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INTRODUCCIÓN
1
4.- La dimensión intelectual Const. 72,5
Estudios universitarios – aprendizaje de lenguas -
1. El formador eudista:
Hombre con una clara comprensión de su misión: formar pastores según el
corazón de Dios
Hombre con una madurez humana básica
Alguien con una fuerte experiencia de Dios
Una persona con gran espíritu de fraternidad
Hombre con una apertura al mundo y a los signos de la historia
Hombre con un amor fuerte y serio a los candidatos que intenta formar
Hombre de Iglesia en la Congregación de Jesús y María
1
Ver, en Documento aparte, la propuesta sobre el contenido del TEFE.
2
5. Los responsables de la formación inicial
6. Los animadores de la formación permanente
7. Los candidatos a la Congregación
1. La casa de formación
2. Las comunidades locales
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3
CONGREGACIÓN DE JESÚS Y MARÍA
ITINERARIO DE LA FORMACIÓN EUDISTA.
“FORMAR A JESÚS EN NOSOTROS”
PRESENTACIÓN
2
En adelante la citaremos con la sigla RF (Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis)
3
La presente versión, aunque fue aprobada en Septiembre de 2016, ya está confrontada con la Ratio de
la Iglesia universal (8 Diciembre de 2016).
4
INTRODUCCIÓN
La Exhortación apostólica postsinodal de Juan Pablo II (1986) propone expresamente a
todos los Institutos de vida consagrada la urgencia de elaborar una “ratio de formación”,
capaz de orientar el proceso formativo de cada Instituto. El texto dice así:
“Los Padres sinodales han invitado vivamente a todos los Institutos de vida consagrada
y a las Sociedades de vida apostólica a elaborar cuanto antes una ratio institutionis, es
decir, un proyecto de formación inspirado en el carisma institucional, en el cual se
presente de manera clara y dinámica el camino a seguir para asimilar plenamente la
espiritualidad del propio Instituto. La ratio responde hoy a una verdadera urgencia: de
un lado indica el modo de transmitir el espíritu del Instituto, para que sea vivido en su
autenticidad por las nuevas generaciones, en la diversidad de las culturas y de las
situaciones geográficas; de otro, muestra a las personas consagradas los medios para
vivir el mismo espíritu en las varias fases de la existencia, progresando hacia la plena
madurez de la fe en Cristo.
5
6
OBJETIVO DE LA FORMACIÓN EUDISTA
Acompañar el progreso integral del candidato para que, como discípulo misionero del
Evangelio, pueda integrarse maduramente en la Congregación de Jesús y María y, en
unión con sus hermanos, colaborar en la obra de la evangelización y en la formación de
buenos obreros del Evangelio (Const. 72; 10).
Corresponde a cada Provincia adaptar esta Ratio a las particularidades de cada región o
país donde está presente la Congregación (Const. 73).
7
Un fiel discípulo del Señor Jesús. Porque se sienten llamados y desean seguir al
Señor, les ofrecemos profundizar en su vida cristiana, ingresando en la
experiencia de la Escuela de Jesús y dejándose conducir por el Espíritu. Gracias
a esta experiencia de discipulado, los jóvenes –como dice san Juan Eudes-
“pondrán todo su empeño en renunciar al pecado y al mundo, sino también a sí
mismos, a su amor propio, a su propio criterio, a sus sentimientos e
inclinaciones y a todo lo que pertenece al hombre viejo, para seguir a nuestro
Señor como los miembros a su Cabeza, continuando su vida, sus costumbres y
sus virtudes en la tierra”. De esta manera, podrán asumir y continuar la misma
misión de Jesús en la historia. “Hombre de Dios: el que pertenece a Dios y hace
pensar en Dios” (PDV. 47; RF. 61).
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Un hombre encarnado en la cultura de su pueblo. El misterio de la Encarnación
del Verbo ha de ser modelo y orientación de su actuar. La Palabra se hizo carne,
puso su morada entre nosotros y nos reveló la plena verdad sobre Dios (Cfr. Jn.
1,14-18). Desde entonces, todo se llenó de Dios y, con una mirada
contemplativa, hemos de descubrir a Dios que habita en medio de los hogares,
en las calles y en las plazas de los hombres (Cfr. E.G. 71), para acompañar y
anunciar a todos la salvación y la misericordia del Señor (Cfr. Const. 26). Llenos
de esa presencia viva ayudarán a impregnar todas las culturas y transformar las
estructuras sociales de los hombres (Cfr. Const. 27).
Con un corazón lleno de misericordia y compasión. Para san Juan Eudes, los
eudistas hemos de ser “misioneros de la misericordia” y “es misericordioso
quien lleva en su corazón, con amor, las miserias de los miserables” (OC. VIII,
53). Para lograrlo, el esfuerzo de “formar a Jesús en nosotros” nos ofrece la
posibilidad de identificarnos con él y hacerlo presente en nuestra acción pastoral.
“Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. Con su palabra, con sus
gestos y con toda su persona, revela la misericordia del Padre” (M.V. 1). Por
eso, pretendemos que nuestros jóvenes “lleguen a ser misericordiosos como el
Padre Dios es misericordioso (Luc. 6,36) y signo eficaz del obrar del Padre (Cfr.
RF. 40).4
4
El Documento de Aparecida, de los Obispos de América Latina (2007) tiene su propia manera
de presentar este tema. Dice que el presbítero está llamado a ser hombre de la misericordia y la
compasión, cercano a su pueblo y servidor de todos, porque lo que el Pueblo de Dios necesita de sus
pastores es que sean:
Presbíteros discípulos, con una profunda experiencia de Dios, configurados con el Corazón del
Buen Pastor, dóciles a las mociones del Espíritu;
Presbíteros misioneros, que con una gran caridad pastoral cuiden del rebaño del Señor y
busquen a los más alejados;
Presbíteros servidores de la vida, atentos a las necesidades de los más pobres, comprometidos
con la defensa de sus derechos y promotores de la solidaridad;
Presbíteros llenos de misericordia, que ofrezcan a todos la seguridad del perdón que viene de
Dios (D.A. 198-199).
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II. ETAPAS DEL CAMINO FORMATIVO
Los documentos de la Iglesia, al hablar de las etapas de formación, dicen que es “un íter
al ministerio”, es decir, un camino que acompaña a los candidatos al ministerio
presbiteral. Como tal, es un proceso de vida que nos sitúa en una realidad más amplia:
el seguimiento y la adhesión a Jesús, que en el Nuevo Testamento aparece como un
“camino” de vida, de lucha, de creatividad y de esfuerzo (Cfr. Hech. 9,2; 16,17; 18,25-
26). Y es precisamente “en el camino” (Luc. 24,32-35) donde Jesús se hace presente a
una comunidad que se interroga, sufre, duda y lucha por entender los acontecimientos,
pero también donde ofrece su Palabra, calienta el corazón y parte para todos el Pan que
da la vida.
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vida, llega un momento en que es invitado a ingresar al proceso de formación e
insertarse en la etapa que corresponda a su situación personal (filosofía – teología –
experiencia pastoral en una comunidad local. RP. 68,5).
Una vez que los formadores hayan dado su aprobación, el candidato escribe una carta al
superior provincial pidiendo ser admitido a la Probación en la Congregación.
“La Probación, llamada así por san Juan Eudes, es el período inicial de la formación
para la vida eudista. Su finalidad primordial es formar para la vida apostólica en
comunidad. Este período dura, por lo menos, cuatro años y se vive totalmente en el seno
de comunidades eudistas. Incluye un tiempo especial de aproximadamente un año (el
llamado TEFE: Tiempo especial de formación eudista, o TSFE en francés y STEF en
inglés), reservado a una formación espiritual eudista más intensa” (Const. 69).
La nueva Ratio de formación llama a este período “la etapa discipular”, una etapa
educativa que pretende la formación del discípulo de Jesús destinado a ser pastor, con
una particular atención a su crecimiento humano y cristiano (Cfr. RF. 61-63).
5
El Papa Francisco ha hablado del proceso vocacional: “Examinar bien si viene del Señor; si el personaje
es sano, equilibrado, capaz de dar la vida, de evangelizar; si el joven es capaz de formar una familia y
renunciar a ello para seguir a Cristo”. Discurso a la plenaria de la Congregación del clero, 3 de Octubre
de 2014.
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“Para que un candidato sea admitido a la Incorporación, debe haber dado señales de
auténtica vida cristiana, de afecto sólido a la Congregación, de observancia leal de las
Constituciones y de obediencia generosa a los superiores. Debe haber manifestado
también aptitudes para el apostolado en comunidad y real madurez humana” (Const.
76).
“En un mundo cambiante y dentro de una Iglesia que se renueva continuamente bajo la
acción del Espíritu, los eudistas prosiguen su formación a lo largo de su vida” (Const.
82). La formación permanente es, así, “una forma de fidelidad al ministerio sacerdotal,
en un proceso de continua conversión, para reavivar el don recibido con la ordenación”;
por lo mismo, una responsabilidad y una exigencia para mantenerse en la fidelidad a la
vocación recibida (RF. 80-81). Con palabras del Papa Francisco: “La formación de la
que hablamos es una experiencia de discipulado permanente, que acerca a Cristo y
permite identificarse cada vez más a Él. Por ello la formación no tiene un final, porque
los sacerdotes nunca dejan de ser discípulos de Jesús, de seguirlo. Así, pues, la
formación en cuanto discipulado acompaña toda la vida del ministro ordenado y se
refiere integralmente a su persona y a su ministerio. La formación inicial y la
permanente son dos momentos de una sola realidad: el camino del discípulo presbítero,
enamorado de su Señor y constantemente en su seguimiento” 6
“los eudistas se preocupan vivamente por adquirir las competencias y aptitudes
requeridas por las funciones que deberán desempeñar según los ministerios a los
que son llamados” (Const. 79).
6
Carta del Papa Francisco a la Asamblea general extraordinaria de la Conferencia episcopal italiana, 8
Noviembre de 2014.
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“Los superiores garantizan a cada uno la formación adecuada, teniendo en
cuenta las necesidades apostólicas, las capacidades individuales y las legítimas
preferencias personales” (Const. 79).
Especial atención hay que dar a los eudistas que han recibido la ordenación
presbiteral, durante los primeros cinco años de su ministerio. Es responsabilidad
del superior provincial y el consejo programar encuentros y experiencias que
permitan un acompañamiento fraterno en el inicio del ministerio apostólico
(RF.83).
Como la Congregación tiene un carácter internacional, los eudistas tienen la
preocupación permanente de conocer, comprender y asimilar las culturas y las
situaciones de aquellos a quienes son enviados (Const. 80).
La Iglesia hoy insiste en que la formación permanente ha de tener en cuenta las diversas
fases de la vida sacerdotal. Y enumera cuatro7 :
Los primeros años después de la ordenación presbiteral. El recién ordenado
intenta practicar en su actividad pastoral lo que aprendió, pero también adaptarse
al medio y al ambiente (RF. 83).
Sigue la fase de la estabilidad. Se dedica intensamente a la actividad pastoral,
asume responsabilidades y realiza proyectos en función de la construcción de la
comunidad.
La etapa del balance y la valoración de su ministerio, que puede conducir a una
crisis o “noche espiritual”. Una crisis que depende a veces de factores biológicos
o de las dificultades de la vida de fe y del ministerio (RF. 84).
La etapa de “la sabiduría”, en la que atesora la experiencia pastoral acumulada.
Abandona el protagonismo y se pone al servicio de los hermanos y de la
comunidad con una mayor profundidad y humildad.
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Tal era el planteamiento del borrador de la Ratio Fundamentalis (en Mayo 2015), que no quedó en el
documento final, pero lo asumimos por lo práctico y pedagógico.
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III. LAS DIMENSIONES DE LA FORMACIÓN
La formación del eudista abarca diversas dimensiones que deberán ser integradas
armónicamente a lo largo de todo el proceso formativo. Después del Concilio Vaticano
II, la Iglesia ha asumido ya cuatro dimensiones (humana y comunitaria, espiritual y
cristiana, intelectual, y pastoral o apostólica); a ellas agregamos una propia, la
dimensión eclesial y eudista. El “impulso misionero” es hoy, no una quinta dimensión,
sino el hilo conductor que ha de integrar las cuatro dimensiones, animarlas y
vivificarlas, para lograr del eudista que sea un verdadero “discípulo misionero” en
medio del mundo (RF. 89-92).
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candidato en una escuela de santidad, como lo es la espiritualidad eudista, y darle a
participar del misterio de la Iglesia. Así podrá tener la convicción de que la
Congregación “es un don para la Iglesia, nace en la Iglesia, crece en la Iglesia, está
orientada a la Iglesia” (P. Francisco). De acuerdo con esto, la dimensión eclesial y
eudista
“Es formación para la vida en Iglesia, cuerpo de Jesucristo y sacramento de
salvación para el mundo de hoy, en el cual el candidato debe aprender a estar
presente, con una mirada crítica, inspirada en el Evangelio” (RP. 72,2),
Es formación para insertarse y vivir en la Iglesia particular donde realiza su
ministerio, en un espíritu de colaboración, de colegialidad y de ecumenismo
(Const. 20-21).
“Es, igualmente, formación para la vida en Congregación, que prepara en
particular al candidato a hacerse disponible para eventuales misiones en países
o provincias distintas a su país o provincia de origen” (RP. 72,2). “Descubrir y
aceptar la Congregación como una familia, con su fundador, su historia, su
herencia espiritual, sus Constituciones, su fisonomía actual y sus proyectos”
(Const. 72).
4. La dimensión intelectual.
Quiere proporcionar a los candidatos una formación seria y actual que abra la
inteligencia a la verdad y lo capacite para el discernimiento, el juicio crítico y el diálogo
sobre la realidad y la cultura del mundo en que vivimos (RF. 116-118). De ahí que esta
dimensión sea
Aprendizaje del origen y desarrollo del pensamiento humano para adquirir un
conocimiento básico, sólido, coherente y profundo de la persona y de sus
relaciones con el mundo, con los demás y con Dios;
“Formación teológica, claramente eclesial, sólida y abierta, a la vez, que
conduzca a una asimilación personal del mensaje de la salvación y a una
preparación para anunciarlo a los demás” (RP. 72,5).
Preparación en las diversas formas de la pedagogía actual y las técnicas de
acompañamiento que permitan un mejor servicio como formadores del Pueblo
de Dios (cfr. EG. 156-159; 169-173).
Aprendizaje y uso competente y responsable de “las tics” para el anuncio del
Evangelio y la formación de comunidades eclesiales en el seno del Pueblo
elegido de Dios.
Por eso, “en lo concerniente a los estudios y a la preparación de los candidatos a las
órdenes, se tendrán en cuenta las normas del derecho universal (Canon 736).
5. La dimensión pastoral.
Pretende lograr una configuración del discípulo misionero con el Señor Jesús, para que
pueda llegar a ser entre sus hermanos “una epifanía y transparencia del Buen Pastor que
da la Vida” por su pueblo (PDV.49). El papa Francisco lo llama “un evangelizador con
Espíritu” (EG. 262), lo que implica:
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Tener un amor apasionado por Jesús, al estilo de Juan Eudes (Const. 14), pues
“una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no
convence a nadie” (EG. 266);
Tener también un amor apasionado por su pueblo, que lo lleva a desarrollar un
gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente y sentirse marcado a fuego
por la misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar (EG. 273);
Sensibilizarse por todo lo que se refiere a “los ejercicios de las misiones y a los
seminarios”, como es el carisma eudista (RP. 72,6).
Conocer las estructuras de la Iglesia para saber situarse en medio de ellas y
animarlas desde el interior.
Esta formación se llevará a cabo mediante una experiencia pastoral diversa a lo largo
del tiempo de formación (RF. 119-124).
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IV. EL FORMADOR EUDISTA Y EL EQUIPO DE FORMACIÓN
En este contexto, quienes son llamados a prestar el servicio de formar a los futuros
eudistas, pueden entender la gran responsabilidad de su ministerio y aplicarse con razón
lo que san Juan Eudes decía de todo eudista: “Trabajar por la salvación y la
santificación de los presbíteros (Juan Eudes, con el lenguaje de la época, los llamaba
“eclesiásticos”) es una tarea que supera a todas. Porque significa salvar a los que
salvan, dirigir a los que dirigen, enseñar a los que enseñan, apacentar a los que
apacientan, iluminar a los que son la luz del mundo, santificar a los que son la
santificación de la Iglesia”: he ahí la misión a la que nos ha llamado, por pura
misericordia y sin que nunca lo merezcamos (Cfr. OC. X, 417).
1. El formador eudista:
¿Cuáles han de ser las características de un formador eudista? Comencemos por afirmar
que si “la formación de Jesús en nosotros es el misterio por excelencia, la tarea
suprema y la acción más noble del Espíritu Santo, que lo formó en las entrañas
benditas de la Virgen” (OC. I, 515s), entonces, la docilidad al Espíritu de Jesús es lo
primero que debe tener un formador para que lo conduzca según su beneplácito (Cfr.
OC. III, 292).
Indicamos, pues, algunos rasgos propios del eudista formador para la Iglesia y el mundo
de hoy:
Hombre con una madurez humana básica. Lo decimos así porque la madurez
humana no se da como realidad plena en una persona sino que es un proceso que
se fortalece con las luchas diarias de la vida. Las Directrices para la formación
de formadores nos dan algunos elementos que vale la pena meditar. Ante todo,
ha de tener una clara conciencia de sí mismo y de la historia personal. Se conoce
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primero a sí mismo: lo que es, lo que vale, lo que puede; pero también sus
debilidades, sus inclinaciones más importantes, “sus límites honestamente
reconocidos y responsablemente aceptados” (Directrices, n.34). Junto a esto va
la aceptación de la propia historia personal: sus orígenes, su familia, su
educación, su infancia y adolescencia, los principales acontecimientos de su
vida, sus caídas y fracasos, sus triunfos y conquistas. De este modo es capaz de
tener una distancia crítica de sí mismo, “está abierto para aprender, saber
aceptar las críticas y observaciones y está dispuesto a corregirse” (ibidem).
Pero viene luego la madurez en sus relaciones con el mundo, con el entorno en
que vive y con los demás. Un buen formador sabe abrirse al diálogo, sabe
discernir los signos, escucha atentamente al otro, trata de comprenderlo en su
situación y da confianza, crea y mantiene un clima de serenidad, vive relaciones
amistosas que manifiesten compromiso, se interesa por los demás y sus
problemas, pero sobre todo, tiene una buena dosis de autocontrol.
Alguien con una fuerte experiencia de Dios. De nadie más que de un formador
se puede esperar que sea un hombre orante y sumergido firmemente en la
experiencia de Dios. Como “mistagogo cristiano” ha de conducir a los jóvenes,
por su testimonio y su enseñanza, a una vivencia fuerte del misterio de Dios,
revelado en Cristo. La figura de Moisés en el libro del Éxodo (32-34) puede
orientar ampliamente esta realidad. Moisés es el guía y el jefe de la comunidad
de Israel, responsable de conducirla por el desierto hasta la tierra de bendición.
En estos capítulos lo vemos constantemente en un doble movimiento de subir y
bajar: subir hasta el monte del Señor para llevarle las inquietudes y necesidades
del pueblo y bajar hasta el pueblo para transmitirle la Palabra del Señor. Y en
este doble movimiento su rostro se transforma, se llena de la gloria de Dios y lo
hace para el pueblo Palabra viva del Señor para ellos. La experiencia de diálogo
y comunión con Dios en función de las necesidades del pueblo se vuelve una
realidad transformante, que lo hace “rostro de Dios” para los hermanos. Así
también, para un formador, el contacto permanente con el Señor, el ver el rostro
de Dios para el servicio de los hermanos, transforma y debe transformar su
propio rostro, que se hace rostro de Dios para ellos. De esta manera, el formador
se hace “Hombre de Dios: el que pertenece a Dios y hace pensar en Dios” (PDV.
47).
Una persona con un gran espíritu de fraternidad, capaz de crear comunión entre
sus hermanos para vivir el “juntos para la misión” que nos identifica como
comunidad sacerdotal al servicio del reino de Jesús en el corazón del mundo
(Const. 12; 19; 35).
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Noviembre 2014). Eso le plantea, en consecuencia, una exigencia de presencia,
inserción y participación en la historia del pueblo.
Hombre con un amor fuerte y serio a los candidatos que intenta formar. La
experiencia muestra que los jóvenes que nos llegan a la Congregación, así sean
débiles en su capacidad de reflexión y análisis, heridos por una cultura de
violencia y de miseria, o traumatizados por fracasos o experiencias negativas,
son barro puro en nuestras manos de formadores, y podemos colaborar, con
dedicación y amor, en la tarea de maduración, fortalecimiento de valores y
construcción de una serie y exigente personalidad. La simbología del barro en
las manos creadoras de Dios (Cfr. Jer. 18,1-12; Is. 45,9; 64,7; 2 Cor. 4,7) se hace
mensaje para nosotros los formadores, responsables de acoger el barro que nos
llega y realizar, con la fuerza del Espíritu, un trabajo que moldee el rostro de
Jesús-Pastor en el corazón de los hermanos. Esto solo se puede lograr con una
seria conciencia de lo que somos y un gran amor por lo que hacemos. Amarlos
intensamente, gastándose y desgastándose por ellos, para que el Señor Jesús se
forme en ellos con la fuerza del Espíritu.
2. El equipo de formación
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Un espíritu de fe firme bien motivada y fundada, vivida en profundidad, de
modo que se transparente en sus palabras y acciones (Directrices, n.26). La vida
diaria nos sitúa ante múltiples problemas y dificultades que nos hacen descubrir,
a menudo con dolor y lágrimas, que si no es por Cristo y por la Iglesia, nuestro
trabajo y nuestro servicio no tienen ningún sentido. El formador que vive de fe
educa más por lo que es que por lo que dice. Esa fe irradia el gozo y la esperanza
de una dedicación total a Cristo y a la Iglesia, pero también deja sentir la
adhesión sincera a los valores evangélicos del ministerio.
Un sentido pastoral en todo lo que realice y motivado plenamente por la caridad
pastoral de Cristo (Directrices, n.28). Esto implica conquistar “una sensibilidad”
especial que oriente toda la actividad en dos direcciones: hacia Cristo como
Pastor y Maestro fundamental y hacia la misión que un presbítero tiene en la
Iglesia universal y en medio del mundo.
Un espíritu de comunión capaz de crear y formar un estilo y una vida de familia
entre los formadores y con los candidatos al ministerio (Directrices, n.29). A la
base de todo esto debe estar una eclesiología de comunión si queremos formar a
los candidatos como “hombres de comunión, hombres de la Misión y del
diálogo” (PDV. 18).
Una madurez humana y un equilibrio sicológico convenientes para poder
desarrollar la obra formadora (Directrices, n.33-34).
Una límpida y madura capacidad de amar (Directrices, n.35-36). La parte
afectiva del formador ocupa un papel muy importante en su desempeño integral.
El documento nos ofrece cuatro características muy concretas de esta madurez
afectiva:
* el libre y permanente control del propio mundo afectivo, es decir, la
capacidad para amar intensamente y para dejarse querer de manera
honesta y limpia;
* la entrega oblativa al otro, a la comprensión íntima de sus problemas y
a la clara percepción de su verdadero bien;
* la apertura al agradecimiento, la estima y el afecto, pero viviéndolos sin
pretensiones y sin condicionar nunca a ellos la disponibilidad de servir;
* el no acaparar ni vincular a otros a sí mismo, creando dependencias
afectivas que son peligrosas y dañinas.
Unidas todas van creando en el formador un auténtico sentido pedagógico que lo
convierte en un verdadero acompañante de los candidatos. Es una seria actitud
de paternidad espiritual que se manifiesta en un acompañamiento solícito,
respetuoso y discreto del crecimiento de la persona, unido a una buena capacidad
de introspección, y vivido en un clima de recíproca confianza y estima. Y esto es
un carisma que no se improvisa.
Una gran capacidad para la escucha, el diálogo y la comunicación (Directrices,
n. 37-40). Sin descartar al agente principal de la formación, que es el Espíritu de
Jesús, en la labor formativa se encuentran dos interlocutores: el formador y el
candidato. El primero es consejero y guía; el segundo es agente libre y
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responsable de su propia formación. Pero los dos se encuentran en esta exigente
tarea que Pablo llama “la formación de Jesús en el corazón del creyente” y al
servicio del Reino (cfr. Gal 4,19).
Por eso es fundamental adquirir una gran capacidad de escucha, de atención
personalizada y de presencia eficaz en la vida y el proceso del candidato. Con la
escucha viene luego el diálogo y la comunicación para presentar al joven los
valores y los conceptos propios de la formación de una manera clara y adaptada.
Una atención positiva y crítica a la cultura moderna. (Directrices, n.41-42). Por
eso es fundamental adquirir un amplio conocimiento de la cultura
contemporánea, de todo lo que plasma la mentalidad y los estilos de vida de la
sociedad actual. Pero un conocimiento profundo, a la vez positivo y crítico. Sólo
así seremos capaces de entender, comprender y orientar a los candidatos a
quienes el Señor llama en esta época y tocan a nuestra puerta porque quieren
comprometerse al servicio del Evangelio.
Es importante buscar la colaboración en el equipo de personas preparadas en
diversas áreas (sicología, filosofía, teología), laicos (hombres y mujeres) o
asociados, que puedan aportar positivamente en el proceso formativo de los
candidatos (PDV. 66).
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V. LOS MEDIOS PARA LA FORMACIÓN EUDISTA
2. El curso propedéutico
A partir de las disposiciones del Concilio Vaticano II (OTE. 14) y de los documentos
eclesiales sobre la formación (PDV. 62), y teniendo en cuenta las características de los
jóvenes que nos llegan, se hace cada vez más necesaria la experiencia de un “curso
introductorio o propedéutico” donde se ofrezca una “iniciación a los estudios y se
proponga el misterio de la salvación, de forma que los alumnos adviertan el sentido, el
plan y la finalidad de los estudios eclesiásticos y, al mismo tiempo, se sientan ayudados
a fundamentar y a empapar toda su vida personal en la fe y a consolidar su decisión de
abrazar la vocación con la entrega personal y la alegría de espíritu” (OTE. 14; RF. 59-
60).
Como dice el Papa Francisco: “tenemos la tentación de escoger sin discernimiento a los
jóvenes que se presentan. ¡Esto es un mal para la Iglesia! Por favor, se necesita estudiar
bien el itinerario de una vocación. Examinar bien si él es del Señor, si ese hombre está
sano, si ese hombre es equilibrado, si ese hombre es capaz de dar vida, de evangelizar,
si ese hombre es capaz de formar una familia y renunciar a ello para seguir a Jesús”.8
3. El año de pastoral
8
Discurso del Papa Francisco a la Plenaria de la Congregación para el clero. 3 Octubre de 2014.
22
Según las Constituciones (n. 69), el objetivo del TEFE (o TSFE en francés, o STEF en
inglés)) es: “Intensificar, con los candidatos de la Congregación, la formación espiritual
eudista que ellos necesitan antes de la Incorporación”; de esta manera se tendrá un real
discernimiento de la aptitud que tienen para vivir el “juntos para la misión” que nos
proponen las Constituciones (n. 10). Su duración es “de aproximadamente un año” y,
tanto su contenido como la forma de desarrollarlo, dependen de cada provincia pero a
partir de las indicaciones del consejo general sobre el mismo (Cfr. Documento aparte).
Puede ser organizado por provincias o de forma internacional, bajo la dirección del
consejo general.
Para lograr unos buenos equipos de formación en la espiritualidad eudista, es necesario
que la Congregación se preocupe por la formación de “maestros de espiritualidad” que
conozcan en profundidad nuestra historia y vibren con la experiencia espiritual que
hemos recibido como herencia valiosa al servicio de la Iglesia.
5. El acompañamiento personal
Por eso, la propuesta formativa ha de integrar todos los aspectos de la persona humana,
educando en la escucha, el diálogo, el verdadero sentido de la obediencia y de la
libertad interior. Como dice el Papa Francisco: “Tenemos que darle a nuestro caminar el
ritmo sanador de projimidad, con una mirada respetuosa y llena de compasión, pero que
al mismo tiempo sane, libere y aliente a madurar al hermano en su vida cristiana” (EG.
169; RF. 44-52).
Dadas las características del mundo actual y nuestra presencia en diferentes continentes,
para adquirir un espíritu de familia y facilitar la comunicación entre los miembros de la
Congregación, se hará lo posible para que nuestros jóvenes puedan expresarse en
diferentes lenguas antes y después de su incorporación: el francés, el español, el inglés y
el portugués. Cada provincia estudiará la forma de realizar esta exigencia (RF. 183).
7. La formación en lo económico
La Iglesia de hoy nos dice que “la dimensión económica está íntimamente enlazada con
la persona y la misión”. Por eso, “en la dinámica formativa no hay que descuidar la
atención a la dimensión evangélica de la economía, particularmente en la preparación de
cuantos tendrán responsabilidades de gobierno y administrarán las estructuras
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económicas en orden a principios de gratuidad, fraternidad y justicia, fundamentando
una economía evangélica basada en el compartir y en la comunión”9.(RF. 180)
De ahí que, para que nuestros candidatos “respondan con renovada audacia y profecía
evangélica a los desafíos de nuestro tiempo y puedan continuar siendo signo profético
del amor de Dios”, recibirán una formación seria sobre la gestión sana y correcta de los
bienes (Cfr. Líneas orientativas para la gestión de los bienes”, 2 de Agosto 2014). Esto
implica formación en la responsabilidad (autonomía de gestión, rendición de cuentas,
presupuestos y balances) y aprendizaje del compartir y la puesta en común de los
bienes.
Durante los últimos años la Congregación ha vivido cada vez más la experiencia de
interprovincialidad, mediante la solidaridad, la colaboración de las provincias y los
proyectos comunes al servicio de la misión. Por otra parte, la Congregación va
adquiriendo una identidad propia de internacionalidad, al extender sus servicios a
diversas Iglesias y buscar la manera de implantarse en diferentes culturas para el
servicio del reino.
Por eso es deseable que los candidatos tengan la oportunidad de vivir un determinado
tiempo en otra provincia durante su Probación. Esta experiencia les permitirá el
descubrimiento de la vida eudista en comunidad en una cultura distinta a la suya, el
descubrimiento de una realidad más amplia y una visión de Iglesia más universal.
9
“Líneas orientativas para la gestión de los bienes en los Institutos de vida consagrada y en las
Sociedades de vida apostólica”, 2 Agosto 2014.
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VI. LOS RESPONSABLES DE LA FORMACIÓN EUDISTA.
“El Espíritu Santo viene en nuestro bautismo para formar a Jesucristo en nosotros, para
incorporarnos, hacernos nacer y vivir en él, para aplicarnos los efectos de su sangre y de
su muerte y para animarnos, inspirarnos, empujarnos y conducirnos en todo lo que
debemos pensar, hacer y sufrir como cristianos para la gloria de Dios” (OC. II, 172-
173). Corresponde esto a las expresiones de san Pablo, en Gálatas 5: “Caminar en el
Espíritu – vivir en el Espíritu – ser conducido por el Espíritu – sembrar en el Espíritu –
cosechar en el Espíritu”. Con mayor razón si lo proponemos en función del ministerio
eclesial: “”No hay auténtica labor formativa para el sacerdocio sin el influjo del Espíritu
de Cristo” (PDV. 65).
De ahí que, tanto los candidatos como los responsables de la formación eudista han de
acudir a la acción de este Espíritu de Jesús para lograr actuar siempre bajo su impulso y
su animación.
2. El Superior General
Recibe de las provincias el Directorio de formación elaborado por ellas y “vela para que
las pautas trazadas aseguren una formación conforme a la naturaleza, el fin y el espíritu
de la Congregación” (Const. 73).
3. El Superior provincial
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Velar con gran interés por la formación de los miembros de la Congregación,
antes y después de su incorporación (Const. 112ª),
Llamar a los candidatos a los ministerios no ordenados, lo mismo que al
diaconado y al presbiterado, después de hacer las consultas necesarias (Const.
112b.c.d.).
4. El consejo de formación
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Sabiendo que cada uno es “el protagonista necesario e insustituible de la propia
formación” (PDV. 69), han de asumir su propia historia personal, sus valores,
cualidades y debilidades, para comprometerse a crear un clima formativo que permita
compartir la vida en la solidaridad y la fraternidad. “Se trata de clarificar cada vez mejor
la integración entre la alta meta de la futura vida presbiteral y la serena aceptación de la
propia realidad, con sus cualidades y sus límites” (PDV. 69; RF. 130).
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VII. LOS LUGARES DE LA FORMACIÓN EUDISTA.
Según las Constituciones, hay dos lugares fundamentales para desarrollar el proceso de
formación de nuestros candidatos:
3. La casa de formación
Pero como no somos religiosos sino sociedad de vida apostólica, las Constituciones
permiten que el período de la Probación pueda, también, vivirse en el seno de una
comunidad local (Const. 69), porque la finalidad primordial de este tiempo es “formar
para la vida apostólica”.
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ANEXO
LOS TEXTOS QUE FUNDAMENTAN “EL ITINERARIO”
A. TEXTOS EUDISTAS
De acuerdo con este planteamiento, podemos proponer como textos básicos de san Juan
Eudes, que nos ofrecen el carisma fundamental eudista:
1. EL ESPÍRITU DE LA CONGREGACIÓN.
Carta al Padre Simón Mannoury en Coutances, a propósito de un postulante
admitido a la probación
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decir, universal, amplio, que honre y ame todo lo que es de Dios y para Dios, pues no
debemos despreciar ni aborrecer nada fuera del pecado y de nosotros mismos.
Finalmente, es espíritu de oración y de piedad, para hacer todas nuestras acciones en el
espíritu, es decir, con las disposiciones con las que Nuestro Señor ha hecho las suyas.
Esmérese cuanto pueda por llenarse de este espíritu, con la gracia de nuestro Señor, y
por comunicarlo a los demás mediante su ejemplo, sus oraciones, sus enseñanzas y
meditaciones, lecturas y otros ejercicios. Pida, sobre todo, a Dios que le dé el espíritu de
bondadosa paciencia, y procure hacerse querer, para ganar los corazones y para infundir
luego en ellos lo que Dios nos conceda para este fin.
Conserve esta carta y léala de cuando en cuando.
Es la obra por excelencia del Hijo de Dios sobre la tierra, formarse a sí mismo en su
santa Madre y en la divina eucaristía.
Es la obra más noble del Espíritu Santo, que lo formó en las entrañas de la Virgen
María, la cual no ha hecho ni hará jamás algo más sublime que colaborar a esta divina y
maravillosa formación de Jesús en ella.
Es la acción más grande y santa de la Iglesia, que no tiene empleo más destacado que
cuando lo produce, en cierta y admirable manera, por boca de los sacerdotes en la divina
eucaristía y lo forma en el corazón de sus hijos, no teniendo otro fin en todas sus
funciones que formar a Jesús en las almas de todos los cristianos.
Por eso también nuestro principal deseo, empeño y principal ocupación, debe ser formar
a Jesús en nosotros, haciéndolo vivir y reinar en nosotros con su espíritu, su devoción,
10
Una síntesis del tema lo ha elaborado Higinio Lopera: “San Juan Eudes: Formador de Jesús”, Conocoto,
2003.
30
sus virtudes, sentimientos, inclinaciones y disposiciones. A ello deben tender todos
nuestros ejercicios de piedad. Es esta la obra que Dios coloca en nuestras manos, para
que en ella trabajemos sin descanso. Y esto, por dos razones poderosas:
1. Para que se realice el designio y ardiente deseo del Padre celestial de ver a su
Hijo vivir y reinar en nosotros. Porque desde que su Hijo se anonadó por su
gloria y por amor nuestro, el Padre quiere recompensarlo estableciéndolo como
Rey en todas las cosas. El Padre ama de tal manera a su Hijo que no quiere ver
sino a él en todo. Jesús es el objeto único de sus miradas, de su complacencia y
de su amor. Por eso quiere que Cristo sea todo en todas las cosas (1 Cor. 15,28).
2. Para que Jesús, una vez formado y establecido en nosotros, ame y glorifique
dignamente en nosotros a su Padre eterno y a sí mismo, según la palabra de san
Pedro: Que Dios sea glorificado en todo, por medio de Jesucristo (1 Ped. 4,11),
ya que sólo él es capaz de hacerlo dignamente.
Este doble motivo debe encender en nosotros el ardiente deseo de formar a Jesús en
nuestras almas y de poner todos los medios para lograrlo”.
1.La primera es acostumbrarnos a verlo a él en todas las cosas, de manera que todos
nuestros actos de devoción y todas nuestras acciones tengan como objeto único a él, con
todos sus estados, misterios y ocupaciones. Porque él es todo en todas las cosas: el ser
de cuanto existe, la belleza de las cosas bellas, el poder de los poderosos, la sabiduría de
los sabios, la virtud y santidad de los santos.
Y casi nada ejecutamos que él no haya realizado en este mundo, de manera que son sus
acciones las que debemos mirar e imitar cuando hacemos las nuestras. Y, al pensar a
menudo en él, mirándolo en todas las cosas, mantenemos nuestro pensamiento lleno de
él y lo vamos formando y afirmando en nuestro espíritu.
31
Debemos comprender que el mundo y cuanto hay en él no existe ya para nosotros, que
en el mundo sólo tenemos en cuenta a Jesús y que sólo a él debemos agradar, mirar y
amar.
También hemos de empeñarnos en el aniquilamiento de nosotros mismos, de nuestro
parecer y voluntad, de nuestro amor propio, del orgullo y vanidad, de nuestros vicios e
inclinaciones malas, de los deseos e instintos de nuestra naturaleza caída, y todo lo que
pertenece a nosotros mismos… para que solamente Jesús viva y reine plenamente en
nosotros.
Es éste el fundamento, el principio y el primer paso de la vida cristiana. Es esto lo que
la Palabra de Dios y los santos Padres llamaron perderse a sí mismo, morir a sí mismo,
renunciarse a sí mismo.
Es este uno de los principales empeños y desvelos a que debemos consagrar nuestra
vida, mediante la abnegación, humillación, mortificación interior y exterior, y uno de
los medios más poderosos para formar y establecer a Jesús en nosotros.
4.Como esta obra sublime de formar a Jesús en nosotros supera infinitamente nuestras
fuerzas, el medio principal es acudir a la gracia divina y a la intercesión de la Santa
Virgen y de los santos.
Supliquémosles, por tanto, a menudo, que nos ayuden con sus ruegos.
Entreguémonos al poder del Padre eterno, al amor y celo ardentísimo que tiene
por la gloria de su Hijo y roguémosle a él y al Espíritu Santo que nos aniquilen
enteramente, para que Jesús viva y reine en nosotros.
San Juan Eudes. Vida y reino de Jesús en las almas cristianas. OC. I. 271-279.
32
B. TEXTOS ECLESIALES.
"No pudiéndose dar más que leyes generales para tanta diversidad de pueblos y de
regiones, en cada nación o rito establézcanse "normas peculiares de formación
sacerdotal" que han de ser establecidas por las Conferencias Episcopales, y revisadas en
tiempos determinados, y aprobadas por la Sede Apostólica; en virtud de dichas normas,
se acomodarán las leyes universales a las circunstancias especiales de lugar y de tiempo,
de manera que la formación sacerdotal responda siempre a las necesidades pastorales de
las regiones en que ha de ejercitarse el ministerio”. (n.1)
“Toda la formación de los alumnos debe tender a que se formen verdaderos pastores de
las almas, a ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo, Maestro, Sacerdote y Pastor;
prepárense, por consiguiente, para el ministerio de la palabra: que entiendan cada vez
mejor la palabra de Dios revelada, que la posean con la meditación y la expresen en su
lenguaje y en sus costumbres; para el ministerio del culto y de la santificación: que,
orando y celebrando las funciones litúrgicas, ejerzan la obra de salvación por medio del
Sacrificio Eucarístico y los sacramentos; para el ministerio pastoral: que sepan
representar delante de los hombres a Cristo, que "no vino a ser servido, sino a servir y
dar su vida para redención de muchos" (Mc. 10, 45; cf. Jo. 13, 12-17), y que, hechos
siervos de todos, ganen a muchos (Cf. 1, Cor. 9, 19).
“Los presbíteros, como cooperadores de los obispos, tienen como obligación principal
el anunciar a todos el Evangelio de Cristo, para constituir e incrementar el Pueblo de
Dios” (n.4).
“Dios congrega a los presbíteros, por ministerio de los obispos, para que, participando
de una forma especial del Sacerdocio de Cristo, en la celebración de las cosas sagradas,
33
obren como ministros de Quien por medio de su Espíritu efectúa continuamente por
nosotros su oficio sacerdotal en la liturgia”. (n.5)
“El Seminario en sus diversas formas y, de modo análogo, la casa de formación de los
sacerdotes religiosos, antes que ser un lugar o un espacio material, debe ser un ambiente
espiritual, un itinerario de vida, una atmósfera que favorezca y asegure un proceso
formativo, de manera que el que ha sido llamado por Dios al sacerdocio pueda llegar a
ser, con el sacramento del Orden, una imagen viva de Jesucristo Cabeza y Pastor de la
Iglesia. Los Padres sinodales, en su Mensaje final, han expuesto de forma inmediata y
profunda el significado original y específico de la formación de los candidatos al
sacerdocio, diciendo que "vivir en el seminario, escuela del Evangelio, es vivir en el
seguimiento de Cristo como los apóstoles; es dejarse educar por él para el servicio del
Padre y de los hombres, bajo la conducción del Espíritu Santo. Más aún, es dejarse
configurar con Cristo buen Pastor para un mejor servicio sacerdotal en la Iglesia y en el
mundo” (n.42).
4. Discurso del Papa Benedicto XVI a los párrocos de Roma (18 Feb. 2010)
“El sacerdote debe estar de la parte de Dios, y solamente en Cristo se realiza plenamente
esta necesidad, esta condición de la mediación;.. si es así, un sacerdote debe ser
realmente un hombre de Dios, debe conocer a Dios de cerca, y lo conoce en comunión
con Cristo... Nuestro ser, nuestra vida, nuestro corazón, deben estar fijos en Dios,… y
así podemos hablar de Dios y guiar hacia Dios.
El otro elemento es que el sacerdote debe ser hombre. Hombre en todos los sentidos, es
decir, debe vivir una verdadera humanidad, un verdadero humanismo; debe tener una
educación, una formación humana, virtudes humanas; debe desarrollar su inteligencia,
su voluntad, sus sentimientos, sus afectos; debe ser realmente hombre, hombre según la
voluntad del Creador, del Redentor… Pienso que las dos cosas fundamentalmente van
juntas: ser de Dios, estar con Dios, y ser realmente hombre, en el verdadero sentido que
ha querido el Creador al plasmar esta criatura que somos nosotros.
Ser hombre: Para la carta a los Hebreos un elemento esencial de nuestro ser hombre es
la compasión, el sufrir con los demás: esta es la verdadera humanidad… Es participar
realmente en el sufrimiento del ser humano, significa ser un hombre de compasión, estar
en el centro de la pasión humana, llevar realmente con los demás sus sufrimientos, las
tentaciones de este tiempo… Y así vemos que precisamente de este modo realiza el
sacerdocio, la función de mediador, llevando en sí mismo, asumiendo en sí mismo el
sufrimiento —la pasión— del mundo, transformándolo en grito hacia Dios, llevándolo
ante los ojos de Dios y poniéndolo en sus manos, llevándolo así realmente al momento
de la Redención. Decimos, con razón, que Jesús no ofreció algo a Dios, sino que se
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ofreció a sí mismo y esta ofrenda de sí mismo se realiza precisamente en esta
compasión, que transforma en oración y en grito al Padre el sufrimiento del mundo…
“La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido… Si
no sentimos el inmenso deseo de comunicarlo, necesitamos detenernos en oración para
pedirle a él que vuelva a cautivarnos…” (n. 264)
“El verdadero misionero, que nunca deja de ser discípulo, sabe que Jesús camina con él,
habla con él, respira con él, trabaja con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la
tarea misionera… Una persona que no está convencida, entusiasmada, segura,
enamorada, no convence a nadie” (n. 266).
“Para ser evangelizadores de alma hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca
de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior.
La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo”. (n.
268)
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