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ETlCA DE LOS CONFINES
DE LA VIDA
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EDITORiAL
EL BUHO
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Ética y Vida: Estudios de Bioética, No. 3
Diagramación ~ impresión:
EDITORIAL CODICE LTDA.
Cra 15 W 53,86 Int. 1
Tels.: 2494992 ' 2177010
Bogotá, D. C. ' Colombia
Biblioteca l. T. E. S.O.
CONTENIDO
Pág.
1. HISTORIA DE LA EUGENESIA , .. , . 11
Introducción . 11
l.. El finalismo de la naturaleza , . 12
l. Teleología , . 12
2. Generación unívoca . 13
3. Generación equívoca o espontánea . 13
4. Eugenesia: la eliminación de los monstruos . l4
S, Euteknia: las técnicas de generación de seres perfectos .. 16
Ir. El finalismo moral del hombre, . 18
l. Azar natural, finalismo humano. , , ., 18
2. La nueva generación equívoca: el evolucionismo . 18
3. La nueva generación unívoca: la genética . 19
4. La eugenesia: Galton . 19
1Il. Eugenesia molecular . 23
Conclusión: evolución y ética , . 28
2. ÉTICA DE LA SEXUALIDAD , . 29
Introducción . 29
1. La sexualidad en la ética naturalista: la identificación de
sexualidad y reproducción . 29
Il. La sexualidad en la ética racionalista: la moral del vínculo. 37
1Il. La sexualidad en la ética de la responsabilidad: hacia una
sexualidad responsable . 45
Epílogo:. ~a sexualidad del deficiente mental. . 52
Conclusión . 55
3
'..
Introducéión , . 137
\ .
1. El secreto como deber de discreción y sigilo de los profesio-
nales . 139 i
n. El secreto como deber profesional basado en el derecho de
los seres humanos a la intimidad . 141
1. El derecho a la libertad de conciencia y sus consecuen-
cias naturales: el derecho a la intimidad y la obligación
de secreto ' . 141
2. El caso particular del secreto médico '.' .. 142 I
- I
. 4
l·
Biblioteca 1.T. E. S.O.
5
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-,----
Biblioteca l. T. E. S.O.
PRÓLOGO
Hace ahora diez años, en 1989, publiqué un grueso libro titulado Funda-
mentos de bioética. En el prólogo lo presentaba como primer volúmen de un
Tratado de bioética médica, cuyo segundo tomo llevaría por título Bioética clíni-
ca. Han pasado los años y ese segundo volumen no ha visto la luz. La primera
parte de lo que había de ser su contenido, apareció publicado en forma de
libro el año 1991, con el título Procedimientos de decisión en ética clínica. Pero
después la serie se interrumpió, entre otras razones porque la editorial Eudema,
que yo, modestamente, contribuía fundar, hubo de suspender sus actividades.
También contribuyeron otras razones. La primera, muy importante, era la mis-
ma amplitud y dificultad del empeño. Los problemas éticos planteados por la
medicina actual son tantos y tan complejos, que resulta difícil tratar todos con
suficiencia. Por eso inicié su abordaje sectorial, en forma de artículos sueltos.
Aún quedan muchos temas por tratar, pero si ahora, diez años después de
iniciado el proceso, se reúnen todos esos trabajos en cuatro volúmenes, el re-
sultado es un panorama muy completo de la bioética médica, tanto en su di-
mensiónfundamental como en la clínica o aplicada.
Todos estos trabajos tienen un enfoque común, que les dota de unidad.
Ese enfoque hunde sus raíces, como no podía ser menos, en las propias convic-
ciones filosóficas de su autor. Como en otros libros míos, en éste es patente la
influencia directa del pensamiento filosófico de Xavier Zubiri. El pensamiento
de Zubiri es, a la vez, actual y clásico. Es actual, porque parte de la crisis de la
razón operada en la segunda mitad del siglo XIX, y por tanto se aleja de todo
racionalismo, tanto realista como idealista. Zubiri es consciente, como todo
filósofo que quiera pensar hoya la altura de su tiempo, de que la razón no
puededarnos la realidad tal como ella es en sí. Esto dificulta enormente cual-
quier intento de elaborar una metafísica. Pero no lo impide de raíz. La metafí-
sica es posible, pero desde luego ésta ya no podrá ser igual a la de épocas
anteriores. Hacer metafísica a la altura de los tiempos, ésta ha sido la gran
lección, y en eso consiste el gran legado de Zubiri al pensamiento filosófico del
siglo XX, y sobre todo a la cultura que habla, piensa y escribe en español.
7
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la verdad como homoiosis, término que los latinos tradujeron por adaequatio,
adecuación. Esa ha sido la creencia secular, milenaria, que la razón era capaz
de penetrar en el fondo de la realidad y permitimos conocerla tal como ella es
"en sí". Hoy las cosas no son tan sencillas. Nunca acabaremos de conocer el en
sí de las cosas, y por tanto siempre habrá una inadecuación fundamental entre
ellas y nuestra mente. Por eso la razón se halla siempre en camino, abierta
hacia delante, en actitud de búsqueda. Zubiri dice, como consecuencia, que la
razón es constitutiva mente "histórica". La razón no es sólo lógica sino también
histórica; es lógica e histórica. Si la razón lógica fuera capaz de disolver o
resolver todos los problemas de la realidad, si todo se pudiera reducir a un
problema de matemáticas, entonces la dimensión histórica carecería de im-
portancia; más bien no existiría. Pero no es así. Lashisroricidad es un momento
formal del pensamiento racional. La razón es histórica, constitutivamente his-
tórica, debido a su propia inadecuación a la realidad. Insisto en este punto,
porque no es fácil cobrar conciencia de su real importancia. Tenemos que apren-
der a pensar históricamente, siguiendo el hilo conductor del tiempo y de los
acontecimientos. Éste es, quizá, uno de los 'máximos lemas de la filosofia del
siglo XX.
8
Pues bien, los trabajos que aquí se publican son buena muestra de que en
el enfoque de los problemas éticos, bioéticos, he intentado llevar este lema
adelante, hasta sus últimas conscecuencias. Si alguna peculiaridad tienen es-
tos trabajos, es estar enfocados siempre en perspectiva histórica. No se trata de
un prurito culturalista, ni de afán de erudición. Se trata de una estricta necesi-
dad intelectual. Es un error querer enfocar los problemas éticos sólo desde
categorías lógicas. Eso no puede 'conducir más que al fracaso. En este punto,
me confieso seguidor y discípulo del otro gran maestro que ha decidido mi
vida intelectual, Pedro Laín Entralgo. Su gran saber histórico, y sobre todo su
gran lección metódica, el abordaje a la vez histórico y teórico de los problemas
intelectuales, está en la base de todos mis planteamientos. Sin su magisterio
diario a lo largo de estos últimos veinte años, mi propia labor intelectual hu-
biera sido imposible.
Una vez confesada mi deuda con mis dos maestros, Zubiri y Laín, quiero
eximirles de cualquier tipo de responsabilidad. Una de las lecciones que me ha
enseñado la vida es que los verdaderos pensadores, los maestros del pensa-
miento nunca coartan la originalidad propia, sino que más bien la posibilitan.
El gran maestro siempre ayuda a pensar, a crear, y en consecuencia a ir más
allá de él. Por tanto, ninguna cosa más alejada de este magisterio que la sumi-
sión servil o la verbosidad repetitiva y escolástica. Mi experiencia me demues-
tra que los grandes maestros se diferencian de los pequeños en que los prime-
ros ayudan a pensar, a crear, y por tanto a ir más allá de ellos, en tanto que los
segundos tienen que basar su ascendiente en criterios de autoridad. Los textos
que aquí se publican son buena prueba de cómo se puede ir, zubiriana y
,Iainianamente, más allá de Zubiri y de Laín. Ni uno ni otro tuvieron una gran
dedicación a la ética. Pienso, sin embargo, que sus planteamientos son de una
gran fecundidad en ese campo. Pero, evidentemente, la responsabilidad de esa
prolongación es sólo mía.
Los textos aquí reunidos son siempre respuesta a peticiones surgidas des-
de la sociedad, y más concretamente desde sus instituciones médicas y univer-
sitarias. La iniciativa ha venido. prácticamente siempre de fuera. Por eso son
textos vivos. No obedecen a un plan preestablecido, ni han sido pensados more
geometrico. Desde un punto de vista, esto es una dificultad. Hay redundancias,
y hay también lagunas. Pero desde otra es una indudable ventaja, ya que late
en ellos algo de la vida palpitante que les hizo surgir. Lo que se pierde en
acadernicismo se gana en vida. .
De ahí que haya decidido agruparlos bajo el título general de Ética y vida.
Cuando Van Rensselaer Potter decidió crear el neologismo "bioética", lo hizo
dijo él y relato yo en alguno de los artículos reunidos en este libro, uniendo dos
raíces griegas, bíos, para designar el gran progreso operado en las últimas
décadas en el ámbito de las llamadas ciencias de la vida, Ecología, Biología,
Medicina, etc., y éthos como la raíz más adecuada para designar la ciencia del
9
respeto de los valores implicados en los ~onflictos de la vida. Co.mpag~nar ci~n-
7,'
cia y vida, no evitando que haya conflicto,s, pues e~(o.r~;ulta lmposlbI smo
promoviendo lo que ca~a. vez me gusta mas llamar visión respo~sable . ~no
de los grandes de la bioética, Albert Jonsen, suele apelar a lo que el denomina
moral vision. Mi tesis es que eso, aquí y ahora, debe llamarse "visión respon-
sable".
.Surgidos de una actividad docente muy amplia y desde luego nada aca-
démica, es decir, más preocupada por dar respuesta responsable a los proble-
mas de la realidad que por guardar las formas o exhibir erudición, estos volú-
menes tienen la pretensión de continuar el diálogo más allá del reducido nú-
merode personas para el que fueron escritos, en busca de una visión respohsa-
ble. Si locenseguirán o no, es cosa que habrá que dejar al futuro. De mí sé
decir que con esa intención, la de dar pie a un diálogo responsable, los he
escrito 'Y con ella también losernbarco en esta nueva singladura. Mi mayor
aspiraciónes que pudieran llevar a alguien a decir algún día, no sé en qué
recóndito lugar; que le habían llevado a cambiar de vida, a vivir un poco mejor
o a ser algo más responsable. A mí me ayudaron de esos tres modos por el
mero hecho de escribirlos.
INTRODUCCIÓN
11
Desde estos dos presupuestos, el de la herencia, por una parte, y el de la
teleología, por otra, los pueblos han pensado siempre que la aparición de mal-
formaciones congénitas era algo negativo, que debía ser prevenido y por tanto
evitado. Cabe concluir, por ello, que la eugenesia, en un sentido amplio, es
antiquísima, y se remonta a los mismos orígenes de la, cultura humana.
l. ELFINALISMO DE LA NATURALEZA
1. Teleología
'" .E,l~ema está presente en el seno de culturas muy primitivas. Pero el modo
m¡lS\,f~cllque nosotros tenemos de hablar de él es referimos al menos lin-
~üísti~á~énte, a la cultura griega. De hecho, los términos' arqueología y
.'~~leologla son griegos, y la cultura occidental, al igual que todas las demás, ha
i¡l" .sr~~;p~~fundé1mente tel~ológica; es decir, ha creído que el cosmos tiene un
, l1~.t~do Interno, una racionalidad, un lógos, una lógica. El modo más frecuente
pe
';!, :l~telflretar este hecho en las culturas ha sido atribuirlo a la acción de Dios
,?i¡qe,/d~0ses;que son los responsables del orden interno de la naturaleza, por-
;ique:~sons,us due~os y gobernantes. Este es el sentido que tiene el término
mjourgos en griego, los dioses artesanos de la naturaleza, sus dueños y go-
rnantes.
Digo esto, porque desde este esquema es desde el que se ha interpretado
tradicionalmente el hecho .de la herencia, por tanto, el fenómeno de que los
animales y los seres humanos procedan unos de otros con una enorme lógica
interna. La maravilla de todas las primaveras, ver cómo la naturaleza está viva
y produce plantas que son un prodigio de orden y de belleza, parece dar a
entender que la generación de los seres está regida por unos principios lógicos
internos de una enorme fuerza. La naturaleza no es ciega ni irracional. Todo lo
contrario, es un prodigio de racionalidad y de teleología.
2. Generación unívoca
. Por más que lo normal sea la semejanza de los descendientes a sus proge-
rutores, y por tanto la generación unívoca, parece claro que hay veces que el
1 OK31A83.
13
producto no se parece en nada a el productor. El ejemplo clásico es la aparición
de organismos muy formes, como son los gusanos, en medio de una sustancia
homogénea e informe, como es el limo de la tierra, el barro. Aquí parece que se
da la generación equívoca, también llamada generación espontánea. Bien en-
tendido, que esa generación espontánea es posible precisamente porque hay
un orden interno o té/os en la naturaleza que la hace posible. La generación
espontánea es cualquier cosa menos azarosa. En este punto no hay lugar para
el azar. Para la mayoría de las culturas, tras la generación espontánea está la
mano de Dios. El ejemplo paradigmático de esto lo tenemos en la cultura del
pueblo de Israel. En el segundo relato de la creación que se encuentra en el
libro del Génesis, que como se sabe pertenece a la fuente Jahvista y es el más
antiguo, se dice a propósito de la creación del hombre:
Entonces Yahveh Dios formó al hombre con el polvo del suelo, e insufló en sus
narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente".
!. "
2 Gn 2,7.
lA
Desde la antigüedad ha preocupado mucho en todas las culturas el tema
de la I?0~struosidad.3. En la tradición judeo-cristiana fue vista como un signo
de .aleJamlento ~~ DIOS,consec~encia del pecado. En la cultura griega y en la
latina se entendió como un fenomeno extraño y antinatural.
3 Esta teoría se expondrá con detalle en el capítulo 10: «El retraso mental en la historia"
4 Plutarco, vidosparaieias, Licurgo 16. .
5 Séneca, De ira, 1, 15.
lS
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Respecto a los disminuidos, Platón sostiene que no conviene darles tratamien- '
to alguno si se les considera verdaderamente incapaces de desarrollar todas
sus facultades, debido a que si desaparece la vida de un ser inane desde su
nacimiento no hay diferencia entre su precaria existencia y el no existir...
Pues cada uno de los nacidos sólo existe con el fin de vivir como un miembro
real de la sociedad, pudiendo participar en-ella; si desaparece tal finalidad, la
muerte es preferible a la vida",
En cuanto a lo segundo, al tabú del incesto, fue rnuy bien estudiado por
J.G. Frazer en La rama dorada? Un ejemplo ilustrativo de tabú del incesto es
de nuevo el de la cultura de Israel. En el Levítico y el Deuteronomio se prohiben
matrimonios entre consanguíneos. Un varón no puede casarse con su madre,
hermana, nieta, tía, madrastra, suegra, nuera, hijastra, nietastra, hija de la
madrastra de un marido anterior, esposa del hermano paterno, esposa del her-
mano. No estaba, empero, prohibido el matrimonio entre primos, sino más
bien recomendado. «Que el varón no tome esposa hasta que la hija de su her-
mana haya crecido; sólo si ésta no le agrada se buscará él otra-". De hecho,
Juan el Bautista fue decapitado por reprochar a Heredes Antipas su incesto:
«No te está permitido tener a la mujer de tu hermanos".
6 Averroes, Exposición de la República de Platólj, Madrid, Tecnos, 1986, p. 32. Cf. Diego
Gracia, «Historia de la eutanasia», en J. Gafo, ed., La eutanasia y el arte de morir. Madrid,
Publicaciones de la Universidad Pontíficia Comillas, 1990, p. 20.
7 J_G_Frazer, La rama dorada, Madrid, FCE, 1991.
8 H.L. Strack, P. Billerbeck, Kommentar zum Neuen Testament aus Talmud und Midrasch,
.Munchen, 11.1924. p_380_
-9 Mc 6, 18_ Cf Uta Ranke-Heinernann, Eunucos por el reino de los cielos, Madrid, Trotta,
1994. p. 196
16
---------. ------_._-------------
\O Tomaso Campanella, La ciudad del sol, en Eugenio Irnaz, ed., Utopías del Renacimiento,
México, FCE, 1982. p. 164.
11 Uta Ranke-Heinernann, Op. cit., pp. 69·70. Cf. también Aristóteles, Poi 133Sa.
12 - T Campanella, Op. cit., p. 223. Cf. también pp. 161·2. Sobre la producción de deformi-
dades como consecuencia de las uniones de mero placer, cf. pp. 229-30.
17
tos, su exterminio a veces, y la puesta a punto de procedimientos para mejorar
la raza: la eutechnia.
18
CouvieryIaté-oría de las catástrofes: vertebrados, moluscos, articulados y
radiados.
• En 1883 el citólogo belga Eduard Ban Beneden demostró que los huevos y
espermatozoides de Ascaris contienen la mitad de cromosomas que se ha-
llan en sus células somáticas.
A fines del siglo XIX, August Weismann demuestra que las células re productivas
(plasma germina\) son independientes de las otras células del- cuerpo
(sornatoplasrna), refutando de esta manera la hipótesis de la herencia de los
caracteres adquiridos. Para ello, al final de la década de 1980 hizo unos famo-
sos experimentos de amputación de la cola en generaciones de ratones, de-
mostrando que esas modificaciones sornátícas no producían ni la desapari-
ción ni el acortamiento de la cola de los descendientes. Weismann concluyó
que el patrimonio hereditario del organismo, que llamó plasma germinal, está
completamente separado y se halla protegido contra las influencias prove-
nientes del resto del cuerpo, el somatoplasma o sorna.
4. La eugenesia: Galton
19
azarosa de la naturaleza y de la evolución. Galton estaba convencido de que
los caracteres mentales se heredaban igual que los sornáticos, y que obedecían
a las leyes darwinianas. Darwin había publicado su libro Origin of Species en
1859. Galton publica su libro Hereditary Genius en 1869, y esto le lleva a Darwin
a pensar que también se puede aplicar su teoría al hombre, lo que hace en
Descent of Man, de 187113•
20
natural de Darwin, no ha llegado todavía al desarrollo de nuestra civilización
religiosa. El hombre era hasta ayer un bárbaro, y por lo tanto no es de esperar
que las aptitudes naturales de su' raza se hayan molde.ado ya de acuerdo con
su avance más reciente. Nosotros, hombres de los Siglos presentes, somos
como animales transplantados bruscamente a unas nuevas condiciones de
clima y alimentación; nuestros instintos nos fallan al enfrentarse con circuns-
tancias modificadas".
21
la raza (según el concepto de Galton); los sanos e inteligentes componentes
de la burguesía".
y poco después:
22
reserva. Aborbidos los restos de. la pequeña nobleza por la burguesía engen-
drada por una democracia aplebeyada, el instinto de adquisitividad hipertro-
fiábase en perjuicio de cualidades ancestrales excelsas. El fenotipo amojama-
do, anguloso, sobrio, casto, austero, transformábase en otro redondeado, ven-
troso, sensual, versátil y arrivista hoy predominante ... Contamos con la indi-
ferencia de las masas. Ilusiónanos la esperanza de entusiastas ignorados, fu-
turos apóstoles de los postulados eugenésicos conductistas, germen de la nue-
va aristocracia racial".
23
libro publicado muy recientemente por Lily E. Kay", La tesis de esta a~tora es
que el desarrollo de la Biología molecular no fue un proces~ ,natural, smo que
estuvo dirigido por el programa establecido por la Fundación ~ockefeller. en
los años 30. Estudiando la documentación existente en los archivos de la ~Ita-
da Fundación, Kay afirma que ésta elaboró un minucioso programa en la déca-
da de los 30 con el fin de dirigir científicamente el comportamiento humano,
o si se prefiere, a utilizar la ciencia en favor de un mayor. y mejo~ control del
comportamiento humano. Como escribe Beato, «esta finalidad se integraba en
un contexto de contenido claramente eugénico dominante en una parte del
pensamiento social durante el período de entreguerras, no sólo en Alemania
sino también en otros países europeos, en la Unión Soviética y en Estados
Unidos. En este último país, se trataba deurilizar los conocimientos científicos
para conseguir una mejora de la raza humana y prevenir disfunciones y des-
viaciones del comportamiento que perjudicaban el funcionamiento de la so-
ciedad industrial capitalista. Para alcanzar esta meta, la Fundación Rockefeller
se propuso desde finales de los años veinte apoyar el desarrollo de una cie?cia
del hombre ((Science of Man») considerada como una empresa a la vez cien-
tífica y cultural, y para ello eligió una estrategia basada en la cooperación
interdisciplinar entre la biología básica, la físico-química y la tecnología que
debía desembocar en una ingeniería humana-".
Linus Pauling consideró durante mucho tiempo que los genes eran proteí-
nas gigantes capaces de replicación autocatalítica, y con su autoridad retrasó
el triunfo de la teoría de que estaban constituidos por ácidos nucleicos. Cuan-
do Pauling dejó en 1945 la dirección de la División de Química Orgánica del
~3 Lily E. Kay; The Molecular Vision of Life. Caltech, the Rockefeller Foulldation, and the Rise
of the New Biology. Oxford Universiry Press, Nueva York-Oxford, 1993. Cf la excelente rese-
ña de Miguel Bearo, "Nacimiento de la nueva Biología», en Saber leer, n? 75, Mayo 1994, pp.
4·5.
"4 Miguel Bearo, are. cit., p. 4.
~5 Información sobre la hisroria de este proceso en Robert Olby, El camino de la doble hélice,
Madrid, Alianza. ] 991.
24
«Caltech», fue sustituído por George Beadle, entonces ya celebrado genetista,
tras demostrar, en 1937, la hipótesis de Archibald Garrod (1909) de que cada
gen regula una reacción química de carácter proteico, ca.talizada po: un enzi-
ma. Habría, pues, una correlación directa entre gen, enzima y proteína. En la
segunda mitad de los años 40, Pauling y Beadle siguen trabajando sobre pro-
teínas, convencidos de que ellas eran la clave de la vida, tesis que no abando-
naron hasta principios de los años 50. Es más, a finales de la décadade los 40
creyeron reforzar su tesis con el esclarecimiento de la patología molecular
subyacente a la anemia falciforme (1949) y el descubrimiento de la estructura
de la hélice a de queratina (1951). Sin embargo, ya al final de los años 40 los
resultados obtenidos en bacteriófagos hacían ineludible un cambio de actitud.
Fue otro miembro del «Caltech», Max Delbrück, quien aceleró el cambio
de paradigma, al postular que la estructura química de los genes no eran pro-
teínas sino ácidos nucleicos. Estos se conocían desde muchos años antes. El
primero de ellos, el ácido desoxirribonucleico, fue aislado a mediados del pa-
sado siglo por Friedrich Miescher en el núcleo de las células de pus y de los
espermatozoides del salmón del Rhin. Poco después se descubrió el RNA, y los
químicos empezaron a buscar sus componentes esenciales, mediante hidrólisis
total por diferentes medios, hidrólisisácida, altas temperaturas, etc. Esos pro-
cedimientos permitieron aislar en ellos los siguientes productos componentes:
ácido fosfórico, un azúcar, que es distinto en el RNA (d-ribosa) y en el DNA (d-
desoxirribosa), y ciertas bases, pertenecientes a dos grupos químicos, el de las
pirimidinas y el de las purinas, las llamadas bases pirimídicas o púricas. Las
bases púricas son la adenina (A) y la guanina (G). Estas dos bases se encuen-
tran tanto en el DNA como en el RNA. Las bases pirimídicas son también dos,
una común a DNA y RNA, la citosina (C) y otra distinta, el uracilo (U) en el
RNA y la timina (T), que es un análogo metilado, en el DNA. .
25
la Biología del desarrollo en las últimas décadas, dista mucho de ser cierto.La
secuencia codificación-transcripción-traducción parece dar a entender que en
el código genético está toda la información necesaria y suficiente para la cons-
titución del nuevo ser, y esto no es verdad. Curiosamente, en el cambio de
paradigma comenzó el reduccionismo de creer que en los ácidos nucleicos está
todo lo constitutivo, lo cual no es cierro.
Por esos mismos años se consigue otro gran avance cuando Jacob y Monod
formulan su modelo del operón. Poco a poco se fue haciendo evidente que no
todos los genes presentes en la célula están activos en el proceso de formación
26 Cf. Severo Ochoa, Base molecular de la expresión del mensaje genérico, Madrid, Moneda y
Crédito, 1969, esp. pp. 150-160.
26
de las proteínas. La acción de los genes puede ser a~tivada o reprimida, depen-
diendo de la posición de la célula en el cuerpo, del estadio de desarrollo del
cuerpo, así como de la influencia del medio externo. La actividad de los genes
está, pues, controlada por otros agentes. Así, por ejemplo, la vía de síntesis del
aminoácido arginina en el E. coli, demuestra que cuando la arginina está pre-
sente en el medio, los tres enzimas que intervienen en su producción dejan de
actuar, en tanto que cuando la arginina disminuye, entran en funcionamiento.
Este fenómeno es llamado inducción. La arginina inhibe, pues, los genes pro-
ductores de los tres enzimas. Los genes que intervienen regulando la expresión
de un gen no tienen por qué estar cerca de él, La parte del cromosoma que
contiene los genes está dividida en dos regiones, una de las cuales incluye los
genes operadores y estructurales, y la otra contiene sólo los genes reguladores.
La primera parte es la. llamada operón. El gen regulador produce una substan-
cia, el represor, que afecta al segundo gen, un operador. Hay diferentes eviden-
cias que demuestran que la sustancia represora es una proteína.
27 Cf J. D. warson, J. Tooze, The DNA Story: A Documentary History o/ Gene Cloning, San
Francisco, WH. Freeman and Co., 1981.
28 Cf Diego Gracia, "Problemas filosóficos de la ingeniería genérica», en J.-R. Lacadena, D.
Gracia, M. Vidal, EJ. Elizari, Manipulación genética y moral cristiana, Madrid, Fundación
Universitaria San Pablo, 1988, pp. 94·116,
27
CONCLUSION: EVOLUCIÓN Y ÉTICA
28
2
ÉTICA DE LA SEXUALIDAD
INTRODUCCIÓN
29
ralo contra naturam y de acciones «intrínsecamente buenas» o «intrínseca-
mente malas».
Cada función tiene su dynamis o virtud propia. Las funciones vegeta tivas
o abdominales tienen unas virtudes que la tradición llamó «concupiscibles»,
las sensitivas o torácicas otras llamadas «irascibles», y las intelectivas o
craneanas otras «intelectivas». Todas son virtudes naturales, pero no en idén-
tico sentido o de idéntico modo. Las virtudes concupiscibles e irascibles son
irracionales, a diferencia de las intelectivas, que son obviamente racionales.
De ahí que los griegos llamaran a las primeras «virtudes éticas o morales», a
diferencia de las segundas, que eran «virtudes dianoéticas o intelectuales». La
sexualidad es, evidentente, una de las virtudes concupiscibles, ya que busca el
placer y tiende a la evitación del dolor. Esto es natural, y en tanto que natural
es bueno. Pero las virtudes éticas sólo son moralmente correctas cuando se
hallan bajo el imperio de la razón. Las virtudes éticas dependen siempre de las
dianoéticas. Sin ellas serían puramente irracionales, y por tanto no serían vir-
tudes morales en el sentido estricto de la palabra. De ahí que aunque el ejerci-
cio de la sexualidad sea una función natural del organismo, y aunque sea
bueno y natural buscar el placer y evitar el dolor, esto no será humano y moral
más que cuando se halle controlado por la razón, es decir, cuando no se haga
de modo puramente instintivo o animal, sino humano o racional. Y ello por-
que, como dice Aristóteles, «la función propia del hombre es una actividad del
alma según la razón..'. Los movimientos puramente instintivos o irracionales
no son en el rigor de los términos humanos.
30
Biblioteca I.T.E.S.O.
Así las cosas, el problema está en saber cuál es el criterio que utiliza la
razón para diferenciar los placeres moralmente permisibles de los que no lo
son. La respuesta de Aristóteles no se hace esperar. El exceso y el defecto son
desproporcionados, y en tanto que tales se anulan entre sí, tienden natural-
mente a la destrucción y anulación mutua. De ahí que las funciones
concupiscibles e irascibles sean racionales sólo cuando evitan tanto el exceso y
el defecto, y se quedan en el llamado «justo medio-e Es la famosa consigna
clásica; todo con moderación. Y esto que se dice de todo, es especialmente
exacto en el caso de las virtudes concupiscibles, como son las sexuales. De ahí
que el control racional de estas acciones reciba el nombre' de sophrosyne,
temperantia o templanza. Las dos funciones concupiscibles por antonomasia,
la alimenticia y la sexual, deben realizarse evitando el exceso y el defecto, es
decir, moderadamente, con templanza. De ahí que Aristóteles escriba:
Está en la índole de tales acciones el destruirse por defecto y por exceso, como
vemos que ocurre con la robustez y la salud (para aclarar lo oscuro tenemos
que servimos, en efecto, de ejemplos claros): el exceso y la falta de ejercicio
destruyen la robustez; igualmente la bebida y la comida, si son excesivas o
insuficientes, arruinan la salud, mientras que usadas con medida la producen,
la aumentan y la conservan. Lo mismo ocurre también con la templanza, la
fortaleza y las demás virtudes. El que de todo huye y tiene miedo y no resiste
nada, se vuelve cobarde, el que no teme absolutamente a nada ya todo se
lanza, temerario; igualmente el que disfruta de todos los placeres y de ningu-
no se abstiene se hace licencioso, y el que los rehuye todos como los rústicos,
una persona insensible. Así, pues, la templanza y la fortaleza se destruyen por
el exceso y por el defecto, y el término medio las conserva".
Aristóteles, como buen griego, no considera que los placeres sexuales sean
en sí malos, ni predica la abstención sexual. Su tesis, que se repite insistente-
mente a todo lo largo de la literatura medieval, especialmente de la médica, es
que la sexualidad debe ejercerse de forma moderada, y que tanto la abstinen-
cia total como el abuso excesivo deben considerarse no sólo moralmente ma-
los sino físicamente insanos. La sexualidad se hace moral cuando cumple dos
condiciones. Primera, ejercitarse con moderación. Y segunda, ajustarse al or-
den natural, evitando todo uso contranatural o antinatural. Ambos preceptos
son difíciles de cumplir, porque el placer tiende a cegamos y a hacemos impru-
dentes. Como dice Aristóteles,
la virtud moral tiene que ver con los placeres y dolores, porque por causa del
placer hacemos lo malo y por causa del dolor nos apartamos del bien. De ahí
la necesidad de haber sido educado de cierto modo ya desde jóvenes, como
dice Platón, para poder complacerse y dolerse como es debido; en esto consis-
te, en efecto, la buena educación",
31
"" '{ ,
•• ~,hl./
La virtud que debe regir la vida sexual es, como ya hemos dicho, la ~em-
planza. Aristóteles dedica unos preciosos capítulos del libro tercero de la Etica
a Nicómaco a hablar de esta virtud, que define como «un término medio res-
pecto de los placeres-". A los dolores, sigue diciendo, se refiere en menor gra-
do, porque también en ellos se da menos la intemperancia. Por otra parte,
tampoco la temperancia y la intemperancia se aplican atodo tipo de placeres.
No se habla de intemperancia respecto de los placeres del alma.
La templanza tiene por objeto los placeres corporales, pero tampocb to-
dos ellos. Aristóteles va analizando uno por uno el tipo de placeres que produ-
cen los diferentes sentidos. Y excluye sucesivamente del ámbito de la templan-
za los placeres de la vista «<a los que se deleitan con lo que se ve por los ojos,
como los colores, las formas y el dibujo, no se les llama ni morigerados ni
licenciosos"!'), los del oído y el olfato. Respeto del olfato escribe que tampoco
se considera morigerados o licenciosos
a los que disfrutan con el olfato, salvo por accidente: a los que se deleitan con
los aromas de frutas o rosas o incienso, no los llamamos licenciosos, sino más
bien a los que se deleitan con perfumes o manjares. En efecto, los licenciosos
se deleitan con éstos porque les traen a la memoria el objeto de sus deseos.
También puede verse a los demás, cuando tienen hambre, deleitarse con el
olor de la comida; pero el deleitarse con tales cosas es propio del licencioso,
porque para él son objeto de deseo".
Tras este proceso de exclusión, Aristóteles acaba diciendo que «la tem-
planza y el desenfreno tienen por objeto los placeres [...] del tacto y los del
gus.to»~, especialmente los primeros. Cuando los placeres del tacto son
~ntlllaturales o no están controlados por la razón, acontece el desenfreno. En
es~e los seres humanos son arrastrados por sus pasiones irracionales, como los
runos pequeños. De ahí que Aristóteles finalice su estudio de la templanza con
estas finísimas observaciones:
32
Aplicamos también el nombre de intemperancia a las faltas de los niños, y
tienen efectivamente cierta semejanza. Cuál ha recibido su nombre de cuál es
cuestión que ahora no nos interesa, pero es evidente que el posterior del ante-
rior. La traslación no parece haberse verificado sin motivo: hay que templar o
frenar, en efecto, todo lo que aspira a cosas feas y tiene mucho desarrollo, y
tal condición se da principalmente en el apetito y también en el niño; porque
los niños viven según el apetito, y en ellos se da sobre todo el deseo de lo
agradable; por tanto, si no se encauza y somete a la autoridad, irá muy lejos,
porque el deseo de lo placentero es insaciable e indiferente a su origen en el
que no tiene uso de razón, y la práctica del apetito aumenta la tendencia
congénita, y si son grandes e intensas desalojan el raciocinio. Por eso los ape-
titos deben ser moderados y pocos, y no oponerse en nada a la razón -esto es
lo que llamamos estar encauzado y refrenado-, y lo mismo que el niño debe
vivir de acuerdo con la dirección del preceptor, así los apetitos de acuerdo con
la razón. Por eso los apetitos del hombre morigerado deben estar en armonía
con la razón, pues el fin de ambos es lo noble, y el hombre morigerado apete-
ce lo que debe y como y cuando debe, y así también lo ordena la razón".
33
En Dios, en fin, no hay afectos. De Dios se predica, por vía de eminencia,
la inteligencia y la voluntad propias del hombre, pero no los afectos o las
pasiones, porque Dios no puede ser sujeto paciente de nada. Ahora bien, si
esto es así y el hombre sabio es el imitador de Dios, debe dedicarse a anular
completamente los afectos y las pasiones. Cualquier uso, aun el moderado, es
perjudicial. Surge aSÍ, frente a la «ética» de la sexualidad, la «ascética» de la
sexualidad, que tanto se iba a desarrollar durante los siglos del helenismo y en
toda la tradición cristiana 11. En el proceso neoplatónico de ascensión hacia el
Uno habría tres fases, una primera «purgativa», consistente en la anulación de
las virtudes concupiscibles e irascibles, otra «iluminativa» de visión del mun-
do de las ideas una vez que uno se ha desprendido del cuerpo, y finalmente la
«unitiva», la unión con la divinidad 12.
Vemos, pues, que el naturalismo dio lugar a una ética ya una ascética de
la sexualidad, y que tuvo buen cuidado en no confundir una con otra. La ascé-
tica propugnó siempre la abstención sexual total, la continencia como virtud
angélica y divina. La ética, por su parte, tuvo buen cuidado en diferenciar con
toda precisión el uso natural, sano y bueno de la sexualidad del antinatural,
patológico y malo. El uso antinatural de los órganos sexuales no sólo va a ser
éticamente censurable, sino también físicamente pernicioso: De ahí la idea,
ampliamente extendida en la literatura médica, de que los actos sexuales
contranaturales conducían a la enfermedad y la muerte. El ejemplo típico de
esto es la masturbación, a la que se dedicaron ingentes cantidades de literatu-
ra. La masturbación es antinatural, patológica y mala porque no respeta el fin
que la naturaleza ha puesto en los órganos sexuales; es una aberración antina-
tural. Pero todo uso natural y moderado de la genitalidad es por definición
moral. Santo Tomás se pregunta en la parte moral de la Summa Theologica «si
el uso de la sexualidad puede realizarse sin pecado», y responde con este tex-
to, que resume perfectamente todo el pensamiento antiguo y medieval sobre
esta cuestión:
11 Cf. Aline Rouselle, Porneia: Del dominio del cuerpo a la privación sensorial. Barcelona,
Península, 1989.
12 Cf. Uta Ranke-Heinernann, Eunucos por el reino de/os cielos, Madrid, Trotra, 1994.
34
sexualidad; de ahí que diga Agustín en el libro De bono coniugali: 'Lo que es el
alimento a la salud del. hombre, esto es la relación sexual para la salud del
género humano'. Por tanto, así como el uso de los alimentos puede hacerse sin
pecado, así también el uso de la sexualidad puede hacerse sin ningún pecado,
si se hace con orden y modo debidos, según lo que es conveniente al fin de la
generación humana 13. .
No desearía poner fin a este apartado sin hacer mención explícita de al-
gunas de las repercusiones que ha tenido el enfoque naturalista de la sexuali-
dad en nuestras culturas occidentales. Su influencia ha sido tan perdurable,
que llega hasta nuestros días. Ello se debe a que desde la filosofía griega pene-
tró decisivamente en el Derecho Romano a través del estoicismo, Y en la reli-
gión cristiana a través de San Pablo. La tesis de éste al comienzo de la carta a
los Romanos es que todas las cosas de la naturaleza tienen en su interior la
dynamis de Dios y por tanto son expresión de su divinidad (theiótes) 14. Cuando
el hombre no reconoce esto, se embrutece". Y añade: .
Por esto los entregó Dios a pasiones afrentosas. Pues, por una parte, sus muje-
res trocaron el uso natural (ten physiken khresin) por otro contra naturaleza
(para physin). Igualmente, por otra, también los varones, abandonando el
uso natural de la hembra, se abrasaron con sus impuros deseos, unos de otros,
ejecutando varones con varones la infamia y recibiendo en sí mismos el pago
de su extravío",
Lo mismo cabe decir del derecho. La idea estoica de «ley natural» confi-
guró toda la doctrina del «derecho natural», presente ya en el Derecho Roma-
n~. A través de él, informaría toda la tradición jurídica .occidental. El antiguo
Código Penal español, que ha estado vigente desde su promulgación en el siglo
pasado hasta 1996, agrupaba los delitos sexuales bajo la rúbrica de «delitos
contra la honestidad». El término honestidad se entendía en el sentido clásico
medieval, que diferenciaba el bonum honestum del bonum delectabile. Bien
deleitable es el que procede del apetito sensitivo, en tanto que el bien honesto
13 Tomás de Aquino, S. Th. 2·2, q.lS3, 3.2. Cf. Summa contra gentes [1[,122.
14 Rom 1, 19·20.
15 Rom 1,22.
16 Rom 1,265.
es el que deriva del apetito racional". Honesto es, pues, el apetito que se halla
bajo el control de la razón y deleitable el que no lo está. Ahora bien, como la
razón utiliza como principio normativo el orden de la naturaleza, resulta que
son deshonestas todas aquellas prácticas sexuales que alteran el orden de la
naturaleza. Más aún, Tomás de Aquino dice que esas prácticas serán tanto más
graves y más torpes cuanto más contravengan el orden determinado por la
naturaleza. Por tamo, la gravedad mayor la tendrá aquella relación que con-
travenga más el orden de la naturaleza. Los vicios contra naturaleza que enu-
mera Santo Tomás son cuatro, la masturbación, la bestialidad, la homosexua-
lidad o sodomía y las relaciones entre personas de diferente sexo pero por vías
distintas de las usuales". Estos son los pecados más graves que se pueden
cometer en el orden de la sexualidad, ya que ellos distorsionan más que nin-
gún otro el orden natural. Por eso Santo Tomás los llama «gravísimos», Y escri-
be:
Dado que en estos vicios antinaturales el hombre viola el orden natural 'de la
actividad venérea, constituyen por lo mismo un gravísimo pecado.".
Todo esto tiene mucho que ver con otro concepto complejo y por lo gene-
ral confuso, el de «pornografía". Desde el naturalismo debe considerarse por-
nográfico todo aquello relacionado con el uso de los órganos de la generación
que tiene carácter antinatural e inhonesto. Conviene no olvidar que el término
pomeia significó en griego lo mismo que fornicatio en latín, pecado o delito
36
sexual". Esto quiere decir que es pornográfica toda descripción de un acto
sexual antinatural o pecaminoso. Pero significa también que la descripción de
los propios actos naturales es pornográfica, pecaminosa, precisamente por
inhonesta; atenta contra la honestidad. De tal modo que el ámbito de la por-
nografía cubre la práctica totalidad de las descripciones de la actividad sexual,
ya que todas ellas atentan de algún modo contra la honestidad.
37
que el hombre se empieza a ver corno perteneciente a un orden distinto al
puramente natural; al orden moral.
, Este modo de pensar tiene muy profundas raíces. El hombre antiguo pen-
so q~e todo .en, la nat~raleza estaba regido por el principio de teleología o
finalidad, Anstoteles dice repetidas veces que la naturaleza no hace nada en
vano: Esto quiere de~ir que la naturaleza tiene un lógos o razón interna que es
el origen de su finalidad, y que dicta lo que es bueno y lo que es malo. Este
teleologlsmo clásico se quiebra en el mundo moderno. Las razones fueron
muchas. De hecho, siempre fue un problema explicar los "desórdenes» de la
naturaleza, terremotos, cataclismos, volcanes, fuegos, enfermedades, etc. Pa-
rece como SI la naturaleza perdiera su norte, hubiera desviado su dirección.
T~do esto puso en tela de juicio la antigua tesis del finalismo de la natura-
leza. NI.la naturaleza estaba tan ordenada como parecía, ni podía confiarse en
su finalidad mterna. Más bien parece que la obligación moral del hombre era
ordenar la naturaleza. El orden de las cosas no está hecho, o al menos no está
del todo hecho, y la obligación del hombre es precisamente completarlo. El
mundo no es un ardo factus SInO un arda faciendus. El hombre no puede ya
38
verse como sujeto pasivo de la ley de la naturaleza, sino que él es el origen de
su propia ley moral, y además tiene la obligación de actuar con ella en el
mundo .
39
respetar a todos y cada uno de los seres humanos. Lo que no cumple con esa
leyes por definición inmoral y malo -.
El hombre puede actuar por motivos (lo que Kant llama «máximas de la
voluntad») acordes con esa ley moral o no. Cuando una máxima de la volun-
tad o un motivo de acción es lógicamente contradictorio con el imperativo
categórico, lo que se está infringiendo es un «deber perfecto o de justicia». Por
el contrario, cuando una máxima de la voluntad o motivo de acción no es
lógicamente contradictorio con el imperativo categórico pero sí es algo no de-
seable, entonces el deber se llama imperfecto. Kant dice que los primeros son
aquellos cuya infracción no se puede pensar, en tanto que los segundos son
aquellos cuya infracción sí se puede pensar pero no se puede querer; por tanto,
no son lógicamente contradictorios conel imperativo categórico, pero sí
éticarnenre contradictorios. Luego veremos lo que esto significa.
Nunca puede el hombre llegar a ser un objeto de placer para otro hombre
salvo en virtud de la inclinación sexual. Aparece aquí lo que podríamos llamar
un sexto sentido por medio del cual un ser humano se convierte en un objeto
. de placer y sacia el apetito de otro. Se dice que una persona ama a otra cuan-
do siente inclinación por ésta. Cuando se quiere a otra persona por auténtico
amor a la humanidad, no entra enjuego disquisición alguna relativa a la edad
o a cualquier otra condición. Ahora bien, cuando se ama por mera inclinación
sexual no es amor lo que está en juego, sino un apetito. El amor, en tanto que
filantropía o amor a la humanidad, se traduce en afecto ysimpatía, así como
en favorecer la felicidad ajena y regocijarse con ella. Pero es obvio que quie-
nes aman a unapersona por mera inclinación sexual no lo hacen filan-
trópicamente, sino que, atendiendo únicamente a su propia dicha, sólo pien-
san en satisfacer su inclinación y apetito, sin importarles la desgracia que
puedan acarrear al otro. Quien ama por inclinación sexual convierte al ser
amado en un objeto de su apetito. Tan pronto como posee a esa persona y
sacia su apetito se desentiende de ella, al igual que se tira un limón una vez
exprimido su jugo. Es cierto que la inclinación sexual puede vincularse con la
filantropía o el amor a la humanidad, pero tomada aisladamente y en sí mis-
ma no pasa de ser un mero apeuto'".
40
No es que Kant considere que toda inclinación sex~a~ es incompa.tible con la
filantropía, que es otro nombre del imperativo categ~nco. Pero SI ple,nsa que la
inclinación sexual sola o aislada es de todo punto inmoral, ~or mas que sea
atural es inmoral. Kant se halla en los antípodas del naturahs~o. Lo natural
~o sólo' no es moral, sino que con frecuencia actúa como lo que el llama mera
«condición patológica», la dimensión no huma~a y hasta ,opaca a lo
específicamente humano de los actos morales. De ahí que continué:
han de darse cienas condiciones, sólo bajo las cuales pueda co~nc~d~rel uso de
las facultades sexuales con la moralidad. Ha de haber un pnncipio que res-
trinja nuestra libenad en lo referente al uso de ~uestra inclinación s~xual, de
modo que ésta resulte congruente con la morahdad. Indagu~mos cuales pue-
den ser esas condiciones y este principio a los que nos refenmos. El hombre
no puede disponer de sí mismo, porque no es una C?S~', El homb~e no es una
propiedad de sí mismo. Esto supondría una contradicción. Pues solo ~n cuan-
to persona es un sujeto susceptible de poseer cosas. De ser una propiedad de
sí mismo, sería entonces una cosa. Al ser una persona, no es .una c~sa sobre la
que se pueda tener propiedad alguna. No es posible ser al mismo tiempo cosa
y persona, propiedad y propietario".
24 l. Kant, Op. cit., p. 204. Cf. l. Kant, Metafísica de las costumbres, Madrid, Tecnos, 1989,
pp. 284-287.
251. Kant, Op. cit., p. 205.
41
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42
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nial se parecería más al contrato social que a los contratos jurídicos. Seríaun
contrato moral sin rescisión posible. O al menos, con rescisión siempre parcial.
narse dos vidas, ya elaborar un proyecto común. Por supuesto que ese proyec- \I'
¡ ,.i
Ir )
to 'pu~de fallar y que el vínculo puede desunirse. Por más que Kant no lo vea
aS1, ~sto parece sob~emanera claro. Pero en cualquier caso es claro que las r ,,j
rela:lones sexuales nenen, en tanto que relaciones interhurnanas, un carácter
estnctamente moral, y que su moralidad depende no de su adecuación o no al V í
orden de la naturaleza, sino del hecho de considerar y respetar al otro como
ser ~umano, es decir, como fin y no sólo como medio, dotado de dignidad y no (
precio.
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actos sexuales, eso sí, «intrínsecamente» malos. Estos son los que resultan lógi-
camente incompatibles con el respeto a los seres humanos. Estos pertenecen al
orden de los «deberes perfectos», y engloban 1"0 que Kant llama crimina carnis.
Kant incluye en este grupo el concubinato, el adulterio, el incesto, el onanis-
mo, la homosexualidad y la bestialidad. Su opinión es que todos ellos «contra-
dicen claramente los fines de la humanidad». Si no fuera así, no podría
considerárselos inmorales o, al menos, no podrían ser tenidos por deberes
perfectos. Y lo que está claro es que todo uso de la sexualidad que no incurre
en esos defectos es lógicamente compatible con el imperativo categórico y
puede ser móvil de la acción moral, por más que no sea excesivamente virtuo-
so. Dicho de otra manera, todos los demás deberes en orden al ejercicio de la
sexualidad han de caer dentro del ámbito de los llamados deberes imperfec-
tos, que los individuos deben gestionar privadamente.
En este punto caben dos interpretaciones distintas. Una, que parece ser la
que sostuvo Kant, piensa que el respeto de los seres humanos como fines exige
no sólo que el acto esté realizado por personas competentes que actúen de
modo voluntario y libre, sino que además cumpla con ciertas condiciones obje-
tivas, es decir; que no sea en sí degradante, que resulte compatible con la
dignidad del ser humano, etc. La opinión deKant es que ciertos actos, como el
onanismo, la homosexualidad o la bestialidad, son intrínsecamente incompa-
tibles con la dignidad del ser humano. Ahora bien, ni Kant ofrece razones de
por qué esto es así, ni se pueden aducir otras que las ya barajadas por el viejo
naturalismo. De ahí que con posterioridad a Kant se haya ido imponiendo una
segunda opinión, la de que no hay ningún acto sexual que sea per se incompa-
tible con la dignidad del ser humano, siempre que se reálice entre personas
autónomas que actúan con conocimiento, voluntad y libertad; y no atenten
contra el respeto debido a los demás. En esta segunda actitud, ni el onanismo,
ni la homosexualidad ni la bestialidad son prácticas sexuales per se incompati-
bles con la dignidad del ser humano. Lo mismo cabe decir del concubinato. Y
44
las otras que cita Kant, el adulterio y el incesto, lo son en tanto lesionan víncu-
los morales contraídos con anterioridad.
28 Cf. John T. Noonan: Jr. Contraception: A History of its treatment by the Catholic Theologians
and Canonzsrs, Cambndge, Mass., Harvard University Press, 1986. Angus McLaren, Historia
de los anticonceptivos, Madrid, Minerva, 1993.
45
está claro que el primer y fundamental principio de la revolución sexual mo-
derna ha estado en asumir que no hay actos sexuales naturalmente buenos o
malos, que la moralidad sexual no viene dictada por la naturaleza sino por el
respeto o no de los seres humanos, es decir, de la dignidad y libertad de los
seres humanos. Hay un segundo principio. que es consecuencia de éste y que
dice que en una razón no naturalista la ética de la sexualidad no puede iden-
tificarse con la ética de la reproducción. Esta es, quizá, la más importante
consecuencia de la revolución sexual, la separación de sexualidad y reproduc-
ción. En una ética racional y autónoma, una es la función sexual y otra la
función reproductiva. No hay una ética sino dos, la ética de la sexualidad y la
ética de la reproducción. Identificarlas es, de nuevo, caer en la heteronomía y
el naturalismo. La moral sexual no puede edificarse sobre bases heterónornas,
como en la antigüedad, sino autónomas. El principio moral único y último es
el respeto del ser humano. Nada más, pero tampoco nada menos.
Los citados cambios han llevado, en algunos casos, a una cierta tri-
vialización de las relaciones sexuales. El fenómeno ha llegado a ser tan pre-
ocupante, que pronto se ha visto la necesidad de una reflexión más profunda.
En una economía basada en el Welfare y una cultura ordenada en torno a la
idea de Wellbeing, bienestar, es lógico que. las relaciones sexuales hayan sufri-
do una cierta trivialización, que además propiciaron los quimioterápicos y los
antibióticos,y el control de las llamadas enfermedades de transmisión sexual,
en especial la gonococia y la sífilis.
46
consecuencia un ser natural. Dicho de otro modo, el hombre no es un puro fin
sino también un medio; es un fin, pero no sólo un fin. Cabría decir que el ser O',
humano es medio y no sólo fin, y que la naturaleza es de algún modo fin y no i
47
la prostitución, etc. Estos serían hoy en día los deberes perfectos en materia
sexual. Todas las demás actividades relacionadas con el sexo no parece que en
principio deban considerarse absolutamente contradictorias con el principio
de respeto a las personas, y por tanto se trata de deberes imperfectos, que los
individuos particulares deberán gestionar de acuerdo con sus particulares ideas
del bien.
Para comprobar eso, nada mejor que acudir de nuevo a la distinción entre
deberes perfectos e imperfectos. Antes los hemos definido, siguiendo a Kant,
desde el punto de vista ético. Así, hemos dicho que deber perfecto es el que
viene directamente exigido por la ley moral, por el imperativo categórico de
respeto a los seres humanos, ya que de no ser así, la propia dignidad humana
se vería destruída. Por el contrario, los deberes imperfectos son deberes mora-
les cuyo cumplimiento no pueden exigirme los demás, ya que no van directa-
mente en contra del respeto a la dignidad humana. Precisamente por esto,
porque no van en contra del respeto que debo a la dignidad de los demás, no
generan en ellos un derecho correlativo a ser respetados. Los deberes imper-
fectos son deberes, pero que no generan un derecho correlativo en los demás
seres humanos, en tanto que los perfectos sí. Hay que afirmar, pues, que todo
deber perfecto genera un derecho correlativo en las otras personas, pero que
48
los deberes imperfectos son deberes puros, en tanto que no son fuente de dere-
chos correlativos en las otras personas.
Pues bien, a partir de aquí cabe decir que la función del derecho es tipifi-
car los deberes perfectos que todos los seres humanos tienen qul'1cumplir por
el mero hecho de serio, de ser seres humanos y miembros de una sociedad
humana, y hacérselos cumplir a todos por igual, aun con el uso de la fuerza. El
derecho no puede ni debe inmiscuirse en el ámbito de los deberes imperfectos,
sino que su función es asegurar ese marco mínimo y universal que permita que
los seres humanos lleven a cabo diferencialmente la gestión de sus propios
deberes imperfectos, es decir, sus proyectos de vida, de acuerdo con sus siste-
mas de valores y con sus ideas de perfección y felicidad. La función del dere-
cho no es hacer perfectos o felices a los seres humanos, sino asegurarlesese
marco de respeto a su dignidad que fijan los deberes perfectos, y que les va a
permitir gestionar autónoma y privadamente sus propios proyectos de vida. El
derecho no tiene por objeto hacer felices a los hombres, pero sí les debe permi-
tir la posibilidad de que sean felices.
y aquí viene la gran sorpresa. Como los proyectos de felicidad de los seres
humanos son muy varios, como no hay un solo sistema de valores, o un pro-
yecto de perfección y felicidad, sino muchos, tantos como hombres, resulta
que un deber perfecto es el respeto de la pluralidad de sistemas de valores y de
proyectos de vida. El respeto de la pluralidad de proyectos en el orden de los
deberes imperfectos es un deber perfecto. Es el deber de respeto del pluralis-
mo y de la libertad de conciencia, una novedad que los europeos aprenden,
tras siglos y siglos de guerras de religión, en los albores del mundo moderno.
Es más, la pluralidad de visiones puede afectar y de hecho afecta al propio
campo de los deberes perfectos. No está dicho en ningún lado que los deberes
perfectos puedan formularse de forma absoluta y de una vez por todas. Más
bien hay razones para pensar lo contrario. El imperativo categórico es cierta-
mente absoluto, pero debido precisamente a su carácter formal y canónico.
Cuando a partir de él intentamos formular proposiciones de contenido mate-
rial y deontológico, entonces no está tan claro que puedan tener un carácter
absoluto e intemporal. Cierto que si por deber perfecto entendemos aquél cuya
transgresión no se puede ni pensar como máxima de la voluntad, por ser lógi-
camente contradictoria con el imperativo categórico, parece que debería re-
sultar evidente para todo aquél que tuviera una mínima racionalidad y estu-
viera en el uso de la lógica. Pero de hecho las cosas no son así. Lo que a uno le.
puede parecer lógicamente contradictorio con el imperativo categórico, para
otro puede no serio. La razón no es sólo lógica sino también histórica, y"el
descubrimiento de los deberes materiales y deontológicos es a la vez una labor
lógica e histórica. Pensemos, por ejemplo, en el caso de la pena de muerte.
Desde el punto de vista lógico puede parecer hoy evidente que la máxima de
matar a otro como castigo por una transgresión cometida no resiste el contras-
te con el imperativo categórico, y que por tanto la pena capital es lógicamente
49
contradictoria y no se puede pensar dentro de un orden ético racional. A pesar
de lo cual, ha sido constante a todo lo largo de la historia de la humanidad
hasta tiempos muy recientes. Es un error pensar que los deberes perfectos
puede formularios un solo individuo sentado detrás de un escritorio y de una
vez por todas. No es verdad. Ninguna proposición empírica o sintética puede
tener carácter absoluto. Todas están atravesadas por la contingencia ontológica
de la realidad, y por la aún mayor contingencia e imperfección de nuestro
conocimiento de ella. De ahí que en el orden de los deberes perfectos se dé
también el pluralismo. Puede haber diferentes opiniones sobre los deberes
perfectos y sobre los derechos que ellos generan en las personas. Por ejemplo,
hay distintas ideas de la justicia, que es el deber perfecto por antonomasia o
paradigmático, y el concepto de justicia ha ido evolucionando a lo largo de la
historia. No podía exigirse la misma idea de justicia a un griego del siglo IV
a.C. que a un europeo de mediados del siglo XIX. De ahí que la determinación
de los deberes perfectos deba hacerse de un modo participativo y dinámico,
según el nivel de cada momento histórico y de cada grupo social. Cabe decir
más, y es que la ley kantiana de la universalización parece exigir que el catálo-
go se haga por vía de consenso entre todos los implicados, es decir, mediante
la expresión de su voluntad a través de los cauces de manifestación de lo que
en tiempo de Kant se llamaba ya la voluntad general. Con lo cual resulta que
tanto los deberes perfectos como los imperfectos están afectados por el princi-
pio del pluralismo, y que el único medio lícito y moral de establecer el catálogo
de los deberes perfectos en cada momento histórico y social es la expresión de
la voluntad de los pueblos. Y esto es el derecho, el sistema de deberes perfectos
que un pueblo se da bien directamente, bien a través de sus representantes.
50
Así las cosas, cabe ahora preguntarse por el modo como las conductas
sexuales deben estar reguladas por el derecho. Durante muchos siglos se ha
supuesto que los deberes perfectos, aquellos que están llamados por su propia
naturaleza a tener carácter público y convenirse en derecho, venían muy cla-
ramente estipulados por la propia naturaleza, y que por tanto era necesario
sancionar penalrnente todas las conductas sexuales que desde cualquier punto
de vista parecieran antinaturales o desordenadas. Esta fue la tesis del viejo
naturalismo, para el que un alto número de conductas sexuales vendrían defi-
nidas por el propio derecho natural como inhonestas, y por tanto debían ser
prohibidas y perseguidas penal mente. Todas ellas pertenecerían al orden de
los "preceptos», que deben ser obligatorios para todos y exigibles de modo
coactivo. A la gestión privada no pueden quedar más que los «consejos», que
en materia sexual vienen a identificarse, como ya dijimos, con la abstinencia o
renuncia al sexo, es decir, con la ascética sexual. Esto es lo que el Código Penal
español, siguiendo una tradición inveterada, procedente del Derecho canóni-
co, encerraba bajo la rúbrica de «delitos contra la honestidad». Las conductas
sexuales antinaturales eran por definición deshonestas. Como ya vimos, la Ley
Orgánica 3/1989 de 21 de junio cambió ese título por el de «delitos contra la
libertad sexual», que ha pasado tambiénal nuevo Código Penal español de
1995. No es sólo un.cambio de nOmbre, sino de toda una mentalidad. No hay
conductas sexuales antinaturales, porque la naturaleza no tiene fines internos,
ni es principio de moralidad o de legalidad. Hay; sí, prácticas sexuales incom-
patibles con el imperativo de respeto a los seres humanos. Éstas son, en primer
lugar, las que se hacen en contra o al margen de la libertad y voluntad de los
individuos. Esas son las primariamente inmorales. Por supuesto, hay también
conductas que son inmorales aun asumidas libremente por el propio indivi-
duo, ya que atentan contra los derechos de otros, como pueden ser la viola-
ción, el exhibicionismo, etc. Pero cuando no se lesionan los derechos de las
demás personas y las prácticas sexuales se asumen libremente, no hay motivo
para convertirlas en delitos jurídicos ..
Esto se puede formular de otra manera, diciendo que los deberes sexuales
son perfectos sólo en el caso de que su transgresión resulte lógicamente con-
tradictoria con el imperativo categórico, lo que sucede sólo en los casos que no
se respeta a las personas como fines sino sólo como medios. En caso contrario,
todas las prácticas sexuales han de considerarse deberes imperfectos, que qui-
zá nosotros no podamos querer, pero que en cualquier caso otros sí pueden
querer y deben tener libertad para hacerla, al menos privadamente.
51
------------------~~--------------------~-
Ante tal situación, caben dos posibilidades. Una, dejar que la naturaleza
siga su curso, y que por tanto sexualidad y reproducción vayan siempre unidas
en ~l deficiente. Otra, pedir a los parientes ya la sociedad que ponga el plus de
racionalidad que le falta al deficiente, separando sexualidad de reproducción.
Hay muchas deficiencias que permiten el ejercicio de la sexualidad pero no
aconsejan el ejercicio de la reproducción. No es la misma la capacidad que es
necesana para ejercer el derecho a la sexualidad que la que precisa el ejercicio
del derecho a la reproducción. Ambos son derechos humanos, pero sin duda
distintos entre sí, y con características y exigencias distintas. Un deficiente
puede ser capaz de disfrutar del derecho a la sexualidad sin tener capacidad
para disfrutar del derecho a la reproducción. En esos casos, parece claro qué
no se }e d.ebe imp~~ir el disfrute del primer derecho, aunque sí del segundo.
De ahí la justificación moral de la esterilización de deficientes mentales cuan-
do se cumplen ciertas condiciones, como viene estableciendo el Código Penal
52
--~~--~~~~----. --- -
español a partir de la reforma del año 19~9 (a:r. 428 del v.i~jo ~~ español, arto
156 del nuevo). Allí se dice que «no sera punible la esterilización de persona
incapaz que adolezca de grave deficiencia psíquica cuando aquélla haya sido
autorizada por el Juez a petición del representante legal del ir:capaz, oído el
dictamen de dos especialistas, el Ministerio Fiscal y previa exploración del
incapaz».
Naturalmente, también hay que velar por el respeto del derecho a la re-
producción del incapaz. Esto es obvio. Pero tan obvi~ c?mo ello es qu~ l~s
condiciones para el ejercicio de ese derecho son muy distintas a las del ejerci-
cio de la sexualidad. Se trata de dos derechos distintos, que hay que analizar
separadamente. Los familiares y la sociedad (p~~ intermedi? del juez) tam-
bién tienen que tutelar el derecho a la reproducclon del deficiente, ponderan-
do cuándo lo puede ejercer libremente y cuándo no. Pero las diferencias entre
sexualidad y reproducción pueden aconsejar el respeto del derecho a la sexua-
lidad y no el del derecho a la reproducción, y por tanto la esterilización de los
deficientes mentales.
53
monial (respeto y ayuda mutua, actuar en interés de la familia vivir juntos
gua,rdarse fidelidad y socorr~rse mutuamente) son absolutos, de 'tal modo qu~
est.a habla?d?, de convI~enCIa, fidelidad y socorro mutuo de por vida. Cual-
qUle~ rest:iccIon anu~a.na el vínculo. De ser esto así, cabría preguntarse qué
matnrnoruo es hoy válido, no ya entre los deficientes sino entre las personas
llamadas normales.
La c~nclusión que parece deducirse de todo esto es que hay distintos ni-
veles de v~nculo, y que no se ve bien por qué sólo al que es absoluto y perpetuo
se le considera matrimoniaL Todo vínculo que lleva a la convivencia fidelidad
y s.o~orro m,utuo, aun~ue quizá no de modo absoluto y permanent:, podría y
qUlza debena ser considerado matrimonial. En cuyo caso tendría perfecto sen-
tido preguntarse,por el matrimonio de los deficientes mentales, incluso de los
profun?os. Se~la un error conceptual grave, a la postre heredado del
naturalismo, dejar reducidas todas esas relaciones, como las de otros muchos
sUJe~osnormales, a meras ~niones d~ hecho. No es un azar que haya habido
que ~r concediendo a este tipo de uruones las prerrogativas propias del rnatri-
momo.
54
---------- ---------------
. que todo lo que no alcanza ese nivel debe quedar reducido a ser una mera
situación de hecho, no de derecho. Esto es particularmente obvio en el caso
del deficiente mental, en el que cabe un vínculo imperfecto, que debería ser
considerado no sólo como relación de hecho sino como matrimonio de de-
recho.
CONCLUSIÓN
De todo esto cabe concluir, al menos, una cosa, que la vieja teoría de los
actos contra naturam ha pasado, pienso que afortunadamente, a la historia, y
que nuestra única ley moral ha de ser el respeto al ser humano, a todos y cada
uno de los seres humanos. La sexualidad es, ciertamente, una de las dimensio-
nes de la vida en que más fácilmente se pierde ese respeto a los seres humanos,
convirtiéndolos en meros medios de placer. Los hombres somos fines y no sólo
medios, y por eso tenemos dignidad y no sólo precio. Pero no nos equivoque-
mos. Kant siempre diée que hemos de tratar a los seres humanos como fines y
no sólo como medios, no que hayamos de tratar!os sólo como fines. Decir esto
último sería ridículo, precisamente porque resulta imposible. Todos nos trata-
mos a todos como .medios. El problema no es que nos tratemos como medios,
sino que nos tratemos sólo como medios, olvidando la dignidad que nos co-
rresponde en tanto que seres humanos. En la vida sexual no hay duda de que
unos somos medios para otros. Eso no es ni moral ni inmoral, es la condición
propia del ser humano. Lo inmoral es tratar a los demás sólo como medios. De
ahí la gran consigna de la ética sexual, como en el fondo de toda ética
auténtica mente humana: a quien trata a los demás como fines y no sólo como
medios, todo lo está permitido; a quien no lo hace así, todo, sea lo que sea, le
está prohibido.
55
3
CRECIMIENTO POBLACIONAL
y DESARROLLO SOSTENIBLE
INTRODUCCIÓN
1 Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, Nuestro futuro común, trad.
esp.. Madrid, Alianza, 1988, p. 56, n. 23.
57
es aritmético. Por el contrario, cuando duplica su valor inicial cada unidad de
tiempo, entonces su crecimiento es geométrico o exponencial. Los dos son in-
crementos lineales, pero de condición muy distinta. Las realidades naturales y
humanas asimilan bastante bien los crecimientos aritméticos, pero no pueden
SOPOrtarpor mucho tiempo la progresión geométrica. Por eso los primeros
suelen ser fácilmente «sostenibles», en tanto que los segundos resultan siem-
pre a la pOstre «insostenibles». ,
> '
. Hay otro hecho tan sorprendente o más que el anterior, y es que el creci-
miento geométrico no asusta hasta un cierto momento, y entonces ya queda
muy poco tiempo para evitar la catástrofe. En el cuento anterior, es claro que el
~? n~ se ?a cuenta de la gravedad de la situación hasta aproximadamente el
h a tngeslmonoveno, y entonces estaba ya a dos pasos de arruinarse. Este
hecho lo ilustra aún mejor una adivinanza infantil francesa de la que se ha
ablado mucho en estos últimos años, a partir de que Robert Lattes se la con-
~~ra a l~s autores del famoso infor~e del, ~Iub de Roma titulad.o The Limits of
owti¡ . En un estanque hay un lirio acuanco que nene la propiedad de dupli-
car su tamaño cada día. A esa velocidad, el lirio cubrirá toda la superficie del
~s~anque en 30 días, impidiendo cualquier otro posible tipo de vida. Como el
tno es bello y pequeño, el dueño del estanque decide no podarlo hasta que no
OCUpela mitad de la superficie del estanque, convendido de que tiempo habrá
entonces para detener su crecimiento. De este modo se despreocupa del asun-
to, en la idea de que si ha tardado veintinueve días en cubrir la mitad del
es~anque, tardará otros tantos en ocupar la otra mitad. Sin embargo esto no es
~s1. La mitad del estanque tarda 29 días en invadirla, iy la otra' sólo uno!.
d uando el dueño del estanque se da cuenta del peligro, ya no tiene casi tiempo
e reaccIOnar. Le quedan sólo algunas horas para evitar la catástrofe.
-
2
47. Cf. Dermis L Meadows, Los límites del crecimiento, trad. esp., México, FCE, 1972, pp. 45.
3 Dennis L. Meadows, Los límites del crecimiento, trad. esp., México, FCE, 1972, p. 47.
58
Pero lo sorprendente no es tanto esto, cuanto que el crecimiento
exponencial es el más propio de las realidades biológicas. Hay unos famosos
experimentos que Pearl cuenta en su libro The Biology of Population Growtli
'.' (1925), y que ilustran bien este hecho. Pearl-introdujo en una botella una
familia de la mosca más usual en los estudios genéticos, dada la velocidad de
s'u reproducción, la Drosophila melanogaster. La familia estaba compuesta p'or
los padres, a los que denominó Adán y Eva, y sus descendientes, tanto en fase
de larva como de ninfa. El espacio en.que podían desarrollarse era limitado,
pero la temperatura era correcta y el alimento abundante. Así las cosas, Pearl
se dedicó a observar el ritmo de crecimiento de esta población, convencido de
que ello le daría una idea aproximada del modo como «la naturaleza efectúa
su curso acostumbrado». Y escribe: «A su debido tiempo nacieron más chicos,
y; que mamá y papá no descuidan la más importante de las tareas y privilegios
biológicos. Algunos morirán. Otros crecerán y tendrán a su vez progenie. Fi-
nalmente, los viejos morirán, no sin antes haber reunido a su alrededor un
buen número de sus descendientes de varias generaciones». La población, pues,
se desarrolla, crece. Y cuando intenta convertirse ese crecimiento en una ecua-
ción, se ve que sigue la curvasigmoidal, lo cual quiere decir que en condicio-
nes ideales tiende a crecer geométricamente, aunque la ulterior escasez de
recursos y espacio hace que al final tenga que detener su crecimiento real, de
tal modo que la curva acaba siendo asÍntota con la horizontal, Lo cual quiere
decir cuando menos dos cosas. Primera, que las poblaciones biológicas, en
condiciones ideales de espacio y alimento, tienden a crecer geomérricamente.
Segunda, que ese ritmo no pueden soportarlo a la larga los recursos, razón por
la cual éstos acaban imponiendo límites al crecimiento. Es el famoso tema de
«los límites del crecimiento», sobre el que luego volveremos,
59
cuencia absolutamente inevitable. La verdadera prueba de la virtud está en la
resistencia a todas las tentaciones del mal",
De ahí que para Malthus los sistemas de ayuda a los pobres no deban
considerarse más que como procedimientos que prolongan la agonía de unos
seres condenados por la propia naturaleza al exterminio. Aterra leer las pági-
nas en que Robert Malthus critica las poor laws inglesas, uno de los sistemas
más clásicos de asistencia social a los pobres y necesitados".
Es probable que todos digamos para sus adentros: bien, pero es de sobra
evidente que las predicciones de Malthus no se han cumplido, y que Pearl
tampoco tenía razón cuando intentaba extrapolar sus resultados y hacerlos
válidos para la especie humana. Lo cualnc.es del todo cierto. Aceptemos que
los recursos materiales han crecido por obra de la intervención humana en
proporción superior a la que Malthus propuso en su segunda ley. Aceptemos
también que el desarrollo económico de las poblaciones humanas es inver-
samente proporcional a sus tasas de natalidad, y que por tanto el incremento
del bienestar hace disminuir la población, con lo cual tampoco se cumple del
todo la primera ley. Pero aun así, sigue habiendo un conflicto grave entre re-
cursos materiales y utilización de éstos· por parte del hombre. Los recursos
llamados renovables (plantas, anhídrido carbónico, etc.) se reciclan y crecen a
un cierto ritmo, en tanto que la apetencia de ellos por parte de los hombres
puede crecer a un ritmo mucho mayor. Puede suceder, pues, que la antítesis
señalada por Malthus siga siendo vigente, si bien ahora se da entre recursos y
consumo, y no entre alimentos y población. El resultado de este conflicto tam-
poco consiste ahora exactamente en la miseria y el vicio, sino en el deterioro
del medio ambiente, la degradación de la naturaleza, la de forestación, etc. Y
al fondo, como en tiempo de Malthus, la muerte".
4 Roben Malthus, Primer ensayo sobre la pobtación, trad. esp., Madrid, Alianza, 1966, pp.
54-s.
5 CL R. Malthus, Op. cit., pp. 216ss.
6 Cf. Archer AA, Lüttig Gw, Snezhko Il, eds, Man's Dependence on the Earth, Sturtgart,
Schweizerbart, 1987; Informe sobre el Desarrollo Mundial 1992, Desarrollo y medio am-
biente. Washington, Banco Mundial, 1992; Lester R. Brown, La situación en el mundo, Barce-
lona, Apóstrofe, 1992; Al Gore, La tierra en juego, Barcelona, Ernecé, 1992.
60
rno de realimentación en la economía, de modo que el consumo tira de la
producción, ésta genera nuevo consumo, y así indefinidamente. Keynes consi-
deró que una vez descubierto este principio la erradicación de la pobreza de.la
faz de la tierra era sólo cuestión de tiempo (y no de mucho), y además nos
transmitió a.todos ese optimismo. El mundo occidental entero creyó durante
los años 50 y 60 que el progreso no tendría ya límite, y que el desarrollo
crecería siempre de modo imparable. Hizo falta que en 1971 Sicco Mansholt
lanzara la idea del «crecimiento cero», que en el año 1972 el Club de Roma
publicara su informe The Limits of Growth, y que en 1973 se iniciara una grave
crisis económica, para que todos empezáramos a cuestionamos el supuesto,
tan ingenuo como irracional, de que el crecimiento no tenía límites. Hoyes tan
claro que los tiene, que nadie se permite cuestionar seriamente este hecho. En
19~n,los mismos autores del citado informe, Donella y Denis Meadows y Jorgen
Rangers, publicaron otro informe titulado, muy significativamente, Beyond the
Limits',
7 CL Donella H. Meadows, Dermis L. Meadows, Jorgen Randers, Beyond the limits. Post
Milis, Vermont, Chelsea Green Publishing Company, 1992.
61
\ Y
,
respecto el caso de China. Haya este respecto una anécdota muy interesante
de Gandhi. Cuando estaba a punto de lograr la independencia de la India
respecto de Gran Bretaña, alguien le preguntó si proyectaba convertir su pa-
tria en un país tan próspero como la metrópoli. A lo que Gandhi respondió: «Si
el imperio británico necesitó apropiarse de la mitad de los recursos de este
planeta a través de sus colonias, écuántos planetas necesitaría la India para
igualar ese progreso?».
62
Y,::':'~\'
8 Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, Nuestro futuro común, trad.
esp., Madrid, Alianza, 1988.
63
cidad de sustento de nuestro planeta en las presentes circunstancias es de
unos 10.000 millones de personas. Si tales estimaciones fueran fiables, habría
que concluir que el planeta Tierra está habitado en poco más de la mitad de su
capacidad. Pero esto tampoco es exacto. Hay fundadas razones para pensar
que con una población infinitamente menor, muchas sociedades concretas su-
peraron su capacidad real de sustento y que esto constituyó su ruina. Cuando
se traspasa ese límite, hay una sobreutilización de los recursos, que ya no
pueden reciclarse y por tanto resultan cada vez más escasos. Algo de esto se
supone que sucedió en la época final de grandes civilizaciones, como la Maya,
la Griega y la Romana. También hoy existen países que están por encima de su
capacidad de sustento. El estudio de la FAO afirma que en la actualidad sesen-
ta y cinco países (con el treinta por ciento de la población total de la humani-
dad) se hallan en esas condiciones. Por otra parte, si bien las sociedades que
no han traspasado su capacidad de sustento puden «subsistir", cuando su cre-
cimiento demográfico es muy elevado no están capacitadas para "desarrollar-
se». De ahí la necesidad de completar el concepto de «capacidad de sustento"
con el de «desarrollo sostenible" (sustainabie development). El Informe
Brundtland ha intentado definir con precisión este último término. Así como
la capacidad de sustento nos dice la cantidad de habitantes que la Tierra «pue-
de" albergar, el óptimo de población se refiere a aquella que "debe" tener, a fin
de que su vida no sea puramente vegetativa o animal, sino que goce de los
bienes de la cultura y la civilización. Según el Informe Brundtland, el óptimo
de población humana debe estar en tomo a los 6.000 millones' de habitantes,
algo que se alcanzará en no más de diez años.
64
Es probable que ahora empiece a comprenderse por qué se habla tanto
desde hace años de calidad de vida, y precisamente en los países del llamado
Primer Mundo, que son quienes parece que en principio deberían estar menos
preocupados por este tema. Si se mide en términos económicos, no hay duda
de que el Primer Mundo tiene mayor calidad de vida que el Tercero. Pero su
calidad de vida puede estar también a punto de descender. En el Primer Mun-
do estamos en el punto en que quizá todo incremento adicional de cantidad
irá seguido de una disminución de la calidad. No hay crecimiento indefinido
de nada, tampoco de calidad de vida. Las curvas logísticas siempre acaban
siendo asíntotas a la horizontal, de modo que su crecimiento tiende a cero a
pesar de que lo estimulemos más y más. Sucede así que su rendimiento es
decreciente: una misma cantidad de estímulo produce cada vez menor rendi-
miento. Esta es, como se sabe, la ley que descubrió el pasado siglo el economis-
ta inglés David Ricardo, y que se conoce con el nombre de «ley de los rendi-
mientos decrecientes». El rendimiento sigue una curva logística del siguiente
tipo:
65
las poblaciones europeas de economía agraria han excedido durante muchos
siglos el óptimo, y esa es la razón de que padecieran graves crisis de hambre y
subsistencia que se encargaban de reducir drástica mente su población. Desde
1860 la población óptima ha aumentado considerablemente en los países de-
sarrollados, como consecuencia del aumento de la riqueza producida por la
revolución industrial. Ya en nuestro siglo, parece probado que en el Primer
Mundo el aumento de la población óptima ha sido más rápido que el aumento
de la población real. Un ejemplo típico es el de Suiza. A finales del pasado siglo
la población suiza estaba en torno a los 1,7 millones de habitantes, y la pobla-
ción óptima en torno a los 1,5 millones. Ello explica la existencia de movi-
mientos emigratorios. Por el contrario, en los años 60 la población estaba en
los cinco millones, y sin embargo se hallaba por debajo del óptimo de pobla-
ción, como lo da a entender el hecho de que la inmigración de trabajadores
extranjeros llegara a las 700.000 personas.
Hay razones para pensar que estamos atravesando en estos mismos mo-
mentos el ecuador poblacional de la tierra. Hace unos años la población del
Planeta alcanzó la cifra de cinco mil millones de seres humanos. A partir de
este punto de inflexión de la curva poblacional, parece que los aumentos de
calidad serán mucho más lentos y exigirán mayores esfuerzos. En caso contra-
rio, es decir, si los esfuerzos no progresan exponencialmente o no se frena el
ritmo de crecimiento de la población mundial, la calidad empezará a dete-
riorarse. Durante siglos, milenios, la calidad ha sido mala por la escasez de
población y exceso de recursos inexplotados. A partir de ahora, la calidad será
mala por lo contrario, es decir, por exceso de población y progresiva escasez de
recursos inexplotados. Si aquello dio lugar a la barbarie de que nos hablan los
libros de historia, esto puede originar unnuevo tipo de barbarie, de incalcula-
bles consecuencias. De ahí que Cipolla termine su libro con estas palabras: "Es
necesario actuar con urgencia para evitar que este último estado humano se
convierta en algo peor que el primero".
66
Actualmente hay en el mundo más gente que pasa hambre que nunc~ en la
historia de la humanidad, y su número va en aumento. En 1980,340 millones
de personas repartidas en 87 países en desarrollo no recibie:on ~I aporte sufi-
ciente de calorías para prevenir un desarrollo normal y senos nesgos de en-
fermedades. Este total era algo inferior a las cifras correspondientes a 1970
en términos de proporción de población mundial, pero en términos de cifras
totales representa un aumento del 14 por 100. Las predicciones del Banco
Mundial apuntan a que es posible que dichas cifras vayan en aumento".
De lo dicho 'se deduce que hay una cierta correlación positiva entre el
desarrollo económico, social y cultural por un lado y la calidad de vida ~or
otro, y una correlación negativa entre. población y calidad de vid~. ~l mejor
moda, pues, de equilibrar el crecimiento de la población con el crecimrento de
los recursos económicos no es frenar el desarrollo, ni establecer políticas es-
trictas de control de la natalidad, sino fomentar el desarrollo de todos los
pueblos, en especial de los menos favorecidos (que son además los de mayor~s
tasas demográficas), conforme al modelo antes citado del «desarrollo sos~elll-
ble»; un desarrollo que intenta ser responsable y no buscar tanto la cantidad
cuanto la calidad. Esto lleva a los autores del Informe citado a acuñar el con-
cepto de "nivel sostenible de población», o nivel óptimo de población (P), ade-
cuado al criterio de desarrollo sostenible. La mejor manera de controlar la
población es, pues, establecer una buena política de desarrollo sostenible. De
ahí que el Informe agregue: .
9 Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, Nuestro futuro común, p. 51, n.
10.
la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, Nuestro futuro común, p. 136,
n.37.
67
paradigmáticos de «desarrollo no sostenible». También lo son de vida degra-
dada y sin calidad. Estos conflictos son hoy, por otra parte, más mortíferos que
nunca, razón por la cual se cobran millones de vidas humanas. Las políticas
demográficas han de optar, pnes, por un crecimiento meramente cuantitativo
de la población, basado en el modelo del desarrollo no sostenible, o por un
crecimiento demográfico basado en la calidad de vida y el desarrollo sosteni-
ble. Como dice el párrafo final del Informe, «somos unánimes en nuestra con-
vicción de que la seguridad, el bienestar y la misma supervivencia del planeta
dependen de esos cambios ya»!'.
Hay que actuar con urgencia, pero también con ética. De aquí que el
criterio de la calidad de vida así definido tenga el carácter de principio moral.
A lo largo de la historia se han propuesto diferentes medios de control de la
población: la continencia sexual, la planificación familiar, la anticoncepción,
la esterilización, el aborto, el infanticidio. Todos ellos se han justificado siem-
pre desde criterios de calidad de vida. Cuando Platón propone el infanticidio
como modo de eliminar a los niños enfermizos y deformes, está utilizando un
criterio de calidad de vida. Es más que probable que a muchos nos parezca en
principio inaceptable. Parece que los métodos de control de la población pue-
den ordenarse de menos agresivos a más agresivos (continencia, anticoncepción,
esterilización, aborto, infanticidio), y que esta escala define también su mora-
lidad. No es concebible que puedan ponerse reparos morales a la continencia
sexual, como tampoco parece que sea posible aceptar la moralidad del infanti-
cidio. Son los extremos de una cadena de diferentes eslabones, cada uno de los
11 Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, Nuestro futuro común, p. 404,
n.126.
68
cuales comporta una gravedad moral mayor que la del anterior. No es mi obje-
tivo actual el analizar la licitud o ilicitud moral de cada uno de estos procedi-
mientos. Me basta con señalar dos cosas. Primera, que el criterio de calidad de
vida tiene un carácter teleológico o consecuencialista, y debe utilizarse siem-
pre junto con otro criterio deontológico o principialista, el del carácter absolu-
to de toda vida humana. Segunda, que si el criterio de calidad de vida no es
autónomo ni puede desligarse del que afirma el carácter absoluto de la vida
. humana, tampoco éste puede prescindir dé aquél. En los temas d~ población
que ahora nos ocupan, esto es evidente. Un aumento de población que no
tuviera en cuenta criterios de calidad de vida sería sencillamente suicida.
12 Cf. Francisco J. Ayala, La naturaleza inacabada. Ensayo en tomo a Id. evolución. Barcelo-
na, Salvar, 1994_
13 Cf. Xavier Zubiri, Sobre el hombre, Madrid, Alianza, 1986, PP.,343-435.
69
En esto consiste la «[usti-ficación», en elfacere justum. El animal vive en «juste-
za» natural, en tanto que el hombre vive en «justicia» :noral..Y ~ive por razone.s
estrictamente biológicas. Sin ella, su vida como realidad biológica es imposi-
ble, inviable.
Pero las cosas son algo más complejas. Cierto que las conductas éticas del
hombre, por ejemplo las altruístas, tienen su parangón en el mundo animal, y
por tanto obedecen a un programa genérico. Cierto que, hay ur:a¡semeJan~a
entre las conductas éticas humanas y las conductas altruístas animales. Sena
absurdo pensar otra cosa, ya que la moralidad del hombre es, como el altruísmo
animal, una conducta «adaptativa» a las situaciones. Esta semejanza no de-
muestra otra cosa que la base biológica de la ética.
Pero el que la ética tenga una base biológica no quiere decir que se reduz-
ca a ella. Y esto último lo demuestran muy bien las «diferencias» que existen
siempre entre las conductas altruístas animales y las conductas éticas huma-
nas. Es interesante comprobar cómo cuando los sociobiólogos describen las
conductas altruístas animales, siempre lo hacen con ejemplos que demuestran
cómo individuos concretos se sacrifican en beneficio de la familia o de la espe-
cie. Y se dice: esto es idéntico a lo que hacen los hombres, cuando dan su vida
por defender heroica mente su familia o su patria. Pero en realidad no es lo.
mismo, ni tan siquiera parecido. Tan no lo es, que la primera es una conducta
claramente «evolutiva» y «adaptariva», en tanto. que la segunda es «antievo-
lutiva» y «antiadaptativa»,
70
cando «el mayor bien para el mayor número», según el conocido principio de
Bentham, en tanto que la eticidad humana se rige por un principio
-deontológico» o «principialista», el de que todos los hombres son iguales y
merecen igual consideración y respeto. El primer enfoque considera a los indi-
viduos como «medios» para un fin (la permanencia de la familia o de la espe-
cie), en tanto que el segundo los considera como "fines» en sí mismos. De ahí
la conocida máxima que comenta Nozick: «utilitarismo para los animales,
kantismo para las personas» 14. De hecho, esta es la diferencia entre esos dos
mundos, el animal y el humano.
14 Cf. Roben Nozick, Anarquía, Estado y Utopía, trad. esp., México, FCE, 1988, p. 52.
71
mía, pero que yo no puedo generalizar al conjunto de la sociedad. Por eso
constituye el núcleo de lo que podemos denominar la ética individual o priva-
da, la ética de uno mismo, y de los que piensan como uno.
Ahora bien, hay otro nivel moral. Además de la ética privada está la ética
pública. Todos vivimos en sociedad, y la sociedad civil tiene que tener también
una ética, la llamada ética civil. Ella es el resultado del consenso entre los
ciudadanos. Por eso las decisiones de la voluntad general una vez tomadas
están por encima de las de los individuos particulares; son' públicas, no priva-
das. El sujeto de esos deberes morales no son directamente los individuos sino
el ente público, el Estado, que además puede utilizar la fuerza para exigir su
cumplimiento por parte de los individuos concretos.
. ,!odo esto .explica la importancia ética del derecho, y por qué junto a la
bioética h~ nacido el bio.derecho. El tema del bioderecho es realmente apasio-
na.nte. ASI como en el SIglo XVII los hombres formularon por vez primera la
~nmera tabla d.e los derechos humanos, los llamados "derechos civiles y polí-
tICOS»,y en el SIglo XIX fueron descubriéndose los llamados "derechos econó-
micos, sociales y culturales», o derechos humanos de segunda generación, hoy
estamos descubriendo un nuevo tipo de derechos humanos los llamados "dere-
chos ecolÓgicos». So~ lo~ derechos de quienes hoy habi~an nuestro planeta
-y de quienes lo habitaran en el futuro- a un medio ambiente no contami-
nado, no degradado y compatible con una vida de calidad. Las Naciones Uni-
das convocaron en 1972 una Conferencia en Estocolmo dedicada al tema del
Medio Ambiente. De ella salió un documento, conocido' con el nombre de De-
claración de Estocolmo, cuyo principio primero dice así:
72
El hombre tiene el derecho fundamental a la libertad, a la igualdad y a cond~-
ciones adecuadas de vida en un medio ambiente de una calidad tal que perrru-
ta una vida de dignidad y bienestar".
Hace algunos años,en 1982, las Naciones Unidas yel Consejo de Europa
comenzaron a definir un nuevo tipo de derechos humanos, !os llam~do.s ~(dert;-
chos eco lógicos» o derechos humanos de tercer~ generacion. El ~nnclplO pn-
mero de la Declaración de Estocolmo de 1972 dice: «El hombre tiene el de.re-
cho fundamental a la libertad, a la igualdad ya condiciones adecuadas de Vida
15 Naciones Unidas, Repare of the United Nations Conference on the Huma~ Envir~n~e~!,¡
Documento NConf. 48/14/Rev. 1, capítulo 1, Nueva York, 1972; Comisión Mun la
Medio Ambiente y del Desarrollo, Nuestro futuro común, p. 389, n. 81. ,
16 Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, Nuestro futuro comun, p. 405,
~7\:omisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, Nuestro futuro común, p. 405,
n.2.
73
en un medio ambiente de una calidad tal que permita una vida de dignidad y
bienestar". Tras los derechos civiles y políticos, y los derechos económicos,
sociales y culturales, surgen otros nuevos, hasta ahora desconocidos, los dere-
chos ecológicos, basados en el criterio de «calidad de vida". Se trata de los
derechos de las futuras generaciones a encontrarse con una naturaleza no
degradada. La Comisión Mundial del Medio Ambiente recomienda en el Infor-
me antes citado a la Asamblea General de la ONU que prepare una Declara-
ción Universal sobre la protección del medio ambiente y el desarrollo sosteni-
ble, a fin de que pueda ser aprobado por todos los países miembros en un
plazo de tres a cinco años. Como punto de partida, la Comisión Mundial pre-
senta un proyecto de Declaración, que comienza definiendo como Derecho
Humano Fundamental el siguiente: «Todos los seres humanos tienen el dere-
cho fundamental a un medio ambiente adecuado para su salud y bienestar».
De él deriva como corolario esta consecuencia: «Los Estados deberán conser-
var y utilizar el medio ambiente y los recursos naturales para beneficio de la
presente y de las futuras generaciones". Es una nueva dimensión de la morali-
dad humana, hasta ahora prácticamente desconocida. Si durante siglos ha
preocupado el crecimiento cuantitativo, y en ello se depositaban las esperan-
zas para acabar con la pobreza y elevar la calidad de vida de los hombres, hoy
esta calidad de vida parece que va unida a un control racional y planificado
del crecimiento. Frente al viejo concepto de «desarrollo sin límites" o «desa-
-rrollo cuantitativo» ha surgido en estos últimos años el de «desarrollo cualita-
tivo», entendido como «desarrollo sostenible". La Comisión Mundial del Me-
dio Ambiente y del Desarrollo ha hecho de él uno de sus principios básicos:
Los niveles de vida que trascienden el mínimo básico son sostenibles si los
niveles de consumo tienen en cuenta en todas partes la sostenibilidad a largo
plazo. Pero muchos de nosotros vivimos por encima de los medios
ecológicamente aceptables, por ejemplo en cuanto hace al uso de energía. Las
necesidades .conocidas están determinadas social y culturalmente, y el desa-
rrollo sostenible requiere la promoción de los valores que alienten niveles de
consumo que permanezcan dentro de los límites de lo eco lógicamente posible
ya los que todos pueden aspirar razonablemente.
74
cepto, pero no debemos olvidar que también pueden restringirlo. No está di-
cho que la ciencia y la tecnología vayan a resolver todos los problemas ecológicos
y medioambientales, sin plantear otros nuevos a veces tanto o más graves. De
ahí que para la Comisión Mundial la ciencia, la tecnología y el desarrollo han
de tener unos límites, que vienen marcados por la necesidad de salvaguardar
y proteger los sistemas naturales que sostienen la vida en la Tierra: la atmósfe-
ra, las aguas, los suelos y los seres vivientes. Como dicen los redactores del
Informe, un desarrollo sostenible ha de subordinar la «cantidad de crecimien-
to" a la «calidad del crecimiento". De ahí que la ética del desarrollo sostenible
esté basada en el concepto de «calidad de vida».
7S
no es un mero hecho natural sino cultural. La cultura es la conversión de los
recursos naturales en posibilidades históricas. Una de esas posibilidades es la
capacidad de subsistir, controlando el incremento de la población.
Son estas polít!~as que hemos denominado imperativas las que provocan
~na enorme discusión ~ un profundo rechazo. Evidentemente, las políticas
coacnvas lo provocan mas y mayor, pero eso no es objeto de discusión o polé _
mIca La l ,. , ,. ,J
.po,emlca esta, sobre todo, en las políticas Imperativas. Por eso es en
las 9u~, nss.vamos a ?etener ahora. Quiero añadir que también hay una cierta
polerl1!caen las políticas indicativas, pero de tono menor. Lo analizaré al final.
Las políticas imperativas están representadas paradigmáticamente por la
del Banco Mundial, al supeditar los créditos al desarrollo al establecimiento de
0--, políticas de control de la natalidad.
Frente a esa tesis, que como la anterior sigue partiendo de la idea de que
es urgente impedir que la población humana siga creciendo, han surgido críti-
.. cos acervos, Estos parten del principio de que no sabemos exactamente qué es
«superpoblación» en nuestro planeta, ni cuándo está justificado tomar medi-
das drásticas. Para quienes así piensan, toda la argumentación de los organis-
mos antes citados se basa en premisas puramente ideológicas, que no vienen
exigidas por los puros hechos. Un ejemplo insigne y muy riguroso de este modo
de pensar lo tenemos en el libro de Jacqueline Kasun, The War Against
population: The Economics and Ideology of Population Control (1988). Esta es
también la postura mantenida en las Conferencias Internacionales sobre Po-
blación por los delegados del Vaticano. ¿Quién puede predecir cuántas bocas
podrá alimentar la Tierra dentro de cincuenta o cien años? ¿Acaso no han
resultado fallidas todas las predicciones hechas con anterioridad, incluída la
de Malthus? ¿Cómo saber con antelación los descubrimientos científicos que
van a realizarse en los próximos cien años, y que pueden quizá acabar con el
hambre en el mundo para siempre? ¿Acaso en estos últimos meses no hemos
asistido, atónitos, a la noticia de fusión fría, y con ella a la posibilidad de
acabar de una vez por todas con el problema energético? ¿Qué sucedería si
fuera posible realizar la función cIorofílica en el laboratorio? No lo sabemos, y
por tanto es imposible hacer predicciones racionales sobre lo que sucederá en
el futuro.
Así las cosas, parecería que no es posible una solución racional del con-
flicto, y que por ello el tema debe considerarse a la postre irresoluble. Pero esta
conclusión no se deduce de las premisas. Realmente, lo único que se deduce de
ellas es, como sugiere Rafael de Asís Roig, que no parecen «acertadas aquellas
teorías que solucionan este problema proponiendo una actuación de los parti-
cipantes previsora de los deseos de las nuevas generaciones o conocedora de
las proposiciones mejores para su desenvolvimiento. Entiendo que estas teo-
rías no tienen en cuenta la evolución histórica, cultural, etcétera ..., y propug-
nan un decisionismo en el ámbito moral contrario a la libertad y tolerancia».
77
4
ÉTICA Y REGULACIÓN DE LA NATALIDAD
INTRODUCCIÓN
79
,Toda población está sometida a mecanismos de control, que establecen
sus límites. Los mecanismos de control son de dos tipos. Unos actúan provo-
cando la m,uerte de aquellos especímenes que no pueden seguir subsistiendo.
y otros actuan en el ongen de la vida, restringiendo los índices de natalidad. O
dicho en otros términos, el control de la población se realiza siempre, bien
controlando la mortalidad, bien Controlando la natalidad, o por la conjunción
de ambos factores. Pues bien, según el modo como se articulen estos factores
surgirán diferentes regímenes de población o regímenes demográficos. Gene:
ralrnenre se distinguen tres, el régimen demográfico antiguo, el de transición o
moderno, y el llamado régimen estacionario.
Cf. Jacques Vallin. La población mundial, Madrid, Alianza, 1995, pp. 65-67.
80
- __ o - _
81
dar asistencia médica a las sociedades que básicamente todavía son agrícolas.
Las consecuencias de tal impulso han sido horribles. El descenso repentino
del índice de mortalidad, unido al hecho de que algunos países de los llama-
dos 'subdesarrollados' no están preparados para los cambios culturales que
comporta la Revolución Industrial (especialmente en lo que respecta al con-
trol de la natalidad), ocasiona un dramático ensanchamiento del 'vacío demo-
gráfico'[ ...] Debido al elevado índice de crecimiento demográfico, se hace
difícil la 'industrialización'. Como no hay 'industrialización', los índices de
natalidad y de crecimiento demográfico permanecen altos'.
Una vez analizado el «qué", que hay control de poblaciones, que es inevi-
table, natural y cultural mente inevitable, debemos plantear el segundo tema,
82
--------
El tema preocupó desde los mismos orígenes del estudio de las poblacio-
nes. Uno de los primeros intentos de plantearse en serio esta cuestión es el que
realizó el sacerdote anglicano Robert Malthus en su Essay on the Principies oi
Population (1798). En el capítulo anterior ya tratamos este tema, así como los
conceptos «capacidad de sustento», «óptimo de población» y «desarrollo soste-
nible», que economistas y demógrafos posteriores a Malthus han intentado
definir.
Los intentos son bien conocidos. Desde finales de los años cincuenta, los
países industrializados, y en particular los Estados Unidos, comenzaron a pro-
mover políticas de control de la natalidad en los países en desarrollo. La tesis
fue que sin políticas de control de la fecundidad no habría ayudas al desarro-
llo. Los programas de planificación familiar se pusieron en marcha primera-
mente en países fuertemente dependientes de los Estados Unidos (Puerto Rico,
Taiwan, Corea del Sur), y después en otros muchos en el área de influencia
americana (India, Filipinas, Tailandia, Indonesia, Túnez, Egipto y América
La verdad es que los mecanismos de control de la natalidad nunca han sido meramente
naturales en el ser humano. Cf.Alfred Sauvy, Hélene Bergues, M. Riquet, Historia del control
de nacimientos, Barcelona, Península, 1972; John T. Noonnan, Jr., Contraception: A History
o/ lts Treatment by the Catholic Theologians and Canonists. Cambridge, Mass, The Belknap
Press, 1986; Angus McLaren, Historia de los anticonceptivos, Madrid, Minerva, 1993.
83
Latina). El resultado fue por lo general muy desalentador, no sólo por los mé-
todos utilizados, sino también por el rechazo que produjeron en la población.
Las políticas neomalthusianas fueron asociadas al imperialismo yankee, y frente
. a ellas los movimientos de liberación nacional opusieron otras decididamente
poblacionistas y antimalthusianas.
Diez años después, en 1984, las Naciones Unidas convocaron una segun-
da conferencia en México, esta vez a petición de los países en desarrollo!".
Ahora eran éstos los que pedían el control poblacional, y la Norteamérica de
Reagan la que desvinculaba demografía de desarrollo. En México se lograron
tres metas muy importantes: primera, convencer a los países en desarrollo que
las políticas de control de la natalidad no son un arma en manos del imperia-
84
lismo y los intereses de la burguesía; segundo, desec.har elabort~ como medio
de control de la natalidad; y tercero, rechazar todo sistema coactivo de control
de natalidad.
14 Cf. Juan Pablo!l, Evangelium Vitae. Valor y carácter inviolable de la vida humana. Madrid,
PPC, 1995, nn. 68-74.
85
legitimidad del Estado no viene de arriba, ni del cumplimiento o no de unos
derechos naturales, silla de la voluntad soberana de los individuos huma
Por. tanto, una ley será legítima si es el resultado de la voluntad general de ~~~
sociedad, no SI cumple o no con los preceptos de la llamada ley natural.
~~~tef~ absolutos y SI? excepciones? ¿Cómo puede afirmarse que quien noel~s
Pb. les porque esta ciego, o porque sus costumbres depravadas no le dejan
pero Ir os con clandad? ¿Qué costumbres son las depravadas las esclavistas
o las antlesclavlstas, las estamentalistas o las lib 1 '.
de Aquino l nri I era es, etc., etc.? Dice Tomás
bo fique e ¡nmer precepto: absolutamente evidente, de ley natural es el
num el~t aClen um et malum vuandum, algo en lo que todos estaríamos de
;~i~e~~~os'~:~~~~:~ossurge c~~ndo se trata de dotar de contenido concreto a
, genencos y formales como ése" En t .
~~:~os:~~e acudir, como Tomás de Aquino hace, al orde~ de ~ar~~tt~~~~~!
1 p cipio de moralIdad, cosa difícilde aceptar a partir del siglo XVIII D
r~z¿~e ~e~ulta ,que ta~ C~ntenido ~o puede venir determinado más que po'r 1:
. ' s mas que u oso que esta, también en contra de lo u ~ is d
Aqumo pensaba, pueda establecerlo de modo absoluto y definitivo. ornas e
86
La cosa es tan embarazosa aun para los mismos defensores de la teoría de
la ley natural, que no les queda otro remedio que decir que hay instancias
privilegiadas de interpretación de los contenidos de la ley natural, como son
las Iglesias. La ley natural es expresión de la voluntad divina, y por tanto su
contenido adquiere nueva luz al analizarlo desde esta perspectiva. La conse-
cuencia es, naturalmente, que las autoridades religiosas son los últimos, y a la
postre los únicos intérpretes de la ley natural. Pero esto es difícilmente sosteni-
ble. En primer lugar, porque choca de nuevo con la evidencia histórica más
contundente. También las Iglesias se confunden en la interpretación de los
contenidos de la ley natural, como ha sucedido con cierta frecuencia a lo largo
de la historia. No parece que la gracia de estado tenga mucho que ver con la
int~rpretación de los preceptos de ley natural, y quienes tienen esa gracia de-
berían ser muy cautos en su utilización para estos fines. Pero no es esa la razón
que me parece más importante, o también más grave. Es que si.concedemos a
las Iglesias la prerrogativa de intérpretes sumos de la ley natural, estamos
negando de plano el principio de libertad religiosa, y con él todo el entramado
democrático. De hecho, así se ha venido manifestando la Iglesia hasta no hace
mucho. La condena del liberalismo, que se repite sistemáticamente a todo lo
largo del siglo XIX y de la primera mitad del XX, no significa otra cosa que
ésta: que la libertad de conciencia no es asumible; que es un'error nefando, y
~ por tanto que no es un derecho humano ni un principio de ley natural. He aquí
una cuestión curiosa. La libertad de conciencia es hoy un derecho fundamen-
tal, un derecho civil y político, y por tanto lo que en el lenguaje clásico debe
considerarse como uno de los principios fundamentales de la ley natural. Y sin
embargo la Iglesia lo ha estado combatiendo en virtud, precisamente, de esa
misma ley natural. La doctrina de la ley natural no protege contra este tipo de
paradojas. Toda la modernidad ha venido defendiendo la libertad religiosa
como un principio de ley nautral, y sin embargo la Iglesia lo ha combatido
apelando, precisamente, a esa misma ley natural. Tu idea era -y es- que la
verdad objetiva no puede tener las mismas prerrogativas que la mera verdad
subjetiva, y que por tanto la libertad de conciencia no protege más que el error
invencible de quienes creen estar subjetivamente en la verdad, pero están ob-
jetivamente en el error. La Iglesia se sabe subjetiva y objetivamente en la ver-
dad, y por tanto está por encima de la libertad de conciencia. Lo que ella dice
es objetivamente verdadero, y debe tener una validez no sólo privada sino
también pública. El Estado como institución tiene que ajustarse a esa ley obje-
tiva> y no dejarse llevar por el error subjetivo de los ciudadanos. La voluntad
general no puede definir lo que es correcto e incorrecto, legítimo e ilegítimo .
La corrección y la legitimidad vienen dadas por el respeto a unos principios
absolutos, que tienen validez más allá de la opinión de los ciudadanos.
87
que todas difieren sustancial mente en estos puntos. Y pronto se advertirá que
las creencias religiosas no pueden ser consideradas más que como opciones
personales de vida, que nadie puede imponer a los demás. Éste es el sentido
auténtico del principio de libertad religiosa. Y si esto es así, entonces hay que
concluir que las leyes públicas no pueden surgir ni legitimarse más que por el
consenso de voluntades entre los individuos de diferentes sistemas de valores
y credos religiosos. Imponer uno sobre los demás no sólo no es un principio
evidente de ley natural, sino que debería considerarse como lo contrario, corno
una nueva interpretación torcida de la ley natural.
La razón. que se suele aducir para no estar de acuerdo con los principios
de la tolerancia y de la democracia son las consecuencias negativas a que esos
valores han conducido. Hay una especial predilección por sacar a relucir en
este contexto el fenómeno nazi. Se argumenta que la voluntad general de un
puebl~, en ese caso el alemán, no justifica ni legitima los crímenes que se
cometieron, y que por tanto tiene que haber una instancia superior a la mera
voluntad general. Pero eso no es cierto. Los pueblos, como los individuos, pue-
den errar y cometer monstruosidades. Esto no hay modo de evitarlo. Esto no lo
ha podido evitar nadie, ni los regímenes teocráticos, que también cometieron
enormes monstruosidades. Lo que sucede es que esos actos pueden ser juzga-
dos por otras gentes, o por la voluntad general de todos los seres humanos,
co~o monstruosos, y entonces ser combatidos. Es más, el propio pueblo ale-
man~ que en un momento legitimó esas aberraciones, luego fue capaz de arre-
pentirse y abominar de ellas ', Esta es la vida moral, el hecho de optar, de equi-
vocarse, y de poder arrepentirse de las equivocaciones. Querer evitar esto con
88
la apelacion a pretendidos principios absolutos, es en la teoría inviable y en la
práctica inútil.
17 Cf. Juan Pablo 11,Evangelium Vitae. Valor y carácter inviolable de la vida humana. Madrid,
PPC, 1995, nn. 75-77.
89
Pero el recurso a los preceptos negativos o de prohibición tampoco arre-
gla las cosas. ¿Quién ha podido formular alguna vez algún precepto ne?ativo
que no tenga excepciones? Pongamos el caso del derecho,a.la vida. Es evidente
que las excepciones existen, como es en los casos de legltJm~ defensa, guerra
justa, estado de necesidad, etc, Se dirá que eso no son excepciones, pues c~an-
do uno mata en defensa propia no está yendo en contra del derecho a la VIda,
sino precisamente intentando defenderlo, protegiendo su propia vida. Pero el
argumento dista mucho de ser convincente. Si estamos hablando de derechos
negativos (los llamados derechos positivos o de virtud nadie ~uda. q.u~ no son
absolutos, y que los límites de su aplicación deben quedar al libre JUlCIO de. las
personas particulares) entonces no debemos referimos al derec~o a la vida,
sino al deber de no matar a otro. Pero si este precepto lo enunciamos como
absoluto, entonces hay que decir que nunca habrá circunstancia alguna qu~
permita quebrantarlo, ni la legítima defensa. Nadie puede matar a o.tro;, ?I
para salvar la propia vida. Obviamente, así formulado resulta un pnnC\p~o
increíble. Y es que la idea de que existen preceptos negativos absolutos y sm
excepciones es sencillamente increíble. Ya podemos modificar ad hoc la teoría
todo lo que queramos, a fin de evitar sus paradojas. No lo conseguiremos. Una
modificación frecuente ha sido la de afirmar que las excepciones surgen cuan-
do el precepto no está bien formulado. Por ejemplo, no es verdad que no haya
excepciones al no matar, pero si precisamos más y nos referimos al sujeto ino-
cente, entonces parece que sí puede afirmarse que nadie puede nunca matar
legítimamente al inocente. La muerte del inocente, pues, sería un precepto
negativo absoluto y sin excepciones. Con esto se cree que se tiene la solución al
problema del aborto. Pero de nuevo aparecen las paradojas. ¿Es tan claro que
no se puede matar nunca al inocente? Hay múltiples ejemplos que demuestran
que esto no es así. Hace poco me contaban un hecho acaecido durante la gue-
rra en El Salvador. El ejército acababa de ocupar una población que había
estado en manos de los guerrilleros. Estos huyeron al campo con sus mujeres e
hijos, y se escondieron entre los árboles. El ejército iba tras ellos y práctica-
mente les pisaba los talones. En ese momento, un niñito recién nacido se puso
a llorar, y la madre que lo llevaba en brazos lo asfixió en un intento por evitar
que los descubrieran. Es un caso de muerte del inocente. ¿Quién se atrevería a
considerarlo inmoral? Por otra parte, los preceptos negativos o de prohibición
pueden entrar en conflicto entre sí, en contra de lo que se suele decir. El no
mentir puede entrar en conflicto con el no matar. Una mentira puede salvar la
vida de una persona. Se dirá que en ese caso la mentira está permitida, porque
permite parvedad de materia. Pero si hay parvedad de materia, es que no es un
precepto absoluto, y si es absoluto, no ~e entiende en qué puede consistir la
parvedad de materia.
90
diante el consenso mayoritario de la población. Lo demás es abogar por el
golpismo y la fuerza, es decir, intentar i~poner a los demás, mediante la fuer-
za, los principios que no pueden generalizarse de otro modo. ,
91
CONCLUSIÓN
Como conclusión de todo lo anterior cabe decir que hay una ética del
control de problación, porque toda sociedad y todo individuo pueden, deben y
tienen que controlar la población. Y si no la controlan bien, la controlarán mal.
La historia no es un ejemplo edificante de buen control de la población. Todo
lo contrario, es un ejemplo paradigmático de lo que no se debe hacer. Ha sido
claramente amoral, cuando no inmoral.
Los países occidentales han preferido durante décadas otro método que
yo no me atrevería a llamar coactivo, pero que tampoco era meramente indi-
cativo. Por eso lo he bautizado de imperativo. Consistía en condicionar las
ayudas al desarrollo al establecimiento de políticas antinatalistas. Si, como se
dice, el desarrollo controla por sí solo la natalidad, épara qué exigir como
condición el control de la natalidad a las ayudas económicas al desarrollo? Por
otra parte, lo que se intenta con esas políticas no es promover el desarrollo
sostenible, sino salir del subdesarrollo mediante las políticas propias del desa-
rrollo insostenible. ¿Hasta qué punto es esto correcto? él-lasta qué punto es
lícito?
92
-~~_.~-----_._-_. __ .
93
---_~-_~---;
;-~~~-~ -------_~_._--_ .._ .._--_._--_ .•.._---
5
PROBLEMAS FILOSÓFICOS EN GENÉTlCA
Y EN EMBRIOLOGÍA
INTRODUCCIÓN
Los griegos fueron los inventores del concepto de piiysis, naturaleza. Este
término viene de la misma raíz que el verbo phyo, que significa nacer, crecer y
brotar. La naturaleza está viva y posee un interno dinamismo. En la naturaleza
de la semilla de trigo está el qu~ germine, nazca, crezca, grane y llegue a su
95
plenitud en el estío. También pertenece a su naturaleza el que a partir de un
cierto momento inicie su proceso de corrupción.
En conclusión, pues, podemos decir que los griegos, y tras ellos los hom-
bres occidentales hasta hace menos de un siglo, han tenido una idea del mun-
do que, como Antonio Ferraz ha puesto en claro, un matemático podría deno-
minar «conjuntualista». Según ella, el mundo, la naturaleza, es un conjunto de
elementos o sustancias numerables, que actúan entre sí con relaciones de tipo
causal.
96
-- --_._---_._- ---------
2 Cf. el magnífico libro de William Berkson, Las teorías de los campos de fuerzas. Desde
Faraday hasta Einstein, trad. esp., Alianza Universidad, Madrid, 1981.
3 Xavier Zu iri, Naturaleza, Historia, Dios, 9" ed., Madrid, Alianza, 1987, p. 332. (En
adelante, NHDl.
4 NHD,337.
97
en el libro de la naturaleza es el azar. La termodinámica, la mecánica cuántica
y el principio de indeterminación no son sino ejemplos de algo que puede y
debe elevarse a categoría: la evolución de la naturaleza está regida por las
leyes del azar. En esto consiste su esencial indeterminación, que no es lógica
sino física. La indeterminación no se debe, pues, a nuestro desconocimiento de
«variables ocultas". No hay variables ocultas que permitan hacer de la indeter-
minación un mero fenómeno lógico, no físico.
Ahora ya no podemos afirmar, como Sófocles, que «los dados que echa
Júpiter caen siempre bien", sino aquello otro de Mallarmé: «una jugada de
dados jamás abolirá el azar". Einstein solía decir a sus amigos que aceptar que
el universo se rige por el puro azar, y que Dios está continuamente jugando a
los dados, «es demasiado ateísmo". Desde luego lo hubiera sido para un grie-
go, y lo era para el Dios de Einstein, que como Prigogine ha dicho, es más el
Dios de Espinoza que el de las religiones", Quienes piensan así siempre han
querido ver la naturaleza desde el punto de vista de la divinidad, sub specie
aeternitatis, en perspectiva tea lógica. Podría decirse que en la historia de Occi-
dente no se han dado más que dos concepciones de la naturaleza, una teológica,
la antigua, y otra física, la moderna. Ambas son en buena medida antitéticas,
como antitéticos son también sus respectivos puntos de vista". He aquí algunas
de sus características:
5 Cf l. Prigogine, ¿Tan 5010 una ilusión? Una exploración del caos al orden, Barcelona,
Tusquets, 1983, p. 146.
6 La actual teoría matemática del caos parece estar demostrando que en los procesos
azarosos hay un orden mayor del esperado, aunque no por eso dejan de ser azarosos. Cf. Ian
Stewart, Uuega Dios a los dados?, Barcelona, Crítica, 1991.
7 NHD,315.
98
entre sí relaciones que no son de tipo causal sino «funcional". A estos campos
que no son sustancias pero sí realidades es a lo que Zubiri ha llamado
«s~stantlVldades". Y lo que forma parte del campo, eso que antes hemos deno-
minado cosa, es lo que Zubiri llama «nota" o «momento". Sustantividad es la
estructura campal con suficiencia constitucional; o también> la estructura
clausurada de notas o momentos, en unidad coherencial primaria", En el libro
Sobre la esencia encontrará el lector la explicación necesaria y suficiente de
estos conceptos.
una vez inscrito en la. ~structura del ADN, el accidente singular, y como tal
esencialmente írnprevisíble, va a ser mecánica y fielmente replicado y traduci-
do, es decir a la vez multiplicado y transpuesto a millones o a miles de millo-
nes de ejemplares. Sacado del reino del puro azar, entra en el de la necesidad,
de las certidumbres más implacables".
: Cf. X. Zubiri, Sobre la esencia, 4a ed., Madrid, Alianza, 19, pp. 170-1. (En adelante, SE).
la C~.J. MO,nod,El azar y la necesidad. Barcelona, Tu~quets, 1985.
O. Ramon Margalef, Biosfera. Entre la termodLnam¡CQ y el juego. Barcelona Omega
198~ p.33. ' ,
tI J. Monod, Op. cit. p. 131.
99
la constitución de los seres vivos. Pero esto puede entenderse también de dos
maneras distintas.
12 Cf. Agustín Albarracín, La teoría célula: Historia de un paradigma. Madrid, Alianza, 1983.
100
Todavía cabe llevar algo más allá esta mentalidad. Los filósofos antiguos
distinguieron siempre entre la substancia primera o individual, y la substancia
segunda o universal. Sólo ésta constituye la esencia de la cosa. Por tanto, lo
esencial del genoma no está compuesto por todas sus características indivi-
duales, sino sólo por aquellas que son universales y se dan en toda la especie.
Éste es uno de los sentidos que tuvo en griego el término eidos, que los latinos
tradujeron por species. El genoma sería la raíz y el fundamento del concepto
biológico de especie. El genoma de todos los individuos es substancial, pero
sólo el quidditativo o específico es esencial. La esencia del hombre está
constituída por sus propiedades específicas. Lo que añade la substancia prime-
ra o individual a la substancia segunda o universal es simplemente la indivi-
duación, que tiene lugar, según la interpretación más admitida en la Edad
Media, por la materia signata quantitate. Y como la quantitas es uno de los
nueve accidentes de la tabla aristotélica de las categorías, resulta que lo que la
individuación añade a la esencia es puramente accidental, aunque el hecho de
la individuación sea en sí esencial. De lo que se deduce que el proceso de
individuación es siempre un proceso de accidentalización, en tanto que la
quiddificación es esencialización.
Ningún biólogo ni ningún filósofo de los siglos XIX y XX, por tanto de la
era de la moderna genética, ha expuesto de modo explícito su pensamiento
conforme a las categorías que acabo de establecer. Sin embargo, pienso que la
mayoría de ellos las tienen implícitamente asumidas como presupuestos men-
tales obvios e indiscutibles. No en vano Grecia fue la matriz de toda la cultura
occidental, y está en la base de todos los desarrollos ulteriores. Los conceptos
de la filosofía aristotélica que he intentado describir condicionan de hecho
nuestras ideas sobre genética más de lo que nosotros mismos sospechamos. Yo
me atrevería a decir que en biología aún no se ha producido la revolución de
pensamiento que antes vimos a propósito de la física. También cabría afirmar
que en genética aún no ha penetrado la nueva idea de naturaleza. La genética,
concretamente, no se ha desprendido todavía de los viejos esquemas
sustancialistas y elementaristas, en favor de otros estructurales y generativos.
En esto va muy por detrás de otras ciencias humanas, como por ejemplo la
lingüística, o la gramática generativa. Por eso considero tan positivo el enfo-
que de Antonio García-Bellido, cuando trata de aplicar a la genética los ade-
lantos operados en estas ciencias. En su Discurso de Ingreso en la Real Acade-
mia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, titulado Hacia una Gramática
genética 13, decía:
13 Cf. Antonio Garcia-Bellido, Hacia una gramática generativa. Madrid, Real Academia de
Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, 1984. .
101
interacción de los elementos que participan a cada nivel de complejidad (en-
foque estructuralista). El primer enfoque aparece justificado en un sistema
concebido a priori como organizado por la adición o supersposición de ele-
mentos, como directa consecuencia de sus propiedades en un nivel inferior;
es decir, es válido en sistemas inducibles y predecibles. Es interesante encon-
trar que en el nivel más atomista de la Física, en Física Nuclear, el enfoque es
estructuralista, sus elementos están definidos precisamente por sus interac-
ciones. A niveles de complejidad superiores, como en Lingüística, el enfoque.
es también estructuralista: la Lingüística actual trata de deducir reglas
generativas más bien que describir propiedades morfológicas, para explicar la
estabilidad y la evolución de las lenguas. Por contraste, la Biología actual está
dominada todavía por un enfoque reduccionista: está más interesada en defi-
nir categorías morfológicas (en fenómenos y en formas) que en encontrar
reglas generativas y descubrir restricciones. Su objetivo es explicar fenóme-
nos y formas como una consecuencia de las propiedades de los componentes
tal y como son definidos al nivel químico y morfológico ".
102
.. tica generativa", en tanto que en genérica sólo se ha utilizado hasta el momen-
,. to las primeras. Asumir en genérica estas últimas ha de suponer:
103
describirse hechos que demuestran bien cómo el genoma es sólo «subsisterna»,
y cómo el fenoma no es consecutivo sino «constitutivo". Para explicar esto
nada mejor que acudir al modelo del operón de Jacob y Monod.
16 Cf. José Ramón Lacadena, Genética, 4 ed., Madrid, Agesa, 1988, pp. 782786.
17 Cf. José Ramón Lacadena, Op. cit. pp. 548-553, Y 1173.1209.
104
ción por las ARN-polimerasas. Hay mecanismos de regulación de tipo negati-
vo y de tipo positivo, por activación o represión, cada uno de los cuales es
característico de un sistema regulador específico. Un 'gen regulador' particu-
lar puede controlar un único gen estructural o varios, contiguos o dispersos
en el genoma, que constituyen su 'operón'".
Lo que la teoría del operón dice es, pues, que los genes estructurales no
son "operativos" más que cuando resultan activados por otros genes regulares,
que a su vez necesitan para ello de ciertos efectores procedentes del medio
externo. Este hecho obliga a distinguir, dice García-Bellido, el genoma del
apogenoma, y ambos del fenoma.
105
«fenorna». Esto es algo que hubiera resultado inconcebible para la genérica
clásica, sustancialista y mecanicista, en vez de campal y estructural. Pero una
genética que admite el modelo del operón ya no puede ser mecanicista. En
consecuencia, pues, podemos decir que lo único que tiene suficiencia constitu-
cional (no constitutiva) es el fenoma. Tenemos que acostumbramos a ver el
genoma desde el fenoma, y no al revés".
Quiero terminar esta primera parte diciendo que en mi opinión esa men-
talidad clásica que sobrevalora el genoma como esencia del ser vivo, de tal
manera que todo lo demás sería mero despliegue de las virtualidades allí con-
tenidas, es la responsable de que la investigación biológica se haya concentra-
do de modo casi obsesivo en la genérica, y haya postergado de modo muy
característico el estudio del desarrollo, es decir, la embriología. Este estado de
cosas no ha venido a resolverlo más que la biología molecular. La biología
molecular ha llevado a su máximo esplendor el desarrollo de la genética, en
forma de genética molecular. Pero a la vez, ha permitido ver sus intrínsecas
limitaciones. La biología molecular ha permitido comprender que el desarro-
llo de las moléculas vivas no depende sólo de los genes. De ahí la importancia
que en estos últimos años ha ido adquiriendo la biología molecular del desa-
rrollo. Uno de los biólogos que más ha escrito sobre las cuestiones a que se
refiere este artículo, Clifford Grobstein, confesaba hace años, al comienzo de
su libro From Chance to Purpose:
106
------------_ .. _----~
No hay duda de que esto es en parte así. Pero sólo en parte, Como ha
escrito García-Bellido,
107
Comencemos repitiendo algunas cosas ya insinuadas. Nosotros, hombres
occidentales, solemos tener una idea excesivamente griega o aristotélica de lo
que son las cosas. La filosofía griega fue, como es bien sa~ido, rabiosamente
«substancialista». Para Aristóteles las cosas son substancias. «Sub-stancia»,
ousia, es toda cosa natural que goza de cierta individualidad o autonomía. Es
importante recordar por qué se las denomina a las cosas «sub-stancias».
Aristóteles piensa que toda cosa real, por ejemplo una manzana, tiene deter-
minados caracteres externos, como el color, el sabor, el olor. Estos caracteres
no son «la» manzana, sino "de» la manzana. Esto quiere decir que no son en sí
sujetos, sino que están en un sujeto; están como adheridos a él. Esto es lo que
los latinos llamaron acciáens, lo que está sobre algo o alguien. Y este algo o
alguien es su sujeto de adhesión o inhesión de los accidentes, lo que está deba-
jo de ellos y los sustenta. Por eso se llama «sub-stantia», lo que está debajo.
108
establecen el eje medial y la orientación, Roux descubrió que estaban relacio-
nados con los planos de división primeros. Más tarde, con sus famosos expe-
rimentos de 1888 sobre un «herni-embrión» (consistentes en puncionar un
huevo fertilizado de rana con una aguja caliente, destruyendo una combina-
ción de núcleos antes de la tercera división), Roux comprobó la producción de
semiblástulas y semigástrulas, viendo cómo las blastórneras no dañadas con-
tinuaban su evolución normal, como si nada hubiera pasado. Esto le llevó a
establecer su tesis de que el desarrollo funcionaba como un mosaico de al
menos cuatro piezas verticales distintas, cada una de desarrollo subs-
tancialmente independiente. También vio que la parte dañada podía reorga-
nizarse, al menos en parte, por efecto de la otra. Esto le llevó a establecer sus
conceptos de «diferenciación independiente» 'o «autod iferenciació n.,
(Selbstdijjerenzierung) y «diferenciación dependiente» (dijjerenzierende
Correlation y obhiingige Dijferenzierung). A su vez, sus experimentos demos-
traban que el núcleo de cada blastómera tenía la información suficiente para
constituirse en línea independiente de diferenciación. Por otra parte, estos
experimentos le llevaron a Roux en 1883 a afirmar que el núcleo se componía
de un complejo de macromoléculas o partículas hereditarias, ya establecer el
principio de que estas partículas se dividían en los procesos de mitosis que
acontecían durante el desarrollo embrionario, y que el citoplasma y el núcleo
interactuaban continuamente durante el desarrollo.
Son bien conocidos los experimentos realizados por García- Bellido y co-
laboradores a propósito de la morfogénesis animal. Según García-Bellido, las
estructuras morfológicas animales se constituyen siguiendo lo que él denomi-
na teoría de los compartimentos. Según ella, el desarrollo morfológico se efec-·
túa mediante decisiones binarias (anterior/posterior, ala/pata, dorsal/ventral,
etc.) regidas por genes «clave» o «maestros», de tal manera que una vez toma-
da la decisión, las células de ese sector quedan ya determinadas a formar los
órganos específicos de este compartimento". Ahora bien, la decisión genética
109
tomada en una etapa determinada funciona de acuerdo con el modelo
bacteriano de sistemas represibles de Jacob y Monod, de forma que para que
aparezca la decisión es necesario la convergencia de un factor extrínseco (el
inductor posicional) y dos genes (el selector y el activador)24. Los inductores
posicionales tienen, naturalmente, carácter deíctico, es decir, aleatorio, de tal
modo que sin ellos el gen queda sin efecto. De ahí la importancia de los
inductores, y por tanto también del desarrollo. He aquí cómo lo explica el
propio García-Bellido:
Todavía más complejas parecen ser las operaciones que llevan a la formación
de patrones integrados en el espacio o están involucradas en el control de
tamaño y forma de órganos. Estudios embriológicos clásicos y recientes han
mostrado que la distribución espacial constante de los elementos en patrones
.rnorfológicos depende de 'referencias internas' del tejido en desarrollo".
. Un buen ejemplo de esto último son los trabajos que realizaba Génis-
G~lvez en los a~os en que yo fui alumno suyo de embriología, sobre la regula-
Clan rnorfogenética del cristalino. La.diferenciación bioquímica y morfológica
de las células del cristalino está controlada, como es obvio, genéticamente, de
110
modo que sus genes estructurales son activados o detenidos por genes centro-
ladores, en su doble faceta de «genes operadores» y «genes reguladores». Estos
genes reguladores, a su vez, actúan mediante la formación de sustancias
citoplasmáticas o represores, capaces de reaccionar con metabolitos proceden-
tes de la propia célula o del exterior; Cuando esto sucede, es decir, cuando un
represor se activa, el gen operador queda desactivado y por tanto no puede
efectuar la síntesis del m-RNA; si, por el contrario, el represor se inhibe, enton-
ces se produce el fenómeno inverso, conocido con el nombre de inducción, de
modo que se pone en marcha el mecanismo de transcripción. En el caso de las
células cristalinianas,
111
Los trasplantes de esbozos de cristalino a territorios lejanos a sus normales
inductores regionales, han demostrado que la célula cristaliniana es capaz de
un ~Ierto grado de autodiferenciación (McKeehan, 1954; Génis-Gálvez, Santos
y Ríos: 1967). Puede suponerse, por lo tanto, la existencia en la propia célula
cns:ahmana de algunos mecanismos de autobiosíntesis macromoiecular. Tal
hipótesis podría encontrar una base explicativa en la existencia de ácidos
nbonucIelcos mensajeros de larga duración (Reeder y Bell, 1965)26.
112
,ánductores ernbrionarios» pueden ser considerados, según Grobstein (1963),
como «efecrores» genéricos.
Esto nos obliga a volver con alguna mayor detención sobre el concepto de
"inducción ernbrionaria». El término, como se sabe, fue introducido por
. Spemann en 1931, para denominar el fenómeno que estamos estudiando. Hay
un modo de «activación» genérica que es el de la «inducción-". Génis-Galvez
lo describe así:
113
como su simetrización bilateral, por cuyo motivo el citado proceso ha recibido
la denominación de inducción primaria.
Normalmente son varios los tejidos inductores que actúan sobre el inducido,
haciéndolo de una manera gradual y acumulativa en el curso de la cual varían
tanto las capacidades intrínsecas del inductor como del inducido (Jacobson,
1966). Las células del inducido que reaccionan adecuadamente ante el influjo
inductor deben encontrarse en un estado específico y apropiado para poder
diferenciarse. Dicho estado de adecuada re actividad recibe el nombre de com-
petencia.
114
Cuando un territorio o tejido embrionario limita estrictamente sus posibilida-
des para formar un específico órgano, y no otros, se dice que dicho territorio
se encuentra determinado. Los términos de competencia y determinación no
son sinónimos, toda vez que un territorio puede ser competente y no estar
aún lábil o fijamente determinado. Se supone hoy que el periodo de determi-
nación de las células embrionarias coincide con el interesantísimo fenómeno
de la síntesis de moléculas de RNAy su enmascaramiento o inactivación (Tyler,
1968).
115
fuera de toda duda el carácter de inductores genéticos que tienen las hormo-
nas maternas sobre el embrión". Esto es muy importante, pues demuestra que
los inductores no son sólo protoplásmicos o embrionarios sino también mater-
nos, y además permite suponer que quizá para que haya una verdadera sus-
tantividad, y por tanto un nuevo ser, es precisa una cierta madurez del sistema
neuroendocrino. No en vano a este sistema se le adjudica la función de «inte-
grar» el organismo del viviente o, como diría Zubiri, "formalizado». Es proba-
ble que sin formalización no haya sustantividad, y que la formalización re-
quiera una cierta madurez en el sistema neuroendocrino. De ser válida esta
razón, podría concluirse que el "campo» o la «sustantividad» del nuevo ser no
lo tiene el "embrión» (o pre-ernbrión) en propiedad, sino que en las primeras
fases del desarrollo éste pertenece aún a la sustantividad de la madre (que es
la que con su sistema neuroendocrino "formaliza» al nuevo ser vivo). No es
fácil decir cuándo aparece la sustantividad humana, pero probablemente no
antes de que el sistema neuro-endocrino inicie sus funciones de formalización.
Esto tiene que producirse en algún momento de la organogénesis llamada se-
.cundaria, no antes. Sobre este problema, el de cuándo puede considerarse al
embrión como formalizado y por tanto como sustantivo, habrá que volver en
otra ocasión. En cualquier caso..cabe decir que la formalización no acontece
antes de la organogénesís secundaria ..
El material de donde se derivan los diferentes órganos está constituído por las
tres hojas blastodérmicas ... Pero antes de que los órganos adquieran una for-
ma que recuerde, aunque débilmente, la del adulto, las hojas germinativas se
compartimentan en grupos celulares, más o menos numerosos, que no re-
cuerdan en nada a cualquier órgano adulto, pero que por ser característico
del embrión se denominan órganos embrionarios u órganos primarios.
116
Desde el punto de vista genético o informacional el desarrollo aparece como
una realización de grupos predefinidos de instrucciones génicas (apogenomas)
que interactúan, por reconocimiento celular específico, generando operacio-
nes y fenomas que dan lugar a las formas que ve el anatomista. Los elementos
epigenéticos (externos al programa genético) simplemente seleccionan
apogenomas preexistentes. Esto es, las modulaciones en desarrollo resultan
de operaciones permisivas más bien que instructivas".
117
con esta otra información que no está codificada en los genes, y que resulta tan
importante en la configuración del fenoma como la propia información genérica.
40 CliffordGrobstein, Science and the Unborn, New York,Basic Books, 1988. Cf. también
CliffordGrobstein, FromChance ro Purpose: An Appraisa/ of Externa/ Human Fertilizacion,
Readmg,Massachusetts,Addison-Wesley PublishingCompany,1981; «The EarlyDevelopment
of Human Embryosn,.The Journal of Medicine and Philosophy 1985; 10: 213-236; «Heredity
Constitution and Individual Life», Society, May-June 1982; "A BiologicalPerspectiveon the
Origin ot Human Lire and Personhood». In M.WShaw & A.E.Doudera(Ed.), Defining Human
Lile: Meáica). Legal. and Etbiccl lmplications, Ann Arbor, Mich. & Wash. D.e., AUPHAPress.,
1983, Chapter 1, pp. 3-11; Elísabeth Hall, «Does Life Begin?A Conversationwith Clifford
Grobstein»,Psychotogy Today, September 1989, pp. 43-46.
118
llega a realizarse la complejidad de cada generación. Todo estaría allí en mi-
niatura ya desde el principio".
119
Si en el estadio embri~nario pu~d.e hablarse ~e una fu~ctional individuality,
el feto tiene un grado mas de individualidad, integración y desarrollo qu
permite hablar de. be~avioral individuality . Dentro de estos comportami~nto~
hay uno ~e especIa! ~mportancia, el psíquico; lo que Grobstein llama psychic
individualiry, Es difícil determinar cuándo surge ésta, pero desde luego, dice
Grobstein, no antes de que se haya constituido un adecuado substrato neura!.
120
as) razón por la cual considera que «una política altamente conservadora
n , l .
podría, en esos términos, dar al feto que se encuentra en ~ tercer tnrnestre, ya
esté todavía en gestación o haya sido dado a luz, el rrusrno estatuto que se
,. 48
otorga a los infantes nacidos norma 1mente a terrruno» .
121
animal inteligente, no se ve cómo un ser que carece completamente de posibi-
lidad de inteligencia puede tener una suficiencia constitucional humana. El
anencéfalo carece a radice de una sustantividad humana, como consecuencia
de la posesión de un gen de los llamados letales, que le va a imposibilitar el
logro de la suficiencia .constitucional mínima. Éste es un punto de la máxima
importancia.
Esto permite. ;xplicar h~chos que se conocen desde hace mucho tiempo,
como la gemela<;lOn y el quimensrno, tan bien estudiados por Juan Ramón
L~cadena. SI el ovulo fecundado fuera ya una sustantividad, no se entiende
coo:o puede tr~ns~o.rmar~e en dos (gemelación) o cómo dos dan lugar a uno
(quimera). L~ individualidad es nota irrenunciable de la sustantividad, y en
es~s ~a:es pnmeras parece claro que la individualidad no está lograda. Como
pn~ClplO ~e~eral- puede afirmarse que la individualidad es lo contrario de la
totlp~tenClahdad. (En este sentido, cabría decir que los tumores embrionarios
o indiferenciados, que conservan su totipotencialidad, hacen de las partes afec-
tadas elementos «para-sustannvos-j. En consecuencia, la sustantividad no apa-
rece ant~s de que fInalICe el proceso de «inducción primaria", o quizá entre la
«m.ducc:on secundaria» y el «crecimiento". En cualquier caso, no antes de la
anidación.
122
EL PROBLEMA FILOSÓFICO FUNDAMENTAL:
LA SUFICIENCIA CONSTITUCIONAL
123
----~~~------:==-~~~-----
Ya he dicho que el filósofo que ha estudiado con más detalle este concep-
to ha sido Zubiri en su libro Sobre la esencia. Este libro tiene enormes recursos
en orden al tema que estamos estudiando. Por lo pronto, parte de una menta-
lidad campal y estructural, en vez de la elementarista y conjuntual a la que tan
proclíves han sido tanto genetistas como embriólogos. Esta mentalidad permi-
te a Zubiri definir la realidad en general, y la realidad viva en particular, como
un campo estructurado o una estructura clausurada de elementos o notas.
Cuando esa estructura es coherente, tiene suficiencia, Zubiri dice que alcanza
la «suficiencia constitucional», y por tanto la «sustantividad". Realidad es para
él sustantividad, y sustantividad es suficiencia constitucional, de tal manera
que el concepto de «constitución" adquiere en su filosofía un rango filosófico
fundamental. Ni los genes ni los factores extragenéticos tienen sustantividad,
ni por tanto realidad independiente, mientras no «constituyen» el nuevo ser, es
decir, hasta que no logran la suficiencia constitucional. Realidad es sustantivi-
dad, y sustantividad es suficiencia constitucional. Sin suficiencia constitucio-
nal no hay realidad. Esto tiene importantes consecuencias éticas, ya que lo que
no es realidad no puede considerarse sujeto de derechos propios ni objeto de
obligaciones ajenas.
Por más que el análisis que Zubiti ha hecho de este tema me parece defi-
nitivo, pienso que el problema de la constitución no debe unirse de tal manera
a toda su filosofía que parezca inoperante separado de ella. De hecho no es así,
Para comprobarlo, nada mejor que acudir al capítulo que en 1988 publicó
Peter Byrne, Lector de Filosofía de la religión y Director del Center oi Medical
Law and Ethics del King's College de Londres, en el libro The Status oi the
Human Embryo: Perspectives from moral tradition", En orden a resolver los
problemas morales del origen de la vida humana, Byrne considera fundamen-
tal responderse a la pregunta de cuándo alcanza el embrión el estatuto de
persona, si es que consigue lograrlo alguna vez, ya que, dice, «es de las perso-
nas de las que decimos que no deben ser tratadas sólo como medios sino que
siempre deben ser respetadas como fines en sí mismas".
49 Cf. G.R. Dunstan and Mary J. Seller, The Status of the Human Embryo: Perspectives from
moral,tradition. London, King.Edward's Fund for London / Oxford University Press, 1988.
El capítulo de Peter Byrne se titula «The Animatian Tradition in the Light of Con temporary
Philosophy», pp. 86-110.
so Peter Byrne, Art. cit., p. 91.
124
--_._-_._-
125
un ser humano (es decir, hasta que no ha tenido lugar el comienzo de la
organogénesis). Con estas tres condiciones el organismo embrionario hu~a-
no ha comenzado a tener la constitución de un ser humano, en el sentido
propio del término 'constitución' -el sentido determinado por mi argumento y
no necesariamente por el modo como los biólogos entienden este concepto",
Así las cosas, se plantea el problema de saber en qué momento del desa-
rrollo podemos decir que la realidad humana está ya constituida. Byrne se
hace eco de la tesis de L. Becker, para quien no alcanzaría ese nivel hasta el
sexto mes de la gestación, es decir, hasta el momento de la viabilidad". Frente
a él arguye que
126
transformante ha de tener una codificación en los cromosornas, Obviamente,
esto no es así. Pensemos en el caso más sencillo: una molécula de naturaleza
simple, sintetizada químicamente, puede unirse a la estructura (DNA-Proteí-
na) de un gen inactivándolo -información transformante- sin que tal molécula
esté codificada en sitio alguno del genoma. En toda célula existen además
multitud de moléculas, producto de biosíntesis enzimática, que tienen una
importante actividad informante y que no están codificadas en ningún sitio en
el genoma. Ejemplos dé tales moléculas son los aminoácidos (algunos de los
cuales son neurotransmisores), los lípidos, hidratos de carbono y algunas de
las hormonas. Si por otro lado aceptamos que la información materna (del
óvulo) o paterna (del espermatozoide) en forma de mRNAs o proteínas tiene
también carácter de información, ampliamos automáticamente el contenido
de información operativa a todas aquellas moléculas que pueden interferir en
un proceso dándole especificidad",
127
tuar como inductores, y éstas, obviamente, no tienen nada que ver con el códi-
go genético del zigoto.
Por todo ello parece claro que lo que Alonso Bedate llama "información
operativa» no se reduce a información genérica. Hay información extragenética
que es necesaria para que la propia información genética se exprese y constitu-
ya un nuevo ser. Por eso la «información constitutiva» se compone a la vez de
información genética e información extragenética, y esta última es tan consti-
tutiva o constituyente como la propia información genética. Por otra parte> la
interacción entre esas dos informaciones precisa tanto de «espacio» como de
«tiempo», lo cual quiere decir que el proceso «constituyente» del nuevo ser
necesita de un desarrollo espacial (por tanto, las interacciones espaciales son
constituyentes, y no mera expresión de lo ya constituido) y de un despliegue
temporal (lo que significa que la constitución necesita de tiempo y tiene su
calendario). Pensar que la «suficiencia constitucional» se logra desde el primer
momento> que no necesita de tiempo, es una quimera, no biológica pero sí
mental.
Tras esto, Alonso Bedate se pregunta por la cronología de todo ese proce-
so>Ypor el momento en que el nuevo ser podemos decir que está ya constitui-
do, no porque tenga actualiter todas las características que constituirán al in-
dividuo completamente desarrollado, sino porque las posee al menos> dice
Alonso, como «potencia actual». De nuevo nos sale al paso el concepto de
potencia, que ya vimos discutir a Byrne. La conclusión a la que éste llegaba es
que, si bien el término potencia es ambiguo y polisémico en extremo, en el
rigor de los términos no debe hablarse de potencia más que a propósito de
realidades ya constituídas. La potencia es siempre potencia de una constitu-
ción. Esto es, exactamente, lo que Alonso Bedate entiende por «potencia ac-
tual». Y el problema que se plantea es el de cuándo puede decirse que el nuevo ,ii~I.'¡
Desde un punto de vista biológico, la realidad que cumple mejor las caracte-
rísticas de potencia actual con relación al término, individuo nacido, es el
embrión de 6-8 semanas. En este momento casi todos los órganos internos
están diseñados con especialización histológica, las características externas
están ya establecidas, el mecanismo neuromuscular está iniciado y la diferen-
ciación sexual, organogénica e histológicamente está dirigida: El sistema está
diferenciado en origen y lo que resta es la actualización en crecimiento del proce-
so diferencian te del sistema: la información de los procesos de cambio y síntesis
que actúan durante la diferenciación del sistema se han actualizado y el embrión
128
se puede definir como sistema, especifica e integralmente, humano. Desde este
momen:o y en adelant~, la ma~or parte de la información necesaria para finali-
zarel pi oceso ontogenetico sera del tipo general capaz de conformar y mantener
el sistema ya defl11ldo que emerge con las complejidades propias del humano?",
A partir de. estos, datos podemos retornar ahora a los conceptos funda-
mentales de la ft!osof~a de Zubiri. Antes vimos que por su carácter campal y
estructural eran especialrnenrs apropiados para conceptualizar datos como los
expuestos. De hecho, a todo lo largo de este trabajo hemos venido utilizando el
concepto de «s~ficiencia constitucional» en el sentido exacto que Zubiri le dio.
Lo cual no SlgTIlfl~~que Zubiri fuera capaz en vida de percibir la relevancia de
es?,~c.onceptos básicos de su filosof~a e~ orden a interpretar de modo nuevo y
mas. riguroso lo.s problemas de la génesis humana. Al fin y al cabo hombre de
su tJe~~o, Zubiri quedo muy impresionado por el espectacular desarrollo de
la genenca n:?lecular ~n los años sesenta, y pensó, como tantos otros, que toda
la información constituyente y constitutiva del nuevo ser estaba en los
cromosomas., De hecho, sólo a comienzos de los años ochenta, ya al final de su
Vida, ~mpezo a e.ntre~er que la in.formación genética sola era insuficiente y
carecia ~e suficiencia consntucíonal Eso significa que la información
extragenenca de las primeras fases del desarrollo no puede ser conceptuada
com~ meramente a~~enticia, por tanto, no está formada por lo que Zubiri
llamo «notas adventicias» o «notas de tipo causal», sino por «notas constituti-
vas» y «notas constítucíonales-, es decir, por «notas de tipo formal». Sin em-
bargo no es esto lo que dice en su obra más representativa de los años 60
Sobre la ~sencLQ. En ella iden.tifica l~s notas constitutivas con el genotipo, y la~
ccnsnrucional-s con el fenoripo, ASI,a propósito del albinismo, dice: «Natural-
mente, el albinisrno en cuanto tal no es constitutivo, sino meramente constitu-
cional, porque, ,como es sabido, es un carácter genéticamente controlado. Lo
¡'!,,~";, C0n.stltutIVOsera la o las notas génicas que fundan aquel carácter-s", Esto pue-
r Con todo, Zubiri no prestó excesiva atención a estas cuestiones hasta 'el
final de su Vida, al escribir el estudio titulado «La génesis humana» (publicado
,', Rr bC. Alonso Bedate, Are. cit. , pp, 73-4. Para mayor información, cf. Carlos Alonso Bedate y
. p~lert ~ Cefalo, «The zygote: To be or not ro be a person», The Journal of Medicine and
, h losof y 19~9; 14: 641-645 (trad. esp., «El zigoto: Ser o no ser una persona» Labor
OSP1[_a alria, n 217: 231·233), y C, Alonso Bedate, «Comunicación biológica y tran;misión
d e sena es" en A Dou (ed.) La " , M d id '
P ifici ' " " comumcaclOn, a n , Publicaciones de la Universidad
, onn reta Comillas, 1991, pp. 71-110,
60 X. Zubiri, SE, p. 190.
129
póstumarnente enel volumen que lleva por título Sobre el hombre). Hasta en-
tonces siempre había afirmado, por ejemplo, que la sustantividad existe desde
el primer momento. Yo le objeté pocos meses antes de fallecer, cuando estaba
corrigiendo el citado trabajo, con los típicos casos de la gemelación y el
quirnerismo, y le expuse cómo, en mi opinión, probablemente la sustantividad
-y por tanto la esencia constitutiva- no existe hasta pasadas las primeras fases
de la embriogénesis, más concretamente, hasta que no finalizara el proceso de
diferenciación celular y comenzara el de crecimiento. Es más, en mi opinión
era probable que en esas primeras fases no fuera tampoco válida la distinción
entre "notas de tipo formal" y «notas de tipo causal»?'. Tal distinción sólo pue-
de adquirir sentido una vez constituida la sustantividad, y lo que en estos
primeros estadios estaba sucediendo es, precisamente, la constitución de la
Sust~ntividad. Lo único que en las primeras fases parece existir es un «campo,'.
f~nclOnal, eso que Zubiri llamaba «plasma gerrninal-", y que en el rigor de los
términos debe incluir no sólo al zigoto sino también al medio materno. Sólo al
filial'del proceso de diferenciación podría hablarse de una «constitución indi-
vidual» y por tanto de auténtica «sustantividad". Zubiri se quedó muy impre-
sionado por ,e~tos argumentos, y escribió poco después al margen del citado
es:udlo: "La celulagerrnmal, ¿es un hombre?,,63. Ya propósito del brotar de la
psique desde la célula germinal: ,,¿Pero cuándov-'". Trabajos como los de Byrne
y Alonso Bedate hacen pensar que ese cuándo debe acontecer en torno a la
octava semana del desarrollo, es decir, en el tránsito entre la fase ernbrionaría
61 SE, 136.
~:c;~bre el conceptoestricto de ~Ias~a gerrninal, como inductor proropasrnático, cf. J.R.
ena, Op. cu., pp. 960-62. Eltermmode plasmagerrnmallo introd ujo AugustWeismann
para denommaruna sustanciacompuesta de partículas materiales extremadamente peque-
nas,.que son el substrato de la herencia. Esta fue la mayor aportación de Weismann a la
~:~etlca. Ensu origenfue un conceptohipotético y especulativo,pero poco a poco, con los
. arrollasde la genenca en las pnmeras decadas de nuestro siglo,fue lIenándosede conte-
~~o preciso. Ct. Die Contmuitat des Keimplasmas als Grundlage einer Theorie der Vererbung,
"6 a, Fischer, 1885, Das Ketmplasma. Eine Teorie der Vererbung Jena Fischeer 1892' vortrtige
lierD- d h . " , ,
eszen enzt eone, 2 vols., Jena, Gustav Fischer, 1902. El plasma germinal permite
entender la persistenciade los caracteres hereditarios a través de las suscesivasgeneracio-
nes, pero también los cambiosque sufre con el paso del tiempo. En el último de los libros
~~~~os,Wels.mannescribe:"Podemosesperar_apriori no sóloque las fluctuacionesazarosas
~utnclOndel plasma germina! puedan causar variaciones en sus elementos en una u
otra .dl~ecclon,
. , S1l10
. a derná .
emas que estospueden ser influenciadosde modo más general por la
nutnClony el clima, hasta el punto de que tales factores puedan afectar al cuerpo como un
todo,y tambiten a1 pasma
l .
gerrninal, y que por tanto puedan causar variaciones ya en todos
ya
. f1'
en algunos de sus deterrmnanres.
. , de que las,
[...) De hecho, éste es el caso. No hay/duda
~n uenciasexternas, comolas que proceden del medio en que vive una especie,son capaces
e causar vanaciones directas en el plasma germinal, es decir variaciones permanentes ya
que son hered rtarias.
. Nosotrosnos hemos referidosa este procesoy " lo hemos caracterizado
~~:O'selección germinal inducida'»(Vol.2, p. 300). Cf. Hans Stubbe, History of Genetics,
63 d. inglesade T.R.W. Waters,Cambridge, Mass., The MIT Press, p. 259
64 ~H~~~~l, Sobre el hombre, Madrid,Alianza, 1986, p. 474. (En adelante, SH).
130
._- _.-._---------~
, y la fetal. En cuyo caso cabría decir que el embrión no tiene en el rigor de los
términos el estatuto ontológico propio de un ser humano, porque carece de
, suficiencia constitucional y de sustantividad, en tanto que el feto sí lo tiene.
Entonces sí tendríamos un individuo humano estricto, y a partir de ese mo-
mento las acciones sobre el medio sí tendrían carácter causal, no antes.
Las notas puestas al margen de "La génesis humana» fueron escritas po-
cos meses antes de morir. Poco posterior es el siguiente texto de la primera
parte de El hombre y Dios, el libro que estaba escribiendo cuando falleció. Es
bien sabido que lo último que revisó fueron las hojas a las que pertenece el
texto que vaya citar, que por tanto puede considerarse lo último que Zubiri
escribió sobre este tema. El texto dice así:
En conclusión, pues, hay que decir que para el último Zubiri la suficiencia
constitucional se adquiere en un momento del desarrollo embrionario, que
131
bien puede situarse, de acuerdo con los recientes datos de la literatura en
torno a las ocho semanas. A partir de ese momento el feto tendría suficie~cia
constitucionalhumana, por tanto, sería una sustantividad humana, o dicho de
otro modo, tendría personeidad, sería una persona. Lo que pasa es que esa
realidad personal el hombre la va actualizando a todo lo largo de su vida de
«modos»muy distintos,que son los que se expresan bajo forma de "personali-
dad».En ese sentido hay que decir que a partir de la octava semana el hombre
tiene personeid~d, la m}sma que .conservará a todo lo largo de su vida, pero
que su personalidadsera muy distinta a la que exhibe, por ejemplo, un hombre
adulto. La personalidadfetal es biológicamente muy activa, pero psicológica y
sobre todo humanamente se actualiza de modo más bien pasivo. .
P.Laín Entralgo,
Elcuerpo humano: Teoría actual Madrid Espasa-Calpe 1989
66-
91. '" , pp. 89 .
132
sustantiva. y en esto consiste precisamente la animación. No es un elemento
sustancial, sino una nota sustantiva o esrructural'".
Todo esto tiene una gran repercusión en, el campo de la filosofa moral. El
tema de la moralidad de la manipulación de embriones, o de la práctica del
aborto, puede ganar alguna luz con planteamientos como los aquí esboza-
dos". Nada de extraño tiene, por ello, que con motivo de la gran discusión de
los años sesenta en torno al abono, se pusieran a punto argumentos muy pare-
cidos al que he defendido en estas páginas. Así, la revista norteamericana
Commonweal abrió en 1967 un debate sobre este tema. A él contribuyó Thomas
L. Hayes, de la Universidad de California en Berkeley, con un trabajo titulado
«A Biological View: What constitutes ahuman person?». En él, frente a la
teoría tradicional de que la persona está en el huevo desde el primer momen-
to, dado que esa célula tiene ya toda la información genética de su ulterior
desarrollo, Hayes escribía:
La primera célula del embrión se divide en dos células llamadas células hijas.
Durante esta división el material genético se duplica y distribuye
igualitariamente en las células hijas. Cada una de las células hijas se divide a
su vez, y el proceso continúa hasta que se acaba de formar el astronómico
número de células del cuerpo humano completo. A pesar de que todas estas
células proceden, por división, de la primera célula embrionaria, y por tanto
tienen la misma composición genérica, han ido adquiriendo formas y funcio-
nes especializadas (una célula hepática es muy distinta de una célula nervio-
sa) a través del proceso de diferenciación. El material genético solo, por tan-
67 Cf.Pedro LaínEntralgo, Cuerpo y alma: Estructura dinámica del cuerpo humano, Madrid,
Espasa-Calpe, 1991, pp. 262-265.
68 Cf, a este respecto la polémicaque se ha desarrollado en el Joumal of Medical Ethics en
torno a la fecundación in vitro y su interpretación por T. Iglesias con categorías excesiva-
mente "arisrotélicas": T. Iglesias, "In vitro fertilisation: the majar issues",Journal of Medical
Ethics 1984; 10; 32-37; Jean M. Mil!, "Sorne comments on Dr. Iglesias's paper, 'In vitro
fertilisation: the major issues'", .loumal of Medical Ethics 1986; 12: 32-35. Cf. también el
nuevo librode T. Iglesias,IV F and Justice: Moral, Social and Legal Issues related to Human "in
vitro" Fertilisation, London,The LinacreCentre, 1990.
133
to, no det~rm~na la forma y la función de una célula. La expresión de la forma
y la función vl,ene deter~mada por la interacción del material genético y del
medio de la célula, el tejido y el organismo".
Cabría opon;r a este ú~timo argumento que los datos aducidos a todo lo
largO de. este artículo podran tener significación científica, pero carecen de
re ~van~la ~oral; o dicho de otra manera, que el zigoto debe ser respetado de
~o ? a so uto desde el primer momento, aunque carezca de suficiencia cons-
tltucIfnal. Pero esto no es cierto. Sólo las personas ya constituidas son sujetos
mora es, y por tanto deben ser tratados como fines y no como medí
tot 1 id ., lOS con
. a consi ~ra~lOn y respeto. Esto es evidente, y debe ser afirmado sin ni~gún
tipo de restncclOnes. Lo cual no significa que no tengamos obli .
1 I . '. igacrones mora-
~s con e embnon, con el zigoto y con las mismas células sexuales Tenemos
sm duda nm~un~ obligaciones morales con todas esas realidades biológicas
~ero es~s obhgaclOnes no pueden ser, no son obligaciones de no-maleficencia'
amo e expuesto ampliamente en otros lugares70, las .obligaciones de no-
~:I~~~~~la s?n s~em?re cor.relativas a las condiciones biológicas de los suje-
. O,SVIVOS,aSI, por ejemplo, nuestras obligaciones de no-maleficencia
no, s?n Iguales en el caso de las personas que padecen enfermedades agudas o
crorncas convenCIOnales, que con las que se hallan en estado vegetativo er-
~~~en~e. En todos esos casos se trata de personas vivas, sobre las que tene~os
o 19a~iOnes morales, y co~cretamente obligaciones de no-maleficencia; y se
trata e p~rsonas en condiciones biológicas muy distintas, que definen tarn-
134
bién obligaciones distintas de no-rnaleficencia. El principio ético de no-
maleficencia se refiere siempre a personas vivas, y depende de la condición
biológica de éstas. Con el cadaver, o con las personas en muerte cerebral, por
ejemplo, no tenemos obligaciones de no-rnaleficencia, sino obligaciones de
respeto, de piedad, etc. que tienen un carácter distinto.
BIBLIOGRAFÍA
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MA: Harvard University Press, 1970.
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Nicol Poplawski and Grant Gillett, «Ethics and ernbryos», Journal of medical ethics
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G.R. Dunstan, «The moral status of the human embryo: a tradition recalled», Journal
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136
----------------
6
LA CONFIDENCIALIDAD
DE LOS DATOS GENÉTICOS
INTRODUCCIÓN
El Consejo Danés de Ética considera que los avances producidos han puesto
de manifiesto la necesidad de esclarecer la totalidad del sistema del secreto
profesional, y de elaborar un informe de esta materia como segunda fase con
vistas a una reforma general sobre la cuestión de la confidencialídad'.
1 Carlos María Romeo Casabona (Ed.), Código de Leyes sobre Genética, Bilbao: Universidad
de Deusto/Fundación BBV/Diputación Foral de Bizkaia, 1997, p. 688.
137
Por su parte, durante el debate parlamentario de las leyes de bioética
aprobadas en Francia el año 1994, el parlamentario socialista francés Mattei
pidió que se restaurara el secreto médico a su pureza, y no se permitieran
excepciones de ningún tipo. El doctor Mattei lo justificaba esto, precisamente,
en los nuevos avances de la medicina predictiva. La nueva genérica, según él"
obliga a proteger el secreto médico de un modo muy especial, como ya lo
estuvo en Francia a finales del siglo pasado y en la primera mitad del nuestro.
La tesis del doctor Mattei no ha conseguido abrirse paso en las leyes fran-
cesas sobre bioética. Pero la necesidad de proteger de modo muy especial el
secreto médico se advierte con toda claridad en el Dictamen de 30 de Octubre
de 1995 del Comité Consultativo Nacional de/Ética de Francia, sobre genética
y medicina: de la predicción a la prevención. En él puede leerse lo siguiente:
Este texto demuestra bien cómo el secreto médico debe ser reforzado
todo cuanto sea posible, pero cómo, a la vez, no puede ser absoluto. No hay
ningún principio deontológico absoluto, por definición. y el secreto tampoco.
Por eso es necesario que analicemos la evolución histórica del secreto en gene-
ral,ydel secreto médico en particular, para ver cómo en la actualidad, debido
a los progresos de la medicina, y muy especialmente a los progresos de la
genética humana, se ha hecho necesario considerar la información médica
como «sensible" y someterla a una protección especial.
2 Carlos María Romeo Casabona CEd.). Código de Leyes sobre Genérica, Bilbao: Universidad
de Deusto/Fundación BBV/Dípuracíon Foral de Bizkaia, 1997, p. 702,
profesiones de excelencia, corno el sacerdocio o la medicina. Sólo en el mundo
moderno el secreto profesional comenzó a tener una fundamentación nueva y
más rigurosa, no basada en la excelencia moral del profesional sino en el dere-
cho del ciudadano a la intimidad. Con todo, esta protección, que amparó el
secreto de sacerdotes, jueces, abogados y procuradores, no se extendió con
igual fuerza al caso del secreto médico, debido a la unión cada vez mayor de
medicina y derecho. Los médicos tenían obligación de colaborar con la justicia
en el esclarecimiento de los delitos, aunque ello les obligara a quebrantar el
secreto. Tal es la doctrina canónica en el siglo XIX, tanto en el mundo anglo-
sajón como en el francés, y en general en el latino. Esto acabó provocando en
los años ochenta del pasado siglo una reacción muy fuerte en Francia, que
llevó a la equiparación del secreto médico con el de abogados y procuradores.
Pero fue una reacción pasajera, ya que al final la propia jurisprudencia france-
sa acabó subordinando el secreto a las necesidades de la administración de
justicia. Sólo en las últimas décadas, y como consecuencia de los avances de la
genética, se ha iniciado un fuerte movimiento de protección del secreto médi-
co, equiparándolo en lo posible al de sacerdotes, abogados y procuradores.
3 Noél-Jean Mazen. Le secret professionnel des praticiens de la santé, París: Vigor, 988, p. 6,
4 C. García Gual CEd.). Tratados hipocráticos, Vol. 1, Madrid: Gredas, 1983; p. 78.
5 Tomás de Aquino. Summa Theologica, Suppl. q. 11,
139
Es deber tuyo visitar a los enfermos, conocer las casas, a las matronas y a sus
hijos, y aun no ignorar los secretos de los nobles varones. Sea deber tuyo no
sólo guardar castos tus ojos, sino también la lengua. Nunca hables de la belle-
za de las mujeres ni por ti sepa una familia lo que pasa en otra. Hipócrates
adjuraba a sus discípulos antes de instruidos y les hacía jurar repitiendo sus
palabras, y de esta forma les obligaba al silencio por juramento, y les describía
la manera de hablar y andar, el porte y las costumbres. ¡Cuánto más nosotros,
aquienes ha sido encomendada la medicina de las almas!".
140
11. EL SECRETO COMO DEBER PR.OFESIONAL BASADO EN EL
DERECHO DE LOS SERES HUMANOS A LA INTIMIDAD
Las cosas no comenzaron a cambiar hasta finales del siglo XVIII. Y ello
por dos razones: en primer lugar, porque el secreto empieza a verse primaria-
mente como un derecho del ciudadano y no como un deber del profesional. Y
segundo, porque se produce un acercamiento enorme entre medicina y dere-
cho, y un fuerte proceso de medicalización de la doctrina penal. La consecuen-
cia va a ser una mejor configuración de la teoría del secreto, pero también una
más amplia justificación de las excepciones. Analizaremos estos dos puntos
sucesivamente.
141
Les médecins, chirurgiens et autres officiers de santé,ainsi que les phannaciens,
les sages-fammes, et toutes autres personnes dépositaires par état ou par
professlOn ou par fonctions temporaires ou permanentes des secrets qu'on
le~r confie quie, hors le cas oú la loi les oblige ou les autorise a se porte-
denoncIat~urs, auront révélé ces secrets seront punis d'un emprisonnemem
d'un rnois a SIX ans et d'une amende de 500 F a 8.000 ElO•
Como las leyes no pueden ser buenas si no están de acuerdo con el hombre,
con su corazon, necesidades, clima y género de vida a que están sujetos los
d~ferentes pueblos, deben los legisladores y los magistrados consultar la me-
dlcma, vasto COdlgOde las leyes de la física animal, antes de pensar en esta-
blecer n~evas instituciones, o para darles todo el grado de utilidad que son
ca~~ces e reCibir. He aquí el primer sentido en que debe entenderse esta
unIOn de palabras, medicina y leyes, medicina legal",
----
10 Noel-Jean Mazen. Le secret proiessi 1d . . ,
'L 1 . ~essLOnne es pratlclens de la sante, Paris: Vigot 988 P 9
II FM Fo d ere. as eyes !lustradas por las' . fisi ' ,"
hi .' . 'blica 8 vals M d id Clennas ICas, o tratado de medicina legal y de
19lene pu : " a n ,1801-1803.
12 FM Fodere. Las leyes
escu~la ~ositivista italiana:'M~dr'id, esre, 1 g;~,
1 2 Cit por J . L . P
;1~geset
.
y Manano Peset, Lornbroso y la
142
--------_._- ------------.- ----------
Ésta es la tesis que se fue imponiendo a lo largo del siglo XIX: en caso de
conf1icto entre el deber de secreto profesional médico y la administración de
justicia, el primero cede siempre ante el segundo. Esto se 'advierte muy bien en
143
la evolución de la doctrina penal española sobre el secreto profesional. El pro.
yecto de Código Penal de 1822 regulaba el sesreto profesional por influencia
del Código Penal francés de 1810, Yel Código Penal de 1848 creaba el tipo del
secreto profesional, definiéndolo con técnica' moderna. Sin embargo, el Códí.
go Penal de 1870 prescindía de la violación del secreto profesional como deli-
to. Este cambio se debió a las razones que ya hemos analizado. Los grandes
codificadores españoles de 1870 fueron liberales. De hecho, el código se pro-
mulgó inmediatamente después de la revolución liberal de 1868. La cuestion
está, pues, en saber por qué codificadores de mentalidad liberal, que creían en
el derecho de intimidad, dejaron el secreto profesional sin protección, y por
qué luego la Ley de Enjuiciamiento Criminal excluyó de la ruptura del secreto
en causas penales a sacerdotes, abogados y procuradores, pero no a los médi-
cos, de tal modo que aquéllos quedaron liberados del deber de denunciar y de
la obligación de declarar como testigos, pero no éstos. La razón, como ya he-
mos indicado, está en que el derecho empezó a ver en la medicina el gran
aliado para la persecución del delito. De ahí nació la utopía de que la ciencia,
y más en concreto la biología y la medicina, iban a permitir aclarar definitiva-
mente todo el mundo del delito, y que en el fondo todo delincuente debía ser
considerado un enfermo. Fue el momento en que llegó a su máxima expresión
el proceso de medicalización de la justicia. El ejemplo pardigmático es la teo-
ría lornbrosiana. La tesis subyacente es que todo criminal es un enfermo, y que
por tanto la ciencia médica y la ciencia penal acaban identificándose.
./
144
o hubiera por parte del profesional intención de dañar. T~da revelación de un
~rofesional debía considerarse, en principio, como un delito penal.
17 Noél-Jean Mazen. Le secret projessionnel des praticiens de la santé, Paris: Vigot, 988, pp,
12·13.. . ¡;r.
18 J. Rothfeder. Piivacy [or Sale: How Computerization has made everyone's prtvate l¡e an
open secret, New York: Sirnon & Shuster, 1992.
145
reconsiderar si no es necesario «blindaría» de alguna manera, exigiendo el
secreto Con mayor severidad y restringiendo al máximo el ámbito de las excep-
ciones que permiten su ruptura.
Todos estos principios pueden tener excepciones, como más adelante ve-
remos, pero que sólo podrá fijar la legislación de cada país, y en su caso eljuez.
Pero no cabe duda que su propia formulación como principios supone ya un
146
gran paso adelante, en tanto supone un amplio consenso sobre el carácter
"sensible» de los datos médicos y la necesidad de una protección «especial».
Artículo 199
l. El que revelare secretos ajenos, de los que tenga conocimiento por razón
de su oficio o sus relaciones laborales, será castigado con la pena de
prisión de uno a tres años y multa de seis a doce meses.
2. El profesional que, con incumplimiento de su obligación de sigilo o reser-
va, divulgue los secretos de otra persona, será castigado con la pena de
prisión de uno a cuatro años, multa de doce a veinticuatro meses e inha-
bilitación especial para dicha profesión por tiempo de dos a seis años.
147
una gravísima pérdida de confianza y se produciría una grave lesión al entra-
mado social. El otro argumento que se esgrime es que existe entre el abogado
y el cliente algo así como un cuasicontrato, que incluye la cláusula del secreto.
Ahora bien, todas estas razones sirven exactamente igual para el caso de la
medicina. En consecuencia, parece claro que la medicina exige un secreto blin-
dado, aunque éste no pueda ser absoluto.
Entiendo por hipótesis o teoría del blindaje débil del secreto médico, aque-
lla que afirma que éste debe ceder en caso de conflicto con otros derechos
fundamentales, y que ha de ser el juez quien determine en qué situaciones el
médico debe revelar sus datos a los tribunales de justicia. En esta hipótesis se
considera, pues, que el médico tiene obligación de revelar sus secretos a la
administración de justicia, a diferencia de lo que sucede con abogados y pro-
curadores. Parecería, por tanto, que nos encontramos en la misma situación
que en el siglo XIX. Sin embargo, no es así, porque ahora se considera que el
respeto de la confidencialidad de los datos es un deber prima jacie, y que la
ruptura del secreto es una excepción que sólo puede realizar el juez, a quien
compete la carga de la prueba. Ya no se trata, pues, de la vieja alianza entre
medicina y derecho, sino de una excepción, que por principio sólo puede y
debe realizarse en un número pequeño de casos, cuando haya razones de mucho
peso que justifiquen esta lesión de un derecho fundamental, y siempre redu-
ciendo al mínimo el número de datos revelados, y por el menor tiempo posi-
ble. Lo que antes era norma, la revelación de los datos, ahora pasa a ser excep-
ción, y lo que antes era excepción, el secreto, pasa ahora a ser norma. Como
dice Malen Seña, siguiendo a Robert Alexy, «esto supone un cierto orden débil
-no lexicográfico- en favor de la privacidad, y la asignación de la carga de la
prueba al Estado para todos los casos-".
19 J.E Malem Seña. «Privacidad y mapa genérico», Revista de Derecho y Genoma Humano
1995; 2:145. Cf. R. Alexy, El concepto y la validez del derecho, Barcelona: Gedisa, 1994, pp.
170 ss.
148
La teoría del blindaje débil considera que la información sanitaria en ge-
neral, y la genética en particular, es sensible y debe ser pr~te~i~a especia1~en-
te. Por tanto, está completamente de acuerdo con. ~os pnncipios establ~~ldos
los orzanismos internacionales sobre protección de los datos geneticos.
por o . ., . las exi
Pero considera que todos esos pnncipros ceden excepcI~na1m~nte ~nte ~~ eXI-
cias de la administración de justicia. Por eso admite ,la identificación de
gen, . d dili .
una persona por sus huellas genéticas en el marco.de. la pr~ctl.c~ e iugencias
de prueba o instrucción en el marco de un procedimiento J~dl~lal penal..En el
orden civil tales análisis no podrían hacerse sin el consentirruento preVIO del
interesado.
CONCLUSIÓN
No hay duda de que los conflictos producidos por los avances en genérica
humana han obligado a una reconsideración general del tema del secreto
médico. Hoy todos consideran que la información sanitaria en general,. y la
genética en particular, debe ser considera como «sensible" y se~ sometida a
una protección especial. En principio, pues, el secreto no puede violarse. Tarn-
149
b~é~ tie~en todos claro que ese principio ha de tener al unas exce ci
cO~lgos Internacionales D9 suelen definir éstas, sino de1arlas al ar~i:~~es. Los
leglsla~lOnes nacionales. Estas suelen optar por el blinda'e débil de las
perrmnr y hasta exigir la ruptura de! secreto no sólo p J , ~ por tanto
otras personas, sino también por necesidades de la ad~~fs:~te?~r da s.alud ?e
Pero en cualquier caso, todas consideran que esta ruptura tien~c~on he JUsticia.
modo excepcional, y por tanto sólo por mandato del . ue acerse de
revele el menor número de datos posibles y I ' Juez, y ~e modo que
nas. a menor numero posible de perso.
150
7
EL ESTATUTO DEL EMBRIÓN
INTRODUCCIÓN
El tema del estatuto del embrión es la vía terminal común en que suelen
finalizar todos los debates en torno al origen de la vida. De ahí su importancia,
. no menor a su extrema complejidad. Esto último se debe a sus múltiples facetas,
que muy pocas veces suelen tratarse de modo conjunto, y sobre todo a la difi-
cultad que encuentra la razón para determinar con exactitud los límites de la
vida humana, tanto al comienzo como a su final. Quizá la razón no es capaz de
disolver completamente este tipo de problemas, ni otros muchos.
151
La emoción, decíamos, nos permite dar una respuesta rápida a los problemas
cosa que la razón generalmente no sabe hacer. La razón es más lenta y l~
cuesta siempre reaccionar. Pero los frutos de la razón tienen la ventaja sobre
los de laemoción en que son más permanentes y fiables. No podemos prescin-
dir de ninguno de esos resortes. Ambos son componentes necesarios de una
verdadera ética de la responsabilidad.
.. En lo que sigue vaya intentar aproximarme al tema del estatuto del ern.
b:lOn desde tres perspectivas distintas y complementarias, la científica, la filo-
sófica y la ética. Ellas no agotan, ni mucho menos, el problema, pero sí me
parecen la~ fundamentales. y sobre todo pueden resultar suficientes para al-
c~nz~r el ~I1lCOobjetivo que aquí me propongo, el someter sus tesis a debate
publico. Solo tras él podrá saberse lo que queda de ellas.
152
cia de aquel en que nos encontramos, a fin de reflexionar luego sobre él desde
las perspectivas de la filosofía y de la ética.
153
----------------~------------------~---------,-------------------
Redi creía que todo estaba definido hasta en sus más minimos detalles
desde el principio. La vida era una constante en la naturaleza, creada por Dios
y que no hacía más que reproducirse y perpetuarse. Se trataba de algo así
como un proceso mecánico o dinámico, muy en la línea de Descartes o de
Leibniz, Podría aplicarse aquí también la fórmula cartesiana de la cantidad de
movimiento: o la lei?niziana de la fuerza viva. Descartes y Leibniz pensaban
que tal can~ldad habla sido establecida por Dios, y Redi creyó que mediante la
rep;oducclOn sexual esa cantidad fija no hacía más que perpetuarse. Otro gran
fisiólogo del SIglo XVIII, A. van Haller, pensó que esa cantidad fija de vida, en
el caso de la especie humana, era de 200.000 millones de seres humanos,
todos preformados en los ovarios de Eva.
154
---_ .._----
Pero había otra posibilidad, que también tenía tras de sí una fuerte tradi-
ción. Ya hemos aludido antes a ella. Si todo se halla preformado desde el pri-
mer momento, porque Dios lo creó así, con una cantidad de vida fija, similar a
la cantidad de movimiento de Descartes, entonces hay que suponer que de
algún modo todos estábamos ya prefigurados en nuestros primeros padres,
Adán y Eva. Si a esto se añade que la puesta a punto del microscopio permitió
conocer a los biólogos del siglo XVII, no sólo la existencia del espermatozoide
y el óvulo, sino también que el ovario de las mujeres tiene un número de
óvulos fijo, que no aumenta a lo largo de la vida, entonces cabe concluir que
en los ovarios de Eva estábamos prefigurados todos los seres humanos. Esta es
la doctrina conocida con el nombre de «ovisrno», alternativa al animalculismo,
y que defendieron científicos de la categoría de Antonio Vallisnieri.
155
del movin:iento neoescolástico del siglo XiX, resulta comprensible que el
preforrnacíonsirno se convirtiera en doctrina común dentro del movimiento
neoescolástico, y en santo y seña de la doctrina moral católica de las dos últi-
mas centurias.
156
una teoría opuesta a la del fixismo de las especies, la teoría evolucionista. Tres
van a ser los principales autores de esta hazaña, Couvier, Lammark y Darwin.
Más atrevido fue en sus tesis Lamarck, que creyó posible establecer una
teoría general de la evolución de todos los seres vivos. Esa teoría es la de la
herencia de los caracteres adquiridos en el proceso de interacción entre los
organismos biológicos y el medio ambiente. Esa interacción la explica Lamarck
mediante dos leyes complementarias, la de la influencia del medio sobre los
caracteres orgánicos, y la ley del uso y del desuso. Mediante estos procedi-
mientos el organismo adquiriría ciertos caracteres que, lejos de desaparecer
con el propio individuo, se transmitirían a la descendencia, es decir, se hereda-
rían. De este modo Larnarck cree posible explicar no sólo las semejanzas y
diferencias entre los seres vivos, sino también el fenómeno de adaptación de
cada uno al medio en que vive.
Poco después, Darwin ofreció una teoría alternativa para explicar el mis-
mo fenómeno. Se opone radicalmente a Lamarck en el tema de la herencia de
los caracteres adquiridos. Los caracteres adquiridos por lo general no se here-
dan. Lo que sí sucede es que sólo los organismos poseedores de caracteres
adecuados al medio pueden sobrevivir en él y transmitir esos caracteres a la
descendencia. Es la teoría de la selección natural, el punto neurálgico de la
doctrina darwiniana. Todo organismo vivo tiene que luchar por la superviven-
cia en su medio, y como es lógico no sobrevivirán más que los más aptos, de tal
modo que los caracteres de éstos son los que se transmitirán a la descendencia.
La lucha por la vida, la supervivencia del más apto y la transmisión hereditaria
de los caracteres más aptos son los criterios complementarios a la doctrina de
la selección natural que constituyen la teoría darwiniana.
157
transmisión de los caracteres hereditarios se rige por leyes estadísticas. Lejos
de ser un proceso determinista, estaba regido por el indeterminismo propio de
las leyes estadísticas.
158
estocástico. Ante esto caben dos posturas. Una primera es negar los datos, y
seguir afirmando una concepción del mundo carente de base científica. Otra
es reflexionar sobre la nueva situación, en un Intento de sacar sus consecuen-
cias, tanto filosóficas como éticas. Las páginas que siguen quieren contribuir,
modestamente, a ese objetivo.
---- Conviene tener claro lo que esto significa. La filosofía busca siempre la
razón formal de las cosas, no su génesis explicativa. A diferencia dt; la ciencia,
la filosofía intenta responder a la pregunta «qué es» algo, no «como» se ha
generado o producido. Y ello aunque sólo fuera porque esto último tiene siem-
pre carácter explicativo, es una explicación, de la qU,e nunca p,odremos tener
evidencia total. Por otra parte, la pregunta por el como es mas propia de la
! ciencia que de la filosofía. No es que la filosofía no pueda y deba responder a
Ciertos cómos, pero tiene perfecta conciencia de que en este campo sus afirma-
ciones son siempre, como las de la ciencia, problemáticas y discutibles. La
apodicticidad no puede lograrse más que en el orden del qué, nunca en el del
cómo. !+-:.." rt(.J~J,G....(:~:!\ ~j¡ e_~¿;:;-~·.r\ ~'<.)J~-,-~,~YC.~i~;:.;:'.r~/fV~.D
159
ción y que sí podemos someter a descripción, poniendo entre paréntesis todas
las explicaciones. De ahí que lo coherente desde un punto de vista fenome-
no lógico es partir de las intuiciones primarias relativas al ser humano y su
descripción fenomenológica, a fin de enfrentamos desde ahí a la pregunta por
el porqué, es decir, por su génesis.
160
meramente descriptiva, surge de la mera descripción de lo dado en la apre-
hensión en tanto que dado en ella. Por eso la sustantividad no dice lo que son
las cosas «en sí", sino lo que son las cosas «de suyo".
De ahí que para determinar qué se entiende por sustantividad sea necesa-
rio acudir al otro tipo de notas, las que Zubiri llama formales. Estas son previas
a cualquier relación adventicia. Las notas formales no advienen a la sustantivi-
dad sino que la constituyen. Por eso Zubiri las llama «constitucionales". Reali-
dad, decíamos, es sistema clausurado de notas; por tanto, «suficiencia consti-
tucional».
Todo esto puede expresarse de otro modo diciendo que realidad o sustan-
tividad es una nota «sistemática". Hay notas elementales y notas sistemáticas.
Estas últimas tienen la característica de ser estructurales. En el caso hipotético
de sustantividades que tengan una sola nota, ésta es a la vez elemental y siste-
161
manca, Pero en todos los demás casos, cabe diferenciar entre unas y otras,
entre notas elementales y notas sistemáticas. La sustantividad, es decir, la su-
ficiencia constitucional, es una nota sistemática, ya que consiste precisamente
en esto, en sisternatisrno.
162
_._---_ •... _.~, _. ------------_.-
vivo, y que están en la base de sus actos. Porque existen habitudes, hay actos.
LoSactos son la operativización de las habitudes.
Las habitudes, por tanto, son notas constitucionales, las que dotan de
suficiencia constitucional al ser vivo. Sin habitudes el ser vivo carecería de
suficiencia constitucional, y por tanto de sustantividad. Las habitudes son no-
tas sistemáticas de carácter funcional, que dotan al ser vivo de independencia
del medio y control específico sobre él. Ya decíamos que la vida consiste en
sistematismo, y las habitudes son la plasmación de ese sistematismo,
163
prender esto basta pensar en el ejemplo de la glucosa, tantas veces aducido
por Zubiri, La glucosa es sustantiva fuera del organismo, ya que posee sufi-
ciencia constitucional. Cuando es ingerida por un ser vivo, la glucosa pierde su
sustantividad y entra a formar parte de la sustantividad del organismo. Pero
no pierde su identidad química. Por eso dice Zubiri que pierde su sustantivi-
dad, pero no su sustancialidad. En este sentido, Zubiri defendió durante mu-
chos años que el alma humana carecía de sustantividad, pero tenía carácter
sustancial. Eso es lo que para él significaba decir que era una nota constitutiva,
y no constitucional. En consecuencia, de la inteligencia podía decirse que esta-
ba en el ser humano desde el primer momento, lo mismo que los genes. La
inteligencia tenía el carácter de una nota constitutiva, no de un carácter cons-
titucional. Porque es claro que la suficiencia constitucional no se tiene en el
primer momento, sino que es el resultado de un proceso constituyente, aquél
que permite la aparición de las notas constitucionales a partir de las constitu-
tivas, y la aparición de la suficiencia constitucional. Si queremos identificar las
notas constitutivas con el genoma y las constitucionales con el fenoma, habría
que decir que la sustantividad no se logra hasta que no están expresados los
rasgos fenotípicos principales y conseguida la suficiencia constitucional, pero
que la esencia del ser humano se halla ya en forma de notas constitutivas, es
decir, de genoma y de psyché, que sería otra nota constitutiva tan originaria
como los propios genes. En consecuencia, la realidad humana gozaría desde el
primer momento de personeidad, dado que la inteligencia espiritual estaría en
ella desde el primer momento. Ahora bien, si esto es así, debe quedar claro que
la personeidad le corresponde estrictamente a la sustancia llamada psyché, y
no a la sustantividad humana como un todo. La sustantividad es un logro que
requiere espacio, tiempo, y la interacción de muchas informaciones distintas.
y si no hay sustantividad humana, tampoco puede hablarse de personeidad
humana, por más que se quiera identificar personeidad con sustancia psí-
quica.
164
-----_._.-- ----------~------------
una nota infundada o última, ha de estar desde el primer momento. Por eso se
dice que es un componente esencial de la realidad humana.
La cuestión está en que si eso es así, entonces hay que concluir qu~ ~sa
nota infundada, última o constitutiva tiene una entidad co~pletame~~e d~st~n-
ta a la de todas las demás notas, y por tanto tiene una rea.hdad tam?len. dlstm~
ta; por tanto, que reposa sobre sí misma, que tiene una Cierta su.fiClenClaen SI
misma, y que en consecuencia es sustantiva, o al me~?s su~ta~cI3L No parece
que por esta vía se pueda ir más lejos de lo que Zubiri h,abl3 Ido ya ~n .etapas
anteriores de su pensamiento. El psiquismo humano sena una nota ultlI?a en
la línea de nota (puesto que es inmaterial, espiri~ual, y no pU,ede surgir p~r
complejización de notas materiales), creada por DIOSy que s~na desde,el pn-
mer momento la sede de la inteligencia, es decir, de lascualidades psíquicas
del ser humano si bien de modo pasivo, Al comienzo, pues, la personeida~ y la
sustantividad se identificaría más con esa nota psíquica que con el conjunto
entero, ya que para Zubiri es evidente que el logr~ de I~suficiencia c~n~titu-
cional a partir del subsistema de notas constitutivas, mfu~dadas o ultlI~~s
requiere tiempo, y por tanto en el primer momento no hay aun ~na susta~t1Vl-
dad humana constituída. Si se quiere hablar de personeidad, esta habra que
identificarla con la nota psíquica, no con el conjunto entero de carácter cons-
titucional, porque éste aún carece de suficiencia constitucional, y por tanto de
sustantividad:
En esta perspectiva hay que leer los últimos textos de Zubiri, y concret~-
mente el último que dedicó a este tema, titulado «La génesis humana», y publi-
cado en Sobre el hombre. El texto lo fue elaborando y reformando durante los
últimos años de su vida, y falleció sin conseguirle dar forma definitiva. De
hecho, en el último manuscrito que revisó, puso al margen unas notas alt~-
mente significativas, que demuestran hasta qué punto su pensam~ento se guía
evolucionando poco a poco, en la línea que hemos apuntado en parraf~s ante-
riores. Como para élla psique es una nota sistemática, es lógico que diga que
165
«brota-desde» las estructuras de lo que llama «célula germinal», Dejemos de
lad~ la a~blgU(~dad de este ,término. El caso es que al margen escribe: «Pero,
(.c~ando. ». Y paginas despues, al afirmar que <doque se concibe en la concep-
cion es un hombre», anota al margen: «La célula gerrninal, ¿es un hombre?»
Estode.muestra bien hasta qué punto había entrado en crisis, por propia cohe:
rencia interna, su idea de que la inteligencia estaba en el embrión humano
desde el mismo n;omento ?~ la concepción. Laín Entralgo lo supo ver muy
pront~ ..La evolución de Zubm sobre este tema es a la vez dramática y modélica.
Dramánca, porque la propia naturaleza de las cosas le llevó a ir evolucionando
contmuamente, muriendo sin ~?r por cer~ado el tema. Y modélica, porque
supo .~o cerrarse en una posicion numantma, estando abierto a la reconsi-
derac.I?n y el cambio. No hay duda de que en su postura primera, la de que el
embrión es ~omp,leta y sustantivamente humano desde la propia fecundación
estuvo muy l~flUlda, ~or motivos religiosos, y más en concreto por -la enseñan~
za de ~a Igles~a católica. Y tampoco la hay de que él tenía muy claro que la
reconsideracíon del tem~ suponía la revisión de la doctrina del magisterio
s??re este tema. Com~ cnsnano y como teólogo sabía muy bien que esa revi-
sien era posible y quiza necesaria, y que tanto en un caso como en otro debería
est~r. ~poyada en razones. No hay en el depósito cristiano nada que impida esa
rev~slOn. De hecho,. l~ Iglesia ha defendido a todo lo largo de su historia, hasta
el siglo XVII, la eplge~esls, que es la doctrina que muy probablemente habrá
que resucitar en el proximo futuro.
La verdad es que .Ia posición del último Zubiri es más matizada que las
dos antena res, y no COInCIdecompletamente con ninguna de ellas. Él dice que
166
el psiquismo surge "desde" las estructuras materiales, y por tanto defiende una
teoría emergentista. Pero afirma también que no "por" las estructuras materia-
les; éstas "hacen", pero porque algo distinto de ellas mismas les hace hacer que
hagan. Evidentemente, esta afirmación es claramente creacionista. Pero no
nos confundamos. No se trata de un creacionismo ingenuo. Zubiri hubo de
defender un creacionismo muy directo en épocas anteriores, cuando afirmó
que el psiquismo era una nota última e infundada en la línea de nota. Pero
ahora tiene una postura más matizada. Su tesis es que las estructuras materia-
les dan de sí "desde sí mismas" el psiquismo humano, porque han sido "eleva-
das". y esta elevación no se produce cada vez que aparece un nuevo ser huma-
no, sino que es una propiedad conferida al cosmos entero, que esel único que
para Zubiri posee sustantividad (si se exceptúan los seres humanos). Con lo
cual resulta que la materia del cosmos, precisamente por haber sido elevada,
tiene la capacidad de dar de sí algo superior a ella misma, como es el psiquismo
humano. Se trata de un emergentismo creacionista, pero en el que el
creacionismo está situado al comienzo mismo del proceso cósmico, de tal ma-
nera que reside en la propia materia del cosmos como un todo. El cosmos tiene
la capacidad de dar de sí el psiquismo humano. Y lo da en el propio proceso de
complejización estructural que tiene lugar en el periodo constituyente de la
sustantividad humana. El psiquismo humano es una nota estructural que apa-
rece al término de ese proceso constituyente, de tal modo que cuando aparece
la inteligencia es cuando puede decirse que el ser humano ha logrado su sufi-
ciencia constitucional, no antes.
En cualquier caso es obvio que las ideas de Zubiri, como las de cualquiera
otro, no tienen el mismo valor cuando se trata de descripciones fenomenológicas
que cuando elabora explicaciones metafísicas. En este último caso, el valor de
verdad de sus opiniones es mucho menor que en el anterior. Se puede estar de
acuerdo con sus descripciones, aunque se tengan serias dudas sobre algunas
de sus explicaciones metafísicas.
167
en la realidad humana, que sin ella esa realidad no alcanzaría su suficiencia
constitucional, ni por tanto su sustantividad.
Esto es algo que Zubiri ha dejado muy claro, y que a mi modo de ver es de
una gran importancia. La habitud o nota constitucional llamada intelección es
necesaria para la suficiencia constitucional específicarnenre humana. Sin inte-
lección la realidad resultante no es humana. La intelección es definitoria de la
humanidad. En este sentido sí cabría hablar de nota esencial o constitutiva. El
problema es que Zubiri define lo que es esencial o constitutivo de otro modo
como lo último o infundado en la línea de nota, yeso no está claro que suceda
en el caso de la intelección. El hecho de que la intelección sea esencial en el
primer sentido, no quiere decir que lo sea también en el otro. El que Zubiri no
haya distinguido estos dos sentidos es origen de muchas y graves confusiones.
168
Es necesario insistir en que la sustantividad de los seres vivos, y por tanto
la suficiencia constitucional no se identifica con el geno tipo sino con el fenotipo.
El genotipo no es suficiente. De hecho, los genes surgen desde el medio y son
una consecuencia suya. Los genes no tienen programa predeterminado ningu-
no, ni menos finalidad o télos. Jacques Monod afirmó que los genes no son
teleológicos sino «releonórnicos». Con esto quería significar que son el resulta-
dodel proceso azaroso de ensayo y error del medio. Lo que los ácidos nucleicos
hacen es guardar codificada la información de los ensayos que resultan positi-
vos, yaque la información de los ensayos negativos desaparece, rechazada por
el medio, que de este modo impide su transmisión a la descendencia.
. Los genes proceden por ensayo y error desde el medio. El plan, de existir,
lo tiene el medio, no los genes. Lo que sucede es que ese plan es estocástico,
azaroso, de modo que para el logro de un rasgo positivo tiene que realizar
muchas pruebas que resultan negativas, y que llevan a la muerte a muchos
seres. Para estos no ha habido finalidad. La finalidad de la naturaleza es el
azar.
Los genes no son, pues, sino el resultado del proceso de ensayo y error del
medio. Y además no tienen toda la información que necesita un ser vivo para
constitutrse como tal. Para ello es necesario un complejo proceso de interacción
entre la información genérica y la que proviene de nuevo del medio, del
protoplasrna, de las otras células, de la madre, y del medio en general. Sin esto
no hay expresión posible de la información genética, y por tanto no se forma el
fenotipo. La suficiencia constitucional no la tiene el genotipo, sino sólo el
fenotipo. Y puesto que la nota sistemática definitoria de la realidad humana es
la intelección, resulta que la suficiencia constitucional no se logra hasta que no
está presente la intelección como nota sistemática. Esto, para Zubiri, se logra
muy pronto, y está presente ya «a las pocas semanas» después del nacimiento.
D: hecho, no hay que olvidar que Zubiri define la intelección como aprehen-
sion de las cosas ~omo realidades (no como lagos o como razón, al modo, por
ejemplo, de Anstoteles), cosa que sucede ya en el niño muy pequeño, que se
enfrenta con las cosas de un modo específicamente humano. En cualquiercaso,
no parece posible evitar la conclusión de que esa nota estructural aparece
tarde. El momento preciso no lo sabemos, y quizá no lo sabremos nunca. No
está dicho en ningún lado que la razón humana pueda resolver todas las cues-
tiones, y en concreto ésta. Lo único que puede decirse es que la sustantividad
~umana no se logra en el mismo momento de la fecundación, que necesita
tiempo y espacio, y que por tanto hay un periodo «constituyente», sólo al final
del cual cabe hablar de «suficiencia constitucional". La suficiencia se alcanza,
no se posee desde el principio. La tesis preformacionista no es compatible con
los datos que hoy tenemos. Hay epigénesis, y el logro de la sustantividad es
siempre un proceso epigenético. Negar esto es desconocer lo evidente.
169
Antes de acabar esta reflexión sobre el estatuto ontológico del embrión es
necesario volver hacia atrás, a la teoría aristotélica de la sustancia. Esta teoría
es la que ha tenido mayor vigencia histórica, y de algún mo~o se encuentra en
el imaginario colectivo de nuestra sociedad. Lo que el comun de las perso,nas
piensa es que el genoma dota al zigoto d~ un pr~grama completo y de u~ ~elos,
de una finalidad, de tal modo que a parnr de ahí todo es la me~~ ope~aclo~ .de
lo que ya está allí desde el principio. Acudiendo a la distinción anstoteh~a
entre potencia y acto, cabría decir que el huevo fecundado es una s~stan~Ia
completa, pero en la que está casi todo en potencia, que poco a poco Ira convir-
tiéndose en acto.
170
necesariamente un novum, una innovación que tiene que darse necesariamen-
te por creación. El probl~ma es .CU?r:do se produce esa. cre~ción,. o cuándo se
puede decir que el organismo biológico es sede de esa inteligencia, y con ello
de la vida espiritual propia de un ser humano, y que lo define como tal (recor-
demos que para Zubiri el ser humano se define como animal inteligente o
animal de realidades, de modo que cuando no se de esa nota, la inteligencia,
no se puede hablar de un ser humano). C~ben dos pos~bi.lidades. Una es pen-
sar que la inteligencia, en tanto que no.ta mfu~dada o ultJ~a (n~ puede te~er
como fundamento ninguna nota material, segun hemos VIstO), nene el carac-
ter de nota constitutiva, y por tanto ha de estar presente desde el comienzo,
desde el primer momento. Eso es lo que pensó zubiri.durante la mayor parte
. de su vida. Ahora bien, eso plantea problemas muy senos, ya que supone tanto
como hacer de la psique humana o de la inteligencia una sustancia, e incluso
una sustantividad, con lo cual caeríamos en un craso dualismo. Otra salida es
pensar que se trata de una nota sistemá.tica, que no aparece hasta ..quela pro-
pia complejización estructural del organismo humano ~una cornplejización que
por necesidad ha de ser mayor que la ~el c~lmp~nce o el oran.gutan) no. se
constituye en sede adecuada de esa psique inteligente o espiritual. Habida
cuenta de que la postura de Zubiri fue siempre cr~acio~ista, l? q~e esta ~ost~-
ra afirma no es que la complejidad estructural de de SI por SI misma la inteli-
gencia, sino que lo da, como dice Zubiri, desde sí misma pero no por sí misma.
Ahora bien, este dar desde sí misma significa que cuando el proceso de
complejización estructural, o como dice Zubiri, de formalizaci~n, es tan ?Ian-
de que supera toda formalización animal y alcanza el. nI~el de hiper-
formalización, entonces puede ser sede adecuada de un pstquismo .~umano.
Esa nota sistemática, ese psiquismo puede hacerse presente por creación (aun-
que ya hemos visto que tal creación no debe interpretarse aquí como un acto
específico para cada ser humano, sino como una "elevación" general concedi-
da a la materia del cosmos desde el principio, que hace que ésta haga algo
superior a ella misma), pero sólo cuando el p~oc~so de hiperformalización
permite que se haga presente; por tanto, el psiquismo hu~ano no aparece
hasta que la propia complejidad estructural del pro.ceso constltuyen~e, y sobre
todo de su sistema nervioso, lo permite o hace posible; lo cual precisa de una
complejización no ya igual sino superior a la de cualquier anima~ no humano,
. incluidos el orangután o el chimpancé. Esto significa que el psiqursmo humano
no puede aparecer más que muy tardíamente, cuando el proceso de
forrnalización nerviosa es muy elevado, y en consecuencia cuando la comple-
jidad estructural y la suficiencia constitucional están muy avanzadas. Por tan-
to, en esta segunda hipótesis, que es hacia la que ~ubiri parecía encaminarse
al final de su vida, el psiquismo humano aparecena muy tarde, y rntentras el
organismo humano estaría en fase constituyente, en un proceso cuyo térmi,no
sería el logro de la constitución, de la suficiencia constitucional, per? que solo
alcanzaría al final. Frente al preformacionismo creacionista de la pnmera eta-
pa, Zubiri admitiría ahora un epigenetismo también creacionista. Esta s,egu~-
da respuesta a su pregunta por el origen del psiquismo humano es mucho mas
171
coherente con su propia filosofía de la sustantividad que la primera, y permite
dar razón filosófica rigurosa del complejo problema de la génesis humana
Esta g.énesis es un proceso complejo, sólo al final del cual cabe hablar de sus:
tantIVldad humana o realidad humana, y por tanto de personeidad. Antes no
hay otra cosa que un proceso constituyente, todo lo importante que se quiera,
pero que no puede sin más identificarse con un ser humano. La vieja tesis
eplgenética, la más frecuente a lo largo de la historia de la filosofía y la ciencia
adquiere así nuevos bríos. Las posturas preforrriacionistas no sólo no tiene~'
base científica sólida, sino tampoco un respaldo filosófico serio.
A partir de aquí hay que plantearse el problema del estatuto ético del
embrión humano. Suele pensarse que la ruptura de los viejos esquemas
preformacionistas tiene que ir seguida necesariamente de todo tipo de males
morales. Pero esto no tiene por qué ser necesariamente así. Más aún, no lo ha
Sido tradicionalmente, a pesar de que durante la mayor parte de la historia,
como ya hemos repetido más de una vez, la cultura cristiana occidental ha
defendido una teoría epigenéticadel desarrollo del embrión humano.
c o ~ant, en las décadas finales del siglo XVlII, podía formular su imperativo
ategonco en términos de respeto de los seres humanos «actuales». La ley
moral, el principio objetivo del obrar consistía, según él en el cumplimiento
de u dí . ,
. ~as con iciones de simetría tales, que no se atentara contra la dignidad de
nmgun ser humano. Realmente, su imperativo categórico cubre no sólo a los
seres humanos presentes sino a los futuros, ya que la máxima de la acción
~:ne ,quepo~erse convertir en «ley-universal», con vigencia absoluta en un
klpotettco «remo de los fines». De algún modo, pues, el imperativo categórico
b~~tlano cubre el espacio no sólo de los seres humanos «actuales» sino tam-
ren de los «virtuales», A pesar de lo cual, es evidente que a la altura del siglo
~III era muy difícil extender las obligaciones morales más allá del conjunto
.~ los seres humanos «actuales». Faltaba auténtica perspectiva para la conver-
sion delos seres humanos «virtual es" en auténtico problema moral.
172
do más bien la tesis opuesta, la de que las generaciones futuras salían en gene-
ral beneficiadas de las modificaciones introducidas por los seres humanos so-
bre el medio. La roturación de tierras, la construcción de viviendas, puentes,
'0. presas, etc., eran un importante patrimonio que las generacion~s nue~a,s reci-
bían gratuitamente de las precedentes. Toda nueva generacion recibía una
herencia o patrimonio globalmente acrecentado respecto del que recibieron
'" sus padres. Cierto que había también saldos negativos: guerras, devastaciones,
etc, Pero se consideraba que en ,general el saldo era positivo.
'Hoy las cosas han cambiado sustancialrnente. Por vez primera hemos co-
brado conciencia de que el saldo global puede ser negativo, y que por tanto
podemos estar dilapidando el patrimonio de las generaciones futuras, hasta el
punto de poner en peligro su calidad de vida y, quizá también, su propia exis-
tencia. Esto plantea un problema moral nuevo, sobre el que se ha trabajado
intensamente en las últimas décadas. Se trata de saber si existe o no la obliga-
ción moral de asegurar el futuro de la vida humana sobre el planeta, y si esa
vida no debe ser de una calidad al menos no inferior a la muestra.
En cualquier caso, parece claro que esas obligaciones no pueden ser las
mismas que tenemos para con los seres humanos «actuales». La ley moral nos
exige tratar con la máxima consideración y respeto a «todos» y a «cada uno»
de los seres humanos actuales. No puede ser de otro modo, ya que en caso
contrario estaríamos pasando por encima de la dignidad de, al menos, algunos
de ellos.
Ahora bien, con los seres humanos virtuales, con las futuras generacio-
nes, nuestros deberes morales no pueden ser exactamente los mismos. Y eilo
aunque sólo fuera porque si bien podemos tener una ligera idea sobre lo que
en la proyección hacia el futuro puede significar el término «todos», difícil-
mente podemos responsabilizarnos con «cada uno". A lo más que podemos
llegar es a decir que tenemos la obligación moral de asegurar la continuación
de la vida humana sobre el planeta, en unas condiciones no inferiores a las
nuestras, pero no a salir responsables de cada uno. Proyectado hacia el futuro,
el término «cada uno» carece de sentido. Tiene perfecto sentido cuando se
trata del presente, pero no del futuro.
173
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Aún hay más. Hoy no sólo consideramos que tenemos obligaciones para
con los seres humanos virtual es, sino también con las realidades no humanas.
y ello por razones de un enorme peso. Los seres humanos procedemos por
evolución de especies vivas no humanas, y hoy sabemos perfectamente, cosa
que hasta hace un siglo no sucedía, que los equilibrios de la vida en general, y
de la vida no humana en particular, son esenciales para la propia perduración
de la vida humana sobre el planeta. Si los seres humanos son fines en sí mis-
mos y merecen consideración y respeto, de algún modo -subrayo, de algún
modo- han de ser también fines en sí mismos los seres no vivos, los animales,
ya que son condición de posibilidad de los seres humanos. Y lo mismo cabe
decir de la naturaleza. Si los seres humanos son fines en sí mismos, de algún
modo han de serio el conjunto de la vida y el conjunto de la naturaleza, ya que
ambos son condición posibilidad de la vida humana sobre el planeta.
Pero eso no tiene por qué ser necesariamente así, El propio Kant abrió la
pue;ta a una interpretación más adecuada. Cuando formula su imperativo ea-
tegonco, Kant se cuida en decir que los seres humanos debemos tratamos
unos a otros «como fines y no sólo como medios». Los seres humanos no somos
SÓ1,0 ~ines para los demás sino también medios. Lo demás sería completamente
UtOplCO.Todos nos utilizamos a todos como medios. Lo inmoral no es tratar-
nos como medios sino tratamos sólo como medios. Los seres humanos somos
medios y no sólo fines. Éste es el verdadero canon de moralidad. Y somos
medios y no sólo fines, precisamente porque no somos puros seres autónomos
espíritus puros, sino espíritus encarnados; racionales, pero también animales:
Los seres humanos somos medios y no sólo fines. Y los demás seres de la
naturaleza son, exactamente al contrario, fines y no sólo medios. Ya lo decía-
mos antes. Lo que sucede es que aplicado a la naturaleza y a la vida no huma-
na, el término fin tiene un contenido especial. El carácter de fin se predica en
el caso de los seres humanos de «todos» y de «cada uno» de ellos. Cada ser
humano es fin en sí mismo, y naturalmente también la humanidad como un
todo, lo que Kant llamó el «reino de los fines». Por el contrario cuando el
término se aplica a los demás seres de la naturaleza, el carácter de' fin afecta a
«todos» pero no a cada uno individualmente. Esta es una diferencia funda-
me~tal. La vida es un fin, y la naturaleza es un fin, pero no cada espécimen de
la VIda o cada elemento de la naturaleza.
174
-------- -----
A partir de aquí cabe volver sobre el tema de los llamados seres humanos
virtuales, como son los de las futuras generaciones. Y resulta fácil ver que si
ellos también tienen derechos y nosotros deberes para con ellos, porque tam-
bién son fines en sí mismos, no se trata de derechos idénticos o en todo equipa-
rables a los de los seres humanos actuales (que son fines todos y cada uno),
silla al modo de los seres vivos y la naturaleza en su conjunto, que son fines en
su conjunto, pero no en cada uno de sus elementos.
175
moral no hacerla. Por el contrario, los deberes privados debe gestionarlos cada
individuo y cada grupo social autónoma mente, sin que nadie pueda utilizar la
fuerza para imponer su propia idea del bien a los demás.
176
de la voluntad general convierten en leyes. Los deberes perfectos primarios
son siempre los morales. De ahí la importancia de tematizarlos explícitamen-
te. Esto es lo que ha hecho la bioética, formulando los dos principios de No-
maleficencia y de Justicia. El primer principio cubre los deberes perfectos en
orden a la vida biológica de las personas, en tanto que el segundo lo hace en el
orden de la vida social.
Así las cosas, la cuestión está en saber cómo situar nuestras responsabili-
da.des ~ara,con los embriones dentro de este marco de deberes morales y de
pn~ciplO~ eticos: Y lo pnmero que cabe decir es que una vez conseguida la
suficiencia constitucional han de ser considerados seres humanos como todos
los de.más, <;on el mismo. nivel de protección, y que por tanto su vida y su
integridad física debe ser protegidas no sólo privada sino también pública-
me~te, con todas las armas propias del Derecho penal. Actuar de otro modo
sena de todo punto maleficente, un atentado contra el principio ético de no-
maleficencia.
177
rio. El problema del aborto no ha conseguido controlarse nunca, ni antes de la
despenalización de ciertos supuestos, ni después, con medidas penales. En
cuestiones tan privadas como éstas más eficaces que las medidas penales son
los procedimientos de promoción de la responsabilidad moral. Todos tenemos
que ser conscientes de que los actos de nuestra vida son el origen de vínculos
que obligan moralmente. Estos vínculos de muy diverso tipo, el propio de la
filiación, el de la amistad, el del compañerismo, o el de la simple convivencia.
El pasar por una calle por la que también camina otra persona nos vincula con
ella hasta el punto de ser fuente de obligaciones morales específicas. Si esto es
aSÍ, es lógico que también haya vínculos, y vínculos muy profundos, con la
pareja, y que por tanto las relaciones sexuales vinculen. Vinculan con la pare-
el
ja,y vinculan con fruto de la relación. Este es el origen de la llamada «pater-
nidad responsable". El cumplimiento de las obligaciones para con el embrión
es, ciertamente, de gestión privada, pero eso no disminuye en un ápice su
condición moral.
. y éste es, quizá, el resultado de todo este proceso analítico. Que el proble-
ma del aborto no se puede manejar adecudadamente ni silenciando los datos
científicos o filosóficos, ni penalizando este tipo de conductas, sino promo-
viendo la responsabilidad moral de todos los ciudadanos. Frente al clásico
binorniopenalización total o liberalización total, ética de la responsabilidad.
CONCLUSIÓN
Decíamos al comienzo que en el tema del estatuto del embrión hay una
primera toma de postura, básicamente emocional, que nos hace a todos estar
a favor de la vida y en'
defensa de los embriones. Se trata, añadíamos, de un.
haber importantísimo, 'del que ninguna teoría moral puede prescindir si es que
de verasquiere dar cuenta del hecho moral tal y como se da en la especie
humana. Pero también veíamos que la ética no puede quedarse ahí sino que
tiene que elevar, sobre la matriz poco diferenciada del sentimiento genérico de
aceptación o de rechazo, el edificio de la reflexión. Imitando a Kant podría
decirse que el sentimiento sin reflexión es ciego, y que la reflexión sin sentí-
miento nace muerta.
Uno de los términos que el idioma alemán utiliza para hablar del senti-
miento es Gesinnung, que significa también creencia o credo que se acepta de
modo básicamente emocional o no reflexivo. Eso es lo que le llevó a Max Weber
a acuñar el término Gesinnungsethik como caracterización de las éticas basa-
das en creencias y sistemas de valores fuertemente emocionales. Frente o so-
bre ellas estarían las que, sin renunciar a las emociones, las someten al control
racional de la ponderación de medios y fines. Es lo que Max Weber llamó
verantwortungsetíuk; ética o éticas de la responsabilidad,
178
En el tema del estatuto del embrión parecen haber primado, sobre todo
en ciertos medios, las éticas de la emoción y la convicción sobre las éticas de la
responsabilidad. Lo cual no resulta fácil de justificar con criterios estrictamen-
te racionales. Parece difícil que las emociones, e incluso las creencias, puedan
oponerse y anular los fueros de la razón. Una ética de la convicción no contro-
lada reflexivamente conduce siempre al irracionalismo.
é Cuál sería el enfoque posible del tema del estatuto del embrión desde
una ética de la responsabilidad? Ésa es la pregunta a la que he intentado dar
respuesta en este artículo. Pienso que sus argumentos tienen un cierto valor,
pero estoy lejos de considerar que hayan agotado el tema. El trabajo debe
continuar. En cualquier caso sería conveniente que no saliera de los márgenes
en que debe moverse toda investigación de este tipo, el marco propio de una
"visión responsable".
179
8
HISTORIA DEL ABORTO
INTRODUCCIÓN
181
evolución de este tema cinco etapas o momentos: primero, el aborto casual o
fortuito; segundo, el aborto intencional o provocado; tercero, el aborto COntes-
tado y condenado; cuarto, el aborto justificado, y quinto, el aborto legalizado.
1. EL ABORTO FORTUITO
209: Si un señor golpea a la hija de otro señor y motiva que aborte, paga-
rá diez siclos de plata.
Varias son las cosas que sorprenden en este notable texto legal. En primer
lugar, que sólo contempla el aborto accidental, acaecido en el curso de riñas,
peleas, etc. Nada se dice del aborto voluntario o planificado. La segunda cosa
que llama poderosamente la atención es la marcada diferencia de las personas
segúnla condición social de los afectados, de modo que si se trata de la hija de
u~ señor la multa es de diez siclos de plata, en tanto que el pago se reduce a la
mitad en el caso de la hija de un plebeyo, y si la gestante es una esclava el
precio baja a menos de la cuarta parte. Vemos, pues, cómo empiezan a jugar
.las;l;raZGriessociales» en el tema del aborto. Si la mujer que muere a causa de
182
los golpes es hija de un señor, el agresor pagará con la vida de su propia hija;
si es la hija de un plebeyo, le costará media mina de plata; si es la de un
esclavo, un tercio de la mina. Sólo la muerte de una persona de igual rango se
castiga con la «ley del talión»: ojo por ojo, diente por diente, vida por vida.
2. ABORTO PROVOCADO
183
-----~~------~--~-;--~-~~--
se considera justo, los padres, dice Platón, «tendrán que ser advertidos de la
necesidad de no dar a luz ningún fruto, el cual, si en efecto naciese a pesar de
los obstáculos puestos a ello, no podrá contar con ayuda alguna para su desa-
rrollo» (461c). En las Leyes es aún más explícito, hasta el punto de que proyec-
ta que en cada ciudad haya "una magistratura sumamente poderosa e impor-
tante» que «estudie las medidas a tomar en caso de exceso o de falta de hijos,
para que en la medida de lo posible se mantenga la cifra de cinco mil cuarenta
hogares que hemos establecido. Los medios para ello son numerosos: si la
prole es abundante, se pueden restrigir los nacimientos; por el contrario, se
puede alentar y promover una natalidad fuerte, obrando por medio de las
distinciones, deshonras o amonestaciones, sobre todo aquellas que hacen los
ancianos a los jóvenes en sus conversaciones: todo esto es apto para conseguir
el efecto de que hablamos» (74 Od).
I
.\
El tema lo recoge Aristóteles, quien en su Política se expresa así: «Debe
haber un límite fijo para la procreación de los hijos, y si alguna persona tiene
un hijo como resultado de sus relaciones matrimoniales que contravienen es- I
tas normas, debe practicarse en ellas el aborto, antes que la cría haya desarro-
llado la sensación y la vida, pues la línea divisoria entre el aborto legal y el
ilegal quedará señalado por el hecho de que el embrión tenga o no sensación y
esté vivo» (l135b, 20 ss). En otra de sus obras, la Historia de los animales,
Aristóteles establece con toda precisión esta línea divisoria, que es de 40 días
en los fetos varones y de 80 en los femeninos, ya que entonces es cuando el
cuerpo empieza a estar animado por un alma sensitiva. Esta opinión, cuyo eco
histórico ha sido inmenso, es en cierto modo rigorista y conservadora si se
compara con la platónica y la estoica, según las cuales la animación comienza
sólo en el momento del parto, cuando el nuevo ser empieza a tener respiración
propia y se corta la dependencia del sistema sanguíneo de la madre.
184
------
mí. Así informado le ordené saltar, de forma de que los ~alones tocar~n las
nalgas. Había saltado siete veces, cuando la simiente cayo ,al suelo haciendo
ruido. Al verla, la mujer se extrañó muchísimo. Vaya decir ~omo era el ~roduc-
to: se parecía a un huevo al que se le hubiera quitado la ~a.scara extenor». La
jactancia de que hace gala el autor de est~ texto hipocrático demuestra ~ue
consideraba su acción moral y legalmente nreprobable. Y lo era, y~ que III la
legislación griega ni la romana protegieron, salvo ~asos .muy particulares, la
vida del niño no nacido. El aborto llegó a estar bien VIsto, como lo estuvo
también el poner fin voluntariamente a la propia vida. El argumento de que el
embrión tiene una alma inmortal de la que habrá que dar cuenta al creador no
comienza a utilizarse, según Edelstein, hasta la época cristiana.
3. EL ABORTO CONTESTADO
185
a «los asesinos de sus hijos» (5,2). En la Carta a Bernabé, documento que fue
escrito probablemente a comienzos del siglo II, se contraponen de nuevo los
dos caminos, el de la luz y el de las tinieblas, y se afirma irnperativamente que
para seguir el primero es preciso guardar, entre otros, el siguiente precepto:
«No matarás a tu hijo en el seno de la madre ni, una vez nacido, le quitarás la
vida» (19,5). Poco después escribe Atenágoras en su Legación en favor de los
cristianos: «Nosotros (los cristianos) afirmamos que los que intentan el aborto
cometen un homicidio y tendrán que dar cuenta a Dios de él" (35). En pareci-
dos términos se expresa Clemente en su Pedagogo (2, 10, 96). Otro escrito del
siglo II, el Apocalipsis de Pedro, describe, en el típico lenguaje apocalíptico, un
«lugar angosto, donde iban a parar el desagüe y la hediondez de los que allí
sufrían tormento, y se formaba allí como un lago. Y allí habían mujeres senta-
das, sumergidas, en aquel albañal hasta la garganta; y frente a ellas, sentados
y llorando muchos niños que habían nacido antes de tiempo; y de ellos salían
unos rayos de fuego que herían los ojos de las mujeres; éstas eran las que
habían concebido fuera del matrimonio y se había procurado aborto». De for-
ma muy parecida se expresa el Apocalipsis de Pablo. Del siglo III es el duro
texto de Tertuliano que citamos más arriba, así como otro no menos explícito
de Cipriano de Cartago (Cartas 52, 2, 5) Y la siguiente denuncia de Hipólito de
Roma: «Mujeres reputadas como buenas cristianas empezaron a recurrir a dro-
gas para producir la esterilidad ya ceñirse el cuerpo a fin de expulsar el fruto
.de la concepción» (Philosophumena, 9, 12). Una compilación del siglo Iv, las
,Constituciones apostólicas, condena la destrucción del feto formado (7, 3, 2).
En esa misma época Ambrosio de Milán acusa a los ricos que, ante el miedo a
tener que dividir el patrimonio entre demasiados, reniegan de su propio feto
en el útero y destruyen, con la ayuda de una poción parricida, las promesas de
su seno en el propio vientre; así, concluye, la vida se mata antes de ser trans-
mitida (Hexameron 5, 18, 58). El concilio local español de Elvira, hacia el año
300, condenó con excomunión hasta la muerte a las mujeres que, fornicando,
después destruyesen el producto de su comercio (canon 63). El concilio de
Ancira, en 314, decretó diez años de penitencia para casos similares (canon
21). Estos cánones tuvieron una gran repercusión en las legislaciones concilia-
res ulteriores, tanto de Oriente como de Occidente.
186
---_._._----
nos del aborto y frecuentemente acontece que, muriendo también ellas, bajan
a los infiernos reas de un triple crimen: homicidas de sí mismas, adúlteras de
Cristo y parricidas del hijo aún no nacido" (Cartas 22, 13, a Eustoquia).
187
ningún aborto se comete homicidio» (Dz 1185). Las diferentes reformas canó-
nicas, hasta la última de 1983, han reiterado la excomunión contra quienes
concurren positivamente a la realización de un aborto.
4. EL ABORTO JUSTIFICADO
Las razones políticas son distintas de las morales, pero no pueden enten-
derse como completamente separadas de ellas. No es un azar que en las prin-
cipales utopías del Renacimiento, la de Tomás Moro, la de Campanella, la de
Francis Bacon, el aborto brille por su ausencia. Es curioso ver cómo resuelve
Tomás Moro el problema del exceso o del defecto de miembros de una comu-
nidad, que tanto preocupaba a Platón: «Para que la población no disminuya ni
aumente con exceso se procura que ninguna familia (de las cuales cada ciu-
dad, sin los alrededores, tiene seis mil), no cuente con menos de diez, ni con
más de dieciséis mancebos. Para los niños no se señala número. Este módulo
se mantiene fácilmente transfiriendo a las familias de pocos hijos el sobrante
de las más numerosas, y a veces, si una ciudad tiene en total más habitantes
del número prefijado, remedian con este exceso la escasez de las otras».
188
que desplaza al aborto del primer plano de las. preocu~aciones. ~e trata d~l
preservativo, preconizado por el cirujano Gabnel ~aloplO ~ am~hamente d,i-
fundido a partir del siglo XVIII, primero entre prostitutas y libertinos, despues
entre los sectores más avanzados de la burguesía.
Todo esto provoca una feroz «lucha por la existencia". Malthus había lle-
gado a esa conclusión desde el campo de la economía política, pero medio
siglo después Darwin la confirmaba desde la biología comparada. Como no
pueden vivir todos los hombres, la naturaleza ha establecido un crit~rio. ~e
selección. Quiénes han de morir? ¿Los que ordene la naturaleza? El pnncipio
é
189
5. EL ABORTO LEGALIZADO
Pero la legislación abortista de los países occidentales tiene una raíz dis-
tinta a las dos qu~ acabamos de reseñar. Sus orígenes están en las leyes escan-
dl~avas de los anos 30. En 1935 Islandia promulgó una ley que permitía al
médico provocar el aborto para proteger la vida o la salud de la mujer encinta.
Se trataba, pues, del clásic~ :,aborto terapéutico» pero muy ampliado, ya que
se consideraban razones válidas todas las que alteran no sólo la vida física
si~o también la ~síquica y la social de 151 madre. Así, la ley permitía el abort~
«SI I~madre habla dado a luz muchos .hijos muy poco espaciados entre sí y no
habla pasado mucho tiempo desde el último parto, y también si las condicio-
nes domésticas eran difíciles por ser familia numerosa, por pobreza o por en-
ferm~dad grave de algún miembro de la familia», Las «razones públicas" se
~mphaban pues, h~sta abarcar cualquier malestar psíquico o social. Esta ley
1~landesa «ensancho el concepto de salud hasta incluir en él no sólo las condi-
cienes Inte;nas del buen funcionamiento individual fisiológico y psicológico,
SInOtambién las condiciones ambientales y culturales del buen funcionamien-
to social y económico. Salud, en breves palabras, llegó a abarcar todos los
aspectos del bienestar humano» (Grisez). Esta es la vía por la que van a discu-
rrtr todas las leyes OCCIdentales: el aborto puede realizarse siempre que ·10
190
aconseje la salud de la madre, entendida de modo amplio como "bienestar
físico, mental o social". Así lo entendieron la ley danesa de 1937, la sueca de
1938, etc. Estos son los años, por lo demás, en que los Estados occidentales
comienzan a redefinir sus objetivos en torno al «bienestar»; es la época del
Welfare State de Roosevelt, que con su triunfo en la Segunda Guerra Mundial
se convierte en santo y seña de las democracias occidentales. Siguiendo esta
ideología, en 1946 la Organización Mundial de la Salud definirá la salud como
«estado de perfecto bienestar físico, mental y social, y no sólo la ausencia de
enfermedad». Salud, pues, igual a bienestar. He aquí una idea de la vida y una
norma de moral civil por igual diferenciable de la marxista y de la nazi. Más de
una vez se ha llamado la atención sobre el carácter luterano de esa ideología.
Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que encontró fácil aceptación en los países
neocapitalistas, democráticos y luteranos, y chocó con enormes resistencias en
los mediterráneos, menos desarrollados y predominantemente católicos.
191
._ _- ----~--~---_.~------~-
..
192
9
BIOÉTICA y PEDIATRÍA
INTRODUCCIÓN
-:
193
I. LA INFANCIA COMO PROBLEMA
La cultura griega, matriz de toda la cultura occidental, tuvo una idea muy
peyorativa, tanto del anciano como del niño. Pocos textos más significativos
que aquél en que Aristóteles describe las cualidades inmoderadas, casi patoló-
gicas, de unos y otros, He aquí algunos párrafos de lo que el Estagirita dice a
propósito de los niños y adolescentes:
Todo viviente no nace jamás teniendo tanta inteligencia cuanta le está bien
tenga llegado a su perfección. Y durante el tiempo en que aún no posee juicio,
195
todos están locos, y gritan desordenadamente; y apenas se tienen en pie, sal-
tan desordenadamente".
el niño era diferente del hombre, pero sólo por el tamaño y la fuerza, mien-
tras que los otros rasgos seguían siendo semejantes. .Sería interesante compa-
rar al niño con el enano, el cual ocupa una posición importante en la tipología
medieval. El niño es un enano, pero un enano que estaba seguro de no que-
darse enano, salvo en caso de hechicería. En compensación éno sería el enano
un niño condenado a no crecer, e incluso a volverse en seguida un viejo ami-
gado?:'.
196
la educación reglada. El niño es separado de los adultos y mantenido, dice
Ariés, en una especie de cuarentena, que es el colegio.
n. EL NIÑO Y LA MORAL
197
r
que ha imperado práticamente a todo lo largo de la historia de la humanidad
ha sido más bien la contraria. y ello aunque sólo sea porque la moralidad es
característica que va unida siempre y necesariamente al uso y disfrute de la
razón, yel niño no la posee en absoluto, o al menos no la posee en plenitud.
Nivel I. Preconvencional:
Estadio 1. Moralidad heterónoma.
Estadio 2. Individualismo, finalidad instrumental e intercambio.
198
Nivel III: Postconvencional o de principios:
Estadio 5. Contrato social o utilidad y derechos individuales.
Estadio 6. Principios éticos universales".
Los datos reunidos por Kohlberg hacen pensar que el Estadio 5 está casi
completamente terminado "para finales de la escuela secundaria" (que en Es-
tados Unidos es dos años anterior a la finalización de la escuela secundaria
española), y no parece progresar desde la época de la escuela secundaria hasta
los 25 años, y si bien durante esos años la puntuación en el Estadio 6 es ligera-
mente superior, esa diferencia no es estadística mente significativa. Parece, pues,
que la conciencia moral evoluciona poco después de la veintena. De hecho, los
padres de los alumnos encuestados, pertenecientes a la clase media y educa-
dos en Universidad, tenían una puntuación ligeramente inferior que sus hijos
en los Estadios 5 y 6. Según Kohlberg, el desarrollo adulto es primordialmente
un asunto de estabilización, un abandono de las formas de pensamiento infan-
tiles, más que de formación de formas de pensamiento nuevas o más elevadas.
Pues bien, la justicia no es una virtud natural, ni tiene sentido decir de!
niño que es justo. Más bien habría que afirmar lo contrario, que el niño es
injusto por naturaleza. Esta fue una de las razones aducidas por la teología
clásica en favor del pecado original. Para San Agustín la demostración empíri-
ca del pecado original se halla observando la conducta de los riiños, que no por
azar Freud definió como "perversos polimorfos». y cuando la cultura occiden-
tal se seculariza, en los siglos de la modernidad, la interpretación varía, pero el
hecho permanece invariable. Más que relacionarlo con el pecado original,ahora
se dirá que la moralidad no es propiedad de la naturaleza, ni animal ni huma-
na, sino producto de la razón, y como tal algo que se conquista a través del
tiempo, a lo largo de muchos años, precisamente los propios de la infancia y la
adolescencia. Un autor tan naturalista en ética como David Hume no duda en
afirmar, en 1740, en su Tratado de la naturaleza humana, que los principios de
justicia y equidad son el resultado de un lento y difícil proceso de maduración
individual y colectiva de los seres humanos. No me resisto a transcribir las
propias palabras de Hume:
7 Kohlberg L. Psicología del desarrollo moral, Bilbao, Desclée de Brouwer, 1992, 1885.
199
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., Esta imagen no ~ambia más que con la llegada del romanticismo. Philippe
Anes h~ sabido v~r como ese cambio se encuadra dentro de otro más general,
de caracter estnctamente moral. El separar a los niños de sus padres y
escolarizarlos, dice Ariés, «debe interpretarse como un aspecto más de la gran
moralización de los hombres realizada por los reformadores -católicos o pro-
testantes- de la Iglesia, de la magistratura o del Estado»:", Esta moralización
pasa por el cambio de actitud ante el niño. En Rousseau se ve bien el giro total
que sufre el planteamiento de este problema. Para él el amor a la humanidad
es completamente natural, y por tanto adorna al niño desde sus mismos co-
mienzos.
200
--- --- --- ------
201
problemas morales del ejercicio de la pediatría. Es el punto que hemos de
analizar ahora.
Las decisiones sobre el cuerpo y la vida del niño y el joven deben hacerse
siempre buscando su «mayor beneficio», coincida éste o no con el deseo o el
criterio del propio sujeto. Naturalmente, siempre que esté en juego la vida, la
salud o el bienestar del niño, el mayor beneficio consiste en la defensa de esos
valores, aun a costa de contrariar su voluntad. Por tanto.Jos conflictos entre
beneficencia y autonomía han de resolverse siempre en favor de la primera,
aunque ello suponga una lesión de la segunda.
202
responsabilidad se ha dejado en manos de los padres. Así lo hace, por ejemplo,
nuestro Código Civil al hablar de la patria potestad (art. 154 y ss.) y de la
tutela (art. 216). La patria potestad, dice el primero de los artículos, «se ejer-
cerá siempre en beneficio de los hijos», y deber de éstos será «obedecer a los
padres mientras permanezcan bajo su potestad, y respetarles siempre". (art.
155). En cualquier caso, como puede ser que los padres no interpreten bien el
principio del mayor beneficio, o que actúen de modo contrario, es decir, en
perjuicio del menor (d. arto 158.3), el juez tiene siempre la potestad de sus-
pender la patria potestad y promover la ~utela del menor. (art. 215ss). La fun-
ción del fiscal, y en última instancia del juez no es defimr lo que es el mayor
beneficio del niño, puesto que se supone que esto se halla ya objetivamente
definido, sino velar porque los padres respeten ese princ~pio y lo. a~liquen en
su toma de decisiones. Repito, se parte de que el beneficio es objetivo y debe
ser cumplido por todos en las decisiones de sustitución sobre menores ° inca-
paces. Este es también el caso del médico. En los cas.os de enf~rmedad la doc-
trina clásica ha considerado que quien se halla mejor capacitado para com-
prender de forma objetiva lo que es el mayor beneficio del meno:- es el m~~i~o.
De ahí que nadie, ni los padres, tengan la capacidad de interfenr en su JUICIO,
cuando la vida, la salud o el bienestar del menor están enjuego. Lo contrario
sería no 'sólo un acto inmoral sino también antijurídico.
203
Esta distinción resuelve muchos problemas del mundo de las personas
adultas, pero en el caso de los niños e incapaces plantea otro aún más agudo.
Los niños, al menos los muy pequeños, los menores de doce años, no tienen
sistema de valores propio, ni por tanto pueden definir SQ propia beneficencia.
Pero por otra parte, el Estado, y en su representación el juez no pueden cuidar
de su beneficencia sino sólo de su no-maleficencia. Y entonces se plantea el .
problema de cómo definir el contenido de la beneficencia en el caso de los
menores e incapaces. Es el asunto conocido en la literatura con el nombre de
«decisiones de sustitución».
204
oido con antelación. El tema es de una complejidad que no puede ser analiza-
da aquí, pero quede, al menos, enfocado en sus puntos fundamentales.
CONCLUSIÓN
205
------------,------
10
EL RETRASO MENTAL EN LA HISTORIA
INTRODUCCIÓN
Pienso que la historia del retraso mental corre pareja con esta que acabo
de indicar. En una primera fase, que duró prácticamente hasta el siglo XV1ÍI,al
retrasado mental severo se le consideró como una especie de monstruo que
era necesario excluir de la sociedad de los eres humanos. A finales del siglo
XVIll comienza una segunda actitud, en la que el retraso mental se medicaliza
y es visto como una enfermedad que es necesario tratar mediante procedi-
mientos especiales. Finalmente, en las últimas décadas ha surgido una nueva
actitud, presidida no ya por la consigna de la exclusión o dé la educación
especial, sino de la normalización e integración. En consecuencia, mi exposi-
ción va a constar de tres partes, que estudiarán las tres fases fundamentales de
la historia del retraso mental, la de exclusión, la de reclusión y la de integra-
ción.
207
l. LA FASE DE EXCLUSIÓN: EL RETRASADO MENTAL
COMO ANIMAL SALVAJE
No te postrarás ante ellas [las imágenes de dioses falsos] ni les darás culto,
porque yo Yahvéh, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los
padres en los hijos hasta la tercera generación de los que me odian, y tengo
misericordia por mil generaciones con los que me aman y guardan mis man-
damientos 1.
Ex. 20,5.
208
iniquidad, la rebeldía y el pecado, pero no los deja impunes; que c~~tifa la
iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera Ycuarta generaclOn .
Por eso en la cultura antigua hay una gran tendencia a excluir .de la co-
munidad sagrada a los deformes. Esto se ve también de ~odo muy eVlden.te en
el pueblo de Israel. Cuando en el libro del Levítico se senalan las condiciones
requeridas para poder ser sacerdote de! pueblo de Israel, se excluyen a todos
los deformes:
. .. n
Ninguno de tus descendientes en cualquiera de ~us generaClon:s, ~I tiene u _
n
defecto corporal, podrá acercarse a ofrecer el alimento de s~ ~lOs, p~es.m .
gún hombre que tenga defecto corporal, ha de a.cercarse: m ~Ie?? m cojo n~
deforme ni monstruoso, ni el que tenga roto el pie o la ma~~, ni ~orobado ni
raquítico ni enfermo de los ojos, ni el que padezca sarna o una, ni el eunuco.
Ningún descendiente de Aarón que tenga defecto cor~oralp~ede acercarse a
ofrecer los manjares que se abrasan en honor de Yahveh. TIene defecto; no se
3
acercará a ofrecer alimento de su Dios •
2 Ex. 34,5-7.
3 Lev. 21, 17-20.
4 Jn 9, 1-2.
5 Jn 9, 34. . d .. , G t Romames
6 MM. CH. Daremberg, EDM. Saglio, Dictionna¡re es AnnqUltes recques e ,
Tome Troisiéme, Deuxiéme partie, Reprint, Graz, Akadernischen Druck- u. Verlagsanstalt,
209
La especulación antigua y medieval sobre los monstruos es enorme. El
tema aparece por todas partes. Por ejemplo, Santo Tomás de Aquino trata de él
en la Summa Theologica dos veces. Partiendo de Aristóteles, y de su idea de
que los mostruos son alteraciones del curso de la naturaleza (peccata in tiatura
sunt monstra), Santo Tomás concluye que son consecuencias del pecado, es
decir, el resultado de faltas morales. He aquí los textos:
Se dice que los monstruos ("monstra") son pecados en cuanto son producidos
por el pecado existente en la actuación de la naturaleza'.
Los monstruos ("mon.scra") no son perfecciones, sino son ciertas cosas genera-
das al margen de la naturaleza".
y en otro lugar:
210
Los monstruos son cosas que aparecen fuera del curso de la naturaleza (y que,
en la mayoría de los casos, constituyen signos de alguna desgracia que ha de
ocurrir), como una criatura que nace con un solo brazo, otra que tenga dos
cabezas y otros miembros al margen de lo ordinario. Prodigios son cosas que
acontecen totalmente contra la naturaleza, como una mujer que dé a luz una
serpiente o un perro, o cualquier otra cosa totalmente opuesta a la natura-
leza ".
Pero también cabía otra posibilidad, que era el comercio de mujer con un
ser no inferior al hombre, sino superior a él, concretamente con un demonio.
En estos casos, el individuo resultante tenía el cuerpo de ser humano pero
carecía de alma, ya que su lugar lo ocupaba el espíritu maligno. Se trataba,
pues, de endemoniados congénitos, algo absolutamente aceptado en el mundo
antiguo, y sin lo cual resultan incomprensibles muchos pasajes de los propios
Evangelios. Recuérdese, por ejemplo, el relato de los endemoniados gadarenos 14.
Se trata de una especie de loco furioso, que ha sido así durante mucho tiempo,
quizá desde su niñez. Muchas veces había sido sujetado con grilletes y cade-
nas, que él rompía para irse a vivir a los sepulcros y los montes, donde estaba
desnudo, «dando gritos y cortándose con piedras-". Jesús les echa afuera su
espíritu maligno, enviándolo a una piara de cerdos, que se lanzó despeñadero
abajo al mar. He aquí un ejemplo de monstruosidad espiritual, ya que afecta
más al alma que al cuerpo, y que por tanto es el arquetipo de la enfermedad
mental. De ahí que los evangelistas digan, tras la intervención de Jesús, que el
sujeto estaba «vestido y en su sano juicio-". En los casos congénitos, obedecen
al comercio de mujer con demonio, Esos sujetos no tienen alma, sino el espíri-
211
tu maligno, que por eso mismo no es simplemente expulsado, sino transferido
a otro ser, que en el relato evangélico son una piara de cerdos. Los demonios,
por tanto, pueden aparecer corno hombres y mujeres, y copular con seres hu-
manos. Son los llamados Íncubos y súcubos. Ambrosio Paré los describe aSÍ:
Algunos son llamados íncubos y súcubos; íncubos son demonios que se trans-
forman en hombres y copulan con las brujas; súcubos son demonios que se
metamorfosean en mujeres. Y tal cohabitación no se efectúa solamente dur-
miendo, sino también durante la vigilia, cosa que han confesado y sostenido
varias veces los brujos y brujas, al aplicárseles la pena de muerte. San Agustín
no negó en absoluto que los diablos, transformados en hombres o en mujeres,
pudieran cumplir con las obras de la naturaleza y tener trato carnal con hom-
bres y mujeres para inducidos a la lujuria, engañarlos y burlarse de ellos; y es
cosa que no solamente comprobaron los antiguos, pues incluso en nuestro
tiempo les ha sucedido a diversas personas, con las que han tenido relaciones
los diablos, transfigurados en hombre o en mujer"
Hace ocho años, vivía uno [retrasado mental] en Dessau, con el que yo, Mar-
tín Lutero, tuve un encuentro. Contaba doce años de edad y poseía pleno uso
de sus ojos y demás sentidos, de modo que cualquiera podía pensar que era
un niño normal. Pero no hacía otra cosa que devorar el alimento propio de
cuatro patanes o segadores. Comía, defecaba y babeaba y, si alguien lo agarra-
ba, daba en chillar. Cuando no lo pasaba bien, lloraba. Así que le dije al prín-
cipe de Anhalt: 'Si yo fuera el príncipe, llevaría este chico al río Mulde, que
fluye en las inmediaciones de Dessau, y lo ahogaría'. Pero el Príncipe de Anhalt
y el de Sajonia, que por azar estaba presente, rechazaron mi consejo. Enton-
ces declaré: 'Pues yo digo que los cristianos harán que se rece el Padrenuestro
en la Iglesia, y rogarán al Señor su Dios que se lleve al demonio'. Las oraciones
se repitieron diariamente en Dassau y el infeliz falleció al año siguiente. Cuando
se le preguntó a Lutero por qué había hecho semejante recomendación, repli-
có que estaba persuadido de que tales fenómenos no eran más que una masa
de carne, una masa carnis sin alma. Pues el diablo tiene poder para corromper
a las personas dotadas de razón y alma cuando las posee. ¡El diablo ocupa el
lugar del alma enlas pobres criaturas!".
17 A: Paré. Monstruos y prodigios, Madrid, Siruela, 1987, p. 82. Paré dedica los párrafos
siguientes a rebatir esta creencia, muy generalizada en su tiempo, de que los demonio:
pueden engendrar seres humanos.
18 M. Luther. Colloquia Mensalia, London,William Du Grand, 1652, p. 387.
212
La teoría de que las monstruosidades eran debidas, bien al comercio de
ser humano con bestia, bien al comercio con demonio, tenía en su base la
creencia de que la mujer podía concebir seres no humanos, o simplemente
animales. Esta idea fue común a todo lo largo de los siglos antiguos y medieva-
les. ASÍ, por ejemplo, Plinio cuenta que en Umbría una mujer parió una ser-
piente'". En el libro XI de las Etimologías San lsidoro relata multitud de ejem-
plos de este tipo. Así, los gigantes, los cinocéfalos, los cíclopes, etc., son seres
sernihumanos o semianimales, o al menos de pertenencia dudosa a la especie
humana. He aquí cómo expone esto San Isidoro:
El nombre de gigantes presenta una etimología griega, pues los griegos los
denominan gegen.eis, es decir, terrígenas, porque se piensa fabulosamente que
fue la tierra quien los engendró con su inmensa mole y los hizo semejantes a
ella. En griego ge es el nombre de la tierra; génos, por su parte, significa 'lina-
je'. En consecuencia, la gente suele llamar 'hijos de la tierra' .a aquellos cuya
genealogía es incierta. Algunos, inexpertos en las Sagradas Escrituras, opinan
falsamente que los ángeles prevaricadores yacieron con las hijas de los hom-
bres antes del diluvio, y de aquí nacieron los gigantes, hombres de enorme
talla y fuerza que llenaron la tierra. Los cynocéfalos deben su nombre a tener
cabeza de perro; sus mismos ladridos ponen de manifiesto que se trata más de
bestias que de hombres. Nacen en la India".
Aristóteles creyó posible dar una definición esencial de las especies, por
tanto construida según el género próximo y la diferencia específica. Y como es
bien sabido, esa definición fue la de zoon lógon ekhon. El texto se halla al
comienzo de la Política, en un párrafo que no tiene desperdicio. Dice así:
19 Plinio. 7,3.
20 San Isidoro. Erymologiarum Xl, 3, 13-1S.
21 Leyes I![: 693 a.
213
La razón por la cual el hombre es, más que la abeja o cualquier animal grega-
rio, un animal social (politikon o ánthropos) es evidente: la naturaleza, como
solemos decir, no hace nada en vano, y el hombre es el único animal que tiene
palabra (lógon de mónon ánthropos ejei ton zóon). La voz tfoné¡ es signo del
dolor y del placer, y por eso la tienen también los demás animales, pues su
naturaleza llega hasta tener sensación de dolor y de placer y significársela
unos a otros; pero la palabra (lógos) es para manifestar lo conveniente y lo
dañoso, lo justoy lo injusto, y es exclusivo del hombre, frente a los demás
animales, el tener, él solo, el sentido del bien y del mal, de lo justo y de lo
injusto, etc., y la comunidad de estas cosas es lo que constituye la casa y la
ciudad".
214
Lo mismo sucede en la Política de Aristóteles. También él comienza ha-
ciendo un breve repaso de los regímenes políticos que han existido con ante-
rioridad. La primera comunidad estuvo constituida por casas y reuniones de
casas o aldeas. La aldea, dice Aristóteles, "en su forma más natural aparece
como una colonia de casas: algunos llaman a sus miembros 'hijos de ia misma
leche' o 'hijos de hijos'. Esta es también la razón de que al principio las ciuda-
des fueran gobernadas por reyes, como todavía hoy los bárbaros; resultaron
de la unión de personas sometidas a rey, ya que en toda casa reina el más
anciano, y, por lo tanto, también en las colonias, cuyos miembros están unidos
por el parentesco. Yeso es lo que dice Homero: .
Cada uno es el legislador de sus hijos y mujeres, pues en los tiempos primiti-
vos vivían dispersos-":
Parece ser necio quien sufre mengua del uso del juicio con grado altísimo;' si
en grado ínfimo, no por ello es calificado de necio".
215
~ediev~les analizaron con todo cuidado. Es la iniuria tea lógica o teologal, la
Incapacidad de conocer a Dios como sumo bien y fin último. Esto sucede tam-
bién, según Tomás de Aquino, en la estulticia natural o congénita. De ahí que
la defina como: .
.. :Aún podemos concretar algo más este terna. Una forma muy frecuente de
l~IOCla en la Europa medieval fue el hipo tiroidismo congénito, endémico en
clel~os valles montañosos, como los suizos y los del Pirineo francoespañol. El
bOCIO,que bastantes veces llegaba a ser enorme, la tosquedad morfológica, la
216
lentitud de movimientos y la deficiencia mental profunda, hacían a los
hipotiroideos congénitos el prototipo de los monstruos. Así se encuentran de-
nominados por los autores medievales, por ejemplo, por Jacques de Vitry".
Pero lo sorprendente no es eso, sino que el término cretinus aparece por vez
primera en la región de Béarne, en los Pirineos franceses, una zona endémica
de hipotiroidismo, en torno al año 1000. Cretinus procede, como es obvio, de
christianus, es decir, bautizado, porque esa era la prueba de que se trataba de
un ser humano y no de un monstruo. Lo cual quiere decir que había sus dudas
sobre si bautizarlos o n034•
Es una clase de personas que se deleitan con alimentos que aportan abundan-
te residuo fecal, pero poco alimento; les repugnan, en cambio, los de efecto
contrario; son por tanto voraces, nunca satisfechos, hasta el punto de reven-
tar con el abdomen ahíto. A sus hijos, atiborrados de esta suerte por lo menos
cuatro veces al día, los dejan estar cerca del hogar sin instruirles en letras, en
morales o en oficios y sin prestar atención a sus carencias, de modo que,
cuando el alimento se suma a su espíritu melancólico y sombrío, se convierten
necesariamente en necios y estúpidos".
Todo esto va a conformar una actitud ante los retrasados mentales pro-
fundos, que se caracteriza por la supresión o exclusión, bien mediante su des-
aparición física, a través del infanticidio, bien apartándoles de la vida social. A
los retrasados profundos se les va a tratar, pues como a animales.
El infanticidio parece haber sido una práctica muy común con estos pa-
cientes, que se ha dado en la mayoría de los pueblos primitivos. Los sujetos
33 Cf, E Merke. History and lconography o/ Endemic Goitre and Cretinism, Lancaster, MTP
Press, 1984, pp. 133-5.
34 Cf, E Merke. History and lconography o/ Endemic Goitre and Cretinism, Lancaster, MTP
Press, 1984, pp. 252·3.
3S W Ireland. On ldiocy and 1mbecility, London, J & A Churchill, 1877.
217
más deficitarios biológicamente, no hay duda de que morirían tras el alumbra-
miento. A-los otros cabe aplicar la siguiente descripción de Will Durant:
La mayoría de los pueblos animistas daban muerte al niño recién nacido cuando
éste era deforme, enfermizo o bastardo, o cuando la madre había fallecido al
dar a luz. Como si cualquier razón fuese aceptable para restringir la población
a los límites impuestos por los medios de subsistencia disponibles, muchas
tribus daban muerte a los niños que consideraban habían nacido en circuns-
tancias desafortunadas. [...] La práctica del infanticidio era frecuente sobre
todo entre los nómadas, para quienes la carga de los pequeños constituia un
problema en sus largas andaduras ... En condiciones de hambre extrema real o
probable, la mayoría de las tribus estrangulaban a los recién nacidos, y algu-
nas los devoraban. Por lo regular, las niñas eran las víctimas más habituales de
los infanticidios; ocasionalmente se las torturaba hasta morir, en la idea de
inducir la reencarnación del alma en el cuerpo de un varón. El infanticidio se
practicaba sin crueldad y sin remordimientos, pues parece ser que, en los
primeros momentos que seguían al parto, la madre no experimentaba un amor
instintivo por su hijo. Una vez que se le concedían al pequeño varios días de
vida, estaba a salvo; su cruda indefensión no tardaba en suscitar el amor
paternal y, en la mayoría de los casos, sus primitivos padres le trataban con
más afecto del que recibiría el promedio de los hijos de razas superiores",
Pues bien, tomarán, creo yo, a los hijos de los mejores y los llevarán a la
inclusa, poniéndolos al cuidado de unas ayas que vivirán aparte, en cierto
barrio de la ciudad; en cuanto a los de los seres inferiores -e igualmente si
alguno de los otros nace lisiado-los esconderán, como es debido, en un lugar
secreto y oculto".
218
En la Edad Media, sin duda por influencia de ia Iglesia: d,ecrece drás-
ticamente la práctica del infanticidio y aumenta la de la exp~slclon y el aban-
dono de niños. Carlomagno, por ejemplo, decretó que los runos ~~andonados
pasaran a ser esclavos de las personas que los recogieran. El Concilio de Rouen
(siglo VIII) pidió a las mujeres que alumbrasen hijos en secreto que 10:5 ~eJaran
en las iglesias. Este procedimiento se generalizó en todo el orbe cnsnano, y
esto dio lugar a los numerosos asilos y orfanatos que se crearon :~ toda Eu,ro-
pa a lo largo de la Edad Media. En 787, Datheus, arzobispo de Milán, fundo el
primer asilo para niños abandonados, a fin de acoger a los que eran expuestos
a la puerta de la iglesia. A estos niños se les acogía en el hospital, has~a confiar-
les al cuidado de aquellos a quienes se pagaba para que los atendieran. Los
retrasados mentales leves se convertían, así, en mano de obra barata, pero en
el de los graves la situación era mucho más penosa, y en un porcentaje alto de
casos conducía también a la muerte.
Los retrasados mentales leves parecen haber sido mano de obra barata
desde muy antiguo, compatible con un cierto éxito social y económico. Como
ha escrito Kanner,
Peor debió ser la suerte de los retrasados profundos. A estos se les debió
tratar como animales salvajes. Celso escribe:
40 Cit. por Scheerenberg Re. Historia del retraso mental, SanSebastián, ServicioInterna-
cional de Informaciónsobre Subnormales, 1984, p. 9
219
estar atento y ejercitar su memoria sobre ciertos temas y recordárselos. El
temor le obliga así gradualmente a darse cuenta de sus acciones. Es también
procedente excitar en estos enfermos terrores súbitos o imprimir, por un me-
dio cualquiera, una sacudida profunda a su inteligencia, pues esta sacudida,
en efecto, puede series útil si logra arrancarles de su situación anterior41•
El trato de estos pacientes no era muy distinto al que se utilizaba con los
animales salvajes. Eso han sido las cárceles tradicionales (en muy buena medi-
da pobladas por enfermos mentales), yeso también los manicomios tradicio-
nales. Es la fase del manicomio como cárcel, cuya única función era recluir el
paciente y evitar los efectos incontrolables e impredecibles de su salvajismo.
41 Celso. Los ocho libros de la Medicina, III,18. Barcelona,Iberia, 1966, vol. 1, pp, 143-4.
42 Cit. por R.e. Scheerenberger.Historia del retraso mental, San Sebastian, ServicioInter-
nacional de Informaciónsobre Subnormales, 1984, p. 28.
43 R.e. Scheerenberger.Historia del retraso mental, San Sebastián, ServicioInternacional
de Informaciónsobre Subnormales, 1984,p. 50.
220
Este modelo se difundió por toda Centroeuropa, y aún eXistía.le~ el
A/lgemeines Krankenhaus de Viena en el siglo XVIII.Los que no estaban as! a ?S,
vagaban como mendigos . . 1es q ue quedaron
y pernoctaban en los h espita .. , vacios
d 1
en el época moderna como consecuencia de la casi total desaparición e a
lepra. Los hospitales de leprosos se conviertieron en lugar de refugio de vagos
y débiles mentales.
44 Cf.J. Locke.Ensayo . .
sobre el entend¡mlento humano, M adn,id Editora
¡ Nacional
. , 1980, VoL
2, pp. 623-4.
221
establecerlas en la mente con ciertos nombres para cada una de ellas, como
mod~os o formas (porque en este sentido la palabra forma tiene una signifi-
cacion muy adecuada), a las que, en la medida en que las cosas particulares
e~istentes se conforman, en esa misma medida se dicen de talo cual especie
tiene la denominación correspondiente, ° son incluidas en esa clase. Pue~
cuando decimos éste es un hombre, eso es un caballo; esto es la justicia, aque-
llo la crueldad; esto es un reloj, aquello una prensa, qué es lo que hacemos
sino clasificar las_cosas bajo diversos nombres específicos, en tanto en cuanto
dichas cosas se conforman con aquellas ideas abstractas de las que las hemos
hecho signos. Y qué son las esencias de esas especies, fijadas y marcadas por
é
ciertos nombres, sino esas ideas abstractas que existen en la mente, que son
como si dijéramos, los vínculos entre las cosas particulares existentes y los
nombres bajo los que deben quedar clasificadas?".
, Afirmar que las esencias específicas tienen realidad supone tanto, conti-
nua Locke, como pensar que las cosas concretas son el resultado de la indivi-
du.a~ión de los caractere~ esenciales. Es, como se sabe, el grave problema que
agito a toda la Edad Media, el de la realidad de los universales. Locke se decla-
ra decididamente nominalista, y por tanto contrario a cualquier tipo de realis-
mo de los universales. Para él la mente humana no es capaz de conocer la
r~a.lidad de un. modo esencial. Por eso carece de todo sentido querer dar defi-
nLClOn~Sesenciales de las co.sas, en forma de género y diferencia. Esto es lo que
s: hablan propuesto los antiguos, definir las especies esencialmente, y en par-
ticular la especie hombre. Como ya vimos, en la definición aristotélica del ser
humano como animal racional, animal actúa como género próximo y racional
como diferencia específica. Esto es lo que dio origen a todo el problema de los
monstruos, etc. Pero todo eso, afirma Locke, es un puro dislate. Las definicio-
nes esenciales son imposibles. Lo único que nos es dado hacer es describir las
cosas de acuerdo con nuestras percepciones de ellas, y nombrarlas: es decir
I~s ?efiniciones no pueden ser más que descriptivas": Lla,maremo~ especie~
distintas a aquellas que presentan caracteres distintos, pero sin que nunca
sepamos SI esos caracteres son o no esenciales. De ahí que escriba:
222
real, pero desconocida, de sus partes insensibles, de la que fluyen aquellas
cualidades sensibles que sirven para distinguir las unas de las otras, según
tengamos ocasión de ordenarlas en clases bajo denominaciones comunes. La
primera de estas opiniones, que supone esas esencias como un cierto número
de formas o moldes en que han sido vaciadas todas las cosas naturales exis-
tentes, me imagino que ha constituido un motivo de gran perplejidad para el
conocimiento de las cosas naturales. La frecuente producción de monstruos
en todas las especies animales, y de idiotas y otros extraños productos en los
nacimientos humanos, acarrean dificultades que son incompatibles con esa
hipótesis, desde el momento en que resulta imposible que dos cosas que par-
ticipan de la misma esencia real puedan tener propiedades diferentes, lo mis-
mo que dos figuras que participan de la misma esencia real de un círculo no
pueden tener propiedades diferentes. Sin embargo, aunque no existieran otras
razones en contra, la misma suposición de que las esencias no pueden ser
conocidas, y el hacer de ellas, con todo, algo que distingue las especies de las
cosas, resulta tan completamente inútil y tan inservible para cualquier parte
de nuestro conocimiento, que eso por sí solo es suficiente para desecharla y
para contentamos con esencias de las clases o especies dentro del alcance de
nuestro conocimiento, las cuales, una vez que se consideran seriamente,
se verá, según ya dije, que no son sino aquellas ideas complejas abstractas
a las que hemos anexado nombres generales distintos".
Pero el afán descriptivo nollegó sólo a los botánicos y a los zoólogos, sino
también a los médicos. y se inicia -así el proceso de reelaboración del viejo
concepto esencialista de especie morbosa. El papel que desempeñó John Ray
en botánica le corresponde a Thomas Sydenham en medicina, maestro, amigo
y compañero de Locke. Con él se inicia la obra de los llamados nosógrafos,
223
médicos que se utilizan el procedimiento de los naturalistas en la clasificación
~e. las enfer~edades. Lo que. en la naturaleza es la permanencia de caracteres
físicos a traves de las generaciones, lo constituye el cuadro clínico y la patocronia
en el caso de la enfermedad. De ahí que el objetivo de los nosógrafos fuera
describir lo más precisamente posible las características de las diferentes en-
f~rmedades, para luego poder agruparlas en géneros, familias, clases,espe-
eres, etc.
48 Cf Diego Gracia y José L~zaro. «Historia de la Psiquiatría», en José Luis Ayuso y Luis
Salvador, Manual de Psiquiairia, Madrid, Interamericana/McGraw-Hill, 1992, pp. 17-31.
224
estereotipada, que es, precisamente, aquella que describen los tratados de Psi-
quiatría de la época. La ciencia psiquiátrica del siglo XIX describe, básicarnen-
te, la locura de manicomio, es decir, la locura semiológica y sindrómicamente
domesticada o «típica». Cualquier enfermo atípico se convenía en típico tras
un periodo más o menos prolongado de internamiento. Es la quepuede deno-
minarse la domesticación nosológica y diagnóstica.
225
o grupos, melancolía o delirio, manía sin delirio, manía con delirio, deme_ncia
y, finalmente, idiocia. La demencia y la idiocia se diferencian en que la prime-
ra es la «supresión de la facultad de raciocinio», en tanto que la segunda con-
siste en la «abolición parcial o total de las facultades intelectuales y los afee-
tos». S'¡il duda Pinel está pensando sobre todo en los cretinos de los Alpes. Por
eso dice que, además de la pérdida de las facultades intelectuales, «su sem-
blante carece de animación, sus sentidos se presentan estupefact~s, y los moví.
mientos son pesados y mecánicos». Su opinión es que a lo mas que puede
. aspirarse con ellos es a educarles como animales:
Ser idiota equivale prácticamente a ser un autómata; estar privado del habla
o conservar meramente la capacidad de pronunciar sonidos inarticulados; ser
obediente sólo por instinto, y a veces ni siquiera; ser incapaz de sentir, respon-
der a, o satisfacer sin ayuda el apetito por la comida; permanecer inmóvil en
el mismo lugar y posición durante varios días consecutivos, sin manifestar el
menor entendimiento o expresividad, y estar sujeto otras veces a repentinos,
furiosos y efímeros arranques de pasión. Tales son las circunstancias caracte-
rísticas de la idiocia ... La atención humana a sus necesidades y carencias es,
en general, lo más que se puede pretender y hacer por estos seres infortunados ...
Aunque la educación no sería aconsejable, teniendo en cuenta la natural in-
dolencia y estupidez de los idiotas; sí podrían entregarse a ocupaciones ma-
nuales adecuadas a sus capacidades.
226
------------------------
miran. No teniendo ideas ni pensamiento, nada tien-en que desear; de ahí que
no necesiten expresarse por signos, como tampoco mediante el habla.
El siguiente paso se darían, en las décadas finales del pasado siglo, Binet
y Galton, como consecuencia de la introducción de la estadística en la medi-
ción de la inteligencia, y la puesta a punto de pruebas para mediar la llamada
a partir de entonces, «edad mental», Lo que estos autores hicieron fue cuanti-
ficar la edad mental de los déficits intelectuales congénitos, y-por tanto de la
idiocia, de la imbecilidad y de los débiles mentales. Esto llevó a Galton a crear
el término de «retraso mental». La domesticación nasa lógica llegaba, así, a su
perfección. No puede extrañar, por ello; que haya pervivido invariable a lo
largo de cien años. Sólo a partir de los años sesenta de nuestro siglo esta
imponente edificio entraría en crisis. .
Jean Marc Gaspard .¡tard, discípulo de Pinel fue, como es bien sabido,
médico del Instituto Nacional de Sordomudos de París, e instructor de Víctor;
el niño salvaje capturado en el departamento de Aveyron en 1799. En 1801
publicó su Memoria acerca de los primeros progresos de Víctor de l'Aveyron. En
ella hacía referencia a las conclusiones sacadas por Pinel en su exploración de
227
Víctor, identificándole con los «idiotas incurables»49 Pinell id b
absolutamente irrecuperable. Itard va a disentir d~ su e consi era a, pues,
ideas de Rousseau y Condillac. A su entender, maestro, basado en las
~~~:d~~S~~~
, . ,
~:J'~:
senala.d~s costumbres asociales, un arraigado desvío de la atenció~umaD!dad
~rga?lo.ssensorios y una .sensibilidad accidental~~~~ ~:~
s os u tunos respectos, e tnterpretados confo ..'
nosnco, podía y debía ser considerado nuestro niño como un c:ec~'~ dlag-
caso cuyoltratamie~to no habia de ser encomendado sino al arte de I~~od'u~
na mora, ese sublime arte creado en 1 l . . e ici-
Willis y difundido recie ng aterra a partir de Crichton y de
del profesor Pinel'", ntemente entre nosotros por los escritos y los éxitos
228
Los retrasados mentales tenían, pues, dos posibilidades: ser educados en
instituciones especiales, o ingresar en los manicomios y sufrir la suerte de los
enfermos mentales crónicos e irrecuperables. Ni que decir tiene que la primera
vía fue privativa de unos pocos, y que la segunda, a pesar de las constantes
protestas de los psiquiatras reformistas, fue la más frecuente.
Pronto se vio que uno de los campos de la medicina donde más incidencia
había tenido el paternalismo era la psiquiatría. De hecho, la liberación del
enfermo mental debía comenzar por la liberación del hospital psiquiátrico.
Todo el proceso de domesticación antes descrito era básicamente paternalista:
tanto la domesticación semiológica y diagnóstica, como la terapéutica. Era
preciso, pues, abrir los hospitales psiquiátricos e integrar el enfermo mental en
la sociedad, como único modo de no marginarlo ni, por tanto, conculcar sus
derechos inalienables como ciudadano. De ahí el movimiento antihospitalario
y antimanicomial de los años 70. En la Europa mediterránea estuvo liderado
por Italia, que en su famosa Ley de sanidad de 1978 prohibía la construcción
de más hospitales psiquiátricos. Comenzaba la era de la Psiquiatría comuni-
taria.
229
---'--'-'~~
puestos laborales, de acuerdo con las leyes que obligan a las empresas a tener
un cierto número de disminuídos y discapacitados, tanto físicos como menta.
les.
y ello, no sólo por razones prácticas, sino por motivos teóricamente muy
importantes. La inteligencia no debe ser concebida,al modo del idealismo,
como la facultad de producir ideas, sino como una potencia o facultad adaptativa
al medio. La inteligencia tiene una función estrictamente biológica, como los
biólogos han venido diciendo desde hace más de un siglo, y Zubiri ha elevado
a categoría filosófica. La inteligencia no es otra cosa que la capacidad de apre-
hender las cosas como cosas, es decir, como realidades. Quien tiene esa capa-
cidad es un ser humano, y quien no la tiene, no. Un niño de dos años no tiene
uso de razón, pero sin duda aprehende las cosas como realidades, y por tanto
es un ser humano. Pero un ente que no aprehendiera ni pudiera aprehender
las cosas como realidades, no sería un ser humano. Esto les pasa a las personas
que están en muerte cerebral, y a quienes se hallan en estado vegetativo per-
manente, tanto adulto como infantil. No hay duda de que algunos de los lla-
mados paralíticos cerebrales se hallan en esta situación. Cuando tal sucede,
pienso, con Richard McCormick, que un individuo no puede ser considerado
un ser humano.
Es muy probable que los Autralopitecos superaran esta prueba, que apre-
hendieran las cosas como realidades. Sin embargo, tuvieron un tipo de inteli-
gencia que no les hizo capaces de llegar al uso de razón. Vista, la inteligencia
de los australopitecos desde la nuestra, habría que decir que todos fueron
retrasados mentales. Por eso no fueron capaces de adaptarse al medio de un
modo permanente.
230
~-~~~-~~-~--
231
y lo tremendo es que ningún acto ni ninguna técnica tiene sólo uno de eso
efectos; por lo general tienen los dos, y entonces es problema es ponderar los
efectos positivos sobre los negativos. s
232
11
JÓVENES Y VIEJOS
Una primera respuesta sería decir que las obligaciones de los hijos para
con los padres son similares a las que éstos tuvieron con aquéllos durante su
infancia. Los padres atienden a los hijos en los primeros años de su vida, y los
hijos a los padres en la fase final de su existencia.
233
-------""~-----'----~~~-~-------_._-
A los mayores se les debe más respeto que ayuda material. Lo cual no
quiere decir que no se tengan con ellos unos ciertos deberes materiales. Es el
propio Aristóteles el que dice que «con el sustento debemos ayudar sobre todo
a nuestros padres, puesto que a ellos se lo debemos, y es más noble atender en
esto a los que nos han dado el ser que atender a nuestro propio sustento" (IX 2:
1165a21-23). Por ejemplo, el Código Civil español exige la provisión de ali-
mentos entre parientes, y por tanto la cobertura de las necesidades básicas de
los mayores, siempre y cuando éstos necesiten. tal ayuda para subsistir (Arts.
142-153). Pero el Código Civil no dice nada a propósito de la honra espiritual
de los mayores, sin duda porque piensa que ésta debe quedar al arbitrio y buen
corazón de cada persona.
Es dificil exigir hoya la familia mucho más que el viejo deber de honor,
cariño y respeto. Y éste en cuantía variable. No debe olvidarse que se trata de
un deber de los llamados imperfectos o de beneficencia, en el que nadie, salvo
el propio individuo, puede establecer el límite exigible. Estos son deberes de
virtud, que cada uno tiene que exigirse a sí mismo, pero que nadie puede
exigir a otro. De ahí que tales obligaciones nunca puedan ser coactivas, y que
el único tribunal ante el que deban presentarse sea la propia conciencia. Cada
uno habrá de establecer hasta dónde puede, debe y tiene que dar en este orden
de cosas.
234
. .. . 1 las obligaciones pú-
Esto es preciso recordarlo hoy. En la sltuaClOn actua .' . 1
blicas para con los mayores deben considerarse perfectas o de j~snc13, y. as
privadas o familiares imperfectas o de beneficencia: Ypor tanto solo son eXl~l~
bles en los límites que marquen los propios individuos pnvados, est~ es, 1
acuerdo con las posibilidades y disponibilidades de cada uno. A nadie se e
puede exigir menos, pero tampoco más.
235
12
HISTORIA DE LA VEJEZ
INTRODUCCIÓN
l Sobre historia de la vejez, cf. Luis Sánchez Granjel, Historia de la vejez: Gerontología,
Gerocultura, Geriatría, Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca, 1991; Georges
Minois, Historia de la vejez: De la Antigüedad al Renacimiento, Madrid, 1989.
237
En muchas especies -sobre todo cuanto más evolucionadas son- los animales
viejos y experimentados gozan de un gran prestigio; transmiten a los otros las
informaciones que han adquirido en el curso de la experiencia. El puesto que
cada uno ocupa en el grupo está en relación directa con el número de años
que tiene. Los zoólogos han referido a este respecto cierto número de obser-
vaciones curiosas. Entre los chovas, si un pichón manifiesta miedo, los otros
no le prestan atención; pero si un macho viejo da la señal de alarma, todos
emprenden vuelo. Los chovas viejos y experimentados son los que enseñan a
los otros a conocer a sus enemigos. Los colaboradores del zoólogo Yerkes
enseñaron a un joven chimpancé a obtener bananas manipulando un aparato
complicado; ninguno de sus congéneres trató de imitarlo. Se hizo hacer el
mismo aprendizaje a un chimpancé viejo, y por lo tanto de categoría superior:
todos los otros lo observaron y lo imitaron. Sólo imitan por principio a los
congéneres de categoría superior'.
Entre los hopis, los indios creeks y crows, entre los bosquimanos de Africa del
Sur, era costumbre acompañar al viejo a una choza construida a propósito
apartada de la aldea, dejar un poco de agua y de alimento y abandonarlo.
Entre los esquimales, cuyos recursos son muy precarios, se pide a los viejos
que vayan a acostarse en la nieve y esperen la muerte, o, durante una expedi-
ción de pesca, los dejan olvidados en un banco de hielo; o bien los encierran
en un iglú donde se mueren de frío. Los esquimales de Ammassalik, en
Groenlandia, tenían costumbre de darse la muerte cuando sentían que eran
una carga para la comunidad. Una noche hacían una especie de confesión
pública y dos o tres días después subían en su kayak y abandonaban la tierra
para no volver jamás".
238
Los testimonios que nos quedan de las épocas primitivas y arcaicas coin-
ciden todos en atribuir al viejo la máxima autoridad política, social y cultural.
Esto es totalmente lógico en las culturas ágrafas, ya que los ancianos son la
memoria de la comunidad. Ellos son los depositarios de la tradición, y por
tanto los que guardan las señas de identidad del pueblo. Pero también parece
claro que cuando la memoria les falla, dejan de jugar ese importante papel en
la sociedad.
239
no t '
enlan «experienc" d
deIa ciudad para ave~ta': las artes en general ni de los amaños de las gentes
f¡clOSque suelen" bJ,rse y triunfar de los demás, ni de los restantes malo.
pue conce Ir unos 10 "
s, , no sólo vid as h urnan ' contra otros» , En el diluvio se perdieron ,
general lo que SU" 1" ,as, SIOOtodo resto de civilización: las artes y en
e 1 pone a Vid iud d '
n os llanos o cer d 1 a cru a ana. Para Platón «las ciudades se hallan
hum ca e mar»1I y
ana, resulta qu l ,como
1 ili 1 .
a po LS es a unidad cultural, moral y
esas característias Le os que quedaron en las montañas no poseían ninguna de
frente a los que vi os gnegos les dieron un nombre muy preciso el de bárbcro;
lJ Iven en l iud "
amaron a los prím b as ciu ades de las llanuras o policai. Los romanos
eras arbarirz ya los segundos crves. '
Los bárbaros evide
r,rollada. Pero ta~ ntemente, no tienen una estructura política bien desa-
tienen poca carecen P Id' , ,'
bi , uno muy rud' . or cornp eto e regirnen político sino que
la Hamero a prop' lmentano
, ,aIlam d o d'ynasteia
' 0« d ormmo»,
" que ' ya descri-
OSitode los Cíclopes:
~o tienen ellos asa '
Sino que hab't mbleas deliberante ni leyes
I an las ' ,
en las cóncav Cimasde las altas montañas
a SUs hiios y as grutas, y cada uno da normas
J esposas'
, sin preocuparse de los demás".
Pues bien '
las m - ' en estas socí d d " , ,
ontanas, que no le a es pnrmtrvas, rusticas, bárbaras que viven en
«manda l conocen l d d " '
d e de mayor ed d a ver a era vida ciudadana, dice Platón que
;a re, y le siguen los da" por haber recibido la autoridad del padre o de la
s
°d paternalmente»13 Eemal s f~rmando un solo bando como las aves goberna-
po er p l' ' . n as ep " '
o itlco, y con él t d ocas mas arcaicas, pues, el anciano tenía el
o os los demás.
A partir d hí
comun'd e a ,esas fam'!" .
I ' 1 ades Políticas ' I las o tnbus se fueron uniendo y surgieron las
os Jbefesde maYor edadmdaslgrandes. En ellas hubo que elegir de entre todos
<'go erna e as com id d '
ntes». Surgen '1 ' um a es integrantes a los «legisiadores» y
mente, vendría el Surgl'asi os reglmenes aristocráticos y monárqutcos>, Final-
miento de 1 '1' .
, a po LS propiamente tal, de la ciudad griega.
Platon co b
masía e l' mo uen griego e id ' ,
~an os griegos y ,0nSI era siempre que los politai por antono-
categona de bárbaro¡{s ~uedtodos los otros pueblos quedaban incluidos en la
, o ebemos olvidar que el término griego bárbaros
10 L
II eyes 11l: 677b
12
Leyes
'
1II· 677 '
. e,
OdISea IX 112
13 Leyes lf[: 680d-llS,
14 Leyes 1II' -e.
15 ' 681 c-d
Leyes IU: 693 a. .
240
significó originariamente el que no sabía hablar griego, el extranjero. Todos
eran bárbaros, todos eran rudos, y tenían un dominio pobre y deficiente del
uigos. Lógos significa en griego, como es bien sabido, palabra, pero significa
también razón. Los bárbaros son deficientes en ambos sentidos de la palabra
lógos. Como también les sucede a niños y ancianos, que son deficientes en el
uso dellógos. Platón, como todos los griegos, piensa que la plenitud dellógos
no la tiene más que el joven. Por eso en su República los gobernantes no son los
más viejos, sino los más perfectos, que son hombres maduros, pero no ancia-
nos.
Todo esto demuestra bien hasta qué punto en la cultura clásica hay un
corrimiento de la estimación social hacia la juventud. De hecho, el hombre
perfecto, aquél que tiene todas sus potencialidades en acto, es el joven, quien
se halla en la plenitud de la vida. Los griegos concibieron la vida como una
parábola, cuyos lados se corresponden con las fases de crecimiento y de decre-
cimiento de la vida, y el punto de confluencia de ambos lados con la acmé de la
vida, la fase de plenitud vital, Los griegos denominaron a este momento con
varios nombres, uno de ellos el de «juventud». Lasfases anterior y posterior se
241
denominan, en el vocabulario propio de la filosofía griega, de «generación» y
de «corrupción". La fase de generación no termina con el nacimiento, sino que
continúa hasta que el hombre llega a su plenitud, no antes de los 28 años
(7x4). Y la fase de corrupción se inicia también en un múltiplo de 7, a los 49
años (7x7). Ahí comienza la ancianidad.
Pero de ese verbo griego derivan también otros términos, como el de clí-
max, grada o escalera por la que se sube, y climactér, que significa peldaño de
escalera. Pues bien, de ahí procede la palabra «climaterio», que originaria-
mente significa escalón, haber subido o traspasado un escalan. Los griegos
consideraban que la vida estaba dividida en escalones de siete años". Cada
siete o múltiplo de siete era una época crítica o climatérica, especialmente la
de 7x7=49, y el 7x9=63, que son las edades climatéricas por antonomasia.
Todo esto significa que para los griegos, y tras ellos para toda la cultura
occidental, el ser humano está en la plenitud vital durante un tiempo más bien
cono, que va desde los 28 a los 49 años, y que desde luego no tiene nada que
ver con la vejez. Cuando se contempla la gran estatuaria griega, se advierte la
admiración de los griegos hacia la juventud, y su poco aprecio de la infancia y
de la vejez. Sólo el joven es perfecto. El niño y el viejo son por definición
imperfectos.
18 cr Salón fr. 19 D Y27. Aristóteles, Poi VII, 15: 1335 b 32; 1336 b 37.
19 Aristóteles. Retórica 11,12: 1388 b 37.
, 242
el carácter del joven, que en su opinión es desordenado y extremoso. El co-
mienzo dice así:
y en todo pecan por cana de más y por vehemencia, contra lo dicho por
Quilón, pues todo lo hacen con exceso: aman con exceso y odian con exceso y
t~?O lo demás de modo semejante. También ellos creen que lo saben todo y
afirman confiadamente; ello es la causa del exceso en todo. Las injusticias las
cometen por insolencia y no por maldad":
Los ancianos que han pasado la madurez tienen caracteres que en general se
deducen de los contrarios a los anteriores, pues a causa de haber vivido mu-
chos años y de haber sido muchas veces engañados y haber cometido errores,
y por ser malas la mayoría de las cosas, no aseguran nada y en todo se quedan
rr:ucho más cortos de lo que se debe. y opinan, pero no están cienos, y cuando
disputan añaden siempre el quizá y acaso, y todo lo dicen así y nada con
seguridad. Y son maliciosos; pues consiste la malicia en tomarlo todo a mala
parte. También son suspicaces por su falta de confianza, y carecen de confian-
za a causa de su experiencia ... Y son mezquinos, por haber sido humillados
por la vida, y no codician nada grande ni excesivo, sino lo adecuado para vivir.
y no son generosos ... y son cobardes ... Y son egoístas ... Y viven mirando a la
utilidad, y no al bien, en grado mayor del debido ... Y son más desvergonzados
que vergonzosos ... y son difíciles para la esperanza ... y viven más con la me-
moria que con la esperanza ...22
243
Hay un apotegma latino, directamente derivado de la ética aristotélica
que dice: in medio virtus quando extrema sunt vitiosa. Esto es, exactamente, lo
que pasa con las edades. La juventud y la vejez son extremas y por ello mismo
viciosas, La virtud está en el medio, es decir, en la edad madura. De ahí que
Aristóteles comience el capítulo que dedica a ella con estas palabras:
Los que están en la plenitud es evidente que estarán por su carácter entre
éstos [jóvenes y.viejos], quitando de unos y otros el exceso: ni demasiado
confiados (porque eso es la temeridad), ni demasiado temerosos, sino en buen
ánimo para lo uno y para lo otro; ni fiándose de todos ni de todos desconfian-
do, sino más bien juzgando conforme a lo verdadero; y no viviendo sólo para
el bien ni sólo para lo útil, sino para ambas cosas; ni tampoco para el ahorro ni
para la prodigalidad, sino para lo adecuado. De modo semejante en lo que se
refiere a la pasión y a la concupiscencia. Y son temperantes con valor y valien-
tes con templanza. Así, pues, entre los jóvenes y los viejos se distribuyen estas
cualidades de modo que los jóvenes son valerosos e intemperantes, los viejos
temperantes y cobardes. Por de cirio en general, cuanto de bueno se reparte
entre la juventud y la vejez lo poseen los que están en la madurez, y lo que
tienen unos y otros de exceso o de defecto, de esto tienen lo moderado y
adecuado".
244
Desde esta perspectiva es desde la que hay que leer los tratados Desenectute
escritos en la época clásica, como por ejemplo el de Cicerón. No se crea que en
ellos se alaba la vejez. Todo lo contrario. De 10 que se trata es de aceptar
estoica mente los achaques de la ancianidad, de sobrellevarlos con paciencia, y
de sacar de ellos el mejor partido posible". El anciano lo que necesita es resig-
nación. Y para ello, no hay duda, pocas filosofías tan adecuadas como la estoi-
ea. No puede extrañar, pues, que el estoicismo hiciera de eso causa propia.
245
deraba que recompensaban, en profesiones peligrosas, un largo periodo de
leales servicios. La atribución se hizo organizada y habitual con dos condicio-
nes: largos años de trabajo y una edad determinadai"
Las gratificaciones por jubilación aparecen como tales en los inicios del
Estado liberal moderno. Pero tienen, como todo, sus antecedentes. En lascor-
res absolutistas era costumbre beneficiar económicamente a las personas que
dejaban su puesto tras haber prestado servicios durante muchos años. Esa cos-
tumbre transformada, burocratizada, acabará dando como resultado las pen-
siones de jubilación. La jubilación y las pensiones surgen en el sector terciario,
inmediatamente después de la configuración de los Estados tras las revolucio-
nes liberales. Esos Estados burocráticos es lógico que jubilaran a sus funciona"
rios, y también es lógico que les compensarán económicamente por quedar en
una situación muy precaria, si se compara con la que tenían los ancianos en el
sector primario o agrícola tradicional. Como ha escrito Simone de Beauvoir:
«en la sociedad antigua, compuesta esencialmente de campesinos y artesanos:
había una exacta coincidencia entre la profesión y la exístencia»:", cosa que no
sucede ya en la sociedad moderna.
. A partir de ahí, se inicia la creación, desde finales del siglo XIX, de todo el
sistema de seguros sociales, tantas veces historiada, y que no es preciso referir
aquel.
Todo esto se puede ver como una humanización de la sociedad. Pero tam-
biénpuede interpretarse de otra manera. Desde la crisis del 29 vivimos en una
economía llamada neo capitalista, que pone el acento económico no en el aho-
rro,como el liberalismo tradicional, sino en el consumo. Nuestra sociedad es
la sociedad de consumo, y nuestro Estado el Estado de bienestar. No son dos
cosas ajenas la una a la otra. Sólo cuando el Estado asegura las contingencias
246
negativas de la vida, como es la enfermedad o la vejez, puede dinamizarse el
consumo de una sociedad. Si las personas se dedican a ahorrar para cubrir las
contingencias negativas de la vida, el consumo se retrae obligatoriamente. Por
eso el sistema de seguros sociales tiene una finalidad económica de primera
categoría. Los ancianos no pueden ser productores, pues en eso consiste preci-
samente la jubilación, pero sí pueden y deben ser consumidores. Esta es una
clave fundamental para entender el modo como nuestra sociedad enfoca el
problema de la ancianidad. El jubilado no es un productor, pero sí debe ser un
consumidor. La crisis del 73 ha rebajado algo estos ideales, pero la tesis sigue
en pie, al menos por ahora. Quizá en los próximos años haya que revisar estas
tesis de raíz".
32 Sobre la vejez en la sociedad actual. Cf. J. Sánchez Caro y F. Ramos, La vejez y sus mitos,
Barcelona, Salvar, 1982; P.R.Bize y C. Vallier, Una nueva vida: La tercera edad, Bilbao, Men-
sajero, 1973; A. Comfort, Una buena edad: La tercera edad, Madrid, Debate, 1977; Informe
Gaur, La situación del anciano en España, Madrid, Confederación Española de Cajas de Aho-
rros, 1975; E. Mira y López, Hacia una vejezjóven, Buenos Aires, Kapelusz, 1961.
247
13
LOS CUIDADOS INTENSIVOS EN LA ERA
DE LA BIOÉTIcA
,
\ 'l. UN NACIMIENTO CASI SIMULTÁNEO
Veamos qué pueden tener en común las breves historias de estas dos dis-
ciplinas médicas. Los cuidados intensivos nacieron cuando comenzó a ser po-
sible la sustitución de funciones vitales, y por tanto el control de algunos de los
procesos que solían conducir a la muerte: parada cardiaca.Tnsuficiencia respi-
ratoria, fracaso renal, etc. Fue en los años 60 cuando estas técnicas de soporte
vital comenzaron a tener alguna relevancia sanitaria, y cuando el médico em-
pezó a tener, por primera vez en la historia, un control efectivo sobre la muer-
te. Había comenzado una nueva era, en la que viejos conceptos, como los de
«desahucio» y «muerte natural» empezaron a perder vigencia, a la vez que
otros tornaban su relevo, como los de «enfermedades o situaciones críticas»,
«medicina intensiva», «procesos terminales», «medicina paliativa», etc.
249
que decidir-si se interviene o no? ¿A quién corresponden estas decisiones de
las que dependen la vida y la muerte de las personas? Esta fue una de las más
acuciantes cuestiones, si no la más, que dio origen al nacimiento de la nueva
Bioéticafl.a Medicina Intensiva ha reforzado enormemente el poder médico, y
ha provocado verdaderas reacciones sociales en contra, tendentes a controlar
ese poder sobre la vida y la muerte. Frente al creciente poder médico, la ten-
dencia a hacer más participativo el proceso de toma de decisiones. Aquí es
donde ha tenido su oportunidad la Bioética.
250
lo contraindicado. Tampoco puede exigirse al Estado la financiación de lo in-
útil o fútil, o de lo poco efectivo. En esto consiste la racionalización:
• evaluación de procedimientos
• utilización de lo indicado
• rechazo de lo contraindicado
• no uso de lo fútil-o inútil
• restricción de lo poco eficaz, efectivo y eficiente.
251
• Ultima mente se ha levantado una gran polvareda en torno al concepto
de futilitj. Es una polémica que no conducirá a ninguna parte. Hace poco pu-
blicaba el Hastings Center Repart un trabajo que acababa diciendo que el con-
cepto-de futilidades fútil. Ello se debe a que no es médico, sino que procede da
fuera de la medicina. Es una visión simplista y no profesional del tema. Los
médicos no hablan de útil o inútil, sino de indicado, no indicado y contraindi-
cado. Lo único que puede significar inútil es contraindicado. Quizá signifique
más, pero ese más habrá de manejarse por otras vías, como la siguiente.
3. Además de la gestión eficaz, hay que evaluar bien la eficacia del pro-
ducto que se está dando. Nunca hay obligación de justicia de poner procedi-
mientos no indicados o de eficacia dudosa. Las obligaciones de justicia son
perfectas, y esto exige que la efectividad esté probada. Nuestro sistema consu-
me muchos recursos en prestaciones ineficaces, que no tenían que ser provis-
tas por el sistema público, y está empezando a racionar prestaciones eficaces,
que sí deben ser provistas por el sistema público en virtud del principio de "
justicia. Esto es inequitativo e injusto. Esto quiere decir que en las UCls del
sistema público no hay obligación de poner otros procedimientos que los cla-
ramente indicados, y que en cuanto la indicación no está muy clara, se pueden
no poner o quitar.
252
que no está en nuestras manos, la equidad exige compensar esa discrimina-
ción negativa con otra positiva, utilizando el criterio «rnaximin», Por tanto, si
hay que tratar de modo inigual a alguien, ese debe ser el discriminado negati-
vamente por la lotería de la vi~a. Lo otro sería discriminación. Por esto se paró,
por ejemplo, el Plan de Oregon, porque a pesar de que había utilizado muy
correctamente los dos primeros principios de Rawls, no había utilizado el ter-
cero, y los más impedidos eran los que salían más perjudicados de la distribu-
ción de servicios sanitarios, lo que parecía discriminatorio, al no aplicar el
criterio «maximin»,
• En el caso de las UCls, esto significa que ciertas pesonas pueden entrar
en ella en virtud de este principio, y no del de justicia. Habíamos dicho que en
virtud del principio de justicia no hay obligación más que de poner los medios
indicados, y quitar los no indicados o contraindicados. Pero en virtud del de
beneficencia, si el paciente quiere esos servicios y los paga, deben ponerse los
medios indicados y no indicados, aunque no pueden ponerse los contraindicados
(pues serían maleficentes).
253
vada. Por ejemplo, una UCl pública puede no ingresar a quien no lo tiene
indicado, en tanto que las UCIs privadas pueden ingresar a todos los que no lo
tienen contraindicado.
• Esto explica también la diferencia entre las UCIs americanas y las eu-
ropeas. Las primeras suelen ser privadas, y las segundas públicas. No es lógico
que utilicen los mismos criterios. En USA es lógico que interese más la contra-
indicación que la indicación, y que se sea más permisivo en el ingreso. Aquí
sucede como en los medicamentos. La FDA no tiene otro interés que saber si
un nuevo fármaco es seguro y eficaz, no que es más eficaz que los ya comercia-
lizados. Su interés es saber que no está contraindicado (por tanto, que es segu-
ro), y que puede tener algún benefico, aunque no tiene por qué demostrar ser
más beneficioso que los ya existentes. Es lógico que se proceda así en un siste-
ma básicamente privado, y por tanto regido por el principio de beneficencia.
Otra. cosa es que se deba proceder así en uri sistema público, regido por el
principio de justicia. Por eso en nuestro medio serían más necesarias las agen-
cias de evaluación de las indicaciones de los procedimientos sanitarios. El Di-
rector de la Agencia de Evaluación española, José Conde Olasagasti, me decía
hace poco que el impacto real de la evaluación de tecnologías sanitarias es
mucho mayor en los países europeos, sobre todo escandinavos, que en los
Estados Un(90s. Es lógico que así suceda. La evaluación precisa de indicacio-
nes es poco relevante en el mundo norteamericano. Pero es vital en los siste-
mas sanitarios europeos.
Para terminar, permitidme leer una de las últimas páginas del libro de
Sherwin B. Nulan, Cómo morimos, un auténtico best-seller de este último año:
La gran mayoría de las personas no dejan la vida del modo que preferirían.
Antes se creía en el ars moriendi, el arte de morir. En aquel tiempo la única
actitud posible ante la muerte era dejar que sucediera; una vez que aparecían
ciertos síntomas no había otra elección más que morir de la mejor manera
posible, en paz con Dios, Pero incluso entonces generalmente se pasaba por
un periodo de sufrimientos que precedían al final, y apenas había otro recurso
que la resignación y el consuelo de la oración y la familia para aliviar las
últimas horas.
254
Nuestra época no es la del arte del morir, sino la del arte de salvar la vida, y los
dilemas en ese arte son numerosos. Hace sólo medio siglo ese otro gran arte,
el de la medicina, aún se enorgullecía de su capacidad para rodear el proceso
de la muerte de toda la serenidad de la que era capaz la benevolencia profe-
sional. En la actualidad este aspecto del arte se ha perdido, excepto en pro-
yectos -por desgracia muy raros- como el del Centro de asistencia, y ha sido
sustituido por el espectacular intento de reanimación o por el demasiado fre-
cuente abandono cuando éste resulta imposible.
Por estas razones no permitiré que sea el especialista el que decida cuándo
abandonar. Yo elegiré mi propio camino o, por lo menos, lo expondré con
claridad de forma que, si yo no pudiera, se encarguen de tomar la decisión
quienes mejor me conocen. Las condiciones de mi dolencia quizá no me per-
mitan 'morir bien' o con esa dignidad que buscamos con tanto optimismo,
pero dentro de lo que está en mi poder, no moriré más tarde de lo necesario
simplemente por la absurda razón de que un campeón de la medicina tecno-
lógica no comprende quién soy.
255
14
FUTILIDAD:
UN CONCEPTO EN EVALUACIÓN
INTRODUCCIÓN
Ahora bien, frente a este criterio, muy extendido entre la profesión médi-
ca, ha ido ganando cuerpo la tesis de que no es digno ni prudente seguir agre-
diendo al enfermo cuando sus posibilidades; de 'vida son nulas o casi nulas. Se
ha dicho que no es lo mismo ayudar a vivir a quien está viviendo que impedir
morir a quien se está muriendo. Y han surgido expresiones como la de «encar-
nizarniento terapéutico». Parece que no todo lo técnicamente posible es
ética mente correcto, y que la lucha por la vida ha de tener unos límites racio-
nales y humanos, más allá de los cuales se vulnera la dignidad de los seres
humanos.
257
------~~~---------==-----;--~~~
utilitarista de la ética médica? GLautilidad hay que medirla sólo por las conse-
cuencias, o por el contrario hay que incluir en ella los principios éticos? ¿La
ética de la futilidad tiene carácter deontológico o teleológico?
Lo B, Jonsen AR. «Clinical decisions to limit treatment». Ann Intern Med. 1980; 93:764-
768. .'
2 Prende"rgast TJ. «Resolving Conflicts Surrounding End-of-Life Care». New Horizonts. 1997; .
5:62-71. .
3 Brody VA,Halevy A. «Is futility a futile concept?» J Med Philos 1995; 20:123-44.
4 Brody H. «Medical futility: a useful concept?» In: Zucker M, Zucker H, eds. Medical
Fuiility: New York: Cambridge University Press, 1996. De Howard Brody son también los
siguientes trabajos: Brody H. «The power to determine furility». In: Brody H. The Healer's
Power. New Haven, CT: Yale Univ Pr; 1992. Brody H. The physician's role in detennining
futility. J Am Geriatr Soc 1994; 42:875-8. Sobre Brody, cf. Youngner S.J. «Medical futility
and the social contrat (who are the real doctors on Howard Brody's Island")». Setoti Hall
Law Review 1995; 25:1015-26.
258
~~--------- ----------
A partir de entonces, estos mismos autores han ido elaborando toda una
amplia teoría sobre el concepto de futilidad", que de algún modo culmina con
s Schneiderman u, Jecker NS, Jonsen AR. «Medical furiliry: its meaning and e~hical
implications». Ann lntern Med 1990; 112:949-54.
6 Schneiderman u, Jecker NS, Jonsen AR. «Medical furility [Letter]». Ann lntern Med.
1991; 114: 169-70. Jecker NS. «Knowing when to stop: the limits of medicine". Hastings Cent
Rep. 1991;21:5-8. Jecker NS, Pearlman RA. «Medical futility: who decides?" Arch ltiterti
Med. 1992;152:1140-44. Jecker NS, Schneiderman U. «Ceasing futile resuscitation in the
field: ethical consideratíons». Arch lnterti Med 1992;152:2392-7. Jecker NS, Schneiderman
259
la publicación en 1995 del libro titulado Wrong Medicine? Con posterioridad a
la publicación de ese libro han seguido trabajando en el tema", pero sobre todo
han tenido que responder a sus críticos", lo cual demuestra que la teoría está
de algún modo completa 10.
LJ. «Futility and rationing». Am J Med. 1992;92: 189-96. Jecker NS, Schneidennan LJ. «Medical
futility: (he doty not to treat». Gamb Q Healthc Ethics. 1993;2:1"51-9. Schneidennan lJ,
JeckerNS. «Futility in pracucevArcn Inem Med. 1993;153:437-41. Jecker NS, Schneidennan
LJ. «An ethical analysis of the use of'futility' in the 1992 American Heart Association guidelines
for cardiopulmonary resuscitation and emergency cardiac care», Arch Intern Med
1993; 153:2195-8. Schneidennan LJ, Faber-Langendoen K, Jecker NS. «Beyond futility to an
ethic of cate». Am J Med. 1994;96:110-4. Jecker NS. Galling it quits: stopping futile treatment
and caring for patients [Editorial] J Clin Ethics. 1994;5:138-42. Schneidennan LJ. «The
futility debate: effective versus beneficial intervention». J Am Geriatr Soco 1994;42:883-6.
Jecker NS, Schneiderman LJ. «Judging medical futility: an ethical analysis of medical power
and responsibility». Gamb Q Healthc Ethics 1995;4:23-35. Jecker NS. «Medical futility and
care of dying patients». West J Med 1995; 163 :287 -91. Jecker NS. «Is refusal of futile treatment
unjustified patemalism?» J Glin Ethics. 1995;6:133-7. Jecker NS, Schneidennan LJ. "When
families request that 'everything possible' be done». J Med Philos. 1995;20:145-63. Jecker
NS, Carrese JA, Pearlman RA. «Caring for parients in cross-cultural settings», Hastings Cent
Rep. 1995;25:6-14.
7 Schneiderman LJ, Jecker NS. Wrong Medicine: Doctors, Patients, and Futile Treatment.
Baltimore: Johns Hopkins Univ Pr; 1995.
8 Schneiderman LJ, Jecker NS. «ls the treatrnenr beneficial, experimental or futíle». Camb
Q Healthc Ethics, 1996;5:248-56. Schneiderman LJ, Jecker NS. «Should a criminal receive a
heart transplant? Medicaljustice vs. social justice». Theor Med. 1996;17:33-44.
9 Caplan AL. "Cabos sueltos: La confianza y el debate acerca de la futilidad médica». Ann
lntern Med. 1996;125:688-689. Astrow AB. «Crítica al libro Wron Medicine" Lancet
1996;348:1227-8. '
10 Schneidennan LJ, Jecker NS, Jonsen AR. «Medical Futility: Response to Critiques». Ann
Interti Med. 1996;125:669-674.
260
considera que la etiología es siempre una causa específica, y que precisamente
porque está dotada de especificidad produce un cuadro morboso también es-
pecífico, que se conoce por ello mismo con el nombre de especie morbosa. Del
mismo modo, una terapéutica es específica cuando anula la citada causa, y por
tanto restaura específica mente el estado de salud.
261
haya siempre un: defecto de legitimación de nuestras proposiciones sobre la
realidad. Ese defecto hace que nunca podamos establecer entre dos fenóme-
nos una relación necesaria. La necesidad sólo es posible en el determinismo
De ahí la crítica de Hume a la idea clásica de causalidad. Para poder afirma;
que algo es causa de un efecto es necesario probar que la relación entre causa
y efe,c~oes necesaria, lo cual r~sulta imposible en el orden de las proposiciones
empmcas, ya que eso supondna tanto como probar que siempre que se pone la
~ausa aparece el efecto, desde ahora hasta el fin de los tiempos, lo cual es
Imposible. La condición de necesidad nunca es empíricamente demostrable. y
p~r es~ mismo ~s pura ilusió~ el concepto médico de especificidad. No hay
etiología, es decir, causa específica de una enfermedad cualquiera, ni tampoco
hay, especies morbosas en el estricto sentido de la palabra, ni terapéuticas es-
peClfic~s. Lo que hay so~ rela~iones funcionales con mayor o menor grado de
probabilidad, por tanto incertidumbre más o menos elevada.
, .. Las decisione: médicas son siempre, han de ser siempre por necesidad
pro?ables, nunca ciertas. Y entonces surge la cuestión de cuáles han de ser los
índices de error, o cuál tiene que ser la probabilidad exigible a una decisión en
que se halle en juego la vida de una persona. "/
262
Jecker y Jonsen es que ese límite prudencial está marcado ya por nuestra cul-
tura, cuando considera que el intervalo de confianza aceptable en los diseños
estadísticos es el 0.05 o el 0.01. Esto es lo queen la teoría estadística sedesig-
na como «p» o intervalo de confianza, que en condiciones normales tiene que
ser inferior al 0.05 o al 0.01. Esto se suele escribirasí: p=0.05 o p=O.Ol. En el
primer caso, lo que se dice es que la posibilidad de error es de cinco casos en
cien, por tanto de un 5%, yen el segundo que es de un caso cada cien, es decir,
de un 1%. La tesis de Schneiderman, Jecker y Jonsen es que nuestras decisio-
nes sobre el final de la vida son prudentes cuando se atienen a estos criterios,
concretamente al más estricto de ellos, al del 1%, Y que por tanto debe consi-
derarse futil todo procedimiento que no resulta efectivo en al menos un caso
de cada cien. Evidentemente, cabría no contentarse con ese límite, y seguir
actuando a pesar de que la probabilidad de que un procedimiento sea efectivo
resulte inferior al 1%. En ese caso, se estará diciendo que los procedimientos
hay que ponerlos siempre hasta el final, entendiendo por final el que la propia
naturaleza establezca. En este caso, pues, será la naturaleza la que termine
con el proceso. Pero ello se hace con frecuencia a costa de una gran agresión a
la dignidad de los pacientes. No está dicho que ésta haya de ser considerada la
actitud más prudente. Y tampoco hay razones para pensar que es la naturaleza
la única legitimada para poner fin a este tipo de procesos y determinar cuándo
deben discontinuarse las ayudas y los soportes médicos. Ese es un naturalismo
muy difícil si no imposible de defender en estricta teoría ética.
11 Brody BA, Halevy A. «Is futility a futile concept?» J Med Philos 1995;20:123-44.
12 Prendergast TJ. «Futility and the common cold. How requests for antibiotics can illuminate
care at the end of life», Chest 1996; 107:836-44.
263
. También pueden considerarse fútiles todos los soportes realizados en su-
jetos que s~ hallan en estado vegetativo persistente, con una probabilidad de
re~upe~~cJOn menor del SOlo. y lo mismo cabría decir de las maniobras de re-
a?lmaClOn, realIzadas tanto en adultos como en niños prematuros. Una rna-
niobra de r~animaci~n ~ebe pararse en un momento prudencial, a pesar de
que ~e seguir por mas tlemp? pueda salvar alguna vida. El límite prudencial
estara en torno al 5%. y lo rmsrno vale para la reanimación de los recién naci-
dos prematu!"?s. Puede considerarse fútil todo lo que se realice en prematuros
cuya probabüídad de supervivencia no sea superior al SOlo.
. . Es.t? plantea ~on toda ~rudeza el tema de las relaciones entre futilidad e
mdlcaclOn. Es obvio que existe.una obligación moral de realizar los procedí-
264
--.
mientos indicados, ya que lo demás sería rnaleficente. También es claro que los
procedimientos conrraindicados no pueden ponerse, por la misma razón. Pero
en lo que no solemos reparar es en el sentido preciso de los conceptos de
indicación y contraindicación. De nuevo se nos desliza un importante error
lógico. Tendemos a pensar que lo indicado goza de una evidencia científica
absoluta, y que por tanto posee un valor de verdad incontrovertible. A ello nos
suele ayudar el conocimiento de la fisiopatología o del mecanismo de acción,
que suele tener siempre un carácter deterrninista. Pero conviene no engañarse.
En el concepto de indicación no hay nada que permita establecer una relación
determinista, y por tanto acabar con la incertidumbre. Es, de nuevo, el resulta-
do de la aplicación de una lógica inadecuada. De hecho, consideramos que
algo está indicado cuando ha pasado con éxito unas ciertas pruebas, que gene-
ralmente consisten en su validación mediante ensayos clínicos. Por eso la indi-
cación no es nunca del todo cierta, sino sólo probable. Más aún, conocemos los
límites de probabilidad que se exigen para que las agencias reguladoras consi-
deren que un procedimiento terapéutico está indicado para algo. Esos límites
se denominan intervalos de confianza, y son, de nuevo, el 0.05 y el 0.01. A eso
se reduce toda la teoría de la indicación. No hay indicaciones absolutas, ni por
tanto puede uno sentirse obligado a aplicar procedimientos por debajo de esos
intervalos de confianza. Cuando bajo determinadas circunstancias o en ciertas
situaciones concretas, las del paciente que tenemos delante, el procedimiento
no funciona en el noventa y nueve por ciento de los casos, tenemos razones
más -que sobradas para afirmar que ese procedimiento no está indicado, es
decir, que en esas condiciones o circunstancias es fútil. Si además no resulta
inocuo, sino que produce daño al paciente, deberemos añadir que está contra-
indicado, siendo la contraindicación tanto mayor cuanto más elevado sea el
daño que se sigue de su uso.
265
----------------~------------------~--------:;------~-----------
de poner fin a su vida. Hoy no tiene sentido hablar de eutanasia más que
cuando se da el requisito de la petición expresa y reiterada del paciente. Esta
es una de las características que diferencia el tema de la eutanasia del de la
futilidad. Pero hay otra diferencia fundamental, y es que en la eutanasia se
qui tan o se ponen procedimientos útiles, a petición expresa del paciente, en
tanto que la futilidad versa sólo sobre la cuestión de los tratamientos inútiles.
En ese sentido, hay que decir que la eutanasia es siempre y por definición un
tema de nivel 2, y más en concreto de autonomía y beneficencia, en tanto que
el tema de la futilidad es de nivel 1, y tiene que ver única y exclusivamente con
el principio de no-rnaleficencia. Precisamente porque la eutanasia es un pro-
blema de nivel 2, es en ella tan importante el tema de la transitividad del acto,
ya que en el nivel 2 la dimensión intransitiva cobra una dimensión muy impor-
tante, que desde luego no tiene en el nivel 1. De hecho, la desconexión de un
respirador por futilidad es un acto transitivo, como lo son prácticamente todos
en el nivel 1, pero ahí la distinción entre transitividad e intransitividad no es
muy importante, precisamente porque nos hallamos en el nivel 1. Hasta tal
punto, pues, la moralidad de la eutanasia y de la futilidad son distintas.
CONCLUSIÓN
266
----- --------------- ---~
15
HISTORIA DE LA EUTANASIA
INTRODUCCIÓN
Este es el título, como resulta bien sabido, del famoso libro de Elisabeth Kübler-Ross. Cf.
su traducción castellana, Sobre la muerte y los moribundos, Barcelona, Grijalbo, 1975.
267
Junto a esta revolución tanatológica, ha sido precisa otra, ésta estricta-
mente historiográfica, para que nuestro conocimiento de los modos históricos
de morir comenzara a ser fiable. Esta revolución historiográfica se inició tam-
bién en los años sesenta, y se conoce con el nombre de «historia de las menta-
lidades». Su objetivo es combinar la clásica historia de las ideas con los méto-
dos de la moderna historiaseeial, e iniciar así el estudio histórico de los Com-
portamientos humanos básicos: las creencias religiosas, la actitud ante la .
maternidad, la infancia, la vida familiar, el matrimonio, la ancianidad, la
m~erte, etc. Uno de los padres de esta moderna historia de mentalidades, y
m~~ en concreto de las mentalidades sobre la muerte y el morir, ha sido Philippe
Anes. Sus abrasa este respecto- son un magnífico ejemplo de lo que se puede
hacer, de lo que ya es una flamante realidad. Siguiendo, aunquesólo sea de
lejos, sus pasos, intentaré en lo que sigue analizar las mentalidades más im-
portantes que se han dado a lo largo de nuestra cultura occidental a propósito
de la eutanasia. En mi opinión esas mentalidades han sido tres,que llamaré,
respectivamente, la «ritualizadora», la «rnedicalizadora» y la «autonornizadora»,
Sólo desde ellas, y concretamente desde el marco conceptual de esta última
cobra sentido el actual debate sobre la eutanasia. '
1. La eutanasia «rítualizada»
2 Cf. Ph. Aries. Ensayo sobre la muerte en Occidente Barcelona, Argos-Vergara, 1982; El
hombre ante la muerte, Madrid, Taurus, 1984. '
268
pusieron un plazo' precautorio de veinticuatro horas, antes del enterramiento
del cadáver? Si tan claros eran los criterios, estas medidas resultaban inútiles;
y si eran útiles, es que los criterios de diagnóstico de la muerte distaban mu-
cho de ser ciertos.
Nacimiento Bautismo
Pubertad Confirmación
Matrimonio Matrimonio
Sacerdocio Orden
Muerte corporal Extrema unción
Muerte espiritual Penitencia
Divinización Comunión.
Este objetivo de ayudar a bien morir se lo han propuesto todas las cultu-
ras en sus ritos de paso tanatológicos. Los medios que han utilizado para ello
han sido muy diversos. Del estudio de las culturas primitivas se deduce que
muchos pueblos utilizan productos químicos (drogas, vinos, derivados del
Cf. Arnold van Gennep, Los ritos de paso, Madrid, Taurus, 1986.
269
opio, etc.) para que los moribundos pierdan la conciencia y mueran en pa
Ot'ras veces usan venenos. ASI, entre los indios cuevas, del istmo de Panamáz.
cuando la enfermedad de una persona se considera incurable, se le adminis~
tra un concentrado de una hierba que contiene estricnina, utilizada a dosis
mucho menores por los propios indios como antihelmíntico.
270
ladera del monte Taigeto, a fin de mantener la supremacía operativa y bélica
del pueblo espartano. También refiere que las madres lavaban a los recién
nacidos en vino y no en agua, dado que los niños débiles y epilépticos no
soportaban este tipo de baño y morían",
Todos estos métodos nos son bien conocidos por testimonios literarios
múltiples. He aquí, por ejemplo, lo que Aristóteles escribe a propósito del
infanticidio:
La gravedad moral de los actos contra la vida es tanto mayor cuanto más
avanzado esté el proceso de formación y maduración del embrión. Por eso
Aristóteles distingue la gravedad del aborto en las primeras fases del desarro-
llo embrionario de la propia del aborto en aquellas otras en que ya está presen-
te la sensación y la vida. La gravedad del infanticidio es aun mayor. Sin em-
bargo, Aristóteles considera, con otros muchos pensadores griegos, que hay
razón proporcionada para realizar éste en el caso de recién nacidos enfermi-
zos y deformes. Matarles es un beneficio para ellos y para la sociedad. Se trata
de una muerte por piedad, es decir; de una especie de eutanasia.
271
r----------~~~--------~-----;-~~~~.----
~
I
dije que era un mal hombre. Me replicó que rogaba a Dios que, de hallarse él
en tal coyuntura, pudiese dar con alguien que hiciere por él otro tanto, para
no tener que agonizar miserablemente".
En conclusión, pues, vemos cómo todas las culturas se han visto obliga-
das a «ritualizar» el fenómeno de la muerte. Estos ritos han tenido siempre
por objeto «humanizar» el proceso del morir, evitando en lo posible el sufri-
miento, etc. y, en fin, en los casos desesperados, las culturas no han encontra-
do otro modo de humanizar la muerte que acelerando directa y voluntaria-
mente su llegada. Los personajes encargados de esto eran en unos casos los
familiares, en otros los chamanes, magos o hechiceros, etc. A partir del naci-
miento de la medicina científica en Grecia se va a producir en este punto una
gran novedad, ya que desde ese momento va a ser el médico la persona encar-
gada de cumplir con esta misión. De ahí que la eutanasia se medicalice. Es el
tema del próximo epígrafe.
2. La eutanasia «medícalizada»
Suele afirmarse que la medicina tiene por objeto luchar por la vida, de-
fender-la vida, y que por tanto siempre se ha opuesto a las prácticas eutanásicas.
Pero esto no sólo no es cierto, sino que la verdad es más bien la contraria: la
medicina occidental ha sido desde sus orígenes una ciencia eutanásica. Tal es
la tesis que intentaré demostrar a continuación.
A. Paré. Apologie, et traité contenant les.voyages en divers lieux (1585), trad. esp. EA.
Delpriane, México 1947.
272
Asclepio... sabía que en toda ciudad bien ordenada le está destinada a cada
ciudadano una ocupación a que ha de dedicarse forzosamente, sin que nadie
tenga tiempo para estar enfermo y cuidarse durante toda su vida".
¿Habrá que decir, entonces, que los médicos no deben formar parte de la
ciudad bien ordenada? ¿Será preciso prescindir de sus servicios? ¿Qué fun-
ción puede encomendárseles en beneficio de todos? Platón lo explica así:
273
----------------------------------~--------------------------------------~-------
Por tanto, los médicos deben separar del cuerpo aquellos miembros que están
necros~dos y cuya e,ticacia será nula, como los dedos gangrenados y los dien-
te~ canados. Del mismo modo si dejásemos individuos semejantes a dichos
m~embros enfermos en una sociedad modelo posiblemente causarían el naci-
miento de otros deficientes!".
274
------~----~-----------------------_.
Cuando enferman (los artesanos) piden a los médicos que les purguen con un
laxante, vomitivo ° sangría, a fin de reincorporarse rápidamente a su trabajo,
y si se los prescriben obedecerán sus órdenes. Pero si les recetan un régimen
que imposibilita sus actividades por un largo tiempo, rehusan el tratamiento,
como si calculasen que sus vidasresultarían ya inútiles para la ejecución de
las labores que normalmente llevaban a cabo. Los únicos ansiosos de vivir no
obstante padecer un defecto crónico son los que huelgan en los corrillos de las
calles,como los vagos. En cuanto a los deficientes que pueden vivir pese a ser
incurables, pero que en modo alguno pueden ser útiles para la sociedad, unos
opinan que deben ser eliminados y otros que podrían ser tolerados; pero no
ha lugar para la afirmación de los que quieren cargar su mantenimiento sobre
los ciudadanos".
Averroes, uno de los máximos médicos de toda la Edad Media, es, como
vemos, decidido partidario de la eutanasia, y considera que practicarla es
función de los médicos de la ciudad. De ahí que finalice el capítulo con estas
palabras:
Tal es, pues, lo que conduce a que los médicos sean también necesarios en
esta sociedad modelo a saber: la curación de las lesiones traumáticas, y el
diagnóstico de las que no lo sori'".
En este contexto cobran todo su sentido frases como las que se encuen-
tran en el libro hipocrático Peri tékhnes, un escrito que, por lo demás, se con-
sidera muy influido por la filosofía platónica. He aquí algunas:
275
y poco más adelante, en el capítulo octavo:
Hay algunos que hacen reproches a la medicina por motivo de los que no
quieren tratar a los ya dominados por la enfermedad, diciendo que se medican
aquellos casos que por sí mismos se curarían, pero los que necesitan de impar·
tante socorro no los toman en sus manos, y que sería preciso, si fuera una
ciencia la medicina, que los medicara a todos por igual.
Pero los que dicen eso, si les reprocharan a los médicos que, cuando hacen
esas afirmaciones, no los ciudan a ellos como a locos, les harían reproches
más razonables que al reprocharles lo otro. Pues si alguno reclama a la ciencia
lo que ni puede la ciencia, o a la naturaleza lo que la naturaleza no produce
naturalmente, desconoce que su ignorancia es más afin a la locura que a la
incultura. Pues para aquello que podemos dominar por medio de recursos
naturales o por instrumentos de la ciencia, en eso nos es posible ser servidores
del pueblo (demiourgoi), pero en lo demás no es posible. Cuando una persona
sufre algún mal que es superior a los medios de la medicina, no se ha de
esperar, en modo alguno, que éste pueda ser superado por la medicina.
El médico que escribió este párrafo es, quizá, algo más intervencionista
que Platón, y reduce el ámbito de «lo no tratable» al de «lo incurable». Claro
que también cabe decir que tal es el criterio platónico, siempre que por no
tratable se entienda «lo que no puede restituirse a su estado natural, ni rein-
tegrarse a la vida normal de la ciudad». En cualquiera de los dos casos, es
claro que el "desahucio» ha sido clásicamente una práctica eutanásica. Más
aún, sólo en el interior de este contexto tuvo sentido en la antigüedad el térmi-
no «eutanasia".
La palabra eutanasia se utiliza, que sepamos, desde los tiempos del em-
perador Augusto, y hasta finales del siglo XIX significó el acto de morir pacífi-
camente y el arte médico de lograrlo. El primero que utiliza el término es el
historiador romano Suetonio, quien escribe:
276
Tan pronto como César Augusto oía que alguien había muerto rápidamente y
sin dolor, pedía la eutanasia, utilizando esta palabra, para sí mismo y para su
familia 1-. . .
Está claro que el texto se refiere a las personas que no pueden ser cura-
das, y que por tanto han entrado en la fase de desahucio. Tal es la razón de
que Plinio haga una lista de enfermedades en las cuales los médicos pueden
acelerar la muerte. En la literatura clásica eutanasia y desahucio son términos
correlativos. Así se entienden textos como éste de Séneca:
Aún se puede ir algo más allá: estimo que el oficio del médico no es sólo
restaurar la salud, sino también mitigar los dolores y tormentos de las enfer-
medades; y no sólo cuando tal mitigación del dolor, como la de cualquier otro
síntoma patológico, ayuda y conduce a la recuperación, sino también cuando,
habiéndose esfumado toda esperanza de recuperación, sirve sólo para conse-
guir una salida de la vida más fácil y equitativa. Pues no es pequeña felicidad
la que llevó a César Augusto a pedir la eutanasia; semejante a la que se vio en
la muerte de Antonino Pío, que no pareció que se muriera sino que cayó en un
profundo y placentero sueño ... Pero en nuestros tiempos, los médicos hacen
cuestión de escrúpulo y religión el estar junto al paciente cuando éste está
muriendo. En tanto que en mi opinión, si ellos no quieren ser molestados en
sus consultorios, y también por humanidad, deben adquirir las habilidades y
prestar atención a cómo puede el moribundo dejar la vida más fácil y silencio-
277
samente. A esto yo lo llamo la investigación sobre la «eutanasia externa» o la
muerte fácil del cuerpo (para distinguirla de la eutanasia que mira a la prepa-
ración del alma); y ponerla entre las cosas a conseguir".
278
es una auténtica "obstetricia del alma», a la que es preciso ortorgar el rango de
disciplina médica independiente, a la altura del diagnóstico, la terapéutica, la
cirugía o la obstetricia".
279
médico está obligado a destruir la vida (como cuando ha de matar un niño
vivo en el momento del parto, o interrumpir el embarazo para salvar a la
madre). Invoca el concepto de «muerte mental» en varios tipos de desórdenes
psiquiátricos, lesiones cerebrales y retrasos mentales. Matar a estas personas,
escribe Hoche, «no se puede identificar con otros tipos de asesinato ... sino que
es un hecho permisible y provechoso», dado que esas personas ya están muer-
tas.
Hoche acaba elaborando a partir de estos datos toda una mística, muy
similar a la descrita por Platón en su República:
Una nueva era se acerca que, sobre la base de una más elevada moralidad no
atenderá ya a las demandas de un concepto abusivo de humanidad y una
sobreestimación del valor de la vida en Sí27.
26 Tomo todos estos datos del libro de Roben Jay Lifton. The Nazi Doctors. Medical Killing
and the Psychology of Genoclde, Londres, MacMillan, 1986, pp. 4555. El texto citado se halla
en la p. 45.
27 K. Binding-A. Hoche. Op. cii., pp. 61-2. Citado por R.J. Lifton, Op. cit., p. 47.
280
3. La eutanasia «autonornizada»
281
Esta definición de salud obliga a reformular otras, como la de sanidad y
sistema sanitario. La sanidad no puede confundirse con la mera prevención de
las enfermedades, sino con la cultura del cuerpo. Hay sistemas sanitarios que
intentando prevenir la enfermedad, desposeen y expropian al hombre de su
cuerpo. So pretexto de salud, los tales promocionan y favorecen la enferme-
dad. Hoy"es muy frecuente ver cómo el sistema sanitario fomenta la enferme-
dad de la salud. Yes que la salud también puede convertirse en una ideología,
en falsa conciencia. Se produce entonces el fenómeno que Marx denominó
«enajenación» (Entfremdung). La enajenación de la salud es, obviamente, la
enfermedad, la enfermedad de la salud. Cuando esto sucede, y sucede con
alguna frecuencia, puede estarse seguro de que se ha perdido el norte, y este
norte no puede ser otro que la cultura del cuerpo, entendida como posesión o
apropiación de la propia realidad corporal.
282
casos en que las personas han perdido toda capacidad para cuidar de sí mis-
mos, como sucede en las cuadriplejias. P. Kind y RM Rosser llevaron a cabo el
año 1983 un trabajo a fin de evaluar el grado de expropiación que la enferme-
dad produce en el enfermo grave. Para ello cuantificaron la gravedad del pro-
ceso morboso en una escala de 1 a 4, y la incapacidad en otra de 1 a 8. Este
último sería un estado de total inconsciencia, en el que los sujetos ya no sufren
conscientemente. Tras entrevistar a un cierto número de enfermos y ver la
estimación que ellos realizaban de las diferentes situaciones, cuantificaron
éstas de acuerdo con una escla de puntuaciones que asignaba el I a la ausen-
cia de enfermedad e incapacidad, y el O a la muerte. Pues bien, el resultado
fue el siguiente:
ENFERMEDAD
INCAPACIDAD ·1 2 3 4
El problema ético se resume a saber si las personas que viven una vida
que consideran peor que la muerte, pueden poner término a sus sufrimientos
(suicidio), y si en caso de que estén imposibilitadas para realizarlo por sí
28 Cf. P. Kind, RM. Rosser, A. Williams, «AValuation of Quality of Life: Some psychometric
evidence», En: Jones Lee MW ed. The Value Life and Sajety. N Holland Pub 1982; 159-170.
283
.mismas, pueden pedir a otras, especialmente a los médicos, que pongan tér- .
mino a su vida (eutanasia). En principio parece difícil negarles ese derecho y
tal es la razón de que el suicidio, aun en el caso de que resulte frustrado e;té
p~sando a no se! deli~o en un buen número de Códigos Penales, com~ por
eJ~n:p.lo el espan.ol. Clert? que para determinadas confesiones religiosas el
SUICIdIOresulta siempre ínaceptable, dado que la vida es un don divino del
que el hombre no puede disponer; pero eso sólo demuestra que tales persona
v?lorará.n sie~pre más la vida que la muerte, y que por tanto nunca encontra~
ran motivos para atentar contra ella. El problema del suicidio y la eutanasia
no se plantea en esos casos, sino en el de aquellas personas que, o. bien care-
cen de esas creencias religiosas, o bien las tienen pero consideran que en el
caso del hombre el don divino no es nunca sólo la vida sino la vida human
. 1 ' 1 '
o raciona , razon por a que no atenta contra Dios quien dispone racionalmen-
a
t~ de ella>. En ~mbos casos parece difícil negar a las personas el derecho a
disponer de su VIda, y aun a pedir a los demás que les ayuden a tal efecto.
284
demás a hacerla. Pero esto no es del todo exacto. No es para eso para lo que
tiene poder el Estado, sino para ordenar la sociedad de acuerdo con criterios
de equidad y justicia que no marginen a las personas ni las coloquen en situa-
ciones que ellas vivencian como peores que la muerte. La justicia exige que
todos los hombres sean tratados con igual consideración y respeto, y que las
diferencias sociales entre ellos sólo sean permisibles cuando redunden en be-
neficio de todos, en especial de los menos favorecidos. Si esto es así, si.a esto
es a lo que obliga el principio ético de justicia, no hay duda que nos encontra-
mos en un mundo profundamente injusto. En nuestra sociedad se cumple
exactamente el principio contrario al que hemos enunciado. Quienes más tie-
nen son los que más reciben, y aquellos que se hallan en situación de desven-
taja, reciben menos, con lo cual las diferencias entre unos y otros son cada
vez mayores. Esto es evidente en el caso de los enfermos crónicos y de los
ancianos. Nuestra sociedad, basada en el principio de la competición y la
juventud, margina a ambos, ancianos y enfermos crónicos, de modo sisterná-
tico. Pasada la barrera de los sesenta y cinco años, el hombre va sufriendo en
sus carnes un conjunto de marginaciones o muertes progresivas: la muerte
laboral, la muerte familiar (los ancianos no puede convivir en el seno de la
familia nuclear, y por tanto han de vivir solos o ir a residencias), etc. Cuando
a todo esto se añade la invalidez biológica y la enfermedad, no puede extrañar
que los pacientes puedan verse en situaciones tan trágicas que ellos conside-
ren peores que la propia muerte. Estos son los casos en que suelen pedir la
eutanasia, No lo harían si vivieran de otro modo, sin depender de los demás,
sin sufrir tanta soledad, sin verse excluídos del mundo de los vivientes. La
sociedad tiene obligación moral de reparar esta tremenda injusticia, haciendo
por ellos todo lo que esté en su mano. Hay muchos medios de ayudar a quie-
nes se encuentran en esas situaciones: la compañía, la amistad, la psicotera-
pia, la medicina paliativa, los hospices, tantas cosas más. Es muy probable que
si todos esos métodos se pusieran en práctica, nadie pidiera morir. Pero cuan-
do no lo hacemos así, dudo que tengamos legitimidad moral suficiente para
negarles una muerte rápida y digna.
285
16
DILEMAS ÉTICOS EN LOS CONFINES
DE LA VIDA: SU1CIDIO ASISTIDO
y EUTANASIA ACTIVA Y PASIVA
287
nace por generación, ~ p.or tanto ti~ne edad, pero de algún modo trasciende el
orden puramente biológico y temporeo, y en consecuencia es en alguna medi-
da supratemporal, eterno. Habría que decir que tiene origen, como los anima-
les, per? n~ tiene fin, como los ángeles. De ahí que los escritores latinos crea-
ran el term.II~oaev¡ter~us c~mo opuesto a mortaiis', para designar aquello que
tJ~ne pnncipro y ~o tiene ñn, y que en consecuencia es eterno en una de sus
direcciones. Lo eviterno es eterno a medias ya que ha tenido comienzo pe
' f ' , ro
no ten dra m. Los escntores eclesiásticos de la baja latinidad utilizaron este
concepto con profusión, oponiendo aevitemus, lo que tiene comienzo pero no
tJe~e fin, a se':lPlternus, aquello que carece de comienzo y de fin. Sempiterno
se:la DIOs; eVlte~nos, los angeles. El ser humano es también de algún modo
eviterno, no segun, su cuerpo, pero sí,según su alma. La paradoja cuerpo-alma
es la. que explicaría ese extrano carácter de relativo-absoluto o de absoluto-
relativo en que parece consistir la condición humana.
Todas esa~ son explicaciones de algo ~ue es mucho más elemental, y que
p.arece haber SIdo una ,eXperienCIa muy antigua de la humanidad, a saber, que
SI el hombre es de algun modo absoluto, no puede ser mortal. La muerte es el
e- v fra~as~ de cualquier afi~mac~ón de absolutez. Lo absoluto exige permanencia
en el-
tiempo; SIse prefiere, íntemporalidad o atemporalidad. Lo absoluto ha
de ?allarse ?or encima del ~iempo. De ahí la gravedad de la afirmación del
caracter estnctamente temporeo y mortal de la vida humana. Es el tema de la
filoso~ía de Heidegger: si se piensan correctamente estas dos características
ontológicas del ser ~um~no, su temporeidad y su mortalidad, entonces hay
- '> que rehacer t?da la historia de la metafísica, porque ésta se ha basado siempre
en lo contrano, ,e~ que el hombre es de alguna manera eterno e inmortal. El
proble~a ontolopco funda:nental es, entonces, el de saber' cómo afecta a la
ontología el c~racter. tempóreo y ~ortal =
la condición humana; hasta qué
punto y en que condiciones es posible seguir haciendo ontología.
288
de mortalidad, esa «eterna y trágica contradicción, base de nuestra existen-
. 3
·Cla,' .
Así las cosas, caben varias posturas. Una es la rendida sumisión al miste-
rio, convencidos de q).le todo intento de desvelarlo conlleva ineludiblemente
un pecado de hybris o desmesura. Ésta es una actitud muy frecuente, pero no
por ello menos problemática. La pura contemplación del misterio, al menos de
este misterio, se hace insostenible. La razón obliga al ser humano a intervenir
en él, a indagar el misterio de la vida ya remediar sus muchos problemas, que
289
los tiene. Se trata de un deber moral. Esto es algo inherente a la condición
~umana. De ahí que junto a la actitud sumisa se dé también la de intervención.
Esta no tiene por qué ser signo de desmesura sino de responsabilidad.
290
tinto del kantiano, podría decirse que en ética sólo las afirmaciones formales
pueden tener carácter absoluto y categórico, y que las proposiciones materia-
les han de tener siempre la condición de relativas e hipotéticas. No es un azar
que desde tiempos muy a-ntiguos se haya venido contraponiendo la llamada
«certeza moral» a la verdera certeza, la propia de las' proposiciones formales
de la lógica y'las matemáticas: La certeza moral nunca es cierta del todo, pre-
cisamente porque depende siempre de las condiciones empíricas, que el hom-
bre nunca es capaz de conocer exhaustivamente.
Así las cosas, es necesario que nos planteemos los dilemas éticos en el
final de la vida, no con el objeto de resolverlos de una vez por todas, sinó de
ver 'dónde nos hallamos hoy en el debate de estas cuestiones, cuáles son los
argumentos que sustentan las diferentes posturas y cuál la actitud que aquí y
ahora parece más prudente mantener, seguros de que con ello no alcanzare-
mos certezas absolutas, sino, en el mejor de los casos, la modesta certeza mo-
ral de los autores clásicos, En 'cuestiones tan graves como las que atañen al
principio y al final de la vida no debemos aspirar a más, pero tampoco a me-
nos.
291
11. EL MARCO DE REFERENCIA DEL DEBATE
292
propio a diferencia de lo ajeno, y también de lo público a diferenci.a de lo
privado. En el mundo antiguo y medieval no hay una gran conc~encla de la
vida privada. Todo era público y privado a la vez. Tampoco habla una gran
conciencia de lo propio. Todo era propio y ajeno a la vez. Es el mundo moder-
no el que divide la vida en dos áreas perfectamente precisas, la pública y la
privada.
Esas dos áreas se van a regir por principios morales distintos. La ética
moderna liberal suele ser una ética principialista. Esto es muy importante
tenerlo e~ cuent~. No todas las éticas son principialistas, pero la ética liberal sí
lo es, Los derechos humanos son sistemas de principios. Y la ética kantiana,
por ejemplo, también lo es. L~ ética antigua se basaba en el binomio. virtu?-
vicio. La ética moderna se basa en el binomio principios-conse(:uenClas. Sin
esto no se entiende la modernidad, ni tampoco los .debates sobre la eutanasia.
6 Cf. Diego Gracia. Proced.imientos de decisión en ética clínica, Madrid, Eudema, 1991.
7 John Stuart MilI. Sobre la libertad, Madrid, Alianza, 1984, p. 65.
293
, Esto explica que en el interior del pensamiento liberal no hayan prospera-
do las leyes de eutanasia, que suponen, por definicrrin, la intervención activa
en el c~erpo de otra persona, con la intención de poner fin a su vida. El caso
holandes, debe verse como lo que es, una excepción, Pero quizá convenga re-
cordar como se han desarrollado los acontecimientos en los Estados Unidos
pues ellos son una buena prueba de lo que vengo diciendo". '
8 ~f:, p.e., Ig?acio Muñagorri Laguía. Eutanasia y Derecho Penal Madrid Ministerio de
Justicia e Intenor, 1994. ' ,
9 Cf. J~s~ph J. Fins and ~atthew D. Bacchetta. «The Physician-Assisted Suicide and
Euthanasía- An Annotated BlblIography of Representaative Articles» The Joumal ,¡: el' . l
Medlcme 1994; 5(4): 329-340. ,o) truca
~~ Cf. Jac~ Kevorkian. La buena n:uerte, Barcelona, Grijalbo, 1991.
~E. QUIll,. C.K. Cas~el, D.E. Meier. «Care of the hopelessly ill: Potential clinical criteria for
phys~~lan-ass~sted sU1clde~,: New England Journal. of Medicine 1992; 327: 1380-84. Hay rra-.
ducción e.s~anola: «~t~ncJOn al e~fermo terminal. Criterios clínicos propuestos para la asís- '
tencia médica al SUICIdiO», Boletin de la Institución Libre de Enseñanza' II época Agosto
1993, n? 17,pp.33-41. ' ,
12 Cf Gerald D. Colernan. «Suicidio asistido: Una perspectiva ética», en Robert M. Braid y
Sutart E, Rosenbaum, EutanaslQ: Los dilemas morales, Barcelona, Alcor, 1992, pp. 114-122;
294
dar de un acto que tiene la gravedad moral de un asesinato, simplemente
porque todo, incluido el suicidio, tiene básicamente esa misma gravedad.
La tesis de los autores citados es que el médico debe ayudar a estos pa-
cientes que quieren suicidarse, aunque evitando cualquier tipo de eutanasia. Y
así escriben: '
\
Ernlé W.D. Young, «Ayuda al suicidio: Una perspectiva ética", en Robert M. Braid y Sutart E.
Rosenbaurn, Eutanasia: Los dilemas morales, Barcelona, Alcor, 1992, pp. 123-136; Timothy
E. Quill, Death and Dignity: Making ehoíces and Takíng Charge. New York: Norton, 1993.
13 T:E. Quill, C.K. Cassel, D.E. Meier,'-Ar-LciL p. 33. '
14 T.E. Quill, C.K. Cassel, D.E. Meier, Art. cit., p. 33.
15 Cf. 'l.E, Quill, «Death and Dignity: A Case of Individualized Decision Making», New England
Joumal of Medicine 1991; 324(10): 691-694.
16 T.E. Quill, C.K. Cassel, D.E. Meier, Art. cit., pp. 33-4.
295
Nuestro objetivo es proponer un criterio clínico que permita a los médicos
responder adecuadamente a los pacientes incurables que de una forma res-
ponsable les pidan ayuda para terminar con su vida. Nosotros apoyamos la
legalización de este tipo de suicidio, pero no de ningún tipo de eutanasia
activa. Creemos que esto nos lleva al mejor equilibrio entre una respuesta
huma.na a la petición de los pacientes como los anteriormente descritos ya la
necesidad de proteger a otras personas más vulnerables. Defendemos con
to~as. nuestras fuerzas unos cuidados intensivos, al precio que sea pero cuyo
objetivo sea proporcionar una mejor situación a todos aquellos pacientes irre-
mediablemente enfermos. Cuando se aplique de una fama correcta en pacien-
tes cuyos síntomas estén suficientemente bien controlados, este 'proporcionar
la mejor situación posible' puede dar como resultado tolerable la muerte. El
suicidio médica mente asistido no debe ser visto nunca como un sustituto de
cualquier otro tiP? de cuidados cuyos objetivos sean hacer más agradable la
exrstencía del pacienre, o solucionar los desafíos físicos, personales o sociales
oca~ionados por el hecho de estar muriéndose. De todos modos, el que un
paciente con una enfermedad incurable quiera tener algún control sobre su
propia muerte, no es algo jdiosincrásico, egoísta, ni muestra ningún tipo de
desequilibrio mental. La idea de una muerte noble y digna, con un significado
profundamente personal y único, se encuentra exaltada en grandes obras lite-
rarias, poéticas, .artísticas y musicales. Cuando un enfermo incurable pide que
le ayuden a monr de.~ste modo, creemos que los médicos tienen la obligación
de ITIvesngarla pencion a fondo y, en determinadas circunstancias, considerar
cuidadosamente el hacer una excepción a la prohibición de ayudar a morir".
296
despenalizada a la vista de las circunstancias y consecuencias que c~ncurren
en ciertos casos especialmente trágicos. En principio, y salvo excepciones, la
colaboración o ayuda al suicidio debe estar penalizada, y debe considerarse
inmoral. Pero en ciertas situaciones parece que las circunstancias del caso per-
miten hacer una excepción a ese principio. Se trataría de algo hasta cierto
punto equiparable a lo que los penalistas llaman «estado de necesidad», que
permitiría hacer una excepción a la norma, Y parece que esta exceP:lOn la
debería hacer el médico, que tiene hacia su paciente, como luego OIremos
decir a Quil!, un deber de cuidado y de no abandono.
19 T.E. Quill, C-K. Cassel, D.E. Meier, Art. cii., pp. 34-5.
297
Clan que le va a acortar la vida. Es el caso de la llamada eutanasia activa
indirecta, que no se identifica con el suicidio asistido, pero que se halla muy
próximo a él. De ahí que Quill, Cassel y Meier escriban:
No se sabe hasta qué punto está extendido actualmente en los Estados Unidos
el suicidio asistido médica mente, o con qué frecuencia los médicos desatien-
den las peticiones de sus pacientes en este sentido. Se dice que aproximada-
mente 6.000 muertes al día en los Estados Unidos están de algún modo pla-
neadas o indirectamente asistidas, probablemente mediante el «doble efecto"
de los medicamentos para aliviar el dolor que pueden, al mismo tiempo, ace-
lerar la muerte, o la interrupción, o no comienzo, de los potenciales trata-
mientos para prolongar la vida. Del3 al 37 % de los médicos que responden a
encuestas anónimas sobre el tema, afirman participar activamente en el pro-
ceso de aceleración de la muerte del paciente, pero estas cifras hay que mati-
zarlas en base a la pobreza tanto de la muestra como del diseño del estudio.
Todas las encuestas de opinión pública llevadas a cabo durante IDs últimos
cuarenta años han puesto de manifiesto que una mayoría de los americanos'
se decantan a favor de la muerte asistida en los casos de enfermedad termi-
nal. En el estado de Washington tuvo lugar en 1991 un referendum para lega-
lizar la eutanasia voluntaria y el suicidio asistido, con unas garantías no exce-
sivamente definidas. Este referendum se perdió por un escaso margen. Inicia-
tivas más conservadoras han sido comunes en California, también en New
Hampshire, y están siendo tomadas en consideración en Florida y en Oregón".
Para Quill, Cassel y Meier el suicidio asistido puede y debe verse como un
paso más en el proceso de asistencia médica al paciente terminal. De ahí que
tenga toda una ética subyacente, que debe juzgarse de acuerdo con el princi-
pio, tradicional en la ética médica, del no abandono del paciente. La tesis de
Quill y Cassel es que el no abandono es un principio ético irrenunciable de la
medicina, y que el suicidio asistido debe juzgarse desde él".
298
rios en otros aspectos no deben ser abandonados a su propio sufrimiento. Se
les podría ofrecer una combinación de medidas que van desde la supresión de
las terapias de mantenimiento (incluyendo en ellas la alimentación sólida y
mediante suero), así como una búsqueda simultánea de alternativas imagina-
tivas. Somos conscientes de que esta solución no es, ciertamente, la ideal,
pero reconocemos también que en los Estados Unidos el acceso a los cuidados
médicos es, habitualmente, muy desigual, y que la relación médico-paciente
es, en muchos casos, suficientemente impersonal como para asumir los ries-
gos de permitir una eutanasia voluntaria activa".
299
La Hemlock Society trasladó su sede nacional de California a Oregón en
1988. Pero no fue hasta 1994 cuando una de sus.iniciativas, la Medida 16 se
admitió a trámite. El fundador y primer presidente de la Hemlock Soci~ty,
Derek Humphry, expresó su confianza en que esta medida sería aprobada, en
gra~ m~d~fa porq '". es más ~imita~a que las iniciativas de Washington y
Cahforma . Aunque tiene el mismo titulo que las otras dos, el contenido de la
Oregon Death with Dignity Act se limita a permitir a los médicos a atender la
petición de un paciente adulto competente con menos de seis meses de vida de
una prescripción de un fármaco letal:
Un adulto que tiene capacidad legal, residente en Oregón y que ha sido diag-
nosticado por su médico y el médico consultor de una enfermedad terminal y
que ha expresado voluntariamente su deseo de morir, puede hacer una peti-
ción escrita de medicación con el objetivo de poner fin a su vida en una forma
humana y digna, de acuerdo con esta ley:
2.4 Derek H~mphry es autor de una amplia serie de libros sobre eutanasia, a partir del
titulado Jeans Way, New York, Dell Book, 1978; Let Me Die Before 1 Wake, New York, Dell
Book, 1984; Ftnal Exit: The Practical~ties of Self-deliverance and Assisted Suicide for the Dying,
Eugene, Oregon, The Hemlock Society 1991; Dying Wirh Dignity, New York, Birch Lane
Press, 1992.
~!
27
George J. A~nas: ~<Death by Prescriptíon», New Engl J Med 1994; 331 (18): 124l.
Cf. «Oregon S SUICIde measure blocked» [News]. Brit Med J 1994; 309: 1603.
Cf. George J. Annas. «Death by Prescriprion». New Eng J Med 1994; 331 (18): 1241-2. En
c?ntra, M.A. Lee, S.W Tolle, «Oregon's plans to legalise suicide assisted by a doctor" [Edito-
nal] e-«Med J 1995; 310: 6l3-4.
300
De todo esto cabe concluir que nuestra sociedad establece una barrera
infranqueable entre los actos intransitivos y los transitivos, y que los juzga con
categorías distintas. Toda accción transitiva tendente a poner fin a la vida de
. otra persona, ya sea bajo la forma de suicidio asistido, ya de homicidio por
compasión, es vista como inmoral, o al menos como sumamente peligrosa.De
ahí que cada vez sean más los que se preguntan si no ha llegado la ~ora de
plantear el tema de otra manera, a saber, respetando la voluntad del enfermo
en el rechazo de ciertos tratamientos vitales, dejando que la propia naturaleza
sea la que finalice el proceso. Se trata de revalorizar de nuevo el papel de la
eutanasia pasiva. Esto es lo que practicaron todos los pueblos primitivos, y es
lo que la medicina ha hecho a todo lo largo de su vida. El llamado desahucio
médico no era más que esto, la retirada de todo procedimiento de soporte, no
por voluntad del paciente sino por criterio médico. Quizá ha llegado la hora de
renovada figura del desahucio, no en su forma clásica, pero sí en la del des-
ahucio voluntarioo a petición del paciente.
28 Cf. James Rachels, «Active and Passive Euthanasia», New Eng J Med 1975; 292: 75-80,
reproducido en Roben Hunt and John Arras, eds., Ethical Issues in Modem Medicine,. P~lo
Alto, California, Mayfield Publishing Co., 1977, 196-202; Joseph M. Boyle, ~r., «On Kilhng
and Lening Die», New Scholasticism 1977; 51 (4): 78-80; Natalie Abrarns, «Active and Passive
Euthanasia», Philosophyl978; 53(204):257-263; President's Commission for the Study of
Ethical Problems in Medicine and Biomedical Research, Deciding to Forego Life-Sustaining
Treatment, Washington, D.C., U.S. Government Printing Office, 1983; Helga Kuhse, «A Modem
Myth: That Letting Die Is Not the Intentional Causation of Deaht: Some Reflections on the
Trial and Acquittal of Dr. Leonard Arthur», Joumal of Applied Philosophy 1984; 1 (1): 21-38;
Dan W. Brock, «Forgoing Lie-Sustaining Food and Water: Is It Killing?», In: Joanne Lynn
(Ed.), By No Extraordinary Means: The Choice Ta Forga Life-Sustaining Food and Water,
Bloomingron & lndianapolis, Indiana University Press, 1986, pp. 117-131; Helga Kuhse, ~he
Sanctity-af-Life Doctrine in Medicine: A Critique, Oxford, Clarendon Press, 1987, 31-81; Patnck
Nowell-Smith, «A Plea for Active Euthanasia», Geriatric Nursing and Home Care 1987; March:
23· John Wrable «Active Euthanasia Gaining Acceptance as Topic for Debate», Med!cal Ethics
Ad~isor 1989; 5(3): 30; Patrick Nowell-Smith, «In Favour of Voluntary Euthanasia», en Raanan
Gillon, ed., Principies of Health Care Ethics, Chichesrer, John Wiley & Sons, 1994,759-761.
301
------------~~--------------~----~~~
Pero las cosas no son tan claras como los autores citados dan a entender.
N~ hay por qué pensar que esa distinción se basa sólo en la hipocresía o el
. miedo, como parecen dar a ent~n?er los autores anteriormente citados. Hay
.» ~azones ~uYTshenaspara segUlbrdistinguiendo entre rnatar y dejar morir". Como
an escnto omasrna.y Gra er, una cosa es querer la muerte y realizarla y
l\¡ otra muy distinta querer la muerte y dejar que ocurra. Una cosa es respetar' la
volunt~d. del enfermo y no poner en su cuerpo lo que él rechaza, y otra cosa
muy distinta quitarle directamente la vida. El primero es un acto del enfermo
en tanto que el segundo es del médico. Ya hemos insistido en la diferenci~
e.ntre acto.s, transitivos e intra~sitivos. No es sólo una diferencia psicológica
sino tam~len ~oral. Un acto nene que ver directamente con el principio de
No-malef¡cencla, en tanto que el otro depende sobre todo del de Beneficencia.
¡
dice Daniel Call.ahan, se trata de dos actos metafísica y moralmente distintos.
Acabarcon la. ~lda de otro se; .humano con una inyección es matarlo directa-
. '; mente. La accion es la causa física de la muerte. Permitir que alguien muera de
un~ enfermedad de la que no somos responsables y que no se puede curar, es
dejar que la enfermedad, es decir, la naturaleza, sea la causa de la muerte.
29 Cf. Stanley Hauerwas, Vision and Virtue, Notre Dame, Universíry of Notre Dame Press
1981,p.183. '
30 Cf. Daniel Callahan, Setting Limits: Medical Goals in an Aging Society, Nueva York Simon
&. Schuster,1987; D. Callahan, What Kmd ofLife: The Limits ofMedical Progress, Nue~a York, .
Simon & Sch~ster, 1990; D. Callahan, The Troubled Dream of Life: Living with Mortality;
Nueva York; Sirnon & Schuster, 1993. .,
31 Cf. Dan W. Brock, «Forgoing Lie-Sustaining ~ood and Water: Is It KilIing?»,In: Joanne
Lynn (~d.), By No Extraord~nary Means: ~he Choice To Forgo Life-Sustaining Food and Water,
Bloommgton & Indianapolís, Indiana Umversity Press, 1986, pp, 17-131.
302
~~-~--
Por esta vía, cada vez toma más cuerpo la tesis de que debe ayudarse a
morir a los pacientes, pero por la vía de la eutanasia pasiva, no de la activa; es
decir, respetando su voluntad de no intervenir, no actuando directamente con
la intención de terminar con su vida. Thomasma y Graber han expresado muy
bien este punto de vista en su excelente libro sobre la eutanasia, cuando afir-
\i rnan que la intención de la eutanasia pasiva es la piedad o compasión y no la
;."" [i muerte, en tanto que lo buscado en la eutanasia activa es la muerte como
1 \ medio para la compasión. De ahí que ellos propongan como vía alternativa a la
eutanasia activa lo que denominan induced or bring about death, que definen
como «la aceptación de los objetivos explícitos de la eutanasia activa -una
muerte compasiva y pacífica del paciente-, pero usando medios pasivos para el
logro de este objerivo-". Este es, quizá; el nuevo rostro que ha de tener en la
actualidad la vieja doctrina médica del desahucio. Si la eutanasia pasiva tomó
durante siglos y siglos la forma paternalista del «desahucio», ahora debe to-
mar otra nueva que respete la autonomía del paciente, y esta es la que
Thomasma y Graber llaman «muerte procurada o inducida».
¡
las.figuras de la eutanasia pasiva yel desahucio a petición, que son quizá los
~-v carrtinos más clásicos y correctos de manejar los muchos y graves problemas
I hoy presentes en el final de la vida.
32 Cf. David C. Thomasma and Glenn C. Graber, Euthanasia: Toward an Ethical Social Policy.
New York, Continuum, 1990, 197.
303
!I
personas del siglo XX, en un intento por educar a la población en el proceso del
final de la vida. Es una nueva ars moriendi, en la que el protagonista tiene que
ser el paciente, no el médico. De ahí que Nuland concluya el libro con estas
reflexiones:
l.
El día que yo padezca una enfermedad grave que requiera un tratamiento
muy especializado, buscaré a un médico experto. Pero no esperaré de él que
comprenda mis valores, las esperanzas que abrigó para mí mismo y para los
que amo, mi naturaleza espiritual o mi filosofía de la vida. No es para. esto
para lo que se ha formado y en lo que me puede ayudar. No es esto lo que .
anima sus cualidades intelectuales. Por estas razones no permitiré que sea el
especialista el que decida cuándo abandonar. Yoelegiré mi propio camino o,
por lo menos, lo expondré con claridad de forma que, si yo no pudiera, se
encarguen de tomar la decisión quienes mejor me conocen. Las condiciones
de mi dolencia quizá no me permitan 'morir bien' o con esa dignidad que
buscamos con tanto optimismo, pero dentro de lo que está en mi poder, no
moriré más tarde de lo necesario simplemente por la absurda razón de que un
campeón de la medicina tecnológica no comprende quién soy",
33 Sherwin B. Nuland, Cómo morenos. Reflexiones sobre el último capítulo de la vida, Ma-
drid, Alianza, 1995, p. 247.
34 Kass L.R. Toward a More Natural Science, New York, Free Press, 1985.
304
unidos, como ha señalado Kass". No se puede asumir la vida si no se asume la
muerte. Y una y otra son características que nos vienen d~das. Hay, P?r tanto,
presupuestos de la propia racionalidad, y aun ~e la propia, autonomla. hurna-
na~ No todo es autónomo en el hombre. La propia autonomia humana tiene un
límite heterónomo./El ser humano no se da a sí mismo su propia vida, sino que
la recibe le viene dada. De ahí que tampoco esté tan claro que se la pueda
quitar. Este es un punto sobre el que cada vez se insiste má: en la literatura. El
ser humano no es dueño de su vida. O al menos no es dueno absoluto de ella.
Puede disponer de ella, pero no de modo absoluto. Porque puede disponer de
ella, cada vez se acepta más la autogestión de la vida y hasta de la muerte ',~a
lo hemos dicho. El propio suicidio es visto ahora como un acto de autog~~tlon
límite, que acontece cuando las condiciones son tan extr~mas que ~l VIVirse
convierte en un suplicio mayor que la muerte. Nuestra sOCled~dconsideraque
en ciertas situaciones extremas el ser humano puede poner termino a su p.r?-
pia vida. Pero lo que parece que no está dispuesta a aceptar es la heterogestión
de la muerte es decir el hecho de que sean otros los que pongan directamente
fin a la vida' de ciedas personas. La gestión de la muerte. tiene un lím.it~. Y
aunque ese límite dista mucho de estar claro, ~uestra s~Cl.edad ha decld~~o,
pienso que prudentemente, respetar la autogestion y ~r?hlblf la heterogesnon.
Éticamente, se trata de dos actos completamente distintos. El pnmero tiene
que ver con el principio ético de Beneficencia, en tanto que el segundo afecta
directamente al de No-rnaleficencia".
35 Kass L.R. Toward a More Natural Science, NewYork, Free Press, 1985, Cap. 12: «Mortality
and Morality: The Virtues of Finitude», pp. 299·317. . .
36 Gillett G.R. "Learning To Do No Harrn», The Journal ofPhilosophy and Medlcme 1993;
18(3): 253·268. ,. .
37 Cf. Aristóteles, Er Nic !I, 6: 1107a8-26; Tomas de Aquino, S Th 2·2 q ..33 a ..2 .. ~lego
Gracia, "El qué y el porqué de la bioética», Cuadernos del Programa RegIOnal de Btoettca,
1995; 1: 35-53.
305
que no podemos hacer en orden a la vida de las personas, en tanto que el
¡segun.do nGSdice lo que debemos hacer, pero sin poner un tope. Y como la No-
maleficencía ha, de ser igual para todos, es lógico que haya de expresarse en
forma ,de ley publIca, y exigirse a los ciudadanos aun coactivamente. Dé ahí
que su guardián deba ser el Estado. Por el contrario, la Beneficencia ha de ser.
p~r su propia naturaleza, de gestión privada: nadie puede decir a nadie hast~
dond; debe a~ar a los demás, o en qué medida ha de ser generoso con ellos.
Habra unos rmrumos ,de generosidad que sí podrán ser exigidos por las leyes
.pero entonces ya no serán de Beneficencia sino de No-rnaleficencia. '
,
, -,La No-malefic~ncia es pública, y se expresa siempre en forma de le;'~6e
ahí ~ue los contenidos de la No-maleficencia los establezcan las sociedades
r: medl~~te los procedimientos de participación política. En las sociedades de-
mocrancas, esos procedimientos no pueden ser otros que los de la expresión
de la voluntad general mediante representantes parlamentarios. La No-
maleficenc,ia adquiere contenido en cada sociedad a través de los mecanismos
de expresión de la voluntad general. Cierto que uno puede considerar erróneo
y en consecue~cia maleficente, el resultado de esa voluntad general, y que po;
tanto no podr~ colaborar en una acción de ese tipo, pero eso no dejará de ser
una actitud pnvada, q~e sólo adquirirá rango público, y por tanto verdadero
estatuto .de rnaleficencia, cuando consiga convencer a todos o a la mayoría de
sus conciudadanos de las razones en favor de su tesis, y éstos, por la vía de la
vo!untad general, la conviertan en ley pública. El principio de No-maleficencia
exige siempre que sus conten.i~os tengan carácter público, que sean iguales
para todos y que se puedan exigir coactivamenre. Y ninguna de estas condicio-
nes se cumple por el hecho de que una persona piense, individual y privada-
mente, que algo es maleficente o no-maleficente.
Los dos ejem?~os citados son muy significativos de los criterios que nues-
tras s?cledades utilizan a la hora de tipificar un acto como maleficente o no-
malefícenre. E! criterio fundamental, como ya hemos dicho repetidas veces, es
el de la ~r~nsltlvldad de los actos, como consecuencia del nuevo perímetro que
ha adq~mdo ~I concepto de tratos inhumanos o degradantes. Los actos pura-
ment: llltranSlt.lvoS hoy tiende a pensarse que no pueden ser considerados
mal~ficentes, ru por tanto deben prohibirse, ya que obligar por la fuerza a
realizar algo que no afecta más que al propio individuo, cuando éste lo decide
306
de forma competente, sería inhumano y degradante, es decir, maleficente. Por
el contrario, realizar actos transitivos cuyo objetivo fuera poner fin directa-
mente a la vida de otra persona, sería incurrir en maleficencia, aun en el caso
de petición libre y voluntaria del sujeto. Un acto es maleficente, en consecuen-
cia, cuando atenta contra la integridad física o psíquica de otra persona. Pen-
sar que también pueden y deben considerarse maleficentes los actos que aten-
tan contra la integridad de la propia persona es lo que hoy se entiende por
«paternalismo».
38 Cf. Juan José Barrenechea, «Aspectos legales de la eutanasia». En: Javier Gafo (ed.), La
eutanasia y el arte de morir. Madrid, Publicaciones de la Universidad Pontificia Comillas,
1990,87-94.
307
ni derecho del médico a curar, ni deber de hacerla, ya' que ello vulneraría el
artículo 10 de la Constitución. En consecuencia, el no poner un tratamiento
vital por rechazo expreso del paciente competente no sería un delito tipificable
de acuerdo con el artículo 409 del Código Penal. Un menor número de autores
consideraba que tampoco lo sería retirar un tratamiento vital a petición del
paciente".
Los debates sobre este texto suelen centrarse de modo casi exclusivo en la
gravedad o levedad de las penas impuestas en caso de causación o coopera-
ción activa en la muerte de otra persona, a petición de ésta y cuando sufre
enfermedad grave; es decir, en las penas impuestas a la eutanasia activa. Pero
la novedad más importante del texto se halla, sin duda, en el hecho de que
sólo se refiere a la cooperación «activa", por tanto a las «acciones» y no las
«omisiones», razón por la cual la colaboración «pasiva», al menos cuando ésta
se realiza tras la petición expresa, seria e inequívoca del enfermo que sufre
una enfermedad grave que vaya a conducir necesariamente a su muerte, o que
le produzca graves padecimientos permanentes y difíciles de soportar, está
exenta de responsabilidad penal. Esto significa que los testamentos vitales y
las diretrices previas tienen a partir de ahora validez jurídica en España, y que
el médico que los respete no poniendo tratamientos o técnicas de soporte vital,
en caso de enfermedad grave que conduzca necesariamente a la muerte o que
39 Sobre todo este punto, ef. Jacobo López Barja de Quiroga, «El consentimiento informa-
do», en el libro Responsabilidad del personal sanitario. Madrid, Consejo General del Poder
Judicial/Ministerio de Sanidad y Cosumo, 1995, pp. 306-308.
40 Cf. Cesáreo Rodríguez-Aguilera, "El derecho a una muerte digna». En: Javier Gafo (ed.),
La eutanasia y el arte de morir. Madrid, Publicaciones de la Universidad Pontificia Comillas,
1990,95-111. Es interesante comparar esa propuesta con la que hacen David C. Thomasma
y Glenn C. Graber en su libro Euthanasia: Toward an Ethical Social Policy. New York,
Continuum, 1990, 198-200.
308
produzca graves padecimientos, estará exento de responsabilidad penal. Esto
abre todo un nuevo panorama, y permite avanzar muy significativamente en
el res pero de los derechos de los pacientes y la instauración de la doctrina del
consentimiento informado en nuestro medio. Los próximos años serán decisi-
vos en el desarrollo de estas nuevas vías abiertas por la legislación".
2. Del principio anterior se deduce que debe concederse a todo ser hu-
mano la posibilidad de gestionar, al menos dentro de ciertos límites, no sólo su
vida sino también su muerte. En este sentido, es necesario promover en nues-
tro medio la implantación de procedimientos que permitan conocer con ante-
lación la voluntad de las personas en situaciones críticas o terminales. Estos
procedimientos se conocen con el nombre genérico de Directrices previas o
anticipadas, y entre ellos están los Testamentos vitales, los Pod~res notariales,
la designación de mandatarios, las Directrices parciales, las Ordenes de no
reanimar, etc. (Últimamente se empieza a hablar entre nosotros de las
Autotutorías, es decir, la designación que hace UI)apersona ante notario, cuan-
do está en perfecto uso de sus facultades, de un tutor para que le represente en
caso de incapacidad mental. Estos documentos no están explícitamente acep-
tados por nuestro Derecho, pero tampoco rechazados). Es importante la pro-
moción de este tipo de documentos en nuestro medio, pues ello no sólo permi-
tirá un mayor respeto de los derechos humanos de las personas, sino que ade-
más incrementará la calidad técnica y humana de nuestras instituciones
santiarias.
41 He manifestado en diferentes ocasiones los muchos peligros que puede tener la legaliza-
ción de la eutanasia activa, pero también la necesidad de permitir la eutanasia pasiva, es
decir, el respeto por parte de los sanitarios al rechazo de determinados tratamientos por los
pacientes. Cf Diego Gracia, «Eutanasia: El estado de la cuestión», Anales de la Real Academw
Nacional de Medicina, CXIl, 1995,445-462.
309
de evaluar la capacidad de los pacientes para tomar este tipo de decisiones. Es
obligación de todo el personal sanitario, y en particular del médico responsa-
ble de un paciente, evaluar la capacidad de éste e impedir que tome decisiones
cuando, por las razones que sean (minoría de edad, enfermedad, trastorno
psicológico, etc.), no está capacitado para ello.
42 Cf. Michael M. Burgess, «The Medicalízatíon of Dying», The Joumal of Philosophy and
Medicine 1993; 18(3): 269-279.
310
,7. Lo contrario sucede con los actos transitivos. Éstos es lógico que deban
juzgarse con otro criterio moral, q,ue no es el .privado d~ Beneficencia sino el
público de No-rnaleficencia. De ahl8,ue l.asaCClone~realtzadas en el ~u~rpo de
otra persona con el fin de poner termino a su ~Ida deban esta.r tipificadas
penalmente. Es lógico que así suceda. Nuestra s~cleda? ha e~~luclOnad~ e~ el
sentido de dejar las acciones intransitivas a la libre disposición de los indivi-
duos particulares, pero no parece dispuesta a no consldera~ maleficentes las
acciones que directamente tienen por objeto poner fin a la.VIda de una ~e~s?-
nao En este sentido, es comprensible que tanto la eutanasia como el SUICIdIO
asistido sigan siendo delitos penales.
311
10. En conclusión, pues, parece que deben distinguirse dos tipos de deci-
siones y actuaciones sobre el final de la vida, aquellas de carácter intransitivo,
que se rigen por el principio de Beneficencia y deben quedar a la libre gestión
de los individuos privados, y las de carácter transitivo, cuya moralidad ha de
enjuiciarse de acuerdo con el principio de No-rnaleficencia, y por tanto han de
hallarse tipificadas penalmente. Los profesionales sanitarios están obligados a
respetar las primeras, no interviniendo en contra de la voluntad de los pacien-
tes, pero en las acciones transitivas han de evitar ser maleficentes, tanto por
acción como por omisión. Aunque la ley penal española no ha tenido en el
pasado claras estas distinciones, el nuevo marco legal permite, de una parte,
respetar la voluntad de los pacientes que en situaciones terminales renuncian
a nuevos tratamientos, y prohibe, de otra, toda intervención activa realizada
con el objeto de poner directamente fin a la vida de otra persona.
CONCLUSIÓN
312
--~
INTRODUCCIÓN·
El trans lante de órganos es una rama muy reciente de.la m.edicina, pero
con raíces m~y antiguas y abigarradas. En su d~s~rroUo ha~ l~flUldo n~ men~~
dedos tipos de factores, unos técnicos y otros etlcoS. El objetivo de nu P?ne
mera
cia es exponer la evolución histórica de ambos tipos de factores. L~ pr:
parte la dedicaré al estudio de la evolución histórica de los avances tecrucos, Y
la segunda a la de los problemas éticos.
l. LA EVOLUCIÓN TÉCNICA
313
Fi~almente est~n I?s llamados heterotraruplantes 0Jenotransplantes, que
se rea.J¡~an entre individuos de distintas especies. [os xenoinjertos o
heteroI!1Jertos son por lo general destruidos rápidamente por el receptor.
1. Autotransplantes
Este. método no parec~ q~e fuera conocido por los cirujanos europeos
hasta el SIglo~I, cuando el italiano Gaspare Tagliacozzo injertó un colgajo de
br?zo en la nar:z de un nnotomizado sin desprenderlo del antebrazo, lo dejó
aSI durante vanas semanas, hasta que se revascularizó a partir de la cara y
después lo desprendió del brazo.· . ,
314
sos era que se revascularizaban rápidamente. De este modo nació el primer
transplante real de piel.
2. Homotransplantes
315
general, y del de riñón en particular. Siguiendo esa técnica, desd~ los años 30
s; ~inieron haciendo intentos de transplantar riñones, A pesar de que
temcamente la operación estaba lograda, los pacientes solían morir pronto,
dado que el organismo rechazaba el injerto, no aceptándolo como propio. Fue
en 194~ cuando se descubrió el llamado sistema H o histocompatibility system
del raton. En 1954 se transplantó un riñón con éxito, evitándose el rechazo,
porque el donante y el receptor eran gemelos univitelinos, ya partir de enton-
ces se empezaron a hacer trasplantes de riñón entre gemelos. Fue en 1958
cuando Jan van Rood descubrió el llamado human leucocyte antigen system o
sistema HLA. Luego se ha sabido que hay dos sistemas HLA, llamados HLA
clase 1y clase 11.Las moléculas HLA de clase 1 se encuentran en la membrana
de prácticamente todas las células nucleadas y plaquetas, y las HLA de clase 11
e~tan pr~sentes en la superficie de las células portadoras de antígenos, es de-
cir; del sistema mono nuclear fagocítico y los linfocitos B. El HLA de clase 1
expresa antígenos procedentes del interior de la célula, en tanto que el de
cl~se II expresa antígenos procedentes de fuera de la célula. Natura1mente, los
pnmeros son los fundamentales en el fenómeno del rechazo.
316
6-Mercaptopurina, yen 1960 René Küss realizó con éxito un transplante de
riñón de personas no relacionadas combinando la total irradiación del cuerpo
con esteroides y 6-Mercaptopurina. Al año siguiente, en 1961, se introdujo en
el mercado la Azothioprina o Imurán, un derivado de la 6-Mercaptopurina. La
combinación de Azotiaprina y Prednisona, propuesta por Roy Calne, fue un
hito en la historia de los trasplantes, ya que mejoró el pronóstico y disminuyó
los efectos secundarios.
317
terapéutico más, especialmente tras la introducción del fármaco antirrechaz¿
FK 506.
3. Heterotransplantes
1 C:h. Daremberg, Edm. Sablio, Dictionnaire des Antiquités Grecques et Romaines, T. 1II,
Reprint, Akadernische Druck, Graz, p. 1994, «Monstrum», y T. Iv, p. 667, «Prodigia».
318
¡nonstruos, probablemente debido al importante lugar que ocuparon en la mi-
tología. .
Hay otro mito griego complementario de ése, el que Quirón, el hijo del
dios Crono y de Filira, una ninfa marina. Quirón vivió a los pies del monte
Peleón y fue famoso' por su sabiduría y conocimiento <le la medicina. Muchos
héroes griegos fueron educados e instruidos por él. Atravesado por una flecha
envenenada lanzada por Heracles o Hércules, renunció a su inmortalidad en
favor de Prorneteo y fue puesto entre las estrellas como constelación de Sagita-
, rio, En tanto que centauro, Quirón era en parte hombre y en parte caballo. El
arte lo ha solido representar con cabeza y cuerpo de hombre, lf cuerpo Y patas
de caballo adosadas a la pelvis del cuerpo humano. Quirón, como es bien sabio
do, ha sido la representación clásica de la.cirugía.
Estos dos mitos han sido el paradigma de esta cuestión durante centurias.
Cuando los filósofos presocráticos comenzaron a abandonar los mitos en favor
de un enfoque más racional, entonces la naturaleza o physis pasó a ser el cen-
tro de la filosofía y todas las demás cuestiones fueron enfocadas en perspectiva
naturalista. Desde las escuelas presocráticas hasta las del helenismo tardío, la
naturaleza se convirtió en el criterio para distinguir lo verdadero de lo falso, lo i
correcto de lo incorrecto, lo bueno de lo malo, lo bello de lo feo, lo sano de lo
enfermo, etc. La naturaleza es verdadera, correcta, buena, bella y sana, y la
falsedad, la incorrección, la maldad, la fealdad y la enfermedad son innaturales,
2 DK31A6.
319
En la masa de l~s miembros mortales es claramente visible esto: a veces, por
causa de la Amistad, confluyen en uno todos los miembros a los que les ha
tocado formar u~ cuerpo, en la plenitud de la vida floreciente; y a veces,
nuevamente, partidos por malvadas Discordias, cada uno vaga por separado
en la rompiente de la vida. Y del mismo modo ocurre con los arbustos y con
los peces que moran en el agua, con las fieras que se guarecen en los montes
y con las aves de! alado vuelo".
En ella brotaron muchas cabezas sin cuello, y vagaban brazos desnudos des-
provistos de hombros, y erraban ojos solitarios carente s de frente".
3 DK31 B20.
4 DK31B57.
5 DK31B61.
6 DK31B61.
320
tinatural, empezará a no serio. Lo cual obligará al hombre a reformar no sólo
su idea de la naturaleza, sino también su propio concepto de la moralidad. Ya
no podrá decirse que las fusiones transespecífias son antinaturales y por tanto
intrínsecamente malas. Lo cual demuestra que hay, cuando menos, una segun-
da historia de los transplantes de órganos, relacionada no ya con los aspectos
científicos y técnicos sino con los filosóficos y morales. A ella es a la que me
vaya referir a continuación.
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ron a punto precisamente en esas dos décadas, y se aplicaron, mal que bien, '1
área de los transplantes. La ética de la experimentación se elaboró a partir de
los experimentos farmacológicos en seres humanos, y ha llegado a convertirse
en un requisito imprescindible para la validación de cualquier fármaco. Pero
ha entrado mucho menos en el ámbito de las técnicas quirúrgicas. Esto hizo
muy difícil su aplicación al área de los transplantes de órganos, y permite
entender por qué el primer problema que surgió fue el de convencer a los
propios cirujanos del carácter experimental de esas técnicas, y por tanto no
directamente terapéutico. No es fácil convencer a un cirujano de que las técni-
cas tienen que someterse a un complejo proceso de validación antes de ser
consideradas terapéuticas, y que hasta entonces no pueden ser otra cosa que
experimentales. En. el área de los transplantes de órganos este conflicto s~
vivió con particular dramatismo.
322
- -~._-
. Esto es lo que se puede decir desde el punto de vista filosófico. Hay dos
muertes, la vegetativa o animal y la cortical o humana. En el orden médico,
esto ha llevado a distinguir entre una muerte cardiopulmonar y otra cerebral o
encefálica, La muerte cardiopulmonarconsiste en el cese irreversible de dos
funciones vitales imprescindibles, como son la circulación sanguínea y la res-
piración pulmonar. No hay duda de que si estas funciones se interrumpen y n6
son suplidas en un periodo breve de tiempo, el cerebro muere, de modo que la
muerte vegetativa va seguida de la muerte cerebral. Pero es importante no
perder de vista que la parada cardiorrespiratoria no es sinónimo de muerte, ni
323
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324
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rv LA REFLEXIÓN ÉTICA
Pues bien, esta ambigüedad del cuerpo es la que permite entender tam-
bién la ambigüedad de su estatuto moral. ¿Es el hombre dueño de su cuerpo?
¿Puede hacer con él lo que quiera? A lo largo de la cultura occidental se han
dado no menos de tres respuestas, la del «dominio imperfecto» sobre el cuer-
po, y la del «dominio perfecto», que a su vez presenta dos formas, una «indivi-
dual» (el cuerpo como propiedad privada) y otra «común» (el cuerpo como
propiedad pública). Las analizaré sucesivamente.
El error también tiene cabida en las cosas que son obra del arte. En efecto, el
gramático no siempre escribe con buena caligrafía y corrección ortográfica, y
alguna que otra vez equivoca el médico la receta. Es, pues, evidente qué tam-
325
biénen la Naturaleza ha de suceder eso. Hay, por tanto, seres, obra de un arte
cualquiera, en quienes lo que se realiza debida y correctamente se hace co
un fin determinado, mientras que, en los seres en que se comete alguna falta
'0 error, SIl1duda el arte intentó algo concreto con un determinado fin , pe ro
., .
~qulvoco su caml~o. Algo semejante, pues, ocurre en los seres naturales; y así,
l~s monstruos seran simplemente errores o faltas de aquel principio, que obra
SIl1duda .con un det~r,minado fin. Luego los seres bovinos que se producían en
la pnmltlv~ gener?ClOn de ,los vívientes, de no ser que pudieran tener alguna
especial onentact,on teleológica, ciertamente se producían de aquella manera
por una corrupción de algún principio,.como ahora se generan los monstruos
por la corrupción del esperma o la semilla". '
Este texto ha sido el canon de todas las discusiones mediev~'les sobre los
mo~struos, un tema recurrente en la literatura de la Edad Media. Tomás de
Aquino lo conoció, y escribió su propio comentario".
326
considera que la amputación puede ser un medio de restaurar el orden'naturái
perdido. En el caso de la enfermedad, la teoría naturalista permite justificar la
moralidad de un procedimiento como el transplante de órganos, dado que su
finalidad no es producir una realidad antinatural sino restaurar el orden natu-
ral perdido. La segunda excepción tiene que ver con la justicia, amenazada por
un grave desorden social. En un intento por restaurar el orden social, que es
también orden natural, la mutilación de criminales y también la pena de muerte
son procedimientos moralmente defendibles. La preservación y restauración
del orden natural del cuerpo físico o del cuerpo social son los únicos motivos
por los que puede justificarse la lesión del principio de inviolabilidad del cuer-
po humano. .
Este texto ha tenido una gran importancia histórica, no sólo porque justi-
ficaba inte'iectual y moralmente la pena capital por razones religiosas, morales
y políticas-sino también porque considera que la mutilación de los seres hu-
manos sólo puede permitirse en casos excepcionales. En otro texto de la Summa
Theologica, Tomás de Aquino completa este panorama, al discutir si una perso-
na puede elegir el respeto de su propio cuerpo en vez de la vida de otra perso-
na, o, en otras palabras, si debe amar más a su hermano que a su cuerpo 10. Su
10 'Tomás de Aquino, Summa Theologica 2-2, q.26, a. S ad 3. La tercera opinión dice así:
"Unusquisque exponit id quod minus amar pro eo Quod magis amar. Sed non omnis horno
tenetur exponere corpus proprium pro salute proximi, sed hoc est perfectorum: secundum
illud lo. 15,13: 'Maiorem caritatem nerno haber quam ut animam suam ponat quis pro
amicis suis'. Ergo horno non tenetur ex caritate plus diligere proximum qua m corpus
proprium". Y el comentario de Torrrás-de Aquino es el siguiente: "Cuilibet homini imminet
cura proprii corporis: non autem imrninet cuilibet homini cura de salute proximi, nisi forte
in casu. Et ideo non est de necessitate caritatis quod homo proprium corpus exponat pro
salute proximi, nisi in casu quod tenetur eius saluti providere. Sed quod aliquis sponte ad
hoc se offerat, pertinet ad perfectionem caritatis".
327
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,
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ciertos casos reconstruir los órganos amputados como castigo por actos crimi-
nales. Estos cirujanos realizaron con gran ingenio colgajos de piel, que suturaban
a la parte amputada. El Samhita describe quince posibles reconstrucciones de
la oreja, dependiendo de la parte no .lesionada, así como la primera técnica de
rinoplastia. Estas técnicas fueron menos usadas en la medicina occidental, quizá
porque este tipo de castigos fueron menos frecuentes que en otros lugares.
No sólo hay cuerpo biológico sino también cuerpo social, y los cuerpos
individuales pueden verse corno elementos de una estructura más amplia, la
propia del cuerpo social. La tesis del dominio público se establece siempre que
el cuerpo privado o propio se subordina o se pone al servicio del cuerpo-social.
329
Es~a ha sido una tendencia muy marcada en cienos momentos de la histori
bajo formas distintas, socialismo, biologicisrno, racismo, etc, a,
. Como ~n tantos otros casos en los que las tradiciones liberal y comunita-
n~ se combinan, el resultado es paradójico. De hecho, la expresión «consentí-
miento ~r~sunto)} es contradictoria: si es presunto no es consentimiento; ysi es
consennmíenrn, no es presunto.
330
18
DETERMINACIÓN DEL MOMENTO DE LA MUERTE.
CONSECUENCIAS ÉTICAS
INTRODUCqÓN
331
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----------------
Era preciso hacer este breve recorrido por la filosofía y la fisiología grie-
gas, a fin de poder entender la idea griega de la muerte. Y lo primero que hay
que decir es que el griego, y tras él gran parte de nuestra cultura occidental,
han pensado que la muerte era un fenómeno natural; por tanto, que hay una
«muerte natural". Ya lo decíamos antes. La naturaleza infralunar tiene un pro-
ceso cíclico de generación y corrupción, al que pertenece la muerte como uno
de sus momentos constitutivos. Las cosas infralunares son mortales.
2 x. Bichat, Investigaciones fisiológicas sobre laviday la muerte, P.1, art.!. En P. Laín Entralgo,
Bichat, Madrid, 1946, p. 89.
333
------~~--------~~~~~-
Per~ los espíritus son tr:s, el. natural, el vital y el espiritual. Cabe pregun-
tarse que suce?ena SI e,1espmtu intelectivo o propiamente humano pereciera
antes que el vital. GSena ~sto una muerte? Pues bien, en contra de lo que se
cree, la respuest~ ,es afl~matlva. De hecho, los griegos se plantean explícita-
mente .esta c~es~lOn. ASI, Galen? afirma que una herida del cerebro puede
producir la pérdida de la virtud intelectiva o propiamente humana, antes de
que se produzca la parada cardiorrespiratoria. La tesis de Galeno es que el
proceso de ~o.rir puede seguir ~os vías distintas: una ascendente, que comien-
za P?r la perdida ~el espíritu VItal (muerte cardiorrespiratoria) y termina por
la pérdida del esp!rit.u intelectivo (muerte cerebral); y otra descendente, que
coml~nza por la perdida del espíritu intelectivo y finaliza con la parada cardio-
rrespuarona.
El.tema r~aparece una y otra vez en los escritos medievales. Así, Ali Abbas,
en su Liber regius, y Const~?tinb el Africano, en su Liber pantegni (que como se
s~be es una mera traducción del anterior), afirman explícitamente la existen-
CIa.de la muerte cerebral. Así, Constamino el Africano escribe: «La muerte del
anIma! se produce necesariamente, ya por corrupción del cerebro ·0 del espíri-
tu en el existenre, ya por corrupción del calor natural. A no ser que se corrom-
pa el calor natural, el cerebro no se corrompe fácilmente. Ni el calor se co-
rroI?pe sin causa. y el espíritu no se corrompe más que cuando penetran las
hendas en el cerebro, atravesando hasta los ventrículos, o cuando el calor
natural se corrompe-",
.Esta idea ,d.e que ~~y dos muertes distintas, la propia del espíritu vital y la
propia del espintu espiritual, ~o~rará nue;a fuerza e~ los años finales del siglo
XVII~ por obra de un gran médico frances, Xabier Bichat, quien el año 1799
un. a~oantes de que acabara el siglo, publicó un libro titulado Investigacione;
fiswlofpcas. sobre la vida y la muerte. Bichar para elaborarlo se sirvió de un
matenal ciertamente curioso, los cadáveres de guillotinados. Él mismo escri-
be: «Los tenía a mi disposición treinta o cuarenta minutos después del suplí-
CIO»4.
3 Consrantíno ;1 Africano. Liber Pantegni, Lib. rv, cap. 7: "De causa mortis:,.
4 Cit. por P. Laín Entralgo, Bichai, Madrid, 1946, p. 14.
334
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335
Jean-Jacques Bruhier otr.o famoso lib~o; en él se encuentra este famoso apo-
tegma, desde entonces mil veces repetido: mors c~rta, mors incerta; moriendum
ess: certum.omnino, mortuum esse incertum aliquando (muerte cierta, muerte
mcierta; esc.ample~amente c~erto que hemos de morir, pero es incierto saber a
veces SIalguien esta mu~rto) . Parece, pues, que los signos tenidos por eviden-
tes a ~o largo de tantos siglos, no lo son tanto. O dicho de otra manera, que no
s.on signos CI~rtOSde muerte. Si fueran ciertos, no tendrían excepciones; si
tienen excepciones, es que no son ciertos". La tesis de Winslow es que la lla-
m~da muerte natural no lo es tanto, y que la verdadera muerte no acontece
ma~ que .con la descoo:posición d.el cuerpo orgánico. Esto es lo que permitirá
decir a Virchow, a mediados del siglo XIX, que la célula es la unidad anatómi-
ca, fisioló,gica y patológica, y que por tanto la verdadera muerte es la muerte
celu~ar. Solo la desco~posición celular es verdadero signo de muerte. La muerte
cardlOp~lmona.r es s?lo premonitoria. De ahí que.se hayan dado casos de para-
da .car~lOrresplratona en sujetos que no estaban muertos, Y de ahí que las
legislacIOnes empezaran aexigir un tiempo precautorio de vetntícuarro horas
antes del enterramiento del cadáver.' ,
10 , Sobre este tema:<el excelente libro.de Claudio Milanesi, Mort apporenie, mort impar faite:
Medecme et mentaliiés au XV[[[e siéde, Paris, Payor, 1991.
336
y con esto llego a la conclusión de esta primera parte, a saber, que el
concepto de muerte natural no existe, que la muerte no es un hecho natural,
ya que siempre está mediatizada por la cultura. La muerte es un hecho cultu-
ral, humano. Tanto el criterio de muerte cardiopulmonar, como el de muerte
cerebral y el de muerte cortical son constructos culturales, convenciones racio-
nales, pero que no pueden identificarse sin más con el concepto de muerte
natural. No hay muerte natural. Toda muerte es cultural. Y los criterios de
muerte también leí'son. Es el hombre el que dice qué es vida y qué es muerte.
y puede ir cambiando su definición de estos términos con el paso del tiempo.
Dicho de otro modo: el problema de la muerte es un tema siempre abierto. Es
inútil querer cerrarlode una vez por todas. Lo único que puede exigírsenos es
que demos razones de las opciones que aceptemos, y que actuemos con suma
prudencia. Los criterios de muerte pueden, deben y tienen que ser racionales y
prudentes, pero no pueden aspirar nunca a ser ciertos. Tal esla conclusión a la
que quería llegar en este epígrafe.
He intentado dar las razones por-las que, en contra del uso mas común,
hemos preferido la traducción de permanente a la de persistente. Las versio-
nes excesivamente literales atentan muchas veces contra la propia precisión
del lenguaje. Es una paradoja que la búsqueda de la precisión sintáctica pueda
llevar a veces a la imprecisión semántica. En medicina son frecuentes los •
anglicismos sintácticos que llevan agraves incorrecciones semánticas. La tra- I
11 Cf. Diego Gracia, «El Estado Vegetativo Permanente y la ética", Jano 1994; 47 (1106):
29-31.
337
traducir cardio-pulmonar resuscitation por «resucitacíón cardiopulmonar». E
castellano resucitar significa devolver a la vida a quien está muerto. Por ~
contrano, reanimar significa estimular la funcionde algún órgano o aparato e
del cuerpo entero. Se reanima lo vivo y se resucita' lo muerto. Esto es así en
castellan?, a ~esar de que no tiene fundamento filológico alguno. Reanimar
procede Gel terrmno latino re-animare, que significa volver a animar, a tener
alma. Muc~as culturas primitivas y antiguas creyeron en la pluralidad de al.
mas.iy ~onslderaron el inicio de la vida como un proceso de animaciones suce-
sivas; dicho de otra manera, pensaron que la vida no se inicia de una vez por
todas, sino que tiene niveles distintos, que van animándose paulatinamente.
Esta es la llamada teoría de las animaciones sucesivas, que en la cultura occi-
dental de~endieron ,l.a práctica totalidad de los filósofos griegos, a la cabeza de
ellos Platón y Aristóreles, De ahí que el proceso de des-animación sea también
pa,ulanno .. Uno va des-,animándose poco a poco. Por súpuesto, la des-anima.
cI~n. definitiva es .Ia perdida del Ilam~do «esp!ritu vital", que los filósofos y
médicos gnegos situaron en el corazon. La perdida de este espíritu o alma
coincide con la muerte, y ésa es la razón de que la medicina haya certificado
s~empre la muerte mediante el diagnóstico de la pérdida de las llamadas fun-
cione? vitales, el pulso y la respiración. La muerte es, por tanto, una des-a ni-
macion '. p~ro no toda desanimación va acompañada de muerte. De hecho, en
nues.tro Idioma el verbo desanimar tiene hoy corno único sentido el de pérdida
parcI~1 ~el alma, es decir, de las funciones orgánicas, de la vitalidad, sin que
esa p:rdlda suponga o conlleve la muerte. El Diccionario de la Real Academia
Espanola da corno única acepción de desanimar la de «desalentar, quitar áni-
mas" '. En c?~secuencia, pues, podemos decir que en castellano desanimación
no s; identifica ~on muerte, sino más bien con lo contrario, con la disminución
o ~erdld~, parcial de funciones orgánicas, y que reanimación es la mera
e~nm~laclOn de una función orgánica debilitada o anulada, en una persona
aun viva.
338
-------------
339
'reanimación durante el tiempo que tarda en dañarse irreversiblemente el ce-
rebro, hasta el grado de cumplir con los criterios de muerte cerebral.
'í,}!, ,¡; ¡
~"·W~<?g<?
se esco d esto es .un. buen ejemplo de cómo tras
. las precisiones terminológicas
, h': ,,[1"en preCISiones conceptuales que siempre son de enorme importan-
/'
cia pero sobre todo cuando acechan cuestioneséticas, es decir, cuando necesi-
tamos definir nuestros deberes para con los seres humanos en general, y en
particular para con los enfermos. No hay ninguna duda de que nuestras o.bh-
gaciones morales para con las demás personas dependen en buena medida,
bien que no en toda, de las condiciones biológicas en que se ~nc~entren. Nues-
tras obligaciones morales para con quienes cumplen los cntenos de muerte
cerebral no son las mismas que para con aquellos que no las cumplen. De
modo similar, nuestras obligaciones morales para con los enferm?s. agudo~ no
son las mismas que las que tenemos para con los enfermos cromcos, n~ los
medios que estamos moralmente obligados a poner con los enfe~mos r~verslbles
tienen nada que ver con los procedimientos moralmente obhgaton?s en .l~s
situaciones de terminalidad. Todos los seres humanos merecen consideración
y respeto, pero qué debe entenderse por consideración y por ~es?e~o es algo
que varía en razón de varios factores, entre ell~s el ~s,tado biológico de los
pacientes. Un cadáver merece toda nuestra consideración y respeto, pero na-
die duda que el contenido de esos términos es distinto en ese caso que en el de
una persona viva. Y entre éstas, tampoco cab~ la menor duda de que el conte-
nido de la consideración y el respeto es distinto ~n el caso de los enfermos
terminales que en de los que no lo son, o en el caso de los enfermos agudos
reversibles de los irreversibles.
341
cortícal' propia del EVP,pero esta situación es compatible con cualquier otro
proceso patológico, que en principio habría obligación de tratar con todos los
medios disponibles. Por ejemplo, si un enfermo en EVP sufre parada
cardiorrespiratoria, puede ser reanimado. y el problema que se plantea es si
hay obligación o no de hacerla. En principio habría que decir que sí, a pesar de
que esto cond uce a paradojas insufribles. De tal calibre son estas paradojas,
que para muchos, entre los cuales me incluyo, debería sacárseles de esa cate.
goría e incluirles dentro de la de muerte cerebral. Al perder de modo total e
irreversible la conciencia, podríamos decir que están cerebralmente muertos.
¿Es esta solución éticamente satisfactoria? Pienso que sí, aunque no pue-
da afirmarse de modo apodíctico y absoluto. Todo intento de llegar a segurida-
des absolutas en estos temas está llamado al fracaso. No es posible certeza
absoluta en temas que por su propia índole no permiten más que otro tipo de
certezas (o de incertidumbres), tradicionalmente conocidas, y no por azar,
corno certezas (o incertidumbres) morales.
:1IlA'·
• Este principio hay que entenderlo en sentido formal, es d~cir, co~o
, .
una clase marernanca. Nos de fime lira
a case, pe no nos dice quienes estan 1
materialmente dentro. Lo UntCOque sa b emos es que hay puertas enidestaP case,1
' .
es decir que hay quien entra y quien sale. La muer:re es la sal! a. era a
, de la salida ya no es formal sino
definición " materia I, y por tanto nunca
" ' se
puede establecer de modo absoluto, y tiene carácter progrediente e histórico.
• ¿Puede irse más allá, por este camino? Probablemente sí. Es.muy pro-
bable que acaben cambiando los criterios de muerte cerebral, es decir, de, todo
el cerebro, y que hasta acabe aceptando la muerte neoc?rt1caL ~st~ ~s IOglCO,
siempre que se respeten los principios de no maleficencia y de justicia.
343
19
EXTRACCIÓN DE' ÓRGANOS
A CORAZÓN PARADO
INTRODUCCIÓN
345
El interés de la filosofía en este tema, como ya he dicho, suele versar
sobre el «qué», en tanto que las preocupaciones de la ciencia tienen por objeto,
por lo general, desentrañar el «cómo». A la filosofía le interesa, por ejemplo,
saber qué es la vida, o qué es la muerte, no cómo se llega a vivir o a morir. Estas
últimas son cuestiones que habrán de responder las ciencias, por ejemplo las
biológicas y las médicas.
Pero las cosas no son tan claras. Hay toda una amplia literatura sobre el
tema de los enterrados vivos, que parece demostrar que la muerte no se iden-
tifica sin más con la pérdida de una o varias funciones. Y ello por la sencilla
r~zón de que tampoco sabemos con certeza que esa pérdida sea total y defini-
tiva, es decir, irreversible. Esto es lo que hizo, ya en el mundo moderno, intro-
ducir un criterio de muerte distinto del funcional. La muerte de un organismo
VIVO no puede consistir, se dice ahora, más que en su des-organización, lo cual
no;~:ucede más que cuando pierde no ya sus funciones, sino su estructura; es
~eCir, cuando se descompone. La definición de muerte no es, pues, funcional
sino .estr~ctural. A partir de la obra de Virchow, cuando se afirma que la uni-
dad biológica y patológica es la célula, se dirá que ésta es la que vive, enferma
y muere. Vida es siempre1vida celular; la patología no puede ser más que celu-
.:!.~r~y la muerte, la verdadera muerte, es también la celular. La pérdida de
funciones podrá servir como criterio patognomónico o diagnóstico, pero nun-
ca será lo definitorio de la muerte. En un organismo, la muerte no puede con-
sistir más que en la desorganización de sus células.
347
",>, ..
'..
del organismo. No hay dos muertes sino una. El hombre nunca puede hallarse
reducido a la condición de mero animal vegetativo. O se desintegra totalmen-
te, o es un ser humano. No valen estados intermedios.
Esto significa varias cosas. En primer lugar, que del hombre podemos dar
u.na definición formal, en términos de persona dotada de lagos o de inteligen-
cia, que por tanto es responsable de sus actos, fin en sí mismo, etc, Hay una
clase, q~e .es la clase de los sujetos que son de este tipo, o que tienen estas
caractensncas,
2) Los «monstruos».
'. Me imere,sa deja: c~a~o que nosotros somos mucho más exigentes que
mnguna otra epoca histórica. Nosotros no discutimos la humanidad de los
malforma?o.s congénitos, ni la de los bárbaros, etc, Llevamos la humanidad
hasta el 1.1 mite, y por tanto consideramos que se es humano hasta que no se
han' perdido las .facultades intelectuales de un modo completo e irreversible.
Esto es preciso tenerlo en cuenta, porque parece que nuestra época es especial-
mente permisiva en estos temas, y no es verdad. Sucede exactamente lo con-
trario. .'
,As~las cosas, ~e interesa dejar bien claro que la muerte no se define por
la perdida de funciones cerebrales o de funciones cardiorrespiratorias, sino
por la desorganizacion, y que esta desorganizaciórr es doblé. Cuando se desor-
ganiza la corteza cerebral, aparece la muerte intelectiva o superior; y cuando
se desorganiza la estructura de los órganos vegetativos o vitales, la muerte
vegetativa o animal. Así se define la muerte, y no puede ser de otro modo.
349
produce o sobrevienede ciertas maneras. Ellas son los modos como se muere.
ASÍ,por ejemplo, la parada cardiorrespiratoria no significa sin más muerte,
pero es el modo como hemos solido diagnosticar la muerte, y como seguimos
haciéndolo hoy. El c:orazónes una simple bomba aspirante impelente, y por
tanto no pue?e ~ervu para definir la muerte. Cuando un corazón deja de fun-
cionar; en pnnc~p~opu:de sustituírsele por otro, ya sea de otro ser vivo, ya
puramente n:ec~mco.SIse hiciera esto, y cuando ello es posible, no hay duda
de que se evirana la muerte. Por mucha falta de respuesta a las maniobras de
r
reanimación, pO,rmucha .~isociación eléctromecánica del ECG, no hay duda
de que se resntuina la funclOn,y con ello se evitaría la lesión irreversible de los
órganos vitales, y por tanto la muerte.
De esto se deduce que todas las demás hipótesis de suplencia de las fun-
ciones cardiorrespiratorias son prácticamente inútiles. Si no hay patología grave
subyacente, la reanimación cardiopulmonar es método de suplencia suficien-
te, y.si la hay, todos los otros posibles métodos de suplencia, sean cuales fueren,
resultan inútiles.
Esto es en buena medida así. Pero no lo es del todo. Si así fuera, los
trasplantes cardiacos carecerían de toda indicación: en unos casos serían inne-
cesarios, y en otros inútiles. Y sin embargo sabemos que no es así. Hay casos en
los que la enfermedad subyacente que "provoca la muerte es, precisamente,
cardiaca. En estos casos el corazón se parará, y las maniobras de reanimación
serán inútiles, precisamente porque hay una patología cardiaca muy grave,
mortal. Esos son los casos en los que está indicado el transplante de corazón.
Nada más. Para que el transplante sea un procedimiento indicado se requiere
que la patología subyacente sea de causa cardiaca, y no otra, y que sea tan
grave que vaya a conducir a la muerte. Estos son los casos en los que un proce-
dimiento de sustitución de las funciones cardiopulmonares distinto de la re-
animación, como es el transplante, está indicado.
351
Con esto queda establecido en lo que considero son sus justos términos el
tema del diagnóstico de la muerte cardiopulmonar. Queda ahora el de la muerte
encefálica. Como ya he dicho antes, la definición de .muerte humana no puede
consistir en otra cosa que en el cese irreveresible de las funciones superiores o
intelectuales. Los criterios de muerte encefálica .o cerebral no son definitorios
de este tipo de muerte. De hecho, un individuo puede estar humanamente
muerto y no cumplir con los criterios de muerte encefálica. Lo cual no quiere
decir que esos criterios no posean una alta racionalidad. En este punto se ha
querido utilizar criterios a potiori. Dada la dificultad de diagnosticar la muerte
cortical irreversible, lo que se han puesto a punto son criterios clínicos que den
absoluta seguridad de que la muerte cortical se ha producido. Esa seguridad
no se puede alcanzar desde la mera exploración clínica más que con los signos
patognomónicos de muerte de todo el cerebro, incluido el tronco cerebral. Si .
todo eso está muerto no hay duda de que también lo está la corteza. Los de
muerte cerebral son criterios a potiori. Pero queda en pie la cuestión de si
quienes se hallan en muerte cortical están muertos o no. A mi modo de ver, no
hay duda de que están humana o intelectualmente muertos, aunque no lo
estén vegetativa o viralmente. Esto es importante, porque nuestras obligacio-
nes éticas dependen de el diagnóstico preciso de esa situación.
-f¡ •. :'i\ntes dijimos que quien no responde a esas maniobrases porque tiene
una.patologfa subyacente que es la verdadera causa de su muerte. Esto signi-
fica:que todo donante de órganos tiene que estar en parada cardiorrespiratoria
pOE,un proceso patológico, que es la verdadera causa de su muerte. Es impor-
tante tener eso en cuenta, porque el conocimiento de la etiología de su proceso
es la mejor garantía de que no se procede precipitadamente. En cualquier
caso, aunque no se conozca la causa, no hay duda de que la no respuesta a las
maniobras de reanimación es motivo suficiente para pensar que la causa exis-
te, por más que no se conozca, o que su conocimiento no sea posible en ese
preciso momento.
353