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También es la historia de Diego, que es alegre, sin pasarse, bueno, sin pasarse y
cariñoso, sin pasarse. A Diego no le gustan las salidas de tono, ni marcar la diferencia o
llamar la atención. Diego no conoce a Julieta, todavía…
Los dos son felices, los dos tienen buenas familias y los dos van por la vida
pensando que no necesitan el amor para sentirse completos.
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A la de tres:
¡Te quiero!
Cherry Chic
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Copyright
Primera edición: enero, 2017
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A Alberto, mi marido.
Te quiero.
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ÍNDICE
Copyright
ÍNDICE
Nota de la autora
Prólogo
Diego
Diego
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Diego
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Diego
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Diego
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Diego
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Diego
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Diego
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Diego
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Diego
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Diego
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Marco
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Epílogo
Diego
Nota
Agradecimientos
Sobre la autora
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Nota de la autora
Tecleé las primeras líneas del prólogo con pulso tembloroso, porque no sabía
qué quería contar:
A menudo se dice que los mejores libros son esos que te arrancan intensas
emociones y estoy de acuerdo, pero esas emociones no tienen que dejarte siempre con
un sabor agridulce, ni tampoco tienen que hacerte sufrir durante capítulos y capítulos.
A veces, esas emociones llegan de la mano de la diversión, esa que tan infravalorada
está a menudo. Mientras escribía este libro, hubo momentos en que tuve que parar
para reírme y eso, para mí, fue un regalo inmenso dada mi situación, así que mi único
propósito ahora es conseguir que tú te sientes, lo leas y en algún punto del camino
consigas reírte y olvidarte de esas cosillas del día a día que nos hacen la vida un
poquito difícil. Si de paso consigo que te enamores de estos personajes tanto como yo,
me consideraré una mujer sumamente feliz.
Cherry Chic.
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Prólogo
—¡Te juro por Benny que si no sales lo rajo de arriba abajo! ¡Lo rajo Julieta! No
puedes hacerme esto y quedarte tan pancha.
Los golpes en la puerta del diminuto baño truenan de nuevo, pero no pienso
abrir. Puede que tenga siete años pero no soy estúpida y sé que Alex liberará a Benny,
mi osito de peluche de cuando era una niña pequeña, pero me rajará a mí.
—¡Sé que estás ahí! Igual que Amelia y Esmeralda. Os voy a matar, os lo juro.
Romperé vuestro cuello y lo retorceré hasta que os desangréis.
Hago una mueca y miro mal a mi hermana Esmeralda, que se limita a encogerse
de hombros, como si no hubiese podido callarse esa corrección que solo ha ayudado a
poner a Alex más furioso, seguro, y de paso a dejarle claro que nos hemos escondido
las tres juntas. El silencio de escasos segundos que se hace no me ayuda a calmarme,
porque sé que mi hermano no se ha ido. ¡Él no es de cansarse pronto de sus
venganzas!
—No deberíamos haberle cogido los cromos sin permiso. Somos chicas muertas.
—Amelia hace temblar su labio con dramatismo—. Pobre papá, que se va a quedar
solo con ese tonto de Alex.
Pongo los ojos en blanco. ¡Seguro que ahora se pone a llorar! Amelia es de llorar
incluso antes de que las cosas ocurran. Papá dice que no podemos meternos con ella
por ser tan sensible, pero es que es una llorona, la verdad.
Miramos con horror cómo Alex mete los pelos del osito Benny por debajo de la
puerta. ¡Lo está despellejando! Es un monstruo.
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—Igual deberíamos rendirnos. —Amelia parece resignada a morir en esta tarde
tan calurosa.
—Solo tenemos que ser más listas que él. —Pongo un dedo bajo mi barbilla para
hacerles ver que estoy pensando en un plan—. ¡Tenemos que salir todas a la vez y así
aplastarlo!
—Si salís ahora, prometo no daros más que un pellizquito a cada una. ¡Un
pellizquito de nada!
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En realidad, me aburre un poco que se siga sorprendiendo cuando atacamos
juntas. A veces Alejandro me da pena porque está solo. No solo como papá, pero sí
solo como único niño de la casa. Más tarde, cuando nos tortura, rompe las muñecas o
se mete con nuestra ropa la pena se me olvida.
Corremos hacia la calle mientras nuestro hermano nos sigue. Llegamos al final y
giramos a toda velocidad cada una hacia un lado intentando despistarlo, pero esta vez
es listo y elige seguirme a mí sin vacilar, así que lo tengo muy cerca porque es más
rápido que yo. Debería haber hecho caso a Esmeralda y quitarme las botas de agua de
una vez para ponerme zapatillas, pero son tan bonitas que me da penita guardarlas,
porque sé que el invierno que viene mis pies habrán crecido y ya no podré
ponérmelas, ni encontraré unas botas de agua tan bonitas como estas que tienen rayas
de todos los colores, como si fueran un arcoíris.
Oigo a Alejandro gritar y lo siento cerca, muy cerca. A pesar de que estoy
asustada me siento bien, porque respiro fuerte, corro más rápido y los oídos me rugen
con fuerza. Papá me explicó una vez que esto que siento se llama adrenalina, pero
para mí, esto es simplemente felicidad.
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—Ey…
Ese es mi saludo para mi hermana Esmeralda, tan perfecta ella, con su malla
apretada, su top más apretado que la mallaa y su coleta bien hecha. Bebe agua de un
botellín y me mira con superioridad, como siempre.
—Vengo. Son las once de la mañana, Julieta. Solo tú pierdes un domingo de esta
forma.
Qué asco de mujer, de verdad. Todo el día siendo eficiente. ¿Es que no se cansa?
La miro mal, a la muy zorra, pero me callo porque es probable que lleve razón y
tenga los pelos como si acabaran de plantarme encima un nido de gorriones.
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—Dúchate, Julieta, va en serio. Aquí la que ha hecho deporte soy yo, pero la que
apesta es otra.
Alzo el brazo y me huelo el alerón para debatir esa falacia, pero me da un poco
de fatiga y prefiero bajarlo y dejar el café para cuando pase por chapa y pintura
porque, mal que me pese, doña perfecta tiene razón.
Subo de nuevo las escaleras y enfilo el pasillo pensando lo largo que es, oye. Los
días de resaca se me antoja interminable. Al fondo a la derecha está el baño, como
todos los baños de todas las casas de España. Todos están al fondo a la derecha, no me
preguntes por qué, pero es así.
Me peino con el cepillo sin pararme a pensar en un orden: todo hacia atrás para
que no moleste, que hoy no estoy yo para peinados monos ni hostias. Ya me haré un
moño luego. Vuelvo a la cocina y enciendo la cafetera, esta vez no habrá fuerza
humana que me separe de ella. Consigo una taza que más que taza es un cuenco de
cereales y me siento en la mesa. O sea, en una silla al lado de la mesa, ya sabes.
Enfrente está doña perfecta, que lee el periódico porque ella es deportista y
encima culta, para dejar mal al resto de mortales como yo. ¿Dónde andará Amelia?
Cuando ella está cerca yo me siento medio normal.
No perfecta, porque ella también me supera, pero al menos medio normal. Saco
el móvil y me pongo a revisar el Facebook, que es como mi periódico de cada mañana.
Bueno no ¡es peor! Porque en el periódico no corres el riesgo de salir chupándole la
oreja a un desconocido como me pasó a mí una vez.
Tengo amigos muy cabrones, que disfrutan mucho subiendo fotos de mis
excesos a la red para que todo el mundo pueda apreciar lo mucho que se me va la olla
con algunos chupitos, y algunos cubatas, y algunos cocteles así, como guinda. Le doy al
mundito ese de las notificaciones y respiro tranquila al comprobar que solo tengo dos
invitaciones al Candy crash, otra a un evento y un par de «Me gusta» de fotos antiguas.
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Miro a mi hermana y pienso, otra vez, en que el motivo de que esté aquí con ella
y no en un ático con paredes de cristal y vistas a la ciudad es que no tengo dinero para
pagarlo. Además, que esta también es mi casa, así que decido ignorarla, como casi
siempre y centrarme en las frases inspiradoras que la gente pone los domingos en el
Facebook porque están demasiado amargados pensando que el lunes hay que trabajar
y difícilmente van a librarse de eso. A no ser que te guste tu trabajo, como a mí. Lo que
me recuerda que debería ir mañana a comprar más sangre. No te asustes, no soy una
asesina por encargo ni nada parecido. Trabajo como zombi en la casa del terror del
parque de atracciones. Es un buen trabajo, no pagan mucho, pero relaja poner a la
gente a punto de infarto, la verdad. Además, con mis estudios tampoco es que pueda
optar a mucho. He hecho algún curso de interpretación y actuar se me da bien pero no
sé si quiero pasarme la vida en castings esperando que algún gilipollas se dé cuenta
del gran talento que poseo. La paciencia es una virtud que, por desgracia, no poseo. Ya
sé que con veintiocho años debería ir pensando en lo que quiero ser de mayor, lo sé,
mis hermanos no dejan de recordármelo todo el tiempo, pero es que a mí en realidad
no hay nada que me guste así, como para querer hacerlo toda la vida, excepto los
disfraces.
Tampoco ayuda que desde que cumplí los dieciocho me haya dedicado a ir por la
vida buscando emociones fuertes, así que tengo un montón de experiencia en
deportes de riesgo, trabajos peculiares y viajes mochileros, pero poca estabilidad
laboral y menos dinero.
No desde que me obligó a comprarle tres por haber desteñido uno sin querer.
Encuentro una de Superman gastada que seguro que mi hermano ya no recuerda y me
la coloco después de olerla y sonreír, porque da igual el tiempo que tenga, que la ropa
de mi hermano huele toda a Acqua Di Gio y a mí me gusta. Me huele a hogar.
Soy patética.
Abro la última novela romántica que estoy leyendo y no llevo más de medio
capítulo cuando la puerta se abre y entra mi hermana Amelia con cara de necesitar un
chute de algo y el moño desecho.
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—Buenas noches. —Bosteza y se sienta en mi cama sin permiso—. ¿Qué tal el
domingo?
—Mejor que el tuyo, y eso que lo he pasado con resaca. Tienes una cara que da
asco.
—Lo sé, me he encontrado con Esmeralda abajo. —Se restriega los ojos y rota los
hombros—.
Superman, pero con tetas. La tía se preocupa tanto por la gente que a ratos tiene
que tomar antiácidos porque se siente mal del estómago, pero mal de verdad, de
doblarse de dolor cada vez que llega al límite. Esmeralda no está de acuerdo con eso y
se enfada cuando la ve hacerlo, pero es que a ella el tema de la automedicación le da
mucha rabia. Entendible en parte, porque es abogada y aunque muchas veces la odie a
muerte tengo que admitir que es muy buena en lo suyo y tiene un temple y un
autocontrol envidiable. Ella no necesita antiácidos para soportar el estrés, porque yo
creo que el estrés la pone cachonda, la verdad. Aunque en el fondo la valoro mucho, a
ella suelo decirle que un día mataré a alguien solo para que me defienda y demostrarle
que no es tan buena abogada como cree. Mi hermana se limita a mirarme mal e
ignorarme, que es su acción favorita en lo que a mí se refiere.
—No deberías hablar del tema con tanta frivolidad. —Me riñe—. No tienes ni
idea de lo que tienen que pasar muchos críos a diario. Es muy fácil burlarse cuando
tienes un techo, una manta y comida a diario.
—¿Has cenado?
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—No me des la brasa, por favor. Nuestra hermana ya se ha encargado de
ponerme al día otra vez con su opinión acerca de la masacre que estoy cometiendo
contra mi cuerpo a base de descuidos.
—Gracias por lo de coñazo —dice la susodicha con una ceja elevada desde el
marco de la puerta—.
Venía a ver si queríais cenar un poco del pescado que he hecho al horno, pero si
queréis espero a que terminéis de criticarme.
—Ay hija, que susceptible estás. ¿Cómo voy a hacerte el feo de no comer lo que
me ofreces, mujer?
Esmeralda pone los ojos en blanco, pero sonríe y sale del dormitorio después de
enviar a Amelia una mirada de advertencia y ella, que no es tonta, lo entiende y me
sigue a la cocina, donde nos sentamos a disfrutar de nuestra cena.
Ella chasquea la lengua y se encoge un poco en el sillón. Suspira con pesar y bebe
un poco de su agua, porque ella pasa de las coca colas, no como Amelia y yo que somos
unas adictas.
Amelia pone cara de pena, pero yo me limito a rodar los ojos. Mi hermana rompe
con Juanjo una media de seis veces al año, así que no me preocupa demasiado que
hayan vuelto a lo mismo.
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—¿Qué ha sido esta vez? —pregunto.
—Lo de siempre, dice que trabajo demasiado y que nunca tengo tiempo para él.
—Nos mira
—A veces echas horas sin que nadie te lo pida —dice Amelia, pero temerosa,
porque sabe que Esmeralda tiene un genio muy fuerte.
Son como la noche y el día y más de una vez he visto cómo una se esfuerza por
ser más fuerte y la otra por ser menos avasalladora, porque si no es como si el tiburón
se comiera al pez pequeñito todo el tiempo.
La verdad es que para ser cuatrillizos somos tan distintos entre nosotros que a
ratos me parece que lo único que compartimos es la sangre. Bueno, la sangre y la casa,
porque no hay Dios que nos haga renunciar a ella. Desde que mi padre se prejubiló y
se dedica a recorrer mundo gracias a un pellizquito que le tocó en la lotería, nosotros
vivimos para pelearnos por el espacio que ocupa cada uno en la casa pareada en la que
vivimos desde siempre.
¿Tú, que pasas el día fuera intentando formar «felices para siempre»?
—¡No estoy amargada! Me ha caído mal que el imbécil ese me deje, pero
tampoco se acaba el mundo.
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—Ya, si tú lo dices… —contesto para zanjar el tema.
—Necesitas las proteínas de la carne para sobrevivir, así que déjate de chorradas
—dice Esmeralda.
—Esta no aguanta sin comer carne ni dos días. ¡Y me da porque soy deportista,
responsable y sé lo que el cuerpo humano necesita!
—Pues los vegetarianos están muy sanos —dice Amelia sacando barbilla—. Mi
amiga Merche lo es y…
—Tu amiga Merche aguanta no comer carne porque se mete dos pirulas todas
las mañanas y la vida le parece maravillosa —digo sin poder contenerme—. Una vez la
vi en el parque de atracciones y os juro que iba puesta de algo fuerte, porque yo no he
visto a nadie flipar tanto en un tiovivo para niños pequeños.
—Es que es una mujer que disfruta de las cosas pequeñas de la vida —dice
Amelia.
—. O los tripis.
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—¿Habéis cenado sin mí? Sois unas cerdas —dice Alex entrando en la cocina y
asustándonos a las tres.
—Pues no me acuerdo.
—Pues no me acuerdo. ¿Qué quieres? Si dejaras una nota en la nevera como todo
el mundo…
Amelia se dedica a mirarla con odio mientras mi hermano abre la nevera y nos
mira entrecerrando los ojos.
—¿Qué me he perdido?
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Mi hermano la mira con esos ojos azules y espectaculares heredados de mi padre
y que comparte con Amelia. Esmeralda en cambio los tiene verdes y grandes y yo los
tengo marrones. Alex suele decir que Esme tiene los ojos como su nombre, Amelia
dulces y tranquilos, como un mar en calma, y yo color mierda, lo que va muy bien con
mi personalidad. Mi hermano es un cachondo.
Amelia lo mira con seriedad, luego se centra en nosotras y sin poder evitarlo
estallamos en carcajadas. Joder con el bombero, se ha presentado de un inteligente
esta noche que ni Einstein.
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Me sacudo la cabeza. No voy a pensar en eso ahora. ¡Lo que me faltaba! Además,
que tengo cosas mucho más importantes que hacer, como por ejemplo averiguar
dónde anda Gustaf, el de la motosierra y quedar con él para chuscar a la salida. En
realidad, se llama Gustavo, pero como todo lo que suene a nórdico me pone cachonda
y él lo sabe me deja llamarlo Gustaf. Ya ves, y eso que es moreno y tiene los ojos
negros, pero no importa.
Entro en los camerinos que tenemos para vestirnos y maquillarnos y miro mal a
Marta, la niña del exorcista. No es que la puta me caiga mal, es que intenta levantarme
a Gustaf a la mínima de cambio. Y
sí, vale, yo no estoy loca de amor, pero oye, es mi follamigo. MIO. Lo que es de
una no se quita y esta tía parece que no se entera. También cuenta mucho el hecho de
que Gustaf se emboba cada vez que la ve contorsionándose en la cama. Claro, la muy
guarra le hace posturitas y él, que de cerebro anda justito, se emboba. El día menos
pensado, cuando esté babeando sin disimulo le arranco la motosierra y verás como
aprende a, por lo menos, no hacerlo delante de mí.
—Hola Julietita —dice ella mientras me mira a través del espejo y se estira un
mechón de pelo para enredarlo y despeinarlo con laca.
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—Hola Martita. —Le hablo en el mismo tono para que se joda y funciona, porque
tuerce los morros siliconados que tiene, que más que morros parecen morcillas de
pueblo—. ¿Qué tal?
—Pues aquí, un día más. ¿Has visto a Gustaf? Me gustaría decirle algo.
—No, no lo he visto, pero no te preocupes que en cuanto sepa dónde está le digo
que has preguntado por él.
—Oh, tranquila. Me basta con que le digas que anoche se dejó el reloj en mi casa.
Era el rolex y puede que se preocupe.
Tomó aire con lentitud y asiento sin más, porque sé que dejar ir mi
temperamento solo servirá para acabar arrastrándola de los pelos por el camerino. Y
lo haría, me encantaría hacerlo, pero eso conllevaría el despido y no puedo
permitírmelo. Eso sí, a Gustaf le pienso decir tres cosas cuando lo vea.
Y lo veo, pero siete horas más tarde, cuando ya estoy agotada de hacer el lerdo y
articular gruñidos.
Además, un niño cabrón me ha vomitado en los zapatos. ¿Por qué los padres
permiten a los niños entrar en la casa del terror? ¡Está claro que van a tener miedo!
Algunos padres no quieren a sus hijos.
—¿De qué?
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—Julieta…—Me mira con paciencia, pero no cedo y enarco las cejas, como si no
tuviera ni idea de lo que me cuenta—. Te has pasado todo el turno dándome
empujones.
—Soy zombi, querido, tengo que andar dando tumbos. Si me cortas el paso… —
Me encojo de hombros—. Lo siento.
—No es una guarra… Es intensa, sí, pero tú también, cariño. Creo que no
encajáis, pero ninguna de las dos sois malas tías.
—Una cosa sí es cierta, y es que tanto ella como yo valemos mucho más que tú.
Ni siquiera mereces que me ofenda porque te la hayas follado.
—A ver, que me gustaría seguir viéndote, pero va a ser que no… ¿No?
—¿Te interesa?
Miro sus bonitos ojos negros abrirse con interés y resoplo. Si cuando yo digo que
el pobre lo que tiene de guapo lo tiene de imbécil es por algo…
Me doy la vuelta sin contestarle, esperando que capte la indirecta, pero más
tarde me arrepiento, porque conociendo a Gustaf en dos días vendrá a ver si estoy
dispuesta a hacer ese trío.
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gruñidos y la piel se me seca tanto con esas pinturas que uso para maquillarme a
diario que me gasto buena parte del sueldo en hidratantes. Sin contar el sueldo, que
no es gran cosa. El hecho de que comemos todos apretujados y a las prisas en una
mesa alargada que nos obliga a apretarnos y que, más de una vez, tenemos que ver
como algún adulto arranca a llorar perdiendo la dignidad por completo, o algunas
personas nos atacan dando manotazos debido a la reacción ante los sustos. Lo único
bueno de esto es que no tengo que pasarme el día encerrada en una oficina, pero
empiezo a pensar si no habría sido lo mejor. ¿No podía simplemente estudiar algo
como mis hermanas y dedicarme a lo mismo cada día, el resto de mi vida? Que suena
deprimente, sí, pero paga las facturas y da una estabilidad que yo no tengo ni por
asomo. En un día de mierda como hoy, me parece maravilloso.
una persona muy intensa, pero a la hora de vivir prefiero con mucho la
tranquilidad, quizá porque estoy convencida de que yo en medio de la gran ciudad
sería un descontrol absoluto y no quiero arriesgarme.
Veo en una recta mi oportunidad, hay línea continua doble pero no importa
porque la visibilidad es buena y total, voy a tardar un momentito. Acelero, meto
tercera, luego cuarta, e invado el sentido contrario de la calzada. Adelanto al señor
mayor, que resulta ser un chico bastante joven, lo que es raro y me hace tener ganas
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de preguntarle si es que tiene algún problema y por eso va tan lento. Vuelvo a la
derecha en cuanto puedo y me doy palmaditas en la espalda por haberlo conseguido
tan rápido. Acelero un poquito y no me ha dado tiempo siquiera a pasar del límite de
velocidad cuando una moto de policía adelanta al chico y se pone detrás de mí con las
luces encendidas. Vamos, no me jodas… ¡No ha podido verme! ¡He sido súper rápida!
Resoplo y me echo a un lado en la calzada en cuanto esta me lo permite.
—¿En serio? —Pongo cara angelical y lo miro. Joder sí, está muy bueno. Ojos
oscuros, nariz recta y con personalidad, labios carnosos y barbita de varios días—.
Verá, es que tengo una emergencia.
Resoplo, pero la saco del bolso mientras intento inventarme algo creíble.
—Mi padre está muy enfermo y me ha llamado con lo que parece ser un ataque
de ansiedad. Tiene depresión y me da miedo que haga alguna tontería.
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indigna tanto, y me alegra que viva la vida, que lo merece después de lo que ha pasado
para criarnos solo, pero la
—Siento mucho que su padre esté enfermo, pero usted ha rebasado el límite de
velocidad, ha invadido el sentido contrario de la calzada cuando estaba prohibido y,
además, tiene un piloto roto.
—¿Qué…? —Salgo del coche abriendo la puerta con tanta violencia que lo obligo
a apartarse con rapidez. Voy a la parte trasera y frunzo el ceño—. ¡Voy a matar a esa
puta! ¿Qué te apuestas a que ha sido ella?
—¿Perdón?
—Esa guarra… ¡Te juro que mañana le quito la motosierra a ese imbécil y la
descuartizo!
—Señorita cálmese.
—A la puta de Marta.
Abro la boca para decirle que claro que lo sé y que no soy estúpida, pero me
corto cuando lo veo enarcar las cejas y mirarme como si estuviera completamente
loca.
—Ajá.
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Empieza a anotar algo en una libretita, y como estoy muy nerviosa, y soy medio
idiota, sigo hablando, como quien le cuenta su vida a un psicólogo.
—¿Qué hace?
Frunzo el ceño dispuesta a rebatir eso del ataque de nervios, pero supongo que
después de haber hablado de la niña del exorcista, el tío de la motosierra y mi gusto
por los vikingos para follar, el hombre tiene derecho a pensar que estoy tarumba.
—Claro que existe. —Me interrumpe, hablándome como si fuese una niña
pequeña—. Y vive en el país de las piruletas también, ¿verdad? Junto a esta multita
que acabo de ponerle.
Llego a casa con el ánimo por los suelos, pensando que ya nada más me puede ir
mal hoy. Me equivoco, por supuesto y me toca enfrentarme a una pelea con Alex por
haber sido multada y por haber roto un piloto de su jodido coche. Esmeralda está de
malas y me ha asegurado que tengo mala cara y que quizá padezca alguna enfermedad
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mortal que acabará conmigo antes de que me venga el periodo de nuevo y Amelia me
ha dado la chapa con llanto y todo porque está triste así, en general, porque el mundo
es una mierda. Creo que a ella ya le va a venir la regla.
Alex no me deja el coche, así que me toca rogarle a Esmeralda, que me lo presta a
cambio de hacer la compra semanal en el súper después del trabajo y prometerle que
iré a hacerme una revisión.
El día es una mierda, tengo que soportar las carantoñas de Gustaf y Marta, que se
ve que de ayer a hoy están más enamorados que nunca. Increpo a esta sobre mi piloto,
pero como era de esperar se hace la tonta y jura y perjura que ni siquiera sabe cuál es
el coche de mi hermano. Gustaf la defiende y yo le digo que haga el favor de no
arrastrarse tanto por un chichi. A Marta eso no le hace gracia y nos ensalzamos en una
discusión que no acaba hasta que el descanso finaliza y tenemos que volver al trabajo.
Hago la compra con rapidez, salgo, cargo el coche y estoy por subir cuando una
voz me para en el acto.
—No se imagina las ganas que tengo de averiguar con qué historia piensa
librarse de esta…
Me giro y ahí está, el poli buenorro, sin casco esta vez. Y sí, tenía razón yo y tiene
pelazo, el mamón.
Lleva el uniforme, su coche de policía está aparcado un poco más allá, en un sitio
permitido, y él ya tiene la libretita en la mano. Ay, joder, qué mala suerte tengo.
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Miro al poli con cara de niña buena, aunque sé que mi pinta vuelve a ser
desastrosa, porque mi pelo está de nuevo estirado en una coleta sucia y cardada, visto
un vaquero, una camiseta de tirantas que me está ancha y unas sandalias de cuero que
dejan ver una pedicura desastrosa y desgastada. Que igual los hombres no se fijan en
estas cosas, pensarás tú, pero con la suerte que yo tengo, seguro que este se fija. Y
—¿Por qué llevas las uñas de un pie de azul y las del otro de amarillo?
—Tiene razón, lo que pasa es que se empeña usted en darme trabajo y, al final,
uno coge confianza.
—Toda la razón, otra vez. Entonces vayamos al lío. Ha aparcado usted en una
zona para minusválidos y me veo obligado a imponerle una sanción.
—Insultarme no la ayudará.
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—Cálmese y no me tutee, que no soy su amigo.
—Ya quisieras tú que este cuerpo serrano paseara contigo por alguna parte.
—Claro, sí, me encantaría que todo el mundo me viera pasear con una loca que
no se peina y se pinta las uñas como si fuera daltónica.
Dejo de pensar en su madre, porque por ahí sí que no voy a pasar. Vale que no
me he peinado, y vale que mi pedicura es una mierda, pero eso a él no le incumbe.
Ahí, ahí, qué poderío tengo cuando quiero. Él golpea la libretita contra su muslo,
pero yo no bajo la mirada, por si mi diosa interior despierta y me da por violarlo aquí
mismo. Que eso sí que es delito de los gordos y no de los menores estos que yo
acostumbro.
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que los ojos se me vayan a su porra –la del uniforme, no la otra–. Ahora mismo me
gustaría un montón darle en el culo con ella, para desquitarme de todo el estrés que
acumulo. ¿Ves lo que te digo? Soy muy Grey yo cuando me agobio.
—Oye —digo en un intento de hacer las paces—. ¿No hay ninguna posibilidad de
que me quites la multa?
—No.
—Pero…
—Gracias por el piropo, pero la multa sigue siendo la misma. —Me entrega el
papelito—. Ya conoce el procedimiento. Que tenga buen día.
Llego a casa y me callo como una mujer de mala vida que tengo otra multa. Alex
está trabajando, Amelia no ha llegado, debe andar buscando a la madre de Marco, y
Esmeralda está en la cocina cortando filetes con tanta saña que me da miedo. Intento
huir, pero la cabrona tiene un detector de hermanas y ni siquiera se gira cuando me
habla.
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—¿Ya no saludas siquiera? ¿No te da la educación para decir «Hola, estoy en
casa»?
Mete tal cuchillazo a la carne que pienso en el pobre pollo, o cerdo, o lo que sea
que haya tenido la desgracia de caer en sus manos.
—Si defiendes a tus clientes con esa dulzura, prefiero ir a la cárcel a que lleves
un caso mío. Te lo digo por si se da la ocasión algún día.
—¿Qué pasa?
Ella se toma su tiempo en soltar la carne y menos mal que lo hace, porque a este
ritmo cenamos picadillo de pollo en vez de filetes. Se lava las manos y se sienta a mi
lado, coge el botellín, da un sorbo y me mira.
—Que no está bien, que no deja de tomar esos antiácidos y eso de querer
hacerse vegetariana me preocupa.
—En realidad no, anda que no hay vegetarianos por el mundo ahora. ¡Y veganos!
Que yo sigo sin tener claro qué coño es eso, pero hay muchos.
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—Escúchame, nuestra hermana ya sufre tanto por los problemas del mundo que
padece del estómago a causa de la ansiedad. Si permitimos que se haga vegetariana y
empiece a compadecerse en exceso por los animales, pronto no podremos ni matar
una jodida hormiga en esta casa. ¿Me sigues?
La miro prestándole atención esta vez, porque lo que está diciendo tiene mucho
sentido. El problema de Amelia es que empatiza demasiado con todo el mundo. En
serio, mi hermana sería capaz de empatizar con una jodida piedra y acabar sintiendo
su dolor, lo que es un engorro para ella y para nosotros, que nos pasamos la vida
intentando que se relaje y no sufra tanto. ¡No se puede arreglar el mundo a base de
antiácidos por Dios! Pero ella no lo entiende, tiene una visión edulcorada de la vida y
pretende salvar a todo bicho viviente que se le ponga por delante.
Que se haga vegetariana podría ser respetable si no fuera porque Esme tiene
razón y esta es de las que no le basta con cambiar ella, sino que pretende que el resto
la siga. Y vale que a mí no me cuesta nada ir con ella a plantar árboles solidarios, como
he hecho otras veces, pero yo disfruto mucho de un buen chuletón y no pienso
renunciar a eso. Seré muy mala persona, pero Esme es peor, porque ha sido ella la que
se ha dado cuenta.
—¿Y qué hacemos? —pregunto, dándole a entender que sigo sus pensamientos.
—Primero hablar con Alex y luego intentar exponerle a Amelia los motivos por
los que debe seguir comiendo carne, aunque sea en pequeñas cantidades.
Asiento, porque estoy de acuerdo con ella y al día siguiente cuando llegamos de
trabajar hablamos con Alex que, aunque nos comprende, se niega en rotundo a hablar
con ella.
—¿Y cuándo te increpe que mates una araña? ¿O una hormiga? ¿O una mosca? —
pregunto exasperada.
—Esto se trata de que entienda que no puede ser así. —Esme intercede y se lo
agradezco.
—Esto se trata de que no sois capaces de dejar a la gente ser lo que les dé la puta
gana, joder.
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¿Queréis dejar de meteros en la vida de Amelia? ¡Ya es mayorcita! Si no quiere
comer carne que no coma. Y punto.
—No te pega ponerte al sol sin beber, no me preguntes cómo he llegado a esa
conclusión.
Podría contestarle una bordería, pero la verdad es que tiene razón, así que
decido callarme, coger dos cervezas y salir al jardín. Estiro una toalla sobre el césped y
pienso que debería fustigar a Alex para que lo corte, porque está más crecido de lo que
debería. También podría hacerlo yo, claro, pero parte del encanto de cortar el césped
es dar el coñazo antes a mi hermano. Además, que a él le gusta. ¿No ves que se quita la
camiseta y le hace posturitas a las hijas de los Beltrán? Viven al lado y no sé cómo lo
hacen, pero en cuanto mi hermano se quita la camiseta aparecen con el chucho, para
pasearlo, dicen. Tengo la sensación de que si Alex decidiera cortar el césped a las
cuatro de la mañana ellas encontrarían la forma de hacer que quedase creíble sacar a
pasear al perro. Ay, qué mala es la juventud… Y eso que yo tengo veintiocho, pero me
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siento mucho más madura que ellas. Se lo digo a Amelia cuando sale y le da tal ataque
de risa que me ofendo.
Miro su biquini de rayas marineras y pienso en lo guapa que es. Amelia tiene una
belleza clásica, dulce y sosegada, tal como es ella. A veces me pregunto cómo es
posible que seamos cuatrillizos, si en realidad ninguno nos parecemos ni por fuera ni
por dentro.
—Siempre que seas la próxima en levantarte a por las cervezas, bienvenida seas
—dice Amelia.
—Madre mía…
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Levanto la cabeza y miro a Esme para ver qué ha causado su susurro de
sorpresa.
—¿Qué?
Ella nos señala la valla de al lado, la de los Beltrán. Una de las veinteañeras
paseachuchos está encaramada al cuerpo de un chico como si fuera una gata en celo. Él
está dándonos la espalda y ella es mucho más baja, así que ninguno nos ve, ni nosotras
podemos saber cuál de las dos es ella. Lo besa, aunque estaría mejor decir que intenta
tragárselo a sorbos, claro que él no parece sufrir mucho. Nos quedamos un momento
disfrutando del espectáculo gratuito mientras mis hermanas susurran guarradas,
porque son un poco cochinas.
—Igual hasta se ha hecho un trío con las dos. La otra estará despatarrada en la
cama todavía —añade Esmeralda.
Las miro flipando un poco y con ganas de gritarles que no se pasen, que aquí la
más bestia soy yo y tienen prohibido competir por el título.
—Hay que ser un poco pervertido para liarse con una niñata de veinte años —
digo sin más.
Frunzo el ceño. ¿Tan poco nos llevamos? Pues parecen unas niñatas, así que más
a mi favor. Ese tío es un picaflor, seguro. Y mi hermano tiene mejor culo, que no es que
yo se lo mire, pero…
Me centro en la escena para ver qué le ha llamado tanto la atención y veo que la
chica le mete mano en el paquete sin mucho disimulo. Oímos la risa del chico y vemos
cómo se echa un poco hacia atrás, separándose de ella.
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—Eso sí que es dar buen servicio a las ciudadanas de este, nuestro país —digo
con una sonrisa maliciosa—. Viva el cuerpo de policía. —Lo miro de arriba abajo e
intento obviar el paquete que marca debido a los manoseos de mi vecina—. Ya
podemos descartar que tu mala hostia se deba a la falta de sexo.
Supongo que intenta aceptar el hecho de que me aparezca hasta en sus post
coitos.
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4
Diego
No me puedo creer que esa loca esté de verdad en el jardín que colinda con el de
Susana. Por un momento, hasta se me pasa por la cabeza que me esté siguiendo, pero
ese pensamiento dura solo hasta que me percato de que está en biquini. ¡Y menudo
biquini! ¿Qué pasa? ¿Qué porque es pequeña ha decidido que tiene derecho a ponerse
también el biquini más diminuto que había en la tienda? Joder, que apenas deja nada a
la imaginación. Y no, no soy un mojigato, me gustan los biquinis pequeños pero esa tía
me saca de quicio, lo juro.
Y el caso es que ahora que la miro con poca ropa y una trenza que cae por su
hombro deshilachada, pero a la moda, parece normal. No lo es, claro, a mí ya no me la
da, pero lo parece. Quiero decir alguna frase ocurrente y sarcástica, pero en lo que
tardo en pensar algo ella se acerca seguida por las otras dos chicas, que me miran con
evidente curiosidad.
—Hombre, no sabía que te habían dado permiso para salir del sanatorio —digo
al final.
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Enarco las cejas, porque no la había visto nunca tan tirante con nadie y porque
Julieta la ha saludado de muy buenas maneras, sonrisa incluida. Claro que
conociéndola a saber qué ha hecho para que mi chica no pueda verla, porque no puede
y se nota.
—Ya que no nos presentan, lo hacemos nosotras. —La chica de ojos verdes
estira su mano y yo la agarro intentando obviar el hecho de que también lleva un
diminuto biquini puesto—. Soy Esmeralda y ella es Amelia, mi hermana. —Señala a la
de ojos azules y luego a la loca—. Esta es mi otra hermana, pero se ve que ya la
conoces.
—Sí, un poco.
—No la conozco como tal, cielo. La he multado esta semana. Dos veces.
—¿Dos veces? —le pregunta la de ojos azules, Amelia—. Solo nos has contado
una.
—Cálmate que tampoco fue nada del otro mundo. Este, que me tiene inquina.
—¿Gustaf se ha liado con Marta? —pregunta Amelia—. ¿Por qué no nos has
contado nada?
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—No es para tanto.
—Solo nos acostábamos —murmura esta—. Dice que se ha pillado por Marta.
—¡Pues claro que lo tiene! —Esmeralda me mira mal de repente—. ¿Por qué iba
ella a mentir? Está colgada pero no es una mentirosa. Gustaf es el tío que hace de
asesino en la casa del terror y Marta la que hace de niña del exorcista.
—Julieta trabaja allí, hace de zombi —dice Amelia y aunque no es tan imperativa
como su hermana, me deja bien claro que, de pronto, he dejado de ser de su agrado.
—¿De zombi? —pregunto a Julieta—. Por eso tampoco ibas bien peinada, ¿no?
—¿Qué más da? ¿O es que vas a quitarme la multa ahora que sabes que es
verdad?
—No, no puedo porque te las puse por infringir la ley los dos días y no por tus
líos amorosos.
Ella resopla en plan altanero y yo me siento mal de repente, porque vale que se
había pasado al adelantar, y al aparcar en la plaza de minusválidos, pero igual no
debería haber sido tan prepotente con ella.
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Esmeralda bufa, Amelia se pinza los labios para no reírse, pero no le sale, y
Julieta vuelve a encontrar fascinante el lunar de su hombro.
—¡Pero si su padre está de crucero por ahí! Anda que no se lo está pasando bien
desde que se prejubiló y le tocó un pellizco en la lotería. —Miro a Susana con la boca
abierta y ella se ríe—. A ver, tampoco una barbaridad, pero lo justo para permitirse el
pedazo de viaje que está haciendo.
Me muerdo el moflete interno para no soltar un taco y vuelvo a mirar a las tres
hermanas.
—Una mentirijilla sin importancia, hombre, qué rencoroso eres. ¡Además que no
puedes tutearme!
¡Que no te dejo!
—¡Pero si tú llevas tuteándome desde que nos hemos visto hoy! —Pierdo los
nervios en esa frase, lo sé, y cuando Susana pone una mano en mi espalda para
tranquilizarme me doy cuenta de lo tenso que estoy—. Mira, déjalo. Mejor me voy
porque tampoco tenemos más que decirnos.
—Desde luego, no puedes multarme aquí porque estoy en mi casa, así que ale.
Flu, flu.
Me revienta que me hable así. ¡Es que me revienta! Joder, qué ganas me dan de
callarle la puta boca con algo ingenioso, pero tengo la sensación de que con ella todo
es una competición y por alguna razón
Miro a Susana y le sonrío. Menos mal que alguien me entiende… Beso sus labios
y hago un gesto para despedirme de las chicas.
Las tres alzan la mano derecha y me saludan como si fuesen princesitas, pero yo
tengo la impresión de que más bien son tres víboras dispuestas a envenenar a todo el
que las joda.
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—No les hagas ni caso —susurra Susana cuando llegamos a mi coche—. Son
unas imbéciles.
—Bah, si me la suda. Solo que es casualidad que justo la tía que más me ha
mosqueado esta semana sea vecina tuya.
—¿Son ellas?
—Sí y falta el chico, Alex. —Sonríe con dulzura—. Él es el único que se salva.
—No digas tonterías. Es mono, pero yo tengo todo un poli para mí solita.
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5
No es que me caiga mal per se, es que es lerda, la pobre, y su hermana igual o
más. Son pijas, frías, repelentes y cuando se emocionan dan saltitos de una forma que
dan ganas de escupirles en la cara y arrastrarlas por los pelos. Bueno, igual no tanto,
que yo también tiendo mucho a la violencia imaginativa, porque en la realidad no
mato a una mosca. La cosa es que dan mucho asquito, pero mi hermano se pone
tontorrón con ellas, porque Alex se pone tontorrón con todo ser viviente femenino,
menos con sus hermanas, claro.
—La verdad es que sí —dice ella con un tono pretencioso que no me gusta—.
Gracias a Dios no todas somos tempanitos de hielo como tú, querida.
Si me dice eso a mí se traga los dientes, pero Esme se limita a sonreír sin
despegar los labios, bostezar, e irse. Así, en ese orden y dejando a Susana ardiendo por
dentro, porque claro, cuando una lanza un ataque es porque quiere pelea y si te
ignoran o te tratan como si no merecieras atención te cabreas más. O yo por lo menos
soy así.
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—No gracias.
—Venga mujer, hasta te dejo hacer topless y que se te pongan las aceitunas
morenas. Ya verás como al poli le gustas más así.
—No digo yo que no, pero puestos a elegir entre dos granizos, o dos conguitos,
yo me quedaría con lo segundo.
Mis alusiones a que tiene las tetas pequeñas son crueles, lo sé, sobre todo porque
yo tampoco tengo mucho pecho. Por suerte Lerdisusi no es muy avispada a la hora de
devolver puyas así que me aprovecho.
—Eres imbécil y me alegro de que Diego te haya multado dos veces. Ojalá te
multe más.
—Ya me andaré yo con ojo. No sea que al final quiera usar la porra conmigo y no
estoy muy por la labor.
Y sin dejarla decir ni media palabra más me doy la vuelta y me voy a mi toalla.
Ella está mirándome de mala hostia, lo sé, lo noto, pero es que me da lo mismo. Me
tumbo y paso el resto de la tarde disfrutando cosa mala por haber torturado un
poquito a mi vecina. Soy una pésima persona, lo sé, lo sé, no te creas que estoy
esperando entrar en el cielo por la puerta grande el día que abandone este mundo.
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Nos llevamos mal, para qué negarlo. Fatal, peor que fatal. Incluso nos hemos
empujado de manera disimulada en el trabajo más de una vez. Yo con la excusa de que
soy zombi y ella no sé, porque su trabajo consiste en estar en la puñetera cama
haciendo la cerda, que es una cosa que se le da muy bien.
Estamos en el rato de descanso y mientras como tengo que ver cómo se hacen
carantoñas todo el tiempo. En serio, todo el jodido tiempo. ¿No comprenden que esto
no deja de ser una sala diminuta y estamos todos alrededor de una mesa demasiado
estrecha? En cualquier momento me pongo a vomitar arcoíris, de verdad. Estoy
pensándome si decir algún comentario por joder cuando nuestro encargado entra en
la mini sala con un chico nuevo.
¡Y qué chico!
Alto, rubio, ojos azules, barbita y sonrisa matadora. Mira tú por donde, al final el
día va a mejorar de manera considerable.
—¿Y qué pasa con Juanito? —pregunta alguien mirando al que hasta ahora ha
sido el ocupante de ese puesto—. ¿Te echan?
—Por muy calladito que lo tuvieras, tendrás que invitar a algo, mamón —dice
Gustavo.
—Hecho, esta noche si queréis salimos todos e invito a una ronda. ¡Pero solo
una! —Eso arranca aplausos a todos y me incluyo—. Einar, colega, te puedes venir,
aunque seas el nuevo y no conozcas a nadie, así te acostumbras a esta panda de locos.
—Me encantará.
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Ay, claro, es guiri, que ya se sabe que no se pierden una fiesta ni aunque los
maten. A mí lo que menos me importa de todo este alboroto es Juanito, su despedida o
la fiesta de esta noche. A mí lo que me importa de verdad es que Einar tiene acentazo
de hombre nórdico. Lo sé, lo noto, soy una fangirl de todo lo vikingo, ¿recuerdas?
Lo sabía. ¡Es que lo sabía! Me tiemblan partes del cuerpo ahora mismo que no se
ven, pero se
Martita cierra la boca ella sola y me fulmina con la mirada. Bah, me la suda ella,
Gustavo y su relación. Ahora tengo a Einar, que es un bombón vikingo de los de
verdad. Lo miro de nuevo y cuando me sonríe mi diosa interior vuelve a hacer acto de
presencia. La mando a callar, porque ahora tenemos que trabajar, pero esta noche la
libero y que sea lo que Dios quiera.
La tarde se hace larga, muy larga, pero estoy contenta porque al parecer Einar va
a quedarse en mi turno. Además, mientras se vestía me ha pedido que lo ayudara con
el maquillaje. ¡A mí! Y eso que a mi lado había dos chicas más, así que ha tenido que
elegir y he salido ganadora. Lo ayudo y procuro no embobarme mucho mientras
repello su cara de pintura blanca. Cuando está listo le enseño más o menos cómo irá
su trabajo, que es algo que debería hacer Juanito, pero como ha visto que ya me ocupo
yo, ha decidido pasar sus últimas horas de payaso tocándose los huevos.
Cuando por fin salimos, a las diez de la noche pasadas, Juanito propone ir al pub
de siempre. No es de los mejores pero esta noche como estoy por socializar con Einar
no me quejo y lo dejo estar. El sitio en sí es un local venido a menos, con un escenario
pequeño en el que nunca he visto cantar a nadie y eso que venimos mucho, porque
mis compañeros tienen fijación. Está la barra –obviamente– con sus taburetes rojos y
antiguos, mesas de madera y sillas plegables. Sí, plegables. Es cutre hasta decir basta,
pero bueno no importa, porque Einar es altísimo y tiene culazo, y eso lo suple todo.
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Bueno, a ver, lo pregunto en su sobaco en realidad, porque he intentado
acercarme a su oído y me ha resultado más difícil que escalar el Everest en bragas.
Ay, encima de guapo es generoso. Lo tiene todo el chaval. Asiento, claro que sí, yo
bebo birra y absenta si él quiere.
—A la primera invita Juanito, que para eso hemos venido, pero a la segunda
puedes invitar que yo te dejo.
—Lo sé.
Nos reímos como dos imbéciles y me pregunto si pedirle que nos vayamos ya me
hará quedar como una facilona. Llego a la conclusión de que sí, de manera que le pido
que me guarde el sitio y voy a la puerta para llamar a casa y avisar de que llegaré
tarde. En realidad, a Esmeralda y a Alex les da lo mismo cuando llegue, pero Amelia se
preocupa. Marco el número y resoplo cuando me lo coge Esmeralda.
—¿Dónde estás?
—¿Juanito?
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—De verdad, que lástima me dan los acusados que tengan que enfrentarse a ti.
Mira que eres borde, hija mía.
—En un bar.
Debería ofenderme que todo el interrogatorio sea porque está preocupada por
su coche, pero ya la conozco y sé que ella es así de mona.
—Oye, relájate un poco. Además, que tengo que contarte una cosa, Esme.
—¿Qué pasa?
—Me he enamorado.
—¿Otra vez?
—Sí, otra vez, pero esta vez es de los buenos. ¡Es vikingo!
—¿Dónde has conocido tú a un islandés? Con el calor que hace aquí ahora se
estaría derritiendo.
—No acabes esa frase —me corta mi hermana—. ¿Puedes intentar ser menos
vulgar?
—Dios.
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—En serio, Esme. Le hago una foto y te la mando, ya verás.
—Bien.
Ay, aquí hay tema. Se nota, se siente. Ahora solo falta ver cuánto vamos a tardar
en arrancarnos la ropa. Intento no mostrarme ansiosa, pues sé por experiencia que, en
parte, lo mejor de estas cosas siempre es la anticipación. La expectación, el no saber
cuándo ocurrirá todo por fin nos mantiene en un estado de excitación constante. Y yo
soy muy partidaria de la excitación desde siempre.
—No, vivo con dos amigos. Es imposible pagar un alquiler trabajando en esto.
—Oh. ¿Y qué haces en España? ¿No se supone que tienes que estar en Alemania o
algún país que avance en vez de retroceder como este?
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Ay, qué ricura. Me derrito un poco y él lo sabe, lo que me hace pensar que jugar
la carta del desamor ha sido premeditado, pero no me importa porque sigue estando
buenísimo.
—Oh sí, casi dos años. Estoy sobreviviendo con trabajos mierda.
Me río porque me hace gracia que de vez en cuando se deje alguna palabra atrás.
Con todo, su español es casi impecable.
—Eso sí. —Sonrío, aunque de inmediato me quedo seria—. ¿No lo dirás por
Martita?
—¿Martita?
—La niña del exorcista. Mira que esa guarra tiene fijación con quitarme los
maromos.
—No, no. Martita ni me he fijado —dice con su soltura de guiri—. Lo decía por ti.
—¿Sí?
—Que digo que así sí nos entendemos, no que vaya a irme contigo a cualquier
parte, Einar, relaja un poquito.
—Si me vas a decir que llevas dos años sin mojar ahórratelo, que no cuela.
—Eso ya es mucho.
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—Sí, pero tengo mala suerte con las chicas. Soy tímido. —Me río con una
carcajada, pero él se queda serio—. Es verdad.
Einar arranca a reír de buena gana, tanto que echa la cabeza hacia atrás un poco
y todo, lo que me deja su perfecto cuello a la vista. Ojalá pudiera darle un bocado justo
ahí…
—¿Ah no?
Einar se acerca a mí, agacha la cabeza y me mira con esos ojazos azules a los que
me estoy enganchando a la velocidad de la luz.
—Los dos sabemos que esto pasará —digo—. Y cuando lo haga, veremos las
estrellas.
—Oh sí, puedes. Y mientras tanto, nada de mirar a Martita. Avisado quedas.
Él ríe, agarra mi cintura, baja su boca y muerde mi cuello con un ronroneo que
me termina de poner a tono. Me agarro a sus hombros y creo que gimo como una
desesperada en su oído. Él debe saber que me ha gustado, porque se va a la otra parte
de mi cuello y muerde de nuevo. Esta vez no lo creo, he gemido como una calentona.
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—No puedo esperar a morderte entera.
Mira tú por donde, al final va a resultar que Einar también tiene complejo de
zombi.
54
6
—Ahora vamos a coger un taxi que te deje a ti donde quiera que vivas y a mí en
mi urbanización.
—¿Eres pobre?
—Sí, es verdad.
—Vente a mi casa.
Eso lo he dicho yo, y de verdad, te prometo, que de inmediato pienso que no hilo
bien y que algo en mi conexión cerebro-boca falla siempre de forma estrepitosa.
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Él arranca a reír, me coge de la nuca y me besa con ganas. Dios, adoro que me
agarre así, ya está, es un hecho. Además, por muy borrachín que vaya sigue oliendo a
gloria. ¿Cómo no voy a querer tirármelo?
—¿Llamo taxi?
—Llama, llama.
Espero que lo haga y mientras este llega nos dedicamos a liarnos como dos
niñatos incontinentes.
Solo nos falta hacernos chupetones de arriba abajo y habremos regresado a los
quince años por la puerta grande.
¿Qué pasa? ¿Vosotros no vais a culminar hoy? Si es que cuando se llega a cierta
edad ya no está el cuerpo para tanto trote…
—Ya está bien Julieta. —Gustavo interviene y me mira con gesto serio—. Quizá
deberías irte a casa y dormir la mona. Vais muy pasados.
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y Einar me despierta con delicadeza. Subimos y cuando él da su dirección al taxista lo
miro mal.
—Quiero sexo contigo, pero cuando los dos estemos bien. Cuando pueda
recordarlo, porque será muy bueno.
—¿Cómo estás seguro de que será muy bueno? —Me río y me apoyo en la
ventanilla—. A lo mejor soy un fracaso en la cama. A lo mejor no sirvo para el sexo.
Entreabro los ojos y lo veo sonriéndome con dulzura, besa mi nariz y me río,
porque este hombre es muy, muy mono. Suspiro y vuelvo a cerrar los ojos un
momento. Solo un momento.
1. Tengo la boca seca, muy seca, tanto que noto el cielo de la misma y la lengua
cuarteados y me da la sensación de que mi saliva se ha extinguido para siempre.
2. Los ojos me duelen y pican porque no me quité las jodidas lentillas antes de
dormir, lo que me lleva a deducir que tampoco me desmaquillé. Me paso una mano
por la mejilla y noto los restos de rímel pegados, así que imagino que debo tener una
pinta desastrosa.
5. Y a raíz del depravado, pienso en Einar. ¿Me acosté con él? No, no lo creo,
porque noto la ropa puesta, aunque…
Miro abajo con mucho, mucho esfuerzo y ahogo un gemido cuando me doy
cuenta de que no llevo mi ropa, sino una camiseta enorme que no reconozco de nada.
Claro que es lo que menos tendría que preocuparme, porque tampoco reconozco las
sábanas, ni la cama, ni el cuarto. Ay, que ya la he cagado otra vez. ¡Si es que no
aprendo!
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Antes de hiperventilar decido ser valiente y mirar a mi lado, donde unos suaves
ronquidos me avisan de que hay alguien. Al menos tengo la certeza de que es Einar
porque recuerdo de forma vaga que subimos juntos a un taxi. Inspiro, miro y… Sí, es él
y, joder, está muy bueno hasta durmiendo y con la boca entreabierta. Tiene una forma
de roncar que, no sé por qué, me pone a mil por hora. O quizá es el hecho de que no
lleve camiseta y pueda ver su torso salpicado de suave vello rubio y músculos, lo que
me pone tontorrona un segundo antes de que la resaca se manifieste en todo su
esplendor y me recuerde cuánto me duele el cuerpo. Gimo en alto, porque noto
arcadas y cuando me giro veo en la mesita de noche un vaso de agua y un ibuprofeno.
Sonrío sin poder remediarlo, ay, qué mono es este hombre, de verdad y eso que solo lo
conozco desde hace unas horas, pero son cosas que se sienten. Cojo el móvil, mando
un mensaje a Alex, que es quien me ha estado llamando muchísimas veces. Le prometo
que estoy sana y salva y que volveré a casa antes de trabajar, me tomo el ibuprofeno y
me tumbo de nuevo en la cama.
Podría buscar mi ropa y vestirme, pero la verdad es que me duele tanto todo que
doy otro sorbo de agua, cierro los ojos y me vuelvo a dormir.
Cuando vuelvo a ser consciente de la realidad apenas han pasado unos minutos y
me despierto porque alguien besa mi cuello. Alguien que está muy contento a juzgar
por el masaje lumbar que estoy recibiendo a base de restregones.
Sé lo que quiere decir: si en realidad estoy tan mal como para no disfrutar de un
buen polvo mañanero. Claro que a juzgar por la hora a la que debimos acostarnos
deben ser las doce por lo menos.
Noto su risa en mi nuca y me giro con lentitud para encontrarme sus ojos azules
e hinchados mirarme con simpatía.
—Otro día.
—Te dormiste en el taxi y no sabía dónde vivías, así que te traje aquí para
compartir cama. Soy generoso.
—Noooo.
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—¿Y lo de hace un minuto qué ha sido?
Einar abre la boca y se ríe tumbándose en la cama y tapándose los ojos con el
antebrazo, tensando sus bíceps y haciendo que me fije.
Me pinzo el labio, porque si no fuera por lo mal que me siento… Y qué coño, que
para que nos acostemos tiene que hacer algún mérito más. Aunque le agradezco que
no me dejara en mitad de la calle en el estado en el que iba, eso sí.
—Lo agradecería. ¿Qué hora es? —Me giro y miro mi móvil sin esperar
respuesta—. Oh mierda, la una menos diez. ¡No me da tiempo a ir a casa!
Entro por el aro porque no tengo muchas más opciones así que me ducho lo más
rápido que puedo y agradezco que sea diario y sus compañeros no estén en casa.
Cuando salgo me pongo la ropa del día anterior, que sí, huele que da asco, pero es que
otra cosa no hay y no es plan de llegar con la ropa de Einar en su primer día oficial,
porque lo de la ayer fue un ensayo. ¡Y menudo ensayo!
¿Tienes idea de lo que es hacer de zombi con la resaca padre encima? Y eso que
no es la primera vez, pero no consigo acostumbrarme a esta sensación tan
horripilante. Tengo escalofríos, me duele el cuerpo, la cabeza me va a estallar y cada
vez que tengo que gruñir en plan zombigilipollas siento que los ojos podrían salírseme
de las cuencas.
A las diez de la noche salgo hecha polvo y cuando creo que no puede pasar más
nada para empeorar mi humor veo a mi hermana Esmeralda en la puerta del parque
de atracciones.
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—Oh, mierda —murmuro mientras me acerco con desgana.
Al menos Einar se ha ido antes, alegando que necesita un bote de aspirinas y una
ducha cuanto antes.
Lo entiendo y pienso que ojalá me hubiese ido con él, porque me da a mí que me
va a tocar pelearme con Tempanito y no tengo ganas, de verdad que no.
¡No lo sé! ¡Nadie lo sabe porque todo lo que has hecho es mandar un mensaje a
Alex! ¡Un mensaje! Has perdido por completo el juicio.
—¿Que frene? ¿Que frene? ¿Tienes idea de lo preocupada que estaba Amelia? Si
vuelve a aquejarse del estómago te pierdo el habla un mes, te lo juro.
—¿Sabes? Sería bonito que alguna vez te preocuparas así por mí.
—¿En serio, Julieta? ¿Crees que no nos preocupas lo bastante? ¿Tienes quejas?
¿Qué tenemos que hacer? ¿Pasarnos el día rogándote que no nos tengas a punto de
infarto?
—Me refería a preocuparte para bien. —Sus ojos verdes me miran con tanta
frialdad que me congelo un poquito—. Vale, mejor me callo.
Odio cuando Esmeralda se pone así, de verdad, ni que fuera para tanto. Todo
esto es por ese complejo de madre que tiene, que la domina tanto que la amarga hasta
límites insospechados. Vale, no dije que no iría a dormir a casa, pero Alex duerme
fuera un montón de veces y nadie se queja. ¡Y eso es machismo! ¿O
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no? Estoy por decírselo cuando recuerdo una bronca monumental entre ella y
Alex no hace más de un mes justo por esta razón. Sí es que Esme tiene para todos. La
cabrona sería capaz de atemorizar a los asesinos en serie. Si en Estados Unidos
supieran de la existencia de mi hermana no haría falta la pena de muerte; confesarían
todos a la segunda charla por no escucharla más. Ella los castigaría con algo que les
jodería muchísimo y todos tan contentos.
A ver, que en realidad yo la quiero mucho y la vida con ella es fácil… siempre que
la obedezca en todo y me quede calladita cuando tiene ganas de poner mi vida en
orden. Si yo la teoría me la sé, pero luego siento que si me porto como ella quiere más
de veinticuatro horas colapso, y me salen bultos, y puedo acabar muriendo de una
forma muy ridícula y apareciendo en el programa ese de mil maneras de morir. Y no
me apetece, la verdad. Ni morirme, ni aparecer en ese programa.
—¿Dónde demonios estuviste? —pregunta Alex sin levantar el culo del sofá.
—De fiesta. Resulta que Juanito ha encontrado otro trabajo y se ha ido, pero han
metido a otro mejor.
—¿Con el…? —Alex no acaba la pregunta, mira a Esmeralda y eleva una ceja—.
¿Le has hecho algún test de drogas?
—¡Oye que no voy colocada! Serás imbécil… —siseo y cuadro los hombros—. Se
llama Einar, es
de Islandia, o sea, vikingo, y está como un queso. Esme tiene una foto.
—Le dije que se levantara la camiseta si quería chuscar y se dejó, porque es muy
majo. —Me río al recordar la carita que se le quedó y lo que nos reímos cuando
accedió. Agradezco acordarme porque poco después la cosa se volvió borrosa—. En
fin… han sido días muy largos, pero por suerte mañana libro, así que si me disculpáis
61
voy a dormir como doce horas seguidas. No me despertéis a no ser que haya fuego y el
inútil de Alex no sepa controlarlo.
Me río cosa mala con mi tontería mientras mi hermano pone mala cara, pero yo
que sé que en el fondo no le sienta mal porque es bromita. Yo de mi hermano como
bombero no tengo nada que decir.
62
7
Dos semanas. Han pasado dos puercas semanas y no he podido catar al vikingo
como me gustaría. ¡Te juro que estoy a punto de explotar! Y lo peor es que en este
tiempo todo ha sido una serie de contratiempos que nos han impedido quedarnos a
solas en un sitio lo bastante privado como para no acabar detenidos por escándalo
público.
Para empezar Einar ha cogido una gripe de verano que lo ha tenido semana y
media con fiebre, estornudos y sintiéndose fatal. Yo le juré que con tal de echar un
polvo no me importaba arriesgarme a cogerla, pero es un caballero y se negó. Así que
me limité a cuidarle como podía dentro del trabajo porque claro, siendo nuevo no se
atrevía a faltar mucho y quedar mal con los jefazos, pero cuando salíamos el pobre iba
arrastrándose a su casa y se metía en la cama hasta el día siguiente. Solo dos días se
me ocurrió llevarle sopita casera hecha por mí y me lo agradeció tanto que me sentí
mal por no ir más a cuidarlo, pero no quería que pensara que estaba apalancándome o
tomándome más confianzas de la cuenta.
Los últimos dos días parece que ha estado mejor pero antes de ayer Amelia tuvo
una crisis de ansiedad porque vio en las noticias que ha habido un nuevo atentado, así
que cuando Alex me avisó por whatsapp y salí del trabajo solo me apetecía ir a casa a
intentar animarla. La verdad es que yo también lo paso mal cuando ocurren estas
cosas, pero mi hermana sufre demasiado por… por todo, y por todos.
Cuando por fin salimos de trabajar lo miro a conciencia y él se ríe, porque a Einar
le hace mucha gracia cómo soy y suele reírse bastante, la verdad.
—No iras a buscar otra excusa, ¿no? Mira que no aguanto más y al final me busco
a otro.
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—No tienes que buscar a otro. Tu vikingo soy yo.
Me río en plan tontorrona, porque este hombre me vuelve muy pava, así que me
alzo en mis puntillas y lo beso merodeando en su boca, deleitándome en la suavidad
de sus labios y en las cosquillas que su barba de pocos días provoca en mi cara.
Sonrío, porque me gusta que me llame Juli, es súper cercano y nadie más me
llama así. En realidad, de Einar me gustan tantas cosas que no sabría por donde
empezar la lista y eso que nos conocemos desde hace dos semanas y pico.
—¿Eso quieres?
—Sí y es probable que pase la noche fuera, así que por favor no me digas que
vienes a llorar la muerte de algún gatito o algo por el estilo.
Ella pone los ojos en blanco y baja la tapa del váter para sentarse.
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—No tonta, solo quiero saber si vas con tu famoso vikingo.
—¿Sabes que Alex piensa que no es vikingo? Dice que da igual las fotos que
mandes, que seguro que en realidad te estás chuscando al pardillo del curro.
—¿Qué? ¡No! ¡No! ¡Ya hemos hablado de esto, joder! —Se tapa los ojos con las
dos manos con fervor y sigue gritando como un descosido—. ¡Nada de andar en
pelotas por las zonas comunes! Dios mío, me quiero arrancar los ojos.
—Eso —sigo yo, muy digna—. Cuando tus ligues se pasean por aquí ligeritas de
ropa no te importa lo más mínimo, ¿eh?
Sigue con los ojos tapados y cuando intenta caminar hacia atrás para volver a su
dormitorio se da en la nuca con el marco de la puerta. De verdad, pobrecito mío: tan
guapo y tan tonto.
—¡A partir de cierta edad deja de ser normal ver a tus hermanas en pelotas! He
dicho y punto.
Esa es Amelia, que ha llegado a la misma conclusión que yo. Sigo caminando con
tranquilidad hasta mi dormitorio con ella detrás y cuando entro le enseño el
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sujetador, las braguitas y el liguero que pienso lucir esta noche: todo de encaje y de
color rojo. Dudé al comprarlo si hacerlo en negro, por eso de que es más elegante,
pero es que yo no quiero tener pinta de elegante, yo quiero tener pinta de… Bueno,
que quiero que cuando Einar me vea no pueda evitar saltar sobre mí.
—Pues no lo sé, depende de como se dé la cosa. Igual Einar resulta ser un fiasco
en la cama, aunque no lo creo.
—Yo tampoco.
—No, pero con todo lo que has hablado de él en este tiempo, estoy segura de que
estará a la altura.
Además, tiene pinta de empotrador por las fotos que nos has enseñado.
Me río y pienso en todas las fotos que he sacado a Einar estos días. El pobre no
se queja, pero sé que a veces se aburre de que lo obligue a posar con cara de enfadado
para demostrar en el grupo de whatsapp que he creado con mis hermanos y he
titulado «Mi vikingo» que es verdad que está súper bueno. No me avergüenza ni haber
creado el grupo, ni haber amenazado a mis hermanos con diversas venganzas que
llevaré a cabo si se salen. No los obligo a que comenten, pero lo agradezco y ellos lo
saben. Solo Esmeralda pasa del tema, pero Alex me insulta de forma muy original y
Amelia me anima y me dice que es muy guapo, porque ella odia estar a malas con la
gente.
No estoy loca, ¿vale? Tenías que ver las cosas a las que me obligan a mí ellos. En
esta familia funcionamos así y nos va muy bien.
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que me suena grosero, quizá por el tono impreso y la mirada que me ha echado.
Y vale que voy vestida de forma sexi, pero ese señor no sabe lo que llevo debajo como
para que se ponga así. Si es que hay mucho salido suelto.
Sale al rellano y enmarca mi cara entre sus manos para besarme. ¡Y vaya beso! Sí
que está contento de verme, sí. Lo sé por el beso y porque su pantalón ya ha montado
una tienda de campaña digna de cualquier Quechua del Decathlon.
—Sí, pasa.
Entramos y vuelvo a pensar lo mono que es este piso. Es muy bonito, de verdad.
Tiene pocos muebles, pero una pantalla enorme de televisión, lo que me hace saber
que los tres chicos que viven aquí son adictos a ella. Hombres…
El sofá es de esquinera, parece mullido y tiene una mesa baja delante, además de
la grande que usan para comer, imagino y se encuentra justo al fondo. Lo que más me
gusta sin embargo es el puf negro que tienen. ¡Es inmenso! Y siento el deseo de dar un
salto y dejarme caer en él para sentir cómo me traga, pero como no estoy vestida para
la ocasión y además prefiero seguir al lado de Einar me controlo. Él me enseña la
cocina, que es funcional y bonita y luego me lleva al dormitorio. Total, lo que me queda
por ver es el baño que ya lo conozco de cuando me duché aquí y las habitaciones de
sus compañeros que por supuesto están vetadas para mí.
—No, los chicos pueden venir y… quiero que cenemos aquí, más cómodos.
—¿Más cómodos?
Miro la alfombra de pelo largo que hay a los pies de la cama, es enorme y Einar
ha puesto en el centro la bandeja de desayuno con patas a modo de mesa. Me río al
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contemplar el jarrón de cristal con una sola rosa y las dos velas aromáticas
encendidas.
—¿Has cocinado?
—Solo unos chuletones y fresas con nata… —Imprime el tono justo a la última
palabra para que sienta un cosquilleo intenso entre las piernas—. Quiero que cojas
muchas fuerzas para esta noche.
Dios, hasta eso me suena sugerente. Obedezco, me quito los tacones y tomo
asiento. En la siguiente hora dejo que se encargue de ponerme la cena por delante y
contarme un montón de cosas de su familia, sus amigos y sus impresiones en el
trabajo. La verdad es que me gusta el buen ambiente que tenemos siempre. Tengo la
sensación de que puedo hablar con él de cualquier cosa y siempre hará un esfuerzo
por entenderme. Nuestra relación fluye de forma tan natural y fácil que si me paro a
pensarlo me da por imaginar que esto pasa de una relación de sexo sin compromiso a
algo más serio. Es mucho pensar, lo sé y por eso cada vez que ese pensamiento se
cuela en mi mente lo rechazo con vehemencia.
Cuando llega el momento de las fresas con nata la tensión sexual es tanta que me
cuesta concentrarme en lo que me cuenta.
—¿Juli?
—Ansiosa… Me gusta.
—A mí me gustas tú.
Einar sonríe, besa mi nariz y acto seguido mi boca. Sus labios aletean por mi
mandíbula y descienden hasta mi cuello mientras yo acaricio sus costados.
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—Deja que te desnude —susurra en mi oído.
Y no te puedes imaginar la voz que tiene: suave, ronca, baja… Es un Dios del
sexo, lo sé y por eso me limito a asentir justo antes de que él me incorpore y me haga
ponerme de rodillas. Me besa con dulzura y pasión y desliza las manos primero por mi
nuca, acariciándola con las yemas de los dedos hasta que mi vello se eriza y siento
ramalazos eléctricos recorrer mi columna vertebral. Cuando por fin desliza la
cremallera de mi vestido hacia abajo estoy tan impaciente que me cuesta trabajo
mantener una respiración decente.
—La primera será más rápida —me dice—, pero después… —Sonríe con aire
canalla—. Después
Me tomo sus palabras como una promesa y sonrío entregándome a todo lo que
tenga para darme.
Mis gemidos empiezan a ser erráticos y sé que debería hacer algo más aparte de
tironear de su pelo y pedirle más, pero me está resultando del todo imposible. El
primer orgasmo llega rápido, muy rápido y pienso que si estaba preocupado de durar
poco ya no tiene por qué, porque solo con ese me ha dado mejor sexo que muchos con
un polvo completo.
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asegurar que supera la media española con mucho. Tiene abdominales, pero sin
exagerar y el vello rubio que salpica su pecho me enciende aún más.
—Sigue, sigue, Dios, así me encanta. ¡Einar! —Gimo cuando rota las caderas y
consigue alcanzar un punto de placer para mí.
Oigo cómo se deshace del condón y quiero abrir los ojos, pero estoy tan cansada
que decido que el esfuerzo no merece la pena. Poco después sus dos brazos se ocupan
de acariciar mi espalda mientras yo me sumo en un duermevela maravilloso causado
por el buen sexo. No, bueno no llega a describirlo: Maravilloso, perfecto, brutal… Una
mezcla de todo eso quizá serviría para que se entendiera cómo me siento.
Cuando vuelvo a abrir los ojos Einar ronca con suavidad, sonrío y miro en
derredor buscando el preservativo. Lo encuentro sobre la alfombra en una esquina y
aunque está anudado prefiero tirarlo y que no se impregne el olor. Además, de todas
formas tengo que ir al baño así que no me cuesta.
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—¡Joder! —exclamo al notar el golpetazo en el trasero. Esto me va a dejar
moratón, fijo—. ¿Qué demonios…?
—¿Nena? —Oigo la voz de Einar, que sale del dormitorio y arruga el ceño al
verme en el suelo—.
Confirmado, este hombre con sueño se vuelve todavía más guiri, pero de todas
formas eso es lo de menos, porque cuando miro hacia arriba y veo al tío alto, moreno y
cachas que bloquea la puerta del
—No puede ser… —murmura él llevando su mirada de Einar a mí—. ¿Qué…? No,
joder, no.
—Espero que no pretendas multarme por colapsar contigo en el baño. Mira que
tú le has cogido gusto a sancionarme por todo.
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Diego
Estoy a punto de restregarme los ojos con vehemencia solo para comprobar que
no es verdad lo que estoy viendo. No puede ser que esa chalada esté en mi piso. ¡Es
que no puede ser!
Y ahí está el motivo por el que no he relacionado a la chica de la que Einar lleva
hablando semanas con Julieta la loca. Él la llama Juli... ¡Juli! Por Dios, dicho así suena
hasta dulce y esta mujer es muchas cosas, pero no es dulce. Lo que me lleva a recordar
lo pesadito que ha estado nuestro amigo todos estos días alabando las miles de
cualidades de la chica con la que estaba ahora. Estoy a punto de bufar al pensar que
Nate y yo incluso lo envidiábamos por haber encontrado a la que parecía la mujer
perfecta: graciosa, inteligente, guapa, de conversación fácil y con cuerpazo. Todo eso y
más nos había dicho Einar y puede que en lo de guapa tuviera razón, ¿pero cuerpazo?
¡Si pasa del metro y medio con trabajo! Y no es que yo esté siempre cabreado con esta
tía, es que me preocupa que mi amigo se haya liado con una chalada que se pinta las
uñas de colorines y se mete en trifulcas con la niña del exorcista y…
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—Sabes que esta tía trabaja de zombi en la casa del terror del parque de
atracciones, ¿verdad? —le pregunto de pronto a mi amigo, para que comprenda hasta
dónde llega la excentricidad de su chica.
Entrecierro los ojos y me río de ella en su cara. ¿Trabajar juntos? Sí, claro, como
si mi amigo fuese a consentir currar en la casa del terror haciendo el mamarracho.
Miro a Einar para que la contradiga y cuando veo su cara de incomodidad me quedo a
cuadros.
—Bueno…
Miramos los tres al otro extremo del pasillo, donde una puerta acaba de abrirse y
Nate, nuestro amigo, ha salido con cara de sueño.
calmados.
—No —contesto—. Lo mejor es que nos expliques qué es eso de que trabajas en
el parque de atracciones.
—Como payaso —añade Julieta, para después mirar a Einar y arrugar la nariz de
una forma que, mal que me pese reconocerlo, es adorable—. ¿Tus amigos no sabían
que trabajas en la casa del terror? Y, oh, sí, ¿recuerdas que te hablé de un poli al que
odiaba a muerte?
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¿Pero a este tío qué le ha dado? Decido lanzar una mirada de odio intenso a
Julieta y miro a Nate, que el pobre está más confundido que yo.
—¡Oh!
—Soy científico.
—Bueno, ya saldrá algo de lo tuyo. Mientras tanto tienes que ganarte la vida de
alguna manera y esta es tan válida como cualquier otra. Y si estos dos te hacen sentir
inferior me lo dices y verán lo que es bueno.
—Uh, para ser tan pequeña, tiene mucho genio —dice Nate sorprendido. Yo
estoy a punto de darle la razón y empezar a enumerar las razones por las que me cae
mal, pero el idiota sonríe de pronto y palmea el brazo de Einar—. Me gusta tío. Y
respecto al trabajo, debiste decírnoslo. Somos tus amigos y no te habríamos juzgado
nunca.
—Es difícil vivir con un policía, un médico y ser el payaso oficial de la casa del
terror.
—Yo vivo con un bombero, una abogada y una asistenta social, y no me siento ni
un poco mal.
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—Es que no entiendo cómo puedes sentirte inferior a este troglodita. —Deja de
mirarme para observar a Nate de arriba abajo y sonreír con aire pícaro—. Tú, en
cambio, ya me caes bien.
Mi amigo se ríe, como si hubiese dicho la cosa más graciosa del mundo y se
acerca para besar sus mejillas.
—Eso es verdad —digo—. Solo tú tienes el poder de sacar ese lado mío.
—Yo contigo hablo de lo que quieras, morenazo. —Julieta le pone ojitos con todo
el descaro del mundo y Einar lejos de ofenderse, se ríe. ¡Se ríe!
—Estáis todos locos —murmuro antes de pasar por el lado de Julieta para ir a mi
cuarto. No pensaba hacerlo, pero al final me doy el gusto de empujarla un poco. Mala
suerte es que la pequeña víbora no sea capaz de mantener la boca cerrada.
—Oye, si querías refrote haberlo dicho. Está muy feo hacer eso delante de tu
amigo.
Einar la alza del culo sin esfuerzo y la mete en el dormitorio mientras ambos se
ríen como si acabara de darse la situación más graciosa del mundo.
Intento dormir, pero los dos han decidido follar con el altavoz puesto así que
tengo que tragarme los gemidos de ella, de él y de ambos cuando hacen algo que, al
parecer, es la bomba para los dos.
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A las siete de la mañana, harto de dar vueltas y con ganas de asesinar a alguien
salgo de la cama, me visto con un pantalón corto de chándal y una camiseta de tirantas
y decido salir a correr. Antes paso por la cocina para beber café y allí me encuentro a
Nate, desayunando una tostada y leyendo algo en su móvil.
—¿Por qué estás de tan buen humor? ¿Acaso has podido dormir algo?
Me callo, porque en eso puede que tenga razón, pero joder, no es lo mismo. Ni
siquiera nosotros nos hemos pasado tanto tiempo nunca dándole al sexo.
—¿Historias?
—Son vecinos de Susana y dice que de pequeños les hacían la vida imposible a
ella y a su hermana.
Nate ríe, pero no una sonrisita de educación, no: ríe a carcajadas, lo que me hace
sentir incómodo al principio y cabreado al final.
—¿De verdad estás juzgándola por lo que pudo hacer cuando era una cría contra
tu novia? Haz el favor, Diego, eres un hombre maduro y en lo referente a ella creo que
te vuelves un poco…—Cuando ve mi cara de cabreo intenta controlarse—. Susceptible.
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—Está loca.
Voy a seguir quejándome, pero oigo la puerta del dormitorio de Einar abrirse, y
lo sé porque chirría un poco, así que me callo. Dos segundos después Julieta entra en
la cocina como si fuera la suya. Lleva la misma camiseta que Einar le puso anoche y
cuando se alza de puntillas para coger una taza le vemos parte de los glúteos
enmarcados en esas condenadas bragas. Me muevo con rapidez, le doy la jodida taza y
la miro mal.
—Prefiero que me la pidas a que me enseñes el culo. Buenos días, por cierto.
—Puf, ¿tú nunca te levantas de buen humor? Lerdisusi tiene que follar como el
culo, si no, no se explica. —Me da un manotazo para apartarme y mira a Nate—. Hola
guapetón, ¿puedo comer una tostada antes de volver a la cama?
Y así, sin más, consigue que mi amigo se levante con una sonrisa de idiota y le
haga una tostada a la princesita.
—Pues no sé. Ahora mismo voy a comer un poco, porque Einar sigue desmayado
en la cama y no me
—¿No puedes simplemente decir que no te vas hasta la tarde? ¿O la noche? ¿O…?
Después, los dos empiezan a charlar del tiempo, de las noticias del día y de lo
buenas que están las tostadas cuando uno no ha hecho más que echar los pies de la
cama. Yo me bebo mi café mirándolos interactuar y pienso en lo que me jode que se
lleve bien también con Nate, más que nada porque eso me obliga a pensar que igual yo
tengo un pequeño problema de predisposición, pero es que sé, porque lo sé, que esta
chica hará daño a Einar y ya tuvo bastante con la puta de su ex. Todos tuvimos
bastante gracias a lo que hizo con él, porque nos pasamos meses recomponiendo sus
pedazos mientras ella seguía adelante como si nada. No quiero que pasemos por otra
ruptura dolorosa, eso es todo, pero se ve que Nate no piensa lo mismo que yo.
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A veces me pregunto si mi amigo es así de agradable con todo el mundo porque
es médico. El tío rara vez es antipático con alguien. Es un ángel caído del cielo y las
mujeres lo adoran, porque es guapo, simpático, listo y, además, tiene la tranca grande.
Lo sé porque es afroamericano y todo el mundo sabe la fama de la que gozan, pero
principalmente porque se la he visto. No me malinterpretes, alguna vez en el gimnasio
nos hemos desnudado juntos antes de entrar cada uno en su ducha. El caso es que su
tez morena, su sonrisa impoluta y su carta de «Me dedico a salvar vidas» derriten a las
féminas y, al parecer, Julieta no va a escaparse del aura que desprende.
Me termino el café, me despido de ellos casi sin hablar y salgo a correr para
quemar la frustración que cargo desde anoche. Pienso en Susana y en eso que Julieta
dijo de que le ha dado alguna vez un masaje a su hermano. No soy de ponerme celoso
y sé que ella lo dijo con ese fin, pero sí me da curiosidad saber qué tipo de relación
mantiene mi chica con el vecinito. Tampoco me importaría que le hubiese dado un
masaje en alguna ocasión, la verdad. Mientras ambos conozcan los límites no hay por
qué dramatizar. Eso es lo mejor de mi relación con ella: podemos hablar con otras
personas, pasear, quedar y hasta salir de fiesta y eso no significa que estemos faltando
el respeto a nuestra pareja. Alguna vez Susana incluso ha visto cómo otra chica
coqueteaba conmigo y lo más que ha hecho ha sido reírse y dejarlo estar. Sabe que, al
final de la noche, será su cama en la que acabe y eso lo suple todo.
Einar en cambio es distinto, él busca una chica para hacerla su novia y jugar a las
casitas, aunque diga que no. Está empeñado en disfrutar la vida, según él y salir con
unas y otras, pero a ninguna la ha mirado como anoche miró a Julieta. Se está pillando,
lo sé y me jode. Por un momento hasta pienso en hablar con ella y pedirle que se
aparte, pero conociéndola se chivaría a mi amigo y tendríamos una discusión
innecesaria.
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9
Cuando Diego sale del piso miro a Nate y procuro poner carita de ángel recién
caído del cielo. La verdad es que una vez superado el shock inicial hasta me resulta
gracioso que el poli buenorro y cabrón viva con Einar. Por otro lado, está Nate, que…
¡Dios! ¿Cómo se puede estar tan bueno? Este piso es como el Valhalla de los
buenorros, es un hecho.
Para empezar su estilo es único: se nota que es mucho más elegante a la hora de
vestir que Einar o Diego. Ahora mismo por ejemplo lleva un pantalón de tela y un polo,
y son solo las siete de la mañana, lo que me hace pensar que es pulcro y organizado.
Además, tiene esa piel tan morena y tan… perfecta.
Durante un momento me quedo mirando su tez y envidio su cutis. Sus ojos son
casi negros y su cabeza está rapada al uno, como mucho al dos. Tiene barba, los labios
mullidos y comestibles a más no poder y una nariz perfecta. Lo miro tanto que acaba
por sonreír con picardía, consciente de que le estoy dando el repaso de su vida.
Ojo, que yo con mi vikingo estoy muy feliz, pero es que este es todo lo contrario.
Uno es blanco como la leche y este tiene la piel oscura propia de su raza, aunque se
nota que es afroamericano porque de tez es más bien mulato. Sé de dónde es porque
me lo ha contado Einar, que desde anoche me ha hablado mucho de sus dos íntimos
amigos.
También me ha hablado del energúmeno de Diego, pero por más que me diga
que es un gran tío y que no entiende por qué conmigo se pone así yo no le creo. Para
mí es un chulo, egocéntrico, prepotente y folla mal. Tiene que follar mal para cargar
todo el santo día con esa mala hostia.
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Nate se ríe, porque le parezco adorable, lo sé, esas cosas se sienten. Me ofrece
una taza de café y espera a que dé un sorbo antes de hablar.
—Lo creas o no, es un gran tipo. Supongo que por el motivo que sea no habéis
encajado.
—¿Qué insinúas?
—Nada, cielo, solo que por lo poco que veo no tienes problemas para dejar clara
tu postura y me imagino que tendrías una postura con respecto a esas multas.
—Y tanto que sí. —Cuadro los hombros y alzo la cabeza, muy digna yo—. Puede
que yo no fuera un deshecho de amabilidad y aparente cordura, pero él fue peor.
—Me divierte que haya dado con alguien capaz de joderle el día con un simple
«Buenos días».
—No sé si ese mérito me gusta o no. ¿Me estás diciendo que soy repelente?
Einar duerme, tiene la sábana arremolinada en las caderas y puedo ver algo de
vello púbico rubio asomar, además de su erección matutina. Sonrío para mí misma y
decido que es hora de arrancar el día con buen pie.
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Han pasado casi tres meses desde que empecé a salir con Einar y estamos mejor
que nunca. La verdad es que todo sería perfecto si mis hermanos no dejaran de dar la
lata con que quieren conocerlo.
Además, que la gente que se enamora tan a lo loco acaba mal y si no que se lo
digan a las actrices de telenovela. ¡Menudos calvarios pasan! No, yo no quiero eso para
mí, yo prefiero un amor como el que tengo con Einar, que es de esos que no hacen
daño nunca. Discutimos, claro, pero por chorradas que se arreglan de inmediato.
No debería dudar tanto porque, además, estamos bien juntos. ¡Estamos tan bien
que hasta me he planteado empezar a pensar en grande gracias a sus consejos! Hace
tiempo, cuando empezamos a salir, le conté que trabajar de zombi me gusta pero que,
si pudiera elegir, me encantaría montar una tienda de disfraces, complementos y
artículos de broma. Sé que suena infantil, pero yo sueño con estar detrás de un
mostrador mientras un montón de niños cabrones compran globos de pedorretas
para ponérselo a la profesora en el sillón cuando no se dé cuenta. O vender sangre
falsa y dedos sueltos, ojos saltones de cristal, serpientes que parecen de verdad y no lo
son, caretas peludas… ¡Si la tuviera sería más feliz que un guarro en un charco!
Cuando se lo conté a Einar, en vez de reírse me miró muy serio y me dijo que
debería luchar por conseguirlo y, aunque al principio lo tomé por loco, más tarde
empecé a darle vueltas al tema. ¿Y por qué no? En mi urbanización hay un montón de
niños, en serio, un montón. Se ve que las familias más procreadoras del país están
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todas en el mismo sitio porque las hay que tienen hasta seis hijos, como los Sanz. Y por
si fuera poco tienen un chucho y una tortuga. Lo sé porque a veces los he visto
pasearlo. Al chucho, no a la tortuga; eso habría sido súper raro.
En mi urbanización los niños y los perros se tienen como si fueran gratis. ¡Si
hasta Lerdisusi y su hermana tienen uno! Y nosotros no tenemos mascota porque Alex
dice que si queremos un ser vivo peludo abandonemos la depilación y asunto resuelto.
La mujer que se lleve a mi hermano será muy afortunada –
Pero a lo que vamos es a que quiero montar una tienda de disfraces y estoy casi
decidida a hacerlo.
consiste en jugar al euromillon todo lo que pueda. He vuelto a creer en Dios solo
para rezar y pedir suerte y he obligado a Einar a que rece a todos los dioses vikingos,
que son muchos, así que tengo más probabilidades que cualquier españolito medio.
¿Verdad? ¿Verdad? No es patético. No lo es. Para nada.
Sin embargo, sí que conocen mi sueño y a ninguno le parece raro que quiera
hacer esto, porque me quieren y saben que no tengo remedio. ¡Hasta mi padre se lo
tomó a bien! A ver, yo también me pongo en el lugar del hombre y me imagino que
pensará: de cuatro, uno es bombero, otra abogada, otra asistente social… y luego está
Julieta. Oye, tres triunfos de cuatro está muy bien y debería sentirse orgulloso.
La conclusión a la que ha llegado es que necesito así, a ojo, quince mil euros para
empezar. A mí me parece una burrada, pero él ha calculado gastos de alquiler de local,
papeleo, mercancía y yo que sé cuántas cosas más.
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Además, mi vikingo se ha ofrecido a prestarme un poco de dinero y me ha
aconsejado que pida el resto a mis hermanos y mi padre, pero yo paso. Nuestra
relación ya es lo bastante intensa sin prestamos gordos de por medio, como para
sumar esto. A Esme por ejemplo le jode lo que no imaginas hasta comprarme
tampones y que no se los pague, imagina si le pido quince mil euros así, por la cara.
Igual estalla en carcajadas… Bueno, no, el de las carcajadas sería Alex; Esme se
limitaría a elevar una ceja, mirarme como si hubiera perdido la cabeza del todo e
ignorarme. Podría pedírselo a Amelia y me lo prestaría, si los tuviera, que no es el
caso, así que de poco me vale.
Sube las escaleras y oigo cómo abre la puerta de Esmeralda, igual que oigo a mi
hermana gritarle por no llamar. Ah, las viejas buenas costumbres…
Amelia entra en el salón alertada por los gritos y le señalo el sofá a mi lado.
—Más le vale, porque necesito descansar bastantes horas para estar bien
mañana en mi juicio —dice Esme mientras baja las escaleras de mala gana.
—Son las diez Esme, joder —contesta mi hermano detrás de ella—. Además,
cuando sepáis lo que tengo que contar no os importará que os haya sacado de la cama.
—¿Qué ocurre? Deja la intriga ya. —Amelia lo mira expectante—. ¿Es algo
bueno?
Ella lo hace a desgana y cuando por fin está acomodada las tres centramos
nuestra atención en Alex, que se sienta frente a nosotras en la mesita baja y nos mira
una a una a los ojos con expectación.
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—Deja de hacerte el interesante y suéltalo ya —digo.
—¡La virgen! —exclamo y soy la única porque Esme y Amelia se han quedado
lelas con la noticia
—. ¿Y así, de gratis?
—Pues casi y lo mejor no es eso. ¡Lo mejor es que como todos lo reclaman el
premio de momento no es de nadie!
—Pues que se lo repartan y asunto resuelto —dice Esme. Claro, ella es abogada y
muy práctica.
—El caso es que al final Lolo y Chinlú han discutido tanto que han llegado al
acuerdo de que lo mejor es dejar el asunto en manos de la suerte. El boleto estaba en
el suelo y el suelo es de todos.
—¿De todos? —pregunta Esme esta vez mucho más interesada en el asunto.
—De todos. —Alex sonríe como el gato que se comió al ratón y sigue—. Van a
organizar una junta de vecinos para que se decida qué se hace con él.
—¿Cuándo? —Amelia también está interesada al máximo. Lógico por otro lado.
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—En una hora, así que siento ser yo quien os moleste, pero a las once y media
hay reunión y, vosotras no sé, pero yo no pienso perdérmela.
Nos levantamos como si nos hubiesen metido dinamita y mecha en el recto y nos
vestimos con lo primero que pillamos, a las prisas. ¿Qué quiere decir que el destino del
boleto se decide entre todos?
¿Que tenemos opción de pillar algo? Ay, ay, que al final tanto rezar servía de algo.
¡Cuando hay tanta beata junta en misa es por algo!
¿Pero esta señora por qué cae siempre a mi lado? Tiene como setenta años y una
mala leche que ya la quisieran los dictadores. Su marido, Eugenio, es un bendito que
vive para decir a todo lo que dispone Conchi que sí, que sí, que ella manda. El pobre
pensará que para lo que le queda en este mundo mejor no estar a malas con la
parienta, no sea que la palme ella antes y esa es capaz de venir del más allá para
hacerle la vida imposible por haber osado llevarle la contraria. ¡Menuda es!
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tranquilamente por un preñado de quintillizos, un bigote enorme y blanco y una
mirada de esas de «Cuidadito con lo que haces que te reviento de un manotazo». Y eso,
quieras que no, impone.
—Dale Paco, pon orden como tú sabes. —Ese es mi hermano, que a pelota
cuando quiere no le gana nadie.
Paco se pone en el centro y espera que el silencio se haga. Sabe que tiene nuestra
atención y disfruta con ello, se le nota. Jo, qué guay tiene que ser estar en la piel de
Paco, que es como Chicote, pero en mejor, porque tiene bigote y por lo tanto es más
valiente. Hay que ser muy valiente para tener esa barriga, ese bigote y salir a la calle
sin complejos. O será que yo tengo muchos y estas cosas levantan mi admiración.
—Vamos a ver, esto es muy fácil: el premio no es de nadie en concreto, así que
hay que asignárselo a alguien. Si lo repartimos entre todos no nos da a nada, así que lo
mejor que podemos hacer es sortearlo.
Ahí todos murmuramos palabras de incomprensión y al otro lado del bar veo a
Lerdisusi cuchicheando con su hermana. Lleva puesto un pantalón corto… en invierno.
Esta muchacha es que no riega bien, de verdad te lo digo. Estoy tan absorta
repasándola y sacándole fallos mentales que no me doy cuenta de que Paco ha seguido
hablando.
—¡De futbol!
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—¡Un desfile! —Esto lo ha dicho Irene, la hermana de Lerdisusi, que anda justita
de cerebro también.
—¿Un desfile? —Esme se ríe sarcástica—. Sí, está Conchi, por ejemplo, para
muchos desfiles.
—Habla por ti, bonita, que yo estoy en lo mejor de la vida —dice la nombrada
picajosa, porque claro, a nadie le gusta que le digan vejestorio. Yo la entiendo.
—Espera, espera, espera —dice Esme—. ¿Cómo van los equipos? ¿Los elegimos
nosotros? ¿Hay un máximo? ¿Un mínimo? ¿Las pruebas de qué tipo son? ¿Hay edad
mínima o máxima permitida?
—No nos liemos, por favor —dice Paco—. A ver, es muy fácil: no hay edades
máximas, ni mínimas.
Los grupos serán de… —Se queda pensando y alguien de los presentes le lanza la
respuesta.
—¿Y puede haber gente de fuera de Sin Mar? —pregunto pensando en Einar.
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—Sí, pero los de fuera no deben superar en número a los de Sin Mar en su grupo.
Es decir, si son seis no podrán ser más de tres.
Y por primera vez, sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo con ella.
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Diego
Estoy en la cama con Susana, acabamos de hacer el amor y me está contando el
tema de la yincana de su urbanización. En el tiempo que llevamos juntos he podido
comprobar que Sin Mar no es una urbanización cualquiera. De hecho, ella suele decir
que es su pueblo y no me extraña, porque viven bastantes personas y está alejado de
la ciudad. El caso es que he podido comprobar otras veces que organizan muchísimas
cosas entre todos, como por ejemplo barbacoas… lo que me lleva a recordar las que he
presenciado este verano cuando mi chica me invitaba. La verdad es que ese ambiente
me gusta bastante, soy hijo de padres italianos y los dos son muy aferrados a la
familia, el sentimiento de unidad y demás, así que asistir a una barbacoa en la que los
vecinos tienen una relación más familiar y de amistad que de indiferencia como puede
pasar en otros sitios me atrae. O me atraía hasta que me di cuenta de que también en
esos eventos tenía que lidiar con Julieta, la zombi loca y novia de mi amigo Einar.
Como si no tuviera bastante con encontrarla en mi piso cada dos por tres. Además,
tiene la irritante manía de pasearse con alguna camiseta de mi amigo y nada más. Y
tan pancha, ¿eh? Y sí, vale que Einar es muy alto y ella un retaco, pero no tengo por
qué estar en tensión en mi propia casa pensando que en cualquier momento va a
resbalar y enseñarme las bragas, si es que lleva. No sería de extrañar. Lo de resbalarse
digo, porque es una patosa. Lo de que no llevara bragas tampoco me sorprendería una
barbaridad, la verdad.
El caso es que de buenas a primeras esta chica aparece hasta en mis peores
sueños. Está en las reuniones vecinales de su urbanización, cosa que es lógica, pero
también está en mi propia casa, e incluso la he encontrado alguna vez en el súper de
abajo comprando. ¡Y no me gusta! No me gusta nada encontrarla en cada rincón
alterando mi vida, porque la altera por mucho que Nate y Einar digan que no
entienden en qué me perjudica a mí su presencia. ¡Me molesta y punto! Y así llevamos
ya tres jodidos meses.
—¿Perdón?
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—Sí, perdona cielo. ¿Pero es este sábado? Yo trabajo de tarde.
—Bah, no le cae bien ningún hombre. No le gusta que salga con chicos, eso es
todo.
Bufo un poco, porque me parece un tanto ridículo que su padre se meta en lo que
hace su hija o no.
Vuelvo a mirar a Susana y como no quiero decirle todo lo que estoy pensando me
limito a besarla con intensidad y colarme entre sus piernas, tumbándola en el colchón.
—Lo siento, estaba pensando lo mucho que me ha gustado que hicieras eso con
la lengua en mi…
—Céntrate. —Me corta, pero tiene una sonrisa traviesa en la cara, así que me
animo y sigo. Quizá a base de sexo olvide la tontería de la yincana—. Diego, hablo en
serio, no vamos a follar hasta que me prometas que harás lo posible por venir y unirte
a nuestro equipo.
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Voy a decirle que no, que no quiero ir a la jodida yincana y que se olvide del tema
de una vez, cuando oigo una risita que ya conozco de sobra. Miro a Susana casi con
miedo, porque las veces que han coincidido en el piso el ambiente se ha vuelto tenso y
diría que hasta violento. Sabía que se llevaban mal, pero no era consciente de cuánto
hasta que vi a mi novia ponerle la zancadilla a Julieta cuando esta salía de la cocina
con una taza de café una mañana. Aquel comportamiento no me gustó en absoluto, e
iba a decírselo cuando la otra se giró, se sirvió otra taza y se la derramó enterita por
encima a Susana. Einar rio a carcajadas, lo que enfureció más a mi chica, pero tengo
que reconocer que en esta ocasión la venganza era justa. Al final fue Nate el que limpió
el estropicio y aunque dejó claro que no se pensaba meter ni ponerse de lado de
ninguna, yo sé que en su balanza Julieta pesa mucho más. Se nota, igual que se nota
que Susana no le acaba de convencer y eso, que debería joderme, en realidad no lo
hace.
Comprendo que mi chica puede resultar un poco cargante y, con acciones así,
todavía más, pero eso no exime a la otra de ser una pequeña bruja.
Una noche llegué de trabajar reventado, con ganas de dormir por lo menos diez
horas y me encontré con que Julieta había organizado una fiesta en nuestro piso. Me
hubiese incorporado encantado, si no fuera porque la jodida fiesta era de pijamas y la
invitada de más edad tendría unos doce años. Al parecer estaba haciendo de canguro
de varios niños de su barrio y como sus hermanos se negaron a tenerlos en casa, Einar
ofreció nuestro piso.
Lo peor no fue eso, lo peor fue que cuando intenté encerrarme en mi cuarto las
niñas comenzaron a gritar y antes de poder darme cuenta Nate y Einar me habían
obligado a sentarme con ellos. Al primero le pintaron las uñas de los pies y manos de
un rosa chicle bastante ridículo, más aún en su tono de piel oscuro; a Einar lo
maquillaron y le pusieron sombra de ojos púrpura con brillantina y a mí me pusieron
rulos en el pelo y una de ellas se empeñó en que tenía que ponerme los labios rojos
porque eran grandes, como los de Angelina Jolie. Mi boca no es así de grande y todavía
estoy decidiendo si el que lo pensara me ofendió más que otra cosa. La risotada de
Julieta no ayudó en nada a que me tomara bien aquello. El caso es que la noche acabó
con nosotros hechos unos payasos mientras la pequeña bruja nos hacía fotos con el
móvil a traición. Desde entonces me amenaza con subirlas a Facebook si «me pongo
más tonto de la cuenta». Si cuando yo digo que está loca y es un poco psicópata…
—¿Qué estará haciendo ahora? Esta es capaz de estar rompiendo mi bolso, que
anoche lo dejé en el sofá.
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—No creo que…
No puedo decir más porque, por supuesto, mi novia ha decidido que es hora de
salir del dormitorio.
—Oh joder —susurro mirando a otro lado—. ¿Qué hemos hablado de practicar
sexo en las zonas comunes?
—Tu novio me ha visto en ropa interior muchas, muchas veces, así que relaja,
Lerdisusi. —Antes de que mi chica pueda defenderse sigue—. Además, hija, que mi
biquini es más pequeño que este sujetador.
—No joder, Dios me libre. —Río con sequedad y las miro porque total, si ella no
se avergüenza de estar así, yo menos—. Solo digo que es verdad que la he visto con
biquinis más pequeños. Y, de todas formas, ¿qué más da? Si ya sabes lo que siento
respecto a ella.
—No quiero que mi novio esté viendo a otra tía en ropa interior. ¡Y menos a esta
tía!
—Estoy aquí, ¿sabéis? —Julieta suspira de manera cansina, para joder y se pasa
un dedo por su propio pecho para llenarlo de nata y chuparlo luego. Es una
provocadora nata—. Como he dicho, estamos ensayando. Resulta que en la yincana de
este sábado hay un juego que consiste en atrapar la manzana con la boca y Einar dice
que no es muy bueno en esos menesteres.
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—¿Y para eso tienes que llenarte el pecho de nata? —pregunto.
—Cierto. —La apoyo, porque es lo correcto, pero encima parece caerle mal.
—¿Qué? ¡No! —exclamo ofendido y cuando eleva las cejas me defiendo—. ¡Se
pasea por aquí en
Miro a Einar y flipo. ¿Pero cómo puede tomarse tan bien todo esto? Este tío será
uno de mis mejores amigos, pero a veces no entiendo su pasividad. Es que parece que
todo le resbala, la verdad.
—En fin, mejor volvemos al dormitorio. —Susana tira de mi mano, pero antes de
que nos giremos vuelve a dirigirse a Julieta—. Aunque sí que te digo que no deberías
esforzarte tanto porque no vas a ganar esa yincana.
Puedo ver el dolor en los ojos de Julieta un segundo antes de que lo enmascare
con una sonrisa ladina. Me sorprende sentir compasión por ella, pero es que Susana
no debería haber dicho eso. ¿En qué demonios piensa? Vale que sé que a veces puede
ser insensible, pero esto ha sido bastante cruel.
Además, según nos ha contado Einar su padre no pasa de ellos, solo está
disfrutando de un largo viaje por el mundo.
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—Para tu información, mi padre regresa el viernes —dice Julieta sacándome de
mis pensamientos
Esta vez soy yo el que tira del brazo de Susana y la mete en el dormitorio casi a la
fuerza. En cuanto cierro la puerta mi novia estalla.
—¿Cómo puedes quedarte tan pancho después de que me diga algo así? ¿Dónde
está tu orgullo, joder? ¿Es que no te ofende que me hable de esa manera?
Mi novia me mira con odio reconcentrado y alza la barbilla de esa forma altanera
y majestuosa que tanto me repele.
—Lo habría hecho si hubiese sido injusto, pero es que le has dicho algo muy
grave, joder.
—Y todo lo que ella me dice, ¿qué? —Voy a contestar cuando me corta—. ¿Es
que no te das cuenta de que desde hace ya tiempo todas nuestras peleas son por culpa
de ella? Nos está destrozando y te da igual.
—Ella te gusta.
Me siento en la cama porque este tema lleva tres meses jodiéndome cada vez
más. Susana está empeñada en que siento algo por Julieta y ya no sé cómo explicarle
que primero: es la novia de mi amigo y segundo: lo único que siento por ella es tirria.
Me cae mal, me parece que es demasiado efusiva, demasiado charlatana, demasiado…
demasiado. ¡Pero Susana no lo entiende!
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—¿Qué cojones tengo que hacer para que comprendas que todo eso solo está en
tu cabeza?
Ella me mira con sus bonitos ojos, se acerca a mí y se sienta sobre mi regazo,
obligándome a sujetarla.
—Susana…
El resto del día pasa más o menos en calma y por la tarde cuando estoy a punto
de llevar a Susana a
—Oye, que he pensado que como vas a llevar a Lerd… —Se interrumpe a sí
misma y pone los ojos en blanco—. Perdón, a Susana a su casa, podrías llevarme a mí
también y así Einar se ahorra el viaje.
—¿Tus hermanos siguen sin prestarte sus coches? —Ella se encoge de hombros
por respuesta. Lo cierto es que rara vez le prestan el coche y es mi amigo quien tiene
que estar recogiéndola—. De acuerdo.
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—¿Qué pasa aquí? —Susana entra en la habitación, puesto que estaba en el
baño—. ¿Qué haces tú en el cuarto de mi novio?
—Julieta… —La reprendo con cansancio, porque esa no es manera y ella lo sabe.
—No.
—¡No quiero que venga con nosotros! Que se vaya en taxi, o en metro, o
andando.
—¿Y?
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Vale que yo no soy ejemplo de nada, pero es que ella es frívola, altanera y cruel.
¿De verdad le gusta todo eso? No sé si es porque estoy dolida por lo que ha insinuado
de mi padre, o porque en el fondo el pobre bastardo me da pena, pero pienso que él es
más inteligente y vale para algo más que para estar con una tipa así.
—No. —Me pongo a la defensiva—. ¿Tiene que pasar algo para que quiera
llamarte?
—Claro que no, pero por lo general hablamos cada dos o tres días y ya lo hicimos
ayer.
—No hace falta —dice él obviado mi mal humor—. En dos días estaré ahí
achuchándote mucho para que se te pase el mal genio.
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—¿No afirmas estar enamorada?
—Eso no es amor.
Lamento mucho que no esté viva. A veces pienso que no haber tenido madre os
ha vuelto más… fríos.
—Pero ¿qué dices? No somos fríos. Bueno Esme sí, pero Tempanito es así desde
siempre.
—No la llames así, Julieta. El caso es que pienso que en el amor sí sois los cuatro
demasiado desconfiados y fríos. Me alegra que al menos tú tengas una relación seria
por fin.
Frunzo el ceño, porque no quiero decirle que a mí Einar me gusta mucho y que
sí, es mi novio, pero no pienso en boda ni mucho menos. A ver si va a venir con ganas
de tener nietos y esas cosas para no aburrirse y no estoy yo muy por la labor.
—Bien cielo, muy bien. Tengo muchas cosas que contaros. Estoy deseando veros.
—Y nosotros a ti.
Conversamos un rato más, me cuenta todo lo que está haciendo, la gente a la que
está conociendo y que trae un montón de regalos para nosotros y yo me siento mejor,
porque será una tontería, pero qué hondo me ha llegado lo de Lerdisusi. Cuando
cuelgo por fin estoy mucho más tranquila.
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Hoy el día ha amanecido lluvioso, lo que es un rollo porque mañana es la yincana
y no quiero ni pensar en lo que esto va a dificultar algunas pruebas. Solo espero que
corte a tiempo y el cielo se guarde el agua para el lunes, por ejemplo. Qué bonito me
ha quedado eso. Cuando quiero soy una poeta.
Bajo a la cocina y saludo a Amelia, que sonríe; a Alex, que también sonríe y a
Esme que, ¿adivina qué? ¡Sonríe! Es como un pequeño milagro y cuando se lo digo me
gano una colleja.
—Te libras de otra porque el avión de papá llega en dos horas y estoy tan
contenta que no me apetece tenerla contigo.
Pongo los ojos en blanco, pero me río, porque yo también estoy muy contenta.
Por fin es viernes, por fin llega nuestro padre y por fin mañana es la yincana.
—Me refería a la yincana. Si mañana ganamos podrás montar tu tienda, por fin.
—Y yo soy la única que no lo hace, ¿no? —Los tres me miran con comprensión y
yo hago una mueca
—Es una buena idea —dice Esme—. En este barrio la gente adora tener hijos. No
es el trabajo que yo escogería, desde luego, pero no dejo de reconocer que desde un
punto de vista objetivo la idea es factible.
De verdad que el día que esta mujer diga las cosas sin parecer una estirada le
doy un premio. Estoy por contestarle alguna de las mías, pero los nervios no me dejan
así que lo dejo estar. Desayunamos y vamos los cuatro juntitos al aeropuerto como
buenos hermanos. Una vez llegamos nos informamos en los paneles de que el vuelo
llega con un poco retraso así que nos disponemos a esperar.
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—Dudo mucho eso. Si acaso habríais aprovechado para disfrutar más de que
papá me avergüence delante de él.
—Yo pienso sugerir que saque el álbum de cuando eras pequeña. Hay una foto
en la que estás sentada en el orinal que no tiene desperdicio. —Alex se ríe de su
propia gracia, porque espero que eso sea una gracia.
Él alza las cejas, sorprendido de que no le replique con algo más elaborado, pero
es que estoy nerviosa y no soy capaz de pensar mucho. Entre las ganas de ver a mi
padre, que esta noche conozca a Einar y que mañana es la yincana no tengo espacio
para pensar en un insulto ingenioso para Alex, la verdad. Esa suerte que tiene, el
mamón.
El avión llega, por fin, con casi una hora de retraso. Pero como ya está aquí y no
se ha caído al océano ni nada decido seguir de buen humor. Nos agolpamos detrás de
la barrera que hay frente a la puerta y miramos expectantes a los pasajeros que van
saliendo. Algunos llevan regalos en las manos, otros botellines de agua y un guiri va
liándose un porro. Ay, qué malo es el vicio, el pobre tiene pintada en la cara la
urgencia. Como cuando te da un apretón en medio del campo, que sabes que no te
queda otra que encontrar un árbol grande y ponerte detrás. Esa misma cara tiene,
pero lo suyo no es diarrea: es mono, se le ve.
Dejo de mirarlo porque por fin, a lo lejos, veo al hombre que me engendró
acercarse con paso firme y seguro hacia nosotros. Viste un pantalón de traje negro,
una camisa azul que le regalamos un cumpleaños y una sonrisa espléndida y antes de
que pueda llegar a alguno de nosotros, los cuatro nos hemos abalanzado como piojos a
una buena mata de pelo.
Nuestro padre ríe y se deja hacer, como siempre, mientras nos besa a todos,
incluso a Alex, que se pone muy machote, pero en realidad le gusta tanto como a
nosotras que nuestro progenitor esté en casa.
—Tengo que enseñarte los nuevos arreglos que he hecho al coche. —Ese es mi
hermano.
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Todos me miran y me encojo de hombros. ¿Qué? Cada quien pregunta lo que le
da la gana, digo yo.
Y mi padre va y se ríe, lo que me sienta muy mal, pero como luego me abraza y
me da un montón de besos se me pasa. Eso, y que he vislumbrado una bolsa con un
montón de kinder de esos gigantes de aeropuerto dentro. Regalo de comer, mmmmm,
qué bien me entiende este hombre.
Cuando alzo la vista me encuentro con los ojos oscuros y grandes de una mujer
morena y llamativa.
Lleva unos botines de tacón alto preciosos y carísimos que me encantan, unos
vaqueros y un jersey de lana que debería quedarle peor de lo que le queda. Frunzo el
ceño de forma automática, porque está muy cerca de mi padre, pero quiero pensar
que igual se ha perdido y no sabe cómo salir del aeropuerto.
—¿Por qué? ¿Es una sin techo que necesita cuidados? ¿Cómo un perro
abandonado, pero en mujer?
Sara lejos de ofenderse se ríe y mira a mi padre con una mezcla de dulzura y
adoración que me resulta incómoda.
Vale, primero: ¿Qué quiere decir eso? Tengo que estar más atenta acerca de lo
que habla y piensa mi familia de mí. Segundo: tiene un ligero acento americano, pero
pronuncia el español a la perfección.
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—Sara no es ninguna sin techo y te pido por favor que te esfuerces por conectar
tu cerebro con tu boca, aunque solo sea hoy. No me gustaría que saliera corriendo el
primer día.
—Que anillo tan bonito… —Todos miramos a Amelia, que observa la mano de
Sara—. ¿Es… tuyo?
—Lo que mis hermanas intentan preguntar, sin éxito, es si te has prometido con
nuestro padre. —
Ese es mi hermano, que como ya habrás visto alguna que otra vez, bajo presión
se vuelve gilipollas.
—Dudo mucho que Sara quiera dormir en una habitación distinta a la de papá —
dice Esmeralda, y
—Oh, claro, perdón, es que… Quizá debería conectar yo también mi cerebro con
mi boca.
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—Vale, sí, mejor, porque ahora mismo no tengo nada coherente que decir.
Nada más salir del aeropuerto nos encontramos con el primer problema:
Tenemos un coche de cinco plazas y con Sara somos seis.
—Es que como no dijiste nada… —Se justifica mi hermano—. Hemos venido en
el mío, que corre
más.
—De eso nada, el taxi es carísimo. —Esmeralda eleva una ceja y mira a Sara con
frialdad—. Si no te importa apretarte un poco…
Lo miro y veo que él está pensando exactamente lo mismo que yo, pero como mi
hermana Esmeralda no va a dar el brazo a torcer, Sara tampoco y Amelia parece a
punto de sufrir un colapso nervioso, decido que lo mejor es que nos lo tomemos a
broma y salgamos del paso como sea. Total, ¿qué es media hora haciendo de sardina
enlatada con la prometida de mi padre a la que acabamos de conocer? ¡Nada! –mete
aquí otro puñado de ironía–.
—Yo mientras Alex conduzca y mi padre vaya de copiloto, bien. No quiero tener
refrote involuntario con ciertas partes de la anatomía masculina familiar.
—Ay hijo, qué genio. —Miro a Sara y la veo sonreír—. Me alegra que te haga
gracia, porque vas a tener que enfrentarte a muchas cosas de estas.
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—No problem.
—Venga papá. ¿No vienes de vivir una aventura continua? ¡Esto para ti no es
nada! —exclamo.
Eso parece convencerlo y coge aire antes de mirar a Sara, subida entre mi regazo
y el de Amelia.
El camino es largo, tenso y en dos ocasiones Sara clava su botín en mi pie, con lo
que la cosa no mejora. Ella está incómoda, se lo noto, pero valoro que intente
aparentar tranquilidad porque a poco que alguien estalle vamos a armar el drama del
siglo. Estamos ya llegando a Sin Mar cuando mi hermano farfulla un insulto que no va
dirigido a nadie, o eso espero.
Me giro y, en efecto, la poli viene detrás y tienen las luces echadas para que nos
paremos. Bufo, porque también es mala suerte que nos hayan pillado justo cuando nos
faltan diez minutos para llegar a casa. Alex aparca en el arcén y pone los cuatro
intermitentes, yo no quiero ni mirar atrás, por si de milagro se olvidan de que existo,
aunque no soy tonta y sé que la posibilidad es nula. El caso es que además de todo se
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me ha asentado un nudo de sospecha en el estómago y cuando veo al poli de turno
agachar su altísimo cuerpo y asomarse a la ventanilla del conductor respiro tranquila,
porque no es él.
Solo faltaría que Diego tuviera que pillar a toda mi familia en estas
circunstancias y con la manía que me tiene, fijo que nos multa. Que también estamos
saltándonos la ley, vale, pero hay polis que saben comportarse.
—Buenas tardes. Espero que sepan que lo que están haciendo está prohibido y
es un riesgo para la circulación.
—Venga ya —farfullo.
—No me importa lo corto que haya sido, lo que me importa es que están
haciendo algo del todo contraproducente. Si es tan amable déjeme la documentación
del vehículo y su carnet de conducir. —Mi hermano se lo entrega todo con diligencia—
. Un segundo, voy a comprobar los datos.
Se marcha al coche de policía y cuando pienso que ya nada puede ir peor, porque
está claro que van a multarnos, otro policía se asoma a la ventanilla, mira hacia atrás y
clava sus ojos en mí.
—No sé por qué al ver que era el coche de tu hermano tuve claro que estabas
metida en el ajo.
Cierro los ojos y apoyo la frente en un brazo de Sara, tomándome todas las
confianzas del mundo porque total, va a ser mi madrastra, así que más le vale
adaptarse al drama que es mi vida casi a diario.
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Al final miro a Diego con una mezcla de indignación y altanería. Vale que
estamos haciendo algo ilegal, y vale que él es poli, pero no tiene derecho a decirme eso
de «pequeña bruja». ¡Odio cuando me llama así!
—¿Perdón?
—Que no tienes derecho a llamarme así nunca, pero mucho menos cuando vas
vestido de uniforme.
—En eso ella tiene razón. —Esmeralda se mete, porque es abogada y entiende
de esto, más que nada
Ay, casi me da la risa con tanta formalidad. En estos meses todos mis hermanos
han llegado a conocer a Diego más o menos. Por lo menos le conocen lo justo para
tutearlo, de tantas veces como lo han visto recoger y dejar a Lerdisusi en su casa.
Además, Alex incluso ha charlado con él un par de veces que estaba trasteando el
coche y se acercó para interesarse. Y Amelia, incomprensiblemente, se lleva genial con
él. Más de una vez mientras él esperaba a su novia, mi hermana se ponía a darle
conversación desde nuestro jardín. Aunque a Amelia no se lo tengo en cuenta porque
suelen caerle bien hasta las piedras.
La única que sigue saludándolo sin entusiasmo es Esme y, aunque es la más fría,
hasta ella lo tutea, así que me hace mucha gracia que ahora, de pronto, sea el «señor
agente», pero igual así le queda claro a Dieguito que no se debe pasar de la línea.
Y a continuación nos multa, así, porque sí. Bueno, a ver, porque sí tampoco, él
tiene sus motivos, pero ya me entiendes… El momento es tenso y para colmo cuando
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acabamos en vez de dejarnos marchar porque total, ya nos han multado, los dos polis
se empeñan en que una persona debe bajar del coche.
digo.
Ese no ha sido Diego, sino su compañero y como lo ha dicho tan serio decido que
lo mejor es no discutir, que al final somos capaces de acabar con otra multa por
desacato.
—Me bajo yo. —Me remuevo mientras mis hermanas me miran algo
sorprendidas—. ¿Qué? Tienen
razón, no van a dejarnos y lo mejor es acabar de una vez. Además, soy la única
con zapatos cómodos.
Todos miran mis botas uggs y al final Esmeralda sale del coche para dejarme
sitio.
Estoy a punto de decirle que no, que yo me voy andando, pero la verdad es que a
pie es un trecho largo y con mi suerte seguro que la lluvia aprieta, así que dejo los
ataques de dignidad para otro momento y me subo en el coche de policía. Diego y su
compañero entran también; este último conduce así que me
dirijo al primero.
—Seguro que más de una vez has soñado que me metías aquí esposada.
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—No voy a negar que alguna vez te haya imaginado con esposas. —Sonríe con
picardía y frunzo el ceño.
—Dios me libre.
—Compórtate, que tienes novia. Una cerda, bajo mi punto de vista, pero novia, al
fin y al cabo.
—Es verdad, perdón, perdón, no es una cerda. —Él parece relajarse y yo sigo—.
Es una hija de puta.
—Joder tío. —El amigo no se aguanta más y se ríe—. Tenías razón en todo.
—¿En qué tenía razón? —pregunto y luego miro a Diego—. ¿Vas hablando de mí
por ahí?
—Que eres una bruja, un grano en el culo y por lo general cada vez que abres la
boca es para soltar una parida. ¿Contenta?
—Seguro que también dijiste que estoy buena. —Antes de que Diego pueda
negarlo su compañero ríe y yo elevo las cejas—. ¿Lo dijiste?
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—No.
Salgo de mis pensamientos para mirar a Diego. Dado que me he sentado detrás
del asiento del conductor, puedo ver todo su perfil, porque sigue mirando al frente.
Está chupando una barra de regaliz y me doy cuenta de que muchas veces lo hace.
Parece enganchado a esas cosas.
Estoy a punto de contestar algo fuera de lugar, pero la verdad es que me gusta
que piense así. Puede parecer una tontería, pero es una putada vivir con tres
hermanos de ojos bonitos, dos de ellos azules y Esme verdes, mientras yo me quedo
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con el papel de «normalita». Que Diego piense que yo también me parezco en algo a él
me hace sentir mejor, aunque no se lo digo, claro, no estoy tan loca.
—Oh. Lo siento.
—Tranquilo, la verdad es que es muy guapa. Casi me halaga y todo. Y tiene unos
botines maravillosos. ¿Os habéis fijado? —Los dos niegan con la cabeza—. Hombres…
nunca estáis al loro de lo que de verdad importa.
—Pues sí, eso está en lo más alto de la lista. El segundo puesto se lo lleva el
hecho de que acabamos de conocerla y se ha plantado aquí para vivir y casarse con mi
progenitor.
encima yanqui, que lo mismo hasta tiene pistola. Allí la pistolita te la dan con el
carnet de conducir a los dieciséis. —Suspiro con mucho melodrama—. Ahora tengo
que cargar con una madrastra, como Cenicienta.
—Sí que habla mucho, sí —masculla el poli que conduce y Diego ríe.
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—Yo soy súper dulce, súper buena y súper humilde.
—Sé que tiene derecho, pero eso no significa que tenga que gustarme que vaya
tan deprisa, ¿no?
—Pues eso… Y encima esta noche Einar viene a casa a conocerlos a todos.
Diego se ríe y me doy cuenta de que por primera vez estamos hablando sin
tirarnos los trastos a la cabeza. Quizá porque estoy demasiado trastornada con todo lo
ocurrido como para insultarlo por haber multado a mi hermano. Multa que, desde
luego, pagaremos entre todos.
—Sí, eso es verdad. Total, espero que si follan en casa por lo menos lo hagan en
silencio.
Los dos se ríen y poco después llegamos a mi casa. Mi hermano mete el coche en
la parte trasera y a mí me dejan en la delantera. Bajo y cuando voy a despedirlos con
un gesto con la mano Diego baja del
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—Qué curioso, ella dice lo mismo de ti.
—Puede que tenga razón. Yo soy una perra, pero al menos lo reconozco sin
problemas. Nos vemos mañana… Espero que estés dispuesto a que te machaque.
—Sé que estáis sorprendidos de que haya aparecido con Sara sin avisar —dice
mi padre—, pero espero que comprendáis que no podía contaros algo tan grande
como esto por teléfono. —Coge la mano de Sara, que está sentada en el reposabrazos
del sillón y entrelazan los dedos—. Nos queremos, hijos, y espero que aceptéis esto,
porque por fin puedo decir que soy feliz al cien por cien.
—¿No eras feliz con nosotros? —pregunta Amelia y se nota que está herida.
—Era feliz, mi amor, claro que sí, pero hay cosas que un hombre necesita aparte
del amor de sus hijos. Yo os adoro por encima de todo, pero necesito otro tipo de
amor, necesito lo que Sara me ofrece,
¿entiendes?
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un hijo es difícil, criar a cuatro y pasando el duelo del amor de tu vida, ha de ser un
infierno.
La verdad es que yo no recuerdo a mi padre triste, pero claro, cuando por fin
tuve consciencia habían pasado unos años y él se manejaba más o menos bien. En
realidad, era nuestro héroe y para mí lo sigue siendo.
Puede que de primeras quisiera a mi padre solo y sin novia porque así solo está
pendiente de nosotros, pero la verdad es que entre un padre que siente que le falta
algo en la vida, y un padre completamente feliz… Bueno, no hay ni que elegir, ¿verdad?
—Entonces tenemos bodorrio… —digo por romper el hielo más que nada.
Claro que con el viaje que se ha pegado mi progenitor le debe quedar más bien
poco, así que mira, una cosa a descartar.
—No. —Sonríe—. Soy estéril así que, aunque quisimos, Steve y yo no pudimos
tener hijos. Tengo sobrinos, sin embargo y me encanta tratar con críos.
Todos asentimos y yo, además, pienso que debió ser duro enterarse de que no
podía tener hijos. O
no… ¿Quién sabe? Hay personas que no quieren tener hijos, ni aunque puedan y
yo lo respeto por completo. A mí sin embargo sí me gustaría ser madre y me imagino
que me costaría mucho asimilar una noticia como esa. Entre eso y que el marido
palmó, me ha ganado. Si es que soy una facilona.
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Al final el tiempo se pasa volando y cuando el timbre de la puerta suena me
percato de que es probable que sea Einar. Me pongo nerviosa de repente, porque
quiero que se lleve bien con mi padre y con mis hermanos. Voy a abrir la puerta y en
cuanto lo veo con su botella de vino, su precioso pelo rubio y sus gafas graduadas,
tengo ganas de encerrarlo en mi habitación y hacerle muchas cochinadas.
—¿Te has puesto las gafas porque sabes que me pongo tontorrona?
Einar sonríe, pero está muy tenso y no es para menos porque la primera ya se la
ha dado en la boca.
¿Tenía mi padre que pronunciar la palabra «enamorar»? Lo hace todo tan serio,
tan… tan rotundo. Miro a mi chico, que pasa un brazo por mis hombros y aprieta mi
brazo con cariño y, de alguna manera, sé que acaba de adivinar el curso de mis
pensamientos e intenta tranquilizarme. Si es que es el hombre perfecto…
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De entre todas las cosas que pensé que podrían suceder, no imaginé nunca que la
noche que presentara a Einar acabaría conociendo también a la novia de mi padre. De
hecho, pensándolo en frío, ha sabido hacerlo muy bien. De esta forma la atención de
mis hermanos se divide entre Sara y Einar. Si es que tengo un padre muy listo…
—Sí, eso sí. —Se encoge de hombros y prueba un poco de la carne que hemos
cocinado—. Algún
Después de la cena mi padre saca los kinder y nos damos un lote importante de
chocolate mientras nos cuenta todo lo que ha visto en su crucero primero, y en su
viaje mochilero-romántico después.
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—No por Dios. ¿Por qué siempre estás pensando en esas cosas? —Me reprende
mi padre.
Lo miro de reojo y me pinzo el labio al ver su media sonrisa. Esa mueca solo me
la dedica cuando estamos en público y quiere acabar cuanto antes para poder
hacerme de todo… Y de pronto tengo mucha prisa por acabar con esta cena.
Justo en ese momento caigo en la cuenta de que hoy no podré dormir con Einar,
porque no voy a meterlo en mi habitación la noche que lo conoce mi familia y no
puedo irme a su piso si quiero estar descansada mañana. Además, los grandes atletas
se privan de tener sexo antes de las competiciones, ¿no?
Pues yo lo mismo. Tengo una yincana que ganar y no puedo distraerme con los
placeres carnales.
—¿No vienes?
—No puedo. Necesito guardar fuerzas. —Él hace morritos y me río—. Mañana te
lo compenso.
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—Y tú a ellos. Antes de darte cuenta formaras parte de ella, ya verás. —Él se
queda en silencio un momento y no me gusta lo serio que se ha puesto—. ¿Ocurre
algo?
Frunzo el ceño al caer en eso. Es verdad que solo contábamos con mi padre, pero
no pienso sacar a Einar, que es un punto fuerte del equipo, para meter a Sara.
Le entiendo bastante bien y sé que anda tan justo de dinero como yo así que me
da un poco de pena saber que ha pasado la noche pensando que su oportunidad de
estar en el equipo se iba por el retrete.
Me río, porque adoro cuando no dice bien las frases, y ese tonillo de guiri me
pone tonta. Lo beso una vez más y entro en casa para encontrarme con todos de nuevo
en el salón.
—Einar estará en el equipo —Le digo a mi padre, sin darle opción a réplica—. Es
alto, rápido, practica deporte y nos dará muchos puntos.
—Dicen que hay una barbacoa después del juego —dice esta—. Puedo preparar
comida mientras vosotros competís.
—Bah, no hagas nada —dice Alex con soltura—. Mejor ven a animarnos y
cuando acabemos vamos
—Qué va. —Amelia le hace un gesto con la mano para que deseche la idea—. Tú
disfruta.
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Sara sonríe agradecida y me doy cuenta de que en el fondo para ella tiene que
ser difícil enfrentarse a los cuatro hijos de su novio. En realidad, hoy estoy de un
comprensivo que me sorprende hasta a mí.
Después de esa conversación charlamos un poco más, pero nos vamos pronto a
la cama. Ha sido un día de muchas emociones y tenemos que descansar. Amelia entra
en el dormitorio antes de irse a dormir y me ofrece una valeriana que acepto porque,
quieras que no, estoy nerviosa. Mañana puede ser el día en que consiga el dinero para
empezar mi gran sueño, así que me la trago y me tumbo en la cama. Por una parte,
quiero empezar a imaginar cómo será mi futura tienda y por otra no quiero ni siquiera
pensar en ello hasta que no tenga el dinero y la posibilidad real de llevar mi proyecto a
cabo. Al final, me duermo pensando en ello, pero sin querer, porque yo hasta para eso
soy una enrevesada.
¿a qué hora se levanta esta mujer?–, Amelia tiene la misma cara y los mismos
pelos de loca que yo, gracias al cielo y Alex no ha aparecido aún.
Todos se ríen, pero yo de verdad creo que estoy a puntito de echar la pota.
Amelia se levanta, me coge del brazo y me saca de la cocina para llevarme al salón y
sentarme en el sofá.
—A ver, es normal nena, es mucho dinero, pero tienes que pensar que esta
noche por fin tendrás la posibilidad de llevar a cabo tu sueño.
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—Papá piensa que es una tontería…
Amelia sonríe y niega con la cabeza. Cuando mi padre supo de mis intenciones
con la tienda guardó silencio sin más, pero también es cierto que desde que supo lo de
la yincana me apoya al cien por cien y ni siquiera hace preguntas. Sabe para qué
quiero el dinero y le parece bien, o eso creo, porque si le pareciera mal me lo habría
dicho. Para eso en esta familia somos todos iguales y no podemos callarnos.
Dejo que me prepare la tila y cuando dan las nueve de la mañana todos estamos
un poco nerviosos, por no decir atacados. La yincana en realidad es por la tarde, pero
vamos a pasar la mañana organizando y montando las pruebas.
—Hombre Javier, por fin volviste a casa. Un poco más y llegas para navidad. —
Ese es el padre de estas dos inútiles y me cae tan gordo como ellas.
—Bueno, ha sido un viaje largo y fructífero —dice mi padre mientras rodea por
la cintura a Sara—.
¿Todo bien?
—Mi futura esposa. Sara, te presento a Jacobo Beltrán, nuestro vecino y a Camila,
su esposa. Ellas son sus hijas, Susana e Irene.
Sara los saluda a todos con cordialidad y soy consciente de la mirada que Susana
le echa. Es justo en ese instante cuando me doy cuenta de que en realidad ya he
admitido a Sara en nuestra vida, porque no te puedes hacer una idea de lo que me jode
que la mire así. Que se crea con el derecho de juzgarla solo por lo que ve, cuando está
claro que Sara intenta agradar.
—Vamos a hablar con Paco para ver en qué podemos ayudar —digo y cuando
todos me dan la razón de inmediato me doy cuenta de que no soy la única que se ha
percatado de la tirantez entre nuestras familias—. Nos vemos más tarde, Susana.
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La mañana se pasa entre colocar barreños con agua para el juego de las
manzanas, lo que me hace recordar a Einar lamiendo nata de mis pechos… El resto de
pruebas van desde hacer la carretilla humana, hasta jugar a adivinar películas,
pasando por encontrar el tesoro; Paco esconderá un objeto y más tarde nos dará
algunas pistas para que lo encontremos. Hay una de partir troncos con hachas que me
hace dar gracias al cielo, una vez más, por tener a Einar, Alex y mi padre en mi equipo.
Y luego hay algunas más que consisten básicamente en correr, ensuciarse, encontrar
algo o utilizar la fuerza bruta.
me caiga mal, es que me da pena el pobre bastardo… Si encima sé por Einar que
los Beltrán ni siquiera van a repartir el premio en partes iguales. Les han prometido
cinco mil euros a Diego y otros cinco mil a Nate y el resto para ellos. No tienen cara ni
nada…
Como sea, lo importante es que son nuestros máximos rivales y espero que
podamos derrotarlos. Y
La tarde llega casi sin darnos cuenta. Cuando por fin dan las cinco todos estamos
ya en la plaza central para empezar con la primera prueba. Diego, Nate y Einar han
llegado juntos hace un rato, pero los dos primeros se han ido directos con Susana y su
familia y no se han acercado a nosotros. Nos hemos saludado con un gesto de cabeza y
hasta ahí ha llegado nuestra comunicación.
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—Sí, sí, tranquila. Vikingo puede con todo.
Participamos Amelia y yo, y cuando miro a un lado veo que Lerdisusi ha decidido
hacerlo junto a su hermana. Bien, son rápidas, pero nosotras ganamos así que no me
preocupa.
Paco se encarga de descontar el tiempo y dar las ordenes, así que en cuanto nos
da vía libre zambullimos la cara en el agua como si nos fuera la vida en ello. Las
primeras son fáciles de coger, tenemos la mandíbula descansada y muchas ganas de
salir triunfantes así que cogemos carrerilla y en un minuto y medio hemos sacado
ventaja al resto. Después la cosa empeora porque tenemos la cara chorreando y a mí
por lo menos el pelo se me ha empezado a soltar de la coleta y se me pega a los ojos
impidiéndome ver con claridad. Como tengo las manos atadas tampoco puedo hacer
mucho para arreglarlo. Aun así, no me paro y voy buscando manzanas, aunque sea
medio a tientas. Cuando el pito que Paco ha comprado en lo de Chinlú para la ocasión
suena, por fin, estoy jadeando y empapada.
Paco nos informa que hemos ganado la prueba, cosa que ya intuía y nos vamos a
la siguiente con una gran sonrisa en la cara.
Mi hermana lo mira con frialdad y yo sonrío, porque cuando Esme mira así
intimida mucho. Sin embargo, él se limita a sonreír y estirar su mano.
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—Soy Nate, compañero de piso de Einar y Diego.
Esme es rápida, muy rápida, igual que Nate, pero uno de los nietos de Conchi
parece una jodida ardilla y llega arriba antes de que el resto vaya por la mitad. Vale,
una prueba perdida, eso no significa nada…
Participamos en tres pruebas más de las que ganamos dos, y lo Beltrán una. Así
pues, nosotros llevamos tres pruebas ganadas, ellos dos y el equipo de Conchi una.
Vamos ganando, pero no soy tonta y sé que las pruebas que faltan son difíciles y
empezamos a estar cansados.
—dice Paco para todos—. Nos vemos en la calle de los cuatrillizos. Es la más
ancha para esta prueba.
Nos vamos a casa para tomar un refrigerio y nos encontramos con que Sara ya
ha preparado bebidas energéticas y barritas de cereales para todos. Qué apañada es,
oye, al final le cogeré cariño y todo. Nos lo tomamos todo en el jardín porque no
queremos perdernos nada. Y justo cuando estoy empezando a relajarme veo a Diego
acercarse a mí.
—Hola pequeña bruja. ¿Ya necesitas bebidas energéticas? —Se ríe entre dientes
y señala la casa, donde Einar ha entrado para hacer pis—. De no ser por él ya estaríais
eliminados.
—¿Vas a comprarle tetas a Lerdisusi? Así por lo menos tendría algo interesante
para que puedas agarrarte.
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Diego frunce el ceño y mi hermana Esme ríe entre dientes. No me he dado cuenta
de que se había acercado, pero me alegro.
—¿Te das cuenta de que no eres ninguna pechugona? Meterte con su pecho,
cuando tú también tienes poco, es un poco patético.
—Lo que es patético es que necesites el descanso para venir a hablar conmigo
porque tu novia ni conversación tiene.
—En realidad, más que para hablar, he venido para advertirte que no te hagas
muchas ilusiones con esto de la yincana. Y te lo digo en serio, las pruebas que vienen
son jodidas y no tenéis tantas posibilidades como crees.
Estoy por contestar a Diego como se merece, porque me tiene a punto de infarto
ya el policía de los huevos, cuando veo a Einar salir de casa completamente desnudo.
¿En serio? ¿Y a este qué le ha dado ahora?
Él sonríe de esa forma que me baja las bragas casi siempre, porque en este
momento lo último que siento es excitación.
—¡Carrera de pelotas Einar! ¡De pelotas! ¡¡Vístete por Dios bendito!! —Él se
encoge de hombros y se gira con toda la parsimonia del mundo para entrar en casa y
vestirse.
Qué envidia de vikingos, que todo les suda un pie, de verdad. Miro a mis
hermanas, que tienen los ojos desorbitados mirando el culo de mi novio; a Diego, que
se ríe de buena gana a costa de su amigo, y a Lerdisusi, al fondo, que me mira entre
sorprendida y enfurruñada porque su chico está a mi lado.
—Haz el favor de irte con tu putilla personal, que a este ritmo va a desarrollar el
poder de matarme con la mirada.
—¿Pero es que no te importa que todas estas mujeres te hayan visto en pelotas?
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Pongo los ojos en blanco y me río. De verdad, que yo daría lo que fuera por tener
la autoestima de este hombre.
—Sí, pero vamos, que no pasa nada. —dice Amelia y yo alzo una ceja mientras
ella se pone roja como los tomates maduros—. O sea, que no me importa. Vaya, que…
Bueno, que vamos ya, que el descanso se ha acabado.
Se da la vuelta y echa a andar tan rápido que temo que tropiece. No puedo
culparla de ponerse nerviosa porque mi vikingo tiene una tranca que impresiona
hasta en reposo, la verdad.
Esto es un despiporre desde que salimos, la verdad: Los niños de los Sanz se han
enfadado entre sí y se han puesto a darse pelotazos sin misericordia. El equipo de
Conchi ha sufrido bajas irreparables gracias a que Eugenio se ha empeñado en coger
una pelota y claro, se ha resbalado. Veremos a ver si de esta no se ha roto la cadera
otra vez. Los de Chinlú corren mucho, los mamones, pero yo les sigo de cerca. Oye, qué
bien se me da esto de botar ¿Quién lo diría? Voy dando saltos, sudando la gota gorda y
visualizando la meta ya cuando siento un empujón que me hace mirar al lado. Susana
me sonríe con malicia y cuando quiero darme cuenta empieza a botar en mi dirección
en vez de hacia adelante. No tengo tiempo ni de quejarme, porque intento apartarme,
pero entonces le doy a mi padre, que es otro que también va bastante cerca y, en
medio de la confusión, mi vecina me da una patada que hace que me caiga y arrastre a
mi progenitor hacia el suelo.
Él intenta evitar un efecto dominó así que en vez de caerse sin más me empuja
para que lo hagamos los dos hacia atrás. El problema es que cae encima de mí y noto
como mi pie cruje conforme toca el asfalto.
Mi padre se quita de encima de mí y cuando intenta tirar de mis manos para que
me ponga en pie grito del dolor, porque si no me he roto el pie, mínimo me lo he
lastimado. Lo peor es que la gente sigue pasando así que antes de poder darme cuenta
uno de los del equipo de Paco me golpea y caigo de nuevo.
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Tengo ganas de llorar y no me mido ni un poquito. Arranco con todas mis fuerzas
porque estoy teniendo una crisis de ansiedad por culpa de esa puta, me duele
muchísimo el pie y veo cómo mis posibilidades de ganar esta jodida yincana se van
por el retrete. Además, la gente sigue pasando y sé que en cualquier momento van a
volver a golpearme.
—¿Te has hecho daño? —Alguien toca mi pie y gimo de dolor—. Vale, tranquila,
no pasa nada.
Giro la cabeza hacia la voz que ha hablado junto a mi oído y abro los ojos como
platos al darme cuenta de que es Diego. Tiene el gesto muy serio y antes de que pueda
decirle nada me alza en brazos y me saca del barullo de pelotas y gente. Mientras me
lleva a la acera como si fuera un peso de pluma, con mi padre detrás disculpándose
con cara de tormento por haberme jodido el pie, pienso que no hay nada peor, pero
entonces Susana se proclama ganadora y yo vuelvo a perder la compostura
revolviéndome en los brazos de Diego para que me deje, porque esta vez me han
jodido de verdad y no quiero saber nada de nadie.
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Diego
Cuando Julieta entra en casa con su padre, seguida por la novia de este, casi lo
agradezco, porque en este momento la sangre me hierve tanto que prefiero estar solo.
Por desgracia, la carrera de las narices ha terminado y Susana viene corriendo hacia
mí.
Miro a mi novia y puedo entender a la perfección la petición que me hace con los
ojos. Decido callarme, pero no por ella, sino porque no quiero desencadenar una pelea
de las grandes. Esta jodida yincana no ha acabado y si digo lo que he visto voy a
conseguir que las dos familias se maten vivas antes de hacerlo.
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Antes de poder dar un paso Amelia, Alex, Esme y Einar han echado a correr hacia
la casa y yo me siento como una pésima persona por mentir. Miro a mi novia y señalo
la casa.
—¿No vienes?
Todos se ríen, incluso Susana, que por supuesto no va a reconocer ante su padre
lo que ha hecho. La miro bastante incrédulo, a pesar de todo, porque sé que a veces
puede ser una mujer sin escrúpulos, pero esto… esto me ha pillado fuera de juego.
Camino hacia la casa ignorando las preguntas de Jacobo y Camila, que me llaman para
que los acompañe hacia la siguiente prueba.
—Después.
Mi amigo me mira con semblante serio, pero no me juzga, lo sé. Él sabe muy bien
que yo no estoy de acuerdo con la actuación de mi novia. De ser así no estaría aquí.
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Pienso a toda velocidad qué hacer y al final niego con la cabeza.
—¿Cómo puedes…?
Mi amigo me mira cabreado y asiente una sola vez, pero sé que no tiene
demasiada paciencia así que intento ser rápido y conciso.
—Si lo cuento, eliminarán a Susana, vale, pero eso no significa que vosotros
tengáis más probabilidades de ganar.
—Julieta es buena y ágil, pero las pruebas que quedan son de fuerza y…
—¿Ayudarnos como…?
Eso en parte es cierto. Einar es muy fuerte, pero si nos enfrentásemos los dos
tenemos bastantes posibilidades de ganar muchas de las pruebas que nos quedan. El
resto del equipo cuenta, claro, pero si yo bajo el ritmo y Nate hace lo mismo, el equipo
de Susana tiene muy pocas probabilidades de ganar. Y
después de lo que ha hecho hoy, estoy cien por ciento seguro de que no quiero
que gane esto. Eso significa quedarme sin cinco mil euros y que Nate pierda otro tanto,
pero bueno… A veces uno tiene que hacer lo correcto, sin importar nada más.
—Tendrá que ir al hospital a hacerse una radiografía, pero estoy casi seguro de
que es un esguince y quizá una pequeña fisura. En una semana o dos de reposo estará
bien.
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—Bueno, al menos es invierno y no están en temporada alta. —Palmea mi
espalda y mira al frente, donde Susana y su familia sigue celebrando la victoria—. ¿Y
ahora? —Le cuento lo ocurrido, lo que tengo pensado y él ni siquiera se lo piensa—.
Julieta y su familia han jugado limpio y, además, este dinero también vendrá muy bien
a Einar.
hora de replantearme qué me gusta de Susana, porque a estas alturas solo libro
su físico y alguna que otra virtud, como la de follar. Puedo sonar crudo, pero créeme,
sé de lo que hablo y estoy hasta los huevos de su actitud calculadora y vengativa. Vale
que no soy el tipo más romántico del mundo, pero no quiero pasarme la vida con una
tía que está más interesada en joder a unos y a otros que en ser feliz por sus propios
medios.
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Cuando Alex parte el ultimo tronco y grita su victoria, Nate y yo soltamos
nuestras hachas y los miramos intentando no sonreír demasiado. Se abrazan, saltan y
celebran su premio.
—¡Verás Julieta cuando sepa que lo hemos conseguido! ¡En nada tendrá su
tienda! —exclama Amelia loca de alegría.
—Sí, claro, como si no tuviera bastante con tener que explicarle a mi padre que
mi novio será poli, pero es un inútil cortando troncos.
Ella me mira y abre sus ojos con sorpresa, porque imagino que sabe lo que eso
significa.
—¿Eso crees?
—Desde luego que sí. Ahora mismo tienes encima el complejo de Robin Hood
que te entra cuando te pones mojigato, pero en cuanto puedas verlo con objetividad
comprenderás que…
—¿Qué? ¿Qué te has portado como una zorra? Y ni siquiera te ha servido para
ganar.
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—Este inútil en concreto se va a tomarse algo con los ganadores —dice Nate
poniéndose a mi lado
Sonrío con las palabras de mi amigo, lo que provoca la ira de Susana, que me da
un guantazo tan sonoro que todos los presentes clavan sus ojos en nosotros.
—¡Eres un imbécil!
—¿Todo esto es porque quieres follarte a esa zorra? ¿Sabe tu amiguito que te
pone?
—Ni caso.
—¡Si hasta sueñas con ella! —grita Susana fuera de sí—. ¿Te crees que soy
gilipollas? ¡Susurraste su nombre mientras dormías y pude ver a la perfección la
erección que tenías en aquel momento!
Abro la boca para decir algo, pero la cierro, porque no merece la pena entrar al
trapo y explicarle que los sueños son incontrolables. Es posible que eso haya ocurrido,
pero no puedo hacer nada por evitarlo y eso no quiere decir nada. ¡También he soñado
con actrices y no significa que esté colado por ellas como tal! Me doy la vuelta y me
alejo mientras ella me grita un montón de barbaridades que habrían puesto rojo como
un tomate a otro, pero no a mí. Subo en mi coche y al único que busco con la mirada es
a Einar. Él sigue clavado en el sitio y me mira con semblante serio. Niego con la cabeza
de nuevo, para que entienda que no debe hacer caso de esas cosas y me marcho a casa.
La verdad es que cuando llego estoy tan tenso que nada consigue relajarme.
Necesito hacer deporte, pero sigue lloviendo y no me apetece encerrarme en el
gimnasio así que al final opto por ir al restaurante de mis padres. Servir mesas y una
buena comida casera me ayudarán a calmarme.
Me doy una ducha, me pongo unos vaqueros negros, una camisa vaquera y una
cazadora y me voy a Corleone, el restaurante que mis padres regentan. El nombre no
es por la película, sino por el apellido familiar. Sí, es curioso y mi padre que no es tonto
lo aprovechó para sacarle rendimiento al negocio.
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La verdad, es una pasada y siempre he dicho que el día que me jubile me pasaré
las horas aquí metido comiendo o sirviendo mesas. Es una labor que me relaja, quizá
porque aquí pasé muchísimas horas mientras estudiaba y más tarde me preparaba
para ser policía. Al principio lo odiaba, pero con el tiempo he aprendido a amar las
mesas con manteles de cuadros rojos, los candelabros, los cuadros con fotos de
góndolas o monumentos italianos y las máscaras típicas del carnaval veneciano que
cuelgan de las paredes.
—¡Hijo! —Mi padre sale de la barra para darme un abrazo en cuanto entro por la
puerta. Aún es temprano y la gente no ha empezado a llegar—. Pensé que hoy no
vendrías.
Miro al que, con toda probabilidad, es el hombre que más respeto en el mundo y
sonrío. Es corpulento y está entrado en kilos, pero eso no le hace perder atractivo. Su
pelo negro, su altura y su buen humor han hecho las delicias de los clientes desde
tiempos inmemorables. Mi padre era y es el típico italiano con piquito de oro que
coquetea de natural con todas, aunque en realidad adore a mi madre, Teresa, que
también es de procedencia italiana, pero creció en España.
—Acabé antes el asunto que tenía pendiente y pensé que podríais necesitar
ayuda. ¿Y mamá?
—¡ Amore! —Deja lo que está haciendo, se limpia las manos en el delantal y las
estira para poder coger mis mejillas como hace siempre. Me agacho, facilitándole la
tarea y sonrío cuando besa mis dos mofletes—. ¿Cómo tú por aquí?
—Tengo exceso de energía y pensé que un poco de trabajo aquí me vendría bien.
—La ayuda siempre es bien recibida. ¡Siempre, siempre! Cuéntame cómo fue eso
de la yincana.
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esforzado un poco menos para que ganaran. Sé que mi madre verá bien mi
actuación, pero aun así me gusta contarle todo lo que ocurre en mi vida. Me encanta
pedirle consejo, hacerla participe y que piense que es importante en mi día a día,
porque lo es. Para otras personas puedo resultar demasiado familiar, pero después de
lo que pasamos con Marco…
—Pues eso es todo lo que importa. Allá Susana con la suya, hijo. Has hecho lo que
debías.
Asiento, porque sé eso, pero me gusta que ella también lo vea. El resto de la
noche la pasamos trabajando en armonía. Ella no sale de la cocina y yo a ratos la
ayudo y a ratos me salgo a servir mesas.
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Son ya pasadas las diez cuando la puerta se abre y Einar entra con Nate, Julieta,
sus hermanos, su padre y la novia de este. Me quedo un poco cortado, porque sé que
tengo harina en la camisa y llevo un delantal de cintura de cuadritos rojos que igual
hace que Julieta se ría de mí una barbaridad. Sin embargo, ella parece igual de
sorprendida que yo.
—Ya verás cuando pruebes la comida de los Corleone, Juli, no has probado nunca
nada igual.
Julieta parece sorprendida pero no molesta del todo. Me extraña que Einar no le
haya hablado del restaurante a su novia, pero imagino que tampoco se pasan las horas
charlando sobre mí y mi vida. Ella lleva muletas bajo los brazos, tiene las mejillas
encendidas por el esfuerzo de caminar con ellas y el gorro de lana se le está
resbalando de la cabeza, pero yo la veo preciosa… Y acto seguido me siento culpable
por pensar eso y procuro centrarme en mis amigos.
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—No volverá, Juli. —Niega con la cabeza para enfatizar sus palabras, y al final
me frunce el ceño
—. Y si vuelve, ¿qué?
—¿Cómo que «qué»? Pues que es una cerda, mira lo que me ha hecho.
—Lo entiendo y yo la odio mucho por eso, pero Diego no tiene nada que ver.
¿Tantas ganas tienes de que lo dejen?
Esta vez la que frunzo el ceño soy yo. ¿Y a este ahora qué le ha dado? Niego con
la cabeza y voy a contestar cuando Nate se interpone.
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—Chicos, dejadlo estar. No tengáis vosotros una discusión por Susana. No
merece la pena.
Y eso es raro, porque desde que hemos salido de casa rumbo al hospital y Nate y
Einar se han apuntado ha torcido el morro. Dice que no se fía del médico, porque no
ha sabido averiguar a ciencia cierta si tenía fisura o solo un esguince y que no le da
buena espina. Tócate el mondongo… Ahora resulta que el hombre tiene que tener
radiógrafo en las retinas y si no para mi hermana deja de ser un profesional. A esta
mujer se le va la pinza un montón, te lo digo. Luego la loca de la familia soy yo.
Atención, señores y señoras, que esa frase la ha dicho mi padre y la mesa entera
se queda en silencio, porque él no es de soltar estas cosas tan… tan… tan mías, por
ejemplo. Él es un hombre sosegado, tranquilo y que no insulta a nadie. Al final resulta
que Sarita nos lo está volviendo un rebelde y a mí me gusta, oye, porque mola tener un
padre que llame a las cosas por su nombre. Amelia suelta una risita y mi hermana
Esmeralda lo mira de hito en hito, claro, se le está cayendo un mito, entiéndela a la
mujer. Si mi padre se vuelve un desvergonzado al hablar, a ver a quién dice ella que ha
salido de siesa.
—Bueno, bueno, al final habéis ganado que es lo que importa —contesta Nate.
Cuando lo dice mira a Diego, que está detrás de la barra ordenando algo en la
libreta de pedidos.
Frunzo el ceño, porque me ha parecido ver que pensaba algo con referencia a lo
que hemos dicho.
—No, qué va, nada —dice mi chico—. ¿Pedimos ya? Partir troncos da hambre.
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Todos ríen y yo dejo estar el tema, porque al final lo importante es que hemos
ganado y porque no quiero darle más vueltas a lo mismo. Susana se ha quedado sin
novio y sin concurso y yo tengo el dinero para empezar a poner en marcha mi
proyecto. Además, al final nosotros hemos pasado de la barbacoa así que estarán
trinando pensando en que ni siquiera aparecemos para restregarles el premio. Anda y
que les den.
Poco después Diego vuelve a nuestra mesa y nos pregunta si nos hemos aclarado
ya con los pedidos.
Decimos que sí, pero qué va, en realidad cuando empezamos a pedir algunos
comienzan a sumar y restar ingredientes, Amelia sigue dudando, Sara quiere saber
qué lleva exactamente la pizza hawaiana y yo pienso que, si estamos en un restaurante
italiano, tendrá que comer pizza a lo italiano, no a lo hawaiano, pero como no quiero
decirle algo que me haga quedar mal opto por pinchar al camarero, que como tiene
que guardar la compostura se tiene que joder.
—Yo quiero una cuatro quesos y que confieses que trabajas aquí porque el
sueldo de poli se te va en bragas que te pones para dormir.
—Sí, de encaje negro —dice él con un resoplido irónico sin alzar la vista de la
libreta de comandas.
—No lo sabes tú bien. —Sigue sin mirarme y por alguna razón eso me jode
mucho, así que decido pinchar un poco más.
—¿Sabes que me han puesto una escayola? —Eso consigue llamar su atención y
alza por fin la vista de la libreta de las narices para mirarme—. Que sí, que es verdad.
—Sí, pero me han puesto una escayola casi tan grande como yo.
—Exagerada… —Nate ríe y niega con la cabeza—. Le han puesto media escayola
para que no mueva el pie, pero lo que tiene es un esguince y una minúscula fisura.
—Muy, muy pequeña, casi inexistente y de hecho se habría curado sola de no ser
por el esguince.
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Resoplo y miro mal a Nate a conciencia, a ver si así deja de hablar y meter la
gamba, pero él solo se ríe y se encoge de hombros.
—En fin… —Pongo los ojos en blanco y miro a Diego de nuevo—. Estoy muy
grave, por culpa de
Lerdisusi.
—No te veo tan grave, pero puedes insultar a Susana tanto como quieras, si eso
te hace sentir mejor.
—Pues sí, porque además ahora como la has dejado estará cabreada y eso se
traducirá en que intentará culparme a mí y convertirme la vida en un infierno. Igual de
aquí a nada me atropella con el coche. No vivo tranquila y es por tu culpa.
—Vaya por Dios… Bueno, suerte que tienes un vikingo, ¿eh? Él te defiende.
—Eso es cierto. —Einar sonríe y pasa un brazo por mis hombros y yo me río y
me resguardo en su cuerpo.
—Ya… eso sí. —Suspiro con melodrama y pongo a Diego los ojitos como los del
gato con botas en Shreck—. Pero tienes que traer mi pizza antes, que estoy malita.
Diego se ríe. ¡Se ríe! Miro en derredor para ver si algún fotógrafo o periodista ha
captado el momento, pero creo que no he tenido suerte. ¡Eso había que grabarlo!
Cuando vuelvo a mirarlo sigue sonriendo y niega con la cabeza.
Él se ríe otra vez y se aleja, mientras yo me quedo anonadada. Miro a Einar, que
sonríe entre dientes y besa mi frente sin decir nada.
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—Yo voy a guardarlo —dice Esmeralda, refiriéndose al dinero del premio—. Lo
uniré a mis ahorros y un día tendré una gran casa para mí sola en la que solo estaréis
invitados una vez a la semana.
—Yo le tengo el ojo echado a un clásico que vende uno que conozco, igual lo
gasto en eso… —dice Alex.
Sí, ya sé que tengo derecho a estar de baja, pero no sé cómo va a tomarse que la
baja sea por estar haciendo el indio en una yincana… Que bien mirado, a él eso no le
importa porque en mi tiempo libre hago lo que me dé la gana, pero sé que me
acarreará malas caras. Por suerte, si todo sale según lo previsto muy pronto no tendré
que aguantar a ningún jefe mamón. Ni a la guarra de la niña del exorcista y mi ex.
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día. Si monto la tienda allí, además, estaré al lado del parque infantil y, por lo tanto, de
los niños, que son mis compradores en potencia. Mi idea es que los críos acaben
pidiendo tanto algún artículo de mi tienda que las madres lo compren por no
escucharlos.
—Buenas noches chicos. ¿Cómo estáis? —saluda con cariño evidente a Nate y a
Einar—. Qué alegría veros por aquí. ¡Y hola a todos! Antes de esperar que mi hijo nos
presente lo hago yo: me llamo Giussepe.
—Ciao bella, mi hijo me ha contado que te has accidentado en los famosos juegos
de hoy. ¿Cómo está tu pie?
—Me duele.
Hago un mohín y él sonríe, mientras mis hermanos ponen los ojos en blanco y mi
padre intenta no reírme la tontería.
—Qué mala suerte, ¿eh? Aunque déjame decirte que tu estado no se refleja en tu
cara. Eres una preciosidad. Cuídala bien, Einar, o te la quitarán cuando menos lo
esperes.
—Yo la cuido, yo la cuido. —Mi chico ríe—. Hay mucho ligón suelto como tú.
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—¿Quiénes son el resto? —pregunta Giussepe ignorando el momento para mi
tranquilidad.
—Bueno, no molesto más, solo quería saludar y conocer a los nuevos amigos de
mi hijo. Espero que todo esté a vuestro gusto. Mi mujer, Teresa, tiene unas manos de
oro para la cocina.
—Ay, pues quiero conocerla también. Es lo suyo, ¿no? —pregunto al resto, como
si fuera lo más obvio—. ¿Puede venir? O mejor voy yo a la cocina y así veo cómo es eso
de las masas volando por los aires y la gente agitando grandes ollas de algo rico.
—No bella, no te levantes, yo ahora la aviso y que venga. —Pongo carita triste,
otra vez y él se ríe
—. Ah, hay que tener cuidado contigo para que no hagas con un hombre lo que
se te antoje, ¿eh?
—Es porque soy adorable, Giu. —Aleteo las pestañas y consigo que suelte una
carcajada que llama la atención de la mesa de al lado.
—No coqueteo, soy simpática, que es una cosa que hacemos las personas al
conocer a otras personas. Menos tú, claro.
Diego me mira mal, muy mal, pero su padre se limita a sonreír y disculparse con
nosotros antes de marcharse para saludar a alguien más y luego volver a la barra,
donde está su trabajo.
Al poco Diego nos sirve la comida, he de decir que, con mucha soltura y
empezamos a dar cuenta de la cena. Todo está riquísimo y tengo claro que vendré aquí
más veces, ya sea con Einar, con mis
141
hermanos o sola. Soy adicta a la comida italiana así que no sería raro venir,
aunque solo fuera a por una pizza para llevar.
Ella no tiene acento, pero es tan dulce que no lo necesita. Ya sabes: la típica
mujer entrada en años, guapa, con educación y además con ese «algo» que hace que
quieras oírla hablar más tiempo, aunque sea de la lluvia.
—Estaba todo buenísimo, como siempre. —Nate besa su mano en un gesto tan
galante que me pongo un poco tonta.
¿Qué pasa? Ya sé que pensarás que teniendo novio es raro que me ponga tan
tonta con cualquiera que hace algo bonito, pero es que las mujeres de hoy en día
somos así. Tenemos ojos y apreciamos los buenos gestos y si vienen de tíos que están
para mojar pan en salsa de tomate, más.
—Todo muy bueno —digo—. Justo estaba pensando que pienso repetir a
menudo. Desde hoy seré asidua en este sitio.
Lo ignoro, pero miro a su santa madre, porque hay que ser una santa para
aguantar a este tío y sonrío con cara de inocencia.
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—¿Hoja de quejas contra trabajadores tenéis? Estaría interesada en poner una.
—O puedes darle una colleja ya y así la humillación le sirve para tratar mejor a
sus clientes.
Teresa se ríe, porque le parezco mona, como a su marido; lo sé, esas cosas se
sienten. Diego no ríe, pero bueno, este tío conmigo no se ríe ni aunque le haga
cosquillas con plumas de pavo real en los huevos. De hecho, de natural conmigo es tan
sieso que empiezo a preguntarme si lo de antes cuando me ha reído la gracia no ha
sido cosa mía.
Hablamos un poco más con ella y al final nos vamos después de pagar y
bebernos un chupito al que invita la casa. Ya en la puerta le digo a Einar que no es
necesario que me acompañe, puesto que ellos están bastante cerca de su piso y yo voy
con mis hermanos, mi padre y Sara.
Diego: Solo para que lo sepas, me alegra que ni siquiera Lerdisusi haya podido
contigo. Buenas noches, pequeña bruja.
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16
Ha pasado algo más de una semana desde la yincana y aunque sigo con el pie mal
hemos podido ir a ver algunos locales. Sin embargo, hemos entrado de lleno en la
navidad como quien dice así que no nos hemos centrado al cien por cien en ello.
Además, aunque te parezca que no, el pie me ha dolido más de lo que yo esperaba y
me he dedicado a descansar mucho, porque esta noche es nochebuena y no quiero ni
pensar en no poder quedarme hasta las tantas bebiendo con mis hermanos y
brindando luego con los vecinos de Sin Mar, que seguro que en algún momento se
pasan para felicitar las fiestas. Aquí somos así y, para navidad, nos volvemos medio
yanquis. ¡Si hasta tenemos un concurso de jardines adornados!
Nosotros nunca hemos ganado, pero porque Conchi soborna a los nietos y se
gasta la pensión en comprar luces potentorras de esas que molan un montón y
nosotros lo más que nos gastamos un año fue diez euros por persona y nos sobró para
cerveza así que imagina… Este año como tenemos a Sara pues está más bonito, la
verdad. Ella se ha empeñado en que teníamos que comprar un abeto de verdad, que ha
resultado ser una mierda porque va soltando hojas todo el santo día; a poco que lo
roces se te viene abajo. Yo he sugerido ya que hagamos una norma en casa para que de
aquí en adelante solo compremos abetos de mentira. Que, además, Chinlú nos hace
oferta y si nos llevamos el que menos se vende nos regala unas luces de colorines que
parecen el techo de la caseta de los coches de choque de la feria.
¡Pues Sara eso no lo valora! Ella nos convence con eso de que el de verdad es
mejor, que luego lo replantamos en el jardín y no sé cuántas cosas más. Nosotros la
dejamos porque nos da ternura que de pronto juegue a tratarnos como si fuéramos
cuatro críos. No digo yo que en algún momento no nos comportemos como tal, pero la
mujer está súper ilusionada con eso de tener cuatro hijos… Yo creo que hay que darle
tiempo y que en dos meses pensará en ponernos a la venta por Amazon, pero de
momento está feliz y, oye, a nosotros nos ha caído en gracia. Es simpática, guapa, habla
un montón y le gusta cocinar. Y como a nosotros nos gusta tanto comer hemos
encajado como piezas de un puzle.
Pero yo lo que estaba diciendo es que resulta que este año nuestro jardín está un
poco más bonito, porque le hemos puesto luces blancas en los bordes de las ventanas
y en el césped trasero, en un extremo, está Papa Noel y en el otro los tres Reyes Magos,
porque hemos tenido pequeñas desavenencias en casa y como no nos decidíamos
pues lo hemos puesto todo. También tenemos un Belén y mi hermano hasta le ha
hecho un pequeño riachuelo con un motorcito y corre el agua que da gusto. Tengo
pensado cambiar el agua por ron esta noche y que nos sirvamos chupitos de ahí, en
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plan simbólico: «Este por el niño Jesús, míralo que a gustito está ahí en su cuna de
paja» «Este por San José, que lleva barba y ahora está muy de moda» «Este por los
camellos, que debían ser de los buenos para que tres tíos se pensaran que eran reyes y
viajaran desierto a través siguiendo a una supuesta estrella, que lo mismo en vez de
estrella era un enano verde… vete tú a saber», y así sucesivamente. Me encanta
imaginar ese momento de la nochebuena y espero que nadie me joda la fiesta.
Además de todo hemos invitado a los chicos a cenar. Nate y Einar se apuntan
seguro y Diego ha dicho que a la cena no, pero que luego si convence a sus padres
igual se pasan a tomar una copa. Ojalá puedan, porque Giussepe y Teresa me caen
genial y quiero volver a verlos. Y si no vienen, pienso ir al restaurante esta misma
semana.
—Esta con el rollo de tener el pie malito no veas cómo se ha librado de todo. —
Salgo de mis pensamientos para ver quién osa meterse conmigo y me encuentro a
Alex refunfuñando mientras pone la mesa del comedor.
entra en casa y, dado que no lo hace sola, todos la miramos entre la sorpresa y la
resignación, porque ya la conocemos. A su lado hay una chica de catorce o quince
años, tiene el pelo enmarañado, rizado, entre naranja y rojo y unos ojos azules que me
recuerdan a Mérida, la protagonista de la película de Disney, Brave, solo que esta tiene
cara de pocos amigos. Su ropa además es desastrosa: lleva un pantalón vaquero roto,
pero no por moda, se nota y un jersey demasiado grande para un cuerpo que se intuye
menudo.
—Chicos, ella es Erin y esta noche cenará con nosotros. Saluda cielo.
La tal Erin resopla ante el apelativo cariñoso y nos mira aún con peor cara.
—Hola.
—Hola Erin, encantado de conocerte. —Mi padre, que ya sabe cómo va el tema,
se acerca, pero no hace amago de tocarla, porque ha aprendido que los chicos que
Amelia trae a casa por lo general tienen graves problemas con el contacto directo con
desconocidos—. Espero que tengas hambre.
—No mucha.
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—Bueno, seguro que cuando nos sentemos a la mesa y veas todo lo que tenemos
para esta noche cambias de idea.
—Si lo que quieres decir es que vas a la cocina para explicarles a estos por qué
me has obligado a venir, dilo claro.
—No necesito esconderme para eso. —Mi hermana nos mira a todos y sonríe
como si no pasara nada—. Erin no tiene donde pasar la noche, así que la he invitado a
venir.
Erin lo mira mal y luego se cruza de brazos sin decir una sola palabra. A su favor
tengo que decir que, pese a que es visible que está cansada, hambrienta y, en
definitiva, jodida, tiene una actitud altiva que me fascina. Supongo que es lo que
ocurre cuando te toca una vida de mierda en plena adolescencia: al final aprendes a
sobrellevar los golpes con una actitud chulesca, porque es eso o hundirse en la miseria
y es evidente que Erin no puede darse ese lujo. Tengo muchas ganas de preguntarle a
mi hermana cuál es su historia, pero sé que justo ahora no va a contármelo, porque no
quiere darle la razón a la chica y cotillear a sus espaldas.
Seguimos preparando la casa para la cena sin más sobresaltos y menos mal,
porque ya tenemos el cupo lleno. Erin se sienta a mi lado en el sofá, pero en el otro
extremo y cuando se acerca la hora de cenar se pone aún más tensa, si es posible.
—Oye, no vas a creerme, pero esta gente es buena a pesar de lo que puedas
pensar —le digo—.
—No hace falta… ¿Por qué no intentas disfrutar de una buena cena y una casa
caliente? Tienes tiempo de volver a tu vida de mierda mañana.
146
—Para que lo sepas, mi vida no es ninguna mierda. Por lo menos yo no estoy
coja.
Sonrío y pienso que me lo tengo merecido por pasarme de lista. Ella se toma a
mal mi sonrisa, claro, y se levanta del sofá con un respingo. Está a punto de salir
cuando Esmeralda la detiene.
—Erin, qué bien que estás cerca del aparador. Por favor pon en la mesa las copas
de cristal.
La chica frunce el ceño y la mira mal, pero mi hermana pone esa cara de «Me
importa una mierda si lo que he ordenado te gusta o no porque lo harás igual» y ella
no tiene más remedio que coger las copas y
Poco después llegan Einar y Nate y sobra decir que Erin los mira con tanta
desconfianza que mi chico se pega a mí y no se acerca a ella lo más mínimo. Es
evidente que la niña tiene un problema con todos los adultos en general y con los
hombres en particular, cosa que han entendido a la perfección todos los de casa.
—Gracias, tú estás muy guapo vestido de hombre formal. Buen detalle el de las
gafas…
Mi padre nos llama a todos a cenar y la velada transcurre sin muchos problemas.
Erin al principio se niega a comer, pero en cuanto Amelia le llena un plato con carne
en salsa, pan, ensalada y arroz con especias vemos que está a punto de salivar. Cuando
empieza a comer con lentitud creo que todos nos damos cuenta de que está
obligándose a ir despacio para no parecer desesperada. En momentos como este me
duele el corazón por ella y por todas las chicas que, como ella, viven el día a día sin
saber si mañana podrán comer de nuevo. No conozco su historia, pero no necesito
hacerlo para saber que tiene una vida muy jodida; de otra forma mi hermana no la
habría traído a casa.
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Estamos ya en los postres cuando el timbre de la puerta suena: frunzo el ceño y
me imagino que han de ser los primeros vecinos, pero para mi sorpresa, es Diego con
sus padres.
—¿Llegamos muy temprano? —pregunta este a Einar con una sonrisa—. Hemos
cenado pronto e imaginábamos que nos adelantábamos un poco, pero pensamos que
os gustaría probar este postre.
Nos enseña una tarta decorada con frutos rojos y yo me relamo en el acto.
—Si traes comida eres bienvenido. ¡Hola Giu, Teresa! —Los beso en las mejillas y
los hago pasar a la casa—. Entrad por favor, justo íbamos a tomar el postre así que
venís a la hora perfecta.
Ellos sonríen y se les nota un poco tímidos. Es probable que Diego haya tenido
que convencerlos para que vengan y, aunque pensé que no lo harían, me alegro de que
lo haya logrado. Sé por Einar que celebran la nochebuena ellos tres nada más y a mí
una nochebuena de tres me parece triste, qué quieres que te diga. Yo me quejo mucho
de mi familia, pero reconozco que en navidades una de las mejores partes es saber que
la casa nunca está vacía y siempre hay algún alboroto.
—¿Cómo está ese pie? —pregunta Teresa mirándome caminar sin muletas y
apoyando la media escayola.
—Bah, no me duele.
—Eso dices ahora, pero verás mañana como tanto apoyarlo así te da problemas
—dice Nate.
Él alza las manos en señal de rendición, Einar se ríe, porque le debe parecer
súper gracioso el gesto de su amigo y yo llevo a Giussepe y a Teresa al portal de Belén.
—¡Porque es el riachuelo del portal de Belén! Debe ser pecado o algo así.
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—Si le pones ron yo quiero —dice Erin.
—De eso nada. —Amelia me mira mal, como si fuera mi culpa que la mocosa
tenga mundo visto y quiera un chupito de ron.
—Era una idea genial, pero como siempre os ponéis histéricos. ¡Esta familia me
corta las alas!
Ellos se ríen, mi padre pone los ojos en blanco y Einar me coge con suavidad del
brazo y me lleva hasta el sofá, donde me obliga a sentarme con delicadeza.
—Quiero tarta de esa rica. —Señalo a Teresa y miro a mi novio con carita de
cordero degollado—.
Porfi…
—Y luego dice que no está mimada. —Diego se ríe entre dientes y pone la tarta
de su madre encima de la mesa. Luego, para joder, coge un cuchillo, parte un trozo, se
sirve, agarra una cucharilla y ante mi mirada de odio profundo se come un gran trozo
mirándome a los ojos—. Riquísima es poco. ¿Alguien quiere?
Atención, que lo que voy a contar es muy fuerte: TODOS, TODOS, TODOS se sacan
pastel y comen mientras a mí me dejan mirando. ¡Hasta Einar! ¿Pero de qué van?
—¿Pero de qué vais? —pregunto poniendo voz a mis pensamientos—. Sois unos
capullos.
Erin se ríe, porque le hace gracia que me enfade y yo la miro mal, lo que parece
provocarle aún más risa.
—Sí que tenías razón, sí —dice mi chico a Diego—. Te debo diez euros.
149
—Diego lleva toda la semana convenciéndonos para apostar que sería capaz de
sacarte de quicio antes de que pasaran cinco minutos en nochebuena —explica mi
hermano—. Has caído como las moscas y ahora algunos vamos a ganar un dinerito a
tu costa.
Los miro con la boca abierta mientras todos sonríen, hasta mi padre. Solo los
padres de Diego parecen avergonzados.
—Conste que nosotros apostamos por ti, bella —dice Giussepe—, pero hija, le ha
sido muy fácil.
—Os dije que tengo un don. Mi sola presencia hace que la pequeña bruja eche
espumarajos por la boca.
Su mujer suelta una risita que su hijo le reprocha con una mirada matadora.
—¡Que no me hables!
150
—Menudo genio de mierda tienes, poli.
—¿Es poli? —Erin se congela en el acto y mira a Amelia mal, muy mal—. ¡Me
dijiste que no habría polis!
—Tanto como amigo… —dice el propio Diego, pero cuando ve la cara de la chica
se calla y la mira con seriedad—. No estoy aquí en calidad de poli, así que, si has hecho
algo ilegal, por favor, cierra el pico.
Miro a mi chico para pedirle mimos, pero su mirada me frena de hacer nada.
Einar está serio, muy serio. A decir verdad, pocas veces lo he visto así y algo se
retuerce en mi estómago porque sé que su estado tiene que ver con mi acción contra
su amigo. Justo en este momento me encantaría dar marcha atrás y no hacer nada,
pero solo para que mi chico no me mirara tan… así.
La noche acaba con algunos vecinos llegando para brindar, un pedo importante
de mi madrastra –qué fea es esa palabra– y algunas caras muy largas, empezando por
la de mi chico, que cuando se toma un par de copas decide que se va con Nate, Diego y
sus padres.
—Sí, y Diego es un poco mi familia también y estoy cansado de ver que cualquier
palabra suya provoca reacciones tan desmedidas en ti.
151
—Si todo esto es porque le he tirado el mando, reconozco que me he pasado un
poco, pero…
—¿No lo ves, Juli? —Sonríe sarcástico y sigue—. Cada vez que estáis juntos, yo
paso a un segundo plano. Estás más interesada en pelear con él, que en disfrutar
conmigo.
Abro la boca, indignada con esa teoría, pero me doy cuenta de que puede ser que
en estos meses sí haya dado protagonismo en exceso a mis peleas con Diego. Por
alguna estúpida razón en cuanto estamos juntos nos dedicamos a soltarnos puyas,
cabrearnos o chincharnos sin más. Tenemos la opción de no hacerlo e ignorarnos,
pero parecemos incapaces de lograrlo.
2. Aunque suene mal, muy mal, me da pena saber que tengo que dejar de
provocar y cabrear al poli.
152
17
Han pasado dos semanas más desde nochebuena, esta noche vienen los Reyes
Magos y se supone que debería estar feliz porque por fin voy a recibir algún regalo
importante y no la mierda de bragafaja que me regalaron para Papá Noel, el pijama, o
la colonia Nenuco porque es más barata y la botella es más grande. La única a la que
perdono es a Sara que me compró un vestido monísimo con unos zapatos de tacón
más monísimos todavía; tanto, que lo estrené todo en fin de año.
El caso es que se supone que debería estar contenta, pero no es así. Desde
nochebuena mi relación con Einar es rara, tirante e incómoda. El día de navidad vino a
casa y me regaló una pulsera preciosa, pero poco después se fue alegando que no se
sentía bien y le parecía estar incubando algo. Desde ahí, pasaron tres días en que
intenté ir a visitarlo y me dijo por teléfono que mejor no, que no se encontraba del
todo bien. Un día antes de fin de año me presenté en el piso sin más, deseando pillarle
con otra, o cabrearme con él por evitarme de aquella forma a las claras, pero resultó
que sí estaba enfermo, porque de hecho estaba en cama metido. Con aquel panorama
me ofrecí a cuidarlo en fin de año, pero juró y perjuró que prefería pasarlo
descansando y nos veríamos el primer día del año. Y así fue, nos vimos, hicimos el
amor y todo pareció volver a su cauce durante esos minutos, pero cuando acabamos él
se quedó más callado que de costumbre y yo sentí que no tenía la libertad de hablar
como siempre, o bromear, porque igual pensaba mal. No sé, en parte había perdido la
confianza en mí misma, y no hacía más que pensar que igual Einar había descubierto
que mi forma de ser le venía grande, como le ocurría a tanta gente. Cuando esta línea
de pensamiento me abordaba me odiaba bastante, porque no soy dada al victimismo y
de hecho me cae muy mal la gente que dramatiza por todo. Pero sí es cierto que
empecé a sentir que, como siempre, acababa por cansar a la gente que me importaba.
Además de todo estaba mi relación con Diego, que era casi nula. Nos
musitábamos un hola, un adiós y poco más, pero los dos nos mirábamos a conciencia
cuando nos encontrábamos. Sabía muy bien que él me echaba en cara en silencio
haber vuelto a Einar más serio y taciturno, y no se imaginaba cuánto lamentaba eso,
pero tampoco sabía qué podía hacer para superar el bache así que decidí no andarme
con chiquitas y preguntarle a mi chico directamente.
—¿Vas a dejarme?
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—¿Por qué piensas eso?
—No Juli, me da pena que no consigas llevarte bien con Diego. Él es mi amigo, es
buena persona y me gustaría que lo vieras, pero no lo haces y ya no sé cómo actuar
cuando estamos en mi piso, donde puedes encontrarlo en cualquier momento.
Aquel día no dije nada más, pero al siguiente tomé la determinación de regalarle
a Einar algo que le gustaría mucho más que cualquier otra cosa. Iba a conseguir que
Diego me perdonara y nuestra relación fuera cordial.
El restaurante está a rebosar y miro a la barra, donde Giussepe llena unas jarras
de cerveza que va depositando en una bandeja para llevar. Diego no parece estar en
ninguna parte, pero imagino que está en el almacén, o el baño, o no sé, pero me viene
bien saludar primero a su padre porque así le será más difícil echarme con cajas
destempladas.
—Buenas noches…
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Desde el momento en que me acerco a la barra Giussepe me dedica una sonrisa
que me pone un poco tonta. Ay, es que este hombre es tan sexi… ¡No se me puede
culpar de ponerme tontorrona! Es un efecto que causa en el género femenino sin
importar la edad. El hombre arrasa y, lo peor, es que lo sabe y lo disfruta.
Giussepe pronuncia mi nombre con un acento italiano tan marcado que siempre
acabo pensando en la protagonista de la famosísima historia de amor y en si Romeo
exclamaría su nombre así antes de subir por el balcón y triscársela a base de bien.
—¿Cómo estás?
—En realidad…
—Estoy trabajando.
—Ya he descansado.
¿verdad, cariño?
Diego gruñe, sí, gruñe como si fuera un perro al que acaban de quitar su hueso
favorito. Se da la vuelta y echa a andar mientras yo lo miro intentando no hervir de ira.
Giussepe me señala con la cabeza el pasillo para que lo siga y eso hago, porque ya
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sabía que esto no sería fácil, pero es lo correcto y estoy segura de que cuando entienda
mis razones dejará de ser un completo imbécil.
Diego se apoya en el escritorio mirando hacia mí, cruza sus brazos y tobillos y
como es tan largo, el mamón, no me queda sitio para sentarme en la silla. O sea, sitio
hay, pero estaría rozándome con sus
—Tú dirás.
Su actitud sigue siendo fría y distante, y echo de menos tener un mando de tele a
mano para lanzárselo a la cara, pero consigo ignorar su tonito y hablar sin parecer
demasiado arrogante.
—No sé si te has fijado, pero desde nochebuena Einar está un poco más serio de
lo normal.
Suspiro, porque estoy muy cansada de toda esta mierda y porque quiero ayudar
a Einar, pero parece que este tío no está por la labor.
—¿Perdón? —Diego levanta las dos cejas, como si no creyera una sola palabra de
lo que le he dicho
Cojo aire con fuerza, porque el mamón tiene razón, pero es que tampoco me
queda otra opción.
156
Además, no soy una persona rencorosa: puedo hablar con Diego sin recordar que
me multó dos veces y aprovecha la mínima oportunidad para tacharme de loca.
Lo único que quiero es que Einar no se sienta entre la espada y la pared cada vez
que tú y yo coincidimos en el piso.
Lo miro a los ojos, sin poder creerme que esté siendo tan capullo. ¿De verdad me
lo tiene que poner tan difícil? Se ve que no le importa una mierda que me esté
rebajando. Ahora mismo me siento como si me arrastrara yo sola por el fango y,
aunque él no es culpable de eso, sí que lo es de disfrutar con mi evidente incomodidad.
—Intentaré ir menos por el piso, si eso te ayuda a tolerar mejor esta situación.
Esta vez Diego me mira muy serio, pero sin rastro de escepticismo.
—¿Harías eso?
—Quiero mucho a Einar, aunque no lo creas. Si para que él esté mejor tengo que
hacer esfuerzos por alejarme del piso y de ti, lo haré. Pero a cambio tú tienes que
prometer ser cordial cuando nos encontremos frente a él.
Hago ejercicio de contención, otra vez, y procuro parece herida. De verdad que
yo tenía que haberme dedicado a ser actriz… Claro que en esta ocasión cada vez me
cuesta menos interpretar, porque el capullo está jodiéndome a base de bien.
—Ya te he dicho que lo estoy intentando por él. Sé que no soy la novia que
quisieras para tu amigo, pero él es feliz conmigo, Diego.
—¿Perdón?
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—Claro que sí. Estoy aquí por él, por nuestra relación.
—Y es un gesto muy bonito, pero no sé… No pareces loca de amor por él.
—Puede, pero te digo lo que veo, y lo que veo es que, a pesar de quererlo, no
estás enamorada de él.
—No eres un ogro, pequeña bruja, pero de verdad pienso que no deberías estar
con mi amigo.
—¿Por qué?
—No, pero sé lo que siento yo… —Se relame y frunce el ceño, bajando sus dedos
de mi barbilla y dando un paso atrás—. Cuando estaba con Susana pensaba que nos
bastaba con lo que teníamos. Yo la quería… No estaba enamorado de ella, eso no, pero
la quería.
—¿Estás comparando tu relación con Lerdisusi con la mía con Einar? —Me río
con sarcasmo—.
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Para empezar, mi chico tiene bastante más cerebro que esa guarra.
—¿Me vas a decir que te mueres de amor por Einar? ¿Que no imaginas la vida sin
él? ¿Que quieres estar con él para toda la vida y no tienes ninguna duda de que quieres
que sea el padre de tus hijos?
Frunzo el ceño cada vez más, porque no me gusta nada el rumbo que ha tomado
esta conversación y, aunque no debería, acabo por darle mis explicaciones a este
energúmeno.
—¿Sabes? a veces el amor no es como lo pintan los libros y las novelas. A veces
es más relajado y no hace daño. Yo quiero a Einar mucho, muchísimo, pero de una
forma sana y tranquila.
Diego se ríe… ¡Se ríe! ¿Pero qué le pasa? Te juro que estoy a punto de soltarle
una bofetada, aunque para llegar a su mejilla tenga que subirme en una silla. Y pienso
hacerlo, pero entonces él revuelve mi pelo como si fuera su jodida mascota y se echa
hacia atrás.
—Dios… Es que ese mismo pensamiento era el que yo tenía cuando estaba con
Susana. —Suspira y antes de que yo pueda quejarme sigue hablando—. ¿Sabes qué?
Tienes razón, lo mejor que podemos hacer es mantener una relación cordial, camuflar
nuestro odio mutuo con educación fingida y esperar a
—Este barco lleva un rumbo buenísimo, para que te enteres. Lleva un rumbo tan
bueno que deberían darle un premio al capitán que lo maneja. —Diego se ríe entre
159
dientes y yo me enervo más, pero como acabamos de firmar el simulacro de paz,
porque esto no es paz verdadera, me atengo de seguir por ahí—.
¿Entonces no me mirarás con odio cuando nos crucemos en el pasillo del piso?
—El sarcasmo también debería dejar de salir de esa boquita tuya cuando te
dirijas hacia mí.
Suspiro y me froto los ojos con cansancio, porque estoy asqueada de tener que
estar tratando con este tío más tiempo del necesario.
—Está bien… Y ahora me voy, que tengo que poner los zapatos bajo el árbol y
llenar tres vasos de leche con sus correspondientes galletas para los camellos y los
Reyes.
—No, yo crecí, maduré y dejé eso para los críos. —Resoplo y él ríe entre
dientes—. Lo siento, lo siento, no debí decir eso. Espero que los Reyes te traigan
muchas cositas.
—Yo espero que pongan bromuro en tu café de por la mañana, pero como no
creo que vaya a tener tanta suerte, supongo que te veré pronto.
Diego ríe, otra vez, se ve que se ha propuesto en serio eso de llevarse medio bien
conmigo.
—¿Quieres llevarte unas pizzas? seguro que la familia agradece la cena gratis.
—Claro, claro. —Sonríe y abre la puerta del despacho para que salgamos.
Cuando llegamos al restaurante me retiene del brazo un segundo—. Antes, cuando he
dicho que no querías a Einar… Bueno, no quería decir que tú no puedes amar a nadie.
—¿Ah no?
160
—No. Solo que, quizá, el hombre por el que pierdas el sentido aún no ha llegado
a tu vida.
—¿Qué cosas?
—Ya sabes, todo ese discurso de que el amor no siempre tiene que ser intenso
como en los libros, las pelis y demás… Yo me lo he dado hasta el infinito. Y al final,
resulta que estaba equivocado.
—¿Ah sí?
—Sí, una cosa es que no sea el tío más romántico del mundo… Pero ahora
comprendo que el amor debe ser justo así. Si no te remueve las entrañas, te marea y te
deja con la sensación de adorar y aborrecer algo con toda tu alma hasta el punto de
volverte loco, quizá no es amor.
—Puede que no sea ninguna de las dos cosas… Pero por una vez en mi vida estoy
seguro de que el amor es justo así.
—No lo estoy. —Ríe con sequedad—. En realidad, era mucho más feliz cuando
pensaba que el amor consistía en querer mucho a alguien, nada más. Pero bueno… la
vida viene como viene. Y ahora me voy, porque filosofar contigo está muy bien, pero
tengo trabajo.
Quiero rebatirle toda esa absurda teoría suya, pero como hemos quedado en que
ahora seremos algo
—Hasta luego, pequeña bru… —Lo miro mal y él sonríe con picardía—. Julieta.
Pero conste que lo de pequeña bruja, o pequeña arpía, se puede decir con cariño.
161
—Yo también te puedo decir «mamonazo» con cariño, pero igual Einar no lo
entiende y se trata de eso.
—Cierto, entonces te dedicaré esas dos palabras solo cuando estemos a solas.
Sonríe, se va detrás de la barra y yo salgo del restaurante sin decirle nada más y
sin estar segura de que toda esta charla haya servido para algo después de todo,
porque a más conozco a Diego Corleone, más confundida acabo y más claro tengo que
no acabaré de entenderlo nunca.
162
18
El día de Reyes amanece como todos los días de Reyes en mi casa: mis hermanos
y yo nos damos empujones por el pasillo, por las escaleras y en el salón de camino al
árbol para abrir nuestros regalos, porque estos son los buenos, los de verdad. Ya, ya sé
que la mierda de colonia y todo eso de nochebuena debería contar y que lo importante
de la navidad es el espíritu y bla, bla, bla, pero no podrás negarme que lo mejor de la
navidad es el día de Reyes. ¡Es una mañana tan genial!
Me pongo a rebuscar entre los regalos intentando dar con alguno que tenga
escrito mi nombre. Mis hermanos están haciendo lo mismo, pero ellos en vez de
dejarlos todos quietos se dedican a lanzar hacia atrás o a un lado todos los que no son
suyos, con lo que el salón es un condenado caos.
—¿Qué tal si os calmáis y los abrimos de uno en uno y con un mínimo de orden?
Ese es mi padre y la única respuesta que recibe es un gruñido de queja por parte
de todos, incluida yo. ¡No se pueden buscar y abrir los regalos de navidad con orden!
¿Qué seríamos entonces? ¿Personas maduras y adultas? ¡Menudo aburrimiento!
Después de recibir una patada de Amelia, que es muy buena, muy zen, y muy
todo lo que tú quieras hasta que se pone a buscar un regalo la mañana de Reyes, doy
por fin con un paquete que lleva mi nombre. Es una caja cuadrada y grande, y de
inmediato me imagino un perrito; luego me doy cuenta de que no hay agujeros para
que pueda respirar, así que lo descarto con todo el dolor de mi corazón. Ojalá un año
me regalen un perrito peludo. O un gatito. O un tigre. Dios, ojalá alguien me regale un
tigre. ¿Qué?
Volviendo a la realidad, abro la caja y me encuentro con que dentro hay otra caja.
Miro a mi familia, que ha dejado de abrir regalos para centrarse en mí, supongo que
porque soy la primera que ha encontrado un paquete. Rasgo el envoltorio de la
segunda caja, y ¿adivina? Dentro hay otra más pequeña.
Empiezo a imaginarme una broma de mal gusto, del tipo: estar abriendo cajas un
rato y que al final solo haya una caja de sugus. Mi familia sería capaz, te lo aseguro.
Aun así, intento contener mi intriga e impaciencia y desenvuelvo otra caja sin
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sorprenderme cuando dentro descubro otra. Dos cajas más tarde y con la ansiedad a
niveles infinitos descubro una cajita cuadrada de joyería y me muerdo el labio inferior
imaginando una preciosa pulsera, o un colgante, o un anillo bonito. Lo que sea pero
que brille, porque si vas a ponerte joyas, más vale que brillen.
—Ni siquiera nosotros tenemos tan mala hostia —dice ofendido mi hermano
Alex—. Te hemos comprado un coche, idiota.
Vale, ahora sí que estoy flipando. Miro a conciencia a todos y cada uno de los
miembros de la familia y no me lo creo hasta que llego a Sara y la veo emocionarse,
porque esta mujer vive emocionada.
—¿Me habéis comprado un coche? ¿Un coche? ¡Ay Dios! Esta es la mejor navidad
de mi vida. ¡La mejor! ¿Dónde está? ¿En el concesionario?
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estado. No es muy grande, pero dado lo pequeña que soy yo me parece que es
perfecto. Es blanco y ya me imagino con él por toda la ciudad.
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—Cuando acabemos de comer te llevaré a dar un gran paseo en mi nuevo coche
—le digo a Einar en tono presumido.
Él se ríe, coge mi mano por encima de la mesa y besa mis nudillos en un gesto
que me derrite.
—Me encantará.
—¿Y no te dolerán las piernas? —pregunta Nate, ganándose que lo mire muy,
muy mal—. O sea, es un coche genial, precioso de verdad —dice mirándome—, pero…
—Hace una mueca, porque intuye que la ha cagado y no sabe cómo arreglarlo—. Igual
tienes que encoger mucho las piernas, porque es un coche pequeñito.
—Desde luego que sí. —Alza las manos en señal de paz y yo me quedo algo
conforme, aunque no del todo.
—Buenas tardes.
Miramos a Diego, que acaba de llegar. Bueno, yo lo miro y mis hermanas babean
que da gusto. De verdad, qué pervertidas son… Vale que con el uniforme está para
hacerle de todo, pero yo conozco su personalidad y eso le quita todo el encanto. ¡Si
hasta Sara ha puesto cara de bobalicona! No lo entiendo, de verdad. Total, vale que es
muy alto, sí, y vale que ese pelo negro y rizadito por arriba le hace parecer muy mono
a pesar de sus facciones duras. Y vale, vale, puede que sus manos sean bonitas y eso en
un tío siempre da puntos. Tiene una boca comestible, eso puedo admitirlo también, y
un cuerpo fibrado, pero vamos, como todos los polis nuevos, porque los viejos ya se
sabe que son más al estilo de Carl Winslow de «Cosas de casa». Pero quítale todo eso y
verás lo que te queda… Huesos y antipatía, nada más. No merece la pena.
—¿Adivina qué? —pregunto para dejar claro a todo el mundo desde primera
hora que hemos cambiado. Ahora falta que él me siga el rollo.
—¿Qué?
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Me levanto feliz de la vida y le sonrío a mi chico, que nos mira como si nos
hubieran salido tres cabezas.
—¿Corsita?
Diego se pasa la lengua por el labio inferior, luego por el superior y cuando
cierra la boca y frunce los morros sé que está intentando no reírse de mí.
—Sabemos comportarnos.
—¿Puedo dar una vuelta? —pregunta Diego señalando mi coche—. ¿Para ver
cómo funciona?
Miro a Einar, luego el espacio que hay en la parte trasera del coche y pienso que
mi novio es muy, muy exagerado.
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—¡Cabes de sobra! Venga, será una vuelta rápida. ¿No ves que ya hemos pedido
la comida y no podemos tardar?
Einar asiente a regañadientes y se mete detrás. Es verdad que tiene que hacer un
par de maniobras para encajar las piernas, pero no es nada comparado a lo que tiene
que hacer Diego para sentarse tras el volante. Cuando por fin consigue acomodarse
tengo la sensación de que va a conducir con las rodillas, de tan dobladas como lleva las
piernas.
—Lo agradezco.
—Te estás follando a mi Corsita a base de bien —digo al final, porque yo si llego
a nacer muda reviento, ya se sabe.
—¿Perdón?
—Hijo tanto tocar, tanto tocar, parece que vayas acariciándolo, o acariciándola,
porque es chica.
—Esta conversación es muy surrealista, como todas las que tengo contigo, pero
aun así te recordaré que soy poli. Yo soy de los buenos, nena.
Resoplo y miro atrás, a Einar, que sonríe. Me alegra que esté contento de ver
nuestra interacción porque me está costando mucho no soltar una bordería.
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—¿Vas cómodo, vikingo mío?
—¿Sabéis que puedo vivir sin saber de vuestras pericias sexuales? Bastante
tengo con escucharos en el piso ya.
Miro a Diego y pienso en lo que me dijo ayer acerca de verme mucho por el piso.
Sé que si quisiera podría ir cuantas veces quisiera, pero también sé que no me quiere
allí y aunque no lo creas me daría bastante reparo pasarme la noche pensando que
ojalá no me encuentre con Diego. Además, bien mirado, no es justo que él esté
incómodo en su propia casa.
—Bueno, y en tu piso están Diego y Nate. No tenemos que molestar allí siempre.
dejarán de ser tan violentas para todos y podremos adaptarnos poco a poco.
Cuando llegamos bajo del coche para que Einar salga y este se mete corriendo
porque al parecer estar tan apretado le ha dado unas ganas de hacer pis horrorosas.
Sonrío y cojo mis llaves de manos de Diego. Cierro el coche y cuando me giro él me
está mirando fijamente.
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—Venga Julieta… —Chasquea la lengua—. Me siento mal porque sé que es por lo
que yo te dije.
—No te sientas de ninguna manera. Tú dijiste que preferías no verme mucho por
allí y yo lo entiendo. Ya te lo dije ayer, no soy tan mala como piensas.
—Es un nombre muy bonito, pero a mí me gusta más llamarte pequeña arpía, o
pequeña bruja.
—Eres un cabrón.
—No, no lo soy —Sonríe con lo que pretende ser dulzura—. No te enfades, solo
era un decir.
—¿Por qué?
—Pero es que cuando lo digo en lo último que pienso es en que seas una arpía o
una bruja de verdad.
—Ya, claro —digo bufando con incredulidad—. Ahora resulta que te parezco
maravillosa.
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Diego se queda en silencio y yo me suelto y echo a andar, porque odio que haga
esto. ¡Ayer mismo este tío me dejó clarísimo que no me quiere cerca de su amigo ni en
su casa! Y hoy de pronto todo son buenas caras.
—Me gusta llamarte así porque nadie más lo hace —dice a mi espalda—. Porque
es algo solo nuestro. Como cuando me dices «Poli» de esa forma tan airada.
—Lo único que sé es que nuestro pacto para llevarnos bien se aplica a cuando
tengamos público.
—¿Por qué?
—¿Por qué? —Me giro enfadada y clavo un dedo en su pecho—. ¡Porque ayer
mismo me dijiste que no me quieres ver en tu casa!
—¿Dije eso?
—¡Sí! Y no fue lo único que dijiste. Tienes por costumbre decir cosas que me
duelen y luego alzar las manos y hacerte el santo, pero no funciona así Diego. Yo no
funciono así.
Me giro para entrar, otra vez, y cuando me coge del brazo me resisto para no
girarme, porque estoy harta de toda esta charla que no nos conduce a nada. Él no se
rinde y cuando habla lo hace tan cerca de mí que siento su aliento en mi nuca.
—Es que no sé cómo funcionas y eso es lo peor de todo. Daría todo lo que tengo
por tener por lo menos una mínima idea…
Cierro los ojos y sonrío con cansancio, porque estoy harta de que no me
comprenda y de sentirme con él como con mucha gente. Y aunque sé que no debería
dejarle ver cuánto me jode esa actitud, hablo desde lo que siento, porque quizá así
comprenda que nosotros no podremos llevarnos bien nunca.
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—Eso no es…
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19
Diego
Cuando entro en el restaurante detrás de Julieta estoy confundido. Más
confundido de lo que ya estaba, quiero decir. No la entiendo, no la entiendo, no la
entiendo: eso es todo lo que pienso el ochenta por ciento de mis días. El resto lo ocupo
pensando en lo que me estoy enganchando a ella y en lo mal que está eso.
En realidad, no deja de tener su gracia que se haya tomado tan a pecho que ayer
le dijera que no me gusta verla en casa. Joder, ¿cómo no va a gustarme? ¡El problema
es que me gusta demasiado!
No, no, corta encaprichar, porque esa palabra ni siquiera empieza a definir cómo
me siento. De pronto, las canciones, los libros y las pelis que hablan de amor me
encajan y no me parecen ninguna exageración. Este tema me tiene tan agobiado que
incluso he pensado en pedir opinión a mis padres, pero… ¿Qué pensarían de mí? ¿Qué
clase de persona empieza a tener sentimientos intensos por la novia de uno de sus
mejores amigos? Soy lo peor, lo puto peor, y cada vez que pienso en Einar, o en ella,
siento que la mezcla de intensidad y traición me muerde las entrañas.
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No quiero que su egocentrismo me resulte adictivo, que su locura se me antoje
divina y sus salidas de tiesto me hagan sonreír. No quiero acostarme en la cama y
pensar que ojalá cruzara el pasillo y viniera a mí, permitiéndome enredar su pelo en
mis manos y besarla hasta que a los dos nos ardieran los labios.
—Sí, raro es que me haya tocado descansar hoy, pero pienso aprovechar el día.
—¿Qué harás?
Reímos y cojo un trozo de pan de ajo que hay en la mesa para todo el mundo.
—Dormir suena como un gran plan. De hecho, creo que voy a imitarte.
—Menuda forma de pasar la tarde de Reyes —dice Amelia—. Venga chicos, ¿no
queréis hacer algo divertido?
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—Como médico deberías saber que el descanso es necesario para tu trabajo —le
dice Esmeralda.
Nate se ríe entre dientes, como si le hubiese dicho lo más ingenioso del mundo.
La verdad es que no sé por qué mi amigo encuentra tan graciosa a esta chica, con lo
estricta y seria que es. Todavía no entiendo cómo pueden nacer cuatro personas del
mismo vientre con apenas minutos de diferencia y ser tan opuestos unos a otros.
—Sé muy bien cómo funciona esto del descanso. ¿Tú duermes bien? Hoy pareces
tener más ojeras.
Lo entiendo, pero tengo ganas de decirle que conseguir eso es casi tan difícil
como lograr que Julieta entre en una misa y se esté toda una hora callada. Y hablando
de la reina de Roma… Ahí está, peleándose con su risotto y riéndose de esa forma tan
escandalosa de algo que ha dicho su hermano. Intento entender qué es, pero la verdad
es que pierdo tanto tiempo en mirarla sin que se note que lo hago, que al final la
concentración no me da para mucho más. O será que cuando la miro me olvido hasta
de pensar… Dios, me doy tanto asco en este plan.
Todos están de acuerdo y yo miro a mis padres para intentar averiguar si les
quedará mucho trabajo por delante, pero es obvio que sí. Podría quedarme y ayudar,
aunque también me apetece estar con los chicos. La verdad es que después de todo se
ha creado un vínculo entre nosotros que cada vez se hace más fuerte y ya me resulta
fácil considerarlos mis amigos. De hecho, solemos hacer planes para este verano y me
gusta saber que ahora tenemos un grupo fijo de amistades con las que salir, aunque
eso no significa que deje de salir con otra gente. Es solo que el concepto de «pandilla»
me gusta. Joder, es que cuando leo todo esto en resumen, parezco un niñato… Entre lo
contento que estoy de tener amiguitos, y que me he pillado hasta las cejas por la novia
de otro, cualquiera diría que he hecho una regresión a los quince años por la puerta
grande.
Ay, si yo le contara…
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—Perdona, pensaba en trabajo.
—Te decía que, si quieres, podemos ir nosotros al piso a coger algunas de las
pelis que tenemos y luego vamos a casa de ellos.
—Sí, claro, aunque yo tengo que asegurarme de que mis padres no necesitan
ayuda.
festivos. Sé que tiene razón, pero me sabe mal hacer planes y no contar con que
puedan necesitarme.
—No sé, estás como raro. Últimamente lo mismo hablas sin parar, que te pones
taciturno y no hay forma de que hacer que te quedes en la realidad más de cinco
minutos seguidos.
Miro por la ventanilla y me aprovecho del tiempo que eso me da, dado que Nate
conduce.
—Estoy bien —contesto al final—. Supongo que el invierno y los días nublados
me vuelven más callado.
—Mmmm vale.
—Vale.
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—Bueno, no hemos hablado mucho en la comida.
—Ya… Supongo que ya nos hemos aburrido de intentar hacer rabiar al otro.
—Mmmm vale.
—Yo tengo otra opinión, pero bueno, que si quieres contarme esa milonga bien,
de verdad, tampoco voy a discutir por una gilipollez.
No te imaginas cómo me toca las pelotas que Nate siempre haga esto. Primero
tira la piedra y luego esconde la mano entera. Me tienta, me cabrea, me pone al límite
y después se retira con cara de bueno, como si él no hubiese roto un plato.
Él suspira y tamborilea con los dedos en el volante largo rato antes de hablar de
una vez.
—Creo que estás encoñado de Julieta y el no saber cómo manejar esta situación
de mierda te está consumiendo.
Abro la boca de inmediato para replicar, porque estaba listo para soltar algo
ingenioso, pero es que el mamón ha dado en el clavo. Debería haber sido adivino en
vez de médico y, aunque por un momento pienso en mentirle y negarlo todo, decido
que no tiene sentido. Primero porque es otro de mis mejores amigos y su consejo
puede serme de utilidad y segundo porque no quiero empezar a embrollar todo esto y
acabar mintiendo a mis seres queridos de mala manera, llegando incluso a perder la
confianza con ellos.
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Nate sonríe justo cuando entramos en Sin Mar, niega con la cabeza con suavidad
y se queda en silencio hasta que llegamos a la calle de Julieta. Aparca y, aun así,
necesita unos segundos antes de hablar. Eso no es algo que me ponga nervioso,
porque conozco a mi amigo y sé que solo intenta ordenar sus pensamientos para no
embrollarse demasiado una vez que empiece a hablar.
—Me di cuenta de que ocurría algo casi desde el principio. De hecho, es probable
que yo haya sido
—Sí.
—Ella te estuvo mirando hasta que saliste de casa. Dice que te odia, que no te
soporta, pero cuando está cerca de ti te tiene ubicado todo el tiempo y eso no es algo
que hagas con una persona a la que odias,
¿no?
—Sí, te sigo.
—Además, hace tiempo que no sueltas ese discurso de mierda de «El amor que
las películas nos venden es ficticio». Antes estabas de un pesado con el tema que
aburría y ahora es como si, de pronto, se te hubiese olvidado toda esa teoría.
—La he cagado, Nate. Te juro que he intentado evitar que esto me ocurriera,
pero es que los sentimientos han llegado de pronto, en tropel y me han asaltado con
una fuerza que… ¡Mírame! Si hasta hablo de sentimientos sin preocuparme en exceso.
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Me he vuelto un blando de mierda que solo piensa en pintar corazones y fabricar
unicornios.
—Bueno, para empezar, no creo que estés portándote como un amigo de mierda.
No tienes la culpa de tener sentimientos, Diego, y eres un hombre soltero.
—Eso no quiere decir nada, yo jamás intentaría nada con la novia de Einar.
—Sí, lo sé y estoy seguro de que Einar también lo sabe. El problema es… ¿Qué
crees que quiere ella? Porque parece feliz con él, aunque a ti te tenga siempre
presente.
—Puede que me tenga presente, pero me odia, Nate. Me odia con una fuerza
que…
—Oh venga ya. —Ríe entre dientes—. No te odia. Creo que su forma de
demostrar la confusión que sientes es atacarte; incluso atacarse a sí misma.
Lo sé, te conozco.
—¿Pero…?
—Pero quizá, eso no sea suficiente para evitar que nuestro amigo sufra.
—Lo sé, pero tampoco sé qué puedo hacer para evitar que esto se nos vaya de
las manos.
—No, nada… Lo más jodido es que no puedes hacer nada. —Nate suspira y me
mira con precaución
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—No, no. —Niego con la cabeza—. Eso es imposible, solo conseguiría ponerlo en
tensión y que empezara a fijarse en cada nimiedad de mi relación con Julieta. Al final,
ellos acabarían y sería en gran
—¿Entonces?
—Si cortan ha de ser porque ellos lo decidan, porque les vaya mal, porque… yo
que sé, Nate, por lo que sea, pero no por mí y no rompiendo mi amistad con Einar.
Nosotros somos más que amigos, somos como hermanos. No puedo hacerle eso.
—Y, por otro lado, tampoco sé lo que Julieta siente a ciencia cierta. Está claro que
lo quiere, de no ser así no estaría con él.
—Ya, eso también… pero no sé. Es que yo veo que entre vosotros saltan chispas.
—Bueno, eso es porque nos llevamos mal y tenemos este sistema de insultarnos
que entretiene y…
—No, no, no es solo eso, tío. Te juro que cuando estáis juntos hay algo distinto en
el ambiente.
Bajamos del coche después de que quede claro que no vamos a hablar más de
esto por el momento y llamamos al timbre. El día sigue nublado y es probable que
arranque a llover de nuevo, así que no se me ocurre una mejor manera de pasar la
tarde que viendo una peli con amigos, pero cuando entramos al salón y veo a Julieta
medio recostada en el cuerpo de Einar algo vuelve a removerse dentro de mí. Siento la
mano de Nate apoyarse en mi hombro, como si fuera un gesto casual, pero entiendo
que lo hace en señal de apoyo.
Lo peor, sin duda, es no poder enfadarme con él, ni con ella, porque no tienen la
culpa de que yo esté sintiendo esto.
¿Cómo se maneja una situación así sin parecer un cabrón o acabar haciendo
daño a alguien? Ojalá alguien pudiera darme la respuesta que tanto necesito.
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20
Einar está en la cama durmiendo, pero como Nate está de guardia en el hospital
y Diego trabajaba de tarde y después pensaba pasar por el restaurante para echar una
mano a sus padres, he decidido venirme al salón y disfrutar de la tele. Bueno, miento,
en realidad estoy con el móvil buscando proveedores para mi tienda y los nervios no
me dejan dormir. ¡Por fin tengo local! Es genial, está en la plaza como yo quería y,
aunque no es muy grande, tiene todo lo necesario, así que nos hemos puesto manos a
la obra de inmediato. Mi hermano, mi padre y Einar han trabajado duro colocando
estanterías, montando el escaparate y ayudándome a pintar. Amelia se ha pasado
también para hacer algo y Esme como es una señorita ha alegado un montón de
trabajo y se ha escaqueado de todo. Sara me ha hecho una lista de los proveedores a
los que debería echar un ojo, incluido uno de Estados Unidos que tiene muy buena
pinta.
En lo personal las cosas tampoco van mal. A ver, mi relación con Einar no está en
el mejor punto, pero hemos mejorado desde nochebuena. Este último mes ha sido de
muchos altibajos, pero lo importante es que vamos aguantando. Diego y yo nos
llevamos mejor y hasta hemos mantenido conversaciones de más de cinco minutos en
alguna ocasión. Mi chico flipa, pero está contento, aunque no consigo que vuelva a ser
181
el mismo de cuando empezamos. No sé qué está mal y cuando le pregunto me dice que
no hay nada en concreto, que solo está sintiéndose raro estos días. A veces me dan
ganas de gritarle que aquí la de los cambios hormonales por culpa de la regla soy yo y
debería dejarse de mierdas como esa, pero me callo, claro, porque sé que su paciencia
no está en un punto álgido y no quiero que estalle y acabemos teniendo problemas de
verdad. Igual no es la relación perfecta, pero es una buena relación y quiero luchar por
esto. Einar es el hombre perfecto y yo me merezco a alguien así. Además, nos reímos
juntos, tenemos un montón de temas de conversación y chuscamos que da gusto. Digo
yo que eso último debe contar, ¿no? Siempre se ha dicho que una relación que en el
plano sexual no funciona está destinada al fracaso, pero nosotros funcionamos mucho
y muy bien. De hecho, en los últimos tiempos los momentos en que nos quitamos la
ropa son los únicos en los que no tengo ninguna duda acerca de nosotros.
No es que viva en una duda constante el resto del tiempo, pero estoy empezando
a mosquearme con eso de que haya algo raro rondando entre nosotros todo el tiempo.
Como si Harry Potter se pusiera la capa de invisibilidad y se dedicara a jodernos en
silencio, pinchándonos en el culo y haciéndonos estar incómodos. No me gusta
sentirme así, pero no quiero hablarlo, porque sé que otra vez me dirá que no es nada y
que entre nosotros todo va bien. Y que oye, con lo loca que yo estoy es posible que me
esté inventando una paranoia como una catedral solo para tener excusa de armar
jaleo. ¿No ves que a mí lo de tener una vida tranquila y pacífica mucho tiempo me
aburre? Debo tener algo en el subconsciente que me
Él me mira con sorpresa, una cosa es que nos llevemos mejor y otra que en estas
dos semanas hayamos coincidido de noche en el piso. Suelo venir por las tardes o de
paso, pero solo he dormido aquí otra noche aparte de esta.
—Esta es mi casa…
—Sí, fui hasta allí pero después de un par de horas la cosa se calmó bastante, así
que me vine. Estoy molido.
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—Oh.
Salto hacia un lado, porque el mamón es sigiloso y suena justo detrás de mí. Lo
miro sobre mi hombro frunciendo el ceño y niego con la cabeza.
Miro abajo, al jersey de punto negro con cuello de pico. Lo he cogido porque hace
frío y es calentito. Además, que me gusta el tacto que tiene y lo enorme que me queda,
pero pensé de verdad que sería de mi chico. Me decido a girarme y encararlo, porque
se ve que no le ha gustado el detalle. Se pensará que voy a pegarle la lepra o algo por
dejarme un jersey.
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—No, eso no me vale. Es mi jersey y lo quiero.
Lo miro con la boca abierta y es entonces cuando me doy cuenta de que me está
retando. ¿Pero este tío de qué va? No pienso quitarme el jersey, entre otras cosas
porque ni siquiera llevo bragas. Todo lo que acompaña el conjunto es un calcetín
blanco tobillero de marca Adidas y otro naranja de corazones verdes que se me arruga
en los tobillos porque es muy largo.
Él alza las cejas, mira hacia abajo y cuando vuelve a alzar la cara sonríe de una
forma que me pone
nerviosa.
—¿Nada…nada?
—Nada, nada, nada. ¡Te lo estoy diciendo! ¿Te has golpeado con tu propia porra
sin querer y vienes medio lelo o qué?
—De momento y para siempre. —Me río, pero en el fondo me molesta que esté
utilizando la táctica del coqueteo para hacerme sentir incómoda—. Oye Diego, en
serio, deja que vaya al dormitorio y en dos minutos tienes tu jersey.
—¿Eso también es malo? —pregunto con altanería, no sea que se piense que el
comentario me ha jodido, pero sí, me ha jodido—. Oye, que me duché antes de
ponérmelo, a ver qué te crees.
—Mejor, porque no me gustaría que oliera al sexo que tienes con otro.
Paso por su lado y estoy a punto de salir cuando siento su mano aferrarse a la
tela del jersey en la parte baja de mi espalda. Al tirar se me alza y claro, me ve todo el
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culo, porque está claro que me lo ha visto. Me quedo congelada en el acto, ni siquiera
miro hacia atrás, porque no sé si darle un guantazo, encararlo o ignorarlo sin más.
Suena arrepentido de verdad, así que lo miro sobre mi hombro y veo que está
muy serio.
—Si quieres que me vaya del piso, dilo, pero no intentes avergonzarme para
echarme, porque te va a salir el tiro por la culata.
—¿Entonces por qué has alzado el jersey? ¿No querías verme el culo?
—No así, desde luego. —Se mesa el pelo, y me sorprende ver que parece
nervioso—. Veamos la tele un rato, ¿de acuerdo? Todo esto del jersey no era más que
una broma. Puedes quedártelo y dármelo mañana o cuando sea.
—Diego, ¿qué cojones te pasa? —Él intenta contestar pero lo corto—. Ya sé, has
confiscado la marihuana de alguien y os la habéis fumado en el calabozo. Mira que ya
se sabe que la poli lo que se queda es para…
—No digas gilipolleces —me interrumpe—. Solo quiero que veamos la tele un
rato e intentemos llevarnos medio bien. ¿Tan difícil es?
—Hombre, teniendo en cuenta que me acabas de ver el culo y hace unos días me
dejaste claro que no te gusta verme aquí, es raro que ahora quieras que veamos la tele
como amiguitas.
—Julieta estoy intentando hacerlo fácil, joder. De todas formas pensaba tirarme
en el sofá. —Al darse cuenta de que estoy dudando sonríe un poco, saca el helado del
congelador y dos nuevas cucharas que mueve frente a mi cara—. ¿Qué me dices?
Debería decirle que no, que yo me voy al cuarto con Einar, más que nada porque
estoy sin bragas, vaya, y suena muy raro decir que me siento con este a ver ahora la
tele como si fuéramos dos marujas viendo el sálvame juntitas. Pero el caso es que mi
novio duerme, yo no tengo sueño y el plan no es malo del todo, así que al final asiento
una sola vez, me voy al sofá y me encargo de coger una manta para taparme hasta la
cintura y evitar «accidentes», ya sabes.
—Bonitos calcetines —dice con ironía cuando se sienta a mi lado y me pasa una
cuchara.
185
—Gracias —contesto en tono presumido y moviendo los dedos de los pies, que
asoman por debajo
Diego ríe entre dientes y clava la cuchara en el helado sin meterse con mi
explicación, lo que me parece extraño. Te digo yo a ti que este se ha fumado un porrito
confiscado, hombre, que está más raro que un chino rubio.
—Mmmm. ¿Gracias?
Diego vuelve a reír y yo casi que oigo el suelo empezar a crujir. Veras tú, de aquí
a nada se resquebraja todo y el mundo empieza a irse a la mierda por este piso. Qué
mala suerte tengo, oye.
—Oh, ya te dije que yo estaba liada con el móvil y unas compras para la tienda.
Asiento y le enseño mis brazos sangrantes, igual que la sangre falsa y el resto de
complementos que me han gustado.
—Pues no sé.
—Busca antes en Google la opinión que tiene la gente, ya sabes, te dará una idea.
O también puedes hacer un pedido pequeño e ir viendo.
—Pero viene de Estados Unidos. Si voy a pedir algo, me conviene que sea cuanto
más, mejor, para pagar aduanas solo una vez.
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Y así, sin más, pasamos de la tele y nos embarcamos en buscar en mi móvil
opiniones de este proveedor en particular. Una hora después seguimos sumidos en
una discusión acerca de si es mejor comprar ojos de cristal, o de goma.
—Los de cristal se rompen antes. Son más profesionales, sí, pero tú ahora mismo
te diriges al público infantil.
—Mmmmm, no sé.
—Te lo digo, al final se te quedarán sin vender. O coge unos pocos de cada, pero
pocos.
—Mmmm
—Bueno, pensaba que siendo una tienda de disfraces y demás, podrías organizar
algo más original.
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Nos ponemos a darle vueltas al asunto y cuando queremos darnos cuenta nos
hemos bebido cuatro cervezas cada uno y estamos riéndonos un montón
imaginándonos la supuesta fiesta de máscaras. Diego me ha ofrecido el catering de
Corleone y, además, con descuento, cosa que agradezco porque si tengo que pagar
mucho me arruino. Y sí, pensarás que tengo los diez mil euros de la yincana, pero eso
lo estoy fundiendo a la velocidad de la luz entre pedir mercancía y adecuar el local.
Para cuando venga a abrir la tienda seré pobre pero feliz, o eso espero.
Diego abre los ojos, que había cerrado sin que me diera cuenta y me mira con
intensidad.
—Pero tú dijiste…
—No Julieta, no me molesta que estés por aquí. Y la verdad es que pensé que te
daría igual que te dijera aquello… Todavía no entiendo bien como es que te lo tomaste
tan a pecho.
—Ya, eso sí, pero no sé… supongo que teníamos muy reciente la firma de nuestra
supuesta tregua.
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—Cierto. Ha sido una noche rara.
Sonrío y miro a la tele, donde una rubia intenta convencernos de que debemos
comprar un aparato que nos quitará todas las imperfecciones del cuerpo en una
semana. Vamos, tal como lo está vendiendo, es capaz el cacharro hasta de quitarte el
mal aliento.
—No voy a contestar, porque esa frase sacada de contexto puede meternos en
muchos problemas.
—Cierto, pero hasta yo sé cuáles debo evitar. Y tú, Diego Corleone, eres un gran,
gran problema en plan simpático.
—No sé, de pronto te has levantado y estás caminando hacia atrás casi sin darte
cuenta. ¿Tienes miedo de que vuelva a verte el culo?
—No querrás decir que le das al manubrio imaginándome así, ¿no? Porque sería
de cerdaco total.
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—Yo no he dicho nada de eso. ¡Dios! Tienes una mente muy pervertida. —Sonríe
otra vez, por el puro placer de sacarme de quicio—. Buenas noches, pequeña bruja.
—¿El qué?
—No insinúo nada. Me voy a dormir porque estoy molido. Mañana devuélveme
el jersey.
—No te molestes por mí. Está limpio y tu olor es… interesante, de una forma
buena. —Me guiña un ojo y desaparece en su habitación.
Me meto en el cuarto de Einar pensando que todo esto no es más que el fruto de
media tarrina de kinder, cuatro cervezas y una noche muy surrealista de principio a
fin. Puede que me haya puesto algo tontorrona, pero porque soy humana y a este
hombre se le van cayendo las feromonas del culo y claro, las que pasamos por el lado
las recogemos sin querer. ¡Si he tenido algún pensamiento impuro, aunque sea de
refilón, es por eso!
Miro a Einar dormir en calma y aunque sé que no he hecho nada, cierro los ojos
con un sentimiento de culpa enorme. Al final Diego va a tener razón, y a mí me
encantan los problemas.
190
21
—Buenos días. —Mi chico lo mira elevando las cejas—. ¿Te has despertado
mudo?
—¿Qué le pasará?
—No lo sé. Anoche hable con él un poco y estaba bien. —Esta vez sí que alza las
cejas con incredulidad—. ¿Qué?
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—Oh. ¿Y habló contigo?
—Sí, claro. Me preguntó qué hacía, le conté que estaba mirando proveedores por
internet y estuvimos mirando cosas para la tienda.
—Oh.
—Me hace feliz, Juli. Me alegro mucho, de verdad, solo me parece un poco raro a
veces.
Sonrío, porque cuando pronuncia palabras como «raro» lo hace con ese acento
de guiri que me enternece tanto.
—Por cierto, el jersey que usé anoche era suyo, pero estaba en tu habitación.
Me alegra saber que no ha supuesto cosas raras y pienso por un instante que, si
la situación fuera al revés, yo estaría sufriendo paranoias de todo tipo, pero Einar es
un amor.
—Sí. —Sonríe de una forma algo nerviosa y desvía la mirada, lo que me hace
sospechar.
—¿Ocurre algo?
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—Ajá, sí. Es de lo mío, además. Han abierto una investigación nueva en una
universidad de prestigio y me han ofrecido un puesto de trabajo.
Salto de la silla, feliz como no te imaginas, porque estoy harta de ver a Einar
trabajar en el parque de atracciones. No es lo suyo, no le gusta y cada vez que le veo
disfrazarse se apaga. No debería ser así, a mí me encanta hacer el payaso, de forma
literal. Me gusta disfrazarme, pintorrearme la cara y fingir ser una zombi, por ejemplo,
pero Einar no es así y este no es un trabajo que deba hacerse solo porque no hay otra
cosa. Hasta para ser un payaso hay que tener vocación. Abrazo a mi chico y lo beso
repetidas veces antes de darme cuenta de que él sonríe, pero parece tenso.
—¿Qué ocurre?
Abro la boca para decir algo, pero como no me sale nada la cierro y me levanto
con lentitud. Tengo que pensar rápido y decir algo coherente, pero estoy tan
confundida que lo primero que sale de mi boca, obviamente, no es algo acertado.
—Pues en Nueva York en invierno hace un frío de cojones, dicen. Hasta nieva.
Einar, que comprende que estoy asimilando todo esto, sonríe con dulzura y se
levanta para venir a mi lado y meter un mechón de pelo detrás de mi oreja.
—Aún no he aceptado.
—¿Por qué?
193
Me mira con intensidad y sé que, aunque hable de todos, está centrándose en mí.
Es lógico, soy su novia y esto es un palo, pero eso no quita que empiece a sentirme
como una mierda, porque yo no sé si puedo prometerle a Einar amor eterno. Ni
siquiera sé si es eso lo que él espera. Solo sé que tiene una oportunidad de trabajar en
lo que ama y de paso crecer en prestigio y engrosar su curriculum. ¿Debería hacerme
la tonta y dejarlo tomar la decisión sin posicionarme? ¿Sin mojarme lo más mínimo?
Eso me haría parecer una zorra, pero si le digo que se vaya, parecerá que no me
importa que lo nuestro se rompa y me importa, claro que me importa, porque por fin
empiezo a sentirme segura al lado de un hombre.
—Es algo que tienes que pensar muy bien, Einar. Necesitas pararte y reflexionar
sobre todo esto.
—Eso suena… maduro. —Lo miro sin entender—. Es solo que pensé que
actuarías de una forma más… no sé, más como tú. Creí que tu reacción me ayudaría a
decidir.
Espero unos segundos antes de contestar, porque quiero estar calmada para
tener esta conversación.
—O sea, que tienes que decidir ya porque si te vas tienes dos semanas cortas
para mudarte… —Lo resumo porque a mí las cosas me gusta tenerlas claras, y cuando
él asiente me pinzo el labio inferior—.
—Es un trabajo muy bueno y no es definitivo tampoco. Serían dos, puede que
tres años, no lo sé con seguridad, pero no sería para siempre.
194
Intento que comprenda que, entre esas cosas pendientes, entro yo, y sé que lo
hace cuando mira al suelo y frunce el ceño.
—Ya lo suponía.
—Sería demasiado para los dos. Últimamente nos cuesta centrarnos estando
juntos a diario… Los dos sabemos que no funcionaríamos a distancia.
—Ya. —Asiente, dándome la razón—. Ya, pero una parte de mí no quiere dejarte.
Tú me haces sentir bien, Juli. Yo te quiero mucho.
—Y yo a ti.
Intento no arrugar el gesto ante el hecho de que cuando nos decimos estas cosas,
yo al menos no siento que lo haga como declaración de amor. No es un «Te quiero»
rotundo, de esos que te erizan la piel, te multiplican la saliva y te hacen difícil tragar.
No es de los «Te quiero» que exhalas en medio del sexo cuando no sabes qué decir
para describir la inmensidad del placer. Y desde luego, no es de esos que se dicen
mirando a los ojos y poniendo el corazón en la boca. Pero es que esos «Te quiero» yo
no los he vivido en persona nunca y ya dudo mucho que existan en algún lugar, aparte
de los libros y las películas.
Y sí, no te creas que no sé que para ti esto puede ser un claro indicio de que
debemos dejarlo, pero es que yo no quiero perder a Einar. Necesito que esté en mi
vida aportando todo lo bueno de siempre, aunque suene egoísta.
Viene de hacer guardia y tiene cara de estar muerto de sueño, pero ni siquiera
así pierde esa sonrisa dulce que parece pegada con silicona en su cara. Einar suspira y
sale de la cocina indicándole que lo siga.
—¡Es genial! Y además podrás estar cerca de mi familia. Mis padres estarán
encantados de verte mucho más a menudo y tener a quien cebar de comida casera.
195
Sonrío un poco, aunque en realidad estoy triste porque sé que la opinión de los
chicos es muy importante para Einar y los dos van a apoyarlo en esto. Miro a Diego,
que a su vez me mira con seriedad
—¿Cuándo te marchas?
Nate me mira de inmediato, asumiendo también que con «dudas» habla de mí.
Luego vuelve a mirar a su amigo y pone una mano en su hombro para hablar con él.
—Escucha, sé que tienes una vida aquí y que los cambios asustan, pero yo estoy
en España por uno de esos cambios. Mi oportunidad surgió en este país y aunque me
dolió dejar mi tierra y a mi gente aposté por mí, por mi futuro y por mi sueño
profesional. Y mira, ahora tengo otra familia aquí y una vida con la que estoy
encantado.
—Ya, supongo.
—Es una gran oportunidad Einar y, como tú mismo has dicho, dura unos años. Si
cuando acabes sientes que quieres volver aquí, hazlo, pero con esa experiencia en la
maleta y, sobre todo, en el curriculum. Ya no eres un niño, no puedes dejar pasar
trenes tan importantes. Eso es lo que pienso. —
Cuando acaba con su diatriba me mira y puedo ver la dulzura que emana de sus
ojos—. Lo siento, nena.
Niego con la cabeza, pero lo cierto es que he estado a nada de echarme a llorar
como una idiota, porque, aunque sé que todo lo que Nate ha dicho es cierto, una parte
de mí no hace más que pensar que está aconsejándole largarse lejos de aquí, y lejos de
mí. Y lo peor es que empiezo a comprender que Einar me brinda una seguridad frente
al resto de tíos que yo valoro mucho. Puede que no sea el amor de mi vida, pero con
tiempo… Suena estúpido, lo sé, lo sé. ¿Crees que soy idiota? Pero estoy en shock y no
hago más que pensar que muchas mujeres debemos tener algo defectuoso en nuestro
interior para no conseguir enamorarnos de los hombres que de verdad merecen la
196
pena. ¡Qué feliz sería yo con Einar si consiguiera volverme loca de amor! Quizá hasta
me liaría la manta a la cabeza y me iría con él, olvidando mis proyectos o persiguiendo
unos nuevos en Nueva York, pero la idea es tan impensable de primeras que me lo
tomo como una señal más de que algo no ha ido todo lo bien que debería en esta
relación.
Presto atención a los chicos, el que ha hecho la pregunta es Diego y Einar está
mirándolo muy serio.
—Quiero trabajar en lo que deseo, pero… Bueno, voy a echar mucho de menos
todo esto.
Y ahí está: «Voy a echar de menos». ¿Necesito más confirmación que esa? No, yo
lo sé y los chicos también, porque los tres clavan sus ojos en mí.
—Vas a tener que buscar maletas bonitas. Yo tengo una de corazones que puede
servirte, porque tendrás que llevarte un montón de cosas.
Lo hace y veo tanta culpabilidad en sus ojos que sonrío un poco y me acerco a él.
Cojo sus manos sentándome a su lado y acaricio sus dedos pensando que me encanta
tocarlo y que voy a echarlo de menos mucho. Mucho, mucho, mucho.
—Juli yo… Te juro que no lo tenía decidido, pero después de lo que dijo Nate… —
Se encoge de hombros, como si no supiera seguir, pero le entiendo, porque todo lo que
le han dicho es verdad y los dos lo sabemos—. Y nosotros estamos raros.
—Pensé que estabas bien. —Sonrío pronunciando las palabras que tanto ha
dicho él cada vez que le preguntaba si teníamos algún problema. Einar sonríe también,
pero con tristeza—. Tranquilo, no te reprocharé nada.
—Es solo que cada vez siento más que nosotros no fuimos ese «todo» para el
otro. Yo te quiero, Juli, te quiero mucho.
197
—Y yo a ti —repito, porque creo que hoy lo estamos diciendo más que nunca—.
Pero… —lo animo a seguir.
—Pero, aunque me encantaría, cuando te miro no pienso eso de: «Es ella».
—No, no lo sabes, pero yo sí. Necesitas a alguien que te deje ser como eres, pero
que también sepa decirte cuándo te estás pasando y los dos sabemos que yo no soy
ese alguien.
—¿Sabes que aún no hemos cortado de manera oficial? Es raro que ya me estés
dando consejos de amoríos y tal.
Einar se ríe y me abraza con fuerza, con tanta fuerza que le doy una palmadita en
la espalda a modo de advertencia porque no estaría bonito que se fuera a Nueva York
después de asfixiar a su novia, o exnovia, o lo que sea.
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Después de eso sigue un rato de conversación casi sin sentido en la que él jura
que me quiere mucho otras veinte veces y yo intento no llorar o sentirme perdedora
porque, en realidad, aquí no pierde nadie como tal y él gana mucho, que es lo que
importa. Un rato después salgo del piso y ni siquiera sé si volveré a verlo. Espero que
sí, aunque solo sea para despedirnos.
Cuando llego a casa tengo las energías justas para cerrar la puerta antes de
echarme a llorar. El salón está vacío, cosa rara, pero de inmediato aparece Sara, que
viene desde la cocina.
—¿Qué ocurre?
que siempre están liados con sus cosas y siento que, con la marcha de mi vikingo,
pierdo un gran amigo.
A las diez pasadas estamos tiradas en el sofá las cuatro. He apoyado la cabeza en
el regazo de Sara y estoy pensando que, aunque flipé mucho cuando mi padre apareció
con ella, ahora me gusta tenerla en casa, porque se porta como una madre y eso me
encanta, aunque no lo diga en voz alta por si se ríen de mí por necesitar esos mimos a
estas alturas de mi vida. Mi padre y mi hermano se han quitado del medio en cuanto
se han dado cuenta del panorama que tenemos, así que cuando suena el timbre es
Esme la que se levanta para abrir.
Mi hermana mira al chico de la puerta con el ceño fruncido y niega con la cabeza.
199
Esmeralda, que es una mujer muy práctica, coge las tres cajas y una bolsa
encantada con eso de no pagar, ni cocinar y se despide del chico antes de volver al sofá
y entregármelas. Miro la bolsa, donde hay helado de kinder y tres pen drives, además
de una nota.
«Una de las pizzas es cuatro quesos, como te gusta. El pen drive negro está lleno
con todas la temporadas de Sexo en Nueva York y las dos películas. El rojo tiene las
películas de Bridget Jones, Dirty Dancing, los puentes de Madison, 500 días con ella y
alguna más que igual te van bien. El plateado tiene música cortavenas, aunque espero
que no tengas que llegar a eso. Si nada funciona, puedes avisarme y ya pensaremos algo.
Diego»
Doblo la nota y lloro, otra vez, porque será un mamonazo a veces, pero esto ha
sido un detallazo de los buenos. Qué difícil se me está haciendo odiarlo, de verdad te lo
digo.
200
22
Han pasado dos días desde que Einar y yo rompimos y, aunque anoche me llamó
por teléfono para ver cómo estaba, fingí que todo iba bien y no le conté que en
realidad me siento un poco fracasada por no haber conseguido enamorarlo hasta el
punto de tener que pensarse un poco más aceptar la oferta de trabajo. Lo sé, es
mezquino, sobre todo porque yo tampoco lo quiero de esa forma tan intensa, pero es
que es triste saber que no calo en la gente con la profundidad que me gustaría. Estoy
un poco tarada y eso no ayuda, claro, si yo lo entiendo, a ver qué te piensas.
Bajo a la cocina a por un café para marcharme al local y cuando Sara me lo ofrece
agradezco otra vez en silencio que esté aquí. No te imaginas lo que ha sido tenerla en
casa estos dos días.
—Bien, bien. —miento—. Voy a pasar el día en el local, así que ya volveré esta
noche.
—Tranquila, no hay tanto que hacer. Todavía no tengo mucha mercancía. Por
cierto, ¿qué pasa con la boda?
Asiento, pensando que una boda siempre es motivo de alegría. Celebrar lo que
sea es motivo de alegría. Bueno, menos los funerales, claro, en esos no te rías, que
queda feo. Te lo digo como consejo, pero tú haz lo que quieras.
201
—Si necesitas ayuda con lo que sea, avisa.
—En realidad… —La miro y me doy cuenta de que titubea y parece algo
nerviosa.
—Suéltalo, Sara.
Le doy un abrazo para que se calle y entienda que no tiene que pasar el mal rato
de pedirnos algo con tanto apuro.
—Pues claro que vamos contigo. Después de todo vas a ser nuestra madre, ¿no?
—Ella asiente emocionada y yo me doy palmaditas en la espalda porque es lo que
pretendía.
No se lo he dicho de mentira, ojo, pero tampoco soy muy dada a decir mierdas
sensibles, ya sabes.
Lo que pasa es que de verdad pienso que en este tiempo ya ha ejercido de madre,
así que, puesta a reconocerlo, prefiero hacerlo ahora que el día de la boda delante de
los invitados y en plan discurso lacrimógeno. Eso se lo dejo a Amelia que fundirá la
reserva de pañuelos, seguro.
Si es que se hace querer, la tía. Entre esto y que me presta sus taconazos…
Llego a la plaza en la que tengo el local y saludo a Paco, que está limpiando las
mesas y protestando porque hay un perro callejero que se ha afincado en su puerta y
no se mueve del sitio hasta que Paco no le
pone un bocata de jamón york. Y Campofrío, ¿eh? Que el perro es callejero, pero
no tonto.
202
—Buenos días.
Por un momento pienso que viene a multarme por algo, pero tengo toda la
documentación en regla, así que más le vale no estar buscando bronca, mira que estos
días tengo la paciencia bajo mínimos.
—No, no pasa nada. Es que soy compañero de Diego y como hoy me han enviado
a revisar algo de la tienda de ultramarinos de aquí, me ha pedido que te entregue esto.
«Ahora dime que no he acertado con este desayuno. Espero que estés bien. Un
beso, pequeña bruja.
Diego».
Desenvuelvo el bocata y me da la risa tonta cuando veo que dentro del pan hay
media tableta de chocolate con leche. ¿Cuántos años hace que no me como un bocata
de estos? Por lo menos diez, quizá por eso me ha hecho tanta ilusión la tontería.
La verdad es que no espero que responda, por eso me sorprendo cuando lo hace
de inmediato.
203
maneras por mí, voy a sentirme una cerda luego, así que al final opto por la educación,
pero sin exagerar.
Yo: Estoy bien, poli. No es la primera vez que me dejan así que no sufras. Esto es lo
mejor para Einar y me alegro por él. Hay muchos vikingos en el mundo, fijo que pronto
doy con otro. Saludos.
Puede que esté un pelín amargada, pero no quita que también esté feliz de hacer
por fin lo que me gusta y sin tener un jefe cabrón. Ahora falta que el negocio avance y
salga bien.
Cuando estoy a punto de cerrar e irme a casa la puerta se abre otra vez, pero esta
vez es Einar el que entra con una sonrisa y cara de culpabilidad, lo que me hace sentir
mal, porque joder, no tiene culpa de nada. Si yo estuviera en su pellejo estaría dando
saltos de alegría y punto.
—Ey. —Sonrío para que vea que no pasa nada, voy hacia él y lo abrazo. Me
resulta raro no besarlo en los labios, pero lo nuestro en ese aspecto ya es pasado—.
¿Qué tal? ¿Cómo es que has venido?
—Qué va. —Niego con la cabeza—. Voy bien, de verdad. De hecho, estaba
pensando inaugurar en
dos sábados.
—No —digo sonriendo—. Si no vas a estar para hacer de vikingo, pierde gracia.
Einar hace una mueca, coge aire con fuerza y acaricia mi mejilla.
—Estoy bien, de verdad. —Lo miro a los ojos y hago un esfuerzo por mostrarme
alegre—. Es solo que eres mi mejor amigo, entre otras cosas y voy a echarte mucho de
menos.
204
—Y yo a ti, cariño. Hablaremos por Skype.
Nos miramos a los ojos y sonreímos un poco, con tristeza. Los dos estamos en la
tesitura de dejarnos solo porque tenemos claro que no somos la media naranja del
otro, pero no sabes lo difícil que es eso cuando tu parte racional te hace ver que esa
persona es excepcional.
—Einar, prométeme que en Nueva York no vas a liarte con alguna zorra sin
cerebro. —Él me mira sorprendido—. Es que vales mucho y… y no quiero pensar que
acabarás con una tía que no sepa valorarte.
—No creo que ninguna chica me parezca buena para ti. Ni siquiera yo lo era.
Me río y niego con la cabeza, porque estoy segura de que eso no pasará y cuando
voy a aclarárselo la puerta vuelve a abrirse. Esta puerta parece el coño de la Bernarda
de tanto como se abre. ¡Y eso que el negocio está cerrado! Cuando vemos a Diego
entrar creo que todos nos quedamos un poco cortados, incluido él, que seguro que no
esperaba que Einar estuviera aquí.
—Hola… —dice metiéndose las manos en los bolsillos del uniforme de poli.
—Hola —Sonrío un poco y frunzo el ceño—. ¿Qué pasa? ¿Vienes a multarme por
algo?
—No, no. Es solo que he acabado el turno y pensé que… Bueno, hace días que no
pasas por el restaurante y mis padres me han preguntado por ti y tal.
Diego habla para mí, pero es a Einar a quien mira todo el tiempo, lo que me
molestaría de no ser porque entiendo que debe sentirse incómodo de que su amigo lo
haya pillado aquí. Y a ver, es lógico, porque yo tampoco entiendo muy bien por qué en
los últimos tiempos el poli parece querer pasar tiempo conmigo. El tema de las notas
desde que Einar y yo lo dejamos, los regalos, la preocupación… No sé, es un poco raro
dado nuestro historial, pero también es cierto que desde la noche en que compartimos
helado y cervezas todo ha ido a mejor entre nosotros. Al menos, esa sensación tengo.
Como sea, en cuestión de una semana las cosas entre todos nosotros han cambiado
205
tanto que creo que ninguno sabemos bien cómo enfrentarnos a los nuevos lazos que
se han creado, a los que ya se han roto y a los que están a medias. Para mí esto ahora
mismo es el similar a hacer un sudoku borracha. A esto no hay por donde meterle
mano, así que como ellos no parecen dispuestos a romper la tensión que se ha creado
en el ambiente, decido cargármela yo a patadas.
—Pues sí que es verdad. Además, que me apetece cenar en condiciones así que
me apunto. ¿Te vienes, Einar?
—En realidad yo… debería irme. Tengo que hacer las maletas.
Lo miro con la boca abierta, más que nada porque no me esperaba eso. Es verdad
que cuando ha
llegado lo he visto muy serio, pero pensé que era por la incomodidad del
momento que estamos viviendo, no porque el motivo de su visita sea que vamos a
despedirnos ya.
Einar sonríe un poco, acaricia mi mejilla, pues supongo que sabe que estoy
bastante pasmada y me aclara lo que ocurre.
—Voy a alojarme unos días en casa de la familia de Nate. Tengo que buscar un
sitio para vivir y los chicos me mandarán el resto de mis cosas poco a poco. Solo llevo
un par de maletas con ropa.
—Bueno pues… abrígate, que allí hace frío. Y come bien, que tú tienes el
estómago delicado y estos yanquis ya se sabe que comen mucha mierda. He leído que
los índices de obesidad les siguen subiendo.
Claro, todo el día venga a comer hamburguesas y patatas fritas, pues es lo que
pasa.
206
no pega nada. Él va a irse porque es una gran oportunidad, yo tengo que joderme y
rezar para que no lo cace una guarra, no porque vayamos a volver, que sé que no, sino
porque de verdad me daría pena que acabara con una tía que no lo merezca, y Diego…
Diego todavía no sé qué pinta aquí, pero ahí está, con sus manitas en los bolsillos y
haciéndose el mudo.
—Te prometo que me cuidaré mucho. —Coge aire con fuerza y abre los brazos—
. Ven.
No necesita más, claro. A mí este chico me dice ven y lo dejo todo. O bueno, no,
está claro que no es así porque por algo nos estamos despidiendo, pero vaya, tú me
entiendes. Me permito aspirar su olor una vez más y pienso, no por primera vez, que
voy a echar mucho de menos tenerlo en mi vida. Einar me da tranquilidad, y sabe
escuchar, y no se enfada a la mínima de cambio. Esas tres virtudes lo hacían el amigo y
novio ideal para mí, pero bueno, no pasa nada. Ahora tengo que pensar en mi futuro,
igual que él hace y seguir adelante.
Sonrío, porque tiene razón. Mi tienda, mis disfraces y mi sangre falsa son todo lo
que necesito para salir del paso. Esto no es más que un bache, hombre y a mí los
baches hasta me gustan. Cuando pillo alguno con el coche acelero, porque me siento
como en el parque de atracciones, aunque mi hermano se ponga frenético cuando me
ve hacerlo.
Einar se separa de mí, camina hacia la puerta, donde está Diego y palmea su
brazo con una sonrisa.
Diego asiente y los dos lo miramos irse. Suspiro con nostalgia, porque ya lo echo
de menos. Espero volver a verlo pronto, la verdad. Además, que ahora que lo pienso, si
se me antoja ir a Nueva York ya puedo hacerlo medio de gorra, porque puedo alojarme
con él y así solo tengo que pagar los billetes. Si es que aquí el que no se consuela es
porque no quiere.
207
—Bueno, ¿vamos? —pregunta Diego.
—¿Eh?
—Un respeto con mi Corsita, que me da la vena maternal y te crujo aquí mismo.
208
—Bloquea las puertas y ventanillas.
—¿Y este?
—Eres un sieso.
—Lo que tú digas. ¿Puedes por favor dejar de apoyar tu zapato sucio en la
puerta? ¿Es que no sabes sentarte normal?
—Madre mía, madre mía, madre mía. ¡Si es que no sé para qué voy yo contigo a
ninguna parte! Ese estrés que tú manejas acabará por llevarte a la tumba. Acuérdate
de lo que te digo.
—Solo te estoy pidiendo que no toques los botones y que no ensucies el coche.
—Si no lo haces muy fuerte… —Voy a quejarme, pero entonces veo el amago de
sonrisa de su boca y pongo los ojos en blanco.
—Capullo…
Me río, pero porque no quiero que note que me pone un poco tonta que me diga
que estoy guapa.
Parezco una niñata y no lo soy, aunque me comporte como tal el noventa por
ciento del tiempo.
Llegamos al restaurante y me dejo achuchar por Giu primero, que está loco de
alegría de verme. Yo creo él y su mujer que ya saben que Einar y yo hemos cortado y
cuando Teresa sale de la cocina para abrazarme me lo confirman. Lógico, teniendo en
cuenta que el vikingo se lleva genial con ellos y lo más seguro es que ya se haya
despedido de ellos también.
Diego me guía hacia una mesa para dos en una esquina del restaurante y, aunque
he estado aquí un montón de veces, siempre me he sentado en la mesa grande de la
entrada, a la vista de todo el mundo.
209
Este sitio es más… íntimo y sé que es una tontería pensarlo, pero siento que
Diego lo ha hecho a propósito. Luego me río de mí misma, pero por dentro. ¿Por qué
iba a hacer algo así? Él solo está siendo amable porque sabe que ando jodida con lo de
Einar, así que más me vale no ponerme a pensar en gilipolleces que solo complicarían
más mi vida.
210
23
Diego
Miro a Julieta hacerle muecas graciosas a mi padre, que la mira desde la barra y
se ríe entre dientes mientras sirve varias bebidas en una bandeja. Me apetece reírme
pero no lo hago, porque si le doy alas es capaz de pasarse la noche centrada en hacer
reír a mi padre y hoy quiero que se concentre en mí. Solo en mí.
Einar y ella han roto y yo todavía estoy intentando manejar todo esto sin que
parezca que soy un mal amigo, o un cabrón que no espera ni una semana antes de ir a
por ella. No es eso, pero tampoco puedo dejar que ella piense que desde ahora no
tendremos más relación. El otro día, cuando Einar decidió aceptar el trabajo y Julieta
se marchó del piso, llegué a pensar que no la vería más y te prometo que me dio tal
ataque de ansiedad que tuve que salir a correr para tranquilizarme. Ahora el
sentimiento no es de relajación total, pero sí es cierto que intento pensar en que yo no
estoy haciendo nada mal. Ellos han roto por las circunstancias: Einar se va y no están
dispuestos a mantener una relación a distancia porque, según mi propio amigo,
saldría mal. Fue Einar el que me dijo que aunque la quiere mucho, no cree que sea la
definitiva y que eso le da rabia, pero tampoco puede convencerse o auto engañarse. Y
a mí me parece muy bien. Me parece perfecto, porque yo sí empiezo a pensar que ella
es para mí. No te creas que a mí el pensamiento no me da entre pánico y terror, pero
soy un hombre y sé asumir las cosas que me llegan, aunque me sienten como una
patada en los huevos, la verdad, porque de entre todo los tipos de mujer que existen lo
último que imaginé jamás fue que cabía la posibilidad de acabar con alguien como ella.
Ella es tan distinta a todas las demás que a ratos, si me paro a pensar en un hipotético
futuro entre nosotros, solo tengo claro que no voy a aburrirme. Julieta es especial, eso
está claro y lo mejor es que detrás de su charlatanería, debajo del montón de capas de
actitudes absurdas, hay una mujer sensible que ahora mismo no está pasándolo muy
bien. Por eso, mi prioridad es que su estado de ánimo mejore, que supere lo de Einar y
esté receptiva para mí.
—Qué bueno está tu padre, de verdad. Debería ser pecado que un hombre de esa
edad esté tan ñam ñam.
Dejo mis pensamientos de lado para horrorizarme con las palabras de Julieta.
Creo que no hay nada peor que escuchar decir a la mujer de mi vida que mi padre está
bueno. Es tan… tan… ¡Dios!
211
—¿Tenías que decir eso?
—Guárdate esos pensamientos para ti. O mejor todavía: no los tengas. Joder,
Julieta.
—Ay hijo, de verdad, qué picajoso eres. ¿Qué tiene de malo que tu padre me
parezca guapo?
Julieta bate las pestañas y se ríe de buena gana al ver mi cara. Esta mujer es una
sádica: a más me horrorizo, más disfruta.
inmenso. A este ritmo voy a tener que hacer una triología de esas que tanto se
llevan ahora.
212
Julieta se encoge de hombros de inmediato, es algo que suele hacer mucho. A
veces pienso que solo es un intento de parecer indiferente, porque algo me dice que
no lo es tanto.
—Estoy bien, Diego —dice al final—. No tienes que sentir lástima de mí, te lo
digo de verdad. He estado jodida otras veces y he salido adelante.
—No me molesta. El bocata estaba buenísimo. Estaba tan bueno que me habría
encantado vomitarlo entero y comérmelo de nuevo.
—Jesús. —Cierro los ojos ante la imagen y procuro contener una mueca de
asco—. ¿Puedes decir las cosas de otra forma?
—No puedo, se me salen del alma estas cosas tan preciosas. Dios, qué poeta soy.
213
A Julieta la comparación le hace una gracia exagerada porque empieza a reírse
incluyendo esas aspiraciones por la nariz, similares a las que hace un cerdo pequeño y
conste que no me meto con ella, porque me parece adorable, pero es que a ratos me
quedo alucinado con su facilidad para reír de las cosas más nimias. Supongo que en
parte eso es lo que ha hecho que acabe perdiendo la puta razón por ella. Julieta no es
de las que proclaman en Facebook que hay que ser feliz con poco. No, ella es feliz con
poco, lo es porque no necesita mucho para reírse a carcajadas, hacer el indio o decir
algo que sabe de antemano que será inapropiado. Cuando la miro no me cuesta
imaginarla saltando en un charco de barro y riendo a carcajadas, abriendo las brazos y
mirando al cielo, como agradeciendo el simple hecho de poder estar disfrutando de
algo tan insignificante. Es grandiosa de una forma tan sencilla que me paraliza un
poco, porque sé que nunca voy a conseguir seguirle el ritmo, pero estoy dispuesto a
intentarlo. Por ella, estoy dispuesto a dejarme arrastrar al charco, o adonde quiera
llevarme.
Nuestra cena llega mientras ella aún se regodea en su supuesta vena poeta y yo
pienso, no por primera vez, que está loca, pero te juro que nunca he visto la locura con
tan buenos ojos.
Julieta me mira mientras se mete en la boca un montón de pasta con tomate que
marca sus labios y comisuras.
—¿Cómo lo sabes?
No quiero contarle que no es nada difícil imaginarla viendo alguna de sus pelis.
De hecho, no es nada difícil imaginarla dentro de una de esas pelis. El amor por esta
mujer me está volviendo loco a mí también, me temo.
214
—Uno en cada cachete. Separados pero juntos, como debe ser. Y el resto de culo
que me lo tatúen con la luna y el bosque tenebroso ese. Quiero la imagen de la
portada.
Cierro los ojos porque no sé si reírme o flipar. Al final opto por hacer un poco de
cada cosa.
—Segurísima. Será la primera vez que deje a un hombre jugar con mi culo. —
Aquí vuelve a descojonarse un ratito—. ¿Quieres venir conmigo?
Ahora sí que flipo y se me debe notar en la cara porque me sonríe con una
dulzura fingida del todo.
—¿Por qué no? Nunca va mal un poli para estas cosas. Mira que yo soy capaz de
meterme en un local clandestino.
—Pues sí, pero oye, lo importante es que te elijo a ti, poli. —Hace el famoso gesto
de cazar Pokemon y pongo los ojos en blanco.
215
—Vale. ¿Mañana?
Cierro los ojos con pesar, porque sé que habla muy en serio y porque no me fío
de su criterio para escoger tatuador. Al final y aun sabiendo que voy a arrepentirme,
hablo.
Ella se encoge de hombros, como si dejar en mis manos la elección del tatuaje de
su culo fuese lo más normal del mundo. Los ratos que paso con esta mujer son tan
surrealistas que no debería esforzarme tanto en intentar entender algo.
—¿Ya te vas, cariño? —le pregunta mi progenitora mientras se lava las manos en
el fregadero. Se las seca en el delantal y enmarca el rostro de Julieta entre sus dedos—.
Pareces muy cansada. ¿Duermes bien?
—Todo lo bien que puedo estos últimos días, pero no te preocupes, que estoy
bien. —Julieta gira la cara, besa la palma de la mano de mi madre y, aunque te parezca
tonto, el gesto se me atraganta, porque ella se merece todo el cariño del mundo y más
y parece que mi chica se ha dado cuenta.
216
Mi chica, sí, ¿qué pasa? Puedo llamarla así mientras no lo diga en voz alta…
—Ya tengo la comida resuelta para mañana —me dice sonriente mientras sube
al coche.
—Me parece que hasta que abra viviré allí, como quien dice. Menos el rato que
me llames para ir a hacerme el tatuaje, claro.
—Claro.
Ella ríe entre dientes pero no contesta y yo dejo estar el tema. La dejo en casa y
luego vuelvo al piso con una sonrisa un poco tonta, la verdad. El aletargo y el estado
de ilusión me duran hasta que abro la puerta de mi piso y veo a Einar sentado en el
sofá.
Einar no contesta, pero me mira a los ojos con tal intensidad que me quedo
clavado en el sitio. Llevo días esquivándolo, queriendo evadir esta conversación,
porque está claro que vamos a hablar, pero es que no estoy listo para perder su
amistad. De hecho, no estaré listo nunca para algo así. Él es parte de mi familia, igual
que Nate. Desde que Marco murió me sentí tan solo que el día que los conocí fue como
si me hubiese tocado la lotería. Ahora vuelvo a tener dos hermanos, porque para mí lo
son y no soporto pensar que existe una mínima posibilidad de que Einar y yo
acabemos mal.
—¿No piensas confesar nunca? ¿Vas a dejar que me vaya sin contármelo?
—Einar…
217
—Lo éramos y lo somos —digo pretendiendo sonar firme.
Sonrío, porque me parece mentira que con lo bien que maneja el español,
todavía diga algunas frases de forma incorrecta o rara.
—Yo no… Yo intenté no fijarme en ella, pero… Verás, Einar, resulta que yo…
—Joder, das mucha pena. —Mi amigo arranca a reír de buena gana mientras yo
me quedo de pie, mirándolo con el ceño fruncido y sin entender nada—. ¡Es fácil!
Estás enamorado de Juli. —Asiento, porque hablar no puedo. Por suerte él sí que
parece tener palabras—. No me extraña. Ella es especial.
—No lo pretendo.
—¿No es para un rato? —Niego con la cabeza y él sonríe—. Llevo viendo lo que
sientes mucho tiempo. Más que tú mismo. Me alegra que por fin te des cuenta de que
es perfecta para ti.
Vale, bien, ahora sí que me he quedado a cuadros. Voy hacia el sofá y me siento a
su lado mientras él sigue sonriendo.
—¿Lo sabías?
—Oh sí. Tanto odio, tanto rencor, tanto mal que te hacía… Todo porque te
gustaba y no querías aceptarlo. Llevo tiempo viendo lo que pasa con vosotros.
—¿Y no te molesta?
—Ella no es la definitiva para mí, ni yo para ella, ya te lo dije. Si tengo que elegir
un hombre en el mundo que se merezca tenerla, elegiría a Nate o a ti.
218
—Tranquilo. —Ríe—. Ojalá os vaya bien. ¿Me irás contando avances?
—Lo sé —dice en tono presumido antes de romper a reír—. Ella siente algo por
ti. —Se pone serio y sigue—. Lo veo, como veo lo que tú sientes, pero dale tiempo. Es
un poco cabezona.
—De eso me estoy dando cuenta —digo sonriendo—. De todas formas, es raro
hablar de esto contigo. Al menos ahora mismo.
—Gracias, Einar —digo sonriendo—. Gracias por todo, por entenderlo, por ser
mi amigo, por ser tan importante en mi vida. —Suspiro y palmeo su espalda un poco—
. Cuando acabes ese par de años, o tres, o los que sean, prométeme que te pensarás el
volver aquí, ¿vale? Aunque al final no escojas España, pero al menos, métenos entre
las posibilidades.
—Si no fuera una oportunidad tan buena, no me iría. Te prometo que me dejo
aquí más de medio corazón. —Me doy cuenta de la tristeza que embarga sus ojos y
desvío la mirada—. ¿Cervezas? —
—Es lo mejor que has dicho en toda la noche —contesto mientras él se levanta
del sofá y entra en la cocina.
No ha vuelto aún cuando la puerta del piso se abre y Nate entra con cara de estar
agotado.
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—Oh bien, joder, necesito una cerveza bien fría.
220
24
Han pasado tres días desde que fui a cenar con Diego y Einar se marchó a Nueva
York. Tres días que han sido suficientes para darme cuenta de que algo anda muy mal
conmigo. Y es que en este tiempo, en vez de revolcarme en la autocompasión porque
Einar no está, me he martirizado cabreándome e indignándome porque no he sabido
nada de Diego. ¡Como si él tuviera alguna obligación de seguir en contacto conmigo!
Sé que no puedo enfadarme por algo así y que solo han pasado tres días, pero
después de lo bien que lo pasamos en la cena me molesta que no me haya mandado un
mensaje y, aunque sea ilógico, también me molesta que no me haya mandado más
bocatas de chocolate. ¡Con lo rico que estaba!
Quizá debería aprovechar para ir con Sara y mis hermanas a mirar vestidos de
novia para mi madrastra –
mira que es fea esta palabra–, que sé que tiene ganas pero no se atreve a
pedírnoslo otra vez. Sara es muy buena, adora a mi padre y nos quiere mucho, pero
tiene un defecto, y es que es demasiado blanda para esta familia. Tiene que aprender
que la mejor manera de conseguir que hagamos lo que quiere es patearnos el culo y
ordenarlo como si fuera una sargenta, porque nosotros somos de remolonear por
naturaleza, aunque el plan nos apetezca. Pero bueno, como todavía está en proceso de
adaptación me hago cargo de la situación y decido que esta noche atosigaré un
poquito a Tempanito y a Amelia.
—¡Vaya! Sí que has currado en tres días, pequeña bruja —dice a modo de saludo
mientras mira la tienda.
221
Diego aparta sus ojos de unas manos ensangrentadas y me mira con chulería.
Cualquier otro habría fruncido el ceño, o por lo menos habría tenido la decencia de
parecer avergonzado, pero es que este tío no es como los otros, eso está claro.
—Sí. —Hago un esfuerzo por reírme con mala leche, porque en el fondo sí que
me molesta pensar en esa posibilidad, y mucho—. Estoy tan celosa que no duermo
pensando en cómo te la follas.
—Ya no me la follo y lo sabes, así que deja esa mierda y coge el bolso, que
tenemos que irnos.
—Julieta…
—Que no voy, Diego. ¿Qué quieres ahora? No puedes venir después de tres días
desaparecido a darme ordenes. ¡Faltaría más!
—¡Que no hay nada que superar! Por Dios, Einar se ha ido porque era lo mejor
para él, y vale que me ha jodido pero tampoco estaba loca de amor así que deja de
tenerme lástima, joder.
—Desde luego.
222
pulgar acariciando la zona. Tengo un jersey puesto, pero para mí ha sido como si me
quemara la piel. Me sobresalto, nerviosa y él sonríe otra vez.
—Follaba muy bien, de hecho, pero no es entre sus piernas donde quiero
meterme ahora.
Pensaba quejarme, primero por la insinuación de que estoy celosa, luego por
cambiar de tema y, por último, por robarme un ojo de cristal, pero eso del tatuador ha
hecho que se me olvide todo. Qué bien me conoce el capullo.
—Sí señora, y tenemos cita en una hora, pero está lejos así que mejor vamos
saliendo ya.
—¡Ay qué bien! —Lo abrazo en un gesto improvisado y beso su pecho, porque
Diego es altísimo y a la mejilla no llegó de primeras sin un plan de ataque—. Tendrías
que haberme avisado, espera, que voy al baño a ver si traigo bragas bonitas.
Diego bufa pero se ríe y asiente. No miento, no me acuerdo de las bragas que me
he puesto esta mañana y aunque me avergüence contarlo tengo algunas que hasta
tienen hilos sueltos. Esas son las menos bonitas, pero las más cómodas. La vida es muy
contradictoria.
Por suerte me he puesto unas negras lisas que no son sexis ni preciosas, pero ya
me hacen el apaño.
223
Salgo del baño y miro a Diego sonriente.
—Menos mal, porque me habría dado un poco de vergüenza que me tuvieras que
llevar a casa a por bragas decentes.
Pongo los ojos en blanco y me subo en su coche, que está aparcado al lado del
bar de Paco. El camino lo hacemos mientras él me regaña por tocar botones, y por
poner los pies en la puerta, y yo lo bombardeo a preguntas acerca del tatuador que ha
encontrado. Cuando llegamos me decepciona un poco no encontrar posters de tías en
bolas y tal, porque este sitio no es nada macarra, pero siendo Diego quien lo ha
buscado no me extrañaría que hasta le haya pedido los informes de sanidad al dueño
antes de traerme. A este hombre la seguridad le pierde bastante.
—Menuda deshonra para los tatuadores macarras. ¡Yo quiero que me tatúe un
señor gordo y
—Pues lo siento por ti pero me dejaste decidir quién lo haría y este es el que
mejor trabaja de todos los que he mirado, así que si no te gusta la puta orquídea no la
mires.
—Huéleme el culo, mejor —digo por eso de seguir siendo una inmadura y tal.
—Olértelo no sé, pero vértelo te lo voy a ver bastante bien, y no te creas que no
tengo ganas, que todavía me acuerdo de aquella noche en el piso cuando…
224
—Fue sin pensar y ya pedí perdón en su día por haberlo hecho.
—Cierto.
Después de un ratito nos hacen pasar a una sala donde un chico de pelo rubio y
cara de niño bueno nos saluda y se presenta como Jorge, el tatuador. A mí no me
parece que este sepa tatuar nada, porque tiene edad de estar en el instituto
matándose a pajas más que de trabajar aquí, pero Diego me echa una mirada que me
dice muy claro sin palabras que más me vale cerrar la bocaza.
—Estoy segura, pero quiero el fondo también, ¿eh? Con su luna y con su bosque
y con su todo.
—Te haré los personajes y marcaré un poco el fondo, pero el color de relleno lo
vamos a dejar para otro día; es lo mejor, primero para que no sufras de más y segundo
para que el tatuaje quede bien de verdad.
225
Me quedo conforme con su explicación y en cuanto me enseña el boceto me
enamoro. De verdad, me enamoro tanto que doy saltitos en el sitio. Son Emily y Víctor
cogidos de la mano, con un fondo de bosque tenebroso y una luna enorme, tal como
aparecen en la portada. Sé que para muchos este tatuaje será una locura, que mi padre
y mi hermana Esme van a poner el grito en el cielo cuando se enteren y que la mayoría
de las personas no entenderán que lo haya hecho, pero para empezar, casi nadie va a
verlo completo. Será algo para mí y los tíos que tengan el placer de bajarme las bragas,
a los que a no ser que tengamos una relación no debo ninguna explicación. Podía
haber escogido otro sitio, pero en ninguno sería tan íntimo y personal. Bueno sí, en la
zona vaginal, pero ni soy tan valiente, ni cabe el dibujo entero.
poco como Emily, aunque no lo creas; no estoy muerta, pero soy consciente de
que mi forma de ser al final aleja a casi todo el mundo. Tarde o temprano resulto
cargante, o saturo, o no entienden mi mente, porque soy demasiado… demasiado, para
casi todo el mundo. La gente ve a una tía extravagante con mi forma de ser y se aleja
de forma automática, sin molestarse en ver que más allá de todas estas facetas, soy
una persona que sufre y siente, puede que más que otras que vayan de sensibles.
Cuando Jorge lo prepara todo me quito los pantalones y me tumbo boca abajo en
la camilla.
—Si quieres puedes quitarte la ropa interior para no estar sujetando todo el
tiempo las braguitas —
—No, la bragas no se las quita. Yo las sujeto —contesta Diego antes de que yo
pueda hablar.
226
Estoy a punto de quejarme, pero la verdad es que estoy nerviosa, en parte por el
tatuaje y en parte por tener sus manazas rozando mi culo, y aunque lo que diga ahora
suene patético, admitiré que también me callo un poco porque tengo curiosidad por
sentir su tacto, lo que me lleva a comerme la cabeza, porque no puedo olvidar que
después de todo Diego es amigo de Einar y solo hace tres días que este se ha ido. Y
vale que de un tiempo a esta parte nuestra relación ha estado rara, y que yo he sentido
cosas puntuales por Diego, cosas relacionadas con mis instintos más básicos siempre,
pero lo de esta tarde está siendo… más. Lo de ahora no es algo puntual. Diego ha
empezado a insinuarse desde que nos hemos visto y todavía no ha parado. Ahora,
además, ha sujetado el elástico de mis bragas y está a mi lado, con la vista fija en mi
culo. Desde luego, entre la noche que me caí de culo con ropa interior matadora y un
condón en la mano, y este momento, me estoy coronando a la hora de protagonizar
momentos incómodos y surrealistas con Diego. Claro que desde entonces parece que
haya pasado un siglo y la confianza, desde luego, es otra…
—Siento decirte esto, pero no será rápido —advierte Jorge justo antes de
pinchar mi piel por primera vez.
Y tiene toda la razón del mundo. No es rápido, pero aguanto como una campeona
sin quejarme ni una sola vez. Lo más que hago es tensarme y apretar el culo cuando el
dolor se intensifica, pero ahí está Diego para apretar el final de mis glúteos y hacer
que me muerda el labio de expectación, olvidándome del dolor.
—Tienes una chica muy valiente —dice Jorge cuando, bastante tiempo después,
está poniendo crema sobre mi culo.
—¿Cuándo tengo que volver? —pregunto yo, por eso de desviar un poquito el
tema y no acabar roja
227
como un tomate, que sería muy vergonzoso estando con el culo en pompa.
—Te daré cita para dentro de un par de semanas, así veo cómo cicatriza todo
esto. ¿Te parece? —
Cuando salgo pago lo de hoy y fijo la cita para el próximo día. Al salir del estudio
ya es de noche y Diego me propone ir a cenar al restaurante de sus padres.
—La verdad es que me pica bastante el culo y casi prefiero irme a casa y
ponerme en una posición en la que no me esté rozando.
—¿Necesitas que vaya y te ayude con la crema? —lo pregunta tan serio que me
echo a reír.
—Buen intento, poli, pero prefiero que me lleves y luego te vayas a tu piso. Ya
has tocado mi culo bastante por hoy.
—¿Qué te pasa? ¿Te duele? ¿Quieres antiácidos? —pregunta Amelia, que está
sentada en el sofá del salón.
228
—Tengo pollo en el horno —dice Esme entrando desde la cocina—. Cenas
aunque sea un poco y te acuestas. —Fija su mirada en mí y frunce el ceño—. Tú has
hecho algo.
—Que tú has hecho alguna tontería. Traes la cara de hacer tonterías al cien por
cien.
—Nos ha jodido… ¡No he hecho nada! Nada de nada. Y ahora me voy a mi cuarto
porque no tengo hambre.
—Pero joder que me dejes vivir, que no eres mi madre —mascullo enfadada.
Me indigno, porque estoy hasta el mismísimo de que me venga con esa actitud
hasta hoy. Qué don tiene esta familia para sacarme de mis casillas hasta cuando el día
ha sido bueno. Subo a mi habitación, suelto mi bolso y pongo el móvil a cargar, que se
ha apagado al quedarse sin batería. Bajo y entro en la puñetera cocina porque
Esmeralda es una sádica y esa es capaz de subir y meterme el pollo por intravenosa
como me niegue otra vez. Ceno un poco y procuro no hacer muecas cada vez que tengo
que cambiar de postura por el escozor de culo. Cuando acabo doy las buenas noches,
me doy una ducha rápida, me pongo la crema en el tatuaje y me meto en la cama de
lado. Suspiro de alivio y me bajo el pantalón de pijama y las bragas, porque el mínimo
roce me molesta. Mañana el día va a ser de lo más
interesante, ya verás. Enciendo el móvil para poner la alarma y cuando veo que
tengo un whatsapp de Diego sonrío. Sí, sonrío, aunque luego ordeno a mi cerebro que
ejecute una cara seria para mí, pero ya es demasiado tarde y soy consciente.
Diego: Espero que no estés muy fastidiada. Has sido una valiente, pequeña bruja.
Mañana te veo.
229
Me río y le contesto antes de pararme siquiera a pensar si debería hacerlo o no.
Yo: No me des las gracias por algo que me has robado, poli. ¿Vendrás a la tienda?
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25
Lo único bueno de la noche que he pasado ha sido todas las guarradas que he
soñado que Diego me hacía.
Decidimos que iremos esta misma tarde porque al parecer Sara ya ha visto
varios vestidos en la página de internet de una famosa tienda de la ciudad y va a
intentar que le den cita. Conociendo el poder de persuasión que tiene no dudo que lo
consiga y como en la tienda no me queda tanto me viene de perlas el plan. En el acto
me doy cuenta de que entonces Diego no podrá venir así que le escribo un mensaje y
le digo que mejor me espere en el restaurante, pero me contesta que no, que vaya a
casa y nos hacemos unas pizzas o algo, que estará cansado porque hoy está de mañana
en el restaurante ayudando y por la tarde de poli. Acepto, porque aunque no lo creas
me he dado cuenta de que trabaja muchísimo y entiendo que quiera estar tranquilo,
además que así veo a Nate también.
El día es tranquilo, pese a que Sara está nerviosa, Alex no hace más que quejarse
de que odia trabajar de noche y Amelia está preocupada porque Erin, la pelirroja que
nos trajo en nochebuena, parece tener problemas.
—Al final no nos contaste nada de ella —dice Esme cuando llegamos a la tienda
de vestidos de novia.
Tal como yo intuía, Sara ha conseguido una cita sin problemas y nada más entrar
nos derivan a unos sofás bastante cómodos y se la llevan para empezar a probarle
vestidos y que salga con los que más le gusten.
231
—Uf, es largo —contesta Amelia—, pero es una vida muy complicada. Padre
desaparecido, madre alcohólica y además enferma de sida. La chica se pasa en la calle
la mayor parte del tiempo y solo tiene quince años.
—Lo es —afirma Esme—. Espero que no acabe como todos los chavales que veo
en los juzgados
casi a diario.
Sonrío y palmeo su pierna, porque sé que lo dice en serio. Si fuera tan fácil como
coger a un animal herido y llevarlo a casa, esa chica ya estaría en la nuestra, igual que
muchos otros. Amelia tiene un corazón enorme, demasiado enorme para su propio
bien, porque no hace más que sufrir por el mal ajeno y porque a más intenta ayudar,
más gente con problemas conoce. Me preocuparía por ella en serio si no supiera que
también disfruta de su trabajo y lo vive con una pasión que la desborda. Creo que el
problema que tenemos nosotros cuatro, incluido Alex, es que tenemos una intensidad
difícil de manejar.
Sara sale con un vestido que me hace soltar una carcajada, porque parece la
Barbie vestida de
monja. Vale que no quiera ir muy sexi, pero es que a eso le sobra tela por todas
partes. Mis hermanas opinan lo mismo y empezamos a ver desfilar un vestido tras
otro. Unos con mucha tela, otros con mucho encaje, otros con demasiada pedrería y
algunos que dan grima solo de verlos así, al lejos. Cuando por fin sale con uno
vaporoso pero sin excesos, con un par de lazos en la espalda y escote en barca Amelia
se echa a llorar, Esme sonríe y hace un mohín de aprobación con la boca y yo asiento y
le doy mi aprobación.
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Cuando le cogen medidas y salimos de la tienda estamos encantadas, ya han
decidido que van a casarse en primavera así que tenemos un par de meses largos para
prepararlo todo. Entramos en una cafetería y nos pasamos un buen rato charlando de
los preparativos hasta que me levanto y me despido de ellas.
—A casa de los chicos, a cenar con Diego. —Sus caras son tan escépticas que me
molesto—. ¿Qué pasa?
—¡Nada! —Abro los ojos un montón, como si estuviera súper indignada, pero al
final me desplomo en la silla y bufo—. No lo sé.
Les cuento que el detalle del pen drive y las pelis no es el único que ha tenido
conmigo, aunque no especifico, y que desde hace tiempo, incluso cuando yo estaba con
Einar, siento que la química entre nosotros es muy fuerte. Les aclaro que yo jamás
engañé a Einar con Diego, pero que a última hora no podía evitar fantasear un poco
cuando lo veía, porque de alguna manera cuando se pone en plan borde de mierda, a
veces, me pongo tontorrona y me lo comería a besos, lo que solo indica el grado de
enajenación mental que poseo. Ellas me dicen que hace tiempo que notan la química
entre nosotros y, de hecho, Esme me dice que a ella siempre le pareció que Diego me
miraba con otros ojos, que tanta mala hostia dirigida hacia mí no era normal. Yo no
estoy segura, pero en cualquier caso, les explico todo lo de ayer y la forma de tontear
tan descarada que tuvimos, porque no voy a quitarme responsabilidades.
—¿Que has hecho qué? —pregunta Amelia con los ojos de par en par.
—¿De verdad te has tatuado el culo entero? ¿Pero a ti que te pasa en la cabeza,
joder? —exclama Esme enfadada.
—¡Claro que es lo importante! Te has hecho una barbaridad que vas a tener de
por vida y…
233
—A ver, tanto como relación… —digo yo.
—Fóllatelo, está súper bueno —dice Amelia y yo me río porque esta, de entre
todas, es la más modosita y tal, ¿sabes?
—¿Qué pasa con él? —Esme me mira con el ceño fruncido y noto que Sara y
Amelia están igual.
—Sí, pero tú misma has reconocido que Einar no era el amor de tu vida ni de
lejos —dice Sara— y que él piensa lo mismo. ¿Por qué debería enfadarse? No es lógico.
Además los hombres para estas cosas son menos rencorosos que las mujeres.
—Eso es verdad, nosotras somos más perras con eso de compartir ex novios —
dice Esme.
Llego al barrio del piso de los chicos y aparco dónde Cristo perdió la zapatilla,
con lo que me toca dar un paseo con el frío que hace. Me aprieto la chaqueta y camino
a paso rápido pero cuando paso por un quiosco no puedo evitar pararme y comprar
un par de euros de tiras de regaliz. A Diego le encantan estas mierdas, de verdad, o
está comiendo chicles de regaliz, o mascando estas cosas. Yo no entiendo qué tienen
para que le enganchen tanto, pero teniendo en cuenta que estamos en tregua y él se ha
portado bastante bien conmigo desde hace tiempo, puedo gastarme un par de euros.
Qué menos.
—He llegado hace nada —me dice mientras me hace pasar—. ¿Esperas a que me
duche y ahora pedimos algo?
234
Se pierde por el pasillo y me deja en el salón con el corazón un poquito más
acelerado de la cuenta.
¿Nate no está? Eso lo cambia todo, desde luego, porque si Nate no está, yo voy a
tener mucho más difícil lo de resistirme, claro que tampoco es que quiera resistirme,
y… y yo que sé. Entro en el salón y miro en derredor, dándome cuenta de que hasta
hace nada yo entraba aquí como la novia de Einar, y ahora él está en otro país y yo
tonteo con su amigo, ese al que hace meses odiaba a muerte. Al final va a ser verdad
eso de que el karma lo devuelve todo y a mí me va a dar en la boca pero a base de bien.
Me acerco y puedo ver la torre de Pisa, las góndolas en los canales venecianos, la
catedral de Milán, panorámicas de Florencia y Roma y en una esquina la casa de
Julieta, en Verona. Imposible no reconocerla cuando el personaje de la obra de
Shakespeare ha sido de mis favoritos desde que supe que la protagonista se llamaba
como yo. O bueno, yo me llamo como la protagonista. Desde entonces ha sido una de
mis obras predilectas. Para que veas, lo mismo me tatúo dibujos en el culo que leo a
Shakespeare.
235
—Es muy original. ¿Has estado en todos estos sitios?
—Sí, pasé mi niñez yendo a Italia siempre que se podía. Mi padre se empeñó en
mantener viva nuestra procedencia y se esforzó para que amaramos su país como si
fuera nuestro.
—Bueno, tus padres son italianos, así que un poco tuyo sí que es —digo—. Yo de
pequeña solo iba a campamentos en los que pasaba más tiempo castigada que otra
cosa.
—Lo vi de camino aquí y pensé que te gustaría. Siempre estás comiendo esas
cosas.
—Mejor todavía. —Se pierde de nuevo por el pasillo y cuando vuelve lo hace con
una caja pequeña
—. Toma.
—¿Y esto?
—Una tontería. —Abro la caja y me río al ver dos calcetines: uno es corto,
tobillero y negro, y el otro tiene rallas de colores y una oveja estampada en el
empeine—. Esto iba con el regalo —dice Diego poniendo ante mis ojos una tarjeta.
236
«Me gustas porque disfrutas con mierdas que no entiendo, pero me hacen reír».
—No pretendo que te pongas a berrear como una niñata, pero sí espero que te
haya encantado.
—Sí, claro. —Lo miro y sonrío—. Sabías que ibas a ganarme un poco con esto.
—En realidad pensaba si no sería posible que te lo pusieras con un jersey mío y
sin bragas debajo para rememorar aquella noche…
Diego me mira con los ojos un poco abiertos por la sorpresa, suelta una
carcajada seca y alza las manos.
—¿Y bien? —pregunto en modo diva—. ¿A que se te ha puesto como para partir
nueces?
237
—Me has ganado, esa me la apunto. —Me siento a su lado y cojo la mantita, igual
que la otra vez—.
—¿Chino? —Asiento y saca su móvil para llamar y hacer el pedido. Cuando acaba
vuelve a mirarme y tira de uno de los dedos de mis pies, que asoman un poco por
debajo de la manta—. ¿Cómo va ese tatu?
—¿Puedo ver?
—No.
Me río y le doy una patada mientras nos ponemos a hablar de su día y me cuenta
que se ha pasado la mañana cocinando con su madre. También me habla de lo
aburrido que le resulta estar en la comisaria, cuando en realidad le gusta patrullar,
pero que no siempre se puede, y después yo le cuento que Sara ya tiene vestido de
novia y que la tarde ha dado para mucho, pero al final, como siempre, mis hermanas
me han venido un poco largas. También le hablo de Erin, la pelirroja, y de la clase de
vida que tiene.
—Es una mierda, pero lo más probable es que la cría acabe siguiendo los pasos
de su madre.
—Son estadísticas.
—Soy un gilipollas realista, Julieta. Veo demasiadas cosas a diario en las calles
como para dejarme engañar por fantasías.
—¿Confiar en la fuerza interior de una cría para sobrevivir y salir de eso es una
fantasía?
238
—Confiar en que esa cría consiga los medios para salir de esa mierda de vida, es
una fantasía. No dudo de su fuerza, pero por desgracia la vida es muy jodida para esa
gente. No pienses en ella como en una niña de quince años, porque te aseguro que es
probable que haya visto más mierda de la que verás tú nunca, si es que tu vida no se
tuerce.
Eso me cierra la boca, porque aunque me moleste tiene razón, pero es que no
puedo pensar en ella sin imaginarla indefensa y, espero por su bien, por el de mi
hermana y hasta por el mío, que la vida no se le tuerza demasiado ahora que está en la
edad más difícil.
—Tienes razón —digo con la boca pequeña—. Pero me duele, por ella y por mi
hermana, porque está muy implicada.
Diego vuelve a pellizcar mis dedos por debajo de la manta y los masajea un poco.
—Dile a tu hermana que me diga por dónde se mueve e intentaré echarle un ojo
de vez en cuando. Y
239
26
El resto de la noche en casa de Diego es rara, la verdad. Al final vemos una peli
en su portátil porque en la tele no conseguimos dar con algo que nos guste a los dos.
Una parte de mí está tensa, pero a la vez, cómoda. La sensación de que no hay ningún
otro sitio en el que prefiera estar ahora mismo me embarga y, aunque debería
asustarme, no lo hace. No tengo miedo, no me avergüenza reconocer que me siento
atraída por Diego desde hace mucho y, si antes me lo negaba, por tener pareja, ahora
que al parecer tengo el camino libre no puedo menos que reconocer lo que siento. No
tengo miedo, ni vergüenza, pero sí me siento mala persona y es un sentimiento del que
no consigo librarme, por más que me gustaría.
Cuando la peli acaba Diego me insiste en que me quede a dormir, aunque sea en
la cama de Einar, pero eso sí que me parece de mal gusto así que me niego, me vuelvo
a poner mi ropa y me voy a casa en mi corsita, que para eso lo tengo. Cuando llego me
pongo el jersey que robé en su día a mi hermano y vuelvo a quitarme la ropa interior
porque el tatuaje sigue picando. Te parecerá una tontería, pero el perfume de mi
hermano, que tanto me ha gustado toda la vida, ya no me resulta tan bueno como el de
cierto jersey negro que me está todavía más grande que este, porque mi hermano está
fuerte, pero Diego le gana en altura. Diego en altura gana a todo el mundo, hasta a
Einar y mira que el vikingo ya es grande.
Me duermo pensando, no por primera vez, en cómo sería enredar mis piernas,
cortísimas en comparación con las suyas, en su cuerpo. Lo bueno de los sueños es que
no me hacen sentir culpable y cuando me despierto he dado cuenta del poli hasta
dejarlo medio en coma del gusto. Soy una máquina sexual.
El día se me pasa entre hacer la colada, obligada por mi padre, ir a la compra con
Alex y tomarme un café en el bar de Paco mientras hago amistades con Campofrío, que
es el perro de gusto exquisito que se niega a abandonar la puerta del bar. Lo he
240
bautizado así porque es lo único que quiere comer, y porque no soy muy buena
pensando nombres.
—Pues esta noche da lluvia —le digo a Alex—. Igual deberíamos llevárnoslo a
casa, que Paco ya sabemos que no lo va a meter a cubierto.
—Uno más no se nota, es como las zorras con las que sales, que una más que
menos no marca la diferencia.
Alex me mira mal, muy mal, pero a mí me la sopla porque es verdad que tiene un
gusto de mierda para las mujeres. Si quiere que respete esa parcela de su vida, que
deje de salir con tías con la inteligencia del tamaño de sus pezones. Insisto un poco
más pero claro, ya le he tocado los huevos y ahora sí que se niega. En el fondo si
viniéramos en mi coche no rogaría tanto; lo cogería y santas pascuas, pero como
venimos en el suyo me tengo que aguantar. Eso sí, en cuanto abandonamos el local de
Paco y veo a Campofrío mirarme con ojos tristes y desalmados saco el móvil y le
mando un mensaje a Amelia con una foto suya.
Yo: No tiene dónde pasar la noche, se prevé lluvia y tu hermano se niega a que lo
acojamos.
Sonrío con un poquito de maldad y me monto en el coche con Alex. Dos horas
después Amelia llega con el perro en brazos, Alex monta en cólera y me grita de todo,
mi padre le grita que no me grite, Sara le grita a mi padre que se calme, Esme da un
portazo y se encierra en su habitación, harta de los circos que montamos en casa y yo
solo puedo pensar en lo que me pica el culete. En eso y en que hoy no he sabido nada
del poli.
Sé que hoy tenía mucho trabajo y que ahora estará en el restaurante sirviendo
mesas, pero aun así le hago otra foto al perrito cuando ya estamos los dos en mi cuarto
–de donde Campofrío no puede salir por orden expresa de mi padre, que solo ha
permitido que se quede con esa condición– y se la mando a Diego con el mensaje:
«Mira, tu hermano gemelo». No es muy maduro, pero es que quiero saber algo de él y
esto es lo primero que se me ocurre. Cuando me llega una foto con un trozo de masa
convertido en un capirote de bruja y un dedo suyo haciendo un gesto obsceno para
dejarme claro lo que piensa me entra tal risa que hasta Campofrío se asusta.
No hablamos más, la verdad, porque estoy cansada y sé que él anda liado así que
me acuesto y espero que el perro no decida subirse a la cama y se limite a la alfombra,
porque está bastante sucio. No tengo suerte y a las cuatro de la mañana noto su pelo
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rizado en el costado. Y está sucio, sí, pero es tan mono que no me quejo, porque
además hay tormenta y el pobre debe estar asustado.
Cuando despierto cambio las sabanas que están llenitas de barro, baño a
Campofrío, que monta el drama del siglo y después me ducho yo. Cuando acabo e
intento acercarme a él me gruñe de mala manera.
—Hay que ver lo poco agradecido que eres, Campo, encima de que lo hace una
por tu bien. Venga, vamos al cuarto de Alex a ponerte perfume para que huelas rico.
—¿Ese no será mi perfume? —pregunta con la mochila del trabajo ya colgada del
hombro—. ¡Me
—Bueno lo de caro es relativo, ¿eh? Que tampoco tienes que donar un riñón para
comprarlo.
—¡Hombre! Ya te echaba yo de menos. Pasa anda, que voy a ver qué tengo por
ahí para ti.
Ay, qué afortunado es ese chucho en el fondo, de verdad. A este paso será la
mascota oficial de Sin Mar. Abro la tienda y me encuentro con que en el suelo hay un
sobre con mi nombre. No me hace falta saber quién lo envía porque ya reconozco esa
letra. Lo abro y me encuentro con la foto de la casa de Julieta, esa misma que vi en el
cabecero de su cama.
«Me gusta mirarte cuando descubres que algo te gusta, como el cabecero de mi
cama. Esta noche tú, yo y la peli de Romeo y Julieta. Te dejaré fantasear en alto con
Dicaprio sin quejarme».
Me río, saco el móvil y confirmo la cita. Él contesta bastante más tarde pero no
dice nada especial, aparte de que tiene ganas de que llegue la noche. Y yo también
242
tengo ganas, muchas, pero por otro lado está este estúpido sentimiento que no me
deja respirar a ratos. Decido que lo mejor que puedo hacer es atajar el problema de
raíz así que conecto el Skype del móvil y llamo a Einar. Me cuesta cuatro llamadas que
lo coja y cuando lo hace tiene los ojos hinchados y cara de sueño.
Einar resopla porque los sobresaltos para despertarse de nunca le han gustado.
Se sienta en la cama y se restriega los ojos antes de volver a mirar a la pantalla de su
móvil.
—¡No!
Vale, en eso tiene razón, pero como no quiero desviar el tema central de la
llamada me pongo a contarle todo lo acontecido con Diego. Y cuando digo que se lo
cuento todo, es todo, incluido el sueño erótico que tuve con él mientras dormía a su
lado aquella primera noche que compartimos helado y cervezas.
—Pero es tu amigo. ¿No hay una especie de código que impide que ahora me líe
con él?
243
Einar vuelve a resoplar, coge aire y sonríe, porque este hombre sonreiría aunque
le dijeran que el mundo está empezando a irse a la mierda por su calle y tiene que
desalojar. Es así de natural.
—No soy tonto. Yo sé cómo lo mirabas, Juli: eras tú la que no se daba cuenta.
—¿No te molestaba?
—Ya…
—Si tienes que estar con alguien que no sea yo, no puedo pensar en otro mejor
que Diego.
Y así es como el vikingo me deja sin palabras, una vez más. No es normal el
corazón que tiene este hombre, es todo ternura y bondad y aunque aún me siento mal
porque una pequeña parte de mí sigue pensando que todo esto no es correcto, la
verdad es que me quedo mucho más tranquila después de conversar con él. Antes de
colgar le aconsejo levantarse y hacer tortitas o cosas de esas que hacen los yanquis de
madrugada, porque no es normal los desayunos que se montan, al menos en las pelis.
Yo por mi parte me pongo a divagar, trabajar y hacer el tonto hasta que llega la noche
y voy al piso de Diego.
Cuando llego me encuentro con que Nate sí está hoy en casa y aunque me alegra
saludarlo, me decepciona un poco saber que Diego y yo no estaremos solos. Cenamos
pizza que hay del restaurante en el salón y hablamos de lo mucho que odia Nate las
guardias, o de que Diego tiene un tendón molestándole en el brazo desde hace días.
Cosas normales de amigos y la verdad es que me siento bastante cómoda con ellos,
pero cuando acabamos de cenar Diego agarra mi mano y me guía hacia la habitación.
—Podemos ver la peli aquí —dice señalando la enorme tele que hay colgada de
la pared.
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Tanto que los chicos han tenido que pararme los pies para que partiéramos los
trozos en porciones iguales. Yo es que soy pequeña de cuerpo, pero manejo el hambre
de un oso después de hibernar.
—Estoy tan llena que si me meto los dedos en la boca seguro que noto el
pepperoni en las amígdalas.
—Qué asco, joder —dice él mientras abre el armario y saca el famoso jersey
negro. Me lo tira y después me pone en los pies de la cama las parejas de los calcetines
del otro día—. Tu uniforme.
—Pues entonces yo quiero que tú te pongas el uniforme de poli, pero ese del
chaleco así en plan antidisturbios, que me pone tonta.
—Estarás flipando —le digo—. Por fin me tienes en tu cama. Un sueño hecho
realidad.
Diego se ríe entre dientes, tira de mí hasta pegarme por completo a su cuerpo y
pellizca mi nariz antes de hablar.
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una vez. Y así, bien pegaditos y con su mano acariciando la mía, como si fuéramos dos
niñatos en época de celo, vemos la peli. Me paso hora y pico sin enterarme de los
diálogos porque es que Leo de joven tenía un meneo importante, y cuando me doy
cuenta miro a mi lado, a Diego, que está cansado y se le nota en la postura relajada, en
la tranquilidad de su cuerpo y en los ronquidos que da. Le doy un pellizco en el
costado y consigo que entreabra los ojos.
—Menos mal que me he puesto braguitas, porque estoy tan tontorrona que te
habría dejado una firma a base de fluidos en las sábanas.
Eso consigue despejarlo y estoy tentada de reírme. Ah, qué previsibles son los
tíos.
—Si quieres podemos aprovechar esos fluidos. Estaría feo no hacerles caso,
pobrecitos, ya que han salido por voluntad propia…
—No me voy a acostar contigo, Diego —susurro cuando una de sus manazas se
ha posado en mi muslo y empiezo a temer por mi seguridad cardiaca.
—¿No?
—No.
—Porque es muy pronto y hace nada que yo estaba con tu mejor amigo —Diego
gruñe, de forma literal y yo sonrío—. ¿Qué?
—Pero hace poco que estoy soltera y… —Una mano de Diego se posa en mi culo
y me aprieta contra él, poniéndome de lado y haciendo que note las inmensas ganas
que tiene de acabar con esta tensión sexual—. Todavía no —susurro con un hilo de
voz antes de gemir cuando él muerde mi cuello.
—¿Segura?
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—No, pero de todas formas vas a respetarme.
—Está bien.
—¿Está bien? ¿No vas a insistir? —Se retira el antebrazo y me mira alzando las
cejas, como si me preguntara si es eso lo que quiero—. Solo me sorprende que te
retires con tanta facilidad.
—Quiero que nos acostemos, pero cuando los dos estemos seguros. No quiero
que acabemos y te vistas arrepentida de esto, o pensando en tonterías.
—¿Por qué?
247
Vuelvo a pegarme a su cuerpo para darle calor y dejo un beso distraído en su
pecho mientras él me rodea con uno de sus brazos.
Diego no contesta, pero noto su sonrisa en mi pelo. Nos quedamos así un ratito,
disfrutando del calor del otro y cuando ya ha pasado un tiempo y estoy a punto de
dormirme lo oigo.
—No. No la conocí, así que es imposible. Alguna vez he echado de menos tener
una madre, pero no la mía en concreto. Supongo que echaba de menos la figura
maternal en sí. Aunque a veces me pregunto cómo era, o si estará contenta de ver que
al final nos hemos hecho adultos los cuatro y no nos hemos matado por el camino.
Diego ríe y vuelve a besar mi pelo antes de acariciar mi espalda entera con su
mano.
Un segundo después tengo sus dos manazas en mi culo y me río, porque esta es
una manera muy tonta de calentarnos para no hacer nada. Ya sé que igual debería
dejarme llevar, pero después de todo lo que hemos pasado, al poli va a costarle más
que un par de monerías meterse entre mis piernas.
—Tu boca. Tu boca en la mía y mis manos en tu culo, y te juro que si me toca
morir esta noche lo haré feliz.
248
Me río y lo beso por primera vez con tanta brusquedad que me hago daño. Diego
se queja pero no se despega de mí. Por el contrario, me gira dejándome sobre el
colchón y, aunque ha dicho que no quiere quitar las manos de mi culo lo hace, pero
solo para sujetarse sobre el colchón y no aplastarme cuando se cuela entre mis
piernas y me besa de mala manera, o buena, según se vea, porque Diego besa con un
hambre que me fascina; como si tuviese un tiempo limitado para darme su boca y
luego fuesen a quitarnos el derecho de seguir haciéndolo. Así besa Diego Corleone y te
prometo que estoy muy tentada de perder la razón por él y dejarme arrastrar hacia
una noche de placer.
—Mira que te gusta exagerar. Anda, ve a darte una ducha si quieres y así
aprovechas para relajarte.
Y atención, porque él se levanta y se va. ¡Se va de verdad! Yo flipo con este tío. Lo
sigo y entro en el baño sabiendo que por la cortina no podré ver nada.
—¿Quieres acompañarme?
—Pues sí.
—Menudo cerdo.
—No pretenderás que duerma con la erección del siglo, ¿no? —no contesto,
porque estoy enfadada y él se ríe—. Cuando acabe puedes usar el teléfono de la ducha,
ya sabes…
Le tiro el bote de jabón de manos que hay sobre el lavabo y salgo con una sonrisa
cuando lo oigo maldecir. Así por lo menos se me baja un poco el cabreo. A ver, que no
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es que me moleste demasiado lo que está haciendo, creo que más que eso me da rabia
ser tan tiquismiquis y no poder ceder hoy a lo que el cuerpo me está pidiendo desde
hace mucho, pero es que una parte de mí sigue empeñada en que lo mejor es aguantar
esta tensión, en parte porque así también sabré cómo nos manejamos Diego y yo en
este ámbito. Si somos explosivos como amigos, me imagino que como amantes lo
seremos más y la verdad es que me da un poco de miedo que acabemos matándonos
vivos antes de echar el primer polvo.
Me río de buena gana, porque es un idiota por decirme que ronco, pero es un
idiota monísimo y porque esto de las notas empieza a crearme una seria adicción.
Estoy llegando al punto de esperarlas cada día y no sé si eso es bueno, sano o
prudente.
Me lavo los dientes poniendo pasta de dientes en mis dedos, hago una foto al
espejo y después lo limpio como puedo con el alcohol del botiquín y voy a la cocina,
donde me sirvo un enorme tazón de cereales. Entre una cosa y otra cuando llego a Sin
Mar ya es casi mediodía así que voy directa a casa, donde mis hermanas y Sara me
montan un interrogatorio alucinante en cuanto consiguen acorralarme. Les cuento lo
ocurrido y Esme me dice que soy idiota por no acostarme ya con él si es lo que quiero,
Amelia me anima a seguir a mi corazón y Sara me felicita por tener tanta fuerza de
voluntad. De las notas no digo nada, porque de alguna manera siento que es algo
demasiado íntimo, demasiado nuestro y de nadie más.
250
Por la tarde cuando llego a la tienda Paco me avisa de que tiene algo para mí.
—Lo ha dejado el poli ese que ronda por la urbanización de vez en cuando. ¿No
era novio de Susanita?
—No, Paco, no. A ver si te estás al día con las noticias, que Diego a Lerdisusi ya
no la toca ni con un palo.
—Y yo que sé, si es que los jóvenes estáis todo el día con líos y cambios y cosas
que no entiendo.
Abro la bolsa y cuando veo la lata de coca cola y un bocata envuelto en papel de
aluminio sonrío de forma automática y busco la nota, porque tiene que haber nota. No
la encuentro así que abro el bocata y ahí está, el chocolate entre el pan y la nota justo
encima.
«Me gustas cuando muerdes y besas mi boca como si nos fueran a quitar el tiempo
juntos de un momento a otro»
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27
Los días pasan tan rápido que no tengo mucho tiempo para asimilar todos los
cambios de mi vida cotidiana. Antes de darme cuenta estamos a mediados de febrero,
en concreto en el sábado que inauguro la tienda. Estos días han sido una completa
locura, Diego y yo nos hemos visto a diario pero sin cama de por medio. Él ha venido a
la tienda a echarme una mano en los pocos ratos libres que ha encontrado y yo he
estado en el restaurante comiendo un par de veces. No ha habido tiempo para más que
un par de besos robados y algún magreo tonto en la tienda que solo ha servido para
recalentarnos más. Ahora mismo está trabajando de poli porque ha cambiado el turno
para tener la tarde libre y además, esta noche es todo mío, porque tampoco va a
trabajar en el restaurante. Estoy feliz, porque por lo general trabaja tanto y tiene
tantas cosas que hacer siempre que el tiempo del que disponemos para estar juntos es
más bien poco. Nuestra relación sigue sin ser clara: nos restregamos y morreamos
como monos en celo a la mínima oportunidad pero ni él habla de sentimientos, ni,
desde luego, yo inicio la conversación. Einar dice que tengo miedo de abrirme en canal
y resultar herida, y yo creo que Einar debería haber hecho psicología porque hay que
ver la paciencia que tiene, dado que cuando hemos hablado o era muy tarde y estaba a
punto de irse a dormir, o estaba dormido y yo lo despertaba. Soy un grano en el culo,
si yo lo sé, pero me salen dudas de urgencia vital y él prometió que mantendríamos el
contacto, así que ahora no puede echarse atrás. De ser mi consejero sentimental no
dijo nada, pero Einar me conoce, sabe cómo funciona mi mente muchas veces mejor
que yo misma y además es uno de los mejores amigos de Diego, lo que lo convierte en
la persona idónea para darme consejos. No sé si Diego por su lado también lo llama a
horas intempestivas para dar el coñazo, creo que no, porque el poli está muy seguro
de sí mismo así que estará convencido de que me tiene en el bote. Y lo peor no es eso,
no, lo peor es que es probable que tenga razón.
Para empezar, las notas han seguido, igual que los regalos. Ayer sin ir más lejos
llegó a casa un paquetito con cinco pintauñas de colores diferentes y una nota que
decía que le encantaba que me pintara cada uña de un color. Hace unos días me hizo ir
al restaurante para cenar, aunque él trabajaba. Me sentó en la mesa de la esquina que
solemos usar ahora siempre que vamos los dos y me sirvió la cena como si yo fuera
una condesa podrida en billetes y él mi mayordomo. A la hora del postre me trajo un
trozo de tarta con las figuras de azúcar de Emily y Víctor encima. Salté de la silla y allí,
delante del resto de clientes, los camareros, su padre y Dios le metí la lengua hasta la
campanilla, y con lo altísimo que es imagina cómo sería mi salto. El pobre flipó un
poco con mi efusividad, pero ya se va acostumbrando a mí. O bueno, no, no se
acostumbra pero se aguanta, que es todavía mejor.
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Te puedes hacer una idea con lo que te he contado de la tónica que está tomando
esta relación, o «no relación». Él se porta como un amor disfrazado de chulo gilipollas
y yo me porto como… bueno, pues como siempre, pero justo eso es lo que hace que
todo sea tan genial. Sigo siendo desmedida, reaccionando de forma exagerada y
diciendo todas las barbaridades que se me ocurren y él las acepta, aunque a ratos no
las comparta. Me hace sentir tan bien que me da un poco de miedo, porque estoy
sintiendo cosas que no debería sentir; cosas que quizá ya sentía pero camuflé de odio
hacia él y ahora intentan quitarse esa falsa capa protectora y relucir como quieren. El
problema es que no sé si en algún momento él piensa en mí de esa forma, o solo soy
un polvo que está deseando echar. Por un lado pienso que no se esforzaría tanto solo
para tener sexo; no soy tonta y Diego eso podría tenerlo con cualquiera, pero por
otro… no sé, la verdad es que a ratos pienso que es probable que esté tan
entusiasmado con la idea de meterse entre mis piernas porque soy un reto y porque,
si nuestras discusiones ya son la bomba, cuando nos acostemos juntos será genial, o
eso intuimos. ¿Pero qué pasará después del primer polvo?
Hay una parte de mí, rastrera y autocompasiva, que piensa que solo quiere saber
cómo es acostarse con una tía rara, pero luego me recompongo y recuerdo que a mí lo
de ir de pollo Calimero no me va nada, así que más me vale darme el valor que tengo,
que es mucho, y seguir adelante sin pensar chorradas. Ahora mismo lo principal es
llegar al sexo, después de eso ya veremos.
Y como premio por lo bien que he organizado todo lo de la tienda y lo mucho que
he trabajado he decidido que de este finde no pasa. Esta noche cuando cierre
podremos ir a su piso y hacer cosas impropias de señoritas de buen nombre hasta que
el cuerpo no nos dé más. Y y te juro que no sé si estoy más emocionada por eso o por
la apertura. Además a él no le he dicho que pienso romper de una vez la norma del
«No sexo», claro que al quedarse libre toda la noche de sábado, esperará estar
conmigo, digo yo.
—¿Qué te vas a poner esta noche al final? —me pregunta Esme mientras entra
en mi dormitorio, donde estoy reflexionando acerca de todo esto como una gran
pensadora.
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—Eso. —Señalo lo que hay encima de la silla de la esquina—. ¿Te gusta?
—Guau, alguien tiene ganas de levantar… —Esme me mira mal y sonrío con aire
inocente—. De levantar pasiones, hermanita, qué mal pensada eres.
—No, ya sabes que solo me lo suelto a veces en casa. Es más formal recogido.
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—Esmeralda, joder, tienes una melena increíble y es la inauguración de mi
tienda, no un acto real.
—Las dos cosas —admito—. Por cierto, Diego me ha contado una cosa que no sé
si contarle a Amelia.
—¿Qué pasa?
—Ajá.
—Pues al parecer el angelito se junta con la peor calaña del barrio. Bueno, no la
peor, porque son unos niñatos, pero llevan camino de ser dignos sucesores de sus
padres. Diego la ha visto fumar pero cuando se acercó salieron todos corriendo.
—Ya, ya, a ver, digo que es normal que corrieran. De todas formas fumar a los
quince en un barrio como ese es lo de menos.
—Oh. —Esmeralda suspira y expulsa el aire con lentitud, pensando qué decir—.
Eso es peor.
—Sí, bastante peor, pero no es seguro y ya sabes cómo se pone Amelia con todos
los chicos en general y con esta chica en particular.
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—Ya, por eso. Mira —dice al final—, deja que pase la inauguración y luego ya
veremos, ¿de acuerdo? No vamos a amargarle la noche.
Asiento porque mi hermana tiene razón. Sea lo que sea lo que ocurre con la
pelirroja no va a cambiar por contárselo a Amelia así que puedo esperar a hacerlo
mañana o pasado con calma y que ella intente hablar con la chica o lo que sea que
haga en estos casos.
El día pasa rápido, Diego me llama un par de veces para preguntarme si estoy
nerviosa y la verdad es que aunque juro y perjuro que no, sí que lo estoy. En la
inauguración va a estar toda la urbanización, hasta Lerdisusi y su familia, que los he
invitado porque, según mi padre, tenemos que demostrar que nosotros tenemos la
educación que a ellos les falta. Yo creo que me podría haber ahorrado la invitación y
me hubiese dado igual lo que dijeran, pero me callo porque no me gusta estar a malas
con mi padre. Solo espero que no rompa nada porque si lo hace se traga hasta el
último bote de sangre falsa que haya. Y
—Como Lerdisusi me diga algo se come el tacón —digo mientras vamos camino
de la tienda.
—Exacto —sigue Esme—. Se supone que tienes que convencer a Sin Mar de que
ahora eres una empresaria seria. —Todos se ríen pero yo no le veo la gracia al asunto.
—Si te molesta, dímelo y así salimos a tomar el aire o algo. —Se ofrece Amelia.
—Desde luego, que tú debiste quedarte con todos los genes buenos de la familia
—le contesto—, porque estos son todos unos cabrones.
Y así, con esta alegría tan característica nuestra llegamos a mi tienda, donde ya
esperan varios invitados. Paco está un poco enfurruñado porque no ha hecho el
catering, pero es que quería que se encargaran Gio y Teresa, porque hacen unas mini
pizzas de chuparse los dedos, entre otras cosas. A Paco le he prometido desayunar
cada día en su bar durante dos meses y así se ha contentado, porque es un empresario
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después de todo y porque sus sentimientos son muy firmes hasta que alguien le ofrece
la posibilidad de ganar dinero. Ahí ya se le olvida todo.
—Buenas noches —digo a todos, pero mirando a sus padres—. Espero que os
guste la tienda y disfrutéis del catering.
—Si por catering te refieres a estos trozos de pizza y los embutidos rancios
estamos soportándolo, que ya es más de lo esperado —dice Lerdisusi antes de que su
padre carraspee para ocultar una risa.
—No seas mala, cariño. ¿No ves que Julieta ya estará bastante nerviosa pensando
en lo que nos parece su… esto?
—Julieta, mi vida, ven —dice mi padre interviniendo justo a tiempo. Yo creo que
tenía la oreja pegada por si la cosa se desmadraba—. Vamos a saludar a Conchi, que te
quiere preguntar por las arañas de pega para sus nietos.
—Lo has hecho muy bien —me dice mi padre besando mi frente.
—Que sí, que ya lo sé. —Miro en derredor buscando a Diego muy a mi pesar,
porque odio sentir que le necesito, pero él no está.
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Lo miro a los ojos y me doy cuenta de que parecen amables, como siempre, pero
tienen un brillo de algo que interpreto como preocupación.
—Un día vas a tener que contarme lo que ocurre, lo sabes, ¿verdad?
Pongo los ojos en blanco porque la excusa ha sido pésima, pero se lo lleva lejos
de mí que es lo que importa. Miro de nuevo por toda la tienda y veo a Alex inflándose a
canapés mientras Lerdisusi intenta
acercarse y él se aleja. Se aleja de manera literal, vamos, que cada paso que ella
da en su dirección, él lo da hacia el fondo de la mesa. A este ritmo termina en la calle,
pero valoro que piense con la cabeza de arriba por una vez en su vida. Amelia está
hablando con Lolo mientras este gesticula un montón y le da toquecitos en el brazo
cuando habla. No hay nada que me dé más rabia que las personas que sienten la
necesidad de tocar mientras hablan. ¿Por qué lo hacen? Mira que yo soy rara y me
salto normas de protocolo, pero lo de estar dando toques a alguien mientras le hablas
es irritante a más no poder y ni siquiera yo lo hago. Busco a Esmeralda que cruza su
mirada con la mía antes de señalarme la puerta con la cabeza. Diego y Nate acaban de
llegar y les perdono la tardanza porque no se puede estar más buenos que ellos. El
poli trae un pantalón negro de traje y un jersey de cuello alto en gris con botones en el
lateral que me encanta y Nate ha optado por un traje de chaqueta en tono beige que le
sienta de muerte a su piel morena. Me acerco a ellos y los beso en las mejillas, lo que
hace que Diego me dedique una mueca extraña.
—Eso es distinto.
—¿Por qué?
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—Porque ahí fui yo la que se excedió y porque si tú saltas encima de mí me
matas.
—Pero mira que eres infantil… —Suspiro con cansancio, como si me costara la
vida hacer lo que me pide y lo guio con disimulo hasta el almacén—. Entra anda, pero
solo uno.
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28
Cuando Diego mete una mano por debajo de mi vestido, acaricia mi pierna
mientras sube y se agarra a mi culo me brota una risa, mitad de excitación y mitad de
vergüenza, porque yo siempre he tenido un problema con las medias, y es que se me
resbalan lo que no te imaginas, da igual que sean caras o baratas, de un material u
otro, brillo o mate; al final se me resbalan, así que desde hace años cuando uso vestido
llevo dos bragas, una debajo y otra encima de las medias. Además, es invierno, así que
llevar ciertas partes de mi anatomía abrigadas no me hace mal. Pensaba meterme en
el baño en cuanto llegáramos al piso y quitármelas para estar más sexi, claro, no
contaba yo con acabar empotrada en el almacén de la tienda pero ahora está hecho y
mira, así va asumiendo que cuando salga con vestido va a tener que quitarme las
bragas dos veces.
—Capullo. —Me río y lo alejo de mí con firmeza. Hoy además como llevo
taconazo lo tengo más fácil para mirarlo a los ojos, aunque aún tengo que mirar hacia
arriba—. Es porque no quiero que se resfríe.
—¿Eso quiere decir que no estás interesada en venir luego a mi piso a dormir sin
bragas?
—No. —Diego niega con la cabeza y sonríe mientras me levanta a pulso haciendo
que enrosque mis piernas en sus caderas—. Eso es muy, muy bueno.
Me lleva hacia una pared y mira si estoy concentrada en él que no te sabría decir
si es la del fondo o algún lateral del almacén. Solo sé que en cuanto noto que mi
espalda está apoyada abandono sus hombros, donde me he aferrado hasta el
momento y llevo mis manos a su cuello para apretarlo más contra mí. Me gusta tanto
que me bese que por un momento me imagino absorbiéndolo y tragándomelo de un
chupetón.
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—Tengo ganas… —jadea Diego apretando su erección contra mi centro—. Tengo
tantas ganas de follarte que cada hora que pasa y no estoy dentro de ti es un puto
suplicio.
Gimo por respuesta y aprieto mis piernas en base a su cuerpo, haciendo que su
respiración trastabille. No hace falta que le diga con palabras que yo estoy igual que él,
y creo que darle la sorpresa de que esta noche por fin lo haremos es innecesario
porque los dos hemos asumido que pasará, así que me limito a disfrutar del momento.
Oigo el murmullo de la gente, que está solo a una puerta de nosotros y por un
momento pienso en lo que pasaría si se dieran cuenta de que estoy aquí dentro
dándome el lote con Diego, pero la verdad es que si mi mente no funciona de manera
lógica en días buenos, ahora, que estoy en un estado de excitación máximo, menos. De
hecho es un milagro que consiga aguantar este calentón sin acabar la faena. Tengo la
teoría de que solo lo hago porque quitarme las sandalias, las dos bragas y las medias
daría tiempo suficiente a Diego de enfriarse y cortar la situación a tiempo. De hecho,
conociéndolo, que haya insistido en que quería un beso y que ahora estemos aquí
recalentándonos de mala manera es prueba suficiente de que está llegando al límite de
esta situación.
Y si nos vamos, ¿qué pasa? Ya, ya sé que estaría muy feo en mi inauguración,
pero es que te juro que tengo tan contenidas las ganas que ahora que he decidido
darles rienda suelta están desquiciadas. Meto la mano en su pelo y disfruto de la
sensación de acariciarlo mientras sus músculos se tensan más y más, y un poquito
más. Estoy a punto de decidir que sí, que nos vamos a largar de aquí en cuanto
podamos, cuando la puerta se abre de golpe y los dos salimos de nuestra excitación al
golpe de la voz más repelente del
mundo.
—Si ya sabía yo que teníais algo. Donde hay un cerdo tiene que haber un charco
de barro.
¿El charco de barro soy yo? Qué complicada es Lerdisusi, de verdad, con lo fácil
que habría sido llamarme zorra o algo más de andar por casa. Si es que se quiere
poner intelectual y no le sale, porque no lo es, pero no se entera.
—Fuera de aquí, Susana, nadie te ha invitado a esta fiesta —dice Diego sin
soltarme.
261
apetece nada que mi familia me vea con el vestido en las caderas, las dos bragas y las
medias a la vista.
—No me voy, no me da la gana y de hecho pienso hacer que todo el mundo vea lo
cabrón que eres y lo puta que es ella.
—Joder y yo que pensaba que la loca eras tú —masculla él cuando sale del
almacén y se pone a gritar como las locas que estamos aquí dentro echando un polvo.
Miro a hacia arriba, a su cara poniendo morritos y ojitos de lástima pero él está
nervioso y le entiendo, porque vamos a montar un espectáculo de aquí a nada. El
primero en aparecer es mi padre seguido de Sara y mis hermanos, que se arremolinan
en la puerta dándose empujones para entrar. Al final cuando lo consiguen cierran
como pueden y dejan a toda la urbanización fuera.
—¡Pero si no he hecho nada! —Mi familia se centra en Diego, que tiene la boca y
parte de la mandíbula manchada de mi pintalabios rojo—. Oh, por Dios, besarse no es
delito.
Me giro y beso su brazo dejando mis labios también marcados en su jersey. Pues
eso no va a ayudar con mi defensa, si es que hay algo que defender.
—Espera, espera, espera que aquí nadie ha dicho nada de salir —contesto yo a la
defensiva—.
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—Entonces, ¿qué? ¿Este se acuesta contigo y ni siquiera quiere ser tu novio? —
pregunta mi padre cabreado.
—Mejor cállate la boca, que ya sigo yo. —Miro a mi familia y tomo aire—. Diego
y yo vamos a acostarnos, pero no vamos a tener una relación. Fin de la explicación.
—Yo creo que a mí tampoco —dice Diego—. Me has hecho quedar como un
trozo de carne.
—Ya esta bien, ¿eh? ¡Me estáis estresando! —Mi hermana Esmeralda hace
amago de hablar y como sé que va a criticarme me cabreo—. No me digas ni media
palabra. ¡No quiero escuchar ni media palabra de ninguno de vosotros! Soy una mujer
adulta capaz de tomar mis propias decisiones, esta es mi jodida
fiesta, este mi jodido almacén y sobráis todos ahora mismo. ¡Fuera! —Acabo mi
diatriba y los miro muy seria pero ninguno hace amargo de moverse—. Bueno, pues
me voy yo. Anda y que os den por el sereno.
Me dirijo hacia la puerta bastante indignada, tanto como para no pensar que
fuera está toda la urbanización esperando captar algo de lo ocurrido. Abro, salgo y
fíjate si están atentos que hasta han quitado la música y parece que estuvieran en un
velatorio, y todo para enterarse de lo que hablábamos.
Lo de esta gente es para flipar. Estoy por mandarlos a la mierda cuando noto que
me sujetan la mano.
Miro a mi lado esperando ver a Amelia, porque lo lógico es que ella me siga para
calmarme siempre, pero es Diego el que me la aprieta mientras me mira con
intensidad.
—No tienes que decir ni media palabra. No le debemos nada a nadie, Julieta.
Estoy tan habituada a que me diga «pequeña bruja» o todas sus variedades que
oír mi nombre de sus labios me hace sentir extraña. Extraña y… bien. Diego no se ha
molestado en limpiarse la boca y mi pintalabios todavía la adorna, así que imagino que
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mi propia boca estará hecha un desastre con borrones sin pintar y, por un momento,
me da por pensar que somos un puzle y él tiene la pieza que a mí me falta.
Bajo presión me vuelvo muy loca, y muy moñas también, pero lo que de verdad
importa es que no le falta razón. Todas estas personas conforman mi día a día; me han
visto crecer y me conocen mejor que nadie y aun así, me juzgan antes de tiempo.
Nosotros no íbamos a acabar echando un polvo en el almacén, entre otras cosas
porque Diego se habría cortado a tiempo. Entiendo que piensen que yo sí sería capaz,
pero no entiendo la indignación que brilla en los ojos de algunos.
—Curioso que lo digas tú, que me hiciste saber varias veces que estarías
dispuesta a tragarte las babas de tu propia hermana, no solo de mi boca…
Miro a Diego con los ojos de par en par. ¿Desde cuándo el poli es capaz de echar
tanto veneno por la boca? ¿Y es verdad que Irene ha intentado acostarse con él?
¿Cuándo?
—Chicas. —Jacobo, el padre, las mira con dureza—. Creo que es hora de que nos
marchemos a casa.
—Yo no voy a ninguna parte hasta que esta hable —dice Lerdisusi mirando a su
hermana con un odio que me da miedo.
—Eso es mentira —dice Irene—. ¿A quién vas a creer? ¿A este, que te dejó para
irse con esa guarra, o a mí, que soy tu hermana?
264
aunque al parecer Diego no opina lo mismo. Hay que ver el poli cómo tira a dar
cuando se cabrea. Nota mental: no tocarle los huevos más que de forma literal y con
cariño.
Otra nota mental: quiero ver esos mensajes. No por celos, ojo, es solo por
curiosidad. Yo nunca he conocido a nadie que se insinúe así a su cuñado. Es un poco de
peli de porno cutre todo esto, la verdad.
Aun así eso debe convencer a Lerdisusi porque se agarra a los pelos de su
hermana dando un grito de guerra que me pone los vellitos como escarpias. Uy qué
sádica es esta chica, menos mal que sus padres se han metido en medio porque Irene a
este ritmo acaba en urgencias. Al final hasta Paco tiene que meterse a quitarle las
garras de encima a la pequeña de los Beltrán y a mí me da hasta un poco de pena,
porque se ve que es muy sueltecita pero no tan mala como Lerdisusi. Claro que le falta
experiencia en la vida y al ritmo que va en nada se ha hecho con la corona de reina de
la brujería.
Después del espectáculo de los Beltrán mi pequeño escarceo con Diego se queda
en una anécdota de nada y todo el mundo está tan entretenido criticando a los padres
de Lerdisusi e Irene por haberlas criado tan mal que los cuatrillizos pasamos
desapercibidos. Y te juro que pienso muy en serio que eso merece otra fiesta.
Al final las bebidas agotadas, las bandejas de comida vacías y el suelo llenito de
mierda me hacen intuir que por lo menos se han cebado bien, los mamones. Ahora
falta que desde el lunes empiecen a venir a comprar o tendré que ir vecino por vecino
soltando amenazas disfrazadas de advertencias y de verdad que no me apetece
mucho.
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Bueno, no pasará siempre que consigamos mantener este temperamento
nuestro a raya, que es algo que hoy por hoy no puedo asegurar, la verdad.
Miro hacia donde están él y Nate y sonrío, porque este último barre el suelo
mientras el poli echa en una gran bolsa de basura los vasos y bandejas.
—Dejad eso, anda —digo—. Mejor vamos al piso, que estoy agotada.
—¿Por quién nos tomas? —pregunto con indignación fingida. Nate eleva una
ceja y me echo a reír
Cierro la tienda, caminamos hacia el coche y cuando Nate abre la puerta le doy
un pellizco en el culo.
—¿Los afroamericanos tenéis el asunto igual que los africanos? Porque algunos
tienen extintores ahí
abajo. —Nate se echa a reír y Diego aprieta el volante con bastante fuerza.
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—Ya, pero hablando desde tu experiencia. ¿Tú dirías que superas la media? Y si
es así, ¿no te mareas cuando eso sube? Porque al final es sangre que baja de otros
lados.
Nate se parte de risa y me dice que no, que él no se marea. Yo le porfío para que
diga la verdad, porque no me lo creo y al final Diego se cabrea y me grita, yo le grito y
Nate nos grita a los dos porque le duele la cabeza.
—¿Y cuando te levantas por las mañana no te duele tener todo ese peso estirado
en el estómago? Te haces una abdominal vertical como te descuides.
Esta vez hasta Diego se ríe de buena gana, porque en el fondo soy un solazo de
graciosa y apañada, pero si lo que te interesa es saber la respuesta siento decirte que
no me contesta y me quedo con la duda.
—La duda ofende —susurro colando las manos bajo su jersey y acariciando con
mis uñas su abdomen duro y musculado—. ¿Listo para mí?
—Llevo listo casi desde la primera vez que te vi, pequeña bruja.
267
29
—Así, justo así estás perfecta —dice antes de abrir mis piernas y comenzar a dar
besos desde mi rodilla en dirección ascendente.
—Los aMagos no me sirven. Si sigues esa dirección, tienes que acabar lo que
empieces.
Bufo, porque está muy creído. Diego muerde mi muslo, llega a la unión de mis
piernas y me prueba arrancándome un gemido, derritiendo mis pensamientos y
plantándome una media sonrisa perenne en la cara. Ya no es que conozca la técnica,
que también, es que todo es tan pasional y a la vez sereno, que empiezo a sentir
ansiedad de la buena, de la que se arremolina en el estómago haciéndose un puño y
esperando el estallido final para brotar por el pecho y salir por la garganta en forma
de gemido o grito.
Su boca no se centra solo en mi sexo, viaja por mi pelvis, muerde mis costados y
besa mi ombligo mientras sus manos se aferran a la carne de mis muslos y mis ojos se
cierran, porque necesito centrarme en la anticipación del orgasmo que está a punto de
vencerme. Aquí, justo ahora, en la subida hacia el desenlace, dejo de ser la mujer que
todo el mundo conoce y me deshago en las manos de un hombre que no ha tocado
antes mi cuerpo, pero se aprende mis mejores puntos a la velocidad del rayo. Aquí ya
no hay más locura que el acto en sí, la inmadurez y las palabras desmedidas se han ido
y me he quedado a solas con él y conmigo, con mi yo sensible, tembloroso y ansioso.
Con mi parte dulce y vulnerable; una que no puedo mostrarle a él todavía. Y alzaré mis
muros, pero no ahora, no todavía. Un segundo, solo un segundo más disfrutando de
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esta sensación, de sus labios, de sus manos y la imagen de sus ojos casi negros
esperando mi vuelta mientras su barbilla se apoya bajo mi ombligo y una sonrisa
perezosa se abre paso en su boca.
Su voz es tensa, contenida y sé que una parte de él teme que salga con alguna
bravuconada, pero el orgasmo ha sido tan intenso que todavía no tengo algo que decir,
coherente o no. Por el contrario me siento y me atengo a eso de que si no tienes nada
inteligente que decir, lo mejor es callarse. Estoy encantada, él lo sabe y yo también así
que las palabras sobran.
oído, un cinturón que se desabrocha y un pantalón que cae. Juraría que solo he
pestañeado, pero los dos estamos desnudos y él me tumba, esta vez sí, en su cama.
Me arqueo como una gata satisfecha y sonrío en su boca mientras Diego provoca
cosquillas en mis costados y su erección acaricia mi estómago, mis costillas o mis
muslos, según se mueva, lo que me excita y acalora aún más.
No contesto, porque tiene razón y mi cuerpo está más que dispuesto para él.
Cuando por fin me penetra los dos gemimos en el oído del otro. Las mariposas no
están en mi estómago, pero sí en la parte baja de mi espalda, provocando escalofríos
cada vez que él empuja en mí y su voz ronca y gutural se cuela en mi interior casi tanto
como su sexo. Me agarro a su espalda, cierro los puños y más tarde pensaré en los
arañazos que estoy dejando en ella pero ahora no me importa nada más que sentir
este placer tan físico y primitivo.
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Esto es, con toda probabilidad, lo único que el ser humano ha hecho bien desde
el inicio de los tiempos.
Diego besa mis labios, gira en la cama y sale de mi cuerpo para sentarse y
arrastrarme hacia su regazo. Me encajo de nuevo en su erección, me aferro a sus
hombros y lo cabalgo como si no existiera un mañana, como si fueran a
desaparecernos las ganas de llegar al orgasmo si desacelero. Lo beso, porque mirarlo a
los ojos me puede, porque su boca está entreabierta y me llama como si fuera mi
golosina favorita. Muevo las caderas en círculos y así, de la nada, el orgasmo me visita
y exhalo su nombre sobre su boca antes de apretarlo a conciencia y arrastrarlo
conmigo. Él se tensa, mis manos resbalan de su cuerpo sudado y las suyas se agarran a
mi trasero estrujándolo con fuerza y apretándome contra él, como si aún no estuviera
lo bastante dentro de mí. En cuanto su suspiro de satisfacción resuena en la habitación
me dejo caer hacia atrás y, por suerte, solo mi cabeza cuelga por el borde de la cama.
Abro los ojos, miro parte del techo y la pared y me río un poco mientras intento
recobrar mi respiración.
Escucho la risa de Diego y cuando me alzo sobre mis codos lo veo tumbado sobre
el cabecero de la cama, con los ojos cerrados, una mano sobre sus abdominales, que
suben y bajan al ritmo de su respiración agitada y una sonrisa sexi a rabiar.
—Creo que te has quedado corta con eso… ¿Diez de diez? —Asiento, de acuerdo
con nuestra nota.
Él ríe y tira de mi pie para que me pegue a su cuerpo. Me arrastro como puedo
hacia arriba y me desplomo a su lado apoyando la mejilla en su hombro—. ¿Necesitas
algo?
270
—Buena polla, por cierto —digo ya que estoy pensando en ello.
—Lo sé.
Tampoco es como si yo fuese otra persona y estuviera fingiendo. No, yo soy así,
tal como me muestro, pero a veces mi lado moñas aflora y siento la necesidad de
abrazar, besar y hasta llorar sobre alguien para demostrar que ser como soy, no es
sinónimo de ser insensible. Ese alguien no puede ser Diego, está claro, nosotros nos
desafiamos demasiado como para que podamos hacer funcionar algo más que el sexo,
¡y qué sexo! Creo que los dos estamos seguros de ello, pero por si acaso saco el tema a
la palestra.
271
—¿Estás ya enamorado de mí? —Diego permanece con los ojos cerrados pero no
está dormido, lo sé—. Di, ¿te mueres ya de amor por mí?
—Hablo en serio.
—Y yo. —Sus ojos se abren y sonríe mientras me mira—. ¿Qué te pasa? ¿Ya te
has repuesto, quieres otro polvo y temes que te haga caer en mis redes para siempre?
—Bueno es saberlo.
—No es ninguna perorata, solo es…—No puedo acabar porque sus labios se
enredan en los míos.
272
Por la mañana me levanto con un hilillo de baba cayéndome por la comisura de
la boca y, de estar en casa, no me habría importado demasiado, pero soy muy
consciente de que Diego está a mi lado y solo espero que no se haya dado cuenta.
—Entre las babas y los ronquidos he tenido que toquetearte un poquito para
cerciorarme de que no eras un camionero, pequeña bruja —dice este con voz
soñolienta—, pero me perdonas, ¿verdad que sí?
Bufo, porque es un imbécil, pero en el fondo me ha hecho gracia que justo haya
dicho lo mismo que yo pensaba. Se ve que el sexo nos ha conectado los cerebros. O que
soy muy previsible, también puede ser.
Se levanta de la cama tan rápido que me entra la risa, aunque se me corta en seco
cuando aparece con una cosa medio amarilla, medio chamuscada, en un plato.
—Huevos revueltos.
Diego me mira muy serio durante unos segundos, coge la bandeja de mi regazo,
se da la vuelta y cuando aparece de nuevo en el cuarto lo hace con un paquete de
leche, una caja de cereales rellenos de chocolate y dos cucharas grandes.
—Dios, casi es mejor eso que los huevos —digo riéndome—. Primero cereales,
luego follar como monos.
273
—Será que Nate no ha visto tías en bolas antes.
—Te recuerdo que la noche que me pillaste aquí por primera vez en ropa
interior y con el condón usado de Einar, él también me vio.
—Hay que ver el mal humor que tienes. —Me tiro sobre su cuerpo y mordisqueo
su mandíbula mientras descubro que Diego es un hombre de muchas, muchas
cosquillas. No me cuesta ningún esfuerzo hacerlo reír de forma descontrolada y
cuando está rendido me siento sobre su estómago y poso las manos en sus
pectorales—. Da igual cuánta gente me vea desnuda, porque solo tú disfrutas de este
cuerpo.
—¿Es eso la promesa de que no lo harás con otros mientras estemos liados?
—Si es lo que necesitas, sí, pero esto no nos convierte en una pareja.
—Claro que no. Solo somos amigos que pasan tiempo juntos, se acuestan juntos
y no se tiran a nadie más.
—Justo así.
—Es del todo lógico. ¿Qué hacen las parejas, entonces? —pregunta— aparte de
eso que he dicho.
—Se vomitan arcoíris uno encima del otro y se dicen tonterías del tipo «Te
quiero». Y también se regalan mierdas por San Valentín.
—Pero no por San Valentín, ni por navidad. Ni ningún día de esos estipulados.
274
Diego sonríe, sube las manos y tira de mis pezones arrancándome un quejido un
poco falso, porque en el fondo me ha gustado.
—Vale, y ahora que las normas están puestas, dime qué planes tienes para el
domingo. —Mi cara debe ser respuesta suficiente porque se ríe y asiente antes de
girarme en la cama y dejarme bajo su cuerpo—. Justo los mismos que tenía yo.
275
30
Diego
Vuelvo a tocar el táctil de la pantalla de mi ordenador y hago otra llamada por
Skype a Einar. Llevo intentando hablar con él desde hace una hora y, vale que en
Nueva York es tarde, pero yo estoy aquí recién levantado, con el corazón acelerado y
una sensación de nauseas en la boca del estómago que amenaza con joderme el día a
base de bien. Cuando por fin lo coge tiene los ojos hinchados, el pelo revuelto y ni
siquiera se ha molestado en sentarse en la cama.
No voy a repetir lo que ha dicho, pero ha empezado por «Fuck». Einar toma aire
con profundidad y mira a la pantalla.
—¿Julieta?
—Pues sí.
—Que sí, que sí. El caso es que ayer estuvo todo el día trabajando en la tienda y
cuando cerró la acompañé para que acabara de hacerse el tatuaje.
—¿Tatuaje?
276
—¿No lo sabes? —pregunto odiando la parte de mí que se siente satisfecha por
ser conocedor de algo antes que él. Sé que esto no es una competición y mucho menos
con Einar, pero a veces es inevitable que me compare con él para machacarme un
poco—. Se ha hecho un tatuaje, pero eso no es lo importante.
—¿Por el tatuaje?
—Le dolía y lo entiendo, pero yo no quería sexo. Me valía con abrazarla y tenerla
aquí.
—¿Se lo dijiste?
—¡No!
—¿Por qué?
—¿Cree?
—Sí, ella cree eso y yo creo que estamos juntos. Uno de los dos tiene que ganar
esto, pero ahora mismo prefiero que sigamos así.
—¿Entonces?
—¿Entonces qué?
—¿Qué hago?
—¿Respecto a qué?
—Joder, Einar.
277
—Joder tú. Joder tú y joder la otra. Estoy hasta huevos ya de que me llaméis para
contarme cosas que deberíais hablar vosotros.
—Ella cree que ya lo ha dejado todo claro. Nosotros no estamos juntos, pero
tampoco nos acostamos con otras personas. Y podemos regalarnos cosas pero no en
San Valentin o días marcados en el calendario, y tampoco podemos decirnos «Te
quiero». Por el resto, es como si ya fuéramos una pareja.
—Ya lo sé, pero ella se siente segura haciéndolo así y yo no quiero agobiarla y
que acabe reculando.
—Pues Nate tiene razón. Tienes que tener paciencia con Juli.
—¿Pero por qué conmigo no quiere tener una relación y contigo sí?
—Bueno, nosotros empezamos por el sexo también —dice—. Julieta necesita dar
los pasos así, a lo mejor tiene miedo de enamorarse de ti, o de admitir que siente algo
y cree que se protege más si os dedicáis solo al sexo.
Medito sobre sus palabras unos segundos y me doy cuenta de que tiene mucha
razón y lógica.
—¿Y cómo?
—No sé, tío y tengo sueño. Mañana madrugo mucho y necesito estar despejado.
—De nada. Dale tiempo, Diego, Juli necesita tiempo, solo eso.
278
Nos despedimos y corto la comunicación antes de meterme en la ducha y
empezar un nuevo día con algo más de ánimo.
Estar con ella fue bestial no solo a nivel físico. Si ya estaba convencido de que me
he enamorado como un capullo de la pequeña bruja, entrar en su cuerpo fue como…
como… ojalá tuviera las puñeteras palabras.
De hecho, ojalá tuviera las palabras para describir cómo me siento y además
hacérselo entender a ella. No puedo y me toca joderme con esta mierda de ser amigos
con derecho a sexo que no se cree nadie, solo ella. ¡Si hasta mis padres celebran ya que
Julieta esté dentro de la familia! Después de que ella saltara sobre mí aquella noche en
el restaurante se imaginaron que estábamos juntos y no he tenido lo que hay que
tener para desmentirlo. Primero porque para mí sí estamos juntos y segundo porque
es la primera vez que los veo emocionados con una novia mía. Están convencidos de
que su jovialidad y locura es lo que necesito en mi vida y no puedo decirles que ella
solo me ve como a su consolador con ojos. Suena feo pero es así. Ahora mismo para
Julieta solo soy sexo, o eso intenta hacerme ver y creer ella. No sé si siente algo más
por mí, pero sé que todo esto ya me está jodiendo y apenas llevamos cuarenta y ocho
horas liados.
—Hola Giu —le dice a mi padre batiendo las pestañas—. ¿Me das un besito?
Y ahí que va ella a entregarse a los brazos de mi padre mientras me río entre
dientes y voy detrás de la barra.
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Mi padre se ríe, la suelta y se mete en la cocina para recoger un pedido nuevo. Yo
tiro de ella y la pego un poco más a mí.
—¿Qué es? —La guio hacia la mesa que hay en la esquina, que es la que solemos
ocupar últimamente y además la más discreta del restaurante. Su cara de emoción me
hace sonreír—. Venga, suéltalo.
—¿Estás listo para ver y probar algo genial? Más genial que todo lo que has
probado en toda tu vida.
Julieta abre la pequeña mochila que trae consigo y saca ante mis ojos de
estupefacción una bolsa de sangre, igual que las que se utilizan en los hospitales para
las transfusiones.
—No sé yo si…
A mí me da grima beber de eso, pero está mirándome con esos ojitos ilusionados
y… y no me niego, porque yo creo que si esta mujer me ofreciera saltar por un
barranco me tiraría encantado solo por verla sonreír. Soy un puto pelele en sus
manos.
Pruebo la bebida con mala cara, preparándome para el sabor y cuando llega a
mis papilas gustativas me sorprendo, porque es como beber jugo concentrado de
piruleta. Hago un sonido de aprobación y mi chica sonríe orgullosa y aprieta la bolsa
para que salga más.
280
—¿Verdad que sí? Da un poco de grima y está rico: lo voy a petar con los niños
del barrio, ya verás.
Oh, también te traje esto. —Saca de la mochila unos regaliz con forma de
araña—. Los pedí solo porque sé que te encantan, para que veas.
Me alzo por encima de la mesa y beso sus labios, porque sé que aunque lo haya
dicho en tono repipi para no parecer una blanda lo más probable es que sí que los
haya pedido por mí. Me meto una de las arañas en la boca y pienso que todo esto es
bastante surrealista. La mujer de mi vida disfruta como una loca pidiendo sangre que
sabe a piruletas, arañas de regaliz, ojos de cristal y manos falsas amputadas, entre
otras muchas cosas. Es tan rara… y tan genial, que no entiendo cómo es que todos los
tíos de este planeta no han caído ya rendidos a sus pies.
—Gracias pequeña.
—De nada. Ahora tienes que invitarme a cenar y te esperaré hasta que acabes
para que vayamos a tu piso. Quiero embadurnarte de sangre de piruleta y lamerte.
—Pues sí.
281
La sangre de piruleta cunde mucho en su cuerpo, en el mío y en las sábanas. Para
cuando estamos rendidos de jugar y hacer el amor nos sentimos tan pegajosos y
cansados que apenas nos da para una ducha, quitar las sábanas, taparnos con una
manta del armario sobre el colchón sin nada y dormir hasta el día siguiente. En cuanto
amanece maldigo, porque me he quedado dormido y Julieta maldice porque se ha
quedado dormida y además anoche no se puso la crema del tatuaje después de la
ducha y ahora le pica mucho el culo. Me da un poco de pena pero estoy tan jodido con
eso de llegar tarde a comisaría que lo dejo estar. Nos besamos apresurados y nos
despedimos para arrancar con nuestro día.
Cuando por fin estoy en mi puesto, con mi uniforme de policía y hombre serio
miro a mis compañeros y me planteo si alguno de ellos ha vivido, aunque sea una vez,
lo que supone estar con una mujer como Julieta. Ya no hablo del plano sexual, que
también, sino de la montaña rusa emocional que conlleva estar a su lado. Es tan
intensa, adorable y alocada que cuando me separo de ella me siento como si sufriera la
mayor resaca del mundo.
Me paso el día pensando en dormir a pierna suelta pero por la tarde, cuando me
llega un whatsapp con una foto de su culo, tatuado al completo y una araña de regaliz
en un cachete, no me sale otra cosa más que reírme como un imbécil y contestarle que
espero que esta noche me espere justo así y desnuda en mi cama. Ella cumple, yo
adoro su cuerpo e intento llegar a su alma, una vez más y cuando caigo rendido en la
cama me siento como si fuera a reventarme el corazón de tanto como la quiero. Y no
niego que estoy cagado de miedo, porque no estoy seguro de poder conquistarla y
hacer que se enamore de mí, pero si una cosa tengo clara, es que estoy dispuesto a
invertir el resto de mi vida en intentarlo.
282
31
Han pasado casi dos meses desde que Diego y yo empezáramos a enrollarnos y
todavía sentimos esas ganas casi incontroladas de quitarnos la ropa y restregarnos
como monos en celo. Esta información no sería tan relevante si mi padre no acabara
de casarse en el jardín de casa con Sara y yo no estuviera cogiendo el calentón más
tonto del siglo en la despensa de la cocina mientras el poli mordisquea mi cuello.
—Esta casa está llena de gente —digo mientras él mete las manos debajo de mi
vestido—.
Deberíamos parar.
—Venga… ¿No quieres que te abra de piernas, me arrodille y lama ese puntito
que te pone tan tonta?
—Te lo pido por favor, no me tientes que se supone que aquí, de los dos, tú eres
el más centrado.
Diego ríe entre dientes, suspira y se separa de mi cuerpo, no sin antes quejarse
un poco. Intento poner los ojos en blanco y hacer como si fuera un inmaduro pero la
verdad es que después de que me toque me siento como la gelatina recién hecha y mi
cerebro funciona lo justo para unir un par de frases, a veces con sentido y a veces sin
él.
La boda ha salido redonda, mi padre está radiante, Sara es una novia preciosa y
feliz y mis hermanos están contentos porque por fin la hemos cazado legalmente. De
no ser porque hubiese quedado un poco ridículo le habríamos pedido que nos
adoptara. No se encuentra todos los días a una mujer dispuesta a soportar a cuatro
mequetrefes como nosotros y a mi padre, que parece que no, pero tiene lo suyo.
283
He de decir, además, que estoy muy orgullosa porque no la he liado en ningún
momento. Ni siquiera cuando mi padre se ha puesto nervioso antes de decir sus votos.
Quise llevarle un chupito de tequila pero Diego me sujetó de la mano y sin palabras
me dejó claro que no era buena idea darle alcohol al novio justo en el altar. Luego, al
meditarlo, me he dado cuenta de que hubiese quedado feo, como si mi padre
necesitara beber para casarse, y el pobre hombre está muy enamorado así que le
agradezco al poli que se haya metido.
Pero la culpa no es mía, conste, es de Diego, que está rico con todo lo que le
ponga por encima. Ya puede ser sangre falsa con sabor a piruleta, mermelada,
chocolate o coca cola –eso a él no le gustó nada–: está para lamerlo de arriba abajo,
que es lo que he hecho. He perdido la cuenta de las posturas, logradas y fallidas, que
hemos llevado a cabo; de los besos que nos hemos dado hasta empacharnos, los
magreos en el cine y hasta en el despacho del restaurante de sus padres. La verdad es
que este tiempo ha dado mucho de sí y visto así, en perspectiva, se podría decir que ha
sido perfecto. Si tuviera que decir
algo que no me ha gustado tanto, sería las partes en que Diego ha logrado que
me volviera un algodón de azúcar y le rogara un beso, una caricia o cualquier muestra
de afecto. Por lo general esto suele ocurrir cuando estoy próxima a un orgasmo y él,
sin avisar, ralentiza el ritmo y le da por ponerse tierno, hacerme carantoñas y decirme
cosas que me derriten, aunque no quiera.
He hablado varias veces con Einar pero en la mitad de las conversaciones estaba
enfadado por no dejarlo dormir y en la otra mitad se ha limitado a decirme que haga
caso de mi corazón. ¡Como si fuera tan fácil! Dos veces me ha preguntado a las claras si
284
estoy enamorada de Diego y las dos he hecho ruidos de interferencias con la boca y he
cortado la comunicación como si hubiese habido un fallo técnico. Einar no es gilipollas
y yo hago ruidos de interferencias muy, muy mal, así que suma dos y dos y te darás
cuenta de por qué ahora soy yo la que pasa de cogerle las llamadas.
Nate es otra historia, como he dicho, no solo está un poco hasta los huevos de
que hagamos el cerdo frente a sus narices y lo privemos de desayunar como Dios
manda, sino que se dedica a interrogarme a la mínima de cambio. Que si qué planes de
futuro tengo con Diego, que si lo nuestro dejó de ser una relación solo de sexo hace
mucho porque nos falta nada más ir juntos a mear, que si él está pillado y si no
estuviera tan ciega me daría cuenta y un largo etcétera que me pone los pelitos de
punta. Además, que el poli no está pillado, hombre, si lo conoceré yo. Está encantado
porque es un poco guarrete en la cama y a mí me va la marcha, pero el sexo es una
cosa y el amor otra. Para empezar, él no me ha dicho en ningún momento esas dos
palabras que tenemos prohibidas mientras seamos follamigos, y tampoco me ha
regalado nada en días señalados. Y vale que en este tiempo no ha habido días
señalados, pero tampoco le he visto muchas ganas de hacerlo en un futuro.
Sí, es verdad que Diego es dulce, cariñoso, bueno, atento, amable, simpático,
educado y folla como Nacho Vidal pero en guapo –porque Nachete es feo con avaricia.
Lo siento pero es la verdad–. Ya no es eso, es que encima tiene detalles tontos, como
besar a Emily y Víctor antes de dormir, que me hacen reír.
Que sí, que puede parecer raro que bese cada cachete de mi culo antes de
dormir, ¿pero desde cuándo hacemos nosotros algo que no sea raro? Él me da esos
besos porque sabe lo que el tatuaje significa para mí y, aunque no me entienda
muchas veces, intenta respetarme o dejarme ser yo, menos cuando se me va
demasiado la pinza, que es mucho más de lo que ha hecho nadie antes. Bueno, Einar,
pero incluso en esto son diferentes.
Einar a pesar de ser mi novio nunca, jamás, me paró los pies y eso está muy bien
porque en una relación cada uno tiene que tener su propia independencia, pero sé
que, por ejemplo, el vikingo me habría permitido llevarle el chupito de tequila a mi
padre al altar. No porque le parezca bien, sino porque no sabía cómo enfrentarse a mí
cuando me volvía más loca de la cuenta y me cabreaba por sinsentidos en los que no
llevaba razón. En cambio a Diego no le importa una mierda que me cabree; por él
como si me tiro al suelo y pataleo, que si cree que no tengo la razón, no me la da. Y se
agradece, no creas, porque hacer lo que me sale del caqui siempre tiene sus ventajas
pero yo necesito que, de vez en cuando, alguien me diga que la estoy cagando, y ese
alguien ahora es Diego, que no teme decirme que me estoy portando como una jodida
niñata cuando me quejo a mi padre de que a alguno de mis hermanos le ha servido los
mejores filetes de pollo en la cena, por ejemplo.
285
Podría pasarme el día enumerando las razones por las que Diego parece perfecto
para mí. Solo hay un problema y es que él, por mucho que digan todos, no siente amor
del bueno por mí. Le pongo como una moto, se lo pasa bien conmigo y me tiene mucho
cariño como amiga, no me cabe la menor duda, pero seamos serios: el quiere acabar
con una mujer a la que no se le vaya tanto la olla. Quiere tener una vida
en familia serena, un par de niños guapos y morenazos que parirá alguna guarra
que no soy yo y una casita con valla. Su mujer ayudará en el restaurante, cosa que no
he hecho yo desde que conozco a los Corleone y, además, preparará tartas con Teresa,
y ella la adorará, y Giu le dará besos, abrazos y le dirá « Amore»
—Eh, ¿por qué lloras, pequeña? —pregunta Diego a mi lado, mientras seca las
lágrimas que sin darme cuenta he soltado.
¡Pero mira que soy tonta! ¿Estoy llorando por una guarra que no existe? ¿En
serio? Es el colmo hasta para mí.
Lo miro a esos grandes ojos miel, casi negros cuando se vuelven intensos y
pienso que al menos, cuando él se vaya con esa mujer inexistente, a mí me quedarán
un montón de recuerdos para vivir de ellos el resto de mi vida. Cuando sea una vieja
con el culo tatuado, una caja de galletas rancias, veinte gatos y un vibrador con
nombre extraño me acordaré del poli que venía a casa de mi padre por las noches y
subía las escaleras a hurtadillas, aunque ya todos sabían que alguna que otra vez él
dormía en casa. Por las mañanas salía por la ventana, tocaba al timbre y daba los
buenos días como si fuera un niño recién venido de la iglesia. Sara lo invitaba a
desayunar y se hacía la tonta y luego en la cocina todos le seguían la corriente, como si
no hubiesen escuchado los gemidos durante buena parte de la noche. Todo eso
recordaré y acariciaré a mis gatos, me comeré una galleta, cogeré el vibrador y tendré
un orgasmo, o veinte, pensando en él y en lo bonito que era tenerlo entre mis piernas,
entre mis brazos y en mi interior, no solo de forma física.
—Es que me he quedado sin orgasmo y se me encoge el alma al pensar que hasta
esta noche no puedo catarte otra vez.
Diego no me cree, lo sé, pero también sé que va a dejarlo pasar. Pellizca mi culo,
porque está un poco obsesionado con él y coge mi mano mientras salimos al jardín,
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donde unos pocos invitados siguen bebiendo como si el mundo se fuera a acabar y
prefirieran abandonarlo borrachos como piojos.
—No, pero puedes subirte sobre mis pies, si eso te hace sentir mejor.
Es una chiquillada y soy una mujer adulta, pero cuando Diego me abraza y me
alza un poco no puedo resistirme y coloco las puntas de mis tacones en sus zapatos
impecables. Él sonríe, yo sonrío y pienso que, al menos, durante este baile puedo
engañarme y decirme que todo está bien, que los sentimientos no están empezando a
cargarse esto y que durará mucho más.
—Me lo has dicho como veinte veces y no lo entiendo, porque ya te he dicho que
vamos a follar hoy.
—Te lo diré otras veinte antes de quitarte ese vestido y follarte de mala manera
en cuanto me dejes.
Y puede que te lo diga otras vente entre ese primer polvo y el segundo.
—Eso es porque tocarte sin ropa me gusta tanto que me vuelvo loco. No me
puedo creer que además a ti también te guste y, claro, me sube la moral, me vengo
arriba, y no hablo solo de mi polla, y acabo dejando crecer mi ego. La culpa es tuya.
—Ah, las mujeres tenemos la culpa de todos los males del mundo.
—¿Estás diciendo que solo yo tengo la culpa de todos los males del mundo?
—Eres una lianta y no voy a dejar que le des la vuelta a la tortilla. Estás preciosa.
—Deja de decirlo.
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—Ya te he dicho que no voy a dejarlo, porque lo estás, y porque tengo muchas
ganas de subirte el vestido, romperte las medias y las dos puñeteras bragas y
enterrarme en ti una y otra vez, hasta que grites mi nombre de esa forma que hace que
me contraiga y me corra contigo.
—Diego…
—Te comí entera ahí dentro. Te follé con mi boca, con mis dedos y con mi polla
tan duro que cuando salimos hasta la dependienta estaba ruborizada. Joder, pequeña,
hasta ese día ni siquiera sabía lo que era la adrenalina, y eso que soy poli.
Diego ni siquiera mira a su amigo, sus ojos siguen fijos en mí y sé que está
maldiciendo por dentro por no acabar lo que ha empezado. ¿Era un amago de decirme
que…? No, no puede ser, ¿verdad? ¿O sí?
Quizá él esté tan confundido como yo. A lo mejor quiere probar a comprarme
algo en la próxima fecha marcada en el calendario. ¿Y quiero yo eso? No. Sí. O sea, no
lo sé… Yo quiero estar con Diego y no quiero que se vaya con una guarra que haga
tartas y tenga hijos guapos, eso lo tengo claro, pero no sé si estoy lista para dejarme
llevar hacia una relación de la que puedo salir muy, muy jodida. ¿Y si se aburre y
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aparece otra mejor? No es que vaya a morirme si dejo de estar con él, porque no soy
estúpida y sé que el amor no mata a nadie, pero no quiero volverme insegura o
endeble solo por temor a que él no me quiera como yo… como yo… Dios, todo esto es
muy difícil.
—Mi padre dice que en el restaurante hay un chico que dice ser hijo de Marco.
—Marco murió hace diecisiete años y este chico dice que tiene justo esa edad y…
y es que no sé.
lado quiero ir con él, porque además he visto su mirada perdida y sé que ahora
mismo está muy confundido, pero por otro, esta es la boda de mi padre. ¡De mi padre!
Me traería un siglo de miradas de rencor largarme sin más.
—Eh, ¿qué haces que no te vas con él? —Me giro para seguir la voz de mi
progenitor, que sonríe y señala la puerta—. He oído parte de la conversación y aquí ya
está todo hecho, como quien dice. Ve con él, cariño, está muy nervioso.
Una parte de mí se resiste, porque yo bajo presión soy muy bocazas y lo último
que necesitan es que llegue allí preguntando quién es el heredero con tono
venezolano, o algo del estilo. No hago estas cosas a conciencia, de verdad, se me salen
por culpa de los nervios. Aun así me arriesgo porque no quiero que Diego piense que
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todo esto no me importa así que echo a correr y los pillo de milagro, porque un coche
bloqueaba su salida y justo acaban de arrancar.
—¿De verdad pensáis iros de fiestuqui sin mí? —pregunto subiendo al asiento
de atrás—. Dale poli, vamos a conocer a tu sobri.
Él resopla, Nate sonríe con comprensión y yo hago una mueca, porque los tres
sabemos que eso va a ser entre difícil e imposible.
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32
Entramos en el restaurante, que a esta hora está casi vacío a excepción de una
pareja merendando y un chico que toma café y teclea algo en su portátil. Diego se
dirige hacia el despacho suponiendo que estarán allí, porque detrás de la barra no hay
ni rastro de su padre y me imagino que su madre tampoco está en la cocina. Nate y yo
lo seguimos en silencio, nuestro amigo porque estará flipando pero yo, además,
porque estoy haciendo ejercicio de contención para no cagarla nada más entrar, que
me conozco.
Por otro lado, los pobres Giu y Teresa tienen cara de estar conmocionados. Ella
tiene los ojos anegados de lágrimas que intenta retener sin mucho éxito y él ahora
mismo mira a Diego como si fuera un superhéroe. Entiendo que, aun siendo tan
abierto como es él, esta situación le ha superado.
—Hola, soy Diego Corleone. —Se acerca al chico y le estira la mano pero este le
da un repaso completo antes de aceptarla con desgana.
—Encantado, Marco. Mi padre dice que tienes algo que contar. ¿Es así?
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—Hijo —dice Giu—, Marco nos ha contado que es hijo de Victoria. ¿Te acuerdas
de ella?
—Conocí a tu madre hace muchos años —le dice a Marco—. Era la novia de mi
hermano, pero un
Madre de Dios. Miro a Nate para ver si él está flipando tanto como yo, porque
este niño viene dispuesto a tocar la moral y se nota.
—Entiendo —dice Diego—. ¿Y puedo saber por qué no has reclamado esos
derechos hasta ahora?
—Mi hermano murió, puede que casi al mismo tiempo que tú naciste.
—Ya. Y dime una cosa, ¿qué abogado te ha aconsejado esa grandiosa idea?
—No necesito ningún abogado de mierda. Lo que pido es mío por derecho.
—No necesito una puta prueba. ¡Mírate la cara tío! Nos parecemos.
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—Tengo una cara muy común. —Diego sonríe y yo lo admiro, porque no sé cómo
consigue mantener la calma—. ¿Quieres portarte como un gilipollas exigiendo sin
pararte a hablar como una persona educada? Bien, pero no cuentes con que te lo
ponga fácil. En cambio, si dejas de ser un pedante de mierda y entiendes que esas dos
personas de ahí están sufriendo ahora mismo lo indecible por tu actitud, podremos
llegar a una serie de acuerdos.
Marco mira en dirección de Giu y Teresa. Él pasa un brazo por los hombros de su
mujer y la abraza mientras ella intenta no parecer desbordada. Tarea difícil, porque a
mí me está costando la vida no soltar un par de insultos y romper algo, aunque solo
sea para liberar tensión.
—Y yo solo quiero que te calmes para que podamos hablar —dice Diego—. Aquí
nadie te está negando escucharte, pero no puedes pretender que abramos la caja y te
demos todo lo que hay dentro solo porque te crees el rey del mambo.
—Sí, bueno, pero ese momento llegará cuando ellos falten y para eso aún queda
mucho.
—Con noticias como esta, quizá no tanto —dice el propio Giu y yo me río, pero
un poquito solo y Diego no se da cuenta, por suerte—. Escucha, chico, deja que te
invitemos a cenar esta noche en casa.
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—Eso no es verdad, Marco —le corta Giu—. Tu madre era un poco alocada, pero
siempre le tuvimos mucho cariño. Fue ella la que se marchó dejando a nuestro hijo sin
una explicación. Él lo pasó muy mal y te aseguro que de haber sabido que estaba
embarazada…
—Lo sabía —dice Marco—. Lo sabía, pero el muy capullo no quería cargar con
un crío antes de los veinte y me parece bien, pero ahora vosotros tenéis que pagar por
eso.
No quiero meterme, por una vez en la vida no quiero estar en medio de algo,
pero creo que es necesario que alguien le diga un par de cosas y visto lo visto no
atenderá a razones con nadie que lleve su sangre, así que hablo yo y que sea lo que
Dios quiera.
—Valiente gilipollas estás hecho con solo diecisiete añitos —digo sin
contenerme—. Lo único que tú podrías enseñarme es la manera de quedar en ridículo.
—Ya está bien. —Diego se ha cabreado y espero que no sea conmigo porque
sería el colmo ya, aunque no he debido llevarle la corriente a Marco, eso sí es verdad—
. Intenta mantener un lenguaje respetuoso de aquí en adelante, Marco.
Yo le habría saltado con alguna de las mías, pero por suerte Diego tiene más
autocontrol y lo ignora.
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—Creo que es lo mejor, sí —dice Teresa—. Marco, por favor, ven con nosotros.
Los padres de Diego salen del despacho y Marco se levanta de la silla en la que
está tirado de cualquier manera, pasa por mi lado, me mira las tetas de una forma
bastante lasciva y sale tras ellos mientras yo pienso que si tuviera más cerebro, más
educación y fuera menos gilipollas, volvería locas a las chicas.
Lo miro alucinada, porque creo que eso debería preguntarlo yo, pero él acaricia
mis caderas y me mira con preocupación. Mierda, no es de extrañar que cada día
soporte menos pensar en el momento en que nos separemos.
—Creo que es mejor para Marco que no haya mucha gente. Es probable que si
Nate y yo vamos siga con esa actitud de mierda.
—Creo que no dejará esa actitud de mierda esté quien esté delante.
—Yo pienso como Julieta. —Miramos a Nate, que está en un rincón del despacho
y me doy cuenta de que por un momento he olvidado que no nos hemos quedado
solos—. Ve con tus padres y hablad de lo que sea vosotros, como una familia.
—Es que es muy fuerte —murmuro acariciando su brazo—. Ve con ellos, intenta
estar tranquilo y cuéntame lo que sea que ocurra cuando todo acabe.
Él asiente, pero está como ido así que es probable que no me esté atendiendo al
cien por cien. Se despide de nosotros y se va mientras yo me quedo a solas con Nate.
—Confío en la templanza de Diego, e incluso de Giu, pero ese chaval está lleno de
odio. —Nate suspira y me mira—. Menos mal que hemos venido en mi coche. ¿Te
vienes al piso o te dejo en casa?
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—¿Puedes llevarme a casa y esperar que coja algo más cómodo? Volveré al piso
contigo.
—Eh. —Mi hermana Esmeralda se acerca a nosotros en cuanto nos ve—. Papa
nos ha contado lo ocurrido. ¿Todo bien?
—Sí —decimos los dos y sigue Nate—. Es clavado a Diego, pero en una versión
más joven. Mucho tendrían que fallar las pruebas para que no lo fuera.
—Ya bueno, hay gente que se parece y no son ni siquiera primos —insiste
Esme—. Sin una prueba de paternidad…
—El chico dice que Marco lo sabía y no quiso hacerse cargo —añado.
Mi hermana pasa a detallar todo lo que Marco puede reclamar y Nate interviene
de vez en cuando para darle la razón o preguntar algunos puntos. Yo por mi lado me
distraigo pensando en Diego, en cómo estará llevando todo esto y sobre todo en cómo
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se siente él. Es esta preocupación la que me lleva a darme cuenta de que quizá estoy
entregando en esta relación más de lo necesario. Me siento mal, porque sé que él está
atravesando un momento difícil, pero también porque eso me afecta más de lo que
debería, o eso pienso. Y por más que yo quiera convencerme de que solo me preocupo
por él porque es mi amigo, en el fondo sé que es mentira. Me preocupo por él porque
me importa, me importa tanto que si él sufre, yo sufro con él y eso es una putada de
las gordas.
—Sí, voy a ponerme algo más cómodo y me voy con Nate. Sé que es la boda de
papá y…
—Bah, no te preocupes. Aquí ya está todo hecho y nos hemos quedado los más
íntimos. Tú debes estar con tu chico.
«Mi chico». Si hasta Esme habla de él en esos términos, es que no soy la única
que empieza a pensar distinto de nuestra relación. O sea, sé muy bien que mi familia
no ha asumido nunca que nosotros solo follamos. Para Amelia eso es impensable,
porque asegura que tengo un brillo en los ojos especial desde que me tiro al poli; Alex
me dice que él con sus follamigas no queda casi a diario y mucho menos se relaciona
con sus familias o las mete en nuestra casa y Esme me ha soltado más de una vez que
lo que yo tengo es un problema de inmadurez nata y que debería asumir ya que
nuestra relación es seria y que no regalarnos nada por San Valentín solo nos convierte
en otra pareja de modernos que pasan de esas cosas.
Cuando quise rebatir su argumento asegurándole que nosotros nunca nos hemos
dicho «Te quiero», ella me dijo que puede que con palabras no, pero en hechos nos lo
decíamos a diario.
Me jode mucho cuando mis hermanos se ponen así, pero hasta ahora asumía que
lo hacían para molestarme en gran parte, porque ya sabes que vivimos para jodernos
un poquito. Ahora en cambio veo preocupación de verdad en los ojos de mi hermana y
me doy cuenta de que esta relación que Diego y yo tenemos no es solo cosa nuestra.
Desde el momento en que nos inmiscuimos uno en la familia del otro entramos a ser
parte de algo más grande e intenso. Lo he metido en mi vida, le he hecho pasar tiempo
con la gente que más quiero en el mundo y se han encariñado con él, lo que es
completamente normal, pero me doy cuenta de que ellos también van a preocuparse
cuando sepan todo esto y me sabe mal, porque me estoy percatando de lo mal que
hemos gestionado esto. Lo de «Solo follamigos» parece hasta ridículo si te paras a
mirar todo este tiempo juntos con el mismo prisma que nuestras familias o amigos.
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Subo las escaleras sin contestar a Esmeralda, que se queda en el salón con Nate y
con Amelia, que justo acaba de entrar y está preguntando por la situación. Cojo unas
mallas negras y una camiseta fina, porque las noches ya son más cálidas y pienso que
todo esto en realidad es una tontería porque en cuanto llegue a casa me cogeré una
camiseta de Diego y me dormiré con ella, pero así al menos tengo ropa para volver
mañana a casa.
—Cariño, si necesitas que mañana vayamos a por ti nos lo dices. Igual Diego está
muy ocupado para traerte.
—No te preocupes papá, creo que voy a llevarme mi coche y así no tengo
problemas.
—Es que pareces un señor mayor con parálisis en el pie con el que aceleras —
digo mientras subimos en el ascensor.
Intento no poner los ojos en blanco porque ha sido muy evidente que lo que en
realidad quiere es que yo me vaya al cuarto de Diego para que cuando él llegue
podamos estar a solas. Y no discuto porque la verdad es que quiero tenerlo todo para
mí. Cuando llegamos dejo que Nate se duche el primero y en cuanto sale entro en el
baño y decido recrearme. Me quito los mil quinientos ganchillos que sujetan mi moño
estiloso, hago un gurruño el vestido de la boda al quitármelo y me doy una ducha con
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agua caliente para intentar relajarme. Cuando salgo después de un rato me siento
como si flotara entre nubes de vapor, así que supongo que he tenido el agua caliente
abierta bastante tiempo.
Soy una moñas de categoría, ya lo sé, pero, ¿sabes qué? Esta noche no me
importa. Esta noche todo lo que importa es que él sienta que estoy aquí y que no
pienso ir a ninguna parte mientras me necesite.
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33
Me despierto antes que Diego, lo que es raro porque suele ser un madrugador
nato y yo más que dormir hiberno. Lo miro acurrucado todavía sobre mí y me doy
cuenta de que tengo un poco entumecido el cuerpo, pero no es de extrañar teniendo
en cuenta que es muy alto y yo una enanilla, aunque no me importa, porque parece
relajado, en calma, así que no me muevo e intento alargar este momento lo máximo
posible. No porque me guste tenerlo pegadito a mí, con erección matutina incluida,
sino porque sé que cuando se despierte volverá a tensarse y empezará a dar vueltas a
todo el asunto de Marco.
Sonrío, beso su muslo y sigo trabajando hasta que él me para cogiéndome por los
hombros y me hace subir. Me quita su camiseta y las braguitas y me tumba en el
colchón. Cuando veo que intenta agacharse y devolverme el favor me niego y lo insto a
que me penetre, porque estoy más que lista para la parte seria de esto. Diego se pone
300
un condón a toda prisa, lo que es sorprendente dado que sus ojos siguen hinchados y
no tiene los sentidos al cien por cien y antes de poder darme cuenta me penetra
dejándose ir hasta el fondo de un solo empujón. Gimo en su oído y me muevo al
compás de sus caderas; él entierra la cara en mi cuello pero tiro de su pelo y hago que
me mire. No es que no me gusten sus mordiscos y besos en esa zona, es que quiero
perderme en esos jodidos y preciosos ojos oscuros durante todo el tiempo que dure
esto. El poli, que es un chico listo, me entiende y lo más que hace es besar mi barbilla
mientras nos movemos a un ritmo demasiado rápido para todo lo que ocurre en
nuestros ojos. Su mirada es profunda, sus manos me aprietan y juraría que intenta
decirme algo, pero estoy tan perdida en mis propios pensamientos que no alcanzo a
adivinar qué. Cuando siento que mi orgasmo se aproxima me curvo y él mete una
mano entre los dos, acostumbrado ya a darme en cada momento lo que necesito. Nos
corremos casi al mismo tiempo, gemimos en la boca del otro y exhalamos un suspiro
de satisfacción profundo antes de derretirnos en el colchón y dejarnos caer de
cualquier manera.
—Creo que ni aunque quiera encontraré nunca un colchón más cómodo que tu
cuerpo —dice él.
Quiero decirle que por mí bien y que si eso quiere decir que tampoco encontrará
un cuerpo mejor que el mío para refugiarse y disfrutar, mejor todavía. Pero claro, si le
digo eso igual hago que salte de la
—Levanta anda, lo digo en serio. Quiero darme una ducha, desayunar y que me
cuentes cómo fue anoche.
Diego suspira, rueda por la cama y se deja caer boca arriba. Está cansado y eso
que ha dormido, pero supongo que después de todo no ha conseguido que su mente
desconectara al cien por cien.
301
—¿Ahora pides permiso? —Diego me mira y cuando me doy cuenta de que tiene
el semblante serio sonrío y le quito importancia al hecho de que ahora que parece
haberse despejado del todo, se ve con claridad lo perdido que se encuentra—. Solo si
enjabonas bien cada parte de mi cuerpo.
Nos arriesgamos y salimos desnudos hacia el cuarto de baño, aun sabiendo que
Nate está hasta los mismísimos de vernos en pelotas. Bueno, a mí solo me ha visto el
culo alguna vez y Diego se cabreó tanto que no le salió escandalizarse. Además, más
tarde me dijo que a él lo que más le había impresionado no era el culo, sino el tatuaje.
Diego volvió a cabrearse, a Nate le entró la risa y a mí también, porque ver al poli en
plan cromañón tiene su gracia.
Entramos en la ducha y nos enjabonamos uno al otro, y eso que Diego es altísimo
y casi se deja las rodillas para que yo pueda llegar a su pelo. Cuando salimos nos
vestimos, él con pantalón corto y negro de chándal y yo con la camiseta y las mallas
que traje ayer, y vamos a la cocina, donde Nate está leyendo el periódico en la tablet y
esperándonos, supongo, porque se pone expectante en cuanto ve a Diego.
—¿Qué tal?
—Casi peor. Menudo tocapelotas está hecho. Se pasó la cena protestando porque
no le gustaba, cuando era evidente que tenía hambre, entre otras muchas
bravuconadas.
—No lo sé. —Cierra los ojos y resopla mientras termina de hacerse su café—. No
tengo ni puta idea. Supongo que tendré que lidiar con él y llegar a algún tipo de
acuerdo. Desde luego no puedo darle todo el dinero que pide, según él por la
manutención perdida estos años, pero mi hermano murió, así que en realidad, aunque
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hubiésemos sabido de él desde su nacimiento no habríamos tenido obligación legal de
darle una manutención. La obligación moral es otra historia.
—¿Entonces?
—No sé, cariño —me dice—, ya se me ocurrirá algo. Tú por eso no te preocupes.
—No lo hará. Además él ya parece bastante jodido. Creo que, a su manera, esta
es su forma de pedir ayuda.
—No lo sé, pero pienso averiguarlo. Ayer le dije a Marco que, o me daba su
dirección, o no teníamos nada más que hablar, así que al final accedió y esta tarde
pienso ir y hablar con ella.
Por un momento pienso que va a decirme que no, que prefiere ir solo, pero
cuando asiente y me sonríe un poco me doy cuenta de hasta qué punto se encuentra
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perdido en todo esto. ¡Y no me extraña! De buenas a primeras le sale un sobrino, una
ex cuñada cabrona y, en definitiva, una responsabilidad más, porque está claro que
esto va a comérselo en gran parte Diego. No me malinterpretes, no lo digo porque sus
padres pasen, sino todo lo contrario. Sé que Giu y Teresa estarán tan afectados que
Diego cargará con todo para intentar minimizar el dolor que ellos puedan sentir. Yo lo
veo un poco imposible, porque no puedo ni imaginarme lo que sienten al saber que su
hijo dejó herencia viva antes de morir, pero tampoco voy a decírselo a Diego, porque
eso se irá viendo con el paso de los días.
Nate dice que le encantaría venir, pero tiene que ir al hospital así que quedamos
en informarle de todo en cuanto nos veamos. Nosotros por nuestro lado dedicamos el
resto de la mañana a deambular un poco por el piso y al final cuando ya no
aguantamos más decidimos salir a comer en algún restaurante de comida rápida y de
ahí partir hacia el barrio de Marco.
En cuanto Diego me dice el nombre del sitio al que vamos frunzo el ceño, porque
lo conozco de oídas. Amelia trabaja mucho en ese barrio dado que es uno de los
peores de la ciudad y por lo tanto, donde más familias desestructuradas hay. De hecho,
Erin, la pelirroja, vive también ahí y Diego lo sabe porque ha venido varias veces a
echarle un ojo. Aun así no digo nada, porque me imagino que el poli ya ha caído en eso,
pero te juro que en estos días estoy haciendo tanto ejercicio de contención, que
cuando por fin hable voy a reventar como una palomita de maíz.
Diego se ríe otra vez pero no contesta y mejor, no sea que al final le llegue un
guantazo y tengo la impresión de que si discutimos aquí los vecinos saldrán a apostar
por nosotros, como si fuéramos gallos
de peleas. No me preguntes por qué pienso algo así, pero es todo tan… tan… No
entiendo cómo la gente puede vivir aquí, aunque supongo que nadie lo hace por gusto,
claro.
304
Subimos hasta la cuarta planta por las escaleras, porque el jodido ascensor está
roto, claro, si no tienen para cables de fachada, mucho menos para ascensor. En el
rellano del segundo huele a marihuana, en el del tercero también y cuando llegamos al
cuarto yo creo que ya voy colocada. Antes de salir le dije a Diego que igual era buena
idea vestirse de poli para imponer más, pero dice que no, que se guarda eso porque
por lo visto el niño no sabe a qué se dedica y así tiene un As bajo la manga. Yo me
habría presentado aquí con esposas, pistola, porra y toda la parafernalia, pero ya
hemos quedado en que Diego y yo no nos parecemos en nada. Bueno sí, en que nos
encanta follarnos uno al otro, pero ya está.
—No, me dijiste que te diera mi dirección para saber dónde vivía, no que fueras
a venir. Largo.
—Ni lo sueñes.
—No pienso irme hasta que hable con ella, Marco, así que acaba con esta mierda
y dime dónde está.
—¿Qué cojones pasa aquí? —pregunta Diego en tono bajo—. ¿Por qué estás tan
nervioso?
—Por nada. Fuera de aquí, joder, esta es mi casa y no puedes entrar sin permiso.
305
—Marco…
—Ni lo sueñes.
—¡Entonces que se vaya ella! —Me mira y me tenso, porque me tiene hasta los
ovarios el niñato con tanto referirse a mí solo para cabrear al poli. Estoy por decir
alguna de las mías pero Marco sigue hablando y lo veo tan nervioso que me callo—.
Sácala de aquí, joder. ¿A quién se le ocurre traerla a esta mierda de barrio?
—¡Nadie! —grita Marco—. Oye tío, en serio, tienes que largarte —le dice a Diego.
—¡Eh, chaval! ¿Estás sordo o qué? ¿Quién cojones es? —Una voz, masculina esta
vez, se oye por el pasillo.
Soy consciente de que el chico ha cerrado los ojos con resignación y cuando el
dueño de la voz aparece ante nosotros, me tenso y tengo el deseo, casi inmediato, de
esconderme detrás de Diego, lo que
—Vaya, vaya, vaya… ¿Y esta monada? ¿Es una amiguita tuya? —pregunta
mientras se acerca un paso hacia donde estoy.
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Vale, bien, ahora sí que quiero esconderme detrás de Diego. Por suerte no hace
falta que yo quede de cobarde porque él solito da un paso al lateral y me tapa casi por
completo. Para mi sorpresa Marco también se da la vuelta y, de manera casual, como
si no fuera a propósito, se pone delante de mí.
—Pero no seas maleducado. Deja que pase y ofrécele un café, o alguna otra cosa.
—Suelta una risilla que no me gusta nada.
Diego está tan tenso que me da un poco de miedo que si lo toco se haga añicos, y
como valoro mucho la protección que su cuerpo me ofrece dejo mis manitas a mis
costados y opto por quedarme calladita.
¿Ángel? ¿En serio este tío se llama Ángel? De estar en otra situación me reiría,
porque tener ese nombre y ese físico es como ser la definición de la ironía.
—¿Rey? —La voz femenina vuelve a resonar, esta vez más cerca y yo empiezo a
pensar que en este pasillo tan pequeño más gente ya no cabe. Además, que sigo medio
mareada con tanto olor a marihuana.
Me encantaría dar media vuelta y largarme, pero no sé por qué intuyo que eso
traería problemas a Marco así que me estoy quietecita. La dueña de la voz femenina
asoma y a mí no se me descuelga la boca de milagro. De verdad de Dios, que no sé
cómo mi hermana Amelia puede enfrentarse a gente así a diario, porque a mí está a
punto de darme algo solo de pensar que Marco está metido en esta casa con Ángel y
con… con… con eso, que se supone que es su madre.
Tiene un cigarrillo en la mano, tiembla, a pesar de que aquí hace calor y mira a
Diego como si fuera el demonio en persona.
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34
Diego
Ni en un jodido millón de años habría imaginado nunca que acabaría viendo a
Victoria de la forma en que la veo ahora. Es ella, pero sin serlo. Una versión suya
mucho más demacrada, temblorosa y delgada de lo que yo la recordaba. No queda
nada de su cuerpo curvilíneo, y vale que hace diecisiete años que no la veo y que yo
era un niñato y quizá tendía a idealizar a la novia de mi hermano, en cuanto a físico se
refiere al menos, pero es que esta mujer está tan acabada y tan hecha mierda que no
entiendo cómo consigue mantenerse en pie.
He visto a mucha gente así desde que soy policía, no es mi primera vez en este
barrio y sé bien a lo que me enfrento. De hecho, conozco a Ángel, al menos de oídas.
Solo con saber su nombre y ver esa cicatriz sé que es un camello y un chulo del barrio
desde hace años. No me ha tocado nunca detenerlo o tratar con él, pero sí a varios
compañeros, así que sé que tiene mal carácter y no le tiembla el pulso a la hora de dar
palizas a las prostitutas que trabajan para él. A más de una ha mandado al hospital y
sé que algunas compañeras han intentado hablar con ellas para que lo denunciaran
pero ya se sabe cómo es este mundo… De momento, es uno de esos delincuentes que
sigue en la calle porque todavía no ha dado ese golpe fallo que lo haga caer en una
puta celda, que es donde tiene que estar.
Volviendo a ella, lo que más me sorprende, o casi, es su mirada de odio hacia mí.
De verdad, me mira como si yo fuera su peor pesadilla y no entiendo el porqué.
Además, si ella me guarda a mí rencor por algo, que se prepare, porque yo estoy
acumulando grandes dosis del mismo sentimiento hacia ella por haberse atrevido a
tener a mi sobrino en estas condiciones durante toda su vida.
Tengo que admitir que, pese a estar colocada, porque es evidente, medio
desnuda y casi al límite de sus fuerzas para mantenerse en pie, ha conseguido que por
un momento me sorprenda y piense que de verdad no me reconoce, pero el odio sigue
pintando sus ojos y eso no puede ocultarlo con facilidad.
—¿Ya no te acuerdas de mí? Solías pasear por mi casa como si fuera la tuya hace
años.
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—Ah sí, cuando me follaba al cabrón de tu hermano.
—Cuida tu lengua, Victoria. Sobre todo delante del chaval. —Mis palabras
parecen hacerle gracia porque suelta una risita y mira a Marco.
—Te aseguro que mi hijo es un campeón y sabe lidiar con cosas mucho peores
que mi lenguaje.
Marco aprieta los puños a sus lados y yo no puedo evitar hablar, porque no sé
qué pasó, pero sé que mi hermano está muerto y no se merece que manchen así su
nombre. Y sobre todas las cosas, Marco no se merece que hablen así de su padre.
—¿Qué hizo mi hermano, Victoria? Cuéntamelo para que yo pueda entender qué
culpa tiene él de que tú estés así.
—Tú lo sabes —dice Marco metiéndose—. Lo sabes, igual que lo saben tus
padres, pero preferís
Nosotros jamás supimos que tú existías y mi hermano se quedó muy mal por su
culpa.
—¡Uy sí! ¡Se quedó fatal! Una suerte que tuviera a la puta de África para
consolarse!
Frunzo el ceño porque no entiendo nada, pero recuerdo a una tal África, que era
amiga de mi hermano, igual que de Victoria.
309
—¿Qué estás diciendo?
Yo viviré en esta mierda de casa, pero la mala calaña no está solo en mi familia,
tío.
—En ese caso, ¿por qué no hablaste con mis padres, Victoria? Ellos te habrían
ayudado.
—Lo hice. —Alza la barbilla y sé que miente, porque sus ojos se vuelven
dudosos—. Ellos me echaron del restaurante como si fuera una rata callejera. Ellos
tienen la culpa de que vivamos así.
—Ellos no me querían para tu hermano. ¡Decían que yo le daba mala vida! —Se
ríe y me mira con odio—. Ahora no pueden decir que yo lo llevo por el mal camino,
porque está muerto. Eso se llama karma.
—¿Y como se llama lo que te pasó a ti? —pregunto señalando lo que veo del
piso—. ¿Esta mierda es mejor que estar muerta? Mírate, no eres más que un fantasma
drogado y despojado de la chica que conocí un día.
Después de eso vienen muchos gritos por parte de Victoria, un amago de Ángel
de darle un guantazo que no se efectúa porque intercedo, más gritos y, para mi
absoluta incredulidad, un Marco que en vez de demostrar algún tipo de sentimiento se
queda impasible ante lo que ocurre. ¿Cuántas cosas ha visto para que esto haya dejado
de afectarle? Está claro que no es la primera pelea que presencia por parte de su
310
madre y no entiendo cómo puede creer todas las mentiras que le dice, cuando está
claro que solo mira por ella misma.
Escapa a mi control lo que piense hacer con ella y a mí lo que más me interesa es
que Marco me escuche.
—Ven conmigo, Marco —le digo—. Ven y te juro que aclararemos todo esto.
Buscaremos a la tal África si es necesario. Haré lo que sea para que creas que nosotros
jamás te habríamos dado de lado y a tu madre tampoco.
—Diego, déjalo —susurra Julieta por primera vez desde que hemos llegado—.
Deja que lo piense y que él decida si quiere hablar contigo de buenas maneras o no. —
La miro y me sorprende que esté guardando la compostura tan bien, con lo que es ella.
Julieta mira a Marco y habla en un tono de voz
neutral y tranquilo—. Mira, te puedo decir que hace casi un año que conozco a
esta familia y jamás harían algo así. Te han escuchado aun cuando has entrado en sus
vidas de mala manera, arrasando y exigiendo, te han dado el beneficio de la duda en
todo momento y te están diciendo que quieren ayudarte, pero si prefieres creer lo que
tu madre te diga, allá tú.
—Paso de tu discurso.
—Muy bien, pues pasa —digo yo— pero piensa una cosa: ¿Quieres seguir
viviendo en esta mierda de ambiente o prefieres que yo te aporte algún tipo de
seguridad?
—No lo dudo, pero te estoy hablando de darte un techo, una cama, comida y un
trabajo digno en el restaurante que, en un futuro, será tuyo. Por lo menos la mitad de
311
Marco será tuya, pero para eso tienes que venir a casa y hablar conmigo de hombre a
hombre, sin bravuconerías y con la mente bien abierta para que puedas escuchar lo
que nosotros tenemos que decir.
Marco duda de la versión de su madre, eso lo tengo claro porque a pesar de que
con nosotros se puso hecho un energúmeno, en el piso no la ha defendido, así que creo
que lo que de verdad pretende es que le demos una cantidad ingente de dinero, su
parte de todo lo que correspondería a mi hermano y largarse a empezar de cero donde
no tenga que soportar a su madre drogadicta y seguramente prostituta y a su chulo
personal. ¿Y cómo puedo culparlo de querer eso? No puedo ni imaginar la vida que ha
tenido, pero he visto lo suficiente para saber que ha sido muy jodida y aunque ni mis
padres ni yo sabíamos nada, no puedo evitar sentirme un poco culpable, porque es mi
sangre, mi sobrino y es posible que haya vivido en un infierno mientras yo lo tenía
todo para ser feliz. Todo menos a mi hermano, pero en comparación él se ha perdido
tanto de la vida que lo mío parece una nimiedad.
Me río, porque hasta esos momentos de seducción máxima se los carga con
salidas como esa, pero miro al vacío y pienso en lo que ha supuesto tenerla a mi lado
desde que todo esto estalló ayer. Parece que hayan pasado siglos desde entonces y
solo han sido unas horas. Recuerdo la sensación de dormir con la cara enterrada en su
cuello, de su olor impregnándose en mí durante toda la noche y anhelo la falsa
sensación de seguridad que ese simple gesto me creó. Quiero volver a meterme en la
cama y dejar que me abrace, y estoy a punto de pedírselo cuando vuelve al dormitorio,
completamente desnuda y con las medias que llevaba ayer en la boda.
312
—Para los pies, no sea que te dé por hacerme cosas guarras relacionadas con
cosquillas y te encasquete una patada en zonas que los dos queremos demasiado.
Julieta muerde mi cuello, lame mi lóbulo y acaricia mi oído con sus labios.
La beso por respuesta, porque ni siquiera tengo las palabras para describir lo
que me hace sentir y me dispongo a hacerle el amor pensando que el verdadero
milagro habría sido no perder la puta razón por ella, porque no hay nadie más
perfecto sobre la faz de la tierra.
313
35
Los días pasan con lentitud, hace una semana que estuvimos en casa de Marco y
no sabemos nada de él.
Diego quiso volver a los dos días a su casa pero la propia Amelia le aconsejó que
no lo hiciera, porque si el chico ha tenido problemas por nuestra visita no vamos a
ayudarle en nada haciéndole otra. Todo esto es difícil, Diego está cada vez más tenso,
Teresa parece agotada y Giu ha empezado a perder el positivismo que le dio saber que
tenía un nieto. Supongo que están aceptando que por mucho que el chaval comparta la
sangre de ambos, él no los considera su familia. Solo quiere sacar provecho de lo que
le corresponde por ser hijo biológico de Marco Corleone y luego largarse para siempre
otra vez.
Ahora mismo estamos tirados en el sofá del piso de Diego y Nate porque el poli
se niega a dormir un solo día más en mi casa, por si Marco vuelve. Le entiendo, aunque
echo de menos mi cama. Claro que tampoco puedo quejarme, porque estar tumbada
aquí mientras uso las piernas de Diego de almohada y él acaricia mi pelo también es
un buen plan, sobre todo después de que esta semana haya trabajado de noche varias
veces y no hayamos podido dormir juntos todos los días. Hemos puesto una peli de
vikingos porque echo de menos a Einar, y porque me ponen muy burra los vikingos y
le he prometido a Diego que luego tendremos sexo salvaje. Soy una seductora nata. El
caso es que él ha aceptado pero porque yo creo que le cuesta tanto concentrarse en
casi cualquier cosa que no sea Marco que acepta lo que sea.
Esta semana mis sentimientos no han ido a menos, para mi desgracia. Estoy casi
segura de que si Diego me deja, me muero, te juro que no dramatizo, que sin él la vida
me parece triste, gris, vacía y sin sentido. ¿Me convierte eso en una mujer enamorada
o en una adicta a todo lo que él me da? Cada vez que me hago esta pregunta acabo
respondiéndome yo sola que en realidad, sí podría vivir sin él. Es obvio, nadie se
muere de amor, ni de pena. ¿Pero quiero? Esa es la cuestión, y tengo muy clara la
respuesta, así que supongo que estoy enamorada hasta las trancas. Y si yo de normal
soy peligrosa, imagina con una bomba como esta sobre mis hombros… Empiezo a
temer que un día se me vaya la pinza, se me escape un
Intento no agobiarme con todo esto, pero es que es la primera vez que me
enamoro de alguien que me entiende, que no intenta cambiarme y que disfruta con mi
forma de ser, a pesar de no entenderla siempre.
314
Einar también me entendía, igual que yo a él, pero el problema es que nosotros
no nos enamoramos. Faltó ese «algo» que nos hiciera caer rendidos ante el otro y, con
Diego, al menos a mí, me ha llegado ese
—Soy Marco.
—Oh, sube. —Aprieto el botón y voy corriendo al salón, que en realidad está a
unos pasos—.
Diego, tu sobrino.
—¿Qué?
—Está aquí. —Él se levanta de inmediato y yo le hago un gesto para que vuelva
al sofá—. Mantén la postura relajada, por si viene con ganas de gresca.
del ascensor. Viene vestido con un pantalón vaquero negro y roto, unas
zapatillas bastante raídas y una camiseta blanca lisa. El día que este niño cumpla la
mayoría de edad las féminas de todas las edades se lo rifarán, te lo aseguro.
315
—Voy a terminar pronto. —Mira a su tío y vuelve a hablar—. Si me hago la
jodida prueba de paternidad contigo, ¿me darás mi parte?
—Primero tienes que dejar que te demos nuestra versión de todos los hechos y
luego entender que no puedo darte nada porque mi hermano murió, pero si estuviera
vivo solo tendría un puesto de trabajo en el restaurante. Eso lo tienes, desde luego.
—Vale, joder, vale. Vamos a hablar pero solos tú y yo. Ella se larga. —Me señala y
Diego niega con la cabeza.
—Ella se queda.
—Julieta…
—Dame un beso anda. —Me acerco y le ofrezco mis labios. Diego me besa y me
mira con tanta gratitud que no sé qué más decir, así que decido ser yo misma y
susurrar solo para él—. Tendremos sexo telefónico…
Pongo los ojos en blanco y me largo sin decirle nada más, porque está claro que
utiliza todo ese montón de mierda sin sentido para no sentirse intimidado y le
entiendo, porque su vida es una mierda, pero tampoco voy a alimentar su actitud. No
hoy, por lo menos. A ver si consiguen llegar a un acuerdo de una vez y todo se calma
un poco, aunque creo que es mucho pedir.
316
Cuando llego a casa me encuentro con que Alex está cortando el césped pero ni
Lerdisusi ni su hermana están haciendo el tonto alrededor. No es tan raro, la verdad,
porque desde la inauguración de mi tienda solo las vemos cuando salen o entran de
casa y yo ni eso, teniendo en cuenta que de lunes a viernes estoy en la tienda, los
sábados por la mañana también y el resto del tiempo lo he pasado con Diego casi
siempre.
—Desde luego, vale que no se han ido de luna de miel, pero qué bien viven.
—Sí, claro.
—¿Qué pasa?
—Marco está en el piso con Diego, ha aparecido de la nada y espero que puedan
llegar a un acuerdo.
—Supongo que no ha sido fácil descubrir que estás enamorada hasta las trancas
de Diego al mismo tiempo que a él le estalla su situación familiar en la cara.
—¿Cómo…? —pregunto.
317
—¿Cómo lo sé? Porque soy tu hermana, no soy idiota y la que se implica siempre
en todo es Amelia, no tú. Si no estuvieras enamorada habrías dejado de acostarte con
él en el mismo instante en que las cosas se complicaron y no lo has hecho. Te estás
portando como una gran novia, de hecho.
—Dios, Esme, ¿estás diciéndome que he hecho algo bien? ¿Te encuentras mal?
—Me siento muy bien y me indigna un poco que tengas tan mal concepto de mí.
—Ya sé lo que dices —me corta—. Te crees que no tengo sentimientos y por eso
no puedo ver lo que sientes por él, ¿no? Te crees que porque soy, según tú, un
tempano de hielo no puedo comprender lo que es el amor, o el cariño, aunque no
tenga pareja.
—¡Espera un puto minuto! ¿Qué te pasa? No he dicho nada, Esme, solo que no es
normal en ti alabar lo que hago.
—Es que no eres mi madre y tienes complejo, pero quitando eso, eres una gran
hermana.
—Pues sí, lo eres. ¿Qué cojones te pasa? ¿De verdad te crees que no valoro todo
lo que haces por mí? ¿O todo lo que te preocupas? ¿O todo lo que me ayudas aunque
yo no te lo pida? Estaría ciega si no viera todo eso, pero tú también debes estarlo para
no darte cuenta de que yo me dejaría cortar un jodido brazo por ti o por cualquiera de
mis hermanos.
318
Alucino. ¿Pero qué le ha dado a esta mujer? ¡Si ella nunca tiene ataques de
victimismo! Es la tía más fría y coherente que he conocido en mi vida. Mi hermana no
es esta mujer cabizbaja que salta a la mínima de cambio. La Esme que yo conozco es
tranquila por naturaleza y no tiene estallidos de ningún tipo.
Ella asiente con cansancio—. ¿Qué pasa? ¿A qué viene todo esto? —Esme se
encoge de hombros y la miro con intensidad—. Habla.
—Es solo que a veces parece que yo soy la peor de la familia y que no tengo
sentimientos. Pero los
tengo y me duele que penséis que soy un tempano, o que no puedo querer a
nadie.
—Nadie piensa que no puedas querer a nadie. Eso te lo has metido en la cabeza
tú solita porque yo soy muy consciente de que, de no ser por tu preocupación y tu
manera de inmiscuirte en mi vida, habría acabado en problemas más de una vez.
Puede no parecerlo, pero agradezco como no te imaginas que seas un grano en el culo
el ochenta por ciento del tiempo. —Ella resopla, pero sonríe un poco—. Te lo digo de
verdad, Esme, cuando digo que eres un tempanito, no es porque lo vea como algo
malo. Tienes un carácter más pausado y eso está muy bien, porque esta familia no
soportaría dos como yo, o como Amelia, o incluso dos como tú. Por eso nosotros
cuatro somos distintos, porque cada uno tiene su forma de ser y de encajar en esta
casa y en el mundo.
—Para estar como una regadera, a veces dices cosas con mucho sentido.
—Lo sé. Soy una intelectual, creo que me quedé con toda la inteligencia de esta
familia.
—No te pases.
—No lo hago. Eres una picapleitos, ya ves el mérito que tiene eso. O ser
bombero, o ser salvadora del mundo como Amelia. Yo vendo sangre falsa, tía, eso no
hay quien lo supere.
319
Esme se ríe y chasquea la lengua. Después, para mi absoluta incredulidad me
abraza y besa mi mejilla.
—Gracias. Están siendo tiempos raros también para mí y necesitaba que alguien
me recordara que en esta familia yo también soy querida.
—Pensar eso se merece una pequeña agresión física, pero como te veo sensible
lo vamos a dejar correr.
Lo hace tarde, muy tarde, pasada la media noche pero no me importa porque
estoy que me como las uñas.
—¿Cómo ha ido?
—Tiene mucho ego, debe ser cosa de familia —Diego ríe un poco y sé que se
encuentra bien, a pesar de que esto complique un poco las cosas—. ¿Ha conseguido
creer tu versión?
320
—Lo sé, lo sé. No es el primer chico que conozco con una vida tan deprimente,
pero desde luego que sea mi sobrino hace que el cuento cambie.
—Joder, espero que al menos con ese dinero pueda largarse de esa mierda de
casa, aunque sea menor de edad.
—Ya, bueno, respecto a eso… —La duda en su voz me hace saber que va a
contarme algo gordo.
—¿Qué pasa?
—Bueno, ya sé que tiene diecisiete años, es menor de edad y en teoría debe vivir
con sus padres o tutores, pero seamos realistas… le faltan meses para la mayoría de
edad y es probable que ya haya pasado incontables noches en la calle o sabe Dios
dónde.
—Ajá.
—El caso es que para convencerlo del todo de que actúo de buena fe, me he
ofrecido a ocuparme de su bienestar en ese aspecto.
—Le he ofrecido vivir aquí y ocuparme de sus gastos en casa, tanto en comida
como en su parte de las facturas y demás. También le tengo que comprar un móvil de
última generación y pagar sus facturas mensuales, claro.
321
—Lo sé. ¿Te crees que no lo sé? —Cierro los ojos, porque odio discutir por
esto—. Escucha, solo quiero que entienda que no vamos a ocuparnos solo de darle
dinero. Quiero que esté bien y que sepa que tiene una familia con la que puede contar.
Es mi sangre, pequeña, no puedo abandonarlo.
—Lo sé, pero creo que comprarle un jodido móvil y pagarle las facturas ha sido
pasarse. Con darle techo, comida y pagar su parte de los gastos era suficiente.
—Sí, no se lo ha tomado bien pero vaya, ¿hay algo que Marco se tome bien? Es la
reencarnación de Chucky.
Me río un poco, aunque sea por soltar tensión, porque todo esto se está
complicando bastante. Y
conste que no soy egoísta, o no quiero serlo al menos y entiendo que Diego le
quiera ofrecer a su sobrino una buena vida y cierta estabilidad, igual que entiendo que
de no haber sido él, habría sido Giu el que ofreciera casa y cobijo al chico y eso habría
sido peor, porque algo me dice que la vida con Marco no es fácil. Diego lo sabe, no es
tonto y es posible que piense que prefiere que viva con él, que además es poli, a que lo
haga con sus padres y acabe volviéndolos locos.
—Está bien —digo al final—. Supongo que no es tan mala idea y podrás
enderezarlo mejor si lo tienes cerca.
—Eso pienso… —Diego hace una pausa y cuando habla el tono de duda es
patente en su voz—.
322
¿Cambia esto algo entre nosotros? —pregunta entre susurros, como si temiera la
respuesta.
—Entonces ahí estaré —susurro—. Nuestra vida acaba de volverse todavía más
interesante.
—Supongo que sí. Hace un año salía con Lerdisusi y ahora me he librado de ella,
pero tengo a Chucky y a mi pequeña bruja… Ya mismo puedo montar un circo.
Diego se ríe, yo me río y tenemos sexo telefónico, porque las sanas costumbres
no se pueden perder así, por las buenas.
323
36
Diego
Miro a Marco toquetear su iPhone nuevo mientras remuevo mi café e intento
digerir que yo no tengo un teléfono así pero él me lo ha sacado a la mínima de cambio.
¡Y si por lo menos hubiese servido para que se muestre agradecido estaría medio
contento! Pero no, él sigue con cara de mustio y solo sonríe cuando ve a alguna chica
que le gusta. Espero por su bien que use condones porque no me apetece una mierda
tener una charla sobre sexo con él. Más que nada porque me mandaría a la mierda, yo
me sentiría ridículo y lo mandaría a la mierda a él y empeoraríamos todavía más este
comienzo tan raro.
—¿Puedo conducir?
—¿Cuándo aprendiste?
—¿Quién te enseñó?
—Puto poli.
324
lado de la definición de la paciencia. La puta paciencia que estoy a nada de perder el
noventa por ciento del tiempo, pero eh, aquí estoy, aguantando como un campeón.
Esta le sonríe, creo que se siente agradecida de que por una vez deje la
bravuconería cuando se dirige a ella.
—¿Quieres ver algo genial? —le pregunta mientras nos guía hacia el mostrador.
Se mete en el pequeño almacén y cuando sale lo hace con una caja cerrada—. Mira.
Empieza a sacar mascaras de zombis, pero no son los normales que suelen verse.
Estas tienen toda la pinta de muertos vivientes de verdad y me doy cuenta de que
siguen un patrón. Son clavados a los que salen en The Walking dead.
—Están súper logrados —digo tocando una máscara—. ¿Han salido caras?
—Me debes…
—Te debo hasta mi vida, sí, y mi primogénito y hasta mis huevos si un día te
quedas sin ellos cuando jodas a alguien más de la cuenta. Te debo todo eso, pero no
voy a comprarte la puta máscara. Trabaja y hazlo tú.
—¡Es dinero para tu novia! Madre mía, vaya rácano estás hecho.
Es la segunda vez hoy que Marco hace referencia a que Julieta y yo somos novios
y como ella no lo ha desmentido, yo he decidido que tampoco quiero hacerlo.
325
Todo esto se está volviendo complicado por momentos, no solo por el hecho de
vivir de pronto con un adolescente –noticia que Nate no ha acogido con ilusión, por
cierto–, sino porque yo sigo pillado hasta las trancas pero no he tenido oportunidad de
declararme. A veces pienso que lo mejor es soltarlo de una vez y olvidar tanta espera,
porque todo lo que puede pasar es que al final Julieta se acabe cansando de estar
implicada en mi vida, sobre todo ahora que Marco está en ella. No me malinterpretes,
sé que ella ha decidido quedarse a mi lado de momento, pero el chaval no va a
ponerme las cosas fáciles y entendería a la perfección que en algún momento
decidiera poner el punto y final a esto y volver a su vida de disfraces, sangre falsa y
tatuajes originales.
Dejo de lado mis pensamientos para centrarme en ellos, porque esa frase es rara.
Marco se ríe con sequedad y chasquea la lengua.
—El final feliz te lo prometo, pero no contigo. —Julieta me mira con tanto
descaro que mi cuerpo reacciona. Sonrío y le guiño un ojo—. Estás muy guapo hoy,
poli.
—Oye, ¿por qué no te vas al coche y esperas a que ayude a Julieta a cerrar? —
pregunto.
—Ni de puta coña voy a esperar en el coche a que echéis un polvo rápido.
Puto niño, qué listo es. Claro que yo tampoco me he andado con muchos rodeos y
mis intenciones se han visto claras. Julieta también lo ha hecho, porque está
mirándome de esa forma que me vuelve loco.
326
Julieta eleva una ceja, le da una mascara a Marco y tira del cuello de mi jersey
para que me agache y la bese. Lo hago y, justo antes de besarla, sus palabras rozan mis
labios.
—Siempre.
—Dios santo… espero que no siempre seáis así, porque estoy a nada de sacarme
los ojos y ponerlos a la venta con estos de aquí.
Tan seria lo dice que hasta el chico duda. No lo dice, claro, pero se le ha notado
por un momento.
—Haya paz —digo—. ¿Qué tal si vamos a comer fuera? Y así celebramos la
mudanza de Marco.
—¿A dónde?
—A donde me dé la gana.
Estoy a nada de discutir pero Julieta me aprieta la mano y comprendo que esto
no va a llevarnos a nada así que lo dejo estar.
Al final, ella avisa a su hermano para que se ocupe de abrir la tienda esta tarde y
poder tomársela libre, vamos a comer, Marco lo hace a toda prisa y en cuanto se larga
Julieta pide la cuenta y lo paga todo.
327
—No hacía falta —digo—. Pensaba invitaros.
—Deja que pague yo esto, que algo me dice que hoy ya has gastado bastante.
«¿Nunca…?» quiero preguntarle, pero me corto, porque sé que eso nos pondría
en un aprieto y no creo que este sea el mejor momento. Aun así, sí que intento hacer
que comprenda todo lo que implica la llegada de Marco.
—Yo ya te dije anoche por teléfono que no quiero, pero tanta insistencia acabará
por hacerme pensar mal.
328
—Odiaría que te alejaras de mí. Odiaría perderte.
—No tienes que hacerlo. Estoy aquí, Diego, tienes que creerme.
No necesita decir ni una palabra más. Nos levantamos, nos vamos al piso y nos
pasamos la tarde entregados al sexo, a las caricias, a los besos y a mordernos las
sonrisas y los gemidos. Ella se estira, se arquea, cierra las manos en puños sobre las
sabanas y jadea mi nombre una y otra vez mientras yo la toco, la beso, la hago mía y
me hago tan suyo que ni yo mismo me lo creo.
—Diego, por favor, por favor. Más adentro. Más hondo. Más.
Ella suplica, yo ruego y al final los dos estallamos con poca diferencia de tiempo
antes de caer rendidos en la cama. Estoy agotado, no es ninguna novedad porque sabe
cómo hacerme papilla, pero más allá de eso está ella. Su boca está cerrada, cosa rara
porque Julieta después de tener sexo es de hablar y comentar la jugada si es necesario.
Sus ojos, sin embargo, no callan. Lo que yo quiero de ella está ahí, brillando en sus iris
y diciéndome todo lo que ella no se atreve y todo lo que yo tampoco he podido decir
aún.
—Diego…
—Lo sé —susurro.
—No, no lo sabes. —Ella mira al techo, cierra los ojos y se los tapa con el
antebrazo—. No lo sabes, porque no te lo digo.
—Diego…
—Lo he visto, pequeña. Lo he visto en tu piel cada vez que se ha erizado con mi
toque, en la humedad entre tus piernas, en tus gemidos, en los arañazos de mi espalda
y en tus ojos. En esos ojos que van a volverme loco un día.
329
—No lo diré si no quieres.
—Sí, quiero.
Julieta ríe, rueda por la cama y se sube a horcajadas sobre mi estómago. Sus
pechos son pequeños pero perfectos para mis manos, los acaricio y ella interpone sus
manos para entrelazar nuestros dedos.
—¿Y si luego me dejas colgado? —pregunto son una sonrisita, porque casi no
puedo creerme que estemos llegando a esto.
Ella se estira sobre mi cuerpo como una gata mimosa, sus pezones rozan mi
pecho y de no ser porque acabamos de hacer el amor y porque el corazón me late
demasiado deprisa, me excitaría de nuevo.
—¿Nunca?
—Nunca.
—Uno —empiezo.
—Dos.
—Tres.
La miro y me mira. La beso y me besa. Abre sus labios y yo hago lo mismo con los
míos.
Sus ojos se llenan de lágrimas, espero que buenas. Mi corazón se desboca, las
sienes me laten y la beso, porque lo he imaginado muchas veces y hasta lo he soñado
infinitas noches, pero no hay nada en este mundo que se compare a escuchar las dos
palabras que acaban de unirnos todavía más. Sus lágrimas son la confirmación que
330
necesitaba de que me quiere, porque Julieta no llora nunca, mucho menos por algo
romántico. Ella no es así, ella se ríe de las protagonistas de las películas románticas,
aunque sé que lee novelas de ese género porque he visto los libros en su cuarto. Ella
hace bromas hasta de pedos con tal de evitar que la situación se ponga demasiado
intensa. Ella inventa juegos eróticos para desvincular nuestros sentimientos del sexo.
Ella es todo bravuconería y no permite que nadie vea sus debilidades,
porque eso le hace sentir que, de alguna forma, ha fracasado. Ella, que tapa con
bromas hasta las cosas que más le duelen está dejando escapar lágrimas frente a mí,
me ha dicho que me quiere y me está besando como si yo fuera el importante, cuando
la verdad es que ella es mi regalo.
331
37
Salgo del dormitorio con una gran, gran sonrisa. La verdad es que estas últimas
horas han sido tan buenas que me da un poco de miedo pensar que todo puede acabar
de forma repentina. Ahora tengo novio y estoy enamorada de ese novio, que está
como un queso y, además, también me quiere. Todo es perfecto en ese plano, pero en
el resto… Marco llegó anoche tardísimo y me costó mucho esfuerzo –y mucho sexo–
Tampoco es como si hubiésemos estado toda la noche dale que te pego, pero sí
es verdad que hemos dormido poco y que se nos ha ido mucho tiempo en tocar, besar
y lamer nuestros cuerpos sabiendo que ahora están al cien por cien conectados. Ya no
hay barreras, ni tengo que pensar todo el día en lo que él sentirá por mí. Ahora tengo
claro que me quiere y la tranquilidad que eso me ha producido es tan grande que
anoche, más de una vez, lloré de alivio. ¡Yo! Que no lloro ni así me amputes las piernas
a bocados, anoche parecía una actriz de telenovela con tanta lágrima y tanto
empalago. No me parece mal, a pesar de esto que lees, pero sí es verdad que hoy, al
332
levantarme, he decidido que bien podía cumplir mi fantasía de esposarlo yo a él. La
verdad es que cuando Diego me lo hizo a mí me gustó, pero yo creo que va a gustarme
más torturar –para bien– que ser torturada. Tengo una vena sádica a lo Grey muy
interesante.
Cojo la mermelada y una botella de agua, porque no veas lo que seca la boca
estar dando lametazos de… El caso es que lo cojo todo y estoy en el salón cuando oigo
el primer grito.
Frunzo el ceño porque Nate está trabajando aunque sea domingo, así que sé muy
bien a quién le ha gritado Diego. Cuando veo a Marco salir descojonándose de risa del
dormitorio casi me pongo colorada.
Casi. El chico fija su vista en mí y agradezco haber hecho caso a Diego y haberme
puesto su camiseta, porque aún así eleva una ceja y sonríe con picardía.
—En eso tienes razón —contesto con soltura—. ¿Por qué has entrado en su
habitación sin llamar, Marco?
—Si no te ha hecho falta hasta ahora, dudo que lo vayas a necesitar por ver un
desnudo.
—En eso tienes razón, he visto más de los que te puedas imaginar. —Su tono
sigue siendo jocoso, pero algo en su mirada me detiene de seguir pinchando.
Hay…dolor. Hay tanto dolor que siento ansiedad
—. Mira, me largo.
333
—Apenas has dormido —le digo.
—¿En serio? —pregunto de mala leche—. ¿De verdad te crees que estás mejor
en tu casa que aquí?
—¿Y quieres que le tenga respeto con esa imagen? —dice señalando la puerta.
—Tienes tus derechos, pero sabes muy bien que si tu caso fuera a juicio y toda
esa mierda tardarías una eternidad en poder pillar una mínima parte, que es lo que
legalmente te corresponde. Están dándote mucho más de lo que deben solo porque se
sienten culpables sin tener por qué. Diego se está dejando el sueldo y la paciencia en
intentar compensarte por la vida de mierda que has tenido, así que por lo menos
podrías intentar no ser un cretino y reconocer que ahora estás mejor. ¡Abre los ojos,
joder! Puedes salir de esa mierda de barrio, olvidar tu antigua vida y empezar de cero,
pero solo si pones de tu parte. No la cagues, Marco, porque al final solo te jodes a ti.
Él me mira serio, creo que intenta quejarse pero al final se encoge de hombros y
asiente.
334
—Sabía que en el fondo, detrás de esa cara bonita, había por lo menos media
neurona a pleno funcionamiento.
Marco se ríe, así, de la nada me dedica una risa sincera y bronca que me hace
sonreír también.
—Esta batalla te dejo que la ganes, pero no te acostumbres. Joder, eres una
pequeña arpía.
Pongo los ojos en blanco porque justo ese mote me suena y cuando se va sonrío
de nuevo, porque es increíble que con solo diecisiete años se parezca tanto a su tío. No
en lo de ser un cretino, claro. O sí, porque cuando conocí a Diego también supo cómo
ser un impresentable. Se ve que llevan en los genes eso de aceptar los cambios a base
de gilipollismo.
—¿Estás bien?
—Sí.
—No.
—¿Qué amigos?
—Los del barrio en el que vivía. Sé bien que los ve, tengo a algunos compañeros
avisados para que le echen un ojo y siempre va con ellos.
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—Las peores que podría encontrar. —Cierra los ojos y suspira—. Ojalá pasara
un año entero ya, para saber cómo avanzará esto.
—Irá bien. Necesita más paciencia y aunque sea un poco capullo, no es mal chico.
O no malo del todo.
—Es un cretino.
—De casta la viene al galgo. —Diego eleva una ceja y sonrío—. Solo usa esa
actitud para defenderse.
—Sí, la verdad es que sí. Ten en cuenta que es un adolescente y eso ya le hace
comportarse de forma desmedida, pero además viniendo de donde viene… Bueno, es
normal que desconfíe de ti y de todos, Diego.
—Lo sé. Suerte que en esta pareja el de la paciencia soy yo, ¿eh?
Los días empiezan a pasar de forma extraña. Por un lado Diego y yo estamos
bien, muy bien, pero por otro voy lidiando con toda la situación de Marco, que de
momento mejora poco. Es verdad que el chico ya no insulta a su tío cada dos frases,
pero en el restaurante no le está yendo todo lo bien que debería, Giu está desesperado
y Teresa va con pies de plomo para no ofender a su nieto, aunque he de decir que
Marco a ella la trata muy bien. El día que se conocieron fue más cretino, pero ahora a
la única que habla con respeto es a ella. Me gustaría que hiciera lo mismo con Giu y
con Diego, pero entiendo que el chico siente desconfianza hacia todos los hombres en
general y me imagino que en parte es por la convivencia con Ángel, que ha quedado
confirmado que es el chulo de su madre y de casi todas las prostitutas del barrio.
336
repente. La gente te dice que te entiende, ¿pero cómo pueden? Es imposible, a no ser
que lo hayan vivido también.
No quiero tener una charla con él y decirle que le comprendo y que tiene razón
en estar cabreado con el mundo, porque la última parte es cierta pero la primera no.
Yo no le puedo comprender, por más que lo intente. No sé cómo funciona su mente, de
qué tiene miedo o por qué desconfía tanto. No sé si aparte de
En resumen, los días se pasan entre intentar manejar a Marco, los trabajos y
nuestra recién estrenada relación. Con tanto ajetreo es normal que hasta pasada una
semana no me dé cuenta de que mi cumpleaños se acerca. Cada año suelo ponerme
súper plasta con la celebración y este año ha sido Esme la que me lo ha recordado y
además se está encargando de todo. Puesto que es el doce de junio y el de Diego es a
final de mes, se lo he comentado y hemos quedado en que lo celebra con nosotros y
matamos dos pájaros de un tiro. Este finde haremos una barbacoa y Amelia va a
intentar traer a Erin. La fiesta servirá como excusa para intentar vislumbrar qué tipo
de relación mantiene Marco con ella, si es que son amigos de verdad.
337
Los días pasan lentos y a mí cada vez me apetece menos la fiesta. Tanta es mi
apatía que el viernes por la noche Diego decide sacar el tema de una vez.
—No me digas que no te pasa nada. Parece que no te hiciera ilusión celebrarlo.
—No es eso.
—No, y si fuera por eso tú deberías estar más deprimido, porque vas para treinta
y tres.
—No me apetece hacer una fiesta en la que estaremos rodeados de gente otra
vez. Ya sé que son nuestra familia y me gusta estar con ellos, pero desde que Marco
apareció solo te tengo las noches que dormimos juntos. Me gustaría bastante más
celebrarlo contigo perdida en cualquier sitio que hacer una barbacoa en la que tendré
que refrenar mis instintos sexuales y moñas.
—Creo que te da más vergüenza expresar los moñas en publico, que los sexuales.
no podría soportarlo.
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—Ya no, ahora soy una mujer hecha y derecha.
—Vamos a dejarlo en que eres una mujer. —Lo miro mal y se ríe—. Una mujer
preciosa, inteligente y graciosa.
—Y hecha y derecha.
—Estás muy bien hecha, eso sí —dice mientras se cuela entre mis piernas.
—Eres un idiota.
—Ajá.
—Y un creído.
—Lo sé.
Diego se ríe, me dice que va a enseñarme lo que puede hacer con su látigo y
consigue que durante un rato me olvide de mi apatía por el cumpleaños.
—¿Tienes idea de lo que valen estas camisas? Esto vas a pagarlo tú, que lo sepas.
—Cobras más que la mayoría —dice Diego—. ¿Y qué cojones tenía la camiseta
para despintar tanto?
—¡Grasa! —grita Nate—. ¡Grasa! Ha metido una puta camiseta llena de grasa en
la lavadora con mis camisas caras! —Mira a Diego y lo señala con el dedo—. Si tu
sobrino no paga, te toca a ti. Avisado quedas.
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—Tranquilo, Nate.
—¡No puedo estar tranquilo! Entre vosotros jodiéndome las comidas y este
cargándose mi ropa lo que no sé es cómo no he estallado antes. ¡Joder!
—Voy a ver si lo apaciguo —digo antes de salir de la cocina, así de paso los dejo
solos y Diego puede darle la charla a Marco, porque está claro que se la ha ganado a
pulso.
—¿Estás bien?
—Sí —dice—. Lo siento… lo siento, no debí hablaros así. Es solo que estoy
estresado y todo esto de Marco me está sobrepasando un poco.
—Sé que todo esto es difícil para ti y que estás perdido. Yo a veces me siento
igual…
Nate suspira y asiente resoplando y sacando una camisa nueva del armario.
—Supongo que sí. No acabo de acostumbrarme a que esta casa sea un circo la
mayor parte del tiempo.
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—Lo sé. —Entro en el dormitorio, le quito la camisa que tiene en la mano y le
doy un jersey de rayas marineras que hay en el armario—. Con esto y unos chinos
harás que mi hermana babee un rato.
—Esme lleva un año viéndote como al médico formal y educado. Quizá es hora
de mostrarle que eres más que eso.
341
38
Esme está en la cocina con Sara preparando las bandejas de aperitivos y cuando
nos ve nos saluda a todos con dos besos y a Nate, además, con un repaso visual. Ay,
que no le ha pasado desapercibido lo ajustadito que le queda el jersey al doctorcito.
No dirá nada, claro, antes muerta que admitir que un poco le gusta, o como mínimo le
pone bestia imaginarse todo ese montón de piel morena sobre ella. No es la primera
vez que la veo fijarse con disimulo en él, aunque luego diga que no, que ni siquiera le
cae bien.
Alex está con mi padre en la calle trasera dándole vueltas al coche clásico que se
ha comprado con el dinero de la yincana, que ya era hora de que lo invirtiera. Un
trasto que no sirve para nada, pero oye, están tan ilusionados los dos con arreglarlo
que me da cosa decirles que pierden el tiempo.
Los únicos que están en el jardín, que es donde se celebra el cumpleaños, son Giu
y Teresa que han llegado con tiempo de sobra por eso de pasar tiempo con su nieto
fuera del restaurante, me imagino. Nos acercamos a ellos y me doy cuenta de cómo
mira Teresa a Marco. Por Dios, lleva pintada la adoración en los ojos y espero de
corazón que el niñato no le haga ningún daño emocional a su abuela, porque le
arranco la cabeza.
—Estás muy guapa —le dice dejándome de piedra—. ¿Es un vestido nuevo?
—Me lo compré hace tiempo pero he pensado que era buen día para estrenarlo
—contesta ella con una gran sonrisa—. Tú también estás muy guapo, cariño.
Marco estira los labios, que es lo más parecido a una sonrisa que tiene. Por hacer
más de eso le deben cobrar, porque no hay manera y eso que yo he conseguido sacarle
alguna risa, pero de puro milagro.
342
—Hola hijo —dice Giu.
—Hola, tú también estás bien, aunque aquí la más guapa es ella —vuelve a decir
mientras le guiña un ojo a su abuela.
Ay por Dios, este niño hará lo que quiera con ella. No sé si es peor para ella el
nieto cabrón o este, con ese encanto y esa sonrisa de pícaro tan parecida a la de Diego
y, con toda probabilidad, a la de su difunto padre. No puedo ni imaginar el dolor y la
felicidad que siente Teresa al mismo tiempo al tener un pedacito de su hijo de pronto
aquí, frente a ella. Creo que ni ella misma sabría expresar cómo se siente.
—Tengamos la fiesta en paz, por Dios bendito —ruego—. ¿Sabéis qué quiero por
mi cumple? ¡Que cerréis el pico los dos!
evidente fastidio.
—Ja, ja, ja. Me alegra ver que por lo menos tenéis un puñetero punto en común,
aunque sea pincharme.
—No te enfades, que es tu cumple y queda feo —dice Diego besándome los
labios—. Y además tengo un regalito para ti.
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—¿Quieres que nos los demos ya?
—Encargué a tus hermanos que lo compraran todo por mí, porque te conozco y
no habrías parado hasta dar con el paquete en mi piso.
Dentro hay un par de calcetines disparejos, uno corto, otro largo, uno naranja y
el otro gris oscuro.
—¡Me gustan! Y eso que estamos llegando al verano, pero me gustan igual.
«A finales de este mes: tú, yo e Italia. Necesito fotos nuevas para mi cabecero. Te
quiero, pequeña bruja».
Miro a Diego, que me dedica una sonrisa comedida y cuando salto sobre él me
agarra y me tira en la cama entre risas.
—Cinco días completos. Tendremos que seleccionar lo que más ganas tengas de
ver e ir a tiro fijo pero sí, nos vamos. ¿Te gusta?
344
—¿Sí?
—Hasta Esme. Y Sara y tu padre se ocuparán de los ratos que no pueda ninguno.
Lo miro con la boca abierta, porque esto es mucho más de lo que me esperaba
pero es que es tan genial que haya hecho algo así de especial por nosotros... ¡Italia!
Podremos pasear, hacer el amor, decirnos cursiladas todo el tiempo y lo mejor de
todo: estar solos, completamente solos.
portarse mal con mis padres cuando yo no esté… Tú por eso no te preocupes. —
Enmarca mi rostro entre sus manos y sonríe—. Iremos a la casa de Julieta,
montaremos en góndola y comeremos hasta hartarnos.
—De todo. Por mí como si quieres pasar los días en las camas de los hoteles,
desnuda y poniéndome a mil por hora.
345
—Me encanta —me besa y me quita la bolsa grande—. ¿Y esto? —Rasga el papel
de la caja que contiene un pantalón corto, una camiseta de tirantas y unas zapatillas de
correr nuevas.
Diego se ríe, me besa otra vez y se calza las zapatillas en un momento para ver si
le están bien.
—No, no es un viaje a Italia, pero es que eso es un regalo que nos he hecho a los
dos. —Me abraza y me mira a los ojos con intensidad—. Necesito alejarme de todo y
de todos. Solo quiero estar en alguna parte del mundo a solas contigo, disfrutar de ti,
de nosotros y no pensar en todos los problemas que tenemos aquí en nuestro día a
día. Si lo miras bien, aquí el egoísta soy yo, porque he recibido mucho más que tú.
Es, con toda seguridad, el regalo que menos valor económico tiene, pero a nivel
sentimental les gana a todos por goleada así que espero de corazón que le guste. Diego
saca la cajita, la abre y cuando ve la pulsera me mira con cara de sorpresa. Es de cuero
trenzado, roja y está algo desgastada por el paso del tiempo. Tiene una J de metal
colgando y una máscara, también de metal. Recuerdo como si fuera ayer la navidad
que mi padre nos regaló una a cada hermano.
—Mi padre estaba y está muy empeñado en decir que nosotros, siendo
cuatrillizos, tenemos un vínculo especial. A veces creo que es verdad, aunque mataría
a esos tres cabrones que tengo por hermanos, ya sabes —le digo a Diego sonriendo—.
El caso es que cuando nos regaló estas pulseras, a cada uno con nuestra inicial y un
colgante que nos identificara, en mi caso la máscara, porque de siempre me ha
gustado disfrazarme, nos dijo que esto y nuestro lazo de sangre, eran lo más
verdadero que íbamos a tener nunca. Es una tontería y no vale mucho, pero creo que
346
todos la conservamos porque de alguna forma pensamos que, a veces, nos recuerda
que no estamos solos en el mundo. —Me fijo en Diego y cuando veo el amor que
reflejan sus ojos aparto la mirada, porque todo esto en el fondo me da mucha
vergüenza—. Quería que supieras que ahora tú también eres una de las cosas más
verdaderas de mi vida y por eso quiero que la tengas. —Carraspeo, pensando si no
habré sido demasiado cursi y añado—. Si un día me dejas, te corto los huevos y luego
te la quito.
Diego me besa y lo agradezco, porque si sigue dejándome hablar puede ser que
acabe amenazándole de muerte solo para intentar deshacerme de esta incomodidad
que me produce ponerme tan moñas.
—Es el mejor regalo de mi vida —dice entre mordiscos que me tienen tan
receptiva como atontada
—. Te quiero.
Sonreímos, nos magreamos un poco más y al final bajamos, porque ya está bien
de hacer el moñas y porque no nos fiamos de Marco, no sea que Erin haya llegado ya y
nos estemos perdiendo su reacción.
Salimos al jardín y nos fijamos en que Amelia no ha llegado, pero Alex nos
informa poco después de que ha mandado un whatsapp diciendo que viene de camino
con Erin. Diego y yo nos miramos con nerviosismo y fijamos la vista en Marco, que se
atiborra de patatas y parece tranquilo. El niño come como si tuviera la solitaria, no me
explico cómo es que está tan delgado, claro que Diego es igual y media hora después
tanto ellos, como Nate y Alex, están acabando con la existencia de la mesa de
aperitivos. Tanto es así que Esmeralda se da cuenta y pone orden.
—Perdona —dice Diego limpiándose las manos en los pantalones, haciendo aún
más evidente que sí, parecen niños—. Es que tenemos hambre.
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—Si tienes hambre bebe agua, que con lo que has comido estarás seco. Y tú —
dice señalando a Marco—. Apártate de la mesa, que llevas casi una hora tragando sin
control. ¿Dónde lo metes?
Esmeralda pone los ojos en blanco y se va mientras Nate sonríe de medio lado,
porque se ha librado.
—Oye, ¿sabéis algo de Einar? —pregunto—, hace como una semana que no lo
llamo.
—Su familia es genial también —me dice Diego—. Yo creo que lo que pasa es
que te da palo pensar que acaben prefiriendo a Einar a ti —le dice a Nate—. Después
de todo él está allí…
—Tu tito no paga ya ni agua hasta que no vea que te pones más las pilas —dice
Diego.
—Sí, señora.
348
Frunzo el ceño y miro a Teresa.
Ella se ríe, porque está encantada de que su nieto la trate con respeto y un
mínimo de cariño. No me
Cuando Amelia por fin llega creo que todos estamos en alerta. Entra con Erin en
el jardín y me fijo en que la ropa de la chica sigue siendo desastrosa, pero al menos no
está rota, como otras veces. Ella sigue mirando a todo el mundo con actitud desafiante,
como si hubiese venido solo por hacernos un favor.
No quiero ni imaginarme todo lo que le ha tenido que prometer Amelia para que
acceda y eso que es por un bien de ella, pero tiene un orgullo bastante envidiable, o
bastante estúpido, dada su situación.
Tan entretenida estoy mirando su aspecto que no es hasta que Marco me empuja
un poco al pasar por mi lado que me doy cuenta de su reacción inmediata.
—¿Te ha obligado?
—No.
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Me doy cuenta de que lo ha hecho para desviar la atención de Marco y Erin,
porque lo de que está muertecito de hambre es una mentira como una catedral. Aun
así cuela y todos nos ponemos a hacer como que comemos, bebemos y charlamos,
cuando en realidad estamos pendientes en todo momento de ellos.
—Pues queda confirmado que son amigos —le digo a Diego y Amelia un rato
después, mientras los miramos hablar apoyados en la valla del jardín. Marco le cuenta
algo a Erin y ella sonríe enseñando los dientes, que es una cosa que yo no había visto
nunca antes en ella, por eso me sorprende tanto.
verdad, ya sabemos que Ángel se ocupa de casi todas las prostitutas del barrio.
—Hablar de esto me sigue pareciendo muy fuerte —digo—. Además, esa chica
apenas soporta tratar con hombres y mírala, tan a gustito con Marco.
—No es la primera vez que veo algo así —contesta mi hermana—. Creo que
Marco intenta ser algo así como su ángel guardián.
—Eso no tiene sentido —dice Diego—. Si fuera así, no la llevaría con las
amistades de mierda que frecuenta.
—O la lleva para que todos vean que está bajo su protección —contesta mi
hermana—. En las pandillas tienen ciertos códigos que los de fuera no acabamos de
entender.
—Yo no he dicho que sean criminales —agrega Amelia—, aunque no son santos
y si lo miraras con ojo clínico, ese de poli que tienes, me darías la razón.
Diego se queda callado, yo también, pero porque no quiero decir nada que pueda
romper la tensión para mal. Esto no consiste en que nosotros discutamos, sino en
intentar ayudar tanto a Marco como a Erin y creo que, si conseguimos que la actitud
del primero mejore, es cuestión de tiempo que la pelirroja acabe por ceder y aceptar
más ayuda de Amelia también.
—Bah, comerá, lo pasará bien y luego volverá a su vida de mierda —le digo—.
No te agobies por eso.
350
Mi hermana asiente, porque no es la primera vez que mete en casa a gente que
necesita ayuda y se saca, no sé de donde, unos antiácidos que traga como caramelos.
De verdad que lo de esta mujer ya es vicio y enganche. Se lo digo, pero se limita a
hacerme un corte de mangas y acercarse a los chicos, que de inmediato dejan de
sonreír y se ponen tensos.
El resto del día es así, más o menos, hasta que por obra y gracia del destino entro
en el baño y justo al salir, oigo, sin querer queriendo, una conversación que mantienen
Marco y Erin en un rincón de la casa.
—No, no, no. Encontraré un sitio mejor, ¿vale? No vayas a ningún sitio que te
diga Sergio.
Erin sale del salón y entra en la cocina para volver al jardín, yo doy un par de
pasos atrás a toda prisa para que no me vea y espero unos segundos hasta que Marco
la sigue. Cuando escucho la puerta cerrarse suelto el aire retenido e intento
serenarme, porque de alguna forma, he sentido la impotencia de Marco y la rabia de
Erin. No sé cómo acabará esto, pero sé que Marco no va a darse por vencido y si para
estar con Erin tiene que joder a Diego y a su familia, lo hará. Después de escuchar su
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tono de voz cuando se dirigía a ella, estoy casi segura de que haría cualquier cosa con
tal de seguir protegiéndola.
352
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Cuando la casa se queda vacía miro a mi padre, a Sara y a mis hermanos, que
están tirados en el sofá de cualquier manera y pienso si no debería haber vuelto con
Diego a su piso, pero la verdad es que últimamente son pocas las ocasiones en que
coincidimos todos en casa y me apetece estar con ellos.
Me hago un hueco entre Alex y Amelia y pregunto por el helado de kinder, que
no puede faltar.
—En el congelador —dice Alex— pero yo ya he traído las cervezas, así que paso.
—Uy, eso es la edad —digo—. Tú antes te podías comer tres bolsas de patatas,
media tarrina de kinder y un par de donuts y lo engrasabas todo con coca cola o
cerveza, como manda la ley de los que comen como cerdos.
—Eso es verdad —agrega Esme—. Hasta yo estoy bebiendo cerveza y eso que
mañana seguro que
me arrepiento.
—Hija, es que lo que has dicho es una locura —dice mi padre—. Mejor voy a
llenar un cubito con hielo y así metemos un pack de cervezas y no tenemos que
movernos mucho.
353
Os adoro.
—Bueno, bueno, relaja, que tampoco estás tú todo el día de fuego en fuego
jugándote la vida —dice Esme—. Más peligro corro yo en los juicios.
—Claro, es que meter en la cárcel ladrones de poca monta debe ser muy
peligroso.
—Haya paz —dice mi padre volviendo con las cervezas. Las pone encima de la
mesa y cuando nos callamos mira a Sara y sonríe—. De pequeños los biberones y
ahora las cervezas. Los tengo dominados.
Aquí ninguno tiene nada que objetar porque es verdad. Mi padre se tiene el cielo
ganado, pero yo creo que nos ha soportado solo porque en el fondo, está un poco
grillado y nos parecemos a él. Bueno, Esme dice que no, que papá es perfecto y solo
ella se parece a él, pero ya sabemos que Tempanito y yo vemos la vida de forma
distinta.
Los días siguen pasando, el tiempo parece hacerse eterno porque Marco no lo
pone fácil, aunque ha
354
porque allí, según nos cuentan, se reúne con sus amigos y con Erin y después de
escuchar la conversación que mantuvieron me imagino que Marco está intentando
hacer lo posible para ayudarla y protegerla, pero es que a mí eso me parece demasiada
responsabilidad para un chaval que no deja de tener diecisiete años. A veces todo eso
me parece tan irreal que tengo que pararme para pensar y concienciarme de que sí,
hay madres que no se ocupan de sus hijos, leyes que no los amparan como deberían y
sistemas de acogida que fallan, entre mil cosas más. Como resultado, hay un montón
de adolescentes en la calle, cuando deberían estar estudiando y labrándose un futuro.
Me pongo muy seria con este tema, pero es que todavía me parte un poco en dos que
Marco no quiera estudiar, porque es listo y sé que podría ser genial en lo que se
propusiera, pero cada vez que se lo insinúo dice que no, que a él le gusta trabajar en el
restaurante y no quiere hacer otra cosa. Y si he dejado de insistir es porque, si bien al
principio veía mucha mentira en sus palabras, ahora me doy cuenta de que sí va
disfrutando de su trabajo. De hecho a veces entra antes y sale a última hora cuando ya
está todo recogido.
Está adaptándose poco a poco y Giu y Teresa lo adoran, porque su actitud con
ellos es distinta, pero yo sigo pensando que necesita un psicólogo que lo ayude a dejar
atrás el pasado de forma definitiva. No creo que sea tan grave pero cuando lo propuse
el chico puso el grito en el cielo y Diego resopló y me dijo que ya bastante tenemos con
manejar todo esto como para agregar problemas. Solo Nate estuvo de acuerdo
conmigo, pero dada la cabezonería de los Corleone no estuvimos ni cerca de ganar la
discusión.
A veces los odio, porque me hacen pensar con madurez y no es algo que a mí me
agrade demasiado.
Es fácil hacerles ver a Giu y Teresa solo la parte buena de todo esto, porque
tapamos al chico en todo lo que podemos para que ellos no sufran, pero ahora que no
vamos a estar no sé si…
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—Vamos a ir —dice Diego a mi lado. Lo miro, desnudo y medio dormido y sonrío
un poco—. Sé lo que estás pensando y me da igual. Vamos a ir, vamos a pasarlo bien y
vamos a disfrutar de nosotros porque nos lo merecemos.
—Mmmmm, sí, pero mirándolo por el lado positivo, cuando nos toque pasar la
adolescencia de nuestros hijos será coser y cantar.
—Sí, claro. No ahora, porque llevamos poco tiempo juntos, pero en un futuro…
—Cuando ve mi cara de asombro se moja los labios—. Te quiero, Julieta, y voy en serio
con todo esto. ¿Tú no?
—No soy un hombre inseguro, ya lo sabes. Una vez que tengo claros mis
sentimientos actúo en consecuencia. Yo te adoro, pequeña. No puedo imaginar un
futuro en el que tú o nuestros hijos no estén.
Me río y me derrito porque ese instinto maternal que pensé que no tenía hasta
ahora me ha dado un par de patadas en el estómago e imaginar a Diego con un bebé
nuestro me ha puesto tontorrona.
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—Si se parece a ti, será perfecta.
Mi chico se ríe, asiente y acaricia con los dientes la zona alta de mis pechos.
—Ya discutiremos eso en el futuro. Ahora vamos a practicar, para que cuando
llegue la hora de concebir tengamos la técnica dominada al cien por cien.
Los días se pasan sin que nos demos cuenta, el veintisiete, que es el cumpleaños
de Diego, lo celebramos ya en Venecia, subidos en una góndola y haciéndonos fotos
mientras nos besamos. Más tarde intento jugar a mecer la góndola pero a Diego eso no
le hace gracia y al señor gondolero tampoco, así que decido cortarme un poco y dejar
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estas cosas para cuando tenga una góndola propia y nadie pueda ponerme cara de
mustio.
—¿Pero qué ha pasado? —pregunta Diego— ¿Y por qué no nos has llamado?
—¿Qué no ha hecho? Solo tuve que trabajar en el hospital una noche, pero
cuando llegué aquí por la mañana esto era un estercolero. Me encontré con dos
amigos suyos de esa pandilla tirados en el sofá y con una rubia en tanga en medio del
pasillo. No me habría importado si no tuviera, por lo menos, treinta años. Le tuve que
recordar que Marco era menor y salió por patas, pero entonces el niñato se me puso
altanero y…
Viste un pantalón vaquero y una camiseta con el logo de una banda de música.
Está guapo, pero Marco siempre suele estarlo. Cuando lo veo coger sus llaves de la
mesita del salón me doy cuenta de que piensa salir.
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—Poco he dicho —contesta Nate antes de mirarnos—. Mirad, chicos, yo lo
siento, pero necesito un paseo. Iré a cenar por ahí y disfrutaré de mi soledad de una
vez.
—Tú te drogas.
Está intentando hacerlo por las buenas, se lo noto, pero es que Marco no está
nada receptivo y eso también se nota a kilómetros.
—Habéis follado hasta desgastaros y habéis comido porque tú vienes más gordo.
—Me mira y sonríe—. Tú vienes muy guapa, tita.
—Vaya, gracias —digo con ironía—. ¿Por qué no te quedas y cenas con nosotros?
Así te contamos lo que hemos visto.
—No, gracias. Tengo mejores cosas que hacer que ponerme a ver fotos
empalagosas.
—Por ahí.
—¿Con quién?
—Solo te he preguntado a dónde vas y con quién, aunque ya me hago una idea.
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—Es que eres muy listo.
—¿Vas con esa pandilla? ¿Tienes idea de cómo son? Algunos tienen
antecedentes, Marco.
—¿Y a Erin? ¿También te la llevas esta vez? No me parece la mejor idea del
mundo meterla en ese mundo.
—Marco…
—¡No tienes ni puta idea ni de su vida, ni de la mía! Y te juro por lo que más
quieres que como metas las narices en su vida te vas a arrepentir.
—Si lo que quieres es ayudarla, o protegerla, estás dando los pasos equivocados.
—¡Que no tienes ni puta idea, te digo! —Se acerca a él en dos pasos y le clava el
dedo en el pecho
—. Mantén tu narizota fuera de mis asuntos y sobre todo, fuera de los de ella.
—¡No me vengas con mierdas! Tiene quince años ¿Qué propones? ¿Que los
asuntos sociales se la lleven y la den en adopción? Eres poli, deberías saber que no
funciona así. Es demasiado mayor y acabará encerrada hasta que cumpla los dieciocho
y pueda largarse. No pienso hacerle eso y más te vale a ti no meterte en su vida. —Me
mira y aprieta la mandíbula—. Y esto también va por ti y por tu hermana.
¡Dejadnos en paz!
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—Hogar, dulce hogar —digo justo antes de echarme a reír, porque a mí estas
situaciones de mierda o me dan por reírme, o me dan por cabrearme y emprenderla
con alguien, así que agradezco que esta vez haya sido lo primero.
Nos damos una ducha, cenamos algo ligero y nos metemos en la cama sin hablar
mucho, porque el ánimo nos ha cambiado por completo. Me abrazo a Diego y cierro
los ojos pensando que por lo menos ahora puedo recordar los días pasados en Italia y
eso no puede quitárnoslo nadie.
Los días que siguen son… Bueno, son más o menos iguales que este que acabo de
contar.
Me gustaría decirte que la cosa no va a complicarse más, pero solo dos semanas
después de nuestro viaje Marco llega a mi tienda con la cara pálida y bastante
desencajada.
—¿Qué ha pasado?
—La madre de Erin. —Traga saliva y sigue—. La madre de Erin se murió ayer y
su tío ha llegado hoy para llevársela a Irlanda. Tienes que ayudarme, Julieta. Habla con
tu hermana, con mi tío, con quien sea, pero que no se la lleven. —Me quedo de piedra
cuando veo que sus ojos se humedecen, aunque sus lágrimas están muy lejos de
caer—. Por favor, por favor, te lo suplico. Consigue que no se la lleven y haré lo que
quieras. Me portaré bien, dejaré de contestar y hasta limpiaré la puta casa y lavaré la
ropa de todos de aquí a que me mude a otro sitio, pero por favor, que no se la lleven.
Lo miro con la boca abierta, intentando decirle que sí, que le voy a ayudar, pero
sabiendo que eso es bastante complicado. Y lo peor es que por más que yo quiera ser
positiva, sé, porque lo sé, que esto va a torcerse todavía más.
361
40
Aun así llamo a Amelia y me doy cuenta de lo desesperado que está Marco
cuando no protesta en absoluto. Le cuento por encima lo que ha pasado, cierro la
tienda y quedamos en vernos en casa después de que ella vaya a la casa de Erin y
averigüe algo.
Tres horas después Marco está enfadado con Amelia, conmigo y con su tío, que
ha llegado poco después porque lo he llamado y, por suerte, estaba en el restaurante y
no haciendo de poli.
—Él asegura que su hermana tenía testamento y se lo dejó todo a él, incluyendo
la custodia de Erin.
Y aunque no fuera así es su pariente vivo más cercano y quiere cuidar de ella, así
que no podemos hacer nada.
—Tu tío está aquí —dice el propio Diego—. Y no se trata de que me convenza,
Marco, se trata de que es imposible que me den a mí la custodia de una niña de quince
años. Ni siquiera tengo la tuya y eres mi sobrino.
—Eres poli y tienes el restaurante. ¡Esa gente tendrá que entender que eres una
buena opción!
362
Diego suspira, se frota los ojos y mira a la cara a su sobrino. Sé lo que viene y
Marco también, porque se tensa de inmediato.
dudo mucho.
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Como resultado nos pasamos la noche mirando al techo. Por Dios, si esto de la
adolescencia es así, voy a pensarme muy en serio eso de tener hijos, por monos que
puedan ser los de Diego y míos. Yo no estoy hecha para este sufrimiento constante.
¿Cómo aguantan las madres que se juntan con dos o tres adolescentes? ¿Y cómo
demonios lo hizo mi padre con cuatrillizos? En cuanto toda esta situación se calme me
pondré a estudiar cómo ponerle una estatua en el barrio en honor a la santa paciencia
que tiene.
La mañana llega, pero Marco no y tampoco contesta el teléfono, con lo que su tío
se va a trabajar angustiado y sin apenas dormir. Esto no puede seguir así mucho
tiempo, Diego es policía y no puede permitirse ir al trabajo sin apenas dormir, pero
tampoco se me ocurren otras opciones. Giu y Teresa no saben nada de todo esto y casi
mejor, porque no hay necesidad de preocuparlos en exceso, pero eso implica que toda
la responsabilidad y preocupación caiga en nosotros, sobre todo en mi chico.
Marco aparece a las dos de la madrugada después de pasar todo el día fuera, trae
la ropa ensangrentada, un ojo morado y el otro tan rojo que parece que se le hubiesen
roto todas las venitas de dentro. Impresiona tanto verlo que no he podido hacer otra
cosa más que girar la cara. Ha sido Diego el que sin decir ni una palabra ha sacado el
botiquín y ha curado sus heridas. Cuando ha acabado el chico se ha encerrado en el
cuarto sin decir ni una palabra y Diego se ha metido en el baño para darse una ducha.
Y aquí estoy yo, en medio del pasillo sin saber hacia dónde tirar. Al final me meto
en el dormitorio, me tumbo en la cama y espero a Diego, que aparece un rato después
con el pelo húmedo y los músculos igual de tensos.
364
Los días empiezan a pasar sin pena ni gloria. Apenas dormimos, Marco sigue
saliendo con la pandilla y cuando Erin se va todo se vuelve peor, mucho peor. Vuelve a
casa magullado más de una vez, e incluso borracho y en dos ocasiones hemos tenido
que recogerlo en comisaría: una por pelearse y otra por un pequeño hurto que, por
suerte y después de hablar con el dueño de la tienda, no quedó en nada.
Intento estar a la altura, ser la novia paciente y compasiva, pero todo esto a ratos
me supera, de verdad. Me siento mal porque no puedo ayudar a Marco, pero tampoco
consigo que Diego se sienta mejor y de rebote veo la forma en que Teresa y Giu se van
dando cuenta de que, por mucho que el chico haya cambiado su actitud en el
restaurante, fuera de él todo empeora.
Además de todo Diego cada vez se apaga más. Ya no hay risas hasta las tantas, ni
se mete con mis calcetines o me deja mensajes moñas en el bolso, el espejo del baño o
cualquier sitio que no me espere.
Entiendo que llevamos meses juntos y en una situación delicada, pero siento que
nuestra relación y nuestra vida giran en torno a Marco y, aunque no me pesa, porque
quiero ayudarle, a ratos pienso que no merece la pena y que el chico nunca valorará
todo lo que nos preocupamos por él.
Al día siguiente por la tarde estoy en la tienda cuando Marco se presenta con sus
amigos. Han bebido, unos más que otros y me pongo nerviosa cuando los veo jugar
con varios objetos que pueden romperse.
365
—Tranquila tita, tendrán cuidado. —Me sonríe y se gira hacia uno de ellos—.
¿Qué te parece la tienda de mi tía? Mola, ¿eh?
—Ya ves —dice este riendo de forma exagerada—. ¿Podemos coger lo que
queramos?
—Mientras pagues…
Él me mira y entiendo que, en realidad, no está mucho más contento que yo con
esta situación. No entiendo qué hacen en Sin Mar, ni por qué es él quien parece
enfadado cuando yo estoy en mi propia tienda intimidada por sus amigos chungos,
pero te aseguro que me están dando unas ganas de cruzarle la cara importantes.
—¿Te molesto?
—Tú, no —contesto para dejarle claro que el problema lo tengo con esa panda
de impresentables.
—Pero espera, joder, que quiero probarme esto —dice otro señalando una
careta.
Marco empuja al chico, que bufa pero sale mientras unos ríen y otros los jalean
para que se peleen.
Cuando por fin salen me quedo pensando que yo habré podido dar muchos
problemas y quebraderos de cabeza a mi padre, pero desde luego jamás me he
juntado con gente así. Sé que no puedo juzgar a Marco porque es lo que lleva
conociendo toda su vida, pero me gustaría tanto darle un par de tortas y que viera la
realidad de una vez por todas…
366
Horas después mientras Diego duerme oigo la puerta, salgo para encontrarme
con Marco porque pretendo hablar con él y rezo para que no haya bebido y así pueda
atenderme con todos sus sentidos. Él
está entero, no tiene moratones visibles y no huele a alcohol, así que después de
todo casi me siento agradecida. Casi.
—Ni siquiera la nombres —me dice muy serio—. Ni siquiera digas su nombre.
Esto no tiene nada que ver con ella.
—¿Entonces con qué tiene que ver? ¿Tan malos somos? ¿Tanto crees que
merecemos sufrir?
—¿Vosotros? ¿Sufrir? ¡Pero si estáis todo el puto día enganchados uno al otro
con tanto beso y tanta mierda! Vosotros no tenéis ni puta idea de lo que es sufrir.
—Te equivocas —le digo—. Te puedo decir que hasta no hace tanto he tenido
una vida tranquila, sin mayores problemas, pero desde que tu tío se cruzó en mi
camino todo empezó a complicarse y ahora, más de un año después de verlo por
primera vez, me doy cuenta de que nunca había sufrido tanto, ni temido tanto. No solo
por él, sino por ti. Sufro, porque no sé si un día saldrás mal parado de una de esas
peleas en las que te metes y acabarás en el hospital, o muerto. Sufro cada vez que veo
tu mirada perdida. Sufro cada vez que tus abuelos te miran como si fueras una jodida
estrella ardiendo y fuesen a quemarse solo con tocarte. Sufro cada vez que tu tío, ese
al que tanto odias, se pasa las noches en vela esperándote, pensando en ti y deseando
en silencio que le hagas un poco más de caso y consigas tenerle aunque sea un poco de
cariño. Sufro por un montón de cosas, Marco, solo que tú no lo entiendes y estás tan
preocupado por tu propia mierda que no te importa la mía. La nuestra.
367
pero su respiración sigue siendo pausada y sus labios están entreabiertos, así que
imagino que me ha rodeado con los brazos por inercia, y aunque te parezca una
tontería eso me hace sonreír, porque me gusta que se haya acostumbrado a mí hasta
este punto.
Cierro los ojos y pienso, otra vez, en todo lo que nos está pasando y en lo mucho
que me ha cambiado la vida en un año. Qué lejos quedan ya los días de zombi en la
casa del terror, o las multas que Diego me puso cuando nos conocimos… Decido que lo
mejor que puedo hacer para mantener el ánimo es pensar en las cosas bonitas que nos
han pasado, porque aunque ahora nos cueste creer en ellas han existido y siguen
estando aquí, en nuestro día a día. Un abrazo, un beso, una caricia, hacer el amor…
todo eso son cosas que todavía tenemos y no podemos perder, así que cada vez que
esté cansada, agotada o planteándome tirar la toalla acudiré a esos pensamientos y
todo irá bien.
Abro los ojos de inmediato y lo miro con seriedad esperando que esté de broma,
pero Diego parece alterado y se viste a toda prisa mientras me mira muy serio.
—Han entrado esta madrugada. Venga pequeña, sal de la cama y vístete. Iremos
a ver qué se han llevado.
Cuando llegamos me encuentro con que Paco ya está hablando con los dos
policías que han asistido después de que los llamáramos.
—Eran cuatro y ya estuvieron aquí esta tarde. —Oigo que dice—. Me fijé en ellos
porque estuvieron molestando a Campofrío, el perro del barrio.
—¿Podría describirlos?
368
—Sí, claro.
Paco no ha hecho más que nombrar las primeras características de los ladrones
cuando confirmo mis sospechas: han sido los amigos de Marco y me encantaría
reaccionar de alguna forma, pero es que cuando pongo un pie en mi tienda y veo los
ojos de cristal rotos en el suelo, las estanterías hechas añicos y la sangre falsa
derramada, entre otras cosas, el mundo se me cae encima, porque aquí están puestas
todas mis jodidas ilusiones y todo mi jodido dinero. He invertido en este negocio hasta
mi alma y se han cargado un montón de cosas que va a costarme reponer de
inmediato. Y no se trata solo del dinero, no, es que siento rabia e ira hacia Marco por
haberlos traído a conocer mi negocio. Sé que no es racional, pero en este momento es
como si él les hubiese dado vía libre para hacerme todo este daño. Noto una mano en
mi hombro y cuando me giro veo a Diego mirándome con evidente preocupación.
—¿Estás bien?
—No —digo antes de dejar caer un par de lágrimas y es con esta la segunda vez
que me ve llorar en un año y pico—. No Diego, no estoy bien. Estoy cansada, agobiada
y… y mira esto. —El labio me tiembla y cojo aire con fuerza—. No me merezco nada de
esto.
Diego me abraza y yo reúno todas mis fuerzas para no echarme a llorar como
una niña pequeña, porque no quiero parecer débil, aunque me sienta así, pero sobre
todo porque llorar no solucionará nada.
Mis lágrimas no harán que mis preciosos ojos de cristal se recompongan y desde
luego no limpiarán la sangre falsa del suelo. No me ayudarán en nada pero hoy, solo
hoy, me encantaría meterme en un agujero y llorar a moco tendido. Revolcarme en la
autocompasión y hasta montar un drama que desde fuera seguro que se vería ridículo.
—Tú un trapo y yo otro. Si eres un niño bueno y quitas toda esta sangre de aquí,
buscaré la forma de compensarte.
—Julieta…
369
Las horas que pasan son lentísimas, mi familia se presenta avisada por Paco,
igual que el resto de Sin Mar. Mi hermana Amelia me da un relajante pero estoy tan
tensa que no sé si funcionará y cuando quiero darme cuenta hasta Lerdisusi ha llegado
y me mira con una sonrisita satánica, porque estoy convencida de que esa tía es la hija
de Lucifer. Verla reírse en silencio de mi desgracia es más de lo que puedo soportar
ahora mismo así que cierro y le pido a Diego que vayamos al piso. Quiero meterme en
su cama, dejarme rodear por sus brazos y dormir el día entero para olvidar que mi
vida está hecha un completo desastre. Mi novio acepta de inmediato y en cuanto
entramos en el piso y veo a Marco tirado en el sofá, bebiendo café instantáneo y
viendo la tele siento cómo me consume el agotamiento y la ira.
Curiosa mezcla.
—Dile a tus amigos que espero que al menos lo hayan pasado bien.
Por mí, como si echan la casa abajo a base de gritos. Me meto en la cama y dejo
que el calmante que me ha dado Amelia haga su trabajo llevándome hacia los brazos
de Morfeo.
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41
Diego
Cuando la puerta de mi dormitorio se cierra miro a Marco, que a su vez me mira
como si no tuviera ni idea de lo que pasa. Es curioso, pero ya ni siquiera me quedan
ganas de discutir con él.
—¿Cómo?
Suspiro, pero no por frustración, sino por cansancio. Solo quiero acabar con esto
e irme con Julieta, aunque con el calmante que le ha dado Amelia ya debe estar
dormida, o eso espero, porque no sé cómo coño enfrentarme a ella ahora, cuando se
me cae la cara de vergüenza por lo que ha hecho mi sobrino y porque siento, aunque
sea un poco tonto, que parte de la culpa es mía. El simple hecho de estar conmigo
parece traerle problemas siempre o casi siempre y empiezo a sentir que esto se me va
de las manos.
Bueno, no, eso lo siento desde hace mucho; ahora ya tengo la certeza de que no
controlo nada.
—Tus amigos han robado en la tienda de Julieta —le digo a Marco, que sigue
esperando una respuesta—. Han destrozado un montón de artículos de bastante valor
si se hace la suma. También han roto la puerta y dos baldas de cristal, entre otras
cosas.
371
sino a Julieta, a Nate y a esta casa. Te lo doy todo y no contento con tirármelo a la cara,
te empeñas en hacerme sufrir. Supongo que piensas que yo tengo que pagar por la
vida de mierda que te ha dado tu madre, pero déjame decirte que me parece bastante
injusto, teniendo en cuenta que yo era un niño cuando mi hermano murió y que yo
también me he perdido un sobrino y he cargado con la pena de saber que mi hermano
dejó en el mundo un pedacito suyo y ni siquiera lo conoció.
He tragado con todo porque de alguna forma has conseguido hacerme sentir
culpable, no sé todavía de qué, pero no voy puedo callarme ahora que has hecho sufrir
a Julieta. Si querías joderme en lo más hondo, dar el golpe final y clavarme la daga
donde más me doliera, enhorabuena, de verdad, porque te ha salido redondo, pero
piensa que por el camino la has jodido a ella y creo que hasta tú podrás ver que no se
lo merece. Eso si consigues dejar de ser un energúmeno en algún momento, claro.
Buenas noches.
Salgo del salón y entro en el dormitorio sin darle tiempo a replicar, porque no
voy a hacer de esto una discusión. Él ha hecho su parte, está consiguiendo sus metas,
se lo he hecho saber, pero tampoco voy a dejarle regodearse en mi cara. Me tumbo en
la cama y abrazo a Julieta, que está tan sumida en su sueño que ni siquiera me
responde al abrazo como suele hacer. Huelo su pelo y sonrío, porque aunque el día
haya sido una mierda ella huele a regaliz y me acuerdo del día que se presentó en casa
con una colonia de mi golosina favorita porque había pasado por una perfumería, la
había visto y no había podido contenerse. Desde ese día se la pone a cada rato y me
recuerda que ella es más comestible que cualquier chuchería del mundo.
372
hablar con él es como intentar que un león se haga vegetariano y si soy sincero, ya
estoy cansado. Lo he intentado, de verdad que he procurado darle cariño en silencio,
aunque fuera en forma de dinero, porque de otra manera no me deja llegar a él, pero
nada ha funcionado. Ni la amabilidad contenida, ni la paciencia, ni siquiera el dinero,
porque sigue pareciendo infeliz y enfadado con todos el noventa por ciento del
tiempo. Y ahora, encima, cargo con la culpabilidad que me provoca pensar que ojalá no
lo hubiera conocido. Mientras estaba en la tienda mirando el destrozo y la cara de
Julieta he deseado no haber conocido a mi sobrino; he deseado que no hubiese
aparecido nunca, aun sabiendo lo que eso habría acarreado para él. Y me siento como
una mierda, pero por otro lado me doy un respiro y creo que es normal que haya
llegado al punto de pensarlo. Me imagino que incluso los padres se cansan en
momentos puntuales de sus hijos, aunque no lo digan. Y digo que me lo imagino
porque no he oído a nadie decirlo, pero claro, no es plato de buen gusto llegar a
sentirse así, aunque sea solo por unos segundos. Lo que está claro es que yo no soy el
padre de Marco, sino su tío, aunque para él ni eso. Para él no soy más que una cartera
andante, su billete para salir del barrio en el que estaba, o más bien de su casa, porque
del barrio no tengo claro que quiera salir. Si así fuera, dejaría esas amistades y se
dejaría ayudar, pero no…
373
sobrino y aunque me rechace y me amargue la vida tengo que conseguir que no acabe
de mierda hasta el cuello o muerto un día de estos. Yo tengo esa responsabilidad por
sangre y por elección, sin embargo Julieta puede encontrar a alguien que
no le joda la vida a estos niveles. Tiene veintinueve años, es muy joven y habría
un millón de tíos dispuestos a estar con ella, aunque la sola idea me ponga enfermo
hasta el punto de querer vomitar.
Hago una mueca que no ve porque sigue con los ojos cerrados, beso sus labios y
la despego de mi cuerpo dejándola descansar en el colchón.
—Tómatelo con calma, ¿vale? Esta tarde te ayudaré en todo lo que necesites.
—Pequeña bruja… —digo con cariño, intentando hacerla sonreír, pero cuando
alza la cara y veo sus ojos aguados mi corazón se parte un poco. Me acerco y me
acuclillo frente a ella—. Todo estará bien.
—Lo sé, lo sé. Es solo que me da pereza arreglarlo todo de nuevo. Ya sabes que
limpiar y organizar cosas no es lo mío. —Sonríe pero se le hace imposible disimular
que se siente fatal—. Ve a trabajar, salva el mundo un poco y luego ven conmigo y
dame un montón de mimos, ¿vale?.
—Eso está hecho. Si quieres, hasta puedo vestirme de poli esta noche para ti.
Julieta sonríe un poco, asiente y yo la beso porque más de esto no puedo hacer
por el momento. Me marcho a trabajar y me paso el día pensando en las formas que
tengo de hacer que esto funcione, pero a eso de las doce me llama mi padre para
374
decirme que Marco no ha aparecido aún por el restaurante y tenía que haber ido sobre
las diez. Cierro los ojos, cuento a diez, y luego a veinte, y luego a treinta, y cuando creo
que puedo hablar sin romper el teléfono de tanto apretarlo le digo que no se preocupe,
que en cuanto salga lo encontraré e irá toda la tarde y se quedará en el turno de las
cenas. Mi padre no me cree, lo sé aunque esté al teléfono y la verdad es que hace bien,
porque ni siquiera yo me creo que vaya a encontrarlo y convencerlo de que vaya y
cumpla con su única responsabilidad.
Conduzco hasta Sin Mar, cojo algo de comida en el bar de Paco y cuando salgo
acaricio y saludo a Campofrío, que está al lado de la señora Conchi, esperando a ver si
le cae algo del postre de esta. Entro en la tienda y me doy cuenta de que gran parte del
trabajo ya está hecho. Las baldas han sido repuestas por otras iguales, todo está limpio
y el único indicio de robo que se ve es la puerta, que sigue rota.
—¿Has traído algo rico para comer? —me pregunta ella saliendo de detrás del
mostrador.
—Paco es un genio con la comida y tú otro por traerla. —Se alza de puntillas
para que la bese y lo hago encantado—. ¿Cómo fue la mañana?
375
Julieta sonríe, pero porque yo creo que Julieta sería capaz de sonreír en medio de
un tsunami. Me jura y me perjura que está muy bien y que ayer se llevó el susto pero
hoy ya piensa que no hay mal que por bien no venga y así pone una puerta blindada
esta vez, aunque sé que no tiene dinero para pagarla.
—No Diego —contesta muy seria—. No voy a tener otra pelea para que pague
algo que no ha hecho él.
—Lo han hecho sus amigos, es casi lo mismo. Quizá así aprenda a no juntarse
con ellos.
—Pequeña…
—Es tu sobrino y lo acepto, pero al menos por unos días permíteme evitarlo,
Diego. Solo te pido que me dejes esquivarlo lo máximo posible. Si me encuentro con él
le saludaré porque tengo educación, pero nada más, al menos ahora mismo.
Asiento, porque no puedo negarle eso y de hecho entiendo que se sienta así. La
beso de nuevo para dejarle claro que estoy aquí con ella y que la apoyo en lo que
necesite y quiera hacer. Me quedo a su lado toda la tarde después de avisar a mi padre
de que no iré al restaurante y por la noche, cuando volvemos al piso, no dudo en
ponerme el disfraz de poli, ese de antidisturbios que tanto le gusta a Julieta y jugar con
ella a eso del poli perverso y la delincuente descarada. Cuando caemos rendidos y
sudados en la cama la miro y me deleito en sus labios rojos, en su respiración agitada
y en sus ojos cerrados. Está preciosa, pero no es ninguna novedad, porque Julieta
estaría preciosa hasta vestida de vagabunda.
—Te quiero —dice antes de besar mi nariz y volver a mirar al techo—. Esta
noche sí que voy a dormir bien. Eres más efectivo que el mejor calmante del mundo.
Sonrío, la abrazo y dejo que se duerma mientras la miro y pienso que no está
siendo ella misma. No por esas palabras que sí son sinceras, sino por su actitud. Está
tensa, contenida y es probable que finja una felicidad que no siente. ¿Cómo va a
sentirla si he visto la suma de los gastos a los que asciende lo robado y roto en la
376
tienda y sé que no tiene el dinero? Si se lo ofrezco yo se ofenderá y me dirá que no
tengo que pagar por cada cagada de Marco y sus amigos, seguro, pero la otra opción es
pedir dinero a sus hermanos o su padre y, aunque sé que todos ellos se lo prestarían
encantados, para ella supone otro fracaso. Puede no parecerlo pero a Julieta le pica un
poco eso de que todos tengan sus carreras y sus ingresos fijos y ella siga
consolidándose en lo suyo. Estoy amargándole la vida a base de bien y cuando me doy
cuenta de que estoy volviendo al punto de anoche y es probable que acabe pasando
otra noche en blanco decido tomarme una de esas pastillas para dormir que usa Nate
a veces, cuando los turnos en el hospital le trastocan tanto que se le hace imposible
conciliar el sueño. Por suerte está en el salón viendo una película.
Dudo poco, la verdad, porque Nate es uno de mis mejores amigos junto a Einar y
sé que sus consejos
siempre son acertados, así que me siento en el sillón que hay al lado del sofá y
hablo.
377
42
Estoy justo en la entrada del salón, un poco atrás donde ni Diego ni Nate pueden
verme. No quería espiar, lo juro, pero se ve que tengo un sexto sentido para pillar a los
hermanos Corleone en declaraciones importantes. Claro que una cosa fue escuchar a
Erin y Marco y otra oír a mi novio decir que no sabe si debe dejarme. Para no faltar a
la verdad podría decir que mi primera reacción ha sido la de dar un paso atrás y
meterme en el dormitorio, donde con un poco de suerte conseguiré olvidar esa frase,
pero dos segundos después me he dado cuenta de que eso es imposible. Odio con
todas mis fuerzas los momentos que te cambian la vida en apenas unos segundos. Un
momento estás tranquila y al siguiente tu vida se ha puesto patas arriba y el corazón
te late a más no poder por una razón deprimente.
¿Diego me quiere dejar? Es tan sorprendente, tan angustiante, tan, tan, tan…
¡Diego no puede dejarme! ¿Quién se cree que es? Aquí si alguien tiene que dejar al otro
seré yo, que además soy la que ha salido jodida de rebote por las acciones de Marco y
sus amigos. Me apoyo en la pared y me concentro en el silencio del salón con el
corazón a mil por hora, esperando la respuesta de Nate, porque ya cuando yo estaba
con Einar y este preguntó a sus amigos si debería irse a Estados Unidos Nate le dijo
que sí, sin vacilar y sin pararse a pensar que estaba conmigo. Lo entiendo, porque yo
misma animé a Einar a irse, pero era distinto porque yo a él no lo quería como se debe
querer a un hombre con el que estás, como yo quiero a Diego, sin ir más lejos. Si ahora
le aconseja al poli dejarme yo… yo no sé qué hacer. No diré que voy a morir de
desamor, porque de eso no se muere por negro que se ponga el panorama, pero desde
luego me jode la vida a base de bien una temporada. De desamor no se muere, estoy
segura, tan segura como de que hay amores que no se olvidan. Y si soy sincera, no sé
qué es peor, si saber que uno no muere de eso, o tener la certeza de que no morir no
significa no pasar el resto de tus días con el sentimiento de vacío enquistado en tu
interior. Y sé de lo que hablo, porque veo a mi padre enamorado de Sara, feliz, pero sé
que en su interior sigue habiendo un hueco que nunca se llenará y que pertenecerá
siempre a mi madre y sé, porque lo sé, que Sara se sentirá igual respecto a su difunto
marido. Hay más amores, más hombres, más relaciones… pero yo jamás olvidaré a
Diego y saberlo me produce tal desasosiego que estoy a punto de salir al salón y
suplicar como una imbécil. Me contengo porque soy una mujer lista, pero me cuesta lo
mío. Cuando por fin hablan de nuevo mi mente ha pensado en tantas cosas que tengo
la garganta cerrada por el miedo y la ansiedad.
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—Bueno, ¿te parece poco todo lo que ha pasado desde que Marco apareció en mi
vida? Los únicos días tranquilos que hemos tenido han sido los de Italia y a veces me
parece que fueron hace siglos, cuando en realidad no es así. Me siento viejo, Nate, me
siento cansado, hastiado y deprimido. Ya no sé cómo manejar todo esto porque he
fracasado en lo que más quería, que era proteger a Julieta de los ataques de Marco.
—Estuvo allí con ellos aquella misma tarde, Nate. Puede que Marco no les haya
dicho que roben, pero llevándolos allí bebidos debió imaginar que no pasaría nada
bueno. Es listo, aunque parezca gilipollas.
—¿Y la solución, según tú, es dejar a Julieta, joderte aún más y que Marco gane?
—Aquí no hay ganadores —dice Diego—. Aquí todos estamos jodidos. Lo único
que puedo hacer es evitarle más malos ratos a Julieta.
Estoy de acuerdo con Nate, pero es que no reconozco la voz de este Diego
derrotado y pesimista. Mi poli es positivo, serio pero con la cabeza sobre los hombros
y dispuesto a dar con una solución siempre.
Lo sé, sé que es retorcido pensarlo, pero es que tampoco podría culparlo si fuera
así. Marco se merece a alguien que pueda poner todos los sentidos en él y Diego sabe
que mientras yo esté en la ecuación tiene que repartirse. Si sumas que yo le dijera que
prefiero evitar al chico unos días… bueno, es probable que eso le haya hecho pensar
que lo mejor, en realidad, es separarnos del todo y para eso la solución pasa por
dejarme. Es retorcido, ¿eh? Luego dicen que la complicada soy yo.
—Lo superaría —contesta Diego a Nate—. Tengo una carga muy pesada y que no
acabará en unos
días, tío. Marco ha llegado para quedarse porque si quisiera irse ya lo habría
hecho. ¿Qué hago? ¿Seguir fingiendo que estamos equilibrados? Es obvio que no.
Quizá en un futuro el chico se canse de hacerme la vida imposible y entonces…
379
—No, supongo que no. Pero es que Nate… —Se queda en silencio y cuando habla
el vello se me eriza un poco—. Yo no sé si puedo soportar la intensidad de Marco y
sumar la de Julieta. Tengo la sensación de estar entre dos bombas que van a
contrarreloj y estallarán en cualquier momento. Quiero a Julieta, la adoro, pero no sé
si podemos conseguir un equilibrio los tres para siempre. No sé si podemos ser una
familia cuando él tiene esa personalidad explosiva y ella es demasiado… es
demasiado… es Julieta.
Intento serenarme, de verdad que sí, pero es que creo que escuchar esa
conversación ha sido el detonante para que todo acabara de estallar dentro de mí.
Curioso que justo esté haciendo lo que dice Diego, pero oye, si tengo que darle la
razón, mejor lo hago a lo grande, como lo hago yo todo, así que en cuanto vuelve al
dormitorio lo encaro y antes de que él me dé el palo definitivo me lanzo a la yugular,
porque no ha nacido todavía el hombre que me parta el corazón dejándome con cara
de tonta. Me estoy haciendo mierda, sí, pero ya lloraré cuando llegue a mi casa. Ahora
tengo que ganar la partida al poli.
—¿No duermes?
—¿Ahora?
380
Su gesto es serio, sé que está confundido y que no me entiende, pero eso es
porque viene con las ideas claras. Es probable que ya hasta haya hablado con Nate
cuál es la mejor forma de dejarme. No puedo con esto. Siento que cientos de enanitos
trabajan dentro de mí dando martillazos en cada una de mis emociones, haciéndome
papilla mientras yo intento recomponerme a toda prisa. Va a dejarme, va a
dejarme y encima tendré que soportar su lástima porque, como siempre, he sido
demasiado para él.
Demasiado para todo el mundo, así soy yo. Julieta León, la «demasiado», así me
tendrían que apodar.
—No puedo dormir aquí sabiendo que Marco vuelve a estar fuera porque no
dejo de pensar que va a cargarse mi tienda otra vez, o que igual les da por tirar huevos
a la casa de mis padres. Yo no… yo no sé si puedo seguir con esto.
Su gesto es tan serio que estoy a punto de confesar que lo he escuchado, si es que
no lo sospecha ya.
Ya sabes eso que dicen de que la policía no es tonta y te aseguro que Diego de
tonto no tiene ni un pelo y no sé si es porque él también quiere dejarme, porque le ha
pillado de sorpresa o porque no ve tan descabellado que yo lo deje, pero el caso es que
cuando frunce los labios sé que me ha creído. Y ahora es cuando creo que me estoy
volviendo loca, porque que me crea con tanta facilidad me duele todavía más. ¿Tan
poca fe tiene en mí? ¿Tan poco piensa que le quiero?
381
estúpido de contar a tres para hacerlo a la vez. El quinto trae de la mano los calcetines
de colores y disparejos, los regalices en chuches, pasteles y colonias y las cervezas
acompañadas de helado de kinder en el sofá mientras mirábamos chorradas en el
móvil o reíamos sin más. Me mareo un poco cuando el resto de imágenes y recuerdos
llegan y me imagino a esos puñeteros enanos trabajando a destajo para hacerme
mierda por dentro: mensajes subidos de tono y románticos; tatuajes excéntricos;
besos en la ducha, en el sofá, en la cama, en el suelo o sobre la encimera de la cocina;
masajes interrumpidos por el sexo más delicioso; disfraces de la tienda; comidas en el
restaurante con su familia… Hay tantas cosas que no sucederán más, como si no
hubiesen existido, como si solo hubiesen sido parte de un sueño precioso y largo. Al
menos era un sueño hasta que Marco llegó y todo viró poco a poco haciendo que
pareciera una pesadilla. Aquí los fogonazos también vienen, no creas, y son dolorosos
de menos a más: las malas contestaciones, la desobediencia, los insultos, las malas
compañías, las borderías y en medio, Erin, demostrándome que Marco no siempre es
un capullo. La marcha que lo volvió aún peor, las borracheras, los portazos, los
desaires, las malas caras, las faltas de respeto y por último la imagen de Marco y sus
amigos en mi tienda. El robo, encontrar mi sueño hecho pedazos de manera casi
literal. El dinero que voy a tener que pedir a mi familia admitiendo, otra vez, que no
soy capaz de mantenerme a flote yo solita. Y por último, como si fuese el golpe de
gracia, la conversación de Diego y Nate.
No sé si existen mujeres que puedan soportar todo esto, me imagino que sí y que
en el fondo yo solo demuestro que soy débil, porque he intentado estar en las malas,
pero no voy a pasar por la humillación de ser la dejada. No quiero ser la pobrecita, ni
la mujer a la que hay consolar tras una ruptura porque estoy destrozada. No, nunca he
sido de ponerme a llorar en medio de la calle para que la gente me vea y no voy a
empezar hoy. He perdido muchas cosas desde que Marco llegó a nuestras vidas, pero
es Diego el que pretende robarme la poca dignidad que me queda, porque es lo que
hará en cuanto me ponga como
—¿Qué ha sido de eso de luchar juntos? ¿De practicar para cuando tuviéramos
nuestros hijos?
Me mojo los labios porque quiero gritarle que yo pienso lo mismo. ¿Qué ha sido
de eso? ¿Por qué ahora soy demasiado? ¿Por qué ya no está dispuesto a vivir todo eso
382
conmigo? ¿Y cómo tiene la cara de fingir que todo esto le duele cuando estaba
dispuesto a dar el primer paso?
—Creo que lo mejor es que los dos pongamos de nuestra parte para que sea lo
más fácil posible. No quiero que acabemos a malas. Yo te he querido mucho.
—¿Me has querido? ¿En pasado? —Diego me mira con fijeza y niega—. Todavía
me quieres.
—Sí —admito, porque no puedo mentir hasta en eso. Sería faltarme el respeto a
mí misma para empezar—. Sí, te quiero.
—Y aun así, te vas… —Asiento, porque sé que si hablo se me van a caer dos
lagrimones que van a echar por alto todo mi argumento—. Sé que Marco te ha hecho
mucho daño y no sabes cómo me gustaría compensarte, pero…
—No pasa nada —digo de inmediato—. Basta con que arregléis vuestras cosas.
Todavía no, todavía no puedo hacerlo. Cuando llegue a mi casa podré soltarme y
berrear hasta secarme si me da la gana, pero ahora tengo que ser fuerte. Sobre todo
porque una vez que he dicho las palabras todo parece… correcto, aunque doloroso.
Marco no va a parar hasta poder con nosotros, eso está claro y Diego no se merece
sufrir más. Él tiene que centrarse en el chico, en intentar sacarlo adelante y hacer de él
un hombre hecho y derecho aunque ahora parezca imposible. Yo soy un obstáculo
para Diego, una daga que le sirve a Marco para clavarla en su tío una y otra vez,
provocando tanto dolor como quiera y acertando siempre, porque estoy segura de que
Diego me quiere y me quiere mucho. Al final le he venido grande y no puedo culparlo
porque sé bien cómo soy y los defectos que tengo, igual que las virtudes.
Quizá ahora estemos peor. Es probable que nos pasemos unos días hechos
mierda, pero superaremos esto, ¿verdad? No podemos quedarnos con este dolor tan
inmenso para siempre. Como ya he dicho, quedará el vacío para siempre, pero tengo fe
en que no duela tanto como ahora… no puede doler siempre tanto, porque entonces
me consumiré y mi teoría de que nadie muere por desamor se irá a la mierda. ¡Y
—Julieta, yo… —Diego traga saliva, carraspea y sé que le está costando la vida no
pedirme que me quede, pero en el fondo él sabe que esto es lo mejor para todos—. Te
pediré un taxi.
383
Ahí está la confirmación… Yo me he dejado vencer por Marco, pero él también y
no le culpo, de verdad que no. Supongo que no hemos sabido ser tan fuertes como yo
esperaba. Me alegra saber que al menos no nos hemos dado cuenta con un hijo
adolescente y pienso en todos esos matrimonios con hijos del estilo de Marco que
intentan sobrevivir día a día. ¿Cómo se hace? Me imagino que en muchos casos siguen
juntos porque piensan que los hijos con un divorcio se pondrían peor, y es posible,
pero es que Diego y yo no somos un matrimonio, ni Marco es nuestro hijo. Nosotros
hemos llegado unos a la vida de otros en edad adulta, aunque Marco todavía no sea
mayor de edad. Él ha tenido una vida demasiado jodida y yo no sé luchar contra eso, ni
Diego tampoco. No sabemos hacerlo por separado y está claro que no podremos
hacerlo juntos. No quiero que él sufra más y él no quiere que Marco me utilice más, si
lo sumas a que mi personalidad le ha venido grande… Bueno, ahí tienes todas las
respuestas.
Una hora, ese es el tiempo que tardo en coger un taxi, despedirme de Nate que
está en el salón flipando un poco con eso de que me vaya en plena noche y con cara de
haber estado comiendo limones y
Me meto en la cama, me tapo con la colcha a pesar de que hace calor y ya a salvo
de testigos indeseados, dejo ir mi dolor en forma de lágrimas que en los primeros tres
minutos empapan la funda de la almohada.
¿Sabes eso que he repetido hasta el infinito de que nadie muere de desamor?
Bueno, apuntalo en la lista de cosas que he dicho sin tener una mínima idea de cómo
se pasa en realidad con un desamor. Me quemo, me desintegro, me hago tan pequeñita
que dudo que pueda volver a ser yo alguna vez. Me estoy muriendo, y ni siquiera sé
qué demonios hacer para evitar estar así, porque todo lo que me apetece es dejarme
arrastrar por las lágrimas que estoy derramando.
384
43
Diego
Nate entra en mi dormitorio y me encuentra sentado en la cama mirando al
vacío. No sé cuánto tiempo hace que Julieta se fue, ni cómo he conseguido mover mis
piernas, caminar y sentarme, pero aquí estoy, intentando asimilar que al final yo tenía
razón y todo esto era demasiado para ella. Y parecerá tonto, pero he pensado varias
veces que ojalá hubiésemos discutido, o que me encantaría que nuestra relación fuese
una mierda y se rompiera porque ninguno de los dos quiere seguir soportando al otro.
Pero no, no ha pasado nada de eso. Nosotros juntos somos geniales, o al menos
solíamos serlo. Nuestro error fue pensar que podíamos con todo cuando es obvio que
no. Quizá la llegada de Marco tenga una razón de ser: demostrarnos que no somos
invencibles, aunque mi corazón se niegue a latir con normalidad a modo de protesta
cada vez que pienso en ello. No hemos podido con esto y no puedo culpar a Julieta de
abandonar y querer dejar de intentarlo, porque yo mismo estoy tentado de rendirme
y, si no lo hago, es porque sería un hijo de puta si abandonara a mi sobrino, por mucho
que me esté complicando la vida.
—Eh… ¿Cómo lo llevas? —Miro a mi amigo, que me estira una taza con una
bolsita dentro, imagino que de tila o algo relajante—. Toma un poco, anda, te sentirás
mejor.
—No, pero sí en shock y, cuando reacciones, por fin, seguro que te pones
nervioso.
—Esto… Yo… —Resoplo y niego con la cabeza—. No puedo creerme que se haya
ido. Menos aún
385
ponerse ropa que desentone tanto y encima reírse, ni una mujer capaz de pintarse las
uñas de colores distintos y salir a la calle con sandalias disparejas. Puede que exista
alguna capaz de disfrazarse y perder el sentido del ridículo, pero seguro que no lo
hace con la pasión de Julieta, porque ella pone el corazón en las cosas más
inverosímiles, como elegir ojos de cristal que parezcan reales, o bolsas de sangre con
sabor a piruletas. Ella se emociona cuando encuentra disfraces originales a buen
precio o cuando la invito a repellarnos de comida y hacer el amor, sin importarle que
su pelo acabe hecho una maraña de nudos o acabemos tan pegajosos que sea
imposible dormir sin darnos una ducha y quitar las sábanas. Ella se ríe a carcajadas
cuando tropieza o se cae, cosa que sucede a menudo porque es bastante torpe. Y
además, cuando vamos por la calle y una banda callejera suena, ella aplaude, como si
estuvieran dándole un motivo para bailar en medio de la multitud, aunque el baile
tampoco sea su fuerte. No tiene mucho sentido del ritmo pero eso es lo que menos
importa, porque podría bailar un tango al ritmo de Paquito el chocolatero y yo la vería
perfecta. Ella está tan llena de vida que ahora que se ha ido, siento que una luz se ha
apagado dentro de mí y no habrá razón para encenderla nunca más. No si ella no
vuelve, y está claro que eso no va a pasar.
—Seguro que tiene arreglo —me dice Nate sacándome de mis pensamientos—.
Ahora está algo cansada de todo esto pero cuando pasen un par de días volverá.
—Venga Nate… tú conoces a Julieta casi tan bien como yo y sabes que si ha
tomado esta decisión no va a echarse atrás. —Mi amigo guarda silencio porque sabe
que tengo razón y yo me encojo de hombros
—. Supongo que ahora toca aprender a vivir sin ella y centrarme en Marco.
—Nada.
—Te va a preguntar.
—Bueno, yo le pregunto a diario por sus cosas y no contesta nunca, así que…
Nate asiente pero se sienta a mi lado en vez de irse, así que me imagino que está
meditando qué decirme. Soy una persona tranquila en apariencia pero por dentro
siempre suelo estar alterado, quizá por eso envidio la calma de Nate, porque es real y
casi se puede palpar. Puede enfrentarse a la decisión más difícil del mundo y no lo
verás perder la calma. No es frío, al contrario, es tan sereno que, sin darse cuenta, hace
que la gente quiera estar cerca de él para beneficiarse de esa relajación.
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—Creo que si hablaras con él y le explicaras hasta dónde te han traído
problemas sus acciones entendería que es hora de cambiar.
—No lo ha entendido en todo este tiempo, Nate. ¿Qué te hace pensar que ahora
lo hará? Al contrario, se alegrará de joder otro aspecto de mi vida. El más importante,
además.
—Quizá eso sea justo lo que le haga cambiar su actitud. A él le gusta Julieta. —
Bufo por respuesta y él sonríe—. Es verdad que no lo demuestra mucho, pero creo que
le gusta de verdad y le cae bien. De hecho, desde lo del robo está más callado de lo
normal.
—Es probable que eso sea porque sabe que estoy al límite y no quiere
cabrearme.
—Ya da igual, Nate. Julieta se ha largado y yo tengo que educarlo, por lo menos
hasta enero cuando cumpla dieciocho y se largue.
—Igual para entonces uno de los dos ha aparecido en los periódicos —contesto
resuelto—. Medio año es demasiado tiempo al lado de Chucky. —Suspiro y me froto
los ojos—. Es tardísimo y esa mierda que me diste antes para dormir está haciendo su
efecto. Hablamos mañana, ¿vale?
—Me hace feliz ella y no está aquí —susurro—. Se ha ido porque ha querido,
porque no lo aguanta más y yo no puedo pedirle que vuelva, porque aquí solo le
espera estrés, problemas y un adolescente insoportable.
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bueno no lo es, porque al despertar me doy cuenta de que al menos en sueños podría
haberla disfrutado un poco más y, al parecer, hasta ese derecho he perdido.
Pasa un día, dos, tres y al cuarto creo que estoy a punto de volverme loco. Este
jodido dolor no va a menos, porque no dejo de pensar si ella estará sufriendo aunque
sea una cuarta parte de lo que yo, o si me echa de menos, o si coge el teléfono un
millón de veces al día para llamarme y escribirme, como hago yo.
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—¿Puedo pasar? —pregunta el rey de Roma desde la puerta.
—Depende. ¿Has robado, pegado o cometido algún otro delito que vaya a darme
la noche?
—Pasa.
Marco entra, se mete las manos en los bolsillos de los vaqueros que le compré
hace un siglo, o al menos me lo parece y carraspea.
—No —digo al final—. No del todo. Nosotros no hemos sabido ser fuertes
cuando las cosas se han complicado y ella se merece alguien que le dé más alegrías
que problemas.
—Sí, eso sí. —Me encojo de hombros—. Pero es lo que querías, ¿no? Ya no me
queda una sola cosa por la que ser feliz cuando me levanto. Tengo a mis padres, tengo
dos trabajos y tengo amigos… pero nada de eso me hace feliz si ella no está y, un día,
sabrás lo que es tener algo así, pero espero que no sepas lo que es perderlo.
—¿Te crees que no lo sé? —pregunta con el ceño fruncido—. ¿Te crees que
porque tengo diecisiete años no sé lo que es que se te parta el alma en dos?
Lo miro en silencio y no sé bien si habla de Erin, aunque sospecho que sí. Sin
embargo sé que si la nombro se cerrará en banda, así que me limito a seguir hablando
sin mencionarla.
—No estaba pensando con claridad —dice—, pero te juro que no pensé que le
robarían y no era mi intención.
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—Ya, bueno, supongo que ahora ya da igual.
—Cuando has dicho que lo que yo quería era esto… No es así —Marco niega con
la cabeza—. No quería que ella te dejara. Ella no me disgusta.
—¿Quién lo diría?
—No es que me haya dedicado a joderla sin más, es que… es que ella te duele
más que nada, y yo quería que tú sufrieras.
La verdad es que he sabido siempre eso, pero oírlo ahora de sus labios con esa
serenidad hace que se me erice el vello de la nuca. ¿Y por qué me duele tanto? Joder,
es mi sobrino pero lo he conocido ahora, no tengo un vínculo con él más allá de la
sangre que nos une y en cambio, por alguna estúpida razón, me mata que admita con
tanta rotundidad que pretendía herirme. Suspiro, porque no sé qué decirle y al final el
dolor gana la partida y le digo lo único que me sale.
—Diego…
—No quiero verte, Marco. Piérdete de mi vista porque no tengo nada más que
hablar contigo.
—Pero…
Marco sale, por fin y yo me tumbo en la cama, cierro los ojos y ruego en silencio
para que al menos esta noche pueda soñar con Julieta. La necesito tanto aunque sea en
mi subconsciente que daría todo lo que tengo por un beso en sueños. Fíjate si soy
patético. No tengo suerte y encima pasado un rato un zarandeo me despierta de malas
maneras. Abro los ojos y veo a Nate mirándome con cara de preocupación.
—Es Marco.
Por la forma en que ha dicho su nombre sé que es grave así que salgo de la cama
de un salto y lo sigo hacia la habitación de mi sobrino. El chico está en la cama
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tumbado y tiene un ojo tan hinchado que solo se ve un montón de carne morada y
ensangrentada. En la sien tiene un corte con varios puntos que imagino que ya le ha
puesto Nate y aunque sostiene una bolsa de hielo envuelta en una tela en la mano,
parece incapaz de colocársela él solo en el ojo sin desmayarse.
—Es por los golpes —me dice Nate mientras alza su camiseta y me enseña los
hematomas de su torso—. Le han dado la paliza del siglo.
Cierro los ojos y me maldigo en silencio por haberlo echado de mi cuarto. ¿Pero
por qué tenía que irse a la calle a buscar semejante pelea? Paro el tren de mis
pensamientos cuando gruñe y parece decir mi nombre.
labio hinchado y no consigo entender qué dice. Al final, tras mucho esfuerzo y
cuando consigue serenarse logro entenderle.
—Ángel.
Aprieto la mandíbula y acaricio su cabeza para que sepa que le he oído. Miro a
Nate, que está tan cabreado como yo y cojo aire porque lo que menos necesita Marco
es que nosotros desatemos nuestra furia a su lado.
Marco resopla y por un momento pienso que va a echarse a llorar, pero al final
aguanta y cierra el único ojo que puede abrir. Cuando nos aseguramos de que hemos
hecho todo lo posible por él le indico a Nate que salga del dormitorio conmigo.
—No, pero ha sido una paliza de campeonato. ¿Crees que todas las veces que ha
llegado golpeado ha sido por él?
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—Puede ser. La verdad es que pensaba que se metía en peleas con gente del
barrio pero después de esto… —Resoplo y echo la cabeza hacia atrás intentando
despejarme—. Te juro que si toda esta situación sigue así acabaré asfixiándome con
todos los sentimientos que tengo atravesados en la garganta.
—¿Qué vas a hacer? Porque eres poli y es tu sobrino. Por Dios, tenemos que
hacer algo. En realidad deberíamos llevarlo al hospital y que le hagan un parte oficial
que podamos presentar en una denuncia y luego en juicio o…
—En esta mierda de situación no hay nada lógico, Nate. Metete eso en la cabeza.
Si algo más puede pasar para joderme la vida, pasará. El universo la ha tomado
conmigo: así de simple.
—¡El niño que está en esa cama golpeado brutalmente es mi sobrino! ¡Mi
sobrino, Nate! ¡El hijo de mi hermano muerto! Me pongo melodramático porque estoy
hasta las pelotas de intentar que mis padres no sufran, que él se adapte y que todo
salga medio bien cuando está claro que eso es imposible. Lo único que he conseguido
es que mis padres envejezcan a la velocidad de la luz viendo que Marco no se mete en
vereda. El chico por poco no lo cuenta esta noche en una paliza que le ha dado el chulo
de su madre, que es prostituta y todo porque yo lo eché de malas maneras de mi
habitación. Y encima, la única persona que podría hacer que me sintiera un poquito
mejor ahora mismo y podría ayudarme a pasar este trago se ha largado
abandonándome. Si me quiero poner melodramático me pongo y no tienes ningún
jodido derecho a decirme nada. ¿Estamos?
Voy hacia a la cocina y pienso en lo mucho que me gustaría dar un portazo para
descargar mi frustración, porque a Marco parece funcionarle. Luego recuerdo que él
tiene diecisiete años y yo treinta y tres y me pongo a preparar tila al tiempo que me
arrepiento de haberle hablado así a Nate. Por suerte mi amigo entra, palmea mi
espalda y me quita el cacillo de agua hirviendo de las manos mientras se encarga de
preparar las infusiones.
—Gracias —susurro y espero que entienda que no me refiero solo a este gesto.
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—Para eso están los hermanos —dice él en voz baja.
Por desgracia, cuando el minuto pasa la rabia sigue aquí, enquistada en cada
parte de mi cuerpo, las ganas de matar a Ángel no se van y las de llamar a Julieta y
suplicarle que venga aquí y me abrace tampoco.
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El caso es que aquí estoy, con el teléfono en la mano porque Esme se ha enterado
por Nate de que a Marco le han dado la paliza del siglo, y vale que el chaval es un
grano en el culo pero yo jamás le desearía algo así. Desde que me lo ha dicho he visto
en su postura que ella está a favor de que vaya a verlo, o lo llame, o algo y si
Tempanito piensa así, imagina lo que va a pensar el resto. Además de todo es que
quiero verlo y asegurarme de que está bien. Ya ves, cuando estaba con ellos me sentía
al borde y asfixiada todo el rato y ahora echo de menos verlos, incluido a Marco,
porque Chucky a su manera se te mete en el corazón.
Seré una cobarde, una inmadura y lo que quieras, pero ni siquiera voy a cometer
el error de ponerme a prueba.
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Al final llamo a Nate, que me contesta con tanta naturalidad que me cabrea, pero
porque me imagino que ya esperaba que hiciera esto. ¡Me he vuelto predecible!
Asómate a tu ventana, porque es probable que el cielo se esté cayendo ahora mismo.
En cuanto lo digo me doy cuenta de lo raro que es que sea Tempanito la que me
haya dado las noticias de Marco. ¿Desde cuándo habla con Nate a solas? ¿Ha sido algo
casual, o es que han quedado?
Yo creo que aquí hay algo que me estoy perdiendo pero como tengo la cabeza
embotada voy a dejarlo correr, por el momento al menos.
—Pues jodido. Han pasado dos días pero sigue en la cama y no te lo vas a creer,
pero se ha vuelto taciturno y callado.
—Eso es nuevo.
—Y a ratos es educado.
—Lo imaginaba, pero deberías saber que no necesitas llamar para eso. Ven
cuando quieras.
Nate guarda silencio lo que a mí me parece una eternidad, pero al final oigo que
suspira antes de contestar.
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—Un poquito, sí. Déjame decirte que creo que te estás equivocando, pero bueno,
allá tú. Diego está de tarde, así que puedes venir ahora mismo si quieres.
Cuando llego al piso, Nate me abre y me lleva hasta la puerta del dormitorio de
Marco siento que la promesa se va al mismísimo infierno, porque no puedo creerme
que Diego no me haya llamado para decirme que el niño está así. Igual el gilipollas se
pensaba que si me avisaba me lo iba a tomar como una señal de reconquista por su
parte. ¡Como si no supiera que él deseaba cortar tanto como yo!
—¿Vienes a verme?
—Ajá y traigo de regalo ron y cocaína, pero te las daré cuando el doctorcito nos
deje a solas. —
Él sigue en silencio pero noto que no está tan a la defensiva como otras veces. Es
fuerte lo que voy a decir, pero quizá la paliza le sirva para ver las cosas de otra forma y
darse cuenta de una vez de quiénes son los buenos y quiénes los malos en esta
película.
—Yo tampoco quería irme, pero las cosas a veces se dan así.
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—Fue por mi culpa.
—Sí y no —admito—. No nos lo pusiste fácil, pero fuimos nosotros los que no
aguantamos la presión que suponía tu actitud. —Dudo si decirle que en realidad me
fui porque Diego no estaba seguro de nuestra relación y pensé que así sufriría menos,
y al final decido que esa es demasiada información y capaz es de utilizarla contra su
tío, así que me encojo de hombros y sigo—. Supongo que las cosas tenían que ser así.
—Tú tendrías que estar con él y aquí. Si sobra alguien en esta casa soy yo.
—Tú nunca vas a sobrar aquí, Marco. No te lo quieres creer, pero piensa en algo:
si tu tío te ha aguantado todo esto sin apenas conocerte, ¿qué no soportará cuando
consolidéis el vínculo de sangre que
os une?
—¿Por la paliza?
—Bueno. —Aprieto su brazo porque creo que necesita que alguien lo reconforte
un poco—. Tú no te preocupes ahora por eso. Tu prioridad tiene que ser recuperarte.
Lo miro a los ojos, veo uno de ellos cerrado por la hinchazón todavía, su frente
con puntos, sus labios aporreados e hinchados y me imagino el resto de su cuerpo más
o menos igual, y no me entra en la cabeza cómo alguien puede ensañarse con un niño
hasta este punto… hasta que pienso en Ángel. Él sería capaz de dejar así a cualquiera
sin pensárselo dos veces. No lo he visto más que una vez pero con eso he tenido
suficiente para tener esa certeza y no querer verlo nunca más.
—¿Por qué? —le pregunto en tono bajo, rezando para que quiera contármelo.
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Quiere hablar, lo sé, lo noto. No sé si ya le ha contado algo de todo esto a su tío
pero en todo caso ahora tengo que escucharlo y procurar no soltar tacos, levantarme y
hacer gestos de asesinar a alguien o mirarlo como si hubiese salido de una nave
nodriza, que me conozco y yo bajo presión actúo como el culo.
—¿De qué tenías dinero antes si no trabajabas? —Él me mira muy serio y niego
con la cabeza—. No quiero saberlo.
—Espera, espera, espera. ¿Todas las veces que llegabas a casa golpeado era por
él?
—La madre del… —Suelto aire con brusquedad y me levanto. Ya sé que he dicho
que no lo haría, pero es que si me quedo quieta reviento—. Sigue.
—No sabes tú bien lo mandona que puedo llegar a ser —digo medio en broma.
—¿Acaso no la conociste? Ella permite lo que sea por un poco de droga o bebida.
Suma que de alguna forma inexplicable está enamorada de él y…
—A mí no puede follarme para sacarme cosas —dice él con una crudeza que me
pone el vello de punta—. Ella no va a denunciarlo, ni siquiera va a defenderme nunca.
Si voy a verla es… —Marco mira al techo, cierra los ojos y sigue—. Voy solo para saber
si sigue viva o ya se ha muerto de una sobredosis o un ajuste de cuentas con Ángel u
otro. —Me quedo en silencio porque no tengo ni idea de qué decir.
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Estoy espantada y hay que correr mucho para espantarme a mí. Me vuelvo a
sentar en la cama y agarro su mano con suavidad. Pretendo decir algo, de verdad, pero
no me sale nada y al final Marco sigue hablando—. Lo peor es que a veces antes de
abrir la puerta pienso que igual está muerta y el primer sentimiento que tengo es de
alivio. Luego la veo viva, hecha mierda, jodiéndose y jodiéndome, y me hierve la rabia,
y me doy asco, porque se supone que es mi madre y no debería pensar eso. —Me mira
y sonríe con sarcasmo—. ¿Entiendes algo de lo que te digo?
Asiento y él traga saliva. Es un niño, por Dios, un niño de diecisiete años con la
mala suerte de haberse criado en un barrio como ese y sobre todo, haber tenido una
madre como esa. No sé cómo sería la Victoria del pasado, ni sé cómo llegó a verse en la
situación en la que está, pero sé que para mí, lo que le ha hecho pasar a su propio hijo
no tiene perdón. Me importa una mierda si es alcohólica o drogadicta, además de
prostituta, pero que sea capaz de maltratar a su hijo de esa forma y permitir que otro
le ponga la mano encima… La gente así tendría que morir en el parto. Por radical que
suene, es lo que pienso.
—Solo que fue Ángel. Intentó convencerme de que lo denunciara pero no puedo
hacer eso. Él cree que es porque intento proteger a mi madre, pero no.
—Yo sé que no. Y cuando te des cuenta tendrás que darme la razón. —Nos
quedamos en silencio un rato hasta que hablo de nuevo—. ¿Por qué me lo cuentas a
mí?
—Marco…
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—He confiado en ti, Julieta. Si no quisiera que volvieras de verdad me callaría,
porque no me gusta una mierda contar mis cosas.
—De eso nada. Cuando os conocí no podíais pasar el uno sin el otro más de
veinticuatro horas y ahora él es un zombi que respira porque es necesario para vivir y
tú estás más gorda.
—Oye un respeto, ¿eh? Que tú pareces Carmen de Mairena en moreno con tanta
hinchazón y yo no digo nada.
—Seguro que te inflas a helado de kinder y cervezas. Y deberías cuidarte, que los
treinta te acechan y cuando te vengas a dar cuenta vas cuesta abajo y sin frenos.
—Ni mi dulzura.
—Ni tu dulzura, cierto —digo poniendo los ojos en blanco—. Eres un poco
cretino, Marco, pero no eres mal niño.
—Soy un hombre.
—Que sí, venga, lo que tú digas. —Él frunce el ceño y yo me río—. Ahora en
serio, tienes que
contárselo a tu tío.
—Marco…
—Joder, ¿cómo quieres que te diga que te echo de menos? Esta casa es una
mierda sin ti haciendo el payaso. Diego está deprimido y tenso, y Nate va por la vida
de puntillas, como si temiera que yo me pusiera hecho una fiera por cualquier cosa.
—Te recuerdo que hasta hace nada te ponías hecho una fiera por cualquier cosa.
De hecho, al que no reconozco es a este Marco. —Cuando intenta hablar lo corto—. Y
400
me gusta este cambio más de lo que te puedas imaginar, pero aun así, no puedo volver
aquí.
—Pues con el poli pasará que se enamorará de una zorra rubia y estirada que tú
odiarás porque nadie me llega a la suela de los zapatos, y contigo… pues contigo
pasará que podrás verme siempre que quieras, Marco, para eso no necesitas que yo
esté por aquí.
—Mi tío no va a irse con ninguna zorra rubia. Si el pringado está como alma en
pena… ya no va ni a correr. Se encierra en la habitación y solo sale cuando viene a ver
si necesito algo o cuando va a trabajar.
Yo creo que se mata a pajas pero no voy a decir nada, por no quedar de
insensible.
—Espera un poco.
Cada uno es cómo es y no podemos obligar a la gente a que nos acepte al cien por
cien, pero entiende que yo merezco buscar a una persona que lo haga. Y él también
merece estar con alguien que le complemente de verdad.
—Es la verdad —digo con seriedad—. Mira, puedes venir a la tienda siempre que
quieras, tú solo, por supuesto, y podemos vernos cuando te apetezca, pero lo mejor
será que él no se entere.
—Julieta, yo creo que la estáis cagando y lo vuestro no son más que tonterías.
—Marco…
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—En el fondo eres un sol.
—No te pases.
—Está bien —digo riéndome—. Te voy a dar un beso, intenta no arañarme que
con la racha que llevo eres capaz de pegarme la rabia.
Marco bufa, se ríe entre dientes y yo beso su frente antes de salir del dormitorio
con una sensación agridulce en el estómago. Por una parte me alegra que haya
confiado en mí, por otra me indigna todo lo que ha pasado y que no pueda denunciar
porque el sistema en este país es como es, y por otra está lo de Diego que… que nada,
porque cada vez que intento ilusionarme pensando que quizá tengamos una
oportunidad recuerdo aquella conversación que escuché y todo se va al garete. Me
despido de Nate y salgo pensando que al menos he conseguido que Marco no sea un
completo capullo y que, de hecho, es probable que sea una de las personas con las que
mejor me lleve el resto de mi vida.
Será que las almas cabronas nos encontramos en algún punto del camino.
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45
Marco
Ha pasado un mes desde que Julieta vino a verme, ya estoy recuperado, si quitas
el tema de los moratones que aún me quedan, pero al menos ya no me arde todo el
cuerpo. Al final conseguí que mi tío entendiera que denunciar a Ángel no es la mejor
opción, pero a cambio me pidió que no volviera a mi barrio, ni me juntara con la
pandilla. Lo entendí, porque en realidad quiero dejar atrás toda aquella mierda, pero
la verdad es que no sé si puedo estar toda mi vida sin aparecer o sin saber algo de mi
madre, por mucho que me joda pensar en ello.
He estado ya tres veces en la tienda antes de esta, el primer día me planté allí
ofreciéndole un poco de ayuda y trabajo gratis para compensarla por lo del robo y
toda esa mierda y ella se emocionó tanto que al día siguiente tuve agujetas. No se lo
tuve en cuenta porque me lo tengo merecido, pero es que las otras dos veces que he
ido se ha puesto en modo Hitler y he acabado más cansado que cuando trabajo ocho
horas en el restaurante. Por suerte, he conseguido controlar mis contestaciones y
callarme que estoy hasta los huevos de limpiar estanterías y colocar mierdas de
disfraces, aunque algunos molan, la verdad.
403
Me gustaría soltar una bordería porque no soporto que tenga que saberlo todo,
pero me controlo.
—No joder —digo cabreándome—. ¿Por qué siempre piensas lo peor de mí? —Él
alza las cejas y
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—Porque no.
—Si dedicaras la mitad de tiempo que usas en deprimirte a intentar que volviera
a tu lado…
Mi tío me mira tan mal que casi me arrepiento de haberlo presionado, pero al
final pienso que me da igual, porque es hora de que alguien le diga las cosas claras.
—¿Entonces por qué se fue? —Mi tío me mira y niega con la cabeza mientras se
levanta y empieza a recoger la habitación. No quiere contestarme pero no pienso
pasar por ahí. Aquí el de los silencios por respuestas soy yo, no él—. Di, ¿por qué te
dejó? Nunca me lo dices y tengo derecho a saberlo.
—No, no lo tienes.
—¡Pues vaya mierda! ¿Y tú quieres que confíe en ti? ¡Si ni siquiera practicas con
el ejemplo!
—Eso no es verdad.
—Sí, lo es y no podemos culparla ninguno de los dos. No digo que sea tu culpa
del todo, porque seguro que yo hice algo, pero ella se sintió sobrepasada y…
—Te digo que eso no es verdad. No es lo que dice ella, por lo menos.
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—¿No es lo que dice ella? ¿Y qué es lo que dice ella? —Entrecierra los ojos como
si intentara ver a través de mí con rayos laser y cuando los abre de nuevo tiene cara de
incredulidad—. ¿Tú la has visto?
—La has visto… —Se ríe con sequedad y me mira mal—. ¿Y no podías contarme
que la habías visto?
—¿En serio?
—¿Por qué?
—Eso lo supongo, me refiero a que… ¿por qué vino a verte, si ella me dejó
porque no podía contigo?
—Venga ya.
cosa y a Diego otra. Aquí se ha formado el lío por algo y hasta que no me entere
de qué ha pasado no me voy a quedar tranquilo.
—Que vuestra ruptura no era por mi culpa, que se juntaron muchas cosas y que
ella no es para ti porque su personalidad te va grande. Eso me dijo el primer día y
luego los días que he ido a ayudarla a la tienda…
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—¿Qué? —pregunta Diego estupefacto—. ¿Has estado yendo a la tienda?
—Sí, es allí donde he ido cuando he salido todas las veces. Y ahora iba para allí,
de hecho, pero por tu culpa llegaré tarde y me hará fregar el suelo. Tú es que no sabes
lo tiquismiquis que es con eso de las marcas de la fregona y…
—Marco, céntrate —me pide—. Cuéntame, por favor, qué te ha dicho Julieta
sobre mí. Punto por punto.
Me lo pienso poco, la verdad, porque estoy hasta las narices de que no se aclaren
y de ver que los dos están mal, aunque ella disimule mejor. No quiero que pasen por
más situaciones de mierda por mi culpa, en parte porque he recapacitado y estoy
dispuesto a aceptar que esta gente, por alguna razón inexplicable, me quiere, y en
parte porque estoy hasta la polla de verlos lamentarse.
Además, con todo lo que ha soportado Diego conmigo, lo mínimo que puedo
hacer es echarle un cable con todo esto, ¿no? Después de todo es mi tío y aunque a
veces me moleste que me toque o me controle he aprendido a respetarlo. No sé si lo
quiero, la verdad, pero porque yo solo he querido a una persona y no era el mismo
tipo de cariño. Supongo que sí, porque me duele todo esto que le pasa aunque ni yo
mismo me lo crea. A veces me descubro pensando cómo podría yo ayudarlos a dar el
paso de reconciliarse, pero siempre acabo decidiendo que lo mejor es no meterme en
los problemas de los demás. Ahora , en cambio, ya me ha pillado, así que mentir no
tiene sentido y callarme tampoco. Y si a Julieta le parece mal que me amplíe el castigo,
que a este ritmo me haré experto en limpiar baldas y fregar bien el suelo.
—No le he podido sacar mucho, no te creas. Cada vez que le digo tu nombre se
cierra en banda. Eso sí, tiene más culo, te lo digo para que lo sepas. Muy guapa, porque
es muy guapa, pero se ve que los malos ratos le dan por comer y… ojo, que a mí las
culonas de siempre me han puesto cachondo y…
—Vale, vale. Julieta dice que a ti su personalidad te va grande. Por lo de que está
un poco zumbada y eso, ya sabes. Está convencida de que vas a acabar casado con una
supuesta rubia que parirá como una coneja niños asquerosamente adorables. Eso son
palabras textuales, conste.
—Eso es una gilipollez. Ella me dejó porque estaba sobrepasada por toda la
situación contigo y después del robo decidió que no quería seguir viviendo así. Que no
quería tener que estar pensando todo el tiempo que ibas a joder su tienda o su vida de
alguna otra forma.
407
—Pues a mí de eso no me ha dicho nada y por vergüenza no ha sido, porque
tenías que ver cómo me habla cuando no hago algo como le gusta a la señora. Estoy
convencido de que si pensara así de verdad, me lo habría dicho. Ella es muy sincera.
—O no. Igual ella también tiene razón y ha sentido que tú no la veías como algo
permanente.
—Eso es una chorrada. ¡Si hasta le hablé de tener hijos! ¿Qué quiere más
permanente que eso?
—¿Y yo que sé? Te digo lo que ella me ha contado y ahora me voy porque de
verdad voy a llegar tarde y tiene muy mala hostia. —Doy un par de pasos pero cuando
lo veo parado frente a mí y todavía en shock chasqueo la lengua—. Vente conmigo y lo
aclaramos, joder, no tiene más. Te complicas la vida de una manera que…
—¿Contigo?
El camino es silencioso e incómodo teniendo en cuenta que hasta Sin Mar hay
media hora larga y yo estoy igual de tenso que él. Por un momento pienso que a mí
esto debería sudarme mucho, pero no puedo engañarme más. En estos meses mi tío,
Nate, Julieta y hasta su familia me han apoyado y cuidado de una forma que no lo ha
hecho nadie en toda mi vida, así que imagino que aunque tenga ganas de salir
corriendo, debo quedarme y acostumbrarme a que ahora tengo una familia, con todo
lo que eso supone.
408
Y para mi vergüenza le cuento todos los episodios vividos con ella, o por lo
menos los más traumáticos. Una parte de mí protesta y quiere revelarse, porque
nunca me he abierto así para nadie, ni siquiera para Julieta y me da miedo que me
rechace, sobre todo ahora que ellos van a arreglar sus problemas, porque está claro
que van a arreglarlos. Por otro lado si van a reconciliarse no quiero interponerme así
que más vale que dejemos las cosas claras desde el principio. Cuando acabo, por fin,
Diego está en silencio y muy serio, así que decido seguir hablando.
—Mira, yo no quiero irme del piso, así que si lo que hace falta para que todos
estemos bien y ella vuelva es que vaya al puto psicólogo como queréis, pues voy.
Mi tío aprieta el volante con fuerza y me doy cuenta de que su mandíbula está
tensa. Por un momento me imagino que es porque le molesta cargar conmigo, dado
que tiendo a pensar lo peor siempre, pero cuando habla me doy cuenta de la verdad.
—Primero: del piso no vas a irte y ya deberías haberte dado cuenta de que no
vas a librarte de mí ni aunque pongas todo tu empeño en ello. Segundo: no quiero que
vayas a un psicólogo por un capricho, Marco. Quiero que vayas porque después de
todo lo que me has contado creo que hay mucho en lo que trabajar. No significa que
estés loco ni mucho menos, solo que necesitas aprender a gestionar todo lo que
sientes.
—Yo creo que estoy bien como estoy, pero voy a ir para que no tengáis pegas ni
me hagáis responsable cuando montéis otro circo.
—Tiene que volver. Dile alguna mierda romántica y humíllate a base de bien.
—Lo sé.
409
todo el mundo me tiene asco solo por existir. Ella hace amago de hablarme pero
entonces Diego entra en la tienda y se queda petrificada.
—Pequeña bruja… —dice mi tío y espero que diga algo más pero él se queda
callado. Cuando lo
miro me doy cuenta de que es probable que no le salga nada más. Está
demasiado embobado con ella.
Julieta, por su lado, lo mira a los ojos un segundo, boquea otro y luego para
nuestra sorpresa sale con calma de detrás del mostrador, se mete en el almacén y
oímos cómo echa el pestillo. Miro a mi tío, que ha fruncido el ceño y carraspeo.
—Quizá debería ir yo a ver qué pasa. —Él asiente y yo camino hasta ponerme
junto a la puerta—.
—Pues dale un palazo o algo, por favor. Cuando esté inconsciente avísame, salgo
y lo llevamos de vuelta a casa.
—¿Qué? ¡No!
—Julieta, no pienso irme hasta que hablemos y me cuentes otra vez por qué me
dejaste hecho mierda por unas razones y luego a mi sobrino le contaste otras.
—Sí —digo.
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—¡Ya tengo pelo en la barba! —exclamo indignado— y en otros sitios también.
—¡Tú que vas a tener ni tener! Pero no te preocupes que a ti te meto en vereda
yo aunque sea lo último que haga. —Aporrea la puerta y me echo un poco hacia atrás.
No soy un cobarde, porque mi tío también lo ha hecho—. ¡Aunque sea lo último que
haga!
—¡Si no sales lo vas a tener difícil! —digo para cabrearla y hacer que salga—.
Además, que si no vuelves con mi tío tú no eres nada mío. ¡No puedes meterte en
cómo me educa!
—De aquí no se va nadie hasta que no me aclares por qué cojones me dejaste, si
no fue por Marco.
—¡Tú sabrás!
Salgo de la tienda pensando que si se arreglan, en nuestra casa vamos a ser muy
de gritos, me lo veo venir. Busco a Campofrío en la plaza y lo encuentro en la puerta de
Paco, como siempre. Pido un refresco y me siento en la terraza a esperar mientras lo
acaricio.
No lo confesaré ni muerto, pero en silencio, deseo que mi tío y Julieta sean una
pareja normal y podamos vivir juntos. Como si fuéramos una familia, aunque Nate
también esté en el piso. Pero es que si se juntan y ella vuelve a estar por casa casi a
diario, o se van a vivir juntos y se casan un día yo podría
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estar con ellos. Y quizá, después de un tiempo, hasta aprenderían a quererme
como si fuera una especie de hijo… Es patético, lo sé y por eso preferiría morir
tragando chinchetas oxidadas antes que reconocer de viva voz que es un deseo que
me va demasiado grande, porque mi papel es otro.
Le he dicho que iré y lo haré, pero solo si ellos se arreglan y, teniendo en cuenta
que en la acera de enfrente, más en concreto en la tienda, algo acaba de estrellarse
contra la puerta, yo diría que la pequeña bruja no está muy dispuesta a tratar este
tema con calma.
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46
En cuanto Marco sale de la tienda me voy al fondo del almacén y cruzo los
brazos. No pienso salir, vamos, ni loca me enfrento yo a Diego. ¿Cómo puede el niñato
ser tan traidor? ¡Se supone que llevamos un mes siendo amigos! Me he tragado la pena
y las ganas de preguntarle por su tío cada vez que lo he visto y no he dicho más que lo
justo cuando me ha presionado un poco más, y él me lo paga trayéndome al enemigo.
¿Y si viene a traerme una invitación de boda? Ay, que se va a casar con la rubia y a mí
me ha engrandado el culo. ¡O peor! ¿Y si viene a decirme que se lo ha pensado y va a
volver a liarse con Lerdisusi?
El pánico empieza a hacer acto de presencia y por suerte una vocecita cuerda me
dice que me deje de chorradas porque ha dejado claro que está aquí buscando la
verdad. ¡Como si él no lo supiera! ¿De verdad los hombres son tan lentos? Se ve que
este, sí, y conste que tonto no es, porque tiene un cerebro que le funciona de maravilla
para otras cosas, pero está claro que para esto, no es un lince.
En eso tiene razón, así que hago acopio del valor que no tengo, doy un tironazo al
pestillo y otro a la puerta.
Mierda, qué guapo está. Si no fuera porque le quiero tanto le odiaría con mucha
fuerza. Tomo conciencia de que esto va a ser duro y me cruzo de brazos en actitud
chulesca.
—¿Qué quieres?
—Ya te lo he dicho. ¿Qué mierda es esa que le has contado a Marco? ¡Me dejaste
por él y ahora resulta que sois amiguitos!
—¿Te molesta que tu sobrino venga aquí? Porque hasta donde yo sé es mucho
peor que vaya con esa panda de amigos que, por suerte, ha dejado atrás.
—Sí que ha pasado y te aseguro que él está pagando por lo que hizo. No he visto
a nadie fregar con la cabeza tan gacha en mi vida.
413
—Julieta no me toques los cojones.
—No cariño, eso ya no es cosa mía. —Diego me mira tan serio que me toca la
moral—. ¿Qué? ¿Qué quieres que te diga? ¿Que no todo fue por Marco? Está claro que
no y si me conocieras un poco más te darías cuenta de que no soy de las que se rinde a
la primera de cambio.
—Sí, lo estaba, pero también estaba dispuesta a seguir luchando. Hasta que te
escuché, al menos.
Salgo de detrás del mostrador y camino hacia la tienda, más que nada porque
siento que necesito que tomemos distancia, pero Diego me sigue y cuando quiero
darme cuenta me ha rodeado y ha bloqueado la puerta. Casi sonrío al pensar que es
probable que le dé miedo que me largue y lo deje sin la explicación, pero puede estar
tranquilo porque pienso soltarlo todo. Las medias verdades ya no sirven y es hora de
dar la cara y poner las cartas en la mesa. Después de que sepa que lo escuché, se
largará y no volverá nunca más. Y eso es lo que yo quiero, ¿verdad?
—La noche del robo salí a buscarte y te escuché hablar con Nate en el salón. —La
cara de Diego es de confusión completa, hasta que algo le hace recordar el momento,
supongo y se transforma en una de sorpresa—. Te escuché decirle que querías
dejarme, que no estabas seguro de poder afrontar la situación
con Marco y nuestra relación y que yo era «demasiado» para cualquiera. Y sí, yo
nunca he negado que sea distinta al resto, pero pensé que te gustaba así.
—¡No me mientas, Diego! —le digo fuera de sí—. Te vine grande, igual que acabo
viniendo grande a todo el mundo. Te lo pasas bien conmigo, pero en algunos
momentos te preguntas qué demonios hacemos juntos cuando está claro que no
querías acabar con alguien como yo.
—¿Y qué cojones sabes tú con quién quería acabar yo? ¡Hace dos años ni siquiera
creía en el amor!
No en este tipo de amor, por lo menos. Solo tienes razón en una cosa y es en que
ahora mismo odio quererte tanto, pero porque no quieres estar conmigo y vivir así es
una mierda.
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—¡Eres tú el que no quiere! ¿Es que no escuchas? ¡Te oí hablar con Nate!
En cuánto suelta las palabras le tiro un pie amputado que tengo justo al lado.
¿Pero este qué se cree?
—Me rompiste el corazón y todavía tienes los huevos de venir aquí a decirme
que la culpa es mía.
¡Serás mamón!
—. Habrías oído cómo le dije a Nate que, precisamente porque eres demasiado,
creo que a veces no estoy a tu altura. Porque ese «demasiado» que a ti te parece tan
malo es todo lo contrario. Demasiado libre, demasiado dispuesta a darlo todo,
demasiado buena, demasiado lista, demasiado bocazas y demasiado guapa, entre otras
mil cosas. Eres demasiado para cualquiera, pero para mí, que solo soy un mierda con
un montón de problemas encima, todavía más. Si te hubieses quedado, sabrías que le
dije a Nate que te quiero más que a mi propia vida y que sin ti, me moriría. Y si te
hubieras quedado me habrías escuchado decir que ojalá alguien pudiera darme la
certeza de que ibas a quedarte para siempre, porque no podía imaginarme que un día
dejaras de adornar mi vida con esas cosas que me vuelven tan loco para bien y para
mal. —Sigue enfadado, sus ojos lo están, pero su voz ya no es fuerte y ha pasado a ser
un susurro que me ha hecho llorar, porque lo que ha dicho, en su mayoría, es muy
bonito—. Después de hablar con él fui a buscarte, quería abrazarte toda la noche y
prometerte al día siguiente que saldríamos de esto juntos y que podríamos con Marco,
pero cuando entré tú estabas recogiendo y dispuesta a dejarme.
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—Tenía que hacerlo. —Sollozo, pero sé que no es hora de llorar así que me
limpio las mejillas en los hombros, porque mis manos siguen sujetas por él y lo
encaro—. No puedo estar con alguien que piense que le vengo grande.
—Tú me vienes grande, pero porque yo soy demasiado poco para ti.
—No podía. Tenía que respetar las razones que me diste y no era nadie para
obligarte a aceptar a Marco o más bien sus acciones.
—Diego…
—Él también está cambiando, tú lo has visto. Podemos estar juntos y bien los
tres, ahora sí. No digo que vaya a ser fácil, pero lo iremos manejando. Joder, estoy
dispuesto a hacer lo que quieras para demostrarte que voy en serio y que eso que
escuchaste estaba sacado de contexto.
—Julieta…
—Suéltamelas, Diego.
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—Aquella vez no acabamos la faena por culpa de Lerdisusi —dice mientras se
saca la camiseta de un tirón—, pero ahora no nos va a interrumpir nadie.
—Marco…
En cuanto sale del almacén me quito la ropa a tirones tan fuertes que creo que
me he hecho una rozadura en las axilas tirando de la camiseta, pero ya me la miraré
luego. Me lo quito todo y me apoyo en la pared intentando adoptar una postura sexi,
pero, seamos serios, este sitio está lleno de caretas de payasos, asesinos, hachas, pies y
manos amputadas y sangre falsa: no es el sitio más sexi del mundo, pero es el sitio en
el que vamos a sellar nuestra reconciliación, así que me parece perfecto.
—Demuéstramelo.
Diego sonríe y el mundo me parece perfecto. Se acerca y besa las dos comisuras
de mis labios antes de rozar el inferior y bajar a mi garganta, acariciando mi piel con
sus dientes y encendiéndome mientras anhelo un toque más profundo, que me rasgue
hasta el alma con esos dientes que tanto he echado de menos, porque sus mordiscos
siempre me hacen sentir viva. Cuando su nariz roza mi estómago contengo la
respiración y cuando se cuela entre mis piernas gimo y las abro, sujetándome en sus
hombros y deseando que me lleve al éxtasis. No tarda, porque aunque haya pasado un
mes mi cuerpo sigue reaccionando a sus toques y lo conoce al dedillo, me atrevería a
decir que incluso mejor que el suyo. Lo sé porque yo sé el número exacto de lunares
que cubren su piel, pero no los que cubren la mía.
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pasado un par de minutos y me alza en brazos, encajándome entre la pared y su
cuerpo.
No contesto, pero cierro los ojos y apoyo la nuca en la pared mientras su boca se
apodera de mis pechos, mis clavículas y mi cuello. Hace un calor tremendo, el sudor
empieza a perlar nuestros cuerpos y por un momento temo que resbalemos y nos
caigamos, pero cuando su agarre se intensifica me relajo.
Dios, odio tanto volverme tan vulnerable en sus manos, como si estuviese
esperando que me hiciera el amor para dejar salir estos sentimientos que están dentro
de mí, llenándolo todo pero sin salir a la luz.
Los tengo a buen recaudo y solo les doy vía libre cuando él está cerca y me toca,
me mira o me sonríe.
—Dímelo tú —replico.
Me río, pero en cuanto sus dedos se cuelan entre nuestros cuerpos y alcanza mi
clítoris contengo la respiración.
—Diego…
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—Dos.
—Te diría que no, que te quiero desnuda todo el día, pero es que sé que Marco
tiene que estar harto de esperar fuera.
—Sí. Este es mi negocio y no puedo ser una informal, hombre, por Dios.
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—¿De verdad? ¿Te quedas para siempre y esta vez de verdad?
—No tengo nada que hacer hasta el día en que me muera. Y si eso pasa pronto
volveré en forma de fantasma para atormentar a todas las pelanduscas que quieran
estar con un viudo sexi como tú.
—No digas esas cosas —dice chasqueando la lengua y dándome una torta
cariñosa en el cachete—.
Levanta, anda, tienes que trabajar y yo tengo que mirarte e imaginarte desnuda
de aquí a que cierres.
—El polvo habrá sido de antología porque vaya si te ha cambiado la cara —dice
en plan chulo.
Marco me devuelve el gesto pero está tenso y la verdad es que no esperaba otra
cosa de él. Ha cambiado mucho y por fin se está abriendo pero le queda bastante
camino por delante.
—Te habrás lavado las manos después de tocar ciertas partes de mi tío, ¿no?
—Un respeto —dice mi poli dándole una colleja—. Que ahora ella ha vuelto y
vuelve a ser tu tía.
420
—Ya era hora —le contesta—. Hasta que no te has quitado la ropa no has tenido
huevos de convencerla, ¿eh?
—Es que no celebramos solo eso —dice Diego mirándolo—. Celebramos que
nosotros estamos juntos y que tú estás con nosotros. —Marco bufa, pero Diego no es
hombre de quedarse callado o guardarse lo que siente—. Celebramos que ahora sí que
seremos una familia, porque los tres queremos que lo sea, ¿verdad? —Marco se
encoge de hombros y mira al suelo pero Diego no se da por vencido—.
¿No quieres?
—Ay hijo de verdad, ¿qué te cuesta decirnos que nos quieres? Si se ve a leguas —
pregunto yo entrando en la conversación.
—Tú flipas.
—No.
Diego se ríe entre dientes, Marco frunce el ceño pero cuando entiende lo que
queremos niega con la cabeza. Le cuesta y lo entiendo, pero no voy a dejarlo pasar así
que empiezo yo.
—Una.
421
Miramos a Marco, que aprieta la mandíbula, mira a la puerta, quizá pensando en
largarse y al final nos mira entre avergonzado y resignado.
—Tres —susurra.
—Os quiero —susurra Marco en tono casi inaudible. Casi, porque le hemos oído
perfectamente.
Diego sonríe, yo me pongo a llorar porque no soy llorona pero es que este es un
momento muy bonito y Marco resopla, pero carraspea un poco y no dice tacos, lo que
ya es de agradecer.
Pongo los ojos en blanco y me tiro sobre Marco, que me coge al vuelo de milagro,
tropieza y si no es porque Diego nos endereza nos vamos al suelo.
—¡Controla un poco! —grita el chico de malas pulgas, pero luego se echa a reír y
me abraza con ganas.
La puerta se abre, un par de niños de unos ocho años entran y así, de este humor
tan de final de libro me pongo a atenderlos con una sonrisa en la cara mientras pienso
que es curioso como en tan poquitos metros cuadrados puede concentrarse de una
forma tan poderosa todo lo que necesito para ser feliz.
422
Epílogo
Diego
—No me puedo creer que de verdad me hayas obligado a hacer esto —dice Nate
mientras lo miro e intento no reírme—. Yo debería estar en Nueva York con mi familia
y no aquí haciendo el payaso.
—Madre mía, te quejas más que yo, que ya es decir —dice Marco mientras le
recoloca el velo—.
—Vete a la mierda, niño. —Nate me mira y aprieta los labios—. Entiendo que es
nochebuena y que has elegido darle una sorpresa a Julieta vistiéndonos de personajes
de Tim Burton porque le hace ilusión verte de Víctor. Puedo aceptarlo, de verdad.
¿Pero puedes explicarme otra vez por qué voy yo de la puta novia cadáver? ¡En todo
caso tendrá que ir ella!
—Es una sorpresa, así que ella no puede vestirse —le repito—. Además, quiero
que vea que yo también puedo darle sorpresas originales.
Sé que no está convencido pero me da igual. Desde que Julieta me dijo de broma
que para Papá Noel quería que los personajes de Tim Burton cobraran vida tuve claro
que haría esto. No puedo recrearlos a todos pero sí a sus favoritos y Nate tendrá que
aguantarse con el papel que le ha tocado.
—¡Soy afroamericano, Diego! Cualquiera estaría mejor que yo con este disfraz.
—Pero no causaría tanta risa —dice Marco metiéndose otra vez—. La verdad es
que estás muy ridículo.
423
—Marco… —le regaño, pero él se ríe y mueve las manos.
—No puedes, porque Eduardo era todo blanco y tú eres afroamericano —digo.
—La verdad es que Esme está muy buena. Igual le tiro la caña —dice Marco y
aquí Nate y yo nos descojonamos de la risa un poco, claro—. ¿Qué?
Marco hace un gesto de dolor, Nate se ríe y yo niego con la cabeza porque con
estos dos siempre es así.
La verdad es que estos meses han sido muy buenos. Mi amigo se alegró un
montón de que Julieta por fin volviera conmigo y nuestro día a día empezó a tomar
forma y rutina conforme pasaba el tiempo.
424
Pero no importa, porque de esta noche no pasa y cuando nos vea de esta guisa va
a tener que aceptar vivir conmigo aunque solo sea por pena y por no dejarme mal
delante de nuestras familias.
Me peleo un poco más con Nate y al final, cuando ya está listo, o lista, según se
mire, nos subimos en el coche y nos vamos hacia la urbanización.
Llegamos cuando ya está todo el mundo dentro, lo sé por los coches aparcados
en la entrada y rezo en silencio para que al menos Lerdisusi no salga a la calle justo
ahora y nos vea. Aunque para ser sincero tampoco me importaría demasiado, porque
su presencia me es indiferente, pero sé que lo utilizaría para meterse con Julieta y no
me apetece que tenga más motivos para poder tener bronca con ella.
Marco se adelanta y toca al timbre, o lo intenta, porque las tijeras de cartón que
lleva en las manos no le dejan y al final se tiene que apartar para que lo haga yo.
Aguanto la respiración y cuando la puerta se abre y veo que es Julieta quien está en el
marco mis nervios se apoderan de mí de una forma un tanto absurda. Ella abre los
ojos de par en par un momento y al siguiente arranca a reír a carcajadas, haciendo
esos ruidos de cerdito, dando saltitos y mirándonos loca de contenta.
—¡¡Estáis geniales!! —Toca las mangas del disfraz de Marco y luego mira a Nate.
Se descojona sin disimulo y besa su mejilla—. ¡Pero qué guapa!
—Espero que haya mucho, mucho alcohol —dice este pasando de mala gana.
—¿Y yo, cómo estoy? —pregunto a Julieta, que me rodea por la cintura y alza los
labios para que la bese.
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—¡Y me encanta! Es el mejor regalo del mundo.
Me río, la beso y entro en casa sin hacerle caso y sabiendo que ya la he puesto
nerviosa para toda la cena.
En cuanto pongo un pie en el salón recibo de buen grado las risas de sus tres
hermanos, su padre, Sara y mis padres. Sé que no serán los únicos invitados porque es
muy probable que el resto del vecindario se vaya pasando por aquí, así que me armo
de paciencia porque la noche va a dar mucho de sí y nuestros disfraces van a ser muy
comentados. Sobre todo el de Nate, por mucho que intente fundirse con el sofá
mientras Esme lo mira y se ríe sin disimulo. Creo que eso le jode más que el hecho de
que se ría el resto.
Todavía nos queda mucho que trabajar y él no va a dejar el psicólogo aún, pero
ahora es capaz de hablar de sus sentimientos sin poner mala cara o cortar de forma
abrupta su relato solo porque cree que ya ha dicho más de la cuenta. Confía en
nosotros y hasta hemos agregado a nuestra vida la noche semanal de cine en familia,
que reserva para nosotros. Claro que en realidad cena muchas veces en casa porque
desde que dejó las malas junteras no tiene amigos, pero confío en que pronto pueda
conocer a más gente en el restaurante o incluso en el parque, porque ha empezado a
correr cada día conmigo y a veces nos encontramos con otros chicos asiduos que ya
entablan conversación con él.
En realidad tengo miedo de que pueda hacer amigos y no sean buenos para él,
pero sé que es un poco irracional por todo lo que hemos pasado y que tengo que
dejarle la libertad suficiente para que empiece a hacer su vida, porque no puede
concentrarse solo en la familia. También me daba miedo saber que enero se acerca y
cumplirá dieciocho años, pero el otro día nos dejó claro que de momento no quiere
independizarse y que quiere seguir viviendo en casa, así que estamos encantados. Y
digo estamos, porque Julieta también lo está y por eso tenemos que solventar de una
vez nuestra situación.
426
Cuando la cena acaba y todos se reparten los regalos yo le doy un paquetito con
unos pendientes de colorines y otro con un perfume y ella los acepta encantada pero
sé por su mirada que espera algo más, y no se equivoca, solo que no pienso dárselo
frente a todos los demás.
—En realidad, cuando lo vi tuve claro que tenía que regalártelo para que
entendieras mi punto de vista.
—Lo sé.
Que decores el salón a tu gusto, aunque protestemos, tal como has hecho con
nuestro dormitorio, porque ya es nuestro aunque te empeñes en decir que no. Quiero
que tus potingues llenen el baño y que la nevera rebose de latas de coca cola porque
427
no consigues superar esa adicción. Y quiero ver calcetines disparejos y de colores por
todas partes. Quiero que me compres regaliz como haces siempre, pero que lo hagas
porque está en la lista de la compra; en esa que nunca haces conmigo alegando que no
es tu casa.
Quiero que te dejes de mierdas y te vengas conmigo de una vez, porque hoy me
he disfrazado de Víctor, pero te aseguro que estoy listo para llegar mucho más lejos
y…
—Calla un poco para que pueda decirte que si no me he ido ya contigo, es porque
no me lo has pedido.
—No te preocupes, que vas a entender esto con mucha, mucha claridad. —Meto
una mano por detrás de su pelo y sujeto su nuca para que me mire a los ojos y no
desvíe su atención—. Eres el amor de mi vida, no puedo vivir sin ti y estoy dispuesto a
disfrazarme cada día de mi existencia si con eso consigo que te vengas a vivir conmigo.
—Eso es bastante claro —dice ella emocionada y sonriendo—. Y sí, poli. ¡Claro
que me mudo!
Y yo me quedo aquí, pensando que llevo toda la vida esperando que llegue la
gente perfecta, los sentimientos perfectos y, en definitiva, la vida perfecta. Y todo para
acabar descubriendo que la perfección no existe, o sí, pero viste calcetines dispares, se
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disfraza de cualquier chorrada, se ríe como un cerdito y tiene el culo tatuado con la
imagen de la portada de una peli de Tim Burton, entre otras muchas cosas.
Y es que al final, no hay nada más perfecto que el sentimiento de ser feliz con lo
que uno tiene.
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Nota
Si los personajes de Sin Mar te han gustado y tienes ganas de más, no te pierdas
la segunda entrega de la serie. Podría decirte quién es la protagonista, pero me
apuesto lo que quieras a que es más divertido dejar que tú lo adivines…
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Agradecimientos
A mis padres, por apoyarme de forma incondicional y por hacer horas extras de
canguro para que yo pueda luchar por mi sueño.
A mi hermana, gracias por el apoyo infinito, por ser también canguro en tus
ratos libres y, sobre todo, por dejar un hueco de tu nueva estantería en blanco a la
espera de mis próximos libros.
A mi marido, por compartirme con tantos personajes ficticios sin poner malas
caras ni quejarte demasiado. Gracias por comprender mi sueño, apoyarlo y hasta
levantarme del suelo cada vez que tropiezo e intento negarme a seguir.
A mi hija, por enseñarme cada día lo que significa amar a alguien de forma
incondicional.
A Nicole, por repasar este libro en dos días y animarme a seguir adelante.
A Red Lips, por la portada, como no, pero sobre todo por estar al otro lado de la
pantalla del ordenador o el teléfono, dispuesta a soportar mis infinitas crisis y
apoyándome en cada paso que doy. Sin ti, nada de esto sería posible.
A Santi, por ayudarme a ver la vida con otros ojos. Por ser especial y por
demostrarme que la familia no siempre está unida por lazos de sangre.
A Mar, Rocío y Mirian, por leer esta historia de cero y animarme con cada
capítulo. Sois las mejores lectoras beta del mundo.
A las bloggers que han leído y reseñado este libro con tanto cariño. Gracias por
vuestras críticas, que tanto bien me hacen y tanto me empujan a ser cada vez un
poquito mejor.
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A toda la gente que he conocido en este tiempo a través de las redes sociales:
vosotras dais vida a mis personajes y me ayudáis a cumplir mi sueño. Sois
imprescindibles y, con toda seguridad, las mejores lectoras-fans del mundo.
Y gracias, de verdad, gracias a toda la gente que me escribe por privado para
decirme que mi anterior libro les ayudó a superar un momento difícil, o les arrancó
una sonrisa cuando el día pintaba más negro que nunca. Ojalá este libro haya causado
el mismo efecto y aún tengáis una sonrisa en la cara.
Y a ti, si todavía no me conocías, también te doy las gracias por elegir este libro.
Ojalá hayas disfrutado con él aunque sea la mitad de lo que disfruté yo escribiéndolo.
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Sobre la autora
Soy Cherry, tengo casi treinta años y no recuerdo cuándo fue la primera vez que
soñé con escribir un libro, pero sé que fue antes de sufrir la pubertad.
Me encanta leer, comer –sobre todo cosas que engordan–, la música, las
zapatillas, los vikingos, la tecnología –friki en potencia–, comprarle ropa a Minicherry
y los tatuajes. Soy adicta a Pinterest, entre otras cosas y suelo pasar veinte horas al día
en los mundos de yupi, imaginando la vida de personas que solo existen en mi cabeza.
¡Ah sí!
Instagram: Cherrychic_
Twitter: Cherrychic_
https://cherrychic.wordpress.com/
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