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03-07-2014

Jihadistán, Arabia Saudita e Irán


Immanuel Wallerstein
La Jornada

Un movimiento jihadista -el Estado Islámico en Irak y Siria (conocido como Isil)- se ha anotado una
arrasadora y sorprendente victoria al capturar Mosul, la tercera ciudad de Irak, localizada en el
norte del país. Sus fuerzas avanzan rumbo al sur, hacia Bagdad y han tomado Tikrit, el pueblo natal
de Saddam Hussein. El ejército iraquí parece haberse fragmentado, habiendo cedido también
Kirkuk a los kurdos. Isil también tomó prisioneros a diplomáticos y camioneros turcos. Controla
ahora con efectividad un largo segmento del norte y el oeste de Irak, así como una zona contigua
en el rincón noreste de Siria. Los comentaristas han bautizado esta zona transfronteriza como
Jihadistán. ISIS busca reestablecer un califato en un área tan grande como sea posible, uno basado
en una versión particularmente estricta de la ley de la sharia.

La conmoción y el temor que han inspirado los éxitos de este movimiento pueden conducir a
realineamientos geopolíticos importantes en Medio Oriente. La geopolítica es una arena de
frecuentes sorpresas, donde los antagonistas conocidos súbitamente se reconcilian y transforman
su relación hacia una que los franceses llaman frères ennemis (enemigos amistosos). La instancia
más famosa de este tipo de relación en el último medio siglo fue el viaje de Richard Nixon a China
para encontrarse con Mao Tse Tung, un viaje que fundamentalmente revisó los alineamientos
dentro del moderno sistema-mundo y que desde entonces subyace en las relaciones entre China y
Estados Unidos.

Los medios mundiales llevan ya mucho tiempo enfatizando la profunda hostilidad entre Arabia
Saudita e Irán. Cualquier reconciliación aparecería entonces como algo muy poco probable. Pero
como en los meses recientes parecen haber ocurrido reuniones secretas entre los dos países, uno
se debe preguntar si tal giro geopolítico sorpresivo no pudiera suceder a corto plazo.

Cuando ocurren tales vuelcos, la pregunta que hay que hacer es qué obtiene cada uno de los lados.
Debe haber ciertos intereses comunes que contrapesen las conocidas bases para la hostilidad.
Comencemos por apartar un alegato con el que los analistas explican el antagonismo. Es el hecho
de que el gobierno de Irán está controlado por los imanes chiítas y que a Siria lo controla una
monarquía sunita. Esto, por supuesto, es cierto. Pero debemos recordar que hasta 1979 Irán (bajo
el régimen del sha) y Arabia Saudita (bajo la misma monarquía sunita) eran aliados geopolíticos
cercanos y trabajaban juntos en la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en
todos los asuntos relacionados con el precio del crudo, una preocupación económica central para
ambos países. Después de 1979, Irán cambió su política y comenzó el antagonismo público entre
ambos, pero sólo desde entonces.

El asunto fundamental que ha impulsado la pugna pública entre Arabia Saudita e Irán ha sido la
competencia por el papel geopolítico dominante en la región. Lo que podría cambiar esto ahora es

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precisamente el surgimiento de Isil, que representa una grave amenaza para ambos estados. El
interés común de los regímenes de Arabia Saudita e Irán es su necesidad de una relativa
estabilidad dentro de sus estados y en la región como un todo.

Por supuesto, ambos regímenes están copados por las divisiones internas entre los elementos de
una clase media urbana liberalizante y los que proponen una versión estricta y conservadora del
Islam tradicional. Pero la amenaza que representa Isil para ambos grupos en ambos países es que
podría conducirlos a favorecer el acallamiento de otras clases de lucha. En la actualidad existen ya
tales luchas entre varias fuerzas diferentes a ISIS en Siria, Líbano Irak, Bahrein, Yemen y en otras
partes.

Además hay otros elementos que empujan hacia este tipo de reconciliación. Ambos regímenes
comparten una desazón por las inciertas pero continuadas intervenciones de Estados Unidos y los
países eu­ropeos en su región. Los sauditas han perdido fe en la confiabilidad de las alianzas
pasadas y se acercan a la visión iraní de que el mundo occidental debería permitir que las fuerzas
regionales arreglaran sus propias diferencias. A ninguno de los dos regímenes les gusta tampoco el
constante y de algún modo impredecible papel de Qatar en la región. Y tampoco gusta a ninguno
de los dos regímenes la incapacidad de avanzar en la creación de un Estado palestino significativo.
Ambos regímenes ven con preocupación el régimen militar laico que ahora quedó establecido en
Egipto. Y, por último, ambos regímenes quisieran ver alguna clase de resolución política en torno a
los conflictos de Afganistán.

Ésta es una larga lista de intereses comunes. En resumen, tienen más en común que lo que
reconocen con frecuencia los analistas de fuera. Es más, si llegaran a un acuerdo histórico, el nuevo
arreglo podría atraer gran cantidad de respaldo, primero que nada de Turquía, pero luego también
de los kurdos, del Magreb, de Jordania, de Pakistán e India, de Rusia y China e incluso de dentro de
Afganistán. Por supuesto, esto es especulación, pero no es una especulación vacía. La realidad es
que los regímenes de Arabia Saudita e Irán se preocupan por su supervivencia en medio de la
creciente desintegración de Medio Oriente. No es probable que continuar el curso presente los
ayude a sobrevivir. Tal vez piensen que es tiempo de cambiar el rumbo.

Fuente:
http://www.jornada.unam.mx/2014/07/02/index.php?section=opinion&article=024a1pol

Traducción: Ramón Vera Herrera

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