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GILBERTO GIMÉNEZ
Territorio e identidad. Breve introducción a la geografía cultural
Trayectorias, vol. VII, núm. 17, enero-abril, 2005, pp. 8-24,
Universidad Autónoma de Nuevo León
México
Trayectorias,
ISSN (Versión impresa): 1405-8928
trayectorias@ccr.dsi.uanl.mx
Universidad Autónoma de Nuevo León
México
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Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto
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R
esulta sorprendente el desconocimiento re- lado están las ciencias sociales tal como las practican
cíproco que todavía existe –sobre todo en los antropólogos y los sociólogos, y por otro las cien-
México– entre antropólogos y sociólogos, cias sociales como las practican los geógrafos de
por un lado, y geógrafos, por otro, a pesar modo paralelo.
de que estos últimos han intentado desbordar –por Esta compartimentación absurda debe termi-
lo menos desde los años setenta– la perspectiva me- nar. Ha llegado el momento de acercarnos a los geó-
ramente naturalista para definir su disciplina tam- grafos para compenetrarnos con su modo de traba-
bién como una ciencia social.1 Y de hecho, la llamada jar y de plantear los problemas, cosa que han hecho
nueva geografía no parece hacer otra cosa en nues- ya, por su lado, los historiadores siguiendo el ejem-
tros días sino subsumir y replantear, bajo su propia plo de Fernand Braudel (1986) en su Identité de la
óptica, los mismos problemas que afrontan nuestras France. Uno de los beneficios invaluables que podría-
disciplinas en el campo de la economía (geografía mos esperar de este acercamiento transdisciplinario
económica), del poder político (geografía del poder), podría ser la recuperación del sentido del contexto
de la cultura (geografía cultural), de la comunica- espacio-temporal o geohistórico como matriz indiso-
ción (geografía de la comunicación), de las relacio- ciable de los hechos sociales que constituyen nuestro
nes internacionales (geopolítica) y hasta de la globa- objeto de estudio. Los geógrafos nos han reprocha-
lización (geografía del espacio mundial). De este do muchas veces el hecho de hacer girar las ciencias
modo se produce una situación paradójica: por un sociales en un espacio vacío y sin dimensiones. Y sa-
bemos que éste es precisamente el problema que ha
venido a instalarse en el centro del debate contem-
*
Una versión preliminar de este trabajo fue presentada como poráneo sobre el estatuto epistemológico de las cien-
ponencia en la XXVI Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana
de Antropología, realizada en Zacatecas del 29 de Julio al 3 de cias sociales, incluidas la antropología y la sociología
Agosto de 2001. Se podrá encontrar un desarrollo más amplio de (Passeron, 1991; Berthelot, 2000). Éstas tienden a
este mismo tema en Giménez, 2000: 19-52. definirse en nuestros días como ciencias empíricas
1
Felizmente, las cosas parecen estar cambiando últimamente, a
juzgar por la aparición de una serie de monografías sociológicas de observación del mundo histórico que, por defini-
y antropológicas importantes que han intentado apropiarse de ción, es indisociable de un determinado contexto es-
algunos de los conceptos básicos de la nueva geografía social, en pacio-temporal (Giménez, 1995).
actitud abiertamente transdisciplinaria. Véanse, por ejemplo,
Barabas, 2003; Millán y Valle, 2003: Castorena, 2003; Contreras, En lo que sigue nos proponemos presentar, a
2002; y Bozzano, 2000. fuer de sociólogos y antropólogos, una síntesis apre-
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Roger Brunet llama “corema” a la combinación de estas dimen-
siones (Scheibling, 1994).
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sos, como medio de subsistencia, como ámbito de hendido en diferentes niveles de la escala geográfi-
jurisdicción del poder, como área geopolítica de con- ca6: local, regional, nacional, plurinacional, mundial.
trol militar, como abrigo y zona de refugio, etc., se El nivel más elemental sería el de la casa-habi-
está enfatizando el polo utilitario o funcional de la tación, no importa que se trate de una mansión, de
apropiación del espacio. En cambio, cuando se lo una tienda de campaña o de un vagón de ferrocarril.
considera como lugar de inscripción de una historia Nuestra casa es “nuestro rincón en el mundo”, como
o de una tradición, como la tierra de los antepasa- decía Gastón Bachelard, nuestro territorio más ínti-
dos, como recinto sagrado, como repertorio de mo e inmediato, o también, la prolongación territo-
geosímbolos, como reserva ecológica, como bien rial de nuestro cuerpo. Como territorio inmediato y
ambiental, como patrimonio valorizado, como solar a priori del hombre, la casa desempeña una función
nativo, como paisaje natural, como símbolo metoní- indispensable de mediación entre el “yo” y el mundo
mico de la comunidad o como referente de la identi- exterior, entre nuestra interioridad y la exterioridad,
dad de un grupo, se está enfatizando el polo simbó- entre “adentro” y “afuera”.
lico-cultural de la apropiación del espacio. Como
decíamos más arriba, esta dimensión cultural del te-
rritorio es de capital importancia para entender, por Entre los grupos étnicos se
ejemplo, la territorialidad étnica. (Barabas, 2003: 20
ss.) Entre los grupos étnicos se dan situaciones en dan situaciones en las que
las que la apropiación misma asume un carácter to-
talmente simbólico, como en el caso de los yaquis de
la apropiación misma asume
Sonora, que ratifican anualmente la posesión de su un carácter totalmente
territorio mediante un recorrido ceremonial de nor-
te a sur atravesando los ocho pueblos tradicionales simbólico, como en el caso de
(Olavarría, 1999, 120 ss.). Por lo demás, el espacio
geográfico yaqui –constituido concéntricamente por
los yaquis de Sonora, que
el territorio, los ocho pueblos, el pueblo, el tebat o ratifican anualmente la
patio, la iglesia, el altar y el hogar– es percibido pri-
mariamente por sus habitantes como un espacio cua- posesión de su territorio
si-sagrado pletórico de geosímbolos 5 (ibid., p. 81). mediante un recorrido
NA TURALEZA MUL
NATURALEZA TIESC ALAR
MULTIESC ceremonial.
DEL TERRITORIO
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El siguiente nivel sería el de los “territorios próxi- 3) y las regiones “funcionales”, enteramente do-
mos” (Hoerner, 1996: 32), que de alguna manera pro- minadas por las ciudades y las grandes metrópolis.
longan la casa: es decir, el pueblo, el barrio, el munici- En fin, no debe confundirse la región con un
pio, la ciudad. Se trata del nivel local, que frecuentemente espacio puramente material. Hemos dicho que cons-
es objeto de afección y apego, y cuya función central tituye una forma de territorio, es decir, una forma de
sería la organización “de una vida social de base: la se- apropiación del espacio a escala intermedia (Moles
guridad, la educación, el mantenimiento de caminos y y Rohmer, 1998).Y para que desempeñe plenamen-
rutas, la solidaridad vecinal, las celebraciones y los en- te sus funciones territoriales debe reunir, según los
tretenimientos” (Di Meo, 1998:101). geógrafos, algunas condiciones:
Después vendría el nivel de los “territorios in-
termediarios” entre lo local y el “vasto mundo” (Mo- Conviene, en primer lugar, que el espacio regional posea
les y Rohmer, 1998: 100 ss.), cuyo arquetipo sería la los caracteres de un espacio social, vivido e identitario,
región. Se trata, como sabemos, de una realidad geo- delimitado en función de una lógica organizativa, cultural
gráfica difícil de definir debido a la enorme variedad o política. Se requiere, en segundo lugar, que constituya
de sus funciones y de sus formas. Pero los geógrafos un campo simbólico donde el individuo en circulación
están de acuerdo en que coincide siempre con un encuentre algunos de sus valores esenciales y experimen-
espacio intermediario, no necesariamente contiguo, te un sentimiento de identificación con respecto a las per-
situado entre el área de las rutinas locales y el de las sonas con quienes se encuentre (Di Meo, 1998: 132-
aventuras o migraciones a “tierras lejanas”. Armand 133).
Frémont (1999: 189) lo define así:
El siguiente nivel escalar corresponde a los es-
De una manera general, la región se presenta como pacios del Estado-nación. En este caso predomina la
un espacio intermedio, de menor extensión que la na- dimensión político-jurídica del territorio, ya que éste
ción y el gran espacio de la civilización, pero más vas- se define ahora primariamente como un espacio de
to que el espacio social de un grupo y, a fortiori, de una legitimidad del Estado-nación, aunque no se excluye
localidad. Ella integra los espacios vividos y los espa- la dimensión simbólico-cultural, ya que a imagen y
cios sociales confiriéndoles un mínimum de coheren- semejanza del territorio étnico, también el territorio
cia y de especificidad. Éstas la convierten en un con- nacional se concibe como un territorio-signo, es de-
junto estructurado (la combinación territorial) y la cir, como un espacio cuasi-sagrado metonímicamente
distinguen mediante ciertas representaciones en la ligado a la comunidad nacional.
percepción de los habitantes o de los extranjeros (las El concepto político de territorio deriva, como
imágenes regionales). sabemos, de los tratados de Westfalia, que pusieron
fin a la Guerra de Treinta Años a mediados del siglo
Este mismo autor propone tres modelos o ti- XVII. A partir de entonces el territorio se convierte
pos-ideales de regiones: en soporte de las naciones, en el espacio sobre el cual
se ejerce la competencia exclusiva de sus Estados. Es
1) las regiones “fluidas”, que corresponden a las la emergencia del Estado-nación, que desde esa épo-
poblaciones no estabilizadas, como las de los cazado- ca desempeña un papel decisivo de control político y
res-recolectores y las de los nómadas o semi-nómadas; social de las poblaciones. Badie destaca que “el terri-
2) las regiones “de arraigo”, correlativas a las vie- torio aparece en esta historia como el fundador del
jas civilizaciones campesinas; orden político moderno, en la medida en que su aven-
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La función primordial del paisaje es servir rredores o litorales turísticos en función del carácter
como símbolo metonímico del territorio no visible especialmente pintoresco, estético o catártico de sus
en su totalidad, según el conocido mecanismo retó- respectivos paisajes, etc.
rico de la parte por el todo. Una serie de expresiones Como espacio concreto cargado de símbolos
recurrentes en la reciente literatura geográfica remi- y de connotaciones valorativas, el paisaje funciona
te directamente a esta función, como, por ejemplo, la frecuentemente como referente privilegiado de la
idea de que el paisaje es un “resumen del territorio”, identidad socio-territorial. Algunos autores han se-
o “una ventana abierta sobre el territorio”, o “el ele- ñalado, por ejemplo, cómo los paisajes de los westerns
mento visible del espacio percibido”, o “la dimen- han contribuido a modelar la conciencia nacional de
sión emblemática del territorio”, o un “mediador te- los estadounidenses (Scheibling, 1994). Algo seme-
rritorial”, o “la visión fugitiva del territorio vivido jante se ha dicho de la escenificación paisajística de
por los individuos que lo producen”, o “la faceta sen- los grandes parques nacionales norteamericanos por
sorial del territorio” o, finalmente, “la parte emer- medio de rutas, veredas de paseo, elevaciones pano-
gente del iceberg territorial”. rámicas y belvederes turísticos.12 Estos encuadres
Otra función principalísima del paisaje es la paisajísticos atraen anualmente a millones de visitan-
de señalar la diferenciación y el contraste entre los tes y son reproducidos también en millones de co-
territorios en diferentes niveles de la escala geográfi- pias por los magazines, los periódicos, los afiches
ca, destacando la supuesta personalidad o tipicidad turísticos, el cine y la televisión, alimentando gradual-
de los mismos. En efecto, los geógrafos suelen enfa- mente un fabuloso imaginario popular. Por eso cons-
tizar la diversidad contrastante de los paisajes. Para tituyen vectores eficaces de la identidad norteameri-
ellos, cada porción de la corteza terrestre, definida cana.
por su posición, su situación, su extensión y sus atri-
butos concretos, es siempre singular y única. LA CUL TURA: MEDIA
CULTURA: CIÓN ENTRE
MEDIACIÓN
A la luz de ambas funciones se comprenden L OS HOMBRES Y LA NA TURALEZA
NATURALEZA
ciertas prácticas espaciales frecuentemente genera-
das desde el poder en nombre del nacionalismo, como Nos hemos referido más arriba a la dimensión sim-
la selección de algunos paisajes particulares como bólica o cultural del territorio. En esta sección nos
característicos del territorio nacional (v.g. los desier- proponemos ahondar un poco más en esta cuestión,
tos norteños tachonados de cactus como caracterís- abordando directamente la relación entre cultura y
ticos del territorio mexicano, la pampa como rasgo territorio.
prominente del territorio argentino, el Gran Cañón De modo general, los geógrafos consideran a
del Colorado como resumen metonímico del terri- la cultura como una instancia de mediación entre los
torio norteamericano, etc.); la creación de grandes
parques nacionales como modelos reducidos, prote-
12
gidos e idealizados del territorio de ciertos Estados, “Antes de la práctica del turismo de masa, los westerns ya ha-
bían vulgarizado estos paisajes entre los habitantes del mundo
lo que constituye una práctica estratégica en países entero. Ellos los asociaron a la famosa ideología de la frontera, a
como los EE. UU. y el Canadá; y la selección de co- la de la apropiación igualitaria del espacio, y a la de un ideal de
justicia social asociado a la moral simplista que vehicula esta pro-
ducción cinematográfica. Estos paisajes son también el funda-
mento de la legitimidad de la colonización del espacio por olea-
11
Las pinturas del paisaje constituyen también un objeto de es- das sucesivas de emigrantes. Éstos no hicieron otra cosa más que
tudio para al geógrafo cuando éste se interesa en las modalidades tomar posesión de una naturaleza casi vacía, de cuya conserva-
de su percepción en diferentes épocas. ción se harían cargo en adelante” (Di Meo, 1998: 196).
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La llamada “geografía de la percepción” suele valle de Atlixco y replicada en dos localidades del
ocuparse de esta dimensión subjetiva de la región estado de Morelos, revela no sólo la notable intensi-
que implica una referencia esencial a los procesos dad del sentimiento de pertenencia o apego socio-
identitarios.13 En nuestra perspectiva, la identidad territorial, sino también el carácter extremadamente
regional se deriva del sentido de pertenencia socio- localista del mismo.
regional y se da cuando por lo menos una parte sig- El valle de Atlixco (ver cuadro 1) conforma
nificativa de los habitantes de una región ha logrado una región natural caracterizada por un clima que
incorporar a su propio sistema cultural los símbolos, va de semicálido a cálido, con lluvias en el verano en
valores y aspiraciones más profundas de su región. casi toda la región. El suelo es fértil gracias a los
Puede definirse con M. Bassand (1981), como la numerosos arroyos que lo atraviesan y que forman
imagen distintiva y específica (dotada de normas, parte del río Atoyac. Geográficamente está delimita-
modelos, representaciones, valores, etc.) que los ac- do hacia el sureste por la región Mixteca y hacia el
tores sociales de una región se forjan de sí mismos noroeste por el volcán Popocatépetl. Ésta ha sido una
en el proceso de sus relaciones con otras regiones y zona de importancia económica y de alta densidad
colectividades. Esta imagen puede ser más o menos cultural y religiosa desde la época prehispánica, por
compleja y tener por fundamento bien un patrimonio lo que hoy persisten algunos elementos culturales co-
pasado o presente, un entorno natural valorizado, una munitarios concernientes a la organización de las fies-
historia, una actividad económica específica, o bien, fi- tas patronales y a los ritos ligados al ciclo de la vida y
nalmente, una combinación de todos estos elementos. la muerte que continúan siendo un factor importan-
te en la integración de la región cultural.15
EL C ASO DEL V
CASO ALLE DE ATLIX
VALLE CO,
ATLIXCO, Gracias al trabajo etnográfico y a los continuos
P U E B L A 14 recorridos por la región, podemos distinguir analíti-
camente las tres dimensiones anteriormente señala-
Como señalamos al inicio, los conceptos teóricos das de la relación entre territorio y cultura a escala
hasta aquí elaborados permiten encuadrar adecua- regional, las dos primeras accesibles desde el punto
damente una serie de fenómenos sociales que de uno de vista de un observador externo, y la última de ca-
u otro modo tienen que ver con la territorialidad. Aquí rácter subjetivo.
nos referiremos sólo a dos de ellos, como ejemplos En la primera dimensión, el territorio regional
de aplicación: el arraigo o apego socioterritorial y las y sus paisajes constituyen en sí mismos, en su mate-
migraciones internacionales. rialidad objetiva, significantes de diferentes signifi-
Tenemos razones muy válidas para sostener cados culturales; es decir, funcionan como “geosím-
que el arraigo o apego socioterritorial es un fenóme- bolos”, como territorio-signo. En efecto, pudimos
no muy difundido entre las poblaciones campesinas constatar que el valle de Atlixco cuenta con un patri-
tradicionales de México. Una investigación regional monio ecológico ambiental definido: el Popocatépetl
realizada entre 1998 y 1999 en cinco municipios del y la sierra del Tenzo, el cerro de San Miguel y el Cruz-
13 15
Véase a este respecto el número monográfico “Geografia e En cuanto a las características sociodemográficas, los cinco
percezione” de la Rivista Geografica Italiana, 1980, núm. 1; y tam- municipios del valle tienen una población de más de 164 mil ha-
bién R. Geipel, M. Cesa Bianchi et al, 1980. bitantes. Casi el 50% de éstos viven en la ciudad de Atlixco, y el
14
La referencia a esta investigación tiene aquí sólo un papel ilustra- resto se encuentra ubicado en pueblos dispersos de menos de
tivo y pedagógico. Se encontrará una información amplia sobre el 2,500 habitantes, que conforman una enorme variedad de locali-
diseño y los resultados de la misma en Giménez y Gendreau, 2001. dades rurales.
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CU ADR
CUADR
ADROO 1 lengua náhuatl fuertemente vinculada
MUNICIPIOS Y VÍAS DE COMUNICACIÓN EN EL VALLE DE ATLIXCO a los ritos del matrimonio; la institu-
ción del padrinazgo y del compadraz-
go; los bordados autóctonos –que se
emplean en algunas prendas de uso
diario celosamente escondidas bajo la
ropa urbana–; los ritos relacionados
con la continua renovación del siste-
ma de cargos y las mayordomías, y al-
gunos ritmos y danzas, entre otros. El
arraigo del catolicismo popular, pro-
ducto de la enculturación religiosa, es
un elemento fundamental en la cultu-
ra regional y pueblerina. Esta religión
tradicional integra la visión indígena y
Fuente: Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, Carta Carretera, México, 1990.
la española en una síntesis dinámica y
articulada de elementos de ambas
tépetl, que son geosímbolos reverenciados y puntos culturas.
de referencia permanente; a éstos se añaden el pai- Los elementos anteriores conforman el sustrato
saje irrigado por los numerosos brazos de los ríos mínimo que nos permite hablar de región cultural
Cantarranas y Nexapa; la abundancia de agua, ma- desde el punto de vista del observador externo y con-
nantiales, acequias y pozos considerados como luga- siderando la inscripción de la cultura en el espacio y
res sagrados; las áreas de cultivo bien definidas des- las prácticas sociales. Son “símbolos objetivados”, se-
de la época colonial y la red de caminos rurales que gún Bourdieu (1979).
delimitan y comunican a los diversos pueblos entre Llegamos así a la tercera dimensión, en la que se
sí. Encontramos, además, un abundante patrimonio considera la integración del territorio regional y sus
arquitectónico que constituye la “memoria objetiva- paisajes al sistema de valores de los actores sociales
da” de las diferentes etapas de la vida económica y como objeto de apego afectivo y referente de identi-
social en el valle: ex-conventos franciscanos y una dad. La región se transmuta ahora en “simbolismo
profusión de iglesias, cada una de ellas con sus res- subjetivado”. Desde esta perspectiva, que es la de los
pectivos santos patronos; viejos cascos de hacienda; procesos de identificación y pertenencia, se necesita
plantas textiles con sus zonas de habitación obrera; apelar a la percepción de los propios actores sociales
construcciones recientes en colonias periféricas, en- para definir su relación con la territorialidad regio-
tre muchos otros elementos. nal. Y es aquí donde se requiere una aproximación
En la segunda dimensión, el territorio se anali- metodológica diferente para documentar adecuada-
za como área de origen y de distribución de institu- mente esta dimensión subjetiva de la cultura regio-
ciones y prácticas culturales que constituyen lo que nal no accesible, por definición, a la observación ex-
hemos llamado, con Bouchard (1994), cultura terna. Nosotros adoptamos la metodología de la gran
etnográfica. Hemos podido comprobar que el valle encuesta por cuestionario, con base en una muestra
de Atlixco conserva todavía algunas costumbres y estadísticamente representativa que abarcó a la re-
rituales prehispánicos, dentro de los que destacan: la gión entera. He aquí algunos resultados.
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culo territorial abrumadoramente localista. El ape- 0XQLFLSLR
(6.6 %) y al estado de Puebla presentan porcentajes %DUULR
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ceso de migración internacional muy intenso, que en ción de recursos económicos de parte de los paisa-
menos de veinte años ha afectado a un porcentaje nos emigrados asegura a los que se quedan la posibi-
considerable de pobladores de la región 66.2% de la lidad de permanecer en la comunidad y de conti-
población entrevistada aseguró contar con al menos nuar el cultivo de la tierra; también contribuye a
un familiar en el extranjero. De éstos, 100% se en- mejorar la infraestructura de los pueblos (mediante
cuentra radicando en los EE. UU. distribuidos del la construcción de alcantarillados, por ejemplo) y a
siguiente modo: 69.5% en la ciudad de Nueva York, reforzar los lazos comunitarios a través de la finan-
9.7% en los Ángeles y 7.1% en Nueva Jersey, segui- ciación de las fiestas y de los ritos. En palabras de
dos por las ciudades de Chicago y Boston. Si consi- uno de nuestros entrevistados, “Hay que irse para
deramos el área de Nueva York-Nueva Jersey como poder quedarse.” Incluso podríamos afirmar que,
una misma zona (de hecho varios emigrantes seña- contrariamente a lo que hubiéramos esperado, la mi-
laron vivir en Nueva Jersey y laborar en Nueva York), gración internacional más bien parece haber contri-
el total de emigrantes de Atlixco en los EE. UU. que buido a revitalizar –a través de la comunicación cons-
viven en dicha área ascendería a 79.2%, lo que le da tante y de las remesas de dinero– la cultura y las
un peso considerable. identidades locales, dando lugar a la conformación
Los emigrados, sin embargo, siguen siendo de una “comunidad transnacional” (Goldring, 1992)
considerados como miembros de la familia y de la que liga a los miembros ausentes y presentes.
comunidad, debido a que de algún modo se encuen-
tran siempre presentes. En efecto, éstos mantienen CONCLUSIONES
una relación fluida con la familia y la comunidad
gracias a la cobertura de los medios de comunica- Para terminar, quisiéramos destacar al menos tres conclu-
ción y, recientemente, a una red de servicios que vin- siones que parecen desprenderse de nuestra exposición.
cula a los paisanos en ambos contextos (el local y el 1. No cabe duda de que en la provincia mexi-
de la ciudad de New York). Como arroja el estudio, cana –sobre todo en lo que se refiere al campesinado
cerca 82% de los emigrados del valle mantiene una tradicional del centro de México– el marco territo-
interacción frecuente y directa con sus familiares, lo rial y paisajístico sigue desempeñando un papel pri-
que nos permite hablar de una migración orientada mordial, no sólo como contenedor o escenario geo-
hacia el retorno. Esto explica la continuidad del arrai- gráfico de la vida social, sino como componente
go y del sentido de pertenencia entre los emigrantes substancial de la misma, es decir, como factor pri-
(de primera generación) de la región. mario de solidaridad, cohesión e integración de las
Bajo estas condiciones, la migración interna- comunidades rurales. El territorio –con sus paisajes
cional no deteriora el apego y el sentido de perte- característicos y tipificadores– sigue siendo objeto de
nencia de los emigrantes originarios de Atlixco. En un fuerte apego afectivo y se presenta como una pan-
efecto, en su lugar de destino (New York, New Jer-
sey) estos emigrantes se comportan como una au- 16
En nuestro trabajo de campo encontramos modalidades muy
téntica diáspora, ya que siguen identificándose fuer- peculiares de uso de las nuevas tecnologías de comunicación. Así,
por ejemplo, los lugareños graban videos de bodas, entierros, fies-
temente con sus lugares de origen, con los que tas patronales y otros eventos comunitarios para enviárselos a los
mantienen una estrecha comunicación a través del familiares emigrados a Nueva York. Incluso hemos conocido ca-
teléfono, de los videos16 y, sobre todo, a través del sos de madres que graban consejos en cassette para sus hijos au-
sentes. Y éstos, a su vez, graban videos de fiestas de 15 años, de
envío regular de remesas. Para una población rural celebraciones a la Virgen de Guadalupe y hasta de partidos de
que se encuentra en situación de penuria, la percep- fútbol entre paisanos para enviarlos a sus familiares de Atlixco.
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TRAYECTORIAS
YECTORIAS AÑO VII, NO. 17
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