einar se ha empeñado en hacerme un estudio de mercado y yo lo


dejo, porque él es feliz con sus números y sus cosas y porque así no me da la lata, que
cuando dice de ponerse pesadito no veas.

La conclusión a la que ha llegado es que necesito así, a ojo, quince mil euros para
empezar. A mí me parece una burrada, pero él ha calculado gastos de alquiler de local,
papeleo, mercancía y yo que sé cuántas cosas más.

La verdad es que es un pastón y soy consciente de que parece imposible


conseguirlo, pero como ya he dicho he dejado este asunto en manos divinas y el
futuro. Voy a limitarme a ver la vida pasar mientras me llega así, como caído del cielo.
Muchos dirán que no es la mejor opción, pero como no he pedido opinión de nadie…

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Además, mi vikingo se ha ofrecido a prestarme un poco de dinero y me ha
aconsejado que pida el resto a mis hermanos y mi padre, pero yo paso. Nuestra
relación ya es lo bastante intensa sin prestamos gordos de por medio, como para
sumar esto. A Esme por ejemplo le jode lo que no imaginas hasta comprarme
tampones y que no se los pague, imagina si le pido quince mil euros así, por la cara.
Igual estalla en carcajadas… Bueno, no, el de las carcajadas sería Alex; Esme se
limitaría a elevar una ceja, mirarme como si hubiera perdido la cabeza del todo e
ignorarme. Podría pedírselo a Amelia y me lo prestaría, si los tuviera, que no es el
caso, así que de poco me vale.

En todo esto y más pienso mientras estoy en el sofá tocándome el ombligo, de


manera literal, cuando Alex entra dando un portazo y con los ojos haciendo chiribitas
de emoción. Trae un notición, lo sé. Lo presiento. Alex solo pone esa cara cuando algo
es muy importante.

—¿Dónde están Esme y Amelia?

—Esme en su habitación, que no tardará en acostarse y Amelia en la cocina. ¿Qué


pasa?

—Ahora os lo cuento a todas. ¡Chicas! ¡Chicas!

Sube las escaleras y oigo cómo abre la puerta de Esmeralda, igual que oigo a mi
hermana gritarle por no llamar. Ah, las viejas buenas costumbres…

Amelia entra en el salón alertada por los gritos y le señalo el sofá a mi lado.

—¿Reunión improvisada por Alex? Debe ser importante.

—Más le vale, porque necesito descansar bastantes horas para estar bien
mañana en mi juicio —dice Esme mientras baja las escaleras de mala gana.

—Son las diez Esme, joder —contesta mi hermano detrás de ella—. Además,
cuando sepáis lo que tengo que contar no os importará que os haya sacado de la cama.

—¿Qué ocurre? Deja la intriga ya. —Amelia lo mira expectante—. ¿Es algo
bueno?

—Y tanto. Venga Esme, siéntate.

Ella lo hace a desgana y cuando por fin está acomodada las tres centramos
nuestra atención en Alex, que se sienta frente a nosotras en la mesita baja y nos mira
una a una a los ojos con expectación.

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—Deja de hacerte el interesante y suéltalo ya —digo.

—Vale, vale. ¿A que no adivináis qué ha encontrado Lolo en la calle de la tienda


de Chinlú? Justo en

la acera de enfrente. —Nos quedamos en silencio, expectantes—. Agarraos las


bragas, señoritas, que vienen curvas: un boleto de lotería premiado con cincuenta mil
euros.

—¡La virgen! —exclamo y soy la única porque Esme y Amelia se han quedado
lelas con la noticia

—. ¿Y así, de gratis?

—Como te lo cuento, pero lo mejor no es eso. Lo mejor es que Chinlú estaba


barriendo el aparcamiento y también reclama el premio y Antonio Sanz, que estaba
saliendo de la tienda con los críos también. Poco después llegaron Conchi y Eugenio,
que cuando averiguaron lo que pasaba han dicho que ellos también tienen derecho
porque si el premio estaba en el suelo es de todos.

—¡Madre mía! ¿Pero es que estaba toda la urbanización en lo de Chinlú? —


pregunta Amelia.

—Pues casi y lo mejor no es eso. ¡Lo mejor es que como todos lo reclaman el
premio de momento no es de nadie!

—¿Cómo que no? —pregunto—. El premio es de quien lo encuentra.

—Ah, pero como había varios…

—Pues que se lo repartan y asunto resuelto —dice Esme. Claro, ella es abogada y
muy práctica.

—El caso es que al final Lolo y Chinlú han discutido tanto que han llegado al
acuerdo de que lo mejor es dejar el asunto en manos de la suerte. El boleto estaba en
el suelo y el suelo es de todos.

—¿De todos? —pregunta Esme esta vez mucho más interesada en el asunto.

—De todos. —Alex sonríe como el gato que se comió al ratón y sigue—. Van a
organizar una junta de vecinos para que se decida qué se hace con él.

—¿Cuándo? —Amelia también está interesada al máximo. Lógico por otro lado.

84
—En una hora, así que siento ser yo quien os moleste, pero a las once y media
hay reunión y, vosotras no sé, pero yo no pienso perdérmela.

Nos levantamos como si nos hubiesen metido dinamita y mecha en el recto y nos
vestimos con lo primero que pillamos, a las prisas. ¿Qué quiere decir que el destino del
boleto se decide entre todos?

¿Que tenemos opción de pillar algo? Ay, ay, que al final tanto rezar servía de algo.
¡Cuando hay tanta beata junta en misa es por algo!

A las once y media estamos en el punto de reunión de siempre, o sea, en el bar de


Paco. Él siempre se encarga de poner las mesas ordenaditas para que quepamos todos
y nos cobra las cervezas más baratas en las noches de reunión, así que merece la pena
venir, aunque solo sea por beber a buen precio.

Entramos y me sorprendo al percatarme de que está todo abarrotado. Por lo


general a estas reuniones viene todo el mundo rezongando y en invierno más, pero
oye, cuando hay dinerito por medio el asunto cambia. Si es que don billete tiene
mucho poderío…

Nos sentamos y después de un rato de escuchar al presidente de la comunidad


decir chorradas que a nadie le interesan vamos a lo principal: el dinero del boleto
encontrado. La cosa empieza regular, porque Lolo está muy indignado y es que él se
agarra a eso de «El boleto es del que se lo encuentra» como a un clavo ardiendo. Yo lo
entiendo, porque haría lo mismo en su situación, pero como estoy al otro lado pienso
que ya le pueden ir dando por donde la espalda pierde su bendito nombre, porque ese
dinero no se lo va a quedar solo él.

Discutimos, gritamos y Conchi me da un pellizco en un intento por hacer


hincapié en su postura.

¿Pero esta señora por qué cae siempre a mi lado? Tiene como setenta años y una
mala leche que ya la quisieran los dictadores. Su marido, Eugenio, es un bendito que
vive para decir a todo lo que dispone Conchi que sí, que sí, que ella manda. El pobre
pensará que para lo que le queda en este mundo mejor no estar a malas con la
parienta, no sea que la palme ella antes y esa es capaz de venir del más allá para
hacerle la vida imposible por haber osado llevarle la contraria. ¡Menuda es!

—¡Silencio todo el mundo! ¡Ya no quiero escuchar a nadie más!

Paco da un par de palmetazos en la barra de madera y todos le miramos, porque


cuando Paco habla es como si hablase la máxima autoridad y eso que no es el
presidente de la comunidad ni nada, pero tiene una barriga que en una mujer pasaría

85
tranquilamente por un preñado de quintillizos, un bigote enorme y blanco y una
mirada de esas de «Cuidadito con lo que haces que te reviento de un manotazo». Y eso,
quieras que no, impone.

—Dale Paco, pon orden como tú sabes. —Ese es mi hermano, que a pelota
cuando quiere no le gana nadie.

Paco se pone en el centro y espera que el silencio se haga. Sabe que tiene nuestra
atención y disfruta con ello, se le nota. Jo, qué guay tiene que ser estar en la piel de
Paco, que es como Chicote, pero en mejor, porque tiene bigote y por lo tanto es más
valiente. Hay que ser muy valiente para tener esa barriga, ese bigote y salir a la calle
sin complejos. O será que yo tengo muchos y estas cosas levantan mi admiración.

—Vamos a ver, esto es muy fácil: el premio no es de nadie en concreto, así que
hay que asignárselo a alguien. Si lo repartimos entre todos no nos da a nada, así que lo
mejor que podemos hacer es sortearlo.

—¡No voy a sortearlo! —exclama Lolo enfadado—. ¡Yo lo encontré!

—En un sitio que no te pertenecía, por lo tanto, no tienes nada —continua


Paco—. ¿No queréis sortearlo? —La mayoría negamos con la cabeza y él gruñe y
arruga la nariz, como pensando en algo.

Debe funcionarle el gesto porque a los segundos vuelve a hablar—. Entonces


todo el que lo quiera tendrá que ganárselo.

Ahí todos murmuramos palabras de incomprensión y al otro lado del bar veo a
Lerdisusi cuchicheando con su hermana. Lleva puesto un pantalón corto… en invierno.
Esta muchacha es que no riega bien, de verdad te lo digo. Estoy tan absorta
repasándola y sacándole fallos mentales que no me doy cuenta de que Paco ha seguido
hablando.

—¡Repite, repite! —exclamo—. Que estaba atenta a otra cosa.

Paco suspira, me mira mal y yo me acojono un poco, pero me obligo a


permanecer con la barbilla en alto.

—Decía que lo mejor que podemos hacer es organizar algo en lo que


participemos todos y tengamos las mismas oportunidades de ganar el premio.

—¡Un partido de baloncesto! —grita alguien.

—¡De futbol!

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—¡Un desfile! —Esto lo ha dicho Irene, la hermana de Lerdisusi, que anda justita
de cerebro también.

—¿Un desfile? —Esme se ríe sarcástica—. Sí, está Conchi, por ejemplo, para
muchos desfiles.

—Habla por ti, bonita, que yo estoy en lo mejor de la vida —dice la nombrada
picajosa, porque claro, a nadie le gusta que le digan vejestorio. Yo la entiendo.

—¡No haremos nada de eso! —Paco interviene de nuevo—. No podemos


limitarnos a una sola prueba porque entonces dependemos de una única habilidad.

—¿Entonces? —preguntan varios.

—Entonces habrá que hacer un popurrí: vamos a organizar la primera yincana


de invierno de Sin Mar –sí, mi urbanización se llama Sin Mar. El lumbreras que le puso
el nombre se debió quedar la mar de a gusto, nunca mejor dicho–. Haremos una
recopilación de pruebas y tendremos que superarlas por equipos, así todos tendremos
la misma oportunidad de ganar. El que se alce vencedor se llevará el boleto premiado.
¡El que esté de acuerdo que levante la mano!

—Espera, espera, espera —dice Esme—. ¿Cómo van los equipos? ¿Los elegimos
nosotros? ¿Hay un máximo? ¿Un mínimo? ¿Las pruebas de qué tipo son? ¿Hay edad
mínima o máxima permitida?

—Ya tenía que salir doña pegas —se queja Lerdisusi.

—Oye tú, a mi hermana ni la nombres —intervengo.

Ella no contesta, pero alza la esquina superior de su labio en un gesto de desdén


y me dan ganas de arrastrarla por el bar y después limpiar con su lengua la grasilla
acumulada debajo del extractor de la cocina de Paco.

—No nos liemos, por favor —dice Paco—. A ver, es muy fácil: no hay edades
máximas, ni mínimas.

Los grupos serán de… —Se queda pensando y alguien de los presentes le lanza la
respuesta.

—¡Máximo seis personas!

—Venga vale —admite Paco—. Máximo seis personas y mínimo dos.

—¿Y puede haber gente de fuera de Sin Mar? —pregunto pensando en Einar.

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—Sí, pero los de fuera no deben superar en número a los de Sin Mar en su grupo.
Es decir, si son seis no podrán ser más de tres.

Varios de nosotros asentimos, satisfechos con la respuesta y empiezo a pensar


de inmediato en las ganas que tengo de contárselo a Einar. ¡Esta puede ser mi
oportunidad! Si se une a nuestro grupo seríamos cinco y al dividir el premio yo me
quedaría con diez mil euros. ¡Casi tendría el dinero para la tienda! Al menos podría
empezar y estoy segura de que el resto podría conseguirlo de aquí y allí. De pronto
tengo unas ganas incontrolables de llamarlo, pero me contengo porque sé que estará
dormido, así que me sumerjo en la discusión que se está llevando a cabo para decidir
qué pruebas se pasarán en la yincana. El día elegido ha sido este sábado, no podemos
esperar para cobrar el premio así que cuanto antes, mejor.

Salimos del bar de Paco mucho después, ya de madrugada y, en cuanto entramos


en casa, nos miramos entre nosotros y es mi hermana Esme, la calculadora, fría y
despiadada abogada la que sonríe y me mira.

—Hermanita, es hora de que nos presentes a tu vikingo sí o sí, porque tenemos


una yincana que ganar.

Y por primera vez, sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo con ella.

88
10

Diego
Estoy en la cama con Susana, acabamos de hacer el amor y me está contando el
tema de la yincana de su urbanización. En el tiempo que llevamos juntos he podido
comprobar que Sin Mar no es una urbanización cualquiera. De hecho, ella suele decir
que es su pueblo y no me extraña, porque viven bastantes personas y está alejado de
la ciudad. El caso es que he podido comprobar otras veces que organizan muchísimas
cosas entre todos, como por ejemplo barbacoas… lo que me lleva a recordar las que he
presenciado este verano cuando mi chica me invitaba. La verdad es que ese ambiente
me gusta bastante, soy hijo de padres italianos y los dos son muy aferrados a la
familia, el sentimiento de unidad y demás, así que asistir a una barbacoa en la que los
vecinos tienen una relación más familiar y de amistad que de indiferencia como puede
pasar en otros sitios me atrae. O me atraía hasta que me di cuenta de que también en
esos eventos tenía que lidiar con Julieta, la zombi loca y novia de mi amigo Einar.
Como si no tuviera bastante con encontrarla en mi piso cada dos por tres. Además,
tiene la irritante manía de pasearse con alguna camiseta de mi amigo y nada más. Y
tan pancha, ¿eh? Y sí, vale que Einar es muy alto y ella un retaco, pero no tengo por
qué estar en tensión en mi propia casa pensando que en cualquier momento va a
resbalar y enseñarme las bragas, si es que lleva. No sería de extrañar. Lo de resbalarse
digo, porque es una patosa. Lo de que no llevara bragas tampoco me sorprendería una
barbaridad, la verdad.

El caso es que de buenas a primeras esta chica aparece hasta en mis peores
sueños. Está en las reuniones vecinales de su urbanización, cosa que es lógica, pero
también está en mi propia casa, e incluso la he encontrado alguna vez en el súper de
abajo comprando. ¡Y no me gusta! No me gusta nada encontrarla en cada rincón
alterando mi vida, porque la altera por mucho que Nate y Einar digan que no
entienden en qué me perjudica a mí su presencia. ¡Me molesta y punto! Y así llevamos
ya tres jodidos meses.

_Total, que tienes que estar en mi equipo.

Salgo de mis pensamientos de pronto y miro a Susana frunciendo el ceño.

—¿Perdón?

—La yincana, el boleto de lotería… ¿Has oído algo de lo que te he dicho?

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—Sí, perdona cielo. ¿Pero es este sábado? Yo trabajo de tarde.

—¿Y no puedes cambiarlo? Diego te necesitamos. Irene y yo tenemos a nuestros


padres, pero no es lo mismo. Tú eres fuerte, ágil y…

—Cariño, a tu padre no le caigo bien.

—Bah, no le cae bien ningún hombre. No le gusta que salga con chicos, eso es
todo.

Bufo un poco, porque me parece un tanto ridículo que su padre se meta en lo que
hace su hija o no.

Desde que me lo presentó he notado que no le caigo bien, no sé a qué se debe en


realidad, porque Susana tampoco me lo dice, pero no me apetece en absoluto pasar un
sábado por la tarde jugando en una yincana codo a codo con él. Además, es el típico
imbécil que de todo entiende y va por la vida dando lecciones de cualquier tema, por
nimio que sea. No me gusta la gente sabelotodo y ese tío lo es. Y si su padre no es
santo de mi devoción, su madre directamente me repatea. Es una clasista y estirada de
cuidado y, cuando descubrió que mi padre es dueño de un restaurante italiano de
ambiente familiar sin grandes pretensiones, empezó a tratarme como si yo fuera
Leonardo Di caprio en Tinanic. Como si estuviera con su adorada hija por su dinero y
clase. Si supiera la buena señora la manera en que su hija pierde la clase conforme le
quito la ropa…

—¿Me estás ignorando otra vez?

Vuelvo a mirar a Susana y como no quiero decirle todo lo que estoy pensando me
limito a besarla con intensidad y colarme entre sus piernas, tumbándola en el colchón.

—Lo siento, estaba pensando lo mucho que me ha gustado que hicieras eso con
la lengua en mi…

—Céntrate. —Me corta, pero tiene una sonrisa traviesa en la cara, así que me
animo y sigo. Quizá a base de sexo olvide la tontería de la yincana—. Diego, hablo en
serio, no vamos a follar hasta que me prometas que harás lo posible por venir y unirte
a nuestro equipo.

Resoplo y me salgo de la cama frustrado. No me gusta nada que me ponga entre


la espada y la pared y, desde luego, odio que utilice el sexo para conseguir lo que
quiere porque no es la primera vez que lo hace, pero con Susana la cosa funciona así. O
hago lo que quiere, o me tiene sin follar el tiempo que ella vea necesario, lo que me
jode como no te puedes imaginar.

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Voy a decirle que no, que no quiero ir a la jodida yincana y que se olvide del tema
de una vez, cuando oigo una risita que ya conozco de sobra. Miro a Susana casi con
miedo, porque las veces que han coincidido en el piso el ambiente se ha vuelto tenso y
diría que hasta violento. Sabía que se llevaban mal, pero no era consciente de cuánto
hasta que vi a mi novia ponerle la zancadilla a Julieta cuando esta salía de la cocina
con una taza de café una mañana. Aquel comportamiento no me gustó en absoluto, e
iba a decírselo cuando la otra se giró, se sirvió otra taza y se la derramó enterita por
encima a Susana. Einar rio a carcajadas, lo que enfureció más a mi chica, pero tengo
que reconocer que en esta ocasión la venganza era justa. Al final fue Nate el que limpió
el estropicio y aunque dejó claro que no se pensaba meter ni ponerse de lado de
ninguna, yo sé que en su balanza Julieta pesa mucho más. Se nota, igual que se nota
que Susana no le acaba de convencer y eso, que debería joderme, en realidad no lo
hace.

Comprendo que mi chica puede resultar un poco cargante y, con acciones así,
todavía más, pero eso no exime a la otra de ser una pequeña bruja.

Una noche llegué de trabajar reventado, con ganas de dormir por lo menos diez
horas y me encontré con que Julieta había organizado una fiesta en nuestro piso. Me
hubiese incorporado encantado, si no fuera porque la jodida fiesta era de pijamas y la
invitada de más edad tendría unos doce años. Al parecer estaba haciendo de canguro
de varios niños de su barrio y como sus hermanos se negaron a tenerlos en casa, Einar
ofreció nuestro piso.

Lo peor no fue eso, lo peor fue que cuando intenté encerrarme en mi cuarto las
niñas comenzaron a gritar y antes de poder darme cuenta Nate y Einar me habían
obligado a sentarme con ellos. Al primero le pintaron las uñas de los pies y manos de
un rosa chicle bastante ridículo, más aún en su tono de piel oscuro; a Einar lo
maquillaron y le pusieron sombra de ojos púrpura con brillantina y a mí me pusieron
rulos en el pelo y una de ellas se empeñó en que tenía que ponerme los labios rojos
porque eran grandes, como los de Angelina Jolie. Mi boca no es así de grande y todavía
estoy decidiendo si el que lo pensara me ofendió más que otra cosa. La risotada de
Julieta no ayudó en nada a que me tomara bien aquello. El caso es que la noche acabó
con nosotros hechos unos payasos mientras la pequeña bruja nos hacía fotos con el
móvil a traición. Desde entonces me amenaza con subirlas a Facebook si «me pongo
más tonto de la cuenta». Si cuando yo digo que está loca y es un poco psicópata…

De vuelta a la realidad oímos una nueva carcajada de Julieta y, aunque pretendo


olvidarme de ello, Susana ya se ha puesto en alerta.

—¿Qué estará haciendo ahora? Esta es capaz de estar rompiendo mi bolso, que
anoche lo dejé en el sofá.

91
—No creo que…

No puedo decir más porque, por supuesto, mi novia ha decidido que es hora de
salir del dormitorio.

Se pone su ropa interior y el vestido de anoche tan rápido que me pregunto


cómo es posible que tarde tan poco ahora y cuando yo intento darle prisa antes de
salir se pase una eternidad delante del espejo.

Suspiro, me pongo un pantalón de deporte corto sin calzoncillo siquiera porque


mira… así ya está bien, salgo detrás de ella y me encuentro con Julieta y Einar en el
sofá. Bueno, el que está en el sofá es mi amigo; ella está sobre él, en sujetador y bragas
y con todo el pecho lleno de nata.

—Oh joder —susurro mirando a otro lado—. ¿Qué hemos hablado de practicar
sexo en las zonas comunes?

—Esto no es sexo —replica Julieta—. Es un juego. Estamos ensayando.

—¿Ensayando el qué? —pregunta Susana en un tono bastante borde—. ¿La


manera de comportarte como un pendón sin importar que mi novio pueda verte de
esa guisa?

—Tu novio me ha visto en ropa interior muchas, muchas veces, así que relaja,
Lerdisusi. —Antes de que mi chica pueda defenderse sigue—. Además, hija, que mi
biquini es más pequeño que este sujetador.

—Eso es verdad —admito, aunque sigo sin mirarla.

—¿Te pones de su parte?

—No joder, Dios me libre. —Río con sequedad y las miro porque total, si ella no
se avergüenza de estar así, yo menos—. Solo digo que es verdad que la he visto con
biquinis más pequeños. Y, de todas formas, ¿qué más da? Si ya sabes lo que siento
respecto a ella.

—No quiero que mi novio esté viendo a otra tía en ropa interior. ¡Y menos a esta
tía!

—Estoy aquí, ¿sabéis? —Julieta suspira de manera cansina, para joder y se pasa
un dedo por su propio pecho para llenarlo de nata y chuparlo luego. Es una
provocadora nata—. Como he dicho, estamos ensayando. Resulta que en la yincana de
este sábado hay un juego que consiste en atrapar la manzana con la boca y Einar dice
que no es muy bueno en esos menesteres.

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—¿Y para eso tienes que llenarte el pecho de nata? —pregunto.

—Imagina que la nata es el agua y mi pezón el rabo de la manzana. Susi, tú como


tienes dos espinillas en vez de dos tetas…

Einar estalla en carcajadas, ella también y yo procuro no reírle la gracia porque


Susana está mirándome mal y porque no quiero entrarle al trapo a la pequeña bruja.

—Tú tampoco es que tengas una barbaridad —replica mi chica.

—Cierto. —La apoyo, porque es lo correcto, pero encima parece caerle mal.

—¿Cómo que cierto? ¿Te has fijado?

—¿Qué? ¡No! —exclamo ofendido y cuando eleva las cejas me defiendo—. ¡Se
pasea por aquí en

ropa interior! Simplemente he sido consciente de que no es una pechugona, nada


más.

—Uy, uy, tu amigo me mira las manzanas, vikingo.

—No me extraña. Son unas manzanas preciosas.

Miro a Einar y flipo. ¿Pero cómo puede tomarse tan bien todo esto? Este tío será
uno de mis mejores amigos, pero a veces no entiendo su pasividad. Es que parece que
todo le resbala, la verdad.

—En fin, mejor volvemos al dormitorio. —Susana tira de mi mano, pero antes de
que nos giremos vuelve a dirigirse a Julieta—. Aunque sí que te digo que no deberías
esforzarte tanto porque no vas a ganar esa yincana.

—¿Ah no? ¿Y quién va a ganarla? ¿Vosotros?

—Por supuesto, al menos Irene y yo contamos con nuestros padres. Tu madre


está muerta y tu padre pasa de vosotros…

Puedo ver el dolor en los ojos de Julieta un segundo antes de que lo enmascare
con una sonrisa ladina. Me sorprende sentir compasión por ella, pero es que Susana
no debería haber dicho eso. ¿En qué demonios piensa? Vale que sé que a veces puede
ser insensible, pero esto ha sido bastante cruel.

Además, según nos ha contado Einar su padre no pasa de ellos, solo está
disfrutando de un largo viaje por el mundo.

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—Para tu información, mi padre regresa el viernes —dice Julieta sacándome de
mis pensamientos

—. Así que no te preocupes que podrás saludarlo en persona y demostrarle que


sigues siendo tan hija de puta como siempre. Claro que es heredado…

Esta vez soy yo el que tira del brazo de Susana y la mete en el dormitorio casi a la
fuerza. En cuanto cierro la puerta mi novia estalla.

—¿Cómo puedes quedarte tan pancho después de que me diga algo así? ¿Dónde
está tu orgullo, joder? ¿Es que no te ofende que me hable de esa manera?

—Me ofendería si no fuera porque tú la has provocado antes.

Mi novia me mira con odio reconcentrado y alza la barbilla de esa forma altanera
y majestuosa que tanto me repele.

—¿Qué pasa? ¿Te estás encaprichando de la novia de tu mejor amigo, Dieguito?

—¿Pero qué coño dices, Susana? Mi novia eres tú.

—Pues no lo ha parecido. Deberías haberme defendido.

—Lo habría hecho si hubiese sido injusto, pero es que le has dicho algo muy
grave, joder.

—Y todo lo que ella me dice, ¿qué? —Voy a contestar cuando me corta—. ¿Es
que no te das cuenta de que desde hace ya tiempo todas nuestras peleas son por culpa
de ella? Nos está destrozando y te da igual.

—No me da igual. —Intento sonar calmado, pero estoy cerca de enfadarme de


verdad—. Ella no tiene la culpa de que a mí me parezca que te has pasado. Si hubieses
actuado así con cualquier otra te lo habría dicho también.

—Ella te gusta.

—Oh joder, otra vez.

Me siento en la cama porque este tema lleva tres meses jodiéndome cada vez
más. Susana está empeñada en que siento algo por Julieta y ya no sé cómo explicarle
que primero: es la novia de mi amigo y segundo: lo único que siento por ella es tirria.
Me cae mal, me parece que es demasiado efusiva, demasiado charlatana, demasiado…
demasiado. ¡Pero Susana no lo entiende!

94
—¿Qué cojones tengo que hacer para que comprendas que todo eso solo está en
tu cabeza?

Ella me mira con sus bonitos ojos, se acerca a mí y se sienta sobre mi regazo,
obligándome a sujetarla.

—Compite en la yincana con nosotros. Si es verdad que su padre vuelve, su


equipo será fuerte y quiero que tú estés en el nuestro, demostrándole a ella y a todos
que me apoyas a mí.

—Eso es una tontería.

—No tanto… Einar competirá con ella.

—Susana…

—Hasta podemos decírselo a Nate, si eso te hace sentir más cómodo.

—No sé si trabaja el sábado por la tarde.

—Bueno, tú díselo y ya vemos, ¿de acuerdo?

Lo pienso un momento y aunque sé que voy a arrepentirme de esto, asiento,


porque estoy harto de que me eche en cara mi supuesta atracción por Julieta y pienso,
de la manera más inocente, que quizá así se quite esa tontería de la cabeza. No sé
cómo voy a convencer a Nate para que venga conmigo, pero si tengo que pasar por el
suplicio de estar toda la tarde en una yincana con los padres de Susana, la propia
Susana, Julieta y sus hermanos, prefiero tener a Nate de mi lado. Además, así veo de
primera mano cómo tratan los hermanos de Julieta a Einar. Me sigue preocupando que
mi amigo se enganche demasiado a ella y lo haga sufrir, así que puedo matar varios
pájaros de un tiro si me lo planteo bien.

El resto del día pasa más o menos en calma y por la tarde cuando estoy a punto
de llevar a Susana a

su casa, Julieta irrumpe en la habitación.

—Oye, que he pensado que como vas a llevar a Lerd… —Se interrumpe a sí
misma y pone los ojos en blanco—. Perdón, a Susana a su casa, podrías llevarme a mí
también y así Einar se ahorra el viaje.

—¿Tus hermanos siguen sin prestarte sus coches? —Ella se encoge de hombros
por respuesta. Lo cierto es que rara vez le prestan el coche y es mi amigo quien tiene
que estar recogiéndola—. De acuerdo.

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—¿Qué pasa aquí? —Susana entra en la habitación, puesto que estaba en el
baño—. ¿Qué haces tú en el cuarto de mi novio?

—Tranquilita fiera, que vengo a pedirle un favor y no sexual. A mí me gusta la


carne vikinga y voy bien servida.

—Julieta… —La reprendo con cansancio, porque esa no es manera y ella lo sabe.

—Vale, vale. He venido a pedirle a tu chico que haga el favor de llevarme a mí


también a Sin Mar.

—No.

—Pues él ha dicho que sí.

—¿Has dicho que sí? —me reprende mi novia.

—De todas formas tengo que llevarte. No me cuesta nada.

—¡No quiero que venga con nosotros! Que se vaya en taxi, o en metro, o
andando.

—Susana, por el amor de Dios, está a más de media hora en coche.

—¿Y?

Suspiro y decido no contestarle, porque estoy harto de esta situación; harto de


que mi novia se comporte como una hija de puta con Julieta; harto de que Julieta la
provoque para que salte; harto de tener que aguantarlas a las dos. ¡Harto de tener que
estar en medio siempre! Salgo del dormitorio, cojo las llaves del coche y oigo cómo
vienen detrás de mí. No voy a decir que el camino es un infierno, porque eso ni
siquiera empieza a definirlo. Cuando por fin las dejo en Sin Mar y salgo de la
urbanización tengo como un millón de motivos para darme a la bebida, los
psicotrópicos o cualquier cosa que me haga olvidarlas a ambas.

96
11

Cuando Diego se marcha me quedo mirando a Lerdisusi y pienso en cómo puede


estar con una tía así.

Vale que yo no soy ejemplo de nada, pero es que ella es frívola, altanera y cruel.
¿De verdad le gusta todo eso? No sé si es porque estoy dolida por lo que ha insinuado
de mi padre, o porque en el fondo el pobre bastardo me da pena, pero pienso que él es
más inteligente y vale para algo más que para estar con una tipa así.

Entro en casa y decido llamar a mi padre. Lo último que sabemos de él es que


está en Irlanda. Su crucero acabó, porque los cruceros eternos no existen y él decidió
recorrer puntos concretos antes de volver a casa porque dice que es el momento de
tener aventuras. Y me parece bien, conste, pero ahora mismo necesito coger el
teléfono y hacerle jurar que en realidad no está huyendo de nosotros.

—Hola cariño —contesta al segundo tono—. ¿Ocurre algo?

—No. —Me pongo a la defensiva—. ¿Tiene que pasar algo para que quiera
llamarte?

—Claro que no, pero por lo general hablamos cada dos o tres días y ya lo hicimos
ayer.

—Oye, si quieres cuelgo y vuelvo a llamar dentro de dos días.

—No hace falta —dice él obviado mi mal humor—. En dos días estaré ahí
achuchándote mucho para que se te pase el mal genio.

—Yo no estoy de mal genio —refunfuño.

—Ajá, vale. Mejor háblame de tu vikingo, anda.

—Ay papá. —Me río de manera tonta y se me olvida lo de Susana, porque


acordarme de Einar me pone de buen humor—. Es un gran chico, estoy deseando que
lo conozcas.

—Créeme cielo, yo también estoy deseando conocer al tipo que ha conseguido


que mi niña se enamore.

—Bueno a ver, enamorar, enamorar, tampoco. Danos tiempo.

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—¿No afirmas estar enamorada?

—Einar me gusta mucho.

—Eso no es amor.

—Eso llega con el tiempo, papá.

—O no… Yo me enamoré de tu madre el mismo día que la vi.

—¡Pero si siempre nos cuentas que al principio os llevabais a matar!

—Sí, era el encanto de nuestra relación, pequeña. —Suspira y sé que está


recordándola—. ¿Sabes?

Lamento mucho que no esté viva. A veces pienso que no haber tenido madre os
ha vuelto más… fríos.

—Pero ¿qué dices? No somos fríos. Bueno Esme sí, pero Tempanito es así desde
siempre.

—No la llames así, Julieta. El caso es que pienso que en el amor sí sois los cuatro
demasiado desconfiados y fríos. Me alegra que al menos tú tengas una relación seria
por fin.

Frunzo el ceño, porque no quiero decirle que a mí Einar me gusta mucho y que
sí, es mi novio, pero no pienso en boda ni mucho menos. A ver si va a venir con ganas
de tener nietos y esas cosas para no aburrirse y no estoy yo muy por la labor.

—Mejor cuéntame qué tal el viaje.

—Bien cielo, muy bien. Tengo muchas cosas que contaros. Estoy deseando veros.

—Y nosotros a ti.

Conversamos un rato más, me cuenta todo lo que está haciendo, la gente a la que
está conociendo y que trae un montón de regalos para nosotros y yo me siento mejor,
porque será una tontería, pero qué hondo me ha llegado lo de Lerdisusi. Cuando
cuelgo por fin estoy mucho más tranquila.

98
Hoy el día ha amanecido lluvioso, lo que es un rollo porque mañana es la yincana
y no quiero ni pensar en lo que esto va a dificultar algunas pruebas. Solo espero que
corte a tiempo y el cielo se guarde el agua para el lunes, por ejemplo. Qué bonito me
ha quedado eso. Cuando quiero soy una poeta.

Bajo a la cocina y saludo a Amelia, que sonríe; a Alex, que también sonríe y a
Esme que, ¿adivina qué? ¡Sonríe! Es como un pequeño milagro y cuando se lo digo me
gano una colleja.

—Te libras de otra porque el avión de papá llega en dos horas y estoy tan
contenta que no me apetece tenerla contigo.

Pongo los ojos en blanco, pero me río, porque yo también estoy muy contenta.
Por fin es viernes, por fin llega nuestro padre y por fin mañana es la yincana.

—¿Estás nerviosa? —pregunta Alex.

—¿Por la vuelta de papá? Un poco.

—Me refería a la yincana. Si mañana ganamos podrás montar tu tienda, por fin.

—Sí, o al menos empezar a planearlo —dice Amelia—. Ojalá lo consigamos.


Quiero que todos en esta casa trabajemos en lo que nos gusta.

—Y yo soy la única que no lo hace, ¿no? —Los tres me miran con comprensión y
yo hago una mueca

—. Os agradezco que no os riais de mi idea.

—Es una buena idea —dice Esme—. En este barrio la gente adora tener hijos. No
es el trabajo que yo escogería, desde luego, pero no dejo de reconocer que desde un
punto de vista objetivo la idea es factible.

De verdad que el día que esta mujer diga las cosas sin parecer una estirada le
doy un premio. Estoy por contestarle alguna de las mías, pero los nervios no me dejan
así que lo dejo estar. Desayunamos y vamos los cuatro juntitos al aeropuerto como
buenos hermanos. Una vez llegamos nos informamos en los paneles de que el vuelo
llega con un poco retraso así que nos disponemos a esperar.

—Por cierto, ya tengo ganas de conocer al vikingo —dice Amelia—. Me parece


una tontería que hayas esperado a que llegue papá para presentárnoslo a todos al
mismo tiempo. Si lo hubieses traído a casa antes te habríamos echado un cable cuando
esta noche lo interrogue de mala manera.

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—Dudo mucho eso. Si acaso habríais aprovechado para disfrutar más de que
papá me avergüence delante de él.

—Yo pienso sugerir que saque el álbum de cuando eras pequeña. Hay una foto
en la que estás sentada en el orinal que no tiene desperdicio. —Alex se ríe de su
propia gracia, porque espero que eso sea una gracia.

—Eres imbécil —suelto sin más.

Él alza las cejas, sorprendido de que no le replique con algo más elaborado, pero
es que estoy nerviosa y no soy capaz de pensar mucho. Entre las ganas de ver a mi
padre, que esta noche conozca a Einar y que mañana es la yincana no tengo espacio
para pensar en un insulto ingenioso para Alex, la verdad. Esa suerte que tiene, el
mamón.

El avión llega, por fin, con casi una hora de retraso. Pero como ya está aquí y no
se ha caído al océano ni nada decido seguir de buen humor. Nos agolpamos detrás de
la barrera que hay frente a la puerta y miramos expectantes a los pasajeros que van
saliendo. Algunos llevan regalos en las manos, otros botellines de agua y un guiri va
liándose un porro. Ay, qué malo es el vicio, el pobre tiene pintada en la cara la
urgencia. Como cuando te da un apretón en medio del campo, que sabes que no te
queda otra que encontrar un árbol grande y ponerte detrás. Esa misma cara tiene,
pero lo suyo no es diarrea: es mono, se le ve.

Dejo de mirarlo porque por fin, a lo lejos, veo al hombre que me engendró
acercarse con paso firme y seguro hacia nosotros. Viste un pantalón de traje negro,
una camisa azul que le regalamos un cumpleaños y una sonrisa espléndida y antes de
que pueda llegar a alguno de nosotros, los cuatro nos hemos abalanzado como piojos a
una buena mata de pelo.

Nuestro padre ríe y se deja hacer, como siempre, mientras nos besa a todos,
incluso a Alex, que se pone muy machote, pero en realidad le gusta tanto como a
nosotras que nuestro progenitor esté en casa.

—¡No sabes cómo te hemos echado de menos! —dice Amelia llorando.

—La casa no es la misma sin ti —asegura Esme con una sonrisa.

—Tengo que enseñarte los nuevos arreglos que he hecho al coche. —Ese es mi
hermano.

—¿Me has traído un regalo de comer o de adorno?

100
Todos me miran y me encojo de hombros. ¿Qué? Cada quien pregunta lo que le
da la gana, digo yo.

—Sigue en su línea —dice Alex a mi padre, como si necesitara aclaración.

Y mi padre va y se ríe, lo que me sienta muy mal, pero como luego me abraza y
me da un montón de besos se me pasa. Eso, y que he vislumbrado una bolsa con un
montón de kinder de esos gigantes de aeropuerto dentro. Regalo de comer, mmmmm,
qué bien me entiende este hombre.

Cuando alzo la vista me encuentro con los ojos oscuros y grandes de una mujer
morena y llamativa.

Lleva unos botines de tacón alto preciosos y carísimos que me encantan, unos
vaqueros y un jersey de lana que debería quedarle peor de lo que le queda. Frunzo el
ceño de forma automática, porque está muy cerca de mi padre, pero quiero pensar
que igual se ha perdido y no sabe cómo salir del aeropuerto.

—Chicos, me gustaría presentaros a alguien.

Mi padre se hace a un lado y pasa un brazo por los hombros de la extraviada,


acercándola a su cuerpo y besando su cabeza. ¿Por qué besa su cabeza? Espero que
sea porque le da pena que se haya perdido, aunque ella sonríe y pone una mano en su
pecho. Podría haberme inventado algo para esa acción, pero los ojos se me van al
anillo que luce y los pelos se me ponen como escarpias.

—¿Papá…? —pregunta Esme y sé que está sintiendo exactamente lo mismo que


yo.

—Ella es Sara y viene conmigo.

—¿Por qué? ¿Es una sin techo que necesita cuidados? ¿Cómo un perro
abandonado, pero en mujer?

Sara lejos de ofenderse se ríe y mira a mi padre con una mezcla de dulzura y
adoración que me resulta incómoda.

—Tenías razón con lo de Julieta.

Vale, primero: ¿Qué quiere decir eso? Tengo que estar más atenta acerca de lo
que habla y piensa mi familia de mí. Segundo: tiene un ligero acento americano, pero
pronuncia el español a la perfección.

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—Sara no es ninguna sin techo y te pido por favor que te esfuerces por conectar
tu cerebro con tu boca, aunque solo sea hoy. No me gustaría que saliera corriendo el
primer día.

—Que anillo tan bonito… —Todos miramos a Amelia, que observa la mano de
Sara—. ¿Es… tuyo?

O sea, ya sé que es tuyo. ¿Pero es…?

—Lo que mis hermanas intentan preguntar, sin éxito, es si te has prometido con
nuestro padre. —

Menos mal que tenemos a Esme como portavoz.

Aunque todos esperamos que hable ella, es mi padre quien lo hace.

—Bueno, teníamos pensado contarlo en un ambiente más familiar y relajado,


pero es evidente que no vamos a movernos de aquí hasta que respondamos a eso. La
respuesta es: sí. Le he pedido a Sara que se case conmigo y ha aceptado.

—Pues en casa habitaciones de sobra no tenemos.

Ese es mi hermano, que como ya habrás visto alguna que otra vez, bajo presión
se vuelve gilipollas.

—Dudo mucho que Sara quiera dormir en una habitación distinta a la de papá —
dice Esmeralda, y

no sé de dónde saca la paciencia.

—Oh, claro, perdón, es que… Quizá debería conectar yo también mi cerebro con
mi boca.

Un silencio tenso sigue a esa respuesta y me doy cuenta de que de alguna


manera los cuatro nos hemos ido juntando hasta alejarnos un poco de mi padre y Sara.
Ellos están enfrente, mirándonos expectantes y nosotros intentamos hacer uso del
supuesto vínculo que deberíamos tener por ser cuatrillizos. No funciona, claro, y al
final como es de esperar cada uno reacciona a su manera. Esmeralda se gira y
comienza a salir del aeropuerto sin decir una sola palabra; Alex coge las maletas de
Sara y mi padre sin hablar, también; Amelia se adelanta y zampa dos besos a Sara así,
por la cara, y yo sigo aquí, plantada y mirándolos a los dos sin saber bien qué decir.

—Cariño, vayamos a casa —dice mi padre con suavidad.

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—Vale, sí, mejor, porque ahora mismo no tengo nada coherente que decir.

—Qué novedad —farfulla Alex.

Ni siquiera le contesto. ¡Fíjate si estoy flipando!

Nada más salir del aeropuerto nos encontramos con el primer problema:
Tenemos un coche de cinco plazas y con Sara somos seis.

—Es que como no dijiste nada… —Se justifica mi hermano—. Hemos venido en
el mío, que corre

más.

—Podemos apretarnos —sugiero.

—No, no, yo me voy con Sara en taxi —dice mi padre.

—De eso nada, el taxi es carísimo. —Esmeralda eleva una ceja y mira a Sara con
frialdad—. Si no te importa apretarte un poco…

—No me importa en absoluto —dice Sara.

La mujer se ve que no se quiere achantar bajo la presión a la que la estamos


sometiendo, pero yo a este plan le veo fugas. Más que nada porque el coche de mi
hermano es un turismo de cinco plazas y, por mucho que él se empeñe en toquetear el
motor como si fuera un entendido, sigue teniendo cinco plazas.

Lo miro y veo que él está pensando exactamente lo mismo que yo, pero como mi
hermana Esmeralda no va a dar el brazo a torcer, Sara tampoco y Amelia parece a
punto de sufrir un colapso nervioso, decido que lo mejor es que nos lo tomemos a
broma y salgamos del paso como sea. Total, ¿qué es media hora haciendo de sardina
enlatada con la prometida de mi padre a la que acabamos de conocer? ¡Nada! –mete
aquí otro puñado de ironía–.

—Yo mientras Alex conduzca y mi padre vaya de copiloto, bien. No quiero tener
refrote involuntario con ciertas partes de la anatomía masculina familiar.

—¡Julieta! —Ese es mi padre que, en vez de valorar mi esfuerzo por aligerar el


ambiente, parece mosqueado—. No es necesario decir esas cosas.

—Ay hijo, qué genio. —Miro a Sara y la veo sonreír—. Me alegra que te haga
gracia, porque vas a tener que enfrentarte a muchas cosas de estas.

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—No problem.

—En fin… —Esmeralda parece bastante tensa y es que no está acostumbrada a


que los planes le salgan mal—. Vamos, no quiero llegar tarde. Yo me pido ventanilla.

—Y yo —dice de inmediato Amelia.

Me encojo de hombros y ni corta ni perezosa le guiño un ojo a Sara.

—Eso nos deja a ti y a mí con un asiento y dos culos.

Ella ríe, se ve que le he caído en gracia y nos subimos en el coche. Si la teoría ya


era complicada, imagínate la práctica.

—Yo este plan no acabo de verlo —dice mi padre.

—Venga papá. ¿No vienes de vivir una aventura continua? ¡Esto para ti no es
nada! —exclamo.

Eso parece convencerlo y coge aire antes de mirar a Sara, subida entre mi regazo
y el de Amelia.

Tonta no es, porque a Esme ni se acerca.

—¿Estás bien, cariño?

—Perfecta —contesto y eso que sé que no se refiere a mí. Mi padre sonríe


dejando estar el tema y mira hacia adelante.

El camino es largo, tenso y en dos ocasiones Sara clava su botín en mi pie, con lo
que la cosa no mejora. Ella está incómoda, se lo noto, pero valoro que intente
aparentar tranquilidad porque a poco que alguien estalle vamos a armar el drama del
siglo. Estamos ya llegando a Sin Mar cuando mi hermano farfulla un insulto que no va
dirigido a nadie, o eso espero.

—¿Qué pasa? —pregunta mi padre.

—La poli —dice mirando por el espejo retrovisor.

Me giro y, en efecto, la poli viene detrás y tienen las luces echadas para que nos
paremos. Bufo, porque también es mala suerte que nos hayan pillado justo cuando nos
faltan diez minutos para llegar a casa. Alex aparca en el arcén y pone los cuatro
intermitentes, yo no quiero ni mirar atrás, por si de milagro se olvidan de que existo,
aunque no soy tonta y sé que la posibilidad es nula. El caso es que además de todo se

104
me ha asentado un nudo de sospecha en el estómago y cuando veo al poli de turno
agachar su altísimo cuerpo y asomarse a la ventanilla del conductor respiro tranquila,
porque no es él.

Solo faltaría que Diego tuviera que pillar a toda mi familia en estas
circunstancias y con la manía que me tiene, fijo que nos multa. Que también estamos
saltándonos la ley, vale, pero hay polis que saben comportarse.

—Buenas tardes. Espero que sepan que lo que están haciendo está prohibido y
es un riesgo para la circulación.

—Venga ya —farfullo.

El codo de Esme se clava en mi costado y gruño. ¿Y a esta qué le pasa? Yo solo


digo lo que es verdad; vale que lo que hacemos es ilegal, ¿pero qué daño puede causar
a la circulación que llevemos a la novia recién descubierta de mi padre encima? ¿Qué
al tener un accidente su tacón se clave en el ojo de alguien? Porque otro peligro yo no
veo.

—Disculpe, señor agente —dice mi hermano—. Hemos hecho un recorrido


bastante corto.

—No me importa lo corto que haya sido, lo que me importa es que están
haciendo algo del todo contraproducente. Si es tan amable déjeme la documentación
del vehículo y su carnet de conducir. —Mi hermano se lo entrega todo con diligencia—
. Un segundo, voy a comprobar los datos.

Se marcha al coche de policía y cuando pienso que ya nada puede ir peor, porque
está claro que van a multarnos, otro policía se asoma a la ventanilla, mira hacia atrás y
clava sus ojos en mí.

—No sé por qué al ver que era el coche de tu hermano tuve claro que estabas
metida en el ajo.

Pequeña bruja… No sabes cómo disfruto de mi trabajo en días como este.

Cierro los ojos y apoyo la frente en un brazo de Sara, tomándome todas las
confianzas del mundo porque total, va a ser mi madrastra, así que más le vale
adaptarse al drama que es mi vida casi a diario.

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12

Al final miro a Diego con una mezcla de indignación y altanería. Vale que
estamos haciendo algo ilegal, y vale que él es poli, pero no tiene derecho a decirme eso
de «pequeña bruja». ¡Odio cuando me llama así!

Y es a menudo, por cierto. Él se creerá que es ingenioso y todo, pero a mí en


realidad me dan ganas de abofetearle porque eso es un insulto. ¿Verdad que sí?

—Igual debería denunciarte por abusar de la placa —digo así, a lo chulo.

—¿Perdón?

—Julieta, cariño... —Mi padre intenta cortarme, pero no le hago caso.

—Que no tienes derecho a llamarme así nunca, pero mucho menos cuando vas
vestido de uniforme.

—En eso ella tiene razón. —Esmeralda se mete, porque es abogada y entiende
de esto, más que nada

—. Limítese a hacer su trabajo, señor agente.

Ay, casi me da la risa con tanta formalidad. En estos meses todos mis hermanos
han llegado a conocer a Diego más o menos. Por lo menos le conocen lo justo para
tutearlo, de tantas veces como lo han visto recoger y dejar a Lerdisusi en su casa.
Además, Alex incluso ha charlado con él un par de veces que estaba trasteando el
coche y se acercó para interesarse. Y Amelia, incomprensiblemente, se lleva genial con
él. Más de una vez mientras él esperaba a su novia, mi hermana se ponía a darle
conversación desde nuestro jardín. Aunque a Amelia no se lo tengo en cuenta porque
suelen caerle bien hasta las piedras.

La única que sigue saludándolo sin entusiasmo es Esme y, aunque es la más fría,
hasta ella lo tutea, así que me hace mucha gracia que ahora, de pronto, sea el «señor
agente», pero igual así le queda claro a Dieguito que no se debe pasar de la línea.

—Toda la razón, letrada —dice en tono jocoso—. En fin, vayamos a lo que


importa de verdad.

Y a continuación nos multa, así, porque sí. Bueno, a ver, porque sí tampoco, él
tiene sus motivos, pero ya me entiendes… El momento es tenso y para colmo cuando

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acabamos en vez de dejarnos marchar porque total, ya nos han multado, los dos polis
se empeñan en que una persona debe bajar del coche.

—¡Pero estamos en mitad de la carretera! ¿De verdad importa tanto? Nos


quedan diez minutos —

digo.

—Ni diez, ni cinco, ni dos. Está prohibido y punto.

Ese no ha sido Diego, sino su compañero y como lo ha dicho tan serio decido que
lo mejor es no discutir, que al final somos capaces de acabar con otra multa por
desacato.

—Me bajo yo. —Me remuevo mientras mis hermanas me miran algo
sorprendidas—. ¿Qué? Tienen

razón, no van a dejarnos y lo mejor es acabar de una vez. Además, soy la única
con zapatos cómodos.

Todos miran mis botas uggs y al final Esmeralda sale del coche para dejarme
sitio.

—Hija, voy contigo. —Mi padre empieza a quitarse el cinturón y me niego.

—Tranquilo, será un paseo.

—Pero está lloviendo cada poco y no tienes paraguas.

—Nosotros la acercaremos. —Miro a Diego un poco sorprendida y pensando que


está de broma, pero no, parece muy serio.

—No hace falta —digo muy digna.

—No nos importa —dice él—. Venga, vamos.

Estoy a punto de decirle que no, que yo me voy andando, pero la verdad es que a
pie es un trecho largo y con mi suerte seguro que la lluvia aprieta, así que dejo los
ataques de dignidad para otro momento y me subo en el coche de policía. Diego y su
compañero entran también; este último conduce así que me

dirijo al primero.

—Seguro que más de una vez has soñado que me metías aquí esposada.

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—No voy a negar que alguna vez te haya imaginado con esposas. —Sonríe con
picardía y frunzo el ceño.

—¿Eso ha sido una guarrada?

—Dios me libre.

—Compórtate, que tienes novia. Una cerda, bajo mi punto de vista, pero novia, al
fin y al cabo.

Su compañero pone cara de circunstancias y Diego me mira muy serio.

—Susana no es ninguna cerda.

—Es verdad, perdón, perdón, no es una cerda. —Él parece relajarse y yo sigo—.
Es una hija de puta.

Esta vez el compañero no puede contenerse el carraspeo, pero yo creo que


porque ha estado a punto de reírse. Diego también lo cree, porque lo mira bastante
mal y luego clava sus ojazos en mí. Sí, he dicho ojazos, porque una cosa es que nos
llevemos a matar y otra que yo no sepa ver lo buenísimo que está.

—No te pases, que todavía te vas andando.

—Y seguro que me dejarías. Si eres un mamoncete.

—Joder tío. —El amigo no se aguanta más y se ríe—. Tenías razón en todo.

—¿En qué tenía razón? —pregunto y luego miro a Diego—. ¿Vas hablando de mí
por ahí?

—Puede. Y haz el favor de ponerte el cinturón y sentarte bien.

No me doy cuenta de que me he puesto en el centro del asiento y me apoyo con


los brazos en sus reposacabezas.

—Quiero saber lo que vas diciendo de mí.

—Que eres una bruja, un grano en el culo y por lo general cada vez que abres la
boca es para soltar una parida. ¿Contenta?

—Seguro que también dijiste que estoy buena. —Antes de que Diego pueda
negarlo su compañero ríe y yo elevo las cejas—. ¿Lo dijiste?

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—No.

—¿Y por qué se ríe él?

—Porque es muy risueño. Y ahora ponte el cinturón, en serio Julieta, no me


hagas enfadar.

Resoplo, dejando claro que a mí que él se enfade o no me la trae floja y me pongo


el cinturón, pero porque no tengo más ganas de hablar con él. Ni con él ni con nadie.
De lo único que tengo ganas es de pensar qué va a pasar ahora en la casa, porque está
claro que Sara no viene solo de vacaciones. ¿Mi padre casado? Eso suena demasiado
raro. Y no, no es que sea una cría egoísta que no quiera su felicidad; simplemente no
entiendo a qué vienen las prisas por comprometerse tan rápido. Si la mujer esta le
gusta pues vale, que vivan juntos y ya está. ¿Hace falta pasar por el altar? ¡Que eso es
una cosa muy seria y muy definitiva! Además, ella no parece mala, pero tampoco
buena. Tendrá alrededor de cuarenta años, aunque se conserva genial y es muy guapa,
y me preocupa que mi padre, a sus cincuenta y dos años, pierda la cabeza. Tengo que
saber cuántos años exactos se llevan… Y sí, ya sé que en teoría la edad no importa,
pero en este caso yo creo que sí, porque igual esto no es más que una crisis de
madurez de mi padre.

—Te pareces a tu padre.

Salgo de mis pensamientos para mirar a Diego. Dado que me he sentado detrás
del asiento del conductor, puedo ver todo su perfil, porque sigue mirando al frente.
Está chupando una barra de regaliz y me doy cuenta de que muchas veces lo hace.
Parece enganchado a esas cosas.

—En realidad no mucho. Alex y Amelia se parecen mucho más. Esmeralda


también tiene su tono de

piel y su boca… Yo soy igual que mi madre.

—Yo creo que te pareces mucho a él.

—Pues todos dicen que no.

—Se equivocan. Tenéis la misma determinación en la cara.

Estoy a punto de contestar algo fuera de lugar, pero la verdad es que me gusta
que piense así. Puede parecer una tontería, pero es una putada vivir con tres
hermanos de ojos bonitos, dos de ellos azules y Esme verdes, mientras yo me quedo

109
con el papel de «normalita». Que Diego piense que yo también me parezco en algo a él
me hace sentir mejor, aunque no se lo digo, claro, no estoy tan loca.

—¿Tu madre es la que llevabas en brazos? —pregunta el otro—. Sí que te


pareces a ella también.

Clavo mi mirada en el reposacabezas de su sillón y después miro a Diego, que me


mira y se ríe entre dientes. No puedo remediarlo, me río también y contesto lo mejor
que puedo.

—Gracias, porque está muy buena, pero no, no es mi madre. Es la novia de mi


padre.

—Oh. Lo siento.

—Tranquilo, la verdad es que es muy guapa. Casi me halaga y todo. Y tiene unos
botines maravillosos. ¿Os habéis fijado? —Los dos niegan con la cabeza—. Hombres…
nunca estáis al loro de lo que de verdad importa.

—¿Lo que de verdad importa son los botines de la novia de tu padre? —


pregunta Diego.

—Pues sí, eso está en lo más alto de la lista. El segundo puesto se lo lleva el
hecho de que acabamos de conocerla y se ha plantado aquí para vivir y casarse con mi
progenitor.

—Vaya… —dice el otro poli.

—Tranquilo, no saber qué decir es lógico: yo estoy igual. De hecho, yo pensaba


que mi padre en el fondo estaba sufriendo por estar lejos de nosotros. A ver, que ya sé
que estaba en unas vacaciones interminables, pero yo que sé, puede ser que nos
echara mucho de menos o que necesitara meditar.

¿Quién me iba a decir a mí que lo que necesitaba era chuscar y enamorarse de


una morenaza así? Y

encima yanqui, que lo mismo hasta tiene pistola. Allí la pistolita te la dan con el
carnet de conducir a los dieciséis. —Suspiro con mucho melodrama—. Ahora tengo
que cargar con una madrastra, como Cenicienta.

—Sí que habla mucho, sí —masculla el poli que conduce y Diego ríe.

—Te lo dije. —Antes de que yo pueda protestar se gira y me mira—. Tú no te


pareces en nada a Cenicienta. Ella es dulce, buena y humilde.

110
—Yo soy súper dulce, súper buena y súper humilde.

—Sí, se te ve a simple vista. —Ríe, como si hubiese dicho algo la mar de


gracioso—. Oye, ya eres mayorcita para entender que tu padre tiene derecho a
rehacer su vida.

—Sé que tiene derecho, pero eso no significa que tenga que gustarme que vaya
tan deprisa, ¿no?

—No, en eso tienes razón.

—Pues eso… Y encima esta noche Einar viene a casa a conocerlos a todos.

—Einar se adapta muy bien a todo, ya lo sabes.

—Ya, pero piénsalo bien: un islandés, una americana y mi familia… Suena a


chiste malo.

Diego se ríe y me doy cuenta de que por primera vez estamos hablando sin
tirarnos los trastos a la cabeza. Quizá porque estoy demasiado trastornada con todo lo
ocurrido como para insultarlo por haber multado a mi hermano. Multa que, desde
luego, pagaremos entre todos.

—Intenta tomarlo con filosofía. Además, lo importante es que Einar se sienta


cómodo.

—Sí, eso es verdad. Total, espero que si follan en casa por lo menos lo hagan en
silencio.

Los dos se ríen y poco después llegamos a mi casa. Mi hermano mete el coche en
la parte trasera y a mí me dejan en la delantera. Bajo y cuando voy a despedirlos con
un gesto con la mano Diego baja del

coche y me acompaña hasta la puerta.

—Oye… Intenta llevarlo bien, ¿vale? Y descansa.

—Sí, porque encima está la jodida yincana… —Resoplo y me doy un manotazo


para quitarme un mechón de pelo de la cara—. Seguro que tu novia estará encantada
de utilizar todo esto para joderme.

—Venga ya Julieta… No es tan mala.

—No deberías confiar en ella, Diego, no es buena persona.

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—Qué curioso, ella dice lo mismo de ti.

Se ha puesto a la defensiva y aunque lo entiendo, me da rabia que no quiera ver


que si le advierto es por su bien, pero el capullo solo mira por los polvos que echa con
ella. Y ni siquiera parecen ser tan buenos a juzgar por los pocos gemidos que salen de
su habitación cuando todos estamos en el piso.

—Puede que tenga razón. Yo soy una perra, pero al menos lo reconozco sin
problemas. Nos vemos mañana… Espero que estés dispuesto a que te machaque.

—Y yo espero que duermas bien y no achaques tu fracaso al cansancio.

Me meto en casa después de hacerle un corte de mangas y oigo cómo se ríe, el


muy cabrón. Si es que encima disfruta metiéndose conmigo. ¡A él le gusta que lo
insulte! Se le nota mucho. Te digo yo que a este le va que le azoten y esas cosas,
aunque no lo diga.

Entro en casa y me encuentro con que todos están ya sentaditos en el salón. Mi


padre ha puesto seis botellines de cerveza en el centro de la mesa y en cuanto yo los
miro todos cogen uno, hasta Sara. Podría ponerme digna y decir que no quiero beber,
pero estaría mintiendo así que cojo el que queda y me siento entre Esme y Alex en el
sofá.

—Sé que estáis sorprendidos de que haya aparecido con Sara sin avisar —dice
mi padre—, pero espero que comprendáis que no podía contaros algo tan grande
como esto por teléfono. —Coge la mano de Sara, que está sentada en el reposabrazos
del sillón y entrelazan los dedos—. Nos queremos, hijos, y espero que aceptéis esto,
porque por fin puedo decir que soy feliz al cien por cien.

—¿No eras feliz con nosotros? —pregunta Amelia y se nota que está herida.

—Era feliz, mi amor, claro que sí, pero hay cosas que un hombre necesita aparte
del amor de sus hijos. Yo os adoro por encima de todo, pero necesito otro tipo de
amor, necesito lo que Sara me ofrece,

¿entiendes?

Amelia asiente y, en realidad, el resto también lo hacemos. A ver, no soy una


completa egoísta y puedo comprender que mi padre lleva veintiocho años solo. Habrá
tenido amigas, claro que sí, y sexo esporádico, estoy segura, pero no ha tenido una
relación seria en todo ese tiempo. Cuando mi madre murió al parecer se quedó tan
destrozado que ocupó todo su tiempo en cuidar de nosotros. Me imagino que, si criar

112
un hijo es difícil, criar a cuatro y pasando el duelo del amor de tu vida, ha de ser un
infierno.

La verdad es que yo no recuerdo a mi padre triste, pero claro, cuando por fin
tuve consciencia habían pasado unos años y él se manejaba más o menos bien. En
realidad, era nuestro héroe y para mí lo sigue siendo.

Puede que de primeras quisiera a mi padre solo y sin novia porque así solo está
pendiente de nosotros, pero la verdad es que entre un padre que siente que le falta
algo en la vida, y un padre completamente feliz… Bueno, no hay ni que elegir, ¿verdad?

—Entonces tenemos bodorrio… —digo por romper el hielo más que nada.

Sara me mira agradecida y yo consigo dedicarle una pequeña sonrisa, porque sé


que ella no tiene la culpa de que nosotros nos sintamos desconfiados. Esto llevará
tiempo, estoy segura, sobre todo hasta que nos convenzamos de que ella de verdad
quiere a mi padre y no pretende sacarle el dinero o algo así.

Claro que con el viaje que se ha pegado mi progenitor le debe quedar más bien
poco, así que mira, una cosa a descartar.

El resto de la tarde la pasamos conociendo datos superficiales de Sara que


puedan ayudarnos a cogerle un poco de cariño. Resulta que tiene cuarenta y seis años,
así que no se lleva tantos con mi padre, cosa que me alegra. Puestos a elegir prefiero
que tenga una novia de su tanda y no una de veinte años, como hay más de uno por
ahí. Además, es inteligente, porque al parecer vive de las inversiones en bolsa y la
gestión de algunos inmuebles que posee en Estados Unidos. Vamos, que recibe dinero
desde casa, sin hacer mucho y para eso hay que ser muy listo y haber currado mucho.
Nos enteramos de que es viuda, como mi padre y eso me ablanda aún más, porque
imagino que entiende el dolor que él pasó en su día.

—¿Tienes hijos? —pregunta Alex.

—No. —Sonríe—. Soy estéril así que, aunque quisimos, Steve y yo no pudimos
tener hijos. Tengo sobrinos, sin embargo y me encanta tratar con críos.

Todos asentimos y yo, además, pienso que debió ser duro enterarse de que no
podía tener hijos. O

no… ¿Quién sabe? Hay personas que no quieren tener hijos, ni aunque puedan y
yo lo respeto por completo. A mí sin embargo sí me gustaría ser madre y me imagino
que me costaría mucho asimilar una noticia como esa. Entre eso y que el marido
palmó, me ha ganado. Si es que soy una facilona.

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Al final el tiempo se pasa volando y cuando el timbre de la puerta suena me
percato de que es probable que sea Einar. Me pongo nerviosa de repente, porque
quiero que se lleve bien con mi padre y con mis hermanos. Voy a abrir la puerta y en
cuanto lo veo con su botella de vino, su precioso pelo rubio y sus gafas graduadas,
tengo ganas de encerrarlo en mi habitación y hacerle muchas cochinadas.

—¿Te has puesto las gafas porque sabes que me pongo tontorrona?

—Y porque parezco más serio.

Me río y lo hago pasar tirando de su mano. En cuanto nos plantamos en el salón


soy consciente de que Esme, Amelia y Sara lo miran con aprecio. Y digo eso, por no
decir que le dan un repaso importante.

Alex y mi padre se levantan y se presentan antes de que yo tenga tiempo de


hacer o decir algo.

—Así que tú eres el hombre que ha conseguido enamorar a mi niña…

Einar sonríe, pero está muy tenso y no es para menos porque la primera ya se la
ha dado en la boca.

¿Tenía mi padre que pronunciar la palabra «enamorar»? Lo hace todo tan serio,
tan… tan rotundo. Miro a mi chico, que pasa un brazo por mis hombros y aprieta mi
brazo con cariño y, de alguna manera, sé que acaba de adivinar el curso de mis
pensamientos e intenta tranquilizarme. Si es que es el hombre perfecto…

114
13

De entre todas las cosas que pensé que podrían suceder, no imaginé nunca que la
noche que presentara a Einar acabaría conociendo también a la novia de mi padre. De
hecho, pensándolo en frío, ha sabido hacerlo muy bien. De esta forma la atención de
mis hermanos se divide entre Sara y Einar. Si es que tengo un padre muy listo…

—¿Y qué hace un químico como tú trabajando en el parque de atracciones? —


pregunta Alex.

—Bueno, me salió la oportunidad y como necesitaba un trabajo acepté. La


verdad es que me divierto.

—Sí, pero dista mucho de lo tuyo —sigue Amelia.

—Sí, eso sí. —Se encoge de hombros y prueba un poco de la carne que hemos
cocinado—. Algún

día trabajaré mío. —«De lo mío», por si no entiendes el guiri de mi chico.

—La cosa está fatal —dice Esme y todos estamos de acuerdo.

Desde aquí la conversación gira en torno a la crisis de España, a cómo se vive en


Estados Unidos, información que ofrece Sara y, en definitiva, a temas que nos
mantienen entretenidos sin necesidad de intimar demasiado. Comprendo que con el
tiempo tanto Einar como Sara tendrán que integrarse en la familia, pero es un proceso
lento. No es que hayan caído mal, no, es que ahora mismo ni nosotros nos fiamos al
cien por cien de Sara, ni ellos se fían al cien por cien de Einar. Lo entiendo y no me
molesta.

¿Ves? Cuando quiero soy una persona madura.

Después de la cena mi padre saca los kinder y nos damos un lote importante de
chocolate mientras nos cuenta todo lo que ha visto en su crucero primero, y en su
viaje mochilero-romántico después.

—Irlanda es una maravilla, de verdad. Una tierra que invita al amor y a…

—No termines esa frase si es guarra —digo.

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—No por Dios. ¿Por qué siempre estás pensando en esas cosas? —Me reprende
mi padre.

Me encojo de hombros y siento la mano de Einar colocarse sobre mi muslo por


debajo de la mesa.

Lo miro de reojo y me pinzo el labio al ver su media sonrisa. Esa mueca solo me
la dedica cuando estamos en público y quiere acabar cuanto antes para poder
hacerme de todo… Y de pronto tengo mucha prisa por acabar con esta cena.

—Deberíamos dormir pronto si queremos estar descansados para mañana —


dice Alex.

Justo en ese momento caigo en la cuenta de que hoy no podré dormir con Einar,
porque no voy a meterlo en mi habitación la noche que lo conoce mi familia y no
puedo irme a su piso si quiero estar descansada mañana. Además, los grandes atletas
se privan de tener sexo antes de las competiciones, ¿no?

Pues yo lo mismo. Tengo una yincana que ganar y no puedo distraerme con los
placeres carnales.

—Sí, acompaño a Einar a la puerta y vuelvo.

Mi chico se levanta de la silla con gesto inexpresivo, se despide de todos con


apretones de manos y besos y cuando llegamos al porche me coge de la cintura y me
alza dejándome a su altura.

—¿No vienes?

—No puedo. Necesito guardar fuerzas. —Él hace morritos y me río—. Mañana te
lo compenso.

—He comprado una botella de champan para celebrar nuestro triunfo.

—Mmmm. Me gusta como piensas, vikingo.

—Vikingo quiere… —Me aprieta más y noto su erección.

—Pues te toca esperar, ya lo sabes.

Él sonríe, me besa los labios y me baja al suelo.

—Me gusta tu familia.

116
—Y tú a ellos. Antes de darte cuenta formaras parte de ella, ya verás. —Él se
queda en silencio un momento y no me gusta lo serio que se ha puesto—. ¿Ocurre
algo?

—Ahora que tu padre ha traído a Sara. ¿Sigo estando en el equipo? Como el


máximo son seis…

Frunzo el ceño al caer en eso. Es verdad que solo contábamos con mi padre, pero
no pienso sacar a Einar, que es un punto fuerte del equipo, para meter a Sara.

—Tú por eso no te preocupes, estás dentro del todo.

—Vale. Me vendría bien esa parte del premio…

Le entiendo bastante bien y sé que anda tan justo de dinero como yo así que me
da un poco de pena saber que ha pasado la noche pensando que su oportunidad de
estar en el equipo se iba por el retrete.

—Tranquilo. Mañana triunfaremos.

—Seguro. Me voy, tenemos que descansar de verdad… Pero mañana prepárate


para vikingo.

Me río, porque adoro cuando no dice bien las frases, y ese tonillo de guiri me
pone tonta. Lo beso una vez más y entro en casa para encontrarme con todos de nuevo
en el salón.

—Einar estará en el equipo —Le digo a mi padre, sin darle opción a réplica—. Es
alto, rápido, practica deporte y nos dará muchos puntos.

—Tranquila cielo, a Sara no le interesa demasiado jugar en la yincana.

—Dicen que hay una barbacoa después del juego —dice esta—. Puedo preparar
comida mientras vosotros competís.

—Bah, no hagas nada —dice Alex con soltura—. Mejor ven a animarnos y
cuando acabemos vamos

juntos a la barbacoa. Total, solo hay que coger la carne e ir.

—Podría hacer un pastel o…

—Qué va. —Amelia le hace un gesto con la mano para que deseche la idea—. Tú
disfruta.

117
Sara sonríe agradecida y me doy cuenta de que en el fondo para ella tiene que
ser difícil enfrentarse a los cuatro hijos de su novio. En realidad, hoy estoy de un
comprensivo que me sorprende hasta a mí.

Después de esa conversación charlamos un poco más, pero nos vamos pronto a
la cama. Ha sido un día de muchas emociones y tenemos que descansar. Amelia entra
en el dormitorio antes de irse a dormir y me ofrece una valeriana que acepto porque,
quieras que no, estoy nerviosa. Mañana puede ser el día en que consiga el dinero para
empezar mi gran sueño, así que me la trago y me tumbo en la cama. Por una parte,
quiero empezar a imaginar cómo será mi futura tienda y por otra no quiero ni siquiera
pensar en ello hasta que no tenga el dinero y la posibilidad real de llevar mi proyecto a
cabo. Al final, me duermo pensando en ello, pero sin querer, porque yo hasta para eso
soy una enrevesada.

Cuando amanezco lo hago con un manojo de nervios en el estómago. Salgo de la


cama y bajo las escaleras con una ansiedad que me carcome. Necesito a Amelia y un
par de esas valerianas suyas. Entro en la cocina y me paro en seco al ver el panorama:
mi padre se ríe junto a Sara mientras ambos cocinan algo en la encimera, Esmeralda se
toma su zumo de naranja natural mientras lee el periódico –En serio,

¿a qué hora se levanta esta mujer?–, Amelia tiene la misma cara y los mismos
pelos de loca que yo, gracias al cielo y Alex no ha aparecido aún.

—¡Hola cariño! —Mi padre es el primero en verme y sonreír—. ¿Cómo estás?


¿Lista para triunfar en la yincana?

—Creo que voy a vomitar —murmuro.

Todos se ríen, pero yo de verdad creo que estoy a puntito de echar la pota.
Amelia se levanta, me coge del brazo y me saca de la cocina para llevarme al salón y
sentarme en el sofá.

—Tranquila, es ansiedad. Voy a hacerte un poco de tila y verás cómo te pones


mejor.

—Dame una valeriana de esas, o dos.

—No cielo, no quiero que te atontes y no estás habituada a tomarlas.

—Estoy súper nerviosa, Amelia.

—A ver, es normal nena, es mucho dinero, pero tienes que pensar que esta
noche por fin tendrás la posibilidad de llevar a cabo tu sueño.

118
—Papá piensa que es una tontería…

Amelia sonríe y niega con la cabeza. Cuando mi padre supo de mis intenciones
con la tienda guardó silencio sin más, pero también es cierto que desde que supo lo de
la yincana me apoya al cien por cien y ni siquiera hace preguntas. Sabe para qué
quiero el dinero y le parece bien, o eso creo, porque si le pareciera mal me lo habría
dicho. Para eso en esta familia somos todos iguales y no podemos callarnos.

Dejo que me prepare la tila y cuando dan las nueve de la mañana todos estamos
un poco nerviosos, por no decir atacados. La yincana en realidad es por la tarde, pero
vamos a pasar la mañana organizando y montando las pruebas.

Llegamos al punto de encuentro, o sea, el bar de Paco y nada más entrar me


encuentro de frente con Lerdisusi, su hermana y sus padres.

—Hombre Javier, por fin volviste a casa. Un poco más y llegas para navidad. —
Ese es el padre de estas dos inútiles y me cae tan gordo como ellas.

—Bueno, ha sido un viaje largo y fructífero —dice mi padre mientras rodea por
la cintura a Sara—.

¿Todo bien?

—Sí, sí, como siempre. ¿Y ella es…?

—Mi futura esposa. Sara, te presento a Jacobo Beltrán, nuestro vecino y a Camila,
su esposa. Ellas son sus hijas, Susana e Irene.

Sara los saluda a todos con cordialidad y soy consciente de la mirada que Susana
le echa. Es justo en ese instante cuando me doy cuenta de que en realidad ya he
admitido a Sara en nuestra vida, porque no te puedes hacer una idea de lo que me jode
que la mire así. Que se crea con el derecho de juzgarla solo por lo que ve, cuando está
claro que Sara intenta agradar.

—Vamos a hablar con Paco para ver en qué podemos ayudar —digo y cuando
todos me dan la razón de inmediato me doy cuenta de que no soy la única que se ha
percatado de la tirantez entre nuestras familias—. Nos vemos más tarde, Susana.

Paso a su lado, ignorando por completo su actitud y me dirijo junto a mi familia


al extremo en el que Paco está dando tareas a todos los que se acercan. Primero todos
los que están allí saludan a mi padre y conocen a Sara y después de un rato de charla y
presentaciones por fin nos asignan algo que hacer.

119
La mañana se pasa entre colocar barreños con agua para el juego de las
manzanas, lo que me hace recordar a Einar lamiendo nata de mis pechos… El resto de
pruebas van desde hacer la carretilla humana, hasta jugar a adivinar películas,
pasando por encontrar el tesoro; Paco esconderá un objeto y más tarde nos dará
algunas pistas para que lo encontremos. Hay una de partir troncos con hachas que me
hace dar gracias al cielo, una vez más, por tener a Einar, Alex y mi padre en mi equipo.
Y luego hay algunas más que consisten básicamente en correr, ensuciarse, encontrar
algo o utilizar la fuerza bruta.

En definitiva y viendo los equipos que se están presentando estoy bastante


contenta. Conchi y su marido han reclutado a tres nietos suyos y a un hijo de Chinlú,
que para ser chino no veas si tiene niños y como a él le sobraba uno y a Conchi le
faltaba… Luego están los Sanz, que participan al completo y dejan fuera a los dos niños
pequeños. Paco se ha unido a Lolo, que es el que encontró el boleto, y junto a sus hijos
han formado otro equipo. Hay varios más, pero formados por matrimonios y niños
pequeños así que no me preocupan en absoluto. Y luego está el equipo de los Beltrán,
claro. Vale que a mí el padre de Susana me cae mal y está calvo, pero es fuerte, hay que
admitirlo y, además, cuentan con Diego y Nate.

Lo de este último me ha caído fatal y él lo sabe, pero entiendo que tampoco


puedo cabrearme por hacerle un favor a Susana, porque después de todo la conoce
desde hace bastante tiempo. Lo de Diego no es que

me caiga mal, es que me da pena el pobre bastardo… Si encima sé por Einar que
los Beltrán ni siquiera van a repartir el premio en partes iguales. Les han prometido
cinco mil euros a Diego y otros cinco mil a Nate y el resto para ellos. No tienen cara ni
nada…

Como sea, lo importante es que son nuestros máximos rivales y espero que
podamos derrotarlos. Y

ya no es solo por el dinero, no. Aquí está en juego el orgullo.

La tarde llega casi sin darnos cuenta. Cuando por fin dan las cinco todos estamos
ya en la plaza central para empezar con la primera prueba. Diego, Nate y Einar han
llegado juntos hace un rato, pero los dos primeros se han ido directos con Susana y su
familia y no se han acercado a nosotros. Nos hemos saludado con un gesto de cabeza y
hasta ahí ha llegado nuestra comunicación.

—¿Cómo estás? —me pregunta Einar besando mi frente.

—Nerviosa, pero bien. Con muchas ganas de machacarlos. ¿Y tú? ¿Has


descansado?

120
—Sí, sí, tranquila. Vikingo puede con todo.

Sonrío y asiento mordiéndome el labio. Confío en él, en Alex y en mi padre para


las pruebas más duras. Para las de astucia tengo a Esmeralda, que es un hacha en estas
cosas y para las de velocidad está Amelia, que no veas cómo corre la tía. Al final, yo soy
la más inútil de todos.

Para las primeras pruebas no tenemos que movernos de la plaza: empezamos


con la de coger manzanas, en la que participan dos por equipo. Tenemos tres minutos
de tiempo para coger tantas como sea posible con la boca y llevarlas a un cuenco que
hay a veinte metros de distancia. Nos han atado las manos en la espalda para
asegurarse de que no hacemos trampa y como hay varios barreños, jugamos todos a la
vez.

Participamos Amelia y yo, y cuando miro a un lado veo que Lerdisusi ha decidido
hacerlo junto a su hermana. Bien, son rápidas, pero nosotras ganamos así que no me
preocupa.

Paco se encarga de descontar el tiempo y dar las ordenes, así que en cuanto nos
da vía libre zambullimos la cara en el agua como si nos fuera la vida en ello. Las
primeras son fáciles de coger, tenemos la mandíbula descansada y muchas ganas de
salir triunfantes así que cogemos carrerilla y en un minuto y medio hemos sacado
ventaja al resto. Después la cosa empeora porque tenemos la cara chorreando y a mí
por lo menos el pelo se me ha empezado a soltar de la coleta y se me pega a los ojos
impidiéndome ver con claridad. Como tengo las manos atadas tampoco puedo hacer
mucho para arreglarlo. Aun así, no me paro y voy buscando manzanas, aunque sea
medio a tientas. Cuando el pito que Paco ha comprado en lo de Chinlú para la ocasión
suena, por fin, estoy jadeando y empapada.

Paco nos informa que hemos ganado la prueba, cosa que ya intuía y nos vamos a
la siguiente con una gran sonrisa en la cara.

Consiste en atarse un arnés y trepar a las palmeras más altas de la avenida


principal del vecindario.

A mí me parece una gilipollez, pero Esmeralda se ofrece voluntaria. De parte del


resto de equipos van saliendo los participantes y al final, de parte de los Beltrán, es
Nate el que se decide. Me sorprende, porque a pesar de saber que practica deporte es
de los más corpulentos y me imagino que el peso tiene algo que ver en eso de la
velocidad para escalar, ¿no? Yo que sé, no me hagas caso porque estoy pegada.

Mi hermana lo mira con frialdad y yo sonrío, porque cuando Esme mira así
intimida mucho. Sin embargo, él se limita a sonreír y estirar su mano.

121
—Soy Nate, compañero de piso de Einar y Diego.

—Esmeralda, una de las cuatrillizas. —Le da la mano con rapidez, como si le


incomodara el simple gesto y se vuelve hacia su palmera para no tener que hablar más
con él.

Esme es rápida, muy rápida, igual que Nate, pero uno de los nietos de Conchi
parece una jodida ardilla y llega arriba antes de que el resto vaya por la mitad. Vale,
una prueba perdida, eso no significa nada…

El resto de pruebas empiezan a pasar a toda velocidad. Alex y Einar participan


juntos en una consistente en hacer flexiones y abdominales; la misma en la que
participan Diego y Nate, que ganan, jodiéndome un poco más el día.

Participamos en tres pruebas más de las que ganamos dos, y lo Beltrán una. Así
pues, nosotros llevamos tres pruebas ganadas, ellos dos y el equipo de Conchi una.
Vamos ganando, pero no soy tonta y sé que las pruebas que faltan son difíciles y
empezamos a estar cansados.

—Vamos a tomar un descanso de quince minutos para reponer fuerzas antes de


la carrera de pelotas

—dice Paco para todos—. Nos vemos en la calle de los cuatrillizos. Es la más
ancha para esta prueba.

Nos vamos a casa para tomar un refrigerio y nos encontramos con que Sara ya
ha preparado bebidas energéticas y barritas de cereales para todos. Qué apañada es,
oye, al final le cogeré cariño y todo. Nos lo tomamos todo en el jardín porque no
queremos perdernos nada. Y justo cuando estoy empezando a relajarme veo a Diego
acercarse a mí.

—Hola pequeña bruja. ¿Ya necesitas bebidas energéticas? —Se ríe entre dientes
y señala la casa, donde Einar ha entrado para hacer pis—. De no ser por él ya estaríais
eliminados.

—Te olvidas de que yo tengo a Alex y a mi padre. En cambio, tu equipo está


formado por fracasados, en su mayoría.

—Nena, tenemos un equipazo y lo sabes. ¿Quieres que te diga en qué gastaré el


dinero que ganaremos?

—¿Vas a comprarle tetas a Lerdisusi? Así por lo menos tendría algo interesante
para que puedas agarrarte.

122
Diego frunce el ceño y mi hermana Esme ríe entre dientes. No me he dado cuenta
de que se había acercado, pero me alegro.

—¿Te das cuenta de que no eres ninguna pechugona? Meterte con su pecho,
cuando tú también tienes poco, es un poco patético.

—Lo que es patético es que necesites el descanso para venir a hablar conmigo
porque tu novia ni conversación tiene.

—En realidad, más que para hablar, he venido para advertirte que no te hagas
muchas ilusiones con esto de la yincana. Y te lo digo en serio, las pruebas que vienen
son jodidas y no tenéis tantas posibilidades como crees.

Estoy por contestar a Diego como se merece, porque me tiene a punto de infarto
ya el policía de los huevos, cuando veo a Einar salir de casa completamente desnudo.
¿En serio? ¿Y a este qué le ha dado ahora?

—¿A dónde demonios vas así? —pregunto anonadada.

Él sonríe de esa forma que me baja las bragas casi siempre, porque en este
momento lo último que siento es excitación.

—¡A la carrera en pelotas!

—¡Carrera de pelotas Einar! ¡De pelotas! ¡¡Vístete por Dios bendito!! —Él se
encoge de hombros y se gira con toda la parsimonia del mundo para entrar en casa y
vestirse.

Qué envidia de vikingos, que todo les suda un pie, de verdad. Miro a mis
hermanas, que tienen los ojos desorbitados mirando el culo de mi novio; a Diego, que
se ríe de buena gana a costa de su amigo, y a Lerdisusi, al fondo, que me mira entre
sorprendida y enfurruñada porque su chico está a mi lado.

—Haz el favor de irte con tu putilla personal, que a este ritmo va a desarrollar el
poder de matarme con la mirada.

Diego ignora por completo mi comentario y cuando se va todavía se está riendo.


Cuando Einar vuelve lo hace sin pudor alguno y yo le frunzo el ceño.

—¿Pero es que no te importa que todas estas mujeres te hayan visto en pelotas?

—El cuerpo es natural, Juli. Además, mi cuerpo vikingo mola.

123
Pongo los ojos en blanco y me río. De verdad, que yo daría lo que fuera por tener
la autoestima de este hombre.

—Mis hermanas te han visto en pelotas, Einar.

—Sí, pero vamos, que no pasa nada. —dice Amelia y yo alzo una ceja mientras
ella se pone roja como los tomates maduros—. O sea, que no me importa. Vaya, que…
Bueno, que vamos ya, que el descanso se ha acabado.

Se da la vuelta y echa a andar tan rápido que temo que tropiece. No puedo
culparla de ponerse nerviosa porque mi vikingo tiene una tranca que impresiona
hasta en reposo, la verdad.

Nos reunimos en la meta de salida y atendemos a las explicaciones de Paco,


aunque en realidad la carrera de pelotas no tiene complicación. Hay unas pelotas
enormes, como las de pilates, pero con dos asas. Tenemos que subirnos encima y
botar por toda la calle hasta la línea de meta. No vale hacer parte del trayecto
caminando y podemos participar todos porque hay pelotas de sobra así que nos
cogemos cada uno la nuestra y nos ponemos en la línea de salida.

Esto es un despiporre desde que salimos, la verdad: Los niños de los Sanz se han
enfadado entre sí y se han puesto a darse pelotazos sin misericordia. El equipo de
Conchi ha sufrido bajas irreparables gracias a que Eugenio se ha empeñado en coger
una pelota y claro, se ha resbalado. Veremos a ver si de esta no se ha roto la cadera
otra vez. Los de Chinlú corren mucho, los mamones, pero yo les sigo de cerca. Oye, qué
bien se me da esto de botar ¿Quién lo diría? Voy dando saltos, sudando la gota gorda y
visualizando la meta ya cuando siento un empujón que me hace mirar al lado. Susana
me sonríe con malicia y cuando quiero darme cuenta empieza a botar en mi dirección
en vez de hacia adelante. No tengo tiempo ni de quejarme, porque intento apartarme,
pero entonces le doy a mi padre, que es otro que también va bastante cerca y, en
medio de la confusión, mi vecina me da una patada que hace que me caiga y arrastre a
mi progenitor hacia el suelo.

Él intenta evitar un efecto dominó así que en vez de caerse sin más me empuja
para que lo hagamos los dos hacia atrás. El problema es que cae encima de mí y noto
como mi pie cruje conforme toca el asfalto.

—¡Eh! —Oigo que grita alguien—. ¡Eh! ¡Cuidado!

Mi padre se quita de encima de mí y cuando intenta tirar de mis manos para que
me ponga en pie grito del dolor, porque si no me he roto el pie, mínimo me lo he
lastimado. Lo peor es que la gente sigue pasando así que antes de poder darme cuenta
uno de los del equipo de Paco me golpea y caigo de nuevo.

124
Tengo ganas de llorar y no me mido ni un poquito. Arranco con todas mis fuerzas
porque estoy teniendo una crisis de ansiedad por culpa de esa puta, me duele
muchísimo el pie y veo cómo mis posibilidades de ganar esta jodida yincana se van
por el retrete. Además, la gente sigue pasando y sé que en cualquier momento van a
volver a golpearme.

—¿Te has hecho daño? —Alguien toca mi pie y gimo de dolor—. Vale, tranquila,
no pasa nada.

Agárrate a mí, ¿de acuerdo?

Giro la cabeza hacia la voz que ha hablado junto a mi oído y abro los ojos como
platos al darme cuenta de que es Diego. Tiene el gesto muy serio y antes de que pueda
decirle nada me alza en brazos y me saca del barullo de pelotas y gente. Mientras me
lleva a la acera como si fuera un peso de pluma, con mi padre detrás disculpándose
con cara de tormento por haberme jodido el pie, pienso que no hay nada peor, pero
entonces Susana se proclama ganadora y yo vuelvo a perder la compostura
revolviéndome en los brazos de Diego para que me deje, porque esta vez me han
jodido de verdad y no quiero saber nada de nadie.

Mi padre se da cuenta de mi humillación y de inmediato me coge en brazos y me


lleva a casa mientras yo me niego a mirar hacia otra parte que no sea el suelo borroso
por mis lágrimas.

125
14

Diego
Cuando Julieta entra en casa con su padre, seguida por la novia de este, casi lo
agradezco, porque en este momento la sangre me hierve tanto que prefiero estar solo.
Por desgracia, la carrera de las narices ha terminado y Susana viene corriendo hacia
mí.

—¡Ganadores! —Se engancha a mi cuello mientras me besa la cara—. Menos mal


que estaba yo,

¿eh? Ha sido pan comido.

—¿Qué parte? ¿La de hacer daño a Julieta a conciencia?

Susana se despega de mí y me frunce el ceño enfurruñada. ¡Espera! Que encima


es capaz de tener el poco sentido de ofenderse por mis palabras.

—Hijo de verdad, cómo te pones. Yo no le he hecho nada.

—¿Qué no le has hecho nada? Su padre acaba de meterla en casa en brazos


porque no puede ni apoyar el pie.

—¿Qué ocurre? —pregunta Nate acercándose.

Alzo la mirada y me doy cuenta de que no es el único: los padres y la hermana de


Susana han llegado hasta nosotros, igual que los hermanos de Julieta y Einar.

Miro a mi novia y puedo entender a la perfección la petición que me hace con los
ojos. Decido callarme, pero no por ella, sino porque no quiero desencadenar una pelea
de las grandes. Esta jodida yincana no ha acabado y si digo lo que he visto voy a
conseguir que las dos familias se maten vivas antes de hacerlo.

—Nada, es solo que Julieta se ha caído y creo que se ha hecho daño.

—Vamos a ver —dice Nate de inmediato.

126
Antes de poder dar un paso Amelia, Alex, Esme y Einar han echado a correr hacia
la casa y yo me siento como una pésima persona por mentir. Miro a mi novia y señalo
la casa.

—¿No vienes?

—Pero, ¿qué dices hombre? —responde Jacobo, su padre—. Si se ha jodido el pie


mejor. Más posibilidades de ganar nosotros.

Todos se ríen, incluso Susana, que por supuesto no va a reconocer ante su padre
lo que ha hecho. La miro bastante incrédulo, a pesar de todo, porque sé que a veces
puede ser una mujer sin escrúpulos, pero esto… esto me ha pillado fuera de juego.
Camino hacia la casa ignorando las preguntas de Jacobo y Camila, que me llaman para
que los acompañe hacia la siguiente prueba.

—¿Qué ha pasado? —murmura Nate.

—Después.

Él asiente, comprendiendo que no es el momento de contarle lo ocurrido y


entramos en la casa. Einar se acerca a nosotros y nos frunce el ceño.

—Está encerrada en el cuarto y no quiere ver a nadie.

—Intentaré verla —dice Nate—. ¿Dónde queda la habitación?

Todos le señalan las escaleras y él empieza a subir. Intento acompañarlo, pero


Einar me frena y me saca de casa con una mirada seria.

—¿Qué ha pasado? —pregunta en cuanto entramos en el porche.

—Ella… —suspiro, porque no quiero mentir a mi amigo y agacho la cabeza—.


Susana le dio una patada y cayó al suelo. Luego su padre la levantó de un tirón, y
alguien la empujó de nuevo. Creo que tiene mal el pie.

Mi amigo me mira con semblante serio, pero no me juzga, lo sé. Él sabe muy bien
que yo no estoy de acuerdo con la actuación de mi novia. De ser así no estaría aquí.

—Tienes que contarlo.

—Pero si lo digo se va a armar…

—¡Pues que se arme! Ha ganado con trampas.

127
Pienso a toda velocidad qué hacer y al final niego con la cabeza.

—No puedo contarlo.

—¿Cómo puedes…?

—Espera, antes de acusarme de nada escúchame.

Mi amigo me mira cabreado y asiente una sola vez, pero sé que no tiene
demasiada paciencia así que intento ser rápido y conciso.

—Si lo cuento, eliminarán a Susana, vale, pero eso no significa que vosotros
tengáis más probabilidades de ganar.

—Julieta es buena y ágil, pero las pruebas que quedan son de fuerza y…

—Si me callo, puedo ayudaros —digo sin más.

—¿Ayudarnos como…?

—Me noto cansado de repente. —Sonrío y él me entiende enseguida—. Y sé que


Nate tampoco estará a pleno rendimiento ahora. Ha sido un día muy largo.

—Ajá… A lo mejor no podéis ganar las pruebas.

—Es probable que no. Y tú eres demasiado fuerte…

Eso en parte es cierto. Einar es muy fuerte, pero si nos enfrentásemos los dos
tenemos bastantes posibilidades de ganar muchas de las pruebas que nos quedan. El
resto del equipo cuenta, claro, pero si yo bajo el ritmo y Nate hace lo mismo, el equipo
de Susana tiene muy pocas probabilidades de ganar. Y

después de lo que ha hecho hoy, estoy cien por ciento seguro de que no quiero
que gane esto. Eso significa quedarme sin cinco mil euros y que Nate pierda otro tanto,
pero bueno… A veces uno tiene que hacer lo correcto, sin importar nada más.

Me despido de Einar, porque no quiero que el resto sospeche nada y espero en el


jardín a que Nate salga.

—Tendrá que ir al hospital a hacerse una radiografía, pero estoy casi seguro de
que es un esguince y quizá una pequeña fisura. En una semana o dos de reposo estará
bien.

—Joder. Tiene que trabajar en el parque…

128
—Bueno, al menos es invierno y no están en temporada alta. —Palmea mi
espalda y mira al frente, donde Susana y su familia sigue celebrando la victoria—. ¿Y
ahora? —Le cuento lo ocurrido, lo que tengo pensado y él ni siquiera se lo piensa—.
Julieta y su familia han jugado limpio y, además, este dinero también vendrá muy bien
a Einar.

—Sí… Nosotros tiramos mejor que él. ¿Entonces?

—No hay nada más que hablar.

Sonreímos y nos vamos junto al equipo de mi novia que, al verme de buen


humor, piensa que he dejado correr su actuación. La pobre no tiene ni idea de lo
equivocada que está. Cada vez comprendo más a mi padre cuando me insiste una y
otra vez en que esta chica no es para mí. Vale que Julieta está como una cabra la mayor
parte del tiempo, tiene comentarios fuera de tono y no se mide en sus actos, pero
hasta el momento a la única que todo eso perjudica es a sí misma. No sale de una
cuando se ha metido en otra. Susana en cambio es… mala. Es mala de tener malas
ideas. ¿Cómo se puede hacer daño a una persona de forma tan descarada y seguir
como si nada? Puede que yo debido a mi trabajo tenga un sentido de la justicia
demasiado desarrollado, pero estas cosas no me gustan. En realidad, creo que es

hora de replantearme qué me gusta de Susana, porque a estas alturas solo libro
su físico y alguna que otra virtud, como la de follar. Puedo sonar crudo, pero créeme,
sé de lo que hablo y estoy hasta los huevos de su actitud calculadora y vengativa. Vale
que no soy el tipo más romántico del mundo, pero no quiero pasarme la vida con una
tía que está más interesada en joder a unos y a otros que en ser feliz por sus propios
medios.

El resto de la yincana va según lo previsto, exceptuando una prueba que ganan


los Sanz y porque consiste en encontrar un supuesto tesoro y esos niños corren como
condenados. La última es la de partir troncos y el grupo de Julieta y el nuestro siguen
empate, así que el resto se retira, porque está claro que han perdido y nos dejan a
nosotros actuar. Me hace un poco de gracia ver los nervios de la familia, incluido el
padre que ha dejado a su novia con Julieta y está aquí para darlo todo. Si ellos
supieran…

Cuando empezamos me doy cuenta de que en realidad ni siquiera tenemos que


fingir tanto, porque están muy preparados. A ver, Einar está muy fuerte, Alex es
bombero y a Javier se le ve fornido. Amelia y Esme me sorprenden también porque
tienen buen manejo del hacha y eso que son menudas. Por un momento me imagino a
Julieta partiendo troncos y lamento haberme perdido esa imagen, seguro que habría
sido simpático verla entregarse a fondo, como suele hacer con todo.

129
Cuando Alex parte el ultimo tronco y grita su victoria, Nate y yo soltamos
nuestras hachas y los miramos intentando no sonreír demasiado. Se abrazan, saltan y
celebran su premio.

—¡Verás Julieta cuando sepa que lo hemos conseguido! ¡En nada tendrá su
tienda! —exclama Amelia loca de alegría.

Sonrío y puedo imaginarme a la perfección la tienda de la pequeña bruja…


Cuando Einar me contó lo que quería hacer me lo tomé a risa, porque pensé que era
una chorrada más, pero luego me explicó que de verdad es un sueño para ella. ¿Y
quién soy yo para juzgar las metas en la vida de los demás? Además, pasada la
sorpresa inicial me pareció un proyecto original y con salidas en una urbanización
como esta, plagada de niños.

—Deberíamos felicitar a los campeones —digo a Susana que se ha acercado


hasta donde yo estoy.

—Sí, claro, como si no tuviera bastante con tener que explicarle a mi padre que
mi novio será poli, pero es un inútil cortando troncos.

Me río, porque a estas alturas estas cosas ya ni siquiera me afectan.

—Susana… Tenemos que hablar.

Ella me mira y abre sus ojos con sorpresa, porque imagino que sabe lo que eso
significa.

—No se te ocurra dejarme, Diego.

—¿Eso es una amenaza?

—Es una advertencia. Dejarme por esto es una chorrada y te arrepentirás.

—¿Eso crees?

—Desde luego que sí. Ahora mismo tienes encima el complejo de Robin Hood
que te entra cuando te pones mojigato, pero en cuanto puedas verlo con objetividad
comprenderás que…

—¿Qué? ¿Qué te has portado como una zorra? Y ni siquiera te ha servido para
ganar.

—Eso es porque eres un inútil, igual que tu amigo.

130
—Este inútil en concreto se va a tomarse algo con los ganadores —dice Nate
poniéndose a mi lado

—. Solo una cosa, Lerdisusi: nunca me has gustado y me alegra como no te


imaginas saber que Julieta va a disfrutar en tus narices de este premio.

Sonrío con las palabras de mi amigo, lo que provoca la ira de Susana, que me da
un guantazo tan sonoro que todos los presentes clavan sus ojos en nosotros.

—¿Has acabado? —pregunto con tranquilidad.

—¡Eres un imbécil!

—Puede ser, pero este imbécil se larga ahora mismo de aquí.

—¿Todo esto es porque quieres follarte a esa zorra? ¿Sabe tu amiguito que te
pone?

Frunzo el ceño y miro a Einar negando con la cabeza.

—Ni caso.

—¡Si hasta sueñas con ella! —grita Susana fuera de sí—. ¿Te crees que soy
gilipollas? ¡Susurraste su nombre mientras dormías y pude ver a la perfección la
erección que tenías en aquel momento!

Abro la boca para decir algo, pero la cierro, porque no merece la pena entrar al
trapo y explicarle que los sueños son incontrolables. Es posible que eso haya ocurrido,
pero no puedo hacer nada por evitarlo y eso no quiere decir nada. ¡También he soñado
con actrices y no significa que esté colado por ellas como tal! Me doy la vuelta y me
alejo mientras ella me grita un montón de barbaridades que habrían puesto rojo como
un tomate a otro, pero no a mí. Subo en mi coche y al único que busco con la mirada es
a Einar. Él sigue clavado en el sitio y me mira con semblante serio. Niego con la cabeza
de nuevo, para que entienda que no debe hacer caso de esas cosas y me marcho a casa.

La verdad es que cuando llego estoy tan tenso que nada consigue relajarme.
Necesito hacer deporte, pero sigue lloviendo y no me apetece encerrarme en el
gimnasio así que al final opto por ir al restaurante de mis padres. Servir mesas y una
buena comida casera me ayudarán a calmarme.

Me doy una ducha, me pongo unos vaqueros negros, una camisa vaquera y una
cazadora y me voy a Corleone, el restaurante que mis padres regentan. El nombre no
es por la película, sino por el apellido familiar. Sí, es curioso y mi padre que no es tonto
lo aprovechó para sacarle rendimiento al negocio.

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La verdad, es una pasada y siempre he dicho que el día que me jubile me pasaré
las horas aquí metido comiendo o sirviendo mesas. Es una labor que me relaja, quizá
porque aquí pasé muchísimas horas mientras estudiaba y más tarde me preparaba
para ser policía. Al principio lo odiaba, pero con el tiempo he aprendido a amar las
mesas con manteles de cuadros rojos, los candelabros, los cuadros con fotos de
góndolas o monumentos italianos y las máscaras típicas del carnaval veneciano que
cuelgan de las paredes.

—¡Hijo! —Mi padre sale de la barra para darme un abrazo en cuanto entro por la
puerta. Aún es temprano y la gente no ha empezado a llegar—. Pensé que hoy no
vendrías.

Miro al que, con toda probabilidad, es el hombre que más respeto en el mundo y
sonrío. Es corpulento y está entrado en kilos, pero eso no le hace perder atractivo. Su
pelo negro, su altura y su buen humor han hecho las delicias de los clientes desde
tiempos inmemorables. Mi padre era y es el típico italiano con piquito de oro que
coquetea de natural con todas, aunque en realidad adore a mi madre, Teresa, que
también es de procedencia italiana, pero creció en España.

—Acabé antes el asunto que tenía pendiente y pensé que podríais necesitar
ayuda. ¿Y mamá?

—En la cocina, como siempre.

Sonrío y entro para encontrarla espolvoreando con harina la encimera antes de


poner un trozo de masa y empezar a darle forma.

—¡ Amore! —Deja lo que está haciendo, se limpia las manos en el delantal y las
estira para poder coger mis mejillas como hace siempre. Me agacho, facilitándole la
tarea y sonrío cuando besa mis dos mofletes—. ¿Cómo tú por aquí?

—Tengo exceso de energía y pensé que un poco de trabajo aquí me vendría bien.

—La ayuda siempre es bien recibida. ¡Siempre, siempre! Cuéntame cómo fue eso
de la yincana.

—Uf. —Resoplo y me rasco la nuca—. Hay mucho que contar.

—Tenemos tiempo. Tú vas dando forma a este trozo y yo a este.

Me da un poco de masa y me río entre dientes antes de llenarme las manos de


harina y ponerme manos a la obra. Le cuento todo lo ocurrido con Susana y Julieta y
cómo al final Nate y yo nos hemos

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esforzado un poco menos para que ganaran. Sé que mi madre verá bien mi
actuación, pero aun así me gusta contarle todo lo que ocurre en mi vida. Me encanta
pedirle consejo, hacerla participe y que piense que es importante en mi día a día,
porque lo es. Para otras personas puedo resultar demasiado familiar, pero después de
lo que pasamos con Marco…

Mi hermano mayor murió hace ya muchísimos años en un accidente de coche;


era un chaval sano y fuerte de diecinueve años que el único crimen que cometió fue el
de estar en el lugar equivocado a la hora equivocada. Un conductor borracho colisionó
contra él cuando venía hacia el restaurante para echar una mano a mis padres. Jamás
olvidaré el día en que supe que ya no volvería a verlo más. Yo tenía quince años,
estaba en una edad de por sí difícil y aquello me destrozó la juventud. Más tarde, con
el paso de los años, conseguí encontrar una vocación y volcar mi frustración y mi rabia
en trabajar duro para convertirme en policía y ayudar en la medida de lo posible a
limpiar la calle de gente como el tipo que se llevó a mi hermano por delante. Mucho
más tarde entendería que en el mundo hay demasiada mierda y uno solo no puede con
todo, pero, aun así, sigo luchando en mi trabajo para acabar cada día con la sensación
de haber hecho algo bueno por la gente. No somos solo los cabrones que multamos,
también somos los que evitamos accidentes; incluso los que vamos a estos cuando no
se ha podido hacer nada por remediarlo. Como policía no soy perfecto, pero me
conformo con no perder el sentido de la justicia.

Como iba diciendo, a raíz de la muerte de Marco mis padres se aferraron al


restaurante y a mí.

Muchas veces me asfixiaron con su sobreprotección, pero siempre entendí que


era un efecto causado por la pérdida de su hijo mayor. Han sido los mejores padres del
mundo, han sabido apoyarme en cada decisión, incluso cuando no estaban de acuerdo,
como en mi noviazgo con Susana. Sé que mi madre se está llevando una alegría al
saber que por fin he cortado con ella, pero es la prudencia en persona y se limita a
sonreír y escucharme hasta que por fin acabo.

—¿Tú estás contento? ¿Dormirás bien con tu conciencia esta noche?

—Sí, desde luego.

—Pues eso es todo lo que importa. Allá Susana con la suya, hijo. Has hecho lo que
debías.

Asiento, porque sé eso, pero me gusta que ella también lo vea. El resto de la
noche la pasamos trabajando en armonía. Ella no sale de la cocina y yo a ratos la
ayudo y a ratos me salgo a servir mesas.

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Son ya pasadas las diez cuando la puerta se abre y Einar entra con Nate, Julieta,
sus hermanos, su padre y la novia de este. Me quedo un poco cortado, porque sé que
tengo harina en la camisa y llevo un delantal de cintura de cuadritos rojos que igual
hace que Julieta se ría de mí una barbaridad. Sin embargo, ella parece igual de
sorprendida que yo.

—Cuando dijiste que íbamos al restaurante de un amigo, jamás imaginé que te


referías a este amigo

—dice a Einar frunciendo el ceño.

—Ya verás cuando pruebes la comida de los Corleone, Juli, no has probado nunca
nada igual.

Julieta parece sorprendida pero no molesta del todo. Me extraña que Einar no le
haya hablado del restaurante a su novia, pero imagino que tampoco se pasan las horas
charlando sobre mí y mi vida. Ella lleva muletas bajo los brazos, tiene las mejillas
encendidas por el esfuerzo de caminar con ellas y el gorro de lana se le está
resbalando de la cabeza, pero yo la veo preciosa… Y acto seguido me siento culpable
por pensar eso y procuro centrarme en mis amigos.

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15

Cuando entramos en el restaurante lo último que espero es ver a Diego de esa


guisa. Qué bueno está el mamón, aunque me cueste reconocerlo. ¡Y ahora encima
tengo algo que agradecerle! Einar me ha contado que debido a todo lo ocurrido se ha
cabreado con Susana y la ha dejado. Yo no sé si creérmelo, pero mi chico dice que sí,
que Diego es muy paciente pero cuando dice basta, es basta.

Por mi lado, todavía intento hacerme a la idea de haber ganado la yincana. Al


final, pese a haber acabado en el hospital el día ha merecido bastante la pena. Eso sí,
no perdonaré a Lerdisusi por la afrenta jamás y, si yo estoy cabreada, no puedes ni
imaginar cómo están mis hermanos. Esme planea una venganza cruel y sanguinaria…
Bueno, sangre igual no hay, pero seguro que humillación sí, y mucha. Mi hermana es
una cabrona de cuidado cuando se enfada y esta vez está enfadada, porque nosotros
podemos putearnos y llevarnos a matar, pero como venga uno de fuera a joder sale
escarmentado por cuatro, así que… Y a todo esto hay que sumar a mi padre y a Sara,
que esta última hasta ha dicho un montón de veces eso de «Fuck» cuando yo he
contado lo ocurrido. Al parecer nadie había dicho nada de que Susana ha hecho
trampas, ni siquiera Diego que desde luego lo vio todo, si no no habría parado. Intento
ofenderme, pero la verdad es que al final yo he ganado y él ha terminado dejándola,
así que supongo que, aunque no la haya delatado, se ha dado cuenta de que con una tía
así no va a ninguna parte. Eso si no vuelve con ella en un par de días, que los tíos en
cuanto echan de menos el sexo…

—¿Qué piensas? —pregunta Einar a mi lado.

—¿Cuánto crees que tardará Diego en volver con Lerdisusi?

—No volverá, Juli. —Niega con la cabeza para enfatizar sus palabras, y al final
me frunce el ceño

—. Y si vuelve, ¿qué?

—¿Cómo que «qué»? Pues que es una cerda, mira lo que me ha hecho.

—Lo entiendo y yo la odio mucho por eso, pero Diego no tiene nada que ver.
¿Tantas ganas tienes de que lo dejen?

Esta vez la que frunzo el ceño soy yo. ¿Y a este ahora qué le ha dado? Niego con
la cabeza y voy a contestar cuando Nate se interpone.

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—Chicos, dejadlo estar. No tengáis vosotros una discusión por Susana. No
merece la pena.

—Desde luego. —Esmeralda asiente con la cabeza mostrándose de acuerdo.

Y eso es raro, porque desde que hemos salido de casa rumbo al hospital y Nate y
Einar se han apuntado ha torcido el morro. Dice que no se fía del médico, porque no
ha sabido averiguar a ciencia cierta si tenía fisura o solo un esguince y que no le da
buena espina. Tócate el mondongo… Ahora resulta que el hombre tiene que tener
radiógrafo en las retinas y si no para mi hermana deja de ser un profesional. A esta
mujer se le va la pinza un montón, te lo digo. Luego la loca de la familia soy yo.

—Si es que es igual de puta que su madre.

Atención, señores y señoras, que esa frase la ha dicho mi padre y la mesa entera
se queda en silencio, porque él no es de soltar estas cosas tan… tan… tan mías, por
ejemplo. Él es un hombre sosegado, tranquilo y que no insulta a nadie. Al final resulta
que Sarita nos lo está volviendo un rebelde y a mí me gusta, oye, porque mola tener un
padre que llame a las cosas por su nombre. Amelia suelta una risita y mi hermana
Esmeralda lo mira de hito en hito, claro, se le está cayendo un mito, entiéndela a la
mujer. Si mi padre se vuelve un desvergonzado al hablar, a ver a quién dice ella que ha
salido de siesa.

Se le agotan las opciones.

—Mira que a mí me hacía gracieta —dice mi hermano—, pero se ha coronado…


Nos tenías que haber dado un grito en el momento, Juli. Además, me sigue pareciendo
súper injusto que le hayan dado la

prueba por válida.

—Bueno, bueno, al final habéis ganado que es lo que importa —contesta Nate.

Cuando lo dice mira a Diego, que está detrás de la barra ordenando algo en la
libreta de pedidos.

Frunzo el ceño, porque me ha parecido ver que pensaba algo con referencia a lo
que hemos dicho.

—¿Ocurre algo? —pregunto.

—No, qué va, nada —dice mi chico—. ¿Pedimos ya? Partir troncos da hambre.

—A ti te da hambre hasta hacer zapping.

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Todos ríen y yo dejo estar el tema, porque al final lo importante es que hemos
ganado y porque no quiero darle más vueltas a lo mismo. Susana se ha quedado sin
novio y sin concurso y yo tengo el dinero para empezar a poner en marcha mi
proyecto. Además, al final nosotros hemos pasado de la barbacoa así que estarán
trinando pensando en que ni siquiera aparecemos para restregarles el premio. Anda y
que les den.

Poco después Diego vuelve a nuestra mesa y nos pregunta si nos hemos aclarado
ya con los pedidos.

Decimos que sí, pero qué va, en realidad cuando empezamos a pedir algunos
comienzan a sumar y restar ingredientes, Amelia sigue dudando, Sara quiere saber
qué lleva exactamente la pizza hawaiana y yo pienso que, si estamos en un restaurante
italiano, tendrá que comer pizza a lo italiano, no a lo hawaiano, pero como no quiero
decirle algo que me haga quedar mal opto por pinchar al camarero, que como tiene
que guardar la compostura se tiene que joder.

—Yo quiero una cuatro quesos y que confieses que trabajas aquí porque el
sueldo de poli se te va en bragas que te pones para dormir.

—Sí, de encaje negro —dice él con un resoplido irónico sin alzar la vista de la
libreta de comandas.

—Lo sabía, si es que tienes pinta de pervertido.

—No lo sabes tú bien. —Sigue sin mirarme y por alguna razón eso me jode
mucho, así que decido pinchar un poco más.

—¿Sabes que me han puesto una escayola? —Eso consigue llamar su atención y
alza por fin la vista de la libreta de las narices para mirarme—. Que sí, que es verdad.

—¿En serio? ¿No era solo un esguince?

—Sí, pero me han puesto una escayola casi tan grande como yo.

—Exagerada… —Nate ríe y niega con la cabeza—. Le han puesto media escayola
para que no mueva el pie, pero lo que tiene es un esguince y una minúscula fisura.

—Tanto como minúscula… —refunfuño.

—Muy, muy pequeña, casi inexistente y de hecho se habría curado sola de no ser
por el esguince.

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Resoplo y miro mal a Nate a conciencia, a ver si así deja de hablar y meter la
gamba, pero él solo se ríe y se encoge de hombros.

—En fin… —Pongo los ojos en blanco y miro a Diego de nuevo—. Estoy muy
grave, por culpa de

Lerdisusi.

—No te veo tan grave, pero puedes insultar a Susana tanto como quieras, si eso
te hace sentir mejor.

—Pues sí, porque además ahora como la has dejado estará cabreada y eso se
traducirá en que intentará culparme a mí y convertirme la vida en un infierno. Igual de
aquí a nada me atropella con el coche. No vivo tranquila y es por tu culpa.

—Vaya por Dios… Bueno, suerte que tienes un vikingo, ¿eh? Él te defiende.

—Eso es cierto. —Einar sonríe y pasa un brazo por mis hombros y yo me río y
me resguardo en su cuerpo.

—Ya… eso sí. —Suspiro con melodrama y pongo a Diego los ojitos como los del
gato con botas en Shreck—. Pero tienes que traer mi pizza antes, que estoy malita.

Diego se ríe. ¡Se ríe! Miro en derredor para ver si algún fotógrafo o periodista ha
captado el momento, pero creo que no he tenido suerte. ¡Eso había que grabarlo!
Cuando vuelvo a mirarlo sigue sonriendo y niega con la cabeza.

—Hecho, tu pizza vendrá la primera. ¿Mejor?

—Si no le escupes, sí.

Él se ríe otra vez y se aleja, mientras yo me quedo anonadada. Miro a Einar, que
sonríe entre dientes y besa mi frente sin decir nada.

—Hablemos de lo que de verdad importa —dice mi padre—. Lo que haremos


con ese dinero.

—Mientras no te vayas a otro crucero… —contesta Amelia poniendo cara de


pena—. Te hemos echado demasiado de menos.

—No cariño, ya no voy a ninguna parte así que tranquila.

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—Yo voy a guardarlo —dice Esmeralda, refiriéndose al dinero del premio—. Lo
uniré a mis ahorros y un día tendré una gran casa para mí sola en la que solo estaréis
invitados una vez a la semana.

Sara le ríe la gracia, pero yo sé que muy en el fondo lo dice en serio.

—Yo le tengo el ojo echado a un clásico que vende uno que conozco, igual lo
gasto en eso… —dice Alex.

—¿Otro coche? —pregunta Amelia—. Ya tienes uno y no dejas de toquetearlo.

—Esto es un clásico. Me dedicaré a restaurarlo con mis propias manos… Será


genial.

—Yo te ayudaré, hijo —dice mi padre, al parecer ilusionado con la idea de


trabajar mano a mano con su único hijo varón.

—Pues yo aún no lo tengo decidido —Amelia se mordisquea el labio inferior—.


Igual lo guardo también, para cuando pueda montar mi casa de ayuda.

Todos sonreímos en su dirección, pero sabemos que es un sueño muy difícil el de


mi hermana. Está empeñada en comprar una casa y habilitarla para ayudar a chicos
con problemas. Quiere que sea un lugar al que puedan acudir niños y adolescentes de
familias desestructuradas cuando sus casas se les venga encima. La idea es preciosa,
pero conlleva muchísimo dinero y no sé si también papeleo… Yo de eso no entiendo
mucho, pero sonrío, como el resto y pienso que ojalá se le cumpla ese sueño algún día.
Oye, lo mío parecía imposible y mira…

—¿Quieres que empecemos a mirar locales esta semana? —pregunta mi padre—


. Total, vas a tener que pedir la baja mínimo para diez días en el trabajo. —Asiento y
pienso en lo que dirá mi jefe en el curro.

Sí, ya sé que tengo derecho a estar de baja, pero no sé cómo va a tomarse que la
baja sea por estar haciendo el indio en una yincana… Que bien mirado, a él eso no le
importa porque en mi tiempo libre hago lo que me dé la gana, pero sé que me
acarreará malas caras. Por suerte, si todo sale según lo previsto muy pronto no tendré
que aguantar a ningún jefe mamón. Ni a la guarra de la niña del exorcista y mi ex.

Decido que lo mejor es no pensar en eso y centrarme solo en lo bueno. Esta


semana podré ir mirando locales de Sin Mar. En la plaza central hay varios libres y es
un sitio que me gusta mucho, porque está junto al bar de Paco y, por lo tanto, la gente
pasa por allí a diario. De verdad, el bar de Paco es visita obligatoria casi diaria, aunque
solo sea para comerse unas patatas y contarle a Paco lo bien o mal que nos ha ido el

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día. Si monto la tienda allí, además, estaré al lado del parque infantil y, por lo tanto, de
los niños, que son mis compradores en potencia. Mi idea es que los críos acaben
pidiendo tanto algún artículo de mi tienda que las madres lo compren por no
escucharlos.

Salgo de mis pensamientos cuando veo en la mesa un pan de ajo y voy a


quejarme a Diego, pero el que está frente a mí no es él, sino una versión suya en
mayor. El hombre tendrá como cincuenta años, pero

es guapo, muy guapo a pesar de su barriga. Sonríe a toda la mesa encantado y


Diego está detrás con una sonrisita comedida. Es su padre, debe serlo y me da
vergüenza pensar que el señor está bueno para la edad que tiene. Creo que debo tener
un problema si pienso algo así de un hombre de la edad de mi padre, pero antes
muerta que confesar, claro.

—Buenas noches chicos. ¿Cómo estáis? —saluda con cariño evidente a Nate y a
Einar—. Qué alegría veros por aquí. ¡Y hola a todos! Antes de esperar que mi hijo nos
presente lo hago yo: me llamo Giussepe.

Su acentazo italiano es de caída de bragas, te lo juro. Puede que sea un hombre


medio mayor, pero es que tiene porte, y elegancia, y es tan, pero tan italiano…

—¡Yo soy Julieta!

Confieso que igual lo he exclamado un poco, demasiado alto.

—Ciao bella, mi hijo me ha contado que te has accidentado en los famosos juegos
de hoy. ¿Cómo está tu pie?

—Me duele.

Hago un mohín y él sonríe, mientras mis hermanos ponen los ojos en blanco y mi
padre intenta no reírme la tontería.

—Qué mala suerte, ¿eh? Aunque déjame decirte que tu estado no se refleja en tu
cara. Eres una preciosidad. Cuídala bien, Einar, o te la quitarán cuando menos lo
esperes.

—Yo la cuido, yo la cuido. —Mi chico ríe—. Hay mucho ligón suelto como tú.

Giussepe en vez de ofenderse se ríe de buena gana y a mí me da la risa tonta. En


serio, muy tonta, tanto que incluso al inspirar hago ese ruidito que se parece a lo que
hacen los cerdos. A mis hermanos el detalle les parece tronchante.

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—¿Quiénes son el resto? —pregunta Giussepe ignorando el momento para mi
tranquilidad.

Diego se pone de inmediato a su lado y señala a toda la pandilla mientras dice


sus nombres uno a uno. Todos saludan y le dedican sonrisas porque ha caído en gracia
el hombre, hasta a mi hermana Esme, que ya sabemos que es la más sosita.

—Bueno, no molesto más, solo quería saludar y conocer a los nuevos amigos de
mi hijo. Espero que todo esté a vuestro gusto. Mi mujer, Teresa, tiene unas manos de
oro para la cocina.

—¿Está aquí? —pregunto.

—Sí, claro, en la cocina.

—Ay, pues quiero conocerla también. Es lo suyo, ¿no? —pregunto al resto, como
si fuera lo más obvio—. ¿Puede venir? O mejor voy yo a la cocina y así veo cómo es eso
de las masas volando por los aires y la gente agitando grandes ollas de algo rico.

Giussepe se ríe y niega con la cabeza.

—No bella, no te levantes, yo ahora la aviso y que venga. —Pongo carita triste,
otra vez y él se ríe

—. Ah, hay que tener cuidado contigo para que no hagas con un hombre lo que
se te antoje, ¿eh?

—Es porque soy adorable, Giu. —Aleteo las pestañas y consigo que suelte una
carcajada que llama la atención de la mesa de al lado.

—Una pequeña arpía, es lo que eres —contesta Diego—. ¿Puedes dejar de


coquetear con mi padre?

—No coqueteo, soy simpática, que es una cosa que hacemos las personas al
conocer a otras personas. Menos tú, claro.

Diego me mira mal, muy mal, pero su padre se limita a sonreír y disculparse con
nosotros antes de marcharse para saludar a alguien más y luego volver a la barra,
donde está su trabajo.

Al poco Diego nos sirve la comida, he de decir que, con mucha soltura y
empezamos a dar cuenta de la cena. Todo está riquísimo y tengo claro que vendré aquí
más veces, ya sea con Einar, con mis

141
hermanos o sola. Soy adicta a la comida italiana así que no sería raro venir,
aunque solo fuera a por una pizza para llevar.

Cuando ya estamos en el postre una mujer menuda y morena llega hasta


nosotros, con Diego también y se presenta como Teresa, madre de este. Saluda a Einar
y Nate con la misma efusividad que su padre, lo que me hace pensar que tienen una
relación muy estrecha. De hecho, me paro a pensar en por qué Einar no me ha traído
aquí hasta ahora, puesto que ya llevamos tres meses juntos y llego a la conclusión de
que, de alguna manera, esto es un gesto de su parte para dejarme claro que nuestra
relación es estable y que vamos viento en popa. Me gusta la sensación que me produce
el pensamiento así que me aferro a él.

—Espero que la comida estuviera a vuestro gusto.

Ella no tiene acento, pero es tan dulce que no lo necesita. Ya sabes: la típica
mujer entrada en años, guapa, con educación y además con ese «algo» que hace que
quieras oírla hablar más tiempo, aunque sea de la lluvia.

—Estaba todo buenísimo, como siempre. —Nate besa su mano en un gesto tan
galante que me pongo un poco tonta.

¿Qué pasa? Ya sé que pensarás que teniendo novio es raro que me ponga tan
tonta con cualquiera que hace algo bonito, pero es que las mujeres de hoy en día
somos así. Tenemos ojos y apreciamos los buenos gestos y si vienen de tíos que están
para mojar pan en salsa de tomate, más.

—Eres un bribón. —Teresa le da un golpecito en la mejilla, pero en plan cariñoso


y sonríe al resto

—. ¿Todo bien, entonces?

—Todo muy bueno —digo—. Justo estaba pensando que pienso repetir a
menudo. Desde hoy seré asidua en este sitio.

—Dios nos pille confesados.

Ese ha sido Diego, sí, que es muy gracioso, el mamonazo.

—Si no quieres que venga, pues lo dices y santas pascuas.

—No mujer, solo avisa, para procurar no estar.

Lo ignoro, pero miro a su santa madre, porque hay que ser una santa para
aguantar a este tío y sonrío con cara de inocencia.

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—¿Hoja de quejas contra trabajadores tenéis? Estaría interesada en poner una.

—Lo siento cielo. —Me sonríe—. No tenemos, pero te prometo darle un


rapapolvo en cuanto te vayas.

—O puedes darle una colleja ya y así la humillación le sirve para tratar mejor a
sus clientes.

Teresa se ríe, porque le parezco mona, como a su marido; lo sé, esas cosas se
sienten. Diego no ríe, pero bueno, este tío conmigo no se ríe ni aunque le haga
cosquillas con plumas de pavo real en los huevos. De hecho, de natural conmigo es tan
sieso que empiezo a preguntarme si lo de antes cuando me ha reído la gracia no ha
sido cosa mía.

Hablamos un poco más con ella y al final nos vamos después de pagar y
bebernos un chupito al que invita la casa. Ya en la puerta le digo a Einar que no es
necesario que me acompañe, puesto que ellos están bastante cerca de su piso y yo voy
con mis hermanos, mi padre y Sara.

Esta vez vamos en dos coches, no te vayas a pensar: el de mi padre y el de Alex.


Yo voy con mi padre y Sara y mis hermanas se han ido con mi hermano. Estamos ya de
camino y voy medio adormilada cuando mi móvil suena con un mensaje. Lo abro y
frunzo el ceño al ver de quién se trata.

Diego: Solo para que lo sepas, me alegra que ni siquiera Lerdisusi haya podido
contigo. Buenas noches, pequeña bruja.

Me guardo el móvil en el bolsillo y aunque no quiero, sonrío un poco. Si es que


cuando quiere, no es un completo imbécil…

143
16

Ha pasado algo más de una semana desde la yincana y aunque sigo con el pie mal
hemos podido ir a ver algunos locales. Sin embargo, hemos entrado de lleno en la
navidad como quien dice así que no nos hemos centrado al cien por cien en ello.
Además, aunque te parezca que no, el pie me ha dolido más de lo que yo esperaba y
me he dedicado a descansar mucho, porque esta noche es nochebuena y no quiero ni
pensar en no poder quedarme hasta las tantas bebiendo con mis hermanos y
brindando luego con los vecinos de Sin Mar, que seguro que en algún momento se
pasan para felicitar las fiestas. Aquí somos así y, para navidad, nos volvemos medio
yanquis. ¡Si hasta tenemos un concurso de jardines adornados!

Nosotros nunca hemos ganado, pero porque Conchi soborna a los nietos y se
gasta la pensión en comprar luces potentorras de esas que molan un montón y
nosotros lo más que nos gastamos un año fue diez euros por persona y nos sobró para
cerveza así que imagina… Este año como tenemos a Sara pues está más bonito, la
verdad. Ella se ha empeñado en que teníamos que comprar un abeto de verdad, que ha
resultado ser una mierda porque va soltando hojas todo el santo día; a poco que lo
roces se te viene abajo. Yo he sugerido ya que hagamos una norma en casa para que de
aquí en adelante solo compremos abetos de mentira. Que, además, Chinlú nos hace
oferta y si nos llevamos el que menos se vende nos regala unas luces de colorines que
parecen el techo de la caseta de los coches de choque de la feria.

¡Pues Sara eso no lo valora! Ella nos convence con eso de que el de verdad es
mejor, que luego lo replantamos en el jardín y no sé cuántas cosas más. Nosotros la
dejamos porque nos da ternura que de pronto juegue a tratarnos como si fuéramos
cuatro críos. No digo yo que en algún momento no nos comportemos como tal, pero la
mujer está súper ilusionada con eso de tener cuatro hijos… Yo creo que hay que darle
tiempo y que en dos meses pensará en ponernos a la venta por Amazon, pero de
momento está feliz y, oye, a nosotros nos ha caído en gracia. Es simpática, guapa, habla
un montón y le gusta cocinar. Y como a nosotros nos gusta tanto comer hemos
encajado como piezas de un puzle.

Pero yo lo que estaba diciendo es que resulta que este año nuestro jardín está un
poco más bonito, porque le hemos puesto luces blancas en los bordes de las ventanas
y en el césped trasero, en un extremo, está Papa Noel y en el otro los tres Reyes Magos,
porque hemos tenido pequeñas desavenencias en casa y como no nos decidíamos
pues lo hemos puesto todo. También tenemos un Belén y mi hermano hasta le ha
hecho un pequeño riachuelo con un motorcito y corre el agua que da gusto. Tengo
pensado cambiar el agua por ron esta noche y que nos sirvamos chupitos de ahí, en

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plan simbólico: «Este por el niño Jesús, míralo que a gustito está ahí en su cuna de
paja» «Este por San José, que lleva barba y ahora está muy de moda» «Este por los
camellos, que debían ser de los buenos para que tres tíos se pensaran que eran reyes y
viajaran desierto a través siguiendo a una supuesta estrella, que lo mismo en vez de
estrella era un enano verde… vete tú a saber», y así sucesivamente. Me encanta
imaginar ese momento de la nochebuena y espero que nadie me joda la fiesta.

Además de todo hemos invitado a los chicos a cenar. Nate y Einar se apuntan
seguro y Diego ha dicho que a la cena no, pero que luego si convence a sus padres
igual se pasan a tomar una copa. Ojalá puedan, porque Giussepe y Teresa me caen
genial y quiero volver a verlos. Y si no vienen, pienso ir al restaurante esta misma
semana.

—Esta con el rollo de tener el pie malito no veas cómo se ha librado de todo. —
Salgo de mis pensamientos para ver quién osa meterse conmigo y me encuentro a
Alex refunfuñando mientras pone la mesa del comedor.

Yo estoy aquí sentada, tan ricamente con mi pierna apoyada en la mesita y no me


da la santa gana de que el inútil tenga que nombrarme, así que me dispongo a
quejarme, pero justo en ese momento Amelia

entra en casa y, dado que no lo hace sola, todos la miramos entre la sorpresa y la
resignación, porque ya la conocemos. A su lado hay una chica de catorce o quince
años, tiene el pelo enmarañado, rizado, entre naranja y rojo y unos ojos azules que me
recuerdan a Mérida, la protagonista de la película de Disney, Brave, solo que esta tiene
cara de pocos amigos. Su ropa además es desastrosa: lleva un pantalón vaquero roto,
pero no por moda, se nota y un jersey demasiado grande para un cuerpo que se intuye
menudo.

—Chicos, ella es Erin y esta noche cenará con nosotros. Saluda cielo.

La tal Erin resopla ante el apelativo cariñoso y nos mira aún con peor cara.

—Hola.

—Hola Erin, encantado de conocerte. —Mi padre, que ya sabe cómo va el tema,
se acerca, pero no hace amago de tocarla, porque ha aprendido que los chicos que
Amelia trae a casa por lo general tienen graves problemas con el contacto directo con
desconocidos—. Espero que tengas hambre.

—No mucha.

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—Bueno, seguro que cuando nos sentemos a la mesa y veas todo lo que tenemos
para esta noche cambias de idea.

Erin se limita a encogerse de hombros y mirarlo con desconfianza. Amelia pone


un brazo en su hombro y cuando esta se tensa mi hermana ni se inmuta. Tengo que
reconocerle el mérito de hacer que su postura parezca natural pese a que es evidente
que está preocupada por ella.

—¿Por qué no te sientas? Voy a traerte algo de beber.

—Si lo que quieres decir es que vas a la cocina para explicarles a estos por qué
me has obligado a venir, dilo claro.

—No necesito esconderme para eso. —Mi hermana nos mira a todos y sonríe
como si no pasara nada—. Erin no tiene donde pasar la noche, así que la he invitado a
venir.

—Mientras más mejor —dice Alex en un intento de suavizar el mal humor de la


chica.

Erin lo mira mal y luego se cruza de brazos sin decir una sola palabra. A su favor
tengo que decir que, pese a que es visible que está cansada, hambrienta y, en
definitiva, jodida, tiene una actitud altiva que me fascina. Supongo que es lo que
ocurre cuando te toca una vida de mierda en plena adolescencia: al final aprendes a
sobrellevar los golpes con una actitud chulesca, porque es eso o hundirse en la miseria
y es evidente que Erin no puede darse ese lujo. Tengo muchas ganas de preguntarle a
mi hermana cuál es su historia, pero sé que justo ahora no va a contármelo, porque no
quiere darle la razón a la chica y cotillear a sus espaldas.

Seguimos preparando la casa para la cena sin más sobresaltos y menos mal,
porque ya tenemos el cupo lleno. Erin se sienta a mi lado en el sofá, pero en el otro
extremo y cuando se acerca la hora de cenar se pone aún más tensa, si es posible.

—Oye, no vas a creerme, pero esta gente es buena a pesar de lo que puedas
pensar —le digo—.

Solo queremos que comas y estés bien una noche.

—No he dicho nada.

—No hace falta… ¿Por qué no intentas disfrutar de una buena cena y una casa
caliente? Tienes tiempo de volver a tu vida de mierda mañana.

146
—Para que lo sepas, mi vida no es ninguna mierda. Por lo menos yo no estoy
coja.

Sonrío y pienso que me lo tengo merecido por pasarme de lista. Ella se toma a
mal mi sonrisa, claro, y se levanta del sofá con un respingo. Está a punto de salir
cuando Esmeralda la detiene.

—Erin, qué bien que estás cerca del aparador. Por favor pon en la mesa las copas
de cristal.

La chica frunce el ceño y la mira mal, pero mi hermana pone esa cara de «Me
importa una mierda si lo que he ordenado te gusta o no porque lo harás igual» y ella
no tiene más remedio que coger las copas y

ponerlas en la mesa mientras Amelia mira agradecida a nuestra hermana.

Poco después llegan Einar y Nate y sobra decir que Erin los mira con tanta
desconfianza que mi chico se pega a mí y no se acerca a ella lo más mínimo. Es
evidente que la niña tiene un problema con todos los adultos en general y con los
hombres en particular, cosa que han entendido a la perfección todos los de casa.

—Estás preciosa —me dice Einar en un momento en que nos quedamos


apartados del resto en el salón.

—Gracias, tú estás muy guapo vestido de hombre formal. Buen detalle el de las
gafas…

Él sonríe con picardía y yo me pongo tontorrona. Se ha puesto las gafas de leer


otra vez y eso, junto al pantalón de traje y la camisa formal que lleva hace que mis
fantasías se disparen. ¿Llegará el día en que deje de imaginar guarrerías con este
hombre? Espero que no.

Mi padre nos llama a todos a cenar y la velada transcurre sin muchos problemas.
Erin al principio se niega a comer, pero en cuanto Amelia le llena un plato con carne
en salsa, pan, ensalada y arroz con especias vemos que está a punto de salivar. Cuando
empieza a comer con lentitud creo que todos nos damos cuenta de que está
obligándose a ir despacio para no parecer desesperada. En momentos como este me
duele el corazón por ella y por todas las chicas que, como ella, viven el día a día sin
saber si mañana podrán comer de nuevo. No conozco su historia, pero no necesito
hacerlo para saber que tiene una vida muy jodida; de otra forma mi hermana no la
habría traído a casa.

147
Estamos ya en los postres cuando el timbre de la puerta suena: frunzo el ceño y
me imagino que han de ser los primeros vecinos, pero para mi sorpresa, es Diego con
sus padres.

—¿Llegamos muy temprano? —pregunta este a Einar con una sonrisa—. Hemos
cenado pronto e imaginábamos que nos adelantábamos un poco, pero pensamos que
os gustaría probar este postre.

Nos enseña una tarta decorada con frutos rojos y yo me relamo en el acto.

—Si traes comida eres bienvenido. ¡Hola Giu, Teresa! —Los beso en las mejillas y
los hago pasar a la casa—. Entrad por favor, justo íbamos a tomar el postre así que
venís a la hora perfecta.

Ellos sonríen y se les nota un poco tímidos. Es probable que Diego haya tenido
que convencerlos para que vengan y, aunque pensé que no lo harían, me alegro de que
lo haya logrado. Sé por Einar que celebran la nochebuena ellos tres nada más y a mí
una nochebuena de tres me parece triste, qué quieres que te diga. Yo me quejo mucho
de mi familia, pero reconozco que en navidades una de las mejores partes es saber que
la casa nunca está vacía y siempre hay algún alboroto.

—¿Cómo está ese pie? —pregunta Teresa mirándome caminar sin muletas y
apoyando la media escayola.

—Bah, no me duele.

—Eso dices ahora, pero verás mañana como tanto apoyarlo así te da problemas
—dice Nate.

—Haz el favor de no centrarte en mi pie y disfrutar de la noche —contesto.

Él alza las manos en señal de rendición, Einar se ríe, porque le debe parecer
súper gracioso el gesto de su amigo y yo llevo a Giussepe y a Teresa al portal de Belén.

—Dentro de un ratito os voy a servir un chupito de aquí que os va a saber a


gloria.

—Por millonésima vez —me interrumpe mi padre—, no vas a cambiar el agua


del riachuelo por ron.

—¿Pero por qué?

—¡Porque es el riachuelo del portal de Belén! Debe ser pecado o algo así.

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—Si le pones ron yo quiero —dice Erin.

—De eso nada. —Amelia me mira mal, como si fuera mi culpa que la mocosa
tenga mundo visto y quiera un chupito de ron.

—Era una idea genial, pero como siempre os ponéis histéricos. ¡Esta familia me
corta las alas!

—Lo que te vamos a cortar es la pierna como no te sientes y la pongas en alto —


dice mi padre con gesto serio—. Ya está bien de tonterías, que estás de un consentido
que…

—¡Yo no estoy consentida! —Miro a Giussepe y Teresa y niego con la cabeza—.


Eso es una falacia.

¡Si me tienen todo el día puteada!

Ellos se ríen, mi padre pone los ojos en blanco y Einar me coge con suavidad del
brazo y me lleva hasta el sofá, donde me obliga a sentarme con delicadeza.

—Mejor descansas un poquito.

—Quiero tarta de esa rica. —Señalo a Teresa y miro a mi novio con carita de
cordero degollado—.

Porfi…

—Y luego dice que no está mimada. —Diego se ríe entre dientes y pone la tarta
de su madre encima de la mesa. Luego, para joder, coge un cuchillo, parte un trozo, se
sirve, agarra una cucharilla y ante mi mirada de odio profundo se come un gran trozo
mirándome a los ojos—. Riquísima es poco. ¿Alguien quiere?

Atención, que lo que voy a contar es muy fuerte: TODOS, TODOS, TODOS se sacan
pastel y comen mientras a mí me dejan mirando. ¡Hasta Einar! ¿Pero de qué van?

—¿Pero de qué vais? —pregunto poniendo voz a mis pensamientos—. Sois unos
capullos.

Erin se ríe, porque le hace gracia que me enfade y yo la miro mal, lo que parece
provocarle aún más risa.

—Sí que tenías razón, sí —dice mi chico a Diego—. Te debo diez euros.

—¿Qué? —pregunto confundida.

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—Diego lleva toda la semana convenciéndonos para apostar que sería capaz de
sacarte de quicio antes de que pasaran cinco minutos en nochebuena —explica mi
hermano—. Has caído como las moscas y ahora algunos vamos a ganar un dinerito a
tu costa.

Los miro con la boca abierta mientras todos sonríen, hasta mi padre. Solo los
padres de Diego parecen avergonzados.

—Conste que nosotros apostamos por ti, bella —dice Giussepe—, pero hija, le ha
sido muy fácil.

—Os dije que tengo un don. Mi sola presencia hace que la pequeña bruja eche
espumarajos por la boca.

Me encantaría decir que no voy a arrepentirme de lo que haré a continuación,


pero es que sé que sí lo haré: cojo el mando de la tele de la mesita que hay frente a mí
y lo lanzo en dirección a Diego sin ninguna misericordia. Él se agacha y el cacharro se
estrella contra el portal de Belén tirando al rey Baltasar, al que caga y a la que lava en
el río.

—Pero, ¿qué cojones haces? —exclama este anonadado.

—La culpa es tuya, que me provocas.

—¡Me has tirado el puto mando de la tele! ¿Estás loca o qué?

No contesto, porque a ver, hasta yo entiendo que igual el arrebato se me ha ido


un poco de las manos, pero es que te juro que este tío tiene el poder de sacarme de
quicio solo con mirarme. Al final es Giussepe quien intenta relajar el ambiente un
poco.

—Bueno, por suerte no tiene mucha puntería.

Su mujer suelta una risita que su hijo le reprocha con una mirada matadora.

—A tu madre no la mires atravesado, que eso está feísimo y más en nochebuena


—replico.

—Tú te callas la boca y a mí no te dirijas más en lo que resta de noche.

—Yo me callaré si me da la gana.

—¡Que no me hables!

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—Menudo genio de mierda tienes, poli.

—¿Es poli? —Erin se congela en el acto y mira a Amelia mal, muy mal—. ¡Me
dijiste que no habría polis!

—Cálmate, Erin, es amigo de la familia.

—Tanto como amigo… —dice el propio Diego, pero cuando ve la cara de la chica
se calla y la mira con seriedad—. No estoy aquí en calidad de poli, así que, si has hecho
algo ilegal, por favor, cierra el pico.

Ella asiente impresionada por su rotundidad y para mi consternación veo que lo


mira hasta con un poco de admiración. Ay de verdad, yo no sé qué le ve la gente a este
tiparraco. ¡Si es un cretino!

Miro a mi chico para pedirle mimos, pero su mirada me frena de hacer nada.
Einar está serio, muy serio. A decir verdad, pocas veces lo he visto así y algo se
retuerce en mi estómago porque sé que su estado tiene que ver con mi acción contra
su amigo. Justo en este momento me encantaría dar marcha atrás y no hacer nada,
pero solo para que mi chico no me mirara tan… así.

El resto de la noche va bien, si no contamos que tengo prohibido hablarle a


Diego, aunque sus padres me dan bastante conversación. Einar sigue serio, Amelia
está preocupada y se le ve, porque Erin está agobiada y es probable que se escape a la
mínima oportunidad. Esme mira mal a Nate por todo y eso que el pobre apenas habla,
Alex va a la suya, como casi siempre y mi padre está molesto con mi comportamiento
y se nota. Aquí la única que está feliz del todo es Sara, que ha sacado la botella de orujo
y se ha servido un chupito antes de preguntar al resto si también quería.

La noche acaba con algunos vecinos llegando para brindar, un pedo importante
de mi madrastra –qué fea es esa palabra– y algunas caras muy largas, empezando por
la de mi chico, que cuando se toma un par de copas decide que se va con Nate, Diego y
sus padres.

—¿Quieres que vaya contigo?

—No, la nochebuena es para pasarla en familia.

—Tú eres un poco mi familia…

—Sí, y Diego es un poco mi familia también y estoy cansado de ver que cualquier
palabra suya provoca reacciones tan desmedidas en ti.

Lo miro boquiabierta, porque no entiendo bien la finalidad del cabreo.

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—Si todo esto es porque le he tirado el mando, reconozco que me he pasado un
poco, pero…

—¿No lo ves, Juli? —Sonríe sarcástico y sigue—. Cada vez que estáis juntos, yo
paso a un segundo plano. Estás más interesada en pelear con él, que en disfrutar
conmigo.

Abro la boca, indignada con esa teoría, pero me doy cuenta de que puede ser que
en estos meses sí haya dado protagonismo en exceso a mis peleas con Diego. Por
alguna estúpida razón en cuanto estamos juntos nos dedicamos a soltarnos puyas,
cabrearnos o chincharnos sin más. Tenemos la opción de no hacerlo e ignorarnos,
pero parecemos incapaces de lograrlo.

—Escucha Einar, yo estoy contigo. Yo quiero estar contigo.

—Puede, pero cuando estamos juntos, y él entra en escena, siento que


desaparezco. —Se frota la cara y chasquea la lengua—. ¿Sabes qué? No importa…
Estoy cansado y un poco enfadado, pero se me pasará.

Me besa la frente y antes de que pueda responderle se marcha dejándome con


una sensación parecida a la de tragarse una piedra. Me jode que piense eso, me jode
muchísimo que por mi actitud desmedida él acabe dolido, pero lo que más me jode es
que tiene razón en una cosa: el simple hecho de estar en la misma habitación que
Diego hace que me enerve de mala manera.

Cuando me meto en la cama solo tengo claras dos cosas:

1. Esta situación tiene que cambiar.

2. Aunque suene mal, muy mal, me da pena saber que tengo que dejar de
provocar y cabrear al poli.

Y con esos pensamientos tan alegres y dicharacheros –nótese la ironía– me


duermo pensando que, sin duda, esta ha sido una de las nochebuenas más extrañas de
mi vida.

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17

Han pasado dos semanas más desde nochebuena, esta noche vienen los Reyes
Magos y se supone que debería estar feliz porque por fin voy a recibir algún regalo
importante y no la mierda de bragafaja que me regalaron para Papá Noel, el pijama, o
la colonia Nenuco porque es más barata y la botella es más grande. La única a la que
perdono es a Sara que me compró un vestido monísimo con unos zapatos de tacón
más monísimos todavía; tanto, que lo estrené todo en fin de año.

El caso es que se supone que debería estar contenta, pero no es así. Desde
nochebuena mi relación con Einar es rara, tirante e incómoda. El día de navidad vino a
casa y me regaló una pulsera preciosa, pero poco después se fue alegando que no se
sentía bien y le parecía estar incubando algo. Desde ahí, pasaron tres días en que
intenté ir a visitarlo y me dijo por teléfono que mejor no, que no se encontraba del
todo bien. Un día antes de fin de año me presenté en el piso sin más, deseando pillarle
con otra, o cabrearme con él por evitarme de aquella forma a las claras, pero resultó
que sí estaba enfermo, porque de hecho estaba en cama metido. Con aquel panorama
me ofrecí a cuidarlo en fin de año, pero juró y perjuró que prefería pasarlo
descansando y nos veríamos el primer día del año. Y así fue, nos vimos, hicimos el
amor y todo pareció volver a su cauce durante esos minutos, pero cuando acabamos él
se quedó más callado que de costumbre y yo sentí que no tenía la libertad de hablar
como siempre, o bromear, porque igual pensaba mal. No sé, en parte había perdido la
confianza en mí misma, y no hacía más que pensar que igual Einar había descubierto
que mi forma de ser le venía grande, como le ocurría a tanta gente. Cuando esta línea
de pensamiento me abordaba me odiaba bastante, porque no soy dada al victimismo y
de hecho me cae muy mal la gente que dramatiza por todo. Pero sí es cierto que
empecé a sentir que, como siempre, acababa por cansar a la gente que me importaba.

Además de todo estaba mi relación con Diego, que era casi nula. Nos
musitábamos un hola, un adiós y poco más, pero los dos nos mirábamos a conciencia
cuando nos encontrábamos. Sabía muy bien que él me echaba en cara en silencio
haber vuelto a Einar más serio y taciturno, y no se imaginaba cuánto lamentaba eso,
pero tampoco sabía qué podía hacer para superar el bache así que decidí no andarme
con chiquitas y preguntarle a mi chico directamente.

—¿Vas a dejarme?

Él me miró desde su lado de la cama, frunció el ceño y acarició mi frente con


delicadeza.

153
—¿Por qué piensas eso?

—Estás raro, serio, poco comunicativo… Desde nochebuena no eres el mismo.

Einar suspiró y besó mi frente.

—No Juli, me da pena que no consigas llevarte bien con Diego. Él es mi amigo, es
buena persona y me gustaría que lo vieras, pero no lo haces y ya no sé cómo actuar
cuando estamos en mi piso, donde puedes encontrarlo en cualquier momento.

Fue mi turno de quedarme en silencio. Miré al techo y recapacité sobre sus


palabras. Era cierto que todo había empezado con mi lanzamiento de mando hacia el
poli y, aunque entendía que había sido una reacción un poco desmedida, no veía que
fuera para ponerse así, la verdad.

Aquel día no dije nada más, pero al siguiente tomé la determinación de regalarle
a Einar algo que le gustaría mucho más que cualquier otra cosa. Iba a conseguir que
Diego me perdonara y nuestra relación fuera cordial.

Oye, no te pases que he oído tu carcajada de incredulidad desde aquí y hablo


muy en serio. Por eso estoy aquí, en la puerta del restaurante Corleone. Al principio
cuando Einar me comentó que Diego se apellidaba así rompí a reír porque creía que
era una broma de mi vikingo, pero no. El poli lleva el

apellido de una de las familias mafiosas más importantes de la historia a nivel


cinéfilo… Para mear y no echar gota.

Me reprendo a mí misma pensar nada negativo acerca de Diego, teniendo en


cuenta que estoy aquí para hacer las paces. Sé que está trabajando de camarero
porque anoche se lo sonsaqué a Einar como quien no quiere la cosa. Tuve mucho tacto
y mira que eso en mí es raro, pero al final logré que me diera su horario de hoy. Entro
en el restaurante y de inmediato me asaltan los deliciosos olores que emanan de la
cocina. Teresa debería tener aseguradas esas manos, en serio, no es normal lo bien
que cocina.

El restaurante está a rebosar y miro a la barra, donde Giussepe llena unas jarras
de cerveza que va depositando en una bandeja para llevar. Diego no parece estar en
ninguna parte, pero imagino que está en el almacén, o el baño, o no sé, pero me viene
bien saludar primero a su padre porque así le será más difícil echarme con cajas
destempladas.

—Buenas noches…

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Desde el momento en que me acerco a la barra Giussepe me dedica una sonrisa
que me pone un poco tonta. Ay, es que este hombre es tan sexi… ¡No se me puede
culpar de ponerme tontorrona! Es un efecto que causa en el género femenino sin
importar la edad. El hombre arrasa y, lo peor, es que lo sabe y lo disfruta.

—¡Bella, bellísima Julieta!

Giussepe pronuncia mi nombre con un acento italiano tan marcado que siempre
acabo pensando en la protagonista de la famosísima historia de amor y en si Romeo
exclamaría su nombre así antes de subir por el balcón y triscársela a base de bien.

—¿Cómo estás?

—Ahora que has venido a vernos, mucho mejor. ¿Quieres cenar?

—En realidad…

—¿Qué haces aquí?

Ahí está el simpático de Diego, mirándome desde un extremo de la barra como si


fuesen a salirme los cuernos de Lucifer de un momento a otro.

—Me preguntaba si podría hablar contigo.

—Estoy trabajando.

—Ya bueno… puedo esperar a que tengas un descanso.

—Ya he descansado.

—Diego. —El tono cortante de Giussepe me envara incluso a mí—. No seas


maleducado, puedes tomar unos minutos en el despacho para hablar con ella. Seguro
que tiene algo importante que decir,

¿verdad, cariño?

Asiento en dirección de ambos y me pinzo el labio inferior en un intento de


parecer una niña buena, porque si dejo salir la rabia que siento ahora mismo hacia
este energúmeno, en vez de arreglar la situación, igual la empeoro.

Diego gruñe, sí, gruñe como si fuera un perro al que acaban de quitar su hueso
favorito. Se da la vuelta y echa a andar mientras yo lo miro intentando no hervir de ira.
Giussepe me señala con la cabeza el pasillo para que lo siga y eso hago, porque ya

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sabía que esto no sería fácil, pero es lo correcto y estoy segura de que cuando entienda
mis razones dejará de ser un completo imbécil.

Cuando entramos en el despacho me fijo primero en que es pequeño, pero tiene


ese encanto especial que posee todo el restaurante. Hay cuadros de góndolas en las
paredes, una máscara veneciana sobre el escritorio y en un rincón unas cajas apiladas
con manteles de cuadros, de esos que usan en el restaurante.

Diego se apoya en el escritorio mirando hacia mí, cruza sus brazos y tobillos y
como es tan largo, el mamón, no me queda sitio para sentarme en la silla. O sea, sitio
hay, pero estaría rozándome con sus

piernas y no es algo que me apetezca demasiado.

—Tú dirás.

Su actitud sigue siendo fría y distante, y echo de menos tener un mando de tele a
mano para lanzárselo a la cara, pero consigo ignorar su tonito y hablar sin parecer
demasiado arrogante.

—No sé si te has fijado, pero desde nochebuena Einar está un poco más serio de
lo normal.

—Me he fijado. —Ladea la cabeza y me mira con suspicacia—. Supongo que no


fue plato de buen gusto para él darse cuenta de la loca que tiene por novia.

—Haz el favor de cortar las provocaciones porque no voy a entrar al trapo.

—¿Ah no? sería la primera vez.

Suspiro, porque estoy muy cansada de toda esta mierda y porque quiero ayudar
a Einar, pero parece que este tío no está por la labor.

—Oye, te lo creas o no estoy preocupada por mi novio, que también es tu amigo.


Está sufriendo por culpa de nuestra relación y, si estoy aquí, es solo para decirte que
voy a intentar ser más educada y agradable de aquí en adelante.

—¿Perdón? —Diego levanta las dos cejas, como si no creyera una sola palabra de
lo que le he dicho

—. Tú ni siquiera eres capaz de hablar conmigo dos frases sin insultarme.

Cojo aire con fuerza, porque el mamón tiene razón, pero es que tampoco me
queda otra opción.

156
Además, no soy una persona rencorosa: puedo hablar con Diego sin recordar que
me multó dos veces y aprovecha la mínima oportunidad para tacharme de loca.

—Mira, lo que yo piense de ti no importa, igual que a ti no debería importarte lo


que piensas de mí.

Lo único que quiero es que Einar no se sienta entre la espada y la pared cada vez
que tú y yo coincidimos en el piso.

—Es que no me gusta verte en mi casa.

Lo miro a los ojos, sin poder creerme que esté siendo tan capullo. ¿De verdad me
lo tiene que poner tan difícil? Se ve que no le importa una mierda que me esté
rebajando. Ahora mismo me siento como si me arrastrara yo sola por el fango y,
aunque él no es culpable de eso, sí que lo es de disfrutar con mi evidente incomodidad.

—Intentaré ir menos por el piso, si eso te ayuda a tolerar mejor esta situación.

Esta vez Diego me mira muy serio, pero sin rastro de escepticismo.

—¿Harías eso?

—Quiero mucho a Einar, aunque no lo creas. Si para que él esté mejor tengo que
hacer esfuerzos por alejarme del piso y de ti, lo haré. Pero a cambio tú tienes que
prometer ser cordial cuando nos encontremos frente a él.

—Supongo que es de valorar que estés aquí intentándolo, porque conociéndote


estarás deseando destilar veneno.

Hago ejercicio de contención, otra vez, y procuro parece herida. De verdad que
yo tenía que haberme dedicado a ser actriz… Claro que en esta ocasión cada vez me
cuesta menos interpretar, porque el capullo está jodiéndome a base de bien.

—Ya te he dicho que lo estoy intentando por él. Sé que no soy la novia que
quisieras para tu amigo, pero él es feliz conmigo, Diego.

—¿Y tú? ¿Eres feliz con él?

Lo miro frunciendo el ceño y muevo la cabeza de un lado a otro, como si


intentara despejarme para entender su pregunta.

—¿Perdón?

—Ya me has oído. ¿Eres feliz con Einar?

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—Claro que sí. Estoy aquí por él, por nuestra relación.

—Y es un gesto muy bonito, pero no sé… No pareces loca de amor por él.

—Creo que tú no eres nadie para juzgar mi amor.

—Puede, pero te digo lo que veo, y lo que veo es que, a pesar de quererlo, no
estás enamorada de él.

No creo que lo quieras como él se merece.

Aprieto la mandíbula y miro a la máscara veneciana, porque no quiero que vea


que ese comentario me ha dolido bastante. ¿Qué insinúa? ¿Que no puedo
enamorarme? ¿Que no puedo querer? Necesito una réplica ingeniosa, algo que lo haga
desviar su atención de este tema que tan incómoda me hace sentir, pero antes de
poder evitarlo, lo que de verdad siento brota de mí en forma de palabras.

—¿Por qué piensas que soy un ogro?

Antes de poder darme cuenta Diego se ha acercado a mí y lo tengo a escasos


centímetros de mi cuerpo. Nunca había sido tan consciente como ahora de lo alto que
es. Siento sus dedos colocarse bajo mi barbilla y obligarme a mirar hacia arriba, a sus
ojos. No parece enfadado, ni sarcástico, ni un completo cabrón, visto así de cerca.

—No eres un ogro, pequeña bruja, pero de verdad pienso que no deberías estar
con mi amigo.

—¿Por qué?

—Porque él no hace temblar tu mundo, ni tú el suyo, y creo que tarde o


temprano os vais a dañar por empeñaros en mantener una relación que no tiene
futuro.

—Tú no sabes lo que sentimos —murmuro.

—No, pero sé lo que siento yo… —Se relame y frunce el ceño, bajando sus dedos
de mi barbilla y dando un paso atrás—. Cuando estaba con Susana pensaba que nos
bastaba con lo que teníamos. Yo la quería… No estaba enamorado de ella, eso no, pero
la quería.

Mi indignación vuelve por todo lo alto con esa declaración.

—¿Estás comparando tu relación con Lerdisusi con la mía con Einar? —Me río
con sarcasmo—.

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Para empezar, mi chico tiene bastante más cerebro que esa guarra.

—Desde luego, pero no estamos hablando de sus capacidades intelectuales o


físicas. Solo te estoy diciendo que yo pensaba que con el cariño que nos teníamos
valdría y no fue así. En mi caso no sufrí, porque Susana resultó ser una mala pécora,
pero Einar no es así y tengo miedo de que un día despierte y se encuentre con que tú
has descubierto que no puedes seguir con él, porque lo quieres, pero no lo amas.

Porque ahora mismo, tú eres como yo cuando estaba con ella.

La verdad es que no sé qué me indigna más, si su discurso sobre Lerdisusi, su


insinuación de que yo solo quiero a Einar para follar, o su evidente temor a que
termine haciendo daño a su amigo.

—Yo jamás seré como tú.

—¿Me vas a decir que te mueres de amor por Einar? ¿Que no imaginas la vida sin
él? ¿Que quieres estar con él para toda la vida y no tienes ninguna duda de que quieres
que sea el padre de tus hijos?

Frunzo el ceño cada vez más, porque no me gusta nada el rumbo que ha tomado
esta conversación y, aunque no debería, acabo por darle mis explicaciones a este
energúmeno.

—¿Sabes? a veces el amor no es como lo pintan los libros y las novelas. A veces
es más relajado y no hace daño. Yo quiero a Einar mucho, muchísimo, pero de una
forma sana y tranquila.

Diego se ríe… ¡Se ríe! ¿Pero qué le pasa? Te juro que estoy a punto de soltarle
una bofetada, aunque para llegar a su mejilla tenga que subirme en una silla. Y pienso
hacerlo, pero entonces él revuelve mi pelo como si fuera su jodida mascota y se echa
hacia atrás.

—Dios… Es que ese mismo pensamiento era el que yo tenía cuando estaba con
Susana. —Suspira y antes de que yo pueda quejarme sigue hablando—. ¿Sabes qué?
Tienes razón, lo mejor que podemos hacer es mantener una relación cordial, camuflar
nuestro odio mutuo con educación fingida y esperar a

ver hacia dónde nos lleva este barco sin rumbo.

—Este barco lleva un rumbo buenísimo, para que te enteres. Lleva un rumbo tan
bueno que deberían darle un premio al capitán que lo maneja. —Diego se ríe entre

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dientes y yo me enervo más, pero como acabamos de firmar el simulacro de paz,
porque esto no es paz verdadera, me atengo de seguir por ahí—.

¿Entonces no me mirarás con odio cuando nos crucemos en el pasillo del piso?

—No, y si me pillas de buenas hasta puede que te sonría.

—Vaya, qué honor.

—El sarcasmo también debería dejar de salir de esa boquita tuya cuando te
dirijas hacia mí.

Suspiro y me froto los ojos con cansancio, porque estoy asqueada de tener que
estar tratando con este tío más tiempo del necesario.

—Está bien… Y ahora me voy, que tengo que poner los zapatos bajo el árbol y
llenar tres vasos de leche con sus correspondientes galletas para los camellos y los
Reyes.

—¿Todavía haces ese ritual?

—Pues claro. ¿Tú no?

—No, yo crecí, maduré y dejé eso para los críos. —Resoplo y él ríe entre
dientes—. Lo siento, lo siento, no debí decir eso. Espero que los Reyes te traigan
muchas cositas.

—Yo espero que pongan bromuro en tu café de por la mañana, pero como no
creo que vaya a tener tanta suerte, supongo que te veré pronto.

Diego ríe, otra vez, se ve que se ha propuesto en serio eso de llevarse medio bien
conmigo.

—¿Quieres llevarte unas pizzas? seguro que la familia agradece la cena gratis.

—Sería genial, pero he venido de incógnito así que…

—Claro, claro. —Sonríe y abre la puerta del despacho para que salgamos.
Cuando llegamos al restaurante me retiene del brazo un segundo—. Antes, cuando he
dicho que no querías a Einar… Bueno, no quería decir que tú no puedes amar a nadie.

—¿Ah no?

160
—No. Solo que, quizá, el hombre por el que pierdas el sentido aún no ha llegado
a tu vida.

—¿Estás intentando convencerme con buenas palabritas de que deje a Einar


para buscar, según tú, al amor de mi vida?

—No. —Sonríe y se encoge de hombros—. Supongo que con el tiempo te pasará


como a mí y te darás cuenta de las cosas tú sola.

—¿Qué cosas?

—Ya sabes, todo ese discurso de que el amor no siempre tiene que ser intenso
como en los libros, las pelis y demás… Yo me lo he dado hasta el infinito. Y al final,
resulta que estaba equivocado.

—¿Ah sí?

—Sí, una cosa es que no sea el tío más romántico del mundo… Pero ahora
comprendo que el amor debe ser justo así. Si no te remueve las entrañas, te marea y te
deja con la sensación de adorar y aborrecer algo con toda tu alma hasta el punto de
volverte loco, quizá no es amor.

—Pues ese amor que tú describes no parece sano, ni bonito.

—Puede que no sea ninguna de las dos cosas… Pero por una vez en mi vida estoy
seguro de que el amor es justo así.

—No pareces contento con el descubrimiento, tampoco.

—No lo estoy. —Ríe con sequedad—. En realidad, era mucho más feliz cuando
pensaba que el amor consistía en querer mucho a alguien, nada más. Pero bueno… la
vida viene como viene. Y ahora me voy, porque filosofar contigo está muy bien, pero
tengo trabajo.

Quiero rebatirle toda esa absurda teoría suya, pero como hemos quedado en que
ahora seremos algo

así como conocidos cordiales, decido callarme y asentir sin más.

—Nos vemos por ahí, entonces. Hasta luego, poli.

—Hasta luego, pequeña bru… —Lo miro mal y él sonríe con picardía—. Julieta.
Pero conste que lo de pequeña bruja, o pequeña arpía, se puede decir con cariño.

161
—Yo también te puedo decir «mamonazo» con cariño, pero igual Einar no lo
entiende y se trata de eso.

—Cierto, entonces te dedicaré esas dos palabras solo cuando estemos a solas.

Sonríe, se va detrás de la barra y yo salgo del restaurante sin decirle nada más y
sin estar segura de que toda esta charla haya servido para algo después de todo,
porque a más conozco a Diego Corleone, más confundida acabo y más claro tengo que
no acabaré de entenderlo nunca.

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18

El día de Reyes amanece como todos los días de Reyes en mi casa: mis hermanos
y yo nos damos empujones por el pasillo, por las escaleras y en el salón de camino al
árbol para abrir nuestros regalos, porque estos son los buenos, los de verdad. Ya, ya sé
que la mierda de colonia y todo eso de nochebuena debería contar y que lo importante
de la navidad es el espíritu y bla, bla, bla, pero no podrás negarme que lo mejor de la
navidad es el día de Reyes. ¡Es una mañana tan genial!

Me pongo a rebuscar entre los regalos intentando dar con alguno que tenga
escrito mi nombre. Mis hermanos están haciendo lo mismo, pero ellos en vez de
dejarlos todos quietos se dedican a lanzar hacia atrás o a un lado todos los que no son
suyos, con lo que el salón es un condenado caos.

—¿Qué tal si os calmáis y los abrimos de uno en uno y con un mínimo de orden?

Ese es mi padre y la única respuesta que recibe es un gruñido de queja por parte
de todos, incluida yo. ¡No se pueden buscar y abrir los regalos de navidad con orden!
¿Qué seríamos entonces? ¿Personas maduras y adultas? ¡Menudo aburrimiento!

Después de recibir una patada de Amelia, que es muy buena, muy zen, y muy
todo lo que tú quieras hasta que se pone a buscar un regalo la mañana de Reyes, doy
por fin con un paquete que lleva mi nombre. Es una caja cuadrada y grande, y de
inmediato me imagino un perrito; luego me doy cuenta de que no hay agujeros para
que pueda respirar, así que lo descarto con todo el dolor de mi corazón. Ojalá un año
me regalen un perrito peludo. O un gatito. O un tigre. Dios, ojalá alguien me regale un
tigre. ¿Qué?

Puedo desear lo que yo quiera. Si tuviera un tigre seguro que me defendería de


las garras de cierto poli malhumorado… Sería como Rajar, el tigre de la princesa
Jazmín. Ah, qué feliz sería…

Volviendo a la realidad, abro la caja y me encuentro con que dentro hay otra caja.
Miro a mi familia, que ha dejado de abrir regalos para centrarse en mí, supongo que
porque soy la primera que ha encontrado un paquete. Rasgo el envoltorio de la
segunda caja, y ¿adivina? Dentro hay otra más pequeña.

Empiezo a imaginarme una broma de mal gusto, del tipo: estar abriendo cajas un
rato y que al final solo haya una caja de sugus. Mi familia sería capaz, te lo aseguro.
Aun así, intento contener mi intriga e impaciencia y desenvuelvo otra caja sin

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sorprenderme cuando dentro descubro otra. Dos cajas más tarde y con la ansiedad a
niveles infinitos descubro una cajita cuadrada de joyería y me muerdo el labio inferior
imaginando una preciosa pulsera, o un colgante, o un anillo bonito. Lo que sea pero
que brille, porque si vas a ponerte joyas, más vale que brillen.

—Vamos cariño, ábrela —dice mi padre.

Lo hago emocionada y cuando me encuentro con unas llaves me quedo en shock.


Frunzo el ceño, la cojo y miro a mi familia, que me devuelve la mirada con expresión
ansiosa.

—¿Y esto qué mierda es?

—Ya os dije que es lenta y no se entera —dice Esmeralda.

—Esmeralda —contesta mi padre con cansancio—. Sé buena con tu hermana.


¿No ves que está tan sorprendida que no le salen las palabras?

—Sí que me salen —intervengo—. ¿Qué es? ¿Una broma?

—Ni siquiera nosotros tenemos tan mala hostia —dice ofendido mi hermano
Alex—. Te hemos comprado un coche, idiota.

Vale, ahora sí que estoy flipando. Miro a conciencia a todos y cada uno de los
miembros de la familia y no me lo creo hasta que llego a Sara y la veo emocionarse,
porque esta mujer vive emocionada.

Es entonces cuando me doy cuenta de que van en serio y me pongo en pie de un


salto entrando en modo histeria a la velocidad de la luz.

—¿Me habéis comprado un coche? ¿Un coche? ¡Ay Dios! Esta es la mejor navidad
de mi vida. ¡La mejor! ¿Dónde está? ¿En el concesionario?

—Sí, claro. —Mi hermano se ríe con sorna—. ¿Qué concesionario? Si es de


segunda mano y nos ha costado menos de mil euros.

—¿Hacía falta dar ese detalle? —pregunta Amelia molesta.

Mi hermano se encoge de hombros, pero a mí no me importa, porque estoy


emocionada y me encantaría mi coche aunque fuera un patinete. Después de mucho
saltar, gritar y declararles mi amor hasta el infinito y más allá, aunque dentro de
media hora probablemente volveré a insultarlos, salimos a la calle y ahí está. ¡Es
precioso! Alex me explica que es un Opel corsa del año 99 y que está en perfecto

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estado. No es muy grande, pero dado lo pequeña que soy yo me parece que es
perfecto. Es blanco y ya me imagino con él por toda la ciudad.

—¡Soy tan feliz!

Mis hermanos y mi padre ríen y se alegran, y después de un rato de hacer la


tonta, darles un paseo por la urbanización a todos sin esperar siquiera a quitarnos el
pijama, y que Lerdisusi y su familia se asomen por la puerta para ver a qué viene tanto
escándalo, entramos en casa y seguimos abriendo regalos. Algunos son buenos, como
el collar que le ha comprado mi padre a Sara; ella se ha emocionado y ha llorado un
poco, pero ya te digo que esta mujer vive entre lágrimas, que yo creo que es por la
menopausia, pero hablo sin saber, como el noventa por ciento de las veces.

Después de arreglarnos un poco vamos a Corleone, porque anoche le dije a Einar


que podríamos comer todos juntos allí y así nos damos nuestros regalos. Él se
sorprendió un poco, porque claro, no le apetece estar viendo malas caras entre Diego
y yo incluso un día señalado, pero le he prometido que eso no pasará y estoy deseando
ver su cara cuando se dé cuenta de que nos comportamos como personas civilizadas.
Además, si comemos en Corleone, Nate también podrá venir, porque su familia está en
Estados Unidos y aunque él es yanqui y su costumbre es celebrar papá Noel a mí me
da mucha pena que coma solo el día de Reyes. Si hubiese tenido trabajo me habría
callado, pero no lo tiene. El que sí trabaja de turno de mañana es Diego, según me ha
dicho mi chico, pero llegará justo para comer con nosotros.

A las dos de la tarde estamos en la puerta del restaurante y enseño


entusiasmada mi nuevo coche a Nate y Einar, que están allí esperando. Ellos lo alaban,
me felicitan y yo doy saltitos como una niñata.

Entramos al restaurante y saludamos a Giussepe y Teresa, que han prometido


sentarse con nosotros para el postre, porque el resto del tiempo están trabajando a
marchas forzadas dado que esto está a reventar de gente. Nos sentamos en la mesa
que ya acostumbramos a ocupar y empezamos nuestro ritual de pelearnos y hablar a
gritos para aclararnos acerca del pedido. Al final yo me pido un risotto mare monte y
unos Canelloni, a pesar de que todo el mundo me advierte de que es demasiada
comida para mí sola.

—¿Pero me queréis dejar? ¡Pedid lo vuestro y dejadme vivir!

Ellos se ríen y piden al camarero, que ha intentado flirtear conmigo y cuando ha


visto la cara que le ha puesto Einar ha cambiado de bando y se ha centrado en
Esmeralda y Amelia.

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—Cuando acabemos de comer te llevaré a dar un gran paseo en mi nuevo coche
—le digo a Einar en tono presumido.

Él se ríe, coge mi mano por encima de la mesa y besa mis nudillos en un gesto
que me derrite.

—Me encantará.

—¿Y no te dolerán las piernas? —pregunta Nate, ganándose que lo mire muy,
muy mal—. O sea, es un coche genial, precioso de verdad —dice mirándome—, pero…
—Hace una mueca, porque intuye que la ha cagado y no sabe cómo arreglarlo—. Igual
tienes que encoger mucho las piernas, porque es un coche pequeñito.

—Es un coche perfecto —replico cortante.

—Desde luego que sí. —Alza las manos en señal de paz y yo me quedo algo
conforme, aunque no del todo.

—Buenas tardes.

Miramos a Diego, que acaba de llegar. Bueno, yo lo miro y mis hermanas babean
que da gusto. De verdad, qué pervertidas son… Vale que con el uniforme está para
hacerle de todo, pero yo conozco su personalidad y eso le quita todo el encanto. ¡Si
hasta Sara ha puesto cara de bobalicona! No lo entiendo, de verdad. Total, vale que es
muy alto, sí, y vale que ese pelo negro y rizadito por arriba le hace parecer muy mono
a pesar de sus facciones duras. Y vale, vale, puede que sus manos sean bonitas y eso en
un tío siempre da puntos. Tiene una boca comestible, eso puedo admitirlo también, y
un cuerpo fibrado, pero vamos, como todos los polis nuevos, porque los viejos ya se
sabe que son más al estilo de Carl Winslow de «Cosas de casa». Pero quítale todo eso y
verás lo que te queda… Huesos y antipatía, nada más. No merece la pena.

—¿Adivina qué? —pregunto para dejar claro a todo el mundo desde primera
hora que hemos cambiado. Ahora falta que él me siga el rollo.

—¿Qué?

—Me han regalado un cochazo.

—Hombre Juli, tanto como cochazo… —dice Einar.

—¡Un cochazo! —repito fulminándolo. Después miro a Diego—. ¿Quieres verlo?

—¿Un coche? Claro, vamos.

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Me levanto feliz de la vida y le sonrío a mi chico, que nos mira como si nos
hubieran salido tres cabezas.

—Voy con vosotros.

No me extraña su declaración, porque el pobre ha de pensar que llevamos


cuchillos y pistolas escondidas para batirnos en duelo en el callejón del restaurante.
Cojo su mano y salimos a la calle, donde le enseño a Diego mi precioso opelito.

—Te presento a Corsa, Corsita para los amigos.

—¿Corsita?

—Mola porque se parece a «Cosita», que es súper molón. ¿A que sí?

Diego se pasa la lengua por el labio inferior, luego por el superior y cuando
cierra la boca y frunce los morros sé que está intentando no reírse de mí.

—Corsita es un gran nombre.

—¿Qué pasa aquí? —pregunta Einar.

—Nada amor, ¿por? —contesto.

—Estáis simpáticos entre vosotros.

Pongo los ojos en blanco y sonrío abrazándolo.

—Sabemos comportarnos.

—¿Puedo dar una vuelta? —pregunta Diego señalando mi coche—. ¿Para ver
cómo funciona?

—Mi hermano Alex lo ha revisado y dice que va genial.

—Ya, pero si no te importa le doy una vuelta, a ver cómo responde.

Me encojo de hombros y le doy las llaves.

—Yo voy delante.

—Mmmm Juli, yo creo que detrás no entro.

Miro a Einar, luego el espacio que hay en la parte trasera del coche y pienso que
mi novio es muy, muy exagerado.

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—¡Cabes de sobra! Venga, será una vuelta rápida. ¿No ves que ya hemos pedido
la comida y no podemos tardar?

Einar asiente a regañadientes y se mete detrás. Es verdad que tiene que hacer un
par de maniobras para encajar las piernas, pero no es nada comparado a lo que tiene
que hacer Diego para sentarse tras el volante. Cuando por fin consigue acomodarse
tengo la sensación de que va a conducir con las rodillas, de tan dobladas como lleva las
piernas.

—El problema no es mi coche, que es perfecto —aclaro—. El problema es que


sois gigantes los dos.

—Voy a abstenerme de hacer comentarios —dice Diego.

—Lo agradezco.

Y es verdad, porque conociéndolo ya tiene un montón de pegas para poner.


Arranca y empieza a dar la vuelta al barrio mientras va toqueteando botones del aire
acondicionado, la radio y todos los que están al lado del volante. Yo lo miro y no digo
nada, pero por momentos tengo la sensación de que no va quedarle nada por tocar.

—Te estás follando a mi Corsita a base de bien —digo al final, porque yo si llego
a nacer muda reviento, ya se sabe.

Einar se atraganta con la risa y Diego me mira frunciendo el ceño.

—¿Perdón?

—Hijo tanto tocar, tanto tocar, parece que vayas acariciándolo, o acariciándola,
porque es chica.

Diego se pinza el labio inferior y sé que está intentando contenerse para no


soltarme una bordería.

—Intentaré no follarme a tu coche.

—Se agradece, porque es virgen y no la dejo salir con chicos malos.

—Esta conversación es muy surrealista, como todas las que tengo contigo, pero
aun así te recordaré que soy poli. Yo soy de los buenos, nena.

Resoplo y miro atrás, a Einar, que sonríe. Me alegra que esté contento de ver
nuestra interacción porque me está costando mucho no soltar una bordería.

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—¿Vas cómodo, vikingo mío?

—Muy cómodo, pero no me pidas nunca sexo aquí.

Suelto una carcajada y aprieto su rodilla con cariño.

—Tranquilo, eso en sitios más cómodos.

—¿Sabéis que puedo vivir sin saber de vuestras pericias sexuales? Bastante
tengo con escucharos en el piso ya.

—Hablando de eso —dice Einar—. ¿Duermes conmigo hoy, Juli?

Miro a Diego y pienso en lo que me dijo ayer acerca de verme mucho por el piso.
Sé que si quisiera podría ir cuantas veces quisiera, pero también sé que no me quiere
allí y aunque no lo creas me daría bastante reparo pasarme la noche pensando que
ojalá no me encuentre con Diego. Además, bien mirado, no es justo que él esté
incómodo en su propia casa.

—También puedes venir tú a casa —sugiero.

Einar frunce el ceño y me mira extrañado.

—Pero Juli, allí están tu padre y su prometida, y tus hermanos.

—Bueno, y en tu piso están Diego y Nate. No tenemos que molestar allí siempre.

El silencio que se hace en el coche es incómodo y me dedico a mirar al frente


porque no quiero ver las caras de ninguno de los dos. El resto del trayecto hablamos
del coche, de lo bien que está para los años que tiene y de banalidades que no nos
lleven de nuevo al tema de las casas. El paseo dura unos minutos, pero te juro que se
me hacen eternos, aunque imagino que con el tiempo estas situaciones

dejarán de ser tan violentas para todos y podremos adaptarnos poco a poco.

Cuando llegamos bajo del coche para que Einar salga y este se mete corriendo
porque al parecer estar tan apretado le ha dado unas ganas de hacer pis horrorosas.
Sonrío y cojo mis llaves de manos de Diego. Cierro el coche y cuando me giro él me
está mirando fijamente.

—Si quieres pasar la noche en el piso, no hay problema.

—Tranquilo, podemos ir a mi casa también.

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—Venga Julieta… —Chasquea la lengua—. Me siento mal porque sé que es por lo
que yo te dije.

—No te sientas de ninguna manera. Tú dijiste que preferías no verme mucho por
allí y yo lo entiendo. Ya te lo dije ayer, no soy tan mala como piensas.

—No creo que seas mala.

—Ya, bueno… —Sonrío sarcástica y lo esquivo para seguir caminando, pero él


me coge del brazo y me gira para tenerme de nuevo cara a cara—. Diego, nos están
esperando.

—Creo que es la primera vez que me llamas Diego —Sonríe—. Al menos es la


primera vez que lo dices sin que haya de por medio odio, ironía o alguna puya.

—Sigues dejándome como la mala de la película, cuando creo que no recuerdo


una sola vez en que tú me hayas llamado Julieta.

—Es un nombre muy bonito, pero a mí me gusta más llamarte pequeña arpía, o
pequeña bruja.

—Eres un cabrón.

—No, no lo soy —Sonríe con lo que pretende ser dulzura—. No te enfades, solo
era un decir.

—Estoy harta de esas mierdas. No me gusta que me llames así.

—¿Por qué?

—Porque dejas claro lo que piensas de mí.

—Pero es que cuando lo digo en lo último que pienso es en que seas una arpía o
una bruja de verdad.

—Tú crees que estoy loca.

—Sí, pero la gente loca siempre me ha parecido maravillosa.

—Ya, claro —digo bufando con incredulidad—. Ahora resulta que te parezco
maravillosa.

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Diego se queda en silencio y yo me suelto y echo a andar, porque odio que haga
esto. ¡Ayer mismo este tío me dejó clarísimo que no me quiere cerca de su amigo ni en
su casa! Y hoy de pronto todo son buenas caras.

—Me gusta llamarte así porque nadie más lo hace —dice a mi espalda—. Porque
es algo solo nuestro. Como cuando me dices «Poli» de esa forma tan airada.

—¿O mamón? —replico con sorna.

—O mamón, sí. No es a malas, Julieta, y lo sabes.

—Lo único que sé es que nuestro pacto para llevarnos bien se aplica a cuando
tengamos público.

—¿Por qué?

—¿Por qué? —Me giro enfadada y clavo un dedo en su pecho—. ¡Porque ayer
mismo me dijiste que no me quieres ver en tu casa!

—¿Dije eso?

—¡Sí! Y no fue lo único que dijiste. Tienes por costumbre decir cosas que me
duelen y luego alzar las manos y hacerte el santo, pero no funciona así Diego. Yo no
funciono así.

Me giro para entrar, otra vez, y cuando me coge del brazo me resisto para no
girarme, porque estoy harta de toda esta charla que no nos conduce a nada. Él no se
rinde y cuando habla lo hace tan cerca de mí que siento su aliento en mi nuca.

—Es que no sé cómo funcionas y eso es lo peor de todo. Daría todo lo que tengo
por tener por lo menos una mínima idea…

Cierro los ojos y sonrío con cansancio, porque estoy harta de que no me
comprenda y de sentirme con él como con mucha gente. Y aunque sé que no debería
dejarle ver cuánto me jode esa actitud, hablo desde lo que siento, porque quizá así
comprenda que nosotros no podremos llevarnos bien nunca.

—No te imaginas el montón de gente que me ha dicho a lo largo de mi vida que


ojalá fuera más normal, porque así podrían entenderme mejor. Sé que mi
personalidad es difícil, Diego, pero te estoy pidiendo que lo soportes por Einar, que es
tu amigo, y mi novio. No me vas a entender nunca, porque muy poca gente puede
hacerlo, pero, sobre todo, porque no quieres hacerlo. Te has formado una imagen de la
chica loca, bocazas e infantil que ves en mí y no piensas que pueda tener más virtudes,
pero sí muchos más defectos.

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—Eso no es…

—Eso es malditamente cierto. Y no voy a ser yo quien te corrija, pero piensa,


aunque sea una vez, que debajo de todo eso también soy una mujer con sentimientos,
y tú ya los has herido en incontables ocasiones. Y sí, sé que yo no he sido una santa, ni
mucho menos; por eso lo mejor es que tengamos un trato cordial delante de Einar, y
nulo o casi nulo a solas.

Me suelto y, esta vez, él no me detiene. Sé que lo he sorprendido con mi mini


discurso, sobre todo porque he hablado con mucha calma y serenidad y no está
acostumbrado a eso cuando se trata de mí. A decir verdad, yo misma estoy flipando un
poco de lo bien que me he portado. Lo de las ganas de lloriquear como una niñata se
me pasará en cuanto le clave el diente a esa deliciosa comida. Y si no, una copita de
vino, o dos, o diez, para acorcharme. ¡Para eso es el día de los putos Reyes Magos!

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19

Diego
Cuando entro en el restaurante detrás de Julieta estoy confundido. Más
confundido de lo que ya estaba, quiero decir. No la entiendo, no la entiendo, no la
entiendo: eso es todo lo que pienso el ochenta por ciento de mis días. El resto lo ocupo
pensando en lo que me estoy enganchando a ella y en lo mal que está eso.

En realidad, no deja de tener su gracia que se haya tomado tan a pecho que ayer
le dijera que no me gusta verla en casa. Joder, ¿cómo no va a gustarme? ¡El problema
es que me gusta demasiado!

Desde la yincana algo ha cambiado, no sé exactamente qué es, pero he dejado de


aborrecerla poco a poco y, lo que antes me parecían locuras, ahora me parecen
acciones casi encantadoras, siempre que no entren en el plano ilegal. Por ejemplo: ¿Te
acuerdas de cuando la conocí? Pensé que estaba loca porque, entre otras cosas,
llevaba las uñas de los pies de distinto color. Bueno, pues no te creas que eso es lo más
grave… Ahora que es invierno acostumbra a llevar calcetines distintos y no solo eso:
se pone las camisetas y los jerséis del revés sin darse cuenta; si la llaman y tiene que
coger notas lo hace donde primero pille y eso incluye sus vaqueros, el brazo del
primero que tenga a mano y en una ocasión la nuca de Einar. Y lo peor es que a él le
hizo gracia y a mí, aunque no quise reconocerlo, también.

Julieta no es desordenada, no, es caótica y eso, que al principio me sacaba de


quicio, ahora me parece adorable. ¡Me parece adorable! ¿Te das cuenta de la gravedad
del asunto? Cada vez que miro a mi amigo se me cae la cara de vergüenza. La única
razón de no quererla cerca a menudo es porque soy consciente de que en algún
momento se me va a notar que me he encaprichado de ella…

No, no, corta encaprichar, porque esa palabra ni siquiera empieza a definir cómo
me siento. De pronto, las canciones, los libros y las pelis que hablan de amor me
encajan y no me parecen ninguna exageración. Este tema me tiene tan agobiado que
incluso he pensado en pedir opinión a mis padres, pero… ¿Qué pensarían de mí? ¿Qué
clase de persona empieza a tener sentimientos intensos por la novia de uno de sus
mejores amigos? Soy lo peor, lo puto peor, y cada vez que pienso en Einar, o en ella,
siento que la mezcla de intensidad y traición me muerde las entrañas.

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No quiero que su egocentrismo me resulte adictivo, que su locura se me antoje
divina y sus salidas de tiesto me hagan sonreír. No quiero acostarme en la cama y
pensar que ojalá cruzara el pasillo y viniera a mí, permitiéndome enredar su pelo en
mis manos y besarla hasta que a los dos nos ardieran los labios.

No quiero añorarla como si me faltara una parte de mí, como si me hubiesen


amputado un brazo, cuando en realidad ni siquiera sé lo que es estar con ella. No
quiero verla entrar en mi restaurante y hablar a mis padres con cariño, porque eso me
hace pensar en lo que sería tenerla ahí como algo más y que mi familia fuera suya,
igual que viceversa. No quiero contar las horas que faltan para verla, aun cuando no sé
si la veré pronto. No quiero sentir esto. Y no quiero, te juro que no quiero verla ante
mí: tan lista, tan guapa, tan adictiva y tan de otro.

Cuando llego a la mesa en la que estamos sentados agradezco que me haya


tocado sentarme entre Esmeralda y Nate, porque lo último que necesito es que Einar
me pregunte como es que ahora su novia y yo nos llevamos bien. Pido algo de comer al
camarero y me fijo en cómo coquetea con Amelia y Esme, aunque más con la primera.
No me extraña, porque la abogada sabe cómo poner la cara justa para que un tío
desista de intentar nada.

—¿Qué tal la mañana? —me pregunta Nate.

—No ha sido de las peores. —Sonrío—. ¿Tú al final entras mañana?

—Sí, raro es que me haya tocado descansar hoy, pero pienso aprovechar el día.

—¿Qué harás?

—Dormir toda la tarde.

Reímos y cojo un trozo de pan de ajo que hay en la mesa para todo el mundo.

—Dormir suena como un gran plan. De hecho, creo que voy a imitarte.

—Menuda forma de pasar la tarde de Reyes —dice Amelia—. Venga chicos, ¿no
queréis hacer algo divertido?

—¿Divertido como qué? —pregunto.

—No sé… Podemos ir todos juntos a ver una peli.

—Si voy al cine me duermo —asegura Nate—. De verdad, tengo un montón de


sueño atrasado.

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—Como médico deberías saber que el descanso es necesario para tu trabajo —le
dice Esmeralda.

Nate se ríe entre dientes, como si le hubiese dicho lo más ingenioso del mundo.
La verdad es que no sé por qué mi amigo encuentra tan graciosa a esta chica, con lo
estricta y seria que es. Todavía no entiendo cómo pueden nacer cuatro personas del
mismo vientre con apenas minutos de diferencia y ser tan opuestos unos a otros.

—Sé muy bien cómo funciona esto del descanso. ¿Tú duermes bien? Hoy pareces
tener más ojeras.

A favor de Esmeralda diré que ni siquiera mueve las facciones de su cara. Se


limita a mirarlo con una sonrisa desafiante y luego se lleva a la boca un poco de la
pasta que ha pedido. Mi amigo sonríe y niega con la cabeza y yo pienso, no por
primera vez, que lo que ocurre es que su eficiencia controlada le pone y está deseando
saber cómo sería lograr que perdiera el control.

Lo entiendo, pero tengo ganas de decirle que conseguir eso es casi tan difícil
como lograr que Julieta entre en una misa y se esté toda una hora callada. Y hablando
de la reina de Roma… Ahí está, peleándose con su risotto y riéndose de esa forma tan
escandalosa de algo que ha dicho su hermano. Intento entender qué es, pero la verdad
es que pierdo tanto tiempo en mirarla sin que se note que lo hago, que al final la
concentración no me da para mucho más. O será que cuando la miro me olvido hasta
de pensar… Dios, me doy tanto asco en este plan.

—Podemos ir a casa y ver una peli en el salón —dice entonces Sara.

Todos están de acuerdo y yo miro a mis padres para intentar averiguar si les
quedará mucho trabajo por delante, pero es obvio que sí. Podría quedarme y ayudar,
aunque también me apetece estar con los chicos. La verdad es que después de todo se
ha creado un vínculo entre nosotros que cada vez se hace más fuerte y ya me resulta
fácil considerarlos mis amigos. De hecho, solemos hacer planes para este verano y me
gusta saber que ahora tenemos un grupo fijo de amistades con las que salir, aunque
eso no significa que deje de salir con otra gente. Es solo que el concepto de «pandilla»
me gusta. Joder, es que cuando leo todo esto en resumen, parezco un niñato… Entre lo
contento que estoy de tener amiguitos, y que me he pillado hasta las cejas por la novia
de otro, cualquiera diría que he hecho una regresión a los quince años por la puerta
grande.

—¡Diego! —Recibo un pequeño empujón de Nate, que a mi lado me mira


extrañado—. ¿Qué te pasa? Estás empanado.

Ay, si yo le contara…

175
—Perdona, pensaba en trabajo.

—Te decía que, si quieres, podemos ir nosotros al piso a coger algunas de las
pelis que tenemos y luego vamos a casa de ellos.

—Sí, claro, aunque yo tengo que asegurarme de que mis padres no necesitan
ayuda.

Ellos asienten, comprendiéndome a la perfección y seguimos comiendo y


haciendo planes, o más bien peleándonos acerca de qué tipo de peli deberíamos ver.
Al acabar de comer pregunto a mi padre si necesita ayuda y él me insiste en que todo
está controlado porque han contratado refuerzos para todos los

festivos. Sé que tiene razón, pero me sabe mal hacer planes y no contar con que
puedan necesitarme.

Aclarado el asunto me reúno con Nate en la puerta. El resto de chicos ya ha


salido y nosotros vamos a por las pelis a nuestro piso. Las cogemos y es cuando vamos
ya camino de casa de Julieta cuando Nate habla interrumpiendo una canción de la
radio.

—Oye… ¿Estás bien?

—Sí, claro. ¿Por? —pregunto de inmediato.

—No sé, estás como raro. Últimamente lo mismo hablas sin parar, que te pones
taciturno y no hay forma de que hacer que te quedes en la realidad más de cinco
minutos seguidos.

Miro por la ventanilla y me aprovecho del tiempo que eso me da, dado que Nate
conduce.

—Estoy bien —contesto al final—. Supongo que el invierno y los días nublados
me vuelven más callado.

—Mmmm vale.

—Vale.

Nos quedamos en silencio, pero al parecer mi amigo no ha acabado con su


interrogatorio y cuando vuelve a abrir la boca consigue tensarme entero.

—Me he fijado en que te llevas mejor con Julieta.

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—Bueno, no hemos hablado mucho en la comida.

—No, pero tampoco os habéis lanzado pullas de todo tipo.

—Ya… Supongo que ya nos hemos aburrido de intentar hacer rabiar al otro.

—Mmmm vale.

—¿Qué significa «Mmmm vale»? Estoy hasta la polla de oírtelo hoy.

—Tranquilo fiera, que solo lo he dicho dos veces.

—Pues no me gusta, parece que sospecharas de lo que te digo.

—Bueno, es que sospecho de lo que me dices.

—¿Y por qué lo haces? Te estoy diciendo la verdad.

—Yo tengo otra opinión, pero bueno, que si quieres contarme esa milonga bien,
de verdad, tampoco voy a discutir por una gilipollez.

No te imaginas cómo me toca las pelotas que Nate siempre haga esto. Primero
tira la piedra y luego esconde la mano entera. Me tienta, me cabrea, me pone al límite
y después se retira con cara de bueno, como si él no hubiese roto un plato.

—Ahora me la cuentas —digo mosqueado.

Él suspira y tamborilea con los dedos en el volante largo rato antes de hablar de
una vez.

—Creo que estás encoñado de Julieta y el no saber cómo manejar esta situación
de mierda te está consumiendo.

Abro la boca de inmediato para replicar, porque estaba listo para soltar algo
ingenioso, pero es que el mamón ha dado en el clavo. Debería haber sido adivino en
vez de médico y, aunque por un momento pienso en mentirle y negarlo todo, decido
que no tiene sentido. Primero porque es otro de mis mejores amigos y su consejo
puede serme de utilidad y segundo porque no quiero empezar a embrollar todo esto y
acabar mintiendo a mis seres queridos de mala manera, llegando incluso a perder la
confianza con ellos.

—¿En qué momento de la carrera te enseñaron a extirpar pensamientos?

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Nate sonríe justo cuando entramos en Sin Mar, niega con la cabeza con suavidad
y se queda en silencio hasta que llegamos a la calle de Julieta. Aparca y, aun así,
necesita unos segundos antes de hablar. Eso no es algo que me ponga nervioso,
porque conozco a mi amigo y sé que solo intenta ordenar sus pensamientos para no
embrollarse demasiado una vez que empiece a hablar.

—Me di cuenta de que ocurría algo casi desde el principio. De hecho, es probable
que yo haya sido

el primero en ver vuestra química. La primera mañana que ella amaneció en el


piso, cuando te fuiste a correr, ¿lo recuerdas?

—Sí.

—Ella te estuvo mirando hasta que saliste de casa. Dice que te odia, que no te
soporta, pero cuando está cerca de ti te tiene ubicado todo el tiempo y eso no es algo
que hagas con una persona a la que odias,

¿no?

—Supongo que no.

—Y luego estás tú y tu forma de cambiar con respecto a todo… Has pasado de


tener una relación fría e insustancial con Susana a dejarla, comprometerte con tu
trabajo y no salir ni siquiera con otras tías que puedan aliviarte los picores, ya sabes.

—Sí, te sigo.

—Además, hace tiempo que no sueltas ese discurso de mierda de «El amor que
las películas nos venden es ficticio». Antes estabas de un pesado con el tema que
aburría y ahora es como si, de pronto, se te hubiese olvidado toda esa teoría.

Me quedo en silencio unos instantes, procesando todo lo que me ha dicho y


pensando que mi amigo es un crack a la hora de vislumbrar sentimientos, por muy
ocultos que estos estén. Basta con que te mire a los ojos y se fije en tus movimientos y
comportamiento para que acabe por desentrañar todo lo que piensas, sientes, o los
motivos de tus actos. Debería haber sido psicólogo, siempre se lo digo. Al final, cuando
me aclaro un poco, le contesto con la mayor sinceridad posible.

—La he cagado, Nate. Te juro que he intentado evitar que esto me ocurriera,
pero es que los sentimientos han llegado de pronto, en tropel y me han asaltado con
una fuerza que… ¡Mírame! Si hasta hablo de sentimientos sin preocuparme en exceso.

178
Me he vuelto un blando de mierda que solo piensa en pintar corazones y fabricar
unicornios.

—¿Piensas esas dos cosas de verdad?

Pongo los ojos en blanco y me río.

—No, ya me entiendes. El caso es que estoy portándome como un amigo de


mierda y no sé cómo dejar de sentir esto.

—Bueno, para empezar, no creo que estés portándote como un amigo de mierda.
No tienes la culpa de tener sentimientos, Diego, y eres un hombre soltero.

—Eso no quiere decir nada, yo jamás intentaría nada con la novia de Einar.

—Sí, lo sé y estoy seguro de que Einar también lo sabe. El problema es… ¿Qué
crees que quiere ella? Porque parece feliz con él, aunque a ti te tenga siempre
presente.

—Puede que me tenga presente, pero me odia, Nate. Me odia con una fuerza
que…

—Oh venga ya. —Ríe entre dientes—. No te odia. Creo que su forma de
demostrar la confusión que sientes es atacarte; incluso atacarse a sí misma.

—No me hagas ilusiones, Nate.

—No, no lo hago. Ella está con Einar, esa es su decisión y ni yo te animaré a


meterte, ni tú lo harás.

Lo sé, te conozco.

—¿Pero…?

—Pero quizá, eso no sea suficiente para evitar que nuestro amigo sufra.

—Lo sé, pero tampoco sé qué puedo hacer para evitar que esto se nos vaya de
las manos.

—No, nada… Lo más jodido es que no puedes hacer nada. —Nate suspira y me
mira con precaución

—. Supongo que confesarle a él lo que ocurre no entra en tus planes…

179
—No, no. —Niego con la cabeza—. Eso es imposible, solo conseguiría ponerlo en
tensión y que empezara a fijarse en cada nimiedad de mi relación con Julieta. Al final,
ellos acabarían y sería en gran

parte por mi culpa.

—¿Entonces?

—Si cortan ha de ser porque ellos lo decidan, porque les vaya mal, porque… yo
que sé, Nate, por lo que sea, pero no por mí y no rompiendo mi amistad con Einar.
Nosotros somos más que amigos, somos como hermanos. No puedo hacerle eso.

—Te entiendo, es una situación muy jodida.

—Y, por otro lado, tampoco sé lo que Julieta siente a ciencia cierta. Está claro que
lo quiere, de no ser así no estaría con él.

—Ya, eso también… pero no sé. Es que yo veo que entre vosotros saltan chispas.

—Bueno, eso es porque nos llevamos mal y tenemos este sistema de insultarnos
que entretiene y…

—No, no, no es solo eso, tío. Te juro que cuando estáis juntos hay algo distinto en
el ambiente.

Me quedo en silencio, porque no sé qué decirle a eso y porque igual el temita se


está poniendo más intenso de la cuenta. Además, por más vueltas que le demos la
realidad es que ella está con él, y él es mi amigo. Punto.

Bajamos del coche después de que quede claro que no vamos a hablar más de
esto por el momento y llamamos al timbre. El día sigue nublado y es probable que
arranque a llover de nuevo, así que no se me ocurre una mejor manera de pasar la
tarde que viendo una peli con amigos, pero cuando entramos al salón y veo a Julieta
medio recostada en el cuerpo de Einar algo vuelve a removerse dentro de mí. Siento la
mano de Nate apoyarse en mi hombro, como si fuera un gesto casual, pero entiendo
que lo hace en señal de apoyo.

Lo peor, sin duda, es no poder enfadarme con él, ni con ella, porque no tienen la
culpa de que yo esté sintiendo esto.

Él es uno de mis mejores amigos. Ella, la chica de mis sueños.

¿Cómo se maneja una situación así sin parecer un cabrón o acabar haciendo
daño a alguien? Ojalá alguien pudiera darme la respuesta que tanto necesito.

180
20

Dos semanas después de Reyes estoy en el piso de los chicos disfrutando de un


helado de kinder bueno.

Einar está en la cama durmiendo, pero como Nate está de guardia en el hospital
y Diego trabajaba de tarde y después pensaba pasar por el restaurante para echar una
mano a sus padres, he decidido venirme al salón y disfrutar de la tele. Bueno, miento,
en realidad estoy con el móvil buscando proveedores para mi tienda y los nervios no
me dejan dormir. ¡Por fin tengo local! Es genial, está en la plaza como yo quería y,
aunque no es muy grande, tiene todo lo necesario, así que nos hemos puesto manos a
la obra de inmediato. Mi hermano, mi padre y Einar han trabajado duro colocando
estanterías, montando el escaparate y ayudándome a pintar. Amelia se ha pasado
también para hacer algo y Esme como es una señorita ha alegado un montón de
trabajo y se ha escaqueado de todo. Sara me ha hecho una lista de los proveedores a
los que debería echar un ojo, incluido uno de Estados Unidos que tiene muy buena
pinta.

Si todo marcha según lo previsto y la documentación de alta está lista, en dos


semanas más, tres como mucho, podré abrir la tienda.

Mientras tanto mi familia y amigos se encargan de hacerme publicidad.


¡Giussepe y Teresa hasta tienen panfletos informativos en su restaurante! Yo por mi
parte he abierto una página de Facebook y estoy intentando captar gente desde ya. Sé
que no puedo tener grandes aspiraciones y que el primer año trabajaré como una
negra, simplemente, para no hundirme y tener que cerrar por pérdidas. Lo sé, no te
creas que soy una completa inconsciente, pero la ilusión me puede. Sé que voy a
conseguir que vaya bien.

En Sin Mar hay muchísimos niños cabrones, incluso adultos necesitados de


máscaras y disfraces. Si me lo monto bien podré abrir justo antes de carnavales así
que estoy encantada. Por otro lado, ya he dejado mi trabajo de zombi. Al final
aproveché los días de baja para sumarlos a las vacaciones pendientes y dimití,
dándoles a mis compañeros e incluso jefes la sorpresa del siglo.

En lo personal las cosas tampoco van mal. A ver, mi relación con Einar no está en
el mejor punto, pero hemos mejorado desde nochebuena. Este último mes ha sido de
muchos altibajos, pero lo importante es que vamos aguantando. Diego y yo nos
llevamos mejor y hasta hemos mantenido conversaciones de más de cinco minutos en
alguna ocasión. Mi chico flipa, pero está contento, aunque no consigo que vuelva a ser

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el mismo de cuando empezamos. No sé qué está mal y cuando le pregunto me dice que
no hay nada en concreto, que solo está sintiéndose raro estos días. A veces me dan
ganas de gritarle que aquí la de los cambios hormonales por culpa de la regla soy yo y
debería dejarse de mierdas como esa, pero me callo, claro, porque sé que su paciencia
no está en un punto álgido y no quiero que estalle y acabemos teniendo problemas de
verdad. Igual no es la relación perfecta, pero es una buena relación y quiero luchar por
esto. Einar es el hombre perfecto y yo me merezco a alguien así. Además, nos reímos
juntos, tenemos un montón de temas de conversación y chuscamos que da gusto. Digo
yo que eso último debe contar, ¿no? Siempre se ha dicho que una relación que en el
plano sexual no funciona está destinada al fracaso, pero nosotros funcionamos mucho
y muy bien. De hecho, en los últimos tiempos los momentos en que nos quitamos la
ropa son los únicos en los que no tengo ninguna duda acerca de nosotros.

No es que viva en una duda constante el resto del tiempo, pero estoy empezando
a mosquearme con eso de que haya algo raro rondando entre nosotros todo el tiempo.
Como si Harry Potter se pusiera la capa de invisibilidad y se dedicara a jodernos en
silencio, pinchándonos en el culo y haciéndonos estar incómodos. No me gusta
sentirme así, pero no quiero hablarlo, porque sé que otra vez me dirá que no es nada y
que entre nosotros todo va bien. Y que oye, con lo loca que yo estoy es posible que me
esté inventando una paranoia como una catedral solo para tener excusa de armar
jaleo. ¿No ves que a mí lo de tener una vida tranquila y pacífica mucho tiempo me
aburre? Debo tener algo en el subconsciente que me

empuja a buscarme problemas cuando todo parece calmado.

Estoy mirando unos brazos sangrientos que me flipan y he decidido hacerme la


cuenta y contactar con el proveedor de la página en la que navego cuando la puerta
del piso se abre dando paso a un Diego con cara de cansancio y una mochila al
hombro.

—¿Qué haces aquí ya? —pregunto tensándome.

Él me mira con sorpresa, una cosa es que nos llevemos mejor y otra que en estas
dos semanas hayamos coincidido de noche en el piso. Suelo venir por las tardes o de
paso, pero solo he dormido aquí otra noche aparte de esta.

—Esta es mi casa…

—Sí, pero pensé que trabajarías en el restaurante.

—Sí, fui hasta allí pero después de un par de horas la cosa se calmó bastante, así
que me vine. Estoy molido.

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—Oh.

Me levanto como si me hubiesen metido un cohete en el culo y voy con el helado


hasta la cocina para guardarlo y perderme del mapa. Estoy poniendo la tapa al
cacharro cuando lo siento entrar. Y digo lo siento, porque no lo veo, pero ahí está, lo
sé, esas cosas se notan. Es como cuando llegas a casa y sabes que tus hermanos se han
comido las galletas que tenías guardadas para después de cenar. No has mirado en la
despensa aún, pero da igual, el ambiente está raro.

—Puedes seguir comiendo helado, si quieres.

—No quiero más.

—¿Estabas viendo alguna peli?

—No. Solo miraba unas tonterías por internet.

Diego se queda en silencio y yo empiezo a estar expectante. No sé por qué sigo


mirando al vaso de helado, quieta como una idiota, cuando es obvio que debería
guardarlo y largarme de aquí, pero es que no quiero girarme y verlo. No sé, algo me
dice que, cuando lo haga, él va a recordarme que no me quiere ver mucho en la que
también es su casa. No entiendo por qué estoy tan sentida con este temita, me odio
mucho cuando me pongo en modo dramática, ya lo sabes, pero el caso es que me dolió
que me dijera aquello. Qué se le va a hacer. Al final me muevo sin mirarlo hacia el
congelador y meto el helado dentro.

—Ese jersey es mío.

Salto hacia un lado, porque el mamón es sigiloso y suena justo detrás de mí. Lo
miro sobre mi hombro frunciendo el ceño y niego con la cabeza.

—Estaba en el cuarto de Einar.

—Se confundiría con la colada, pero es mío.

Miro abajo, al jersey de punto negro con cuello de pico. Lo he cogido porque hace
frío y es calentito. Además, que me gusta el tacto que tiene y lo enorme que me queda,
pero pensé de verdad que sería de mi chico. Me decido a girarme y encararlo, porque
se ve que no le ha gustado el detalle. Se pensará que voy a pegarle la lepra o algo por
dejarme un jersey.

—En cuanto salga de aquí voy al dormitorio y me lo cambio por otro, no te


preocupes.

183
—No, eso no me vale. Es mi jersey y lo quiero.

Lo miro con la boca abierta y es entonces cuando me doy cuenta de que me está
retando. ¿Pero este tío de qué va? No pienso quitarme el jersey, entre otras cosas
porque ni siquiera llevo bragas. Todo lo que acompaña el conjunto es un calcetín
blanco tobillero de marca Adidas y otro naranja de corazones verdes que se me arruga
en los tobillos porque es muy largo.

—Vamos a ver, poli, que debajo de esto, no llevo nada.

Él alza las cejas, mira hacia abajo y cuando vuelve a alzar la cara sonríe de una
forma que me pone

nerviosa.

—¿Nada…nada?

—Nada, nada, nada. ¡Te lo estoy diciendo! ¿Te has golpeado con tu propia porra
sin querer y vienes medio lelo o qué?

—No, no me he golpeado con nada y vamos a dejar a mi porra fuera de esto. De


momento al menos.

—De momento y para siempre. —Me río, pero en el fondo me molesta que esté
utilizando la táctica del coqueteo para hacerme sentir incómoda—. Oye Diego, en
serio, deja que vaya al dormitorio y en dos minutos tienes tu jersey.

—Pero si te lo quitas y me lo das tal cual, olerá a ti.

—¿Eso también es malo? —pregunto con altanería, no sea que se piense que el
comentario me ha jodido, pero sí, me ha jodido—. Oye, que me duché antes de
ponérmelo, a ver qué te crees.

—Mejor, porque no me gustaría que oliera al sexo que tienes con otro.

—Con otro no, perdona, con mi novio.

—Lo que sea. ¿Me lo das o qué?

—En cuanto vaya al dormitorio.

Paso por su lado y estoy a punto de salir cuando siento su mano aferrarse a la
tela del jersey en la parte baja de mi espalda. Al tirar se me alza y claro, me ve todo el

184
culo, porque está claro que me lo ha visto. Me quedo congelada en el acto, ni siquiera
miro hacia atrás, porque no sé si darle un guantazo, encararlo o ignorarlo sin más.

—Lo siento… No quería ver… Lo siento.

Suena arrepentido de verdad, así que lo miro sobre mi hombro y veo que está
muy serio.

—Si quieres que me vaya del piso, dilo, pero no intentes avergonzarme para
echarme, porque te va a salir el tiro por la culata.

—No quería avergonzarte.

—¿Entonces por qué has alzado el jersey? ¿No querías verme el culo?

—No así, desde luego. —Se mesa el pelo, y me sorprende ver que parece
nervioso—. Veamos la tele un rato, ¿de acuerdo? Todo esto del jersey no era más que
una broma. Puedes quedártelo y dármelo mañana o cuando sea.

—Diego, ¿qué cojones te pasa? —Él intenta contestar pero lo corto—. Ya sé, has
confiscado la marihuana de alguien y os la habéis fumado en el calabozo. Mira que ya
se sabe que la poli lo que se queda es para…

—No digas gilipolleces —me interrumpe—. Solo quiero que veamos la tele un
rato e intentemos llevarnos medio bien. ¿Tan difícil es?

—Hombre, teniendo en cuenta que me acabas de ver el culo y hace unos días me
dejaste claro que no te gusta verme aquí, es raro que ahora quieras que veamos la tele
como amiguitas.

—Julieta estoy intentando hacerlo fácil, joder. De todas formas pensaba tirarme
en el sofá. —Al darse cuenta de que estoy dudando sonríe un poco, saca el helado del
congelador y dos nuevas cucharas que mueve frente a mi cara—. ¿Qué me dices?

Debería decirle que no, que yo me voy al cuarto con Einar, más que nada porque
estoy sin bragas, vaya, y suena muy raro decir que me siento con este a ver ahora la
tele como si fuéramos dos marujas viendo el sálvame juntitas. Pero el caso es que mi
novio duerme, yo no tengo sueño y el plan no es malo del todo, así que al final asiento
una sola vez, me voy al sofá y me encargo de coger una manta para taparme hasta la
cintura y evitar «accidentes», ya sabes.

—Bonitos calcetines —dice con ironía cuando se sienta a mi lado y me pasa una
cuchara.

185
—Gracias —contesto en tono presumido y moviendo los dedos de los pies, que
asoman por debajo

de la manta—. Uno es cortito y el otro largo, así no tengo ni frío, ni calor.

Diego ríe entre dientes y clava la cuchara en el helado sin meterse con mi
explicación, lo que me parece extraño. Te digo yo a ti que este se ha fumado un porrito
confiscado, hombre, que está más raro que un chino rubio.

—Es muy tú.

—Mmmm. ¿Gracias?

Diego vuelve a reír y yo casi que oigo el suelo empezar a crujir. Veras tú, de aquí
a nada se resquebraja todo y el mundo empieza a irse a la mierda por este piso. Qué
mala suerte tengo, oye.

—De nada. ¿Qué quieres ver?

—Pues solo hay mierdas.

—¿Qué mirabas tú, entonces?

—Oh, ya te dije que yo estaba liada con el móvil y unas compras para la tienda.

—¿Ah sí? ¿Puedo ver?

Asiento y le enseño mis brazos sangrantes, igual que la sangre falsa y el resto de
complementos que me han gustado.

—¿Y tienen buenas referencias?

—Pues no sé.

—Busca antes en Google la opinión que tiene la gente, ya sabes, te dará una idea.
O también puedes hacer un pedido pequeño e ir viendo.

—Pero viene de Estados Unidos. Si voy a pedir algo, me conviene que sea cuanto
más, mejor, para pagar aduanas solo una vez.

—Entonces vamos a Google.

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Y así, sin más, pasamos de la tele y nos embarcamos en buscar en mi móvil
opiniones de este proveedor en particular. Una hora después seguimos sumidos en
una discusión acerca de si es mejor comprar ojos de cristal, o de goma.

—Los de cristal se rompen antes. Son más profesionales, sí, pero tú ahora mismo
te diriges al público infantil.

—Ya, pero molan un montón.

—Pues coge uno para ti y el resto de goma.

—Mmmmm, no sé.

—Te lo digo, al final se te quedarán sin vender. O coge unos pocos de cada, pero
pocos.

Asiento y lo veo levantarse con el helado ya vacío. Cuando vuelve de la cocina lo


hace con un par de cervezas y pienso por un momento que encima del kinder nos va a
sentar de lujo. Ya me imagino las peleas por el váter en medio de la noche y, te digo
desde ya, que no es una imagen bonita.

—Einar me dijo que el local está casi listo.

—Ajá. —Doy un sorbo a mi cerveza y la suelto en la mesita porque está muy


fría—. Si todo va bien para carnavales podré inaugurar.

—¿Harás una fiesta?

—Es la idea, sí. Invitaré a aperitivos o algo así.

—Mmmm

—¿Mmmm? ¿Qué quiere decir ese Mmmm?

—Bueno, pensaba que siendo una tienda de disfraces y demás, podrías organizar
algo más original.

—¿Una fiesta de disfraces? —pregunto y de inmediato me emociono con la idea.

—Por ejemplo, o una de máscaras. Ya sabes, tipo carnaval veneciano.

—Hum, me gusta esa idea.

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Nos ponemos a darle vueltas al asunto y cuando queremos darnos cuenta nos
hemos bebido cuatro cervezas cada uno y estamos riéndonos un montón
imaginándonos la supuesta fiesta de máscaras. Diego me ha ofrecido el catering de
Corleone y, además, con descuento, cosa que agradezco porque si tengo que pagar
mucho me arruino. Y sí, pensarás que tengo los diez mil euros de la yincana, pero eso
lo estoy fundiendo a la velocidad de la luz entre pedir mercancía y adecuar el local.
Para cuando venga a abrir la tienda seré pobre pero feliz, o eso espero.

En un momento dado nos quedamos en silencio mirando la teletienda, que es lo


único que emite ya el televisor. Diego está recostado en el sofá y su hombro toca el
mío de una forma natural, pero que a mí no me deja relajarme del todo. Por más que
quiera, una parte de mí no deja de pensar que este tío hasta hoy mismo no quería
verme mucho por aquí y aunque sé que no debería sacar el tema, llevo unas cuantas
cervezas encima y me siento habladora, lo que puede hacer que la noche acabe en
desgracia.

—¿De verdad no te gusta verme aquí? —pregunto.

Diego abre los ojos, que había cerrado sin que me diera cuenta y me mira con
intensidad.

—Eso es una gilipollez.

—Pero tú dijiste…

—Dije una gilipollez. —Suspira y se retrepa más en el sofá, mirando al techo—.


En lo referente a ti, he dicho muchas gilipolleces desde que te conozco.

—¿Entonces no te molesta? —vuelvo a preguntar con cautela.

—No Julieta, no me molesta que estés por aquí. Y la verdad es que pensé que te
daría igual que te dijera aquello… Todavía no entiendo bien como es que te lo tomaste
tan a pecho.

—Lo dijiste en un tono muy serio.

—Otras veces te he dicho cosas mucho peores y te ha resbalado como el aceite.

—Ya, eso sí, pero no sé… supongo que teníamos muy reciente la firma de nuestra
supuesta tregua.

—¿Supuesta? —Diego se ríe un poco—. De supuesta ya no tiene nada, ¿no crees?


Míranos, estamos aquí mirando cosas para tu negocio y no nos hemos mandado a la
mierda ni una sola vez.

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—Cierto. Ha sido una noche rara.

—Sí que ha sido rara… pero también genial.

Sonrío y miro a la tele, donde una rubia intenta convencernos de que debemos
comprar un aparato que nos quitará todas las imperfecciones del cuerpo en una
semana. Vamos, tal como lo está vendiendo, es capaz el cacharro hasta de quitarte el
mal aliento.

—Ha estado bien —digo al final.

—¿Solo bien? Pero mira que eres falsa. Ha sido genial.

Me río y le empujo antes de estirarme y ponerme de pie.

—No voy a contestar, porque esa frase sacada de contexto puede meternos en
muchos problemas.

—A ti te encantan los problemas —dice en tono sugerente.

—Cierto, pero hasta yo sé cuáles debo evitar. Y tú, Diego Corleone, eres un gran,
gran problema en plan simpático.

—¿Por qué? ¿Te estás poniendo nerviosa, pequeña bruja?

—Pero, ¿qué dices?

—No sé, de pronto te has levantado y estás caminando hacia atrás casi sin darte
cuenta. ¿Tienes miedo de que vuelva a verte el culo?

—Ya me has visto en liguero, despatarrada en la puerta de tu dormitorio y con


un condón usado en la mano. Créeme, sé muy bien que has visto facetas mías que
nadie más verá.

—Dios, sí. —Diego ríe y da el último sorbo a su botellín—. Esa estampa me ha


ayudado en muchos momentos de aburrimiento.

Me quedo patidifusa y abro la boca de sorpresa mientras él se levanta y sonríe


caminando hacia mí, lo que hace que yo camine más rápido hacia atrás.

—No querrás decir que le das al manubrio imaginándome así, ¿no? Porque sería
de cerdaco total.

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—Yo no he dicho nada de eso. ¡Dios! Tienes una mente muy pervertida. —Sonríe
otra vez, por el puro placer de sacarme de quicio—. Buenas noches, pequeña bruja.

—Diego… —lo digo en tono de advertencia y él se para frente a la puerta de su


habitación—. No tiene gracia.

—¿El qué?

—Lo que insinúas.

—No insinúo nada. Me voy a dormir porque estoy molido. Mañana devuélveme
el jersey.

—Te lo daré cuando lo lave.

—No te molestes por mí. Está limpio y tu olor es… interesante, de una forma
buena. —Me guiña un ojo y desaparece en su habitación.

Oh mierda. ¿Qué ha sido eso? ¿Y qué es este nudo de mariposas traicioneras en


mi estómago?

Me meto en el cuarto de Einar pensando que todo esto no es más que el fruto de
media tarrina de kinder, cuatro cervezas y una noche muy surrealista de principio a
fin. Puede que me haya puesto algo tontorrona, pero porque soy humana y a este
hombre se le van cayendo las feromonas del culo y claro, las que pasamos por el lado
las recogemos sin querer. ¡Si he tenido algún pensamiento impuro, aunque sea de
refilón, es por eso!

Miro a Einar dormir en calma y aunque sé que no he hecho nada, cierro los ojos
con un sentimiento de culpa enorme. Al final Diego va a tener razón, y a mí me
encantan los problemas.

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21

A la mañana siguiente Einar y yo estamos en la cocina desayunando cuando


Diego entra despeinado y con cara de recién levantado. Yo miro a mi taza de café de
inmediato, pero cuando se gira hacia la encimera puedo ver que él también hace lo
posible por evitarnos.

—Buenos días. —Mi chico lo mira elevando las cejas—. ¿Te has despertado
mudo?

—No, claro que no. Buenos días.

Lo mira, pero en cuanto puede se sirve café y desaparece de la cocina, lo que


hace que Einar frunza el ceño y me mire muy serio.

—¿Qué le pasará?

—No lo sé. Anoche hable con él un poco y estaba bien. —Esta vez sí que alza las
cejas con incredulidad—. ¿Qué?

Lo pregunto un poco a la defensiva porque sospecho que la razón por la que


Diego está así es porque se siente mal con Einar. Le entiendo, pero el caso es que no
hicimos nada. ¡No hicimos nada! Me lo repito en silencio como un mantra porque me
da rabia tener este sentimiento de que he actuado mal o he faltado en algo a mi novio
cuando no ha sido así. Tomamos helado, luego unas cervezas y hablamos de trabajo la
mayor parte del tiempo. ¿Que yo llevaba un jersey suyo sin nada debajo? Bueno, eso es
lo de menos porque pensaba que era de mi novio, al que respeto mucho. ¿Que Diego
insinuó un par de veces que me imaginaba desnuda? Por Dios, es hombre, lleva en los
genes eso de imaginar desnudas a las mujeres. No es que yo tenga un mal concepto de
los hombres, ojo, que sé que las mujeres también somos de mirar e imaginar mucho.
¿Que yo anoche soñé con Diego haciéndome cosas del todo inapropiadas mientras
dormía con Einar? Bueno… es que el subconsciente no se puede manejar y no cuenta
como infidelidad. ¡No cuenta! Es como si soñara con que Milo Ventimiglia me arranca
las bragas y me hace de todo. Es famoso, no cuenta. Y tampoco cuenta lo de Diego, que
famoso no es, pero es poli y está en este mundo para satisfacer a los ciudadanos,
aunque esos ciudadanos sean mujeres con sueños raros. Y NADA MÁS.

—¿Hablaste con él? ¿Cuándo?

—Me encontró en el salón viendo la tele y comiendo helado cuando llegó.

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—Oh. ¿Y habló contigo?

—Sí, claro. Me preguntó qué hacía, le conté que estaba mirando proveedores por
internet y estuvimos mirando cosas para la tienda.

—Oh.

—¿Por qué repites tantas veces eso de «Oh»?

—No, nada, me sorprende todavía que os llevéis bien.

—Pensé que te haría feliz.

—Me hace feliz, Juli. Me alegro mucho, de verdad, solo me parece un poco raro a
veces.

Sonrío, porque cuando pronuncia palabras como «raro» lo hace con ese acento
de guiri que me enternece tanto.

—Por cierto, el jersey que usé anoche era suyo, pero estaba en tu habitación.

—Sí, me di cuenta esta mañana cuando te vi con él y lo imaginé.

Me alegra saber que no ha supuesto cosas raras y pienso por un instante que, si
la situación fuera al revés, yo estaría sufriendo paranoias de todo tipo, pero Einar es
un amor.

—¿Cómo te va en el parque de atracciones? No me cuentas mucho últimamente.

Mi chico se encoge de hombros y entrelaza nuestros dedos.

—Desde que no estás, es mucho aburrido. Martita es insoportable, como


siempre, pero por lo demás igual.

—¿Sigues buscando trabajo?

—Sí. —Sonríe de una forma algo nerviosa y desvía la mirada, lo que me hace
sospechar.

—¿Ocurre algo?

—En realidad… He recibido una oferta de trabajo muy buena.

—¡¿En serio?! ¡Pero eso es genial!

192
—Ajá, sí. Es de lo mío, además. Han abierto una investigación nueva en una
universidad de prestigio y me han ofrecido un puesto de trabajo.

Salto de la silla, feliz como no te imaginas, porque estoy harta de ver a Einar
trabajar en el parque de atracciones. No es lo suyo, no le gusta y cada vez que le veo
disfrazarse se apaga. No debería ser así, a mí me encanta hacer el payaso, de forma
literal. Me gusta disfrazarme, pintorrearme la cara y fingir ser una zombi, por ejemplo,
pero Einar no es así y este no es un trabajo que deba hacerse solo porque no hay otra
cosa. Hasta para ser un payaso hay que tener vocación. Abrazo a mi chico y lo beso
repetidas veces antes de darme cuenta de que él sonríe, pero parece tenso.

—¿Qué ocurre?

—Es que… aún no he aceptado.

—¿Cómo que no? ¿Y qué esperas?

—Juli, la universidad está en Nueva York.

Einar me ha acomodado en su regazo de lado, estoy abrazándolo por el cuello y


me quedo congelada en el acto.

—¿Nueva York? ¿Como la Nueva York de Estados Unidos?

—Creo que no hay otra, cariño.

Abro la boca para decir algo, pero como no me sale nada la cierro y me levanto
con lentitud. Tengo que pensar rápido y decir algo coherente, pero estoy tan
confundida que lo primero que sale de mi boca, obviamente, no es algo acertado.

—Pues en Nueva York en invierno hace un frío de cojones, dicen. Hasta nieva.

Einar, que comprende que estoy asimilando todo esto, sonríe con dulzura y se
levanta para venir a mi lado y meter un mechón de pelo detrás de mi oreja.

—Aún no he aceptado.

—¿Por qué?

—Porque… no sé. Un lugar nuevo, empezar de cero, sin conocer a nadie…


Aunque Nate es de allí y sé que su familia me acogería al principio. Los conozco y son
geniales, pero aun así… Ya me despedí de mi familia cuando vine de Islandia aquí y no
sé si quiero despedirme de esta familia.

193
Me mira con intensidad y sé que, aunque hable de todos, está centrándose en mí.
Es lógico, soy su novia y esto es un palo, pero eso no quita que empiece a sentirme
como una mierda, porque yo no sé si puedo prometerle a Einar amor eterno. Ni
siquiera sé si es eso lo que él espera. Solo sé que tiene una oportunidad de trabajar en
lo que ama y de paso crecer en prestigio y engrosar su curriculum. ¿Debería hacerme
la tonta y dejarlo tomar la decisión sin posicionarme? ¿Sin mojarme lo más mínimo?
Eso me haría parecer una zorra, pero si le digo que se vaya, parecerá que no me
importa que lo nuestro se rompa y me importa, claro que me importa, porque por fin
empiezo a sentirme segura al lado de un hombre.

Einar no me ridiculiza, se ríe con mis salidas de tono, lo que ya es mucho y se


porta conmigo como todo un hombre. Puede que no me esté muriendo de amor por él,
pero estoy segura de que con el tiempo eso llegará, necesitamos estar juntos y
convivir día a día para que llegue, pero si se va, ¿cómo lo haremos?

—Es algo que tienes que pensar muy bien, Einar. Necesitas pararte y reflexionar
sobre todo esto.

—Eso suena… maduro. —Lo miro sin entender—. Es solo que pensé que
actuarías de una forma más… no sé, más como tú. Creí que tu reacción me ayudaría a
decidir.

Espero unos segundos antes de contestar, porque quiero estar calmada para
tener esta conversación.

—La verdad es que no sé si me estás diciendo algo bueno o malo.

—Ya… yo tampoco —contesta.

—¿Cuánto tiempo tienes para responder?

—No mucho. Me lo ofrecieron hace unos días y si acepto, debo empezar a


trabajar en un mes, como máximo.

—O sea, que tienes que decidir ya porque si te vas tienes dos semanas cortas
para mudarte… —Lo resumo porque a mí las cosas me gusta tenerlas claras, y cuando
él asiente me pinzo el labio inferior—.

¿Y tú qué quieres hacer?

—Es un trabajo muy bueno y no es definitivo tampoco. Serían dos, puede que
tres años, no lo sé con seguridad, pero no sería para siempre.

—Einar, si te vas, te vas. No puedes marcharte con cosas pendientes aquí.

194
Intento que comprenda que, entre esas cosas pendientes, entro yo, y sé que lo
hace cuando mira al suelo y frunce el ceño.

—Ya lo suponía.

—Sería demasiado para los dos. Últimamente nos cuesta centrarnos estando
juntos a diario… Los dos sabemos que no funcionaríamos a distancia.

—Ya. —Asiente, dándome la razón—. Ya, pero una parte de mí no quiere dejarte.
Tú me haces sentir bien, Juli. Yo te quiero mucho.

—Y yo a ti.

Intento no arrugar el gesto ante el hecho de que cuando nos decimos estas cosas,
yo al menos no siento que lo haga como declaración de amor. No es un «Te quiero»
rotundo, de esos que te erizan la piel, te multiplican la saliva y te hacen difícil tragar.
No es de los «Te quiero» que exhalas en medio del sexo cuando no sabes qué decir
para describir la inmensidad del placer. Y desde luego, no es de esos que se dicen
mirando a los ojos y poniendo el corazón en la boca. Pero es que esos «Te quiero» yo
no los he vivido en persona nunca y ya dudo mucho que existan en algún lugar, aparte
de los libros y las películas.

Y sí, no te creas que no sé que para ti esto puede ser un claro indicio de que
debemos dejarlo, pero es que yo no quiero perder a Einar. Necesito que esté en mi
vida aportando todo lo bueno de siempre, aunque suene egoísta.

—Igual deberías contárselo a los chicos, para que te den su opinión.

—¿Contarnos qué? —pregunta Nate entrando en la cocina.

Viene de hacer guardia y tiene cara de estar muerto de sueño, pero ni siquiera
así pierde esa sonrisa dulce que parece pegada con silicona en su cara. Einar suspira y
sale de la cocina indicándole que lo siga.

Llegamos al salón y nos sentamos en el sofá mientras mi chico busca a Diego en


su dormitorio, que viene poco después con un pantalón de chándal largo, zapatillas y
sudadera. Irá a correr y se me pasa por la cabeza que yo debería mover el culo un día
de estos, pero no creo que sea momento de pensar en el deporte así que me centro en
ellos. Mi vikingo lo cuenta todo mientras Diego y Nate se mantienen en silencio, pero
en cuanto acaba Nate sonríe y lo abraza felicitándolo.

—¡Es genial! Y además podrás estar cerca de mi familia. Mis padres estarán
encantados de verte mucho más a menudo y tener a quien cebar de comida casera.

195
Sonrío un poco, aunque en realidad estoy triste porque sé que la opinión de los
chicos es muy importante para Einar y los dos van a apoyarlo en esto. Miro a Diego,
que a su vez me mira con seriedad

y más intensidad de la que necesito. No intenta disimular que lo he pillado, me


dedica una mueca que no sé cómo interpretar y centra su atención en mi novio.

—¿Cuándo te marchas?

—En realidad aún no he aceptado.

—¿Por qué? —pregunta Nate.

—Bueno… quería hablarlo con vosotros. Tengo algunas dudas y necesito la


opinión de la gente que me rodea.

Nate me mira de inmediato, asumiendo también que con «dudas» habla de mí.
Luego vuelve a mirar a su amigo y pone una mano en su hombro para hablar con él.

—Escucha, sé que tienes una vida aquí y que los cambios asustan, pero yo estoy
en España por uno de esos cambios. Mi oportunidad surgió en este país y aunque me
dolió dejar mi tierra y a mi gente aposté por mí, por mi futuro y por mi sueño
profesional. Y mira, ahora tengo otra familia aquí y una vida con la que estoy
encantado.

—Ya, supongo.

—Es una gran oportunidad Einar y, como tú mismo has dicho, dura unos años. Si
cuando acabes sientes que quieres volver aquí, hazlo, pero con esa experiencia en la
maleta y, sobre todo, en el curriculum. Ya no eres un niño, no puedes dejar pasar
trenes tan importantes. Eso es lo que pienso. —

Cuando acaba con su diatriba me mira y puedo ver la dulzura que emana de sus
ojos—. Lo siento, nena.

Niego con la cabeza, pero lo cierto es que he estado a nada de echarme a llorar
como una idiota, porque, aunque sé que todo lo que Nate ha dicho es cierto, una parte
de mí no hace más que pensar que está aconsejándole largarse lejos de aquí, y lejos de
mí. Y lo peor es que empiezo a comprender que Einar me brinda una seguridad frente
al resto de tíos que yo valoro mucho. Puede que no sea el amor de mi vida, pero con
tiempo… Suena estúpido, lo sé, lo sé. ¿Crees que soy idiota? Pero estoy en shock y no
hago más que pensar que muchas mujeres debemos tener algo defectuoso en nuestro
interior para no conseguir enamorarnos de los hombres que de verdad merecen la

196
pena. ¡Qué feliz sería yo con Einar si consiguiera volverme loca de amor! Quizá hasta
me liaría la manta a la cabeza y me iría con él, olvidando mis proyectos o persiguiendo
unos nuevos en Nueva York, pero la idea es tan impensable de primeras que me lo
tomo como una señal más de que algo no ha ido todo lo bien que debería en esta
relación.

—¿Tú qué quieres, tío?

Presto atención a los chicos, el que ha hecho la pregunta es Diego y Einar está
mirándolo muy serio.

—Quiero trabajar en lo que deseo, pero… Bueno, voy a echar mucho de menos
todo esto.

Y ahí está: «Voy a echar de menos». ¿Necesito más confirmación que esa? No, yo
lo sé y los chicos también, porque los tres clavan sus ojos en mí.

—Vas a tener que buscar maletas bonitas. Yo tengo una de corazones que puede
servirte, porque tendrás que llevarte un montón de cosas.

Nate sonríe un poco y aprieta mi rodilla antes de levantarse, besar mi frente y


salir del salón. Diego se levanta y me mira de una forma intensa, otra vez; supongo que
intenta decirme algo con los ojos, pero no alcanzo a entender qué. Sale del salón
también después de revolver mi pelo como si fuera un perro y me deja con mi novio,
que se ha quedado sentado en el sofá y parece encontrar muy interesante el
estampado de la manta que tiene al lado.

—Einar, está bien. Es lo lógico —digo para que al menos me mire.

Lo hace y veo tanta culpabilidad en sus ojos que sonrío un poco y me acerco a él.
Cojo sus manos sentándome a su lado y acaricio sus dedos pensando que me encanta
tocarlo y que voy a echarlo de menos mucho. Mucho, mucho, mucho.

—Juli yo… Te juro que no lo tenía decidido, pero después de lo que dijo Nate… —
Se encoge de hombros, como si no supiera seguir, pero le entiendo, porque todo lo que
le han dicho es verdad y los dos lo sabemos—. Y nosotros estamos raros.

—Pensé que estabas bien. —Sonrío pronunciando las palabras que tanto ha
dicho él cada vez que le preguntaba si teníamos algún problema. Einar sonríe también,
pero con tristeza—. Tranquilo, no te reprocharé nada.

—Es solo que cada vez siento más que nosotros no fuimos ese «todo» para el
otro. Yo te quiero, Juli, te quiero mucho.

197
—Y yo a ti —repito, porque creo que hoy lo estamos diciendo más que nunca—.
Pero… —lo animo a seguir.

—Pero, aunque me encantaría, cuando te miro no pienso eso de: «Es ella».

—Ya. —Sonrío para quitar hierro al asunto—. El caso es que me hubiese


encantado que fueras el definitivo. Eres guapo, listo, bueno y encima vikingo… Debo
estar muy mal para no haber caído ya rendida a tus pies.

Einar se ríe entre dientes y acaricia mi mejilla.

—Hasta no hace mucho pensé que podría enamorarme de ti y hacer que tú me


quisieras más que a nadie.

—¿Cambiaste de idea cuando te llamaron de Nueva York?

—No. —Sonríe un poco—. Cambié de idea cuando empecé a darme cuenta de


que tú necesitas otro tipo de hombre.

—Yo no sé ni lo que necesito.

—No, no lo sabes, pero yo sí. Necesitas a alguien que te deje ser como eres, pero
que también sepa decirte cuándo te estás pasando y los dos sabemos que yo no soy
ese alguien.

—Tú sabes pararme los pies.

—Ni siquiera sé intentarlo, Juli. —Ríe con simpatía—. Y de todas formas me


divertía mucho dejándome llevar por ti. De hecho, creo que tú deberías probar eso de
dejarse llevar por alguien más. Es genial a veces.

—Y otras, la mayoría, acaba como el rosario de la aurora —digo, porque lo


pienso de verdad.

—Si no te arriesgas, no ganarás nunca.

—¿Sabes que aún no hemos cortado de manera oficial? Es raro que ya me estés
dando consejos de amoríos y tal.

Einar se ríe y me abraza con fuerza, con tanta fuerza que le doy una palmadita en
la espalda a modo de advertencia porque no estaría bonito que se fuera a Nueva York
después de asfixiar a su novia, o exnovia, o lo que sea.

198
Después de eso sigue un rato de conversación casi sin sentido en la que él jura
que me quiere mucho otras veinte veces y yo intento no llorar o sentirme perdedora
porque, en realidad, aquí no pierde nadie como tal y él gana mucho, que es lo que
importa. Un rato después salgo del piso y ni siquiera sé si volveré a verlo. Espero que
sí, aunque solo sea para despedirnos.

Cuando llego a casa tengo las energías justas para cerrar la puerta antes de
echarme a llorar. El salón está vacío, cosa rara, pero de inmediato aparece Sara, que
viene desde la cocina.

—¿Qué ocurre?

—¿Tenemos helado? —pregunto yo antes de romper a berrear sin mucho


control.

No es que sienta el corazón roto, es que vuelvo a sentirme sola y un poco


desamparada. Con Einar tenía esa seguridad que te da el saber que puedes hacer
planes para dos, ya sean para salir a comer, al cine o simplemente a pasear. Ahora
vuelvo a estar soltera, no tengo amigos más allá de mis hermanos,

que siempre están liados con sus cosas y siento que, con la marcha de mi vikingo,
pierdo un gran amigo.

Sara hace un gran trabajo animándome, o intentándolo y cuando mis hermanas


llegan se unen a mi tragedia poniendo cara de pena y dándome abracitos. Bueno,
Esme no pone cara de pena, pero no se ríe ni se pone en plan sarcástica de mierda, lo
que ya es de agradecer.

A las diez pasadas estamos tiradas en el sofá las cuatro. He apoyado la cabeza en
el regazo de Sara y estoy pensando que, aunque flipé mucho cuando mi padre apareció
con ella, ahora me gusta tenerla en casa, porque se porta como una madre y eso me
encanta, aunque no lo diga en voz alta por si se ríen de mí por necesitar esos mimos a
estas alturas de mi vida. Mi padre y mi hermano se han quitado del medio en cuanto
se han dado cuenta del panorama que tenemos, así que cuando suena el timbre es
Esme la que se levanta para abrir.

—Buenas noches, aquí tiene sus pizzas.

Mi hermana mira al chico de la puerta con el ceño fruncido y niega con la cabeza.

—No hemos pedido nada.

—Lo sé, me envían del restaurante Corleone y está todo pagado.

199
Esmeralda, que es una mujer muy práctica, coge las tres cajas y una bolsa
encantada con eso de no pagar, ni cocinar y se despide del chico antes de volver al sofá
y entregármelas. Miro la bolsa, donde hay helado de kinder y tres pen drives, además
de una nota.

«Una de las pizzas es cuatro quesos, como te gusta. El pen drive negro está lleno
con todas la temporadas de Sexo en Nueva York y las dos películas. El rojo tiene las
películas de Bridget Jones, Dirty Dancing, los puentes de Madison, 500 días con ella y
alguna más que igual te van bien. El plateado tiene música cortavenas, aunque espero
que no tengas que llegar a eso. Si nada funciona, puedes avisarme y ya pensaremos algo.
Diego»

Doblo la nota y lloro, otra vez, porque será un mamonazo a veces, pero esto ha
sido un detallazo de los buenos. Qué difícil se me está haciendo odiarlo, de verdad te lo
digo.

200
22

Han pasado dos días desde que Einar y yo rompimos y, aunque anoche me llamó
por teléfono para ver cómo estaba, fingí que todo iba bien y no le conté que en
realidad me siento un poco fracasada por no haber conseguido enamorarlo hasta el
punto de tener que pensarse un poco más aceptar la oferta de trabajo. Lo sé, es
mezquino, sobre todo porque yo tampoco lo quiero de esa forma tan intensa, pero es
que es triste saber que no calo en la gente con la profundidad que me gustaría. Estoy
un poco tarada y eso no ayuda, claro, si yo lo entiendo, a ver qué te piensas.

Encima de todo he perdido su ayuda en el local, porque, aunque anoche me juró


que puede sacar tiempo para venir y echarme una mano le prometí que no hacía falta.
Total, solo me queda limpiar y empezar a colocar cosas y puedo hacerlo yo poco a
poco, aunque me pase más horas en la tienda. De hecho, casi mejor, porque a más
tiempo pase allí, menos me como la cabeza.

Bajo a la cocina a por un café para marcharme al local y cuando Sara me lo ofrece
agradezco otra vez en silencio que esté aquí. No te imaginas lo que ha sido tenerla en
casa estos dos días.

—¿Cómo estás hoy? —me pregunta con dulzura.

—Bien, bien. —miento—. Voy a pasar el día en el local, así que ya volveré esta
noche.

—Vale, tu padre y yo iremos esta tarde para ayudarte en lo que sea.

—Tranquila, no hay tanto que hacer. Todavía no tengo mucha mercancía. Por
cierto, ¿qué pasa con la boda?

—¿Qué ocurre con eso? —pregunta ella sin entender.

—¿No tenéis fecha aún?

—Pues pensábamos en algo íntimo en el jardín, así que imagino que en


primavera podríamos hacerlo, pero no hay nada seguro.

Asiento, pensando que una boda siempre es motivo de alegría. Celebrar lo que
sea es motivo de alegría. Bueno, menos los funerales, claro, en esos no te rías, que
queda feo. Te lo digo como consejo, pero tú haz lo que quieras.

201
—Si necesitas ayuda con lo que sea, avisa.

—En realidad… —La miro y me doy cuenta de que titubea y parece algo
nerviosa.

—Suéltalo, Sara.

—¿Os gustaría acompañarme a buscar vestido? —En cuanto lo dice se retuerce


las manos y se pinza el labio inferior—. Ya sé que estáis muy ocupadas, pero bueno,
pensé que quizá os gustaría venir. No me compraré nada pomposo, pero me gustaría
contar con la opinión de alguien y…

Le doy un abrazo para que se calle y entienda que no tiene que pasar el mal rato
de pedirnos algo con tanto apuro.

—Pues claro que vamos contigo. Después de todo vas a ser nuestra madre, ¿no?
—Ella asiente emocionada y yo me doy palmaditas en la espalda porque es lo que
pretendía.

No se lo he dicho de mentira, ojo, pero tampoco soy muy dada a decir mierdas
sensibles, ya sabes.

Lo que pasa es que de verdad pienso que en este tiempo ya ha ejercido de madre,
así que, puesta a reconocerlo, prefiero hacerlo ahora que el día de la boda delante de
los invitados y en plan discurso lacrimógeno. Eso se lo dejo a Amelia que fundirá la
reserva de pañuelos, seguro.

Me tomo el café y quiero a Sara todavía más cuando me da un termo llenito de


más para pasar el día.

Si es que se hace querer, la tía. Entre esto y que me presta sus taconazos…

Llego a la plaza en la que tengo el local y saludo a Paco, que está limpiando las
mesas y protestando porque hay un perro callejero que se ha afincado en su puerta y
no se mueve del sitio hasta que Paco no le

pone un bocata de jamón york. Y Campofrío, ¿eh? Que el perro es callejero, pero
no tonto.

Entro en mi local y me pongo a colocar las pelucas de colores que me llegaron


ayer. Más que nada porque ver las cabezas de maniquíes calvos me da repelús y
prefiero tenerlas ya listas. No llevo ni media hora cuando la puerta se abre y entra un
poli.

202
—Buenos días.

—Hola —digo frunciendo el ceño—. ¿Pasa algo?

Por un momento pienso que viene a multarme por algo, pero tengo toda la
documentación en regla, así que más le vale no estar buscando bronca, mira que estos
días tengo la paciencia bajo mínimos.

—No, no pasa nada. Es que soy compañero de Diego y como hoy me han enviado
a revisar algo de la tienda de ultramarinos de aquí, me ha pedido que te entregue esto.

Me da una bolsa y se despide de mí en cuanto la cojo. Cuando la puerta se cierra


me quedo pensando qué habrá hecho Chinlú para tener a la poli hoy de visita. Pero
solo ocupo mi mente en eso unos segundos, porque de inmediato abro la bolsa y me
encuentro con una coca cola y un bocata envuelto en papel de aluminio en el que
Diego ha pegado una nota.

«Ahora dime que no he acertado con este desayuno. Espero que estés bien. Un
beso, pequeña bruja.

Diego».

Desenvuelvo el bocata y me da la risa tonta cuando veo que dentro del pan hay
media tableta de chocolate con leche. ¿Cuántos años hace que no me como un bocata
de estos? Por lo menos diez, quizá por eso me ha hecho tanta ilusión la tontería.

Me lo como disfrutando una barbaridad y cuando ya he acabado saco mi móvil y


le mando un mensaje a Diego.

Yo: Estaba riquísimo. Gracias.

La verdad es que no espero que responda, por eso me sorprendo cuando lo hace
de inmediato.

Diego: ¿Estás bien?

Yo: Todo bien.

Diego: Si necesitas hablar, o lo que sea…

Sonrío un poco, aunque pronto me da la paranoia y me pongo a pensar que está


tan interesado en saber mi estado porque habrá hecho algún tipo de apuesta con
alguien. Ya sé que no debería pensar así, pero dado nuestro historial… Y podría
soltarle alguna bordería, pero es que, si de verdad se está interesando de buenas

203
maneras por mí, voy a sentirme una cerda luego, así que al final opto por la educación,
pero sin exagerar.

Yo: Estoy bien, poli. No es la primera vez que me dejan así que no sufras. Esto es lo
mejor para Einar y me alegro por él. Hay muchos vikingos en el mundo, fijo que pronto
doy con otro. Saludos.

Él no me contesta más y quiero pensar que ha entendido la indirecta de que no


pienso abrirme en canal y contarle que sigo un poco depresiva con todo esto. Me
pongo a colocar cosas de nuevo en el local y me paso el día entre ojos de cristal,
pelucas, disfraces y sangre falsa. Ay, cómo mola mi trabajo.

Puede que esté un pelín amargada, pero no quita que también esté feliz de hacer
por fin lo que me gusta y sin tener un jefe cabrón. Ahora falta que el negocio avance y
salga bien.

Cuando estoy a punto de cerrar e irme a casa la puerta se abre otra vez, pero esta
vez es Einar el que entra con una sonrisa y cara de culpabilidad, lo que me hace sentir
mal, porque joder, no tiene culpa de nada. Si yo estuviera en su pellejo estaría dando
saltos de alegría y punto.

—Ey. —Sonrío para que vea que no pasa nada, voy hacia él y lo abrazo. Me
resulta raro no besarlo en los labios, pero lo nuestro en ese aspecto ya es pasado—.
¿Qué tal? ¿Cómo es que has venido?

—Pensé que podrías necesitar ayuda.

—Qué va. —Niego con la cabeza—. Voy bien, de verdad. De hecho, estaba
pensando inaugurar en

dos sábados.

—¿Habrá fiesta de disfraces?

—No —digo sonriendo—. Si no vas a estar para hacer de vikingo, pierde gracia.

Einar hace una mueca, coge aire con fuerza y acaricia mi mejilla.

—¿Estás bien, Juli?

—Estoy bien, de verdad. —Lo miro a los ojos y hago un esfuerzo por mostrarme
alegre—. Es solo que eres mi mejor amigo, entre otras cosas y voy a echarte mucho de
menos.

204
—Y yo a ti, cariño. Hablaremos por Skype.

—Claro que sí.

Nos miramos a los ojos y sonreímos un poco, con tristeza. Los dos estamos en la
tesitura de dejarnos solo porque tenemos claro que no somos la media naranja del
otro, pero no sabes lo difícil que es eso cuando tu parte racional te hace ver que esa
persona es excepcional.

—Einar, prométeme que en Nueva York no vas a liarte con alguna zorra sin
cerebro. —Él me mira sorprendido—. Es que vales mucho y… y no quiero pensar que
acabarás con una tía que no sepa valorarte.

—Juli, ya me conoces y sabes que no me meto en una relación si antes no estoy


seguro de que la chica vale la pena.

—No creo que ninguna chica me parezca buena para ti. Ni siquiera yo lo era.

—No digas tonterías. —Me abraza y besa mi cabeza—. Prométeme tú que no te


liarás con el primer perdedor que te diga algo bonito.

Me río y niego con la cabeza, porque estoy segura de que eso no pasará y cuando
voy a aclarárselo la puerta vuelve a abrirse. Esta puerta parece el coño de la Bernarda
de tanto como se abre. ¡Y eso que el negocio está cerrado! Cuando vemos a Diego
entrar creo que todos nos quedamos un poco cortados, incluido él, que seguro que no
esperaba que Einar estuviera aquí.

—Hola… —dice metiéndose las manos en los bolsillos del uniforme de poli.

—Hola —Sonrío un poco y frunzo el ceño—. ¿Qué pasa? ¿Vienes a multarme por
algo?

—No, no. Es solo que he acabado el turno y pensé que… Bueno, hace días que no
pasas por el restaurante y mis padres me han preguntado por ti y tal.

Diego habla para mí, pero es a Einar a quien mira todo el tiempo, lo que me
molestaría de no ser porque entiendo que debe sentirse incómodo de que su amigo lo
haya pillado aquí. Y a ver, es lógico, porque yo tampoco entiendo muy bien por qué en
los últimos tiempos el poli parece querer pasar tiempo conmigo. El tema de las notas
desde que Einar y yo lo dejamos, los regalos, la preocupación… No sé, es un poco raro
dado nuestro historial, pero también es cierto que desde la noche en que compartimos
helado y cervezas todo ha ido a mejor entre nosotros. Al menos, esa sensación tengo.
Como sea, en cuestión de una semana las cosas entre todos nosotros han cambiado

205
tanto que creo que ninguno sabemos bien cómo enfrentarnos a los nuevos lazos que
se han creado, a los que ya se han roto y a los que están a medias. Para mí esto ahora
mismo es el similar a hacer un sudoku borracha. A esto no hay por donde meterle
mano, así que como ellos no parecen dispuestos a romper la tensión que se ha creado
en el ambiente, decido cargármela yo a patadas.

—Pues sí que es verdad. Además, que me apetece cenar en condiciones así que
me apunto. ¿Te vienes, Einar?

—En realidad yo… debería irme. Tengo que hacer las maletas.

—¿Ya? —pregunto sorprendida.

—Juli, me voy mañana.

Lo miro con la boca abierta, más que nada porque no me esperaba eso. Es verdad
que cuando ha

llegado lo he visto muy serio, pero pensé que era por la incomodidad del
momento que estamos viviendo, no porque el motivo de su visita sea que vamos a
despedirnos ya.

—Pues sí que haces rápido las maletas.

Einar sonríe un poco, acaricia mi mejilla, pues supongo que sabe que estoy
bastante pasmada y me aclara lo que ocurre.

—Voy a alojarme unos días en casa de la familia de Nate. Tengo que buscar un
sitio para vivir y los chicos me mandarán el resto de mis cosas poco a poco. Solo llevo
un par de maletas con ropa.

Claro, tiene sentido. No sé por qué yo me imaginaba a Einar cruzando los


controles de seguridad del aeropuerto hasta con la lámpara de su cuarto. Y no, oye,
eso son cosas que se irán a Nueva York cuando ya tenga un piso, digo yo.

—Bueno pues… abrígate, que allí hace frío. Y come bien, que tú tienes el
estómago delicado y estos yanquis ya se sabe que comen mucha mierda. He leído que
los índices de obesidad les siguen subiendo.

Claro, todo el día venga a comer hamburguesas y patatas fritas, pues es lo que
pasa.

Para tu información, soy muy consciente de que he activado el modo parlanchín


para tomarme esto a chiste y no acabar llorando o armando un drama que, la verdad,

206
no pega nada. Él va a irse porque es una gran oportunidad, yo tengo que joderme y
rezar para que no lo cace una guarra, no porque vayamos a volver, que sé que no, sino
porque de verdad me daría pena que acabara con una tía que no lo merezca, y Diego…
Diego todavía no sé qué pinta aquí, pero ahí está, con sus manitas en los bolsillos y
haciéndose el mudo.

—Te prometo que me cuidaré mucho. —Coge aire con fuerza y abre los brazos—
. Ven.

No necesita más, claro. A mí este chico me dice ven y lo dejo todo. O bueno, no,
está claro que no es así porque por algo nos estamos despidiendo, pero vaya, tú me
entiendes. Me permito aspirar su olor una vez más y pienso, no por primera vez, que
voy a echar mucho de menos tenerlo en mi vida. Einar me da tranquilidad, y sabe
escuchar, y no se enfada a la mínima de cambio. Esas tres virtudes lo hacían el amigo y
novio ideal para mí, pero bueno, no pasa nada. Ahora tengo que pensar en mi futuro,
igual que él hace y seguir adelante.

—Hablamos, ¿vale? —susurro en su oído.

—Sí cariño. Y Juli… —Vacila un momento antes de hablar en mi oído en un tono


tan bajo, que me cuesta escucharlo—. Abre bien los ojos y no dejes escapar las
oportunidades de la vida.

—Lo haré —digo pensando en el trabajo.

—Todo lo que necesitas está aquí.

Sonrío, porque tiene razón. Mi tienda, mis disfraces y mi sangre falsa son todo lo
que necesito para salir del paso. Esto no es más que un bache, hombre y a mí los
baches hasta me gustan. Cuando pillo alguno con el coche acelero, porque me siento
como en el parque de atracciones, aunque mi hermano se ponga frenético cuando me
ve hacerlo.

Einar se separa de mí, camina hacia la puerta, donde está Diego y palmea su
brazo con una sonrisa.

—Te veo en casa.

Diego asiente y los dos lo miramos irse. Suspiro con nostalgia, porque ya lo echo
de menos. Espero volver a verlo pronto, la verdad. Además, que ahora que lo pienso, si
se me antoja ir a Nueva York ya puedo hacerlo medio de gorra, porque puedo alojarme
con él y así solo tengo que pagar los billetes. Si es que aquí el que no se consuela es
porque no quiere.

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—Bueno, ¿vamos? —pregunta Diego.

—¿Eh?

—Al restaurante a cenar.

—Oh, sí, vale.

Salgo con él y me encuentro con su coche aparcado junto a mi tienda. La verdad


es que pensé que habría venido en el coche patrulla y es una tontería porque su turno
ha acabado. Diego no tiene un deportivo, ni un turismo. El señorito tiene un
todoterreno negro y flamante que me encanta desde que lo vi la primera vez, frente a
la casa de Lerdisusi.

Me subo en silencio y cuando me acomodo en los asientos y miro el interior


sonrío y enciendo la música, porque solo he subido una vez antes, cuando me llevó a
casa con Lerdisusi, pero iba detrás y no pude fijarme mucho.

—Me gusta tu coche, poli.

—Gracias, a mí también —dice mientras se coloca detrás del volante—. Es


amplio y no tengo que ir con las piernas encogidas.

—Mi coche también es una pasada.

—En tu coche precisamente me siento como un elefante dentro de un seiscientos


—dice riendo entre dientes.

—Un respeto con mi Corsita, que me da la vena maternal y te crujo aquí mismo.

Él sonríe, pero no dice nada y como estoy aburrida me pongo a toquetearle la


radio, porque tiene puesta una música que no está mal si quieres cortarte las venas, o
arrancártelas a tiras y hacerte una trenza mona.

—Julieta, no me toques la radio, te lo pido por favor.

—Pero si es que esto es muy deprimente. —Sigo toqueteando y Diego me quita


la mano y se pone a buscar él hasta que da con algo que es aceptable. No es lo mejor
del mundo, pero es aceptable. — ¿Para qué sirve este botón? —pregunto
presionándolo.

—No, no. —Diego vuelve a cogerme la mano—. No me toques los botones.

—¿Pero para qué sirve?

208
—Bloquea las puertas y ventanillas.

—¿Y este?

—Cambia la pantalla. Y no toques, joder.

Diego resopla, yo resoplo y los dos fruncimos el ceño mientras me cruzo de


brazos y hago un mohín con la boca.

—Eres un sieso.

—Lo que tú digas. ¿Puedes por favor dejar de apoyar tu zapato sucio en la
puerta? ¿Es que no sabes sentarte normal?

—Madre mía, madre mía, madre mía. ¡Si es que no sé para qué voy yo contigo a
ninguna parte! Ese estrés que tú manejas acabará por llevarte a la tumba. Acuérdate
de lo que te digo.

—Solo te estoy pidiendo que no toques los botones y que no ensucies el coche.

—Que sí, que vale —contesto en tono repelente—. ¿Respirar se puede?

—Si no lo haces muy fuerte… —Voy a quejarme, pero entonces veo el amago de
sonrisa de su boca y pongo los ojos en blanco.

—Capullo…

—Estás muy guapa hoy, pequeña bruja.

Me río, pero porque no quiero que note que me pone un poco tonta que me diga
que estoy guapa.

Parezco una niñata y no lo soy, aunque me comporte como tal el noventa por
ciento del tiempo.

Llegamos al restaurante y me dejo achuchar por Giu primero, que está loco de
alegría de verme. Yo creo él y su mujer que ya saben que Einar y yo hemos cortado y
cuando Teresa sale de la cocina para abrazarme me lo confirman. Lógico, teniendo en
cuenta que el vikingo se lleva genial con ellos y lo más seguro es que ya se haya
despedido de ellos también.

Diego me guía hacia una mesa para dos en una esquina del restaurante y, aunque
he estado aquí un montón de veces, siempre me he sentado en la mesa grande de la
entrada, a la vista de todo el mundo.

209
Este sitio es más… íntimo y sé que es una tontería pensarlo, pero siento que
Diego lo ha hecho a propósito. Luego me río de mí misma, pero por dentro. ¿Por qué
iba a hacer algo así? Él solo está siendo amable porque sabe que ando jodida con lo de
Einar, así que más me vale no ponerme a pensar en gilipolleces que solo complicarían
más mi vida.

210
23

Diego
Miro a Julieta hacerle muecas graciosas a mi padre, que la mira desde la barra y
se ríe entre dientes mientras sirve varias bebidas en una bandeja. Me apetece reírme
pero no lo hago, porque si le doy alas es capaz de pasarse la noche centrada en hacer
reír a mi padre y hoy quiero que se concentre en mí. Solo en mí.

Einar y ella han roto y yo todavía estoy intentando manejar todo esto sin que
parezca que soy un mal amigo, o un cabrón que no espera ni una semana antes de ir a
por ella. No es eso, pero tampoco puedo dejar que ella piense que desde ahora no
tendremos más relación. El otro día, cuando Einar decidió aceptar el trabajo y Julieta
se marchó del piso, llegué a pensar que no la vería más y te prometo que me dio tal
ataque de ansiedad que tuve que salir a correr para tranquilizarme. Ahora el
sentimiento no es de relajación total, pero sí es cierto que intento pensar en que yo no
estoy haciendo nada mal. Ellos han roto por las circunstancias: Einar se va y no están
dispuestos a mantener una relación a distancia porque, según mi propio amigo,
saldría mal. Fue Einar el que me dijo que aunque la quiere mucho, no cree que sea la
definitiva y que eso le da rabia, pero tampoco puede convencerse o auto engañarse. Y
a mí me parece muy bien. Me parece perfecto, porque yo sí empiezo a pensar que ella
es para mí. No te creas que a mí el pensamiento no me da entre pánico y terror, pero
soy un hombre y sé asumir las cosas que me llegan, aunque me sienten como una
patada en los huevos, la verdad, porque de entre todo los tipos de mujer que existen lo
último que imaginé jamás fue que cabía la posibilidad de acabar con alguien como ella.
Ella es tan distinta a todas las demás que a ratos, si me paro a pensar en un hipotético
futuro entre nosotros, solo tengo claro que no voy a aburrirme. Julieta es especial, eso
está claro y lo mejor es que detrás de su charlatanería, debajo del montón de capas de
actitudes absurdas, hay una mujer sensible que ahora mismo no está pasándolo muy
bien. Por eso, mi prioridad es que su estado de ánimo mejore, que supere lo de Einar y
esté receptiva para mí.

—Qué bueno está tu padre, de verdad. Debería ser pecado que un hombre de esa
edad esté tan ñam ñam.

Dejo mis pensamientos de lado para horrorizarme con las palabras de Julieta.
Creo que no hay nada peor que escuchar decir a la mujer de mi vida que mi padre está
bueno. Es tan… tan… ¡Dios!

211
—¿Tenías que decir eso?

—Es que lo he pensado.

—Guárdate esos pensamientos para ti. O mejor todavía: no los tengas. Joder,
Julieta.

—Ay hijo, de verdad, qué picajoso eres. ¿Qué tiene de malo que tu padre me
parezca guapo?

—¡Que es mi padre! Y mi madre está en la cocina.

—Y yo a tu madre le tengo mucho cariño, a ver qué te crees.

—Entonces deja de pensar en su marido en esos términos.

Ella se limita a suspirar echándole mucho drama al asunto y poniendo ojitos y


todo, pero la actitud le dura hasta que mi padre viene a traernos las bebidas, porque
se derrite de mala manera.

—Quiero arrancarme los ojos —murmuro cuando nos quedamos a solas de


nuevo.

Julieta bate las pestañas y se ríe de buena gana al ver mi cara. Esta mujer es una
sádica: a más me horrorizo, más disfruta.

—¡Es broma! Pero tú tienes un carácter tan agrio que no lo pillas.

—No me gustan esas bromas.

—Vale, lo apuntaré en mi libro de cosas que no te gustan, pero te advierto de que


ya es un libro

inmenso. A este ritmo voy a tener que hacer una triología de esas que tanto se
llevan ahora.

Pienso en ello, porque aunque lo ha dicho de broma, sé que en el fondo sí piensa


que casi todo lo que hace me molesta y no es así. Es verdad que muchas veces me
quejo pero creo que es por la dinámica que hemos alcanzado en la que ella hace cosas
para tocarme los huevos y yo me quejo para dejarle claro que cumple su propósito.

—¿Cómo estás? —pregunto intentando llevar el tema a lo que de verdad


importa.

212
Julieta se encoge de hombros de inmediato, es algo que suele hacer mucho. A
veces pienso que solo es un intento de parecer indiferente, porque algo me dice que
no lo es tanto.

—Bien, con hambre.

—Me refería a todo lo de Einar y…

—Ah, eso. —Vuelve a encogerse de hombros y coge un trozo de pan de la cesta


que hay en el centro de la mesa—. Pues bien también. No doy saltos de alegría, claro,
pero el trabajo de Nueva York es una gran oportunidad para Einar y estoy muy
contenta por él.

—¿Y el desamor no te duele?

Ella frunce el ceño y yo me pregunto si no me habré excedido un poco, pero es


que no sé cómo sonsacarle lo que siente sin que se lo tome a risa.

—Estoy bien, Diego —dice al final—. No tienes que sentir lástima de mí, te lo
digo de verdad. He estado jodida otras veces y he salido adelante.

—No siento lástima de ti, Julieta.

—¿Entonces a qué vienen los regalos? ¿Las muestras de preocupación? ¿Los


mensajitos? Tú y yo nunca hemos sido así. Todo esto me hace sentir… rara.

—¿Por qué? —Cuando está a punto de responder la corto—. Ya estuvimos juntos


aquella noche en el sofá de casa bebiendo cerveza y hablando de tu tienda, entre otras
cosas. Pensé que ahí quedó claro que firmábamos la paz.

—Pero el tema de los regalos…

—Me apetece hacerte regalos, pero si te molesta lo dejo.

—No me molesta. El bocata estaba buenísimo. Estaba tan bueno que me habría
encantado vomitarlo entero y comérmelo de nuevo.

—Jesús. —Cierro los ojos ante la imagen y procuro contener una mueca de
asco—. ¿Puedes decir las cosas de otra forma?

—No puedo, se me salen del alma estas cosas tan preciosas. Dios, qué poeta soy.

—Sí, Neruda con tetas, eres.

213
A Julieta la comparación le hace una gracia exagerada porque empieza a reírse
incluyendo esas aspiraciones por la nariz, similares a las que hace un cerdo pequeño y
conste que no me meto con ella, porque me parece adorable, pero es que a ratos me
quedo alucinado con su facilidad para reír de las cosas más nimias. Supongo que en
parte eso es lo que ha hecho que acabe perdiendo la puta razón por ella. Julieta no es
de las que proclaman en Facebook que hay que ser feliz con poco. No, ella es feliz con
poco, lo es porque no necesita mucho para reírse a carcajadas, hacer el indio o decir
algo que sabe de antemano que será inapropiado. Cuando la miro no me cuesta
imaginarla saltando en un charco de barro y riendo a carcajadas, abriendo las brazos y
mirando al cielo, como agradeciendo el simple hecho de poder estar disfrutando de
algo tan insignificante. Es grandiosa de una forma tan sencilla que me paraliza un
poco, porque sé que nunca voy a conseguir seguirle el ritmo, pero estoy dispuesto a
intentarlo. Por ella, estoy dispuesto a dejarme arrastrar al charco, o adonde quiera
llevarme.

Nuestra cena llega mientras ella aún se regodea en su supuesta vena poeta y yo
pienso, no por primera vez, que está loca, pero te juro que nunca he visto la locura con
tan buenos ojos.

—Seguro que eres fan de Tim Burton —digo de repente.

Julieta me mira mientras se mete en la boca un montón de pasta con tomate que
marca sus labios y comisuras.

—¿Cómo lo sabes?

—Te pega —digo sin más.

No quiero contarle que no es nada difícil imaginarla viendo alguna de sus pelis.
De hecho, no es nada difícil imaginarla dentro de una de esas pelis. El amor por esta
mujer me está volviendo loco a mí también, me temo.

—Mis favoritas son Eduardo Manostijeras y La novia cadáver —dice mientras se


relame el tomate de la boca y yo hago serios esfuerzos para no seguir a mis instintos y
lamer sus labios hasta saciarme, si es que eso es posible con ella—. Tengo pensado
tatuarme a Víctor y Emily en el culo.

Pestañeo para mirarla bien, porque acaba de sacarme de mis pensamientos a


golpe de mazo, como siempre. La miro enarcando las cejas pero ella sonríe tan segura
de sí misma que sé que no es ninguna broma.

—¿Pretendes tatuarte a los protagonistas de La novia cadáver en el culo?

214
—Uno en cada cachete. Separados pero juntos, como debe ser. Y el resto de culo
que me lo tatúen con la luna y el bosque tenebroso ese. Quiero la imagen de la
portada.

Cierro los ojos porque no sé si reírme o flipar. Al final opto por hacer un poco de
cada cosa.

—¿Tú estás segura?

—Segurísima. Será la primera vez que deje a un hombre jugar con mi culo. —
Aquí vuelve a descojonarse un ratito—. ¿Quieres venir conmigo?

Ahora sí que flipo y se me debe notar en la cara porque me sonríe con una
dulzura fingida del todo.

—¿Quieres que te acompañe a tatuarte el culo?

—¿Por qué no? Nunca va mal un poli para estas cosas. Mira que yo soy capaz de
meterme en un local clandestino.

—¿Tienes cita ya con el tatuador?

—No tengo ni estudio localizado. Buscaré opiniones en google.

—¿Y estás segura de que quieres que yo vaya contigo?

—Que sí. Mira, a Esme no se lo puedo decir porque me va a dar un sermón y


paso, Alex no querrá verme el culo porque se pone muy mojigato cuando se trata de
sus hermanas y a Amelia las agujas la marean. De mi padre mejor no hablo porque se
cabrearía y Sara se lo contaría, porque lo quiere mucho y no le puede guardar un
secreto. Eso me deja con Nate y contigo, y la verdad es que tú ya me has visto en
situaciones comprometidas, así que te prefiero.

—Por descarte, vaya.

—Pues sí, pero oye, lo importante es que te elijo a ti, poli. —Hace el famoso gesto
de cazar Pokemon y pongo los ojos en blanco.

—¿Cuándo tienes pensado hacerlo?

—No sé. ¿Ahora?

—¿Cómo que ahora? Imposible, es de noche. Además tendrás que buscar un


estudio en condiciones, Julieta.

215
—Vale. ¿Mañana?

—¿Mañana habrás hecho una búsqueda en condiciones?

—Yo busco en google esta noche en un santiamén.

Cierro los ojos con pesar, porque sé que habla muy en serio y porque no me fío
de su criterio para escoger tatuador. Al final y aun sabiendo que voy a arrepentirme,
hablo.

—Iremos esta semana pero yo buscaré un estudio adecuado y un buen tatuador.


Es lo único que te pido. Espera a que yo pueda organizarlo.

Ella se encoge de hombros, como si dejar en mis manos la elección del tatuaje de
su culo fuese lo más normal del mundo. Los ratos que paso con esta mujer son tan
surrealistas que no debería esforzarme tanto en intentar entender algo.

—¿Querrás ver mientras me tatúan?

—Sí —digo sin vacilar.

—¿Tanto te gusta mi culo?

—Es un buen culo —contesto con una pequeña sonrisa.

Julieta sonríe, pero de inmediato carraspea y mira a su plato. Sé que es probable


que haya pensado en Einar y en que aún no se ha ido y ha coqueteado conmigo,
porque esto ha sido coqueteo, ¿no? Sí, lo ha sido. No soy imbécil y sé cuando una
mujer lanza señales en mi dirección, el problema es que quizá ella lo ha hecho sin
querer o sin darse cuenta. Tengo que darle más tiempo y no pasa nada, puedo
asumirlo, así que el resto de la cena lo pasamos hablando de su tatuaje, pero sin
mencionar su culo, de nuestros trabajos y de la locura que supone para ella colocarlo
todo a pocos días de la inauguración. Cuando acabamos de cenar se empeña en entrar
en la cocina y saludar a mi madre y no me niego, entre otras cosas, porque sé que
tanto mi padre como mi madre están encantados con ella.

—¿Ya te vas, cariño? —le pregunta mi progenitora mientras se lava las manos en
el fregadero. Se las seca en el delantal y enmarca el rostro de Julieta entre sus dedos—.
Pareces muy cansada. ¿Duermes bien?

—Todo lo bien que puedo estos últimos días, pero no te preocupes, que estoy
bien. —Julieta gira la cara, besa la palma de la mano de mi madre y, aunque te parezca
tonto, el gesto se me atraganta, porque ella se merece todo el cariño del mundo y más
y parece que mi chica se ha dado cuenta.

216
Mi chica, sí, ¿qué pasa? Puedo llamarla así mientras no lo diga en voz alta…

Cuando por fin se despiden no sé cómo lo ha hecho pero ha conseguido un par


de fiambreras llenas de comida y otra con un poco de postre.

—Ya tengo la comida resuelta para mañana —me dice sonriente mientras sube
al coche.

—¿Volverás a comer en la tienda?

—Me parece que hasta que abra viviré allí, como quien dice. Menos el rato que
me llames para ir a hacerme el tatuaje, claro.

—Claro.

—¿Lo buscarás en serio?

—Te lo prometo. Tengo una oportunidad de oro de verte en pompa en una


camilla y no pienso desaprovecharla.

Ella ríe entre dientes pero no contesta y yo dejo estar el tema. La dejo en casa y
luego vuelvo al piso con una sonrisa un poco tonta, la verdad. El aletargo y el estado
de ilusión me duran hasta que abro la puerta de mi piso y veo a Einar sentado en el
sofá.

—Ha sido una cena larga —me dice a modo de saludo.

—Sí, bueno. También la he llevado de vuelta a casa y está lejos, ya sabes…

Einar no contesta, pero me mira a los ojos con tal intensidad que me quedo
clavado en el sitio. Llevo días esquivándolo, queriendo evadir esta conversación,
porque está claro que vamos a hablar, pero es que no estoy listo para perder su
amistad. De hecho, no estaré listo nunca para algo así. Él es parte de mi familia, igual
que Nate. Desde que Marco murió me sentí tan solo que el día que los conocí fue como
si me hubiese tocado la lotería. Ahora vuelvo a tener dos hermanos, porque para mí lo
son y no soporto pensar que existe una mínima posibilidad de que Einar y yo
acabemos mal.

—¿No piensas confesar nunca? ¿Vas a dejar que me vaya sin contármelo?

—Einar…

—Pensaba que éramos amigos.

217
—Lo éramos y lo somos —digo pretendiendo sonar firme.

—Los amigos no se mienten, ni se ocultan cosas importantes.

—Tienes razón, pero es que… Es que no sé por dónde empezar, joder.

—Principio suena bien para mí.

Sonrío, porque me parece mentira que con lo bien que maneja el español,
todavía diga algunas frases de forma incorrecta o rara.

—Yo no… Yo intenté no fijarme en ella, pero… Verás, Einar, resulta que yo…

—Joder, das mucha pena. —Mi amigo arranca a reír de buena gana mientras yo
me quedo de pie, mirándolo con el ceño fruncido y sin entender nada—. ¡Es fácil!
Estás enamorado de Juli. —Asiento, porque hablar no puedo. Por suerte él sí que
parece tener palabras—. No me extraña. Ella es especial.

—Sí que lo es —digo al fin después de unos segundos—. He intentado luchar


contra ello, pero Einar, tú te vas y dijiste que no era la mujer de tu vida y…

—Y no lo es, pero yo la quiero mucho. Si vas a hacerle daño, no te acerques.


Hablo en serio.

—No lo pretendo.

—¿No es para un rato? —Niego con la cabeza y él sonríe—. Llevo viendo lo que
sientes mucho tiempo. Más que tú mismo. Me alegra que por fin te des cuenta de que
es perfecta para ti.

Vale, bien, ahora sí que me he quedado a cuadros. Voy hacia el sofá y me siento a
su lado mientras él sigue sonriendo.

—¿Lo sabías?

—Oh sí. Tanto odio, tanto rencor, tanto mal que te hacía… Todo porque te
gustaba y no querías aceptarlo. Llevo tiempo viendo lo que pasa con vosotros.

—¿Y no te molesta?

—Ella no es la definitiva para mí, ni yo para ella, ya te lo dije. Si tengo que elegir
un hombre en el mundo que se merezca tenerla, elegiría a Nate o a ti.

—Yo soy el bueno para ella, no Nate —contesto un poco a la defensiva.

218
—Tranquilo. —Ríe—. Ojalá os vaya bien. ¿Me irás contando avances?

—Claro, hablaremos a menudo, porque seguimos siendo amigos, ¿verdad?

—No —dice él muy serio, poniéndome un nudo en la garganta—. Somos


hermanos, Diego.

Sonrío, dejo ir un poco el aire y lo abrazo con fuerza, porque él no puede


imaginarse el alivio que siento al saber que está al tanto de mis sentimientos y los
acepta y apoya.

—Einar, eres un tío de los que ya no quedan.

—Lo sé —dice en tono presumido antes de romper a reír—. Ella siente algo por
ti. —Se pone serio y sigue—. Lo veo, como veo lo que tú sientes, pero dale tiempo. Es
un poco cabezona.

—De eso me estoy dando cuenta —digo sonriendo—. De todas formas, es raro
hablar de esto contigo. Al menos ahora mismo.

—Acostúmbrate, porque te preguntaré mucho por vuestra relación.

—Gracias, Einar —digo sonriendo—. Gracias por todo, por entenderlo, por ser
mi amigo, por ser tan importante en mi vida. —Suspiro y palmeo su espalda un poco—
. Cuando acabes ese par de años, o tres, o los que sean, prométeme que te pensarás el
volver aquí, ¿vale? Aunque al final no escojas España, pero al menos, métenos entre
las posibilidades.

—Si no fuera una oportunidad tan buena, no me iría. Te prometo que me dejo
aquí más de medio corazón. —Me doy cuenta de la tristeza que embarga sus ojos y
desvío la mirada—. ¿Cervezas? —

pregunta mientras carraspea.

—Es lo mejor que has dicho en toda la noche —contesto mientras él se levanta
del sofá y entra en la cocina.

No ha vuelto aún cuando la puerta del piso se abre y Nate entra con cara de estar
agotado.

—¿Está Einar dormido ya?

—No, ha ido a por cervezas, para despedirnos como Dios manda.

219
—Oh bien, joder, necesito una cerveza bien fría.

Y así es como acabamos los tres apalancados en el sofá, bebiendo cerveza y


hablando de los tiempos pasados, los presentes y los que están por venir. Para cuando
amanece les he contado mis pocos avances con Julieta y los dos me han dado sus
consejos y opiniones, aunque para mí siga siendo un poco raro pensar que hasta hace
nada Einar era su novio, y ahora me da pautas para conquistarla. El sol nos pilla un
poco borrachos, sobre todo a Einar, pero con el vuelo tan largo que le espera tiene
tiempo de dormir la mona. Pedimos un taxi y le acompañamos al aeropuerto para
asegurarnos de que no se equivoca al facturar y acaba en China, por ejemplo. No nos
vamos a casa hasta que nos manda un mensaje y nos asegura que está dentro del
avión.

Cuando llegamos ya pasan de las ocho de la mañana, desayunamos un par de


tostadas que no sé yo cómo nos sentaran con el mareo este tan tonto y nos acostamos.
Y no sé Nate, pero yo ya echo de menos a Einar.

220
24

Han pasado tres días desde que fui a cenar con Diego y Einar se marchó a Nueva
York. Tres días que han sido suficientes para darme cuenta de que algo anda muy mal
conmigo. Y es que en este tiempo, en vez de revolcarme en la autocompasión porque
Einar no está, me he martirizado cabreándome e indignándome porque no he sabido
nada de Diego. ¡Como si él tuviera alguna obligación de seguir en contacto conmigo!

Sé que no puedo enfadarme por algo así y que solo han pasado tres días, pero
después de lo bien que lo pasamos en la cena me molesta que no me haya mandado un
mensaje y, aunque sea ilógico, también me molesta que no me haya mandado más
bocatas de chocolate. ¡Con lo rico que estaba!

En este momento estoy en la tienda ultimando los detalles y haciendo fotos de


las estanterías desde diferentes ángulos porque quiero empezar a darme publicidad
en las redes sociales y demás. Lo bueno de estos días es que como no quería pensar en
nada, he trabajado muchísimo en la tienda y ya está todo prácticamente listo. De
hecho, pienso que no sé qué demonios haré de aquí a que llegue el día de abrir.

Quizá debería aprovechar para ir con Sara y mis hermanas a mirar vestidos de
novia para mi madrastra –

mira que es fea esta palabra–, que sé que tiene ganas pero no se atreve a
pedírnoslo otra vez. Sara es muy buena, adora a mi padre y nos quiere mucho, pero
tiene un defecto, y es que es demasiado blanda para esta familia. Tiene que aprender
que la mejor manera de conseguir que hagamos lo que quiere es patearnos el culo y
ordenarlo como si fuera una sargenta, porque nosotros somos de remolonear por
naturaleza, aunque el plan nos apetezca. Pero bueno, como todavía está en proceso de
adaptación me hago cargo de la situación y decido que esta noche atosigaré un
poquito a Tempanito y a Amelia.

La puerta se abre de repente y me encuentro con Diego, vestido con pantalón de


chándal y una sudadera. Mira que está bueno el condenado.

—¡Vaya! Sí que has currado en tres días, pequeña bruja —dice a modo de saludo
mientras mira la tienda.

—Gracias. ¿Qué? ¿Pasabas por el barrio? ¿O es que vienes de casa de Lerdisusi?

221
Diego aparta sus ojos de unas manos ensangrentadas y me mira con chulería.
Cualquier otro habría fruncido el ceño, o por lo menos habría tenido la decencia de
parecer avergonzado, pero es que este tío no es como los otros, eso está claro.

—¿Y si así fuera? ¿Celosa?

—Sí. —Hago un esfuerzo por reírme con mala leche, porque en el fondo sí que
me molesta pensar en esa posibilidad, y mucho—. Estoy tan celosa que no duermo
pensando en cómo te la follas.

—Ya no me la follo y lo sabes, así que deja esa mierda y coge el bolso, que
tenemos que irnos.

—Yo contigo no voy ni a la vuelta de la esquina.

—Julieta…

—Que no voy, Diego. ¿Qué quieres ahora? No puedes venir después de tres días
desaparecido a darme ordenes. ¡Faltaría más!

—No he venido antes porque he estado hasta el culo de trabajo y porque


pensaba que necesitabas tiempo para superar la marcha de Einar.

—¡Que no hay nada que superar! Por Dios, Einar se ha ido porque era lo mejor
para él, y vale que me ha jodido pero tampoco estaba loca de amor así que deja de
tenerme lástima, joder.

—¿No estabas loca de amor? —pregunta Diego mientras se acerca a mí. Se


acerca demasiado, para mi gusto—. ¿Y por qué estabas con él?

—Su martillo de Thor es portentoso —digo en tono vicioso, o pretendo que


suene así.

—¿Sexo? ¿Es el buen sexo lo que te conquista?

—Desde luego.

—Es bueno saber las cosas que más valoras en un hombre.

—No es lo que más, pero está muy arriba en la lista.

Diego sonríe torciendo la comisura de la boca y yo me muerdo la lengua. No es


una metáfora, me la muerdo de verdad sin darme cuenta. Quiero que se aparte porque
me pone nerviosa tenerlo tan cerca, pero él coloca una mano en mi cintura y mueve el

222
pulgar acariciando la zona. Tengo un jersey puesto, pero para mí ha sido como si me
quemara la piel. Me sobresalto, nerviosa y él sonríe otra vez.

—No he vuelto a estar con Susana, y no volveré a estar con ella.

—¿Tan mal follaba?

—El sexo no lo es todo.

—Eso es que follaba mal.

—Follaba muy bien, de hecho, pero no es entre sus piernas donde quiero
meterme ahora.

—¿Has encontrado nuevo amor, Dieguito? ¿Su hermana, quizá? —Estoy


intentando mantener el tono sarcástico-agresivo pero la verdad es que me está
costando horrores.

—Preguntas demasiado para no estar interesada en mi vida sexual. —Diego me


dedica una sonrisa rápida, se muerde el labio de una manera que me pone nerviosa y
da un paso atrás antes de coger un ojo de cristal de la estantería que tiene al lado y
señalármela—. Este me lo quedo, porque los elegimos juntos, y ahora vamos, que
tengo a un tatuador esperando por ti.

Pensaba quejarme, primero por la insinuación de que estoy celosa, luego por
cambiar de tema y, por último, por robarme un ojo de cristal, pero eso del tatuador ha
hecho que se me olvide todo. Qué bien me conoce el capullo.

—¡¿Has encontrado tatuador en condiciones?!

—Sí señora, y tenemos cita en una hora, pero está lejos así que mejor vamos
saliendo ya.

—¡Ay qué bien! —Lo abrazo en un gesto improvisado y beso su pecho, porque
Diego es altísimo y a la mejilla no llegó de primeras sin un plan de ataque—. Tendrías
que haberme avisado, espera, que voy al baño a ver si traigo bragas bonitas.

Diego bufa pero se ríe y asiente. No miento, no me acuerdo de las bragas que me
he puesto esta mañana y aunque me avergüence contarlo tengo algunas que hasta
tienen hilos sueltos. Esas son las menos bonitas, pero las más cómodas. La vida es muy
contradictoria.

Por suerte me he puesto unas negras lisas que no son sexis ni preciosas, pero ya
me hacen el apaño.

223
Salgo del baño y miro a Diego sonriente.

—Menos mal, porque me habría dado un poco de vergüenza que me tuvieras que
llevar a casa a por bragas decentes.

—Intuyo que eso significa que no te has puesto las de leopardo.

Me río y lo hago salir del local para poder cerrar la verja.

—No listo, ahora las verás.

—Estoy impaciente —dice sonriendo.

Pongo los ojos en blanco y me subo en su coche, que está aparcado al lado del
bar de Paco. El camino lo hacemos mientras él me regaña por tocar botones, y por
poner los pies en la puerta, y yo lo bombardeo a preguntas acerca del tatuador que ha
encontrado. Cuando llegamos me decepciona un poco no encontrar posters de tías en
bolas y tal, porque este sitio no es nada macarra, pero siendo Diego quien lo ha
buscado no me extrañaría que hasta le haya pedido los informes de sanidad al dueño
antes de traerme. A este hombre la seguridad le pierde bastante.

Entramos y nos hacen esperar un poco en una recepción con orquídeas.


¡Orquídeas!

—Menuda deshonra para los tatuadores macarras. ¡Yo quiero que me tatúe un
señor gordo y

motorista! —le digo a Diego medio indignada.

—Pues lo siento por ti pero me dejaste decidir quién lo haría y este es el que
mejor trabaja de todos los que he mirado, así que si no te gusta la puta orquídea no la
mires.

—Yo no he dicho nada de la orquídea.

—Ni falta que hace. Te huelo los pensamientos.

—Huéleme el culo, mejor —digo por eso de seguir siendo una inmadura y tal.

—Olértelo no sé, pero vértelo te lo voy a ver bastante bien, y no te creas que no
tengo ganas, que todavía me acuerdo de aquella noche en el piso cuando…

—Cuando me levantaste el jersey a conciencia para vérmelo, sí. Menudo


pervertido estás tú hecho.

224
—Fue sin pensar y ya pedí perdón en su día por haberlo hecho.

—Cierto.

—Pero no voy a pedir perdón por pensar que es un culo precioso.

—Eres un capullo, poli.

—Y tú una arpía, pero una arpía preciosa, de todas formas.

Me río y le doy un tortazo en el brazo, porque no entiendo bien esta faceta de


Diego y una parte de mí sigue pensando si no estará quedándose conmigo. Claro que al
recordar sus últimos regalos, mensajes y atenciones empiezo a darme cuenta de que
no, no se está quedando conmigo. No soy tonta y sé cuando un tío quiere algo, y Diego
parece quererlo, pero no sé qué exactamente y no sé si ha esperado estos tres días
solo para darme un pequeño respiro antes de entrar a matar, porque vamos, hoy viene
dispuesto a quemar cartuchos y la sutileza se la ha dejado en casa. Y eso, hablando de
Diego, es decir mucho.

Después de un ratito nos hacen pasar a una sala donde un chico de pelo rubio y
cara de niño bueno nos saluda y se presenta como Jorge, el tatuador. A mí no me
parece que este sepa tatuar nada, porque tiene edad de estar en el instituto
matándose a pajas más que de trabajar aquí, pero Diego me echa una mirada que me
dice muy claro sin palabras que más me vale cerrar la bocaza.

—Tu chico me ha contado lo que quieres hacerte, es súper original y aunque me


encantaría tatuarte tengo que decirte que pinchar en los glúteos pica —dice «pica»
por no decir «duele como si te acuchillaran», o eso supongo—. No quiero quitarte las
ganas, pero prefiero que lo sepas de antemano y estés segura.

—Estoy segura, pero quiero el fondo también, ¿eh? Con su luna y con su bosque
y con su todo.

—No te preocupes que lo haré a tu gusto. Ahora te enseñaré el boceto que ya he


diseñado a raíz de lo que me contó Diego, aunque no podamos acabarlo hoy porque es
demasiado.

—¿No voy a tenerlo completo?

—Te haré los personajes y marcaré un poco el fondo, pero el color de relleno lo
vamos a dejar para otro día; es lo mejor, primero para que no sufras de más y segundo
para que el tatuaje quede bien de verdad.

225
Me quedo conforme con su explicación y en cuanto me enseña el boceto me
enamoro. De verdad, me enamoro tanto que doy saltitos en el sitio. Son Emily y Víctor
cogidos de la mano, con un fondo de bosque tenebroso y una luna enorme, tal como
aparecen en la portada. Sé que para muchos este tatuaje será una locura, que mi padre
y mi hermana Esme van a poner el grito en el cielo cuando se enteren y que la mayoría
de las personas no entenderán que lo haya hecho, pero para empezar, casi nadie va a
verlo completo. Será algo para mí y los tíos que tengan el placer de bajarme las bragas,
a los que a no ser que tengamos una relación no debo ninguna explicación. Podía
haber escogido otro sitio, pero en ninguno sería tan íntimo y personal. Bueno sí, en la
zona vaginal, pero ni soy tan valiente, ni cabe el dibujo entero.

Esta película me marcó a muchos niveles, aunque no lo creas. Emily es distinta,


principalmente porque está muerta, vale, pero de alguna forma ser especial hace que
nadie se fije en que hay algo más. Yo soy un

poco como Emily, aunque no lo creas; no estoy muerta, pero soy consciente de
que mi forma de ser al final aleja a casi todo el mundo. Tarde o temprano resulto
cargante, o saturo, o no entienden mi mente, porque soy demasiado… demasiado, para
casi todo el mundo. La gente ve a una tía extravagante con mi forma de ser y se aleja
de forma automática, sin molestarse en ver que más allá de todas estas facetas, soy
una persona que sufre y siente, puede que más que otras que vayan de sensibles.

Miro a Diego y le enseño el dibujo, porque ya que ha venido conmigo y se ha


preocupado de buscar el sitio quiero que opine sobre esto.

—Me encanta —dice él con una pequeña sonrisa.

Dos palabras, solo dos palabras y la sonrisa se me sale. No porque necesite su


aprobación, de hecho, puede que de haberme dicho que no le gusta me lo hubiese
hecho más a conciencia todavía. No es eso, es que me gusta que de vez en cuando me
dé la razón en algo o se alegre de las mismas cosas que yo sin que tengamos que
discutir antes.

Cuando Jorge lo prepara todo me quito los pantalones y me tumbo boca abajo en
la camilla.

—Si quieres puedes quitarte la ropa interior para no estar sujetando todo el
tiempo las braguitas —

dice el chico con delicadeza.

—No, la bragas no se las quita. Yo las sujeto —contesta Diego antes de que yo
pueda hablar.

226
Estoy a punto de quejarme, pero la verdad es que estoy nerviosa, en parte por el
tatuaje y en parte por tener sus manazas rozando mi culo, y aunque lo que diga ahora
suene patético, admitiré que también me callo un poco porque tengo curiosidad por
sentir su tacto, lo que me lleva a comerme la cabeza, porque no puedo olvidar que
después de todo Diego es amigo de Einar y solo hace tres días que este se ha ido. Y
vale que de un tiempo a esta parte nuestra relación ha estado rara, y que yo he sentido
cosas puntuales por Diego, cosas relacionadas con mis instintos más básicos siempre,
pero lo de esta tarde está siendo… más. Lo de ahora no es algo puntual. Diego ha
empezado a insinuarse desde que nos hemos visto y todavía no ha parado. Ahora,
además, ha sujetado el elástico de mis bragas y está a mi lado, con la vista fija en mi
culo. Desde luego, entre la noche que me caí de culo con ropa interior matadora y un
condón en la mano, y este momento, me estoy coronando a la hora de protagonizar
momentos incómodos y surrealistas con Diego. Claro que desde entonces parece que
haya pasado un siglo y la confianza, desde luego, es otra…

—¿Estás bien? —me pregunta él cuando la aguja de tatuar empieza a zumbar y


me sobresalto.

—Sí, sí, solo quiero acabar cuanto antes.

—Siento decirte esto, pero no será rápido —advierte Jorge justo antes de
pinchar mi piel por primera vez.

Y tiene toda la razón del mundo. No es rápido, pero aguanto como una campeona
sin quejarme ni una sola vez. Lo más que hago es tensarme y apretar el culo cuando el
dolor se intensifica, pero ahí está Diego para apretar el final de mis glúteos y hacer
que me muerda el labio de expectación, olvidándome del dolor.

—Tienes una chica muy valiente —dice Jorge cuando, bastante tiempo después,
está poniendo crema sobre mi culo.

Ya cuando llegamos se refirió a mí como a la chica de Diego y este no lo negó,


pero como estaba nerviosa no le eché muchas cuentas. Ahora en cambio me tensa un
poco que me dé ese trato. Estoy a nada de decirle al tal Jorge que no sea machista para
empezar y que puede decirme a mí que soy una chica valiente, que no estoy sorda,
pero entonces Diego habla y me deja muda. Lo que tiene un mérito de magnitudes
infinitas.

—Es la mejor. —Me sonríe y me guiña un ojo.

—¿Cuándo tengo que volver? —pregunto yo, por eso de desviar un poquito el
tema y no acabar roja

227
como un tomate, que sería muy vergonzoso estando con el culo en pompa.

—Te daré cita para dentro de un par de semanas, así veo cómo cicatriza todo
esto. ¿Te parece? —

asiento y me dejan a solas para que me ponga el pantalón con cuidado.

Cuando salgo pago lo de hoy y fijo la cita para el próximo día. Al salir del estudio
ya es de noche y Diego me propone ir a cenar al restaurante de sus padres.

—La verdad es que me pica bastante el culo y casi prefiero irme a casa y
ponerme en una posición en la que no me esté rozando.

—¿Necesitas que vaya y te ayude con la crema? —lo pregunta tan serio que me
echo a reír.

—Buen intento, poli, pero prefiero que me lleves y luego te vayas a tu piso. Ya
has tocado mi culo bastante por hoy.

—Tenía razón yo —dice cuando subimos al coche antes de meterse un par de


chicles de regaliz en la boca. Lo miro interrogante y sonríe—. Es un buen culo.

—Capullo —murmuro antes de reírme.

El resto del camino lo hacemos discutiendo porque él escucha una mierda de


música deprimente según yo, y yo soy una tocapelotas de altura, según él. Cuando
llegamos me bajo sintiendo el ardor de los cachetes y obvio su risita de sorna. Entro
en casa y cuando cierro la puerta escucho su coche alejarse.

Entonces, y solo entonces, me permito sonreír y y llevarme una mano al


estómago.

—¿Qué te pasa? ¿Te duele? ¿Quieres antiácidos? —pregunta Amelia, que está
sentada en el sofá del salón.

—No, no. Es que ha sido un día muy loco.

—¿Me lo quieres contar?

—Mejor mañana, ahora voy a meterme en la cama.

—Pero si es súper temprano. ¿No cenas?

—No tengo hambre.

228
—Tengo pollo en el horno —dice Esme entrando desde la cocina—. Cenas
aunque sea un poco y te acuestas. —Fija su mirada en mí y frunce el ceño—. Tú has
hecho algo.

—¿Pero qué dices?

—Que tú has hecho alguna tontería. Traes la cara de hacer tonterías al cien por
cien.

—Ah, pues es verdad —dice Amelia.

—¿La cara de hacer tonterías? ¿Tengo una cara para eso?

—Sí, cuando haces alguna gilipollez más grave de lo habitual se te nota en la


cara. Estás como roja y… no sé, se te nota —contesta Tempanito.

—Nos ha jodido… ¡No he hecho nada! Nada de nada. Y ahora me voy a mi cuarto
porque no tengo hambre.

—Cenar tienes que cenar —insiste Esme.

—Pero joder que me dejes vivir, que no eres mi madre —mascullo enfadada.

—Protesta lo que quieras, pero en diez minutos te quiero en la cocina.

Me indigno, porque estoy hasta el mismísimo de que me venga con esa actitud
hasta hoy. Qué don tiene esta familia para sacarme de mis casillas hasta cuando el día
ha sido bueno. Subo a mi habitación, suelto mi bolso y pongo el móvil a cargar, que se
ha apagado al quedarse sin batería. Bajo y entro en la puñetera cocina porque
Esmeralda es una sádica y esa es capaz de subir y meterme el pollo por intravenosa
como me niegue otra vez. Ceno un poco y procuro no hacer muecas cada vez que tengo
que cambiar de postura por el escozor de culo. Cuando acabo doy las buenas noches,
me doy una ducha rápida, me pongo la crema en el tatuaje y me meto en la cama de
lado. Suspiro de alivio y me bajo el pantalón de pijama y las bragas, porque el mínimo
roce me molesta. Mañana el día va a ser de lo más

interesante, ya verás. Enciendo el móvil para poner la alarma y cuando veo que
tengo un whatsapp de Diego sonrío. Sí, sonrío, aunque luego ordeno a mi cerebro que
ejecute una cara seria para mí, pero ya es demasiado tarde y soy consciente.

Diego: Espero que no estés muy fastidiada. Has sido una valiente, pequeña bruja.
Mañana te veo.

P.d. Gracias por el ojo de cristal, ya está decorando mi mesita de noche.

229
Me río y le contesto antes de pararme siquiera a pensar si debería hacerlo o no.

Yo: No me des las gracias por algo que me has robado, poli. ¿Vendrás a la tienda?

Diego: Sí, pero no sé la hora. ¿Cenamos juntos?

Me pinzo el labio, sonrío y le mando un «Ok» antes de cerrar los ojos y


premiarme a mí misma por el dolor sufrido dándome permiso para dormirme
pensando en las manos de Diego acariciando mi culo y lo que no es culo también. No
sé si es buena idea o no, es probable que no lo sea, pero te aseguro que tengo uno de
los mejores sueños de mi vida.

230
25

Lo único bueno de la noche que he pasado ha sido todas las guarradas que he
soñado que Diego me hacía.

¿El resto? Un infierno. El culo no me duele tanto como me pica, lo que es un


coñazo porque no puedo rascarme y, si eso es ahora, que estoy medio desnuda, no
quiero imaginarme cuando me ponga el pantalón. Me pongo la crema y aprovecho
para darme un masaje y apretar con las palmas de las manos, pero el alivio solo es
momentáneo. Bajo las escaleras y me encuentro con que todos están en la cocina, lo
que me viene muy bien porque anoche al final no hablé con mis hermanas del tema
del vestido de Sara, así que lo hago ahora. Esmeralda se pone tontorrona con eso de
que tiene mucho trabajo pero en cuanto Sara le dice que no se preocupe y que no hace
falta que venga rectifica y dice que sí, que sí, que ella viene. Claro, ella es que es de no
comer ni dejar comer y no se quiere quedar fuera, después de todo.

Decidimos que iremos esta misma tarde porque al parecer Sara ya ha visto
varios vestidos en la página de internet de una famosa tienda de la ciudad y va a
intentar que le den cita. Conociendo el poder de persuasión que tiene no dudo que lo
consiga y como en la tienda no me queda tanto me viene de perlas el plan. En el acto
me doy cuenta de que entonces Diego no podrá venir así que le escribo un mensaje y
le digo que mejor me espere en el restaurante, pero me contesta que no, que vaya a
casa y nos hacemos unas pizzas o algo, que estará cansado porque hoy está de mañana
en el restaurante ayudando y por la tarde de poli. Acepto, porque aunque no lo creas
me he dado cuenta de que trabaja muchísimo y entiendo que quiera estar tranquilo,
además que así veo a Nate también.

El día es tranquilo, pese a que Sara está nerviosa, Alex no hace más que quejarse
de que odia trabajar de noche y Amelia está preocupada porque Erin, la pelirroja que
nos trajo en nochebuena, parece tener problemas.

—Al final no nos contaste nada de ella —dice Esme cuando llegamos a la tienda
de vestidos de novia.

Tal como yo intuía, Sara ha conseguido una cita sin problemas y nada más entrar
nos derivan a unos sofás bastante cómodos y se la llevan para empezar a probarle
vestidos y que salga con los que más le gusten.

231
—Uf, es largo —contesta Amelia—, pero es una vida muy complicada. Padre
desaparecido, madre alcohólica y además enferma de sida. La chica se pasa en la calle
la mayor parte del tiempo y solo tiene quince años.

—Es una edad muy jodida para estar en la calle —digo.

—Lo es —afirma Esme—. Espero que no acabe como todos los chavales que veo
en los juzgados

casi a diario.

—Ojalá pudiera quedármela —dice Amelia.

Sonrío y palmeo su pierna, porque sé que lo dice en serio. Si fuera tan fácil como
coger a un animal herido y llevarlo a casa, esa chica ya estaría en la nuestra, igual que
muchos otros. Amelia tiene un corazón enorme, demasiado enorme para su propio
bien, porque no hace más que sufrir por el mal ajeno y porque a más intenta ayudar,
más gente con problemas conoce. Me preocuparía por ella en serio si no supiera que
también disfruta de su trabajo y lo vive con una pasión que la desborda. Creo que el
problema que tenemos nosotros cuatro, incluido Alex, es que tenemos una intensidad
difícil de manejar.

Mi hermano se vuelca en el parque de bomberos para gastar ese exceso de


energía, Esme en los tribunales, Amelia en salvar al mundo y yo… bueno, yo voy a
vender cojines que hacen pedorretas, que también aportan mucho al mundo.

Sara sale con un vestido que me hace soltar una carcajada, porque parece la
Barbie vestida de

monja. Vale que no quiera ir muy sexi, pero es que a eso le sobra tela por todas
partes. Mis hermanas opinan lo mismo y empezamos a ver desfilar un vestido tras
otro. Unos con mucha tela, otros con mucho encaje, otros con demasiada pedrería y
algunos que dan grima solo de verlos así, al lejos. Cuando por fin sale con uno
vaporoso pero sin excesos, con un par de lazos en la espalda y escote en barca Amelia
se echa a llorar, Esme sonríe y hace un mohín de aprobación con la boca y yo asiento y
le doy mi aprobación.

—Mi padre te va a follar viva con la mirada.

Esto me acarrea un par de gritos, un gesto de arcada de mi hermana Amelia y


que Sara se ponga al rojo vivo, pero me da igual porque es la verdad.

232
Cuando le cogen medidas y salimos de la tienda estamos encantadas, ya han
decidido que van a casarse en primavera así que tenemos un par de meses largos para
prepararlo todo. Entramos en una cafetería y nos pasamos un buen rato charlando de
los preparativos hasta que me levanto y me despido de ellas.

—¿A dónde vas? —pregunta Sara.

—A casa de los chicos, a cenar con Diego. —Sus caras son tan escépticas que me
molesto—. ¿Qué pasa?

—¿A cenar con Diego? —pregunta Esme, como siempre, anteponiéndose y


hablando sin tapujos—.

¿Qué pasa entre el poli y tú?

—¡Nada! —Abro los ojos un montón, como si estuviera súper indignada, pero al
final me desplomo en la silla y bufo—. No lo sé.

Les cuento que el detalle del pen drive y las pelis no es el único que ha tenido
conmigo, aunque no especifico, y que desde hace tiempo, incluso cuando yo estaba con
Einar, siento que la química entre nosotros es muy fuerte. Les aclaro que yo jamás
engañé a Einar con Diego, pero que a última hora no podía evitar fantasear un poco
cuando lo veía, porque de alguna manera cuando se pone en plan borde de mierda, a
veces, me pongo tontorrona y me lo comería a besos, lo que solo indica el grado de
enajenación mental que poseo. Ellas me dicen que hace tiempo que notan la química
entre nosotros y, de hecho, Esme me dice que a ella siempre le pareció que Diego me
miraba con otros ojos, que tanta mala hostia dirigida hacia mí no era normal. Yo no
estoy segura, pero en cualquier caso, les explico todo lo de ayer y la forma de tontear
tan descarada que tuvimos, porque no voy a quitarme responsabilidades.

—¿Que has hecho qué? —pregunta Amelia con los ojos de par en par.

—¿De verdad te has tatuado el culo entero? ¿Pero a ti que te pasa en la cabeza,
joder? —exclama Esme enfadada.

—Oye que es mi culo y haré con él lo que me dé la gana. Además eso no es lo


importante.

—¡Claro que es lo importante! Te has hecho una barbaridad que vas a tener de
por vida y…

—Creo —dice Sara interrumpiéndola— que lo que tu hermana necesita es


consejo sobre su relación con Diego.

233
—A ver, tanto como relación… —digo yo.

—Fóllatelo, está súper bueno —dice Amelia y yo me río porque esta, de entre
todas, es la más modosita y tal, ¿sabes?

—¿Y qué pasa con Einar? —pregunto al final.

—¿Qué pasa con él? —Esme me mira con el ceño fruncido y noto que Sara y
Amelia están igual.

—Pues que son amigos.

—Sí, pero tú misma has reconocido que Einar no era el amor de tu vida ni de
lejos —dice Sara— y que él piensa lo mismo. ¿Por qué debería enfadarse? No es lógico.
Además los hombres para estas cosas son menos rencorosos que las mujeres.

—Eso es verdad, nosotras somos más perras con eso de compartir ex novios —
dice Esme.

Desde aquí todas se vuelcan aconsejándome y diez minutos después, cuando


tengo la cabeza como un bombo, me levanto de nuevo y me despido de ellas. No
necesito que me confundan más y total, al final todas piensan lo mismo, hasta Sara:
tengo que tirarme a Diego. Y a mí esto me supone mucha presión, joder, si hasta llevo
un capítulo entero hablando como una persona normal.

Llego al barrio del piso de los chicos y aparco dónde Cristo perdió la zapatilla,
con lo que me toca dar un paseo con el frío que hace. Me aprieto la chaqueta y camino
a paso rápido pero cuando paso por un quiosco no puedo evitar pararme y comprar
un par de euros de tiras de regaliz. A Diego le encantan estas mierdas, de verdad, o
está comiendo chicles de regaliz, o mascando estas cosas. Yo no entiendo qué tienen
para que le enganchen tanto, pero teniendo en cuenta que estamos en tregua y él se ha
portado bastante bien conmigo desde hace tiempo, puedo gastarme un par de euros.
Qué menos.

Llego al piso, toco en el portero y cuando subo en el ascensor empiezo a entrar


en calor, por fin. En cuanto salgo al rellano me encuentro con Diego vestido de
uniforme todavía.

—He llegado hace nada —me dice mientras me hace pasar—. ¿Esperas a que me
duche y ahora pedimos algo?

—Vale. ¿Está Nate en su cuarto? Así lo saludo.

—Está de guardia hoy, vendrá mañana ya.

234
Se pierde por el pasillo y me deja en el salón con el corazón un poquito más
acelerado de la cuenta.

¿Nate no está? Eso lo cambia todo, desde luego, porque si Nate no está, yo voy a
tener mucho más difícil lo de resistirme, claro que tampoco es que quiera resistirme,
y… y yo que sé. Entro en el salón y miro en derredor, dándome cuenta de que hasta
hace nada yo entraba aquí como la novia de Einar, y ahora él está en otro país y yo
tonteo con su amigo, ese al que hace meses odiaba a muerte. Al final va a ser verdad
eso de que el karma lo devuelve todo y a mí me va a dar en la boca pero a base de bien.

Me siento en el sofá y pongo la tele intentando no pensar en la noche que me


espera. Me pica el culo, me duele la cabeza por la tarde con mis hermanas y mi
madrastra y Diego está a pocos pasos de mí en pelotas. ¿Será de los que aprovechan
las duchas para tocarse la churra? La tentación de entrar de sopetón y pillarlo es
grande pero sé que la ducha tiene cortina, así que no vería nada y tendríamos una
pelea gorda, por lo que prefiero evitarme el trago. ¿Ves? Voy madurando. Bueno,
podría decir eso si no me estuviera levantando para meterme en su cuarto, en el que
no he estado nunca. No me culpes a mí, la culpa es de la televisión, que no echan más
que mierda y claro, tengo que entretenerme de alguna forma.

Abro la puerta y me sorprende darme cuenta de que es un cuarto bonito. No sé


qué esperaba, pero que el cabecero de madera esté cubierto por completo con fotos de
ciudades italianas no, desde luego.

Me acerco y puedo ver la torre de Pisa, las góndolas en los canales venecianos, la
catedral de Milán, panorámicas de Florencia y Roma y en una esquina la casa de
Julieta, en Verona. Imposible no reconocerla cuando el personaje de la obra de
Shakespeare ha sido de mis favoritos desde que supe que la protagonista se llamaba
como yo. O bueno, yo me llamo como la protagonista. Desde entonces ha sido una de
mis obras predilectas. Para que veas, lo mismo me tatúo dibujos en el culo que leo a
Shakespeare.

Y es que la locura y la cultura, se cogen de la mano con más frecuencia de la que


crees.

—¿Te gusta? —pregunta Diego sobresaltándome.

Me giro y lo veo apoyado en el marco de la puerta. ¿Cuánto tiempo llevo mirando


las fotos del cabecero? Bastante, teniendo en cuenta que hasta me he sentado en la
cama sin darme cuenta y no he prestado atención al resto de la habitación. Aunque
solo hay un armario, un pequeño escritorio y una tele gigante colgada de la pared
frente a la cama. Lo más destacable es el cabecero, aunque el conjunto en sí es bonito.

235
—Es muy original. ¿Has estado en todos estos sitios?

—Sí, pasé mi niñez yendo a Italia siempre que se podía. Mi padre se empeñó en
mantener viva nuestra procedencia y se esforzó para que amaramos su país como si
fuera nuestro.

—Bueno, tus padres son italianos, así que un poco tuyo sí que es —digo—. Yo de
pequeña solo iba a campamentos en los que pasaba más tiempo castigada que otra
cosa.

—No sé por qué no me extraña.

Sonrío y suspiro mientras me pongo de pie y salgo de la habitación. Diego se ha


puesto un pantalón de chándal largo y una camiseta básica gris y larga también. No es
un conjunto especial, no tiene nada que llame la atención, pero su pelo rizado por
arriba y húmedo por la ducha cae un poco sobre sus ojos y con el agua el tono ha
pasado de ser moreno a negro como el carbón.

—¿Y esto? —pregunta cogiendo el regaliz de la mesa del salón.

—Lo vi de camino aquí y pensé que te gustaría. Siempre estás comiendo esas
cosas.

—Sí, me encantan, pero no tenías por qué.

—Bah, son dos euros pero si quieres págamelos y en paz.

—Mejor todavía. —Se pierde de nuevo por el pasillo y cuando vuelve lo hace con
una caja pequeña

—. Toma.

—¿Y esto?

—Una tontería. —Abro la caja y me río al ver dos calcetines: uno es corto,
tobillero y negro, y el otro tiene rallas de colores y una oveja estampada en el
empeine—. Esto iba con el regalo —dice Diego poniendo ante mis ojos una tarjeta.

La cojo sin mirarlo, porque aunque no te lo parezca la tontería me ha


emocionado y recordado a aquella noche que estuvimos hasta las tantas aquí mismo,
en la que yo llevaba su jersey y un calcetín de cada clase. Cuando Diego me preguntó
por qué lo hacía le expliqué que así no tenía ni frío, ni calor. Él rio y yo pensé que lo
había tomado a broma, como casi todo lo que le digo, pero no, aquí está este regalo
para atragantárseme un poco. Desdoblo la tarjeta que es blanca y lisa y leo el interior.

236
«Me gustas porque disfrutas con mierdas que no entiendo, pero me hacen reír».

Bufo un poco y me río mirándolo de reojo.

—Si pretendes que me ponga a berrear en plan niñata porque me ha encantado


ahórratelo.

—No pretendo que te pongas a berrear como una niñata, pero sí espero que te
haya encantado.

—Sí, claro. —Lo miro y sonrío—. Sabías que ibas a ganarme un poco con esto.

—En realidad pensaba si no sería posible que te lo pusieras con un jersey mío y
sin bragas debajo para rememorar aquella noche…

Sé que lo ha dicho con la intención de avergonzarme y de paso reírse, pero como


a mí a valiente no me gana nadie me levanto muy digna, pongo la caja en la mesa
después de sacar los calcetines y lo miro con superioridad.

—Solo si yo puedo elegir el jersey.

Diego me mira con los ojos un poco abiertos por la sorpresa, suelta una
carcajada seca y alza las manos.

—Mi armario es tu armario.

Vuelvo al dormitorio pensando que para no querer lanzarme demasiado, vaya si


me estoy luciendo.

Abro su armario y no lo pienso mucho, porque el mismo jersey negro de la otra


vez está colgado de una percha y parece llamarme. Lo cojo, me quito la ropa,
incluyendo las bragas y me pongo el jersey. ¿He dicho ya que me encantan los jerséis
grandes? Creo que sí, pero de todas formas lo repito porque me encantan demasiado y
si huelen a cítricos como esté, mejor todavía. Me pongo los calcetines, doblo mi ropa y
la pongo sobre el escritorio del dormitorio antes de salir con toda la dignidad del
mundo y enfrentarme a la mirada de Diego.

—¿Y bien? —pregunto en modo diva—. ¿A que se te ha puesto como para partir
nueces?

—O para talar arboles con un par de movimientos de caderas —susurra él


haciéndome soltar una carcajada.

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—Me has ganado, esa me la apunto. —Me siento a su lado y cojo la mantita, igual
que la otra vez—.

¿Qué vamos a cenar?

—¿Chino? —Asiento y saca su móvil para llamar y hacer el pedido. Cuando acaba
vuelve a mirarme y tira de uno de los dedos de mis pies, que asoman un poco por
debajo de la manta—. ¿Cómo va ese tatu?

—Muy bien, pero pica un montón.

—¿Puedo ver?

—No.

—Ya decía yo que no iba a tener tan buena suerte.

Me río y le doy una patada mientras nos ponemos a hablar de su día y me cuenta
que se ha pasado la mañana cocinando con su madre. También me habla de lo
aburrido que le resulta estar en la comisaria, cuando en realidad le gusta patrullar,
pero que no siempre se puede, y después yo le cuento que Sara ya tiene vestido de
novia y que la tarde ha dado para mucho, pero al final, como siempre, mis hermanas
me han venido un poco largas. También le hablo de Erin, la pelirroja, y de la clase de
vida que tiene.

—Es una mierda, pero lo más probable es que la cría acabe siguiendo los pasos
de su madre.

—No digas eso.

—Son estadísticas.

—Ojalá Amelia pueda hacer algo para ayudarla.

—Ojalá, pero espero que esté lista para la derrota.

—Eres un gilipollas pesimista.

—Soy un gilipollas realista, Julieta. Veo demasiadas cosas a diario en las calles
como para dejarme engañar por fantasías.

—¿Confiar en la fuerza interior de una cría para sobrevivir y salir de eso es una
fantasía?

238
—Confiar en que esa cría consiga los medios para salir de esa mierda de vida, es
una fantasía. No dudo de su fuerza, pero por desgracia la vida es muy jodida para esa
gente. No pienses en ella como en una niña de quince años, porque te aseguro que es
probable que haya visto más mierda de la que verás tú nunca, si es que tu vida no se
tuerce.

Eso me cierra la boca, porque aunque me moleste tiene razón, pero es que no
puedo pensar en ella sin imaginarla indefensa y, espero por su bien, por el de mi
hermana y hasta por el mío, que la vida no se le tuerza demasiado ahora que está en la
edad más difícil.

—Tienes razón —digo con la boca pequeña—. Pero me duele, por ella y por mi
hermana, porque está muy implicada.

Diego vuelve a pellizcar mis dedos por debajo de la manta y los masajea un poco.

—Dile a tu hermana que me diga por dónde se mueve e intentaré echarle un ojo
de vez en cuando. Y

ahora enséñame el culo o pon algo decente en la televisión.

Y así, sin grandes pretensiones o frases grandilocuentes, casi como si le


molestara que pueda darle las gracias, acaba de conseguir que lo admire y respete más
que nunca desde que lo conozco.

Eso sí, el culo no se lo pienso enseñar… todavía.

239
26

El resto de la noche en casa de Diego es rara, la verdad. Al final vemos una peli
en su portátil porque en la tele no conseguimos dar con algo que nos guste a los dos.
Una parte de mí está tensa, pero a la vez, cómoda. La sensación de que no hay ningún
otro sitio en el que prefiera estar ahora mismo me embarga y, aunque debería
asustarme, no lo hace. No tengo miedo, no me avergüenza reconocer que me siento
atraída por Diego desde hace mucho y, si antes me lo negaba, por tener pareja, ahora
que al parecer tengo el camino libre no puedo menos que reconocer lo que siento. No
tengo miedo, ni vergüenza, pero sí me siento mala persona y es un sentimiento del que
no consigo librarme, por más que me gustaría.

Imagino a Einar empezando de cero en otro país, intentando adaptarse y con el


estrés que le supondrá estar en un empleo en el que tiene que dar la talla porque tiene
mucha responsabilidad. No estará pasando su mejor momento y aquí estoy yo, pocos
días después de su marcha, en el que era también su sofá y con uno de sus mejores
amigos, sin bragas, otra vez y asumiendo que me encantaría subirme sobre él ahora
mismo y acabar con esta tensión que ambos sentimos. ¿No es eso de ser mala
persona? Creo que sí, y yo me he vanagloriado mucho de tener pensamientos raros y
esta personalidad tan desmedida, pero no puedo enorgullecerme de esto, lo que me
jode mucho porque en el fondo no estoy haciendo nada malo.

Cuando la peli acaba Diego me insiste en que me quede a dormir, aunque sea en
la cama de Einar, pero eso sí que me parece de mal gusto así que me niego, me vuelvo
a poner mi ropa y me voy a casa en mi corsita, que para eso lo tengo. Cuando llego me
pongo el jersey que robé en su día a mi hermano y vuelvo a quitarme la ropa interior
porque el tatuaje sigue picando. Te parecerá una tontería, pero el perfume de mi
hermano, que tanto me ha gustado toda la vida, ya no me resulta tan bueno como el de
cierto jersey negro que me está todavía más grande que este, porque mi hermano está
fuerte, pero Diego le gana en altura. Diego en altura gana a todo el mundo, hasta a
Einar y mira que el vikingo ya es grande.

Me duermo pensando, no por primera vez, en cómo sería enredar mis piernas,
cortísimas en comparación con las suyas, en su cuerpo. Lo bueno de los sueños es que
no me hacen sentir culpable y cuando me despierto he dado cuenta del poli hasta
dejarlo medio en coma del gusto. Soy una máquina sexual.

El día se me pasa entre hacer la colada, obligada por mi padre, ir a la compra con
Alex y tomarme un café en el bar de Paco mientras hago amistades con Campofrío, que
es el perro de gusto exquisito que se niega a abandonar la puerta del bar. Lo he

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bautizado así porque es lo único que quiere comer, y porque no soy muy buena
pensando nombres.

—Pues esta noche da lluvia —le digo a Alex—. Igual deberíamos llevárnoslo a
casa, que Paco ya sabemos que no lo va a meter a cubierto.

—En casa ya vivimos bastantes animales —dice mi hermano.

—Uno más no se nota, es como las zorras con las que sales, que una más que
menos no marca la diferencia.

Alex me mira mal, muy mal, pero a mí me la sopla porque es verdad que tiene un
gusto de mierda para las mujeres. Si quiere que respete esa parcela de su vida, que
deje de salir con tías con la inteligencia del tamaño de sus pezones. Insisto un poco
más pero claro, ya le he tocado los huevos y ahora sí que se niega. En el fondo si
viniéramos en mi coche no rogaría tanto; lo cogería y santas pascuas, pero como
venimos en el suyo me tengo que aguantar. Eso sí, en cuanto abandonamos el local de
Paco y veo a Campofrío mirarme con ojos tristes y desalmados saco el móvil y le
mando un mensaje a Amelia con una foto suya.

Yo: No tiene dónde pasar la noche, se prevé lluvia y tu hermano se niega a que lo
acojamos.

Sonrío con un poquito de maldad y me monto en el coche con Alex. Dos horas
después Amelia llega con el perro en brazos, Alex monta en cólera y me grita de todo,
mi padre le grita que no me grite, Sara le grita a mi padre que se calme, Esme da un
portazo y se encierra en su habitación, harta de los circos que montamos en casa y yo
solo puedo pensar en lo que me pica el culete. En eso y en que hoy no he sabido nada
del poli.

Sé que hoy tenía mucho trabajo y que ahora estará en el restaurante sirviendo
mesas, pero aun así le hago otra foto al perrito cuando ya estamos los dos en mi cuarto
–de donde Campofrío no puede salir por orden expresa de mi padre, que solo ha
permitido que se quede con esa condición– y se la mando a Diego con el mensaje:
«Mira, tu hermano gemelo». No es muy maduro, pero es que quiero saber algo de él y
esto es lo primero que se me ocurre. Cuando me llega una foto con un trozo de masa
convertido en un capirote de bruja y un dedo suyo haciendo un gesto obsceno para
dejarme claro lo que piensa me entra tal risa que hasta Campofrío se asusta.

No hablamos más, la verdad, porque estoy cansada y sé que él anda liado así que
me acuesto y espero que el perro no decida subirse a la cama y se limite a la alfombra,
porque está bastante sucio. No tengo suerte y a las cuatro de la mañana noto su pelo

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rizado en el costado. Y está sucio, sí, pero es tan mono que no me quejo, porque
además hay tormenta y el pobre debe estar asustado.

Cuando despierto cambio las sabanas que están llenitas de barro, baño a
Campofrío, que monta el drama del siglo y después me ducho yo. Cuando acabo e
intento acercarme a él me gruñe de mala manera.

—Hay que ver lo poco agradecido que eres, Campo, encima de que lo hace una
por tu bien. Venga, vamos al cuarto de Alex a ponerte perfume para que huelas rico.

Entro en el dormitorio de mi hermano pensando que ya se ha ido a trabajar y


cojo su botecito de perfume. No he hecho más que acercarme a Campofrío cuando Alex
aparece en el marco de la puerta.

—¿Ese no será mi perfume? —pregunta con la mochila del trabajo ya colgada del
hombro—. ¡Me

cago en la puta, Julieta! ¿Le estás poniendo mi perfume caro al chucho?

—Bueno lo de caro es relativo, ¿eh? Que tampoco tienes que donar un riñón para
comprarlo.

Mi hermano me arrebata el bote y me echa del dormitorio sin contemplaciones,


así que al final le pongo al perro colonia de coco, que también huele rica. Él no está de
acuerdo y le entiendo, porque el perfume huele mejor, pero es lo que hay. Bajo a la
cocina, cojo un par de latas de coca colas y me voy al local. En cuanto aparco en la calle
y abro la puerta Campo sale corriendo hacia el bar de Paco.

—¡Hombre! Ya te echaba yo de menos. Pasa anda, que voy a ver qué tengo por
ahí para ti.

Ay, qué afortunado es ese chucho en el fondo, de verdad. A este paso será la
mascota oficial de Sin Mar. Abro la tienda y me encuentro con que en el suelo hay un
sobre con mi nombre. No me hace falta saber quién lo envía porque ya reconozco esa
letra. Lo abro y me encuentro con la foto de la casa de Julieta, esa misma que vi en el
cabecero de su cama.

«Me gusta mirarte cuando descubres que algo te gusta, como el cabecero de mi
cama. Esta noche tú, yo y la peli de Romeo y Julieta. Te dejaré fantasear en alto con
Dicaprio sin quejarme».

Me río, saco el móvil y confirmo la cita. Él contesta bastante más tarde pero no
dice nada especial, aparte de que tiene ganas de que llegue la noche. Y yo también

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tengo ganas, muchas, pero por otro lado está este estúpido sentimiento que no me
deja respirar a ratos. Decido que lo mejor que puedo hacer es atajar el problema de
raíz así que conecto el Skype del móvil y llamo a Einar. Me cuesta cuatro llamadas que
lo coja y cuando lo hace tiene los ojos hinchados y cara de sueño.

—Juli, no son ni cinco de la mañana.

—Así aprovechas el día. Levanta que tengo que hablar contigo.

Einar resopla porque los sobresaltos para despertarse de nunca le han gustado.
Se sienta en la cama y se restriega los ojos antes de volver a mirar a la pantalla de su
móvil.

—¿Qué pasa? ¿Todo bien?

—Depende de cómo se mire.

—¿Hay enfermos o muertos?

—¡No!

—Eres tú la que llama a esta hora. ¡Es normal que pregunte!

Vale, en eso tiene razón, pero como no quiero desviar el tema central de la
llamada me pongo a contarle todo lo acontecido con Diego. Y cuando digo que se lo
cuento todo, es todo, incluido el sueño erótico que tuve con él mientras dormía a su
lado aquella primera noche que compartimos helado y cervezas.

—No hacía falta tanta información.

—Es que me siento fatal.

—¿Por qué? No me engañaste cuando estabas conmigo y ahora no estamos


juntos.

—Pero es tu amigo. ¿No hay una especie de código que impide que ahora me líe
con él?

—No sé. ¿Hay código?

—¡Te estoy preguntando yo a ti!

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Einar vuelve a resoplar, coge aire y sonríe, porque este hombre sonreiría aunque
le dijeran que el mundo está empezando a irse a la mierda por su calle y tiene que
desalojar. Es así de natural.

—No soy tonto. Yo sé cómo lo mirabas, Juli: eras tú la que no se daba cuenta.

—¿No te molestaba?

—Un poco —admite—, pero confiaba en que no pasaría nada, porque tú no me


harías eso.

—Ya…

—Pero ahora estoy aquí y nosotros ya no somos nada.

—¿Y no te molesta? —vuelvo a preguntar.

—Si tienes que estar con alguien que no sea yo, no puedo pensar en otro mejor
que Diego.

Y así es como el vikingo me deja sin palabras, una vez más. No es normal el
corazón que tiene este hombre, es todo ternura y bondad y aunque aún me siento mal
porque una pequeña parte de mí sigue pensando que todo esto no es correcto, la
verdad es que me quedo mucho más tranquila después de conversar con él. Antes de
colgar le aconsejo levantarse y hacer tortitas o cosas de esas que hacen los yanquis de
madrugada, porque no es normal los desayunos que se montan, al menos en las pelis.
Yo por mi parte me pongo a divagar, trabajar y hacer el tonto hasta que llega la noche
y voy al piso de Diego.

Cuando llego me encuentro con que Nate sí está hoy en casa y aunque me alegra
saludarlo, me decepciona un poco saber que Diego y yo no estaremos solos. Cenamos
pizza que hay del restaurante en el salón y hablamos de lo mucho que odia Nate las
guardias, o de que Diego tiene un tendón molestándole en el brazo desde hace días.
Cosas normales de amigos y la verdad es que me siento bastante cómoda con ellos,
pero cuando acabamos de cenar Diego agarra mi mano y me guía hacia la habitación.

—Podemos ver la peli aquí —dice señalando la enorme tele que hay colgada de
la pared.

Me tumbo en la cama por respuesta y me masajeo la barriga, porque he comido


como una cerda.

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Tanto que los chicos han tenido que pararme los pies para que partiéramos los
trozos en porciones iguales. Yo es que soy pequeña de cuerpo, pero manejo el hambre
de un oso después de hibernar.

—Estoy tan llena que si me meto los dedos en la boca seguro que noto el
pepperoni en las amígdalas.

—Qué asco, joder —dice él mientras abre el armario y saca el famoso jersey
negro. Me lo tira y después me pone en los pies de la cama las parejas de los calcetines
del otro día—. Tu uniforme.

—Te estás aficionando a esto, poli.

—No lo sabes tú bien.

—Vale, pero las bragas me las dejo.

—De eso nada. El uniforme hay que llevarlo completo.

—Pues entonces yo quiero que tú te pongas el uniforme de poli, pero ese del
chaleco así en plan antidisturbios, que me pone tonta.

—Ese no lo tengo aquí.

—Pues entonces me pongo bragas.

Diego claudica, porque sabe que no voy a ceder, yo me pongo el «uniforme» en el


baño y luego me meto bajo la colcha mientras él hace lo mismo.

—Estarás flipando —le digo—. Por fin me tienes en tu cama. Un sueño hecho
realidad.

Diego se ríe entre dientes, tira de mí hasta pegarme por completo a su cuerpo y
pellizca mi nariz antes de hablar.

—Si te vendiera por lo que crees que vales, me haría rico.

—Yo no tengo precio, chaval.

—Empiezo a pensar lo mismo.

Me da la risa tonta, porque ese comentario me ha puesto nerviosa. Bueno, toda


esta escena me pone nerviosa, la verdad, así que acabo riéndome y soltando esos
ruiditos de cerdita que me hacen quedar como el culo. Diego se ríe y pone la peli de

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una vez. Y así, bien pegaditos y con su mano acariciando la mía, como si fuéramos dos
niñatos en época de celo, vemos la peli. Me paso hora y pico sin enterarme de los
diálogos porque es que Leo de joven tenía un meneo importante, y cuando me doy
cuenta miro a mi lado, a Diego, que está cansado y se le nota en la postura relajada, en
la tranquilidad de su cuerpo y en los ronquidos que da. Le doy un pellizco en el
costado y consigo que entreabra los ojos.

—Menos mal que me he puesto braguitas, porque estoy tan tontorrona que te
habría dejado una firma a base de fluidos en las sábanas.

Eso consigue despejarlo y estoy tentada de reírme. Ah, qué previsibles son los
tíos.

—Si quieres podemos aprovechar esos fluidos. Estaría feo no hacerles caso,
pobrecitos, ya que han salido por voluntad propia…

—No me voy a acostar contigo, Diego —susurro cuando una de sus manazas se
ha posado en mi muslo y empiezo a temer por mi seguridad cardiaca.

—¿No?

—No.

—¿Por qué? Estamos deseándolo.

—Porque es muy pronto y hace nada que yo estaba con tu mejor amigo —Diego
gruñe, de forma literal y yo sonrío—. ¿Qué?

—No me gusta que me recuerdes esa etapa.

—Esto va demasiado deprisa.

—Nos conocemos desde hace una eternidad.

Me río cuando su nariz se hace un hueco a través de mi pelo y llega a mi cuello


para aspirar y hacer un sonido que reverbera de inmediato justo entre mis piernas.

—Pero hace poco que estoy soltera y… —Una mano de Diego se posa en mi culo
y me aprieta contra él, poniéndome de lado y haciendo que note las inmensas ganas
que tiene de acabar con esta tensión sexual—. Todavía no —susurro con un hilo de
voz antes de gemir cuando él muerde mi cuello.

—¿Segura?

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—No, pero de todas formas vas a respetarme.

Diego se echa hacia atrás y se deja caer en la cama de espaldas resoplando y


pasándose un antebrazo por los ojos.

—Está bien.

—¿Está bien? ¿No vas a insistir? —Se retira el antebrazo y me mira alzando las
cejas, como si me preguntara si es eso lo que quiero—. Solo me sorprende que te
retires con tanta facilidad.

—Quiero que nos acostemos, pero cuando los dos estemos seguros. No quiero
que acabemos y te vistas arrepentida de esto, o pensando en tonterías.

Es un razonamiento muy lógico, pero aun así me sorprende, porque quitando a


Einar los tíos con los que he estado han sido unos capullos egoístas que solo pensaban
en sí mismos, sobre todo a la hora de tener sexo.

Después de un minuto mirando al techo en el que ninguno de los dos habla y la


película da sus últimos coletazos decido que lo mejor para acabar con esta
incomodidad es sacar un tema que nos haga olvidar lo ocurrido, o más que olvidarlo,
posponer el pensamiento para más tarde. Giro la cara y me encuentro con la foto que
hay sobre el escritorio. La primera vez que estuve aquí no me fijé pero ahora veo a
Diego en plena adolescencia al lado de un chico que se le parece muchísimo, aunque se
nota que es mayor. Me muerdo el labio sabiendo que quizá no debo mencionarlo, pero
es que la curiosidad también me puede así que al final, como siempre, decido poner
mis actos por encima de la precaución.

—Nunca me has hablado de Marco. —Diego me mira de inmediato, sorprendido


por oírme pronunciar el nombre de su hermano—. Einar me contó lo que ocurrió,
aunque no me dio detalles.

—No me gusta mucho hablar de él —dice en tono bajo.

—¿Lo echas de menos?

—Me acuerdo mucho de él —admite—, pero han pasado muchísimos años y es


verdad que el tiempo lo cura todo, porque ahora ya no me duele casi nada, aunque eso
me dé rabia.

—¿Por qué?

—Porque es como si lo olvidara. —Suspira—. Supongo que es ley de vida.

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Vuelvo a pegarme a su cuerpo para darle calor y dejo un beso distraído en su
pecho mientras él me rodea con uno de sus brazos.

—Seguro que estaría orgulloso de ti, poli.

Diego no contesta, pero noto su sonrisa en mi pelo. Nos quedamos así un ratito,
disfrutando del calor del otro y cuando ya ha pasado un tiempo y estoy a punto de
dormirme lo oigo.

—¿No echas de menos a tu madre?

—No. No la conocí, así que es imposible. Alguna vez he echado de menos tener
una madre, pero no la mía en concreto. Supongo que echaba de menos la figura
maternal en sí. Aunque a veces me pregunto cómo era, o si estará contenta de ver que
al final nos hemos hecho adultos los cuatro y no nos hemos matado por el camino.

Diego ríe y vuelve a besar mi pelo antes de acariciar mi espalda entera con su
mano.

—También ella estaría orgullosa de ti.

Sonrío, lo miro y paso la yema de los dedos por su barba, recreándome en la


sensación que me produce su vello facial y deseando besarlo como no te imaginas.

—¿Me puedo quedar a dormir?

—Contaba con que lo hicieras —dice él sonriendo—. ¿Necesitas que le ponga


crema a tu tatuaje?

—No —contesto con chulería—, pero puedes sobarlo un poquito.

Un segundo después tengo sus dos manazas en mi culo y me río, porque esta es
una manera muy tonta de calentarnos para no hacer nada. Ya sé que igual debería
dejarme llevar, pero después de todo lo que hemos pasado, al poli va a costarle más
que un par de monerías meterse entre mis piernas.

—Joder, es que es un culo increíble —murmura en mi oído mientras enrosco las


piernas entre las suyas y Diego me gira, haciéndome quedar a horcajadas sobre su
cuerpo.

—No vamos a pasar de aquí.

—Tu boca. Tu boca en la mía y mis manos en tu culo, y te juro que si me toca
morir esta noche lo haré feliz.

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Me río y lo beso por primera vez con tanta brusquedad que me hago daño. Diego
se queja pero no se despega de mí. Por el contrario, me gira dejándome sobre el
colchón y, aunque ha dicho que no quiere quitar las manos de mi culo lo hace, pero
solo para sujetarse sobre el colchón y no aplastarme cuando se cuela entre mis
piernas y me besa de mala manera, o buena, según se vea, porque Diego besa con un
hambre que me fascina; como si tuviese un tiempo limitado para darme su boca y
luego fuesen a quitarnos el derecho de seguir haciéndolo. Así besa Diego Corleone y te
prometo que estoy muy tentada de perder la razón por él y dejarme arrastrar hacia
una noche de placer.

No sé cuánto tiempo pasa mientras nos besamos como dos niñatos


desesperados, pero sé que es Diego el que se aparta de mí porque no soporta más
apretar su erección contra mí, o eso dice. Toma una respiración profunda y me da un
poco de pena, pero no tanta como para pensar en llegar hasta el final, porque mis
bragas también están mojadas y no me quejo tanto.

—Cuando lo hagamos será más bonito.

—O ridículo. Me correré antes de quitarte las bragas.

—Mira que te gusta exagerar. Anda, ve a darte una ducha si quieres y así
aprovechas para relajarte.

Y atención, porque él se levanta y se va. ¡Se va de verdad! Yo flipo con este tío. Lo
sigo y entro en el baño sabiendo que por la cortina no podré ver nada.

—¿De verdad te vas a pajear?

La cabeza de Diego asoma y me sonríe.

—¿Quieres acompañarme?

—Quiero que me contestes.

—Pues sí.

—Menudo cerdo.

—No pretenderás que duerma con la erección del siglo, ¿no? —no contesto,
porque estoy enfadada y él se ríe—. Cuando acabe puedes usar el teléfono de la ducha,
ya sabes…

Le tiro el bote de jabón de manos que hay sobre el lavabo y salgo con una sonrisa
cuando lo oigo maldecir. Así por lo menos se me baja un poco el cabreo. A ver, que no

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es que me moleste demasiado lo que está haciendo, creo que más que eso me da rabia
ser tan tiquismiquis y no poder ceder hoy a lo que el cuerpo me está pidiendo desde
hace mucho, pero es que una parte de mí sigue empeñada en que lo mejor es aguantar
esta tensión, en parte porque así también sabré cómo nos manejamos Diego y yo en
este ámbito. Si somos explosivos como amigos, me imagino que como amantes lo
seremos más y la verdad es que me da un poco de miedo que acabemos matándonos
vivos antes de echar el primer polvo.

Cuando vuelve a la cama me pregunta si de verdad no quiero usar la ducha y


cuando me ve coger su móvil de la mesita de noche y alzar la mano se retracta y se
mete en la cama de un salto, me lo quita y me abraza mientras besa mi nariz.

—Buenas noches, pequeña bruja.

—Buenas noches, poli —respondo en tono cordial, por eso de no dormirme a


malas.

El despertar es otra historia, porque Diego se ha tenido que ir muy temprano a


casa de su padre, que lo necesita para ir a comprar no sé qué. Me ha avisado y besado
antes de marcharse pero estaba tan adormilada que no me he enterado bien. Me
levanto dándome cuenta de que son casi las once y el piso está vacío. Voy al baño lo
primero, vacío mi vejiga y es cuando me enfrento al lavabo para lavarme las manos
cuando me fijo en lo que hay pintado en el espejo con una barra de maquillaje facial
que seguramente se ha dejado Einar aquí de cuando hacía de payaso.

«Me gustas cuando duermes, aunque ronques, y me encantas cuando me abrazas


fuerte, como si temieras que me fuera»

Me río de buena gana, porque es un idiota por decirme que ronco, pero es un
idiota monísimo y porque esto de las notas empieza a crearme una seria adicción.
Estoy llegando al punto de esperarlas cada día y no sé si eso es bueno, sano o
prudente.

Me lavo los dientes poniendo pasta de dientes en mis dedos, hago una foto al
espejo y después lo limpio como puedo con el alcohol del botiquín y voy a la cocina,
donde me sirvo un enorme tazón de cereales. Entre una cosa y otra cuando llego a Sin
Mar ya es casi mediodía así que voy directa a casa, donde mis hermanas y Sara me
montan un interrogatorio alucinante en cuanto consiguen acorralarme. Les cuento lo
ocurrido y Esme me dice que soy idiota por no acostarme ya con él si es lo que quiero,
Amelia me anima a seguir a mi corazón y Sara me felicita por tener tanta fuerza de
voluntad. De las notas no digo nada, porque de alguna manera siento que es algo
demasiado íntimo, demasiado nuestro y de nadie más.

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Por la tarde cuando llego a la tienda Paco me avisa de que tiene algo para mí.

—Lo ha dejado el poli ese que ronda por la urbanización de vez en cuando. ¿No
era novio de Susanita?

—No, Paco, no. A ver si te estás al día con las noticias, que Diego a Lerdisusi ya
no la toca ni con un palo.

—Y yo que sé, si es que los jóvenes estáis todo el día con líos y cambios y cosas
que no entiendo.

Lo doy por imposible, cojo la bolsa que me ha dejado Diego y me marcho a la


tienda intentando no indignarme más de la cuenta. No con Paco, sino conmigo misma
por recordar en secuencia una y otra vez todas las veces que he visto a Diego morrear
a Lerdisusi. De eso hace ya tiempo y si alguna vez se lo saco a relucir me va a sacar a
Einar a la palestra, así que mejor me callo.

Abro la bolsa y cuando veo la lata de coca cola y un bocata envuelto en papel de
aluminio sonrío de forma automática y busco la nota, porque tiene que haber nota. No
la encuentro así que abro el bocata y ahí está, el chocolate entre el pan y la nota justo
encima.

«Me gustas cuando muerdes y besas mi boca como si nos fueran a quitar el tiempo
juntos de un momento a otro»

Suspiro, me río en voz alta y a carcajadas, como si estuviera perdiendo la razón,


quizá porque en parte así es y me pongo a trabajar pensando que si ya me siento
exultante, cuando por fin tengamos sexo no habrá quien me quite la sonrisa de idiota
permanente de la cara.

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Los días pasan tan rápido que no tengo mucho tiempo para asimilar todos los
cambios de mi vida cotidiana. Antes de darme cuenta estamos a mediados de febrero,
en concreto en el sábado que inauguro la tienda. Estos días han sido una completa
locura, Diego y yo nos hemos visto a diario pero sin cama de por medio. Él ha venido a
la tienda a echarme una mano en los pocos ratos libres que ha encontrado y yo he
estado en el restaurante comiendo un par de veces. No ha habido tiempo para más que
un par de besos robados y algún magreo tonto en la tienda que solo ha servido para
recalentarnos más. Ahora mismo está trabajando de poli porque ha cambiado el turno
para tener la tarde libre y además, esta noche es todo mío, porque tampoco va a
trabajar en el restaurante. Estoy feliz, porque por lo general trabaja tanto y tiene
tantas cosas que hacer siempre que el tiempo del que disponemos para estar juntos es
más bien poco. Nuestra relación sigue sin ser clara: nos restregamos y morreamos
como monos en celo a la mínima oportunidad pero ni él habla de sentimientos, ni,
desde luego, yo inicio la conversación. Einar dice que tengo miedo de abrirme en canal
y resultar herida, y yo creo que Einar debería haber hecho psicología porque hay que
ver la paciencia que tiene, dado que cuando hemos hablado o era muy tarde y estaba a
punto de irse a dormir, o estaba dormido y yo lo despertaba. Soy un grano en el culo,
si yo lo sé, pero me salen dudas de urgencia vital y él prometió que mantendríamos el
contacto, así que ahora no puede echarse atrás. De ser mi consejero sentimental no
dijo nada, pero Einar me conoce, sabe cómo funciona mi mente muchas veces mejor
que yo misma y además es uno de los mejores amigos de Diego, lo que lo convierte en
la persona idónea para darme consejos. No sé si Diego por su lado también lo llama a
horas intempestivas para dar el coñazo, creo que no, porque el poli está muy seguro
de sí mismo así que estará convencido de que me tiene en el bote. Y lo peor no es eso,
no, lo peor es que es probable que tenga razón.

Para empezar, las notas han seguido, igual que los regalos. Ayer sin ir más lejos
llegó a casa un paquetito con cinco pintauñas de colores diferentes y una nota que
decía que le encantaba que me pintara cada uña de un color. Hace unos días me hizo ir
al restaurante para cenar, aunque él trabajaba. Me sentó en la mesa de la esquina que
solemos usar ahora siempre que vamos los dos y me sirvió la cena como si yo fuera
una condesa podrida en billetes y él mi mayordomo. A la hora del postre me trajo un
trozo de tarta con las figuras de azúcar de Emily y Víctor encima. Salté de la silla y allí,
delante del resto de clientes, los camareros, su padre y Dios le metí la lengua hasta la
campanilla, y con lo altísimo que es imagina cómo sería mi salto. El pobre flipó un
poco con mi efusividad, pero ya se va acostumbrando a mí. O bueno, no, no se
acostumbra pero se aguanta, que es todavía mejor.

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Te puedes hacer una idea con lo que te he contado de la tónica que está tomando
esta relación, o «no relación». Él se porta como un amor disfrazado de chulo gilipollas
y yo me porto como… bueno, pues como siempre, pero justo eso es lo que hace que
todo sea tan genial. Sigo siendo desmedida, reaccionando de forma exagerada y
diciendo todas las barbaridades que se me ocurren y él las acepta, aunque a ratos no
las comparta. Me hace sentir tan bien que me da un poco de miedo, porque estoy
sintiendo cosas que no debería sentir; cosas que quizá ya sentía pero camuflé de odio
hacia él y ahora intentan quitarse esa falsa capa protectora y relucir como quieren. El
problema es que no sé si en algún momento él piensa en mí de esa forma, o solo soy
un polvo que está deseando echar. Por un lado pienso que no se esforzaría tanto solo
para tener sexo; no soy tonta y Diego eso podría tenerlo con cualquiera, pero por
otro… no sé, la verdad es que a ratos pienso que es probable que esté tan
entusiasmado con la idea de meterse entre mis piernas porque soy un reto y porque,
si nuestras discusiones ya son la bomba, cuando nos acostemos juntos será genial, o
eso intuimos. ¿Pero qué pasará después del primer polvo?

Eso es lo que a mí me carcome un poquito, aunque no quiera.

Hay una parte de mí, rastrera y autocompasiva, que piensa que solo quiere saber
cómo es acostarse con una tía rara, pero luego me recompongo y recuerdo que a mí lo
de ir de pollo Calimero no me va nada, así que más me vale darme el valor que tengo,
que es mucho, y seguir adelante sin pensar chorradas. Ahora mismo lo principal es
llegar al sexo, después de eso ya veremos.

Y como premio por lo bien que he organizado todo lo de la tienda y lo mucho que
he trabajado he decidido que de este finde no pasa. Esta noche cuando cierre
podremos ir a su piso y hacer cosas impropias de señoritas de buen nombre hasta que
el cuerpo no nos dé más. Y y te juro que no sé si estoy más emocionada por eso o por
la apertura. Además a él no le he dicho que pienso romper de una vez la norma del
«No sexo», claro que al quedarse libre toda la noche de sábado, esperará estar
conmigo, digo yo.

Al final lo que no he hecho ha sido la fiesta de disfraces, la verdad es que lo pensé


en un principio porque me hacía gracia que Einar viniera disfrazado de vikingo pero si
no está ya no es lo mismo, así que no será más que un picoteo, unas cervezas y vinos
gratis, además de la presentación de todos los productos de «Tinieblas» que es como
he llamado a mi tiendita. ¿A que es genial? Si quieres montar una tienda molona de
disfraces y artículos de terror y broma no te copies, que ya lo tengo registrado y todo.

—¿Qué te vas a poner esta noche al final? —me pregunta Esme mientras entra
en mi dormitorio, donde estoy reflexionando acerca de todo esto como una gran
pensadora.

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—Eso. —Señalo lo que hay encima de la silla de la esquina—. ¿Te gusta?

El atuendo en sí lo compone un vestido negro de lunares blanco, estilo sesentero,


una chaqueta de cuero y unas sandalias negras de tiras y tacón de infarto. Pretendo
hacerme un moño alto acompañando al estilo y triunfar a lo bestia. Esme lo mira todo
y sonríe, pero no demasiado, no sea que le salga una arruga.

—Vas a estar muy guapa.

—¿Y tú? ¿Te pondrás un traje de esos de estirada?

—El de tubo blanco.

—Guau, alguien tiene ganas de levantar… —Esme me mira mal y sonrío con aire
inocente—. De levantar pasiones, hermanita, qué mal pensada eres.

La verdad es que ella no es mal pensada y yo si hablaba de erecciones, pero


como mi hermana es tan así he preferido cortarme a tiempo, que hoy no tengo ganas
de discutir, imagina si estoy nerviosa. Por el contrario decido centrarme en pensar lo
guapa que va a estar, porque Tempanito tendrá muchas cosillas que se me atraviesan,
pero qué guapa es la cabrona. Tiene esos ojazos verdes que te hacen pensar que si
apagas todas las luces sus ojos brillarán como los de los gatos, y luego están esos
labios carnosos y esa tez blanca. Si te acercas mucho, puedes verle varias pecas
rociadas bajo sus ojos o en el puente de la nariz, pero solo si la pillas antes de
maquillarse, porque Esme las odia y las tapa en cuanto se levanta de la cama, como
quien dice. La verdad es que Esme se esfuerza muchísimo por mantener esa imagen
de mujer fría y dura, pero yo sé que bajo tantas capas de hielo, indiferencia y sarcasmo
hay una mujer que sufre. No sé por qué sufre, la verdad, pero sé que no parece feliz y
es una pena, porque puede parecer que yo me llevo a matar con mis hermanos pero te
aseguro que me dejaría cortar los brazos y las piernas encantada de la vida si con eso
me prometieran que ellos van a ser felices siempre. Alex es un inmaduro y se
enrabieta mucho pero sé que es feliz; Amelia sufre por su trabajo y el mundo en
general, pero en el fondo se siente realizada. En cambio Esme… no sé, le gusta su
trabajo, le apasiona, eso lo tengo claro, pero guarda dentro algún sentimiento que
hace que sus ojos no brillen con la emoción que deberían y me da pena que no confíe
en ninguno de nosotros para desahogarse. Un día de estos explotará y saltarán trozos
de ella por los aires, de tanto como se guarda todo lo que siente.

—¿Vas a dejarte el pelo suelto? —le pregunto.

—No, ya sabes que solo me lo suelto a veces en casa. Es más formal recogido.

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—Esmeralda, joder, tienes una melena increíble y es la inauguración de mi
tienda, no un acto real.

—Da igual, yo estoy más cómoda así.

—¿Y entonces por qué lo tienes largo?

—Porque me resulta más fácil manejarlo así a la hora de recogerlo. ¿Puedes


dejar de ponerme pegas, por favor? Estoy intentando no discutir contigo porque es
obvio que estás nerviosa, pero si quieres me voy y te dejo sola de nuevo.

—No, no, no te enfades, Tempan… Esme, joder, que es la costumbre.

—¿De llamarme Tempanito o de tocarme las narices?

—Las dos cosas —admito—. Por cierto, Diego me ha contado una cosa que no sé
si contarle a Amelia.

—¿Qué pasa?

—¿Recuerdas que te conté que él se ofreció a echarle un ojo a Erin en el barrio


en el que vive?

—Ajá.

—Pues al parecer el angelito se junta con la peor calaña del barrio. Bueno, no la
peor, porque son unos niñatos, pero llevan camino de ser dignos sucesores de sus
padres. Diego la ha visto fumar pero cuando se acercó salieron todos corriendo.

—Hombre, si se presentó de poli…

—Demasiado que se presenta, guapa —digo molesta.

—Ya, ya, a ver, digo que es normal que corrieran. De todas formas fumar a los
quince en un barrio como ese es lo de menos.

—Ya, bueno, es que Diego no está seguro de que fumara tabaco…

—Oh. —Esmeralda suspira y expulsa el aire con lentitud, pensando qué decir—.
Eso es peor.

—Sí, bastante peor, pero no es seguro y ya sabes cómo se pone Amelia con todos
los chicos en general y con esta chica en particular.

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—Ya, por eso. Mira —dice al final—, deja que pase la inauguración y luego ya
veremos, ¿de acuerdo? No vamos a amargarle la noche.

Asiento porque mi hermana tiene razón. Sea lo que sea lo que ocurre con la
pelirroja no va a cambiar por contárselo a Amelia así que puedo esperar a hacerlo
mañana o pasado con calma y que ella intente hablar con la chica o lo que sea que
haga en estos casos.

El día pasa rápido, Diego me llama un par de veces para preguntarme si estoy
nerviosa y la verdad es que aunque juro y perjuro que no, sí que lo estoy. En la
inauguración va a estar toda la urbanización, hasta Lerdisusi y su familia, que los he
invitado porque, según mi padre, tenemos que demostrar que nosotros tenemos la
educación que a ellos les falta. Yo creo que me podría haber ahorrado la invitación y
me hubiese dado igual lo que dijeran, pero me callo porque no me gusta estar a malas
con mi padre. Solo espero que no rompa nada porque si lo hace se traga hasta el
último bote de sangre falsa que haya. Y

como mire a Diego más de la cuenta, va a tragar sangre pero de la de verdad, de


la suya propia, dientes incluidos.

—Como Lerdisusi me diga algo se come el tacón —digo mientras vamos camino
de la tienda.

—Haz el favor y olvídate de ella —responde mi padre—. Lo último que necesitas


es armar una pelea el día que inauguras tu tienda.

—Exacto —sigue Esme—. Se supone que tienes que convencer a Sin Mar de que
ahora eres una empresaria seria. —Todos se ríen pero yo no le veo la gracia al asunto.

—Si te molesta, dímelo y así salimos a tomar el aire o algo. —Se ofrece Amelia.

—Desde luego, que tú debiste quedarte con todos los genes buenos de la familia
—le contesto—, porque estos son todos unos cabrones.

—¡Un respeto! —exige mi padre.

—No haberte reído —mascullo.

Y así, con esta alegría tan característica nuestra llegamos a mi tienda, donde ya
esperan varios invitados. Paco está un poco enfurruñado porque no ha hecho el
catering, pero es que quería que se encargaran Gio y Teresa, porque hacen unas mini
pizzas de chuparse los dedos, entre otras cosas. A Paco le he prometido desayunar
cada día en su bar durante dos meses y así se ha contentado, porque es un empresario

256
después de todo y porque sus sentimientos son muy firmes hasta que alguien le ofrece
la posibilidad de ganar dinero. Ahí ya se le olvida todo.

Al principio la noche va bien, voy saludando a varios vecinos, me halagan y me


dicen cosas bonitas de la tienda, pero luego los niños que han asistido empiezan a
toquetear y a ponerme nerviosa. Además, Diego no ha llegado, pero Lerdisusi sí, con
un vestido tan corto que a poco que se tire un pedo se le levanta y le vemos las bragas.
Jodida Susana, si antes le tenía asco ahora es que no puedo ni verla y lo peor es que
tengo que saludar a su familia porque claro, es lo correcto según mi padre, así que cojo
una copa de vino, doy un buen trago y me acerco con paso decidido, porque como
vacile un poco me echo atrás.

—Buenas noches —digo a todos, pero mirando a sus padres—. Espero que os
guste la tienda y disfrutéis del catering.

—Si por catering te refieres a estos trozos de pizza y los embutidos rancios
estamos soportándolo, que ya es más de lo esperado —dice Lerdisusi antes de que su
padre carraspee para ocultar una risa.

—No seas mala, cariño. ¿No ves que Julieta ya estará bastante nerviosa pensando
en lo que nos parece su… esto?

—Julieta, mi vida, ven —dice mi padre interviniendo justo a tiempo. Yo creo que
tenía la oreja pegada por si la cosa se desmadraba—. Vamos a saludar a Conchi, que te
quiere preguntar por las arañas de pega para sus nietos.

Aprieto la mandíbula para no soltar una bordería a los Beltrán, me muerdo la


lengua y sigo a mi padre hacia el fondo de la tienda, donde Conchi lo único que hace es
dar cuenta de la cerveza mientras su marido intenta convencerla de que frene el
ritmo, que a esta mujer como la dejes se desfasa. Yo de mayor quiero ser así pero con
menos mala uva.

—Lo has hecho muy bien —me dice mi padre besando mi frente.

—Tengo ganas de matar a esa zorra.

—Y yo, cielo, y yo, pero no hoy.

—Que sí, que ya lo sé. —Miro en derredor buscando a Diego muy a mi pesar,
porque odio sentir que le necesito, pero él no está.

—Ya llegará —dice mi padre con suavidad.

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Lo miro a los ojos y me doy cuenta de que parecen amables, como siempre, pero
tienen un brillo de algo que interpreto como preocupación.

—No busco a nadie, papi… —digo poniendo voz infantil.

—Un día vas a tener que contarme lo que ocurre, lo sabes, ¿verdad?

—Cielo. —Sara entra en escena y la miro agradecida, porque sé que lo ha hecho


adrede. Se ve que esta noche todo el mundo me vigila para salvarme el culo—. Ven,
quiero saludar a un par de vecinas a las que conozco menos y me da un poco de
vergüenza.

Pongo los ojos en blanco porque la excusa ha sido pésima, pero se lo lleva lejos
de mí que es lo que importa. Miro de nuevo por toda la tienda y veo a Alex inflándose a
canapés mientras Lerdisusi intenta

acercarse y él se aleja. Se aleja de manera literal, vamos, que cada paso que ella
da en su dirección, él lo da hacia el fondo de la mesa. A este ritmo termina en la calle,
pero valoro que piense con la cabeza de arriba por una vez en su vida. Amelia está
hablando con Lolo mientras este gesticula un montón y le da toquecitos en el brazo
cuando habla. No hay nada que me dé más rabia que las personas que sienten la
necesidad de tocar mientras hablan. ¿Por qué lo hacen? Mira que yo soy rara y me
salto normas de protocolo, pero lo de estar dando toques a alguien mientras le hablas
es irritante a más no poder y ni siquiera yo lo hago. Busco a Esmeralda que cruza su
mirada con la mía antes de señalarme la puerta con la cabeza. Diego y Nate acaban de
llegar y les perdono la tardanza porque no se puede estar más buenos que ellos. El
poli trae un pantalón negro de traje y un jersey de cuello alto en gris con botones en el
lateral que me encanta y Nate ha optado por un traje de chaqueta en tono beige que le
sienta de muerte a su piel morena. Me acerco a ellos y los beso en las mejillas, lo que
hace que Diego me dedique una mueca extraña.

—¿Y esa mierda de beso?

—Aquí están nuestros padres, mis hermanos y mi madrastra. Un respeto…

—¿El mismo que tuviste tú cuando me saltaste encima en el restaurante delante


de mi padre?

—Eso es distinto.

—¿Por qué?

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—Porque ahí fui yo la que se excedió y porque si tú saltas encima de mí me
matas.

Nate se ríe, me declara ganadora de la discusión y se va derecho hacia


Esmeralda. Yo creo que está colado por ella y también creo que le debe gustar que le
azoten o algo porque mi hermana no puede soportarlo y no tiene ningún pudor a la
hora de hacérselo saber. Es borde y antipática como ella sola con él, pero eso parece
hacerle gracia. Este chico es muy guapo, pero muy raro, porque dime tú a quién le
puede gustar eso.

—No te libras —dice Diego sacándome de mis pensamientos—. Quiero mi beso,


así que vamos fuera y me lo das detrás de un árbol del parque, o en el baño, o donde
mierdas decidas, pero quiero mi beso.

—Pero mira que eres infantil… —Suspiro con cansancio, como si me costara la
vida hacer lo que me pide y lo guio con disimulo hasta el almacén—. Entra anda, pero
solo uno.

No he acabado de cerrar la puerta cuando sus labios se han estampado en los


míos, sus manos se han agarrado a mis caderas y sé, porque lo sé, que no será solo
uno.

259
28

Cuando Diego mete una mano por debajo de mi vestido, acaricia mi pierna
mientras sube y se agarra a mi culo me brota una risa, mitad de excitación y mitad de
vergüenza, porque yo siempre he tenido un problema con las medias, y es que se me
resbalan lo que no te imaginas, da igual que sean caras o baratas, de un material u
otro, brillo o mate; al final se me resbalan, así que desde hace años cuando uso vestido
llevo dos bragas, una debajo y otra encima de las medias. Además, es invierno, así que
llevar ciertas partes de mi anatomía abrigadas no me hace mal. Pensaba meterme en
el baño en cuanto llegáramos al piso y quitármelas para estar más sexi, claro, no
contaba yo con acabar empotrada en el almacén de la tienda pero ahora está hecho y
mira, así va asumiendo que cuando salga con vestido va a tener que quitarme las
bragas dos veces.

—Tienes el culo como acorchado —dice él sonriendo antes de morder mi


barbilla.

—Capullo. —Me río y lo alejo de mí con firmeza. Hoy además como llevo
taconazo lo tengo más fácil para mirarlo a los ojos, aunque aún tengo que mirar hacia
arriba—. Es porque no quiero que se resfríe.

—¿Eso quiere decir que no estás interesada en venir luego a mi piso a dormir sin
bragas?

—Tengo fe en que sepas cómo mantener mi culo caliente a pesar de no tener


bragas.

—Esta conversación sí que se está poniendo caliente.

—¿Y eso es malo?

—No. —Diego niega con la cabeza y sonríe mientras me levanta a pulso haciendo
que enrosque mis piernas en sus caderas—. Eso es muy, muy bueno.

Me lleva hacia una pared y mira si estoy concentrada en él que no te sabría decir
si es la del fondo o algún lateral del almacén. Solo sé que en cuanto noto que mi
espalda está apoyada abandono sus hombros, donde me he aferrado hasta el
momento y llevo mis manos a su cuello para apretarlo más contra mí. Me gusta tanto
que me bese que por un momento me imagino absorbiéndolo y tragándomelo de un
chupetón.

260
—Tengo ganas… —jadea Diego apretando su erección contra mi centro—. Tengo
tantas ganas de follarte que cada hora que pasa y no estoy dentro de ti es un puto
suplicio.

Gimo por respuesta y aprieto mis piernas en base a su cuerpo, haciendo que su
respiración trastabille. No hace falta que le diga con palabras que yo estoy igual que él,
y creo que darle la sorpresa de que esta noche por fin lo haremos es innecesario
porque los dos hemos asumido que pasará, así que me limito a disfrutar del momento.
Oigo el murmullo de la gente, que está solo a una puerta de nosotros y por un
momento pienso en lo que pasaría si se dieran cuenta de que estoy aquí dentro
dándome el lote con Diego, pero la verdad es que si mi mente no funciona de manera
lógica en días buenos, ahora, que estoy en un estado de excitación máximo, menos. De
hecho es un milagro que consiga aguantar este calentón sin acabar la faena. Tengo la
teoría de que solo lo hago porque quitarme las sandalias, las dos bragas y las medias
daría tiempo suficiente a Diego de enfriarse y cortar la situación a tiempo. De hecho,
conociéndolo, que haya insistido en que quería un beso y que ahora estemos aquí
recalentándonos de mala manera es prueba suficiente de que está llegando al límite de
esta situación.

Y si nos vamos, ¿qué pasa? Ya, ya sé que estaría muy feo en mi inauguración,
pero es que te juro que tengo tan contenidas las ganas que ahora que he decidido
darles rienda suelta están desquiciadas. Meto la mano en su pelo y disfruto de la
sensación de acariciarlo mientras sus músculos se tensan más y más, y un poquito
más. Estoy a punto de decidir que sí, que nos vamos a largar de aquí en cuanto
podamos, cuando la puerta se abre de golpe y los dos salimos de nuestra excitación al
golpe de la voz más repelente del

mundo.

—Si ya sabía yo que teníais algo. Donde hay un cerdo tiene que haber un charco
de barro.

¿El charco de barro soy yo? Qué complicada es Lerdisusi, de verdad, con lo fácil
que habría sido llamarme zorra o algo más de andar por casa. Si es que se quiere
poner intelectual y no le sale, porque no lo es, pero no se entera.

—Fuera de aquí, Susana, nadie te ha invitado a esta fiesta —dice Diego sin
soltarme.

Podría estar apurada, pero estoy pensando si desde la posición de Lerdisusi


pareceré un gato encaramado al árbol más grande del vecindario. Mis manos siguen
en el pelo de Diego y cuando por fin me doy cuenta de que esta tía no piensa irse por
las buenas me bajo, porque me da que pronto empezará a llegar más gente y no me

261
apetece nada que mi familia me vea con el vestido en las caderas, las dos bragas y las
medias a la vista.

—No me voy, no me da la gana y de hecho pienso hacer que todo el mundo vea lo
cabrón que eres y lo puta que es ella.

—Joder y yo que pensaba que la loca eras tú —masculla él cuando sale del
almacén y se pone a gritar como las locas que estamos aquí dentro echando un polvo.

Miro a hacia arriba, a su cara poniendo morritos y ojitos de lástima pero él está
nervioso y le entiendo, porque vamos a montar un espectáculo de aquí a nada. El
primero en aparecer es mi padre seguido de Sara y mis hermanos, que se arremolinan
en la puerta dándose empujones para entrar. Al final cuando lo consiguen cierran
como pueden y dejan a toda la urbanización fuera.

—Pero hija… ¿No podías esperar? —pregunta mi padre.

—¡Pero si no he hecho nada! —Mi familia se centra en Diego, que tiene la boca y
parte de la mandíbula manchada de mi pintalabios rojo—. Oh, por Dios, besarse no es
delito.

—No es delito, pero si te encierras en un almacén durante tu propia fiesta, es


porque tienes pensado pasar del beso —dice Esmeralda.

—¡Me he metido aquí para no dar la nota! Si hasta le he prohibido a este


besarme delante de papá por respeto a él.

—«Este» tiene nombre —dice Diego a malas.

Me giro y beso su brazo dejando mis labios también marcados en su jersey. Pues
eso no va a ayudar con mi defensa, si es que hay algo que defender.

—Lo que quiero decir es que no he hecho nada malo, joder.

—Estoy de acuerdo —dice mi hermana Amelia—. Además, si estás saliendo con


Diego pues aprovechamos y damos la noticia.

—Espera, espera, espera que aquí nadie ha dicho nada de salir —contesto yo a la
defensiva—.

Nosotros nos estamos liando y de momento no hemos llegado ni a la cama. De


ahí a salir hay un trecho.

262
—Entonces, ¿qué? ¿Este se acuesta contigo y ni siquiera quiere ser tu novio? —
pregunta mi padre cabreado.

—¡Pero si yo no he dicho nada! —exclama Diego—. Es ella, que no sabe ni lo que


dice. —Me giro para mirarlo con toda la indignación del mundo y se encoge de
hombros—. Es la verdad.

—Mejor cállate la boca, que ya sigo yo. —Miro a mi familia y tomo aire—. Diego
y yo vamos a acostarnos, pero no vamos a tener una relación. Fin de la explicación.

—A mí esa explicación no me vale —dice mi padre.

—Yo creo que a mí tampoco —dice Diego—. Me has hecho quedar como un
trozo de carne.

—Ya esta bien, ¿eh? ¡Me estáis estresando! —Mi hermana Esmeralda hace
amago de hablar y como sé que va a criticarme me cabreo—. No me digas ni media
palabra. ¡No quiero escuchar ni media palabra de ninguno de vosotros! Soy una mujer
adulta capaz de tomar mis propias decisiones, esta es mi jodida

fiesta, este mi jodido almacén y sobráis todos ahora mismo. ¡Fuera! —Acabo mi
diatriba y los miro muy seria pero ninguno hace amargo de moverse—. Bueno, pues
me voy yo. Anda y que os den por el sereno.

Me dirijo hacia la puerta bastante indignada, tanto como para no pensar que
fuera está toda la urbanización esperando captar algo de lo ocurrido. Abro, salgo y
fíjate si están atentos que hasta han quitado la música y parece que estuvieran en un
velatorio, y todo para enterarse de lo que hablábamos.

Lo de esta gente es para flipar. Estoy por mandarlos a la mierda cuando noto que
me sujetan la mano.

Miro a mi lado esperando ver a Amelia, porque lo lógico es que ella me siga para
calmarme siempre, pero es Diego el que me la aprieta mientras me mira con
intensidad.

—No tienes que decir ni media palabra. No le debemos nada a nadie, Julieta.

No sé si es su seriedad, el significado de lo que me ha dicho o que me ha llamado


por mi nombre.

Estoy tan habituada a que me diga «pequeña bruja» o todas sus variedades que
oír mi nombre de sus labios me hace sentir extraña. Extraña y… bien. Diego no se ha
molestado en limpiarse la boca y mi pintalabios todavía la adorna, así que imagino que

263
mi propia boca estará hecha un desastre con borrones sin pintar y, por un momento,
me da por pensar que somos un puzle y él tiene la pieza que a mí me falta.

Bajo presión me vuelvo muy loca, y muy moñas también, pero lo que de verdad
importa es que no le falta razón. Todas estas personas conforman mi día a día; me han
visto crecer y me conocen mejor que nadie y aun así, me juzgan antes de tiempo.
Nosotros no íbamos a acabar echando un polvo en el almacén, entre otras cosas
porque Diego se habría cortado a tiempo. Entiendo que piensen que yo sí sería capaz,
pero no entiendo la indignación que brilla en los ojos de algunos.

—¿Pero no te da un poco de asco comerte las babas de otra? —pregunta Irene, la


hermana de Susana, con una sonrisita que hace que me den ganas de arrancarle la
cabeza—. O que te compare con alguien mejor.

—Curioso que lo digas tú, que me hiciste saber varias veces que estarías
dispuesta a tragarte las babas de tu propia hermana, no solo de mi boca…

—Hostia puta, eso sí que es fuerte —dice alguien, pero no sé quién.

Miro a Diego con los ojos de par en par. ¿Desde cuándo el poli es capaz de echar
tanto veneno por la boca? ¿Y es verdad que Irene ha intentado acostarse con él?
¿Cuándo?

—¿Qué coño está diciendo este? —pregunta Lerdisusi a Irene después de un


momento en el que todo el mundo contiene la respiración—. ¡Habla!

—Chicas. —Jacobo, el padre, las mira con dureza—. Creo que es hora de que nos
marchemos a casa.

—Yo no voy a ninguna parte hasta que esta hable —dice Lerdisusi mirando a su
hermana con un odio que me da miedo.

Y no es broma, me da miedo porque veo en ella el rencor de alguien que guarda


demasiado veneno dentro. Yo misma me peleo con mis hermanos a diario pero nunca,
jamás, los he mirado así. Destila rabia, enfado y odio, y esto último da miedito. La
verdad es que siempre he pensado que a esta chica se le va la olla. Y que eso lo diga yo,
con mi historial, tiene mérito, ya lo sé.

—Eso es mentira —dice Irene—. ¿A quién vas a creer? ¿A este, que te dejó para
irse con esa guarra, o a mí, que soy tu hermana?

Estoy a punto de decirle que catalogarme de guarra a mí cuando ella se va


ofreciendo a los novios de su hermana no es muy inteligente, pero bastante tiene ya,

264
aunque al parecer Diego no opina lo mismo. Hay que ver el poli cómo tira a dar
cuando se cabrea. Nota mental: no tocarle los huevos más que de forma literal y con
cariño.

—¿Por qué no le cuentas a tu hermana los mensajes que me mandabas? ¿O tengo


que enseñárselos?

—¿Tienes mensajes? —pregunto yo asombrada—. ¿No los borras?

—Nunca se sabe cuándo pueden ser necesarios.

Otra nota mental: quiero ver esos mensajes. No por celos, ojo, es solo por
curiosidad. Yo nunca he conocido a nadie que se insinúe así a su cuñado. Es un poco de
peli de porno cutre todo esto, la verdad.

Aun así eso debe convencer a Lerdisusi porque se agarra a los pelos de su
hermana dando un grito de guerra que me pone los vellitos como escarpias. Uy qué
sádica es esta chica, menos mal que sus padres se han metido en medio porque Irene a
este ritmo acaba en urgencias. Al final hasta Paco tiene que meterse a quitarle las
garras de encima a la pequeña de los Beltrán y a mí me da hasta un poco de pena,
porque se ve que es muy sueltecita pero no tan mala como Lerdisusi. Claro que le falta
experiencia en la vida y al ritmo que va en nada se ha hecho con la corona de reina de
la brujería.

Después del espectáculo de los Beltrán mi pequeño escarceo con Diego se queda
en una anécdota de nada y todo el mundo está tan entretenido criticando a los padres
de Lerdisusi e Irene por haberlas criado tan mal que los cuatrillizos pasamos
desapercibidos. Y te juro que pienso muy en serio que eso merece otra fiesta.

Al final las bebidas agotadas, las bandejas de comida vacías y el suelo llenito de
mierda me hacen intuir que por lo menos se han cebado bien, los mamones. Ahora
falta que desde el lunes empiecen a venir a comprar o tendré que ir vecino por vecino
soltando amenazas disfrazadas de advertencias y de verdad que no me apetece
mucho.

Mi padre es el único que me ha mirado de morros lo que queda de noche pero


tampoco entiendo bien el motivo. Él ya intuía que entre Diego y yo ocurría algo así que
no sé por qué ahora que tiene la confirmación le sienta mal. No puedo hacer nada y me
imagino que si lo de Diego se convierte en una relación de sexo a largo plazo tendrá
que hacerse a la idea, porque desde luego no pienso dejar de lado mis planes por lo
que él piense. Hace ya mucho que aprendí que en mi vida mando yo, siempre que no
se me vaya mucho la olla y planee hacer algo que acabe conmigo en la cárcel, y eso con
Diego no pasará.

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Bueno, no pasará siempre que consigamos mantener este temperamento
nuestro a raya, que es algo que hoy por hoy no puedo asegurar, la verdad.

Miro hacia donde están él y Nate y sonrío, porque este último barre el suelo
mientras el poli echa en una gran bolsa de basura los vasos y bandejas.

—Dejad eso, anda —digo—. Mejor vamos al piso, que estoy agotada.

—Vamos, pero el coche lo conduce Diego —dice Nate—. Me niego a que os


metáis mano todo el

camino haciéndome sentir incomodo.

—¿Por quién nos tomas? —pregunto con indignación fingida. Nate eleva una
ceja y me echo a reír

—. Vale, poli, conduces tú. Yo le meteré mano al morenazo.

—Nate, tú vas delante —dice Diego mientras yo suelto una carcajada.

Cierro la tienda, caminamos hacia el coche y cuando Nate abre la puerta le doy
un pellizco en el culo.

—Ay, si es que tienes un mordisquito que… ¡Ñam!

Igual acompañar mi «Ñam» de un bocado en su brazo ha estado fuera de lugar,


pero Nate se echa a reír y no me lo tiene en cuenta. Diego en cambio me mira tan mal
que me corto de repetir la acción. Ay, si supiera que yo el bocado quería dárselo en el
culo…

Nos subimos en el coche de una vez, me acomodo en el centro ignorando la


recomendación-orden de Diego de sentarme a un lado y abrocharme el cinturón de
seguridad y decido hacer unas preguntas que me comen el alma desde hace tiempo.

—Oye, Nate, tú eres afroamericano, ¿verdad?

—Sabes que sí —contesta él con una pequeña sonrisa—. Ve al grano.

—¿Los afroamericanos tenéis el asunto igual que los africanos? Porque algunos
tienen extintores ahí

abajo. —Nate se echa a reír y Diego aprieta el volante con bastante fuerza.

—No sé, cariño, no se la he visto a todos los afroamericanos del mundo.

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—Ya, pero hablando desde tu experiencia. ¿Tú dirías que superas la media? Y si
es así, ¿no te mareas cuando eso sube? Porque al final es sangre que baja de otros
lados.

Nate se parte de risa y me dice que no, que él no se marea. Yo le porfío para que
diga la verdad, porque no me lo creo y al final Diego se cabrea y me grita, yo le grito y
Nate nos grita a los dos porque le duele la cabeza.

—¿Y cuando te levantas por las mañana no te duele tener todo ese peso estirado
en el estómago? Te haces una abdominal vertical como te descuides.

Esta vez hasta Diego se ríe de buena gana, porque en el fondo soy un solazo de
graciosa y apañada, pero si lo que te interesa es saber la respuesta siento decirte que
no me contesta y me quedo con la duda.

Ya lo seguiré intentando en otro momento.

Llegamos al piso, por fin. Ya es de madrugada y Nate se despide de nosotros


advirtiéndonos que no hagamos mucho ruido. Miro a Diego, que coge mi mano, me
guía hacia su dormitorio y se para frente a mí mirándome a los ojos.

—¿Lista para mí?

—La duda ofende —susurro colando las manos bajo su jersey y acariciando con
mis uñas su abdomen duro y musculado—. ¿Listo para mí?

—Llevo listo casi desde la primera vez que te vi, pequeña bruja.

Sonrío, me muerdo el labio y me recreo en esa sensación que me produce el


desconcierto de la primera vez, la adrenalina tronando en mis oídos y el latido de mi
corazón galopando al ritmo de mis ganas de hacer esto.

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29

Contra todo pronostico Diego no me desnuda a tirones, como yo siempre pensé


que haría. Me lleva hacia la cama, me tumba y se arrodilla mientras las yemas de sus
dedos se deslizan desde mi cuello, bajando por mi pecho y rozando mis muslos. Puede
que lleve medias pero el tacto de su piel no pasa desapercibido para mis piernas. Casi
puedo sentir sus huellas dactilares desprendiéndose en mí, por exagerado que suene.
Diego ejerce presión y sonríe, porque sabe que está consiguiendo acelerarme; lo nota
en mi respiración errática y puede que también en mi mirada hambrienta, porque no
veo la hora de enterrarlo dentro de mí. Las sandalias salen de mis pies y las manos de
Diego suben de nuevo para colarse bajo mi vestido, aferrarse al borde de mis bragas,
mis medias y mis segundas bragas, y tirar de todo a la vez con tanta fuerza que aun
sentada me las saca sin problemas, aunque yo caiga por efecto hacia atrás en la cama.

—Así, justo así estás perfecta —dice antes de abrir mis piernas y comenzar a dar
besos desde mi rodilla en dirección ascendente.

—Los aMagos no me sirven. Si sigues esa dirección, tienes que acabar lo que
empieces.

—Cariño, yo siempre acabo lo que empiezo.

Bufo, porque está muy creído. Diego muerde mi muslo, llega a la unión de mis
piernas y me prueba arrancándome un gemido, derritiendo mis pensamientos y
plantándome una media sonrisa perenne en la cara. Ya no es que conozca la técnica,
que también, es que todo es tan pasional y a la vez sereno, que empiezo a sentir
ansiedad de la buena, de la que se arremolina en el estómago haciéndose un puño y
esperando el estallido final para brotar por el pecho y salir por la garganta en forma
de gemido o grito.

Su boca no se centra solo en mi sexo, viaja por mi pelvis, muerde mis costados y
besa mi ombligo mientras sus manos se aferran a la carne de mis muslos y mis ojos se
cierran, porque necesito centrarme en la anticipación del orgasmo que está a punto de
vencerme. Aquí, justo ahora, en la subida hacia el desenlace, dejo de ser la mujer que
todo el mundo conoce y me deshago en las manos de un hombre que no ha tocado
antes mi cuerpo, pero se aprende mis mejores puntos a la velocidad del rayo. Aquí ya
no hay más locura que el acto en sí, la inmadurez y las palabras desmedidas se han ido
y me he quedado a solas con él y conmigo, con mi yo sensible, tembloroso y ansioso.
Con mi parte dulce y vulnerable; una que no puedo mostrarle a él todavía. Y alzaré mis
muros, pero no ahora, no todavía. Un segundo, solo un segundo más disfrutando de

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esta sensación, de sus labios, de sus manos y la imagen de sus ojos casi negros
esperando mi vuelta mientras su barbilla se apoya bajo mi ombligo y una sonrisa
perezosa se abre paso en su boca.

—Hola —susurra mientras besa mi piel y aspira mi aroma—. Bienvenida de


vuelta.

Su voz es tensa, contenida y sé que una parte de él teme que salga con alguna
bravuconada, pero el orgasmo ha sido tan intenso que todavía no tengo algo que decir,
coherente o no. Por el contrario me siento y me atengo a eso de que si no tienes nada
inteligente que decir, lo mejor es callarse. Estoy encantada, él lo sabe y yo también así
que las palabras sobran.

Tiro de su jersey mientras él alza los brazos colaborando. Me agarro a su cuello y


lo acerco a mí, quiero tumbarlo sobre mí y sentir su cuerpo, grande y pesado sobre el
mío, pequeño y ligero. Él niega con la cabeza y me levanta en un segundo, baja la
cremallera de mi vestido y adivino el momento exacto en que sus instintos ganan y la
lentitud deja de ser su prioridad. La tela ha caído, mi sujetador es lo único que me
cubre y en cuanto él lo desabrocha y me siento desnuda lo miro alzando la barbilla y
sacando pecho, orgullosa de lo que soy y ofreciéndole mi cuerpo sin complejos, lo que
parece gustarle a juzgar por su sonrisa. Besos, besos y más besos, sus manos en todas
partes, soplidos en mi cuello y bajo mi

oído, un cinturón que se desabrocha y un pantalón que cae. Juraría que solo he
pestañeado, pero los dos estamos desnudos y él me tumba, esta vez sí, en su cama.

Me arqueo como una gata satisfecha y sonrío en su boca mientras Diego provoca
cosquillas en mis costados y su erección acaricia mi estómago, mis costillas o mis
muslos, según se mueva, lo que me excita y acalora aún más.

—¿Quieres…? —pregunto agarrándolo y dedicándole una sonrisa ladina.

—Luego —responde antes de coger un preservativo de la mesilla de noche,


colocárselo a toda prisa y acariciar mi sexo con su erección—. Estás lista, pequeña, tan
lista…

No contesto, porque tiene razón y mi cuerpo está más que dispuesto para él.
Cuando por fin me penetra los dos gemimos en el oído del otro. Las mariposas no
están en mi estómago, pero sí en la parte baja de mi espalda, provocando escalofríos
cada vez que él empuja en mí y su voz ronca y gutural se cuela en mi interior casi tanto
como su sexo. Me agarro a su espalda, cierro los puños y más tarde pensaré en los
arañazos que estoy dejando en ella pero ahora no me importa nada más que sentir
este placer tan físico y primitivo.

269
Esto es, con toda probabilidad, lo único que el ser humano ha hecho bien desde
el inicio de los tiempos.

Diego besa mis labios, gira en la cama y sale de mi cuerpo para sentarse y
arrastrarme hacia su regazo. Me encajo de nuevo en su erección, me aferro a sus
hombros y lo cabalgo como si no existiera un mañana, como si fueran a
desaparecernos las ganas de llegar al orgasmo si desacelero. Lo beso, porque mirarlo a
los ojos me puede, porque su boca está entreabierta y me llama como si fuera mi
golosina favorita. Muevo las caderas en círculos y así, de la nada, el orgasmo me visita
y exhalo su nombre sobre su boca antes de apretarlo a conciencia y arrastrarlo
conmigo. Él se tensa, mis manos resbalan de su cuerpo sudado y las suyas se agarran a
mi trasero estrujándolo con fuerza y apretándome contra él, como si aún no estuviera
lo bastante dentro de mí. En cuanto su suspiro de satisfacción resuena en la habitación
me dejo caer hacia atrás y, por suerte, solo mi cabeza cuelga por el borde de la cama.
Abro los ojos, miro parte del techo y la pared y me río un poco mientras intento
recobrar mi respiración.

—Qué puta bestialidad de polvo —susurro.

Escucho la risa de Diego y cuando me alzo sobre mis codos lo veo tumbado sobre
el cabecero de la cama, con los ojos cerrados, una mano sobre sus abdominales, que
suben y bajan al ritmo de su respiración agitada y una sonrisa sexi a rabiar.

—Creo que te has quedado corta con eso… ¿Diez de diez? —Asiento, de acuerdo
con nuestra nota.

Él ríe y tira de mi pie para que me pegue a su cuerpo. Me arrastro como puedo
hacia arriba y me desplomo a su lado apoyando la mejilla en su hombro—. ¿Necesitas
algo?

—Diez minutos y repetir —digo sonriendo.

Diego imita mi sonrisa, besa mi nariz y se levanta para deshacerse del


preservativo. Cuando vuelve alza la persiana de su dormitorio, descorre las cortinas y
se mete en la cama, todavía desnudo, mientras me abraza y señala el exterior.

—Llueve —dice—, llueve y tú estás desnuda. Es la mejor noche de mi vida.

Me río, porque eso ha sido bonito y me recreo en la lluvia. Me encantaría abrir la


ventana pero es invierno, hace frío y pretendo seguir haciendo uso de las partes
masculinas de Diego, así que mejor no me arriesgo a que el caracol se meta en casa y
se niegue a salir, que sabemos que con el frío estas cosas van a menos.

270
—Buena polla, por cierto —digo ya que estoy pensando en ello.

Mi halago le hace mucha gracia y besa mi cabeza como si acabase de soltar la


genialidad más grande del mundo. Creo que en el fondo él también agradece que
aligere el ambiente con estas cosas tan bonitas

que me salen desde dentro.

—Gracias. Tú estás buena al completo.

—Lo sé.

—Vanidosa… —dice mientras ríe entre dientes y besa mis labios.

Lo miro y no contesto, en parte porque es verdad, pero también porque su cara


me distrae. Diego no es guapo como tal, si lo miras bien su nariz es grande, su boca
ancha y su barbilla estrecha, pero en conjunto cuando lo miras con detenimiento es
tan perfecto que da un poco de rabia, porque su belleza es de esas que no se acaban
con el paso de los años, sino que va a más. Es atractivo sin necesidad de potingues o
grandes arreglos. Un corte de pelo normal que deja ver que su cabello es rizado pero
sin ser largo en exceso, una barba ni demasiado corta, ni demasiado larga y su cara.
Eso es todo lo que necesita para conquistar a las mujeres y entiendo que esté creído,
porque yo en su lugar iría con la churra fuera para demostrar que, además, la tengo
grande.

Aunque parezca mentira no hablamos mucho más, porque no sé él, pero yo me


siento tan bien que no quiero estropearlo con palabras que además no serán
adecuadas. Me conozco y sé que la Julieta de siempre ya está de vuelta. A veces pienso
si esa chica que sale de mí tan de vez en cuando es real, porque su dulzura y
vulnerabilidad me parecen tan ridículas ahora que vuelvo a tenerme bajo control que
no entiendo cómo es que no muere bajo tantas capas de sinsentidos y bestialidades
que pienso y digo al cabo del día. Con Einar no me importaba volverme más delicada
en la intimidad, porque sabía que con él mis verdaderos sentimientos estaban a salvo,
pero con Diego es otro cantar.

Tampoco es como si yo fuese otra persona y estuviera fingiendo. No, yo soy así,
tal como me muestro, pero a veces mi lado moñas aflora y siento la necesidad de
abrazar, besar y hasta llorar sobre alguien para demostrar que ser como soy, no es
sinónimo de ser insensible. Ese alguien no puede ser Diego, está claro, nosotros nos
desafiamos demasiado como para que podamos hacer funcionar algo más que el sexo,
¡y qué sexo! Creo que los dos estamos seguros de ello, pero por si acaso saco el tema a
la palestra.

271
—¿Estás ya enamorado de mí? —Diego permanece con los ojos cerrados pero no
está dormido, lo sé—. Di, ¿te mueres ya de amor por mí?

—Sí, la verdad es que sí.

—Hablo en serio.

—Y yo. —Sus ojos se abren y sonríe mientras me mira—. ¿Qué te pasa? ¿Ya te
has repuesto, quieres otro polvo y temes que te haga caer en mis redes para siempre?

—Ya quisieras tú tenerme en tus redes, chaval.

—¿Entonces a qué viene esa pregunta?

—Me preocupa que te enganches a mí y hacerte daño —digo con toda la


prepotencia del mundo—.

Si quieres seguir follando conmigo te lo permito, pero solo si consigues


mantener ese corazón tuyo alejado de esto.

—Créeme, tengo mi corazón a resguardo.

—Bueno es saberlo.

—¿Has acabado con tu perorata ya?

—No es ninguna perorata, solo es…—No puedo acabar porque sus labios se
enredan en los míos.

—Ahora sí que me vendría bien una mamada.

Me río, porque es un capullo, pero un capullo que sabe lo que quiero. No


mamársela, a ver, que también, pero me refiero a que Diego ha entendido a la
perfección lo que esta relación significa y acaba de hacerme callar para demostrarme
que no tengo de qué preocuparme. Saberlo me da tanta tranquilidad que me entrego
al sexo oral con una alegría que él aprecia bastante.

En cuanto acabamos la segunda ronda caemos rendidos en la cama. Estoy tan


cansada que ni siquiera me he puesto un jersey suyo y más tarde lo agradeceré porque
Diego tampoco se ha puesto nada, la lluvia se ha intensificado y escuchar las gotas
caer mientras intuyo que fuera hace un frío intenso y aquí su cuerpo me mantiene
calentita es muy gratificante.

272
Por la mañana me levanto con un hilillo de baba cayéndome por la comisura de
la boca y, de estar en casa, no me habría importado demasiado, pero soy muy
consciente de que Diego está a mi lado y solo espero que no se haya dado cuenta.

—Entre las babas y los ronquidos he tenido que toquetearte un poquito para
cerciorarme de que no eras un camionero, pequeña bruja —dice este con voz
soñolienta—, pero me perdonas, ¿verdad que sí?

Bufo, porque es un imbécil, pero en el fondo me ha hecho gracia que justo haya
dicho lo mismo que yo pensaba. Se ve que el sexo nos ha conectado los cerebros. O que
soy muy previsible, también puede ser.

—¿Vas a levantarte para hacerme el desayuno? Sería un detalle.

—¿Vas a pagarme con sexo matutino?

—Si me preparas huevos revueltos, sí.

Se levanta de la cama tan rápido que me entra la risa, aunque se me corta en seco
cuando aparece con una cosa medio amarilla, medio chamuscada, en un plato.

—Huevos revueltos.

—Huevos que vienen de la guerra, dirás.

—No seas quejica. Están un poco pasados pero se pueden comer.

—Come tú primero —digo retándolo.

Diego me mira muy serio durante unos segundos, coge la bandeja de mi regazo,
se da la vuelta y cuando aparece de nuevo en el cuarto lo hace con un paquete de
leche, una caja de cereales rellenos de chocolate y dos cucharas grandes.

—Dios, casi es mejor eso que los huevos —digo riéndome—. Primero cereales,
luego follar como monos.

Diego asiente riéndose y nos ponemos a ello. A lo de desayunar, digo, que el


hambre aprieta casi más que las ganas de repetir. Cuando he acabado me escabullo al
baño, me limpio los dientes con pasta y los dedos y agradezco no toparme con Nate ni
al entrar, ni al salir, porque no se me ha ocurrido ponerme ropa a pesar de que Diego
se ha cagado en la puta cuando me ha visto salir.

—¿Y si te llega a ver?

273
—Será que Nate no ha visto tías en bolas antes.

—Pero no quiero que te vea a ti, Julieta, joder.

—Te recuerdo que la noche que me pillaste aquí por primera vez en ropa
interior y con el condón usado de Einar, él también me vio.

—Mencionarme el condón usado de mi mejor amigo y aquella noche es todo lo


que necesitas para que se me corte el rollo —dice de mal humor—. ¿Podemos olvidar
todo eso sin más?

—Hay que ver el mal humor que tienes. —Me tiro sobre su cuerpo y mordisqueo
su mandíbula mientras descubro que Diego es un hombre de muchas, muchas
cosquillas. No me cuesta ningún esfuerzo hacerlo reír de forma descontrolada y
cuando está rendido me siento sobre su estómago y poso las manos en sus
pectorales—. Da igual cuánta gente me vea desnuda, porque solo tú disfrutas de este
cuerpo.

Él me mira con intensidad, me acaricia las caderas y se aferra a mis muslos


mientras noto su erección crecer.

—¿Es eso la promesa de que no lo harás con otros mientras estemos liados?

—Si es lo que necesitas, sí, pero esto no nos convierte en una pareja.

—Claro que no. Solo somos amigos que pasan tiempo juntos, se acuestan juntos
y no se tiran a nadie más.

—Justo así.

—Es del todo lógico. ¿Qué hacen las parejas, entonces? —pregunta— aparte de
eso que he dicho.

—Se vomitan arcoíris uno encima del otro y se dicen tonterías del tipo «Te
quiero». Y también se regalan mierdas por San Valentín.

—Nosotros nos regalamos mierdas.

—Pero no por San Valentín, ni por navidad. Ni ningún día de esos estipulados.

—¿Podemos regalarnos cosas siempre que no sea un día marcado en el


calendario?

—Sí, exacto. Es muy fácil de entender.

274
Diego sonríe, sube las manos y tira de mis pezones arrancándome un quejido un
poco falso, porque en el fondo me ha gustado.

—Vale, y ahora que las normas están puestas, dime qué planes tienes para el
domingo. —Mi cara debe ser respuesta suficiente porque se ríe y asiente antes de
girarme en la cama y dejarme bajo su cuerpo—. Justo los mismos que tenía yo.

275
30

Diego
Vuelvo a tocar el táctil de la pantalla de mi ordenador y hago otra llamada por
Skype a Einar. Llevo intentando hablar con él desde hace una hora y, vale que en
Nueva York es tarde, pero yo estoy aquí recién levantado, con el corazón acelerado y
una sensación de nauseas en la boca del estómago que amenaza con joderme el día a
base de bien. Cuando por fin lo coge tiene los ojos hinchados, el pelo revuelto y ni
siquiera se ha molestado en sentarse en la cama.

—No hay muertos ni enfermos, ¿verdad?

—No —digo— y tienes el sueño demasiado profundo, por cierto.

No voy a repetir lo que ha dicho, pero ha empezado por «Fuck». Einar toma aire
con profundidad y mira a la pantalla.

—¿Julieta?

—Pues sí.

—Vuestra relación acabará conmigo.

—Ya nos hemos acostado.

—No quiero detalles.

—No pensaba dártelos —contesto muy serio—. Lo hicimos el sábado por la


noche y el domingo nos pasamos el día haciéndolo. Lo hicimos tanto que por la noche
hasta me dolía penetrarla.

—¡He dicho que no quiero detalles!

—Que sí, que sí. El caso es que ayer estuvo todo el día trabajando en la tienda y
cuando cerró la acompañé para que acabara de hacerse el tatuaje.

—¿Tatuaje?

276
—¿No lo sabes? —pregunto odiando la parte de mí que se siente satisfecha por
ser conocedor de algo antes que él. Sé que esto no es una competición y mucho menos
con Einar, pero a veces es inevitable que me compare con él para machacarme un
poco—. Se ha hecho un tatuaje, pero eso no es lo importante.

Lo importante es que anoche no quiso dormir conmigo.

—¿Por el tatuaje?

—Le dolía y lo entiendo, pero yo no quería sexo. Me valía con abrazarla y tenerla
aquí.

—¿Se lo dijiste?

—¡No!

—¿Por qué?

—Porque ella cree que solo somos follamigos.

—¿Cree?

—Sí, ella cree eso y yo creo que estamos juntos. Uno de los dos tiene que ganar
esto, pero ahora mismo prefiero que sigamos así.

—No entiendo nada.

—Porque estás empanado, joder —digo enfadándome—. ¿Puedes dejar de


restregarte los ojos?

—¿Podéis dejar de llamarme cuando estoy dormido? Estúpido.

Me hace gracia la forma en que pronuncia el insulto pero no me río, porque es


capaz de colgarme y dejarme sin consejo.

—¿Entonces?

—¿Entonces qué?

—¿Qué hago?

—¿Respecto a qué?

—Joder, Einar.

277
—Joder tú. Joder tú y joder la otra. Estoy hasta huevos ya de que me llaméis para
contarme cosas que deberíais hablar vosotros.

—Ella cree que ya lo ha dejado todo claro. Nosotros no estamos juntos, pero
tampoco nos acostamos con otras personas. Y podemos regalarnos cosas pero no en
San Valentin o días marcados en el calendario, y tampoco podemos decirnos «Te
quiero». Por el resto, es como si ya fuéramos una pareja.

—Eso es una idiotez.

—Ya lo sé, pero ella se siente segura haciéndolo así y yo no quiero agobiarla y
que acabe reculando.

—¿Qué dice Nate?

—Que no hagamos tanto ruido. —Einar me mira mal—. Y respecto a la relación,


que tenga paciencia, pero me noto muy justito de eso, la verdad.

—Pues Nate tiene razón. Tienes que tener paciencia con Juli.

—¿Pero por qué conmigo no quiere tener una relación y contigo sí?

—Bueno, nosotros empezamos por el sexo también —dice—. Julieta necesita dar
los pasos así, a lo mejor tiene miedo de enamorarse de ti, o de admitir que siente algo
y cree que se protege más si os dedicáis solo al sexo.

Medito sobre sus palabras unos segundos y me doy cuenta de que tiene mucha
razón y lógica.

—Entonces se supone que debo demostrarle con hechos y no palabras que


nosotros ya somos una pareja, aunque no nos digamos esas dos palabras ni nos
regalemos mierdas en fechas señaladas.

—Sí, es lo que yo haría.

—¿Y cómo?

—No sé, tío y tengo sueño. Mañana madrugo mucho y necesito estar despejado.

—Vale, vale, si yo también voy ya a la ducha. Gracias, Einar.

—De nada. Dale tiempo, Diego, Juli necesita tiempo, solo eso.

278
Nos despedimos y corto la comunicación antes de meterme en la ducha y
empezar un nuevo día con algo más de ánimo.

Estar con ella fue bestial no solo a nivel físico. Si ya estaba convencido de que me
he enamorado como un capullo de la pequeña bruja, entrar en su cuerpo fue como…
como… ojalá tuviera las puñeteras palabras.

De hecho, ojalá tuviera las palabras para describir cómo me siento y además
hacérselo entender a ella. No puedo y me toca joderme con esta mierda de ser amigos
con derecho a sexo que no se cree nadie, solo ella. ¡Si hasta mis padres celebran ya que
Julieta esté dentro de la familia! Después de que ella saltara sobre mí aquella noche en
el restaurante se imaginaron que estábamos juntos y no he tenido lo que hay que
tener para desmentirlo. Primero porque para mí sí estamos juntos y segundo porque
es la primera vez que los veo emocionados con una novia mía. Están convencidos de
que su jovialidad y locura es lo que necesito en mi vida y no puedo decirles que ella
solo me ve como a su consolador con ojos. Suena feo pero es así. Ahora mismo para
Julieta solo soy sexo, o eso intenta hacerme ver y creer ella. No sé si siente algo más
por mí, pero sé que todo esto ya me está jodiendo y apenas llevamos cuarenta y ocho
horas liados.

Me voy a trabajar y me paso la mañana pensando en ella, en su cuerpo, en su


tatuaje y en lo mucho que me gusta que me haga eso con la lengua en… Es una mañana
muy larga y la tarde en el restaurante no es que se haga corta, tampoco. A la hora de la
cena estoy sirviendo a unos clientes cuando la veo entrar y me cuesta bastante
disimular mi alegría excesiva, porque me da rabia que solo su imagen sirva para
animarme. Me da rabia el poder que ejerce sobre mí, porque significa que puede
hundirme con

demasiada facilidad y empiezo a pensar que esta inestabilidad emocional


acabará conmigo.

—Hola Giu —le dice a mi padre batiendo las pestañas—. ¿Me das un besito?

—¡Mi amore! Ven aquí, te doy tantos como puedas soportar.

Y ahí que va ella a entregarse a los brazos de mi padre mientras me río entre
dientes y voy detrás de la barra.

—Pequeña bruja… —La beso en los labios mientras mi padre todavía la


mantiene abrazada y me alegra que no se queje—. ¿Qué haces aquí?

—Por orden de prioridades: quería ver a tu padre, tengo antojo de pasta y tú


estás muy bueno con ese mandil.

279
Mi padre se ríe, la suelta y se mete en la cocina para recoger un pedido nuevo. Yo
tiro de ella y la pego un poco más a mí.

—¿Quieres que cenemos juntos? Iba a hacer mi descanso ahora.

—Genial. Además te traigo una cosita.

—¿Qué es? —La guio hacia la mesa que hay en la esquina, que es la que solemos
ocupar últimamente y además la más discreta del restaurante. Su cara de emoción me
hace sonreír—. Venga, suéltalo.

—¿Estás listo para ver y probar algo genial? Más genial que todo lo que has
probado en toda tu vida.

—Miedo me das. —No es broma, me da un poco de miedo verla tan motivada


con algo, porque ese algo va a ser raro, seguro—. ¿Qué es?

Julieta abre la pequeña mochila que trae consigo y saca ante mis ojos de
estupefacción una bolsa de sangre, igual que las que se utilizan en los hospitales para
las transfusiones.

—¿Qué cojones…? —pregunto.

—¡Sangre de beber! —exclama eufórica—. Me ha llegado hoy y es una


bestialidad lo bueno que está. Ha sido probarla y pensar: tengo que llevarle de esto al
poli. —Enchufa una especie de vía a la bolsa y me ofrece la boquilla—. Prueba.

—No sé yo si…

—Sé un hombre —dice con voz de camionero—. De los cobardes nunca se ha


escrito nada.

A mí me da grima beber de eso, pero está mirándome con esos ojitos ilusionados
y… y no me niego, porque yo creo que si esta mujer me ofreciera saltar por un
barranco me tiraría encantado solo por verla sonreír. Soy un puto pelele en sus
manos.

Pruebo la bebida con mala cara, preparándome para el sabor y cuando llega a
mis papilas gustativas me sorprendo, porque es como beber jugo concentrado de
piruleta. Hago un sonido de aprobación y mi chica sonríe orgullosa y aprieta la bolsa
para que salga más.

—Dios, está riquísimo.

280
—¿Verdad que sí? Da un poco de grima y está rico: lo voy a petar con los niños
del barrio, ya verás.

Oh, también te traje esto. —Saca de la mochila unos regaliz con forma de
araña—. Los pedí solo porque sé que te encantan, para que veas.

Me alzo por encima de la mesa y beso sus labios, porque sé que aunque lo haya
dicho en tono repipi para no parecer una blanda lo más probable es que sí que los
haya pedido por mí. Me meto una de las arañas en la boca y pienso que todo esto es
bastante surrealista. La mujer de mi vida disfruta como una loca pidiendo sangre que
sabe a piruletas, arañas de regaliz, ojos de cristal y manos falsas amputadas, entre
otras muchas cosas. Es tan rara… y tan genial, que no entiendo cómo es que todos los
tíos de este planeta no han caído ya rendidos a sus pies.

—Gracias pequeña.

—De nada. Ahora tienes que invitarme a cenar y te esperaré hasta que acabes
para que vayamos a tu piso. Quiero embadurnarte de sangre de piruleta y lamerte.

—Esa imagen es… rara y desconcertante.

—Pero se te ha puesto dura.

—Pues sí.

Julieta se ríe y se levanta para ir al baño y de paso saludar a mi madre. Yo me


quedo pensando en que la noche se presenta movida pero sobre todo en que, cuando
todo acabe, volveré a dormir con la tranquilidad de saber que está entre mis brazos,
satisfecha y feliz.

Lo que yo te diga: soy un puto unicornio vomitando arcoíris. Si Julieta se


enterara de que pienso todas estas cursilerías me tragaría la sangre de piruleta con
bolsa y todo. A Dios gracias la de la incontinencia verbal es ella, no yo.

Cenamos pasta, bebemos vino en cantidades ingentes y para cuando llegamos al


piso estamos tan calientes que empezamos a quitarnos la ropa en el salón. Te juro que
no se me ha ocurrido pensar que Nate esta noche está en casa y solo soy consciente de
ello cuando lo oigo maldecir desde el sofá.

—¡Id a vuestro dormitorio ahora mismo!

Julieta se ríe a carcajadas y yo recojo mi jersey del suelo, agradezco en silencio al


cielo que ella todavía tenga la ropa a medio poner y nos metemos en el cuarto medio a
empujones.

281
La sangre de piruleta cunde mucho en su cuerpo, en el mío y en las sábanas. Para
cuando estamos rendidos de jugar y hacer el amor nos sentimos tan pegajosos y
cansados que apenas nos da para una ducha, quitar las sábanas, taparnos con una
manta del armario sobre el colchón sin nada y dormir hasta el día siguiente. En cuanto
amanece maldigo, porque me he quedado dormido y Julieta maldice porque se ha
quedado dormida y además anoche no se puso la crema del tatuaje después de la
ducha y ahora le pica mucho el culo. Me da un poco de pena pero estoy tan jodido con
eso de llegar tarde a comisaría que lo dejo estar. Nos besamos apresurados y nos
despedimos para arrancar con nuestro día.

Cuando por fin estoy en mi puesto, con mi uniforme de policía y hombre serio
miro a mis compañeros y me planteo si alguno de ellos ha vivido, aunque sea una vez,
lo que supone estar con una mujer como Julieta. Ya no hablo del plano sexual, que
también, sino de la montaña rusa emocional que conlleva estar a su lado. Es tan
intensa, adorable y alocada que cuando me separo de ella me siento como si sufriera la
mayor resaca del mundo.

Me paso el día pensando en dormir a pierna suelta pero por la tarde, cuando me
llega un whatsapp con una foto de su culo, tatuado al completo y una araña de regaliz
en un cachete, no me sale otra cosa más que reírme como un imbécil y contestarle que
espero que esta noche me espere justo así y desnuda en mi cama. Ella cumple, yo
adoro su cuerpo e intento llegar a su alma, una vez más y cuando caigo rendido en la
cama me siento como si fuera a reventarme el corazón de tanto como la quiero. Y no
niego que estoy cagado de miedo, porque no estoy seguro de poder conquistarla y
hacer que se enamore de mí, pero si una cosa tengo clara, es que estoy dispuesto a
invertir el resto de mi vida en intentarlo.

282
31

Han pasado casi dos meses desde que Diego y yo empezáramos a enrollarnos y
todavía sentimos esas ganas casi incontroladas de quitarnos la ropa y restregarnos
como monos en celo. Esta información no sería tan relevante si mi padre no acabara
de casarse en el jardín de casa con Sara y yo no estuviera cogiendo el calentón más
tonto del siglo en la despensa de la cocina mientras el poli mordisquea mi cuello.

—Esta casa está llena de gente —digo mientras él mete las manos debajo de mi
vestido—.

Deberíamos parar.

—O subir las escaleras, meternos en tu cuarto y echar uno rapidito.

—Tú no sabes hacerlo rapidito.

Diego, lejos de ofenderse, sonríe con orgullo y me mira un momento antes de


besarme y hablar.

—No te veo quejarte.

—No es una queja, pero por eso mismo no podemos subir.

—Venga… ¿No quieres que te abra de piernas, me arrodille y lama ese puntito
que te pone tan tonta?

—Te lo pido por favor, no me tientes que se supone que aquí, de los dos, tú eres
el más centrado.

Diego ríe entre dientes, suspira y se separa de mi cuerpo, no sin antes quejarse
un poco. Intento poner los ojos en blanco y hacer como si fuera un inmaduro pero la
verdad es que después de que me toque me siento como la gelatina recién hecha y mi
cerebro funciona lo justo para unir un par de frases, a veces con sentido y a veces sin
él.

La boda ha salido redonda, mi padre está radiante, Sara es una novia preciosa y
feliz y mis hermanos están contentos porque por fin la hemos cazado legalmente. De
no ser porque hubiese quedado un poco ridículo le habríamos pedido que nos
adoptara. No se encuentra todos los días a una mujer dispuesta a soportar a cuatro
mequetrefes como nosotros y a mi padre, que parece que no, pero tiene lo suyo.

283
He de decir, además, que estoy muy orgullosa porque no la he liado en ningún
momento. Ni siquiera cuando mi padre se ha puesto nervioso antes de decir sus votos.
Quise llevarle un chupito de tequila pero Diego me sujetó de la mano y sin palabras
me dejó claro que no era buena idea darle alcohol al novio justo en el altar. Luego, al
meditarlo, me he dado cuenta de que hubiese quedado feo, como si mi padre
necesitara beber para casarse, y el pobre hombre está muy enamorado así que le
agradezco al poli que se haya metido.

En realidad y para no faltar a la verdad tengo que agradecerle un montón de


cosas desde que nos liamos. Un montón de cosas y un montón de orgasmos, pero lo
segundo ya te lo podrás imaginar. Nate está un poco hasta los huevos y se ha enfadado
con nosotros muy en serio porque el otro día estábamos los tres en la cocina, cogió la
mermelada, me dio la risa tonta recordando una cosa y ya él no quiso comer porque
claro, no sabe si la hemos usado, ni cómo. Que no es que seamos unos cerdos, ojo, pero
yo entiendo que comer mermelada mientras imaginas a tu compañero de piso y su
follamiga haciendo uso sexual de ella es raro. Pobre Nate, que hace dos meses que solo
come pan con mantequilla, y porque a mí eso a palo seco no me agrada mucho, que si
no…

Pero la culpa no es mía, conste, es de Diego, que está rico con todo lo que le
ponga por encima. Ya puede ser sangre falsa con sabor a piruleta, mermelada,
chocolate o coca cola –eso a él no le gustó nada–: está para lamerlo de arriba abajo,
que es lo que he hecho. He perdido la cuenta de las posturas, logradas y fallidas, que
hemos llevado a cabo; de los besos que nos hemos dado hasta empacharnos, los
magreos en el cine y hasta en el despacho del restaurante de sus padres. La verdad es
que este tiempo ha dado mucho de sí y visto así, en perspectiva, se podría decir que ha
sido perfecto. Si tuviera que decir

algo que no me ha gustado tanto, sería las partes en que Diego ha logrado que
me volviera un algodón de azúcar y le rogara un beso, una caricia o cualquier muestra
de afecto. Por lo general esto suele ocurrir cuando estoy próxima a un orgasmo y él,
sin avisar, ralentiza el ritmo y le da por ponerse tierno, hacerme carantoñas y decirme
cosas que me derriten, aunque no quiera.

El poli es un romántico, ahí donde lo ves y no solo ha seguido con su juego de


notas y regalos, sino que está consiguiendo que yo sufra cierta dependencia de su
cuerpo, sus caricias y hasta su conversación.

Me está volviendo una moñas y no sé si debo tolerarlo.

He hablado varias veces con Einar pero en la mitad de las conversaciones estaba
enfadado por no dejarlo dormir y en la otra mitad se ha limitado a decirme que haga
caso de mi corazón. ¡Como si fuera tan fácil! Dos veces me ha preguntado a las claras si

284
estoy enamorada de Diego y las dos he hecho ruidos de interferencias con la boca y he
cortado la comunicación como si hubiese habido un fallo técnico. Einar no es gilipollas
y yo hago ruidos de interferencias muy, muy mal, así que suma dos y dos y te darás
cuenta de por qué ahora soy yo la que pasa de cogerle las llamadas.

Nate es otra historia, como he dicho, no solo está un poco hasta los huevos de
que hagamos el cerdo frente a sus narices y lo privemos de desayunar como Dios
manda, sino que se dedica a interrogarme a la mínima de cambio. Que si qué planes de
futuro tengo con Diego, que si lo nuestro dejó de ser una relación solo de sexo hace
mucho porque nos falta nada más ir juntos a mear, que si él está pillado y si no
estuviera tan ciega me daría cuenta y un largo etcétera que me pone los pelitos de
punta. Además, que el poli no está pillado, hombre, si lo conoceré yo. Está encantado
porque es un poco guarrete en la cama y a mí me va la marcha, pero el sexo es una
cosa y el amor otra. Para empezar, él no me ha dicho en ningún momento esas dos
palabras que tenemos prohibidas mientras seamos follamigos, y tampoco me ha
regalado nada en días señalados. Y vale que en este tiempo no ha habido días
señalados, pero tampoco le he visto muchas ganas de hacerlo en un futuro.

Sí, es verdad que Diego es dulce, cariñoso, bueno, atento, amable, simpático,
educado y folla como Nacho Vidal pero en guapo –porque Nachete es feo con avaricia.
Lo siento pero es la verdad–. Ya no es eso, es que encima tiene detalles tontos, como
besar a Emily y Víctor antes de dormir, que me hacen reír.

Que sí, que puede parecer raro que bese cada cachete de mi culo antes de
dormir, ¿pero desde cuándo hacemos nosotros algo que no sea raro? Él me da esos
besos porque sabe lo que el tatuaje significa para mí y, aunque no me entienda
muchas veces, intenta respetarme o dejarme ser yo, menos cuando se me va
demasiado la pinza, que es mucho más de lo que ha hecho nadie antes. Bueno, Einar,
pero incluso en esto son diferentes.

Einar a pesar de ser mi novio nunca, jamás, me paró los pies y eso está muy bien
porque en una relación cada uno tiene que tener su propia independencia, pero sé
que, por ejemplo, el vikingo me habría permitido llevarle el chupito de tequila a mi
padre al altar. No porque le parezca bien, sino porque no sabía cómo enfrentarse a mí
cuando me volvía más loca de la cuenta y me cabreaba por sinsentidos en los que no
llevaba razón. En cambio a Diego no le importa una mierda que me cabree; por él
como si me tiro al suelo y pataleo, que si cree que no tengo la razón, no me la da. Y se
agradece, no creas, porque hacer lo que me sale del caqui siempre tiene sus ventajas
pero yo necesito que, de vez en cuando, alguien me diga que la estoy cagando, y ese
alguien ahora es Diego, que no teme decirme que me estoy portando como una jodida
niñata cuando me quejo a mi padre de que a alguno de mis hermanos le ha servido los
mejores filetes de pollo en la cena, por ejemplo.

285
Podría pasarme el día enumerando las razones por las que Diego parece perfecto
para mí. Solo hay un problema y es que él, por mucho que digan todos, no siente amor
del bueno por mí. Le pongo como una moto, se lo pasa bien conmigo y me tiene mucho
cariño como amiga, no me cabe la menor duda, pero seamos serios: el quiere acabar
con una mujer a la que no se le vaya tanto la olla. Quiere tener una vida

en familia serena, un par de niños guapos y morenazos que parirá alguna guarra
que no soy yo y una casita con valla. Su mujer ayudará en el restaurante, cosa que no
he hecho yo desde que conozco a los Corleone y, además, preparará tartas con Teresa,
y ella la adorará, y Giu le dará besos, abrazos y le dirá « Amore»

y «Bella», como ahora me dice a mí.

—Eh, ¿por qué lloras, pequeña? —pregunta Diego a mi lado, mientras seca las
lágrimas que sin darme cuenta he soltado.

¡Pero mira que soy tonta! ¿Estoy llorando por una guarra que no existe? ¿En
serio? Es el colmo hasta para mí.

—Nada, las bodas, que me ponen tonta.

—¿Segura? ¿No es nada más?

Lo miro a esos grandes ojos miel, casi negros cuando se vuelven intensos y
pienso que al menos, cuando él se vaya con esa mujer inexistente, a mí me quedarán
un montón de recuerdos para vivir de ellos el resto de mi vida. Cuando sea una vieja
con el culo tatuado, una caja de galletas rancias, veinte gatos y un vibrador con
nombre extraño me acordaré del poli que venía a casa de mi padre por las noches y
subía las escaleras a hurtadillas, aunque ya todos sabían que alguna que otra vez él
dormía en casa. Por las mañanas salía por la ventana, tocaba al timbre y daba los
buenos días como si fuera un niño recién venido de la iglesia. Sara lo invitaba a
desayunar y se hacía la tonta y luego en la cocina todos le seguían la corriente, como si
no hubiesen escuchado los gemidos durante buena parte de la noche. Todo eso
recordaré y acariciaré a mis gatos, me comeré una galleta, cogeré el vibrador y tendré
un orgasmo, o veinte, pensando en él y en lo bonito que era tenerlo entre mis piernas,
entre mis brazos y en mi interior, no solo de forma física.

—Es que me he quedado sin orgasmo y se me encoge el alma al pensar que hasta
esta noche no puedo catarte otra vez.

Diego no me cree, lo sé, pero también sé que va a dejarlo pasar. Pellizca mi culo,
porque está un poco obsesionado con él y coge mi mano mientras salimos al jardín,

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donde unos pocos invitados siguen bebiendo como si el mundo se fuera a acabar y
prefirieran abandonarlo borrachos como piojos.

—Ven, vamos a bailar —dice él.

—¿Podemos dar saltos aunque sea una lenta?

—No, pero puedes subirte sobre mis pies, si eso te hace sentir mejor.

Es una chiquillada y soy una mujer adulta, pero cuando Diego me abraza y me
alza un poco no puedo resistirme y coloco las puntas de mis tacones en sus zapatos
impecables. Él sonríe, yo sonrío y pienso que, al menos, durante este baile puedo
engañarme y decirme que todo está bien, que los sentimientos no están empezando a
cargarse esto y que durará mucho más.

—Estás preciosa, pequeña bruja.

—Me lo has dicho como veinte veces y no lo entiendo, porque ya te he dicho que
vamos a follar hoy.

—Te lo diré otras veinte antes de quitarte ese vestido y follarte de mala manera
en cuanto me dejes.

Y puede que te lo diga otras vente entre ese primer polvo y el segundo.

—Estás muy creído desde que te dejo tocarme sin ropa.

—Eso es porque tocarte sin ropa me gusta tanto que me vuelvo loco. No me
puedo creer que además a ti también te guste y, claro, me sube la moral, me vengo
arriba, y no hablo solo de mi polla, y acabo dejando crecer mi ego. La culpa es tuya.

—Ah, las mujeres tenemos la culpa de todos los males del mundo.

—¿Quién habla del resto de mujeres? Aquí solo estamos tú y yo.

—¿Estás diciendo que solo yo tengo la culpa de todos los males del mundo?

Diego se ríe entre dientes, me hace girar y besa mi nariz.

—Eres una lianta y no voy a dejar que le des la vuelta a la tortilla. Estás preciosa.

—Deja de decirlo.

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—Ya te he dicho que no voy a dejarlo, porque lo estás, y porque tengo muchas
ganas de subirte el vestido, romperte las medias y las dos puñeteras bragas y
enterrarme en ti una y otra vez, hasta que grites mi nombre de esa forma que hace que
me contraiga y me corra contigo.

—Diego…

—¿Te acuerdas del día de que te acompañé a comprar al centro comercial?

—El biquini verde… —susurro mirándolo a los ojos.

—El biquini verde. Te probaste aquel trozo de tela minúscula contoneándote


mientras yo te miraba sonriente y empalmado desde el taburete que había en la
esquina del probador. ¿Te acuerdas de lo que pasó?

—Imposible olvidarlo, poli.

—Te comí entera ahí dentro. Te follé con mi boca, con mis dedos y con mi polla
tan duro que cuando salimos hasta la dependienta estaba ruborizada. Joder, pequeña,
hasta ese día ni siquiera sabía lo que era la adrenalina, y eso que soy poli.

—Fue un gran día.

—Eso es lo que tú me haces siempre, Julieta. —Diego me mira a los ojos y el


corazón se me acelera, porque a pesar de estar diciéndome guarradas hay una
profundidad en ellos que me hiela—. Haces que me olvide hasta de cómo me llamo.
Cuando estoy contigo no distingo lo bueno de lo malo; lo real de imaginario; lo
racional de la locura. Cuando estoy contigo, todo lo que puedo pensar es que tengo
que besarte, que tengo que…

—Diego. —Nate interrumpe su diatriba y estoy a punto de meterle el puñetazo


de su vida, lo prometo

—. Es tu padre y parece importante.

Diego ni siquiera mira a su amigo, sus ojos siguen fijos en mí y sé que está
maldiciendo por dentro por no acabar lo que ha empezado. ¿Era un amago de decirme
que…? No, no puede ser, ¿verdad? ¿O sí?

Quizá él esté tan confundido como yo. A lo mejor quiere probar a comprarme
algo en la próxima fecha marcada en el calendario. ¿Y quiero yo eso? No. Sí. O sea, no
lo sé… Yo quiero estar con Diego y no quiero que se vaya con una guarra que haga
tartas y tenga hijos guapos, eso lo tengo claro, pero no sé si estoy lista para dejarme
llevar hacia una relación de la que puedo salir muy, muy jodida. ¿Y si se aburre y

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aparece otra mejor? No es que vaya a morirme si dejo de estar con él, porque no soy
estúpida y sé que el amor no mata a nadie, pero no quiero volverme insegura o
endeble solo por temor a que él no me quiera como yo… como yo… Dios, todo esto es
muy difícil.

—¿Qué ocurre? —pregunto saliendo de mis pensamientos cuando Diego me


suelta al tiempo que cuelga el teléfono.

—Es una pequeña urgencia. Tengo que ir al restaurante.

—¿Están todos bien? —pregunta Nate.

—Sí, sí. Es solo que ha aparecido alguien que… es que no sé.

—Diego, ¿qué ocurre? Habla claro —pregunto.

—Mi padre dice que en el restaurante hay un chico que dice ser hijo de Marco.

—¿De Marco? —pregunta Nate alucinado—. ¿Tu hermano Marco?

—Sí, sí, joder. Dice que es hijo de mi hermano Marco.

—Pero si murió hace muchísimos años —digo frunciendo el ceño.

—Marco murió hace diecisiete años y este chico dice que tiene justo esa edad y…
y es que no sé.

Tengo que ir al restaurante.

Nate se ofrece a llevarlo de inmediato y yo estoy tan pasmada que ni siquiera sé


qué hacer. Por un

lado quiero ir con él, porque además he visto su mirada perdida y sé que ahora
mismo está muy confundido, pero por otro, esta es la boda de mi padre. ¡De mi padre!
Me traería un siglo de miradas de rencor largarme sin más.

—Eh, ¿qué haces que no te vas con él? —Me giro para seguir la voz de mi
progenitor, que sonríe y señala la puerta—. He oído parte de la conversación y aquí ya
está todo hecho, como quien dice. Ve con él, cariño, está muy nervioso.

Una parte de mí se resiste, porque yo bajo presión soy muy bocazas y lo último
que necesitan es que llegue allí preguntando quién es el heredero con tono
venezolano, o algo del estilo. No hago estas cosas a conciencia, de verdad, se me salen
por culpa de los nervios. Aun así me arriesgo porque no quiero que Diego piense que

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todo esto no me importa así que echo a correr y los pillo de milagro, porque un coche
bloqueaba su salida y justo acaban de arrancar.

—¿De verdad pensáis iros de fiestuqui sin mí? —pregunto subiendo al asiento
de atrás—. Dale poli, vamos a conocer a tu sobri.

—Julieta, por favor…

—Que sí, que sí, que me estoy calladita.

Él resopla, Nate sonríe con comprensión y yo hago una mueca, porque los tres
sabemos que eso va a ser entre difícil e imposible.

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32

Entramos en el restaurante, que a esta hora está casi vacío a excepción de una
pareja merendando y un chico que toma café y teclea algo en su portátil. Diego se
dirige hacia el despacho suponiendo que estarán allí, porque detrás de la barra no hay
ni rastro de su padre y me imagino que su madre tampoco está en la cocina. Nate y yo
lo seguimos en silencio, nuestro amigo porque estará flipando pero yo, además,
porque estoy haciendo ejercicio de contención para no cagarla nada más entrar, que
me conozco.

Diego abre la puerta y a mí no me entra la risa de chiripa, porque estoy viendo


frente a mí a la versión adolescente del poli. Aquí no hay prueba de paternidad que
valga, hombre, si le falta la barba y quince más años para ser gemelo de Diego. Hasta
tiene la misma cara de «No me toques las pelotas que hoy no tengo el día». Nate a mi
lado debe pensar lo mismo porque carraspea y se mete las manos en los bolsillos
bastante incómodo. Yo incómoda no estoy, la verdad, estoy intrigada porque esto no
es algo que pase todos los días y quiero escuchar lo que tenga que decir el chaval que,
viendo la forma en que nos mira a todos, no está nada contento de tener tanto publico.

Por otro lado, los pobres Giu y Teresa tienen cara de estar conmocionados. Ella
tiene los ojos anegados de lágrimas que intenta retener sin mucho éxito y él ahora
mismo mira a Diego como si fuera un superhéroe. Entiendo que, aun siendo tan
abierto como es él, esta situación le ha superado.

—Hola, soy Diego Corleone. —Se acerca al chico y le estira la mano pero este le
da un repaso completo antes de aceptarla con desgana.

—Marco —dice sin más.

—Encantado, Marco. Mi padre dice que tienes algo que contar. ¿Es así?

Qué envidia me da la parsimonia que tiene el poli, de verdad. Me dicen a mí que


me ha aparecido de la nada un sobrino de mi hermano muerto y, o me caigo redonda
de la impresión, o monto la de San Quintín, pero ahí está él, tan alto, con ese traje
hecho a medida para la boda que está para arrancárselo a bocados y mirando a su
sobri como si aquí no pasara nada.

—En realidad, ya lo he contado y no me apetece repetir la historia.

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—Hijo —dice Giu—, Marco nos ha contado que es hijo de Victoria. ¿Te acuerdas
de ella?

Diego asiente y aunque intenta parecer imperturbable yo, que ya lo conozco, sé


que se ha tensado bastante.

—Conocí a tu madre hace muchos años —le dice a Marco—. Era la novia de mi
hermano, pero un

buen día lo dejó sin dar muchas explicaciones.

—No es la versión que yo tengo —contesta el chico—, pero vaya, que me


importa una mierda. Aquí lo importante es que tu hermano me engendró y yo tengo
derechos de los que pienso hacer uso.

Madre de Dios. Miro a Nate para ver si él está flipando tanto como yo, porque
este niño viene dispuesto a tocar la moral y se nota.

—Entiendo —dice Diego—. ¿Y puedo saber por qué no has reclamado esos
derechos hasta ahora?

—No sabía que tu hermano era mi padre. Me ha llevado un tiempo averiguarlo


pero eso no importa.

Quiero parte de este restaurante y el dinero de todas las manutenciones que me


debió dar desde que nací.

—Mi hermano murió, puede que casi al mismo tiempo que tú naciste.

—Oh, qué pena… —Marco sonríe con chulería y se encoge de hombros—.


Entonces tendrán que pagarme mis abuelitos, o tú, que eres mi tío, ¿no?

—Ya. Y dime una cosa, ¿qué abogado te ha aconsejado esa grandiosa idea?

—No necesito ningún abogado de mierda. Lo que pido es mío por derecho.

—Primero tendrás que demostrar que eres hijo de mi hermano.

—Soy hijo suyo.

—¿Tienes una prueba de paternidad?

—No necesito una puta prueba. ¡Mírate la cara tío! Nos parecemos.

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—Tengo una cara muy común. —Diego sonríe y yo lo admiro, porque no sé cómo
consigue mantener la calma—. ¿Quieres portarte como un gilipollas exigiendo sin
pararte a hablar como una persona educada? Bien, pero no cuentes con que te lo
ponga fácil. En cambio, si dejas de ser un pedante de mierda y entiendes que esas dos
personas de ahí están sufriendo ahora mismo lo indecible por tu actitud, podremos
llegar a una serie de acuerdos.

Marco mira en dirección de Giu y Teresa. Él pasa un brazo por los hombros de su
mujer y la abraza mientras ella intenta no parecer desbordada. Tarea difícil, porque a
mí me está costando la vida no soltar un par de insultos y romper algo, aunque solo
sea para liberar tensión.

—Yo solo quiero lo que es mío.

—Y yo solo quiero que te calmes para que podamos hablar —dice Diego—. Aquí
nadie te está negando escucharte, pero no puedes pretender que abramos la caja y te
demos todo lo que hay dentro solo porque te crees el rey del mambo.

—Estoy muy calmado, tío. Soy hijo de tu hermano y quiero mi parte.

—Por partes: el restaurante no te pertenece, porque es de mis padres, no de mi


hermano.

—Pero en algún momento ellos repartirán su herencia y su parte es la mía.

—Sí, bueno, pero ese momento llegará cuando ellos falten y para eso aún queda
mucho.

—Con noticias como esta, quizá no tanto —dice el propio Giu y yo me río, pero
un poquito solo y Diego no se da cuenta, por suerte—. Escucha, chico, deja que te
invitemos a cenar esta noche en casa.

Hablaremos largo y tendido de todo lo que quieras y podremos llegar a algún


acuerdo.

—A nosotros nos encantaría conocerte, Marco —interviene Teresa—. ¿Tienes


idea de lo que supone para mí saber que mi hijo dejó una parte suya en este mundo
antes de irse? —La voz le tiembla un poco

—. Tenerte aquí es un regalo.

—Menos lágrimas, señora, que sé que usted no quiso nunca a mi madre.

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—Eso no es verdad, Marco —le corta Giu—. Tu madre era un poco alocada, pero
siempre le tuvimos mucho cariño. Fue ella la que se marchó dejando a nuestro hijo sin
una explicación. Él lo pasó muy mal y te aseguro que de haber sabido que estaba
embarazada…

—Lo sabía —dice Marco—. Lo sabía, pero el muy capullo no quería cargar con
un crío antes de los veinte y me parece bien, pero ahora vosotros tenéis que pagar por
eso.

—Tu madre no te ha contado la verdad, cielo —vuelve a decir Teresa.

—A mi madre la vamos a dejar fuera de esto de una vez porque ella ya no


importa. Lo que importa son los resultados.

No quiero meterme, por una vez en la vida no quiero estar en medio de algo,
pero creo que es necesario que alguien le diga un par de cosas y visto lo visto no
atenderá a razones con nadie que lleve su sangre, así que hablo yo y que sea lo que
Dios quiera.

—Si te calmaras, te darías cuenta de que nadie pretende ir en tu contra, ni te


niega nada. Solo quieren que te sientes, les escuches y, de paso, poder escucharte.

—¿Y tú quién eres? —pregunta él, como si hasta el momento no me hubiese


visto y, vale que soy pequeña, pero el muy cerdo lo ha hecho a propósito. Cuando mira
a Diego con la provocación pintada en la cara lo confirmo—. Menudo bombón, tío. Si
un día te cansas puedes pasármela, que seguro que yo le enseño algunas cosas nuevas.

—Valiente gilipollas estás hecho con solo diecisiete añitos —digo sin
contenerme—. Lo único que tú podrías enseñarme es la manera de quedar en ridículo.

—Cuando quieras te lo demuestro. Igual después acabas rogándome que te folle


otra vez.

—Ya está bien. —Diego se ha cabreado y espero que no sea conmigo porque
sería el colmo ya, aunque no he debido llevarle la corriente a Marco, eso sí es verdad—
. Intenta mantener un lenguaje respetuoso de aquí en adelante, Marco.

—¿O qué? ¿Me vas a castigar?

Yo le habría saltado con alguna de las mías, pero por suerte Diego tiene más
autocontrol y lo ignora.

—Vamos a irnos a casa. Prepararemos la cena y hablaremos de todo con calma y


sin insultos.

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—Creo que es lo mejor, sí —dice Teresa—. Marco, por favor, ven con nosotros.

—Tampoco me queda más remedio. Si la manera de que me deis mi puta parte


de todo es cenar con vosotros, pues tendré que joderme.

Los padres de Diego salen del despacho y Marco se levanta de la silla en la que
está tirado de cualquier manera, pasa por mi lado, me mira las tetas de una forma
bastante lasciva y sale tras ellos mientras yo pienso que si tuviera más cerebro, más
educación y fuera menos gilipollas, volvería locas a las chicas.

—¿Estás bien? —me pregunta Diego cuando la puerta se cierra.

Lo miro alucinada, porque creo que eso debería preguntarlo yo, pero él acaricia
mis caderas y me mira con preocupación. Mierda, no es de extrañar que cada día
soporte menos pensar en el momento en que nos separemos.

—Estoy bien. ¿Y tú?

—Bien, bien. ¿Quieres venir a casa?

—Creo que es mejor para Marco que no haya mucha gente. Es probable que si
Nate y yo vamos siga con esa actitud de mierda.

—Creo que no dejará esa actitud de mierda esté quien esté delante.

—Yo pienso como Julieta. —Miramos a Nate, que está en un rincón del despacho
y me doy cuenta de que por un momento he olvidado que no nos hemos quedado
solos—. Ve con tus padres y hablad de lo que sea vosotros, como una familia.

—Esto es tan… —Diego resopla—. Joder, no tengo ni palabras.

—Es que es muy fuerte —murmuro acariciando su brazo—. Ve con ellos, intenta
estar tranquilo y cuéntame lo que sea que ocurra cuando todo acabe.

Él asiente, pero está como ido así que es probable que no me esté atendiendo al
cien por cien. Se despide de nosotros y se va mientras yo me quedo a solas con Nate.

—¿Crees que irá bien? —le pregunto.

—Confío en la templanza de Diego, e incluso de Giu, pero ese chaval está lleno de
odio. —Nate suspira y me mira—. Menos mal que hemos venido en mi coche. ¿Te
vienes al piso o te dejo en casa?

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—¿Puedes llevarme a casa y esperar que coja algo más cómodo? Volveré al piso
contigo.

Nate accede y se lo agradezco porque es un trecho largo, la verdad. Volvemos a


casa casi en silencio, pensando en todo lo sucedido el día de hoy. La verdad es que las
emociones han sido tantas y tan intensas que estoy agotada. En casa nos encontramos
con que la mayoría de los invitados ya se han ido. Quedan algunos rezagados en el
jardín y mi padre ha sacado la carne que tenía preparada para hacer una pequeña
barbacoa.

—Eh. —Mi hermana Esmeralda se acerca a nosotros en cuanto nos ve—. Papa
nos ha contado lo ocurrido. ¿Todo bien?

—Puf, qué va —digo antes de contárselo todo.

Cuando acabo mi hermana tiene el ceño fruncido y esa cara de concentración


que admiro tanto, porque yo no sé poner cara de concentración. De mongola sí, pero
ahora eso no nos sirve de mucho.

—¿Y creéis que es hijo de Marco de verdad?

—Sí —decimos los dos y sigue Nate—. Es clavado a Diego, pero en una versión
más joven. Mucho tendrían que fallar las pruebas para que no lo fuera.

—Ya bueno, hay gente que se parece y no son ni siquiera primos —insiste
Esme—. Sin una prueba de paternidad…

—¿Cómo se hace eso si el padre está muerto? —pregunto—. Es un mal rollo…

—El padre no es imprescindible —dice Nate—. Puede hacerse una prueba de


paternidad pero con Diego. Al ser su tío es probable que los resultados arrojen los
datos con una fiabilidad bastante alta. En cualquier caso, tanto Diego como sus padres
han asumido que el chico es hijo de Marco. Además, las fechas coinciden porque su
madre dejó a Marco meses antes de que este muriera. Lo más probable es que se
largara al saber que estaba embarazada.

—El chico dice que Marco lo sabía y no quiso hacerse cargo —añado.

—Eso ya es lo de menos —contesta Esme—. Lo importante es que si es hijo de


Marco, tiene ciertos derechos legales.

Mi hermana pasa a detallar todo lo que Marco puede reclamar y Nate interviene
de vez en cuando para darle la razón o preguntar algunos puntos. Yo por mi lado me
distraigo pensando en Diego, en cómo estará llevando todo esto y sobre todo en cómo

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se siente él. Es esta preocupación la que me lleva a darme cuenta de que quizá estoy
entregando en esta relación más de lo necesario. Me siento mal, porque sé que él está
atravesando un momento difícil, pero también porque eso me afecta más de lo que
debería, o eso pienso. Y por más que yo quiera convencerme de que solo me preocupo
por él porque es mi amigo, en el fondo sé que es mentira. Me preocupo por él porque
me importa, me importa tanto que si él sufre, yo sufro con él y eso es una putada de
las gordas.

—¿Entonces te quedas en el piso? —pregunta Esme haciéndome volver de


Babia. Y se lo agradezco porque estaba empezando a agobiarme mucho, mucho.

—Sí, voy a ponerme algo más cómodo y me voy con Nate. Sé que es la boda de
papá y…

—Bah, no te preocupes. Aquí ya está todo hecho y nos hemos quedado los más
íntimos. Tú debes estar con tu chico.

«Mi chico». Si hasta Esme habla de él en esos términos, es que no soy la única
que empieza a pensar distinto de nuestra relación. O sea, sé muy bien que mi familia
no ha asumido nunca que nosotros solo follamos. Para Amelia eso es impensable,
porque asegura que tengo un brillo en los ojos especial desde que me tiro al poli; Alex
me dice que él con sus follamigas no queda casi a diario y mucho menos se relaciona
con sus familias o las mete en nuestra casa y Esme me ha soltado más de una vez que
lo que yo tengo es un problema de inmadurez nata y que debería asumir ya que
nuestra relación es seria y que no regalarnos nada por San Valentín solo nos convierte
en otra pareja de modernos que pasan de esas cosas.

Cuando quise rebatir su argumento asegurándole que nosotros nunca nos hemos
dicho «Te quiero», ella me dijo que puede que con palabras no, pero en hechos nos lo
decíamos a diario.

Me jode mucho cuando mis hermanos se ponen así, pero hasta ahora asumía que
lo hacían para molestarme en gran parte, porque ya sabes que vivimos para jodernos
un poquito. Ahora en cambio veo preocupación de verdad en los ojos de mi hermana y
me doy cuenta de que esta relación que Diego y yo tenemos no es solo cosa nuestra.
Desde el momento en que nos inmiscuimos uno en la familia del otro entramos a ser
parte de algo más grande e intenso. Lo he metido en mi vida, le he hecho pasar tiempo
con la gente que más quiero en el mundo y se han encariñado con él, lo que es
completamente normal, pero me doy cuenta de que ellos también van a preocuparse
cuando sepan todo esto y me sabe mal, porque me estoy percatando de lo mal que
hemos gestionado esto. Lo de «Solo follamigos» parece hasta ridículo si te paras a
mirar todo este tiempo juntos con el mismo prisma que nuestras familias o amigos.

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Subo las escaleras sin contestar a Esmeralda, que se queda en el salón con Nate y
con Amelia, que justo acaba de entrar y está preguntando por la situación. Cojo unas
mallas negras y una camiseta fina, porque las noches ya son más cálidas y pienso que
todo esto en realidad es una tontería porque en cuanto llegue a casa me cogeré una
camiseta de Diego y me dormiré con ella, pero así al menos tengo ropa para volver
mañana a casa.

Cuando bajo al salón de nuevo Alex, mi padre y Sara se han sumado a la


conversación y todos están al tanto de lo ocurrido.

—Cariño, si necesitas que mañana vayamos a por ti nos lo dices. Igual Diego está
muy ocupado para traerte.

—No te preocupes papá, creo que voy a llevarme mi coche y así no tengo
problemas.

—Puedes venirte conmigo y yo mismo te traigo mañana antes de entrar en el


hospital —dice Nate.

—No, no, de verdad que prefiero mi coche.

Ellos claudican porque saben que a cabezona no me ganan y salimos de casa


para volver a la ciudad y al piso de los chicos. Voy siguiendo a Nate y pensando que el
pobre va pisando huevos conduciendo cuando oigo que me llega un whatsapp. No lo
cojo, porque lo creas o no odio a la gente que coge el móvil mientras va al volante.
Odio a esa gente y a la gente lenta, como Nate, que es una jodida tortuga. Al final
cuando llegamos a la ciudad estoy un poquito de los nervios.

—Es que pareces un señor mayor con parálisis en el pie con el que aceleras —
digo mientras subimos en el ascensor.

—Tú eres una temeraria, ese es el problema.

—Ya, ya, ya. Lo que tú digas. ¿Quieres ver una peli?

—Estoy molido, en realidad. Prefiero meterme en mi cuarto y descansar.

Intento no poner los ojos en blanco porque ha sido muy evidente que lo que en
realidad quiere es que yo me vaya al cuarto de Diego para que cuando él llegue
podamos estar a solas. Y no discuto porque la verdad es que quiero tenerlo todo para
mí. Cuando llegamos dejo que Nate se duche el primero y en cuanto sale entro en el
baño y decido recrearme. Me quito los mil quinientos ganchillos que sujetan mi moño
estiloso, hago un gurruño el vestido de la boda al quitármelo y me doy una ducha con

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agua caliente para intentar relajarme. Cuando salgo después de un rato me siento
como si flotara entre nubes de vapor, así que supongo que he tenido el agua caliente
abierta bastante tiempo.

Me pongo una camiseta de Diego, las braguitas y entro en su cuarto para


meterme en la cama. Es entonces cuando recuerdo el whatsapp que tenía pendiente y
lo miro pensando que será del poli, pero no, es Amelia, que se ofrece para hacer de
mediadora con el chico si la cosa no mejora esta noche. Qué mona es esta hermana
mía, de verdad. Le contesto que se lo agradezco y que se lo comentaré a Diego. Me
pongo a ver la tele y me prometo no dormirme, pero las emociones me pueden y
cuando abro los ojos es porque siento unos brazos desnudos y fuertes rodearme y
apretarme con intensidad.

—Gracias, gracias, gracias por estar aquí. Te necesitaba —susurra en mi oído.

Mi corazón se altera un momento, pero al siguiente su perfume me invade y me


giro en sus brazos, soñolienta aún. Beso su cuello y huelo el gel de baño en su piel. Ha
llegado, se ha duchado y yo ni siquiera me he dado cuenta de que se metía en la cama,
pero no importa, porque ya está aquí, conmigo.

Me tumbo en la cama y hago que sea él quien se acurruque en mí, aunque


parezca absurdo porque es mucho más grande, pero Diego entiende lo que quiero y no
tarda en enterrar la cara en mi cuello y dejar descansar parte de su cuerpo sobre mi
pecho. Si él supiera que esto es todo lo que quiero en la vida: abrazarlo así y
protegerlo de todo lo que pueda hacerle daño…

Soy una moñas de categoría, ya lo sé, pero, ¿sabes qué? Esta noche no me
importa. Esta noche todo lo que importa es que él sienta que estoy aquí y que no
pienso ir a ninguna parte mientras me necesite.

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Me despierto antes que Diego, lo que es raro porque suele ser un madrugador
nato y yo más que dormir hiberno. Lo miro acurrucado todavía sobre mí y me doy
cuenta de que tengo un poco entumecido el cuerpo, pero no es de extrañar teniendo
en cuenta que es muy alto y yo una enanilla, aunque no me importa, porque parece
relajado, en calma, así que no me muevo e intento alargar este momento lo máximo
posible. No porque me guste tenerlo pegadito a mí, con erección matutina incluida,
sino porque sé que cuando se despierte volverá a tensarse y empezará a dar vueltas a
todo el asunto de Marco.

¿Y no es este otro síntoma de que esto ha dejado de ser para mí un pasatiempo?


Ahora no hay nada que me importe más que su tranquilidad, cuando hace unos meses
me hubiese importado entre poco y nada que un niñato hubiera aparecido para
complicarle la vida. No sé qué está pasando conmigo, o sí, lo sé, claro que lo sé, pero lo
último que necesita Diego ahora es que yo le vaya con chorradas sentimentales, así
que pase lo que pase tengo que guardar todos estos descubrimientos hasta que las
aguas se calmen. Ya habrá tiempo de explicarle que no puede casarse con otra mejor
que yo, ni tener hijos monísimos con otra, ni, en definitiva, hacer nada con otra que no
sea yo, porque entonces perderá su hombría y es una lástima, porque tiene una
hombría muy bonita y muy útil. Y sí, hablo de su pene.

No he acabado de pensar en su pene cuando he decidido que quizá sí hay algo


que yo puedo hacer, además de servir de almohada. Me escabullo de debajo de su
cuerpo como puedo, lo hago rodar y antes de que pueda percatarse de lo que pasa o
salir de su estado de sueño profundo bajo su bóxer, agradeciendo que sea un hombre
partidario de dormir desnudo o, como mucho y si no está de humor como anoche, con
ropa interior. Me lo llevo a la boca y no pasa mucho tiempo antes de que él gima y
meta una de sus manos bajo mi pelo, sujetándome por la nuca para que no me separe.
¡Como si pensara hacerlo! Me encanta hacerle esto, sé que hay mujeres que no lo
disfrutan tanto y lo respeto, pero ver la forma en que Diego se rinde ante mí cada vez
que le doy placer me hace sentir poderosa y para una persona con mi ego ese
sentimiento es bastante importante.

—Pequeña bruja… —dice en un suspiro pastoso—. Me vas a matar un día.

Sonrío, beso su muslo y sigo trabajando hasta que él me para cogiéndome por los
hombros y me hace subir. Me quita su camiseta y las braguitas y me tumba en el
colchón. Cuando veo que intenta agacharse y devolverme el favor me niego y lo insto a
que me penetre, porque estoy más que lista para la parte seria de esto. Diego se pone

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un condón a toda prisa, lo que es sorprendente dado que sus ojos siguen hinchados y
no tiene los sentidos al cien por cien y antes de poder darme cuenta me penetra
dejándose ir hasta el fondo de un solo empujón. Gimo en su oído y me muevo al
compás de sus caderas; él entierra la cara en mi cuello pero tiro de su pelo y hago que
me mire. No es que no me gusten sus mordiscos y besos en esa zona, es que quiero
perderme en esos jodidos y preciosos ojos oscuros durante todo el tiempo que dure
esto. El poli, que es un chico listo, me entiende y lo más que hace es besar mi barbilla
mientras nos movemos a un ritmo demasiado rápido para todo lo que ocurre en
nuestros ojos. Su mirada es profunda, sus manos me aprietan y juraría que intenta
decirme algo, pero estoy tan perdida en mis propios pensamientos que no alcanzo a
adivinar qué. Cuando siento que mi orgasmo se aproxima me curvo y él mete una
mano entre los dos, acostumbrado ya a darme en cada momento lo que necesito. Nos
corremos casi al mismo tiempo, gemimos en la boca del otro y exhalamos un suspiro
de satisfacción profundo antes de derretirnos en el colchón y dejarnos caer de
cualquier manera.

—Creo que ni aunque quiera encontraré nunca un colchón más cómodo que tu
cuerpo —dice él.

Quiero decirle que por mí bien y que si eso quiere decir que tampoco encontrará
un cuerpo mejor que el mío para refugiarse y disfrutar, mejor todavía. Pero claro, si le
digo eso igual hago que salte de la

cama y salga corriendo de su propia casa.

—Quiero cereales de chocolate —contesto, que me pega más que decir


cursilerías, aunque sean excusándome en que acabamos de tener un orgasmo.

—Puedes tener lo que quieras después de esa mamada.

—Eres tan romántico que se me eriza la piel.

—A mí se me erizan otras cosas —dice moviéndose y haciéndome reír cuando lo


que queda de su erección me roza las piernas.

—Levanta anda, lo digo en serio. Quiero darme una ducha, desayunar y que me
cuentes cómo fue anoche.

Diego suspira, rueda por la cama y se deja caer boca arriba. Está cansado y eso
que ha dormido, pero supongo que después de todo no ha conseguido que su mente
desconectara al cien por cien.

—¿Puedo ducharme contigo?

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—¿Ahora pides permiso? —Diego me mira y cuando me doy cuenta de que tiene
el semblante serio sonrío y le quito importancia al hecho de que ahora que parece
haberse despejado del todo, se ve con claridad lo perdido que se encuentra—. Solo si
enjabonas bien cada parte de mi cuerpo.

—Creo que eso puedo hacerlo —susurra mientras se levanta.

Nos arriesgamos y salimos desnudos hacia el cuarto de baño, aun sabiendo que
Nate está hasta los mismísimos de vernos en pelotas. Bueno, a mí solo me ha visto el
culo alguna vez y Diego se cabreó tanto que no le salió escandalizarse. Además, más
tarde me dijo que a él lo que más le había impresionado no era el culo, sino el tatuaje.
Diego volvió a cabrearse, a Nate le entró la risa y a mí también, porque ver al poli en
plan cromañón tiene su gracia.

Entramos en la ducha y nos enjabonamos uno al otro, y eso que Diego es altísimo
y casi se deja las rodillas para que yo pueda llegar a su pelo. Cuando salimos nos
vestimos, él con pantalón corto y negro de chándal y yo con la camiseta y las mallas
que traje ayer, y vamos a la cocina, donde Nate está leyendo el periódico en la tablet y
esperándonos, supongo, porque se pone expectante en cuanto ve a Diego.

—¿Qué tal?

—Puf, no sé ni por dónde empezar —dice Diego.

—¿Siguió el chaval en la misma línea? —pregunta Nate.

—Casi peor. Menudo tocapelotas está hecho. Se pasó la cena protestando porque
no le gustaba, cuando era evidente que tenía hambre, entre otras muchas
bravuconadas.

—¿Pero habéis sacado algo en claro? —pregunto yo.

—Le he dicho que vamos a hacernos la prueba de paternidad él y yo. Es evidente


que es hijo de mi hermano, porque es una calcomanía, pero me tenía tan harto que
acabé diciéndole que sin la prueba ni soñara con recibir un euro.

—¿Y cuando salgan los resultados qué harás?—quiere saber Nate.

—No lo sé. —Cierra los ojos y resopla mientras termina de hacerse su café—. No
tengo ni puta idea. Supongo que tendré que lidiar con él y llegar a algún tipo de
acuerdo. Desde luego no puedo darle todo el dinero que pide, según él por la
manutención perdida estos años, pero mi hermano murió, así que en realidad, aunque

302
hubiésemos sabido de él desde su nacimiento no habríamos tenido obligación legal de
darle una manutención. La obligación moral es otra historia.

—¿Entonces?

—No sé, cariño —me dice—, ya se me ocurrirá algo. Tú por eso no te preocupes.

—Claro que me preocupo. No quiero que te joda la vida.

—No lo hará. Además él ya parece bastante jodido. Creo que, a su manera, esta
es su forma de pedir ayuda.

—¿Por qué ahora?

—Al parecer se ha enterado ahora de quién era su padre. Me imagino que


Victoria lo ha guardado en secreto.

—¿Cómo era ella?

—Puf. —Diego suspira y da un sorbo a su taza mientras yo relleno la mía de


leche con cereales—.

Guapa, muy guapa, divertida, habladora y coqueta. No tenía problemas en


ponerme de mil colores piropeándome cuando me veía. Mi hermano estaba loco por
ella. —Frunce el ceño y pongo una mano en su rodilla, apretándola para que sienta mi
apoyo—. Supongo que con quince años no me paré a ver que también era
irresponsable, altiva y algo controladora. Solía discutir con Marco pero yo no le daba
importancia, no sé, pensaba que eran cosas de novios y ya está. Un día desapareció y
mi hermano no supo más de ella. Lo recuerdo irritable, se enfadaba por todo y se
pasaba el día pegado al teléfono de casa por si ella llamaba, pero aquello no ocurrió.
Supongo que su motivo era el embarazo, pero no entiendo por qué se alejó en vez de
dejar que Marco cargara con su parte de responsabilidad. Mi familia la habría
ayudado.

—Quizá se asustó —dice Nate—. A lo mejor le vino grande la situación y…

—No lo sé, pero pienso averiguarlo. Ayer le dije a Marco que, o me daba su
dirección, o no teníamos nada más que hablar, así que al final accedió y esta tarde
pienso ir y hablar con ella.

—Yo voy contigo —contesto de inmediato.

Por un momento pienso que va a decirme que no, que prefiere ir solo, pero
cuando asiente y me sonríe un poco me doy cuenta de hasta qué punto se encuentra

303
perdido en todo esto. ¡Y no me extraña! De buenas a primeras le sale un sobrino, una
ex cuñada cabrona y, en definitiva, una responsabilidad más, porque está claro que
esto va a comérselo en gran parte Diego. No me malinterpretes, no lo digo porque sus
padres pasen, sino todo lo contrario. Sé que Giu y Teresa estarán tan afectados que
Diego cargará con todo para intentar minimizar el dolor que ellos puedan sentir. Yo lo
veo un poco imposible, porque no puedo ni imaginarme lo que sienten al saber que su
hijo dejó herencia viva antes de morir, pero tampoco voy a decírselo a Diego, porque
eso se irá viendo con el paso de los días.

Nate dice que le encantaría venir, pero tiene que ir al hospital así que quedamos
en informarle de todo en cuanto nos veamos. Nosotros por nuestro lado dedicamos el
resto de la mañana a deambular un poco por el piso y al final cuando ya no
aguantamos más decidimos salir a comer en algún restaurante de comida rápida y de
ahí partir hacia el barrio de Marco.

En cuanto Diego me dice el nombre del sitio al que vamos frunzo el ceño, porque
lo conozco de oídas. Amelia trabaja mucho en ese barrio dado que es uno de los
peores de la ciudad y por lo tanto, donde más familias desestructuradas hay. De hecho,
Erin, la pelirroja, vive también ahí y Diego lo sabe porque ha venido varias veces a
echarle un ojo. Aun así no digo nada, porque me imagino que el poli ya ha caído en eso,
pero te juro que en estos días estoy haciendo tanto ejercicio de contención, que
cuando por fin hable voy a reventar como una palomita de maíz.

La calle en la que aparca Diego no es de las peores, o no lo parece, pero con


decirte que hay un contenedor quemado, el portal en el que entramos no tiene puerta
y de la fachada cuelgan varios cables sueltos y que desde luego, son un peligro, te
haces una idea de lo que encontramos. Menos mal que hemos venido en el
todoterreno, porque aquí mi Corsita dura menos que un caramelo en la puerta de un
colegio.

Se lo digo a Diego, que a pesar de todo se ríe entre dientes.

—¿Crees que es más goloso tu Corsa de segunda mano que mi todoterreno?

—Por supuesto —contesto muy digna.

Diego se ríe otra vez pero no contesta y mejor, no sea que al final le llegue un
guantazo y tengo la impresión de que si discutimos aquí los vecinos saldrán a apostar
por nosotros, como si fuéramos gallos

de peleas. No me preguntes por qué pienso algo así, pero es todo tan… tan… No
entiendo cómo la gente puede vivir aquí, aunque supongo que nadie lo hace por gusto,
claro.

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Subimos hasta la cuarta planta por las escaleras, porque el jodido ascensor está
roto, claro, si no tienen para cables de fachada, mucho menos para ascensor. En el
rellano del segundo huele a marihuana, en el del tercero también y cuando llegamos al
cuarto yo creo que ya voy colocada. Antes de salir le dije a Diego que igual era buena
idea vestirse de poli para imponer más, pero dice que no, que se guarda eso porque
por lo visto el niño no sabe a qué se dedica y así tiene un As bajo la manga. Yo me
habría presentado aquí con esposas, pistola, porra y toda la parafernalia, pero ya
hemos quedado en que Diego y yo no nos parecemos en nada. Bueno sí, en que nos
encanta follarnos uno al otro, pero ya está.

Llamamos al timbre y esperamos a que nos abran la puerta. Es Marco quien lo


hace y cuando lo veo con los ojos hinchados y un pantalón de chándal nada más
pienso en dos cosas: la primera es que es igual que su puñetero tío hasta recién
levantado, bueno, con algunos años menos, claro. La segunda es que en esta casa
apesta, y eso que todavía no hemos entrado.

—Oh, joder. ¿Qué haces aquí?

—Te dije que vendría a verte.

—No, me dijiste que te diera mi dirección para saber dónde vivía, no que fueras
a venir. Largo.

—¿Dónde está tu madre?

—¿Y a ti qué cojones te importa?

—Me importa porque tengo que hablar con ella.

—Ni lo sueñes.

—No pienso irme hasta que hable con ella, Marco, así que acaba con esta mierda
y dime dónde está.

El chico se lo piensa un poco, se ve que no está dispuesto a dar el brazo a torcer


con tanta facilidad pero un ruido procedente de la casa lo pone en alerta y es
suficiente para que Diego ponga un pie en el interior. Cuando Marco quiere darse
cuenta ya estamos dentro y por más que intenta echarnos a empujones le resulta
imposible.

—¿Qué cojones pasa aquí? —pregunta Diego en tono bajo—. ¿Por qué estás tan
nervioso?

—Por nada. Fuera de aquí, joder, esta es mi casa y no puedes entrar sin permiso.

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—Marco…

—¡Que te largues! ¡Vete!

—Ni lo sueñes.

—¡Entonces que se vaya ella! —Me mira y me tenso, porque me tiene hasta los
ovarios el niñato con tanto referirse a mí solo para cabrear al poli. Estoy por decir
alguna de las mías pero Marco sigue hablando y lo veo tan nervioso que me callo—.
Sácala de aquí, joder. ¿A quién se le ocurre traerla a esta mierda de barrio?

—No la he traído. Me acompaña porque quiere.

—Si fueras un buen novio, no la pondrías en peligro.

—¿Quién es, rey? —pregunta una voz de fondo.

—¡Nadie! —grita Marco—. Oye tío, en serio, tienes que largarte —le dice a Diego.

—¿Es Victoria? ¿Es tu madre? Deja que hable con ella.

—No puedes ahora, joder.

—¿Por qué no?

—¡Eh, chaval! ¿Estás sordo o qué? ¿Quién cojones es? —Una voz, masculina esta
vez, se oye por el pasillo.

Soy consciente de que el chico ha cerrado los ojos con resignación y cuando el
dueño de la voz aparece ante nosotros, me tenso y tengo el deseo, casi inmediato, de
esconderme detrás de Diego, lo que

es una estupidez y me cabrea bastante porque no necesito que nadie me proteja


de nada, pero es que ese tío tiene una pinta que da mucho miedo. Para empezar tiene
el pelo largo, es enorme, enorme de verdad y sus manos están llenas de anillos muy
grandes que, por alguna razón, imagino estampándose en caras ajenas. Tiene una
cicatriz bastante grande en la mejilla, la mandíbula cuadrada y apretada y la nariz
desviada, fruto de más de una pelea, seguro. Sus ojos son pequeños pero muy vivos y
su postura es rígida y diría que agresiva; como si estuviera listo para la pelea de forma
permanente.

—Vaya, vaya, vaya… ¿Y esta monada? ¿Es una amiguita tuya? —pregunta
mientras se acerca un paso hacia donde estoy.

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Vale, bien, ahora sí que quiero esconderme detrás de Diego. Por suerte no hace
falta que yo quede de cobarde porque él solito da un paso al lateral y me tapa casi por
completo. Para mi sorpresa Marco también se da la vuelta y, de manera casual, como
si no fuera a propósito, se pone delante de mí.

—Es solo una amiga y ya se iba.

—Pero no seas maleducado. Deja que pase y ofrécele un café, o alguna otra cosa.
—Suelta una risilla que no me gusta nada.

Diego está tan tenso que me da un poco de miedo que si lo toco se haga añicos, y
como valoro mucho la protección que su cuerpo me ofrece dejo mis manitas a mis
costados y opto por quedarme calladita.

—En serio, Ángel, ellos ya se iban —dice Marco.

¿Ángel? ¿En serio este tío se llama Ángel? De estar en otra situación me reiría,
porque tener ese nombre y ese físico es como ser la definición de la ironía.

—¿Rey? —La voz femenina vuelve a resonar, esta vez más cerca y yo empiezo a
pensar que en este pasillo tan pequeño más gente ya no cabe. Además, que sigo medio
mareada con tanto olor a marihuana.

Me encantaría dar media vuelta y largarme, pero no sé por qué intuyo que eso
traería problemas a Marco así que me estoy quietecita. La dueña de la voz femenina
asoma y a mí no se me descuelga la boca de milagro. De verdad de Dios, que no sé
cómo mi hermana Amelia puede enfrentarse a gente así a diario, porque a mí está a
punto de darme algo solo de pensar que Marco está metido en esta casa con Ángel y
con… con… con eso, que se supone que es su madre.

Lleva un camisón de seda barata raído y descolgado de un hombro hasta el


punto de enseñar un pecho casi por completo, vamos, yo creo que no lo enseña entero
porque la tela se le engancha en el pezón. Tiene el pelo rubio, liso y tan sucio que
parece que le hayan vaciado una garrafa de cinco litros de aceite encima. Sus ojos son
grandes, verdes y están completamente vacíos. Su boca es mullida y se ve que le gusta
el carmín rojo, pero lo lleva tan restregado que parece más un manchurrón que
maquillaje.

Tiene un cigarrillo en la mano, tiembla, a pesar de que aquí hace calor y mira a
Diego como si fuera el demonio en persona.

No me hagas mucho caso, pero yo diría que nuestra situación acaba de


empeorar.

307
34

Diego
Ni en un jodido millón de años habría imaginado nunca que acabaría viendo a
Victoria de la forma en que la veo ahora. Es ella, pero sin serlo. Una versión suya
mucho más demacrada, temblorosa y delgada de lo que yo la recordaba. No queda
nada de su cuerpo curvilíneo, y vale que hace diecisiete años que no la veo y que yo
era un niñato y quizá tendía a idealizar a la novia de mi hermano, en cuanto a físico se
refiere al menos, pero es que esta mujer está tan acabada y tan hecha mierda que no
entiendo cómo consigue mantenerse en pie.

He visto a mucha gente así desde que soy policía, no es mi primera vez en este
barrio y sé bien a lo que me enfrento. De hecho, conozco a Ángel, al menos de oídas.
Solo con saber su nombre y ver esa cicatriz sé que es un camello y un chulo del barrio
desde hace años. No me ha tocado nunca detenerlo o tratar con él, pero sí a varios
compañeros, así que sé que tiene mal carácter y no le tiembla el pulso a la hora de dar
palizas a las prostitutas que trabajan para él. A más de una ha mandado al hospital y
sé que algunas compañeras han intentado hablar con ellas para que lo denunciaran
pero ya se sabe cómo es este mundo… De momento, es uno de esos delincuentes que
sigue en la calle porque todavía no ha dado ese golpe fallo que lo haga caer en una
puta celda, que es donde tiene que estar.

Volviendo a ella, lo que más me sorprende, o casi, es su mirada de odio hacia mí.
De verdad, me mira como si yo fuera su peor pesadilla y no entiendo el porqué.
Además, si ella me guarda a mí rencor por algo, que se prepare, porque yo estoy
acumulando grandes dosis del mismo sentimiento hacia ella por haberse atrevido a
tener a mi sobrino en estas condiciones durante toda su vida.

—¿Quién eres tú?

Tengo que admitir que, pese a estar colocada, porque es evidente, medio
desnuda y casi al límite de sus fuerzas para mantenerse en pie, ha conseguido que por
un momento me sorprenda y piense que de verdad no me reconoce, pero el odio sigue
pintando sus ojos y eso no puede ocultarlo con facilidad.

—¿Ya no te acuerdas de mí? Solías pasear por mi casa como si fuera la tuya hace
años.

308
—Ah sí, cuando me follaba al cabrón de tu hermano.

—Cuida tu lengua, Victoria. Sobre todo delante del chaval. —Mis palabras
parecen hacerle gracia porque suelta una risita y mira a Marco.

—Te aseguro que mi hijo es un campeón y sabe lidiar con cosas mucho peores
que mi lenguaje.

—Sí, eso se intuye.

Noto la mano de Julieta apretarse en el final de mi espalda y sé que intenta


pedirme que no la provoque, pero es que no entiendo cómo puede hablar así, verse así
y… y… y joder, criar a un niño así.

—Díselo, rey. —Victoria se acerca a su hijo con paso tambaleante, le sonríe,


mostrando los dientes llenos de carmín y da una calada al cigarrillo para, acto seguido,
expulsarlo tan cerca de la cara de Marco que es como si directamente se lo diera a
fumar a él. Y sé que tiene diecisiete años, pero esa actitud me puede. Me puede
mucho—. Dile a tu tío que tú eres todo un hombre gracias a la vida que hemos tenido
por culpa de su hermano.

Marco aprieta los puños a sus lados y yo no puedo evitar hablar, porque no sé
qué pasó, pero sé que mi hermano está muerto y no se merece que manchen así su
nombre. Y sobre todas las cosas, Marco no se merece que hablen así de su padre.

—¿Qué hizo mi hermano, Victoria? Cuéntamelo para que yo pueda entender qué
culpa tiene él de que tú estés así.

—Tú lo sabes —dice Marco metiéndose—. Lo sabes, igual que lo saben tus
padres, pero preferís

haceros los nuevos y engañarme diciendo mentiras.

—Marco, no te hemos dicho ninguna mentira. Lo único que yo sé es que tu


madre desapareció.

Nosotros jamás supimos que tú existías y mi hermano se quedó muy mal por su
culpa.

—¡Uy sí! ¡Se quedó fatal! Una suerte que tuviera a la puta de África para
consolarse!

Frunzo el ceño porque no entiendo nada, pero recuerdo a una tal África, que era
amiga de mi hermano, igual que de Victoria.

309
—¿Qué estás diciendo?

—Tu hermano se follaba a la mejor amiga de mi madre —dice Marco— y cuando


mi madre le contó que estaba preñada él pasó de su cara y del bombo, porque era
mejor seguir follando a lo loco por ahí.

Yo viviré en esta mierda de casa, pero la mala calaña no está solo en mi familia,
tío.

Marco me mira con el desprecio reavivado y yo no sé cómo desliar este embrollo,


pero estoy casi seguro de que eso es mentira. Digo casi, porque la duda siempre está y
como mi hermano no está aquí para defenderse o desmentir su versión, todo se
complica mucho más.

—En ese caso, ¿por qué no hablaste con mis padres, Victoria? Ellos te habrían
ayudado.

—Lo hice. —Alza la barbilla y sé que miente, porque sus ojos se vuelven
dudosos—. Ellos me echaron del restaurante como si fuera una rata callejera. Ellos
tienen la culpa de que vivamos así.

—Eso es mentira —digo poniéndome todavía más serio—. Si mis padres


hubiesen sabido que estabas embarazada jamás te habrían dejado sola. Jamás, y tú lo
sabes.

—Ellos no me querían para tu hermano. ¡Decían que yo le daba mala vida! —Se
ríe y me mira con odio—. Ahora no pueden decir que yo lo llevo por el mal camino,
porque está muerto. Eso se llama karma.

—¿Y como se llama lo que te pasó a ti? —pregunto señalando lo que veo del
piso—. ¿Esta mierda es mejor que estar muerta? Mírate, no eres más que un fantasma
drogado y despojado de la chica que conocí un día.

Miro a Marco, pensando que a él le dolerán estas palabras y saltará para


defender a su madre, pero él se queda callado y cuando sus ojos conectan con los míos
gira la cara.

Después de eso vienen muchos gritos por parte de Victoria, un amago de Ángel
de darle un guantazo que no se efectúa porque intercedo, más gritos y, para mi
absoluta incredulidad, un Marco que en vez de demostrar algún tipo de sentimiento se
queda impasible ante lo que ocurre. ¿Cuántas cosas ha visto para que esto haya dejado
de afectarle? Está claro que no es la primera pelea que presencia por parte de su

310
madre y no entiendo cómo puede creer todas las mentiras que le dice, cuando está
claro que solo mira por ella misma.

Al final cuando Ángel se lleva a Victoria a empujones al dormitorio decido no


hacer nada más.

Escapa a mi control lo que piense hacer con ella y a mí lo que más me interesa es
que Marco me escuche.

—Ven conmigo, Marco —le digo—. Ven y te juro que aclararemos todo esto.
Buscaremos a la tal África si es necesario. Haré lo que sea para que creas que nosotros
jamás te habríamos dado de lado y a tu madre tampoco.

—Mira, yo solo quiero mi parte de todo, ¿entiendes? Dadme la pasta, joder y me


largaré para siempre. No tendréis que volver a verme.

—Pero es que nosotros sí queremos volver a verte. Queremos estar en tu vida y


que tú estés en la nuestra.

—A mí no me interesan las mierdas sentimentales, joder. ¡Yo solo quiero mi puto


dinero!

—Diego, déjalo —susurra Julieta por primera vez desde que hemos llegado—.
Deja que lo piense y que él decida si quiere hablar contigo de buenas maneras o no. —
La miro y me sorprende que esté guardando la compostura tan bien, con lo que es ella.
Julieta mira a Marco y habla en un tono de voz

neutral y tranquilo—. Mira, te puedo decir que hace casi un año que conozco a
esta familia y jamás harían algo así. Te han escuchado aun cuando has entrado en sus
vidas de mala manera, arrasando y exigiendo, te han dado el beneficio de la duda en
todo momento y te están diciendo que quieren ayudarte, pero si prefieres creer lo que
tu madre te diga, allá tú.

—Paso de tu discurso.

—Muy bien, pues pasa —digo yo— pero piensa una cosa: ¿Quieres seguir
viviendo en esta mierda de ambiente o prefieres que yo te aporte algún tipo de
seguridad?

—Soy un hombre —contesta bufando—. Sé cuidar de mí mismo mejor de lo que


crees.

—No lo dudo, pero te estoy hablando de darte un techo, una cama, comida y un
trabajo digno en el restaurante que, en un futuro, será tuyo. Por lo menos la mitad de

311
Marco será tuya, pero para eso tienes que venir a casa y hablar conmigo de hombre a
hombre, sin bravuconerías y con la mente bien abierta para que puedas escuchar lo
que nosotros tenemos que decir.

Marco se queda en silencio y podría ilusionarme creyendo que lo está pensando,


pero su mirada sigue siendo de odio intenso, así que decido hacer caso del tirón de
mano que me da Julieta y salimos del piso antes de que Victoria vuelva a salir para
continuar con esta guerra absurda.

El camino lo hacemos en silencio, yo estoy intentando armar el jodido puzle que


tengo desperdigado en mi cabeza y Julieta se limita a conducir como una puñetera
kamikaze. No entiendo por qué cojones he dejado que conduzca ella, si parece no
saber dónde está el pedal del freno. La parte buena es que cuando llegamos estoy tan
acojonado que he conseguido soltar la adrenalina suficiente para pensar en todo esto
con un mínimo de frialdad.

Marco duda de la versión de su madre, eso lo tengo claro porque a pesar de que
con nosotros se puso hecho un energúmeno, en el piso no la ha defendido, así que creo
que lo que de verdad pretende es que le demos una cantidad ingente de dinero, su
parte de todo lo que correspondería a mi hermano y largarse a empezar de cero donde
no tenga que soportar a su madre drogadicta y seguramente prostituta y a su chulo
personal. ¿Y cómo puedo culparlo de querer eso? No puedo ni imaginar la vida que ha
tenido, pero he visto lo suficiente para saber que ha sido muy jodida y aunque ni mis
padres ni yo sabíamos nada, no puedo evitar sentirme un poco culpable, porque es mi
sangre, mi sobrino y es posible que haya vivido en un infierno mientras yo lo tenía
todo para ser feliz. Todo menos a mi hermano, pero en comparación él se ha perdido
tanto de la vida que lo mío parece una nimiedad.

—¿Te acuerdas de cuándo me dijiste que te encantaría esposarme y follarme a


placer sin que yo pudiera hacer nada? —pregunta Julieta sacándome de mis
pensamientos. Hemos llegado al piso y acabamos de entrar en el dormitorio. Ella saca
las esposas del cajón del armario y las balancea frente a mí—. Chico con suerte. Hago
pis y empezamos.

Me río, porque hasta esos momentos de seducción máxima se los carga con
salidas como esa, pero miro al vacío y pienso en lo que ha supuesto tenerla a mi lado
desde que todo esto estalló ayer. Parece que hayan pasado siglos desde entonces y
solo han sido unas horas. Recuerdo la sensación de dormir con la cara enterrada en su
cuello, de su olor impregnándose en mí durante toda la noche y anhelo la falsa
sensación de seguridad que ese simple gesto me creó. Quiero volver a meterme en la
cama y dejar que me abrace, y estoy a punto de pedírselo cuando vuelve al dormitorio,
completamente desnuda y con las medias que llevaba ayer en la boda.

312
—Para los pies, no sea que te dé por hacerme cosas guarras relacionadas con
cosquillas y te encasquete una patada en zonas que los dos queremos demasiado.

Me río, la beso y la tumbo sobre la cama haciendo verdaderos esfuerzos para no


declararme como un gilipollas y decirle que la quiero más que a mi propia vida y que
por favor, por favor, por favor no se vaya ahora. Que no me deje ahora, cuando más la
necesito.

Julieta muerde mi cuello, lame mi lóbulo y acaricia mi oído con sus labios.

—Todo estará bien —susurra—. No voy a dejar que estés mal.

La beso por respuesta, porque ni siquiera tengo las palabras para describir lo
que me hace sentir y me dispongo a hacerle el amor pensando que el verdadero
milagro habría sido no perder la puta razón por ella, porque no hay nadie más
perfecto sobre la faz de la tierra.

313
35

Los días pasan con lentitud, hace una semana que estuvimos en casa de Marco y
no sabemos nada de él.

Diego quiso volver a los dos días a su casa pero la propia Amelia le aconsejó que
no lo hiciera, porque si el chico ha tenido problemas por nuestra visita no vamos a
ayudarle en nada haciéndole otra. Todo esto es difícil, Diego está cada vez más tenso,
Teresa parece agotada y Giu ha empezado a perder el positivismo que le dio saber que
tenía un nieto. Supongo que están aceptando que por mucho que el chaval comparta la
sangre de ambos, él no los considera su familia. Solo quiere sacar provecho de lo que
le corresponde por ser hijo biológico de Marco Corleone y luego largarse para siempre
otra vez.

Ahora mismo estamos tirados en el sofá del piso de Diego y Nate porque el poli
se niega a dormir un solo día más en mi casa, por si Marco vuelve. Le entiendo, aunque
echo de menos mi cama. Claro que tampoco puedo quejarme, porque estar tumbada
aquí mientras uso las piernas de Diego de almohada y él acaricia mi pelo también es
un buen plan, sobre todo después de que esta semana haya trabajado de noche varias
veces y no hayamos podido dormir juntos todos los días. Hemos puesto una peli de
vikingos porque echo de menos a Einar, y porque me ponen muy burra los vikingos y
le he prometido a Diego que luego tendremos sexo salvaje. Soy una seductora nata. El
caso es que él ha aceptado pero porque yo creo que le cuesta tanto concentrarse en
casi cualquier cosa que no sea Marco que acepta lo que sea.

Esta semana mis sentimientos no han ido a menos, para mi desgracia. Estoy casi
segura de que si Diego me deja, me muero, te juro que no dramatizo, que sin él la vida
me parece triste, gris, vacía y sin sentido. ¿Me convierte eso en una mujer enamorada
o en una adicta a todo lo que él me da? Cada vez que me hago esta pregunta acabo
respondiéndome yo sola que en realidad, sí podría vivir sin él. Es obvio, nadie se
muere de amor, ni de pena. ¿Pero quiero? Esa es la cuestión, y tengo muy clara la
respuesta, así que supongo que estoy enamorada hasta las trancas. Y si yo de normal
soy peligrosa, imagina con una bomba como esta sobre mis hombros… Empiezo a
temer que un día se me vaya la pinza, se me escape un

«Te quiero» y acabe jodiéndolo todo.

Intento no agobiarme con todo esto, pero es que es la primera vez que me
enamoro de alguien que me entiende, que no intenta cambiarme y que disfruta con mi
forma de ser, a pesar de no entenderla siempre.

314
Einar también me entendía, igual que yo a él, pero el problema es que nosotros
no nos enamoramos. Faltó ese «algo» que nos hiciera caer rendidos ante el otro y, con
Diego, al menos a mí, me ha llegado ese

«algo» a lo grande. Ahora hasta oigo canciones de amor y me imagino viviendo


con Diego en una casa en la que pintaríamos cada pared de un color, y pondríamos
cortinas distintas en todas las ventanas, y follaríamos hasta en los balcones para
bautizar cada rincón… ¿Has visto? Me he vuelto una romántica.

Volviendo al salón, a mi cara apoyada en su muslo, su mano acariciando mi


mejilla y mi cuerpo reaccionando a cada toque suyo, estoy a punto de pedirle que nos
vayamos a la cama cuando alguien llama al portero. Me levanto yo, que lo tengo más
fácil y contesto.

—Espero que seas un pizzero con ganas de regalarnos comida.

—Soy Marco.

—Oh, sube. —Aprieto el botón y voy corriendo al salón, que en realidad está a
unos pasos—.

Diego, tu sobrino.

—¿Qué?

—Está aquí. —Él se levanta de inmediato y yo le hago un gesto para que vuelva
al sofá—. Mantén la postura relajada, por si viene con ganas de gresca.

Diego me mira un momento pensando qué hacer y al final asiente y vuelve a


sentarse en el sofá intentando mantener un tono relajado. Yo corro al recibidor, abro
la puerta y espero hasta que Marco sale

del ascensor. Viene vestido con un pantalón vaquero negro y roto, unas
zapatillas bastante raídas y una camiseta blanca lisa. El día que este niño cumpla la
mayoría de edad las féminas de todas las edades se lo rifarán, te lo aseguro.

—¿Está él en casa? —pregunta con su contundencia natural.

—Sí, pasa. Estábamos viendo una peli.

Marco no contesta y la verdad es que tampoco lo esperaba. Entramos en el salón


y le ofrezco al chaval un café o un refresco pero lo rechaza todo.

315
—Voy a terminar pronto. —Mira a su tío y vuelve a hablar—. Si me hago la
jodida prueba de paternidad contigo, ¿me darás mi parte?

—Primero tienes que dejar que te demos nuestra versión de todos los hechos y
luego entender que no puedo darte nada porque mi hermano murió, pero si estuviera
vivo solo tendría un puesto de trabajo en el restaurante. Eso lo tienes, desde luego.

—¡Yo no quiero un puto puesto de camarero!

—Entonces supongo que estás renunciando a parte de tus supuestos derechos


y…

—Vale, joder, vale. Vamos a hablar pero solos tú y yo. Ella se larga. —Me señala y
Diego niega con la cabeza.

—Ella se queda.

—Diego —digo interrumpiéndole—. Creo que en realidad es mejor que me vaya


a casa. —Él me mira serio, pero yo sé que en el fondo lo mejor es que consigan hablar
de todo esto sin que Marco sienta que está en minoría, aunque es obvio que yo no le
haría nada, pero cualquiera comprende su mente—.

Llámame esta noche y hablamos, ¿vale?

—Julieta…

—Dame un beso anda. —Me acerco y le ofrezco mis labios. Diego me besa y me
mira con tanta gratitud que no sé qué más decir, así que decido ser yo misma y
susurrar solo para él—. Tendremos sexo telefónico…

Él sonríe, vuelve a besarme y yo me enderezo para despedirme de Marco.

—Si quieres otro beso, dilo —me dice en plan chulesco.

—Antes preferiría tomar lava volcánica.

—Lava te ibas a hacer en mis manos. Sabrías lo que es un hombre de verdad,


piénsalo…

Pongo los ojos en blanco y me largo sin decirle nada más, porque está claro que
utiliza todo ese montón de mierda sin sentido para no sentirse intimidado y le
entiendo, porque su vida es una mierda, pero tampoco voy a alimentar su actitud. No
hoy, por lo menos. A ver si consiguen llegar a un acuerdo de una vez y todo se calma
un poco, aunque creo que es mucho pedir.

316
Cuando llego a casa me encuentro con que Alex está cortando el césped pero ni
Lerdisusi ni su hermana están haciendo el tonto alrededor. No es tan raro, la verdad,
porque desde la inauguración de mi tienda solo las vemos cuando salen o entran de
casa y yo ni eso, teniendo en cuenta que de lunes a viernes estoy en la tienda, los
sábados por la mañana también y el resto del tiempo lo he pasado con Diego casi
siempre.

Amelia está fuera, para no perder la costumbre, ayudando al prójimo o buscando


la manera de ser mejor persona y dejarnos a los demás como el culo, y Esme está en el
salón tecleando algo en su ordenador de último diseño.

—Hombre, te has dignado a aparecer por casa.

—Deja el sarcasmo que vengo muy cansada —digo—. ¿Papá y Sara…?

—Están disfrutando de un masaje con piedras de no sé qué. Algo que contrató


ella por internet.

—Desde luego, vale que no se han ido de luna de miel, pero qué bien viven.

—Bueno, tienen todo el derecho del mundo, ¿no crees?

—Sí, claro.

—Pareces cansada de verdad —dice mi hermanita—. Si hicieras más ejercicio y


tomaras menos coca colas…

—Esmeralda, te lo pido por favor, dame un respiro, por lo menos hoy.

—¿Qué pasa?

—Marco está en el piso con Diego, ha aparecido de la nada y espero que puedan
llegar a un acuerdo.

—Sería lo mejor, sí.

—Y yo estoy agotada, pero porque a nivel emocional todo esto empieza a


superarme.

—Supongo que no ha sido fácil descubrir que estás enamorada hasta las trancas
de Diego al mismo tiempo que a él le estalla su situación familiar en la cara.

—¿Cómo…? —pregunto.

317
—¿Cómo lo sé? Porque soy tu hermana, no soy idiota y la que se implica siempre
en todo es Amelia, no tú. Si no estuvieras enamorada habrías dejado de acostarte con
él en el mismo instante en que las cosas se complicaron y no lo has hecho. Te estás
portando como una gran novia, de hecho.

Me llevo una mano al pecho y finjo sorpresa.

—Dios, Esme, ¿estás diciéndome que he hecho algo bien? ¿Te encuentras mal?

—Me siento muy bien y me indigna un poco que tengas tan mal concepto de mí.

—Solo digo que…

—Ya sé lo que dices —me corta—. Te crees que no tengo sentimientos y por eso
no puedo ver lo que sientes por él, ¿no? Te crees que porque soy, según tú, un
tempano de hielo no puedo comprender lo que es el amor, o el cariño, aunque no
tenga pareja.

—Yo no he dicho que…

—No —vuelve a interrumpirme—. Tú no dices nada, pero tampoco te hace falta.


Estoy un poco harta de que intentes dejarme como si yo no fuera más que una piedra
de ojos verdes. —Cierra el portátil y se levanta bastante alterada—. ¿Sabes qué?
Olvídalo.

—¡Espera un puto minuto! ¿Qué te pasa? No he dicho nada, Esme, solo que no es
normal en ti alabar lo que hago.

—¡Quizá es porque estoy acostumbrada a no decirte nada, ni bueno ni malo para


que no me grites que no soy tu madre y no tengo derecho a meterme en tu vida!

—Es que no eres mi madre y tienes complejo, pero quitando eso, eres una gran
hermana.

—Sí, claro… —Su risa seca me incendia.

—Pues sí, lo eres. ¿Qué cojones te pasa? ¿De verdad te crees que no valoro todo
lo que haces por mí? ¿O todo lo que te preocupas? ¿O todo lo que me ayudas aunque
yo no te lo pida? Estaría ciega si no viera todo eso, pero tú también debes estarlo para
no darte cuenta de que yo me dejaría cortar un jodido brazo por ti o por cualquiera de
mis hermanos.

—Por mí te costaría más —dice susurrando.

318
Alucino. ¿Pero qué le ha dado a esta mujer? ¡Si ella nunca tiene ataques de
victimismo! Es la tía más fría y coherente que he conocido en mi vida. Mi hermana no
es esta mujer cabizbaja que salta a la mínima de cambio. La Esme que yo conozco es
tranquila por naturaleza y no tiene estallidos de ningún tipo.

—Esmeralda, te quiero, te quiero mucho y si no lo ves, o no te lo crees, tienes un


grave problema. —

Ella asiente con cansancio—. ¿Qué pasa? ¿A qué viene todo esto? —Esme se
encoge de hombros y la miro con intensidad—. Habla.

—Es solo que a veces parece que yo soy la peor de la familia y que no tengo
sentimientos. Pero los

tengo y me duele que penséis que soy un tempano, o que no puedo querer a
nadie.

—Nadie piensa que no puedas querer a nadie. Eso te lo has metido en la cabeza
tú solita porque yo soy muy consciente de que, de no ser por tu preocupación y tu
manera de inmiscuirte en mi vida, habría acabado en problemas más de una vez.
Puede no parecerlo, pero agradezco como no te imaginas que seas un grano en el culo
el ochenta por ciento del tiempo. —Ella resopla, pero sonríe un poco—. Te lo digo de
verdad, Esme, cuando digo que eres un tempanito, no es porque lo vea como algo
malo. Tienes un carácter más pausado y eso está muy bien, porque esta familia no
soportaría dos como yo, o como Amelia, o incluso dos como tú. Por eso nosotros
cuatro somos distintos, porque cada uno tiene su forma de ser y de encajar en esta
casa y en el mundo.

Esmeralda me mira con bastante intensidad y después de un minuto que se me


hace eterno asiente una sola vez.

—Para estar como una regadera, a veces dices cosas con mucho sentido.

—Lo sé. Soy una intelectual, creo que me quedé con toda la inteligencia de esta
familia.

—No te pases.

—No lo hago. Eres una picapleitos, ya ves el mérito que tiene eso. O ser
bombero, o ser salvadora del mundo como Amelia. Yo vendo sangre falsa, tía, eso no
hay quien lo supere.

319
Esme se ríe y chasquea la lengua. Después, para mi absoluta incredulidad me
abraza y besa mi mejilla.

—Gracias. Están siendo tiempos raros también para mí y necesitaba que alguien
me recordara que en esta familia yo también soy querida.

—Pensar eso se merece una pequeña agresión física, pero como te veo sensible
lo vamos a dejar correr.

Sonreímos, ella se va a su cuarto porque ya ha dado muestras suficientes de


afecto para todo un mes y yo me siento en el sofá a esperar que Diego me llame y me
cuente cómo ha ido todo.

Lo hace tarde, muy tarde, pasada la media noche pero no me importa porque
estoy que me como las uñas.

—¿Cómo ha ido?

—Pues mejor de lo esperado —dice—. Ha accedido a hacerse las pruebas y como


los dos sabemos que dará resultados altos, porque está claro que somos familiares,
hemos llegado a una especie de acuerdo.

—¿Y cuál es?

—Marco trabajará en el restaurante desde el lunes mismo. Tendrá un sueldo un


poco por encima del resto, he tenido que ceder para que aceptara y se crea que así le
compensamos un poco por todo lo que le debemos, que según él es casi nuestra propia
vida.

—Tiene mucho ego, debe ser cosa de familia —Diego ríe un poco y sé que se
encuentra bien, a pesar de que esto complique un poco las cosas—. ¿Ha conseguido
creer tu versión?

—Bueno, me he ofrecido tantas veces a buscar a la tal África que me ha dicho


que no hace falta, que sabe que su madre es una mentirosa y que se ha pasado la vida
convenciéndola para que le dijera el nombre de su padre, así que el hecho de que haya
confesado cuando ya es casi mayor de edad y porque la ha amenazado con no
comprarle más alcohol o drogas le hace dudar de la veracidad de la historia. Lo único
que tiene claro es que debido a nuestro parecido físico Marco sí era su padre. Además
le he enseñado fotos de mi hermano y sé que ha flipado, aunque no lo haya dicho.

—¿Le compra alcohol y drogas a su madre? ¿Pero que…?

320
—Lo sé, lo sé. No es el primer chico que conozco con una vida tan deprimente,
pero desde luego que sea mi sobrino hace que el cuento cambie.

—Joder, espero que al menos con ese dinero pueda largarse de esa mierda de
casa, aunque sea menor de edad.

—Ya, bueno, respecto a eso… —La duda en su voz me hace saber que va a
contarme algo gordo.

—¿Qué pasa?

—Bueno, ya sé que tiene diecisiete años, es menor de edad y en teoría debe vivir
con sus padres o tutores, pero seamos realistas… le faltan meses para la mayoría de
edad y es probable que ya haya pasado incontables noches en la calle o sabe Dios
dónde.

—Ajá.

—El caso es que para convencerlo del todo de que actúo de buena fe, me he
ofrecido a ocuparme de su bienestar en ese aspecto.

—Diego, habla claro.

—Le he ofrecido vivir aquí y ocuparme de sus gastos en casa, tanto en comida
como en su parte de las facturas y demás. También le tengo que comprar un móvil de
última generación y pagar sus facturas mensuales, claro.

—¿Qué? Joder, Diego, te ha faltado ofrecerle a tu primogénito de esclavo, cuando


lo tengas.

—Pues no te creas que… —Resoplo y él sigue—. ¿Qué querías que hiciera? No


quería trabajar nada más en el restaurante porque sigue empeñado en que le debemos
muchos años de mala vida y tiene razón, me guste o no.

—Pero fue Victoria la que se largó y…

—Eso ya no importa, Julieta. Es mi sobrino y de haber sabido de su existencia


nos habríamos hecho cargo de él, aunque no tuviéramos responsabilidad legal. Lleva
mi sangre, es parte de mi hermano.

—Si hubiese estado en vuestra vida le habríais dado hasta manutención y su


madre se la habría gastado en drogas. O peor, se la habría quedado su chulo, porque
está claro que el tal Ángel es su chulo.

321
—Lo sé. ¿Te crees que no lo sé? —Cierro los ojos, porque odio discutir por
esto—. Escucha, solo quiero que entienda que no vamos a ocuparnos solo de darle
dinero. Quiero que esté bien y que sepa que tiene una familia con la que puede contar.
Es mi sangre, pequeña, no puedo abandonarlo.

—Lo sé, pero creo que comprarle un jodido móvil y pagarle las facturas ha sido
pasarse. Con darle techo, comida y pagar su parte de los gastos era suficiente.

—Y porque no sabes que mañana vamos de compras. Quiere ropa y zapatillas


nuevas.

Me entra la risa floja, porque esto es increíble.

—Ya si eso, llévalo de putas.

—No, no, eso sí que no.

—Era broma, Diego.

—Ah. Joder, tengo el cerebro hecho papilla. ¡Estaba desesperado! Habría


aceptado casi cualquier cosa con tal de sacarlo de ese ambiente. Ahora por lo menos
no tendré que acostarme sabiendo que está metido en esa mierda de piso con su
madre y Ángel, o la gente que merodee por ahí.

—¿Sabe ya que eres poli?

—Sí, no se lo ha tomado bien pero vaya, ¿hay algo que Marco se tome bien? Es la
reencarnación de Chucky.

Me río un poco, aunque sea por soltar tensión, porque todo esto se está
complicando bastante. Y

conste que no soy egoísta, o no quiero serlo al menos y entiendo que Diego le
quiera ofrecer a su sobrino una buena vida y cierta estabilidad, igual que entiendo que
de no haber sido él, habría sido Giu el que ofreciera casa y cobijo al chico y eso habría
sido peor, porque algo me dice que la vida con Marco no es fácil. Diego lo sabe, no es
tonto y es posible que piense que prefiere que viva con él, que además es poli, a que lo
haga con sus padres y acabe volviéndolos locos.

—Está bien —digo al final—. Supongo que no es tan mala idea y podrás
enderezarlo mejor si lo tienes cerca.

—Eso pienso… —Diego hace una pausa y cuando habla el tono de duda es
patente en su voz—.

322
¿Cambia esto algo entre nosotros? —pregunta entre susurros, como si temiera la
respuesta.

—¿A qué te refieres?

—Mi vida se ha complicado mucho y entendería que quisieras cortar esta


relación de follamigos si tú no…

—Diego —le interrumpo—. Yo no voy a cortar nada, pero si tú crees que


necesitas centrar todos tus esfuerzos y tiempo en…

—No, no —me corta él esta vez—. Yo te quiero a mi lado. Yo te necesito a mi


lado, ahora más que nunca.

—Entonces ahí estaré —susurro—. Nuestra vida acaba de volverse todavía más
interesante.

—Supongo que sí. Hace un año salía con Lerdisusi y ahora me he librado de ella,
pero tengo a Chucky y a mi pequeña bruja… Ya mismo puedo montar un circo.

—Ja, ja. Eres un imbécil.

Diego se ríe, yo me río y tenemos sexo telefónico, porque las sanas costumbres
no se pueden perder así, por las buenas.

323
36

Diego
Miro a Marco toquetear su iPhone nuevo mientras remuevo mi café e intento
digerir que yo no tengo un teléfono así pero él me lo ha sacado a la mínima de cambio.
¡Y si por lo menos hubiese servido para que se muestre agradecido estaría medio
contento! Pero no, él sigue con cara de mustio y solo sonríe cuando ve a alguna chica
que le gusta. Espero por su bien que use condones porque no me apetece una mierda
tener una charla sobre sexo con él. Más que nada porque me mandaría a la mierda, yo
me sentiría ridículo y lo mandaría a la mierda a él y empeoraríamos todavía más este
comienzo tan raro.

Estamos sentados en una cafetería del centro comercial, tengo la tarjeta de


crédito temblando y echo de menos a Julieta así que decido que con todo lo que yo he
soportado de mañana, bien puede él acompañarme a la tienda y así la recogemos, que
estará a punto de cerrar. Se lo comento y solo obtengo un bufido como respuesta, así
que pago, nos levantamos y volvemos al coche.

—¿Puedo conducir?

—Tienes diecisiete años.

—Conduzco mejor que tú, seguro.

—¿Cuándo aprendiste?

—A los doce. ¿Puedo o no?

—¿Quién te enseñó?

—¿Qué cojones te importa? ¿Me dejas o no?

—Cuando tengas dieciocho y un carné, sí.

—Puto poli.

No contesto, porque desde que el chico apareció en mi vida hago un ejercicio de


contención digno de un premio. A este ritmo en Wikipedia pondrán una foto mía al

324
lado de la definición de la paciencia. La puta paciencia que estoy a nada de perder el
noventa por ciento del tiempo, pero eh, aquí estoy, aguantando como un campeón.

Llegamos a la tienda cuando Julieta ya está apagando el ordenador. Se sorprende


al vernos pero sale de detrás del mostrador y me besa con ganas. Por suerte Marco no
dice nada y cuando nos separamos me doy cuenta de que está embobado mirando
todo lo de la tienda.

—Joder, cómo mola este sitio, ¿no? —pregunta a Julieta.

Esta le sonríe, creo que se siente agradecida de que por una vez deje la
bravuconería cuando se dirige a ella.

—¿Quieres ver algo genial? —le pregunta mientras nos guía hacia el mostrador.
Se mete en el pequeño almacén y cuando sale lo hace con una caja cerrada—. Mira.

Empieza a sacar mascaras de zombis, pero no son los normales que suelen verse.
Estas tienen toda la pinta de muertos vivientes de verdad y me doy cuenta de que
siguen un patrón. Son clavados a los que salen en The Walking dead.

—Están súper logrados —digo tocando una máscara—. ¿Han salido caras?

—Bah, merecerá la pena la inversión, ya verás.

—Sí que molan, sí —dice Marco—. ¿En cuanto me la dejas?

—A ti te la dejo a buen precio.

—A mí no, a tu novio, que paga él.

—Ni de puta coña. No necesitas una máscara de zombi —contesto.

—Me debes…

—Te debo hasta mi vida, sí, y mi primogénito y hasta mis huevos si un día te
quedas sin ellos cuando jodas a alguien más de la cuenta. Te debo todo eso, pero no
voy a comprarte la puta máscara. Trabaja y hazlo tú.

—¡Es dinero para tu novia! Madre mía, vaya rácano estás hecho.

Es la segunda vez hoy que Marco hace referencia a que Julieta y yo somos novios
y como ella no lo ha desmentido, yo he decidido que tampoco quiero hacerlo.

325
Todo esto se está volviendo complicado por momentos, no solo por el hecho de
vivir de pronto con un adolescente –noticia que Nate no ha acogido con ilusión, por
cierto–, sino porque yo sigo pillado hasta las trancas pero no he tenido oportunidad de
declararme. A veces pienso que lo mejor es soltarlo de una vez y olvidar tanta espera,
porque todo lo que puede pasar es que al final Julieta se acabe cansando de estar
implicada en mi vida, sobre todo ahora que Marco está en ella. No me malinterpretes,
sé que ella ha decidido quedarse a mi lado de momento, pero el chaval no va a
ponerme las cosas fáciles y entendería a la perfección que en algún momento
decidiera poner el punto y final a esto y volver a su vida de disfraces, sangre falsa y
tatuajes originales.

Joder, solo pensarlo me produce sudores.

—Te regalo la máscara si me pagas con un masaje.

Dejo de lado mis pensamientos para centrarme en ellos, porque esa frase es rara.
Marco se ríe con sequedad y chasquea la lengua.

—Tú flipas. Yo no pienso hacerte un masaje a no ser que me prometas un final


feliz.

—El final feliz te lo prometo, pero no contigo. —Julieta me mira con tanto
descaro que mi cuerpo reacciona. Sonrío y le guiño un ojo—. Estás muy guapo hoy,
poli.

—Ni comparación contigo, pequeña bruja.

—Voy a potar —dice Marco cargándose el momento.

—Oye, ¿por qué no te vas al coche y esperas a que ayude a Julieta a cerrar? —
pregunto.

—Ni de puta coña voy a esperar en el coche a que echéis un polvo rápido.

Puto niño, qué listo es. Claro que yo tampoco me he andado con muchos rodeos y
mis intenciones se han visto claras. Julieta también lo ha hecho, porque está
mirándome de esa forma que me vuelve loco.

Como se muerda el labio, me empalmo aquí, que me conozco y a ver quién


aguanta luego a Chucky.

—¿Entonces me regala alguien la máscara o qué?

—Joder, eres un cansino —digo al final—. Dale la máscara, ya te la pagaré.

326
Julieta eleva una ceja, le da una mascara a Marco y tira del cuello de mi jersey
para que me agache y la bese. Lo hago y, justo antes de besarla, sus palabras rozan mis
labios.

—Te la voy a cobrar con creces…

—¿Cuándo? —pregunto mientras la beso.

—Cuando quieras que duerma contigo.

—Siempre.

—Dios santo… espero que no siempre seáis así, porque estoy a nada de sacarme
los ojos y ponerlos a la venta con estos de aquí.

—¡Cierra el pico, joder! —dice Julieta—. Y te lo advierto, chaval, como me jodas


un solo polvo con tu tío vas a saber lo que es tenerme a malas.

—Pero si eres metro y medio, tía —dice Marco riéndose de lo lindo.

—Tú no me subestimes. Te lo digo por tu bien.

Tan seria lo dice que hasta el chico duda. No lo dice, claro, pero se le ha notado
por un momento.

¿Ves? Ahora sí se me ha puesto dura. Cómo me pone esta mujer en plan


mandona… Lo que es una suerte, porque yo la adoro pero es un poco sargento.

—Haya paz —digo—. ¿Qué tal si vamos a comer fuera? Y así celebramos la
mudanza de Marco.

—Yo voy a comer porque no pienso pagar pero luego me largo.

—¿A dónde?

—A donde me dé la gana.

Estoy a nada de discutir pero Julieta me aprieta la mano y comprendo que esto
no va a llevarnos a nada así que lo dejo estar.

Al final, ella avisa a su hermano para que se ocupe de abrir la tienda esta tarde y
poder tomársela libre, vamos a comer, Marco lo hace a toda prisa y en cuanto se larga
Julieta pide la cuenta y lo paga todo.

327
—No hacía falta —digo—. Pensaba invitaros.

—Deja que pague yo esto, que algo me dice que hoy ya has gastado bastante.

—Puf, no sabes cómo me ha dejado el niñato…

—Supongo que estás aprendiendo a marchas forzadas lo que es la paternidad.

—No soy su padre.

—Diego, vive contigo, te dejas el sueldo en comprarle mierdas y ya te preocupas


por los sitios a los que va y con quién. Te conozco, así que no me mientas. —Guardo
silencio porque tiene razón—. A todos los efectos, acabas de convertirte en padre de
un adolescente.

—Pues es una mierda. Menudo genio tiene, el cabrón.

—Puedes con él.

—Tienes mucha fe en mí.

—Pues sí —lo dice con tanta rotundidad que sonrío—. ¿Qué?

—Que me encanta tenerte ahora a mi lado y que me encanta que no quieras


acabar con esto.

—Ni quiero, ni querré.

«¿Nunca…?» quiero preguntarle, pero me corto, porque sé que eso nos pondría
en un aprieto y no creo que este sea el mejor momento. Aun así, sí que intento hacer
que comprenda todo lo que implica la llegada de Marco.

—Escucha… Esto no va a ser fácil de ahora en adelante. He pasado solo una


mañana con él y te juro que he tenido ganas de darme un tiro. Voy a estar irritable,
enfadado muchas veces y a menudo él se interpondrá en nuestros planes, lo sé.

—¿Qué intentas decir?

—Que no te culpo si en algún momento quieres dejarlo.

—Yo ya te dije anoche por teléfono que no quiero, pero tanta insistencia acabará
por hacerme pensar mal.

Tiro de ella, la beso y apoyo mi frente en la suya.

328
—Odiaría que te alejaras de mí. Odiaría perderte.

—No tienes que hacerlo. Estoy aquí, Diego, tienes que creerme.

—Me da miedo que te canses de mí, de todas estas complicaciones.

—No voy a cansarme ni de ti, ni de tus esposas, ni de tu porra… de ninguna de


las dos. —Me río y ella me mira a los ojos—. Vamos al piso ahora que podemos estar
solos. Te quiero para mí. Te necesito dentro de mí —susurra.

No necesita decir ni una palabra más. Nos levantamos, nos vamos al piso y nos
pasamos la tarde entregados al sexo, a las caricias, a los besos y a mordernos las
sonrisas y los gemidos. Ella se estira, se arquea, cierra las manos en puños sobre las
sabanas y jadea mi nombre una y otra vez mientras yo la toco, la beso, la hago mía y
me hago tan suyo que ni yo mismo me lo creo.

—Julieta… —susurro en su oído—. Mi Julieta.

—Diego, por favor, por favor. Más adentro. Más hondo. Más.

Ella suplica, yo ruego y al final los dos estallamos con poca diferencia de tiempo
antes de caer rendidos en la cama. Estoy agotado, no es ninguna novedad porque sabe
cómo hacerme papilla, pero más allá de eso está ella. Su boca está cerrada, cosa rara
porque Julieta después de tener sexo es de hablar y comentar la jugada si es necesario.
Sus ojos, sin embargo, no callan. Lo que yo quiero de ella está ahí, brillando en sus iris
y diciéndome todo lo que ella no se atreve y todo lo que yo tampoco he podido decir
aún.

—Diego…

—Lo sé —susurro.

—No, no lo sabes. —Ella mira al techo, cierra los ojos y se los tapa con el
antebrazo—. No lo sabes, porque no te lo digo.

—Sí lo sé —contesto quitándole el brazo y haciendo que me mire—. Lo he visto.

—Diego…

—Lo he visto, pequeña. Lo he visto en tu piel cada vez que se ha erizado con mi
toque, en la humedad entre tus piernas, en tus gemidos, en los arañazos de mi espalda
y en tus ojos. En esos ojos que van a volverme loco un día.

—Eres un poco moñas —susurra, pero sus ojos están aguados.

329
—No lo diré si no quieres.

—Sí, quiero.

—¿Lo dirás tú?

Julieta ríe, rueda por la cama y se sube a horcajadas sobre mi estómago. Sus
pechos son pequeños pero perfectos para mis manos, los acaricio y ella interpone sus
manos para entrelazar nuestros dedos.

—Sí, pero tú primero.

—¿Y si luego me dejas colgado? —pregunto son una sonrisita, porque casi no
puedo creerme que estemos llegando a esto.

Ella se estira sobre mi cuerpo como una gata mimosa, sus pezones rozan mi
pecho y de no ser porque acabamos de hacer el amor y porque el corazón me late
demasiado deprisa, me excitaría de nuevo.

—No voy a dejarte colgado. No voy a dejarte. Punto.

—¿Nunca?

—Nunca.

—A la de tres, lo decimos los dos.

—¿A la de tres? —Ella sonríe y asiente—. A la de tres.

—Uno —empiezo.

—Dos.

—Tres.

La miro y me mira. La beso y me besa. Abre sus labios y yo hago lo mismo con los
míos.

—Te quiero —decimos al mismo tiempo.

Sus ojos se llenan de lágrimas, espero que buenas. Mi corazón se desboca, las
sienes me laten y la beso, porque lo he imaginado muchas veces y hasta lo he soñado
infinitas noches, pero no hay nada en este mundo que se compare a escuchar las dos
palabras que acaban de unirnos todavía más. Sus lágrimas son la confirmación que

330
necesitaba de que me quiere, porque Julieta no llora nunca, mucho menos por algo
romántico. Ella no es así, ella se ríe de las protagonistas de las películas románticas,
aunque sé que lee novelas de ese género porque he visto los libros en su cuarto. Ella
hace bromas hasta de pedos con tal de evitar que la situación se ponga demasiado
intensa. Ella inventa juegos eróticos para desvincular nuestros sentimientos del sexo.
Ella es todo bravuconería y no permite que nadie vea sus debilidades,

porque eso le hace sentir que, de alguna forma, ha fracasado. Ella, que tapa con
bromas hasta las cosas que más le duelen está dejando escapar lágrimas frente a mí,
me ha dicho que me quiere y me está besando como si yo fuera el importante, cuando
la verdad es que ella es mi regalo.

Y como ya me he puesto demasiado moñas, no voy a contarte que pasamos lo


que queda de tarde entre besos, caricias y repetir muchas, muchas veces las dos
palabras que desde ya, se han convertido en mis favoritas.

331
37

Salgo del dormitorio con una gran, gran sonrisa. La verdad es que estas últimas
horas han sido tan buenas que me da un poco de miedo pensar que todo puede acabar
de forma repentina. Ahora tengo novio y estoy enamorada de ese novio, que está
como un queso y, además, también me quiere. Todo es perfecto en ese plano, pero en
el resto… Marco llegó anoche tardísimo y me costó mucho esfuerzo –y mucho sexo–

convencer a Diego de que no fuera a su dormitorio para tener la millonésima


discusión del día. La verdad es que no sé cómo va a terminar todo esto, pero así, a bote
pronto, diría que la cosa pinta mal. El niño es un toca huevos de categoría, pero
además me imagino que tiene un montón de traumas y mierdas y Diego tiene una
paciencia infinita, pero una parte de él sueña con que Marco cambie de un día para
otro y eso no será así. Tiene que asumir que esto va a ser lento y por el camino va a
darnos muchos quebraderos de cabeza.

Yo por mi lado me voy haciendo a la idea también, no creas, porque esto de no


tener intimidad para poder hacer guarrerías a mi antojo es un rollo, sobre todo ahora
que por fin hemos alcanzado cierta estabilidad. Si me paro a pensar en lo empalagosos
que nos pusimos ayer por la tarde hasta me da la risa floja. Menos mal que en el
dormitorio de Diego no hay cámaras ocultas porque esa escena daría para muchos
sobornos de mis hermanos, sin contar con las carcajadas… Le hice prometer a Diego
que no va a decir nunca lo tontorrona que me pongo en la intimidad y él lo prometió y
luego me metió la lengua hasta la campanilla para sellar el trato.

Ahora mismo está en la cama, esposado y desnudo, mientras espera que yo


recoja de la cocina algo rico para desayunar a placer sobre su cuerpo. Abro la nevera y
compruebo con una gran sonrisa que Nate ha comprado mermelada de arándanos y
fresa. De verdad que este chico es un sol, el próximo orgasmo se lo dedico y luego se lo
cuento, para que no se diga. Me da igual que se tape los oídos y me suplique que me
calle, yo sé que en el fondo le gusta que le dedique mis mejores faenas.

Tampoco es como si hubiésemos estado toda la noche dale que te pego, pero sí
es verdad que hemos dormido poco y que se nos ha ido mucho tiempo en tocar, besar
y lamer nuestros cuerpos sabiendo que ahora están al cien por cien conectados. Ya no
hay barreras, ni tengo que pensar todo el día en lo que él sentirá por mí. Ahora tengo
claro que me quiere y la tranquilidad que eso me ha producido es tan grande que
anoche, más de una vez, lloré de alivio. ¡Yo! Que no lloro ni así me amputes las piernas
a bocados, anoche parecía una actriz de telenovela con tanta lágrima y tanto
empalago. No me parece mal, a pesar de esto que lees, pero sí es verdad que hoy, al

332
levantarme, he decidido que bien podía cumplir mi fantasía de esposarlo yo a él. La
verdad es que cuando Diego me lo hizo a mí me gustó, pero yo creo que va a gustarme
más torturar –para bien– que ser torturada. Tengo una vena sádica a lo Grey muy
interesante.

Cojo la mermelada y una botella de agua, porque no veas lo que seca la boca
estar dando lametazos de… El caso es que lo cojo todo y estoy en el salón cuando oigo
el primer grito.

—¡Fuera de aquí, joder!

Frunzo el ceño porque Nate está trabajando aunque sea domingo, así que sé muy
bien a quién le ha gritado Diego. Cuando veo a Marco salir descojonándose de risa del
dormitorio casi me pongo colorada.

Casi. El chico fija su vista en mí y agradezco haber hecho caso a Diego y haberme
puesto su camiseta, porque aún así eleva una ceja y sonríe con picardía.

—El poli es un cabrón con mucha, mucha suerte.

—En eso tienes razón —contesto con soltura—. ¿Por qué has entrado en su
habitación sin llamar, Marco?

—Todo os parece mal —dice protestando—. Si me hubiese largado sin decir ni


una palabra habría

montado un drama y si le aviso, tampoco está bien.

—A lo mejor deberías tener la educación justa para llamar a la puerta antes de


entrar.

—A lo mejor no deberíais ser tan pervertidos. ¿Sabes lo que va a costarme


sacarme de la cabeza la imagen de mi tío esposado y con un empalme de la hostia?
Igual hasta tiene que pagarme un psicólogo.

—Si no te ha hecho falta hasta ahora, dudo que lo vayas a necesitar por ver un
desnudo.

—En eso tienes razón, he visto más de los que te puedas imaginar. —Su tono
sigue siendo jocoso, pero algo en su mirada me detiene de seguir pinchando.
Hay…dolor. Hay tanto dolor que siento ansiedad

—. Mira, me largo.

333
—Apenas has dormido —le digo.

—He dormido lo bastante para reponerme y ahora me largo. ¿O prefieres que


me quede aquí y te joda el polvo?

—Puedes quedarte aquí y reorganizar tu cuarto, ¿no? Ni siquiera has ordenado


tus cosas.

—Joder, estoy empezando a arrepentirme de haber aceptado venir aquí.

—¿En serio? —pregunto de mala leche—. ¿De verdad te crees que estás mejor
en tu casa que aquí?

—Marco me mira cuadrando la mandíbula—. Puedo entender que tienes tu


orgullo y hasta puedo entender las razones por las que eres un capullo impresentable
y un niñato prepotente, pero no me vengas con la mierda de que estabas mejor antes,
porque no cuela. Tu tío está dispuesto a dejarse la tarjeta y la vida en intentar
compensarte por los años perdidos, pero si ni siquiera tienes un mínimo respeto por
él la cosa va a ser difícil.

—¿Y quieres que le tenga respeto con esa imagen? —dice señalando la puerta.

—Quiero que le tengas respeto porque es un policía respetable, una persona


increíble y un trabajador nato en el restaurante de sus padres, o sea, tus abuelos.
Quiero que le tengas respeto porque sin conocerte, ha aceptado ayudarte, meterte en
su casa y darte todo lo que tiene, cuando los dos sabemos que no tiene por qué.

—Tengo mis derechos como sobrino suyo que soy.

—Tienes tus derechos, pero sabes muy bien que si tu caso fuera a juicio y toda
esa mierda tardarías una eternidad en poder pillar una mínima parte, que es lo que
legalmente te corresponde. Están dándote mucho más de lo que deben solo porque se
sienten culpables sin tener por qué. Diego se está dejando el sueldo y la paciencia en
intentar compensarte por la vida de mierda que has tenido, así que por lo menos
podrías intentar no ser un cretino y reconocer que ahora estás mejor. ¡Abre los ojos,
joder! Puedes salir de esa mierda de barrio, olvidar tu antigua vida y empezar de cero,
pero solo si pones de tu parte. No la cagues, Marco, porque al final solo te jodes a ti.

Él me mira serio, creo que intenta quejarse pero al final se encoge de hombros y
asiente.

—Intentaré no decirle que es un capullo más de tres veces por día.

334
—Sabía que en el fondo, detrás de esa cara bonita, había por lo menos media
neurona a pleno funcionamiento.

—Eres muy chula para ser tan pequeña.

—Y tú muy tonto para tener ya diecisiete.

Marco se ríe, así, de la nada me dedica una risa sincera y bronca que me hace
sonreír también.

—Esta batalla te dejo que la ganes, pero no te acostumbres. Joder, eres una
pequeña arpía.

Pongo los ojos en blanco porque justo ese mote me suena y cuando se va sonrío
de nuevo, porque es increíble que con solo diecisiete años se parezca tanto a su tío. No
en lo de ser un cretino, claro. O sí, porque cuando conocí a Diego también supo cómo
ser un impresentable. Se ve que llevan en los genes eso de aceptar los cambios a base
de gilipollismo.

Llego al dormitorio, veo a mi poli esposado, desnudo y con la porra


reglamentaria venida a menos.

Sonrío y me subo sobre su cuerpo dejando la mermelada a un lado.

—¿Estás bien?

—Puto niñato… ¿Se ha ido?

—Sí.

—¿Ha dicho a dónde?

—No.

—Joder. Seguro que va otra vez con esos amigos suyos…

—¿Qué amigos?

—Los del barrio en el que vivía. Sé bien que los ve, tengo a algunos compañeros
avisados para que le echen un ojo y siempre va con ellos.

—Imagino que son malas compañías.

335
—Las peores que podría encontrar. —Cierra los ojos y suspira—. Ojalá pasara
un año entero ya, para saber cómo avanzará esto.

—Irá bien. Necesita más paciencia y aunque sea un poco capullo, no es mal chico.
O no malo del todo.

—Es un cretino.

—De casta la viene al galgo. —Diego eleva una ceja y sonrío—. Solo usa esa
actitud para defenderse.

—¿De qué ataques? ¿Los que se inventa él solito?

—Sí, la verdad es que sí. Ten en cuenta que es un adolescente y eso ya le hace
comportarse de forma desmedida, pero además viniendo de donde viene… Bueno, es
normal que desconfíe de ti y de todos, Diego.

—Lo sé. Suerte que en esta pareja el de la paciencia soy yo, ¿eh?

—Suerte —coincido riéndome—. Y ahora, ¿podemos volver a nuestras


guarrerías?

—Solo si empiezas poniendo eso entre mi ombligo y mis muslos.

Pongo los ojos en blanco pero obedezco, porque a mí la magia siempre me ha


gustado y ver la mermelada crecer al ritmo de lametones es digno de admiración.

Los días empiezan a pasar de forma extraña. Por un lado Diego y yo estamos
bien, muy bien, pero por otro voy lidiando con toda la situación de Marco, que de
momento mejora poco. Es verdad que el chico ya no insulta a su tío cada dos frases,
pero en el restaurante no le está yendo todo lo bien que debería, Giu está desesperado
y Teresa va con pies de plomo para no ofender a su nieto, aunque he de decir que
Marco a ella la trata muy bien. El día que se conocieron fue más cretino, pero ahora a
la única que habla con respeto es a ella. Me gustaría que hiciera lo mismo con Giu y
con Diego, pero entiendo que el chico siente desconfianza hacia todos los hombres en
general y me imagino que en parte es por la convivencia con Ángel, que ha quedado
confirmado que es el chulo de su madre y de casi todas las prostitutas del barrio.

La verdad es que no me puedo imaginar cómo habrá sido la vida de Marco


viendo desfilar a hombres por su propia casa para acostarse con su madre por dinero.
Intento ponerme en su piel pero es imposible, porque no lo he vivido y creo que estas
cosas son como cuando pasas por una enfermedad mortal, o muere alguien joven de

336
repente. La gente te dice que te entiende, ¿pero cómo pueden? Es imposible, a no ser
que lo hayan vivido también.

No quiero tener una charla con él y decirle que le comprendo y que tiene razón
en estar cabreado con el mundo, porque la última parte es cierta pero la primera no.
Yo no le puedo comprender, por más que lo intente. No sé cómo funciona su mente, de
qué tiene miedo o por qué desconfía tanto. No sé si aparte de

lo que ha visto, ha sufrido en primera persona algún tipo de abuso y, desde


luego, no voy a preguntárselo porque eso solo lo empeoraría todo más. Lo más que he
podido hacer es presentárselo a Amelia para que hablara con él, pero el chaval se
cerró en banda y ni siquiera cuando los dejé a solas se bajó de la burra, según me
contó mi hermana. Cuando además me dijo que él la había reconocido de verla por el
barrio se me puso el vello de punta, porque yo hasta el presente me he dedicado a
meterme con Amelia y decir que está por ahí, buscando a la madre de Marco –el de los
dibujitos–, arreglando el mundo o jugando a ser una heroína. Sabía que se metía en
barrios peligrosos, no soy idiota, pero no ha sido hasta ahora que he tratado con
alguien como Marco que he comprendido hasta qué punto Amelia se arriesga para
intentar ayudar a estos chicos.

Además de todo, los compañeros de Diego han intentado seguirle la pista a


Marco cuando les tocaba patrullar por el barrio y al parecer se mueve en los mismos
círculos que Erin, la pelirroja que mi hermana intenta ayudar sin éxito. Podrían
parecer buenas noticias pero no lo son en absoluto. La chica estuvo toda la
nochebuena más tensa que un palo en presencia de cada hombre que se le acercaba y,
según Amelia, no maneja bien tratar con el genero masculino adulto, así que mi
hermana supone que ella sí ha sufrido abusos por parte de los clientes de su madre,
que también es prostituta.

A mí todo esto me parece una telenovela de narices, pero intento manejarlo


como mejor puedo, que es no abriendo mucho la boca, por eso de cagarla cada vez que
lo hago.

En resumen, los días se pasan entre intentar manejar a Marco, los trabajos y
nuestra recién estrenada relación. Con tanto ajetreo es normal que hasta pasada una
semana no me dé cuenta de que mi cumpleaños se acerca. Cada año suelo ponerme
súper plasta con la celebración y este año ha sido Esme la que me lo ha recordado y
además se está encargando de todo. Puesto que es el doce de junio y el de Diego es a
final de mes, se lo he comentado y hemos quedado en que lo celebra con nosotros y
matamos dos pájaros de un tiro. Este finde haremos una barbacoa y Amelia va a
intentar traer a Erin. La fiesta servirá como excusa para intentar vislumbrar qué tipo
de relación mantiene Marco con ella, si es que son amigos de verdad.

337
Los días pasan lentos y a mí cada vez me apetece menos la fiesta. Tanta es mi
apatía que el viernes por la noche Diego decide sacar el tema de una vez.

—No me digas que no te pasa nada. Parece que no te hiciera ilusión celebrarlo.

—No es eso.

—¿Es porque te acercas a los treinta? —pregunta en tono de burla.

—No, y si fuera por eso tú deberías estar más deprimido, porque vas para treinta
y tres.

—No me lo recuerdes. Estoy hecho un viejo.

—Un viejo con unas habilidades amatorias increíbles.

Diego sonríe y me besa.

—Dime qué pasa.

—No me apetece hacer una fiesta en la que estaremos rodeados de gente otra
vez. Ya sé que son nuestra familia y me gusta estar con ellos, pero desde que Marco
apareció solo te tengo las noches que dormimos juntos. Me gustaría bastante más
celebrarlo contigo perdida en cualquier sitio que hacer una barbacoa en la que tendré
que refrenar mis instintos sexuales y moñas.

—Creo que te da más vergüenza expresar los moñas en publico, que los sexuales.

—Muchísima más —reconozco y cuando Diego se ríe me cabreo.

—Lo siento, lo siento, pero reconoce que es gracioso.

—¿El qué? ¿Qué quiera estar contigo?

—No, eso es genial. Lo gracioso es que te cueste ponerte tierna delante de la


gente.

—No me cuesta, Diego, no es eso. A mí no me importa besarte y achucharte en


publico y lo sabes, lo que pasa es que prefiero hacerlo en privado porque sacarme una
teta en publico está mal visto. Mi padre

no podría soportarlo.

—Tu padre está acostumbrado a soportarlo todo viniendo de ti.

338
—Ya no, ahora soy una mujer hecha y derecha.

—Vamos a dejarlo en que eres una mujer. —Lo miro mal y se ríe—. Una mujer
preciosa, inteligente y graciosa.

—Y hecha y derecha.

—Estás muy bien hecha, eso sí —dice mientras se cuela entre mis piernas.

—Eres un idiota.

—Ajá.

—Y un creído.

—Lo sé.

—Y no entiendo cómo es posible que te estés excitando.

—Me pone tanto cuando me insultas…

—Es que un poco Anastasia la de Grey sí que eres, la verdad.

Diego se ríe, me dice que va a enseñarme lo que puede hacer con su látigo y
consigue que durante un rato me olvide de mi apatía por el cumpleaños.

Cuando despertamos lo hacemos ya sobresaltados porque Nate está gritándole a


Marco. Eso no es tan raro, porque nuestro amigo tiene una paciencia infinita pero el
chaval conseguiría sacar de sus casillas incluso al Dalai Lama si se lo propusiera. Nos
vestimos, salimos del dormitorio y nos encontramos con Nate y Marco frente a la
lavadora, en la cocina. El primero sostiene un puñado de camisas blancas oscurecidas
y manchadas en una mano, y una camiseta negra en la otra.

—¿Tienes idea de lo que valen estas camisas? Esto vas a pagarlo tú, que lo sepas.

—¡Pero si me pagan una porquería!

—Cobras más que la mayoría —dice Diego—. ¿Y qué cojones tenía la camiseta
para despintar tanto?

—¡Grasa! —grita Nate—. ¡Grasa! Ha metido una puta camiseta llena de grasa en
la lavadora con mis camisas caras! —Mira a Diego y lo señala con el dedo—. Si tu
sobrino no paga, te toca a ti. Avisado quedas.

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—Tranquilo, Nate.

—¡No puedo estar tranquilo! Entre vosotros jodiéndome las comidas y este
cargándose mi ropa lo que no sé es cómo no he estallado antes. ¡Joder!

Sale de la cocina hecho un basilisco mientras nosotros tres nos quedamos


callados y quietos.

—Menos mal que es médico, porque si le da un infarto yo no tengo ni puta idea


de primeros auxilios

—dice Marco como si nada.

A mí se me escapa la risa, a Diego un poco también, aunque de inmediato nos


mira mal y suspira.

—Pobre Nate… tiene el cielo ganado con nosotros.

—Voy a ver si lo apaciguo —digo antes de salir de la cocina, así de paso los dejo
solos y Diego puede darle la charla a Marco, porque está claro que se la ha ganado a
pulso.

Nate está en su dormitorio rebuscando en el armario, me apoyo en el quicio de la


puerta y sonrío con carita de niña buena para que sepa que vengo en son de paz.

—¿Estás bien?

—Sí —dice—. Lo siento… lo siento, no debí hablaros así. Es solo que estoy
estresado y todo esto de Marco me está sobrepasando un poco.

Asiento, porque le entiendo y porque sé que a Nate le cuesta incluso decir un


taco, así que haber llegado a soltar la ristra de la cocina le habrá costado lo suyo.

—Sé que todo esto es difícil para ti y que estás perdido. Yo a veces me siento
igual…

—Pero tú eres la novia de Diego y, en cierto modo, la tía del chaval.

—Tú también eres su tío, en cierto modo.

Nate suspira y asiente resoplando y sacando una camisa nueva del armario.

—Supongo que sí. No acabo de acostumbrarme a que esta casa sea un circo la
mayor parte del tiempo.

340
—Lo sé. —Entro en el dormitorio, le quito la camisa que tiene en la mano y le
doy un jersey de rayas marineras que hay en el armario—. Con esto y unos chinos
harás que mi hermana babee un rato.

Mi amigo se encoge de hombros, haciéndose el indiferente, pero sé muy bien que


eso ha bastado para que su humor se suavice del todo.

—¿No sería mejor algo más formal?

—Esme lleva un año viéndote como al médico formal y educado. Quizá es hora
de mostrarle que eres más que eso.

Nate sonríe, asiente y yo salgo del dormitorio dándome palmaditas en la espalda.


Si es que me tendrían que dar un premio por este poder que tengo para apaciguar
machotes encabronados. Ahora falta que el resto del día salga bien, pero algo me dice
que este cumpleaños va a traer mucha, mucha cola.

341
38

El camino hasta casa ha sido un completo infierno. Diego se lo ha pasado


advirtiendo a Marco que no sea repelente, ni maleducado, ni diga tacos. El chaval lo ha
mandado a la mierda en todas y cada una de las frases y encima cuando les he dicho
que se callen hasta Nate me ha mirado mal. ¡A mí! El día menos pensado cojo la puerta
y… Uy, espera, que esto suena muy a madre.

Lo importante es que por fin estamos en casa, Amelia aún no ha llegado, me


imagino que estará intentando dar con Erin, que es más difícil que cazar a los
pokemon buenos.

Esme está en la cocina con Sara preparando las bandejas de aperitivos y cuando
nos ve nos saluda a todos con dos besos y a Nate, además, con un repaso visual. Ay,
que no le ha pasado desapercibido lo ajustadito que le queda el jersey al doctorcito.
No dirá nada, claro, antes muerta que admitir que un poco le gusta, o como mínimo le
pone bestia imaginarse todo ese montón de piel morena sobre ella. No es la primera
vez que la veo fijarse con disimulo en él, aunque luego diga que no, que ni siquiera le
cae bien.

Alex está con mi padre en la calle trasera dándole vueltas al coche clásico que se
ha comprado con el dinero de la yincana, que ya era hora de que lo invirtiera. Un
trasto que no sirve para nada, pero oye, están tan ilusionados los dos con arreglarlo
que me da cosa decirles que pierden el tiempo.

Los únicos que están en el jardín, que es donde se celebra el cumpleaños, son Giu
y Teresa que han llegado con tiempo de sobra por eso de pasar tiempo con su nieto
fuera del restaurante, me imagino. Nos acercamos a ellos y me doy cuenta de cómo
mira Teresa a Marco. Por Dios, lleva pintada la adoración en los ojos y espero de
corazón que el niñato no le haga ningún daño emocional a su abuela, porque le
arranco la cabeza.

—Estás muy guapa —le dice dejándome de piedra—. ¿Es un vestido nuevo?

—Me lo compré hace tiempo pero he pensado que era buen día para estrenarlo
—contesta ella con una gran sonrisa—. Tú también estás muy guapo, cariño.

Marco estira los labios, que es lo más parecido a una sonrisa que tiene. Por hacer
más de eso le deben cobrar, porque no hay manera y eso que yo he conseguido sacarle
alguna risa, pero de puro milagro.

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—Hola hijo —dice Giu.

Me tenso un poco, pensando que Marco va a saltar con su ramalazo habitual de


niñato impertinente pero no, para mi completo asombro, y el de Diego también, él
hace una mueca que casi parece una sonrisa –más pequeña todavía que la que le ha
regalado a Teresa– y asiente.

—Hola, tú también estás bien, aunque aquí la más guapa es ella —vuelve a decir
mientras le guiña un ojo a su abuela.

Ay por Dios, este niño hará lo que quiera con ella. No sé si es peor para ella el
nieto cabrón o este, con ese encanto y esa sonrisa de pícaro tan parecida a la de Diego
y, con toda probabilidad, a la de su difunto padre. No puedo ni imaginar el dolor y la
felicidad que siente Teresa al mismo tiempo al tener un pedacito de su hijo de pronto
aquí, frente a ella. Creo que ni ella misma sabría expresar cómo se siente.

—¿Queréis beber algo? —pregunta Diego.

—Una cerveza —contesta Marco de inmediato.

—¿Algo sin alcohol? —replica su tío.

—Si no vas a darme lo que quiero, ¿para qué preguntas?

—Tengamos la fiesta en paz, por Dios bendito —ruego—. ¿Sabéis qué quiero por
mi cumple? ¡Que cerréis el pico los dos!

Marco y Diego me miran, fruncen el ceño al mismo tiempo y luego el primero


mira a su tío con

evidente fastidio.

—Te podías haber buscado una menos mandona y tal.

—No tenían en el catalogo.

—Ja, ja, ja. Me alegra ver que por lo menos tenéis un puñetero punto en común,
aunque sea pincharme.

—No te enfades, que es tu cumple y queda feo —dice Diego besándome los
labios—. Y además tengo un regalito para ti.

—Y yo otro para ti —contesto olvidando mi enfurruñamiento—. ¿Nos lo damos


ya?

343
—¿Quieres que nos los demos ya?

—Tú y yo sí. ¿Por qué tenemos que esperar?

Diego sonríe, asiente y me coge de la mano llevándome al interior de la casa.


Cuando subimos las escaleras empiezo a pensar guarradas y a imaginar que mi regalo
tiene que ver con algo picante y acabaremos echando un polvo rápido en mi cama,
pero no, lo único que ocurre es que encima del escritorio de mi dormitorio hay un
paquete cuadrado con un lazo.

—Encargué a tus hermanos que lo compraran todo por mí, porque te conozco y
no habrías parado hasta dar con el paquete en mi piso.

No protesto porque tiene razón, pero le arranco el paquete de las manos y lo


rasgo a toda velocidad, con ansias, con hambre, como quien tiene prisa por cobrar el
premio de la lotería y empezar a vivir a cuerpo de rey.

Dentro hay un par de calcetines disparejos, uno corto, otro largo, uno naranja y
el otro gris oscuro.

El naranja tiene un sol sonriente estampado en el empeine, y el gris la silueta de


una nube lluviosa pintada en blanca.

—¡Me gustan! Y eso que estamos llegando al verano, pero me gustan igual.

—Eso no es todo —dice—. Levanta el doble fondo.

Sonrío, porque el poli es listo y me imagino que supuso que si encontraba el


paquete había una mínima posibilidad de que no lo descubriera entero. Rasgo el fondo
y me cuesta lo mío levantar el cartón y mirar debajo. Saco el sobre que hay, lo abro y
me encuentro con un folio que leo a toda prisa.

«A finales de este mes: tú, yo e Italia. Necesito fotos nuevas para mi cabecero. Te
quiero, pequeña bruja».

Miro a Diego, que me dedica una sonrisa comedida y cuando salto sobre él me
agarra y me tira en la cama entre risas.

—¿A Italia? ¿Nos vamos de verdad?

—Cinco días completos. Tendremos que seleccionar lo que más ganas tengas de
ver e ir a tiro fijo pero sí, nos vamos. ¿Te gusta?

—¡Ay Dios! ¡Me encanta!

344
—¿Sí?

—Me gusta mucho, de verdad. Pero la tienda…

—Tus hermanos abrirán y te cubrirán toda la semana. Ya está hablado.

—¿En serio? ¿Hasta Esme?

—Hasta Esme. Y Sara y tu padre se ocuparán de los ratos que no pueda ninguno.

Lo miro con la boca abierta, porque esto es mucho más de lo que me esperaba
pero es que es tan genial que haya hecho algo así de especial por nosotros... ¡Italia!
Podremos pasear, hacer el amor, decirnos cursiladas todo el tiempo y lo mejor de
todo: estar solos, completamente solos.

—Espera un segundo, ¿qué pasa con Marco?

—Nate se ocupará de él todo lo que pueda y confío en que le dé remordimiento


de conciencia

portarse mal con mis padres cuando yo no esté… Tú por eso no te preocupes. —
Enmarca mi rostro entre sus manos y sonríe—. Iremos a la casa de Julieta,
montaremos en góndola y comeremos hasta hartarnos.

—¿De todo? —pregunto en tono sugerente.

—De todo. Por mí como si quieres pasar los días en las camas de los hoteles,
desnuda y poniéndome a mil por hora.

—Hasta que duela —digo en modo bestia.

—Hasta que ardamos —contesta él sonriendo y mordiendo mi labio inferior.

Me río, lo abrazo, lo beso y lo toqueteo hasta que me advierte que, o seguimos y


echamos un rápido, o paramos, porque está al límite. Elijo parar, pero porque quiero
darle su regalo, claro que ahora queda deslucido… pero bueno, lo que importa es la
intención.

Saco de mi armario tres bolsas y le entrego primero la más pequeña. Él abre el


paquete y se ríe cuando desenvuelve el tanga comestible.

—Es de regaliz, conste —digo.

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—Me encanta —me besa y me quita la bolsa grande—. ¿Y esto? —Rasga el papel
de la caja que contiene un pantalón corto, una camiseta de tirantas y unas zapatillas de
correr nuevas.

—Sé que te encanta salir a correr y como no pienso ir contigo ni muerta he


pensado que, si te regalaba el conjunto, me sentiría menos culpable por no hacer ni el
huevo.

Diego se ríe, me besa otra vez y se calza las zapatillas en un momento para ver si
le están bien.

—Perfectas. Me encantan, pequeña. Lo pienso estrenar todo esta misma semana.

—No es un viaje a Italia, claro, pero…

—No, no es un viaje a Italia, pero es que eso es un regalo que nos he hecho a los
dos. —Me abraza y me mira a los ojos con intensidad—. Necesito alejarme de todo y
de todos. Solo quiero estar en alguna parte del mundo a solas contigo, disfrutar de ti,
de nosotros y no pensar en todos los problemas que tenemos aquí en nuestro día a
día. Si lo miras bien, aquí el egoísta soy yo, porque he recibido mucho más que tú.

—Eres tan moñas…—susurro emocionándome—. Me vas a volver una blanda.

—Tú ya eres un poco blandita, solo que te lo guardas para mí.

—¿Quieres ver tu último regalo? —pregunto, porque no estamos poniendo más


tontorrones de la cuenta y no tenemos tanto tiempo. Él asiente y yo le entrego la
última bolsa.

Es, con toda seguridad, el regalo que menos valor económico tiene, pero a nivel
sentimental les gana a todos por goleada así que espero de corazón que le guste. Diego
saca la cajita, la abre y cuando ve la pulsera me mira con cara de sorpresa. Es de cuero
trenzado, roja y está algo desgastada por el paso del tiempo. Tiene una J de metal
colgando y una máscara, también de metal. Recuerdo como si fuera ayer la navidad
que mi padre nos regaló una a cada hermano.

—Mi padre estaba y está muy empeñado en decir que nosotros, siendo
cuatrillizos, tenemos un vínculo especial. A veces creo que es verdad, aunque mataría
a esos tres cabrones que tengo por hermanos, ya sabes —le digo a Diego sonriendo—.
El caso es que cuando nos regaló estas pulseras, a cada uno con nuestra inicial y un
colgante que nos identificara, en mi caso la máscara, porque de siempre me ha
gustado disfrazarme, nos dijo que esto y nuestro lazo de sangre, eran lo más
verdadero que íbamos a tener nunca. Es una tontería y no vale mucho, pero creo que

346
todos la conservamos porque de alguna forma pensamos que, a veces, nos recuerda
que no estamos solos en el mundo. —Me fijo en Diego y cuando veo el amor que
reflejan sus ojos aparto la mirada, porque todo esto en el fondo me da mucha
vergüenza—. Quería que supieras que ahora tú también eres una de las cosas más
verdaderas de mi vida y por eso quiero que la tengas. —Carraspeo, pensando si no
habré sido demasiado cursi y añado—. Si un día me dejas, te corto los huevos y luego
te la quito.

Diego me besa y lo agradezco, porque si sigue dejándome hablar puede ser que
acabe amenazándole de muerte solo para intentar deshacerme de esta incomodidad
que me produce ponerme tan moñas.

—Es el mejor regalo de mi vida —dice entre mordiscos que me tienen tan
receptiva como atontada

—. Te quiero.

—Te quiero —repito.

Sonreímos, nos magreamos un poco más y al final bajamos, porque ya está bien
de hacer el moñas y porque no nos fiamos de Marco, no sea que Erin haya llegado ya y
nos estemos perdiendo su reacción.

Antes de salir Diego me pide que le ate la pulsera y lo hago ruborizándome un


poco y todo, porque a mí lo de hacer perversiones sexuales se me da muy bien pero lo
de abrirme en canal, un poco peor, como ya habrás comprobado.

Salimos al jardín y nos fijamos en que Amelia no ha llegado, pero Alex nos
informa poco después de que ha mandado un whatsapp diciendo que viene de camino
con Erin. Diego y yo nos miramos con nerviosismo y fijamos la vista en Marco, que se
atiborra de patatas y parece tranquilo. El niño come como si tuviera la solitaria, no me
explico cómo es que está tan delgado, claro que Diego es igual y media hora después
tanto ellos, como Nate y Alex, están acabando con la existencia de la mesa de
aperitivos. Tanto es así que Esmeralda se da cuenta y pone orden.

—A ver si cuando lleguen el resto de invitados tenemos que ir al supermercado a


comprar, que parecéis niños pequeños.

—Perdona —dice Diego limpiándose las manos en los pantalones, haciendo aún
más evidente que sí, parecen niños—. Es que tenemos hambre.

347
—Si tienes hambre bebe agua, que con lo que has comido estarás seco. Y tú —
dice señalando a Marco—. Apártate de la mesa, que llevas casi una hora tragando sin
control. ¿Dónde lo metes?

—No me hagas contestarte a eso, que he prometido portarme bien.

Esmeralda pone los ojos en blanco y se va mientras Nate sonríe de medio lado,
porque se ha librado.

Alex sigue comiendo porque ya está acostumbrado a Tempanito y se la sopla un


montón lo que le pueda decir.

—Oye, ¿sabéis algo de Einar? —pregunto—, hace como una semana que no lo
llamo.

—Mala amiga… —susurra Nate, aunque de inmediato sonríe—. Está bien,


trabajando un montón pero contento. Le he dicho que esta navidad intentaré ir a
Nueva York. Echo de menos a mi familia.

—Su familia es genial también —me dice Diego—. Yo creo que lo que pasa es
que te da palo pensar que acaben prefiriendo a Einar a ti —le dice a Nate—. Después
de todo él está allí…

—Capullo —contesta riéndose.

—Oye, si hay un viaje a Nueva York, yo voy —interviene Marco.

—Si te pagas el billete, vale —le responde Nate.

—Paga mi tito —contesta con chulería.

—Tu tito no paga ya ni agua hasta que no vea que te pones más las pilas —dice
Diego.

—Anda y que te…

—No acabes esa frase, te lo advierto.

—Es que eres un puto coñazo.

—Marco —dice Teresa apareciendo detrás de él—. No digas palabrotas, por


favor. Y si las dices, que no sea en una casa ajena. Respeta a los anfitriones.

—Sí, señora.

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Frunzo el ceño y miro a Teresa.

—Ahora en serio, pásame la mierda que le inyectas en vena porque a mí nunca


me habla así.

Ella se ríe, porque está encantada de que su nieto la trate con respeto y un
mínimo de cariño. No me

extraña, de ser yo hasta estaría por ahí restregándoselo a todo el mundo.

Cuando Amelia por fin llega creo que todos estamos en alerta. Entra con Erin en
el jardín y me fijo en que la ropa de la chica sigue siendo desastrosa, pero al menos no
está rota, como otras veces. Ella sigue mirando a todo el mundo con actitud desafiante,
como si hubiese venido solo por hacernos un favor.

No quiero ni imaginarme todo lo que le ha tenido que prometer Amelia para que
acceda y eso que es por un bien de ella, pero tiene un orgullo bastante envidiable, o
bastante estúpido, dada su situación.

Tan entretenida estoy mirando su aspecto que no es hasta que Marco me empuja
un poco al pasar por mi lado que me doy cuenta de su reacción inmediata.

—Marco… —susurra ella justo antes de que él llegue a su altura.

—¿Qué haces aquí?

—Vengo con ella.

—¿Te ha obligado?

—No.

—¿Seguro? —Mira a mi hermana y cuadra la mandíbula—. Si la has obligado te


juro que…

—No la he obligado, Marco —dice mi hermana con paciencia—. La he invitado a


venir porque pensé que podría pasarlo bien y disfrutar de mi fiesta de cumpleaños.

El chico mira a mi hermana, pero de inmediato se centra en Erin, que asiente un


poco. Solo entonces parece relajarse un poco, pero me parece que ya no volveremos a
ver al Marco amable. Bueno, todo lo amable que él puede ser, ya sabes.

—¿Podemos comer ya? —pregunta Alex—. Nos tenéis muertecitos de hambre.

349
Me doy cuenta de que lo ha hecho para desviar la atención de Marco y Erin,
porque lo de que está muertecito de hambre es una mentira como una catedral. Aun
así cuela y todos nos ponemos a hacer como que comemos, bebemos y charlamos,
cuando en realidad estamos pendientes en todo momento de ellos.

—Pues queda confirmado que son amigos —le digo a Diego y Amelia un rato
después, mientras los miramos hablar apoyados en la valla del jardín. Marco le cuenta
algo a Erin y ella sonríe enseñando los dientes, que es una cosa que yo no había visto
nunca antes en ella, por eso me sorprende tanto.

—Sus madres comparten chulo —confirma Amelia—. Tampoco me ha costado


tanto averiguarlo, la

verdad, ya sabemos que Ángel se ocupa de casi todas las prostitutas del barrio.

—Hablar de esto me sigue pareciendo muy fuerte —digo—. Además, esa chica
apenas soporta tratar con hombres y mírala, tan a gustito con Marco.

—No es la primera vez que veo algo así —contesta mi hermana—. Creo que
Marco intenta ser algo así como su ángel guardián.

—Eso no tiene sentido —dice Diego—. Si fuera así, no la llevaría con las
amistades de mierda que frecuenta.

—O la lleva para que todos vean que está bajo su protección —contesta mi
hermana—. En las pandillas tienen ciertos códigos que los de fuera no acabamos de
entender.

—Mi sobrino no está en una puta pandilla de criminales.

—Yo no he dicho que sean criminales —agrega Amelia—, aunque no son santos
y si lo miraras con ojo clínico, ese de poli que tienes, me darías la razón.

Diego se queda callado, yo también, pero porque no quiero decir nada que pueda
romper la tensión para mal. Esto no consiste en que nosotros discutamos, sino en
intentar ayudar tanto a Marco como a Erin y creo que, si conseguimos que la actitud
del primero mejore, es cuestión de tiempo que la pelirroja acabe por ceder y aceptar
más ayuda de Amelia también.

—Y el caso es que todo esto es extraoficial —dice mi hermana—. Yo no tengo


ningún derecho a traer a una menor a mi fiesta de cumpleaños.

—Bah, comerá, lo pasará bien y luego volverá a su vida de mierda —le digo—.
No te agobies por eso.

350
Mi hermana asiente, porque no es la primera vez que mete en casa a gente que
necesita ayuda y se saca, no sé de donde, unos antiácidos que traga como caramelos.
De verdad que lo de esta mujer ya es vicio y enganche. Se lo digo, pero se limita a
hacerme un corte de mangas y acercarse a los chicos, que de inmediato dejan de
sonreír y se ponen tensos.

El resto del día es así, más o menos, hasta que por obra y gracia del destino entro
en el baño y justo al salir, oigo, sin querer queriendo, una conversación que mantienen
Marco y Erin en un rincón de la casa.

—Dormiré en el portal que me encontró Sergio —susurra ella.

—No, no, no. Encontraré un sitio mejor, ¿vale? No vayas a ningún sitio que te
diga Sergio.

—No soy una puta cría, Marco, puedo cuidar de mí misma.

—Ya lo sé, joder, pero no quiero que confíes en él.

—No va a hacerme más daño que Ángel.

—Ángel no te hará más daño.

—¿Y eso cómo lo sabes?

—Yo cuido de ti, Erin.

—¿Cómo, si no estás? Te crees que todavía puedes encargarte de todo pero es


imposible si te pasas las horas en el restaurante y en tu nueva casa. Tú ya no
perteneces al barrio y me alegro, pero no me digas que cuidas de mí. Ahora, solo yo
cuido de mí.

—Yo siempre cuidaré de ti, aunque no quieras.

—No es verdad. Tú ya me has abandonado, Marco. Suerte que me importe una


mierda, ¿eh?

Erin sale del salón y entra en la cocina para volver al jardín, yo doy un par de
pasos atrás a toda prisa para que no me vea y espero unos segundos hasta que Marco
la sigue. Cuando escucho la puerta cerrarse suelto el aire retenido e intento
serenarme, porque de alguna forma, he sentido la impotencia de Marco y la rabia de
Erin. No sé cómo acabará esto, pero sé que Marco no va a darse por vencido y si para
estar con Erin tiene que joder a Diego y a su familia, lo hará. Después de escuchar su

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tono de voz cuando se dirigía a ella, estoy casi segura de que haría cualquier cosa con
tal de seguir protegiéndola.

352
39

Cuando la casa se queda vacía miro a mi padre, a Sara y a mis hermanos, que
están tirados en el sofá de cualquier manera y pienso si no debería haber vuelto con
Diego a su piso, pero la verdad es que últimamente son pocas las ocasiones en que
coincidimos todos en casa y me apetece estar con ellos.

Además, es nuestro cumple y nosotros la noche de nuestro cumple tenemos por


costumbre beber cervezas y comer guarrerías varias. Hasta Esme se deja de tonterías
y se come las cortezas a manos llenas y empujando una con otra, que es como más
ricas están.

Me hago un hueco entre Alex y Amelia y pregunto por el helado de kinder, que
no puede faltar.

—En el congelador —dice Alex— pero yo ya he traído las cervezas, así que paso.

—Voy yo y así traigo agua —responde Amelia y cuando la miramos como si se


hubiese escapado de un manicomio sigue—. Prefiero beber agua que refrescos porque
así me cabe más chocolate.

—Uy, eso es la edad —digo—. Tú antes te podías comer tres bolsas de patatas,
media tarrina de kinder y un par de donuts y lo engrasabas todo con coca cola o
cerveza, como manda la ley de los que comen como cerdos.

—Eso es verdad —agrega Esme—. Hasta yo estoy bebiendo cerveza y eso que
mañana seguro que

me arrepiento.

—Vale, vale. Dios, sois la peor influencia del mundo.

—Hija, es que lo que has dicho es una locura —dice mi padre—. Mejor voy a
llenar un cubito con hielo y así metemos un pack de cervezas y no tenemos que
movernos mucho.

—Ese es mi hombre —añade Sara.

—Dios, somos una pandilla de vagos, glotones y bebedores compulsivos —digo


antes de reírme—.

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Os adoro.

—Pues no se nota, bonita, que últimamente nos tienes abandonados —dice


Alex—. Todavía no tengo claro si voy a perdonarte que hayas metido en la familia a
otro tío que usa un uniforme mojabragas. Antes yo era el héroe. —Se nos escapa una
risa generalizada y se enfada—. ¿Qué? Soy bombero, joder.

—Bueno, bueno, relaja, que tampoco estás tú todo el día de fuego en fuego
jugándote la vida —dice Esme—. Más peligro corro yo en los juicios.

—Claro, es que meter en la cárcel ladrones de poca monta debe ser muy
peligroso.

—Mira que eres imbécil.

—No haber empezado.

—Haya paz —dice mi padre volviendo con las cervezas. Las pone encima de la
mesa y cuando nos callamos mira a Sara y sonríe—. De pequeños los biberones y
ahora las cervezas. Los tengo dominados.

Aquí ninguno tiene nada que objetar porque es verdad. Mi padre se tiene el cielo
ganado, pero yo creo que nos ha soportado solo porque en el fondo, está un poco
grillado y nos parecemos a él. Bueno, Esme dice que no, que papá es perfecto y solo
ella se parece a él, pero ya sabemos que Tempanito y yo vemos la vida de forma
distinta.

La noche se nos pasa entre pelis malas, atiborrarnos a beber y a comer y


acostarnos con dolor de barriga pero felices, porque además todos hemos recibido
bastantes regalos. Eso sí, como el viaje que haré a Italia con mi poli, ninguno. Ay, qué
ganitas tengo de que pase el tiempo y llegue ya final de mes.

Cuando además veo un mensaje suyo diciéndome que me echa de menos mi


sonrisa se amplia y me duermo pensando en nuestro viaje y el tiempo que voy a
tenerlo a solas para mí.

Los días siguen pasando, el tiempo parece hacerse eterno porque Marco no lo
pone fácil, aunque ha

bajado el nivel de impertinencias. Al menos en el restaurante ya rinde, aunque


en cuanto llega a casa se pone insoportable y además, para aderezar todo esto, hemos
sabido que sigue yendo casi a diario al barrio en el que vivía. Puedo entenderlo,

354
porque allí, según nos cuentan, se reúne con sus amigos y con Erin y después de
escuchar la conversación que mantuvieron me imagino que Marco está intentando
hacer lo posible para ayudarla y protegerla, pero es que a mí eso me parece demasiada
responsabilidad para un chaval que no deja de tener diecisiete años. A veces todo eso
me parece tan irreal que tengo que pararme para pensar y concienciarme de que sí,
hay madres que no se ocupan de sus hijos, leyes que no los amparan como deberían y
sistemas de acogida que fallan, entre mil cosas más. Como resultado, hay un montón
de adolescentes en la calle, cuando deberían estar estudiando y labrándose un futuro.
Me pongo muy seria con este tema, pero es que todavía me parte un poco en dos que
Marco no quiera estudiar, porque es listo y sé que podría ser genial en lo que se
propusiera, pero cada vez que se lo insinúo dice que no, que a él le gusta trabajar en el
restaurante y no quiere hacer otra cosa. Y si he dejado de insistir es porque, si bien al
principio veía mucha mentira en sus palabras, ahora me doy cuenta de que sí va
disfrutando de su trabajo. De hecho a veces entra antes y sale a última hora cuando ya
está todo recogido.

Está adaptándose poco a poco y Giu y Teresa lo adoran, porque su actitud con
ellos es distinta, pero yo sigo pensando que necesita un psicólogo que lo ayude a dejar
atrás el pasado de forma definitiva. No creo que sea tan grave pero cuando lo propuse
el chico puso el grito en el cielo y Diego resopló y me dijo que ya bastante tenemos con
manejar todo esto como para agregar problemas. Solo Nate estuvo de acuerdo
conmigo, pero dada la cabezonería de los Corleone no estuvimos ni cerca de ganar la
discusión.

A veces los odio, porque me hacen pensar con madurez y no es algo que a mí me
agrade demasiado.

Todavía no sé hasta qué punto me gusta o no estar preocupada todo el tiempo


por cómo se siente Diego y, más que eso, por cómo se siente Marco. No te lo vas a
creer, pero le he cogido cariño, al muy cretino. Lo de cretino es con amor, pero no
puedo dejar de decirlo porque es la verdad.

El caso es que el mes ha pasado, mañana partimos de viaje y yo sigo teniendo la


sensación de que igual deberíamos quedarnos aquí. Diego dice que no, que ni loco va a
anular algo que nos hace tanta ilusión y como las ganas me pueden decido confiar en
que Nate controlará a Marco y en que este no será demasiado capullo, aunque solo sea
por no dar dolores de cabeza a sus abuelos, ahora que no estamos.

Es fácil hacerles ver a Giu y Teresa solo la parte buena de todo esto, porque
tapamos al chico en todo lo que podemos para que ellos no sufran, pero ahora que no
vamos a estar no sé si…

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—Vamos a ir —dice Diego a mi lado. Lo miro, desnudo y medio dormido y sonrío
un poco—. Sé lo que estás pensando y me da igual. Vamos a ir, vamos a pasarlo bien y
vamos a disfrutar de nosotros porque nos lo merecemos.

—Tienes razón. —Suspiro y beso su pelo cuando entierra la cara en mi cuello


besándome—.

Supongo que no me acostumbro a esto de tener, de sopetón, un churumbel ya


criado.

—Mmmmm, sí, pero mirándolo por el lado positivo, cuando nos toque pasar la
adolescencia de nuestros hijos será coser y cantar.

Me tenso un poco y me separo de su cuerpo, no sin esfuerzo. Diego sigue


somnoliento y yo lo miro entre dudosa y nerviosa.

—¿Tú quieres tener hijos conmigo?

Diego me mira como si no me entendiera un segundo y al siguiente alza las cejas


y suspira.

—Sí, claro. No ahora, porque llevamos poco tiempo juntos, pero en un futuro…
—Cuando ve mi cara de asombro se moja los labios—. Te quiero, Julieta, y voy en serio
con todo esto. ¿Tú no?

—Sí, sí —digo de inmediato—. Es solo que me sorprende que te comprometas


tanto sin asustarte.

—No soy un hombre inseguro, ya lo sabes. Una vez que tengo claros mis
sentimientos actúo en consecuencia. Yo te adoro, pequeña. No puedo imaginar un
futuro en el que tú o nuestros hijos no estén.

Me río y me derrito porque ese instinto maternal que pensé que no tenía hasta
ahora me ha dado un par de patadas en el estómago e imaginar a Diego con un bebé
nuestro me ha puesto tontorrona.

—Tendremos una niña preciosa.

—O un niño. O uno de cada.

—Lo primero será una niña y será preciosa.

Diego ríe entre dientes, me abraza y besa mi hombro antes de girarme y


colocarse sobre mi cuerpo.

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—Si se parece a ti, será perfecta.

—Si tenemos un niño le pondremos Romeo. Por hacer la gracieta.

Mi chico se ríe, asiente y acaricia con los dientes la zona alta de mis pechos.

—Ya discutiremos eso en el futuro. Ahora vamos a practicar, para que cuando
llegue la hora de concebir tengamos la técnica dominada al cien por cien.

—Cómo me gusta que seas tan perfeccionista…

Nos reímos, nos abrazamos y lo que sigue ya te lo puedes imaginar. Cuándo


acabamos caemos rendidos y me duermo mucho antes que él. Me paso la noche
soñando con niños y niñas pequeños con nuestros rasgos y correteando por el piso,
volviendo locos a Nate y a Marco. Cuando me despierto pienso que es raro que ni
siquiera sueñe con otra casa, pero es que yo creo que vamos a vivir en este piso hasta
que Nate nos eche a patadas.

Diego se levanta en modo sargento y repasa las maletas y los pasaportes


quinientas veces porque no se fía de mí, y hace bien. Nate nos lleva al aeropuerto y nos
promete infinitas veces que no va a pasar nada y que todo va a estar bien, así que nos
despedimos y nos marchamos rumbo a Italia.

El vuelo es maravilloso, nos besamos, nos tocamos y estamos a nada de


levantarnos y entrar a formar parte de la lista de gente que ha tenido sexo en un avión,
pero a última hora, como siempre, el poli me para los pies y pone un poquito de
cordura en todo esto. Llegamos al aeropuerto de Verona y me cuesta mucho, mucho,
creer que por fin esté aquí, que vaya a conocer sus calles medievales, la casa de Julieta
o la Basílica de San Zeno. Todavía me parece mentira que Diego me haya traído a uno
de los sitios más románticos del mundo, bajo mi punto de vista, pero también a uno de
los que más me han llamado siempre la atención, ya sea por el nombre que tengo,
porque la obra de Shakespeare me cautivó o porque aquí todo huele distinto, como a…
amor. Se lo digo a Diego pensando que va a reírse de mí, pero él solo me besa,
entrelaza nuestros dedos y me va contando todo lo que haremos y veremos en los
próximos dos días, pues después cambiaremos de ciudad e iremos a Venecia otros dos
y acabaremos nuestra ruta en Milán, donde solo estaremos un día y desde ahí
volveremos a casa. No es una ruta muy extensa, pero es todo lo que necesito y Diego lo
sabe. Qué chico más listo tengo, y qué bueno está. Si es que a su lado todo son ventajas.

Los días se pasan sin que nos demos cuenta, el veintisiete, que es el cumpleaños
de Diego, lo celebramos ya en Venecia, subidos en una góndola y haciéndonos fotos
mientras nos besamos. Más tarde intento jugar a mecer la góndola pero a Diego eso no
le hace gracia y al señor gondolero tampoco, así que decido cortarme un poco y dejar

357
estas cosas para cuando tenga una góndola propia y nadie pueda ponerme cara de
mustio.

Hacemos el amor, comemos hasta reventar, paseamos abrazados, disfrutamos de


la música que hay en algunas calles y reímos, reímos mucho y sin pensar en nada más
que en nosotros. Fotografiamos todo lo que vemos, nos hacemos como mil selfies y
cuando ya estamos en el avión de vuelta siento que nos vamos en lo mejor. Han sido
cinco días y habría necesitado un mes por lo menos para disfrutar del país, de Diego,
de nosotros y de la tranquilidad que da olvidarse de los problemas. Sin embargo toca
ser realista y en cuanto llegamos a nuestra ciudad nos damos cuenta de que lo que
hemos vivido no ha sido más que un respiro, un gran soplo de aire en nuestros
pulmones para lo que nos espera, que no es fácil,

teniendo en cuenta la cara de Nate cuando entramos en casa.

—Siento no haber podido recogeros, pero estoy haciendo de carcelero de ese…


—Toma aire con profundidad, cierra los ojos y después de exhalar nos mira—.
Necesito dar un paseo, porque llevo cinco días de infierno. A vosotros se os ve bien, así
que imagino que habéis recargado las pilas y me alegro, porque os harán falta.

—¿Pero qué ha pasado? —pregunta Diego— ¿Y por qué no nos has llamado?

—¿Cómo iba a llamarte, Diego? Os merecíais este descanso y disfrutar de vuestra


relación de verdad y sin tanto estrés, pero ahora ya estáis aquí y lo siento, pero yo no
puedo más.

—¿Qué ha hecho? —pregunto.

—¿Qué no ha hecho? Solo tuve que trabajar en el hospital una noche, pero
cuando llegué aquí por la mañana esto era un estercolero. Me encontré con dos
amigos suyos de esa pandilla tirados en el sofá y con una rubia en tanga en medio del
pasillo. No me habría importado si no tuviera, por lo menos, treinta años. Le tuve que
recordar que Marco era menor y salió por patas, pero entonces el niñato se me puso
altanero y…

—¿Has acabado ya de putearme? —pregunta el susodicho entrando en el salón.

Viste un pantalón vaquero y una camiseta con el logo de una banda de música.
Está guapo, pero Marco siempre suele estarlo. Cuando lo veo coger sus llaves de la
mesita del salón me doy cuenta de que piensa salir.

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—Poco he dicho —contesta Nate antes de mirarnos—. Mirad, chicos, yo lo
siento, pero necesito un paseo. Iré a cenar por ahí y disfrutaré de mi soledad de una
vez.

—Tranquilo y gracias por intentarlo, Nate —dice Diego—. Marco, no acabes de


meterte las llaves en el bolsillo porque hoy no sales.

—Tú te drogas.

—Suelta las llaves en la mesita, porque no vas a salir.

—¿Por qué? ¿Porque lo dices tú?

—Entre otras cosas. ¿No quieres que te hablemos de nuestro viaje?

Está intentando hacerlo por las buenas, se lo noto, pero es que Marco no está
nada receptivo y eso también se nota a kilómetros.

—Habéis follado hasta desgastaros y habéis comido porque tú vienes más gordo.
—Me mira y sonríe—. Tú vienes muy guapa, tita.

—Vaya, gracias —digo con ironía—. ¿Por qué no te quedas y cenas con nosotros?
Así te contamos lo que hemos visto.

—No, gracias. Tengo mejores cosas que hacer que ponerme a ver fotos
empalagosas.

—¿A dónde vas? —dice Diego volviendo a las preguntas.

—Por ahí.

—¿Con quién?

—Con gente, joder. No tengo que darte tantas explicaciones.

—En realidad sí, sí tienes.

—¡Cualquiera diría que has follado!

—Marco —le digo en tono de advertencia.

—¿Marco? ¡Pero si es él, que no me deja vivir!

—Solo te he preguntado a dónde vas y con quién, aunque ya me hago una idea.

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—Es que eres muy listo.

—¿Vas con esa pandilla? ¿Tienes idea de cómo son? Algunos tienen
antecedentes, Marco.

—¡Todos tienen antecedentes! Pero a algunos no los pilláis —dice sonriendo.

—¿Y a Erin? ¿También te la llevas esta vez? No me parece la mejor idea del
mundo meterla en ese mundo.

Nate y yo estamos en silencio y me parece que él tiene las mismas ganas de


fundirse con la pared que yo. Además, al nombrarle a Erin, Marco ha reaccionado y
por más que yo esperara que lo hiciera, no estaba lista para la ira que se apodera de su
rostro.

—¡Tú a Erin ni la nombres!

—Marco…

—¡No tienes ni puta idea ni de su vida, ni de la mía! Y te juro por lo que más
quieres que como metas las narices en su vida te vas a arrepentir.

—Si lo que quieres es ayudarla, o protegerla, estás dando los pasos equivocados.

—¡Que no tienes ni puta idea, te digo! —Se acerca a él en dos pasos y le clava el
dedo en el pecho

—. Mantén tu narizota fuera de mis asuntos y sobre todo, fuera de los de ella.

—Puedo ayudarla. Si su madre no se ocupa de ella, yo puedo…

—¡No me vengas con mierdas! Tiene quince años ¿Qué propones? ¿Que los
asuntos sociales se la lleven y la den en adopción? Eres poli, deberías saber que no
funciona así. Es demasiado mayor y acabará encerrada hasta que cumpla los dieciocho
y pueda largarse. No pienso hacerle eso y más te vale a ti no meterte en su vida. —Me
mira y aprieta la mandíbula—. Y esto también va por ti y por tu hermana.

¡Dejadnos en paz!

No podemos decir nada porque antes de tener la oportunidad Marco sale y


cierra de un portazo. El silencio es tenso y a mí la cabeza está empezando a dolerme
una barbaridad.

360
—Hogar, dulce hogar —digo justo antes de echarme a reír, porque a mí estas
situaciones de mierda o me dan por reírme, o me dan por cabrearme y emprenderla
con alguien, así que agradezco que esta vez haya sido lo primero.

Nos damos una ducha, cenamos algo ligero y nos metemos en la cama sin hablar
mucho, porque el ánimo nos ha cambiado por completo. Me abrazo a Diego y cierro
los ojos pensando que por lo menos ahora puedo recordar los días pasados en Italia y
eso no puede quitárnoslo nadie.

Los días que siguen son… Bueno, son más o menos iguales que este que acabo de
contar.

Discusiones, portazos, Diego al borde de un ataque de nervios y yo en medio,


intentando hacer algo pero con la sensación de que al final no hago nada. Lo único que
es cierto es que Marco ha empezado a ser más amable también conmigo. Se ve que su
mayor problema consiste en tratar con hombres y me imagino que en esto Ángel juega
un papel importante, porque da igual lo que Nate o Diego le digan: acaba tomándoselo
a la tremenda y montando un pollo o largándose de casa. En cambio, hemos
descubierto de que si hablo yo con él, contesta medio bien. Estoy orgullosa, aunque sé
que no es solo mérito mío. A Esme también le ha hablado bien cuando la ha visto, y a
Sara. A Amelia en cambio no quiere ni verla y mi hermana lo entiende, porque sabe
que para él, ella engloba todo lo malo que puede pasarle.

Me gustaría decirte que la cosa no va a complicarse más, pero solo dos semanas
después de nuestro viaje Marco llega a mi tienda con la cara pálida y bastante
desencajada.

—Tienes que ayudarme —dice sin más.

—¿Qué ha pasado?

—La madre de Erin. —Traga saliva y sigue—. La madre de Erin se murió ayer y
su tío ha llegado hoy para llevársela a Irlanda. Tienes que ayudarme, Julieta. Habla con
tu hermana, con mi tío, con quien sea, pero que no se la lleven. —Me quedo de piedra
cuando veo que sus ojos se humedecen, aunque sus lágrimas están muy lejos de
caer—. Por favor, por favor, te lo suplico. Consigue que no se la lleven y haré lo que
quieras. Me portaré bien, dejaré de contestar y hasta limpiaré la puta casa y lavaré la
ropa de todos de aquí a que me mude a otro sitio, pero por favor, que no se la lleven.

Lo miro con la boca abierta, intentando decirle que sí, que le voy a ayudar, pero
sabiendo que eso es bastante complicado. Y lo peor es que por más que yo quiera ser
positiva, sé, porque lo sé, que esto va a torcerse todavía más.

361
40

Después de que Marco me cuente a trompicones que la madre de Erin ha muerto


por sobredosis y que su tío se ha presentado aquí de inmediato, tengo pánico de
enfrentarme a todo esto y no porque la situación sea sórdida, sino porque intuyo que
si el tío está aquí y reclama la custodia de Erin, poco puedo hacer yo.

Aun así llamo a Amelia y me doy cuenta de lo desesperado que está Marco
cuando no protesta en absoluto. Le cuento por encima lo que ha pasado, cierro la
tienda y quedamos en vernos en casa después de que ella vaya a la casa de Erin y
averigüe algo.

Tres horas después Marco está enfadado con Amelia, conmigo y con su tío, que
ha llegado poco después porque lo he llamado y, por suerte, estaba en el restaurante y
no haciendo de poli.

—Tienes que entender que ahora él es su tutor, Marco —repite Amelia.

—¡No puede llevársela lejos!

—Él asegura que su hermana tenía testamento y se lo dejó todo a él, incluyendo
la custodia de Erin.

Y aunque no fuera así es su pariente vivo más cercano y quiere cuidar de ella, así
que no podemos hacer nada.

Marco me mira y niega con la cabeza, pero yo no sé cómo explicarle que mi


hermana tiene razón. No entiendo mucho acerca de todo este proceso, pero es de
lógica que si su tío ha venido a por ella y tiene cierta estabilidad económica y familiar,
como así parece, se la lleve a casa.

—Si tú convences a mi tío de que la adopte…

—Tu tío está aquí —dice el propio Diego—. Y no se trata de que me convenza,
Marco, se trata de que es imposible que me den a mí la custodia de una niña de quince
años. Ni siquiera tengo la tuya y eres mi sobrino.

—Eres poli y tienes el restaurante. ¡Esa gente tendrá que entender que eres una
buena opción!

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Diego suspira, se frota los ojos y mira a la cara a su sobrino. Sé lo que viene y
Marco también, porque se tensa de inmediato.

—Es imposible. Amelia se ha informado, ha hablado con el tío de Erin y ha


constatado que tiene un pequeño negocio, una esposa, dos hijos pequeños y viven en
una casita bien avenida de Galway. Ella será feliz allí.

—Es verdad —interviene Amelia—. He estado allí, lo he visto y ha estado


dispuesto a hablar conmigo sin tener por qué. Es educado y amable, Marco. Erin podrá
tener el futuro que aquí no tiene.

Piénsalo con calma.

Él niega con la cabeza, se levanta y sale dando un portazo. Es su especialidad,


pero esta vez no me molesta porque sé que está pasándolo fatal y que no sabe
gestionar todo lo que siente. Me encantaría poder decirle que podemos quedarnos con
Erin, adoptarla y hacer que todo sea tan fácil como en las películas o los libros, pero no
es así y, además, si de verdad su tío está interesado en darle una buena vida hay que
tener en cuenta su bienestar. Creo que Marco tiene pánico de que Erin sea infeliz, pero
también lo tiene de separarse de ella, así que es posible que esté un poco cegado por el
hecho de no poder verla más. Entiendo que es complicado, que son amigos y que él,
por lo que sea, siente que tiene que protegerla y cuidar de ella y eso que la chica no es
ninguna endeble y con quince años tiene más agallas y mala leche que cualquier otra
con treinta. Como sea, el resultado de todo esto es que Erin se va a marchar en pocos
días y Marco irá a peor, que lo veo venir. Se cabreará con nosotros, sobre todo con su
tío y se dedicará a hacernos la vida imposible a base de contestaciones, portazos y
acciones incorrectas que pondrán a Diego al borde de un ataque de nervios y a mí a
otro. Sin contar con que eso causará un daño colateral en Nate, que estará tenso e
irascible. Ojalá, ojalá, ojalá me equivoque, pero lo

dudo mucho.

Volvemos al piso después de dar las gracias a Amelia y despedirnos de mi


familia. Por un momento he pensado si no debería quedarme en casa, pero Diego me
ha pedido que me quede con él y no puedo negarme porque además es aquí donde
quiero estar. Sé que ya apenas duermo en casa, pero ni siquiera me lo planteo ahora
con todo lo que tenemos encima.

La noche es eterna porque Marco no llega y he logrado convencer a duras penas


a Diego de que lo mejor es darle espacio y dejar que gaste su rabia en la calle y vuelva
algo más relajado. Él lo duda, pero al final cede y me promete que ni siquiera hablará
con sus compañeros para que intenten localizarlo.

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Como resultado nos pasamos la noche mirando al techo. Por Dios, si esto de la
adolescencia es así, voy a pensarme muy en serio eso de tener hijos, por monos que
puedan ser los de Diego y míos. Yo no estoy hecha para este sufrimiento constante.
¿Cómo aguantan las madres que se juntan con dos o tres adolescentes? ¿Y cómo
demonios lo hizo mi padre con cuatrillizos? En cuanto toda esta situación se calme me
pondré a estudiar cómo ponerle una estatua en el barrio en honor a la santa paciencia
que tiene.

La mañana llega, pero Marco no y tampoco contesta el teléfono, con lo que su tío
se va a trabajar angustiado y sin apenas dormir. Esto no puede seguir así mucho
tiempo, Diego es policía y no puede permitirse ir al trabajo sin apenas dormir, pero
tampoco se me ocurren otras opciones. Giu y Teresa no saben nada de todo esto y casi
mejor, porque no hay necesidad de preocuparlos en exceso, pero eso implica que toda
la responsabilidad y preocupación caiga en nosotros, sobre todo en mi chico.

Marco aparece a las dos de la madrugada después de pasar todo el día fuera, trae
la ropa ensangrentada, un ojo morado y el otro tan rojo que parece que se le hubiesen
roto todas las venitas de dentro. Impresiona tanto verlo que no he podido hacer otra
cosa más que girar la cara. Ha sido Diego el que sin decir ni una palabra ha sacado el
botiquín y ha curado sus heridas. Cuando ha acabado el chico se ha encerrado en el
cuarto sin decir ni una palabra y Diego se ha metido en el baño para darse una ducha.

Y aquí estoy yo, en medio del pasillo sin saber hacia dónde tirar. Al final me meto
en el dormitorio, me tumbo en la cama y espero a Diego, que aparece un rato después
con el pelo húmedo y los músculos igual de tensos.

—¿Un masaje? —pregunto besando los rizos que tanto adoro.

—Te lo agradecería en el alma.

Lo tumbo boca abajo y me subo sobre su trasero después de coger la crema


corporal del baño. No es el aceite penetrante y relajante que te pone cualquier
masajista profesional pero es lo que tengo a mano así que tendrá que servir. Esparzo
la sustancia por su espalda y te prometo que no han pasado ni cinco minutos cuando
lo escucho roncar. Me gustaría decir que sonrío y lo miro con dulzura, pero es que me
esperaba acabar echando un polvo para destensar nervios.

Me levanto de la cama, me lavo las manos y me vuelvo a meter abrazando a


Diego, que de inmediato se gira y me rodea con sus perfectos brazos. Aspiro su aroma
y me quedo dormida, a pesar de saber que Marco no está pasándolo bien, pero si te
soy sincera saber que está en casa me da la tranquilidad suficiente para rendirme al
cansancio acumulado.

364
Los días empiezan a pasar sin pena ni gloria. Apenas dormimos, Marco sigue
saliendo con la pandilla y cuando Erin se va todo se vuelve peor, mucho peor. Vuelve a
casa magullado más de una vez, e incluso borracho y en dos ocasiones hemos tenido
que recogerlo en comisaría: una por pelearse y otra por un pequeño hurto que, por
suerte y después de hablar con el dueño de la tienda, no quedó en nada.

Intento estar a la altura, ser la novia paciente y compasiva, pero todo esto a ratos
me supera, de verdad. Me siento mal porque no puedo ayudar a Marco, pero tampoco
consigo que Diego se sienta mejor y de rebote veo la forma en que Teresa y Giu se van
dando cuenta de que, por mucho que el chico haya cambiado su actitud en el
restaurante, fuera de él todo empeora.

Además de todo Diego cada vez se apaga más. Ya no hay risas hasta las tantas, ni
se mete con mis calcetines o me deja mensajes moñas en el bolso, el espejo del baño o
cualquier sitio que no me espere.

Entiendo que llevamos meses juntos y en una situación delicada, pero siento que
nuestra relación y nuestra vida giran en torno a Marco y, aunque no me pesa, porque
quiero ayudarle, a ratos pienso que no merece la pena y que el chico nunca valorará
todo lo que nos preocupamos por él.

Yo sigo pensando que lo que necesita es un psicólogo que le ayude a manejar


toda esa rabia y el montón de traumas que tiene, pero Diego lo ha insinuado alguna
vez y solo ha conseguido desatar la ira de Marco.

—A veces me arrepiento de haberlo metido en mi vida —susurra una noche


Diego en mi oído—. A veces deseo no haberlo conocido jamás, aunque sea mi sangre.

Siento lo mucho que le duele decir esas palabras y le entiendo, porque es


frustrante, decepcionante y desolador intentar dárselo todo a una persona y que te lo
tire a la cara una y otra vez. Me imagino que, si para los padres de adolescentes
problemáticos ya es difícil, para alguien que ha llegado a su vida cuando ya es casi un
adulto es peor. No tenemos experiencia en esto, o no más allá de los consejos de
Amelia, así que todo se complica. Solo espero que esto no acabe por desgastarnos
tanto que nos perdamos por el camino como pareja.

Al día siguiente por la tarde estoy en la tienda cuando Marco se presenta con sus
amigos. Han bebido, unos más que otros y me pongo nerviosa cuando los veo jugar
con varios objetos que pueden romperse.

—Marco, saca a tus amigos de aquí.

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—Tranquila tita, tendrán cuidado. —Me sonríe y se gira hacia uno de ellos—.
¿Qué te parece la tienda de mi tía? Mola, ¿eh?

—Ya ves —dice este riendo de forma exagerada—. ¿Podemos coger lo que
queramos?

—Mientras pagues…

—Marco —digo de nuevo—. Sácalos, por favor.

Él me mira y entiendo que, en realidad, no está mucho más contento que yo con
esta situación. No entiendo qué hacen en Sin Mar, ni por qué es él quien parece
enfadado cuando yo estoy en mi propia tienda intimidada por sus amigos chungos,
pero te aseguro que me están dando unas ganas de cruzarle la cara importantes.

—¿Te molesto?

—Tú, no —contesto para dejarle claro que el problema lo tengo con esa panda
de impresentables.

—Está bien —dice después de mirarme un momento—. Tíos, nos vamos.

—Pero espera, joder, que quiero probarme esto —dice otro señalando una
careta.

—He dicho que nos vamos.

Marco empuja al chico, que bufa pero sale mientras unos ríen y otros los jalean
para que se peleen.

Cuando por fin salen me quedo pensando que yo habré podido dar muchos
problemas y quebraderos de cabeza a mi padre, pero desde luego jamás me he
juntado con gente así. Sé que no puedo juzgar a Marco porque es lo que lleva
conociendo toda su vida, pero me gustaría tanto darle un par de tortas y que viera la
realidad de una vez por todas…

Cuando le cuento el incidente a Diego se altera, pero le prometo un montón de


veces que no ha sido para tanto y que al final lo importante es que han salido de la
tienda. A veces me pregunto si no debería cubrir más a Marco y de paso ahorrarle a mi
chico dolores de cabeza, pero luego recuerdo que eso sería mentir y para una vez que
tengo una relación seria y estoy enamorada…

366
Horas después mientras Diego duerme oigo la puerta, salgo para encontrarme
con Marco porque pretendo hablar con él y rezo para que no haya bebido y así pueda
atenderme con todos sus sentidos. Él

está entero, no tiene moratones visibles y no huele a alcohol, así que después de
todo casi me siento agradecida. Casi.

—Tenemos que hablar.

—Paso, estoy reventado y me voy a la cama.

—Marco, por favor…

—Que no, que no quiero de nada.

—Escucha, sé que para ti ha sido duro que Erin se vaya, pero…

—Ni siquiera la nombres —me dice muy serio—. Ni siquiera digas su nombre.
Esto no tiene nada que ver con ella.

—¿Entonces con qué tiene que ver? ¿Tan malos somos? ¿Tanto crees que
merecemos sufrir?

—¿Vosotros? ¿Sufrir? ¡Pero si estáis todo el puto día enganchados uno al otro
con tanto beso y tanta mierda! Vosotros no tenéis ni puta idea de lo que es sufrir.

—Te equivocas —le digo—. Te puedo decir que hasta no hace tanto he tenido
una vida tranquila, sin mayores problemas, pero desde que tu tío se cruzó en mi
camino todo empezó a complicarse y ahora, más de un año después de verlo por
primera vez, me doy cuenta de que nunca había sufrido tanto, ni temido tanto. No solo
por él, sino por ti. Sufro, porque no sé si un día saldrás mal parado de una de esas
peleas en las que te metes y acabarás en el hospital, o muerto. Sufro cada vez que veo
tu mirada perdida. Sufro cada vez que tus abuelos te miran como si fueras una jodida
estrella ardiendo y fuesen a quemarse solo con tocarte. Sufro cada vez que tu tío, ese
al que tanto odias, se pasa las noches en vela esperándote, pensando en ti y deseando
en silencio que le hagas un poco más de caso y consigas tenerle aunque sea un poco de
cariño. Sufro por un montón de cosas, Marco, solo que tú no lo entiendes y estás tan
preocupado por tu propia mierda que no te importa la mía. La nuestra.

Marco me mira muy serio y por un momento me imagino que le ha calado mi


discurso y me dirá algo coherente, pero al final se encoge de hombros y se va a su
habitación. Al menos esta vez no hay portazo, lo que es de agradecer. Vuelvo a la cama
y en cuanto me tumbo Diego me abraza y por un momento pienso que está despierto,

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pero su respiración sigue siendo pausada y sus labios están entreabiertos, así que
imagino que me ha rodeado con los brazos por inercia, y aunque te parezca una
tontería eso me hace sonreír, porque me gusta que se haya acostumbrado a mí hasta
este punto.

Cierro los ojos y pienso, otra vez, en todo lo que nos está pasando y en lo mucho
que me ha cambiado la vida en un año. Qué lejos quedan ya los días de zombi en la
casa del terror, o las multas que Diego me puso cuando nos conocimos… Decido que lo
mejor que puedo hacer para mantener el ánimo es pensar en las cosas bonitas que nos
han pasado, porque aunque ahora nos cueste creer en ellas han existido y siguen
estando aquí, en nuestro día a día. Un abrazo, un beso, una caricia, hacer el amor…
todo eso son cosas que todavía tenemos y no podemos perder, así que cada vez que
esté cansada, agotada o planteándome tirar la toalla acudiré a esos pensamientos y
todo irá bien.

Me despierto sobresaltada, porque Diego me zarandea de mala manera y tengo


la sensación de que solo he dormido cinco minutos.

—Despierta, Julieta, han llamado de tu empresa de seguridad. Han entrado a


robar en la tienda.

Abro los ojos de inmediato y lo miro con seriedad esperando que esté de broma,
pero Diego parece alterado y se viste a toda prisa mientras me mira muy serio.

—¿Mi tienda….? —Miro el reloj de la mesita de noche y frunzo el ceño— pero si


solo son las seis de la mañana.

—Han entrado esta madrugada. Venga pequeña, sal de la cama y vístete. Iremos
a ver qué se han llevado.

Asiento, pero la verdad es que desde que Diego me da la noticia mi visión se


vuelve borrosa, casi

diría que distorsionada y no consigo centrar mi atención en nada que no sean


mis ganas de ver cómo está mi tienda.

Cuando llegamos me encuentro con que Paco ya está hablando con los dos
policías que han asistido después de que los llamáramos.

—Eran cuatro y ya estuvieron aquí esta tarde. —Oigo que dice—. Me fijé en ellos
porque estuvieron molestando a Campofrío, el perro del barrio.

—¿Podría describirlos?

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—Sí, claro.

Paco no ha hecho más que nombrar las primeras características de los ladrones
cuando confirmo mis sospechas: han sido los amigos de Marco y me encantaría
reaccionar de alguna forma, pero es que cuando pongo un pie en mi tienda y veo los
ojos de cristal rotos en el suelo, las estanterías hechas añicos y la sangre falsa
derramada, entre otras cosas, el mundo se me cae encima, porque aquí están puestas
todas mis jodidas ilusiones y todo mi jodido dinero. He invertido en este negocio hasta
mi alma y se han cargado un montón de cosas que va a costarme reponer de
inmediato. Y no se trata solo del dinero, no, es que siento rabia e ira hacia Marco por
haberlos traído a conocer mi negocio. Sé que no es racional, pero en este momento es
como si él les hubiese dado vía libre para hacerme todo este daño. Noto una mano en
mi hombro y cuando me giro veo a Diego mirándome con evidente preocupación.

—¿Estás bien?

—No —digo antes de dejar caer un par de lágrimas y es con esta la segunda vez
que me ve llorar en un año y pico—. No Diego, no estoy bien. Estoy cansada, agobiada
y… y mira esto. —El labio me tiembla y cojo aire con fuerza—. No me merezco nada de
esto.

Diego me abraza y yo reúno todas mis fuerzas para no echarme a llorar como
una niña pequeña, porque no quiero parecer débil, aunque me sienta así, pero sobre
todo porque llorar no solucionará nada.

Mis lágrimas no harán que mis preciosos ojos de cristal se recompongan y desde
luego no limpiarán la sangre falsa del suelo. No me ayudarán en nada pero hoy, solo
hoy, me encantaría meterme en un agujero y llorar a moco tendido. Revolcarme en la
autocompasión y hasta montar un drama que desde fuera seguro que se vería ridículo.

Al final y para poder soportarlo me separo de Diego, palmeo su costado y de


alguna jodida manera consigo sonreír.

—Tú un trapo y yo otro. Si eres un niño bueno y quitas toda esta sangre de aquí,
buscaré la forma de compensarte.

—Julieta…

—Venga, empieza tú mientras yo hablo con la poli, aunque ya sabemos quiénes


han sido, ¿verdad? —

Diego asiente y hace una mueca de rabia—. Ahora vuelvo.

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Las horas que pasan son lentísimas, mi familia se presenta avisada por Paco,
igual que el resto de Sin Mar. Mi hermana Amelia me da un relajante pero estoy tan
tensa que no sé si funcionará y cuando quiero darme cuenta hasta Lerdisusi ha llegado
y me mira con una sonrisita satánica, porque estoy convencida de que esa tía es la hija
de Lucifer. Verla reírse en silencio de mi desgracia es más de lo que puedo soportar
ahora mismo así que cierro y le pido a Diego que vayamos al piso. Quiero meterme en
su cama, dejarme rodear por sus brazos y dormir el día entero para olvidar que mi
vida está hecha un completo desastre. Mi novio acepta de inmediato y en cuanto
entramos en el piso y veo a Marco tirado en el sofá, bebiendo café instantáneo y
viendo la tele siento cómo me consume el agotamiento y la ira.

Curiosa mezcla.

—Dile a tus amigos que espero que al menos lo hayan pasado bien.

Camino hacia el dormitorio e ignoro la cara de incertidumbre de Marco. Seguro


que Diego le cuenta

lo ocurrido y de verdad que yo hoy no tengo más fuerzas ni ganas de


enfrentarme al niñato de las narices.

Por mí, como si echan la casa abajo a base de gritos. Me meto en la cama y dejo
que el calmante que me ha dado Amelia haga su trabajo llevándome hacia los brazos
de Morfeo.

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41

Diego
Cuando la puerta de mi dormitorio se cierra miro a Marco, que a su vez me mira
como si no tuviera ni idea de lo que pasa. Es curioso, pero ya ni siquiera me quedan
ganas de discutir con él.

—¿Qué pasa ahora? —pregunta con impaciencia.

—Pregúntale a tus amigos.

—¿Cómo?

Suspiro, pero no por frustración, sino por cansancio. Solo quiero acabar con esto
e irme con Julieta, aunque con el calmante que le ha dado Amelia ya debe estar
dormida, o eso espero, porque no sé cómo coño enfrentarme a ella ahora, cuando se
me cae la cara de vergüenza por lo que ha hecho mi sobrino y porque siento, aunque
sea un poco tonto, que parte de la culpa es mía. El simple hecho de estar conmigo
parece traerle problemas siempre o casi siempre y empiezo a sentir que esto se me va
de las manos.

Bueno, no, eso lo siento desde hace mucho; ahora ya tengo la certeza de que no
controlo nada.

—Tus amigos han robado en la tienda de Julieta —le digo a Marco, que sigue
esperando una respuesta—. Han destrozado un montón de artículos de bastante valor
si se hace la suma. También han roto la puerta y dos baldas de cristal, entre otras
cosas.

—¿Qué…? No puede ser.

A favor de Marco diré que parece sorprendido de verdad, pero teniendo en


cuenta que esta misma tarde ha llevado a sus amigotes a Sin Mar, en concreto a la
tienda y sumando además que todos en mayor o menor medida estaban bebidos, los
problemas iban a llegar y Marco no es tonto, así que debió suponerlo.

—Felicidades —le digo—. Si querías joderme a base de bien estás


consiguiéndolo. No sé con exactitud cuál ha sido mi gran pecado o por qué, según tú,
merezco todas las putadas que me haces día y noche. No me faltas el respeto solo a mí,

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sino a Julieta, a Nate y a esta casa. Te lo doy todo y no contento con tirármelo a la cara,
te empeñas en hacerme sufrir. Supongo que piensas que yo tengo que pagar por la
vida de mierda que te ha dado tu madre, pero déjame decirte que me parece bastante
injusto, teniendo en cuenta que yo era un niño cuando mi hermano murió y que yo
también me he perdido un sobrino y he cargado con la pena de saber que mi hermano
dejó en el mundo un pedacito suyo y ni siquiera lo conoció.

He tragado con todo porque de alguna forma has conseguido hacerme sentir
culpable, no sé todavía de qué, pero no voy puedo callarme ahora que has hecho sufrir
a Julieta. Si querías joderme en lo más hondo, dar el golpe final y clavarme la daga
donde más me doliera, enhorabuena, de verdad, porque te ha salido redondo, pero
piensa que por el camino la has jodido a ella y creo que hasta tú podrás ver que no se
lo merece. Eso si consigues dejar de ser un energúmeno en algún momento, claro.
Buenas noches.

Salgo del salón y entro en el dormitorio sin darle tiempo a replicar, porque no
voy a hacer de esto una discusión. Él ha hecho su parte, está consiguiendo sus metas,
se lo he hecho saber, pero tampoco voy a dejarle regodearse en mi cara. Me tumbo en
la cama y abrazo a Julieta, que está tan sumida en su sueño que ni siquiera me
responde al abrazo como suele hacer. Huelo su pelo y sonrío, porque aunque el día
haya sido una mierda ella huele a regaliz y me acuerdo del día que se presentó en casa
con una colonia de mi golosina favorita porque había pasado por una perfumería, la
había visto y no había podido contenerse. Desde ese día se la pone a cada rato y me
recuerda que ella es más comestible que cualquier chuchería del mundo.

Recuerdo a la Julieta de hace un año, a la que no se contenía lo más mínimo


cuando algo le sentaba mal. Rememoro la nochebuena pasada y el mando que me tiró
directo a la cabeza; suerte que tenga una

puntería de mierda, pero ella lo intentó. Es en momentos así cuando me doy


cuenta de cuánto me quiere, porque Marco se ha merecido muchos lanzamientos de
mandos, pero ella se mantiene firme, serena y paciente como yo no pensé verla nunca.
Lo hace por mí, lo sé, porque no quiere crearme más problemas con él, pero también
porque ella cree que Marco solo necesita tiempo… Yo empiezo a dudar de eso, la
verdad. O no tanto de eso, como de que él vaya a mejorar alguna vez, porque no se le
ve predisposición para cambiar. Si quisiera intentarlo aceptaría ir al psicólogo, hablar
conmigo en confianza y contarme qué hace que se comporte así, o incluso dejar que
Amelia lo guie un poco y le hable con la serenidad que solo ella tiene. Pero no, Marco
prefiere seguir bebiendo, saliendo por ahí con gente que no le conviene o jodiéndome
la vida de alguna otra forma. Por un momento hasta pienso que me hace esto para
castigarme por lo de Erin, porque sé que está sufriendo mucho su marcha, pero es que
si no se abre y me explica qué le ocurre exactamente no puedo hacer nada. Intentar

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hablar con él es como intentar que un león se haga vegetariano y si soy sincero, ya
estoy cansado. Lo he intentado, de verdad que he procurado darle cariño en silencio,
aunque fuera en forma de dinero, porque de otra manera no me deja llegar a él, pero
nada ha funcionado. Ni la amabilidad contenida, ni la paciencia, ni siquiera el dinero,
porque sigue pareciendo infeliz y enfadado con todos el noventa por ciento del
tiempo. Y ahora, encima, cargo con la culpabilidad que me provoca pensar que ojalá no
lo hubiera conocido. Mientras estaba en la tienda mirando el destrozo y la cara de
Julieta he deseado no haber conocido a mi sobrino; he deseado que no hubiese
aparecido nunca, aun sabiendo lo que eso habría acarreado para él. Y me siento como
una mierda, pero por otro lado me doy un respiro y creo que es normal que haya
llegado al punto de pensarlo. Me imagino que incluso los padres se cansan en
momentos puntuales de sus hijos, aunque no lo digan. Y digo que me lo imagino
porque no he oído a nadie decirlo, pero claro, no es plato de buen gusto llegar a
sentirse así, aunque sea solo por unos segundos. Lo que está claro es que yo no soy el
padre de Marco, sino su tío, aunque para él ni eso. Para él no soy más que una cartera
andante, su billete para salir del barrio en el que estaba, o más bien de su casa, porque
del barrio no tengo claro que quiera salir. Si así fuera, dejaría esas amistades y se
dejaría ayudar, pero no…

No sé en qué momento de la madrugada mi mente me ofrece un respiro, pero


cuando por fin caigo rendido duermo lo que me parecen… diez minutos, porque el
despertador suena, yo tengo una jaqueca importante y me arrepiento de no haber
llamado al trabajo para pedir el día libre. El problema es que a este ritmo van a darme
un toque de atención, porque cada vez rindo menos y eso en un trabajo como el mío es
inconcebible. De hecho, hasta Julieta me ha avisado de que se aprecia a simple vista lo
cansado que estoy y eso no es bueno, pero no sé cómo hacer todo esto de una mejor
manera. Quiero que ella sea feliz y cada vez más se me mete en la cabeza y en el
corazón la idea de que a mi lado no lo será, o por lo menos no ahora. Ella necesita a
alguien que inspire esa personalidad tan arrolladora que tiene y no a alguien que le
ofrezca sacos y sacos de problemas sin resolver. Me acuerdo de mi relación con
Susana y de lo distinto que era todo, porque a mí no me importaba si ella se
preocupaba por mí o no. No me entiendas mal, lo agradecía, pero no me paraba a
pensar que me sabía mal que ella se preocupara por si trabajaba demasiado, por
ejemplo. Es cierto que en aquel momento no tenía todos estos problemas, pero sí tenía
dos trabajos que me absorbían por completo y ella lejos de entender que era necesario
que diera el cien por cien en cada uno de ellos, se ponía de morros cuando no podía
acompañarla unos días de vacaciones o cogerme una noche libre sin dar explicaciones.
Claro que, ¿qué demonios hago comparando a Lerdisusi con Julieta? Es como
comparar una mierda empapelada con un helado de chocolate.

El caso es que estoy llegando al punto de replantearme mi relación por el bien de


Julieta. No puedo renunciar a Marco, eso está claro, porque por más que me joda es mi

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sobrino y aunque me rechace y me amargue la vida tengo que conseguir que no acabe
de mierda hasta el cuello o muerto un día de estos. Yo tengo esa responsabilidad por
sangre y por elección, sin embargo Julieta puede encontrar a alguien que

no le joda la vida a estos niveles. Tiene veintinueve años, es muy joven y habría
un millón de tíos dispuestos a estar con ella, aunque la sola idea me ponga enfermo
hasta el punto de querer vomitar.

—¿Qué ocurre? —pregunta ella somnolienta sobre mi pecho—. Es como dormir


sobre una lápida.

—Buenos días… —susurro besando su frente—. Tengo que ir a trabajar y no me


apetece, solo eso.

—Míralo bien, tú no tienes que recomponer tu negocio.

Hago una mueca que no ve porque sigue con los ojos cerrados, beso sus labios y
la despego de mi cuerpo dejándola descansar en el colchón.

—Tómatelo con calma, ¿vale? Esta tarde te ayudaré en todo lo que necesites.

Julieta asiente, yo me voy a la ducha, me tomo un café bien cargado y antes de


salir voy a darle un beso y despedirme pensando que estará dormida, pero está
sentada en el borde del colchón y mira al suelo como si esperase encontrar todas las
respuestas necesarias en él.

—Pequeña bruja… —digo con cariño, intentando hacerla sonreír, pero cuando
alza la cara y veo sus ojos aguados mi corazón se parte un poco. Me acerco y me
acuclillo frente a ella—. Todo estará bien.

—Lo sé, lo sé. Es solo que me da pereza arreglarlo todo de nuevo. Ya sabes que
limpiar y organizar cosas no es lo mío. —Sonríe pero se le hace imposible disimular
que se siente fatal—. Ve a trabajar, salva el mundo un poco y luego ven conmigo y
dame un montón de mimos, ¿vale?.

—Eso está hecho. Si quieres, hasta puedo vestirme de poli esta noche para ti.

—¿Con el traje antidisturbios?

—Lo traeré a casa si te quedas aquí esta noche.

Julieta sonríe un poco, asiente y yo la beso porque más de esto no puedo hacer
por el momento. Me marcho a trabajar y me paso el día pensando en las formas que
tengo de hacer que esto funcione, pero a eso de las doce me llama mi padre para

374
decirme que Marco no ha aparecido aún por el restaurante y tenía que haber ido sobre
las diez. Cierro los ojos, cuento a diez, y luego a veinte, y luego a treinta, y cuando creo
que puedo hablar sin romper el teléfono de tanto apretarlo le digo que no se preocupe,
que en cuanto salga lo encontraré e irá toda la tarde y se quedará en el turno de las
cenas. Mi padre no me cree, lo sé aunque esté al teléfono y la verdad es que hace bien,
porque ni siquiera yo me creo que vaya a encontrarlo y convencerlo de que vaya y
cumpla con su única responsabilidad.

Cuando mi turno acaba me meto en mi coche y marco el número de Marco con la


certeza de que no me lo va a coger pero, para mi sorpresa, contesta al segundo tono.

—Estoy en casa y voy para el restaurante.

—Tenías que haber ido de mañana.

—Lo sé, lo sé, pero voy ya.

—Bien. —Cuelgo y tiro el teléfono en el sillón del copiloto soltando un suspiro.


Es curioso como un gesto tan simple como suspirar se hace indispensable para seguir
tirando en los días largos más de una vez.

Conduzco hasta Sin Mar, cojo algo de comida en el bar de Paco y cuando salgo
acaricio y saludo a Campofrío, que está al lado de la señora Conchi, esperando a ver si
le cae algo del postre de esta. Entro en la tienda y me doy cuenta de que gran parte del
trabajo ya está hecho. Las baldas han sido repuestas por otras iguales, todo está limpio
y el único indicio de robo que se ve es la puerta, que sigue rota.

—¿Has traído algo rico para comer? —me pregunta ella saliendo de detrás del
mostrador.

—Carne en salsa y tarta de queso de postre.

—Paco es un genio con la comida y tú otro por traerla. —Se alza de puntillas
para que la bese y lo hago encantado—. ¿Cómo fue la mañana?

—Bien, bien. ¿Y la tuya?

—Bien también. Alex ha estado ayudándome y me ha comprado dos baldas


nuevas de cristal,

igualitas a las otras.

—Sí, me he fijado. ¿Pero tú estás bien?

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Julieta sonríe, pero porque yo creo que Julieta sería capaz de sonreír en medio de
un tsunami. Me jura y me perjura que está muy bien y que ayer se llevó el susto pero
hoy ya piensa que no hay mal que por bien no venga y así pone una puerta blindada
esta vez, aunque sé que no tiene dinero para pagarla.

—Deja que la pague Marco —le digo—. Lo hará con su sueldo.

—No Diego —contesta muy seria—. No voy a tener otra pelea para que pague
algo que no ha hecho él.

—Lo han hecho sus amigos, es casi lo mismo. Quizá así aprenda a no juntarse
con ellos.

—Marco no aprenderá nunca —dice con una sonrisa resignada— y


sinceramente, no quiero enfrentarme a él otra vez. Ahora mismo no.

—Pequeña…

—Es tu sobrino y lo acepto, pero al menos por unos días permíteme evitarlo,
Diego. Solo te pido que me dejes esquivarlo lo máximo posible. Si me encuentro con él
le saludaré porque tengo educación, pero nada más, al menos ahora mismo.

Asiento, porque no puedo negarle eso y de hecho entiendo que se sienta así. La
beso de nuevo para dejarle claro que estoy aquí con ella y que la apoyo en lo que
necesite y quiera hacer. Me quedo a su lado toda la tarde después de avisar a mi padre
de que no iré al restaurante y por la noche, cuando volvemos al piso, no dudo en
ponerme el disfraz de poli, ese de antidisturbios que tanto le gusta a Julieta y jugar con
ella a eso del poli perverso y la delincuente descarada. Cuando caemos rendidos y
sudados en la cama la miro y me deleito en sus labios rojos, en su respiración agitada
y en sus ojos cerrados. Está preciosa, pero no es ninguna novedad, porque Julieta
estaría preciosa hasta vestida de vagabunda.

—Te quiero —le susurro cuando la agitación me lo permite.

Ella me mira, sonríe y yo me deshielo del todo.

—Te quiero —dice antes de besar mi nariz y volver a mirar al techo—. Esta
noche sí que voy a dormir bien. Eres más efectivo que el mejor calmante del mundo.

Sonrío, la abrazo y dejo que se duerma mientras la miro y pienso que no está
siendo ella misma. No por esas palabras que sí son sinceras, sino por su actitud. Está
tensa, contenida y es probable que finja una felicidad que no siente. ¿Cómo va a
sentirla si he visto la suma de los gastos a los que asciende lo robado y roto en la

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tienda y sé que no tiene el dinero? Si se lo ofrezco yo se ofenderá y me dirá que no
tengo que pagar por cada cagada de Marco y sus amigos, seguro, pero la otra opción es
pedir dinero a sus hermanos o su padre y, aunque sé que todos ellos se lo prestarían
encantados, para ella supone otro fracaso. Puede no parecerlo pero a Julieta le pica un
poco eso de que todos tengan sus carreras y sus ingresos fijos y ella siga
consolidándose en lo suyo. Estoy amargándole la vida a base de bien y cuando me doy
cuenta de que estoy volviendo al punto de anoche y es probable que acabe pasando
otra noche en blanco decido tomarme una de esas pastillas para dormir que usa Nate
a veces, cuando los turnos en el hospital le trastocan tanto que se le hace imposible
conciliar el sueño. Por suerte está en el salón viendo una película.

—Ey, ¿todo bien? —me pregunta.

—Sí, venía a ver si me prestabas una de esas pastillas para dormir.

Mi amigo se levanta de inmediato asintiendo, va a la cocina y vuelve con la


capsula. Me la ofrece junto a un botellín de agua que hay en la mesita y vuelve a
sentarse.

—¿Quieres hablar de algo mientras te hace efecto? —pregunta al ver que no me


muevo del sitio después de tomarla.

Dudo poco, la verdad, porque Nate es uno de mis mejores amigos junto a Einar y
sé que sus consejos

siempre son acertados, así que me siento en el sillón que hay al lado del sofá y
hablo.

—No sé si debería dejar a Julieta…

377
42

Estoy justo en la entrada del salón, un poco atrás donde ni Diego ni Nate pueden
verme. No quería espiar, lo juro, pero se ve que tengo un sexto sentido para pillar a los
hermanos Corleone en declaraciones importantes. Claro que una cosa fue escuchar a
Erin y Marco y otra oír a mi novio decir que no sabe si debe dejarme. Para no faltar a
la verdad podría decir que mi primera reacción ha sido la de dar un paso atrás y
meterme en el dormitorio, donde con un poco de suerte conseguiré olvidar esa frase,
pero dos segundos después me he dado cuenta de que eso es imposible. Odio con
todas mis fuerzas los momentos que te cambian la vida en apenas unos segundos. Un
momento estás tranquila y al siguiente tu vida se ha puesto patas arriba y el corazón
te late a más no poder por una razón deprimente.

¿Diego me quiere dejar? Es tan sorprendente, tan angustiante, tan, tan, tan…
¡Diego no puede dejarme! ¿Quién se cree que es? Aquí si alguien tiene que dejar al otro
seré yo, que además soy la que ha salido jodida de rebote por las acciones de Marco y
sus amigos. Me apoyo en la pared y me concentro en el silencio del salón con el
corazón a mil por hora, esperando la respuesta de Nate, porque ya cuando yo estaba
con Einar y este preguntó a sus amigos si debería irse a Estados Unidos Nate le dijo
que sí, sin vacilar y sin pararse a pensar que estaba conmigo. Lo entiendo, porque yo
misma animé a Einar a irse, pero era distinto porque yo a él no lo quería como se debe
querer a un hombre con el que estás, como yo quiero a Diego, sin ir más lejos. Si ahora
le aconseja al poli dejarme yo… yo no sé qué hacer. No diré que voy a morir de
desamor, porque de eso no se muere por negro que se ponga el panorama, pero desde
luego me jode la vida a base de bien una temporada. De desamor no se muere, estoy
segura, tan segura como de que hay amores que no se olvidan. Y si soy sincera, no sé
qué es peor, si saber que uno no muere de eso, o tener la certeza de que no morir no
significa no pasar el resto de tus días con el sentimiento de vacío enquistado en tu
interior. Y sé de lo que hablo, porque veo a mi padre enamorado de Sara, feliz, pero sé
que en su interior sigue habiendo un hueco que nunca se llenará y que pertenecerá
siempre a mi madre y sé, porque lo sé, que Sara se sentirá igual respecto a su difunto
marido. Hay más amores, más hombres, más relaciones… pero yo jamás olvidaré a
Diego y saberlo me produce tal desasosiego que estoy a punto de salir al salón y
suplicar como una imbécil. Me contengo porque soy una mujer lista, pero me cuesta lo
mío. Cuando por fin hablan de nuevo mi mente ha pensado en tantas cosas que tengo
la garganta cerrada por el miedo y la ansiedad.

—¿A qué viene eso, Diego?

Eso, eso. ¿A qué cojones viene eso? pienso yo.

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—Bueno, ¿te parece poco todo lo que ha pasado desde que Marco apareció en mi
vida? Los únicos días tranquilos que hemos tenido han sido los de Italia y a veces me
parece que fueron hace siglos, cuando en realidad no es así. Me siento viejo, Nate, me
siento cansado, hastiado y deprimido. Ya no sé cómo manejar todo esto porque he
fracasado en lo que más quería, que era proteger a Julieta de los ataques de Marco.

—Han sido sus amigos, Diego, no él.

—Estuvo allí con ellos aquella misma tarde, Nate. Puede que Marco no les haya
dicho que roben, pero llevándolos allí bebidos debió imaginar que no pasaría nada
bueno. Es listo, aunque parezca gilipollas.

—¿Y la solución, según tú, es dejar a Julieta, joderte aún más y que Marco gane?

—Aquí no hay ganadores —dice Diego—. Aquí todos estamos jodidos. Lo único
que puedo hacer es evitarle más malos ratos a Julieta.

—¿Dejarla no es un mal rato en sí? El peor de todos, creo.

Estoy de acuerdo con Nate, pero es que no reconozco la voz de este Diego
derrotado y pesimista. Mi poli es positivo, serio pero con la cabeza sobre los hombros
y dispuesto a dar con una solución siempre.

Tiene una paciencia de santo y no está en su naturaleza darse por vencido. ¿Y


ahora quiere alejarme? Más que un intento de protegerme, me da la sensación de que
me aparta para tener una sola cosa de la que ocuparse, o sea, Marco.

Lo sé, sé que es retorcido pensarlo, pero es que tampoco podría culparlo si fuera
así. Marco se merece a alguien que pueda poner todos los sentidos en él y Diego sabe
que mientras yo esté en la ecuación tiene que repartirse. Si sumas que yo le dijera que
prefiero evitar al chico unos días… bueno, es probable que eso le haya hecho pensar
que lo mejor, en realidad, es separarnos del todo y para eso la solución pasa por
dejarme. Es retorcido, ¿eh? Luego dicen que la complicada soy yo.

—Lo superaría —contesta Diego a Nate—. Tengo una carga muy pesada y que no
acabará en unos

días, tío. Marco ha llegado para quedarse porque si quisiera irse ya lo habría
hecho. ¿Qué hago? ¿Seguir fingiendo que estamos equilibrados? Es obvio que no.
Quizá en un futuro el chico se canse de hacerme la vida imposible y entonces…

—Y entonces ella ya no estará. ¿O pretendes que te espere mientras tú metes en


vereda a Marco?

379
—No, supongo que no. Pero es que Nate… —Se queda en silencio y cuando habla
el vello se me eriza un poco—. Yo no sé si puedo soportar la intensidad de Marco y
sumar la de Julieta. Tengo la sensación de estar entre dos bombas que van a
contrarreloj y estallarán en cualquier momento. Quiero a Julieta, la adoro, pero no sé
si podemos conseguir un equilibrio los tres para siempre. No sé si podemos ser una
familia cuando él tiene esa personalidad explosiva y ella es demasiado… es
demasiado… es Julieta.

—Julieta es mucha Julieta, desde luego —dice Nate riendo un poco.

No puedo seguir escuchando más, porque esta última parte me ha indignado


bastante. ¿Qué quiere decir «Julieta es demasiado»? ¿Y esa risita de Nate? No me ha
gustado nada y me ha gustado todavía menos que mi novio sienta que tiene que
protegerse de mí cuando en teoría yo estalle. Que no estoy muy centrada, lo sé, y que
hago cosas de difícil explicación también, pero hombre, un poquito de por favor, que
me falta ponerme delante el Sor en estos días para ser una santa del todo. Aguanto al
niñato de las narices, intento animar a Diego, se cargan parte de mi negocio y encima
resulta que yo soy demasiado.

¡Pues a la mierda que se pueden ir los tres!

Intento serenarme, de verdad que sí, pero es que creo que escuchar esa
conversación ha sido el detonante para que todo acabara de estallar dentro de mí.
Curioso que justo esté haciendo lo que dice Diego, pero oye, si tengo que darle la
razón, mejor lo hago a lo grande, como lo hago yo todo, así que en cuanto vuelve al
dormitorio lo encaro y antes de que él me dé el palo definitivo me lanzo a la yugular,
porque no ha nacido todavía el hombre que me parta el corazón dejándome con cara
de tonta. Me estoy haciendo mierda, sí, pero ya lloraré cuando llegue a mi casa. Ahora
tengo que ganar la partida al poli.

—¿No duermes?

—En realidad no —digo—. Estoy bastante incómoda y me voy a casa.

—¿Ahora?

—Sí, ahora. ¿Puedes pedirme un taxi?

—Pequeña, ¿qué ocurre?

—No me llames así.

380
Su gesto es serio, sé que está confundido y que no me entiende, pero eso es
porque viene con las ideas claras. Es probable que ya hasta haya hablado con Nate
cuál es la mejor forma de dejarme. No puedo con esto. Siento que cientos de enanitos
trabajan dentro de mí dando martillazos en cada una de mis emociones, haciéndome
papilla mientras yo intento recomponerme a toda prisa. Va a dejarme, va a

dejarme y encima tendré que soportar su lástima porque, como siempre, he sido
demasiado para él.

Demasiado para todo el mundo, así soy yo. Julieta León, la «demasiado», así me
tendrían que apodar.

—Mira, Diego —digo fruto de la desesperación que empiezo a sentir—. Yo no


estoy segura de poder con todo esto.

—¿Qué? —pregunta con cara de estar bastante sorprendido—. Pero…

—No puedo dormir aquí sabiendo que Marco vuelve a estar fuera porque no
dejo de pensar que va a cargarse mi tienda otra vez, o que igual les da por tirar huevos
a la casa de mis padres. Yo no… yo no sé si puedo seguir con esto.

Su gesto es tan serio que estoy a punto de confesar que lo he escuchado, si es que
no lo sospecha ya.

Ya sabes eso que dicen de que la policía no es tonta y te aseguro que Diego de
tonto no tiene ni un pelo y no sé si es porque él también quiere dejarme, porque le ha
pillado de sorpresa o porque no ve tan descabellado que yo lo deje, pero el caso es que
cuando frunce los labios sé que me ha creído. Y ahora es cuando creo que me estoy
volviendo loca, porque que me crea con tanta facilidad me duele todavía más. ¿Tan
poca fe tiene en mí? ¿Tan poco piensa que le quiero?

—Julieta, ¿me estás dejando?

La pregunta cala en mis pulmones vaciándolos e impidiéndome llenarlos de aire


nuevo. Me estoy asfixiando, siento que el peso del mundo se cae sobre mí y él ni
siquiera se da cuenta. Estoy a nada de decirle que no, que es broma y que no le dejaré
nunca, pero entonces los recuerdos de todo lo pasado este tiempo atrás me atacan y
desestabilizan. De un fogonazo recuerdo las primeras multas, las puyas, los juegos de
palabras y hasta los insultos. De uno más, me vienen a la mente las primeras dudas
que sentí estando todavía con Einar, cuando lo miraba y me deshacía aunque no
quisiera. Tercer fogonazo y nuestro primer beso, y la primera vez que sus manos
tocaron mi cuerpo y el suyo desnudo se adueñó de mí y se entregó en la misma
medida. El cuarto y siento la plenitud cuando me dijo que me quería en aquel juego

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estúpido de contar a tres para hacerlo a la vez. El quinto trae de la mano los calcetines
de colores y disparejos, los regalices en chuches, pasteles y colonias y las cervezas
acompañadas de helado de kinder en el sofá mientras mirábamos chorradas en el
móvil o reíamos sin más. Me mareo un poco cuando el resto de imágenes y recuerdos
llegan y me imagino a esos puñeteros enanos trabajando a destajo para hacerme
mierda por dentro: mensajes subidos de tono y románticos; tatuajes excéntricos;
besos en la ducha, en el sofá, en la cama, en el suelo o sobre la encimera de la cocina;
masajes interrumpidos por el sexo más delicioso; disfraces de la tienda; comidas en el
restaurante con su familia… Hay tantas cosas que no sucederán más, como si no
hubiesen existido, como si solo hubiesen sido parte de un sueño precioso y largo. Al
menos era un sueño hasta que Marco llegó y todo viró poco a poco haciendo que
pareciera una pesadilla. Aquí los fogonazos también vienen, no creas, y son dolorosos
de menos a más: las malas contestaciones, la desobediencia, los insultos, las malas
compañías, las borderías y en medio, Erin, demostrándome que Marco no siempre es
un capullo. La marcha que lo volvió aún peor, las borracheras, los portazos, los
desaires, las malas caras, las faltas de respeto y por último la imagen de Marco y sus
amigos en mi tienda. El robo, encontrar mi sueño hecho pedazos de manera casi
literal. El dinero que voy a tener que pedir a mi familia admitiendo, otra vez, que no
soy capaz de mantenerme a flote yo solita. Y por último, como si fuese el golpe de
gracia, la conversación de Diego y Nate.

No sé si existen mujeres que puedan soportar todo esto, me imagino que sí y que
en el fondo yo solo demuestro que soy débil, porque he intentado estar en las malas,
pero no voy a pasar por la humillación de ser la dejada. No quiero ser la pobrecita, ni
la mujer a la que hay consolar tras una ruptura porque estoy destrozada. No, nunca he
sido de ponerme a llorar en medio de la calle para que la gente me vea y no voy a
empezar hoy. He perdido muchas cosas desde que Marco llegó a nuestras vidas, pero
es Diego el que pretende robarme la poca dignidad que me queda, porque es lo que
hará en cuanto me ponga como

excusa que soy demasiado y eso no puedo permitirlo.

—Sí, supongo que sí —digo al final respondiendo a su pregunta—. Mira, no es


por ti… —Diego eleva las cejas y reconozco que la frase no ha sido la más acertada—.
Es por todo. Me supera todo esto, Diego, no lo puedo evitar.

—¿Qué ha sido de eso de luchar juntos? ¿De practicar para cuando tuviéramos
nuestros hijos?

Me mojo los labios porque quiero gritarle que yo pienso lo mismo. ¿Qué ha sido
de eso? ¿Por qué ahora soy demasiado? ¿Por qué ya no está dispuesto a vivir todo eso

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conmigo? ¿Y cómo tiene la cara de fingir que todo esto le duele cuando estaba
dispuesto a dar el primer paso?

—Creo que lo mejor es que los dos pongamos de nuestra parte para que sea lo
más fácil posible. No quiero que acabemos a malas. Yo te he querido mucho.

—¿Me has querido? ¿En pasado? —Diego me mira con fijeza y niega—. Todavía
me quieres.

—Sí —admito, porque no puedo mentir hasta en eso. Sería faltarme el respeto a
mí misma para empezar—. Sí, te quiero.

—Y aun así, te vas… —Asiento, porque sé que si hablo se me van a caer dos
lagrimones que van a echar por alto todo mi argumento—. Sé que Marco te ha hecho
mucho daño y no sabes cómo me gustaría compensarte, pero…

—No pasa nada —digo de inmediato—. Basta con que arregléis vuestras cosas.

Diego resopla y mira al suelo mientras yo centro mi mirada en el techo y me


concentro en no llorar.

Todavía no, todavía no puedo hacerlo. Cuando llegue a mi casa podré soltarme y
berrear hasta secarme si me da la gana, pero ahora tengo que ser fuerte. Sobre todo
porque una vez que he dicho las palabras todo parece… correcto, aunque doloroso.
Marco no va a parar hasta poder con nosotros, eso está claro y Diego no se merece
sufrir más. Él tiene que centrarse en el chico, en intentar sacarlo adelante y hacer de él
un hombre hecho y derecho aunque ahora parezca imposible. Yo soy un obstáculo
para Diego, una daga que le sirve a Marco para clavarla en su tío una y otra vez,
provocando tanto dolor como quiera y acertando siempre, porque estoy segura de que
Diego me quiere y me quiere mucho. Al final le he venido grande y no puedo culparlo
porque sé bien cómo soy y los defectos que tengo, igual que las virtudes.

Quizá ahora estemos peor. Es probable que nos pasemos unos días hechos
mierda, pero superaremos esto, ¿verdad? No podemos quedarnos con este dolor tan
inmenso para siempre. Como ya he dicho, quedará el vacío para siempre, pero tengo fe
en que no duela tanto como ahora… no puede doler siempre tanto, porque entonces
me consumiré y mi teoría de que nadie muere por desamor se irá a la mierda. ¡Y

mis teorías no pueden fracasar nunca!

—Julieta, yo… —Diego traga saliva, carraspea y sé que le está costando la vida no
pedirme que me quede, pero en el fondo él sabe que esto es lo mejor para todos—. Te
pediré un taxi.

383
Ahí está la confirmación… Yo me he dejado vencer por Marco, pero él también y
no le culpo, de verdad que no. Supongo que no hemos sabido ser tan fuertes como yo
esperaba. Me alegra saber que al menos no nos hemos dado cuenta con un hijo
adolescente y pienso en todos esos matrimonios con hijos del estilo de Marco que
intentan sobrevivir día a día. ¿Cómo se hace? Me imagino que en muchos casos siguen
juntos porque piensan que los hijos con un divorcio se pondrían peor, y es posible,
pero es que Diego y yo no somos un matrimonio, ni Marco es nuestro hijo. Nosotros
hemos llegado unos a la vida de otros en edad adulta, aunque Marco todavía no sea
mayor de edad. Él ha tenido una vida demasiado jodida y yo no sé luchar contra eso, ni
Diego tampoco. No sabemos hacerlo por separado y está claro que no podremos
hacerlo juntos. No quiero que él sufra más y él no quiere que Marco me utilice más, si
lo sumas a que mi personalidad le ha venido grande… Bueno, ahí tienes todas las
respuestas.

Una hora, ese es el tiempo que tardo en coger un taxi, despedirme de Nate que
está en el salón flipando un poco con eso de que me vaya en plena noche y con cara de
haber estado comiendo limones y

llegar a casa, donde procuro no encontrarme con nadie.

Me meto en la cama, me tapo con la colcha a pesar de que hace calor y ya a salvo
de testigos indeseados, dejo ir mi dolor en forma de lágrimas que en los primeros tres
minutos empapan la funda de la almohada.

¿Sabes eso que he repetido hasta el infinito de que nadie muere de desamor?
Bueno, apuntalo en la lista de cosas que he dicho sin tener una mínima idea de cómo
se pasa en realidad con un desamor. Me quemo, me desintegro, me hago tan pequeñita
que dudo que pueda volver a ser yo alguna vez. Me estoy muriendo, y ni siquiera sé
qué demonios hacer para evitar estar así, porque todo lo que me apetece es dejarme
arrastrar por las lágrimas que estoy derramando.

384
43

Diego
Nate entra en mi dormitorio y me encuentra sentado en la cama mirando al
vacío. No sé cuánto tiempo hace que Julieta se fue, ni cómo he conseguido mover mis
piernas, caminar y sentarme, pero aquí estoy, intentando asimilar que al final yo tenía
razón y todo esto era demasiado para ella. Y parecerá tonto, pero he pensado varias
veces que ojalá hubiésemos discutido, o que me encantaría que nuestra relación fuese
una mierda y se rompiera porque ninguno de los dos quiere seguir soportando al otro.
Pero no, no ha pasado nada de eso. Nosotros juntos somos geniales, o al menos
solíamos serlo. Nuestro error fue pensar que podíamos con todo cuando es obvio que
no. Quizá la llegada de Marco tenga una razón de ser: demostrarnos que no somos
invencibles, aunque mi corazón se niegue a latir con normalidad a modo de protesta
cada vez que pienso en ello. No hemos podido con esto y no puedo culpar a Julieta de
abandonar y querer dejar de intentarlo, porque yo mismo estoy tentado de rendirme
y, si no lo hago, es porque sería un hijo de puta si abandonara a mi sobrino, por mucho
que me esté complicando la vida.

—Eh… ¿Cómo lo llevas? —Miro a mi amigo, que me estira una taza con una
bolsita dentro, imagino que de tila o algo relajante—. Toma un poco, anda, te sentirás
mejor.

—No estoy nervioso.

—No, pero sí en shock y, cuando reacciones, por fin, seguro que te pones
nervioso.

—Esto… Yo… —Resoplo y niego con la cabeza—. No puedo creerme que se haya
ido. Menos aún

después de todo lo que hemos hablado.

Nate asiente entendiéndome y algo en mi interior se resquebraja. Tengo la


sensación de que ciertas partes de mí irán inflándose hasta estallar en pedazos
dejándome reducido a minúsculas partículas y quedando irreparable. Hace un rato
hablando con mi amigo le contaba lo seguro que estoy de no poder enamorarme
nunca de nadie como de Julieta porque ella es… es demasiado. ¡Es Julieta! Nació junto
a tres hermanos más y ha conseguido ser única y especial. No hay otra capaz de

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ponerse ropa que desentone tanto y encima reírse, ni una mujer capaz de pintarse las
uñas de colores distintos y salir a la calle con sandalias disparejas. Puede que exista
alguna capaz de disfrazarse y perder el sentido del ridículo, pero seguro que no lo
hace con la pasión de Julieta, porque ella pone el corazón en las cosas más
inverosímiles, como elegir ojos de cristal que parezcan reales, o bolsas de sangre con
sabor a piruletas. Ella se emociona cuando encuentra disfraces originales a buen
precio o cuando la invito a repellarnos de comida y hacer el amor, sin importarle que
su pelo acabe hecho una maraña de nudos o acabemos tan pegajosos que sea
imposible dormir sin darnos una ducha y quitar las sábanas. Ella se ríe a carcajadas
cuando tropieza o se cae, cosa que sucede a menudo porque es bastante torpe. Y
además, cuando vamos por la calle y una banda callejera suena, ella aplaude, como si
estuvieran dándole un motivo para bailar en medio de la multitud, aunque el baile
tampoco sea su fuerte. No tiene mucho sentido del ritmo pero eso es lo que menos
importa, porque podría bailar un tango al ritmo de Paquito el chocolatero y yo la vería
perfecta. Ella está tan llena de vida que ahora que se ha ido, siento que una luz se ha
apagado dentro de mí y no habrá razón para encenderla nunca más. No si ella no
vuelve, y está claro que eso no va a pasar.

—Seguro que tiene arreglo —me dice Nate sacándome de mis pensamientos—.
Ahora está algo cansada de todo esto pero cuando pasen un par de días volverá.

—Venga Nate… tú conoces a Julieta casi tan bien como yo y sabes que si ha
tomado esta decisión no va a echarse atrás. —Mi amigo guarda silencio porque sabe
que tengo razón y yo me encojo de hombros

—. Supongo que ahora toca aprender a vivir sin ella y centrarme en Marco.

—¿Qué vas a decirle a él?

—Nada.

—Te va a preguntar.

—Bueno, yo le pregunto a diario por sus cosas y no contesta nunca, así que…

Nate asiente pero se sienta a mi lado en vez de irse, así que me imagino que está
meditando qué decirme. Soy una persona tranquila en apariencia pero por dentro
siempre suelo estar alterado, quizá por eso envidio la calma de Nate, porque es real y
casi se puede palpar. Puede enfrentarse a la decisión más difícil del mundo y no lo
verás perder la calma. No es frío, al contrario, es tan sereno que, sin darse cuenta, hace
que la gente quiera estar cerca de él para beneficiarse de esa relajación.

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—Creo que si hablaras con él y le explicaras hasta dónde te han traído
problemas sus acciones entendería que es hora de cambiar.

—No lo ha entendido en todo este tiempo, Nate. ¿Qué te hace pensar que ahora
lo hará? Al contrario, se alegrará de joder otro aspecto de mi vida. El más importante,
además.

—Quizá eso sea justo lo que le haga cambiar su actitud. A él le gusta Julieta. —
Bufo por respuesta y él sonríe—. Es verdad que no lo demuestra mucho, pero creo que
le gusta de verdad y le cae bien. De hecho, desde lo del robo está más callado de lo
normal.

—Es probable que eso sea porque sabe que estoy al límite y no quiere
cabrearme.

—A él nunca le ha importado cabrearte, Diego. Yo lo que creo es que se


arrepiente de haber llevado a sus amigos a la tienda de Julieta y que estos hayan
acabado jodiéndola a base de bien.

—Ya da igual, Nate. Julieta se ha largado y yo tengo que educarlo, por lo menos
hasta enero cuando cumpla dieciocho y se largue.

—Igual no se va cuando llegue a la mayoría.

—Igual para entonces uno de los dos ha aparecido en los periódicos —contesto
resuelto—. Medio año es demasiado tiempo al lado de Chucky. —Suspiro y me froto
los ojos—. Es tardísimo y esa mierda que me diste antes para dormir está haciendo su
efecto. Hablamos mañana, ¿vale?

—Claro —Nate se levanta y cuando ya está cerca de la puerta se detiene y habla


de nuevo—. Sé que ahora lo ves todo muy negro, pero Diego, no te hundas y encuentra
una solución que te haga feliz.

—Me hace feliz ella y no está aquí —susurro—. Se ha ido porque ha querido,
porque no lo aguanta más y yo no puedo pedirle que vuelva, porque aquí solo le
espera estrés, problemas y un adolescente insoportable.

—También le espera tu amor.

—Mi amor empequeñece al lado de todo lo demás. Buenas noches, Nate.

Mi amigo apaga la luz al salir y yo me tapo y procuro concentrarme en el


cansancio, en no derrumbarme y en no pensar en todo lo que echo de menos a Julieta
ya. Cuando me duermo no sueño con nada, ni siquiera con ella y aunque eso parezca

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bueno no lo es, porque al despertar me doy cuenta de que al menos en sueños podría
haberla disfrutado un poco más y, al parecer, hasta ese derecho he perdido.

El día pasa sin pena ni gloria. Trabajo de policía, trabajo en el restaurante y


vuelvo a casa cansado a nivel físico y agotado a nivel emocional. Marco está sentado
en el sofá pero paso de largo porque no me apetece una mierda verlo ni hablar con él
ahora mismo y eso que hoy ha llegado a su hora a trabajar según me ha contado mi
padre y ha estado de lo más amable. Claro, él estará encantado al ver que se ha salido
con la suya así que me imagino que su día ha sido bastante bueno, al contrario que el
mío. Me doy una ducha, me acuesto y vuelvo a levantarme sin haber soñado con ella,
lo que me deprime mucho.

Pasa un día, dos, tres y al cuarto creo que estoy a punto de volverme loco. Este
jodido dolor no va a menos, porque no dejo de pensar si ella estará sufriendo aunque
sea una cuarta parte de lo que yo, o si me echa de menos, o si coge el teléfono un
millón de veces al día para llamarme y escribirme, como hago yo.

No dejo de pensar que en cualquier momento aparecerá por casa o por el


restaurante y me dirá que está dispuesta a luchar por lo nuestro, que podemos con
Marco, que podemos con el mundo si de verdad lo intentamos. Y a veces, hasta estoy
tentado de ir a la tienda y suplicarle que vuelva conmigo, porque sé que me quiere y
podría aprovecharme de eso, ¿pero sería justo? No puedo beneficiarme de eso porque,
después de todo lo pasado, lo mínimo que puedo hacer por ella es ponérselo fácil y no
aparecer más en su vida. El quinto día, además, el rencor hace acto de presencia y me
imagino que es una fase más de la ruptura. Siento rencor hacia la situación y hacia ella,
por dejarme cuando más falta me hace, aunque una parte objetiva dentro de mí me
siga diciendo que no es justo y que ella tiene derecho a querer una vida más tranquila
y con menos problemas, pero es que me ha dolido tanto que no haya estado dispuesta
a intentarlo una vez más… ¡Y ya sé que lleva aguantado mucho! ¡Lo sé! Pero mi parte
irracional y deprimida piensa que debería habernos dado una oportunidad más. Solo
una… Luego vuelvo a la realidad, veo las cosas con perspectiva y me siento como un
cabrón egoísta por pensar así. Estoy tan bipolar últimamente que no sé cómo no he
perdido ya los nervios.

Lo que sí he perdido, desde luego, ha sido el buen humor y la capacidad de


implicarme en los problemas de Marco, claro que en honor a la vedad tengo que decir
que esta semana el chico casi parece normal y todo, porque apenas ha salido un par de
ratos y al volver no olía a alcohol, ni a tabaco, ni traía un moratón o corte en alguna
parte del cuerpo. No en una visible, al menos. Supongo que es su forma de concederme
un respiro y me jode sentir que, en el fondo, le estoy agradecido, porque no sé hasta
qué punto puedo aguantar sus salidas de tono ahora mismo sin saltar.

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—¿Puedo pasar? —pregunta el rey de Roma desde la puerta.

—Depende. ¿Has robado, pegado o cometido algún otro delito que vaya a darme
la noche?

—No en los últimos días.

—Pasa.

Marco entra, se mete las manos en los bolsillos de los vaqueros que le compré
hace un siglo, o al menos me lo parece y carraspea.

—Nate dice que Julieta te ha dejado.

—Nate debería callarse más.

—¿Ha sido por mí?

Me quedo en silencio un segundo meditando la respuesta, porque en gran parte


sí ha sido por él, pero por otro lado…

—No —digo al final—. No del todo. Nosotros no hemos sabido ser fuertes
cuando las cosas se han complicado y ella se merece alguien que le dé más alegrías
que problemas.

—Esos problemas siempre los traigo yo, ¿no?

—Sí, eso sí. —Me encojo de hombros—. Pero es lo que querías, ¿no? Ya no me
queda una sola cosa por la que ser feliz cuando me levanto. Tengo a mis padres, tengo
dos trabajos y tengo amigos… pero nada de eso me hace feliz si ella no está y, un día,
sabrás lo que es tener algo así, pero espero que no sepas lo que es perderlo.

—¿Te crees que no lo sé? —pregunta con el ceño fruncido—. ¿Te crees que
porque tengo diecisiete años no sé lo que es que se te parta el alma en dos?

Lo miro en silencio y no sé bien si habla de Erin, aunque sospecho que sí. Sin
embargo sé que si la nombro se cerrará en banda, así que me limito a seguir hablando
sin mencionarla.

—¿Por qué llevaste a tus amigos a su tienda, Marco?

—No estaba pensando con claridad —dice—, pero te juro que no pensé que le
robarían y no era mi intención.

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—Ya, bueno, supongo que ahora ya da igual.

—Cuando has dicho que lo que yo quería era esto… No es así —Marco niega con
la cabeza—. No quería que ella te dejara. Ella no me disgusta.

—¿Quién lo diría?

—¿Puedes dejar el sarcasmo de mierda? —me quedo callado y sigue—. En


realidad yo no pretendía joderla a ella. Julieta me cae bien y me gusta.

—¿Entonces por qué te has dedicado a joderla?

—No es que me haya dedicado a joderla sin más, es que… es que ella te duele
más que nada, y yo quería que tú sufrieras.

La verdad es que he sabido siempre eso, pero oírlo ahora de sus labios con esa
serenidad hace que se me erice el vello de la nuca. ¿Y por qué me duele tanto? Joder,
es mi sobrino pero lo he conocido ahora, no tengo un vínculo con él más allá de la
sangre que nos une y en cambio, por alguna estúpida razón, me mata que admita con
tanta rotundidad que pretendía herirme. Suspiro, porque no sé qué decirle y al final el
dolor gana la partida y le digo lo único que me sale.

—Felicidades, porque como ya te dije la otra noche, lo has conseguido. Ahora


lárgate.

—Diego…

—No quiero verte, Marco. Piérdete de mi vista porque no tengo nada más que
hablar contigo.

—Pero…

—¡Que te largues, joder!

Marco sale, por fin y yo me tumbo en la cama, cierro los ojos y ruego en silencio
para que al menos esta noche pueda soñar con Julieta. La necesito tanto aunque sea en
mi subconsciente que daría todo lo que tengo por un beso en sueños. Fíjate si soy
patético. No tengo suerte y encima pasado un rato un zarandeo me despierta de malas
maneras. Abro los ojos y veo a Nate mirándome con cara de preocupación.

—Es Marco.

Por la forma en que ha dicho su nombre sé que es grave así que salgo de la cama
de un salto y lo sigo hacia la habitación de mi sobrino. El chico está en la cama

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tumbado y tiene un ojo tan hinchado que solo se ve un montón de carne morada y
ensangrentada. En la sien tiene un corte con varios puntos que imagino que ya le ha
puesto Nate y aunque sostiene una bolsa de hielo envuelta en una tela en la mano,
parece incapaz de colocársela él solo en el ojo sin desmayarse.

—¿Qué cojones…? —Me acerco a la cama y toco su frente—. Está ardiendo en


fiebre, joder.

—Es por los golpes —me dice Nate mientras alza su camiseta y me enseña los
hematomas de su torso—. Le han dado la paliza del siglo.

—Ni siquiera sabía que había salido.

—Salió de tu dormitorio a la calle y se despidió de mí de milagro, porque estaba


en el salón.

Cierro los ojos y me maldigo en silencio por haberlo echado de mi cuarto. ¿Pero
por qué tenía que irse a la calle a buscar semejante pelea? Paro el tren de mis
pensamientos cuando gruñe y parece decir mi nombre.

—Eh —le digo acuclillándome a su lado—. ¿Quién ha sido?—Marco sigue


gruñendo pero tiene el

labio hinchado y no consigo entender qué dice. Al final, tras mucho esfuerzo y
cuando consigue serenarse logro entenderle.

—Ángel.

Aprieto la mandíbula y acaricio su cabeza para que sepa que le he oído. Miro a
Nate, que está tan cabreado como yo y cojo aire porque lo que menos necesita Marco
es que nosotros desatemos nuestra furia a su lado.

—Tranquilo, ahora estás en casa y no puede hacerte nada.

Marco resopla y por un momento pienso que va a echarse a llorar, pero al final
aguanta y cierra el único ojo que puede abrir. Cuando nos aseguramos de que hemos
hecho todo lo posible por él le indico a Nate que salga del dormitorio conmigo.

—¿Tiene algo roto? —le pregunto en cuanto estamos fuera.

—No, pero ha sido una paliza de campeonato. ¿Crees que todas las veces que ha
llegado golpeado ha sido por él?

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—Puede ser. La verdad es que pensaba que se metía en peleas con gente del
barrio pero después de esto… —Resoplo y echo la cabeza hacia atrás intentando
despejarme—. Te juro que si toda esta situación sigue así acabaré asfixiándome con
todos los sentimientos que tengo atravesados en la garganta.

—¿Qué vas a hacer? Porque eres poli y es tu sobrino. Por Dios, tenemos que
hacer algo. En realidad deberíamos llevarlo al hospital y que le hagan un parte oficial
que podamos presentar en una denuncia y luego en juicio o…

—Vamos a esperar —digo interrumpiéndolo—. Yo quiero eso tanto como tú,


pero no sabemos si Marco va a querer denunciarlo.

—Tiene que hacerlo. Es lo lógico.

Me río con sequedad y chasqueo la lengua, mirando a mi amigo y pensando en lo


ingenuo que es a veces, aunque sea mayor que yo.

—En esta mierda de situación no hay nada lógico, Nate. Metete eso en la cabeza.
Si algo más puede pasar para joderme la vida, pasará. El universo la ha tomado
conmigo: así de simple.

—Cuando te pones melodramático das pena.

—¡El niño que está en esa cama golpeado brutalmente es mi sobrino! ¡Mi
sobrino, Nate! ¡El hijo de mi hermano muerto! Me pongo melodramático porque estoy
hasta las pelotas de intentar que mis padres no sufran, que él se adapte y que todo
salga medio bien cuando está claro que eso es imposible. Lo único que he conseguido
es que mis padres envejezcan a la velocidad de la luz viendo que Marco no se mete en
vereda. El chico por poco no lo cuenta esta noche en una paliza que le ha dado el chulo
de su madre, que es prostituta y todo porque yo lo eché de malas maneras de mi
habitación. Y encima, la única persona que podría hacer que me sintiera un poquito
mejor ahora mismo y podría ayudarme a pasar este trago se ha largado
abandonándome. Si me quiero poner melodramático me pongo y no tienes ningún
jodido derecho a decirme nada. ¿Estamos?

Voy hacia a la cocina y pienso en lo mucho que me gustaría dar un portazo para
descargar mi frustración, porque a Marco parece funcionarle. Luego recuerdo que él
tiene diecisiete años y yo treinta y tres y me pongo a preparar tila al tiempo que me
arrepiento de haberle hablado así a Nate. Por suerte mi amigo entra, palmea mi
espalda y me quita el cacillo de agua hirviendo de las manos mientras se encarga de
preparar las infusiones.

—Gracias —susurro y espero que entienda que no me refiero solo a este gesto.

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—Para eso están los hermanos —dice él en voz baja.

Asiento y salgo de la cocina porque todavía soy capaz de echarme a llorar y


entonces sí que me diría que soy un dramático de mierda. Estoy tan desbordado que
creo que no controlo ni una sola de mis emociones. Me siento en el sofá, cierro los ojos
y me concentro en respirar. Necesito un minuto, solo un minuto para dominarme y
encontrar, otra vez, la forma de seguir adelante.

Por desgracia, cuando el minuto pasa la rabia sigue aquí, enquistada en cada
parte de mi cuerpo, las ganas de matar a Ángel no se van y las de llamar a Julieta y
suplicarle que venga aquí y me abrace tampoco.

Y es que mi vida se ha convertido en un puto desastre.

393
44

Estoy sentada en el sofá, con el teléfono en las manos y Campofrío a mi lado. La


verdad es que debería agradecer a mi familia que me hayan dejado tenerlo todos estos
días conmigo en casa, porque de no ser por él estaría todavía más deprimida. Cierto es
que no hay color entre dormir con un peludo como él y hacerlo con mi poli, que vello
tiene el justo para ponerme todavía más, pero por lo menos no estoy sola del todo,
porque dormir con mis hermanos es imposible desde que todos lo han intentado y han
declarado a la mañana siguiente que no pueden ni pensar en meterse en una cama
conmigo otra vez. Según parece doy patadas y el detalle me deprime todavía más
porque Diego nunca me ha dicho nada y seguro que ha sido para que no me sintiera
mal. Diego era y es así de perfecto y yo estos días no paro de imaginarlo con esa rubia
que solo vive en mi cabeza y se dedica a hacerle platos ricos y parir niños adorables.
La fantasía es tan real que a veces hasta me imagino yo comiendo lo que ella cocina y
dándole las gracias con cara de idiota.

El caso es que aquí estoy, con el teléfono en la mano porque Esme se ha enterado
por Nate de que a Marco le han dado la paliza del siglo, y vale que el chaval es un
grano en el culo pero yo jamás le desearía algo así. Desde que me lo ha dicho he visto
en su postura que ella está a favor de que vaya a verlo, o lo llame, o algo y si
Tempanito piensa así, imagina lo que va a pensar el resto. Además de todo es que
quiero verlo y asegurarme de que está bien. Ya ves, cuando estaba con ellos me sentía
al borde y asfixiada todo el rato y ahora echo de menos verlos, incluido a Marco,
porque Chucky a su manera se te mete en el corazón.

Mi dilema no es si llamar a Diego o no, aunque pueda parecerlo. La verdad es que


esa posibilidad ni se me ocurre. Mi dilema es cómo lo hago para hablar con Marco o
verlo sin que su tío y yo nos encontremos y sin que él sepa que he estado por allí. Soy
una cobarde, lo sé, pero es que yo no voy a aguantar ver a Diego y mucho menos si
está pasándolo mal. Sé cómo soy y caeré rendida a este amor que siento, haré como si
no hubiera pasado nada y esta ruptura hubiese sido un lapsus mío y me tragaré lo que
escuché y no, no puedo hacer eso. Yo no puedo vivir pensando que también soy
demasiado para él, que le vengo grande y que en cuanto la cosa se complica piensa en
dejarme. No puedo, ya está, es así de fácil.

Seré una cobarde, una inmadura y lo que quieras, pero ni siquiera voy a cometer
el error de ponerme a prueba.

394
Al final llamo a Nate, que me contesta con tanta naturalidad que me cabrea, pero
porque me imagino que ya esperaba que hiciera esto. ¡Me he vuelto predecible!
Asómate a tu ventana, porque es probable que el cielo se esté cayendo ahora mismo.

—Ey, ¿cómo lo llevas?

—Yo bien —contesto—. ¿Cómo está Marco? Esme me ha contado lo que ha


pasado.

En cuanto lo digo me doy cuenta de lo raro que es que sea Tempanito la que me
haya dado las noticias de Marco. ¿Desde cuándo habla con Nate a solas? ¿Ha sido algo
casual, o es que han quedado?

Yo creo que aquí hay algo que me estoy perdiendo pero como tengo la cabeza
embotada voy a dejarlo correr, por el momento al menos.

—Pues jodido. Han pasado dos días pero sigue en la cama y no te lo vas a creer,
pero se ha vuelto taciturno y callado.

—Antes tampoco era un hablador de primera.

—Ya, pero es que ahora ni siquiera nos insulta.

Frunzo el ceño y me hago una idea de cuánto debe dolerle todo.

—Eso es nuevo.

—Y a ratos es educado.

—Eso es mentira. —Nate se ríe y yo sonrío, porque le echo de menos a él


también—. Oye… me gustaría verlo.

—Lo imaginaba, pero deberías saber que no necesitas llamar para eso. Ven
cuando quieras.

—No quiero que Diego se entere de que voy.

Nate guarda silencio lo que a mí me parece una eternidad, pero al final oigo que
suspira antes de contestar.

—Eso también lo imaginaba, no sé por qué.

—Será que ya me conoces un poco.

395
—Un poquito, sí. Déjame decirte que creo que te estás equivocando, pero bueno,
allá tú. Diego está de tarde, así que puedes venir ahora mismo si quieres.

—Genial, me visto y voy.

Nos despedimos, cuelgo y me paso por lo menos cinco minutos convenciéndome


de que no pasará nada por ir a verlo. No sentiré que he perdido mi sitio en esa casa, ni
guardaré rencor a Diego por no haberme avisado de que al chico le había pasado esto.
No haré nada de eso, lo prometo por Eduardo manostijeras y La novia cadáver.

Cuando llego al piso, Nate me abre y me lleva hasta la puerta del dormitorio de
Marco siento que la promesa se va al mismísimo infierno, porque no puedo creerme
que Diego no me haya llamado para decirme que el niño está así. Igual el gilipollas se
pensaba que si me avisaba me lo iba a tomar como una señal de reconquista por su
parte. ¡Como si no supiera que él deseaba cortar tanto como yo!

Me acerco a la cama intentado controlar la ira que burbujea en mi interior y


acaricio el pelo de Marco, porque es lo único que parece haberse librado de la paliza.
Él abre los ojos, o el ojo, más bien y me mira sorprendido, pero una pequeña sonrisa se
dibuja en su cara.

—¿Vienes a verme?

—Ajá y traigo de regalo ron y cocaína, pero te las daré cuando el doctorcito nos
deje a solas. —

Nate sonríe y sale del dormitorio encajando la puerta—. Te preguntaría cómo


estás, pero ya se ve que no muy bien. —Marco se encoge de hombros y acaricio su
frente con cuidado—. Sigues sin dar tregua, ¿eh?

—Las lágrimas se me saltan e intento controlarlas a toda prisa.

Él sigue en silencio pero noto que no está tan a la defensiva como otras veces. Es
fuerte lo que voy a decir, pero quizá la paliza le sirva para ver las cosas de otra forma y
darse cuenta de una vez de quiénes son los buenos y quiénes los malos en esta
película.

—La he cagado. —Hace una mueca, no sé si de dolor o rabia y me mira—. Yo no


quería que te fueras.

Su sinceridad me sorprende, sobre todo porque no hay indicios de bravuconería


en sus palabras o sus gestos.

—Yo tampoco quería irme, pero las cosas a veces se dan así.

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—Fue por mi culpa.

—Sí y no —admito—. No nos lo pusiste fácil, pero fuimos nosotros los que no
aguantamos la presión que suponía tu actitud. —Dudo si decirle que en realidad me
fui porque Diego no estaba seguro de nuestra relación y pensé que así sufriría menos,
y al final decido que esa es demasiada información y capaz es de utilizarla contra su
tío, así que me encojo de hombros y sigo—. Supongo que las cosas tenían que ser así.

—Tú tendrías que estar con él y aquí. Si sobra alguien en esta casa soy yo.

—Tú nunca vas a sobrar aquí, Marco. No te lo quieres creer, pero piensa en algo:
si tu tío te ha aguantado todo esto sin apenas conocerte, ¿qué no soportará cuando
consolidéis el vínculo de sangre que

os une?

—Creo que eso va a ser imposible. Está muy cabreado.

—¿Por la paliza?

—Sí y no —dice imitándome. Resopla y mira al techo—. Está cabreado pero se


siente mal porque discutimos antes de que yo me fuera, así que no me lo echa en cara.

—Bueno. —Aprieto su brazo porque creo que necesita que alguien lo reconforte
un poco—. Tú no te preocupes ahora por eso. Tu prioridad tiene que ser recuperarte.

—Fue Ángel —suelta de sopetón.

Lo miro a los ojos, veo uno de ellos cerrado por la hinchazón todavía, su frente
con puntos, sus labios aporreados e hinchados y me imagino el resto de su cuerpo más
o menos igual, y no me entra en la cabeza cómo alguien puede ensañarse con un niño
hasta este punto… hasta que pienso en Ángel. Él sería capaz de dejar así a cualquiera
sin pensárselo dos veces. No lo he visto más que una vez pero con eso he tenido
suficiente para tener esa certeza y no querer verlo nunca más.

—¿Por qué? —le pregunto en tono bajo, rezando para que quiera contármelo.

—Me pilló en casa viendo a mi madre. No es muy partidario de que vaya y no


esté dispuesto a soltar más dinero.

—¿Más dinero? ¿Has estado pagándole? —Su silencio me pone en alerta y me


cabrea—. Escúpelo, Marco.

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Quiere hablar, lo sé, lo noto. No sé si ya le ha contado algo de todo esto a su tío
pero en todo caso ahora tengo que escucharlo y procurar no soltar tacos, levantarme y
hacer gestos de asesinar a alguien o mirarlo como si hubiese salido de una nave
nodriza, que me conozco y yo bajo presión actúo como el culo.

—Cuando me vine aquí y empecé a trabajar en el restaurante él vio una enorme


posibilidad de ganar mucho dinero. Ya antes cuando me registraba el dormitorio o la
ropa y encontraba dinero se lo quedaba, pero claro, ahora tengo mucho más.

—¿De qué tenías dinero antes si no trabajabas? —Él me mira muy serio y niego
con la cabeza—. No quiero saberlo.

—Mejor. El caso es que yo he intentado negarme varias veces y todas he acabado


mal parado, pero nunca como esta. Creo que iba demasiado colocado o no sé.

—Espera, espera, espera. ¿Todas las veces que llegabas a casa golpeado era por
él?

—Sí. Algunas, si me quedaba algo de dinero, me lo gastaba en emborracharme


para que me doliera menos.

—La madre del… —Suelto aire con brusquedad y me levanto. Ya sé que he dicho
que no lo haría, pero es que si me quedo quieta reviento—. Sigue.

—Vienes muy mandona.

—No sabes tú bien lo mandona que puedo llegar a ser —digo medio en broma.

—Me amenaza con pagarlo con mi madre si no le doy dinero.

—¿Y tu madre lo permite?

—¿Acaso no la conociste? Ella permite lo que sea por un poco de droga o bebida.
Suma que de alguna forma inexplicable está enamorada de él y…

—Eres su hijo —digo con indignación.

—A mí no puede follarme para sacarme cosas —dice él con una crudeza que me
pone el vello de punta—. Ella no va a denunciarlo, ni siquiera va a defenderme nunca.
Si voy a verla es… —Marco mira al techo, cierra los ojos y sigue—. Voy solo para saber
si sigue viva o ya se ha muerto de una sobredosis o un ajuste de cuentas con Ángel u
otro. —Me quedo en silencio porque no tengo ni idea de qué decir.

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Estoy espantada y hay que correr mucho para espantarme a mí. Me vuelvo a
sentar en la cama y agarro su mano con suavidad. Pretendo decir algo, de verdad, pero
no me sale nada y al final Marco sigue hablando—. Lo peor es que a veces antes de
abrir la puerta pienso que igual está muerta y el primer sentimiento que tengo es de
alivio. Luego la veo viva, hecha mierda, jodiéndose y jodiéndome, y me hierve la rabia,
y me doy asco, porque se supone que es mi madre y no debería pensar eso. —Me mira
y sonríe con sarcasmo—. ¿Entiendes algo de lo que te digo?

Asiento y él traga saliva. Es un niño, por Dios, un niño de diecisiete años con la
mala suerte de haberse criado en un barrio como ese y sobre todo, haber tenido una
madre como esa. No sé cómo sería la Victoria del pasado, ni sé cómo llegó a verse en la
situación en la que está, pero sé que para mí, lo que le ha hecho pasar a su propio hijo
no tiene perdón. Me importa una mierda si es alcohólica o drogadicta, además de
prostituta, pero que sea capaz de maltratar a su hijo de esa forma y permitir que otro
le ponga la mano encima… La gente así tendría que morir en el parto. Por radical que
suene, es lo que pienso.

—Entiendo mucho —digo al final—. ¿Tu tío sabe algo?

—Solo que fue Ángel. Intentó convencerme de que lo denunciara pero no puedo
hacer eso. Él cree que es porque intento proteger a mi madre, pero no.

—¿Por qué es, entonces?

—Soy menor. Si le denuncio y los servicios sociales se meten volverán a


llevarme, probablemente hasta que cumpla los dieciocho y no quiero irme de aquí. —
Me mira y veo la incertidumbre en sus ojos

—. No quiero vivir en otro sitio, aunque aquí moleste.

—Aquí no molestas, Marco.

—Yo creo que sí.

—Yo sé que no. Y cuando te des cuenta tendrás que darme la razón. —Nos
quedamos en silencio un rato hasta que hablo de nuevo—. ¿Por qué me lo cuentas a
mí?

—Porque quiero que vuelvas —dice de inmediato—. Si vuelves, no te joderé, te


lo prometo. Ni siquiera joderé mucho a mi tío y cumpliré los horarios del restaurante
a rajatabla.

—Marco…

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—He confiado en ti, Julieta. Si no quisiera que volvieras de verdad me callaría,
porque no me gusta una mierda contar mis cosas.

—El problema no es que yo quiera volver. El problema es que tu tío y yo hemos


roto y aunque no te lo creas no ha tenido que ver todo contigo.

—De eso nada. Cuando os conocí no podíais pasar el uno sin el otro más de
veinticuatro horas y ahora él es un zombi que respira porque es necesario para vivir y
tú estás más gorda.

—Oye un respeto, ¿eh? Que tú pareces Carmen de Mairena en moreno con tanta
hinchazón y yo no digo nada.

Marco resopla y sonríe un poco mirándome de reojo.

—Seguro que te inflas a helado de kinder y cervezas. Y deberías cuidarte, que los
treinta te acechan y cuando te vengas a dar cuenta vas cuesta abajo y sin frenos.

—De verdad que no sé ni para qué vengo —contesto intentando hacerme la


indignada, porque en realidad que aligere el ambiente se agradece y hasta tengo ganas
de sonreír—. Me alegra que la paliza no afectara tu maravilloso sentido del humor.

—Ni mi dulzura.

—Ni tu dulzura, cierto —digo poniendo los ojos en blanco—. Eres un poco
cretino, Marco, pero no eres mal niño.

—Soy un hombre.

—Que sí, venga, lo que tú digas. —Él frunce el ceño y yo me río—. Ahora en
serio, tienes que

contárselo a tu tío.

—No hasta que vuelvas.

—Marco…

—Joder, ¿cómo quieres que te diga que te echo de menos? Esta casa es una
mierda sin ti haciendo el payaso. Diego está deprimido y tenso, y Nate va por la vida
de puntillas, como si temiera que yo me pusiera hecho una fiera por cualquier cosa.

—Te recuerdo que hasta hace nada te ponías hecho una fiera por cualquier cosa.
De hecho, al que no reconozco es a este Marco. —Cuando intenta hablar lo corto—. Y

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me gusta este cambio más de lo que te puedas imaginar, pero aun así, no puedo volver
aquí.

—¿Y qué pasa con el poli? ¿Y conmigo?

—Pues con el poli pasará que se enamorará de una zorra rubia y estirada que tú
odiarás porque nadie me llega a la suela de los zapatos, y contigo… pues contigo
pasará que podrás verme siempre que quieras, Marco, para eso no necesitas que yo
esté por aquí.

—Mi tío no va a irse con ninguna zorra rubia. Si el pringado está como alma en
pena… ya no va ni a correr. Se encierra en la habitación y solo sale cuando viene a ver
si necesito algo o cuando va a trabajar.

Yo creo que se mata a pajas pero no voy a decir nada, por no quedar de
insensible.

—Un detalle por tu parte —digo riéndome—. En fin… me voy ya.

—Espera un poco.

—Tengo que irme, Marco. No quiero que él me vea aquí.

—¿Pero por qué? Si tú y yo nos llevamos mejor…

—Marco —digo cansada de que se empeñe en lo mismo una y otra vez—. No


estamos juntos porque yo soy demasiado para él. Mi personalidad le queda grande,
como a otra mucha gente y no pasa nada.

Cada uno es cómo es y no podemos obligar a la gente a que nos acepte al cien por
cien, pero entiende que yo merezco buscar a una persona que lo haga. Y él también
merece estar con alguien que le complemente de verdad.

—Creo que esa es la chorrada más grande que he oído nunca.

—Es la verdad —digo con seriedad—. Mira, puedes venir a la tienda siempre que
quieras, tú solo, por supuesto, y podemos vernos cuando te apetezca, pero lo mejor
será que él no se entere.

—Julieta, yo creo que la estáis cagando y lo vuestro no son más que tonterías.

—Marco…

—Vale, vale. Iré a verte y no te preocupes, que iré solo.

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—En el fondo eres un sol.

—No te pases.

—Está bien —digo riéndome—. Te voy a dar un beso, intenta no arañarme que
con la racha que llevo eres capaz de pegarme la rabia.

Marco bufa, se ríe entre dientes y yo beso su frente antes de salir del dormitorio
con una sensación agridulce en el estómago. Por una parte me alegra que haya
confiado en mí, por otra me indigna todo lo que ha pasado y que no pueda denunciar
porque el sistema en este país es como es, y por otra está lo de Diego que… que nada,
porque cada vez que intento ilusionarme pensando que quizá tengamos una
oportunidad recuerdo aquella conversación que escuché y todo se va al garete. Me
despido de Nate y salgo pensando que al menos he conseguido que Marco no sea un
completo capullo y que, de hecho, es probable que sea una de las personas con las que
mejor me lleve el resto de mi vida.

Será que las almas cabronas nos encontramos en algún punto del camino.

402
45

Marco
Ha pasado un mes desde que Julieta vino a verme, ya estoy recuperado, si quitas
el tema de los moratones que aún me quedan, pero al menos ya no me arde todo el
cuerpo. Al final conseguí que mi tío entendiera que denunciar a Ángel no es la mejor
opción, pero a cambio me pidió que no volviera a mi barrio, ni me juntara con la
pandilla. Lo entendí, porque en realidad quiero dejar atrás toda aquella mierda, pero
la verdad es que no sé si puedo estar toda mi vida sin aparecer o sin saber algo de mi
madre, por mucho que me joda pensar en ello.

Pero no es eso lo que quiero pensar en este momento. Julieta me ha mandado un


whatsapp con un montón de cosas metidas en cajas y bolsas que tiene en la tienda
para ordenar y le he dicho que iré esta misma tarde, aprovechando que todavía no me
dejan trabajar en el restaurante.

He estado ya tres veces en la tienda antes de esta, el primer día me planté allí
ofreciéndole un poco de ayuda y trabajo gratis para compensarla por lo del robo y
toda esa mierda y ella se emocionó tanto que al día siguiente tuve agujetas. No se lo
tuve en cuenta porque me lo tengo merecido, pero es que las otras dos veces que he
ido se ha puesto en modo Hitler y he acabado más cansado que cuando trabajo ocho
horas en el restaurante. Por suerte, he conseguido controlar mis contestaciones y
callarme que estoy hasta los huevos de limpiar estanterías y colocar mierdas de
disfraces, aunque algunos molan, la verdad.

Me pongo una camiseta, un pantalón vaquero y las zapatillas y salgo de mi


dormitorio buscando a mi tío, que está encerrado en su habitación para no variar. No
voy a meterme con él porque sé que diga lo que diga Julieta todo esto ha sido culpa
mía, pero tampoco me parece que encerrarse y hablar lo mínimo con la gente sea
sano, y lo digo por experiencia. Cuando abro la puerta me lo encuentro leyendo un
libro y no haciéndose una paja, que es lo que yo imagino que hace el noventa por
ciento del tiempo.

—Voy a salir —digo sin más.

—¿A dónde? —pregunta.

403
Me gustaría soltar una bordería porque no soporto que tenga que saberlo todo,
pero me controlo.

Empiezo a entender que no es control, sino preocupación, pero a veces me


asfixia sin darse cuenta y eso él también debería entenderlo. ¿Acaso le digo yo que
debería reanudar eso de ir a correr a diario? No, y mira que le vendría bien, porque
por más sentadillas y abdominales que haga en casa, se va a volver loco al no despejar
la mente y, de paso, seguro que nos vuelve locos a nosotros. A mí por lo menos. De
todas formas ahora eso no es lo importante, así que me centro en él y le contesto con
toda la amabilidad que me sale cuando me interroga, que es poca, para qué nos vamos
a engañar.

—A dar una vuelta.

—¿Con quién vas?

—Con nadie. Solo voy a dar una vuelta.

—Si te estás viendo con esos amigos que…

—No joder —digo cabreándome—. ¿Por qué siempre piensas lo peor de mí? —Él
alza las cejas y

yo chasqueo la lengua—. Habré sido un capullo pero llevo un mes portándome


de puta madre. A ver si me levantas ya el castigo y me dejas volver al restaurante. Yo
no puedo estar aquí encerrado todo el día.

—No te hace mal estar en casa.

—Ya bueno, a ti te encantará revolcarte en la mierda metido en tu cuarto pero yo


necesito aire para pensar. Además, que tú sales a tu trabajo y al restaurante y no es
justo que…

—Vale, vale, largo —dice cortándome.

Suspiro, porque nuestras conversaciones suelen acabar así. Él se cansa de


escuchar mis diatribas y

no me extraña, porque a veces hasta yo me canso de mí mismo, pero creo que


cede solo porque se convence de que no voy con malas compañías y luego la apatía
vuelve y le importa una mierda todo.

—¿Por qué no sales a correr? —pregunto antes de irme.

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—Porque no.

—Pues muy bien… ¡Pero aquí huele a choto!

—Hice abdominales antes pero ya me he duchado. Será la ropa de entrenar, así


que ahora la quitaré.

—Si dedicaras la mitad de tiempo que usas en deprimirte a intentar que volviera
a tu lado…

Mi tío me mira tan mal que casi me arrepiento de haberlo presionado, pero al
final pienso que me da igual, porque es hora de que alguien le diga las cosas claras.

—¿Qué parte de que fue ella la que se largó no entiendes?

—A lo mejor le hiciste algo.

—Claro, yo siempre soy el malo, ¿no?

—¿Entonces por qué se fue? —Mi tío me mira y niega con la cabeza mientras se
levanta y empieza a recoger la habitación. No quiere contestarme pero no pienso
pasar por ahí. Aquí el de los silencios por respuestas soy yo, no él—. Di, ¿por qué te
dejó? Nunca me lo dices y tengo derecho a saberlo.

—No, no lo tienes.

—¡Pues vaya mierda! ¿Y tú quieres que confíe en ti? ¡Si ni siquiera practicas con
el ejemplo!

—Marco… —Diego suspira y se gira mientras dobla un jersey. No me mira, pero


no me voy porque creo que está a punto de hablar—. Julieta no pudo soportar la
presión que suponía tenerte, así que me dejó.

—Eso no es verdad.

—Sí, lo es y no podemos culparla ninguno de los dos. No digo que sea tu culpa
del todo, porque seguro que yo hice algo, pero ella se sintió sobrepasada y…

—Te digo que eso no es verdad. No es lo que dice ella, por lo menos.

Él me mira tan serio que me quedo un poco cortado.

405
—¿No es lo que dice ella? ¿Y qué es lo que dice ella? —Entrecierra los ojos como
si intentara ver a través de mí con rayos laser y cuando los abre de nuevo tiene cara de
incredulidad—. ¿Tú la has visto?

—Sí —admito porque no tiene sentido mentir.

—La has visto… —Se ríe con sequedad y me mira mal—. ¿Y no podías contarme
que la habías visto?

—No preguntaste. —Como ha puesto cara de asesino, decido aclararlo—. Vino a


verme cuando me dieron la paliza.

—¿En serio?

—Sí. Tú estabas trabajando y ella me hizo prometer que no te lo contaría.

—¿Por qué?

—Pues porque no quería verte. Es obvio.

—Eso lo supongo, me refiero a que… ¿por qué vino a verte, si ella me dejó
porque no podía contigo?

—Pues eso es mentira, porque de hecho yo creo que me adora.

—Venga ya.

—Oye, que puedo ser adorable.

—En un mundo paralelo, quizá.

—Pero mira que eres…

—¿Qué más te dijo?

Estoy a nada de mandarlo a la mierda e irme, pero es que me intriga que a mí


Julieta me dijera una

cosa y a Diego otra. Aquí se ha formado el lío por algo y hasta que no me entere
de qué ha pasado no me voy a quedar tranquilo.

—Que vuestra ruptura no era por mi culpa, que se juntaron muchas cosas y que
ella no es para ti porque su personalidad te va grande. Eso me dijo el primer día y
luego los días que he ido a ayudarla a la tienda…

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—¿Qué? —pregunta Diego estupefacto—. ¿Has estado yendo a la tienda?

—Sí, es allí donde he ido cuando he salido todas las veces. Y ahora iba para allí,
de hecho, pero por tu culpa llegaré tarde y me hará fregar el suelo. Tú es que no sabes
lo tiquismiquis que es con eso de las marcas de la fregona y…

—Marco, céntrate —me pide—. Cuéntame, por favor, qué te ha dicho Julieta
sobre mí. Punto por punto.

Me lo pienso poco, la verdad, porque estoy hasta las narices de que no se aclaren
y de ver que los dos están mal, aunque ella disimule mejor. No quiero que pasen por
más situaciones de mierda por mi culpa, en parte porque he recapacitado y estoy
dispuesto a aceptar que esta gente, por alguna razón inexplicable, me quiere, y en
parte porque estoy hasta la polla de verlos lamentarse.

Además, con todo lo que ha soportado Diego conmigo, lo mínimo que puedo
hacer es echarle un cable con todo esto, ¿no? Después de todo es mi tío y aunque a
veces me moleste que me toque o me controle he aprendido a respetarlo. No sé si lo
quiero, la verdad, pero porque yo solo he querido a una persona y no era el mismo
tipo de cariño. Supongo que sí, porque me duele todo esto que le pasa aunque ni yo
mismo me lo crea. A veces me descubro pensando cómo podría yo ayudarlos a dar el
paso de reconciliarse, pero siempre acabo decidiendo que lo mejor es no meterme en
los problemas de los demás. Ahora , en cambio, ya me ha pillado, así que mentir no
tiene sentido y callarme tampoco. Y si a Julieta le parece mal que me amplíe el castigo,
que a este ritmo me haré experto en limpiar baldas y fregar bien el suelo.

—No le he podido sacar mucho, no te creas. Cada vez que le digo tu nombre se
cierra en banda. Eso sí, tiene más culo, te lo digo para que lo sepas. Muy guapa, porque
es muy guapa, pero se ve que los malos ratos le dan por comer y… ojo, que a mí las
culonas de siempre me han puesto cachondo y…

—Marco, joder —me dice.

—Vale, vale. Julieta dice que a ti su personalidad te va grande. Por lo de que está
un poco zumbada y eso, ya sabes. Está convencida de que vas a acabar casado con una
supuesta rubia que parirá como una coneja niños asquerosamente adorables. Eso son
palabras textuales, conste.

—Eso es una gilipollez. Ella me dejó porque estaba sobrepasada por toda la
situación contigo y después del robo decidió que no quería seguir viviendo así. Que no
quería tener que estar pensando todo el tiempo que ibas a joder su tienda o su vida de
alguna otra forma.

407
—Pues a mí de eso no me ha dicho nada y por vergüenza no ha sido, porque
tenías que ver cómo me habla cuando no hago algo como le gusta a la señora. Estoy
convencido de que si pensara así de verdad, me lo habría dicho. Ella es muy sincera.

—Según cómo se mire, porque si a ti no te ha mentido, me ha mentido a mí.

—O no. Igual ella también tiene razón y ha sentido que tú no la veías como algo
permanente.

—Eso es una chorrada. ¡Si hasta le hablé de tener hijos! ¿Qué quiere más
permanente que eso?

—¿Y yo que sé? Te digo lo que ella me ha contado y ahora me voy porque de
verdad voy a llegar tarde y tiene muy mala hostia. —Doy un par de pasos pero cuando
lo veo parado frente a mí y todavía en shock chasqueo la lengua—. Vente conmigo y lo
aclaramos, joder, no tiene más. Te complicas la vida de una manera que…

—¿Contigo?

—O voy yo contigo, mejor, porque a estas horas el bus se me habrá ido y no


quiero esperar al siguiente, y para taxi no tengo, así que vamos en tu coche. —Mi tío
sigue parado y al final me cabreo—.

¡O vienes o me prestas el coche!

—Ni en sueños —dice mientras echa a andar y sale de la habitación.

—Ya decía yo… —contesto mientras le sigo.

El camino es silencioso e incómodo teniendo en cuenta que hasta Sin Mar hay
media hora larga y yo estoy igual de tenso que él. Por un momento pienso que a mí
esto debería sudarme mucho, pero no puedo engañarme más. En estos meses mi tío,
Nate, Julieta y hasta su familia me han apoyado y cuidado de una forma que no lo ha
hecho nadie en toda mi vida, así que imagino que aunque tenga ganas de salir
corriendo, debo quedarme y acostumbrarme a que ahora tengo una familia, con todo
lo que eso supone.

—Ella nunca me ha querido —digo de la nada y en cuanto lo suelto me enfado.

—¿Julieta? —pregunta él con el ceño fruncido.

Niego con la cabeza y suspiro.

—Mi madre. Ni me ha querido, ni me ha tratado bien nunca.

408
Y para mi vergüenza le cuento todos los episodios vividos con ella, o por lo
menos los más traumáticos. Una parte de mí protesta y quiere revelarse, porque
nunca me he abierto así para nadie, ni siquiera para Julieta y me da miedo que me
rechace, sobre todo ahora que ellos van a arreglar sus problemas, porque está claro
que van a arreglarlos. Por otro lado si van a reconciliarse no quiero interponerme así
que más vale que dejemos las cosas claras desde el principio. Cuando acabo, por fin,
Diego está en silencio y muy serio, así que decido seguir hablando.

—Mira, yo no quiero irme del piso, así que si lo que hace falta para que todos
estemos bien y ella vuelva es que vaya al puto psicólogo como queréis, pues voy.

Mi tío aprieta el volante con fuerza y me doy cuenta de que su mandíbula está
tensa. Por un momento me imagino que es porque le molesta cargar conmigo, dado
que tiendo a pensar lo peor siempre, pero cuando habla me doy cuenta de la verdad.

—Primero: del piso no vas a irte y ya deberías haberte dado cuenta de que no
vas a librarte de mí ni aunque pongas todo tu empeño en ello. Segundo: no quiero que
vayas a un psicólogo por un capricho, Marco. Quiero que vayas porque después de
todo lo que me has contado creo que hay mucho en lo que trabajar. No significa que
estés loco ni mucho menos, solo que necesitas aprender a gestionar todo lo que
sientes.

—Yo creo que estoy bien como estoy, pero voy a ir para que no tengáis pegas ni
me hagáis responsable cuando montéis otro circo.

—Estás muy seguro de que ella va a volver.

—Tiene que volver. Dile alguna mierda romántica y humíllate a base de bien.

—Me parece a mí que Julieta no funciona así.

—Pues estás jodido.

—Lo sé.

Me río un poco, porque en el fondo es gracioso, aunque vaya de estirado la


mayor parte del tiempo y cuando por fin llegamos a Sin Mar me doy cuenta de que le
falta temblar. Madre mía, y se supone que este tío se viste de uniforme y sale a la calle
a cuidar del país. Se lo digo, me hace un corte de mangas y nos bajamos del coche, por
fin.

Cuando entro en la tienda Julieta sonríe y pienso en lo fácil que ha sido


acostumbrarme a que ella me mire así, como si no me odiara. Es bonito sentir que no

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todo el mundo me tiene asco solo por existir. Ella hace amago de hablarme pero
entonces Diego entra en la tienda y se queda petrificada.

—Pequeña bruja… —dice mi tío y espero que diga algo más pero él se queda
callado. Cuando lo

miro me doy cuenta de que es probable que no le salga nada más. Está
demasiado embobado con ella.

Julieta, por su lado, lo mira a los ojos un segundo, boquea otro y luego para
nuestra sorpresa sale con calma de detrás del mostrador, se mete en el almacén y
oímos cómo echa el pestillo. Miro a mi tío, que ha fruncido el ceño y carraspeo.

—Quizá debería ir yo a ver qué pasa. —Él asiente y yo camino hasta ponerme
junto a la puerta—.

Oye, Julieta, ¿todo bien?

—Sí, claro. ¿Le puedes decir a tu tío que se vaya?

Me limito a mirarlo a él, que se ha acercado a la puerta y niega con la cabeza.

—Me parece que no tiene en mente largarse.

—Pues dale un palazo o algo, por favor. Cuando esté inconsciente avísame, salgo
y lo llevamos de vuelta a casa.

—¿Qué? ¡No!

—Vaya mierda de delincuente juvenil estás tú hecho.

Bufo y voy a contestarle cuando mi tío me sujeta del hombro y me aparta, no sé


para qué si puede hablar sin necesidad de ocupar toda la puerta. Se apoya con las
manos en el umbral y habla a la madera con suavidad.

—Julieta, no pienso irme hasta que hablemos y me cuentes otra vez por qué me
dejaste hecho mierda por unas razones y luego a mi sobrino le contaste otras.

—¿Se ha chivado? Jodido niñato. Marco, ¿me oyes?

—Sí —digo.

—Vas a estar limpiando hasta que te salga pelo en la barba.

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—¡Ya tengo pelo en la barba! —exclamo indignado— y en otros sitios también.

—¡Tú que vas a tener ni tener! Pero no te preocupes que a ti te meto en vereda
yo aunque sea lo último que haga. —Aporrea la puerta y me echo un poco hacia atrás.
No soy un cobarde, porque mi tío también lo ha hecho—. ¡Aunque sea lo último que
haga!

—¡Si no sales lo vas a tener difícil! —digo para cabrearla y hacer que salga—.
Además, que si no vuelves con mi tío tú no eres nada mío. ¡No puedes meterte en
cómo me educa!

Julieta guarda silencio, al contrario de lo que yo esperaba y cuando toco en la


puerta de nuevo para que salga la oigo, pero ya no hay enfado en su voz.

—Tienes razón. Tu educación no me incumbe y no sé qué hacéis aquí. ¡Dejadme


en paz los dos!

—De aquí no se va nadie hasta que no me aclares por qué cojones me dejaste, si
no fue por Marco.

—¡Tú sabrás!

—¿Qué coño voy a saber si no me lo cuentas?

—No, no, es que si no lo sabes tú, no te lo voy a decir yo.

—Estas mierdas me vuelven loco, te lo juro —me dice mi tío.

—No me extraña. ¿Sabes qué? Yo me voy a la calle a ver a Campofrío. Arréglate


tú con ella porque a mí me está poniendo atacado.

—¡Ni se te ocurra irte! —grita Julieta.

—¡Deja de ser una cobarde y da la cara! —le grito yo de vuelta.

Salgo de la tienda pensando que si se arreglan, en nuestra casa vamos a ser muy
de gritos, me lo veo venir. Busco a Campofrío en la plaza y lo encuentro en la puerta de
Paco, como siempre. Pido un refresco y me siento en la terraza a esperar mientras lo
acaricio.

No lo confesaré ni muerto, pero en silencio, deseo que mi tío y Julieta sean una
pareja normal y podamos vivir juntos. Como si fuéramos una familia, aunque Nate
también esté en el piso. Pero es que si se juntan y ella vuelve a estar por casa casi a
diario, o se van a vivir juntos y se casan un día yo podría

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estar con ellos. Y quizá, después de un tiempo, hasta aprenderían a quererme
como si fuera una especie de hijo… Es patético, lo sé y por eso preferiría morir
tragando chinchetas oxidadas antes que reconocer de viva voz que es un deseo que
me va demasiado grande, porque mi papel es otro.

Además, me guste o no, la gente como yo no hemos venido al mundo para


disfrutar de cosas tan buenas como una familia o soñar con casas con vallas, perros y
niños pequeños míos o ajenos. La gente como yo viene al mundo para que las
personas crueles que nacen tengan con quién desahogarse. No he sido más que el saco
de boxeo de los chulos y clientes de mi madre y la moneda de cambio usada por ella a
menudo... Con la trayectoria que tengo lo más probable es que me den la patada en el
mismo momento en que se les ocurra tener un bebé, o puede que antes. Ese
pensamiento hace que me enfade de la nada y me imagino que a esto se refiere mi tío
cuando dice que el psicólogo me ayudará a gestionar mis sentimientos.

Le he dicho que iré y lo haré, pero solo si ellos se arreglan y, teniendo en cuenta
que en la acera de enfrente, más en concreto en la tienda, algo acaba de estrellarse
contra la puerta, yo diría que la pequeña bruja no está muy dispuesta a tratar este
tema con calma.

412
46

En cuanto Marco sale de la tienda me voy al fondo del almacén y cruzo los
brazos. No pienso salir, vamos, ni loca me enfrento yo a Diego. ¿Cómo puede el niñato
ser tan traidor? ¡Se supone que llevamos un mes siendo amigos! Me he tragado la pena
y las ganas de preguntarle por su tío cada vez que lo he visto y no he dicho más que lo
justo cuando me ha presionado un poco más, y él me lo paga trayéndome al enemigo.
¿Y si viene a traerme una invitación de boda? Ay, que se va a casar con la rubia y a mí
me ha engrandado el culo. ¡O peor! ¿Y si viene a decirme que se lo ha pensado y va a
volver a liarse con Lerdisusi?

El pánico empieza a hacer acto de presencia y por suerte una vocecita cuerda me
dice que me deje de chorradas porque ha dejado claro que está aquí buscando la
verdad. ¡Como si él no lo supiera! ¿De verdad los hombres son tan lentos? Se ve que
este, sí, y conste que tonto no es, porque tiene un cerebro que le funciona de maravilla
para otras cosas, pero está claro que para esto, no es un lince.

—Julieta no me voy a ir y en algún momento tendrás que salir para ir al baño o a


comer, así que mientras antes lo hagas antes acabamos con esta tontería.

En eso tiene razón, así que hago acopio del valor que no tengo, doy un tironazo al
pestillo y otro a la puerta.

Mierda, qué guapo está. Si no fuera porque le quiero tanto le odiaría con mucha
fuerza. Tomo conciencia de que esto va a ser duro y me cruzo de brazos en actitud
chulesca.

—¿Qué quieres?

—Ya te lo he dicho. ¿Qué mierda es esa que le has contado a Marco? ¡Me dejaste
por él y ahora resulta que sois amiguitos!

—¿Te molesta que tu sobrino venga aquí? Porque hasta donde yo sé es mucho
peor que vaya con esa panda de amigos que, por suerte, ha dejado atrás.

—Me molesta que me mientan y me vean cara de idiota. No puedes dejarme


porque el chaval te va grande y luego quedar con él como si no hubiese pasado nada.

—Sí que ha pasado y te aseguro que él está pagando por lo que hizo. No he visto
a nadie fregar con la cabeza tan gacha en mi vida.

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—Julieta no me toques los cojones.

—No cariño, eso ya no es cosa mía. —Diego me mira tan serio que me toca la
moral—. ¿Qué? ¿Qué quieres que te diga? ¿Que no todo fue por Marco? Está claro que
no y si me conocieras un poco más te darías cuenta de que no soy de las que se rinde a
la primera de cambio.

—Estabas hecha mierda después del robo.

—Sí, lo estaba, pero también estaba dispuesta a seguir luchando. Hasta que te
escuché, al menos.

—¿Qué? ¿Cómo que me escuchaste?

Salgo de detrás del mostrador y camino hacia la tienda, más que nada porque
siento que necesito que tomemos distancia, pero Diego me sigue y cuando quiero
darme cuenta me ha rodeado y ha bloqueado la puerta. Casi sonrío al pensar que es
probable que le dé miedo que me largue y lo deje sin la explicación, pero puede estar
tranquilo porque pienso soltarlo todo. Las medias verdades ya no sirven y es hora de
dar la cara y poner las cartas en la mesa. Después de que sepa que lo escuché, se
largará y no volverá nunca más. Y eso es lo que yo quiero, ¿verdad?

—La noche del robo salí a buscarte y te escuché hablar con Nate en el salón. —La
cara de Diego es de confusión completa, hasta que algo le hace recordar el momento,
supongo y se transforma en una de sorpresa—. Te escuché decirle que querías
dejarme, que no estabas seguro de poder afrontar la situación

con Marco y nuestra relación y que yo era «demasiado» para cualquiera. Y sí, yo
nunca he negado que sea distinta al resto, pero pensé que te gustaba así.

—Me gustas así. Me encantas así.

—¡No me mientas, Diego! —le digo fuera de sí—. Te vine grande, igual que acabo
viniendo grande a todo el mundo. Te lo pasas bien conmigo, pero en algunos
momentos te preguntas qué demonios hacemos juntos cuando está claro que no
querías acabar con alguien como yo.

—¿Y qué cojones sabes tú con quién quería acabar yo? ¡Hace dos años ni siquiera
creía en el amor!

No en este tipo de amor, por lo menos. Solo tienes razón en una cosa y es en que
ahora mismo odio quererte tanto, pero porque no quieres estar conmigo y vivir así es
una mierda.

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—¡Eres tú el que no quiere! ¿Es que no escuchas? ¡Te oí hablar con Nate!

—¿Oíste toda la conversación? —me pregunta de mal humor—. ¿O solo lo que te


convenía para tener una excusa y dejarme?

En cuánto suelta las palabras le tiro un pie amputado que tengo justo al lado.
¿Pero este qué se cree?

¿Que encima me va a hacer responsable a mí de lo que dijo él? ¡Va listo!

—Me rompiste el corazón y todavía tienes los huevos de venir aquí a decirme
que la culpa es mía.

¡Serás mamón!

—¡Es que la culpa es tuya y estoy seguro de que no lo escuchaste todo! ¡Y no me


tires cosas, joder!

—¿Y qué tenía que escuchar?

—¿Quieres que te lo diga? —Diego se acerca, sujeta mis manos detrás de mi


espalda para que no pueda moverme, ni tirarle nada y me habla tan cerca de la cara
que puedo ver sus ojos brillar de enfado

—. Habrías oído cómo le dije a Nate que, precisamente porque eres demasiado,
creo que a veces no estoy a tu altura. Porque ese «demasiado» que a ti te parece tan
malo es todo lo contrario. Demasiado libre, demasiado dispuesta a darlo todo,
demasiado buena, demasiado lista, demasiado bocazas y demasiado guapa, entre otras
mil cosas. Eres demasiado para cualquiera, pero para mí, que solo soy un mierda con
un montón de problemas encima, todavía más. Si te hubieses quedado, sabrías que le
dije a Nate que te quiero más que a mi propia vida y que sin ti, me moriría. Y si te
hubieras quedado me habrías escuchado decir que ojalá alguien pudiera darme la
certeza de que ibas a quedarte para siempre, porque no podía imaginarme que un día
dejaras de adornar mi vida con esas cosas que me vuelven tan loco para bien y para
mal. —Sigue enfadado, sus ojos lo están, pero su voz ya no es fuerte y ha pasado a ser
un susurro que me ha hecho llorar, porque lo que ha dicho, en su mayoría, es muy
bonito—. Después de hablar con él fui a buscarte, quería abrazarte toda la noche y
prometerte al día siguiente que saldríamos de esto juntos y que podríamos con Marco,
pero cuando entré tú estabas recogiendo y dispuesta a dejarme.

—Tú ibas a echarme de tu vida… —digo en tono tembloroso.

—Jamás, pero tú sí me echaste de la tuya.

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—Tenía que hacerlo. —Sollozo, pero sé que no es hora de llorar así que me
limpio las mejillas en los hombros, porque mis manos siguen sujetas por él y lo
encaro—. No puedo estar con alguien que piense que le vengo grande.

—Tú me vienes grande, pero porque yo soy demasiado poco para ti.

—No es verdad. —Niego con la cabeza y me río—. Eres policía, trabajas en el


restaurante de tus padres y cuidas de ese mocoso de ahí fuera. Eres como un
superhéroe sin capa.

—No quiero ser un superhéroe si tú no estás a mi lado vestida de zombi, o de


alguna mierda de esas que tanto te gustan. —Me río y él se atreve a sonreír un poco
también—. Vuelve, por favor, pequeña, vuelve conmigo, porque te juro que estoy
viviendo en el infierno sin ti.

—No has venido a buscarme.

—No podía. Tenía que respetar las razones que me diste y no era nadie para
obligarte a aceptar a Marco o más bien sus acciones.

—Diego…

—Él también está cambiando, tú lo has visto. Podemos estar juntos y bien los
tres, ahora sí. No digo que vaya a ser fácil, pero lo iremos manejando. Joder, estoy
dispuesto a hacer lo que quieras para demostrarte que voy en serio y que eso que
escuchaste estaba sacado de contexto.

—Suéltame las manos.

—Julieta…

—Suéltamelas, Diego.

Él me mira con tristeza pero lo hace y en cuanto da un paso hacia atrás me


abalanzo y salto sobre su cuerpo. Es como ver a una lagartija trepar un árbol pero no
me importa, porque mi poli me coge al vuelo y sonríe justo antes de que yo le bese
como llevo queriendo besarle desde el mismo instante en que salí del dormitorio de su
piso.

No hablamos más, porque el ansia de volver a sentirnos es demasiado grande así


que no protesto cuando Diego me lleva de vuelta al almacén y me apoya en la misma
pared en la que ya me apoyó el día que inauguré la tienda.

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—Aquella vez no acabamos la faena por culpa de Lerdisusi —dice mientras se
saca la camiseta de un tirón—, pero ahora no nos va a interrumpir nadie.

—Marco…

—No se atreverá a entrar.

—Los clientes… pueden vernos los niños, joder.

Diego resopla, me baja al suelo y me mira con intensidad.

—Más te vale estar desnuda cuando vuelva, pequeña bruja.

En cuanto sale del almacén me quito la ropa a tirones tan fuertes que creo que
me he hecho una rozadura en las axilas tirando de la camiseta, pero ya me la miraré
luego. Me lo quito todo y me apoyo en la pared intentando adoptar una postura sexi,
pero, seamos serios, este sitio está lleno de caretas de payasos, asesinos, hachas, pies y
manos amputadas y sangre falsa: no es el sitio más sexi del mundo, pero es el sitio en
el que vamos a sellar nuestra reconciliación, así que me parece perfecto.

Cuando Diego vuelve lo hace quitándose el pantalón a tirones y me río cuando su


erección salta como un muelle en cuanto está desnudo.

—Ven aquí… —le pido mientras me arqueo contra la pared.

—Preciosa… —dice él—. No sabes cómo te he echado de menos.

—Demuéstramelo.

Diego sonríe y el mundo me parece perfecto. Se acerca y besa las dos comisuras
de mis labios antes de rozar el inferior y bajar a mi garganta, acariciando mi piel con
sus dientes y encendiéndome mientras anhelo un toque más profundo, que me rasgue
hasta el alma con esos dientes que tanto he echado de menos, porque sus mordiscos
siempre me hacen sentir viva. Cuando su nariz roza mi estómago contengo la
respiración y cuando se cuela entre mis piernas gimo y las abro, sujetándome en sus
hombros y deseando que me lleve al éxtasis. No tarda, porque aunque haya pasado un
mes mi cuerpo sigue reaccionando a sus toques y lo conoce al dedillo, me atrevería a
decir que incluso mejor que el suyo. Lo sé porque yo sé el número exacto de lunares
que cubren su piel, pero no los que cubren la mía.

En cuanto me recupero del orgasmo me dejo caer por la pared y lo acaricio, lo


tomo en mi boca y me recreo no solo en su sabor, sino en sus gemidos, en su mano
derecha, que se enreda en mi pelo mientras sus caderas empujan hacia delante, o en la
tensión de sus muslos, donde apoyo mis manos. Diego me para cuando solo han

417
pasado un par de minutos y me alza en brazos, encajándome entre la pared y su
cuerpo.

Su erección se aplasta contra mi estómago pero no le quiero ahí, sino dentro de


mí, llenándome y haciéndome creer que de verdad está aquí. Él, que parece
conocerme mejor que nadie sonríe, me eleva a pulso y se clava de una vez haciéndome
gemir y suspirando en mi boca.

—Así… Dios, pequeña.

No contesto, pero cierro los ojos y apoyo la nuca en la pared mientras su boca se
apodera de mis pechos, mis clavículas y mi cuello. Hace un calor tremendo, el sudor
empieza a perlar nuestros cuerpos y por un momento temo que resbalemos y nos
caigamos, pero cuando su agarre se intensifica me relajo.

Dios, odio tanto volverme tan vulnerable en sus manos, como si estuviese
esperando que me hiciera el amor para dejar salir estos sentimientos que están dentro
de mí, llenándolo todo pero sin salir a la luz.

Los tengo a buen recaudo y solo les doy vía libre cuando él está cerca y me toca,
me mira o me sonríe.

Puede destruirme, lo sé, porque he vivido un mes sin él y aunque no he muerto


físicamente, algo dentro de mí se apagó y tuve la certeza de que no volvería a
prenderse nunca. No si él no volvía.

—Dime que me quieres —susurra en mis labios cuando su cuerpo se tensa y sé


que está próximo al orgasmo.

—Dímelo tú —replico.

Diego chasquea la lengua, empuja en mí y muerde mi mentón.

—A la de tres —susurra en mi oído.

Me río, pero en cuanto sus dedos se cuelan entre nuestros cuerpos y alcanza mi
clítoris contengo la respiración.

—Diego…

—Una —dice sonriendo.

Gimo, me contorsiono en busca del orgasmo y cuando se para en seco, dándome


a entender que hasta que no le siga no va a parar, hablo.

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—Dos.

Diego empuja, sorprendiéndome y mueve sus dedos en mi clítoris a tal velocidad


que el orgasmo me llega de forma abrupta, haciendo que el placer recorra mi espalda,
mi nuca sufra una descarga eléctrica y gemir en su boca mientras acabo sea inevitable.
Él aguanta y en cuanto dejo de tener espasmos lame mis pezones, acelera sus
movimientos de cadera y se corre en mi interior enterrando su cara en mi cuello.

Sale de mi cuerpo, me gira y se deja caer en el suelo mientras me coloca en su


regazo. Su respiración es trabajosa, pero retira el pelo sudoroso de mi cara y me
sonríe.

—Tres —dice mirándome a los ojos.

—Te quiero —decimos al mismo tiempo.

Reímos, nos besamos y dedicamos unos minutos a recrearnos en tenernos de


nuevo, ahora con calma, sin las ansias de sexo tirando de nosotros. Me fijo en sus
ojeras y aunque siento que las tenga, una parte de mí está contenta, porque he sido yo
la que las puesto ahí. No me digas que soy mala persona, que yo tengo el culo más
grande y eso es peor.

—Deberíamos vestirnos —digo después de unos minutos.

—Te diría que no, que te quiero desnuda todo el día, pero es que sé que Marco
tiene que estar harto de esperar fuera.

—Y yo estoy perdiendo clientes potenciales por estar aquí, reencontrándome


con tu porra.

—¿Es mucho pedirte que cierres ya y vengas a casa?

—Sí. Este es mi negocio y no puedo ser una informal, hombre, por Dios.

Diego sonríe y besa mi nariz.

—Entonces te esperamos y vamos a cenar los tres.

—Como una familia —susurro.

—Como lo que vamos a ser.

—No vamos a serlo, Diego —digo acariciando su barba—. Ya lo somos.

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—¿De verdad? ¿Te quedas para siempre y esta vez de verdad?

—No tengo nada que hacer hasta el día en que me muera. Y si eso pasa pronto
volveré en forma de fantasma para atormentar a todas las pelanduscas que quieran
estar con un viudo sexi como tú.

—No digas esas cosas —dice chasqueando la lengua y dándome una torta
cariñosa en el cachete—.

Levanta, anda, tienes que trabajar y yo tengo que mirarte e imaginarte desnuda
de aquí a que cierres.

Me río, me levanto y me visto mientras él hace lo propio. Cuando acabamos y se


va a abrir echo un poco de ambientador porque aquí huele a sexo que tira para atrás y
Marco tonto no es.

Me lo demuestra cuando salgo del almacén y me lo encuentro con las cejas


levantadas.

—El polvo habrá sido de antología porque vaya si te ha cambiado la cara —dice
en plan chulo.

Bufo, me acerco a él y tiro de su cuello para que se agache y me abrace, porque


es igual de alto que su tío. Si un día me toca parir a un Corleone me va a partir en dos.

—Ven aquí anda —digo mientras lo achucho.

Marco me devuelve el gesto pero está tenso y la verdad es que no esperaba otra
cosa de él. Ha cambiado mucho y por fin se está abriendo pero le queda bastante
camino por delante.

—Te habrás lavado las manos después de tocar ciertas partes de mi tío, ¿no?

Me río y le doy un besazo en la mejilla.

—Ni las manos, ni la boca.

—¡Joder Julieta! —Grita mientras se limpia la mejilla con cara de asco y yo me


río, con ese ruidito de cerdo que suelo hacer incluido—. Eres una guarra.

—Un respeto —dice mi poli dándole una colleja—. Que ahora ella ha vuelto y
vuelve a ser tu tía.

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—Ya era hora —le contesta—. Hasta que no te has quitado la ropa no has tenido
huevos de convencerla, ¿eh?

—Lo he conseguido, que es lo que importa —dice él zanjando la cuestión—. Y


ahora vamos a esperar que la tienda se cierre y vamos a irnos al restaurante a cenar
para celebrarlo.

—Yo me voy al piso y lo celebráis vosotros, que sois los reconciliados.

—Es que no celebramos solo eso —dice Diego mirándolo—. Celebramos que
nosotros estamos juntos y que tú estás con nosotros. —Marco bufa, pero Diego no es
hombre de quedarse callado o guardarse lo que siente—. Celebramos que ahora sí que
seremos una familia, porque los tres queremos que lo sea, ¿verdad? —Marco se
encoge de hombros y mira al suelo pero Diego no se da por vencido—.

¿No quieres?

—Si sabes que sí, ¿para qué preguntas?

—Ay hijo de verdad, ¿qué te cuesta decirnos que nos quieres? Si se ve a leguas —
pregunto yo entrando en la conversación.

—Tú flipas.

—Vengaaaa —digo con cara de pena enganchándome a su brazo—. Es muy fácil.


Tienes que decir

solo «Os quiero».

—No.

—Nosotros te lo podemos decir —dice Diego y antes de que siga hablando lo


corto.

—¡No! ¡No! —Mi chico me mira y yo sonrío—. A la de tres.

Diego se ríe entre dientes, Marco frunce el ceño pero cuando entiende lo que
queremos niega con la cabeza. Le cuesta y lo entiendo, pero no voy a dejarlo pasar así
que empiezo yo.

—Una.

—Dos —dice Diego de inmediato.

421
Miramos a Marco, que aprieta la mandíbula, mira a la puerta, quizá pensando en
largarse y al final nos mira entre avergonzado y resignado.

—Tres —susurra.

—Te quiero. —decimos Diego y yo.

—Os quiero —susurra Marco en tono casi inaudible. Casi, porque le hemos oído
perfectamente.

Diego sonríe, yo me pongo a llorar porque no soy llorona pero es que este es un
momento muy bonito y Marco resopla, pero carraspea un poco y no dice tacos, lo que
ya es de agradecer.

—¡Ahora un abrazo en familia!

—Joder, el sexo te pone empalagosa.

Pongo los ojos en blanco y me tiro sobre Marco, que me coge al vuelo de milagro,
tropieza y si no es porque Diego nos endereza nos vamos al suelo.

—¡Controla un poco! —grita el chico de malas pulgas, pero luego se echa a reír y
me abraza con ganas.

—Vamos a ser la mejor familia del mundo.

—Una de las menos aburridas por lo menos —dice Diego riéndose.

La puerta se abre, un par de niños de unos ocho años entran y así, de este humor
tan de final de libro me pongo a atenderlos con una sonrisa en la cara mientras pienso
que es curioso como en tan poquitos metros cuadrados puede concentrarse de una
forma tan poderosa todo lo que necesito para ser feliz.

422
Epílogo

Diego
—No me puedo creer que de verdad me hayas obligado a hacer esto —dice Nate
mientras lo miro e intento no reírme—. Yo debería estar en Nueva York con mi familia
y no aquí haciendo el payaso.

No quiero reírme, pero la verdad es que a mí no me molesta en absoluto que mi


amigo no haya conseguido vacaciones para ir a ver a su familia, porque así podrá
ayudarme en mi propósito.

—Piensa que es por una buena causa.

—¡De eso nada! Me obligas porque a tu novia le hace ilusión y tú eres un


pringado con demasiadas ganas de obedecer.

—Madre mía, te quejas más que yo, que ya es decir —dice Marco mientras le
recoloca el velo—.

¡Pero si estás muy guapa!

—Vete a la mierda, niño. —Nate me mira y aprieta los labios—. Entiendo que es
nochebuena y que has elegido darle una sorpresa a Julieta vistiéndonos de personajes
de Tim Burton porque le hace ilusión verte de Víctor. Puedo aceptarlo, de verdad.
¿Pero puedes explicarme otra vez por qué voy yo de la puta novia cadáver? ¡En todo
caso tendrá que ir ella!

—Es una sorpresa, así que ella no puede vestirse —le repito—. Además, quiero
que vea que yo también puedo darle sorpresas originales.

Sé que no está convencido pero me da igual. Desde que Julieta me dijo de broma
que para Papá Noel quería que los personajes de Tim Burton cobraran vida tuve claro
que haría esto. No puedo recrearlos a todos pero sí a sus favoritos y Nate tendrá que
aguantarse con el papel que le ha tocado.

—¡Soy afroamericano, Diego! Cualquiera estaría mejor que yo con este disfraz.

—Pero no causaría tanta risa —dice Marco metiéndose otra vez—. La verdad es
que estás muy ridículo.

423
—Marco… —le regaño, pero él se ríe y mueve las manos.

—A mí el mío de Eduardo Manostijeras me mola un montón.

—¡Yo podría ser Eduardo Manostijeras! —exclama Nate.

—No puedes, porque Eduardo era todo blanco y tú eres afroamericano —digo.

—¡Eso no ha impedido que me vistáis de la puta novia cadáver!

—Deja de llamar puta a la novia cadáver —le advierto—. Y compórtate, ¿o


quieres que Esme te vea cabreado?

—Ya me va a ver ridículo. ¿Qué más da añadir el cabreo al conjunto?

—La verdad es que Esme está muy buena. Igual le tiro la caña —dice Marco y
aquí Nate y yo nos descojonamos de la risa un poco, claro—. ¿Qué?

—Tiene veintinueve años —digo—. Y tú diecisiete.

—Ni la primera madurita que cae, ni la última.

—Tú hazte un favor y no la llames madurita —contesta Nate—. Te aseguro que


es capaz de dar vida a esas tijeras de cartón que llevas en las manos y dejarte eunuco.

Marco hace un gesto de dolor, Nate se ríe y yo niego con la cabeza porque con
estos dos siempre es así.

La verdad es que estos meses han sido muy buenos. Mi amigo se alegró un
montón de que Julieta por fin volviera conmigo y nuestro día a día empezó a tomar
forma y rutina conforme pasaba el tiempo.

Julieta duerme conmigo un mínimo de cinco noches a la semana y no lo hace


cada día porque dice que es como vivir juntos y yo no se lo he pedido. Es mentira, sí
que se lo he pedido pero siempre de maneras

sutiles y se ve que no lo capta. Sé que es pronto, pero vamos a hacer un año


juntos y es una tontería que diga que ella no vive conmigo cuando no es cierto. ¡Si
hasta Marco le recrimina que se vaya a dormir a su casa! Además, como tiene la tienda
en Sin Mar ya come con su familia cada día, así que no entiendo el emperramiento que
tiene con eso de hacer el paripé.

424
Pero no importa, porque de esta noche no pasa y cuando nos vea de esta guisa va
a tener que aceptar vivir conmigo aunque solo sea por pena y por no dejarme mal
delante de nuestras familias.

La nochebuena vuelve a celebrarse en casa de su familia y esta vez mis padres


están deseando acudir. El año pasado también, pero recuerdo que apenas se conocían
y estaban más cortados. Este, sin embargo, todo es perfecto. O bueno, casi, porque
Einar no está y su ausencia se nota muchísimo, pero al menos sabemos que le va bien
en su trabajo y piensa venir a vernos muy prontito.

Me peleo un poco más con Nate y al final, cuando ya está listo, o lista, según se
mire, nos subimos en el coche y nos vamos hacia la urbanización.

Llegamos cuando ya está todo el mundo dentro, lo sé por los coches aparcados
en la entrada y rezo en silencio para que al menos Lerdisusi no salga a la calle justo
ahora y nos vea. Aunque para ser sincero tampoco me importaría demasiado, porque
su presencia me es indiferente, pero sé que lo utilizaría para meterse con Julieta y no
me apetece que tenga más motivos para poder tener bronca con ella.

Marco se adelanta y toca al timbre, o lo intenta, porque las tijeras de cartón que
lleva en las manos no le dejan y al final se tiene que apartar para que lo haga yo.
Aguanto la respiración y cuando la puerta se abre y veo que es Julieta quien está en el
marco mis nervios se apoderan de mí de una forma un tanto absurda. Ella abre los
ojos de par en par un momento y al siguiente arranca a reír a carcajadas, haciendo
esos ruidos de cerdito, dando saltitos y mirándonos loca de contenta.

—¡¡Estáis geniales!! —Toca las mangas del disfraz de Marco y luego mira a Nate.
Se descojona sin disimulo y besa su mejilla—. ¡Pero qué guapa!

—Espero que haya mucho, mucho alcohol —dice este pasando de mala gana.

Cuando escucho las carcajadas generales sé que Nate estará arrepintiéndose


mucho de haber entrado el primero. Marco le sigue y oigo más risas y hasta algún
aplauso.

—¿Y yo, cómo estoy? —pregunto a Julieta, que me rodea por la cintura y alza los
labios para que la bese.

—Guapísimo. Mi Víctor… —me pone ojitos y me río—. ¿Cómo se te ha ocurrido


hacer algo tan genial?

—Dijiste que te encantaría esto por Papá Noel.

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—¡Y me encanta! Es el mejor regalo del mundo.

—¿Segura? —Julieta me mira con cara de confusión y yo beso su nariz—. Cuando


acabe la noche, volveré a preguntarte cuál es tu mejor regalo de Papá Noel, a ver qué
me contestas.

—¿Qué me has comprado? —pregunta de inmediato.

Me río, la beso y entro en casa sin hacerle caso y sabiendo que ya la he puesto
nerviosa para toda la cena.

En cuanto pongo un pie en el salón recibo de buen grado las risas de sus tres
hermanos, su padre, Sara y mis padres. Sé que no serán los únicos invitados porque es
muy probable que el resto del vecindario se vaya pasando por aquí, así que me armo
de paciencia porque la noche va a dar mucho de sí y nuestros disfraces van a ser muy
comentados. Sobre todo el de Nate, por mucho que intente fundirse con el sofá
mientras Esme lo mira y se ríe sin disimulo. Creo que eso le jode más que el hecho de
que se ría el resto.

La cena se organiza casi de inmediato y nos sentamos alrededor de la mesa como


lo que ya somos: una gran familia. Miro a mi lado, a Marco y me cuesta creer que haya
mejorado tanto en estos meses.

Todavía nos queda mucho que trabajar y él no va a dejar el psicólogo aún, pero
ahora es capaz de hablar de sus sentimientos sin poner mala cara o cortar de forma
abrupta su relato solo porque cree que ya ha dicho más de la cuenta. Confía en
nosotros y hasta hemos agregado a nuestra vida la noche semanal de cine en familia,
que reserva para nosotros. Claro que en realidad cena muchas veces en casa porque
desde que dejó las malas junteras no tiene amigos, pero confío en que pronto pueda
conocer a más gente en el restaurante o incluso en el parque, porque ha empezado a
correr cada día conmigo y a veces nos encontramos con otros chicos asiduos que ya
entablan conversación con él.

En realidad tengo miedo de que pueda hacer amigos y no sean buenos para él,
pero sé que es un poco irracional por todo lo que hemos pasado y que tengo que
dejarle la libertad suficiente para que empiece a hacer su vida, porque no puede
concentrarse solo en la familia. También me daba miedo saber que enero se acerca y
cumplirá dieciocho años, pero el otro día nos dejó claro que de momento no quiere
independizarse y que quiere seguir viviendo en casa, así que estamos encantados. Y
digo estamos, porque Julieta también lo está y por eso tenemos que solventar de una
vez nuestra situación.

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Cuando la cena acaba y todos se reparten los regalos yo le doy un paquetito con
unos pendientes de colorines y otro con un perfume y ella los acepta encantada pero
sé por su mirada que espera algo más, y no se equivoca, solo que no pienso dárselo
frente a todos los demás.

Tomamos una copa y cuando el resto de vecinos empiezan a llegar yo aprovecho


para llevarla escaleras arriba y meterla en su dormitorio.

—Por fin un poco de intimidad —digo mientras la pego a la puerta y la beso.

—¿Y mi regalo? Porque me falta alguno, ¿a que sí?

Sonrío, asiento y me meto la mano en el bolsillo deseando en silencio que no me


tiemble. Cuando saco la cajita y Julieta la ve se pone blanca así que me apresuro a
abrirlo para que vea que no es un anillo de compromiso. Daremos ese paso, pero un
poco más adelante.

—Es precioso —dice mientras saca el colgante.

La cadena es de cuero y el colgante es una circunferencia de madera con el árbol


de la vida tallado en metal en el centro.

—En realidad, cuando lo vi tuve claro que tenía que regalártelo para que
entendieras mi punto de vista.

—¿Qué punto de vista?

—Te quiero, Julieta. Te quiero con locura.

—Lo sé, igual que yo a ti.

—Hace un año, a esta hora más o menos tú me tirabas un mando de televisor a la


cabeza y fallabas, por suerte, y ahora estamos aquí, juntos y poniendo nuestros
esfuerzos en que esto salga bien y en cuidar y educar a Marco.

—Lo sé.

—Y si lo sabes, ¿por qué te sigues negando a vivir conmigo, pequeña? —


pregunto—. Lo único que me falta para ser completamente feliz es que cojas todas las
cosas que tengas aquí y las traslades a casa.

Que decores el salón a tu gusto, aunque protestemos, tal como has hecho con
nuestro dormitorio, porque ya es nuestro aunque te empeñes en decir que no. Quiero
que tus potingues llenen el baño y que la nevera rebose de latas de coca cola porque

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no consigues superar esa adicción. Y quiero ver calcetines disparejos y de colores por
todas partes. Quiero que me compres regaliz como haces siempre, pero que lo hagas
porque está en la lista de la compra; en esa que nunca haces conmigo alegando que no
es tu casa.

Quiero que te dejes de mierdas y te vengas conmigo de una vez, porque hoy me
he disfrazado de Víctor, pero te aseguro que estoy listo para llegar mucho más lejos
y…

Julieta alza una mano y me tapa la boca mientras se ríe, emocionada y, en


apariencia, feliz.

—Calla un poco para que pueda decirte que si no me he ido ya contigo, es porque
no me lo has pedido.

—¡Pero si no dejo de soltar indirectas!

—A mí las cosas claras, poli. Muy claras, que si no me confundo.

—No te preocupes, que vas a entender esto con mucha, mucha claridad. —Meto
una mano por detrás de su pelo y sujeto su nuca para que me mire a los ojos y no
desvíe su atención—. Eres el amor de mi vida, no puedo vivir sin ti y estoy dispuesto a
disfrazarme cada día de mi existencia si con eso consigo que te vengas a vivir conmigo.

—Eso es bastante claro —dice ella emocionada y sonriendo—. Y sí, poli. ¡Claro
que me mudo!

Me río, la beso y cuando estoy pensándome si debería quitarle la ropa y echarle


uno rapidito oigo a Marco aporrear la puerta y avisarnos de que piensa tomarse un
cubata si no salimos rápido. Se lo va a tomar igual, porque ya es mayorcito y por una
noche no va a pasarle nada, pero de todas formas salimos por eso de no quedar de
pasotas.

Le pongo el colgante a Julieta, bajamos y en cuanto pisamos el salón me


encuentro con Amelia bailando una versión de los peces en el río que cantan Sara y
Nate, que justo son americanos. Mi padre, Marco, Alex y su padre están en el sofá
riéndose de lo lindo mientras Esme y mi madre charlan sobre algo y reciben a Julieta,
que se les abalanza y les enseña el colgante mientras me señala y les cuenta, me
imagino, la noticia.

Y yo me quedo aquí, pensando que llevo toda la vida esperando que llegue la
gente perfecta, los sentimientos perfectos y, en definitiva, la vida perfecta. Y todo para
acabar descubriendo que la perfección no existe, o sí, pero viste calcetines dispares, se

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disfraza de cualquier chorrada, se ríe como un cerdito y tiene el culo tatuado con la
imagen de la portada de una peli de Tim Burton, entre otras muchas cosas.

Y es que al final, no hay nada más perfecto que el sentimiento de ser feliz con lo
que uno tiene.

429
Nota

Si los personajes de Sin Mar te han gustado y tienes ganas de más, no te pierdas
la segunda entrega de la serie. Podría decirte quién es la protagonista, pero me
apuesto lo que quieras a que es más divertido dejar que tú lo adivines…

430
Agradecimientos

A lo largo de este libro me han acompañado muchísimas personas que ya


estaban en mi vida y otras que han ido llegando poco a poco, así que espero no
olvidarme de nadie, porque todos los que de alguna forma habéis formado parte de
este proceso tenéis que estar en esta página.

A mis padres, por apoyarme de forma incondicional y por hacer horas extras de
canguro para que yo pueda luchar por mi sueño.

A mi hermana, gracias por el apoyo infinito, por ser también canguro en tus
ratos libres y, sobre todo, por dejar un hueco de tu nueva estantería en blanco a la
espera de mis próximos libros.

A mi marido, por compartirme con tantos personajes ficticios sin poner malas
caras ni quejarte demasiado. Gracias por comprender mi sueño, apoyarlo y hasta
levantarme del suelo cada vez que tropiezo e intento negarme a seguir.

A mi hija, por enseñarme cada día lo que significa amar a alguien de forma
incondicional.

A Nicole, por repasar este libro en dos días y animarme a seguir adelante.

A Red Lips, por la portada, como no, pero sobre todo por estar al otro lado de la
pantalla del ordenador o el teléfono, dispuesta a soportar mis infinitas crisis y
apoyándome en cada paso que doy. Sin ti, nada de esto sería posible.

A Santi, por ayudarme a ver la vida con otros ojos. Por ser especial y por
demostrarme que la familia no siempre está unida por lazos de sangre.

A Mar, Rocío y Mirian, por leer esta historia de cero y animarme con cada
capítulo. Sois las mejores lectoras beta del mundo.

A mis lectores en general, por darme la oportunidad de seguir creciendo como


escritora y como persona.

A las bloggers que han leído y reseñado este libro con tanto cariño. Gracias por
vuestras críticas, que tanto bien me hacen y tanto me empujan a ser cada vez un
poquito mejor.

A las compañeras que voy conociendo y me animan a seguir sin rendirme.

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A toda la gente que he conocido en este tiempo a través de las redes sociales:
vosotras dais vida a mis personajes y me ayudáis a cumplir mi sueño. Sois
imprescindibles y, con toda seguridad, las mejores lectoras-fans del mundo.

Y gracias, de verdad, gracias a toda la gente que me escribe por privado para
decirme que mi anterior libro les ayudó a superar un momento difícil, o les arrancó
una sonrisa cuando el día pintaba más negro que nunca. Ojalá este libro haya causado
el mismo efecto y aún tengáis una sonrisa en la cara.

Y a ti, si todavía no me conocías, también te doy las gracias por elegir este libro.
Ojalá hayas disfrutado con él aunque sea la mitad de lo que disfruté yo escribiéndolo.

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Sobre la autora

Soy Cherry, tengo casi treinta años y no recuerdo cuándo fue la primera vez que
soñé con escribir un libro, pero sé que fue antes de sufrir la pubertad.

Vivo en el sur, rodeada de familia, amigos y tranquilidad la mayor parte del


tiempo. Cuando no estoy intentando evitar que Minicherry ponga el mundo patas
arriba me dedico a coger el portátil y dar vida a mis niños.

Me encanta leer, comer –sobre todo cosas que engordan–, la música, las
zapatillas, los vikingos, la tecnología –friki en potencia–, comprarle ropa a Minicherry
y los tatuajes. Soy adicta a Pinterest, entre otras cosas y suelo pasar veinte horas al día
en los mundos de yupi, imaginando la vida de personas que solo existen en mi cabeza.

Creo que no me dejo nada.

¡Ah sí!

Puedes seguirme en mis redes sociales, tengo un montón y a veces no me aclaro


ni yo, pero me mola cantidubi subir fotos de los pies de Minicherry, tíos buenorros
que me inspiran y esas cosas.

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Goodreads: Cherry Chic

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¡También tengo un blog! –tengo un montón de cosas, lo sé–. Te dejo la dirección


y tú si quieres te pasas y si no, pues no.

https://cherrychic.wordpress.com/

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