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Cecilia Mecozzi1: Hoy nos visita Laura Méndez, que es doctora en Historia y que se
empeña en la actualidad como profesora de la cátedra de Didáctica Especial de Historia, y
también en el Seminario de Historia Regional del CRUB, el Centro Regional de la
Universidad del Comahue, con sede en Bariloche. Además ha escrito numerosos artículos
y libros referidos a la Didáctica Especial de la Historia, y por otro lado ha hecho
numerosos aportes esclarecedores sobre Historia Regional, que han ayudado a
comprender y a conocer un poco más la configuración espacial de esta zona andino –
patagónica, tan poco estudiada. Durante muchos años se desempeñó como profesora de
Historia del Instituto de Formación Docente Continua de Bariloche, y ha sido entonces
colega y colaboradora permanente del postítulo. Siempre que se la necesitó estuvo a
nuestro lado. Así que quiero darle la bienvenida agradeciéndoselo, en nombre de todos
los profesores que llevamos adelante el postítulo.
Laura Méndez: Buenos días a todos. Tengo que aclarar que Cecilia es una gran amiga
mía, así que tomen con pinzas todo esto que ha dicho, porque está teñido del cariño
mutuo que nos tenemos, cariño que también se hace extensivo a mucha gente del IFDC
de El Bolsón, con quienes hemos recorrido un camino juntos compartiendo la pasión por
la docencia. Más allá de los títulos y de los cargos – me suena raro escucharlos – quisiera
subrayar que me defino ante todo como maestra; creo que ésa es mi verdadera vocación,
con la que me identifico. Y desde ese lugar, el lugar de la maestra, del docente, es que
hoy pensé esta exposición, que probablemente no les aporte demasiadas cosas nuevas.
Uno suele concurrir a escuchar estas charlas con la expectativa de descubrir un montón
de cosas, y muchas veces uno descubre muy poco... Pero creo que tienen el valor de –
por un lado – verse reflejado en lo que uno hace relatado por otra persona: uno a veces
valida su propia experiencia reconociendo en el relato de quien expone cosas parecidas a
las que tal vez está haciendo desde hace un montón de tiempo en su propia escuela. Y
también, por la posibilidad de vincularse con el de al lado, quien a veces brinda los
aprendizajes más grandes que tienen estas instancias, donde uno no aprende solo de
aquel al que le toca hacer una exposición, sino de aquel compañero con quien comparte,
no solo preocupaciones acerca de la educación, sino también las otras de la vida.
Entonces, el título de esta charla – durante la cual espero, por supuesto, que interrumpan
para preguntar, y opinar– parte de un título que por otro lado es la premisa de esta charla:
1
Profesora de la carrera de posgrado “Especialización Superior en Educación Rural”, del IFDC de El Bolsón
“La enseñanza de las Ciencias Sociales como comunicación intercultural”. La guía de este
trabajo es pensar que la enseñanza, que la tarea que a diario hacemos de intentar al
menos enseñar (que no va de la mano con esa fórmula de “enseñanza – aprendizaje” que
tanto tiempo dominó el discurso pedagógico; porque lo que yo enseño no es idéntico a lo
que el alumno aprende; sino sería mucho más fácil esto que hacemos todos los días) es
ante todo una instancia de comunicación. Enseñar algo es abrir la puerta a la posibilidad
de comunicación. Esto que parece tan sencillo, y tan fácil, no es algo dado, sino algo que
debe ser construido. La posibilidad de comunicación implica la necesidad de un mensaje,
de un código compartido, de un receptor, de un emisor, de un conjunto de símbolos y
valores que puedan ser transmitidos y consensuados en su significado, lo cual implica
como docentes tomar algunos recaudos al momento de pensar en comunicarlos.
La última palabra del título dice intercultural: yo voy a comunicarme con, y voy a estar
comunicado entre diferentes sujetos y personas que vienen de tiempos, espacios y
culturas diferentes. Frente a esta cuestión tan de moda de la diversidad cultural uno
tendría como diferentes opciones: frente a una cultura a la cual considero diferente puedo
rechazarla: es distinta y la rechazo. Puedo desentenderme: es diferente, la acepto, pero la
tengo allá lejos y no me implico; o puedo intentar preocuparme por conocerla. Y ésta es la
diferencia entre la multiculturalidad – la aceptación de las diferencias –y la
interculturalidad: lo reconozco como diferente, me reconozco como diferente, pero me
preocupo por intentar, en la diferencia, construir una comunicación.
Interculturalidad
Currículum
Construcción metodológica
Principios didácticos
Y al concebir a la enseñanza de las Ciencias Sociales de esta manera, el eje de esta
charla va a estar basado sobre algunos recaudos para educar en y desde la
interculturalidad; también algunas referencias al curriculum – porque si bien los docentes
tenemos la maravillosa posibilidad de cerrar la puerta del aula, por otro lado existe una
serie de disposiciones, prescripciones, escritos y propuestas curriculares, en la cual uno
adecua y construye su práctica cotidiana. El tercer eje es un concepto que es copiado,
que tomo de Gloria Edelstein, que es una didactista muy conocida en Ciencias Sociales, y
que habla de la construcción metodológica. O sea: frente al currículum, y en el mundo de
la interculturalidad, cómo construyo mi práctica docente cotidiana. Porque – no sé si
compartirán esto conmigo – pero muchas veces nos pasa que las discursivas son muy
interesantes, las palabras están muy lindas, pero cuando llega el momento de plantearme
cómo lo hago, qué hago adentro del aula ya es otra cosa... Y entonces se escucha que “el
maestro tiene que crear”... Allí la sociedad revaloriza nuestro espíritu creativo, y en
realidad muchas veces nos encontramos con muy pocas herramientas para que –
contando apenas con nuestra capacidad creadora – podamos pensar qué hacer, cómo
hacer, qué enseñar, qué evaluar... Y todo eso queda a cuenta de la creatividad docente.
Yo creo que si bien la creatividad existe (por suerte) no está mal tener algunos principios,
no para tomarlos como una biblia, sino que uno los pueda discutir, para saber si los
comparte o no, si está de acuerdo o no, si los puede pensar para su propia tarea o no...
Ése es el sentido del concepto de construcción metodológica. Y por último, les propondré
algunas cuestiones de principios didácticos, de ideas para compartir acerca de las
Ciencias Sociales escolarizadas en estos contextos en los cuales nos movemos. Esa
sería la propuesta general.
Hay algunas cosas que, de tan sencillas, a veces se nos pasan por alto: la cultura es lo
que define a las personas. Todo ser humano, independientemente de su temporalidad y
su espacialidad es un ser productor de cultura, portador de cultura, transmisor de cultura.
Ahora bien; para que esta cultura exista y permanezca, debe ser una cultura en
comunicación. Lo que alimenta y permite que una cultura perdure en el tiempo es la
posibilidad de que esta cultura sea comunicada. Y acá no estoy hablando ni de libros ni
de documentos escritos; estoy pensando por ejemplo en la tradición oral mapuche, donde
una cultura se mantiene a sí misma en la posibilidad de ser comunicada, de ser
comprendida, y de ser interactuada.
Tercera premisa: la única forma de comprender correctamente a las culturas es interpretar
sus manifestaciones de acuerdo a sus propios criterios culturales. La única posibilidad
que tengo realmente de conocer; de conocer sin la vanidad de suponer que conozco al
“inferior”, al “diferente”, que conozco desde mis parámetros y tengo la magnanimidad de
no juzgar, sino de procurar, realmente, un conocimiento real y profundo de aquel alumno,
de aquel grupo familiar que se acerca a la escuela, implica conocer previamente sus
propios parámetros culturales, para desde eso, pensar la cultura a la cual pertenece ese
grupo familiar. Esto implica una gran tarea individual, para poder dejar toda esta carga tan
contundente que tenemos, de estereotipos, de prejuicios, e incluso de cosas que ni
siquiera sabemos a nivel consciente, pero que forman parte de largas tradiciones
culturales transmitidas, enseñadas y aprendidas en la escuela, con respecto a las cuales
uno tendría que tener la posibilidad, no de negarlas, pero sí de hacer prevalecer la
curiosidad suficiente como para intentar comprender al otro, y desde ahí poder pensarlo
con criterios culturales amplios.
Cuarta premisa: toda cultura es básicamente pluricultural. ¿Qué quiere decir esto? Que
aún en esta aula, donde estamos muchos, compartiendo un espacio e intereses y
preocupaciones similares – la tarea de educar en contextos rurales – aún al interior de
este pequeño grupo están coexistiendo culturas diferentes. Hay diferentes criterios para
definir a qué cultura pertenecemos: algunos tienen que ver con la edad, algunos con el
género, con la etnia... Diferentes maneras de poder definir la adscripción o la pertenencia
a un determinado grupo. En todo grupo hay pluriculturalidad. Y esto a veces no condice
con el que es el pensamiento hegemónico, donde hay una cultura que se impone. La
cultura que se impone hegemónicamente se impone a través del ejercicio del poder, de un
poder real, de un poder simbólico; pero que haya un discurso que suena más fuerte
porque tiene los medios para hacerse sentir y escuchar no quiere decir que sea el único
discurso. Es un discurso imperialista, que avasalla y organiza desde su racionalidad; pero
no implica que no existan otros discursos subalternos, contrahegemónicos, callados,
silenciados, ocultos, pero que están presentes... Sólo que no han tenido posibilidad de
expresarse y comunicarse.
Esto es algo que se advierte claramente cuando, por ejemplo, en la provincia de Río
Negro irrumpe la nación mapuche. Aparece en el contexto de los ’80... Pero ¿cómo, qué
pasó? Antes hubo todo un discurso hegemónico orquestado que hizo que muchas veces
los propios pibes de la comunidad se definieran a sí mismos como “paisanos”, y que
costara tanto después, cuando uno les preguntaba, porque decían: “No; yo no...” ¿Por
qué? Porque no había posibilidad para que ese discurso fuera comprendido y conocido.
Para eso hay que partir de la base de que hay discursos diferentes, y a esas culturas
diferentes es preciso conocerlas para poder empezar a enseñar.
A veces nos llevamos sorpresas, porque los alumnos ya tienen representaciones acerca
de los conceptos, de los sujetos y los procesos que son – como dicen algunos cientistas
sociales – ideas pertinaces, ideas que son muy difíciles de desarraigar porque no son
ideas incoherentes, son ideas que les son funcionales para explicar un mundo de
relaciones que él ha construido sobre la explicación de su entorno social, y de las
relaciones sociales y culturales. Revertir estas ideas que les son funcionales, que le
responden a su necesidad, implica toda una tarea y un trabajo que empieza por rastrear e
indagar si aquello que decimos es comprendido por aquel que recibe el mensaje con el
mismo sentido y significado en el cual nosotros lo hemos dicho. Pasa muchas veces
cuando los chicos hacen mal una tarea cualquiera, y vemos que en realidad el problema
no estuvo en la tarea en sí sino en la formulación de la consigna; esa consigna se
transmitió de tal manera que en realidad no fue interpretada. Por eso hay que tomar un
especial recaudo en que el alumno y el grupo comprendan la intencionalidad de aquellos
mensajes que les damos.
CURRÍCULUM (Gobson)
Currículum oficial
Campos de los libros de textos y de los materiales escolares
Campo de la práctica escolar
A ese grupo le ocurren varias cosas: en primer lugar le ocurre un currículum; ustedes
saben que hay diferentes dimensiones y definiciones del currículum; por un lado hay un
currículum oficial, que es aquello que el Consejo Provincial de Educación, las autoridades
de cada jurisdicción, estipulan como un camino a recorrer; como un conjunto de
propuestas de diferentes categorías que implican y transmiten un deber hacer dentro de
una planificación escolar.
Pero junto a ese currículum, que tiene diferentes niveles, hay otros elementos que
también se mezclan, y se cuelan a la hora de enseñar. Me refiero al amplio campo de los
libros de textos y de los materiales escolares. Este currículum que está prescripto, que es
visible y está escrito, se mediatiza en función de aquellos libros o materiales que yo elijo o
construyo para transmitir esos contenidos. Se ha dado – sobre todo en estos últimos diez
años – una gran proliferación de libros de texto, hasta el punto de que muchas veces los
libros se convierten en el verdadero currículum de la escuela. Lo cierto es que hemos
pasado por diferentes modas en el campo de la enseñanza de las Ciencias Sociales;
algunos de ustedes tal vez se acuerden: hubo una época en la que no había que dar libro,
porque el libro tenía una sola ideología, porque bajaba una única línea de información,
porque favorecía la construcción de un pensamiento único... Y fue un momento en el cual
la tendencia fue que cada uno trajera su propio libro, para construir conocimiento a partir
de textos diferentes, y en el que proliferaron las fotocopias... Desde hace un par de años,
a partir del momento en que publicar libros volvió a convertirse en un buen negocio en
Argentina y volvió a dejar ganancias, estamos bombardeados por la oferta editorial, y
muchos docentes – analizando las ventajas y las desventajas – han optado por dar un
libro de texto para determinado grupo. Y esto que aparece como una cuestión muy trivial
es una decisión importantísima al momento de enseñar Ciencias Sociales, porque
muchas veces se genera como una especie de dependencia hacia el libro de texto;
porque “se los hice comprar”, y ahora tenemos que seguir ese orden... O bien: “el padre
gastó veinte pesos en este libro; ahora yo no puedo pedirle una fotocopia extra...” Ý así se
genera una dependencia en el proceso de enseñar hacia aquellos libros o materiales que
hemos pedido o sugerido al principio del año.
Según Gobson todo esto forma parte del currículum, porque el currículum no es
solamente ese documento que aparece escrito sino que tiene que ver con todo esto. Y
también habría una tercera dimensión del currículum, que es la dimensión del campo de
la práctica escolar, la dimensión en la cual se ponen en juego concretamente y se
produce el encuentro entre las decisiones docentes, incluidas éstas respecto de la
selección de libros, y el grupo con el cual se desarrolla la tarea de enseñanza.
La construcción metodológica
Nosotros venimos con una tradición escolar tradicional, donde sobre mediados de los
años ’80, irrumpen – en las Ciencias Sociales en particular pero también en la educación
en general – esto que algunos autores tienden a llamar “tecnología educativa”; la
aparición de la figura del experto, de técnicos sociales y cientistas sociales que plantean
que si uno respeta un determinado número de métodos, va a obtener determinados
resultados. De tal manera, los docentes no tendríamos que ser otra cosa que buenos
administradores de esos métodos que ya han sido probados y puestos en práctica, y
cuyos resultados estarían garantizados si no nos salteamos ninguno de los pasos
establecidos en este protocolo de un método que se plantea como universal, un método
que no advierte las diversidades culturales ni los contextos específicos, sino que está
planteado de igual manera para un amplio conjunto social. En ese sentido – esta idea que
surge en los Estados Unidos hacia los fines de los ’60 pero que recién llega a la Argentina
y se hace carne sobre fines de los ’80, y que va a tener su auge en los ’90 – un conjunto
de técnicas, de procedimientos y de recursos me garantizaría buenos resultados;
resultados esperados y predecibles en tanto y en cuanto yo utilice estos nuevos recursos,
construidos a partir de las conclusiones de los expertos y de los técnicos que pueden
decirnos con precisión, a través de estudios cuantificados, qué es lo que tengo que hacer
dentro del aula.
Casi ni vale la pena recalcar que la realidad nos ha demostrado que esto no tiene ningún
asidero concreto, y que si enseñar fuera tan fácil nos bastaría conocer y aplicar esas
secuencias, con lo cual lograríamos muy buenos resultados. La realidad es mucho más
compleja que eso, y los métodos universales no sirven si no son repensados y adecuados
a realidades concretas. En la actualidad, esta idea del método universal y de la tecnología
educativa está reemplazada, en el mundo de las Ciencias Sociales, por otro concepto,
que Gloria Edelstein llama la “construcción metodológica”. ¿Qué quiere decir esto? Que la
construcción del método, de los “qué”, los “cómo” y los “para qué” enseñar son
construcciones contextuadas en espacio y tiempo, que no sirven para todos, sino que
cada manera, forma y sentido de la enseñanza va a estar circunscripta y pensada
especialmente en un espacio y un tiempo determinados.
El método es también una cuestión de conocimiento; método y contenido son dos caras
de la misma moneda. Por eso no pueden pensarse por separados; por eso no hay método
que funcione a priori, separado del contenido. No hay “cómos” que garanticen resultados
si yo no los vinculo con los “qué” y los “para qué” que les dan sentido. Por eso, no hay
recetas, porque el método es una construcción relativa – relativa en tiempo, en espacio –
y una construcción que tiene en sí misma una estructura conceptual; es decir, el poder
asumir qué conceptos son aquellos que yo considero prioritario enseñar en el mundo
social.
El maestro tiene que definir qué conceptos son aquellos que quiere priorizar en el proceso
de enseñanza; que tendrá que ver con la instancia anterior: lo que dice el currículum, lo
que dicen los libros, lo que me dice la práctica cotidiana. La estructura contextual – es
decir: esos conceptos en un contexto determinado – vinculada a la estructura cognitiva – y
acá entra esto que siempre estuvo presente: lo propio del sujeto que aprende. Qué
intereses, qué posibilidades, qué edades tiene ese sujeto que aprende. Cuando hablo de
“edades” no nos estamos refiriendo a la edad cronológica, sino a sus “capacidades
para...”, a sus experiencias previas vinculadas al aprendizaje.
Y sobre todo, importa qué intencionalidad voy a dar a lo que me importa que construya el
alumno. Esta idea del “para qué” tiene que estar necesariamente vinculada a un “qué”;
tiene que estar necesariamente vinculada a un “cómo”, y tiene que estar necesariamente
vinculada a un “quién”. Y a su vez, estas cuestiones tienen que estar vinculadas a un
tiempo y a un espacio. De ahí surge entonces esta construcción, que es una construcción
particular, enfrentada a la del “experto” que daba “recetas”, y en función de cómo voy a
concebir las Ciencias Sociales en la instancia escolar.
PRINCIPIOS ORGANIZADORES
Les voy a presentar ahora algunas ideas que son para debatir, pero que sintetizan lo que
yo pienso – y también otras personas; importa por lo menos ponerlas en discusión, para
reflexionar. Son cuestiones que me parecen básicas, al menos desde mi experiencia, y
que considero que son principios organizadores para tener en cuenta:
La historia oral implica la idea de recuperar la narración como una manera de construir y
transmitir nuestra historia. Durante la década de los ’90, principalmente, estuvo muy
defenestrada esta idea de narrar; se decía que los docentes teníamos que acercarnos
más a estas tecnologías cientificistas, y que trabajar con la narración era banalizar los
contenidos, volver al cuento... Pienso por el contrario que la narración tiene un potencial
educador extraordinario, si aquel que narra, quienquiera que sea, lo hace con
compromiso, y narra con pasión, con historias de vida, con amores, con odios, con
encuentros y desencuentros. La idea es poder contribuir, desde la oralidad, a través de la
transmisión de historias, en la construcción de la propia historia de la comunidad.
Otra idea que aparece – ésta es un poco más nueva, del ’97, ’98 – es la historia del
presente. Generalmente la escuela le ha huido bastante a trabajar el presente; a veces
porque el presente es doloroso, y como esas heridas cuesta que cierren, se las protege
escondiéndolas; a veces porque está toda esta idea de que la historia del presente está
mezclada con la política, y entonces no se trataría de historia, sino de un involucrarse en
la política y alejarse de los contenidos que uno tiene que enseñar; a veces porque da
mucho miedo también que los padres reclamen o cuestionen... Pero más allá de estas
dificultades, la historia del presente es en general un centro de interés muy grande para
los chicos; tenemos ahí una posibilidad muy interesante, porque hay interés y
preocupación, y curiosidad acerca de qué es lo que pasa hoy; porque el chico escucha a
los padres, porque lo escuchó en la radio o lo ve en la televisión; pero poder pensar en
introducir el presente en el aula, no como meta, sino quizás como generador para – a
partir de este presente – poder irnos para atrás en el tiempo en busca de las
explicaciones, es quizás también una manera interesante de poder pensar la enseñanza
de las Ciencias Sociales.
Trabajo con fuentes: poder pensar en los libros de textos, pero también advertir las
posibilidades de otras fuentes, como pueden ser imágenes, documentos, una salida a
mirar lo viejo y lo nuevo, qué es lo que cambió... Hay una veta extraordinaria que se abre
a partir de las imágenes; mirar dibujos, fotos si las hay, sirven para introducir la posibilidad
de no trabajar solamente con un material ya “digerido” y escrito, terceriarizado por el
cientista social, sino abordar las fuentes, y desde ahí construir el conocimiento.
Y por último algo sobre lo que ya estuvimos charlando: estos nuevos recursos que
aparecen con mucha fuerza: las computadoras, Internet, el cine, el video, la televisión,
que son, potencialmente, buenos recursos. Yo creo que la escuela se equivoca cuando
quiere competir con estos medios, y los niega. Conocen esa afirmación que aparece con
tanta fuerza, según la cual los medios le han quitado a la escuela el lugar de agente
socializador que la escuela tenía tradicionalmente... Existen posibilidades de incorporar
esos medios adentro del aula, y de utilizarlos como recurso de enseñanza, en vez de
pensarlos como competencia. Una buena película de cine puede servir para trabajar la
complejidad de las relaciones familiares, por ejemplo. No se trataría de optar, ni de
oponerse, sino de traerlos, siempre y cuando tengamos en cuenta aquello que veíamos
antes: para qué voy a traerlos. Si la clase se transforma en la película, ahí hay algo que
estamos haciendo mal... Si la película es el recurso de una clase que se sirve de ella para
construir conocimiento, la cosa es distinta.
Enseñar conceptos
Voy ahora a presentarles una idea, que seguramente para muchos va a ser muy
conocida, para otros tal vez muy resistida, y para otros tal vez sea novedosa: me refiero a
la posibilidad, como docentes de Ciencias Sociales, más allá de los contenidos, poder
pensar cuáles son los conceptos que quiero construir en y con los alumnos. No sé si
todos tienen en claro la diferencia entre concepto y contenido: cuando yo hablo de un
contenido estoy hablando de un concepto contextualizado en espacio y tiempo. Si hablo
de contenidos, estoy hablando, por ejemplo, de “la Revolución de Mayo de 1810”; estoy
hablando de un concepto – revolución – pero contextualizado en tiempo y espacio; le
estoy dando una dimensión temporal, y le estoy dando una dimensión espacial. El
concepto es una noción sin referencia espacio-temporal, que puede ser aplicada a
tiempos y espacios diferentes.
Para el tercer nivel de construcción, uno puede llegar a construir una definición
conceptual. Esta es un poco la propuesta que quiero transmitirles: la posibilidad de
construir una construcción metodológica para la enseñanza de las Ciencias Sociales que
pueda priorizar la construcción y la apropiación de conceptos. ¿Qué exige una definición
conceptual? Primero; un concepto más general, donde el concepto que introduzco ancle,
y encuentre su espacio de referencia.
Participante: Género próximo.
L.M.: Exacto; lo más próximo y más general donde esta rama de árbol haga anclaje en un
árbol determinado. Después que tengo este concepto inserto en un núcleo de significado
mayor, empiezo con atributos específicos. Es decir; qué características tiene este
concepto en particular que lo diferencian de este concepto más general. Y a medida que
los chicos crecen, los atributos específicos son más complejos y numerosos. Gustavo
Iaies dice, por ejemplo, que la construcción de conceptos es como una escalera; el
alumno, cuando en tercer grado vea el 25 de Mayo va a tener un concepto de revolución,
que enriquecerá en cuarto, en quinto, y quizás cuando llegue a su vida adulta podrá
definir “revolución” con todos los atributos y variables que tiene el concepto... Uno se va
aproximando...
Participante: ...Y llegar a la conclusión de que quizás la revolución de mayo no fue una
revolución...
L.M.: Como tantas veces dicen los alumnos: que en la primaria nos dijeron que eran todos
buenos, en la secundaria resulta que eran todos malos, y llegamos a la conclusión de que
no eran ni buenos ni malos... Bueno; esta posibilidad se da cuando el concepto fue
apropiado.
AMBIENTAL
HISTÓRICA
PATRIMONIAL
CIUDADANA
Posteriormente, aproximadamente desde los ’70, aquel sentido que aparecía tan claro
entra en una crisis muy profunda: en primer lugar porque esta idea de “Estado nacional”,
que parecía construir el sentido central de las Ciencias Sociales, es un concepto que
empieza a entrar en crisis. Los fenómenos de la globalización hacen que esta idea de
pertenencia estadual como el centro del ser de la educación entre en crisis, porque la
propia idea de Estado entra en crisis. Por otro lado, los avances que se venían dando en
el mundo de la educación en general y de las Ciencias Sociales en particular, que
empiezan a plantear esta idea de conocimiento social como un conocimiento científico,
también empiezan a poner en crisis si uno educa y debe educar para la construcción de la
patria. Y en última instancia, qué es la patria, y si un patriota se puede construir... Como
decía Bobbio en 1909, “un patriota se hace por repetición”: hay toda una liturgia escolar,
reforzada por todas las rutinas escolares del recitado, de la canción... Y esto es algo que
estaba explícito; que puede leerse en el número nueve del Monitor Común, dicho por el
Supervisor de Escuelas de principios de siglo: uno se hace patriota por repetición; de
tanto repetir “quiero a mi bandera”, “quiero a la Argentina”, “quiero a mi patria”, nos
convertiríamos en patriotas...
Hay toda una serie de liturgias, de símbolos, de signos, de códigos, que en algunas
escuelas todavía repetimos casi mecánicamente, y que suponen que a través de un
conjunto de rituales y de rutinas podía construirse la nacionalidad. Y esta idea que
aparecía como un discurso hegemónico, entra en crisis en los ’70, en los ’80, y uno de los
problemas que tuvo y que tiene es que no hubo ningún otro discurso que pudo imponerse
con la misma contundencia. Hoy sabemos todos lo que no queremos; sabemos por
ejemplo que éste no es el para qué de las Ciencias Sociales que nosotros pensamos;
pero el problema pasa en que – si no es éste – cuál es el para qué que yo les voy a
imprimir... Porque siempre hay un para qué; consciente o inconscientemente, explícito o
implícito, siempre hay un para qué, siempre hay un sentido y una intencionalidad. Frente a
esta búsqueda de sentido, la situación actual es una situación de debate; y hoy éste es
“el” debate: se está debatiendo la búsqueda de sentido de la enseñanza de las Ciencias
Sociales en la escuela. Y el no encontrarlo a veces explica por qué se enfatiza tanto
Lengua y Matemática, cuando aparece esa demanda social de que los chicos tienen que
aprender primero a leer, a escribir y a contar, porque todavía pareciera que faltara ponerle
el cuerpo a este para qué enseñar Ciencias Sociales...
L.M.: Sí; hace poco hicimos un librito sobre la cuestión de las efemérides, y las críticas
que hemos tenido eran del orden de “por qué no nos dicen qué sentido tienen las
efemérides”... Y eso hace justamente a la idea central del libro, eso es el libro: que los
sentidos tienen que ser construidos y consensuados y no impuestos. Uno puede adherir o
no, pero tiene que tener la posibilidad de reconstruir su propio contrato para la enseñanza
de las Ciencias Sociales.
Por eso les estoy planteando el “trabajar para la construcción de conciencias” como un
para qué de las Ciencias Sociales. Las Ciencias Sociales pueden aportar a la
construcción, en la sociedad, de determinadas conciencias. Cuando hablo de “conciencia”
no estoy hablando desde un punto de vista psicológico, sino que estoy hablando en la
asunción responsable de una serie de compromisos y del ejercicio de ciertos derechos:
asumir conscientemente algo es tomar registro de aquellas cosas hacia las cuales tengo
“obligación para”, y aquellas de las que tengo “derecho a...” Desde ese lugar estamos
pensando la conciencia. Y estamos pensando – principalmente – que las Ciencias
Sociales pueden servir a la construcción de cuatro ejercicios responsables – para
nombrarlos de alguna manera – con relación a derechos, deberes, y compromisos
militantes.
Una conciencia, que en estos días está en todos los medios, y que estamos discutiendo a
diario, tiene que ver con la conciencia ambiental; el ambiente como un bien, como un
patrimonio, y como una responsabilidad. Pensemos en el tema de las minas, de las
papeleras, etc. Y en esos temas la Geografía nos va a aportar no solo a la descripción del
paisaje sino – del conocimiento de los elementos artificiales y de los elementos naturales
de los entornos ambientales – nos va a aportar para la toma de conciencia y el
compromiso en la conservación y defensa del ambiente, del medio ambiental con que
contamos.
Una conciencia patrimonial: acá hay un terrible problema con el tema del patrimonio,
porque nos hemos copiado definiciones exógenas de patrimonio, donde al patrimonio
pareciera que lo seleccionan desde afuera, y hay otros que dicen qué debe ser guardado
y qué debe ser mostrado, cuándo y dónde; qué vale la pena conservar y qué hay que
desechar, y por otro lado con la idea de que en los espacios patagónicos, por ser
espacios “nuevos”, entre comillas, no habría cuestiones antiguas que merezcan ser
guardadas... Como que hay una política patrimonial – del patrimonio histórico,
arquitectónico y natural – que es una política fuertemente conservacionista con todo lo
que sea época colonial, y según la cual todo lo que ya pase a ser del siglo XIX sería
reciente, y eso no merecería ser guardado, ni cuidado ni protegido, porque es “nuevo”. Y
ustedes se dan cuenta que en comunidades recientes cincuenta años es muchísimo
tiempo; y en Bariloche, por ejemplo, hay un patrimonio histórico, y arquitectónico y
cultural, en casas que se caen a pedazos, porque nadie las cuida ni las conserva, y que
merece ser conservado y cuidado. Hay que tener en cuenta que el patrimonio, qué cosas
merecen ser conservadas y cuidadas, es algo que debe designarse al interior de la
comunidad. Pero siempre se trata de una decisión que implica ejercicio de poder; poder
interpelar al poder para que justifique qué patrimonio tiene que ser conservado.
Y me parece que estas cuatro conciencias, pensadas desde la óptica del mundo rural y
del aula rural, con tanta disparidad de intereses y de edades, y a veces con un solo
docente a cargo, tienen que estar vertebradas por la idea de flexibilidad, y por la idea de
autonomía. La idea sería entonces pensar, por un lado, en cómo las Ciencias Sociales
pueden colaborar a construir autonomía en los alumnos, y cómo frente a estos principios
del currículo y de las prescripciones puedo operar con suficiente flexibilidad como para
convertir el aula en un espacio de aprendizaje.
Y acá hay algunas cosas que para muchos de ustedes no van a ser nada nuevo, que
seguramente ponen en práctica, que es cómo puedo plantear el agrupamiento de esos
alumnos, que no necesariamente tiene que ser un agrupamiento fijo durante toda la
escolaridad, sino que puede ser un agrupamiento móvil, que permita instancias de
encuentros y de participación conjunta, en función de los grados, pero también en función
de los intereses, y de las capacidades; cómo puede haber instancias de encuentro que
superen esta cronología de grado, de año de escolaridad, y pensar la realidad social
desde otros lugares.
Y también poder pensar la posibilidad de esto que algunos autores proponen: los rincones
de trabajo. Es un tema sobre el cual los autores de la escuela de Barcelona han
trabajado mucho: los rincones de trabajo, la propuesta de desestructurar el aula, ese aula
tradicional tan organizada y tan prolija, y poder reflexionar en esos tiempos que el alumno
espera a que el profesor lo atienda, que a veces son tiempos muy largos, y que alimentan
una relación de mucha dependencia y de poca autonomía, porque los chicos están
esperando a que uno vaya y mire su trabajo, que uno vaya y le corrija... Hay un tiempo
que se pierde en la espera, y esa espera podría tal vez ser utilizada para otras cuestiones,
que tienen que ver con la construcción de conceptos. Por ejemplo, un espacio donde haya
libros que el alumno pueda ir a mirar, o diarios, o mapas que el alumno pueda ir a
consultar, o un espacio donde pueda dibujar, o un espacio donde pueda construir objetos
que tengan que ver con las cuestiones que se están trabajando... Poder entrar al
aprendizaje de las Ciencias Sociales desde diferentes lugares, y favorecer desde estos
espacios esta idea de autonomía, que aparece como necesaria, cuando trabajamos con
tantas cosas simultáneas.
L.M.: Hay toda una discusión sobre lo lúdico, que tiene que ver con la definición de juego
y con lo lúdico en el aula: habría que revisar si eso que uno hace en el aula es jugar o es
otra cosa... Porque en realidad cuando hay un docente que es el que hace jugar hay
varias características del juego que no se respetan, porque el docente pone plazos
preestablecidos, no deja que quien juega abandone el juego cuando quiera, y el chico
podría preguntarse por qué juega, porque en realidad hace lo que le dijo la maestra... Por
eso hay algunos autores que lo llaman modo lúdico, y no juego; es una manera de jugar
diferente a los juegos, porque es una manera que se hace con una intencionalidad
didáctica; se juega para aprender. Se trataría de tener en cuenta esa diferencia.
En las Ciencias Sociales hay algunos recursos muy interesantes, como son los juegos de
simulación, que es una técnica que utilizan a fines de los ’70 Carretero, Pozo, etc., todo
un grupo de profesores de Sociales españoles, que desarrollan una metodología de
trabajo que ellos llaman juegos de simulación. Los juegos de simulación tienen tres
componentes: un problema a resolver, diferentes actores que piensan diversos modos de
resolverlo, y una instancia de consenso para su resolución. Y los participantes
argumentan desde distintos lugares sobre las maneras de resolverlo, y cada uno juega su
rol. Lo bueno que tiene esta técnica es la posibilidad de empatía: los chicos se ponen en
el lugar del otro, y muchas veces les toca defender posiciones con las que no acuerdan
para nada; y esas posturas se debaten tratando de ver las distintas facetas del problema,
y las soluciones posibles, a través de una instancia de consenso.
Participante: En el caso de Formación Ética y Ciudadana, la diferencia es que con los más
chiquitos se aplicaría un diagnóstico de situación, donde se presenta una situación “x” ya
resuelta, y se debate sobre esa situación; en el caso de los más grandes la situación se
les presenta abierta, bajo la forma de un dilema moral. Pero en todo caso es cierto que no
se trata de juegos, sino de estrategias muy inducidas...
L.M.: Sí; no pueden ser pensados como juegos, pero son estrategias de trabajo muy
interesantes.
“Desocultar los conflictos”: piensen en aquella idea del pasado que se nos aparecía como
una unidad, como una unidad que no era conflictiva, sino que era como una unidad
sucesiva y simultánea; poder descubrir que el conflicto es inherente a la vida social, y
desde esos conflictos poder ver por qué se producen, quiénes participan, cuáles son sus
intereses, qué ideas sustentan esos intereses o esas acciones, tratando de encontrar
mecanismos que permitan la participación.
Y dejé para lo último esta frase, que les propongo como una frase para que nos llevemos:
“El estar muy enterado de algo no posibilita por sí mismo el diálogo con alguien. Más bien
sucede lo contrario: el diálogo posibilita que alguien se entere de algo.” Francisco Altarero