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La palabra Justicia proviene del latín justitia que significa justo. La justicia es un
concepto que se empezó a emplear años antes de Cristo, para manifestar
la equidad ante un juzgado y un verdugo que dictaba condena, justa o injustamente,
así pues, fueron creándose los cimientos de un concepto que se ha elaborado y
diseñado para cada cultura de una manera diferente. De forma concreta, podemos
asegurar que la justicia es una constante y perpetua voluntad de dar a cada uno lo
que le corresponde. Esta idea tan genérica cobra sentido en dos tipos de Justicia,
la primera es la conmutativa, la cual se basa en un principio de reciprocidad, que
exige dar en contraprestación, un equivalente proporcional, y la distributiva, que
hace referencia a la solidaridad e igualdad entre todos los humanos, lo que es justo,
lo que es para todos, debe ser repartido como tal para cumplir con este principio.

La justicia se ha convertido en una cualidad del ser humano, en la que se decide,


se apoya, se juzga, se establecen parámetros de igualdad para todos. El ser
humano tiene la propiedad de usar a la justicia como un bien de provecho, o de
valerse por sí mismo gracias a ella para lograr un bien en común. La justicia es
representada como una figura de una una mujer con los ojos vendados con una
balanza en una mano y una espada en la otra, esta representación, simboliza la
imparcialidad de la justicia verdadera.

Según Fernando Savater, la justicia no es nada más que tratarnos como humanos,
o lo que es lo mismo, ponernos en el lugar de la otra persona. La justicia es una de
las claves del sistema político perfecto y por eso debe tenerse en cuenta, ante todo.
Es compasión del prójimo en cuanto a que escuchar y ayudar es algo justo que
cualquier ser humano se merece.

La justicia junto a la autonomía y beneficencia pertenece a los tres principios


éticos de la ética profesional.
En ética de las profesiones el principio de justicia hace referencia a varias cosas:
A. En primer lugar, al sentido social de la profesión. Cada colectivo profesional es
responsable en conjunto ante la sociedad de todo lo relacionado con los bienes
y servicios que busca promover y que son los bienes internos a la misma. Esto
se traduce en un compromiso a favor del bien público, también en el
compromiso profesional con los grandes problemas e injusticias sociales en la
medida en que estos tocan temas del propio ámbito profesional.

B. EI principio de justicia obliga también a tomar en consideración el significado de


los bienes y servicios que proporciona cada profesión para el contexto social en
que se lleva a cabo el trabajo profesional y de las obligaciones de justicia que
lleva consigo esa toma en consideración y las contribuciones específicas que
cada colectivo profesional debe hacer al bien público de la sociedad en la que
se tienen responsabilidades profesionales. Mas adelante nos ocuparemos de lo
que es o puede ser el compromiso de los profesionales en tareas y
organizaciones de voluntariado. La atención desinteresada a quienes necesitan
y no pueden pagar los servicios profesionales o la implicación en la lucha contra
la pobreza en el tercer mundo y la marginación del cuarto mundo ("profesionales
sin fronteras") no son meros actos supererogatorios del colectivo profesional que
con ello gana buena imagen ... es la resultante de una concepción justa,
ajustada, de lo que debe la profesión a la sociedad, del servicio que se ha
comprometido a prestar, de cómo todo lo que es y lo que puede hacer tiene
supuestos sociales de los que hay que responsabilizarse.

C. En las sociedades actualmente existentes, especialmente en aquellas en las que


más se ha desarrollado la profesionalización de las diferentes ocupaciones
laborales, existe lo que se suele llamar economía social de mercado. En estas
sociedades las profesiones y los profesionales tienen dos grandes campos en
los que ejercer la profesión, cada uno de los cuales responde a una lógica
diferente de justicia. Hablando esquemáticamente está en primer lugar el
ejercicio profesional que tiene su base en la libre iniciativa social y la libre
contratación de servicios profesionales por parte de clientes que pueden
pagarlos. Este enfoque (que en parte hereda la tradición liberal) tiene una lógica
de libertad y de contrato libre entre las partes. Esto fomenta la libre iniciativa y
estimula la eficiencia, pero plantea el problema de que hacen los que no se
pueden pagar los servicios profesionales. Como corrector de las desigualdades
que consagra o genera el mercado se atribuye al Estado una función social
redistribuidora: el Estado recauda más de quienes más ganan y ofrece servicios
públicos a todos, especialmente a quienes no pueden pagarlos. Esto da lugar a
un ejercicio profesional en régimen de servicio público, financiado con recursos
públicos, que se ofrece a cualquier ciudadano que lo necesite. Normalmente esta
forma de ejercicio profesional lleva consigo la condici6n de funcionario del que
lo ejerce.
http://biblio3.url.edu.gt/publiclg/lib/2oo9/etica/6.1.4.pdf
Ni el principio de beneficencia ni el principio de autonomía ofrecen luz suficiente
sobre el conjunto de la sociedad y el papel de las profesiones en ella.
EI principio de justicia obliga a situar el ejercicio profesional en el marco de una ética
social. La ética social abre la perspectiva en la que se articulan las múltiples
necesidades e intereses de los diferentes grupos y personas con las posibilidades
y recursos disponibles en la sociedad con forme a criterios de justicia. De esta
manera se corrige la tendencia al corporativismo. Las profesiones, y con ellas la
ética profesional, corren el peligro de constituir un espacio segregado, alejado de
las necesidades sociales, para crear un mundo plenamente autónomo, al margen
de lo que la sociedad necesita de ellas, de la escasez de recursos con que cuenta
para financiar sus actividades, de las desigualdades sociales que, si bien los
profesionales no son los únicos que las pueden remediar, tampoco pueden
ignorarlas y contribuir a consolidarlas o agudizarlas.
FUENTE: http://biblio3.url.edu.gt/publiclg/lib/2oo9/etica/6.1.4.pdf

La honestidad quizás sea uno de los valores más básicos y universales,


imprescindible para poder construir la convivencia humana y establecer una buena
relación entre las personas, Gobiernos, instituciones, etc.

La marcha de la humanidad ya sea a gran escala o en pequeñas comunidades,


depende del grado de honestidad de quienes la integran, una honestidad que
debería impregnar todas las esferas que involucran la actividad humana.

La honestidad se refiere a una faceta del carácter moral y se refiere a los atributos
positivos y virtuosos tales como la integridad, veracidad y sinceridad, junto con la
ausencia de la mentira, el engaño o robo.
Como muchas virtudes, se la valora más cuanto más se ausenta de nuestra
sociedad, apreciándola tarde, cuando se resquebraja el edificio de lo social y
sufrimos las consecuencias.
TRES GRADOS DE HONESTIDAD: según Confucio (551 a.C.-479 a.C)
1. El primero (denominado Li) hace referencia al comportamiento que, basado
en la sinceridad, busca conseguir los propios intereses, ya sea a corto o a
largo plazo, busca el bien personal.
2. Un nivel superior (denominado Yi) se produce cuando el motor de nuestro
comportamiento no es únicamente nuestro personal interés, sino que este se
funde con lo que creemos justo y produce un bien, es decir, está movido por
la bondad y la justicia. Contempla no solo lo que uno piensa y necesita, sino
que incluye a los demás, sus necesidades y su bienestar.

3. El nivel más elevado de honestidad (denominado Ren) surge cuando


alcanzamos un sentido de fraternidad y humanismo tal que tratamos a todas
las personas y seres como parte de nosotros mismos.

Unidad e integridad personal.


Como vemos, la honestidad nos habla de la coherencia que necesita el ser humano
entre lo que piensa, siente y hace, para el logro de una cierta felicidad y convivencia.

Cuando hay honestidad, nuestros actos hablan de nuestras intenciones y estas son
buenas.
Pero toda unidad, toda armonía necesita une eje que equilibre, y este ha de estar
constituido por lo mejor de nuestra naturaleza humana.

La honestidad nos transforma en individuo, en seres humanos que han logrado una
básica armonía interior, desarrollando un gobierno de sí mismos desde una
conciencia elevada, desde el propio discernimiento, amor y sentido de la justicia.

Nos hace libres y autónomos, pues nos permite movernos guiados por nuestra
voluntad iluminada por los valores, y no por las circunstancias y los impulsos
caprichosos de nuestra personalidad cambiante.

La base de la dignidad
En cierto modo, podemos decir que la honestidad es atributo de nuestra dignidad y
la medida de nuestra valía.

Sin olvidar que todos los seres humanos somos dignos y, por lo tanto, objeto de
respeto, tenemos que aceptar la natural aspiración a desarrollar y desplegar el
maravilloso potencial que como seres humanos tenemos y que aún no se ha puesto
de manifiesto.

Todos necesitamos un poco de autoestima y de aceptación, de valoración por parte


de los demás, pero no son los honores y reconocimientos sociales lo que nos
dignifica, sino nuestra integridad personal expresada en nuestros actos y los valores
que los mueven.

Quien tiene en estima su propia honradez es porque valora su dignidad, y esta la


considera la mejor carta de presentación de sí mismo. No valora más lo que dicen
los demás que su propia conciencia, y en su relación con el mundo, estima más sus
principios que sus bienes.

Su honestidad no se refleja únicamente en puntuales actos, sentimientos o ideas,


sino en una constante y honesta trayectoria en áreas del bien.

El valor de la palabra
La palabra, como vehículo de comunicación, revela nuestras ideas e intenciones –
o debería hacerlo–, establece vínculos y crea puentes de conocimiento mutuo y del
mundo.

Si la palabra es sincera, es decir, expresa nuestras ideas e intenciones y


compromete nuestros actos, entonces es constructiva y tiene valor. La palabra se
convierte en un instrumento de poder, capaz de generar entendimiento, confianza
y, por ende, convivencia.

Solo cuando la palabra tiene verdadero valor puede, a través del diálogo sincero,
resolver los conflictos y sustituir a las armas de guerra.

La sombra de la honestidad: la corrupción


La vida nos ha enseñado que, para conocer la calidad de algo, su autenticidad y
nobleza, hay que verlo sometido a pruebas que lo lleven al límite de su naturaleza
(como las pruebas de resistencia de materiales o de calidad de los productos). Solo
entonces sabemos la pureza y calidad con que está hecho.

Y, efectivamente, son las situaciones difíciles las que comprometen nuestra calidad
humana, y es en ellas donde se forja nuestra honestidad, nuestro auténtico valor.
El sentido de la honestidad se construye sobre los sólidos pilares de nuestros
principios, pero se desenvuelve sobre lo que las situaciones de la vida nos
presentan y, si bien la vida exige flexibilidad y adaptación, no podemos disfrazar la
corrupción con adaptación a la realidad.

Cuando algo pierde su naturaleza y se descompone es cuando decimos que se


corrompe.

La corrupción no es sino la pérdida de autenticidad, de unidad y coherencia para


con los valores que nos comprometen. Y se suele presentar ante las oportunidades
de satisfacer nuestros intereses egoístas o cuando estos intereses están en peligro.

Se corrompe quien ha puesto su dignidad moral en el mercado, o sencillamente


siempre tuvo como amos y señores sus deseos y apetitos, más allá de las
apariencias.

Hay quienes se venden por el dinero, por el halago, por el sexo o la apariencia de
poder, que es falso, pues acaban siendo marionetas movidas por los hilos de sus
propias debilidades.

La honradez se cimienta sobre la ética personal. Ni las intenciones egoístas ni la


ceguera dogmática son buenos consejeros. Por eso, el que es honrado no abusa ni
de la confianza ni de la debilidad de los demás.

Responsabilidad
La honestidad es un ejercicio de responsabilidad y libertad. Supone no solo ser
consecuentes con nosotros mismos, sino asumir las consecuencias que se derivan
de nuestras palabras y actos.

Si cometemos un error, deberíamos recoger el fruto, corregirlo o rehacer el camino.


El error no nos hace indignos ni merma nuestra honradez, pero sí la actitud que
trata de culpabilizar o responsabilizar a otros de nuestros errores.

Si somos libres para elegir, debemos ser responsables para asumir las
consecuencias de nuestras elecciones. Esto es la base de la libertad, no se puede
separar de la responsabilidad. Paradojas de un mundo que se cree libre, pero que
constantemente huye de su libertad.

Para concluir, quien es honesto es confiable…


Esta es la base de toda relación y convivencia. Nadie quiere ser decepcionado o
engañado.
La honestidad genera confianza, y la primera confianza que necesitamos es en
nosotros mismos.

De la misma forma que el ejemplo que recibimos de alguien nos permite realmente
confiar en él, la confianza en nosotros mismos nace del ejemplo que nos damos,
más allá de si nos ven o no; nace de la honestidad que tengamos para con nosotros
mismos, para reconocer nuestras debilidades, pero también nuestras fortalezas.

Hoy más que nunca, cuando vemos cómo se derrumba la confianza en nuestros
representantes políticos y agentes sociales, y con ese derrumbe vemos tambalearse
el equilibrio social y la convivencia, se pone de manifiesto que la honestidad es la
base de la confianza y que esta pasa inexorablemente por dar ejemplo.

FUENTE: https://www.revistaesfinge.com/filosofia/corrientes-de-
pensamiento/item/156o-honestidad-e-integridad

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