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Biblioteca 1.T. E. S. O.
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DIEGO GRACIA

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EDITORiAL
EL BUHO
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Ética y Vida: Estudios de Bioética, No. 3

ISBN Volumen: 958-9482-17-1


ISBN Colección: 958-9482-16-3

la. edición: 1998


Reimpresión 2003

© Autor: DIEGO GRACIA

© Editor: EDITORIALEL BÚHO LTDA.


Calle 54A N° 14-13 Of. 101
Tels.: 2551521 - 2491083
Bogotá, D. C.
elbuho@casaeditorial.com

Diseño de carátula: Andrés Marquínez Casas

Todos los derechos reservados conforme 10 establece la Ley.

Diagramación ~ impresión:
EDITORIAL CODICE LTDA.
Cra 15 W 53,86 Int. 1
Tels.: 2494992 ' 2177010
Bogotá, D. C. ' Colombia
Biblioteca l. T. E. S.O.

CONTENIDO
Pág.

1. HISTORIA DE LA EUGENESIA , .. , . 11
Introducción . 11
l.. El finalismo de la naturaleza , . 12
l. Teleología , . 12
2. Generación unívoca . 13
3. Generación equívoca o espontánea . 13
4. Eugenesia: la eliminación de los monstruos . l4
S, Euteknia: las técnicas de generación de seres perfectos .. 16
Ir. El finalismo moral del hombre, . 18
l. Azar natural, finalismo humano. , , ., 18
2. La nueva generación equívoca: el evolucionismo . 18
3. La nueva generación unívoca: la genética . 19
4. La eugenesia: Galton . 19
1Il. Eugenesia molecular . 23
Conclusión: evolución y ética , . 28

2. ÉTICA DE LA SEXUALIDAD , . 29
Introducción . 29
1. La sexualidad en la ética naturalista: la identificación de
sexualidad y reproducción . 29
Il. La sexualidad en la ética racionalista: la moral del vínculo. 37
1Il. La sexualidad en la ética de la responsabilidad: hacia una
sexualidad responsable . 45
Epílogo:. ~a sexualidad del deficiente mental. . 52
Conclusión . 55

3. CRECIMIENTO POBLACIONAL y DESARROLLO SOSTENIBLE. 57


Introd ucción " , . 57
1. La reproducción biológica: principios generales . 57
Il. Reproducción biológica y desarrollo humano . 61
III. La dimensión ética: de la selección natural a la elección
humana . 69
IV: Ética del control de natalidad . 75

3
'..

4. ÉTICA Y REGULACIÓN DE LA NATALIDAD . 79


Introducción : . 79
1. La quaestio facti: el control poblacional como hecho . 79
Il. La quaestia iuris: la ética del control poblacional. . 82

5.' PROBLEMASFILOSÓFICOS EN GENÉTICAYEN EMBRIOLOGÍA. 95


Introducción . 95
1. La genética y la nueva idea de naturaleza . 95
Il. La embriología y el problema de la constitución de la sus-
tantividad humana . 107
IlI. El problema filosófico fundamental: la suficiencia constitu-
cional. . 123
Bibliograña '.. 135
¡
6. LA CONFIDENCIALIDAD DE LOS DATOS GENÉTICOS . 137 I

Introducéión , . 137
\ .
1. El secreto como deber de discreción y sigilo de los profesio-
nales . 139 i
n. El secreto como deber profesional basado en el derecho de
los seres humanos a la intimidad . 141
1. El derecho a la libertad de conciencia y sus consecuen-
cias naturales: el derecho a la intimidad y la obligación
de secreto ' . 141
2. El caso particular del secreto médico '.' .. 142 I
- I

IlI. El concepto de «información sensible» y la necesidad de


«protección especial» del secreto médico . 145
1. El carácter «sensible» de los datos biomédicos y su pro-
tección mediante el «blindaje débil» . 148
2. El carácter «sensible» de los datos biomédicos y su pro-
~~cción mediante el «blindaje fuerte» '.' . 149
Conclusión . 149 '<,

7. EL ESTATUTODEL EMBRIÓN ' . 151


Introducción . 151
1. El estatuto científico del embrión . 152
1. El paradigma antiguo: generación equívoca y fixismo . 153
2. El paradigma moderno: generación unívoca y fixismo . 153
3. El ~ar~digma contemporáneo: generación unívoca y evo-
lucionisrno . 156
4. El paradigma actual: generación equívoca y evolucio-
nismo ······················· . 157
n. El estatuto anta lógico del embrión . 159
IlI. El estatuto ético del embrión . 172
Conclusión . 178

8. HISTORIA DEL ABORTO , . 181


Introducción . 181

. 4


Biblioteca 1.T. E. S.O.

1. El aborto fortuito . 182


2. Aborto provocado . 183
3. El aborto contestado , .
4. El aborto justificado' ., , .
185
188
5. El aborto legalizado: : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : 190

9. BIOÉTICA y PEDIATRÍA 193


Introducción :::::: .
193
1. La infancia como problema: : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : 194
11. El niño y la moral 197
1Il. ¿Es ?osible erradi~~; ~i
~~~e'r~~Ú~~~' d~i~
~~di;t~í~?: : : : : 202
Conclusión . 205

10. EL RETRASO MENTALEN LA HISTORIA 207


Introducción ::::::::::::::::::: 207
. 1. La.fase de exclusión: el retrasado mental como animal sal-
vaJe . 208
11. La fase de reclusión: el retrasado mental como animal do-
méstico . 221
IlI. La fase de integración y normalización: el retrasado mental
como animal humano . 229

11. JÓVENES Y VIEJOS ................................... 233

12. HISTORIA DE LAVEJEZ ............................... 237


Introducción . 237
1. L.asculturas primitivas: el vi~j~ 'c~'~~ ~i
~~j'e't~'d'e'~'á~ ';~t~~
ndad . 237
11. La cultura clásica: el viejo como enfermo .. , .. , . 239
IlI. El mundo moderno: el viejo como jubilado .; . 245

Í3. LOS CUIDADOS INTENSNOS DE LA ERADE LA BIOÉTICA . 249


1. Un nacimiento casi simultáneo 249
'11. Los problemas éticos de la medi~i~a' i~t~~~i~~: : : : : : : : : : : 250
IlI. La ética de la UCIS. . . . . . . . . . . . . 251
rv La nueva filosofía de la toma de d~ci~i~~~~.·.'. '. '. '. '. '. ~'. : : : 254

l4. FUTILIDAD: UN CONCEPTO EN EVALUACIÓN . 257


Introducción " . _.. '.' . 257
1. Futilidad: historia de un debate . 259
n. La lógica de la futilidad ,., .
260
IlI. Ética de la futilidad. . .
............................... 264
Conclusión . 266

15. HISTORIA 267


Introducción.DE.LA
. . .EUTANASIA
.. . , .
267
1. La eutanasia «rit~;liz'ad~:>: : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : 268

5
----------------~------------------~---~---:--------------------

2. La eutanasia «medicalizada», . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 272


3. La eutanasia «autonomizada». . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 281

16. DILEMAS ÉT1COS EN LOS CONFINES DE LA VIDA: SUICIDIO


ASISTIDO y EUTANASIAACTNA y PASNA . 287
I. Los confines de la vida humana . 287
11. El marco de referencia del debate . 292
lll. La polémica sobre el suicidio asistido . 294
IV. Eutanasia activa y pasiva . 301
V. Algunas propuestas concretas . 309
Conclusión . 312

17. HISTORIA DEL TRANSPLANTE DE,ÓRGANOS . 313


Introducción , , '. 313
1. La evolución técnica , . 313
l. Autotransplantes . 314
2. Homotransplantes . 315
3. Heterotransplantes . 318
11. ¿Procedimientos experimentales o terapéuticos? . 321
IlI. El proble.I?a ?:l diagnóstico de la muerte . 322
IV. La reflexión enea ¡ . 325
l. La tesis del dominio imperfecto sobre el cuerpo . 325
2. La tesis del dominio privado sobre el cuerpo . 329
3. La tesis del dominio público ',' . 329

18. DETERMINACIÓN DEL MOMENTO DE LA MUERTE.


CONSECUENCIAS ÉTICAS . 331
Introducción . 331
1. La utopía de la muerte natural. . 331
11. En tomo al diagnóstico de muerte . 337
IlI. Sobre la ética de la muerte . 340

19. EXTRACCIÓN DE ÓRGANOS A CORAZÓN PARADO . 345


Introducción . 345
1. El problema filosófico de la definición formal de muerte . 345
n. Sobre el diagnóstico de muerte , . 349
III. Los problemas de la extracción de órganos a corazón pa-
rada ····· . 352

6
-,----

Biblioteca l. T. E. S.O.

PRÓLOGO

Hace ahora diez años, en 1989, publiqué un grueso libro titulado Funda-
mentos de bioética. En el prólogo lo presentaba como primer volúmen de un
Tratado de bioética médica, cuyo segundo tomo llevaría por título Bioética clíni-
ca. Han pasado los años y ese segundo volumen no ha visto la luz. La primera
parte de lo que había de ser su contenido, apareció publicado en forma de
libro el año 1991, con el título Procedimientos de decisión en ética clínica. Pero
después la serie se interrumpió, entre otras razones porque la editorial Eudema,
que yo, modestamente, contribuía fundar, hubo de suspender sus actividades.
También contribuyeron otras razones. La primera, muy importante, era la mis-
ma amplitud y dificultad del empeño. Los problemas éticos planteados por la
medicina actual son tantos y tan complejos, que resulta difícil tratar todos con
suficiencia. Por eso inicié su abordaje sectorial, en forma de artículos sueltos.
Aún quedan muchos temas por tratar, pero si ahora, diez años después de
iniciado el proceso, se reúnen todos esos trabajos en cuatro volúmenes, el re-
sultado es un panorama muy completo de la bioética médica, tanto en su di-
mensiónfundamental como en la clínica o aplicada.

Todos estos trabajos tienen un enfoque común, que les dota de unidad.
Ese enfoque hunde sus raíces, como no podía ser menos, en las propias convic-
ciones filosóficas de su autor. Como en otros libros míos, en éste es patente la
influencia directa del pensamiento filosófico de Xavier Zubiri. El pensamiento
de Zubiri es, a la vez, actual y clásico. Es actual, porque parte de la crisis de la
razón operada en la segunda mitad del siglo XIX, y por tanto se aleja de todo
racionalismo, tanto realista como idealista. Zubiri es consciente, como todo
filósofo que quiera pensar hoya la altura de su tiempo, de que la razón no
puededarnos la realidad tal como ella es en sí. Esto dificulta enormente cual-
quier intento de elaborar una metafísica. Pero no lo impide de raíz. La metafí-
sica es posible, pero desde luego ésta ya no podrá ser igual a la de épocas
anteriores. Hacer metafísica a la altura de los tiempos, ésta ha sido la gran
lección, y en eso consiste el gran legado de Zubiri al pensamiento filosófico del
siglo XX, y sobre todo a la cultura que habla, piensa y escribe en español.

7
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, . ~.~. i '. ."
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Además de actual, Zubiri es un clásico. Y es un clásico de la filosofía porque ha


hecho, y de qué modo, filosofia primera, metafísica.

Toda metafísica conlleva una ética. y mi opinión es que desde la metafísi- .


ea de Zubiri es posible elaborar una ética que sirva para enfocar con rigor y
originalidad los problemas que plantea la vida humana en cualquiera de sus'
facetas. La fundamentación de la ética que yo he propuesto en otros libros y
que describo en algunos de los artículos incluidos aquí, está pensada y elabo-
rada en esa dirección. Hoy la suelo denominar "ética de la responsabilidad",
título que en mi opinión responde bastante bien a las exigencias que ha de
cumplir cualquier ética que se desarrolle a la altura del siglo XX. El término,
como es bien sabido, cobró carta de naturaleza en 1919, por obra de Max
Weber, y sirve para definir con gran precisión algunas de las características
fundamentales de cualquier ética verdaderamente actual. Las éticas del siglo
XX suelen ser éticas de la responsabilidad, y la de Zubiri, concretamente, lo es.
Al menos así he creído verlo yo, y en esa dirección es en la que he intentado
hacer fecundos sus planteamientos.

Una de las características de la ética. actual, y más en concreto de toda


ética de la responsabilidad, es su desconfianza en el poder de la razón para
formular proposiciones deontológicas de carácter absoluto y carentes de ex-
cepciones. Si hay algo absoluto, y yo pienso que lo hay, eso no será racional,
sino previo a la razón. Pero los productos de la razón en general, y de la razón
ética en particular, no pueden aspirar al estatuto de absolutos. Las creaciones
racionales son siempre inadecuadas, aproximativas, penúltimas. Su adecua-
ción a la realidad es, en el mejor de los casos, asintótica, y por tanto no se
alcanzará más que en el infinito, al final de los tiempos. Los griegos definieron ·fl

la verdad como homoiosis, término que los latinos tradujeron por adaequatio,
adecuación. Esa ha sido la creencia secular, milenaria, que la razón era capaz
de penetrar en el fondo de la realidad y permitimos conocerla tal como ella es
"en sí". Hoy las cosas no son tan sencillas. Nunca acabaremos de conocer el en
sí de las cosas, y por tanto siempre habrá una inadecuación fundamental entre
ellas y nuestra mente. Por eso la razón se halla siempre en camino, abierta
hacia delante, en actitud de búsqueda. Zubiri dice, como consecuencia, que la
razón es constitutiva mente "histórica". La razón no es sólo lógica sino también
histórica; es lógica e histórica. Si la razón lógica fuera capaz de disolver o
resolver todos los problemas de la realidad, si todo se pudiera reducir a un
problema de matemáticas, entonces la dimensión histórica carecería de im-
portancia; más bien no existiría. Pero no es así. Lashisroricidad es un momento
formal del pensamiento racional. La razón es histórica, constitutivamente his-
tórica, debido a su propia inadecuación a la realidad. Insisto en este punto,
porque no es fácil cobrar conciencia de su real importancia. Tenemos que apren-
der a pensar históricamente, siguiendo el hilo conductor del tiempo y de los
acontecimientos. Éste es, quizá, uno de los 'máximos lemas de la filosofia del
siglo XX.

8
Pues bien, los trabajos que aquí se publican son buena muestra de que en
el enfoque de los problemas éticos, bioéticos, he intentado llevar este lema
adelante, hasta sus últimas conscecuencias. Si alguna peculiaridad tienen es-
tos trabajos, es estar enfocados siempre en perspectiva histórica. No se trata de
un prurito culturalista, ni de afán de erudición. Se trata de una estricta necesi-
dad intelectual. Es un error querer enfocar los problemas éticos sólo desde
categorías lógicas. Eso no puede 'conducir más que al fracaso. En este punto,
me confieso seguidor y discípulo del otro gran maestro que ha decidido mi
vida intelectual, Pedro Laín Entralgo. Su gran saber histórico, y sobre todo su
gran lección metódica, el abordaje a la vez histórico y teórico de los problemas
intelectuales, está en la base de todos mis planteamientos. Sin su magisterio
diario a lo largo de estos últimos veinte años, mi propia labor intelectual hu-
biera sido imposible.

Una vez confesada mi deuda con mis dos maestros, Zubiri y Laín, quiero
eximirles de cualquier tipo de responsabilidad. Una de las lecciones que me ha
enseñado la vida es que los verdaderos pensadores, los maestros del pensa-
miento nunca coartan la originalidad propia, sino que más bien la posibilitan.
El gran maestro siempre ayuda a pensar, a crear, y en consecuencia a ir más
allá de él. Por tanto, ninguna cosa más alejada de este magisterio que la sumi-
sión servil o la verbosidad repetitiva y escolástica. Mi experiencia me demues-
tra que los grandes maestros se diferencian de los pequeños en que los prime-
ros ayudan a pensar, a crear, y por tanto a ir más allá de ellos, en tanto que los
segundos tienen que basar su ascendiente en criterios de autoridad. Los textos
que aquí se publican son buena prueba de cómo se puede ir, zubiriana y
,Iainianamente, más allá de Zubiri y de Laín. Ni uno ni otro tuvieron una gran
dedicación a la ética. Pienso, sin embargo, que sus planteamientos son de una
gran fecundidad en ese campo. Pero, evidentemente, la responsabilidad de esa
prolongación es sólo mía.

Los textos aquí reunidos son siempre respuesta a peticiones surgidas des-
de la sociedad, y más concretamente desde sus instituciones médicas y univer-
sitarias. La iniciativa ha venido. prácticamente siempre de fuera. Por eso son
textos vivos. No obedecen a un plan preestablecido, ni han sido pensados more
geometrico. Desde un punto de vista, esto es una dificultad. Hay redundancias,
y hay también lagunas. Pero desde otra es una indudable ventaja, ya que late
en ellos algo de la vida palpitante que les hizo surgir. Lo que se pierde en
acadernicismo se gana en vida. .

De ahí que haya decidido agruparlos bajo el título general de Ética y vida.
Cuando Van Rensselaer Potter decidió crear el neologismo "bioética", lo hizo
dijo él y relato yo en alguno de los artículos reunidos en este libro, uniendo dos
raíces griegas, bíos, para designar el gran progreso operado en las últimas
décadas en el ámbito de las llamadas ciencias de la vida, Ecología, Biología,
Medicina, etc., y éthos como la raíz más adecuada para designar la ciencia del

9
respeto de los valores implicados en los ~onflictos de la vida. Co.mpag~nar ci~n-
7,'
cia y vida, no evitando que haya conflicto,s, pues e~(o.r~;ulta lmposlbI smo
promoviendo lo que ca~a. vez me gusta mas llamar visión respo~sable . ~no
de los grandes de la bioética, Albert Jonsen, suele apelar a lo que el denomina
moral vision. Mi tesis es que eso, aquí y ahora, debe llamarse "visión respon-
sable".

Los artículos están divididos en cuatro grandes apartados, que se han


distribuido en otros tantos volúmenes: El primero reúne los textos relativos a
fundamentación, metodología y enseñanza de la bioética, El segundo, los te-
mas generales de ética clínica, El tercero se refiere a los problemas éticos del
origen y del final de la vida, que concentran una amplia cantidad de conflictos.
y finalmente el cuarto se ocupa de las cuestiones relativas al ejercicio profesio-
nal, investigación y política sanitaria. Podían haberse agrupado de otra mane-
ra o con otros criterios, pero pienso que éste se ajusta bastante bien a la com- .
plejidé:l.dde la vida misma. .

.Surgidos de una actividad docente muy amplia y desde luego nada aca-
démica, es decir, más preocupada por dar respuesta responsable a los proble-
mas de la realidad que por guardar las formas o exhibir erudición, estos volú-
menes tienen la pretensión de continuar el diálogo más allá del reducido nú-
merode personas para el que fueron escritos, en busca de una visión respohsa-
ble. Si locenseguirán o no, es cosa que habrá que dejar al futuro. De mí sé
decir que con esa intención, la de dar pie a un diálogo responsable, los he
escrito 'Y con ella también losernbarco en esta nueva singladura. Mi mayor
aspiraciónes que pudieran llevar a alguien a decir algún día, no sé en qué
recóndito lugar; que le habían llevado a cambiar de vida, a vivir un poco mejor
o a ser algo más responsable. A mí me ayudaron de esos tres modos por el
mero hecho de escribirlos.

Madrid, 15 de marzo de 1998.


1
HISTORIA DE LA EUGENESIA

INTRODUCCIÓN

La palabra eugenesia es un neologismo introducido en el idioma inglés


por Sir Francis Galton el año 1883, en su libro Inquiry into human faculty
(1883), para designar «el estudio de los factores socialmente controlables que
pueden mejorar las cualidades raciales de las generaciones futuras, tanto físi-
cas como mentales». Décadas antes, en su libro Hereditary genius (1869) había
utilizado para designar su proyecto el término de viricultura. El término euge-
nesia significa, pues, mejora genética, o, como dice el propio Galton, «el arte
de engendrar bien». Sin embargo hay que advertir que Galton no conoció la
teoría genérica propiamente.dicha, y tomó el término, muy probablemente,
del libro de su primo Charles Darwin The Variatíon of Animals and Plants Under
Domestication (1868), y más en concreto del apéndice titulado «Provisional
Hypothesis of Pangenesis». De un modo puramente especulativo, Darwin pos-
tulaba la existencia de unas gémulas o pangenes, que las células producían y
enviaban al torrente sanguíneo, y que unidas formaban las células sexuales, y
por tanto eran responsables de la transmisión hereditaria.

De esto se deduce que la eugenesia es anterior a la teoría genética propia-


mente dicha. En efecto, las prácticas eugenésicas son muy anteriores a la teo-
ría genética, y aun a la propia obra de Galton. Probablemente, son tan anti-
guas como la propia Humanidad. Ésta siempre ha tenido la experiencia, de
que hay una cierta transmisión de caracteres de padres a hijos. Este es el lla-
mado problema de la herencia, Otra idea que parece haber.sido muy frecuente
en la antigüedad, es la de la teleología de la naturaleza: la creencia, presente
en la práctica totalidad de las culturas, de que la naturaleza tiene un orden, y
que los defectos congénitos son un desorden difícil de explicar. .

11
Desde estos dos presupuestos, el de la herencia, por una parte, y el de la
teleología, por otra, los pueblos han pensado siempre que la aparición de mal-
formaciones congénitas era algo negativo, que debía ser prevenido y por tanto
evitado. Cabe concluir, por ello, que la eugenesia, en un sentido amplio, es
antiquísima, y se remonta a los mismos orígenes de la, cultura humana.

Los historiadores suelen distinguir tres tipos de ritmos en la historia, o


tres tipos de niveles: el de duración más corta, la «historia de acontecimientos»,
el de duración media, la «historia' coyuntural», y el de duración larga o «histo-
ria estructural". Hoy existe un enorme interés por este tercer tipo de historia,
que es el que permite conocer las razones profundas de los acontecimientos,
esas que están en la base de todos ellos, pero que por usuales y sabidas suelen
pasar desapercibidas. Como diría Ortega, lo que esta historia intenta estudiar
son las «creencias en las que se está», no las «ideas que se tienen».

Pues bien, lo que yo querría hacer es analizar un poco estas estructuras


básicas que permiten explicar el lento movimiento histórico en el tema de la
herencia, y sobre todo de la aparición de malformaciones genéticas o mons-
truosidades hereditarias. Mi deseo sería aproximarme a este, fenómeno enor-
me desde una perspectiva muy concreta, que es la que hoy se conoce con el
nombredeehistoria de las mentalidades».

l. ELFINALISMO DE LA NATURALEZA

" Si hay algo Sorprendente en la historia humana, es la antigüedad y la


persistencia de la idea de que el mundo es fruto de un proyecto intencional,
con :u,fi origen y un fin perfectamente predeterminados. Paul Ricoeur ha es tu-
diadoésto con toda detención en su libro Finitudy culpabilidad. Toda cultura
tierie que plantearse el tema del origen y del fin del mundo; o como dice Ricoeur,
el-tema de la «arqueología» y de la «teleología».
~.'

1. Teleología

'" .E,l~ema está presente en el seno de culturas muy primitivas. Pero el modo
m¡lS\,f~cllque nosotros tenemos de hablar de él es referimos al menos lin-
~üísti~á~énte, a la cultura griega. De hecho, los términos' arqueología y
.'~~leologla son griegos, y la cultura occidental, al igual que todas las demás, ha
i¡l" .sr~~;p~~fundé1mente tel~ológica; es decir, ha creído que el cosmos tiene un
, l1~.t~do Interno, una racionalidad, un lógos, una lógica. El modo más frecuente
pe
';!, :l~telflretar este hecho en las culturas ha sido atribuirlo a la acción de Dios
,?i¡qe,/d~0ses;que son los responsables del orden interno de la naturaleza, por-
;ique:~sons,us due~os y gobernantes. Este es el sentido que tiene el término
mjourgos en griego, los dioses artesanos de la naturaleza, sus dueños y go-
rnantes.
Digo esto, porque desde este esquema es desde el que se ha interpretado
tradicionalmente el hecho .de la herencia, por tanto, el fenómeno de que los
animales y los seres humanos procedan unos de otros con una enorme lógica
interna. La maravilla de todas las primaveras, ver cómo la naturaleza está viva
y produce plantas que son un prodigio de orden y de belleza, parece dar a
entender que la generación de los seres está regida por unos principios lógicos
internos de una enorme fuerza. La naturaleza no es ciega ni irracional. Todo lo
contrario, es un prodigio de racionalidad y de teleología.

"La naturaleza no hace nada en vano», es uno de los apotegmas en que


cristalizó esta mentalidad. La frase, como se sabe, está en Aristóteles, y desde
entonces ha sido mil veces repetida, Todo tiene su razón suficiente. Es el prin-
cipio de razón suficiente, que aunque no fue formulado de un modo expreso
más que por Leibniz, tiene tras de sí una tradición enorme.

2. Generación unívoca

Ese té/os se expresa, ptimera y principalmente, en forma de generatio


univaca, que es la que realmente explica el hecho de las semejanzas entre los
ascendientes y los descendientes, y por tanto el fenómeno de la herencia. Esto
explica que toda la tradición haya sido masivamente partidaria de la generatio
univaca.

• Empédocles: ,,¿De dónde provienen las semejanzas entre los padres y


sus descendientes?". Y responde: "La semejanza se produce en virtud
del predominio del semen genital, mientras que la desemejanza se
produce cuando se evapora el calor en el sernen-', -

• Lo mismo decía Diógenes de Apolonia, quien, sin embargo, aceptaba


en ciertos casos la generación equívoca o espontánea.

No afirmar la generación unívoca sería ir contra una evidencia indiscuti-


ble. Todos los pueblos han aceptado esto, que los hijos se parecen a sus padres.
Esto es lo evidente, lo obvio, la norma, el canon. Lo cual no quiere decir que no
haya algunas situaciones en las que ese canon no se cumple. Esas situaciones
son dos: la «generación equívoca» y las "monstruosidades». Las analizaré muy
brevemente.

3. Generación equívoca o espontánea

. Por más que lo normal sea la semejanza de los descendientes a sus proge-
rutores, y por tanto la generación unívoca, parece claro que hay veces que el

1 OK31A83.

13
producto no se parece en nada a el productor. El ejemplo clásico es la aparición
de organismos muy formes, como son los gusanos, en medio de una sustancia
homogénea e informe, como es el limo de la tierra, el barro. Aquí parece que se
da la generación equívoca, también llamada generación espontánea. Bien en-
tendido, que esa generación espontánea es posible precisamente porque hay
un orden interno o té/os en la naturaleza que la hace posible. La generación
espontánea es cualquier cosa menos azarosa. En este punto no hay lugar para
el azar. Para la mayoría de las culturas, tras la generación espontánea está la
mano de Dios. El ejemplo paradigmático de esto lo tenemos en la cultura del
pueblo de Israel. En el segundo relato de la creación que se encuentra en el
libro del Génesis, que como se sabe pertenece a la fuente Jahvista y es el más
antiguo, se dice a propósito de la creación del hombre:

Entonces Yahveh Dios formó al hombre con el polvo del suelo, e insufló en sus
narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente".

La generación equívoca no planteó ningún gran problema a la mentali-


dad antigua. Más bien todo lo contrario. Era un ejemplo maravilloso del poder
.de Dios. No deja de ser asombroso que de lo informe o de lo menos forme salga
algo más forme.

Para Aristóteles el procedimiento normal es la generación unívoca (<<na-


cen de animales que presentan con ellos un parentesco forrnal»), pero en cier-
tos casos hay generación espontánea (-otros tienen una generación espontá-
nea y no proceden de congéneres; y de estos últimos, unos nacen de tierra en
putrefacción o de plantas, como es el caso de muchos insectos; en cambio,
otros nacen en el interior mismo de animales a partir de residuos que se for-
man en los órganos»). Para Aristóteles, la generación espontánea o equívoca
nunca fue una generación azarosa; todo lo contrario, se considera que tal ge-
neración se produce como consecuencia de una fuerza interna existente en el
interior de la naturaleza (té/os). Así se entiende que el concepto de generación
espontánea no cause grandes problemas a la teología hebrea ni a la cristiana.
«Yahvé Dios formó del suelo todos los animales del campo y todas las aves del
cielo». .

4. Eugenesia: la eliminación de los monstruos

Más problemática es la situación contraria, aquella en que de lo más for-


me sale algo menos forme, o claramente informe. Esto no se llama generaría
aequivoca sino monstruositas.

!. "

2 Gn 2,7.

lA
Desde la antigüedad ha preocupado mucho en todas las culturas el tema
de la I?0~struosidad.3. En la tradición judeo-cristiana fue vista como un signo
de .aleJamlento ~~ DIOS,consec~encia del pecado. En la cultura griega y en la
latina se entendió como un fenomeno extraño y antinatural.

Sólo desde la teoría de la monstruosidad se entiende bien la idea de que


los monstruo.s son sere~ de alg~n mogo malditos, que deben ser evitados y
h~sta exterminados. ASIse explican las actitudes eugenésicas en toda la anti-
guedad. Se encuentran en multitud de autores, de los que citaré algunos:

Plutarco cuenta en su biografía de Licurgo, fundador de la Constitución de


Esparta, que los ancianos inspeccionaban a los recién nacidos, y arrojaban
desde la cumbre del monte Taigeto a los malformados o enfermizos. También
r~fiere que las propias madres bañaban a los niños en vino, a fin de que mu-
neran los enclenques, que no podían superar la prueba",

Séneca cuenta la práctica, usual en Roma, y que él describe con aprobación


de ahogar a los recién nacidos malformados o enclenques", '

, ~os monstruos son .c~nsecuencia de pecados. De ahí que haya tipos de


relaciones sexu~les prohibidos, porque son antinaturales y producirán mons-
truos. Hay dos tipos fundamentales, la bestialidad o comercio con bestias, del
que proceden .seres transespecíficos, y el acceso carnal a personas indebidas,
~oque se convierte en un tabú. El más importante ha sido, sin duda, el tabú del
Incesto.

Sobre la creación de seres monstruosos que no pertenecen a la naturaleza


humana, por haber sido resultado de la unión de dos sujetos de diferentes
especies, la literatura es enorme.

Nat~ralmente, a los niños que se suponía que no eran humanos, o que no


pertenecían completamente a la especie humana no se les podía bautizar
pues la elevación al estado. sobrenatural no parece ~ue se haya hecho más qu~
a los humanos. Esto explica hechos curiosos, como el que hubiera muchas
dudas sobre si se podía bautizar á los monstruos. El nombre de «cretino»
co~o es b~en sabido, viene de ahí. Surgió, según parece, en el Valle de Arán
hacia el ano 1000 d.C., y se aplicaba a los hipo tiro ideas congénitos, que en
aquella zona ~ran muchos. Los padres intentaban que los bautizaran, y cuan-
do lo conseguian quedaban cristianizados. Como los hipotiroideos parece que

3 Esta teoría se expondrá con detalle en el capítulo 10: «El retraso mental en la historia"
4 Plutarco, vidosparaieias, Licurgo 16. .
5 Séneca, De ira, 1, 15.

lS
-----------~--~~-~--------------~--~-~----;,----~~------

lo conseguían siempre, se les llamaba «cretinos». A lo que parece, hay otros


muchos que no lo conseguían.

Siguiendo las ensañanzas de Platón, dice Averroes en sus comentarios a


la República:

Respecto a los disminuidos, Platón sostiene que no conviene darles tratamien- '
to alguno si se les considera verdaderamente incapaces de desarrollar todas
sus facultades, debido a que si desaparece la vida de un ser inane desde su
nacimiento no hay diferencia entre su precaria existencia y el no existir...

Pues cada uno de los nacidos sólo existe con el fin de vivir como un miembro
real de la sociedad, pudiendo participar en-ella; si desaparece tal finalidad, la
muerte es preferible a la vida",

En cuanto a lo segundo, al tabú del incesto, fue rnuy bien estudiado por
J.G. Frazer en La rama dorada? Un ejemplo ilustrativo de tabú del incesto es
de nuevo el de la cultura de Israel. En el Levítico y el Deuteronomio se prohiben
matrimonios entre consanguíneos. Un varón no puede casarse con su madre,
hermana, nieta, tía, madrastra, suegra, nuera, hijastra, nietastra, hija de la
madrastra de un marido anterior, esposa del hermano paterno, esposa del her-
mano. No estaba, empero, prohibido el matrimonio entre primos, sino más
bien recomendado. «Que el varón no tome esposa hasta que la hija de su her-
mana haya crecido; sólo si ésta no le agrada se buscará él otra-". De hecho,
Juan el Bautista fue decapitado por reprochar a Heredes Antipas su incesto:
«No te está permitido tener a la mujer de tu hermanos".

5. Euteknia:Las técnicas de generación de seres perfectos

La procreación tuvo en la Antigüedad un único objetivo, o al menos un


objetivo principal: el bien de la especie, no el del individuo. Por eso era consi-
derada de Derecho público, y se podían imponer obligaciones perfectas o pro-
hibiciones coactivas. Campanella dice en La ciudad del Sol: «La procreación se
considera asunto religioso, cuya finalidad es el bien de la República y no el de
los particulares. Por esto obedecen plenamente a los Magistrados, que afirman
con Santo Tomás que el fin .de la procreación es la conservación de la especie y

6 Averroes, Exposición de la República de Platólj, Madrid, Tecnos, 1986, p. 32. Cf. Diego
Gracia, «Historia de la eutanasia», en J. Gafo, ed., La eutanasia y el arte de morir. Madrid,
Publicaciones de la Universidad Pontíficia Comillas, 1990, p. 20.
7 J_G_Frazer, La rama dorada, Madrid, FCE, 1991.
8 H.L. Strack, P. Billerbeck, Kommentar zum Neuen Testament aus Talmud und Midrasch,
.Munchen, 11.1924. p_380_
-9 Mc 6, 18_ Cf Uta Ranke-Heinernann, Eunucos por el reino de los cielos, Madrid, Trotta,
1994. p. 196

16
---------. ------_._-------------

no dclindividuo. Por lo cual, es un derecho público, que solamente afecta a los


particulares por el hecho de ser miembros de la.República»!",

Además de la eliminación de los niños malformados y tarados, había otro


medio de mejorar la descendencia. Es la llamada euteknia, es decir, cómo con-
seguir una descendencia bella y sana. «En la euteknia un elemento importante
es, en primer lugar, la edad de los padres. Para Platón la edad ideal en el varón
se sitúa entre los treinta y los treinta y cinco años, mientras que la edad propi-
cia de la mujer va de los dieciséis a los veinte años. Aristóteles, por su parte,
aconseja 'matrimoniar las chicas a los dieciocho años, y los varones a los trein-
ta y siete o un poco antes'. Jenofonte elogia la legislación de Licurgo (autor de
la Constitución espartana) y las medidas adoptadas para que los padres, go-
zando de buena salud, tuvieran una descendencia sana. Las chicas que desea-
ban llegar a ser madres tenían que abstenerse de beber vino, a no ser mezclado
con agua. Deberían también practicar el deporte: Licurgo organizó 'competi-
ciones de carrera y pruebas de fuerza entre las mujeres iguales a las estableci-
das para los .varones'. Para asegurar esta descendencia bella y sana el mejor
momento, según la opinión de Sorano, es el inmediatamente posterior a la
menstruación. Y, por el contrario, la peor descendencia es la que sobreviene a
una relación habida inmediatamente antes de la menstruación»!'.

Campanella dedica largos párrafos de La ciudad del Sol a la eutechnia.


«Engendran solamente los más robustos y los mejores, siguiendo la dirección
de los médicos y magistrados, en el tiempo propicio para la procreación, según
la astrología, con temor y obsequio a la dignidad y sólo desde los 25 años hasta
los 53. Hemos señalado a las mujeres un tiempo, es decir, aquel en que son
aptas para tal función y hemos prohibido las uniones inconvenientes, o sea, las
que tienen lugar habida cuenta únicamente de las riquezas y por virtud de las
cuales el Estado no logra descendencia de las mismas o resulta una prole vil,
deforme e imbécil, como se ve por experiencia e hizo notar ya el gran filósofo
Pitágoras-".

En conclusión, pues, podemos decir que en toda la época en que ha impe-


rado la creencia en que la naturalezatiene un orden interno, y que por tanto
nada en las cosas obedece al azar, se ha considerado que los cosas de malfor-
maciones congénitas han sido considerados como «errores de la naturaleza"
(lusus narurae), que han de deberse a una falta moral y religiosa. Eso explica
tres cosas: en primer lugar, la exclusión de la comunidad de este tipo de suje-

\O Tomaso Campanella, La ciudad del sol, en Eugenio Irnaz, ed., Utopías del Renacimiento,
México, FCE, 1982. p. 164.
11 Uta Ranke-Heinernann, Op. cit., pp. 69·70. Cf. también Aristóteles, Poi 133Sa.
12 - T Campanella, Op. cit., p. 223. Cf. también pp. 161·2. Sobre la producción de deformi-
dades como consecuencia de las uniones de mero placer, cf. pp. 229-30.

17
tos, su exterminio a veces, y la puesta a punto de procedimientos para mejorar
la raza: la eutechnia.

11. EL FINALISMO MORAL DEL HOMBRE

1. Azar natural, finalismo humano

Las cosas empezaron a cambiar en el siglo XVII. Entonces empieza a ve-


nirse abajo la teoría del orden de la naturaleza. Esta es la obra de Descartes en
filosofía. De los dos ámbitos en que se divide la realidad, el de las cosas exten-
sas y el de las cosas pensantes, sólo el segundo posee finalidad interna. Las
llamadas catástrofes naturales, el huracán, el terremoto, la galerna, son fenó-
menos completamente naturales. En el ámbito de la medicina ésta fue tam~
bién la obra de Sydenham, al negar a la enfermedad el carácter de desorden.
Para Sydenham la enfermedad es tan natural como la salud. El concepto de
especie es natural. Y las especies morbosas son igual que las especies botáni-
cas. La enfermedad no es algo antinatural, como tampoco lo son las monstruo-
sidades o los 'terremotos.

Pero esto supone tanto como decir que la naturaleza no es perfecta, ni


ordenada, ni sana, ni buena, ni bella. La naturaleza, en fin, no es divina, direc-
tamente divina, Dios es el autor de la naturaleza. Pero una vez hecho el mun-
do, lo ha dejado a su libre juego: es el deísmo del siglo XVIII ..

El siglo XIX, va a deducir algunas de las consecuencias implícitas en el


principio de ausencia de finalidad en la naturaleza, o que su única finalidad es
el azar. La naturaleza parece acabar encontrando su equilibrio, su finalidad,
pero a ciegas. No es lo mismo salir dé un laberinto de modo prefijado e ir
directamente a la salida, que tener que ir dando vueltas al azar hasta encon-
trar una de las posibles salidas y salir del laberinto. La naturaleza parece ac-
tuar de este último modo, es decir, mediante ensayo y error, no directamente.
Sólo así se explica el enorme derroche y despilfarro de que hace gala: tantos
animales y especies extinguidos, tanto polen desparramado sin fecundar nin-
guna planta, tantos espermatozoides inútiles, tantos abortos espontáneos, etc.
La naturaleza parece no conocer las leyes de la racionalidad económica.

2. La nueva generación equívoca: el evolucionismo

El evolucionismo es la nueva generatio aequivoca, la generación equívoca


de carácter científico. El azar está en la base de todas las teorías evolucionistas,
tanto en la teoría de las catástrofes, como en la de la herencia de los caracteres
adquiridos, y en la de la lucha por la existencia y la supervivencia del más
fuerte.

18
CouvieryIaté-oría de las catástrofes: vertebrados, moluscos, articulados y
radiados.

• Larnmarck y la herencia de los caracteres adquiridos: influencia del me-


dio; ley del uso y del desuso; herencia de caracteres adquiridos.

• Darwin y la selección natural: lucha por la vida, supervivencia del más


apto, transmisión hereditaria de los caracteres adquiridos.

• Poco a poco se va negando la teleología de la naturaleza, y aceptando el


. azar como clave de interpretación de la evolución de las especies: Ernst
Haeckel.

3. La nueva generación unívoca: la genética

El descubrimiento de las leyes de la transmisión de caracteres heredita-


rios permitió dar por vez primera una explicación rigurosa al principio de la
generación unívoca. La univocidad, dirá Weismann, depende de la transmi-
sión de unos elementos perdurables e inmortales. Esos son los genes. La crono-
logía de los principales acontecimientos es la siguiente:

• En torno a 1865, Georg Mendel publica sus leyes de la herencia.

• En 1883 el citólogo belga Eduard Ban Beneden demostró que los huevos y
espermatozoides de Ascaris contienen la mitad de cromosomas que se ha-
llan en sus células somáticas.

A fines del siglo XIX, August Weismann demuestra que las células re productivas
(plasma germina\) son independientes de las otras células del- cuerpo
(sornatoplasrna), refutando de esta manera la hipótesis de la herencia de los
caracteres adquiridos. Para ello, al final de la década de 1980 hizo unos famo-
sos experimentos de amputación de la cola en generaciones de ratones, de-
mostrando que esas modificaciones sornátícas no producían ni la desapari-
ción ni el acortamiento de la cola de los descendientes. Weismann concluyó
que el patrimonio hereditario del organismo, que llamó plasma germinal, está
completamente separado y se halla protegido contra las influencias prove-
nientes del resto del cuerpo, el somatoplasma o sorna.

4. La eugenesia: Galton

No puede extrañar que en este medio se desarrollara enormemente la


teoría estadística: Quetelet, etc. Lo pedían las circunstancias. Y tampoco puede
extrañar que sea en este medio en el que aparece la eugertesia de Galton. Primo
.de Charles Darwin, fue uno de los primeros en darse cuenta de las consecuen-
cias de la teoría de Darwin para el desarrollo de la humanidad. A la vez, fue un
hombre de gran mentalidad estadística, lo que demuestra bien su concepción

19
azarosa de la naturaleza y de la evolución. Galton estaba convencido de que
los caracteres mentales se heredaban igual que los sornáticos, y que obedecían
a las leyes darwinianas. Darwin había publicado su libro Origin of Species en
1859. Galton publica su libro Hereditary Genius en 1869, y esto le lleva a Darwin
a pensar que también se puede aplicar su teoría al hombre, lo que hace en
Descent of Man, de 187113•

Vaya citar un sólo párrafo de Galton, que expresa bien su pensamiento.


Helo aquí:' .

Se plantea como cuestión muy interesante hasta dónde se puede permitir el


que se produzcan monstruosidades morales. ¿Hay alguna ley clara que señale
un límite a la propagación de las naturalezas sumamente depravadas o suma-
mente virtuosas? En cuanto a la fuerza, agilidad y otras cualidades físicas, la
ley de la selección natural de Darwin actúa con una severidad desapasionada
y despiadada. El débil muere en la batalla de la vida, los individuos más fuer-
tes y capaces son los únicos a los que se permite. sobrevivir y legar su vigor
constitucional a las generaciones futuras. ¿Hay alguna regla correspondiente
con respecto al carácter moral? Yo creo que la hayy ya he aludido a ella
cuando hablaba de los indios americanos. Estoy dispuesto a mantener que su
acción, asegurando una cierta unidad fundamental en la cualidad de los efec-
tos, permite a los hombres y a los animales de rango superior armonizarse
unos con otros en cierto grado; y también que esta ley forma la amplia base de
nuestros sentimientos religiosos".

Según Galton, lo mismo que la lucha por la existencia de Darwin sirve


para purificar los caracteres físicos, la eugenesia debe purificar los caracteres
morales.

Un tema común en los moralistas de todos los credos es el de que el hombre


ha nacido con una naturaleza imperfecta. Tiene elevadas aspiraciones, pero
hay una debilidad en su disposición que le incapacita para llevar a cabo sus
nobles propósitos. Ve que hay un determinado rumbo de acción que es su
deber y que sería su deleite; pero sus inclinaciones son inconstantes y desho-
nestas y no se ajustan a su mejor juicio. Toda la naturaleza moral del hombre
sufre la tentación del pecado, que le impide hacer las cosas que él sabe son las
correctas.

Me aventuro a ofrecer una explicación de esta aparente anomalía, que parece


perfectamente satisfactoria desde el punto de vista científico. No es ni más ni
menos que el desarrollo de nuestra naturaleza, bajo la ley de la selección

13 La bibliografíasobre Galton es enorme. Cf. Daniel J. Kevles,La eugenesia, Barcelona,


Planeta, 1986.
14 Francis Galton,«Talentoy caracter hereditarios»,Asclepio, XXXVI,1984, p. 215.

20
natural de Darwin, no ha llegado todavía al desarrollo de nuestra civilización
religiosa. El hombre era hasta ayer un bárbaro, y por lo tanto no es de esperar
que las aptitudes naturales de su' raza se hayan molde.ado ya de acuerdo con
su avance más reciente. Nosotros, hombres de los Siglos presentes, somos
como animales transplantados bruscamente a unas nuevas condiciones de
clima y alimentación; nuestros instintos nos fallan al enfrentarse con circuns-
tancias modificadas".

En cualquier caso, el eugenismo es una de las VÍas de ~pl.icación. d~l e.vo-


lucionismo. Otra, completamente distinta, es la del materialismo dialéctico.
Ésta insistía en la mejora de la sociedad mediante el control de los factores
ambientales, en tanto que la eugenesia insistía en el control de !os factores
.hereditarios. Ello explica que, en general, los movimientos eugemstas fueran
vistos como movimientos reaccionarios y burgueses, que querían negar la im-
portancia de los factores sociales en la situación real de los individuos y las
poblaciones.

La eugenesia de Galton tomó dos formas, la positiva y la negativa:

El pensamiento eugénico de Galton hacía especial hincapié en q.ue ~l proble-


ma del deterioro o degeneración de la raza era un problema hereditario. Galton
apoyó su teoría en una adaptación personal del evolucionismo q~e impre~a-
ba el pensamiento del siglo XIXy en la teoría propue~ta por su pruno pafWln;
así como en las teorías médicas sobre la herencia y la heredopatología tan en
boga, muy desarrollada por los franceses. Con estos dos puntales yel método
estadístico como técnica para el análisis de datos, técnica que avalaba aún
más lo científico de su tarea, se dedicó Galton a demostrar no sólo que todo el
problema de la decadencia de la raza era hereditario sino que, como conse-
cuencia la única solución era la de actuar controlando los matrimonios. Esta
acción debía realizarse de dos formas: una positiva, facilitando y promovien-
do social y económicamente determinado tipo de enlaces -los llamados 'ma-
trimonios eugenésicos'- y otra, fomentando el rechazo de matrimonios no
convenientes, tanto por el estado de salud de los cónyuges como por taras
familiares que indicara la historia familiar. Esto exigía, naturalmente, el cono-
cimiento del estado de salud de los posibles contrayentes y el de sus antece-
dentes familiares. Asimismo, debía evitarse la reproducción de todos los indi-
viduos que pudieran resultar negativos para la raza, aportar a ésta una tara
indeseable: enfermos de tuberculosis, sífilis, epilepsia, débiles mentales o en-
fermos mentales de cualquier tipo; criminales, vagos, miserables, alcohólicos,
etc. Lapostura 'eliminatoria' fue la que prevaleció al final de la vida de Galton,
o sea a comienzos del siglo XX,ya que era muy difícil actuar sobre el sector de
la gente 'normal' y más aún sobre el sector de los especialmente buenos para

15 'E Galton, Art. cit., pp. 221-2.

21
la raza (según el concepto de Galton); los sanos e inteligentes componentes
de la burguesía".

Aquí se ve muybien cómo la eugenesia iba poco a poco convirtiéndose en


un procedimiento de eliminación social yde control de la reproducción. En
vez de influir sobre los factores ambientales causantes de los defectos y las
taras, se ponía todo el interés en el "control de los factores hereditarios, y la
eliminación de los hereditariamente tarados. Esta es la vía que condujo a la
Alemania nazi.

En España, las teorías de Galton entraron a la vez que se perdían las


últimas colonias y se sentía una especie de decadencia general. La eugenesia
se unió así al movimiento regeneracionista de principios de siglo. Los socialis-
tas lo vieron por lo general con recelo, ya que pensaron que intentaba minimi-
zar los factores sociales, en contra de la interpretación marxista. De este modo,
el movimiento eugénico quedó, por lo general, en manos de liberales, como
Marañón", y personas muy conservadoras, como Vallejo Nájera". En las pri-
meras páginas de este último libro pueden leerse las siguientes frases:

Al abandonar nuestro hogar el 18 de julio, para incorporamos al glorioso


Movimiento Nacional, yacían en la mesa de trabajo las galeradas que hoy
recuperamos ... Ha cambiado el panorama nacional y renacen potentes las
virtudes de la raza ... Creará la guerra la estirpe de caballeros de que está
necesitada la Nueva España, y se revalorizarán las ejecutorias e hidalguía
espiritual. Signos distintivos de los bandos en lucha serán, aristocracia en el
pensamiento y sentimiento de los caballeros de la Hispanidad; plebeyez mo-
ral en los peones del marxismo. Son los jóvenes quienes deben dar un ejemplo
que no puede esperarse de una masa social contaminada por los virus demo-
cráticos y marxistas".

y poco después:

Mientras subsistieron los hidalgos, templo de la caballerosidad, redoma conti-


nente de esencias y virtudes patrióticas, contaba la raza con una fuerza de

16 RaquelÁlvarez,"Introducciónal estudio de la eugenesia española (1900-1936), Quipu,


vol. 2, n; 1, enero abril 1985, 96-7. Sobrela eugenesia en España,cf.además del artículo de
RaquelAlvarezantes citado,AzucenaCouceiro,Ética y deontología médica en España (1900-
1936), Madrid 1986, fols. 19-29.
17 Cf.GregorioMarañón,Amor y eugenesia, en Obras Completas, Madrid,EspasaCalpe,Vol.
l O,pp. 468-490; Eugenesia y moral, en O.c., Vol.9, pp. 41-45; Amor, conveniencia y eugene-
sia, en a.c., Vol.8, pp. 423-438.
18 Cf.A.ValIejoNájera, Eugenesia de la hispanidad y regeneración de la raza, Burgos, Edito-
rial Española, 1937.
19 Op. cit., pp. 5-6. Citadopor R.Álvarez,"Introducción al estudio de la eugenesia españo-
la», p. 121.

22
reserva. Aborbidos los restos de. la pequeña nobleza por la burguesía engen-
drada por una democracia aplebeyada, el instinto de adquisitividad hipertro-
fiábase en perjuicio de cualidades ancestrales excelsas. El fenotipo amojama-
do, anguloso, sobrio, casto, austero, transformábase en otro redondeado, ven-
troso, sensual, versátil y arrivista hoy predominante ... Contamos con la indi-
ferencia de las masas. Ilusiónanos la esperanza de entusiastas ignorados, fu-
turos apóstoles de los postulados eugenésicos conductistas, germen de la nue-
va aristocracia racial".

Por supuesto, el problema de la eugenesia de Galton es que hereda el


pensamiento de las teorías degeneracionistas; es decir, que piensa, como ha
puesto muy en: claro Raquel Álvarez, que la decadencia inglesa se debe a facto-
res hereditarios, y no a problemas sociales; es una biologización de los conflic-
tos sociales.

Es importante tener en cuenta que la teoría de Darwin se articula perfec-


tamente con la doctrina eugénica. Darwin piensa que cuando un miembro de
una camada animal está disminuido físicamente, «se encuentra incapacitado
para pelear por el alimento con tanta fuerza como los demás y, como conse-
cuencia de ello, a menudo, muere-". La evolución, por tanto, tiende a castigar
a los menos dotados. La moral humana hace que les protejamos. Pero eso es
claramente antievolutivo, razón por la cual debemos intentar compaginar éti-
ca y evolución. Esto es lo que intentó la teoría eugenésica. Ella lo hizo median-
te métodos clásicos. Hoy se puede hacer por genética molecular.

Esto permite entender por qué la aparición de la teoría eugenésica se vio


inmediatamente como el fundamento de una nueva moral. La eugenesia per-
mitiría por vez primera cohonestar evolución y moral. Esta es una idea presen-
te en todos los tratadistas de las primeras décadas de nuestro siglo, como por
ejemplo Marañón. Fue la utilización peculiar que de la eugenesia hizo el
nacionalsocialismo alemán la que consiguió acabar con el prestigio de la euge-
nesia clásica, que hasta los años 30 fue enorme.

111. EUGENESIA MOLECULAR

Hoyes un hecho bien conocido que la llamada Biología molecular surgió


en el interior de un programa eugénico". Éste es el argumento del importante

20 Op. cit., p. 8. R. Álvarez,Art. cit., p. 121.


21 Richard Dawkins, El gen egoísta, Barcelona,Salvat, 1985, p. 193
22 Para la historia de la eugenesia en el ámbito anglosajón, cf. el ya citado librode Daniel J.
Kevles, La eugenesia, Barcelona,Planeta, 1986.

23
libro publicado muy recientemente por Lily E. Kay", La tesis de esta a~tora es
que el desarrollo de la Biología molecular no fue un proces~ ,natural, smo que
estuvo dirigido por el programa establecido por la Fundación ~ockefeller. en
los años 30. Estudiando la documentación existente en los archivos de la ~Ita-
da Fundación, Kay afirma que ésta elaboró un minucioso programa en la déca-
da de los 30 con el fin de dirigir científicamente el comportamiento humano,
o si se prefiere, a utilizar la ciencia en favor de un mayor. y mejo~ control del
comportamiento humano. Como escribe Beato, «esta finalidad se integraba en
un contexto de contenido claramente eugénico dominante en una parte del
pensamiento social durante el período de entreguerras, no sólo en Alemania
sino también en otros países europeos, en la Unión Soviética y en Estados
Unidos. En este último país, se trataba deurilizar los conocimientos científicos
para conseguir una mejora de la raza humana y prevenir disfunciones y des-
viaciones del comportamiento que perjudicaban el funcionamiento de la so-
ciedad industrial capitalista. Para alcanzar esta meta, la Fundación Rockefeller
se propuso desde finales de los años veinte apoyar el desarrollo de una cie?cia
del hombre ((Science of Man») considerada como una empresa a la vez cien-
tífica y cultural, y para ello eligió una estrategia basada en la cooperación
interdisciplinar entre la biología básica, la físico-química y la tecnología que
debía desembocar en una ingeniería humana-".

Esa ingeniería humana acabaría siendo la ingeniería genética. Y la cien-


cia biológica que le debía servir de base fue la Biología molecular. De lo que se
trataba era de aplicar los métodos de la Física y la Química a la Biología, y de
este modo descubrir la base molecular de la vida". Esto lo conseguirían los
propios investigadores de la Fundación (por ejemplo, Warren Weaver, Director
de la División de Ciencias Naturales, fue el creador del término «Biología
molecular», y Avery y cols, también trabajaron en los laboratorios de la Funda-
ción), y también otros .laboratorios que dependían financierarnente de ella,
sobre todo el «Caltech» o «California lnstitute of Technology», la vérdadera
matriz de la biología molecular, con figuras como Thomas Morgan, Linus
Pauling, George Beadle y Max Delbrück. .

Linus Pauling consideró durante mucho tiempo que los genes eran proteí-
nas gigantes capaces de replicación autocatalítica, y con su autoridad retrasó
el triunfo de la teoría de que estaban constituidos por ácidos nucleicos. Cuan-
do Pauling dejó en 1945 la dirección de la División de Química Orgánica del

~3 Lily E. Kay; The Molecular Vision of Life. Caltech, the Rockefeller Foulldation, and the Rise
of the New Biology. Oxford Universiry Press, Nueva York-Oxford, 1993. Cf la excelente rese-
ña de Miguel Bearo, "Nacimiento de la nueva Biología», en Saber leer, n? 75, Mayo 1994, pp.
4·5.
"4 Miguel Bearo, are. cit., p. 4.
~5 Información sobre la hisroria de este proceso en Robert Olby, El camino de la doble hélice,
Madrid, Alianza. ] 991.

24
«Caltech», fue sustituído por George Beadle, entonces ya celebrado genetista,
tras demostrar, en 1937, la hipótesis de Archibald Garrod (1909) de que cada
gen regula una reacción química de carácter proteico, ca.talizada po: un enzi-
ma. Habría, pues, una correlación directa entre gen, enzima y proteína. En la
segunda mitad de los años 40, Pauling y Beadle siguen trabajando sobre pro-
teínas, convencidos de que ellas eran la clave de la vida, tesis que no abando-
naron hasta principios de los años 50. Es más, a finales de la décadade los 40
creyeron reforzar su tesis con el esclarecimiento de la patología molecular
subyacente a la anemia falciforme (1949) y el descubrimiento de la estructura
de la hélice a de queratina (1951). Sin embargo, ya al final de los años 40 los
resultados obtenidos en bacteriófagos hacían ineludible un cambio de actitud.

Fue otro miembro del «Caltech», Max Delbrück, quien aceleró el cambio
de paradigma, al postular que la estructura química de los genes no eran pro-
teínas sino ácidos nucleicos. Estos se conocían desde muchos años antes. El
primero de ellos, el ácido desoxirribonucleico, fue aislado a mediados del pa-
sado siglo por Friedrich Miescher en el núcleo de las células de pus y de los
espermatozoides del salmón del Rhin. Poco después se descubrió el RNA, y los
químicos empezaron a buscar sus componentes esenciales, mediante hidrólisis
total por diferentes medios, hidrólisisácida, altas temperaturas, etc. Esos pro-
cedimientos permitieron aislar en ellos los siguientes productos componentes:
ácido fosfórico, un azúcar, que es distinto en el RNA (d-ribosa) y en el DNA (d-
desoxirribosa), y ciertas bases, pertenecientes a dos grupos químicos, el de las
pirimidinas y el de las purinas, las llamadas bases pirimídicas o púricas. Las
bases púricas son la adenina (A) y la guanina (G). Estas dos bases se encuen-
tran tanto en el DNA como en el RNA. Las bases pirimídicas son también dos,
una común a DNA y RNA, la citosina (C) y otra distinta, el uracilo (U) en el
RNA y la timina (T), que es un análogo metilado, en el DNA. .

El trabajo con bacteriófagos y la utilización de la nueva técnica de marca-


je con isótopos radioactivos, pemitieron a Delbrück arrojar nueva luz sobre los
estudios en que Avery, McCarthy y McLeod habían descubierto que el llamado
'factor de transformación', responsable del cambio de ciertas propiedades he-
reditarias en los neumococos, era DNA (1944). Lo que Delbrück consiguió
confirmar es que los ácidos nuc\eicos son los portadores de la información
genética.

Este cambio de paradigma en biología molecular se produce a mediados


de los años 50. A partir de entonces empieza a decirse que los ácidos nucleicos
tienen la función normativa, quedando las proteínas relegadas a la función
ejecutiva, como instrumentos de realización del programa genético. A pesar
de lo correcta de' esta tesis, no dejó de tener consecuencias negativas. Una,
muy importante, fue la de creer que en el ácido desoxiribonucleico estaba
almacenada toda la información constitutiva, y que las proteínas tenían una
función meramente consecutiva, lo cual, como se ha encargado de demostrar

25
la Biología del desarrollo en las últimas décadas, dista mucho de ser cierto.La
secuencia codificación-transcripción-traducción parece dar a entender que en
el código genético está toda la información necesaria y suficiente para la cons-
titución del nuevo ser, y esto no es verdad. Curiosamente, en el cambio de
paradigma comenzó el reduccionismo de creer que en los ácidos nucleicos está
todo lo constitutivo, lo cual no es cierro.

En 1953, James Watson y Francis Crick propusieron su célebre modelo


helicoidal del DNA, resultado de sus trabajos de cristalografía mediante rayos
X. De esta manera surge la genética molecular, o ciencia consagrada al estudio
de la replicación y el flujo de la información genética contenida en los ácidos
nucleicos.

La estructura química del código genético se descifra entre 1961 y 1966,


al conocer el modo como los genes codifican los aminoácidos. Si los ácidos
nucleicos tienen 4 bases, y las proteínas se componen de 20 aminoácidos dis-
tintos entonces las bases tendrán que estar agrupadas de modo que puedan
transmitir la información distinta que necesitan los veinte aminoácidos. Si las
bases estuvieran agrupadas de dos en dos, entonces sólo habría 42 permu-
raciones, lo que daría un total de 16 posibilidades, a todas luces insuficientes.
Si, por el contrario, las bases estuvieran agrupadas en paquetes de tres, enton-
ces las permutaciones posibles son 43, es decir, 64, lo que permitiría que cada
aminoácido estuviera codificado de tres modos distintos, afin de asegurar su
presencia. Pues bien, esto es exactamente lo que sucede, y al paquete de tres
bases es a lo que se llama en biología molecular triplete o codón. La clave
genérica, pues, está codificada en forma de tripletes o codones. Los trabajos
para la identificación de los tripletes o codones codificadores de los distintos
aminoácidos comenzaron en 1961. A finales de 1963 los laboratorios de Ochoa
y de Nirenberg habían conseguido identificar, con resultados extraordinaria-
mente coincidentes, la composición de 46 de los 64 codones posibles. El esta-
blecimiento definitivo del mapa lo hicieron Nierenberg y su equipo, por una
parte, y Khorana y su equipo, por otra, entre 1963 y 1966. Entonces se pudo
ver con claridad que de los 64 tripletes posibles, 61 codificaban aminoácidos.
A los tres restantes, llamados ocre, ámbar, y el tercero conocido por un mero
singa de interrogación, se les denominó genéricamente codones nonsense o sin
sentido, dado que no codificaban aminoácidos. Su función real es la de trans-
mitir señales de terminación de secuencias".

Por esos mismos años se consigue otro gran avance cuando Jacob y Monod
formulan su modelo del operón. Poco a poco se fue haciendo evidente que no
todos los genes presentes en la célula están activos en el proceso de formación

26 Cf. Severo Ochoa, Base molecular de la expresión del mensaje genérico, Madrid, Moneda y
Crédito, 1969, esp. pp. 150-160.

26
de las proteínas. La acción de los genes puede ser a~tivada o reprimida, depen-
diendo de la posición de la célula en el cuerpo, del estadio de desarrollo del
cuerpo, así como de la influencia del medio externo. La actividad de los genes
está, pues, controlada por otros agentes. Así, por ejemplo, la vía de síntesis del
aminoácido arginina en el E. coli, demuestra que cuando la arginina está pre-
sente en el medio, los tres enzimas que intervienen en su producción dejan de
actuar, en tanto que cuando la arginina disminuye, entran en funcionamiento.
Este fenómeno es llamado inducción. La arginina inhibe, pues, los genes pro-
ductores de los tres enzimas. Los genes que intervienen regulando la expresión
de un gen no tienen por qué estar cerca de él, La parte del cromosoma que
contiene los genes está dividida en dos regiones, una de las cuales incluye los
genes operadores y estructurales, y la otra contiene sólo los genes reguladores.
La primera parte es la. llamada operón. El gen regulador produce una substan-
cia, el represor, que afecta al segundo gen, un operador. Hay diferentes eviden-
cias que demuestran que la sustancia represora es una proteína.

El adecuado manejo de inductores y represa res permite evitar muchos


defectoscongénitos, y por tanto tiene una clara función eugénica. Por ejemplo,
hoy se sabe que los niveles bajos de ácido fólico inhiben el gen estructural que
permite el cierre dela cresta neural, dando lugar a patologías tan graves como
la espina bífida y la anencefalia.

Hay otro modo de utilizar la biología molecular con fineseugenésicos, y


es intentar modificar o manipular las bases que hay en el interior del ácido
desoxirribonucleico. Esto es lo que se conoce con el nombre de manipulación
genética o ingeniería genéticav.iuna técnica que se pone a punto a comienzos
de la década de los setenta, cuando el conocimiento de dos tipos de enzimas,
las endonucleasas de restricción y las ligasas, permite cortar por lugares espe-
cíficos la cadena de ADN, extraer partes de su información, sustituirla por
otras nuevas, y volverlas a enlazar mediante las ligasas. En los años setenta
estas técnicas se utilizaron en microorganismos, en especial en el E. Coli A14,
lo que ha permitido, por ejemplo, hacerles producir insulina exactamente igual
a la humana. En la década de los ochenta las técnicas del ADN recombinante
empezaron a utilizarse en mamíferos, y ahora, en la de los noventa, ha comen-
zado su utilización en seres humanos. Esto está permitiendo ya, por una parte,
el diagnóstico genético de muchas enfermedades congénitas y su tratamiento
radical. Y por otra, está planteando sobre nuevas bases el tema de la morali-
dad y los límites de la eugenesia". .

27 Cf J. D. warson, J. Tooze, The DNA Story: A Documentary History o/ Gene Cloning, San
Francisco, WH. Freeman and Co., 1981.
28 Cf Diego Gracia, "Problemas filosóficos de la ingeniería genérica», en J.-R. Lacadena, D.
Gracia, M. Vidal, EJ. Elizari, Manipulación genética y moral cristiana, Madrid, Fundación
Universitaria San Pablo, 1988, pp. 94·116,

27
CONCLUSION: EVOLUCIÓN Y ÉTICA

La llamada genética de poblaciones ha venido insistiendo desde hace mu-


cho tiempo en el carácter claramente antievolutivo de la ética humana. Al
proteger a los más débiles, la ética actúa en el sentido exactamente contrario
al de la selección natural de Darwin y la supervivencia del más fuerte. La ética
permite sobrevivir al débil. ¿Hasta cuándo será esto posible? ¿Cómo compagi-
nar ética y evolución? No lo sabemos muy bien, pero todo parece indicar que
sólo la ingeniería genética, o la eugenesia molecular van a permitir acabar con
la gran paradoja del dominio de la vida, la oposición de biología y ética.

28
2
ÉTICA DE LA SEXUALIDAD

INTRODUCCIÓN

El problema sexual es uno de los más complejos en la vida humana, hasta


el punto de que, a veces, se opta por no resolverlo con razones y dejar que cada
caso encuentre su solución espontánea. En lo que sigue procuraré seguir la
consigna opuesta e intentar analizarlo con razones, con las razones que para
su comprensión ha ido poniendo a punto la cultura occidental. Utilizo el térmi-
no razones en plural, porque este problema, como tantos otros, ha sido abor-
dado desde diferentes tipos de razón o desde distintas racionalidades a lo
largo del tiempo. A continuación analizaré tres, que denominaré, respectiva-
mente, la razón natural, la razón moral y la razón jurídica. Veremos si estas
varias razones sirven para arrojar alguna luz en este oscuro campo, o si por el
contrario estamos condenados a movemos, mal que nos pese, en la más ar-
diente oscuridad.

l. LA SEXUALIDAD EN LA ÉTICA NATURALISTA:


LA IDENTIFICACiÓN DE SEXUALIDAD Y REPRODUCCIÓN

La cultura griega nos enseñó a pensar en términos de physis, naturaleza,


ya valorar lo natural como «ordenado» y «bueno» y lo antinatural como «des-
ordenado" y «malo». Y ello por una razón esencial, a saber, porque la natura-
leza está dotada de telos o finalidad interna. Bueno es lo que se ajusta a esa
finalidad intrínseca de cada cosa, y malo lo contrario. De ahí el concepto,
rnedular en toda la ética naturalista, de actos «intrínsecamente buenos» o «in-
trínsecamente malos". Los primeros son aquellos que respetan el orden inter-
no de la naturaleza, y los malos son los contrarios. De este esquema concep-
tual dependió el desarrollo de toda ética clásica, y concretamente de la ética
sexual. Ésta no se puede entender desligada de los conceptos de acto antinatu-

29
ralo contra naturam y de acciones «intrínsecamente buenas» o «intrínseca-
mente malas».

El hombre y su cuerpo en tanto que realidades naturales tienen que con-


siderarse «ordenadas» y «buenas». El ser humano, como toda realidad sustan-
cial) tiene su télos, que'en el caso de las realidades vivas, y más en concreto de
la humana, viene determinado por su psyché, su alma; por su alma o por sus
almas, porque el ser humano es una realidad compleja, con funciones propias
de todos los estratos de la realidad viviente. En el hombre hay funciones
vegetativas, las propias de las plantas, como son la nutrición, el crecimiento y
la reproducción. En las plantas estas funciones están regidas por un alma ma-
terial, la llamada «alma vegetativa». En el hombre estas funciones tienen su
sede en el abdomen. Además, el ser humano tiene funciones sensitivas, que
comparte con los animales, y que dependen de otra alma, el «alma sensitiva»,
que algunos situaron en el tórax. y, finalmente, el ser humano tiene unas fun-
ciones específicas o propias, las intelectivas, que dependen de un alma propia
y específica suya, el nous o la mente, lo que acabaría llamándose «alma espiri-
tual". La tesis clásica es que este alma, cuya sede está en el cerebro, recapitula
todas las demás, de tal modo que éstas quedan anuladas y asumidas.

Cada función tiene su dynamis o virtud propia. Las funciones vegeta tivas
o abdominales tienen unas virtudes que la tradición llamó «concupiscibles»,
las sensitivas o torácicas otras llamadas «irascibles», y las intelectivas o
craneanas otras «intelectivas». Todas son virtudes naturales, pero no en idén-
tico sentido o de idéntico modo. Las virtudes concupiscibles e irascibles son
irracionales, a diferencia de las intelectivas, que son obviamente racionales.
De ahí que los griegos llamaran a las primeras «virtudes éticas o morales», a
diferencia de las segundas, que eran «virtudes dianoéticas o intelectuales». La
sexualidad es, evidentente, una de las virtudes concupiscibles, ya que busca el
placer y tiende a la evitación del dolor. Esto es natural, y en tanto que natural
es bueno. Pero las virtudes éticas sólo son moralmente correctas cuando se
hallan bajo el imperio de la razón. Las virtudes éticas dependen siempre de las
dianoéticas. Sin ellas serían puramente irracionales, y por tanto no serían vir-
tudes morales en el sentido estricto de la palabra. De ahí que aunque el ejerci-
cio de la sexualidad sea una función natural del organismo, y aunque sea
bueno y natural buscar el placer y evitar el dolor, esto no será humano y moral
más que cuando se halle controlado por la razón, es decir, cuando no se haga
de modo puramente instintivo o animal, sino humano o racional. Y ello por-
que, como dice Aristóteles, «la función propia del hombre es una actividad del
alma según la razón..'. Los movimientos puramente instintivos o irracionales
no son en el rigor de los términos humanos.

Aristóteles,Et. Nic. 1,7: 1098a8.

30
Biblioteca I.T.E.S.O.

Así las cosas, el problema está en saber cuál es el criterio que utiliza la
razón para diferenciar los placeres moralmente permisibles de los que no lo
son. La respuesta de Aristóteles no se hace esperar. El exceso y el defecto son
desproporcionados, y en tanto que tales se anulan entre sí, tienden natural-
mente a la destrucción y anulación mutua. De ahí que las funciones
concupiscibles e irascibles sean racionales sólo cuando evitan tanto el exceso y
el defecto, y se quedan en el llamado «justo medio-e Es la famosa consigna
clásica; todo con moderación. Y esto que se dice de todo, es especialmente
exacto en el caso de las virtudes concupiscibles, como son las sexuales. De ahí
que el control racional de estas acciones reciba el nombre' de sophrosyne,
temperantia o templanza. Las dos funciones concupiscibles por antonomasia,
la alimenticia y la sexual, deben realizarse evitando el exceso y el defecto, es
decir, moderadamente, con templanza. De ahí que Aristóteles escriba:

Está en la índole de tales acciones el destruirse por defecto y por exceso, como
vemos que ocurre con la robustez y la salud (para aclarar lo oscuro tenemos
que servimos, en efecto, de ejemplos claros): el exceso y la falta de ejercicio
destruyen la robustez; igualmente la bebida y la comida, si son excesivas o
insuficientes, arruinan la salud, mientras que usadas con medida la producen,
la aumentan y la conservan. Lo mismo ocurre también con la templanza, la
fortaleza y las demás virtudes. El que de todo huye y tiene miedo y no resiste
nada, se vuelve cobarde, el que no teme absolutamente a nada ya todo se
lanza, temerario; igualmente el que disfruta de todos los placeres y de ningu-
no se abstiene se hace licencioso, y el que los rehuye todos como los rústicos,
una persona insensible. Así, pues, la templanza y la fortaleza se destruyen por
el exceso y por el defecto, y el término medio las conserva".

Aristóteles, como buen griego, no considera que los placeres sexuales sean
en sí malos, ni predica la abstención sexual. Su tesis, que se repite insistente-
mente a todo lo largo de la literatura medieval, especialmente de la médica, es
que la sexualidad debe ejercerse de forma moderada, y que tanto la abstinen-
cia total como el abuso excesivo deben considerarse no sólo moralmente ma-
los sino físicamente insanos. La sexualidad se hace moral cuando cumple dos
condiciones. Primera, ejercitarse con moderación. Y segunda, ajustarse al or-
den natural, evitando todo uso contranatural o antinatural. Ambos preceptos
son difíciles de cumplir, porque el placer tiende a cegamos y a hacemos impru-
dentes. Como dice Aristóteles,

la virtud moral tiene que ver con los placeres y dolores, porque por causa del
placer hacemos lo malo y por causa del dolor nos apartamos del bien. De ahí
la necesidad de haber sido educado de cierto modo ya desde jóvenes, como
dice Platón, para poder complacerse y dolerse como es debido; en esto consis-
te, en efecto, la buena educación",

Arisróteles, Ee. Nic. 11,2: 1104a 10-24.


3 Arisróreles, Ee Nic. 11,3: 1104b4-13.

31
"" '{ ,
•• ~,hl./

La virtud que debe regir la vida sexual es, como ya hemos dicho, la ~em-
planza. Aristóteles dedica unos preciosos capítulos del libro tercero de la Etica
a Nicómaco a hablar de esta virtud, que define como «un término medio res-
pecto de los placeres-". A los dolores, sigue diciendo, se refiere en menor gra-
do, porque también en ellos se da menos la intemperancia. Por otra parte,
tampoco la temperancia y la intemperancia se aplican atodo tipo de placeres.
No se habla de intemperancia respecto de los placeres del alma.

A los que persiguen estos placeres no se los llama ni morigerados ni licencio-


sos. Igualmente, tampoco a los que buscan todos los demás placeres que no
son corporales, pues a los que son aficionados a oír historias o a narrar, o a
pasarse los días comentando cualquier sucedido, los llamamos charlatanes,
pero no licenciosos, como tampoco él los que se afligen por pérdidas de dinero
o amigos'. .

La templanza tiene por objeto los placeres corporales, pero tampocb to-
dos ellos. Aristóteles va analizando uno por uno el tipo de placeres que produ-
cen los diferentes sentidos. Y excluye sucesivamente del ámbito de la templan-
za los placeres de la vista «<a los que se deleitan con lo que se ve por los ojos,
como los colores, las formas y el dibujo, no se les llama ni morigerados ni
licenciosos"!'), los del oído y el olfato. Respeto del olfato escribe que tampoco
se considera morigerados o licenciosos

a los que disfrutan con el olfato, salvo por accidente: a los que se deleitan con
los aromas de frutas o rosas o incienso, no los llamamos licenciosos, sino más
bien a los que se deleitan con perfumes o manjares. En efecto, los licenciosos
se deleitan con éstos porque les traen a la memoria el objeto de sus deseos.
También puede verse a los demás, cuando tienen hambre, deleitarse con el
olor de la comida; pero el deleitarse con tales cosas es propio del licencioso,
porque para él son objeto de deseo".

Tras este proceso de exclusión, Aristóteles acaba diciendo que «la tem-
planza y el desenfreno tienen por objeto los placeres [...] del tacto y los del
gus.to»~, especialmente los primeros. Cuando los placeres del tacto son
~ntlllaturales o no están controlados por la razón, acontece el desenfreno. En
es~e los seres humanos son arrastrados por sus pasiones irracionales, como los
runos pequeños. De ahí que Aristóteles finalice su estudio de la templanza con
estas finísimas observaciones:

Aristóteles. ELNic. 1I1.10: 1117b25.


Aristóteles. ELNic. 1I1.10: 1118b31·1119a 1.
1) Aristóteles. ELNic. 11I.10: 1118a3-5.
7 Aristóteles. Et.Nic. 11I.10: 1118a9-16.
8 Arístóteles, Et.Nic. 1l1.10: 1118a26.

32
Aplicamos también el nombre de intemperancia a las faltas de los niños, y
tienen efectivamente cierta semejanza. Cuál ha recibido su nombre de cuál es
cuestión que ahora no nos interesa, pero es evidente que el posterior del ante-
rior. La traslación no parece haberse verificado sin motivo: hay que templar o
frenar, en efecto, todo lo que aspira a cosas feas y tiene mucho desarrollo, y
tal condición se da principalmente en el apetito y también en el niño; porque
los niños viven según el apetito, y en ellos se da sobre todo el deseo de lo
agradable; por tanto, si no se encauza y somete a la autoridad, irá muy lejos,
porque el deseo de lo placentero es insaciable e indiferente a su origen en el
que no tiene uso de razón, y la práctica del apetito aumenta la tendencia
congénita, y si son grandes e intensas desalojan el raciocinio. Por eso los ape-
titos deben ser moderados y pocos, y no oponerse en nada a la razón -esto es
lo que llamamos estar encauzado y refrenado-, y lo mismo que el niño debe
vivir de acuerdo con la dirección del preceptor, así los apetitos de acuerdo con
la razón. Por eso los apetitos del hombre morigerado deben estar en armonía
con la razón, pues el fin de ambos es lo noble, y el hombre morigerado apete-
ce lo que debe y como y cuando debe, y así también lo ordena la razón".

Esta ha sido, en síntesis, la teoría imperante sobre la ética sexual desde


Grecia hasta bien entrado el mundo moderno. La naturaleza tiende siempre a
un fin, porque no hace nada en vano. Todo órgano tiene por tanto una finali-
dad. La finalidad de los órganos de la generación es la reproducción y perpe-
tuación de la especie. En consecuencia, sólo pueden ser considerados morales
los actos venéreos tendentes a este fin. Y además, siempre que se ajusten a la
regla del justo medio, de la sophrosyne, de la templanza 10.

A este panorama se añadiría pronto otro motivo de reflexión. Hemos di-


cho antes que tanto la abstinencia sexual como el desenfreno debían conside-
rarse patológicos y malos. El primer punto, el del carácter antinatural de la
abstinencia sexual se puso pronto en cuestión. Y por un motivo no filosófico ni
médico, sino directamente teológico. El hombre sabio es aquél que imita a
Dios, que es la sabiduría perfecta. El hombre nunca puede ser sophós en el
sentido pleno de la palabra, sino sólo buscador de la sabiduría, es decir, imita-
dor de Dios, phylo-sophós, filósofo. Ahora bien, en Dios no hay pasiones, Dios
es pura inteligencia, intellectus purus, dirán los latinos; es inteligencia en acto
puro, puro acto que no tiene nada en potencia. Dios es puro sujeto agente, y no
puede ser sujeto paciente de nada. De ahí que los estoicos sacaran la conclu-
sión de que dios es apathés, impasible, porque no puede ser sujeto paciente o
pasivo de nada. Ahora bien, las virtudes concupiscibles e irascibles son todas
ellas «patéticas», están afectadas por el páthos, ya que en ellas el hombre es
«sujeto pasivo» de sensaciones. Esto es lo que significa «afecto», estar afectado
por algo.

9 Aristóreles, ELNic. m,12: 1119b1-19.


lO Cf Michael Foucault, Historia de la sexualidad. Vol. 2, El uso de los placeres, Madrid, Siglo
XXI,1987.

33
En Dios, en fin, no hay afectos. De Dios se predica, por vía de eminencia,
la inteligencia y la voluntad propias del hombre, pero no los afectos o las
pasiones, porque Dios no puede ser sujeto paciente de nada. Ahora bien, si
esto es así y el hombre sabio es el imitador de Dios, debe dedicarse a anular
completamente los afectos y las pasiones. Cualquier uso, aun el moderado, es
perjudicial. Surge aSÍ, frente a la «ética» de la sexualidad, la «ascética» de la
sexualidad, que tanto se iba a desarrollar durante los siglos del helenismo y en
toda la tradición cristiana 11. En el proceso neoplatónico de ascensión hacia el
Uno habría tres fases, una primera «purgativa», consistente en la anulación de
las virtudes concupiscibles e irascibles, otra «iluminativa» de visión del mun-
do de las ideas una vez que uno se ha desprendido del cuerpo, y finalmente la
«unitiva», la unión con la divinidad 12.

Vemos, pues, que el naturalismo dio lugar a una ética ya una ascética de
la sexualidad, y que tuvo buen cuidado en no confundir una con otra. La ascé-
tica propugnó siempre la abstención sexual total, la continencia como virtud
angélica y divina. La ética, por su parte, tuvo buen cuidado en diferenciar con
toda precisión el uso natural, sano y bueno de la sexualidad del antinatural,
patológico y malo. El uso antinatural de los órganos sexuales no sólo va a ser
éticamente censurable, sino también físicamente pernicioso: De ahí la idea,
ampliamente extendida en la literatura médica, de que los actos sexuales
contranaturales conducían a la enfermedad y la muerte. El ejemplo típico de
esto es la masturbación, a la que se dedicaron ingentes cantidades de literatu-
ra. La masturbación es antinatural, patológica y mala porque no respeta el fin
que la naturaleza ha puesto en los órganos sexuales; es una aberración antina-
tural. Pero todo uso natural y moderado de la genitalidad es por definición
moral. Santo Tomás se pregunta en la parte moral de la Summa Theologica «si
el uso de la sexualidad puede realizarse sin pecado», y responde con este tex-
to, que resume perfectamente todo el pensamiento antiguo y medieval sobre
esta cuestión:

El pecado en los actos humanos consiste en lo que es contrario al orden de la


razón. Esta razón tiene un orden, de tal modo que las acciones se ordenan a
su fin. Y así, no es pecado si el hombre usa racionalmente las cosas conforme
al fin de éstas, en modo y orden conveniente, cuando esos fines son verdade-
ramente buenos. Así como, por ejemplo, es verdaderamente buena la conser-
vación de la naturaleza corporal de un individuo, así también es un bien exce-
lente la conservación de la naturaleza de la especie humana. Así como a la
conservación de la vida de un hombre se ordena el uso de los alimentos, así
también a la conservación de todo el género humano se ordena el uso de la

11 Cf. Aline Rouselle, Porneia: Del dominio del cuerpo a la privación sensorial. Barcelona,
Península, 1989.
12 Cf. Uta Ranke-Heinernann, Eunucos por el reino de/os cielos, Madrid, Trotra, 1994.

34
sexualidad; de ahí que diga Agustín en el libro De bono coniugali: 'Lo que es el
alimento a la salud del. hombre, esto es la relación sexual para la salud del
género humano'. Por tanto, así como el uso de los alimentos puede hacerse sin
pecado, así también el uso de la sexualidad puede hacerse sin ningún pecado,
si se hace con orden y modo debidos, según lo que es conveniente al fin de la
generación humana 13. .

No desearía poner fin a este apartado sin hacer mención explícita de al-
gunas de las repercusiones que ha tenido el enfoque naturalista de la sexuali-
dad en nuestras culturas occidentales. Su influencia ha sido tan perdurable,
que llega hasta nuestros días. Ello se debe a que desde la filosofía griega pene-
tró decisivamente en el Derecho Romano a través del estoicismo, Y en la reli-
gión cristiana a través de San Pablo. La tesis de éste al comienzo de la carta a
los Romanos es que todas las cosas de la naturaleza tienen en su interior la
dynamis de Dios y por tanto son expresión de su divinidad (theiótes) 14. Cuando
el hombre no reconoce esto, se embrutece". Y añade: .

Por esto los entregó Dios a pasiones afrentosas. Pues, por una parte, sus muje-
res trocaron el uso natural (ten physiken khresin) por otro contra naturaleza
(para physin). Igualmente, por otra, también los varones, abandonando el
uso natural de la hembra, se abrasaron con sus impuros deseos, unos de otros,
ejecutando varones con varones la infamia y recibiendo en sí mismos el pago
de su extravío",

Este juicio, perfectamente lógico habida cuenta del medio cultural en el


que Pablo vivió y desde el que pensó su cristianismo, ha pesado como una losa
en toda la historia de la teología moral cristiana,especialmente la católica,
hasta nuestros días. La situación actual de la Iglesia en este tema es muy pare-
cida a la que mantuvo respecto de la historicidad del diluvio o de la proceden-
ci~ de Eva de la costilla de Adán hasta 1944. Las razones para interpretar
cnticamente los pasajes escriturísticos son en ambos casos idénticas.

Lo mismo cabe decir del derecho. La idea estoica de «ley natural» confi-
guró toda la doctrina del «derecho natural», presente ya en el Derecho Roma-
n~. A través de él, informaría toda la tradición jurídica .occidental. El antiguo
Código Penal español, que ha estado vigente desde su promulgación en el siglo
pasado hasta 1996, agrupaba los delitos sexuales bajo la rúbrica de «delitos
contra la honestidad». El término honestidad se entendía en el sentido clásico
medieval, que diferenciaba el bonum honestum del bonum delectabile. Bien
deleitable es el que procede del apetito sensitivo, en tanto que el bien honesto

13 Tomás de Aquino, S. Th. 2·2, q.lS3, 3.2. Cf. Summa contra gentes [1[,122.
14 Rom 1, 19·20.
15 Rom 1,22.
16 Rom 1,265.
es el que deriva del apetito racional". Honesto es, pues, el apetito que se halla
bajo el control de la razón y deleitable el que no lo está. Ahora bien, como la
razón utiliza como principio normativo el orden de la naturaleza, resulta que
son deshonestas todas aquellas prácticas sexuales que alteran el orden de la
naturaleza. Más aún, Tomás de Aquino dice que esas prácticas serán tanto más
graves y más torpes cuanto más contravengan el orden determinado por la
naturaleza. Por tamo, la gravedad mayor la tendrá aquella relación que con-
travenga más el orden de la naturaleza. Los vicios contra naturaleza que enu-
mera Santo Tomás son cuatro, la masturbación, la bestialidad, la homosexua-
lidad o sodomía y las relaciones entre personas de diferente sexo pero por vías
distintas de las usuales". Estos son los pecados más graves que se pueden
cometer en el orden de la sexualidad, ya que ellos distorsionan más que nin-
gún otro el orden natural. Por eso Santo Tomás los llama «gravísimos», Y escri-
be:

Dado que en estos vicios antinaturales el hombre viola el orden natural 'de la
actividad venérea, constituyen por lo mismo un gravísimo pecado.".

También es antinatural el incesto, pero para Santo Tomás su gravedad es


menor, por ejemplo, que la masturbación, ya que es menos antinatural. Y me-
nor es aún la gravedad de aquellos otros que van contra la recta razón más que
contra el orden natural: la simple fornicación, el estupro, el adulterio y el
rapto de una virgen". De lo cual resulta algo tan peregrino como que la mas-
turbación es más grave que el estupro. Son las paradojas de la razón natural
cuando se lleva a sus extremos lógicos. Remedando a Gaya, cabría decir que
«los suenas de la razón natural engendran monstruos". Quizá por eso la ley
orgánica 3/989 de 21 de junio cambió la rúbrica del Código Penal que se
titulaba «De los delitos contra la honestidad" por la de «Delitos contra la liber-
tad sexual». En el preámbulo de la citada ley se justifica este cambio porque
«las rúbricas han de tender a expresar el bien jurídico protegido en los diferen-
tes preceptos, lo que supone sustituir la expresión 'honestidad' por 'libertad
sexual', ya que ésta es el auténtico bien atacado". Ni que decir tiene que tal
declaración supone el abandono, consciente o inconsciente, del naturalismo.

Todo esto tiene mucho que ver con otro concepto complejo y por lo gene-
ral confuso, el de «pornografía". Desde el naturalismo debe considerarse por-
nográfico todo aquello relacionado con el uso de los órganos de la generación
que tiene carácter antinatural e inhonesto. Conviene no olvidar que el término
pomeia significó en griego lo mismo que fornicatio en latín, pecado o delito

17 Tomásde Aquino,5. Th. 2·2, q. 145, a.3 ad l.


18 Cf. 5. Th. 2-2. q. 154. a.11e.
19 5.Th. 2·2. q. 154. a.12c.
20 Cf. 5. Th. 2·2. q. 154. 3.12c.

36
sexual". Esto quiere decir que es pornográfica toda descripción de un acto
sexual antinatural o pecaminoso. Pero significa también que la descripción de
los propios actos naturales es pornográfica, pecaminosa, precisamente por
inhonesta; atenta contra la honestidad. De tal modo que el ámbito de la por-
nografía cubre la práctica totalidad de las descripciones de la actividad sexual,
ya que todas ellas atentan de algún modo contra la honestidad.

Ahora bien si de centrar la atención en el tema de la honestidad se pasa


a poner el acento en la libertad sexual, entonces el concepto de pornografía
adquiere un perfil muy distinto. Porñográfico no es lo antinatural ni lo inho-
nesto, sino aquello que hiere la sensibilidad de un elevado porcentaje de es-
pectadores adultos, y que por tanto las sociedades no aceptan que sea exhib~-
do públicamente. Lo pornográfico no es ahora malo ensí, sino sólo.en su exhi-
bición pública. De ahí que no se halle prohibido o condenado, sino sólo contro-
lado en su venta, distribución y difusión. El sujeto adulto es muy dueño de
adquirir pornografía libremente, pero sólo puede consumirla en privado. Por
eso nuestros códigos penales ya no castigan la pornografía. Lo que sí castigan
es el «exhibicionismo» (art. 431 del viejo CP), por las razones citadas, y !a
difusión, venta o exhibición de material pornográfico a menores de dieciséis
años o deficientes mentales (art. 432 del antiguo CP). Estas dos figuras se
corresponden directamente con al antiguo pecado de-eescándalo», y demues-
tran bien que los límites a la pornografía no se ponen ahora apelando al orden
de la naturaleza, sino al deber de no dañar a los demás, por tanto al principio
de no-maleficencia, y por extensión al de justicia".

11. LA SEXUALIDAD EN LA ÉTICA RACIONALISTA:


LA MORAL DEL VÍNCULO

Naturaleza y moralidad, que fueron unidas durante más de un milenio,


se separan en el mundo moderno. Si hay alguna característica distintiva de la
modernidad, esta es la contraposición entre lo natural y lo moral. La tesis
antigua era que lo moral era un modo de lo natural, y que por tanto los usos y
costumbres eran, o bien naturales, o bien antinaturales. Había estructuras so-
ciales y regímenes políticos naturales y otros antinaturales. En cualquiera de
los dos casos, el hombre no era la fuente del orden moral sino la naturaleza.
En el mundo antiguo y medieval el hombre no está por encima de la naturale-
za sino por debajo de ella; no es señor suyo sino su siervo o servidor. Cuando
cambió esto se inició la modernidad. Ella surge, en efecto, en el momento en

21 Así lo utiliza San Pablo, p.e, en 1 Cor 6, 18.


22 Cf. Susan M. Easton, The Problem ofPornography: Regulation and the Right toFree 5peech,
Londresy Nueva York,Routledge, 1994.

37
que el hombre se empieza a ver corno perteneciente a un orden distinto al
puramente natural; al orden moral.

. . , La característica más sobresaliente de la modernidad es, sin duda, la opo-


sicron entre naturaleza y libertad. No se trata de mera diferencia sino de radi-
cal oposición. Si antes lo moral era un modo de lo natural, ahora empieza a ser
lo opuesto. La naturaleza se rige por la necesidad; la moral, por la libertad.

Esto tuvo inmediatas y graves consecuencias. Una primera fue considerar


que la deter~inación d~ lo que es bueno o malo no viene marcada por la
naturaleza, SInOque la nene que establecer el propio hombre; o dicho de otro
modo, que la fuente de moralidad no puede buscarse fuera del ser humano
sino en ~u interi,or'. EI ser humano es la fuente de su propia moralidad. Él se da
l~ moralidad a SImls.mo. La norma moral no viene de fuera (norma heterónoma)
SInOde dentro, del intenor de uno mismo (norma autónoma). Ese interior es
la razón.

, Este modo de pensar tiene muy profundas raíces. El hombre antiguo pen-
so q~e todo .en, la nat~raleza estaba regido por el principio de teleología o
finalidad, Anstoteles dice repetidas veces que la naturaleza no hace nada en
vano: Esto quiere de~ir que la naturaleza tiene un lógos o razón interna que es
el origen de su finalidad, y que dicta lo que es bueno y lo que es malo. Este
teleologlsmo clásico se quiebra en el mundo moderno. Las razones fueron
muchas. De hecho, siempre fue un problema explicar los "desórdenes» de la
naturaleza, terremotos, cataclismos, volcanes, fuegos, enfermedades, etc. Pa-
rece como SI la naturaleza perdiera su norte, hubiera desviado su dirección.

Un fenómeno sobre el que se pensó mucho en el siglo XVII fue el de la


enfermedad. La tesis clásica fue que la salud era una propiedad natural de las
cosas, y la enfermedad una alteración preternatural o contranatural. Pero esto
f~e cada vez vi~ndose como más problemático. En la gran época de los natura-
listas, los des~r,'ptores d; especies botánicas y zoológicas, es lógico que se plan-
teara la cuestion de cual era el estatuto de las llamadas, ya desde la antigüe-
d.ad, especres morbosas. Y la tesis que comenzó a imponerse fue que las espe-
eres morbosas son tan naturales como las propias especies botánicas o zoológi-
cas. La enfermedad es natural, tan natural como la salud, o aún más. De he-
cho~ vemos ~ue la enfermedad existe en la naturaleza, cosa que no se puede
decir en el ngor de los términos de la salud.

T~do esto puso en tela de juicio la antigua tesis del finalismo de la natura-
leza. NI.la naturaleza estaba tan ordenada como parecía, ni podía confiarse en
su finalidad mterna. Más bien parece que la obligación moral del hombre era
ordenar la naturaleza. El orden de las cosas no está hecho, o al menos no está
del todo hecho, y la obligación del hombre es precisamente completarlo. El
mundo no es un ardo factus SInO un arda faciendus. El hombre no puede ya

38
verse como sujeto pasivo de la ley de la naturaleza, sino que él es el origen de
su propia ley moral, y además tiene la obligación de actuar con ella en el
mundo .

A partir de aquí se comprende cuál es la estructura de la ética moderna.


La estructura de la moralidad reside en el ser hum~no en tanto que racional.].)!
Ser racional es ser capaz de proponerse fines. La tests moderna es que la natu-
raleza no es teleológica, sino que más bien se rige por leyes estocásticas, basa-
das en el principio de ensayo y error. Pero el ser humano sí es teleológico. Ser
inteligente,ser racional, es ser capaz de proponerse fines. El ser humano no
sólo es capaz de proponerse fines, sino que tiene que proponérselos
ineludiblernente, Y en ese «tener que» reside el origen de la experiencia del
"deber», el principio de .la moralidad. El hombre vive siempre lanzado hacia
adelante, proyectando fines, los fines de sus actos. Yesos proyectos revierten
sobre él, de tal modo que sale responsable de ellos. No hay proyecto sin res-
ponsabilidad. Pues bien, esto que llamamos responsabilidad es la reversión de
los fines propuestos sobre el propio ser humano. El hombre tiene que dar cuenta
ante sí.mismo de sus propios fines. Habría que decir, por ello, que el ser huma-
no es el fin de los fines que se propone, es algo así como un fin reduplicativo,
lo que Kant llamó, 'Con frase espléndida, «fin en sí mismo». El ser humano es
fin en sí mismo. En eso consiste. la moralidad, en ser fin en sí mismo. La natu-
raleza es el orden de los no fines, lo que en el ámbito de la moralidad se van a A
llamar medios. La naturaleza es medio, y el ser humano es fin. Por eso el '(
principio básico de la moralidad en el mundo moderno no es el respeto del
orden de la naturaleza, sino el respeto de todos y cad.a uno d~ los sere~ ~uma-
nos como fines en SI mismos que son. Es el famoso imperativo categonco de
t'\,,,-
Kant. Recuérdese una de sus más conocidas.formulaciones: «Trátate a tí mis-
mo y trata a los demás nunca como simple medio sino siempre al mismo tiem-
po corno fin en sí mismo, y a la Humanidad como reino de los fines». Conviene
resaltar que el imperativo categórico no exige tratar a los seres humanos «como
fines y no corno medios» sino «como fines y no sólo como medios». Cuando yo
tomo un taxi estoy utilizando al taxista corno medio, y todos utilizamos a to-
dos continuamente como medios. Lo demás es pura moral angélica, absoluta-
mente ajena a lo que es la vida real de los seres humanos. Esto es importante
recordarlo en un terna corno el de la sexualidad, donde tan fácil es caer en las
posturas extremas: el angelismo que pide tratar al otro sólo como fin y el
bestialismo que lo reduce a puro medio. En la relación sexual el otro es siem-
pre medio de placer, etc. La moralidad no está en negar eso, sino en someterlo ) l'-f'
al principio superior de respeto alser humano. Más tarde reaparecerá el tema.

El ser humano se da los fines a sí mismo, y por eso es·«autónomo». Toda


la ética moderna está basada en el principio de autonomía. Las cosas son bue-
nas o malas en tanto respetan la autonomía de las personas, de todas y cada
una de las personas. En esto consiste lo que Kant llama la «ley moral», en

39
respetar a todos y cada uno de los seres humanos. Lo que no cumple con esa
leyes por definición inmoral y malo -.

El hombre puede actuar por motivos (lo que Kant llama «máximas de la
voluntad») acordes con esa ley moral o no. Cuando una máxima de la volun-
tad o un motivo de acción es lógicamente contradictorio con el imperativo
categórico, lo que se está infringiendo es un «deber perfecto o de justicia». Por
el contrario, cuando una máxima de la voluntad o motivo de acción no es
lógicamente contradictorio con el imperativo categórico pero sí es algo no de-
seable, entonces el deber se llama imperfecto. Kant dice que los primeros son
aquellos cuya infracción no se puede pensar, en tanto que los segundos son
aquellos cuya infracción sí se puede pensar pero no se puede querer; por tanto,
no son lógicamente contradictorios conel imperativo categórico, pero sí
éticarnenre contradictorios. Luego veremos lo que esto significa.

Eran necesarias todas estas explicaciones para establecer el contexto de


la ética moderna de la sexualidad. La ética moderna no es una ética de la
felicidad sino del deber, del derecho y del deber. Se obra éticamente cuando se
actúa por deber, produzca o no felicidad o placer. De ahí la primera consecuen-
cia: las inclinaciones intrínsecamente placenteras, como es el caso de la sexual,
son en principio sospechosas. Ellas nos ponen siempre en peligro de actuar no
por deber sino por inclinación, y por tanto inmoralmente o amoralmente. De
ahí que Kant comience expresando todo tipo de recelos hacia la actividad sexual:

Nunca puede el hombre llegar a ser un objeto de placer para otro hombre
salvo en virtud de la inclinación sexual. Aparece aquí lo que podríamos llamar
un sexto sentido por medio del cual un ser humano se convierte en un objeto
. de placer y sacia el apetito de otro. Se dice que una persona ama a otra cuan-
do siente inclinación por ésta. Cuando se quiere a otra persona por auténtico
amor a la humanidad, no entra enjuego disquisición alguna relativa a la edad
o a cualquier otra condición. Ahora bien, cuando se ama por mera inclinación
sexual no es amor lo que está en juego, sino un apetito. El amor, en tanto que
filantropía o amor a la humanidad, se traduce en afecto ysimpatía, así como
en favorecer la felicidad ajena y regocijarse con ella. Pero es obvio que quie-
nes aman a unapersona por mera inclinación sexual no lo hacen filan-
trópicamente, sino que, atendiendo únicamente a su propia dicha, sólo pien-
san en satisfacer su inclinación y apetito, sin importarles la desgracia que
puedan acarrear al otro. Quien ama por inclinación sexual convierte al ser
amado en un objeto de su apetito. Tan pronto como posee a esa persona y
sacia su apetito se desentiende de ella, al igual que se tira un limón una vez
exprimido su jugo. Es cierto que la inclinación sexual puede vincularse con la
filantropía o el amor a la humanidad, pero tomada aisladamente y en sí mis-
ma no pasa de ser un mero apeuto'".

~3 l. Kanr, Lecciones de ética, Barcelona, Crítica, 1988, pp. 203-4.

40
No es que Kant considere que toda inclinación sex~a~ es incompa.tible con la
filantropía, que es otro nombre del imperativo categ~nco. Pero SI ple,nsa que la
inclinación sexual sola o aislada es de todo punto inmoral, ~or mas que sea
atural es inmoral. Kant se halla en los antípodas del naturahs~o. Lo natural
~o sólo' no es moral, sino que con frecuencia actúa como lo que el llama mera
«condición patológica», la dimensión no huma~a y hasta ,opaca a lo
específicamente humano de los actos morales. De ahí que continué:

Como la inclinación sexual no es una inclinación que el hombre t~ng~ ha.c,ia


otro hombre en cuanto tal, sino unainclinación hacia su sexo, esta inclinación
es un principio que degrada la naturaleza humana, al a~tep~ne~ a ~~ sexo
sobre el otro y deshonrar a este último por satlsface~ dicha l~clmac\On. La
inclinación que el varón tiene hacia la mujer no.c?,nsldera a esta como u,na
persona, sino que le resultaindif~rente su ~on?lcl~~ ~; ser humano y solo
atiende a su sexo en tanto que objeto de su inclinación .

Así las cosas, el problema está en saber en qué condiciones la inclinación


sexual es compatible con la moralidad, es decir, c~n el respeto ~I ser huma.no
en tanto que tal, en su utilización como fin y no solo como medio. Como dice
Kant,

han de darse cienas condiciones, sólo bajo las cuales pueda co~nc~d~rel uso de
las facultades sexuales con la moralidad. Ha de haber un pnncipio que res-
trinja nuestra libenad en lo referente al uso de ~uestra inclinación s~xual, de
modo que ésta resulte congruente con la morahdad. Indagu~mos cuales pue-
den ser esas condiciones y este principio a los que nos refenmos. El hombre
no puede disponer de sí mismo, porque no es una C?S~', El homb~e no es una
propiedad de sí mismo. Esto supondría una contradicción. Pues solo ~n cuan-
to persona es un sujeto susceptible de poseer cosas. De ser una propiedad de
sí mismo, sería entonces una cosa. Al ser una persona, no es .una c~sa sobre la
que se pueda tener propiedad alguna. No es posible ser al mismo tiempo cosa
y persona, propiedad y propietario".

Para que el uso de la sexualid~d pueda consider~r~e mo:,al tienen que


darse, pues, ciertas condiciones. ¿Cuales? Para Kant, el vmcul~ glob~1 con la
persona, y no sólo con su cu;~o o con su s~xualidad. La sexualidad vI~cula. Y
sólo la vinculación hace legitimo el comercio sexual con otra persona.
\

La única condición bajo la que se da libertad en el uso de la inclinación sexual.


se funda en el derecho a disponer global mente de la persona. Este derecho a
disponer globalrnente de otra persona atañe tanto a su felicidad como al con-

24 l. Kant, Op. cit., p. 204. Cf. l. Kant, Metafísica de las costumbres, Madrid, Tecnos, 1989,
pp. 284-287.
251. Kant, Op. cit., p. 205.

41
~~---------------------------~------------------------------

junto de circunstancias que conciernen a la totalidad de su persona. Como es


natural, este derecho a disponer Íntegramente de la persona incluye también
el uso de los organa sexualia en orden a satisfacer la inclinación sexual. ¿Cómo
se adquiere este derecho? Pues concediendo a otro ese mismo derecho sobre
mi persona, lo que sólo tiene lugar en el matrimonio. El matrimonium es un
contrato entre dos personas, en virtud del cual ambas partes se otorgan idén-
ticos derechos, aceptando la condición de que cada uno entrega al otro toda
su persona y cobrando así cada cual pleno derecho sobre la persona íntegra
del otro. Ésta es la única manera en que la razón reconoce como posible un
commercium sexuale sin dar lugar a una degradación de la naturaleza humana
ya una vulneración de la moralidad. El matrimonio constituye, pues, la única
condición posible para el uso de la inclinación sexual. Cuando una persona se
consagra a otra no le ofrece sólo su sexo, sino toda su persona, sin disociar
ambas cosas. Cuando un ser humano entrega a otro su dicha, su desgracia, y
sus demás particularidades, de modo que tenga derecho sobre todo ello, sin
que éste haga otro tanto, tiene lugar una grave desigualdad. Pero cuando
entrego a otro toda mi persona y gano a cambio la persona del otro, entonces
me recupero a mí mismo con ello; pues darme a otro en propiedad recibién-
dolo a él como propiedad mía es tanto como recuperarme a mí mismo al
ganar a esa persona a la que me he dado en propiedad. Con ello ambas perso-
nas configuran una voluntad unitaria. Ninguna dicha o desgracia, alegría o
descontento, afectará a una de las dos sin que la otra participe en ello. Entre
los seres humanos la inclinación sexual crea un lazo de unión y sólo bajo este
vínculo se hace posible el uso de la inclinación sexual. Esta condición del uso
de la inclinación sexual, que sólo es posible en el matrimonio, es una condi-
ción de Índole moral".

La argumentación de Kant en estos párrafos es interesante. Él no ve el


matrimonio como una institución natural, sino moral. Se trata de un "vínculo" .
con el otro, no en tanto que objeto sexual sino en tanto que persona. Se trata,
piensa Kant, de un contrato moral", en el que uno «se da en propiedad" al
otro, y a la inversa. Cabe preguntarse si esta argumentación es tan coherente
como Kant piensa. Antes nos ha dicho que el hombre no es propiedad de sí
mismo, y ahora afirma que en 'el matrimonio los contrayentes se dan mutua-
mente en propiedad. No parece que el razonamiento sea del todo concluyente.
En cualquier caso, Kant añade que como consecuencia de ese vínculo «ambas
personas configuran una voluntad unitaria". Cuando esto sucede, pocos repa-
ros se pueden hacer al argumento kantiano. ¿Pero y si no sucede así? ¿y si no
configuran una voluntad unitaria? Probablemente Kant respondería que en
este caso, como en el del contrato social, una vez establecido el contrato no
está en manos de los contrayentes el poder rescindirlo. El contrato matrimo-

26 l. Kant, Op. «r., pp, 207-8.


27 Kant dice que el matrimonio es un «contrato". Actualmente el Derecho Civil no suele
considerarlo así, y las razones que aduce hacen pensar que está en lo cierto.

42
---~------~--~--~----~--~._-----~-
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nial se parecería más al contrato social que a los contratos jurídicos. Seríaun
contrato moral sin rescisión posible. O al menos, con rescisión siempre parcial.

En cualquier caso, es claro que ahora la sexualidad cobra carácter moral


no por su adecuación o no al orden de la naturaleza, sino como tipo de rela-
ción interhurnana entre personas racionales, libres y responsables. El ejercicio
de la sexualidad pone a disposición del otro el propio cuerpo, ycon ello lo más
íntimo de uno mismo. Se trata de "relaciones íntimas", Por eso tienen un gran
poder de vinculación, Es el fenómeno del amor, del enamoramiento. La sexua-
lidad va naturalmente unida al establecimiento de vínculos muy profundos, en
los que se pone en común la propia vida. Toda relación interhumana vincula,
pero hay algunas que vinculan más que otras. No vincula de igual modo la ...¡
relación filial, o la fraternal o de hermanos, que la relación de amistad, ni \
ninguna de éstas vincula igual que la relación amorosa o sexual. El vínculo \{
amoroso es, probablemente, el más profundo que existe. En él tienden a fusio- (1

narse dos vidas, ya elaborar un proyecto común. Por supuesto que ese proyec- \I'
¡ ,.i
Ir )
to 'pu~de fallar y que el vínculo puede desunirse. Por más que Kant no lo vea
aS1, ~sto parece sob~emanera claro. Pero en cualquier caso es claro que las r ,,j
rela:lones sexuales nenen, en tanto que relaciones interhurnanas, un carácter
estnctamente moral, y que su moralidad depende no de su adecuación o no al V í
orden de la naturaleza, sino del hecho de considerar y respetar al otro como
ser ~umano, es decir, como fin y no sólo como medio, dotado de dignidad y no (
precio.

Esto tiene importantes consecuencias. La primera, que la moralidad o


inmoralidad de los actos dependerá del grado de respeto o agresión que su-
pongan a la dignidad de los seres humanos, y no de su carácter natural o
antinatural. Vimos que Tomás de Aquino la masturbación era un delito mayor
que el estupro. Desde una mentalidad no naturalista la gravedad de los actos
cambia sustancialmente. Si enla perspectiva antigua el rapto y la violación o
la prostitución eran delitos menores a la masturbación o la homosexualidad
ahora suce,de exactamente. lo contrario. Los delitos mayores son aquellos qu~
atentan mas contra la dignidad del ser humano, de modo que la violación va a
c.onv:,rtirse en un acto especialmente grave. y lo mismo cabe decir de la pros-
nrucion, que en el mundo moderno, precisamente por lo dicho, cobra una
mayor gravedad moral.

. En Kant este proceso no se halla, ni mucho menos, completado. Él sigue


Juzgando la gravedad de los actos conforme a los criterios antiguos. Nadie
p.u,ede saltar por encima de su sombra, y Kam tampoco. Pero en la argumenta-
cien de Kant hay algo profundamente moderno. Se trata eje su nula referencia
al nat~ralismo. Kant. no dice que dentro del matrimonio haya actos morales o
actos inmorales en virtud de la materia del acto. La materia no define a ningún
acto como moral o Inmoral, sino la intención, el motivo de la acción, la máxi-
ma. Por tanto, no hay actos sexuales «naturalrnente-rnalos o perversos. Hay

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actos sexuales, eso sí, «intrínsecamente» malos. Estos son los que resultan lógi-
camente incompatibles con el respeto a los seres humanos. Estos pertenecen al
orden de los «deberes perfectos», y engloban 1"0 que Kant llama crimina carnis.
Kant incluye en este grupo el concubinato, el adulterio, el incesto, el onanis-
mo, la homosexualidad y la bestialidad. Su opinión es que todos ellos «contra-
dicen claramente los fines de la humanidad». Si no fuera así, no podría
considerárselos inmorales o, al menos, no podrían ser tenidos por deberes
perfectos. Y lo que está claro es que todo uso de la sexualidad que no incurre
en esos defectos es lógicamente compatible con el imperativo categórico y
puede ser móvil de la acción moral, por más que no sea excesivamente virtuo-
so. Dicho de otra manera, todos los demás deberes en orden al ejercicio de la
sexualidad han de caer dentro del ámbito de los llamados deberes imperfec-
tos, que los individuos deben gestionar privadamente.

Un problema grave que cabe plantear es si todas esas conductas sexuales


que Kant considera contrarias a los fines de la humanidad, y por tanto incom-
patibles con el respeto de los seres humanos en tanto que tales, lo son real-
. mente. Este es un problema recurrente en la obra de Kant. Aunque hace lo
posible y lo imposible por zafarse del naturalismo, al final es víctima de él. POI;"
ejemplo, no se ve por qué la homosexualidad tiene que ser siempre incompati-
ble con el respeto a los seres humanos. Y lo mismo cabría decir de otros, como
el incesto o el onanismo. Adviértase que ahora ya no los juzgamos como bue-
nos o malos por su condición más o menos natural, sino por la utilización de
los seres humanos como meros medios, o como fines y no sólo como medios. Y
se hace difícil pensar que esas conductas sexuales sean absolutamente incom-
patibles con el respeto de los seres humanos como fines y no sólo como me-
dios.

En este punto caben dos interpretaciones distintas. Una, que parece ser la
que sostuvo Kant, piensa que el respeto de los seres humanos como fines exige
no sólo que el acto esté realizado por personas competentes que actúen de
modo voluntario y libre, sino que además cumpla con ciertas condiciones obje-
tivas, es decir; que no sea en sí degradante, que resulte compatible con la
dignidad del ser humano, etc. La opinión deKant es que ciertos actos, como el
onanismo, la homosexualidad o la bestialidad, son intrínsecamente incompa-
tibles con la dignidad del ser humano. Ahora bien, ni Kant ofrece razones de
por qué esto es así, ni se pueden aducir otras que las ya barajadas por el viejo
naturalismo. De ahí que con posterioridad a Kant se haya ido imponiendo una
segunda opinión, la de que no hay ningún acto sexual que sea per se incompa-
tible con la dignidad del ser humano, siempre que se reálice entre personas
autónomas que actúan con conocimiento, voluntad y libertad; y no atenten
contra el respeto debido a los demás. En esta segunda actitud, ni el onanismo,
ni la homosexualidad ni la bestialidad son prácticas sexuales per se incompati-
bles con la dignidad del ser humano. Lo mismo cabe decir del concubinato. Y

44
las otras que cita Kant, el adulterio y el incesto, lo son en tanto lesionan víncu-
los morales contraídos con anterioridad.

Esto es lo que ha ido poniendo en claro la reflexión moderna a partir de


Kant. No hay duda que a los seres humanos hay que respetarles absolutamen-
te, y que en caso contrario se está actuando de modo inmoral. Tampoco hay
duda de que el sexo es, junto con el alimento y el dinero, el impulso que más
.fácilmente lleva a tratar a los otros como puros medios y no como fines. Pero si
se consigue vencer o al menos controlar esta inclinación, si se respeta a los
seres humanos, entonces no puede hablarse de actos intrínsecamente malos.

III. LA SEXUALIDAD EN LA ÉTICA DE LA RESPONSABIUDAD:


HACIA UNA SEXUALIDAD RESPONSABLE

El tercer gran salto en el tema de la sexualidad se produce a finales del


siglo XIX y, sobre todo, a lo largo del siglo xx. La determinación precisa del
ciclo de fertilidad femenina, primero por Kyusaku Ogino, en 1924, yen 1929
por Hermann Knaus, por Ogino y Knaus, y sobre todo la puesta a punto de los
procedimientos físicos y químicos de control de la natalidad, van a separar
definitivamente sexualidad y reproducción. A la vez, se generaliza una cultura
claramente neomaltusiana, coincidiendo con un importantísimo incremento
del bienestar económico y el nivel de vida" .. Hasta tal punto llega esto, que
adquiere categoría de ley el principio de que el desarrollo económico conlleva
siempre el control de la natalidad y la disminución drástica del número de
hijos.

Si a esto se añade el cambio en las costumbres y los valores, se compren-


de que nuestro siglo haya asistido a una auténtica "revolución sexual", en la
.que han entrado en crisis los conceptos más tradicionales sobre estas cuestio-
nes: ha descendido la edad a que comienzan las relaciones sexuales, se han
generalizado las relaciones prematrimoniales, las llamadas parejas de hecho
han puesto en crisis la propia institución matrimonial, los métodos de control
de la natalidad han tenido una aceptación masiva, especialmente entre las
mujeres, que han visto en ello un elemento importantísimo en el proceso de
liberación de la mujer, y han adquirido estatuto social y jurídico el divorcio yel
aborto.

Este cambio de perspectiva es el que ha dado lugar a la llamada «revolu-


ción sexual». Cierto que este es un fenómeno complejo y proteiforme, y que
difícilmente se puede encerrar en categorías sencillas. Pero en cualquier caso

28 Cf. John T. Noonan: Jr. Contraception: A History of its treatment by the Catholic Theologians
and Canonzsrs, Cambndge, Mass., Harvard University Press, 1986. Angus McLaren, Historia
de los anticonceptivos, Madrid, Minerva, 1993.

45
está claro que el primer y fundamental principio de la revolución sexual mo-
derna ha estado en asumir que no hay actos sexuales naturalmente buenos o
malos, que la moralidad sexual no viene dictada por la naturaleza sino por el
respeto o no de los seres humanos, es decir, de la dignidad y libertad de los
seres humanos. Hay un segundo principio. que es consecuencia de éste y que
dice que en una razón no naturalista la ética de la sexualidad no puede iden-
tificarse con la ética de la reproducción. Esta es, quizá, la más importante
consecuencia de la revolución sexual, la separación de sexualidad y reproduc-
ción. En una ética racional y autónoma, una es la función sexual y otra la
función reproductiva. No hay una ética sino dos, la ética de la sexualidad y la
ética de la reproducción. Identificarlas es, de nuevo, caer en la heteronomía y
el naturalismo. La moral sexual no puede edificarse sobre bases heterónornas,
como en la antigüedad, sino autónomas. El principio moral único y último es
el respeto del ser humano. Nada más, pero tampoco nada menos.

Los citados cambios han llevado, en algunos casos, a una cierta tri-
vialización de las relaciones sexuales. El fenómeno ha llegado a ser tan pre-
ocupante, que pronto se ha visto la necesidad de una reflexión más profunda.
En una economía basada en el Welfare y una cultura ordenada en torno a la
idea de Wellbeing, bienestar, es lógico que. las relaciones sexuales hayan sufri-
do una cierta trivialización, que además propiciaron los quimioterápicos y los
antibióticos,y el control de las llamadas enfermedades de transmisión sexual,
en especial la gonococia y la sífilis.

Las cosas comenzaron a cambiar con la aparición, a comienzos de la dé-


cada de los ochenta, de una nueva enfermedad de transmisión sexual de efec-
tos devastadores y consecuencias mortíferas, el SIDA. De nuevo aparecía el
fantasma de las enfermedades vergonzosas, producidas por transmisión sexual.
Si a esto se añade que su identificación tuvo lugar en grupos de homosexuales,
no puede extrañar que muchos volvieran la vista con nostalgia a la época del
viejo naturalismo, y que se viera en el carácter antinatural de las prácticas
homosexuales la causa de todos esos males. La sexualidad no se podía trivializar,
era el nuevo mensaje, y requería un manejo más sensato y responsable.

Y,en efecto, para el enfoque correcto de este problema era especialmente


adecuada una ética surgida ya a comienzos de nuestro siglo y desarrollada
ampliamente a todo lo largo de él, la llamada ética de la responsabilidad. Este
movimiento, iniciado por Max Weber en 1919, ha ido ganando en fuerza a
todo lo largo del siglo. La ética de la responsabilidad no es naturalista, pero
tampoco racionalista o autonomista a ultranza. Considera que el juicio moral
es más complejo que todo eso, y que el propio racionalismo fue incapaz de
comprender el fenómeno moral en toda su complejidad. Los racionalistas con-
sideraron que la sola razón eran suficiente para dar cuenta de la moralidad
humana. Nada más alejado de la realidad. El ser humano; precisamente por su
cuerpo, es un animal, un ser vivo más entre todos los de la naturaleza, yen

46
consecuencia un ser natural. Dicho de otro modo, el hombre no es un puro fin
sino también un medio; es un fin, pero no sólo un fin. Cabría decir que el ser O',
humano es medio y no sólo fin, y que la naturaleza es de algún modo fin y no i

sólo medio. No se puede jugar a la dialéctica naturalismo-racionalismo, al


modo como 'se ha venido haciendo durante siglos en .la filosofía occidental.
Ninguno de esos dos sistemas es suficiente. El hombre no es ni pura naturaleza
ni pura razón. Es ambas cosas, naturaleza y razón, ambas en-estado impuro.
Esto tiene consecuencias muy importantes. Una, la mayor, es que la razón
humana nunca se funda en sí misma, siempre tiene presupuestos externos a
ella misma. -No hay razón pura, en contra de lo que los racionalistas pensaron.
Y por ello mismo no hay juicios puramente racionales, ni los juicios de la razón
humana pueden ser nunca absolutos, inmutables, necesarios y eternos. Esos
serán los de la razón divina, pero desde luego no los de la razón humana. La
razón humana, también la razón moral, es incapaz de agotar la riqueza de la
realidad. Hay siempre un coeficiente de inadecuación entre la realidad y la
razón. Esto hace, en el caso de la ética, que los juicios y principios morales no
sean nunca del todo adecuados a las cosas, y que todo principio moral tenga,
por definición, excepciones. La ética de la responsabilidad es consciente de
esto, y considera, por eso, que el juicio moral tiene que combinar siempre
principios y consecuencias. Se trata, pues, de un juicio complejo, en el que hay
que ponderar los principios racionales, por una parte, y las consecuencias pre-
visibles, por otra. Este proceso de ponderación ambivalentees lo característico
de las éticas de la responsabilidad.

Los temas de la ética de la sexualidad pueden ser enfocados desde esta


perspectiva. Hay un canon, que esv como ya sabemos, el respeto de los seres
humanos. Este respeto se concreta, en el orden privado, en los principios éticos
de autonomía y beneficencia. Y como el ejercicio de la sexualidad es básica-
mente privado, resulta que un acto será moralmente reprobable cuando viole
,>q la autonomía de las personas o éstas no lo consideren beneficioso para ellas.
Naturalmente, este ejercicio privado y autónomo de la sexualidad tiene unos
límites, que vienen marcados por los principios de no-rnaleficencia y de justi-
cia. Por maleficentes o por injustas, consideramos inmorales todas aquellas
conductas que agreden, escandalizan, etc. a personas determinadas, sobre todo
si son menores de edad o incapaces. La violación, la agresión sexual, el acoso
sexual, el exhibicionismo y la provocación sexual, etc., son conductas moral-
mente negativas precisamente por eso.

Y es que hay ciertas conductas sexuales que parecen incompatibles con el


respeto a la dignidad de los seres humanos. Por eso están tipificadas en todos
los códigos penales, porque son deberes perfectos que deben ser cumplidos
por todos aun por la fuerza. En el recién aprobado Código Penal español se
dedica todo un título del libro segundo a tipificar los llamados «delitos contra
la libertad sexual», las agresiones sexuales, los abusos sexuales, el acoso sexual,
el exhibicionismo y la provocación sexual, ciertas conductas relacionadas con

47
la prostitución, etc. Estos serían hoy en día los deberes perfectos en materia
sexual. Todas las demás actividades relacionadas con el sexo no parece que en
principio deban considerarse absolutamente contradictorias con el principio
de respeto a las personas, y por tanto se trata de deberes imperfectos, que los
individuos particulares deberán gestionar de acuerdo con sus particulares ideas
del bien.

En consecuencia, pues, el único principio moral realmente absoluto es el


respeto de los seres humanos, de todos y cada uno de los seres humanos, y por
tanto en relación a la sexualidad, como en cualquier otro orden de la vida
moral, han de considerarse deberes perfectos aquellas máximas de acción que
son diametralmente opuestas al respeto a los seres humanos, dejando todo lo
demás a la gestión privada de los individuos, ya que se trata de deberes de los
llamados imperfectos, que cada uno ha de exigirse de acuerdo con su propio
sistema de valores e ideal de vida.

A partir de aquí puede plantearse un último problema, y es el de las exi-


gencias que deben cumplir los ordenamientos jurídicos en materia sexual. No
es infrecuente que achaquemos todos o muchos de los males de nuestra socie-
dad a la laxitud de las normas jurídicas. en materia de costumbres. La licencia
sexual habría invadido todos los ámbitos, hasta convenirse, también, en licen-
cia jurídica. Tampoco es infrecuente achacar de esta laxitud al modo como se
hacen las leyes, es decir, a los procedimientos democráticos.

Por eso considero que es importante plantearse la cuestión de qué puede


y debe exigirse al derecho. Y para ello nada mejor que empezar definiendo con
algún rigor el concepto de derecho. Por lo pronto, el derecho no es la ética, por
más que no sea del todo separable de ella. La ética trata del deber, y la ley del
derecho. Tendemos a pensar que derecho y deber son términos correlativos,
algo así como el anverso y el reverso de una moneda. Pero esto no es cierto. No
todo deber genera un derecho.

Para comprobar eso, nada mejor que acudir de nuevo a la distinción entre
deberes perfectos e imperfectos. Antes los hemos definido, siguiendo a Kant,
desde el punto de vista ético. Así, hemos dicho que deber perfecto es el que
viene directamente exigido por la ley moral, por el imperativo categórico de
respeto a los seres humanos, ya que de no ser así, la propia dignidad humana
se vería destruída. Por el contrario, los deberes imperfectos son deberes mora-
les cuyo cumplimiento no pueden exigirme los demás, ya que no van directa-
mente en contra del respeto a la dignidad humana. Precisamente por esto,
porque no van en contra del respeto que debo a la dignidad de los demás, no
generan en ellos un derecho correlativo a ser respetados. Los deberes imper-
fectos son deberes, pero que no generan un derecho correlativo en los demás
seres humanos, en tanto que los perfectos sí. Hay que afirmar, pues, que todo
deber perfecto genera un derecho correlativo en las otras personas, pero que

48
los deberes imperfectos son deberes puros, en tanto que no son fuente de dere-
chos correlativos en las otras personas.

Pues bien, a partir de aquí cabe decir que la función del derecho es tipifi-
car los deberes perfectos que todos los seres humanos tienen qul'1cumplir por
el mero hecho de serio, de ser seres humanos y miembros de una sociedad
humana, y hacérselos cumplir a todos por igual, aun con el uso de la fuerza. El
derecho no puede ni debe inmiscuirse en el ámbito de los deberes imperfectos,
sino que su función es asegurar ese marco mínimo y universal que permita que
los seres humanos lleven a cabo diferencialmente la gestión de sus propios
deberes imperfectos, es decir, sus proyectos de vida, de acuerdo con sus siste-
mas de valores y con sus ideas de perfección y felicidad. La función del dere-
cho no es hacer perfectos o felices a los seres humanos, sino asegurarlesese
marco de respeto a su dignidad que fijan los deberes perfectos, y que les va a
permitir gestionar autónoma y privadamente sus propios proyectos de vida. El
derecho no tiene por objeto hacer felices a los hombres, pero sí les debe permi-
tir la posibilidad de que sean felices.

y aquí viene la gran sorpresa. Como los proyectos de felicidad de los seres
humanos son muy varios, como no hay un solo sistema de valores, o un pro-
yecto de perfección y felicidad, sino muchos, tantos como hombres, resulta
que un deber perfecto es el respeto de la pluralidad de sistemas de valores y de
proyectos de vida. El respeto de la pluralidad de proyectos en el orden de los
deberes imperfectos es un deber perfecto. Es el deber de respeto del pluralis-
mo y de la libertad de conciencia, una novedad que los europeos aprenden,
tras siglos y siglos de guerras de religión, en los albores del mundo moderno.
Es más, la pluralidad de visiones puede afectar y de hecho afecta al propio
campo de los deberes perfectos. No está dicho en ningún lado que los deberes
perfectos puedan formularse de forma absoluta y de una vez por todas. Más
bien hay razones para pensar lo contrario. El imperativo categórico es cierta-
mente absoluto, pero debido precisamente a su carácter formal y canónico.
Cuando a partir de él intentamos formular proposiciones de contenido mate-
rial y deontológico, entonces no está tan claro que puedan tener un carácter
absoluto e intemporal. Cierto que si por deber perfecto entendemos aquél cuya
transgresión no se puede ni pensar como máxima de la voluntad, por ser lógi-
camente contradictoria con el imperativo categórico, parece que debería re-
sultar evidente para todo aquél que tuviera una mínima racionalidad y estu-
viera en el uso de la lógica. Pero de hecho las cosas no son así. Lo que a uno le.
puede parecer lógicamente contradictorio con el imperativo categórico, para
otro puede no serio. La razón no es sólo lógica sino también histórica, y"el
descubrimiento de los deberes materiales y deontológicos es a la vez una labor
lógica e histórica. Pensemos, por ejemplo, en el caso de la pena de muerte.
Desde el punto de vista lógico puede parecer hoy evidente que la máxima de
matar a otro como castigo por una transgresión cometida no resiste el contras-
te con el imperativo categórico, y que por tanto la pena capital es lógicamente

49
contradictoria y no se puede pensar dentro de un orden ético racional. A pesar
de lo cual, ha sido constante a todo lo largo de la historia de la humanidad
hasta tiempos muy recientes. Es un error pensar que los deberes perfectos
puede formularios un solo individuo sentado detrás de un escritorio y de una
vez por todas. No es verdad. Ninguna proposición empírica o sintética puede
tener carácter absoluto. Todas están atravesadas por la contingencia ontológica
de la realidad, y por la aún mayor contingencia e imperfección de nuestro
conocimiento de ella. De ahí que en el orden de los deberes perfectos se dé
también el pluralismo. Puede haber diferentes opiniones sobre los deberes
perfectos y sobre los derechos que ellos generan en las personas. Por ejemplo,
hay distintas ideas de la justicia, que es el deber perfecto por antonomasia o
paradigmático, y el concepto de justicia ha ido evolucionando a lo largo de la
historia. No podía exigirse la misma idea de justicia a un griego del siglo IV
a.C. que a un europeo de mediados del siglo XIX. De ahí que la determinación
de los deberes perfectos deba hacerse de un modo participativo y dinámico,
según el nivel de cada momento histórico y de cada grupo social. Cabe decir
más, y es que la ley kantiana de la universalización parece exigir que el catálo-
go se haga por vía de consenso entre todos los implicados, es decir, mediante
la expresión de su voluntad a través de los cauces de manifestación de lo que
en tiempo de Kant se llamaba ya la voluntad general. Con lo cual resulta que
tanto los deberes perfectos como los imperfectos están afectados por el princi-
pio del pluralismo, y que el único medio lícito y moral de establecer el catálogo
de los deberes perfectos en cada momento histórico y social es la expresión de
la voluntad de los pueblos. Y esto es el derecho, el sistema de deberes perfectos
que un pueblo se da bien directamente, bien a través de sus representantes.

Ahora es posible que se vea con claridad la especificidad del derecho, y su


diferencia respeto de la ética. El derecho se establece siempre, cuando no es
impuesto violentamente por alguien, es decir, cuando se descarta la fuerza
como procedimiento, por la vía del consenso entre los diferentes miembros de
una sociedad, y refleja por ello los deberes que ésta considera perfectos. Estos
deberes perfectos pueden no coincidir con los que un individuo considera ta-
les. Cada ser humano puede y debe preguntarse qué máximas de acción son
lógicamente contradictorias con el imperativo categórico y deben prohibirse
aun por vías coactivas. Y cuando hay discrepancia entre su catálogo y el catá-
logo aceptado por la sociedad, tiene el deber de no colaborar en ese tipo de
acciones (es la llamada cláusula de conciencia) y de persuadir a los demás de
la lógica incompatibilidad de esa máxima con el imperativo categórico. Así se
produce el avance moral de las sociedades, el progreso o el regreso moral de
sus miembros. Y precisamente porque estos deberes sobrepasan siempre el
ámbito del derecho, porque el derecho se funda siempre en el deber y acaba
siendo superado por el deber, la ética está en el origen yel final del derecho. La
ética sin derecho es inoperante, pero el derecho sin ética es ciego.

50
Así las cosas, cabe ahora preguntarse por el modo como las conductas
sexuales deben estar reguladas por el derecho. Durante muchos siglos se ha
supuesto que los deberes perfectos, aquellos que están llamados por su propia
naturaleza a tener carácter público y convenirse en derecho, venían muy cla-
ramente estipulados por la propia naturaleza, y que por tanto era necesario
sancionar penalrnente todas las conductas sexuales que desde cualquier punto
de vista parecieran antinaturales o desordenadas. Esta fue la tesis del viejo
naturalismo, para el que un alto número de conductas sexuales vendrían defi-
nidas por el propio derecho natural como inhonestas, y por tanto debían ser
prohibidas y perseguidas penal mente. Todas ellas pertenecerían al orden de
los "preceptos», que deben ser obligatorios para todos y exigibles de modo
coactivo. A la gestión privada no pueden quedar más que los «consejos», que
en materia sexual vienen a identificarse, como ya dijimos, con la abstinencia o
renuncia al sexo, es decir, con la ascética sexual. Esto es lo que el Código Penal
español, siguiendo una tradición inveterada, procedente del Derecho canóni-
co, encerraba bajo la rúbrica de «delitos contra la honestidad». Las conductas
sexuales antinaturales eran por definición deshonestas. Como ya vimos, la Ley
Orgánica 3/1989 de 21 de junio cambió ese título por el de «delitos contra la
libertad sexual», que ha pasado tambiénal nuevo Código Penal español de
1995. No es sólo un.cambio de nOmbre, sino de toda una mentalidad. No hay
conductas sexuales antinaturales, porque la naturaleza no tiene fines internos,
ni es principio de moralidad o de legalidad. Hay; sí, prácticas sexuales incom-
patibles con el imperativo de respeto a los seres humanos. Éstas son, en primer
lugar, las que se hacen en contra o al margen de la libertad y voluntad de los
individuos. Esas son las primariamente inmorales. Por supuesto, hay también
conductas que son inmorales aun asumidas libremente por el propio indivi-
duo, ya que atentan contra los derechos de otros, como pueden ser la viola-
ción, el exhibicionismo, etc. Pero cuando no se lesionan los derechos de las
demás personas y las prácticas sexuales se asumen libremente, no hay motivo
para convertirlas en delitos jurídicos ..

Esto se puede formular de otra manera, diciendo que los deberes sexuales
son perfectos sólo en el caso de que su transgresión resulte lógicamente con-
tradictoria con el imperativo categórico, lo que sucede sólo en los casos que no
se respeta a las personas como fines sino sólo como medios. En caso contrario,
todas las prácticas sexuales han de considerarse deberes imperfectos, que qui-
zá nosotros no podamos querer, pero que en cualquier caso otros sí pueden
querer y deben tener libertad para hacerla, al menos privadamente.

La sexualidad es, básicamente, un asunto privado, un deber imperfecto,


que no puede ni tiene que estar rígidamente reglamentado por el derecho.
Este lo único que puede hacer es prohibir aquellas conductas que atenten con-
tra los derechos y libertades de los demás, es decir, los deberes que sí son
perfectos, y que por tanto generan derechos en los demás, Hemos de conven-

51
------------------~~--------------------~-

cernos, y esta es la última reflexión que desearía hacer, que el ejercicio de la


sexualidad pertenece a la esfera de lo privado, más aún, de lo íntimo, y que
por tanto está protegido por el derecho a la privacidad y a la intimidad. Esta
es, quizá, una de las enseñanzas fundamentales de toda esta historia,que la
protección de la libertad sexual de los individuos, es decir, la consideración del
ejercicio sexual como algo dependiente del ámbito de los deberes imperfectos'
que cada uno tiene que gestionar individualmente de acuerdo con su sistema
de valores y su proyecto de vida, es un deber perfecto; que el respeto a la
diversidad sexual y al ejercicio libre de la sexualidad, por supuesto dentro de
ciertos límites que las sociedades tienen que establecer por consenso.res un
deber perfecto, generalmente conocido con los nombres de derecho a la inti-
midad y a la privacidad.

EPÍLOGO: LA SEXUALIDAD DEL DEFICIENTE MENTAL

De todo lo anterior se deduce que la naturaleza no diferencia sexualidad


de reproducción, pero que la razón humana sí, y que por tanto la ética tam-
bién. Una es la ética del ejercicio de la sexualidad y otra la ética de la repro-
ducción. Ni se puede afirmar que las dos se identifiquen completamente, ni
que se condicionen mutuamente. De hecho, hoy puede haber sexualidad sin
reproducción y reproducción sin sexualidad. Y salvo en los rígidos esquemas
de la mentalidad naturalista, no se puede decir que ambas situaciones sean
intrínsecamente malas.

Esta distinción es particularmente importante en el caso de la deficiencia


mental, ya que si en algún dominio se refugia el naturalismo, es en éste. El
problema del deficiente mental es que tiene un defecto mayor o menor en el
control racional de su vida, y por tanto también de su sexualidad. La sexuali-
dad del deficiente es, por ello, más natural y menos racional.

Ante tal situación, caben dos posibilidades. Una, dejar que la naturaleza
siga su curso, y que por tanto sexualidad y reproducción vayan siempre unidas
en ~l deficiente. Otra, pedir a los parientes ya la sociedad que ponga el plus de
racionalidad que le falta al deficiente, separando sexualidad de reproducción.
Hay muchas deficiencias que permiten el ejercicio de la sexualidad pero no
aconsejan el ejercicio de la reproducción. No es la misma la capacidad que es
necesana para ejercer el derecho a la sexualidad que la que precisa el ejercicio
del derecho a la reproducción. Ambos son derechos humanos, pero sin duda
distintos entre sí, y con características y exigencias distintas. Un deficiente
puede ser capaz de disfrutar del derecho a la sexualidad sin tener capacidad
para disfrutar del derecho a la reproducción. En esos casos, parece claro qué
no se }e d.ebe imp~~ir el disfrute del primer derecho, aunque sí del segundo.
De ahí la justificación moral de la esterilización de deficientes mentales cuan-
do se cumplen ciertas condiciones, como viene estableciendo el Código Penal

52
--~~--~~~~----. --- -

español a partir de la reforma del año 19~9 (a:r. 428 del v.i~jo ~~ español, arto
156 del nuevo). Allí se dice que «no sera punible la esterilización de persona
incapaz que adolezca de grave deficiencia psíquica cuando aquélla haya sido
autorizada por el Juez a petición del representante legal del ir:capaz, oído el
dictamen de dos especialistas, el Ministerio Fiscal y previa exploración del
incapaz».

Naturalmente, también hay que velar por el respeto del derecho a la re-
producción del incapaz. Esto es obvio. Pero tan obvi~ c?mo ello es qu~ l~s
condiciones para el ejercicio de ese derecho son muy distintas a las del ejerci-
cio de la sexualidad. Se trata de dos derechos distintos, que hay que analizar
separadamente. Los familiares y la sociedad (p~~ intermedi? del juez) tam-
bién tienen que tutelar el derecho a la reproducclon del deficiente, ponderan-
do cuándo lo puede ejercer libremente y cuándo no. Pero las diferencias entre
sexualidad y reproducción pueden aconsejar el respeto del derecho a la sexua-
lidad y no el del derecho a la reproducción, y por tanto la esterilización de los
deficientes mentales.

Entre el ejercicio de la sexualidad y el ejercicio de la reproducción se sitúa


el hecho del «matrimonio». La relación sexual no se identifica con el vínculo
matrimonial, ya que éste supone siempre un cierto proyecto de vida comparti-
do. El deficiente mental puede ejercer su sexualidad sin un compromiso y un
proyecto de vida compartido, pero también puede tener con su. pareja un c~er-
to compromiso (bien que limitado) y un cierto proyecto de Vida compartido
(al menos, el proyecto de vida que supone la propia deficiencia mental). Con
lo cual resulta que puede constituir un matrimonio, bien que de algún modo
deficiente.

El problema del matrimonio como institución jurídica es que casi no ha


salido del naturalismo, de tal manera que se considera como la condición ne-
cesaria y suficiente para el ejercicio' del derecho a la sexualidad y el derecho a
la reproducción. Según la teoría clásica, en efecto, la sexualidad y la reproduc-
ción deben ejercitarse siempre dentro del matrimonio, es decir, una vez esta-
blecido un compromiso total y de por vida con la otra persona. De hecho,
nuestro Código Civil exige para el matrimonio los siguientes requisitos: el «con-
sentimiento matrimonial" (art. 45), es decir, la voluntad expresa de contraer
matrimonio y las obligaciones a él inherentes, que según el Código Civil son
las siguientes: respeto y ayuda mutua (art. 67), actuar en interés de la familia
(art. 67), vivir juntos, guardarse fidelidad y socorrerse mutuamente (art. 68).
Caso de que el consentimiento matrimonial no abarcara todos est~s puntos, ~l
matrimonio sería nulo (art. 73), y caso de que hubiera consentimiento matri-
monial correcto, pero luego se revocara, el matrimonio sería anulable (art.
82). El «consentimiento matrimonial» es, pues, la condición definitoriadel
vínculo, de tal modo que cualquier defecto en él lo impide ? anula. ~l
naturalismo supone, obviamente, que los requisitos del consentImIento matn-

53
monial (respeto y ayuda mutua, actuar en interés de la familia vivir juntos
gua,rdarse fidelidad y socorr~rse mutuamente) son absolutos, de 'tal modo qu~
est.a habla?d?, de convI~enCIa, fidelidad y socorro mutuo de por vida. Cual-
qUle~ rest:iccIon anu~a.na el vínculo. De ser esto así, cabría preguntarse qué
matnrnoruo es hoy válido, no ya entre los deficientes sino entre las personas
llamadas normales.

. . La tesis naturalista de que el matrimonio es una institución absoluta e


indisoluble que exige convive~ci~, fidelidad y socorro mutuo de por vida, y
que ~~d.odefecto en el.consentl~~e.nto matrimonial hace nulo el vínculo pare-
ce difícilmente defendible. Es difícil pensar que el vínculo o es absoluto o no
existe. En principio cabría pensar en una gama indefinida de niveles de víncu-
lo, desd~ ~l más dé?il. hasta el absoluto y perpetuo. No se ve por qué siempre
ha de exigirse este ultimo, y sobre todo por qué se considera que todo ejercicio
de la sexua\¡~ad ha de conllevar necesariamente el vínculo absoluto y perpe-
tuo. Parece 10g1C~pensar que el vínculo que exige la reproducción es mucho
may~r que el eXIgld~ por el SImple ejercicio de la sexualidad, y que por tanto el
m~tnmonIo es en pnncipio la institución más adecuada para la reproducción y
cUldad.o de la prole, pero esto no puede extenderse al mero ejercicio de la
s~xua\¡dad. -: a su vez, no hay duda de que la relación sexual tiende a crear
VInculas, y VInculas profundos entre los seres humanos.

La c~nclusión que parece deducirse de todo esto es que hay distintos ni-
veles de v~nculo, y que no se ve bien por qué sólo al que es absoluto y perpetuo
se le considera matrimoniaL Todo vínculo que lleva a la convivencia fidelidad
y s.o~orro m,utuo, aun~ue quizá no de modo absoluto y permanent:, podría y
qUlza debena ser considerado matrimonial. En cuyo caso tendría perfecto sen-
tido preguntarse,por el matrimonio de los deficientes mentales, incluso de los
profun?os. Se~la un error conceptual grave, a la postre heredado del
naturalismo, dejar reducidas todas esas relaciones, como las de otros muchos
sUJe~osnormales, a meras ~niones d~ hecho. No es un azar que haya habido
que ~r concediendo a este tipo de uruones las prerrogativas propias del rnatri-
momo.

r En ~onclu~ión, pues, vemos cómo el abandono del naturalismo lleva no


solo a diferenciar sexualid,ad de reproducción sino también a plantear sobre
nuevas base~ el te~a del VInculo matrimoniaL No hay duda de que el ejercicio
de. la sexualidad yende a establecer un vínculo, y que la reproducción y el
CUIdado de los hlJ,os exigen ~n vínculo muy profundo. Tras lo dicho, parece
claro que a~bos VInculas no tienen por qué ser idénticos. Esos vínculos no son
por lo demas, naturales sino morales, y por tanto se basan en actos libres ~
resp?nsables. Ciertamente,. el vínculo sexual, y sobre todo el vínculo repro-
ductivo se explesa~ plenaríamente en forma de convivencia, fidelidad y soco-
rro m~tuo de por VIda. Per~ caben múltiples formas defectivas o imperfectas.
Es utOpICOpensar que el VInculo matrimonial ha de ser siempre absoluto, y

54
---------- ---------------

. que todo lo que no alcanza ese nivel debe quedar reducido a ser una mera
situación de hecho, no de derecho. Esto es particularmente obvio en el caso
del deficiente mental, en el que cabe un vínculo imperfecto, que debería ser
considerado no sólo como relación de hecho sino como matrimonio de de-
recho.

CONCLUSIÓN

De todo esto cabe concluir, al menos, una cosa, que la vieja teoría de los
actos contra naturam ha pasado, pienso que afortunadamente, a la historia, y
que nuestra única ley moral ha de ser el respeto al ser humano, a todos y cada
uno de los seres humanos. La sexualidad es, ciertamente, una de las dimensio-
nes de la vida en que más fácilmente se pierde ese respeto a los seres humanos,
convirtiéndolos en meros medios de placer. Los hombres somos fines y no sólo
medios, y por eso tenemos dignidad y no sólo precio. Pero no nos equivoque-
mos. Kant siempre diée que hemos de tratar a los seres humanos como fines y
no sólo como medios, no que hayamos de tratar!os sólo como fines. Decir esto
último sería ridículo, precisamente porque resulta imposible. Todos nos trata-
mos a todos como .medios. El problema no es que nos tratemos como medios,
sino que nos tratemos sólo como medios, olvidando la dignidad que nos co-
rresponde en tanto que seres humanos. En la vida sexual no hay duda de que
unos somos medios para otros. Eso no es ni moral ni inmoral, es la condición
propia del ser humano. Lo inmoral es tratar a los demás sólo como medios. De
ahí la gran consigna de la ética sexual, como en el fondo de toda ética
auténtica mente humana: a quien trata a los demás como fines y no sólo como
medios, todo lo está permitido; a quien no lo hace así, todo, sea lo que sea, le
está prohibido.

55
3
CRECIMIENTO POBLACIONAL
y DESARROLLO SOSTENIBLE

INTRODUCCIÓN

Nuestras necesidades de recursos naturales son cada vez mayores y más


complejas como consecuencia de la elevación de los niveles de población y de
producción. La naturaleza es generosa, pero al mismo tiempo frágil y de equi-
librio precario. Hay límites que no se pueden traspasar sin poner en peligro la
integridad básica del sistema. Actualmente nos encontramos al borde de mu-
chos de esos límites: debemos ser conscientes del riesgo de poner en peligro la
continuación de la vida sobre la Tierra. Más aún, la velocidad con que se están
produciendo los cambios en la utilización de los recursos no nos concede mu-
cho tiempo para prever y prevenir efectos inesperados l.

I. LA REPRODUCCIÓN BIOLÓGICA: PRINCIPIOS GENERALES

El crecimiento paradigmático es siempre «lineal". Una ciudad que au-


menta cada año en cien mil personas crece linealmente, y el empresario que
en cada ejercicio duplica sus ventas, también. El crecimiento lineal se produce
siempre que algo sufre un incremento constante por unidad de tiempo. Ahora
bien, este incremento puede ser de diversos tipos. Hay crecimientos aritméti-
cos y crecimientos geométricos o exponenciales. Este último se produce cuan-
do el incremento lineal no afecta a una parte, sino al todo. Si algo que tiene un
valor inicial de 10 crece 2 cada unidad de tiempo, decimos que su crecimiento

1 Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, Nuestro futuro común, trad.
esp.. Madrid, Alianza, 1988, p. 56, n. 23.

57
es aritmético. Por el contrario, cuando duplica su valor inicial cada unidad de
tiempo, entonces su crecimiento es geométrico o exponencial. Los dos son in-
crementos lineales, pero de condición muy distinta. Las realidades naturales y
humanas asimilan bastante bien los crecimientos aritméticos, pero no pueden
SOPOrtarpor mucho tiempo la progresión geométrica. Por eso los primeros
suelen ser fácilmente «sostenibles», en tanto que los segundos resultan siem-
pre a la pOstre «insostenibles». ,
> '

Desde hace muchos siglos se viene utilizando un famoso cuento persa


para demostrar la insosrenibilidad del incremento geométrico o exponencial.
Cuentan que un ambicioso cortesano ofreció a su rey un primoroso tablero de
élJed,reza cambio de algunos granos de trigo. En el primer cuadro del tablero
~ebla poner un grano, en el segundo el doble, dos, en el tercero el doble de
/s,. e;. decir, cuatro. Por tanto, en el cuarto debía poner ocho, en el quinto
dleclsels, en el décimo 512, en el decimoquinto 16.384, etc. El tablero de aje-
r~z tiene 64 cuadros. En el vigesimoprimero el número de granos era ya de
mas de un millón, y en el cuadragésimo la cifra llegaba ya ¡¡I billón. En ese
mo~ento el rey comprendió que no había en sus graneros trigo suficiente para
cubnr la petición de su súbdito, ya que aún le faltaban diecinueve cuadros, y la
progresión era ... iexponencialf',

. Hay otro hecho tan sorprendente o más que el anterior, y es que el creci-
miento geométrico no asusta hasta un cierto momento, y entonces ya queda
muy poco tiempo para evitar la catástrofe. En el cuento anterior, es claro que el
~? n~ se ?a cuenta de la gravedad de la situación hasta aproximadamente el
h a tngeslmonoveno, y entonces estaba ya a dos pasos de arruinarse. Este
hecho lo ilustra aún mejor una adivinanza infantil francesa de la que se ha
ablado mucho en estos últimos años, a partir de que Robert Lattes se la con-
~~ra a l~s autores del famoso infor~e del, ~Iub de Roma titulad.o The Limits of
owti¡ . En un estanque hay un lirio acuanco que nene la propiedad de dupli-
car su tamaño cada día. A esa velocidad, el lirio cubrirá toda la superficie del
~s~anque en 30 días, impidiendo cualquier otro posible tipo de vida. Como el
tno es bello y pequeño, el dueño del estanque decide no podarlo hasta que no
OCUpela mitad de la superficie del estanque, convendido de que tiempo habrá
entonces para detener su crecimiento. De este modo se despreocupa del asun-
to, en la idea de que si ha tardado veintinueve días en cubrir la mitad del
es~anque, tardará otros tantos en ocupar la otra mitad. Sin embargo esto no es
~s1. La mitad del estanque tarda 29 días en invadirla, iy la otra' sólo uno!.
d uando el dueño del estanque se da cuenta del peligro, ya no tiene casi tiempo
e reaccIOnar. Le quedan sólo algunas horas para evitar la catástrofe.

-
2
47. Cf. Dermis L Meadows, Los límites del crecimiento, trad. esp., México, FCE, 1972, pp. 45.

3 Dennis L. Meadows, Los límites del crecimiento, trad. esp., México, FCE, 1972, p. 47.

58
Pero lo sorprendente no es tanto esto, cuanto que el crecimiento
exponencial es el más propio de las realidades biológicas. Hay unos famosos
experimentos que Pearl cuenta en su libro The Biology of Population Growtli
'.' (1925), y que ilustran bien este hecho. Pearl-introdujo en una botella una
familia de la mosca más usual en los estudios genéticos, dada la velocidad de
s'u reproducción, la Drosophila melanogaster. La familia estaba compuesta p'or
los padres, a los que denominó Adán y Eva, y sus descendientes, tanto en fase
de larva como de ninfa. El espacio en.que podían desarrollarse era limitado,
pero la temperatura era correcta y el alimento abundante. Así las cosas, Pearl
se dedicó a observar el ritmo de crecimiento de esta población, convencido de
que ello le daría una idea aproximada del modo como «la naturaleza efectúa
su curso acostumbrado». Y escribe: «A su debido tiempo nacieron más chicos,
y; que mamá y papá no descuidan la más importante de las tareas y privilegios
biológicos. Algunos morirán. Otros crecerán y tendrán a su vez progenie. Fi-
nalmente, los viejos morirán, no sin antes haber reunido a su alrededor un
buen número de sus descendientes de varias generaciones». La población, pues,
se desarrolla, crece. Y cuando intenta convertirse ese crecimiento en una ecua-
ción, se ve que sigue la curvasigmoidal, lo cual quiere decir que en condicio-
nes ideales tiende a crecer geométricamente, aunque la ulterior escasez de
recursos y espacio hace que al final tenga que detener su crecimiento real, de
tal modo que la curva acaba siendo asÍntota con la horizontal, Lo cual quiere
decir cuando menos dos cosas. Primera, que las poblaciones biológicas, en
condiciones ideales de espacio y alimento, tienden a crecer geomérricamente.
Segunda, que ese ritmo no pueden soportarlo a la larga los recursos, razón por
la cual éstos acaban imponiendo límites al crecimiento. Es el famoso tema de
«los límites del crecimiento», sobre el que luego volveremos,

Pearl realizó ímprobos esfueros por demostrar que el crecimiento de la


población humana, en tanto que propio de una población biológica más, se
ajusta también a la curva sigmoidal. De ser así, se habría dado una prueba
irrefutable de la veracidad de las leyes que Robert Malthus estableció en su
Essay on the Principies of Population (1798). La primera dice que las poblacio-
nes biológicas tienden a reproducirse geométricamente, y que ni la virtud de
la castidad ni el celibato, propios de la especie humana, parece que puedan
alterar sustancialmente ese hecho. La segunda ley afirma que los recursos
materiales crecen sólo aritrnéticamente. El resultado, dice Malthus, ha de ser
por necesidad trágico. Si nacen más personas de las que pueden ser alimenta-
das, por necesidad habrán de acabar muriendo. Todo lo que exceda el creci-
miento de los recursos materiales, especialmente los alimentarías, será un ex-
cedente que la naturaleza no podrá mantener. Las consecuencias inevitables
serán la miseria y el vicio, y al final la muerte. Y añade Malthus:

La primera, la miseria, es una consecuencia absolutamente necesaria de esta


ley. El vicio es una consecuencia sumamente probable y que, por lo tanto,
abunda por todas partes, pero qúizáno deberíamos considerarlo como conse-

59
cuencia absolutamente inevitable. La verdadera prueba de la virtud está en la
resistencia a todas las tentaciones del mal",

De ahí que para Malthus los sistemas de ayuda a los pobres no deban
considerarse más que como procedimientos que prolongan la agonía de unos
seres condenados por la propia naturaleza al exterminio. Aterra leer las pági-
nas en que Robert Malthus critica las poor laws inglesas, uno de los sistemas
más clásicos de asistencia social a los pobres y necesitados".

Es probable que todos digamos para sus adentros: bien, pero es de sobra
evidente que las predicciones de Malthus no se han cumplido, y que Pearl
tampoco tenía razón cuando intentaba extrapolar sus resultados y hacerlos
válidos para la especie humana. Lo cualnc.es del todo cierto. Aceptemos que
los recursos materiales han crecido por obra de la intervención humana en
proporción superior a la que Malthus propuso en su segunda ley. Aceptemos
también que el desarrollo económico de las poblaciones humanas es inver-
samente proporcional a sus tasas de natalidad, y que por tanto el incremento
del bienestar hace disminuir la población, con lo cual tampoco se cumple del
todo la primera ley. Pero aun así, sigue habiendo un conflicto grave entre re-
cursos materiales y utilización de éstos· por parte del hombre. Los recursos
llamados renovables (plantas, anhídrido carbónico, etc.) se reciclan y crecen a
un cierto ritmo, en tanto que la apetencia de ellos por parte de los hombres
puede crecer a un ritmo mucho mayor. Puede suceder, pues, que la antítesis
señalada por Malthus siga siendo vigente, si bien ahora se da entre recursos y
consumo, y no entre alimentos y población. El resultado de este conflicto tam-
poco consiste ahora exactamente en la miseria y el vicio, sino en el deterioro
del medio ambiente, la degradación de la naturaleza, la de forestación, etc. Y
al fondo, como en tiempo de Malthus, la muerte".

Esto es lo que hoy se conoce con el nombre de «desarrollo insostenible».


Durante muchos años, como recordaba al comienzo de este trabajo, se pensó
que nunca podría darse un desarrollo insostenible. «Dinero llama a dinero»,
dice un refrán popular, y popularmente también se ha pensado que «desarrollo
genera desarrollo», de modo que el desarrollo, una vez iniciado, no tiene lími-
te. El keynesianismo tuvo la virtud de convencemos a todos de esta, al parecer,
perogrullesca verdad. Su tesis era que el consumo tira de todo el sistema eco-
nómico y genera, por tanto, riqueza. Hay una especie de feed-back o rnecanis-

4 Roben Malthus, Primer ensayo sobre la pobtación, trad. esp., Madrid, Alianza, 1966, pp.
54-s.
5 CL R. Malthus, Op. cit., pp. 216ss.
6 Cf. Archer AA, Lüttig Gw, Snezhko Il, eds, Man's Dependence on the Earth, Sturtgart,
Schweizerbart, 1987; Informe sobre el Desarrollo Mundial 1992, Desarrollo y medio am-
biente. Washington, Banco Mundial, 1992; Lester R. Brown, La situación en el mundo, Barce-
lona, Apóstrofe, 1992; Al Gore, La tierra en juego, Barcelona, Ernecé, 1992.

60
rno de realimentación en la economía, de modo que el consumo tira de la
producción, ésta genera nuevo consumo, y así indefinidamente. Keynes consi-
deró que una vez descubierto este principio la erradicación de la pobreza de.la
faz de la tierra era sólo cuestión de tiempo (y no de mucho), y además nos
transmitió a.todos ese optimismo. El mundo occidental entero creyó durante
los años 50 y 60 que el progreso no tendría ya límite, y que el desarrollo
crecería siempre de modo imparable. Hizo falta que en 1971 Sicco Mansholt
lanzara la idea del «crecimiento cero», que en el año 1972 el Club de Roma
publicara su informe The Limits of Growth, y que en 1973 se iniciara una grave
crisis económica, para que todos empezáramos a cuestionamos el supuesto,
tan ingenuo como irracional, de que el crecimiento no tenía límites. Hoyes tan
claro que los tiene, que nadie se permite cuestionar seriamente este hecho. En
19~n,los mismos autores del citado informe, Donella y Denis Meadows y Jorgen
Rangers, publicaron otro informe titulado, muy significativamente, Beyond the
Limits',

El crecimiento tiene límites, porque los tienen los recursos materiales en


que se apoya. El problema está en determinar dónde hay que ponerlos. La
primera respuesta que a cualquiera se le ocurre es que lo primero a limitar es
la población. Si ésta tiende a crecer exponencialmente, parece claro que debe
controlarse, aunque sólo sea para evitar que los excedentes poblacionales es-
tén condenados a la miseria y al exterminio. La demografía histórica nos dice
que desde hace algo más de dos siglos la población humana ha venido crecien-
do, de hecho, geométricamente, y que ese ritmo no podrá mantenerse por
tiempo indefinido. El primer límite o control a establecer es, pues, el poblacionaL

II. REPRODUCCIÓN BIOLÓGICA Y DESARROLLO HUMANO

Puesto que estamos hablando de la especie humana, además del creci-


miento biológico hemos de introducir otro factor, el desarrollo humano-El
primer y más .simple índice de desarrollo fue el PNB. Según él, los países del
Primer Mundo son aquellos con mayor bienestar y calidad de vida, en tanto
que los del Tercer Mundo, con un ingreso medio per capita que equivale al 6%
del ingreso de los países del Norte, han de tener una calidad de vida realmente
ínfima. Lo cual no es del todo cierto. Por más que goce de una renta per capita
elevadísima, un ciudadano de Nueva York puede sufrir tal cantidad de inco-
modidades (ruido, contaminación, escaso tiempo libre, etc.) que su calidad de
vida se vea muy mermada. El PNB no es buen índice de calidad de vida. Como
dicen los redactores del informe del PNUD, es posible lograr niveles de desa-
rrollo humano bastante respetables con ingresos modestos. Y recuerdan a.este

7 CL Donella H. Meadows, Dermis L. Meadows, Jorgen Randers, Beyond the limits. Post
Milis, Vermont, Chelsea Green Publishing Company, 1992.

61
\ Y
,

respecto el caso de China. Haya este respecto una anécdota muy interesante
de Gandhi. Cuando estaba a punto de lograr la independencia de la India
respecto de Gran Bretaña, alguien le preguntó si proyectaba convertir su pa-
tria en un país tan próspero como la metrópoli. A lo que Gandhi respondió: «Si
el imperio británico necesitó apropiarse de la mitad de los recursos de este
planeta a través de sus colonias, écuántos planetas necesitaría la India para
igualar ese progreso?».

En un principio se pensó que el desarrollo humano podría evaluarse por


medio del PNB. Hoy las cosas no están tan claras. De hecho, en las últimas
décadas hemos asistido al sorprendente fenómeno de ver cómo el incremento
acelerado del PNB puede provocar una degradación tal del medio natural que
haga disminuir muy sensiblemente la calidad de vida de los hombres. En los
movimientos radicales de izquierda, cada vez más relacionados con los grupos
ecologistas, al PNB se le hace sinónimo de «polución nacional bruta». De ahí
que desde 1972 se hayan venido proponiendo correcciones a ese índice. En ese
año dos economistas de la Universidad de Yale, William Nordhaus y James
Tobin construyeron un nuevo índice, el NNW (Net National Welfa re) , que
Samuelson ha rebautizado como NEW (Net Economic Welfare). Se trata de un
ajuste del PNB en el, que se tienen en cuenta como sustraendos los inconve-
nientes de la urbanización, la contaminación encubierta y los costos ecológicos,
y como sumandos la disminución de las horas de trabajo, el aumento del ocio,
etc. Estos últimos factores hacen disminuir el PNB (ya que a menor número de
horas trabajadas, menor incremento de la riqueza económica), en tanto que
aumentan el NNW, pues se supone que el ocio va seguido de satisfacciones
psíquicas y culturales que aumentan el bienestar y la calidad de vida. Por el
contrario, hay factores que rebajan el NNW repecto del PNB tradicional, y
demuestran que éste es un índice sobre- estimado, que mide los «bienes» (por
ejemplo, la producción de acero), pero no los «males» que genera la produc-
ción de esos bienes (por ejemplo, la contaminación del aire, la lluvia ácida, el
agotamiento de las reservas naturales, el derroche de energía, etc.). Natural-
mente, el NNW crece mucho más despacio que el PNB. y, naturalmente tam-
bién, llegará un momento en el que el progreso en el PNB irá seguido de una
disminución del NNW. El informe del Club de Roma titulado The Limits of
Growtli afirmó que ese momento había llegado ya o estaba a punto de
alcanzarse, de modo que a partir de ahora, habría razones muy serias para
creer que un incremento incontrolado de la producción y el consumo no debe-
rá ir seguido de un aumento parejo de la calidad de vida, sino que, muy al
contrario, hará que ésta disminuya. Según las predicciones realizadas por
Forrester en 1971, la calidad de vida del planeta habría comenzado ya a de-
gradarse, y llegaría a niveles comparables a los de 1900 hacia el año 2020. Para
que la calidad de vida mantuviera a partir de 1980 unos niveles constantes e
iguales a los de los años cincuenta de nuestro siglo serían precisas drásticas
correcciones que controlaran el aumento de la población y de la contamina-
ción y el descenso vertiginoso de los recursos naturales. Forrester estimaba

62
Y,::':'~\'

imprescindible para conseguir el equilibrio un descenso del coeficiente de na-


talidad del 30 por 100 y de los niveles de contaminación del 50 por 100, y una
reducción del consumo de los recursos naturales no renovables del 75 por
100.

De lo anterior parecería deducirse que la calidad de vida es una de las


consecuencias del desarrollo económico, social y cultural, y que el grave pro-
blema de la Humanidad está en que la población de los países subdesarrolla-
dos sea cada vez más numerosa, en tanto que la de los países desarrollados
tienda a decrecer. Pero tampoco esto es del todo cierto. El propio desarrollo
económico es una grave amenaza para la calidad de vida. Para comprobarlo
nq hay más que recordar dos prestigiosos informes. Uno es el ya citado del
Club de Roma. El otro, es el que con el nombre de Our Common Puture", ha
hecho público en 1987 el Comité Mundial del Medio Ambiente y del Desarro-
llo. Ambos llegan a una conclusión a la postre similar: que el desarrollo econó-
mico no sólo no va necesariamente acompañado de un aumento de calidad de
vida, sino que, muy al contrario, el agotamiento de las materias primas, la
contaminación de los mares, la destrucción de los bosques, la alteración dela
atmósfera, etc., pueden disminuír drásticamente la calidad de vida de los hom-
bres en las próximas décadas y comprometer la viabilidad de laespeciehuma-
na en un futuro no muy lejano. Para comprobar que ese futuro está ya muy
cerca, no hay más que reflexionar sobre algunos datos. Pensemos, por ejem-
plo, en el problema que plantea el crecimiento de la población mundial. Hace
unos años superamos la cifra mágica de los 5.000 millones de habitantes. No
sabemos el número de personas que puede albergar la Tierra. Hay quienes
piensan, como Simon y Kahn, que su capacidad es ilimitada. Otros la han
calculado en 14.000 millones de personas (Kovda) y en 7.500 (Gilland); final-
mente, algunos (Westing y Mann) creen que la capacidad de la Tierra es sólo
de 2.000 millones, de lo que se deduciría que estamos muy por encima de sus
posibilidades de sustento. Las estimaciones del proyecto Land Resources for
Populations 01 the Future, llevado a cabo por Higgins para la FAO (United Nations
Food and Agriculture Organization) yel IIASA (International Institute for Applied
Systems), indican que la agricultura en su estado actual no podrá alimentar a
más de 10.000 millones de personas (una vez y media la población global del
año 2000). Con esto no quiere decirse que durante un cierto tiempo no fuera
capaz de alimentar a bastantes más bocas. Lo que se duda es que pueda .ali-
mentarlas indefinidamente, es decir, sin una degradación de los recursos natu-
rales que disminuya el máximo de población en el futuro. A esta cifra.máxima
de población que puede alimentarse indefinidamente sin degradacióridel medio
es a lb que Kirchner, Ledec, Goodland y Drake llaman en un excelente trabajo
«capacidad de sustento» (carrying capacity). Hay técnicos que estiman la' capa-

8 Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, Nuestro futuro común, trad.
esp., Madrid, Alianza, 1988.

63
cidad de sustento de nuestro planeta en las presentes circunstancias es de
unos 10.000 millones de personas. Si tales estimaciones fueran fiables, habría
que concluir que el planeta Tierra está habitado en poco más de la mitad de su
capacidad. Pero esto tampoco es exacto. Hay fundadas razones para pensar
que con una población infinitamente menor, muchas sociedades concretas su-
peraron su capacidad real de sustento y que esto constituyó su ruina. Cuando
se traspasa ese límite, hay una sobreutilización de los recursos, que ya no
pueden reciclarse y por tanto resultan cada vez más escasos. Algo de esto se
supone que sucedió en la época final de grandes civilizaciones, como la Maya,
la Griega y la Romana. También hoy existen países que están por encima de su
capacidad de sustento. El estudio de la FAO afirma que en la actualidad sesen-
ta y cinco países (con el treinta por ciento de la población total de la humani-
dad) se hallan en esas condiciones. Por otra parte, si bien las sociedades que
no han traspasado su capacidad de sustento puden «subsistir", cuando su cre-
cimiento demográfico es muy elevado no están capacitadas para "desarrollar-
se». De ahí la necesidad de completar el concepto de «capacidad de sustento"
con el de «desarrollo sostenible" (sustainabie development). El Informe
Brundtland ha intentado definir con precisión este último término. Así como
la capacidad de sustento nos dice la cantidad de habitantes que la Tierra «pue-
de" albergar, el óptimo de población se refiere a aquella que "debe" tener, a fin
de que su vida no sea puramente vegetativa o animal, sino que goce de los
bienes de la cultura y la civilización. Según el Informe Brundtland, el óptimo
de población humana debe estar en tomo a los 6.000 millones' de habitantes,
algo que se alcanzará en no más de diez años.

La tesis mantenida por el Informe Brundtland es que subdesarrollo y


superpoblación forman un círculo vicioso que aleja cada vez más a esas socie-
dades de la meta del «desarrollo sostenible". En ellas la «cantidad de vida"
impide el logro de unos mínimos de «calidad de vida". De ahí el problema
ético. Es probable que estemos acercándonos a la cifra en que la población no
debería crecer más, manteniéndose al nivel de crecimiento cero, es decir, al de
mera reposición o reemplazo. Se estima que la población mundial del año
2000 será de 6.100 millones, y en el 2025 de 8.200 millones. Si se consigue
que en el año 2010 el nivel de natalidad haya descendido hasta la cifra de
mero reemplazamiento, entonces la población mundial se estabilizará el año
2060 en tomo a los 7.700 millones de habitantes, en tanto que si ese nivel de
reemplazamiento tarda en alcanzarse veinticinco años más, por tanto en el
2035, entonces la población se estabilizará el año 2095 en tomo a los 10.200
millones de habitantes. Y si a la tasa de natalidad de mero reemplazamiento se
llegara en el año 2065, entonces la población global en el año 2100 sería de
14.200 millones. Parece, pues, que para no superar los 10.000 millones nos
quedan menos de cincuenta años, y para estabilizar la población en unos seis
mil millones, entre diez y quince.

64
Es probable que ahora empiece a comprenderse por qué se habla tanto
desde hace años de calidad de vida, y precisamente en los países del llamado
Primer Mundo, que son quienes parece que en principio deberían estar menos
preocupados por este tema. Si se mide en términos económicos, no hay duda
de que el Primer Mundo tiene mayor calidad de vida que el Tercero. Pero su
calidad de vida puede estar también a punto de descender. En el Primer Mun-
do estamos en el punto en que quizá todo incremento adicional de cantidad
irá seguido de una disminución de la calidad. No hay crecimiento indefinido
de nada, tampoco de calidad de vida. Las curvas logísticas siempre acaban
siendo asíntotas a la horizontal, de modo que su crecimiento tiende a cero a
pesar de que lo estimulemos más y más. Sucede así que su rendimiento es
decreciente: una misma cantidad de estímulo produce cada vez menor rendi-
miento. Esta es, como se sabe, la ley que descubrió el pasado siglo el economis-
ta inglés David Ricardo, y que se conoce con el nombre de «ley de los rendi-
mientos decrecientes». El rendimiento sigue una curva logística del siguiente
tipo:

La inflexión del rendimiento se produce en el punto p, que por ello define


el «rendimiento máximo». Este punto coincide con el llamado «óptimo de
Pareto» o punto de utilidad máxima. En él se logra la proporción más ventajo-
sa posible entre estímulos y rendimientos. Hasta llegar a él, el estímulo es poco
efectivo por su baja intensidad; a partir de él, la ineficiencia está provocada
por su intensidad excesiva. Sólo en el punto óptimo se logra la máxima efica-
cia. O dicho de otro modo, sólo en él se optimizan la «cantidad" y la «calidad».

¿Cuál es ese punto? La respuesta teórica a esta cuestión es relativamente


simple'. Ese punto es el que desde comienzos de nuestro siglo en que Julius
Wolf pusiera en circulación el término, se conoce con el nombre de «óptimo de
población» (optimal population size) o «población óptima" (P). Esto es lo que
Platón 'quiso calcular para su ciudad ideal, cuando estableció que no debía
tener más de un determinado número de familias. Hoy sabemos que el punto
P ha ido variando a lo largo de la historia, ya que han variado también los
recursos económicos, que son la variable fundamental para definir la capaci-
dad de población. Los historiadores de la economía parecen coincidir en que

65
las poblaciones europeas de economía agraria han excedido durante muchos
siglos el óptimo, y esa es la razón de que padecieran graves crisis de hambre y
subsistencia que se encargaban de reducir drástica mente su población. Desde
1860 la población óptima ha aumentado considerablemente en los países de-
sarrollados, como consecuencia del aumento de la riqueza producida por la
revolución industrial. Ya en nuestro siglo, parece probado que en el Primer
Mundo el aumento de la población óptima ha sido más rápido que el aumento
de la población real. Un ejemplo típico es el de Suiza. A finales del pasado siglo
la población suiza estaba en torno a los 1,7 millones de habitantes, y la pobla-
ción óptima en torno a los 1,5 millones. Ello explica la existencia de movi-
mientos emigratorios. Por el contrario, en los años 60 la población estaba en
los cinco millones, y sin embargo se hallaba por debajo del óptimo de pobla-
ción, como lo da a entender el hecho de que la inmigración de trabajadores
extranjeros llegara a las 700.000 personas.

Hay razones para pensar que estamos atravesando en estos mismos mo-
mentos el ecuador poblacional de la tierra. Hace unos años la población del
Planeta alcanzó la cifra de cinco mil millones de seres humanos. A partir de
este punto de inflexión de la curva poblacional, parece que los aumentos de
calidad serán mucho más lentos y exigirán mayores esfuerzos. En caso contra-
rio, es decir, si los esfuerzos no progresan exponencialmente o no se frena el
ritmo de crecimiento de la población mundial, la calidad empezará a dete-
riorarse. Durante siglos, milenios, la calidad ha sido mala por la escasez de
población y exceso de recursos inexplotados. A partir de ahora, la calidad será
mala por lo contrario, es decir, por exceso de población y progresiva escasez de
recursos inexplotados. Si aquello dio lugar a la barbarie de que nos hablan los
libros de historia, esto puede originar unnuevo tipo de barbarie, de incalcula-
bles consecuencias. De ahí que Cipolla termine su libro con estas palabras: "Es
necesario actuar con urgencia para evitar que este último estado humano se
convierta en algo peor que el primero".

Cantidad de población y calidad de vida son términos que hoy resultan


antitéticos en el sentido antes descrito. Con todo, sería un error deducir de ello
que el modo de aumentar la calidad de vida es controlar, bien persuasiva bien
impositivamente, la población. Las conclusiones a las que ha llegado la Comi-
sión Mundial del Medio Ambiente han sido exactamente las contrarias: sólo
elevando la calidad de vida de las personas y las colectividades puede contro-
larse efectivamente la población. No es un azar que la máxima explosión de-
mográfica se esté produciendo en los países subdesarrollados, y por tanto con
menor calidad de vida, ni que en nuestra actualidad coincidan la máxima den-
sidad de población con la mayor densidad de pobreza de toda la historia de la
Humanidad. Como dice el Informe de la Comisión Mundial del Medio ambien-
te y del Desarrollo:

66
Actualmente hay en el mundo más gente que pasa hambre que nunc~ en la
historia de la humanidad, y su número va en aumento. En 1980,340 millones
de personas repartidas en 87 países en desarrollo no recibie:on ~I aporte sufi-
ciente de calorías para prevenir un desarrollo normal y senos nesgos de en-
fermedades. Este total era algo inferior a las cifras correspondientes a 1970
en términos de proporción de población mundial, pero en términos de cifras
totales representa un aumento del 14 por 100. Las predicciones del Banco
Mundial apuntan a que es posible que dichas cifras vayan en aumento".

De lo dicho 'se deduce que hay una cierta correlación positiva entre el
desarrollo económico, social y cultural por un lado y la calidad de vida ~or
otro, y una correlación negativa entre. población y calidad de vid~. ~l mejor
moda, pues, de equilibrar el crecimiento de la población con el crecimrento de
los recursos económicos no es frenar el desarrollo, ni establecer políticas es-
trictas de control de la natalidad, sino fomentar el desarrollo de todos los
pueblos, en especial de los menos favorecidos (que son además los de mayor~s
tasas demográficas), conforme al modelo antes citado del «desarrollo sos~elll-
ble»; un desarrollo que intenta ser responsable y no buscar tanto la cantidad
cuanto la calidad. Esto lleva a los autores del Informe citado a acuñar el con-
cepto de "nivel sostenible de población», o nivel óptimo de población (P), ade-
cuado al criterio de desarrollo sostenible. La mejor manera de controlar la
población es, pues, establecer una buena política de desarrollo sostenible. De
ahí que el Informe agregue: .

La pobreza engendra elevadas tasas de crecimiento de la población: las fami-


lias con escasos ingresos, sin empleo y sin seguridad social necesitan a los
hijos, en primer lugar, para trabajar, y más tarde para mantener a los padres
cuando son ancianos. Las medidas encaminadas a proporcionar un sustento
adecuado a los hogares pobres, establecer leyes obligatorias relativas a la edad
mínima de los niños para trabajar y prever un sistema público nacional de
seguridad social contribuirán a disminuir las tasas de natalidad. Los progra-
mas para la mejora de la salud pública y de la nutrición de los niños que
permiten disminuir las tasas de mortalidad infantil-a fin de que los padres no
necesiten un número mayor de hijos como seguro contra la mortalidad infan-
til- pueden también contribuir a reducir los niveles de natalidad".

De este modo vemos cómo tanto el control de la población como el con-


cepto de calidad de vida se hacen depender del principio general de «desarro-
llo sostenible». Él tiene por objeto la consecución de la «paz y seguridad", en
tanto que los conflictos bélicos y las economías de guerra son los ejemplos

9 Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, Nuestro futuro común, p. 51, n.
10.
la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, Nuestro futuro común, p. 136,
n.37.

67
paradigmáticos de «desarrollo no sostenible». También lo son de vida degra-
dada y sin calidad. Estos conflictos son hoy, por otra parte, más mortíferos que
nunca, razón por la cual se cobran millones de vidas humanas. Las políticas
demográficas han de optar, pnes, por un crecimiento meramente cuantitativo
de la población, basado en el modelo del desarrollo no sostenible, o por un
crecimiento demográfico basado en la calidad de vida y el desarrollo sosteni-
ble. Como dice el párrafo final del Informe, «somos unánimes en nuestra con-
vicción de que la seguridad, el bienestar y la misma supervivencia del planeta
dependen de esos cambios ya»!'.

De lo dicho se deduce que el tema del desarrollo sostenible es, probable-


mente, la máxima prioridad ética de nuestro tiempo. Es, además, una meta
hacia la que todos debemos caminar, porque ninguno la tiene ya lograda. Los
países del Primer Mundo tienen desarrollo, pero insostenible. Los del Tercero
carecen de ambas cosas. El desarrollo sostenible no consiste, pues, en que
éstos imiten las conductas de aquéllos, sino en que todos caminen hacia un
nuevo orden mundial. En este orden nos jugamos nuestro futuro. Como dice la
Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, «el desarrollo sosteni-
ble es aquél que satisface las necesidades de la generación presente sin com-
prometer la capaciad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias
necesidades». El desarrollo insostenible compromete la viabilidad de la espe-
cie humana en un futuro no muy lejano, y por tanto el futuro de la vida sobre
la Tierra. Lo cual es, sin duda, el mayor pecado concebible contra la vida y la
justicia. Quien vive tiene la obligación moral de hacer posible que las futuras
generaciones vivan también, y vivan en condiciones no peores que la suya.
Este es el punto en que bioética y política se juntan.

Hay que actuar con urgencia, pero también con ética. De aquí que el
criterio de la calidad de vida así definido tenga el carácter de principio moral.
A lo largo de la historia se han propuesto diferentes medios de control de la
población: la continencia sexual, la planificación familiar, la anticoncepción,
la esterilización, el aborto, el infanticidio. Todos ellos se han justificado siem-
pre desde criterios de calidad de vida. Cuando Platón propone el infanticidio
como modo de eliminar a los niños enfermizos y deformes, está utilizando un
criterio de calidad de vida. Es más que probable que a muchos nos parezca en
principio inaceptable. Parece que los métodos de control de la población pue-
den ordenarse de menos agresivos a más agresivos (continencia, anticoncepción,
esterilización, aborto, infanticidio), y que esta escala define también su mora-
lidad. No es concebible que puedan ponerse reparos morales a la continencia
sexual, como tampoco parece que sea posible aceptar la moralidad del infanti-
cidio. Son los extremos de una cadena de diferentes eslabones, cada uno de los

11 Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, Nuestro futuro común, p. 404,
n.126.

68
cuales comporta una gravedad moral mayor que la del anterior. No es mi obje-
tivo actual el analizar la licitud o ilicitud moral de cada uno de estos procedi-
mientos. Me basta con señalar dos cosas. Primera, que el criterio de calidad de
vida tiene un carácter teleológico o consecuencialista, y debe utilizarse siem-
pre junto con otro criterio deontológico o principialista, el del carácter absolu-
to de toda vida humana. Segunda, que si el criterio de calidad de vida no es
autónomo ni puede desligarse del que afirma el carácter absoluto de la vida
. humana, tampoco éste puede prescindir dé aquél. En los temas d~ población
que ahora nos ocupan, esto es evidente. Un aumento de población que no
tuviera en cuenta criterios de calidad de vida sería sencillamente suicida.

ID: LA DIMENSIÓN ÉTICA: DE LA SELECCIÓN NATURAL


A LA ELECCIÓN HUMANA

Desde la aparición de la sociobiología se ha repetido una y mil veces que


la ética es una consecuencia del devenir evolutivo. Como ha escrito Ayala, la
evolución ha permitido al hombre ser ético". Un filósofo español para mí espe-
cialmente querido, Xavier Zubiri, elaboró esto de un modo particularmente
acertado. Para él la función elemental de la inteligencia humana es biológica,
y tiene por objeto adaptar al hombre a su medio, hacerle viable como realidad
biológica. Los animales viven en un «medio» (que es más o menos amplio,
según el lugar del animal en la escala biológica), dentro del cual actúan por
«selección» de las respuestas adecuadas. Y una de dos, o sus facultades bioló-
gicas le permiten seleccionar las respuestas correctas, o desaparecen por in-
adaptación al medio. De este modo, sólo quedan los mejor adaptados, que por
ello mismo son también los mejor dotados.

El caso del hombre es sensiblemente distinto. En el hombre el medio se


ha ampliado tanto que ha llegado a convertirse en «mundo», de tal manera
que es la realidad como un todo el horizonte de las respuestas del hombre.
Ahora bien, en un medio así ampliado, la adaptación sólo es posible mediante
una facultad biológica nueva, cual es la inteligencia, la capacidad de aprehen-
der las cosas como realidades. Esto coloca al hombre en una situación nueva,
ya que no puede contentarse con «seleccionar» la respuesta, sino que tiene que
«elegir». En el medio se selecciona, en elmundo se elige.

Éste es para Zubiri el origen de la éticé. El animal no tiene ética, preci-


samente porque está «ajustado» a su medio. La ética surge cuando el organis-
mo biológico no está naturalmente ajustado, sino que tiene que hacer inteli-
gentemente su propio ajustamiento; tiene que ajustarse, hacer su ajustamiento.

12 Cf. Francisco J. Ayala, La naturaleza inacabada. Ensayo en tomo a Id. evolución. Barcelo-
na, Salvar, 1994_
13 Cf. Xavier Zubiri, Sobre el hombre, Madrid, Alianza, 1986, PP.,343-435.

69
En esto consiste la «[usti-ficación», en elfacere justum. El animal vive en «juste-
za» natural, en tanto que el hombre vive en «justicia» :noral..Y ~ive por razone.s
estrictamente biológicas. Sin ella, su vida como realidad biológica es imposi-
ble, inviable.

Estos planteamientos son interesantes para en~o~ar algun~s ~robl~mas


siempre mal resueltos en la literatura biológica y bioética. La sociobiologfa ha
llamado la atención sobre la importancia de las conductas «altruístas» en las
poblaciones animales, y su determinación genética. Parece que con esto s~ ha
dado una especie de golpe mortal a la ilusión del hombre de ~upenondad
respecto del animal y dominio sobre la naturaleza. El razonamlen~Q parece
. ser: si los animales tienen conductas éticas, entonces las conductas encas son
animales, y cualquier ilusión en contrario carece de fundamento.

Pero las cosas son algo más complejas. Cierto que las conductas éticas del
hombre, por ejemplo las altruístas, tienen su parangón en el mundo animal, y
por tanto obedecen a un programa genérico. Cierto que, hay ur:a¡semeJan~a
entre las conductas éticas humanas y las conductas altruístas animales. Sena
absurdo pensar otra cosa, ya que la moralidad del hombre es, como el altruísmo
animal, una conducta «adaptativa» a las situaciones. Esta semejanza no de-
muestra otra cosa que la base biológica de la ética.

Pero el que la ética tenga una base biológica no quiere decir que se reduz-
ca a ella. Y esto último lo demuestran muy bien las «diferencias» que existen
siempre entre las conductas altruístas animales y las conductas éticas huma-
nas. Es interesante comprobar cómo cuando los sociobiólogos describen las
conductas altruístas animales, siempre lo hacen con ejemplos que demuestran
cómo individuos concretos se sacrifican en beneficio de la familia o de la espe-
cie. Y se dice: esto es idéntico a lo que hacen los hombres, cuando dan su vida
por defender heroica mente su familia o su patria. Pero en realidad no es lo.
mismo, ni tan siquiera parecido. Tan no lo es, que la primera es una conducta
claramente «evolutiva» y «adaptariva», en tanto. que la segunda es «antievo-
lutiva» y «antiadaptativa»,

El ejemplo de esto lo.tenemos en el dato, bien conocido. y comentado por


los biólogos, de que la moralidad humana actúa siempre de modo antievolutivo.
La moralidad humana, por ejemplo, tiende a proteger a los débiles. Puede
afirmarse que si el principio. de la evolución es el triunfo. del más fuerte o del
mejor dotado, el principio de la ética es el triunfo del más débil o. del peor
dotado. Dawkins tiene en El gen egoísta unas páginas impresionantes sobre
esto, sobre el carácter antievolutivo de la ética. Las especies animales sacrifi-
can a los peor dotados en beneficio de los demás, en tanto que la ética humana
intenta hacer todo lo contrario. Esto también se puede expresar de otro modo,
diciendo que el altruísmo de las especies animales, su pretendida eticidad, se
rige siempre por criterios «consecuencia listas» y «utilitaristas», es decir, bus-

70
cando «el mayor bien para el mayor número», según el conocido principio de
Bentham, en tanto que la eticidad humana se rige por un principio
-deontológico» o «principialista», el de que todos los hombres son iguales y
merecen igual consideración y respeto. El primer enfoque considera a los indi-
viduos como «medios» para un fin (la permanencia de la familia o de la espe-
cie), en tanto que el segundo los considera como "fines» en sí mismos. De ahí
la conocida máxima que comenta Nozick: «utilitarismo para los animales,
kantismo para las personas» 14. De hecho, esta es la diferencia entre esos dos
mundos, el animal y el humano.

Esto nos lleva a preguntamos por cuál es la estructura de la eticidad hu-


mana, y por tanto de la bioética como disciplina. A mi modo de ver, la eticidad
parte siempre de la aceptación de dos principios, que yo llamaría el principio
de inviolabilidad y el principio de universalidad.

Principio de inviolabilidad: Todos los seres humanos son fines en sí mismos, y


deben ser tratados como tales.

Principio de universalidad: Todos los seres humanos merecen igual considera-


ción y respeto.

Estos principios, si han de ser considerados universales, es a costa de


entenderlos como meramente formales. En este mundo todo es limitado, con-
tingente. Lo es la propia Tierra, y losomos nosotros mismos. Eso es lo que hace
que en ella nada puede establecerse como absolutamente necesario. Las pro-
posiciones de contenido material son siempre contingentes, y por tanto no
tienen carácter absoluto; de ahí que todas tengan excepciones: el no matar, el
no mentir, etc., etc. Puede afirmarse sin miedo a errar que en ética todo lo
necesario y sin excepciones es meramente formal, y que lo material no es abso-
luto y tiene excepciones. A los principios formales se les llama canónicos, por-
que no mandan 'nada, aunque sí son el patrón de medida de todos los manda-
tos. Por el contrario; a las normas que mandan se las llama deontológicas.
Pues bien, lo que acabamos de afirmar es que los principios canónicos son
absolutos pero meramente formales, y los principios deontológicos son mate-
riales pero relativos.

El único absoluto ético es el ser humano. De ahí que el primer principio


de toda ética haya de ser el respeto del ser humano. La conciencia de cada uno
es fuente de moralidad. Una fuente que le obliga a llevar su vida a perfección
y felicidad. Esto es para cada uno una obligación moral. Y una obligación·
moral particular, individual y distinta de la de todos los demás. Mi proyecto de
perfección es distinto del de todos los demás, y por tanto es una obligación

14 Cf. Roben Nozick, Anarquía, Estado y Utopía, trad. esp., México, FCE, 1988, p. 52.

71
mía, pero que yo no puedo generalizar al conjunto de la sociedad. Por eso
constituye el núcleo de lo que podemos denominar la ética individual o priva-
da, la ética de uno mismo, y de los que piensan como uno.

Ahora bien, hay otro nivel moral. Además de la ética privada está la ética
pública. Todos vivimos en sociedad, y la sociedad civil tiene que tener también
una ética, la llamada ética civil. Ella es el resultado del consenso entre los
ciudadanos. Por eso las decisiones de la voluntad general una vez tomadas
están por encima de las de los individuos particulares; son' públicas, no priva-
das. El sujeto de esos deberes morales no son directamente los individuos sino
el ente público, el Estado, que además puede utilizar la fuerza para exigir su
cumplimiento por parte de los individuos concretos.

La ética de este segundo nivel está constituida por los principios de no


maleficencia, es decir, la no lesión de la vida biológica o la integridad física de
las otras personas, y el de justicia, es decir, la no discriminación de los otros en
la vida social. En este nivel todos tenemos que ser tratados iguales, si bien en
el otro, en el privado, todos somos por definición distintos.

, . La ética civil es lógico que se transforme en derecho, ya que esta es la


uruca manera de asegurar su publicidad y de poder exigir su cumplimiento
aun coactivamente. De ahí que el Código Penal sea la expresión del principio
de no maleficencia. No maleficenda es, en principio, lo que la voluntad gene-
ral ~e un pueblo considera como tal. Por ejemplo, la sociedad española ha
conSIderado dur~nte siglos que la pena de muerte no era maleficente, y hoy
pensamos que SI. Por el contrario, el aborto ha sido tenido clásicamente por
maleficente, .Yhoy la voluntad general de nuestro pueblo ha considerado que
no lo es en CIertos supuestos especialmente trágicos.

. ,!odo esto .explica la importancia ética del derecho, y por qué junto a la
bioética h~ nacido el bio.derecho. El tema del bioderecho es realmente apasio-
na.nte. ASI como en el SIglo XVII los hombres formularon por vez primera la
~nmera tabla d.e los derechos humanos, los llamados "derechos civiles y polí-
tICOS»,y en el SIglo XIX fueron descubriéndose los llamados "derechos econó-
micos, sociales y culturales», o derechos humanos de segunda generación, hoy
estamos descubriendo un nuevo tipo de derechos humanos los llamados "dere-
chos ecolÓgicos». So~ lo~ derechos de quienes hoy habi~an nuestro planeta
-y de quienes lo habitaran en el futuro- a un medio ambiente no contami-
nado, no degradado y compatible con una vida de calidad. Las Naciones Uni-
das convocaron en 1972 una Conferencia en Estocolmo dedicada al tema del
Medio Ambiente. De ella salió un documento, conocido' con el nombre de De-
claración de Estocolmo, cuyo principio primero dice así:

72
El hombre tiene el derecho fundamental a la libertad, a la igualdad y a cond~-
ciones adecuadas de vida en un medio ambiente de una calidad tal que perrru-
ta una vida de dignidad y bienestar".

En parecidos términos se expresa la Declaració~ de Nairobi .de 198~. Ba-


sándose en ambos documentos, la Comisión MundIal.del Med.lO Ambiente,
creada por mandato de la Asamblea Genera~ de las Naciones Umdas en 19~,3,
propone a la Organización de Nacione.s Umd~s que prepare una Declara~lOn
Universal sobre la protección del medio ambiente y el desarrollo sostemble.
Como contribución a ello, la citada Comis~ó.~Mundial ofrece un anteproyecto
de Declaración, que comienza por la definición de un nuevo "derecho humano
fundamental»: Es el siguiente:

Todos los seres humanos tienen el derecho fundamental a un medio ambiente


adecuado para su salud y bienestar".

De él deriva este otro:

Los Estados deberán conservar y utilizar el medio ambiente .~ los ~;cursos


naturales para beneficio de la presente y de las futuras generaciones .

El desarrollo del bioderecho es tarea urgente, ya que de él dept;nde en


buena medida el futuro de la vida en nuestro planeta. Pero. en c~a.lqUler caso
sería utópico pensar que podemos fiar todo de .l~s medid~s imposinvas y co~r-
cítivas. Si ha de lograrse un objetivo tan ambICIOSO,sera a ~osta de cambiar
profundamente los modos de pensar y los hábitos de vida. ~e.lmpone, pues, un
nuevo estilo de vida, unas nuevas costumbres, una n~ev~ etlc.a. ,Junto s?~r~ °
el bioederecho ha de estar, por ello, la bioética. El terrruno blOet~ca se u~lhzo
por vez primera, que yo sepa, el año 1970, cuando Potter publicó ~n .artJc~lo
titulado Bioethics: The Science of Survival. Este título es realm~n~e significativo
y expresa a la perfección el porqué del actual auge de esta disciplina.

Hace algunos años,en 1982, las Naciones Unidas yel Consejo de Europa
comenzaron a definir un nuevo tipo de derechos humanos, !os llam~do.s ~(dert;-
chos eco lógicos» o derechos humanos de tercer~ generacion. El ~nnclplO pn-
mero de la Declaración de Estocolmo de 1972 dice: «El hombre tiene el de.re-
cho fundamental a la libertad, a la igualdad ya condiciones adecuadas de Vida

15 Naciones Unidas, Repare of the United Nations Conference on the Huma~ Envir~n~e~!,¡
Documento NConf. 48/14/Rev. 1, capítulo 1, Nueva York, 1972; Comisión Mun la
Medio Ambiente y del Desarrollo, Nuestro futuro común, p. 389, n. 81. ,
16 Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, Nuestro futuro comun, p. 405,

~7\:omisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, Nuestro futuro común, p. 405,
n.2.

73
en un medio ambiente de una calidad tal que permita una vida de dignidad y
bienestar". Tras los derechos civiles y políticos, y los derechos económicos,
sociales y culturales, surgen otros nuevos, hasta ahora desconocidos, los dere-
chos ecológicos, basados en el criterio de «calidad de vida". Se trata de los
derechos de las futuras generaciones a encontrarse con una naturaleza no
degradada. La Comisión Mundial del Medio Ambiente recomienda en el Infor-
me antes citado a la Asamblea General de la ONU que prepare una Declara-
ción Universal sobre la protección del medio ambiente y el desarrollo sosteni-
ble, a fin de que pueda ser aprobado por todos los países miembros en un
plazo de tres a cinco años. Como punto de partida, la Comisión Mundial pre-
senta un proyecto de Declaración, que comienza definiendo como Derecho
Humano Fundamental el siguiente: «Todos los seres humanos tienen el dere-
cho fundamental a un medio ambiente adecuado para su salud y bienestar».
De él deriva como corolario esta consecuencia: «Los Estados deberán conser-
var y utilizar el medio ambiente y los recursos naturales para beneficio de la
presente y de las futuras generaciones". Es una nueva dimensión de la morali-
dad humana, hasta ahora prácticamente desconocida. Si durante siglos ha
preocupado el crecimiento cuantitativo, y en ello se depositaban las esperan-
zas para acabar con la pobreza y elevar la calidad de vida de los hombres, hoy
esta calidad de vida parece que va unida a un control racional y planificado
del crecimiento. Frente al viejo concepto de «desarrollo sin límites" o «desa-
-rrollo cuantitativo» ha surgido en estos últimos años el de «desarrollo cualita-
tivo», entendido como «desarrollo sostenible". La Comisión Mundial del Me-
dio Ambiente y del Desarrollo ha hecho de él uno de sus principios básicos:

La satisfacción de las necesidades y aspiraciones humanas es el principal


objetivo del desarrollo. En los países en desarrollo no se satisfacen las necesi-
dades esenciales -alimento, ropa, abrigo, trabajo- de gran número de perso-
nas, que tienen además legítimas aspiraciones a una mejor calidad de vida. Un
mundo en el que la pobreza y la desigualdad son endémicas será siempre
propenso a crisis eco lógicas o de otra Índole. El desarrollo sostenible requiere
la satisfacción de las necesidades básicas de todos y extiende a todos la opor-
tunidad de satisfacer sus aspiraciones a una vida mejor.

Los niveles de vida que trascienden el mínimo básico son sostenibles si los
niveles de consumo tienen en cuenta en todas partes la sostenibilidad a largo
plazo. Pero muchos de nosotros vivimos por encima de los medios
ecológicamente aceptables, por ejemplo en cuanto hace al uso de energía. Las
necesidades .conocidas están determinadas social y culturalmente, y el desa-
rrollo sostenible requiere la promoción de los valores que alienten niveles de
consumo que permanezcan dentro de los límites de lo eco lógicamente posible
ya los que todos pueden aspirar razonablemente.

. El concepto de desarrollo sostenible no es estático sino dinámico. Los


. recursos tecnológicos pueden, ciertamente, ampliar el contenido de ese con-

74
cepto, pero no debemos olvidar que también pueden restringirlo. No está di-
cho que la ciencia y la tecnología vayan a resolver todos los problemas ecológicos
y medioambientales, sin plantear otros nuevos a veces tanto o más graves. De
ahí que para la Comisión Mundial la ciencia, la tecnología y el desarrollo han
de tener unos límites, que vienen marcados por la necesidad de salvaguardar
y proteger los sistemas naturales que sostienen la vida en la Tierra: la atmósfe-
ra, las aguas, los suelos y los seres vivientes. Como dicen los redactores del
Informe, un desarrollo sostenible ha de subordinar la «cantidad de crecimien-
to" a la «calidad del crecimiento". De ahí que la ética del desarrollo sostenible
esté basada en el concepto de «calidad de vida».

El término «calidad de vida» es nuevo. No tiene más de veinte años. Sus


orígenes remotos hay que bus carlos en los métodos de control de calidad uti-
lizados en los procesos industriales. En los años treinta y cuarenta fueron po-
niéndose a punto ciertas técnicas estadísticas para determinar el nivel de cali-
dad de los productos manufacturados. El «control de calidad" pasó así a ser un
elemento básico de la política de las empresas. Poco después, los economistas
y sociólogos intentaron encontrar índices que permitieran evaluar la calidad
de la vida de los individuos humanos y de las sociedades. En principio pensa-
ron que la calidad de vida de los hombres depende de dos tipos de factores,
unos positivos (como la riqueza económica) y otros negativos (como la canti-
dad de población). Un aumento excesivo de la población disminuye la riqueza
per capita, y por tanto el bienestar y la calidad de vida. Como indicador básico
de la calidad de vida humana se eligió el producto nacional bruto (PNB), o
índice de riqueza de las naciones. Pueblos con elevado PNB han de gozar, en
principio, de gran bienestar, en tanto que las sociedades con pequeña renta
por habitante se considera que poseen escaso bienestar, es decir, poca calidad
de vida.

Estas ideas entraron en política de la mano de John E Kennedy y Lyndon


B. Johnson, y fueron las que sirvieron para diseñar sus respectivos programas,
la «Nueva Frontera» (New Frontier) y la «Gran Sociedad" (Great Society). Un
colaborador de Johnson lo expresó de la Siguiente manera:

La tarea de la Gran Sociedad está en asegurar a nuestro pueblo el clima, las


capacidades y las estructuras sociales que le darán oportunidad de perseguir
su felicidad individual. Por ello, la Gran Sociedad no se preocupa con el cuán-
to, sino con el cómo de bueno; no con la cantidad de bienes (quantity of.
goods) , sino con la calidad de nuestras vidas (quality of OUT lives)»,

rv ÉTICA DEL CONTROL DE NATALIDAD

Lo primero que hay que decir es que el control de la natalidad ha existido


siempre. La naturaleza ha controlado las poblaciones animales. En el hombre

7S
no es un mero hecho natural sino cultural. La cultura es la conversión de los
recursos naturales en posibilidades históricas. Una de esas posibilidades es la
capacidad de subsistir, controlando el incremento de la población.

Este control puede hacerse de varios modos. Uno es el coercitivo. Esta es


la que se ha puesto en práctica en ciertas partes del mundo. Su lema es: el fin
justifica los medios, y por tanto hemos de controlar la población aun a Costa de
constreñir la libertad. Así ha actuado, por ejemplo, China. En los países occi-
dentales se ha pensado, por el contrario, que tal coacción es contraria a los
d.e,rechos hU,manos, y que ~or ello es preferible un modo de controlar la pobla-
cion ?e caracter voluntario. Hay uno tremendamente efectivo, el desarrollo
econorruco, Es un hecho que cuando un país se desarrolla, inmediatamente
descien~e la natalidad. El. caso español es muy signíficatívo a este respecto.
Ahora bien, el desarrollo tiene sus propios peligros eco lógicos. De hecho, él es
el causante de gran parte de la degradación del medio natural y del consumo
desmed~do de materias primas no renovables, Para evitar esta paradoja, los
economistas han puesto a punto el concepto de «desarrollo sostenible». Hace
falta i;upleme.ntar u,n nu~vo t~po de desarrollo que no sea salvaje o insosteni-
ble. Solo rr:edIante el s~ra posible e~doble objetivo de disminuir la natalidad y
a la vez evitar un detenoro irreversible del medio ambiente. Esta es la tesis de
laFAO y de la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo.

~Igo que suele provocar un rechazo visceral, es el hecho de que el Banco


Mundial supedite a veces ayudas al desarrollo a las políticas del control de la
natalidad. Si, como se dice, el desarrollo controla por sí solo la natalidad
épara qué exigir como condición el control de la natalidad a las ayudas econó-
micas al desarrollo? Por otra parte, lo que se intenta con esas políticas no es
pro~over el ?esarrollo sostenible, sino salir del subdesarrollo mediante las
poh~lcas propias del desarrollo insostenible. ¿Hasta qué punto es esto correc-
to? éHasta qué punto es lícito?

, No puede extra~~r, que en estas circunstancias, surjan voces muy críticas


ant.e las actuales políticas de control de la población. Las hay meramente indi-
cativas, como la de la Com~sión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo,
y las hay claramente coactivas, como la que se ha venido aplicando en China.
Pero hay otr~s muchas que se hallan en el medio, como son las actuaciones del
Ba~coMundl~1. ~ es~as últimas se las podría llamar imperativas, para distin-
guirlas de, las indicatívas y las coactivas.

Son estas polít!~as que hemos denominado imperativas las que provocan
~na enorme discusión ~ un profundo rechazo. Evidentemente, las políticas
coacnvas lo provocan mas y mayor, pero eso no es objeto de discusión o polé _
mIca La l ,. , ,. ,J
.po,emlca esta, sobre todo, en las políticas Imperativas. Por eso es en
las 9u~, nss.vamos a ?etener ahora. Quiero añadir que también hay una cierta
polerl1!caen las políticas indicativas, pero de tono menor. Lo analizaré al final.
Las políticas imperativas están representadas paradigmáticamente por la
del Banco Mundial, al supeditar los créditos al desarrollo al establecimiento de
0--, políticas de control de la natalidad.

Frente a esa tesis, que como la anterior sigue partiendo de la idea de que
es urgente impedir que la población humana siga creciendo, han surgido críti-
.. cos acervos, Estos parten del principio de que no sabemos exactamente qué es
«superpoblación» en nuestro planeta, ni cuándo está justificado tomar medi-
das drásticas. Para quienes así piensan, toda la argumentación de los organis-
mos antes citados se basa en premisas puramente ideológicas, que no vienen
exigidas por los puros hechos. Un ejemplo insigne y muy riguroso de este modo
de pensar lo tenemos en el libro de Jacqueline Kasun, The War Against
population: The Economics and Ideology of Population Control (1988). Esta es
también la postura mantenida en las Conferencias Internacionales sobre Po-
blación por los delegados del Vaticano. ¿Quién puede predecir cuántas bocas
podrá alimentar la Tierra dentro de cincuenta o cien años? ¿Acaso no han
resultado fallidas todas las predicciones hechas con anterioridad, incluída la
de Malthus? ¿Cómo saber con antelación los descubrimientos científicos que
van a realizarse en los próximos cien años, y que pueden quizá acabar con el
hambre en el mundo para siempre? ¿Acaso en estos últimos meses no hemos
asistido, atónitos, a la noticia de fusión fría, y con ella a la posibilidad de
acabar de una vez por todas con el problema energético? ¿Qué sucedería si
fuera posible realizar la función cIorofílica en el laboratorio? No lo sabemos, y
por tanto es imposible hacer predicciones racionales sobre lo que sucederá en
el futuro.

Así las cosas, parecería que no es posible una solución racional del con-
flicto, y que por ello el tema debe considerarse a la postre irresoluble. Pero esta
conclusión no se deduce de las premisas. Realmente, lo único que se deduce de
ellas es, como sugiere Rafael de Asís Roig, que no parecen «acertadas aquellas
teorías que solucionan este problema proponiendo una actuación de los parti-
cipantes previsora de los deseos de las nuevas generaciones o conocedora de
las proposiciones mejores para su desenvolvimiento. Entiendo que estas teo-
rías no tienen en cuenta la evolución histórica, cultural, etcétera ..., y propug-
nan un decisionismo en el ámbito moral contrario a la libertad y tolerancia».

La inteligencia del ser humano le permitirá resolver este problema com-


paginando estabilidad biológica con dignidad ética. Todos terminaremos por
aceptar tanto la paternidad responsable como la utilización responsable de la
naturaleza. Y entenderemos también que es necesario llegar a consensuar cri-
terios mínimos que hagan posible y digna la vida futura del hombre sobre la
Tierra.

77
4
ÉTICA Y REGULACIÓN DE LA NATALIDAD

INTRODUCCIÓN

En la escolástica medieval era frecuente plantearse dos cuestiones distin-


tas a propósito de cualquier cosa. Una primera es la llamada 'quaestio facti, la
pregunta por el hecho en sí, su estudio preciso. Sólo después tiene sentido
preguntarse por la quaestio iuris, no por lo que el hecho es sino por lo que debe
ser. Esto es particularmente importante cuando se intenta estudiar un proble-
ma ético. Nunca puede abordarse éste directamente, sin un previo análisis
minucioso de los hechos.

Esto es lo que intentaremos hacer en las páginas siguientes. En primer


lugar estudiaremos el problema del control de la natalidad como hecho, y en
segundo la ética del control de natalidad, es decir, las condiciones que debe
cumplir para que pueda considerarse correcto.

I. LA QUAESTIO FACTI: EL CONTROL POBLACIONAL


COMO HECHO

Existe la creencia, a todas luces errónea, de que el terna del control


poblacional es reciente. No es cierto. Las poblaciones vivas siempre han tenido
que ajustar su crecimiento a ciertos límites, establecidos tanto por la naturale-
za como por la cultura humana. Lo único que puede considerarse nuevo es el
control del crecimiento poblacional por parte del hombre, y por tanto el paso
de los mecanismos de control desde la naturaleza al ser humano. El control
natural ha cedido el paso a otro tipo que en el rigor de los términos debe
denominarse moral. En el capítulo anterior ya analizamos las razones de este
control.

79
,Toda población está sometida a mecanismos de control, que establecen
sus límites. Los mecanismos de control son de dos tipos. Unos actúan provo-
cando la m,uerte de aquellos especímenes que no pueden seguir subsistiendo.
y otros actuan en el ongen de la vida, restringiendo los índices de natalidad. O
dicho en otros términos, el control de la población se realiza siempre, bien
controlando la mortalidad, bien Controlando la natalidad, o por la conjunción
de ambos factores. Pues bien, según el modo como se articulen estos factores
surgirán diferentes regímenes de población o regímenes demográficos. Gene:
ralrnenre se distinguen tres, el régimen demográfico antiguo, el de transición o
moderno, y el llamado régimen estacionario.

. La distri?ución de las poblaciones, en efecto, tiende a ser piramidal. Si en


el eje de abscisas de unas coordenadas cartesianas colocamos el porcentaje de
población, reservando una rama para los varones y otra para las hembras, yen
el d~ las ordenadas las edades, de menos a más, veremos que la población se
distribuye naturalmente, por las razones ya estudiadas en el epígrafe anterior
en forma de ~os triángulos rectángulos, que unidos entre sí forman una pirámide
de base m~enor; es decir, las edades inferiores serán siempre las más numero-
sas, las mas pobladas, y las edades superiores las menos pobladas. Teórica-
ment~ entre cada generación, es decir, cada veinte o treinta años, la población
deben~ progresar g~ométricamente, según ya hemos visto. Sin embargo, en
las s?cledades tradicionales esto no es así, porque las altas tasas de natalidad
coexisten con altas tasas de mortalidad. Esa mortalidad se ceba sobre todo en
I~s ,re~ién ~a~idos y las ed~des más jóvenes, y en los viejos. De ahí que la
pirámide clásica se caractence por ser de base muy estrecha (muchísimo más
es~r~cha de lo que .exigiría .la progresión geométrica). En este régimen derno-
gráfico la expectativa m~dla de vida al n~cimiento, además, es muy baja, lo
cual demuestra que la mitad de la población muere en edades muy tempranas
. entre los 25 y los 30 años. '

Con esto t~nem~s caracterizado el «régimen demográfico antiguo", aquél


q.u,e~e exte~dl~, segun parece, desde la revolución neolítica hasta la revolu-
cion industrial . Sus tres características principales son un gran índice de na-
talI~a~, una elevada tasa de mortalidad y una expectativa media de vida al
n~clmlento muy reducida. La mortalidad no estuvo sólo producida, como se
dice generalmente, por el hambre, la enfermedad, etc., sino también por cau-
sas dlrecta~ente humanas, como s~n la estructura social, el sistema de propie-
dad de la tierra,. ,el derroche propio de las clases superiores, etc. Las cifras
bruta.s de población fueron siempre la resultante entre el factor positivo de la
natalidad y lo~ factores negativos citados, tanto naturales como morales o
humanos. Al final, el balance fue levemente positivo, es decir, la natalidad

Cf. Jacques Vallin. La población mundial, Madrid, Alianza, 1995, pp. 65-67.

80
- __ o - _

superó a la mortalidad, lo que dio como resultado un crecimiento, bien que


leve, de la población mundial.

Esta tendencia se altera al producirse el fenómeno conocido en demogra-


fía con el nombre de «transición demográfica», término acuñado por Adolphe
Landry en 1934l. Se trata de la transición del régimen demográfico de la ele-
vada natalidad, elevada mortalidad y corta vida media al nacimiento, a otro
régimen demográfico de baja natalidad, baja mortalidad y expectativa larga
de vida media al nacimiento. Esta transición es un fenómeno complejo, entre
otras cosas porque nunca coinciden la disminución de la natalidad con la dis-
minución de la mortalidad. Hay un hecho perfectamente conocido, yes que
primero desciende la mortalidad, y sólo después la natalidad. Esto pasó en
Europa a partir de 17503, Yesto ha pasado en los países en vías de desarrollo
a partir de 1920-19504. La transición demográfica consiste precisamente en
esto, en la asociación de altas cifras de natalidad con bajas cifras de mortali-
dad y vida media larga. El resultado de este fenómeno es lo que se conoce con
el nombre de «explosión demográfica". Es obvio que si coexisten altas cifras de
natalidad con bajas cifras de mortalidad, la población crecerá muy deprisa,
quizá geométricamente. Esto es lo que ha pasado en Europa el! los dos últimos
siglos, y en el mundo en los últimos ochenta años'. Aquí es donde se dan de
modo casi perfecto las condiciones ideales descritas por Pearl. Por eso la pro-
gresión es geométrica. Esto hace que ahora la pirámide se caracterice por te-
ner una base muchísimo más amplia, y también una altura mayor. No en vano
lo primero -y casi lo único- que ha conseguido la medicina ha sido controlar las
enfermedades infantojuveniles. Esto es lo que ha aumentado la base de la
pirámide hasta límites antes insospechados. Esto es también lo que ha aumen-
tado espectacularmente la expectativa media de vida al nacimiento. Si la ex-
pectativa media de vida se mide no al nacimiento, sino a los cuarenta o cin-
cuenta años, entonces se ve que el aumento de la vida media es mucho menor,
casi anecdótico.

Mientras que la transición demográfica se fue imponiendo en Europa len-


tamente a lo largo de al menos cien años, en los países en desarrollo ha llegado
abruptamente, como consecuencia de la irrupción de la nueva medicina. Esto
ha producido desajustes gravísimos, que le llevan a decir a Cipolla lo siguiente:

Hoy día somos testigos de un fenómeno nuevo e interesante. Después de


adquirir la capacidad técnica para controlar las enfermedades, las sociedades
industrializadas sintieron y siguen sientiendo el impulso humanitario de brin-

Cf. J. Vallin. Op. cii., p. 84.


Cf. J. Vallin, Op. cu., pp. 67-74; Thomas McKeown y C.R. Lowe, Introducción a la medici-
na social, México, Siglo XXI, 1989.
4 Cf. J. Vallin, Op. cit.. pp. 74·79.
Cf. C. M. Cipolla, Op. cit., pp. 109-114.

81
dar asistencia médica a las sociedades que básicamente todavía son agrícolas.
Las consecuencias de tal impulso han sido horribles. El descenso repentino
del índice de mortalidad, unido al hecho de que algunos países de los llama-
dos 'subdesarrollados' no están preparados para los cambios culturales que
comporta la Revolución Industrial (especialmente en lo que respecta al con-
trol de la natalidad), ocasiona un dramático ensanchamiento del 'vacío demo-
gráfico'[ ...] Debido al elevado índice de crecimiento demográfico, se hace
difícil la 'industrialización'. Como no hay 'industrialización', los índices de
natalidad y de crecimiento demográfico permanecen altos'.

La transición demográfica puede convertirse en ciertas circunstancias en una


verdadera trampa.

Hay quien considera que el nombre de transición demográfica no es co-


rrecto, y que las bajas cifras de mortalidad y altas de natalidad definen el
«régimen demográfico moderno», frente al antiguo o clásico. Los que así pien-
san se autodenominan a sí mismos «natalistas», Por el contrario, los «neo-
rnalthusianos» consideran que la disminución de la mortalidad y el aumento
de la vida media trae como consecuencia la disminución de la natalidad. La
transición demográfica finalizaría, pues, en el momento en que se equilibra-
ran mortalidad y natalidad, ambas en un nivel bajo. Esta sería la estructura
propia del régimen demográfico futuro, cuya representación ideal ya no sería
la pirámide sino el rectángulo. Quiere esto decir que la inmensa mayoría de
los nacidos llegarán a la edad de la vejez, y que habrá un equilibrio entre
natalidad y mortalidad. Es lo que en demografía se conoce con el nombre de
«población estacionaria»? Hacia él se camina, sin duda alguna. Como escribe
Cipolla, «no importan los progresos tecnológicos que nos traiga el futuro, a la
larga o bien bajará la fertilidad o subirá la mortalidad. Hay que alcanzar el
equilibrio-s, Lo cual no significa que el estado estacionario sea el objetivo
único y último, o que deba conseguirse a la vez en todos los países. Hay luga-
res donde se hallan lejos del estado estacionario, porque la relación entre po-
blación y recursos no es todavía la óptima. Pero en otros lugares el punto
óptimo ya se ha sobrepasado. Lo cual demuestra la importancia de las políticas
de población, que utilizando procedimientos lícitos, sepan compaginar la li-
bertad individual con el bien común. Este es el gran tema que hoy tiene plan-
teada la demografía. Y que aún no ha conseguido manejar de modo adecuado.

11. LA QUAESTIO IURIS: LA ÉTICA DEL CONTROL POBLACIONAL

Una vez analizado el «qué", que hay control de poblaciones, que es inevi-
table, natural y cultural mente inevitable, debemos plantear el segundo tema,

C.M. Cipolla, Op. cu., pp. 111-114.


CI".J. Vallin, Op. cir., p. 107.
C.M. Cipolla, Op. cit, p. 114.

82
--------

el del «cómo»: cómo controlar racional y humanamente la población. Si du-


rante muchos siglos los mecanismos de control han sido estrictamente natura-
les, ahora han comenzado a ser culturales o humanos; es decir, morales. Y la
cuestión es, entonces, cómo «debe» hacerse el control poblacional a fin de que
pueda resultar éticamente aceptable",

El tema preocupó desde los mismos orígenes del estudio de las poblacio-
nes. Uno de los primeros intentos de plantearse en serio esta cuestión es el que
realizó el sacerdote anglicano Robert Malthus en su Essay on the Principies oi
Population (1798). En el capítulo anterior ya tratamos este tema, así como los
conceptos «capacidad de sustento», «óptimo de población» y «desarrollo soste-
nible», que economistas y demógrafos posteriores a Malthus han intentado
definir.

El crecimiento tiene límites, porque los tienen los recursos materiales en


que se apoya. El problema está en determinar dónde hay que ponerlos. La
primera respuesta que a cualquiera se le 'ocurre es que lo primero a limitar es
la población. Si ésta tiende a crecer exponencialmente, parece claro que debe
controlarse, aunque sólo sea para evitar que los excedentes poblacionales es-
tén condenados a la miseria y al exterminio. La demografía histórica nos dice
que desde hace algo más de dos siglos la población humana ha venido crecien-
do, de hecho, geométricamente, y que ese ritmo no podrá mantenerse por
tiempo indefinido. El primer límite o control a establecer es, pues, el poblacional.
El desarrollo sostenible parece que exige algún tipo de población estacionaria,
si no a corto, al menos a largo plazo.

y aquí es donde comienzan los problemas. Porque si esto es así, resulta


obvio que deben establecerse políticas poblacionales, no sólo dentro de cada
país, sino sobre todo en el orden internacional. ¿Cómo hacer esto?

Los intentos son bien conocidos. Desde finales de los años cincuenta, los
países industrializados, y en particular los Estados Unidos, comenzaron a pro-
mover políticas de control de la natalidad en los países en desarrollo. La tesis
fue que sin políticas de control de la fecundidad no habría ayudas al desarro-
llo. Los programas de planificación familiar se pusieron en marcha primera-
mente en países fuertemente dependientes de los Estados Unidos (Puerto Rico,
Taiwan, Corea del Sur), y después en otros muchos en el área de influencia
americana (India, Filipinas, Tailandia, Indonesia, Túnez, Egipto y América

La verdad es que los mecanismos de control de la natalidad nunca han sido meramente
naturales en el ser humano. Cf.Alfred Sauvy, Hélene Bergues, M. Riquet, Historia del control
de nacimientos, Barcelona, Península, 1972; John T. Noonnan, Jr., Contraception: A History
o/ lts Treatment by the Catholic Theologians and Canonists. Cambridge, Mass, The Belknap
Press, 1986; Angus McLaren, Historia de los anticonceptivos, Madrid, Minerva, 1993.

83
Latina). El resultado fue por lo general muy desalentador, no sólo por los mé-
todos utilizados, sino también por el rechazo que produjeron en la población.
Las políticas neomalthusianas fueron asociadas al imperialismo yankee, y frente
. a ellas los movimientos de liberación nacional opusieron otras decididamente
poblacionistas y antimalthusianas.

A principios de los años setenta aparece un nuevo factor. Los organismos


internacionales dependientes de las Naciones Unidas, como la OMS, la FAO y
la UNESCO, hasta entonces no beligerantes, empiezan a promover programas
de control poblacional. En 1974 las Naciones Unidas organizan en Bucarest la
Primera Conferencia Mundial sobre Población 10. Allí se hizo patente la dialéc-
tica entre el neomalthusianismo de los países ricos y el antimalthusianismo de
un gran número de países pobres. «Perú rechazaba la 'fábula' de la degrada-
ción de los recursos y de los sistemas ecológicos ... Tanzania, presa de grandes
dificultades económicas, afirmaba que el crecimiento de la población era una
'ventaja para el desarrollo'. Finalmente, para Senegallas cosas estaban claras:
'Áfríca debe elegir el desarrollo hoy y -quizás- la píldora mañana'. Pero, entre
todas las delegaciones del Tercer Mundo, Argelia subió a primer plano para
denunciar el imperialismo americano disimulado tras la generosidad anti-
conceptiva del tío Sam"ll.

A partir de posiciones tan encontradas, acabaría por hallarse un punto de


sano equilibrio, que es el que se plasmó en el "plan mundial de actuación»,
aprobado en Bucarest al final de la conferencia. Este plan partía de una doble
evidencia: que no se podía resolver el problema demográfico sin desarrollo
económico, ya la inversa, que salir del subdesarrollo exigía también controlar
el problema demográfico. Había, pues, que progresar en ambos frentes a la
vez. Este punto es hoy un lugar común: incremento del desarrollo económico
y disminución de las cifras de natalidad van parejos y deben tratarse unita-
riamente ".

Diez años después, en 1984, las Naciones Unidas convocaron una segun-
da conferencia en México, esta vez a petición de los países en desarrollo!".
Ahora eran éstos los que pedían el control poblacional, y la Norteamérica de
Reagan la que desvinculaba demografía de desarrollo. En México se lograron
tres metas muy importantes: primera, convencer a los países en desarrollo que
las políticas de control de la natalidad no son un arma en manos del imperia-

ID Cf Relación de la Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la Población. Bucarest,


19-30 de agosto 1974. Nueva York, Naciones Unidas, 1975.
11 J. Vallin, Op. cit., p. 115,
12 Cf J. Vallin, Op. cit., pp. 114-117.
13 Cf Declaración de México sobre la población y el desarrollo. Relación de la Conferencia
Internacional sobre la Población, 1984. Nueva York, Naciones Unidas, 1984.

84
lismo y los intereses de la burguesía; segundo, desec.har elabort~ como medio
de control de la natalidad; y tercero, rechazar todo sistema coactivo de control
de natalidad.

En la tercera conferencia internacional de Población y Desarrollo, cele-


brada en El Cairo en 1994, la convergencia de puntos de vista entre los países
desarrollados y los en desarrollo fue prácticamente total. Todos convenían en
aceptar el control de la natalidad como un factor fundamen~a~ en orden a
conseguir el objetivo del desarrollo sostenible. Los problemas V1m.e,rond~ otro
lado, de ciertos grupos religiosos, y más en concreto de la del~ga~;on vancana,
que mantuvo tesis estrictamente natalistas, y que al final consiguio el apoyo de
ciertos países latinoamericanos y musulmanes. De todos modos, el pr?g~ama
d~ acción para los próximos veinte años, que fue aprobado ~or unamm~dad,
incluye entre sus recomendaciones -rnás de mil- el hacer accesible la pl~mfica-
ción familiar a todo el mundo antes del año 2015. El control voluntano de la
natalidad se considera, pues, imprescindible, por más que siga el desacuerdo
sobre los métodos.

A la altura de 1994 parece, pues, logrado un consenso general en torno a


dos cuestiones. Primera, que el control de la natalidad es necesario. Y segun-
da, que no puede ser 'impuesto sino gestionado libremente por los individuos y
las parejas.

Sin embargo, subsisten ciertos problemas morales. Cuando menos, dos,


el de cuál puede ser la función del Estado en el control de la natalidad, y el de
qué métodos son los que se pueden considerar morales o lícitos.

El primero es el tema origen de todas las discusiones actuales. Existen dos


posturas enfrentadas. Una afirma la existencia de unos principios r;t0rales .de
ley natural, con contenido absoluto, y que por tanto tienen cate gana supenor
a la de la ley positiva de los Estados, razón por la cual deben informar toda ley
positiva, so pena de que ésta pierda su legitimidad. Los Estados, pues, han,de
aceptar en sus legislaciones los principios de ley natural, y de no ha~erlo aSI se
convierten en ilegítimos". La otra postura considera, por el contrano, que los
derechos humanos civiles y políticos son subjetivos, y por tanto individuales, y
sólo pueden ser gestionados por el propio individuo. El Estado, ciertamente,
no puede violar esos derechos, porque son anteriores a él. Cada individuo es
sujeto inviolable de esos derechos. Ahora bien, precisamente por eso, porque
son individuales, los individuos pueden gestionarlos privada y públicamente.
Esto último lo hacen cuando mediante el procedimiento de la voluntad gene-
ral deciden crear el Estado e irlo dotando de contenido normativo, legal. La

14 Cf. Juan Pablo!l, Evangelium Vitae. Valor y carácter inviolable de la vida humana. Madrid,
PPC, 1995, nn. 68-74.

85
legitimidad del Estado no viene de arriba, ni del cumplimiento o no de unos
derechos naturales, silla de la voluntad soberana de los individuos huma
Por. tanto, una ley será legítima si es el resultado de la voluntad general de ~~~
sociedad, no SI cumple o no con los preceptos de la llamada ley natural.

Como puede verse, se trata de dos concepciones distintas de la ley y del


Estad? Para los pnmeros la ley natural es previa a los individuos y al Estado
y nadie puede Ir en contra de sus preceptos y pensar que su acto es legítimo'
~ara los segundos, por el contrario, la única ley natural es el respeto a los sere,
u~~nos ya su voluntad soberana, de tal modo que ellos son sus intérpretes
legl~l~oS, y el Estado se legitima cuando surge de la voluntad general del
pue o sob~rano. Naturalrr;ente, quienes mantienen la primera postura consí
~~~:n qu~ tienen claros cuales son los preceptos de ley natural que los indivi.
~ e Esta~o ,tl~nen que cumplir SI quieren legitimar sus actos. Y ello a
pes:r ~ q~e hlstoncamente no ha sido así. De hecho durante muchos siglos
se an ec o pasar como de ley natural muchos preceptos que hoy nos pare-
~en aberr~ntes. Se pueden citar a raudales: la esclavitud, la discriminación de
a mujer, a pen~ de muerte, la división de la sociedad en estratos o clases con
~cce~~ rr;uy deSigual a l~ propiedad y a la riqueza, los Estados pontificios la
mquisicion, la persecucior, de los discrepantes religiosos etc etc No '
que el aceptar la .tesis de la ley natural proteja contra los' err~~es ; las It~~~~
~lOn~s ~af abommables. Se ,dirá que es que el descubrimiento de los conteni.
os e a ey natural es histórico. Pero entonces cabe preguntar cómo se afir-
m~n esos mismos conrenídos como absolutos, y tratan de imponerse a los de-
m~s con tanta fuerza. SI son históricos, es porque no resultan evidentes en sí
mls.mJsd y tienen 9ue ser. penosamente descubiertos por los individuos y las
sacie a es a traves .del tiempo. éCómo, entonces, pueden considerarse i,

~~~tef~ absolutos y SI? excepciones? ¿Cómo puede afirmarse que quien noel~s
Pb. les porque esta ciego, o porque sus costumbres depravadas no le dejan
pero Ir os con clandad? ¿Qué costumbres son las depravadas las esclavistas
o las antlesclavlstas, las estamentalistas o las lib 1 '.
de Aquino l nri I era es, etc., etc.? Dice Tomás
bo fique e ¡nmer precepto: absolutamente evidente, de ley natural es el
num el~t aClen um et malum vuandum, algo en lo que todos estaríamos de
;~i~e~~~os'~:~~~~:~ossurge c~~ndo se trata de dotar de contenido concreto a
, genencos y formales como ése" En t .
~~:~os:~~e acudir, como Tomás de Aquino hace, al orde~ de ~ar~~tt~~~~~!
1 p cipio de moralIdad, cosa difícilde aceptar a partir del siglo XVIII D
r~z¿~e ~e~ulta ,que ta~ C~ntenido ~o puede venir determinado más que po'r 1:
. ' s mas que u oso que esta, también en contra de lo u ~ is d
Aqumo pensaba, pueda establecerlo de modo absoluto y definitivo. ornas e

:: Tomás de Aquino, Summa Theologica, 1·2, q. 94, a. 2.


Sobre el cornplejr, problema de la le l .,
1968.
J
dad y la procreación', cf. Luis Janssens ~atura y Sfiu evolucíon en el ámbiro de la sexuali-
' a LmonlOy ecundldad. BIlbao, Desclée de Brouwer,

86
La cosa es tan embarazosa aun para los mismos defensores de la teoría de
la ley natural, que no les queda otro remedio que decir que hay instancias
privilegiadas de interpretación de los contenidos de la ley natural, como son
las Iglesias. La ley natural es expresión de la voluntad divina, y por tanto su
contenido adquiere nueva luz al analizarlo desde esta perspectiva. La conse-
cuencia es, naturalmente, que las autoridades religiosas son los últimos, y a la
postre los únicos intérpretes de la ley natural. Pero esto es difícilmente sosteni-
ble. En primer lugar, porque choca de nuevo con la evidencia histórica más
contundente. También las Iglesias se confunden en la interpretación de los
contenidos de la ley natural, como ha sucedido con cierta frecuencia a lo largo
de la historia. No parece que la gracia de estado tenga mucho que ver con la
int~rpretación de los preceptos de ley natural, y quienes tienen esa gracia de-
berían ser muy cautos en su utilización para estos fines. Pero no es esa la razón
que me parece más importante, o también más grave. Es que si.concedemos a
las Iglesias la prerrogativa de intérpretes sumos de la ley natural, estamos
negando de plano el principio de libertad religiosa, y con él todo el entramado
democrático. De hecho, así se ha venido manifestando la Iglesia hasta no hace
mucho. La condena del liberalismo, que se repite sistemáticamente a todo lo
largo del siglo XIX y de la primera mitad del XX, no significa otra cosa que
ésta: que la libertad de conciencia no es asumible; que es un'error nefando, y
~ por tanto que no es un derecho humano ni un principio de ley natural. He aquí
una cuestión curiosa. La libertad de conciencia es hoy un derecho fundamen-
tal, un derecho civil y político, y por tanto lo que en el lenguaje clásico debe
considerarse como uno de los principios fundamentales de la ley natural. Y sin
embargo la Iglesia lo ha estado combatiendo en virtud, precisamente, de esa
misma ley natural. La doctrina de la ley natural no protege contra este tipo de
paradojas. Toda la modernidad ha venido defendiendo la libertad religiosa
como un principio de ley nautral, y sin embargo la Iglesia lo ha combatido
apelando, precisamente, a esa misma ley natural. Tu idea era -y es- que la
verdad objetiva no puede tener las mismas prerrogativas que la mera verdad
subjetiva, y que por tanto la libertad de conciencia no protege más que el error
invencible de quienes creen estar subjetivamente en la verdad, pero están ob-
jetivamente en el error. La Iglesia se sabe subjetiva y objetivamente en la ver-
dad, y por tanto está por encima de la libertad de conciencia. Lo que ella dice
es objetivamente verdadero, y debe tener una validez no sólo privada sino
también pública. El Estado como institución tiene que ajustarse a esa ley obje-
tiva> y no dejarse llevar por el error subjetivo de los ciudadanos. La voluntad
general no puede definir lo que es correcto e incorrecto, legítimo e ilegítimo .
La corrección y la legitimidad vienen dadas por el respeto a unos principios
absolutos, que tienen validez más allá de la opinión de los ciudadanos.

Esto es tanto como poner en cuestión todo el edificio democrático. La


legitimidad se la da a los Estados algo distinto de la voluntad de los ciudada-
nos, y previo a ella, de lo que además la Iglesia es la única y última intérprete
verdadera. Cabe preguntar de qué Iglesia es de la que se está hablando, por-

87
que todas difieren sustancial mente en estos puntos. Y pronto se advertirá que
las creencias religiosas no pueden ser consideradas más que como opciones
personales de vida, que nadie puede imponer a los demás. Éste es el sentido
auténtico del principio de libertad religiosa. Y si esto es así, entonces hay que
concluir que las leyes públicas no pueden surgir ni legitimarse más que por el
consenso de voluntades entre los individuos de diferentes sistemas de valores
y credos religiosos. Imponer uno sobre los demás no sólo no es un principio
evidente de ley natural, sino que debería considerarse como lo contrario, corno
una nueva interpretación torcida de la ley natural.

Al fondo de todo esto está el problema del liberalismo. La Iglesia católica


todavía no ha asimilado el pensamiento liberal. Como es bien sabido, el prime-
ro que lo aceptó públicamente fue el papa Juan XXIII en su encíclica Pacem in
terris, de 11 de abril de 1963, y la única declaración solemne en este sentido es
la que hizo pública el Concilio Vaticano II el 7 de diciembre de 1965 con el
nombre de «Declaración sobre la libertad religiosa». Hay muchas razones para
p~nsar. que todavía no se ha asimilado el sentido de ese documento, ya de por
SI ambiguo. No se acaba de aceptar que las creencias religiosas tengan el esta-
tuto de ofertas privadas de vida, y que el orden de lo público deba considerar-
s~,como el res~ltado de la concurrencia de esas diferentes ideas de la perfec-
Clan y la felicidad humanas. Lb cual significa tanto como decir que ciertas
Iglesias aún no han asimilado la idea de democracia. Frente a la democracia
sigue existiendo la teocracia. Del famoso radio mensaje navideño de Pío XII de
24 de diciembre de 1944 cabe decir lo mismo que de los documentos anterio-
res, que aú.n no ha sido asimilado. Los valores en que se asienta la democracia,
la tolerancia y el respeto de la diferencia, siguen sin ser aceptados por ciertas
Iglesias. Esto es fundamental tenerlo en cuenta en los actuales debates sobre
ética y bioética.

La razón. que se suele aducir para no estar de acuerdo con los principios
de la tolerancia y de la democracia son las consecuencias negativas a que esos
valores han conducido. Hay una especial predilección por sacar a relucir en
este contexto el fenómeno nazi. Se argumenta que la voluntad general de un
puebl~, en ese caso el alemán, no justifica ni legitima los crímenes que se
cometieron, y que por tanto tiene que haber una instancia superior a la mera
voluntad general. Pero eso no es cierto. Los pueblos, como los individuos, pue-
den errar y cometer monstruosidades. Esto no hay modo de evitarlo. Esto no lo
ha podido evitar nadie, ni los regímenes teocráticos, que también cometieron
enormes monstruosidades. Lo que sucede es que esos actos pueden ser juzga-
dos por otras gentes, o por la voluntad general de todos los seres humanos,
co~o monstruosos, y entonces ser combatidos. Es más, el propio pueblo ale-
man~ que en un momento legitimó esas aberraciones, luego fue capaz de arre-
pentirse y abominar de ellas ', Esta es la vida moral, el hecho de optar, de equi-
vocarse, y de poder arrepentirse de las equivocaciones. Querer evitar esto con

88
la apelacion a pretendidos principios absolutos, es en la teoría inviable y en la
práctica inútil.

Este último punto me parece de la máxima importancia. En la práctica;


toda esta discusión entre iusnaturalistas teocráticos y liberales democráticos
es perfectamente inútil, pues al final todos tienen que aceptar el mismo proce-
dimiento de generación de las leyes: las cámaras representativas y los procedi-
mientos democráticos. Cuando una Iglesia dice a una sociedad que las leyes
que está generando son inmorales e ilícitas, hemos de entender que lo único
que está afirmando es que en su opinión son así, que desde su sistema de
valores las ve como negativas o peligrosas, no que considere que tales leyes,
por el mero hecho de no ajustarse a esa opinión, son inmorales e ilegítimas en
tanto que leyes de un Estado. Mientras que esto segundo es injustificable e
intolerable, lo primero es absolutamente necesario para la dimánica moral y
humana de una sociedad. Tanto los individuos como los grupos privados, y las
Iglesias están entre estos segundos, tienen el derecho y el deber de proponer a
los ciudadanos ideales de vida, sistemas de valores positivos. Ese es el gran
haber de las religiones. Desde ese depósito pueden y deben buscar la perfec-
ción de la sociedad y de sus miembros, y por tanto criticar las actitudes que les
parecen negativas. Sin esto no hay dinámica social ni moral. El progreso ético,
si es que existe, depende de esta dialéctica de propuestas morales entre los
individuos y los grupos que componen una sociedad. Pero el principio de tole-
rancia y la actitud democrática impiden que nadie pueda imponer por la fuer-
za su opinión a los demás, sino sólo mediante el procedimiento de la voluntad
general. Todo lo demás debe considerarse inmoral, porque no respeta a los
seres humanos en su diversidad. Por supuesto, esta actitud tampoco es absolu-
ta, sino el resultado de un proceso histórico de maduración. Pero ha surgido,
no lo olvidemos, ante las aberraciones de las actitudes que la precedieron.

El último reducto que les queda a quienes no pueden o no quieren acep-


tar este punto de vista, es la afirmación de que ciertos preceptos, los llamados
negativos o de prohibición, son absolutos y carecen de excepciones l7. La razón
humana, por tanto, sería capaz de formular preceptos absolutos, a los que
tendría que plegarse todo individuo y todo Estado, si quieren actuar legítima-
mente. Como ejemplo siempre se pone el mismo, el del derecho a la vida.
Parece claro que nadie puede, bajo ninguna circunstancia, matar a otro. Es un
precepto negativo, y en tanto que tal absoluto y sin excepciones. Desde aquí se
enfocan temas como el del aborto y la eutanasia. Si el derecho a la vida, que es
base de todos los demás, no se puede afirmar así, équé queda entonces? ¿No
nos hallamos ante el más puro relativisrno?

17 Cf. Juan Pablo 11,Evangelium Vitae. Valor y carácter inviolable de la vida humana. Madrid,
PPC, 1995, nn. 75-77.

89
Pero el recurso a los preceptos negativos o de prohibición tampoco arre-
gla las cosas. ¿Quién ha podido formular alguna vez algún precepto ne?ativo
que no tenga excepciones? Pongamos el caso del derecho,a.la vida. Es evidente
que las excepciones existen, como es en los casos de legltJm~ defensa, guerra
justa, estado de necesidad, etc, Se dirá que eso no son excepciones, pues c~an-
do uno mata en defensa propia no está yendo en contra del derecho a la VIda,
sino precisamente intentando defenderlo, protegiendo su propia vida. Pero el
argumento dista mucho de ser convincente. Si estamos hablando de derechos
negativos (los llamados derechos positivos o de virtud nadie ~uda. q.u~ no son
absolutos, y que los límites de su aplicación deben quedar al libre JUlCIO de. las
personas particulares) entonces no debemos referimos al derec~o a la vida,
sino al deber de no matar a otro. Pero si este precepto lo enunciamos como
absoluto, entonces hay que decir que nunca habrá circunstancia alguna qu~
permita quebrantarlo, ni la legítima defensa. Nadie puede matar a o.tro;, ?I
para salvar la propia vida. Obviamente, así formulado resulta un pnnC\p~o
increíble. Y es que la idea de que existen preceptos negativos absolutos y sm
excepciones es sencillamente increíble. Ya podemos modificar ad hoc la teoría
todo lo que queramos, a fin de evitar sus paradojas. No lo conseguiremos. Una
modificación frecuente ha sido la de afirmar que las excepciones surgen cuan-
do el precepto no está bien formulado. Por ejemplo, no es verdad que no haya
excepciones al no matar, pero si precisamos más y nos referimos al sujeto ino-
cente, entonces parece que sí puede afirmarse que nadie puede nunca matar
legítimamente al inocente. La muerte del inocente, pues, sería un precepto
negativo absoluto y sin excepciones. Con esto se cree que se tiene la solución al
problema del aborto. Pero de nuevo aparecen las paradojas. ¿Es tan claro que
no se puede matar nunca al inocente? Hay múltiples ejemplos que demuestran
que esto no es así. Hace poco me contaban un hecho acaecido durante la gue-
rra en El Salvador. El ejército acababa de ocupar una población que había
estado en manos de los guerrilleros. Estos huyeron al campo con sus mujeres e
hijos, y se escondieron entre los árboles. El ejército iba tras ellos y práctica-
mente les pisaba los talones. En ese momento, un niñito recién nacido se puso
a llorar, y la madre que lo llevaba en brazos lo asfixió en un intento por evitar
que los descubrieran. Es un caso de muerte del inocente. ¿Quién se atrevería a
considerarlo inmoral? Por otra parte, los preceptos negativos o de prohibición
pueden entrar en conflicto entre sí, en contra de lo que se suele decir. El no
mentir puede entrar en conflicto con el no matar. Una mentira puede salvar la
vida de una persona. Se dirá que en ese caso la mentira está permitida, porque
permite parvedad de materia. Pero si hay parvedad de materia, es que no es un
precepto absoluto, y si es absoluto, no ~e entiende en qué puede consistir la
parvedad de materia.

De todo esto cabe concluir que la teoría de la existencia de unos princi-


pios absolutos de ley natural, a los que debe ajustarse el orden objetivo de la
moralidad y de la legalidad, es teóricamente muy endeble, y lo que es más
importante, prácticamente inútil. No hay otra vía de elaborar leyes que me-

90
diante el consenso mayoritario de la población. Lo demás es abogar por el
golpismo y la fuerza, es decir, intentar i~poner a los demás, mediante la fuer-
za, los principios que no pueden generalizarse de otro modo. ,

Es a partir de aquí como a mi modo de ver hay que enfrentar el terna de


las obligaciones del Estado en temas como el del control de la natalidad. La
tesis iusnaturalista es que el control de la natalidad debe quedar a la gestión
privada de las personas particulares, pero que el E~tado no puede permitir en
su legislación la promoción de procedimientos antmaturales del control de la
natalidad, como la esterilización, los anticonceptivos artificiales (químicos,
físicos o mecánicos), o la promoción de campañas neornalthusianas". Mi opi-
nión es que esto no es así. Pienso que la obligación básica del Estado es evitar
la injusticia (marginación, discriminación, segregación) y la maleficencia (agre-
sión violación, mutilación, etc.) en las relaciones entre las personas, pero que
definir en cada caso los contenidos de la injusticia o de la maleficencia es labor
empírica que tiene que realizar la propia sociedad. La ligadura de trompas era
considerada maleficente en la ley penal española hasta hace muy pocos años,
y hoy no lo es. No se trata de una arbitra:iedad, sino del mO,do.como las socie-
dades van descubriendo valores y plasmandolos en leyes públicas. Por eso ca-
rece de sentido decir que el Estado no puede aprobar una ley de contracep-
ción, o de esterilización. Puede hacerla, y de hecho lo hace. Lo que sucede es
que las leyes públicas tienen que ser, por principio, igu~l para todos, .1,0que
obliga a una exquisita información. Dé esto cabe concluir que la función del
Estado no es tanto prohibir o no prohibir cierto tipo de métodos anticonceptivos,
sino intentar que todos puedan acceder a ellos por igual, y que la información
necesaria y suficiente para un correcto uso de la planificación familiar ll~?ue a
todos. Si alguna obligación moral tiene el Estado, es educar a la población en
los temas de natalidad, pero dejándola en libertad para elegir el número de
hijos que desea tener y el método a utilizar. Los Estados tienen la obligación de
ofrecer a los ciudadanos toda la información necesaria y suficiente para que
éstos puedan tomar en este campo decisione~ resp~~sables, ~vitando .~no de
los grandes males de nuestro tiempo, la manipulación de la información por
parte de los poderes económicos y políticos.

A su vez los individuos y los grupos sociales están obligados a promover


sistemas de valores que fomenten el respeto de los seres humanos, la solidari-
dad, la participacion, etc., frente al egoísmo o el puro bienestar. Sólo una so-
ciedad que se proponga grandes ideales regulará la natalidad buscando. el.
beneficio presente y futuro de todos los seres humanos, yno el suyo propia.
Este es el gran criterio moral, la promoción del valor y el respeto a los seres
humanos ya todos los seres humanos.

18 Pontificio Consejo para la Familia. Evoluciones demográficas. Dimensiones éticas y pastorales,


Madrid, Palabra, 1994.

91
CONCLUSIÓN

Como conclusión de todo lo anterior cabe decir que hay una ética del
control de problación, porque toda sociedad y todo individuo pueden, deben y
tienen que controlar la población. Y si no la controlan bien, la controlarán mal.
La historia no es un ejemplo edificante de buen control de la población. Todo
lo contrario, es un ejemplo paradigmático de lo que no se debe hacer. Ha sido
claramente amoral, cuando no inmoral.

El problema está en cómo controlar correctamente la población mundial.


En teoría, el control se puede hacer de varios modos, al menos de tres, que
llamaré, respectivamente, coactivo, imperativo e indicativo.

El modo coactivo o coercitivo es el que han utilizado ciertas sociedades


actuales para controlar el incremento demográfico. Su lema es: el fin justifica
los medios, y por tanto hemos de controlar la población aun a costa de constre-
ñir la libertad. Así ha actuado, por ejemplo, China.

Los países occidentales han preferido durante décadas otro método que
yo no me atrevería a llamar coactivo, pero que tampoco era meramente indi-
cativo. Por eso lo he bautizado de imperativo. Consistía en condicionar las
ayudas al desarrollo al establecimiento de políticas antinatalistas. Si, como se
dice, el desarrollo controla por sí solo la natalidad, épara qué exigir como
condición el control de la natalidad a las ayudas económicas al desarrollo? Por
otra parte, lo que se intenta con esas políticas no es promover el desarrollo
sostenible, sino salir del subdesarrollo mediante las políticas propias del desa-
rrollo insostenible. ¿Hasta qué punto es esto correcto? él-lasta qué punto es
lícito?

No puede extrañar que en estas circunstancias surjan voces muy críticas


ante las políticas imperativas de control de la población. Son estas políticas las
que provocan una enorme discusión y un profundo rechazo. Evidentemente,
las políticas coactivas lo provocan más y mayor, pero eso no es objeto de discu-
sión o polémica. La polémica está, sobre todo, en las políticas imperativas.

Últimamente parece que va incrernentándose el consenso en torno a las


políticas que hemos llamado indicativas. Se trata de los procedimientos volun-
tarios de control poblacional. En este caso se parte de un principio fundamen-
tal en todo el pensamiento liberal, y es que la esfera de la sexualidad y de la
reproducción es estrictamente privada, y que por tanto debe ser ejercida libre-
mente por los individuos, siempre y cuando no coarten la liberad de los de-
más. El Estado no puede coartar algo que es un derecho individual inviolable,
y sólo en cienos casos extremos puede inmiscuirse en ese tipo de temas. Lo
que sí puedey debe es establecer políticas públicas de población que eviten la
injusticia (por ejemplo, la discriminación, la marginación y la segregación) y

92
-~~_.~-----_._-_. __ .

la maleficencia (la coacción, la violación, la lesión de la integridad corporal de


otras personas, etc).

El problema de la natalidad es típicamente axiológico. Y ante él no caben


más que dos posturas. La tesis antigua defendió la existencia de un código
único, de modo que cualquier discrepancia axíológica era considerada como
un delito merecedor de la muerte. Así se justificaron las guerras de religión y
los procedimientos inquisitoriales. Sólo a partir del siglo XVII empezó a
cuestionarse esa pretensión, y la tolerancia comenzó a entenderse como una
virtud, y no como un vicio. Al código único sucedió el código múltiple. Ese es
el contenido del derecho humano a la libertad de conciencia, quizá la máxima
conquista de la modernidad. Cada ser humano tiene libertad para elaborar el
proyecto de vida que considere más conveniente, y a que todos los demás le
respeten. Cierto que tiene que haber unos mínimos iguales para todos, pero
esos mínimos no podrán fijarse más que por consenso entre todos, es decir,
mediante la voluntad general. Todos los demás procedimientos han de consi-
derarse, en principio, inmorales. El ejercicio de la reproducción ha de quedar,
pues, al libre arbitrio de los individuos, y el Estado sólo puede establecer aque-
llos mínimos que la voluntad general de un pueblo establezca por consenso.
Esto puede dar lugar a barbaridades. La historia lo demuestra contunden-
temente. Pero no parece que haya otro procedimiento alternativo. El único es
la imposición de un sistema de valores sobre todos los demás, lo cual no pare-
ce que haya producido excesivos resultados históricos. La coacción no es el
mejor procedimiento de manejar el mundo de los valores, ni de incrementar la
moralidad de los actos.

Personalmente estoy convencido de que la inteligencia es un potentísimo


elemento de estabilidad biológica, y que la especie humana va a ser capaz de
compaginar estabilidad biológica con dignidad ética. Ello va a obligamos a
todos, no sólo a la paternidad responsable, sino también a un uso privado
responsable de la naturaleza, y a luchar porque la voluntad general de las
sociedades consensúe criterios que hagan posible y digna la existencia presen-
te y futura del hombre sobre el planeta.

93
---_~-_~---;
;-~~~-~ -------_~_._--_ .._ .._--_._--_ .•.._---

5
PROBLEMAS FILOSÓFICOS EN GENÉTlCA
Y EN EMBRIOLOGÍA

INTRODUCCIÓN

En los últimoS"años se han sucedido de modo tan vertiginoso descubri-


mientos importantes, fundamentales en dos de las ciencias básicas de la vida,
la genética y la embriología, que están obligando a cambiar muchos esque-
mas, no sólo científicos, sino también filosóficos. Cuando a principios de siglo
se descubrió la nueva física, la física atómica, los filósofos empezaron a perci-
bir la necesidad de un cambio de mentalidad en el tratamiento de algunos
. problemas filosóficos clásicos, como el del espacio yel del tiempo, y durante
decenios la filosofía se ha interrogado por la nueva imagen filosófica del mun-
do que exige y posibilita la llamada física atómica. Pues bien, algo parecido
está sucediendo hoy con las ciencias de la vida. Los descubrimientos de la
genética molecular y de la aún incipiente embriología son de tal categoría que
obligan a replantear algunos conceptos filosóficos antes tenidos por básicos.
Es lo que intentaré estudiar a continuación. En la primera parte me ocuparé de
la nueva idea de naturaleza que exige y postula la actual genética. En la segun-
da partiré de los datos de la nueva embriología para reflexionar sobre el tema
de la constitución de la sustantividad humana. Y finalmente, en la tercera
parte, estudiaré algunos cuestiones éticas que se derivan de estos principios.

I. LA GENÉTICA Y LA NUEVA IDEA DE NATURALEZA

Los griegos fueron los inventores del concepto de piiysis, naturaleza. Este
término viene de la misma raíz que el verbo phyo, que significa nacer, crecer y
brotar. La naturaleza está viva y posee un interno dinamismo. En la naturaleza
de la semilla de trigo está el qu~ germine, nazca, crezca, grane y llegue a su

95
plenitud en el estío. También pertenece a su naturaleza el que a partir de un
cierto momento inicie su proceso de corrupción.

Basados en estas ideas tan sencillas, los filósofos griegos construyeron


toda una filosofía de la realidad natural. Es una filosofía rigurosamente
determinista, esto es, regida por los designios de la divina anánke, la diosa
necesidad, que se manifiesta en el interior de las cosas en forma de telas, fina-
lidad. Este deterrninismo finalista lleva a los filósofos griegos, por ejemplo a
Aristóteles, a formular las siguientes proposiciones:

1) Las cosas tienen naturaleza (physis).


2) La naturaleza de las cosas consiste en sustancia (ousía).
3) Las cosas naturales establecen entre sí relaciones de tipo causal (aitía).
4) La relación causal entre las cosas naturales forma un conjunto natu-
ralmente ordenado (kósmos).
5) Todo en la naturaleza tiende hacia un fin (télos), que está presente en
ella desde el comienzo.

Estas cinco proposiciones se pueden concatenar en el siguiente razona-


miento, que de algún modo resume toda.la filosofía griega: la naturaleza (physis)
es el conjunto (kósmos) sustancial (ousía). Las sustancias son realidades autó-
nomas, que interactúan de forma causal (aitía), obedeciendo a la finalidad
(télos) que en ellas ha inscrito la divina necesidad (anánke). La naturaleza,
pues, es una especie de mecano donde todo ocupa su sitio. Todo tiene una
intención, un lugar y una finalidad. En la naturaleza no tiene cabida el azar.
Como dice en una ocasión Sófocles, «Los dados que echa Júpiter caen siempre
bien».', Las cosas son como piezas de un mecano, que obedecen a un diseño
predeterminado. ¡Ú universo griego es de carácter profundamente «rueca-
nicista»; o mejor, «organicista». Por eso Aristóteles pudo definir a Dios como la
causa primera del mecano, es decir, como el «motor inmóvil».

En conclusión, pues, podemos decir que los griegos, y tras ellos los hom-
bres occidentales hasta hace menos de un siglo, han tenido una idea del mun-
do que, como Antonio Ferraz ha puesto en claro, un matemático podría deno-
minar «conjuntualista». Según ella, el mundo, la naturaleza, es un conjunto de
elementos o sustancias numerables, que actúan entre sí con relaciones de tipo
causal.

Esa imagen del mundo nos resulta hoy profundamente insatisfactoria. Es


verdad que con ella se construyó la mecánica durante siglos, no sólo la
aristotélica, sino también la moderna, la de Galileo y Newton. Pero ya en el
pasado siglo se vio que era inservible en otras áreas de la física, como el

I Sófocles, Frag. 855.

96
-- --_._---_._- ---------

electro magnetismo o la termodinámica. Esto le llevó a Michael Faradaya afir-


mar que las realidades primarias son las «fuerzas», y que las llamadas cosas no
son sino «campos de fuerzas». Con esto, como suele decir Antonio Ferraz Fayos,
el pensamiento occidental se desprendía a la vez de la idea de «sustancia" y de
la idea de «conjunto». Frente a la sustancia aparece la idea de fuerza, y frente
al conjunto, el campo. En el Universo hay fuerzas y campos de fuerzas".

Este cambio, al parecer meramente especulativo, tuvo pronto consecuen-


cias enormes. La primera de ellas es que las leyes del campo no tienen carácter
de terminista sino estadístico. Frente al teleologismo clásico, pues, aparece el
probabilismo como sistema de explicación de los fenómenos naturales. Así,
por ejemplo, las leyes termodinámicas tienen carácter estadístico. Durante
mucho tiempo pudo pensarse que esto se debía a factores externos a la reali-
dad física, es decir, a la imposibilidad de medir exactamente lo que sucede en
la realidad. En realidad las cosas debían comportarse de modo determinista,
aunque nosotros sólo fuéramos capaces de conocerlas mediante leyes estadís-
ticas. Pero el tiempo y la mecánica cuántica han acabado convenciéndonos de
que el indeterminismo tiene raíces más profundas, que afectan a la propia
realidad física. El indeterminismo no obedece sólo a nuestra incapacidad de
conocer adecuadamente las cosas tal como ellas son, sino a una imposibilidad
«real», cuando nos acercamos a la constante de Plank. Éste es el sentido del
«principio de indeterminación" de Heisenberg. En un famoso artículo publica-
do en 1934, al poco tiempo de ponerse a punto las ecuaciones de la mecánica
cuántica, y que lleva por título La idea de naturaleza: la nueva Física, defendía
Zubiri el carácter real de la indeterminación física, frente a la idea de quienes,
como Planck, se negaban a admitir tal cosa y pensaban que la indeterminación
sólo debía interpretarsecomo simple índice de nuestra ignorancia. Para estos
autores habría, pues, indeterminación lógica, pero no física. Frente a ellos,
Zubiri afirmaba ya entonces que «el principio de indeterminación suministra
el fundamento real de esta nueva concepción del universo físico. Un funda-
mento real: he aquí lo que es preciso aclarar-". Lo que el principio de indeter-
minación afirma es que la imposibilidad de determinar el lugar de un electrón
no es accidental o transitoria sino absoluta; se trata, pues, de un indeterminismo
real, que modifica sustancialmente nuestra idea de la naturaleza. «El principio
de indeterminación es ...uno de esos principios de ontología regional que quie-
ren definir el sentido primario de los vocablos natural y naturaleza-é, La ley
que rige los destinos de la naturaleza es el azar. No hay ningún télos que go-
bierne los procesos naturales. El único télos es el azar. Esto es lo que obliga a
replantear todo el concepto clásico de naturaieza. La única finalidad inscrita

2 Cf. el magnífico libro de William Berkson, Las teorías de los campos de fuerzas. Desde
Faraday hasta Einstein, trad. esp., Alianza Universidad, Madrid, 1981.
3 Xavier Zu iri, Naturaleza, Historia, Dios, 9" ed., Madrid, Alianza, 1987, p. 332. (En
adelante, NHDl.
4 NHD,337.

97
en el libro de la naturaleza es el azar. La termodinámica, la mecánica cuántica
y el principio de indeterminación no son sino ejemplos de algo que puede y
debe elevarse a categoría: la evolución de la naturaleza está regida por las
leyes del azar. En esto consiste su esencial indeterminación, que no es lógica
sino física. La indeterminación no se debe, pues, a nuestro desconocimiento de
«variables ocultas". No hay variables ocultas que permitan hacer de la indeter-
minación un mero fenómeno lógico, no físico.

Ahora ya no podemos afirmar, como Sófocles, que «los dados que echa
Júpiter caen siempre bien", sino aquello otro de Mallarmé: «una jugada de
dados jamás abolirá el azar". Einstein solía decir a sus amigos que aceptar que
el universo se rige por el puro azar, y que Dios está continuamente jugando a
los dados, «es demasiado ateísmo". Desde luego lo hubiera sido para un grie-
go, y lo era para el Dios de Einstein, que como Prigogine ha dicho, es más el
Dios de Espinoza que el de las religiones", Quienes piensan así siempre han
querido ver la naturaleza desde el punto de vista de la divinidad, sub specie
aeternitatis, en perspectiva tea lógica. Podría decirse que en la historia de Occi-
dente no se han dado más que dos concepciones de la naturaleza, una teológica,
la antigua, y otra física, la moderna. Ambas son en buena medida antitéticas,
como antitéticos son también sus respectivos puntos de vista". He aquí algunas
de sus características:

PERSPECTIVA TEOLÓGICA PERSPECTIVA FÍSICA


Determinismo Indeterminismo
Cosa Campo
Substancia Estructura
Causa Función
Finalidad Azar

Decía Zubiri en su artículo de 1934 que la nueva física «ha tocado a un


punto que pone en vibración, a un tiempo, el cuerpo entero de la filosofía-"
Este cuerpo de la filosofía está constituído, como ya sabemos, por los concep-
tos de naturaleza (physis)> substancia (ousía) y causa (aitía). Las cosas son
sustancias naturales que establecen entre sí relaciones de tipo causal. Este era
el concepto antiguo de naturaleza. Hoy sabemos que visión tan mecanicista no
se compadece con los hechos, y que frente a esos conceptos hay que proponer
otros alternativos, como los de fuerza, campo y función. En la realidad no hay
sustancias sino «campos", y las cosas que forman parte del campo establecen

5 Cf l. Prigogine, ¿Tan 5010 una ilusión? Una exploración del caos al orden, Barcelona,
Tusquets, 1983, p. 146.
6 La actual teoría matemática del caos parece estar demostrando que en los procesos
azarosos hay un orden mayor del esperado, aunque no por eso dejan de ser azarosos. Cf. Ian
Stewart, Uuega Dios a los dados?, Barcelona, Crítica, 1991.
7 NHD,315.

98
entre sí relaciones que no son de tipo causal sino «funcional". A estos campos
que no son sustancias pero sí realidades es a lo que Zubiri ha llamado
«s~stantlVldades". Y lo que forma parte del campo, eso que antes hemos deno-
minado cosa, es lo que Zubiri llama «nota" o «momento". Sustantividad es la
estructura campal con suficiencia constitucional; o también> la estructura
clausurada de notas o momentos, en unidad coherencial primaria", En el libro
Sobre la esencia encontrará el lector la explicación necesaria y suficiente de
estos conceptos.

. Pasemos desde aquí a la biología. Según la primera idea de naturaleza, el


remo de la VIda se halla regido por la teleología; para la segunda, por el con-
trano, surge del azar. Es.ta última es la idea que hoy todos aceptamos. La vida
surge en un remo do.mmado por el azar. Los seres vivos surgen del azar, y
hacen del azar necesidad. Tal es la función de los genes. Abramos un libro
famoso, El azar y la necesidad: Ensayo sobre la filosofía natural de la biología
moderna, de Jaques M.onod9. En él afirma su autor que la vida ha surgido
~bedeClendo al pr;nclplo del «azar esencial». Ahora bien, una vez aparecida,
nene una c~ractenstl7a completamente antiazarosa, ya que conserva con avi-
dez to_dala información acumulada en el curso de las jugadas anteriores. Como
ha, se~alado ~amó~o Margalef, la naturaleza viva no juega a los dados, sino
~as bien al ajedrez '. ?tros ?~n acudido a la imagen del ordenador, que codi-
fica toda la información recibida al azar y la utiliza en todas las actuaciones
posteriores. En la evolución, pues, el azar se torna en necesidad. Como ha
escrito Monod,

una vez inscrito en la. ~structura del ADN, el accidente singular, y como tal
esencialmente írnprevisíble, va a ser mecánica y fielmente replicado y traduci-
do, es decir a la vez multiplicado y transpuesto a millones o a miles de millo-
nes de ejemplares. Sacado del reino del puro azar, entra en el de la necesidad,
de las certidumbres más implacables".

La exist~ncia de azar nos impide hablar ya, como en tiempos de Aristóteles,


de «tel.e,ologla" de la naturaleza o de los seres vivos. No hay teleología en la
evolución. Sin embargo, esa férrea necesidad con que se desarrolla demuestra
gue a pesar de no tener finalidad, la evolución actúa conforme a un «plan».
Esta es la propiedad que algunos biólogos han dado en llamar «teleonornía»
~o hay teleología pero sí teleonomía. Por más que en la evolución de los seres
VIVOS no haya finali?~d hay plan, y ese plan está en los genes. Si al plan lo
llamamos «consntucron», podemos decir que los genes son los responsables de

: Cf. X. Zubiri, Sobre la esencia, 4a ed., Madrid, Alianza, 19, pp. 170-1. (En adelante, SE).
la C~.J. MO,nod,El azar y la necesidad. Barcelona, Tu~quets, 1985.
O. Ramon Margalef, Biosfera. Entre la termodLnam¡CQ y el juego. Barcelona Omega
198~ p.33. ' ,
tI J. Monod, Op. cit. p. 131.

99
la constitución de los seres vivos. Pero esto puede entenderse también de dos
maneras distintas.

Hay una manera «antigua» de entender las relaciones entre genoma y


constitución. Se puede concebir la constitución de las cosas, al modo griego,
como hypo-keímenon o «esencia», en cuyo caso diremos que el geno tipo es la
esencia de la cosa. Quizá conviene partir del ejemplo más sencillo posible.
Tradicionalmente se ha pensado que éste es el de la manzana. La manzana
tiene determinados caracteres externos, como el color, el sabor, el olor. Estos
caracteres no son «la» manzana, sino «de» la manzana. Esto quiere decir que
no son en sí sujetos, sino propiedades que están en un sujeto; están como
adheridas a él. Esto es lo que los latinos llamaron proprietates yaccidentia, las
notas que carecen de autonomía sustancial, y que por tanto están adheridas a
algo o a alguien. Este algo o alguien es su sujeto de adhesión o inhesión de los
accidentes, lo que está debajo de ellos y los sustenta. Por eso se llama hypo-
keímenon, la essentia o sub-jectum que está debajo. .

Pues bien, dejemos el ejemplo de la manzana y vayamos al de la célula


viva. En la célula se distinguen, desde los tiempos de Schleiden y Schwann,
dos partes distintas, el protoplasma y el núcleo. Protoplasma significa lo infor-
me, lo indiferenciado, de tal manera que sólo adquiere forma e individualidad
por la acción del núcleo. Protoplasma y núcleo guardan entre sí la relación de
materia a forma; Esto es lo que pensaron Schleiden y Schwann". Naturalmen-
te, la ~ateria y la forma son indispensables a toda realidad natural, y por tanto
toda celula ha de constar de protoplasma y núcleo. Ambas cosas, son, pues,
esenciales, y constituyen algo así como la ousia o substantia de la célula. Nin-
guna de ellas es puro accidente. Pero sin embargo siempre se ha considerado
que la forma tiene prioridad ontológica sobre la materia, que en la metafísica
antigua aparece siempre como principio meramente negativo e informe. Di-
ch~ ~e otro modo: la materia es siempre algo pasivo, si se la compara con la
a~tlVldad de,la forma. Lo definitorio y definitivo en la vida animal es, pues, el
nucleo, y mas en concreto la información genética. Todo individuo animal se
define por sus cromosomas. Comparado con ello todo lo demás es, de algún
modo, meramente pasivo.

Como consecuencia de todo esto, cabe decir que para la mentalidad


genética clásica, la información genética, el «genoma» es lo «activo» de los
seres 'vivientes, y el «fenoma» lo «pasivo». Por tanto, el ser vivo se define por su
~enoma. Donde hay genoma hay ser vivo, y el tipo de genoma nos define el
tipo de ser vivo que tenemos.

12 Cf. Agustín Albarracín, La teoría célula: Historia de un paradigma. Madrid, Alianza, 1983.

100
Todavía cabe llevar algo más allá esta mentalidad. Los filósofos antiguos
distinguieron siempre entre la substancia primera o individual, y la substancia
segunda o universal. Sólo ésta constituye la esencia de la cosa. Por tanto, lo
esencial del genoma no está compuesto por todas sus características indivi-
duales, sino sólo por aquellas que son universales y se dan en toda la especie.
Éste es uno de los sentidos que tuvo en griego el término eidos, que los latinos
tradujeron por species. El genoma sería la raíz y el fundamento del concepto
biológico de especie. El genoma de todos los individuos es substancial, pero
sólo el quidditativo o específico es esencial. La esencia del hombre está
constituída por sus propiedades específicas. Lo que añade la substancia prime-
ra o individual a la substancia segunda o universal es simplemente la indivi-
duación, que tiene lugar, según la interpretación más admitida en la Edad
Media, por la materia signata quantitate. Y como la quantitas es uno de los
nueve accidentes de la tabla aristotélica de las categorías, resulta que lo que la
individuación añade a la esencia es puramente accidental, aunque el hecho de
la individuación sea en sí esencial. De lo que se deduce que el proceso de
individuación es siempre un proceso de accidentalización, en tanto que la
quiddificación es esencialización.

Ningún biólogo ni ningún filósofo de los siglos XIX y XX, por tanto de la
era de la moderna genética, ha expuesto de modo explícito su pensamiento
conforme a las categorías que acabo de establecer. Sin embargo, pienso que la
mayoría de ellos las tienen implícitamente asumidas como presupuestos men-
tales obvios e indiscutibles. No en vano Grecia fue la matriz de toda la cultura
occidental, y está en la base de todos los desarrollos ulteriores. Los conceptos
de la filosofía aristotélica que he intentado describir condicionan de hecho
nuestras ideas sobre genética más de lo que nosotros mismos sospechamos. Yo
me atrevería a decir que en biología aún no se ha producido la revolución de
pensamiento que antes vimos a propósito de la física. También cabría afirmar
que en genética aún no ha penetrado la nueva idea de naturaleza. La genética,
concretamente, no se ha desprendido todavía de los viejos esquemas
sustancialistas y elementaristas, en favor de otros estructurales y generativos.
En esto va muy por detrás de otras ciencias humanas, como por ejemplo la
lingüística, o la gramática generativa. Por eso considero tan positivo el enfo-
que de Antonio García-Bellido, cuando trata de aplicar a la genética los ade-
lantos operados en estas ciencias. En su Discurso de Ingreso en la Real Acade-
mia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, titulado Hacia una Gramática
genética 13, decía:

Podemos describir los fenómenos observados en términos de elementos de un


nivel inferior (enfoque reduccionista) o tratar de encontrar las reglas de

13 Cf. Antonio Garcia-Bellido, Hacia una gramática generativa. Madrid, Real Academia de
Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, 1984. .

101
interacción de los elementos que participan a cada nivel de complejidad (en-
foque estructuralista). El primer enfoque aparece justificado en un sistema
concebido a priori como organizado por la adición o supersposición de ele-
mentos, como directa consecuencia de sus propiedades en un nivel inferior;
es decir, es válido en sistemas inducibles y predecibles. Es interesante encon-
trar que en el nivel más atomista de la Física, en Física Nuclear, el enfoque es
estructuralista, sus elementos están definidos precisamente por sus interac-
ciones. A niveles de complejidad superiores, como en Lingüística, el enfoque.
es también estructuralista: la Lingüística actual trata de deducir reglas
generativas más bien que describir propiedades morfológicas, para explicar la
estabilidad y la evolución de las lenguas. Por contraste, la Biología actual está
dominada todavía por un enfoque reduccionista: está más interesada en defi-
nir categorías morfológicas (en fenómenos y en formas) que en encontrar
reglas generativas y descubrir restricciones. Su objetivo es explicar fenóme-
nos y formas como una consecuencia de las propiedades de los componentes
tal y como son definidos al nivel químico y morfológico ".

Esto que se dice de la Biología en general, es particularmente aplicable a


la Genética. La Genérica se ha desarrollado con una mentalidad claramente
reduccionista y mecanicista; sustancialista, diría yo. De ahí que su cultivo lle-
vara aparejado un despreciode la Embriología. El fracaso de la Genética clási-
ca para explicar mecanicistamente los procesos de desarrollo debe hacemos
pensar, como les hizo pensar a los físicos de hace un siglo, que el tipo de abor-
daje tiene que ser otro, de carácter estructural y sustantivo. Como sigue di-
ciendo García-Bellido,

la Genética es una ciencia de interacciones entre elementos definidos feno-


menológicamente, los genes. Sin embargo, la esperanza puesta en la Genética
-como ciencia de la herencia- para explicar especificidad en Desarrollo y en
Evolución ha sido fallida. Este fallo se ha debido, en mi opinión, al énfasis en
un esfoque analítico reduccionista. Si evolución y desarrollo no se pueden
explicar por la adición de funciones génicas, tendremos que explorar las posi-
bles reglas y restricciones que operan al nivel de interacciones génicas. Para
explicar cómo el lenguaje genómico se expresa en Morfogénesis necesitamos
algo análogo a una gramática sintáctica en Lingüística -un nivel de análisis
intermedio entre Fonología y Semántica".

Es clásico comparar el código genético al código lingüístico, y a los


cromosomas con tomos de un diccionario. Lo que sucede es que las frases de
un diccionario pueden analizarse al menos con dos tipos de técnicas, las pro-
pias de la «gramática morfológica" o clásica, y las más modernas de la «grarná-

14 A. García Bellido, Op. cit., p. l l .


15 A. García-Bellido. Op. cit.; p. 12.

102
.. tica generativa", en tanto que en genérica sólo se ha utilizado hasta el momen-
,. to las primeras. Asumir en genérica estas últimas ha de suponer:

l. Conceder prioridad al individuo sobre la especie, en vez de ir de la


especie al individuo, como hizo la filosofía antigua.

2. Evitar la consideración del genoma en términos de ousía o substantia.


No hay substancia y accidentes. El genoma no es hypo-keímenon o subjectum
de nada. Hay, eso sí, un campo de fuerzas, una sustantividad. Pero la sustanti-
vidad es una estructura clausurada de notas o momentos, en la que tan impor-
tante es el genoma como otras muchas estructuras celulares. Es el todo el que
tiene constitución, compago, y por tanto sustantividad.

3. Evitar el pensamiento excesivamente «causal". Siempre hemos tendi-


do a pensar que los genes son la «causa" de los aminoácidos, de las proteínas,
" etc. Pero esto no es cierto. Los genes son factores de funciones muy complejas.
Lo que pasa en la célula no puede entederse con mentalidad causal, sino con
mentalidad funcional.

4. La sustantividad de los seres vivos se identifica con su «constitución».


La constitución de un individuo no puede entenderse, pues, como un «conjun-
to de elementos», sino como una «unidad clausurada de momentos o notas».

5, De acuerdo con su lugar dentro de la constitución de un ser vivo, las


notas de su sustantividad pueden tener distinto carácter. Pueden ser de tipo
«causa]" y de tipo «formal». Las primeras se llaman también «notas adventi-
cias», porque son aquellas que la sustantividad tiene de un modo extrínseco,
por su relación con otras, pero que no pertenecen formalmente a su estructu-
ra constitucional. La estructura constitucional está constituida por las notas de
tipo formal. Dentro de estas «notas constitucionales», hay algunas que tienen
la característica de ser últimas o infundadas en la línea de notas; son las llama-
das «notas constitutivas». Éstas no tienen sustantividad, ni por tanto suficien-
cia constitucional; por eso no son un «sistema» sustantivo, sino un «subsisterna»
dentro de la sustantividad. Pues bien, en los seres vivos podemos identificar
sustantividad con fenoma, y subsistema sustantivo con genoma. ELgenoma es
algo así como la esencia del sistema, pero siempre que-se admita que la esen-
cia nunca es autosuficiente. Hay que ir de la sustantividad (sistema) a la esen-
cia (subsistema), y no al revés, como se ha hecho clásicamente.

Todo esto requiere algunas reflexiones complementarias. Cuando se hace


del genoma el «sistema» esencial del ser vivo, entonces se dota al fenoma de
un carácter meramente «consecutivo»: los genes tienen la información, que
mediante el proceso de transcripción se conviene en fenoma. Así pensaron los
genetistas darwinianos clásicos (dejo de lado, por tanto, a lQS neolamarckistas
y lysenkistas) hasta, aproximadamente, el año 1960 .. Entonces empezaron a

103
describirse hechos que demuestran bien cómo el genoma es sólo «subsisterna»,
y cómo el fenoma no es consecutivo sino «constitutivo". Para explicar esto
nada mejor que acudir al modelo del operón de Jacob y Monod.

El modelo del operón lo desarrollaron Jacob y Monod en 1961 para expli-


car la regulación de la actividad y síntesis enzimática de las bacterias. La
síntesis de proteínas se realiza en las bacterias de acuerdo con la información
codificada en el interior de los llamados genes estructurales, que a su vez son
activados o detenidos por genes controladores, en su doble faceta de «genes
operadores" y «genes reguladores». Estos genes reguladores, como es bien sa-
bido, actúan mediante la formación de sustancias citoplasmáticas o represa res,
capaces de reaccionar con merabolíros procedentes de la propia célula o del
exterior. Cuando ello sucede, es decir, cuando un represor se activa, el gen
operador queda desactivado y por tanto no puede efectuar la síntesis del
m-RNA; si, por el contrario, el represor se inhibe, entonces se produce el
fenómeno inverso, conocido con el nombre de inducción, de 'modo que se
pone en marcha el mecanismo de transcripción del gen estructural. El cito-
plasma, y tras él el medio externo (p.e., otras células), intervienen, pues, en el
fenómeno fundamental de la efección y represión genética. Ciertamente, los
genes no tienen carácter «postadaptativo», como quería el neolarnarckismo,
sino «preadaptativo», de acuerdo con' el modelo neodarwiniano". Pero aun
aSÍ, es preciso reconocer que la influencia del medio protoplásmico es esencial
en el proceso de constitución del fenotipo, hasta el punto de que sin él no sería
posible", Cuando digo conformación me estoy refiriendo a la estructura cons-
titucional y real del ser vivo, y no sólo a sus características operativas o acci-
dentales. No parece, pues, que pueda seguirse teniendo una imagen aristotélica
o sustancialista del desarrollo genético de los seres vivos. Por el contrario,
pienso que debe sustituírse por otra de carácter más bien campal y sustantivo.
No es que, como tiende a decir la teoría aristotelizante, el genoma sea lo cons-
titutivo y el fenoma lo consecutivo; la relación entre ellos no es de lo constitu-
tivo a lo consecutivo sino de constitutivo a constitucional. Pero esto plantea
nuevos problemas, para los cuales es preciso diferenciar bien «genorna»,
«apogenorna» y «fenoma". Veamos cómo lo hace García-Bellido:

La presencia de una proteína codificada por un gen regulador puede impedir


o permitir la transcripción de otro gen, dependiendo de su estado alostérico:
asociada a, o disociada de, un metabolito específico. El meta bolito específico,
un inductor o co-represor, presente en el medio externo o un metabolito inter-
no producto de otro gen, determina la configuración del represor. Esta última,
a su vez, determina su capacidad de reconocer una secuencia del ADN vecino
al' gen regulable (estructural) y, uniéndose a esa región, impide su transcrip-

16 Cf. José Ramón Lacadena, Genética, 4 ed., Madrid, Agesa, 1988, pp. 782786.
17 Cf. José Ramón Lacadena, Op. cit. pp. 548-553, Y 1173.1209.

104
ción por las ARN-polimerasas. Hay mecanismos de regulación de tipo negati-
vo y de tipo positivo, por activación o represión, cada uno de los cuales es
característico de un sistema regulador específico. Un 'gen regulador' particu-
lar puede controlar un único gen estructural o varios, contiguos o dispersos
en el genoma, que constituyen su 'operón'".

Lo que la teoría del operón dice es, pues, que los genes estructurales no
son "operativos" más que cuando resultan activados por otros genes regulares,
que a su vez necesitan para ello de ciertos efectores procedentes del medio
externo. Este hecho obliga a distinguir, dice García-Bellido, el genoma del
apogenoma, y ambos del fenoma.

La existencia de operones descubre una organización del genoma opera-


cionalmente discontinua. El genoma consiste en grupos discretos de genes
controlados independientemente. En un momento particular del ciclo celular
o en diferentes tipos celulares solamente una parte del genoma se expresa -Ia
constitutiva y la regulada activa-o Puesto que la regulación génica depende de
la presencia o ausencia de moléculas de inductor, el genoma debe ser conside-
rado como un sistema abierto. Necesito introducir el término 'apogenoma'
para designar los grupos particulares de genes expresados en los diferentes
estad íos embrionales y tipos celulares, como diferente del inventario total de
información genética, del 'genoma', transmitido a todas las células por mito-
sis. Los procesos y operaciones que resultan de la interacción de productos
génicos y metabólicos constituyen el 'fenoma'. Así, apogenomas particulares
determinarán diferentes fenomas 19.

A la vista de esto, parece posible afirmar que el «genoma» corresponde a


lo que Zubiri llama «esencia quidditativa», el «apogenorna» a la «esencia cons-
titutiva», y el «fenorna» a la «sustantividad". Como es bien sabido, Zubiri en-
tiende la esencia quidditativa como una «parte» de la constitutiva, aquella que
es común a todos los seres humanos y los' hace pertenecer a la misma especie,
a pesar de sus características distintas. Cabe por ello pensar, también, que la
esencia quidditativa es una parte del ~enoma total, aquella que es común a
todos los seres de la especie humana. Este sería el sentido estricto y un tanto
estático de esencia quidditativa. En sentido lato habría que conceptuarla de un
modo más amplio y dinámico, probablemente también más real, simplemente
como «genorna» (con todo lo que de invariable y todo lo que de variable tiene;
el genoma sería, en última instancia, el código de información inc1uído en los
cromosorhas de cualquier especie). Por su parte, la esencia constitutiva se iden-
tificaría con el «apogenorna», o parte del genoma que resulta «operada» (por
los operones); es decir, «activada", «actualizada». Sólo éste es esencia consti-
tutiva, porque sólo éste funda la sustantividad. La sustantividad es, por ello,

18 A. García-Bellido, Op. cii; pp. 23-24.


19 A. García-Bellido, Op. cit., p. 24.

105
«fenorna». Esto es algo que hubiera resultado inconcebible para la genérica
clásica, sustancialista y mecanicista, en vez de campal y estructural. Pero una
genética que admite el modelo del operón ya no puede ser mecanicista. En
consecuencia, pues, podemos decir que lo único que tiene suficiencia constitu-
cional (no constitutiva) es el fenoma. Tenemos que acostumbramos a ver el
genoma desde el fenoma, y no al revés".

Quiero terminar esta primera parte diciendo que en mi opinión esa men-
talidad clásica que sobrevalora el genoma como esencia del ser vivo, de tal
manera que todo lo demás sería mero despliegue de las virtualidades allí con-
tenidas, es la responsable de que la investigación biológica se haya concentra-
do de modo casi obsesivo en la genérica, y haya postergado de modo muy
característico el estudio del desarrollo, es decir, la embriología. Este estado de
cosas no ha venido a resolverlo más que la biología molecular. La biología
molecular ha llevado a su máximo esplendor el desarrollo de la genética, en
forma de genética molecular. Pero a la vez, ha permitido ver sus intrínsecas
limitaciones. La biología molecular ha permitido comprender que el desarro-
llo de las moléculas vivas no depende sólo de los genes. De ahí la importancia
que en estos últimos años ha ido adquiriendo la biología molecular del desa-
rrollo. Uno de los biólogos que más ha escrito sobre las cuestiones a que se
refiere este artículo, Clifford Grobstein, confesaba hace años, al comienzo de
su libro From Chance to Purpose:

Mi profesión, es la de biólogo, y he desarrollado mi investigación en el campo


de l~ blOlogIa del desar;ollo. Crecí científicamente en una época en que la
genetica y la ernbriología divergían mucho en sus áreas de interés y en sus
met?dologías. Sin embargo, comenzaron a tenderse nuevos puentes entre la
g,e.netlcadel d,esarrollo y la embriología bioquímica. Siendo aún un joven cien-
tífico, empece a darme cuenta de que la unión de los estudios sobre la heren-
cia y el desarrollo era inevitable. Por eso mantuve un vivo interés en los avan-
c~s de an:bas. En la actualidad esa esperada unión de las dos ya se ha produ-
cido, gracias al nacnruento y al espectacular desarrollo de la biología molecular.
Tanto los genetistas co.mo los embriólogos trabajan actualmente en la búsque-
da de las Intrincadas interrelaciones de los ácidos nucleicos, las proteínas y
otras macrornoléculas en la transmisión y expresión de la información gen ética
tanto en la herencia como en el desarrollo".

La biología molecular no sólo ha permitido fundamentar el edificio ente-


ro de la genética, sino también interpretar sobre nuevas bases la biología del
desarrollo. Es el tema que ahora hemos. de analizar.

20 Cf. J.R. Lacadena, Op. cit., pp. 875-886.


21 Clifford Grobstein, From chance to Purpose: An Appraisal o/ External Human Fertilization,
Reading, Massachusetts, Addison-weslsv Publishing Company, 1981, p. xiv.

106
------------_ .. _----~

11. LA EMBRIOLOGÍA y EL PR.OBLEMA DE LA CONSTITUCIÓN


DE LA SUSTANTIVIDAD HUMANA

El desarrollo experimentado por la genética en las últimas décadas ha


sido tan fabuloso, que ha llegado a convertirse en una interpretación omni-
comprensiva del fenómeno de la vida. Según este reduccionismo, todo está en
los genes, y los procesos embriológicos y morfológicos no son otra cosa que la
conformación de los órganos, aparatos y sistemas de acuerdo con las órdenes
emanadas de los genes.

No hay duda de que esto es en parte así. Pero sólo en parte, Como ha
escrito García-Bellido,

La regulación génica como la encontrada en operones bacterianos constituye


una nueva operación de generar oraciones moleculares, Contiene un elemen-
to de opción, frente al estricto determinismo molecular encontrado en las
operaciones de autoensamblaje. La selección está determinada por elementos
'deícticos', inductores en sentido lato, que dan precisión espacial y temporal".

Este «elemento de opción» o "factor deíctico» hace del organismo vivo un


. sistema no reducible a los puros genes. La realidad de los seres vivos no se
identifica con su «genorna. sino con su «fenoma», El problema es que de todos
los organismos pluricelulares sólo conocemos con alguna precisión el genoma
de la Drosophila melanogaster, y por tanto sólo en él podemos seguir al detalle
la serie genoma-apogenoma-fenoma. Esto nos hace muy difícil el estudio de la
genética del desarrollo. Pero a pesar de ello, hoy empieza a ser claro aun para
los mismos genetistas la importancia de los procesos apogenómicos, y por
tanto embriológicos. Esta conciencia es aún mucho más acentuada en los
embriólogos. A estos es frecuente oirles decir que en su opinión se ha estado
exagerando la importancia de los factores genéticos, en detrimento de otros,
típicamente morfológicos y espaciales.

Tendemos a pensar que toda la información está recogida en el genotipo


celular, de modo que el ser vivo está ya constituído en cuanto posee genoma,
del cual el fenoma no será más que su expresión o actualización. Ahora bien,
esto es completamente quimérico. Y ello por doble motivo. En primer lugar,
porque la constitución del ser humano no depende' sólo del genoma. Y en
segundo, porque lo externo al genoma no posee en el ser vivo un carácter
meramente consecutivo, accidental o adventicio. Sobre el primer punto ya he
dicho algo en el apartado anterior. Ahora conviene prolongar aquella reflexión
en la línea del segundo.

22 A. García-Bellido, Op. cit., p. 25.

107
Comencemos repitiendo algunas cosas ya insinuadas. Nosotros, hombres
occidentales, solemos tener una idea excesivamente griega o aristotélica de lo
que son las cosas. La filosofía griega fue, como es bien sa~ido, rabiosamente
«substancialista». Para Aristóteles las cosas son substancias. «Sub-stancia»,
ousia, es toda cosa natural que goza de cierta individualidad o autonomía. Es
importante recordar por qué se las denomina a las cosas «sub-stancias».
Aristóteles piensa que toda cosa real, por ejemplo una manzana, tiene deter-
minados caracteres externos, como el color, el sabor, el olor. Estos caracteres
no son «la» manzana, sino "de» la manzana. Esto quiere decir que no son en sí
sujetos, sino que están en un sujeto; están como adheridos a él. Esto es lo que
los latinos llamaron acciáens, lo que está sobre algo o alguien. Y este algo o
alguien es su sujeto de adhesión o inhesión de los accidentes, lo que está deba-
jo de ellos y los sustenta. Por eso se llama «sub-stantia», lo que está debajo.

Aplicados a la célula, estos conceptos llevan a conceder, como se viene


haciendo desde los tiempos de Schleiden y Schwann, al núcleo el carácter de
«forma» y al protoplasma el de «materia». Esta es, a mi modo de ver, la creen-
cia que todos inconsciente y acríticamente sustentamos sobre lo que es un ser
vivo. Es una idea científica. Pero la imagen descrita va mucho más allá de los
datos científicos. Tiene profundos y graves presupuestos filosóficos, que son,
justamente, los de la tradición sustancia lista aristotélica. Ahora bien, a mi modo
de ver esos presupuestos no sólo no nos dejan interpretar los hechos con abso-
luta claridad, sino que además distorsionan gravemente nuestra imagen de la
realidad viva. Intentaré explicarme.

La realidad viva siempre se ha resistido a las interpretaciones «rueca-


nicistas», y la que hemos expuesto tiene este carácter. La cultura occidental, a
diferencia de otras, ha solido ver el mundo como un ingente mecano de cosas
sustanciales que establecen entre sí relaciones de tipo causal. La mecánica
clásica, la mecánica de Galileo y Newton, y sobre todo la mecánica aristotélica,
responden a este esquema conceptual, tan medular en nuestra cultura. Tam-
bién responde a él la biología celular clásica, y aun la genética y la embriología
más tradicionales. No es un azar que el padre de la embriología experimental,
Wilhelm Roux (1850-1924), diera a la nueva ciencia por él fundada el nombre
de Entwicklungsmechanik, «mecánica del desarrollo». La embriología se ha
constituído con una mentalidad profundamente mecánica y mecanicista. Para
Roux el huevo es una substancia, y lo que la embriología tiene que estudiar es
cómo se desarrolla mecánicamente. Nada más.

Roux denominó a su método de trabajo,«análisis causal». De lo que se


trataba era de establecer las causas mecánicas del desarrollo embrionario. Su
objetivo, llegar a una interpretación causal y mecanicista de los procesos de
desarrollo. Con esta mentalidad realizó sus experimentos en embriones de
anfibios, descubriendo la posición y dirección de los planos en las dos prime-
ras segmentaciones de los huevos fertilizados. Si el desarrollo continúa y se

108
establecen el eje medial y la orientación, Roux descubrió que estaban relacio-
nados con los planos de división primeros. Más tarde, con sus famosos expe-
rimentos de 1888 sobre un «herni-embrión» (consistentes en puncionar un
huevo fertilizado de rana con una aguja caliente, destruyendo una combina-
ción de núcleos antes de la tercera división), Roux comprobó la producción de
semiblástulas y semigástrulas, viendo cómo las blastórneras no dañadas con-
tinuaban su evolución normal, como si nada hubiera pasado. Esto le llevó a
establecer su tesis de que el desarrollo funcionaba como un mosaico de al
menos cuatro piezas verticales distintas, cada una de desarrollo subs-
tancialmente independiente. También vio que la parte dañada podía reorga-
nizarse, al menos en parte, por efecto de la otra. Esto le llevó a establecer sus
conceptos de «diferenciación independiente» 'o «autod iferenciació n.,
(Selbstdijjerenzierung) y «diferenciación dependiente» (dijjerenzierende
Correlation y obhiingige Dijferenzierung). A su vez, sus experimentos demos-
traban que el núcleo de cada blastómera tenía la información suficiente para
constituirse en línea independiente de diferenciación. Por otra parte, estos
experimentos le llevaron a Roux en 1883 a afirmar que el núcleo se componía
de un complejo de macromoléculas o partículas hereditarias, ya establecer el
principio de que estas partículas se dividían en los procesos de mitosis que
acontecían durante el desarrollo embrionario, y que el citoplasma y el núcleo
interactuaban continuamente durante el desarrollo.

Con sus conceptos de diferenciación dependiente e independiente, en-


tendidos en un sentido estrictamente mecánico y químico, y por tanto comple-
tamente alejados de cualquier tipo de vistalismo, Roux puso las bases de la
embriología experimental. Pero hay que reconocer que con su Entwick-
lungsmechanik Roux quiso establecer algo más que un método; quiso dotar a la
embriología de un estilo de pensamiento estrictamente «mecanicista». Y esto
es lo que hoy resulta muy problemático. Hay que preguntarse, en efecto, si la
concepción mecanicista de los fenómenos naturales es la más adecuada para
entender los fenómenos embriológicos, o si por el contrario el desarrollo em-
brionario no tiene más que ver con los procesos dinámicos y campales que
con los estrictamente mecánicos. Veamos algunos hechos.

Son bien conocidos los experimentos realizados por García- Bellido y co-
laboradores a propósito de la morfogénesis animal. Según García-Bellido, las
estructuras morfológicas animales se constituyen siguiendo lo que él denomi-
na teoría de los compartimentos. Según ella, el desarrollo morfológico se efec-·
túa mediante decisiones binarias (anterior/posterior, ala/pata, dorsal/ventral,
etc.) regidas por genes «clave» o «maestros», de tal manera que una vez toma-
da la decisión, las células de ese sector quedan ya determinadas a formar los
órganos específicos de este compartimento". Ahora bien, la decisión genética

23 Cf. J.R. Lacadena, Op. cit., p. 976.

109
tomada en una etapa determinada funciona de acuerdo con el modelo
bacteriano de sistemas represibles de Jacob y Monod, de forma que para que
aparezca la decisión es necesario la convergencia de un factor extrínseco (el
inductor posicional) y dos genes (el selector y el activador)24. Los inductores
posicionales tienen, naturalmente, carácter deíctico, es decir, aleatorio, de tal
modo que sin ellos el gen queda sin efecto. De ahí la importancia de los
inductores, y por tanto también del desarrollo. He aquí cómo lo explica el
propio García-Bellido:

La embriología experimental ha descubierto hace tiempo que los tejidos


embrional es dependen unos de otros (inducciorÍes embrionales: interacciones
a corta distancia) para la normal morfogénesis y diferenciación. Cuando se ha
analizado en detalle esta fenornenología se ha distinguido, en la reacción,
entre el estímulo y la especificidad del sistema que responde. En el caso de la
acción hormonal está claro que sus efectos vienen mediados por moléculas
receptoras específicas que reconocen la estructura molecular de la hormona,
se unen a ella y transportan el complejo a un grupo predefinido de genes que
responde ... Las hormonas aparecen, pues, como elementos deícticos que ayu-
dan a coordinar en el tiempo o a modular en cantidad, funciones fisiológicas
predefinidas (p.ej., mudas en Artrópodos o producción fisiológica de
ovoalbúmina en Vertebrados). Es decir, las hormonas meramente desencade-
nan la realización de un programa genético preexistente.

La inducción embrional es un fenómeno más complejo, en el que posiblemen-


te diferentes concentraciones de moléculas de inductor en e! espacio y en el
tiempo, activan grupos preestablecidos de acciones génicas en los tejidos que
pueden responder, esto es, que son competentes. En los Vertebrados una gran
diversidad de sucesos morfogenéticos pueden resultar de series en cascada de
pasos inductivos. La presencia o ausencia de las moléculas de inductor puede
generar caminos alternativos de diferenciación celular. De nuevo, en este caso,
los elementos deícticos inductores seleccionan programas alternativos
preestablecidos.

Todavía más complejas parecen ser las operaciones que llevan a la formación
de patrones integrados en el espacio o están involucradas en el control de
tamaño y forma de órganos. Estudios embriológicos clásicos y recientes han
mostrado que la distribución espacial constante de los elementos en patrones
.rnorfológicos depende de 'referencias internas' del tejido en desarrollo".

. Un buen ejemplo de esto último son los trabajos que realizaba Génis-
G~lvez en los a~os en que yo fui alumno suyo de embriología, sobre la regula-
Clan rnorfogenética del cristalino. La.diferenciación bioquímica y morfológica
de las células del cristalino está controlada, como es obvio, genéticamente, de

24 Cf. J.R. Lacadena, Op, cit., pp. 973-977.


25 A. García-Bellido, Op. cit., pp. 36-7.

110
modo que sus genes estructurales son activados o detenidos por genes centro-
ladores, en su doble faceta de «genes operadores» y «genes reguladores». Estos
genes reguladores, a su vez, actúan mediante la formación de sustancias
citoplasmáticas o represores, capaces de reaccionar con metabolitos proceden-
tes de la propia célula o del exterior; Cuando esto sucede, es decir, cuando un
represor se activa, el gen operador queda desactivado y por tanto no puede
efectuar la síntesis del m-RNA; si, por el contrario, el represor se inhibe, enton-
ces se produce el fenómeno inverso, conocido con el nombre de inducción, de
modo que se pone en marcha el mecanismo de transcripción. En el caso de las
células cristalinianas,

existen datos que señalan a la retina neural como la principal productora de


un factor que provoca la diferenciación del cristalino. ASÍ, cuando entre am-
bos tejidos se interpone una pequeña partícula de celofán, los fenómenos de
inducción no tienen lugar (MacKeehan, 1951). Si la retina neural es extirpada,
en fases embrionarias, la diferenciación y alargamiento de la célula epitelial
del cristalino, tan íntimamente relacionada con la síntesis de la cristalina del-
ta, se detiene ostensiblemente (Gériis-Gálvez, 1965; Génis-Gálvez, Santos y
Ríos, 1967).

Si se extirpa el 'esbozo del cristalino, en el embrión de pollo, y se rota 180


grados antes de reemplazarle nuevamente en su primitivo lugar, se observa
que rápidamente las células del epitelio orientadas ahora hacia la retina y
vitreo se alargan y diferencian en células fibrilares.ICoulombre y Coulombre,
1963; Génis-Gálvez, 1965, 1967). Paralelamente al alargamiento y diferencia-
ción fibrilar el análisis de los determinados antígenos, presentes en el epitelio
ratado, indican una activa síntesis de cristalina delta (Génis-Gálvez, 1969).

Si se comparan los patrones inmunoelectroforéticos del epitelio rotado con


los de la primitiva pared profunda, se aprecian notables diferencias en sus
respectivas movilidades y que muy posiblemente son debidas a diferencias de
orden fisioquímico.

Es evidente que las potencialidades genéticas encerradas en la célula epitelial


del cristalino no se pierden, sino que de una manera gradual, debido posible-
mente a un gradiente morfogenético retinal, van siendo activadas a medida
que las células epiteliales pasan por el ecuador de! órgano. El hecho de que la
célula epitelial se diferencia en fibra, al orientarse experimentalmente hacia
la retina y vítreo, se debe posiblemente, a que parte del genoma de la célula
epitelial, que en el curso de la morfogénesis normal no entra en actividad
hasta haber pasado porla región ecuatorial, se hace funcional al ponerse, tras
la rotación, en relación directa con los factores localizados en la retina o en el
vítreo. Es decir, ante las nuevas interacciones tisulares establecidas por el ex-
perimento, los mecanismos de biosíntesis proteica, presentes en la célula
epitelial, se ponen brusca y prematuramente en marcha, motivando la síntesis
de las distintas cristalinas y consecuentemente la eJongación del epitelio.

111
Los trasplantes de esbozos de cristalino a territorios lejanos a sus normales
inductores regionales, han demostrado que la célula cristaliniana es capaz de
un ~Ierto grado de autodiferenciación (McKeehan, 1954; Génis-Gálvez, Santos
y Ríos: 1967). Puede suponerse, por lo tanto, la existencia en la propia célula
cns:ahmana de algunos mecanismos de autobiosíntesis macromoiecular. Tal
hipótesis podría encontrar una base explicativa en la existencia de ácidos
nbonucIelcos mensajeros de larga duración (Reeder y Bell, 1965)26.

Estos ya antiguos experimentos de Génis-Gálvez demuestran bien cómo


hay factores morfoló?icos y espaciales que pueden actuar como «efecto res»; y
po; tanto como .«actIvadores» y «represa res» de la información genética. De
ahí la Importancia de la conclusión que Génis-Gálvez saca tras lo expuesto:

L?s ejemplos mencionados representan un claro ejemplo del elaborado meca.


msn;o que controla y regula la actividad genética. También pone de manifies-
to como los genes que normalmente van reprimiéndose en el curso del desa.
~roll~, pueden ser activados por la acción de factores, entre los que pueden
l,ncl.Ulrselos,mductores embrionarios normales. Unas relaciones topo gráficas
opnrnas, aSI co~o ~na concentración adecuada del inductor y competencia
por parte del tejido inducido, SORfactores decisivos durante la diferenciación
ernbrionaría". ' .

De aquí se deducen conclusiones de la máxima importancia. Una de ellas


es que el proceso morfogenéticono tiene un carácter meramente «consecuti-
va» a los genes, sino formalmente «constitutivo». Como dice García-Bellido en
el desar~ollo embrionario intervienen tanto «funciones génicas» como "op~ra-
cienes discretas-". Esto quiere decir que el embrión no sólo se «desarrolla» en
el proceso embriogenético, también se «constituye». En contra de Roux habría
que decir que la embriogénesis no es el mero «desarrollo mecánico» del genoma
~e.tal modo que se plasme en fenoma, sino la «constitución» dé una «sustan-
tividad». No se ~rata de sustancia. sino de sustantividad, ni de desarrollo (al
~eno~ en los pnmeros estadios) sino de constitución. En la embriogénesis no
mt.ervlenen s.olo los genes, sino también el medio espacial y temporal. De ahí
la lmportancl~ embriológica del concepto de «campo morfogenético»29. Se han
propues~o vanos modelos sobre cómo funciona este campo. Todos admiten la
m~~enCla de factores externos (p.e, las hormonas maternas") y protoplas-
mat~cos sobre los genes, activándolos o inhibiéndolos. Estos factores están es-
pacial y temporalmente determinados. Así, por ejemplo, los llamados

26 J.M. Génis-Gálvez, Biología del desarrollo. Fundamentos de Embriología Barcelona Espax


1970, pp. 64-6. ' "
27 J. M. Génis-Gálvez, Op. cit., p. 64.
~: Cf. Antonio Ga,rcía-Bellid~, Op. cit., p. 39.
Cf. la exposicion que de éste y de otros muchos temas se hace en la Anatomía de Gray
~~d. Peter L. Wtlltams y Roger Warwick), trad. esp., Barcelona, Salvar, 1987, vol. 1 p.97.
Cf. J.R. Lacadena, Op. cir., pp. 952-957. '

112
,ánductores ernbrionarios» pueden ser considerados, según Grobstein (1963),
como «efecrores» genéricos.

A este respecto se ha señalado que el efector podría ser un producto de biosín-


tesis y que el mecanismo de la inducción embrionaria implicaría la transferen-
cia de este producto sintético desde la célula inductora a la célula inducida.
Este punto de vista se fundamenta en los estudios realizados sobre los proce-
sos embrionarios de la inducción primaria y secundaria (Brachet, 1957; Sirlin
y Brahma, 1959). Estos estudios están de acuerdo con la teoría de que las
macromoléculas pueden ser transferidas de los tejidos inductores a las células
inducidas. También existiría la posibilidad de que el efector se encontrara
inactivo y 'enmascarado' en las células inducidas, siendo desbloqueado y libe-
, rado por productos procedentes de las células inductoras. Aún otro mecanis-
mo podría considerarse: el que el inductor actuara sobre los ácidos ribonucleicos
mensajeros alterando su actividad y estabilidad".

Esto nos obliga a volver con alguna mayor detención sobre el concepto de
"inducción ernbrionaria». El término, como se sabe, fue introducido por
. Spemann en 1931, para denominar el fenómeno que estamos estudiando. Hay
un modo de «activación» genérica que es el de la «inducción-". Génis-Galvez
lo describe así:

En términos generales la inducción embrionaria puede ser considerada como


parte de un complicado proceso continuo de interacción entre tejidos que
poseen una adecuada orientación espacial, así como un específico ajuste tem-
poral. Quiere ello decir que para que el fenómeno de inducción ocurra con
características de normalidad es imprescindible que las células de los tejidos
reaccionantes coincidan tanto en el tiempo como en el espacio, según una
muy ajustada y programada secuencia.

Durante el proceso de inducción uno de los tejidos se ve obligado a seguir una


vía o camino de diferenciación que no seguiría si la interacción inductiva no
hubiera tenido lugar: se trata del inducido. El material tisular que posee esa
propiedad de obligar a otros territorios vecinos a diferenciarse en una deter-
minada dirección recibe el nombre de inductor.

De las tres hojas blastodérmicas de los embriones vertebrados es el ectodermo


el que depende más intensamente, para la segregación de los órganos que de
él derivan, de un proceso de inducción. Durante el periodo de neurulación, en
el que el sistema nervioso es segregado del ectoblasto por la acción inductora
del cordomesoblasto, se adquieren los componentes axiales del embrión, así

31 Cf. J.M. Génis-Gálvez, Op. cit., p. 57.


32 Cf. Thomas G. Connelly, Linda L. Brinkley y Bruce M. Carlson, Eds., Morphogenesis and
Pattern Formcuion, New York, Raven Press, 1980.

113
como su simetrización bilateral, por cuyo motivo el citado proceso ha recibido
la denominación de inducción primaria.

En la formación de un gran número de órganos intervienen también procesos


de ínteracción tisular cuyos inductores reciben el calificativo de secundarios,
para diferenciarles de aquellos incriminados en el proceso de inducción pri-
maria.

Normalmente son varios los tejidos inductores que actúan sobre el inducido,
haciéndolo de una manera gradual y acumulativa en el curso de la cual varían
tanto las capacidades intrínsecas del inductor como del inducido (Jacobson,
1966). Las células del inducido que reaccionan adecuadamente ante el influjo
inductor deben encontrarse en un estado específico y apropiado para poder
diferenciarse. Dicho estado de adecuada re actividad recibe el nombre de com-
petencia.

El tejido inducido, en la mayoría de los sistemas inductivos, es el que reaccio-


na con un efecto diferenciativo o morfogenético; pero su acción no es mera-
mente pasiva, sino que a SU vez es capaz de modificar la evolución del induc-
tor o inductores. De ahí que el proceso inductivo sea más bien un diálogo
mutuo entre inductores, en el que la interacción tisular es el fenómeno más
característico.

Se supone que el proceso de inducción es mediado por un fenómeno de difu-


sión de sustancias no identificadas que pasan de una célula a otra. Según esta
hipótesis, las células inductoras producirían sustancias difusibles que alcan-
zando a las células que no las producen pondrían en marcha, directa o indi-
rectamente, la maquinaria de la diferenciación".

Estas sustancias químicas de carácter inductor actúan, pues, a modo de


«efecto res" del proceso de «activación". Un grupo celular tiene «competencia",
es decir, capacidad para formar un cierto órgano desde la fecundación, pero
esa activación no se convierte en «determinación" más que tras el proceso
inductivo: .

La propensión y capacidad de un tejido o grupo celular para formar un deter-


minado y particular órgano, como respuesta al proceso inductivo, es decir, su
competencia, depende muy posiblemente de un patrón que se adquiere ya
desde el periodo de maduración del óvulo o cuando éste queda activado con
la fecundación (Raven, 1961). En líneas generales los tejidos que van a ser
inducidos se encuentran cornpetenternente preparados desde antes que el in-
flujo inductor actúe sobre ellos.

33 J.M. Génis-Gálvez. Op. cír., pp, 101-2.

114
Cuando un territorio o tejido embrionario limita estrictamente sus posibilida-
des para formar un específico órgano, y no otros, se dice que dicho territorio
se encuentra determinado. Los términos de competencia y determinación no
son sinónimos, toda vez que un territorio puede ser competente y no estar
aún lábil o fijamente determinado. Se supone hoy que el periodo de determi-
nación de las células embrionarias coincide con el interesantísimo fenómeno
de la síntesis de moléculas de RNAy su enmascaramiento o inactivación (Tyler,
1968).

En cuanto al propio fenómeno de la inducción parece también, al menos para


algunos sistemas orgánicos, estar ligado a la síntesis de m-RNA, y por lo tanto
de proteínas (Waddington, 1962)34.

La inducción embrionaria, pues, está ligada al proceso bioquímico de


activación genética. Con lo cual queda claro que todo el embrión actúa como
un gran campo de fuerzas, en el que cada parte es un momento que está
codeterminado por otros y a la vez los codetermina. De nuevo se ve que res-
ponde más al modelo de «sustantividad" que al de «sustancia".

Pero aún hay-más. Todo el tema de la inducción genética es importante


porque permite entender al embrión como un campo de fuerzas, y no simple-
mente como ejecución del plan genético. Cabe, sin embargo, la objeción de
que las células inductoras, sobre todo el cordomesoblasto, se desarrolla por
autodiferenciación, y por tanto depende casi exclusivamente de su informa-
ción genética. Si, pues, esta estructura induce luego la diferenciación del
ectoblasto (mediante la acción del llamado "factor M" o «mesoderrn inducing
factor", que según Asahi ycols., 1979, consiste en una proteína de peso molecular
30.00035); si esto es así y el cordomesoblasto induce la diferenciación del
ectoblasto, hay que concluir que toda la diferenciación se halla genéticamente
determinada. Pero esto no es cierto, y se debe una vez más al modo de pensar
típicamente sustancialista. En la activación de los genes del cordomesoblasto
hay también sustancias efectoras que son extrínsecas al genoma y están en el
protoplasma. Estas sustancias efecto ras protoplasmáticas pueden proceder de
otras células, o de la misma madre. Esto último es algo que se conoce con
exactitud en el caso concreto de las hormonas maternas. Se arguye con fre-
cuencia que el hecho de que sea posible la fecundación in vitro demuestra
hasta qué punto los inductores están ya en el protoplasma y no vienen de fuera
(ya que el medio en que se produce la fecundación es meramente nutritivo).
Pero a esto cabe responder que quizá por eso, porque no llegan inductores
desde fuera, las células fecundadas in vitro degeneran con gran rapidez, si no
se congelan o no son trasplantadas al medio uterino. Por otra parte, hoy está

34 J.M. Génis-Gálvez, Op. cü., pp. 101-2.


3S Cf. J.M.YI, Slack, From Egg ea Embryo. Oeterminative Events in Early Developmetit,
Cambridge, Carnbridge Universiry Press, 1983, p. 50.

115
fuera de toda duda el carácter de inductores genéticos que tienen las hormo-
nas maternas sobre el embrión". Esto es muy importante, pues demuestra que
los inductores no son sólo protoplásmicos o embrionarios sino también mater-
nos, y además permite suponer que quizá para que haya una verdadera sus-
tantividad, y por tanto un nuevo ser, es precisa una cierta madurez del sistema
neuroendocrino. No en vano a este sistema se le adjudica la función de «inte-
grar» el organismo del viviente o, como diría Zubiri, "formalizado». Es proba-
ble que sin formalización no haya sustantividad, y que la formalización re-
quiera una cierta madurez en el sistema neuroendocrino. De ser válida esta
razón, podría concluirse que el "campo» o la «sustantividad» del nuevo ser no
lo tiene el "embrión» (o pre-ernbrión) en propiedad, sino que en las primeras
fases del desarrollo éste pertenece aún a la sustantividad de la madre (que es
la que con su sistema neuroendocrino "formaliza» al nuevo ser vivo). No es
fácil decir cuándo aparece la sustantividad humana, pero probablemente no
antes de que el sistema neuro-endocrino inicie sus funciones de formalización.
Esto tiene que producirse en algún momento de la organogénesis llamada se-
.cundaria, no antes. Sobre este problema, el de cuándo puede considerarse al
embrión como formalizado y por tanto como sustantivo, habrá que volver en
otra ocasión. En cualquier caso..cabe decir que la formalización no acontece
antes de la organogénesís secundaria ..

El material de donde se derivan los diferentes órganos está constituído por las
tres hojas blastodérmicas ... Pero antes de que los órganos adquieran una for-
ma que recuerde, aunque débilmente, la del adulto, las hojas germinativas se
compartimentan en grupos celulares, más o menos numerosos, que no re-
cuerdan en nada a cualquier órgano adulto, pero que por ser característico
del embrión se denominan órganos embrionarios u órganos primarios.

Los órganos definitivos se constituyen a partir de estos órganos primarios,


recibiendo por ello el nombre de órganos secundarios. En la formación de
estos últimos se distinguen varias etapas evolutivas, en las que de una manera
progresiva, epigenética, se fija su porvenir (determinación), se adquiere la
forma característica del órgano (morfogénesis), se modifica su contenido pro-
teico y la calidad de sus células (diferenciación), aumenta de tamaño (creci-
miento), para finalmente iniciar sufunción37•

Tras el anterior recorrido por algunos conceptos embriológicos básicos,


como el de inducción, nos permiten ahora reinterpretar el concepto de «desa-
rrollo», quizá el fundamental en embriología. Aun los genetistas más avanza-
dos, como García-Bellido, tienden a minimizar la importancia de los inductores
y en general del desarrollo. Así, por ejemplo, García-Bellido escribe:

36 Cf. J_R. Lacadena, Op. cit., pp. 952-957.


37 J.M. Génis-Gálvez, Op. cit., p. 101.

116
Desde el punto de vista genético o informacional el desarrollo aparece como
una realización de grupos predefinidos de instrucciones génicas (apogenomas)
que interactúan, por reconocimiento celular específico, generando operacio-
nes y fenomas que dan lugar a las formas que ve el anatomista. Los elementos
epigenéticos (externos al programa genético) simplemente seleccionan
apogenomas preexistentes. Esto es, las modulaciones en desarrollo resultan
de operaciones permisivas más bien que instructivas".

Esta reducción de los patrones de desarrollo a la información genética ha


sido moneda común a todo lo largo de estas últimas décadas. James D. Ebert
escribía hace algunos años":

Todo desarrollo descansa en última instancia sobre los genes. La fabricación


de una macromolécula, la forma final de un organismo, o el reconocimiento
de un autoinjerto puede depender de una serie de interacciones que están
más allá de los genes, a menudo más allá de la célula individual; pero even-
tualmente será necesario buscar el origen de estas interacciones en la estruc-
tura del ácido desoxiribonucleico (ADN) y en el control de sus funciones. Por
lo tanto, este enfoque hace evidente, como se expondrá más adelante, que los
genes pueden ser activados durante el desarrollo, y plantean la cuestión de si
continúan actuando en los tejidos adultos.

El desarrollo consiste, según esto, en la mera activación de genes, lo que


puede ocurrir no sólo al comienzo, sino a todo lo largo de la vida de un sujeto
biológico. Esto último es lo que le lleva a Ebert a rechazar las tesis prefor-
macionistas, que ven al embrión como un ser humano en miniatura. El desa-
rrollo juega un papel, y un papel importante, ya que induce la activación de
genes, razón por la cual carecen de sentido las tesis preformacionistas. Pero
aun así, dista mucho de quedar claro el papel que juega el desarrollo en todo
esto. ¿Es constitutivo, o es meramente consecutivo? él.a información que apa-
rece a lo largo del desarrollo es tan importante como la de procedencia genérica,
o debe considerarse como meramente accidental? La respuesta de García-Be-
llido ya la conocemos: «desde el punto de vista genético o informacional» los
factores deícticos deben considerarse como meramente permisivos y no como
instructivos. ¿Pero es esto cierto, o se trata sólo de una interpretación más o
menos afortunada de los datos? Personalmente me inclino a pensar esto últi-
mo. De hecho, si se cambia el punto de mira y se contemplan esos factores
«desde la perspectiva del fenorna», entonces adquieren un nuevo sentido. Lo
que antes parecía meramente permisivo, es decir, accidental, adquiere ahora
la categoría de sustantivo o constitucional. El desarrollo no es la mera «expre-
sión» de los genes, sino el resultado de la interacción de la información genética

38 A. García-Bellido, Op. cit., p. 40.


39 Cf James D. Ebert, [nteracting Systems in Development, Carnegie Institution, Washing-
ton, 1965, p. 7.

117
con esta otra información que no está codificada en los genes, y que resulta tan
importante en la configuración del fenoma como la propia información genérica.

Así las cosas, se plantea la cuestión de determinar en qué momento del


desarrollo embriogenético puede afirmarse que existe un nuevo ser constitui-
do. Una respuesta que ha tenido una gran repercusión en el ámbito de la bioética
norteamericana ha sido la de Clifford Grobstein, embriólogo y profesor eméri-
to de biología en la Universidad de California, en San Diego. Grobstein ha
escrito a lo largo de los últimos veinte años un amplio número de trabajos
sobre este tema, que de algún modo se resumen en su último libro, Science and
the Unborn": La tesis de Grobstein se desarrolla en varios pasos. El primero es
que con sólo uniqueness in the genetic sense» no se tiene unity or singleness.

Aun reconociendo la profunda importancia de este primer paso [la individua-


lidad de un único genoma], es esencial tener en cuenta lo mucho que aún
falta en este primer estadio de lo que estará presente cuando se haya alcanza-
do la completa individualidad humana. Se ha conseguido la unicidad en sen-
tido genérico, pero no la unidad o singularidad. El cigoto, con su genoma
único, puede dar lugar, por gemelación natural o inducida, a dos o más indi-
viduoscon idéntica herencia. En ciertas especies, esto ocurre de modo natural
y con alguna frecuencia. Además, en el gato (y probablemente en muchos o
en todos los mamíferos, incluyendo el hombre) las células de dos o más
genotipós diferentes se pueden combinar entre sí, formando un embrión que
evoluciona 'hacia adulto como un mosaico de más de un genotipo. En los
humanos, por otraparte, gemelos idénticos, con el mismo genoma, tienen su
propio sentido de la identidad individualidad, diferentes nombres y derechos
de voto separados y distintos.

El error de identificar la individualidad genética inicial con la individualidad


completa has hace retornar al viejo preformacionismo, una teoría que fue
defendida hace más de una centuria. En esa época, de muy escasos conoci-
mientos científicos, los observadores, utilizando microscopios muy primiti-
vos, creyeron ver la miniatura de una persona en el óvulo, e incluso en la
mucho menor cabeza del espermatozoide. Para que de ahí saliera un indivi-
duo no se requería más que el crecimiento de esa miniatura a través del desa-
rrollo. Si esto fuera cierto, nadie tendría que plantearse la cuestión de cómo

40 CliffordGrobstein, Science and the Unborn, New York,Basic Books, 1988. Cf. también
CliffordGrobstein, FromChance ro Purpose: An Appraisa/ of Externa/ Human Fertilizacion,
Readmg,Massachusetts,Addison-Wesley PublishingCompany,1981; «The EarlyDevelopment
of Human Embryosn,.The Journal of Medicine and Philosophy 1985; 10: 213-236; «Heredity
Constitution and Individual Life», Society, May-June 1982; "A BiologicalPerspectiveon the
Origin ot Human Lire and Personhood». In M.WShaw & A.E.Doudera(Ed.), Defining Human
Lile: Meáica). Legal. and Etbiccl lmplications, Ann Arbor, Mich. & Wash. D.e., AUPHAPress.,
1983, Chapter 1, pp. 3-11; Elísabeth Hall, «Does Life Begin?A Conversationwith Clifford
Grobstein»,Psychotogy Today, September 1989, pp. 43-46.

118
llega a realizarse la complejidad de cada generación. Todo estaría allí en mi-
niatura ya desde el principio".

Aceptar que el mero genoma define la individualidad total de los seres


vivos es, para Grobstein, un retorno al preformacionismo. Ya hemos visto cómo
Ebert y García-Bellido creen posible conjurar este problema aceptando la acti-
vación genética a todo lo largo del desarrollo de los seres vivos. Con ello lo-
gran compaginar el determinismo de los genes con la evidencia epigenética.
Grobstein va por el mismo camino, y lo que intenta es determinar cuándo
puede hablarse, en el curso del desarrollo epigenético, de una individualidad
ya constituida.

Su idea es que esa individualidad se va logrando paulatinamente, a lo


largo del proceso de desarrollo, El proceso se inicia en el momento de la fecun-
dación y alcanza el estadio de singularidad (singleness) en los días diez a ca-
torce después de la fertilización". A partir de ese momento el blastocisto no es
ya más un conglomerado de células, sino una entidad multicelular. Entonces
comienza la organización llamada primaria, es decir, el inicio de la formación
del embrión propiamente dicho. Con la aparición de la línea primitiva, el cigoto
adquiere la singularidad de un organismo que va a tener un desarrollo propio.

Tras esto comienza el periodo de organogénesis, es decir, el proceso de


diversificación de las partes u órganos del nuevo ser. Ésta es la actividad prin-
cipal del periodo llamado embrionario. La organogénesis continúa, aproxima-
damente, hasta el final de la octava semana. En este tiempo, dice Grobstein, el
embrión va incrernentando su capacidad de llevar una existencia indepen-
diente de la madre, razón por la cual cabe decir que incrementa su «individua-
lidad funcional»:", Hacia el final de la octava semana, el embrión tiene una
individualidad funcional suficientemente integrada como para que se pueda
hablar de un comportamiento rudimentario. Esto coincide con el paso del es-
tadio de embrión al de feto.

41 e. Grobstein,pp. 45-26. Sobreesto, cf.Norman M.Ford, When didI begin?Conception of


the human individual in history, philosophy and science. Cambridge, Cambridge University
Press, 1988; R. McCormick«Who or what is the preernbryo?»Kennedy Institute of Ethics
Jouma/, 1991; 1: 1-15. CLtambién los trabajos de J.R. Lacadena: «La naturaleza genética
del hombre. Consideracionesen torno al aborto», Cuenta y razón, 1983; 10: 39-59; "Una
lectura genéticade la sentencia del TribunalConstitucionalsobre el aborto", Jano: Medicina
y Humanidades, 1985; 29: 1557-1567; ,,'Status' del embrión previo a su implantación»,en
FrancescAbel,Edouard Bone,John e. Harvey,La vida humana: Origen y desarrollo. Madrid,
UniversidadPontificiaComillas, 1989, pp. 35-40; "Aspectosgenéricos de la reproducción
humana", en J.R. Lacadena, P.N.Barri,M. Vidal, D. Gracia,J. Gafo, Lafecundación artificial:
Ciencia y ética, Madrid, PS, 1990, pp. 9-24.
42 CLGrobstein, Op. cit., p. 26.
43 CLGrobstein, Op. c.r., p. 28.

119
Si en el estadio embri~nario pu~d.e hablarse ~e una fu~ctional individuality,
el feto tiene un grado mas de individualidad, integración y desarrollo qu
permite hablar de. be~avioral individuality . Dentro de estos comportami~nto~
hay uno ~e especIa! ~mportancia, el psíquico; lo que Grobstein llama psychic
individualiry, Es difícil determinar cuándo surge ésta, pero desde luego, dice
Grobstein, no antes de que se haya constituido un adecuado substrato neura!.

Lo~ dif~;entes estadios de individualización dan lugar a fases distintas de


compleJlza~lOn de los seresvivos: la preembrionaria, la embrionaria y la fetal.
Ca~a u~a nene su estatuto biológico propio, que permite determinar nuestras
obligaciones de no-maleficencia para con ella. «La capacidad de llegar a ser
una persona no es equivalente a ser una persona. Se denomina potencial la'
c~paCldad qu~ necesita para su realización de circunstancias particulares (por
ejemplo, un utero receptor). Lo potencial, por tanto, no puede identificarse
con lo actualmente existente sino con una contingencia futura. Este punto es
crucial para la asignación correcta de estatuto al no nacido»?", El desarrollo de
u.na realidad biológica que definimos como potencial no podrá llevarse a cabo
sin la concurrencia de muchos factores, sin los cuales el término del desarrollo
nu~ca l.legará a tener realidad. Por eso, Grobstein piensa que si bien tenemos
obhgaClon,es de no maleficencia con los zigotos desde el mismo momento de la
fe~un~~clOn,. esas obligaciones van aumentando a medida que se incrementa
la mdlvIdu~hdad. Esto es lo que le hace afirmar que si bien el preembrión es
humano~ ,solo puede ser considerado persona en sentido potencial: «[en el
pr~embnon] no hay prima facie exigencia evidente del estado normalmente
asignado a l.as perso~as que se~ncuentran,en los niveles superiores de organi-
zacI~n mulncelular" . El embnon, que esta en una fase ulterior del desarrollo
no solo es persona en sentido potencial sino en el prospectivo; es, dice Grobstein,
«prospec:lvamente una persona.r" que funcionalmente depende de la madre,
la cual SI es persona en el senndo pleno del término, con derechos humanos
perfectamente definidos. De ahí, concluye Grobstein, que los derechos de la
madre prevalezcan sobre los del embrión, que sólo puede ser sujeto de dere-
47
c?~S de modo rudImentari0 • Finalmente está el periodo fetal, que Grobstein
dIVJ?e,e.n tres fases: temprano (de la novena a la vigésima semana), medio (de
lavigésima a la tngesima semana) y tardío (de la trigesimo primera al naci-
mIent.o). Gr?bstein piensa que no ha~ razones para afirmar que el feto posee
experiencia Interna antes del tercer tnmestre de la gestación (veintiseis serna-

44 Cf. Grobstein, Op. cit., pp. 133.134.


4S Cf. Grobstein, Op. cit., p. 67 Y 138.
46 Cf. Grobstein, ?p. cit., p. 105 ..«They are not yet persons but they clearly are on the way
to beeommg sueh, rhey are serru- or quasl-persons. Thinking of them in this way would
validate and dignify the mconrrovertíbte biologieal statemenr rhar human embryos are in a
stage of pas~age, they are ID the course of realization, they are fulfilling the life history of the
human species. They are, m facr, genesrs made manifest»: p. 14l.
47 Cf. Grobstein, Op. cit., p. 139.

120
as) razón por la cual considera que «una política altamente conservadora
n , l .
podría, en esos términos, dar al feto que se encuentra en ~ tercer tnrnestre, ya
esté todavía en gestación o haya sido dado a luz, el rrusrno estatuto que se
,. 48
otorga a los infantes nacidos norma 1mente a terrruno» .

He expuesto con un cierto detenimiento las tesis de Grobstein, porque


ellas reflejan muy bien una mentalidad muy extendida. Como Ebert, y como
tantoS otros biólogos, Grobstein compagina el rechazo del preformacionismo
con la aceptación de que todos los patrones de desarrollo están genéticamente
determinados. Acepta, pues, el determinismo genérico, y otorga a los factores
extragenéticos un carácter que, utilizando la expresión de García-Bellido, cabe
denominar meramente permisivo. Ahora bien, esto es lo que hoy resulta más
que discutible, y por eso parece que el tema del desarrollo embriológi~o y de la
ética de ese proceso debe establecerse sobre nuevas bases, que consideren la
información extragenética, hasta un cierto momento, no como accidental sino
como constitutiva; tan esencial y constitutiva como la propia información
genética. Esto permite plantear el tema del estatuto del embrión por una vía
completamente distinta a la ensayada por Grobstein. En el nuevo ser no parece
posible hablar de sustantividad hasta que no se consigue la «organización pri-
maria", y quizá hasta que no está bastante avanzada la «organización secun-
daria". Esa organización constituyente es previa a la individuación sustantiva,
a diferencia del crecimiento, que acontece en una sustantividad ya constituída.
Antes de ese momento crítico, difícil de precisar, el embrión no tiene sustanti-
vidad ni esencia constitutiva, por más que tenga genoma y esencia quidditativa.
El genoma solo no constituye un nuevo individuo. Por tanto, los embriones
que no alcanzan ese momento, pertenecen a la especie humana, puesto que
tienen 46 cromosomas y la esencia quidditativa humana, pero no son indivi-
duos humanos, puesto que carecen de sustantividad, es decir, de «suficiencia
constitucional". Éste es un término de una gran importancia, sobre el que lue-
go habremos de volver. Sólo cuando el embrión tiene suficiencia constitucio-
nal, lo que viene de fuera (nutrientes, inductores, etc.) tiene carácter «adven-
ticio", y por tanto pertenece al grupo de lo que Zubiri llama «notas adventi-
cias» (porque advienen a una sustantividad ya constituida). Hasta ese momen-
to, los nutrientes o los inductores no son ni pueden ser adventicios sino
constitucionales, ya que son elementos indispensables para el logro de la «su-
ficiencia constitucional». No hay individuo humano antes de que la suficiencia
constitucional se logre, lo cual, como ya he dicho, no puede suceder hasta que
se han expresado los principales genes estructurales, y por tanto hasta un cier-
to momento del proceso de la organogénesis. En este sentido, cabe decir que el
anencéfalq no logra nunca el nivel de suficiencia constitucional humana, y que
por tanto nunca llega a ser un individuo humano, por más que pertenezca a la
especie humana. Habida cuenta de que la definición esencial de hombre es

48 Cf. Grobstein, Op. cit., pp. 155-6.

121
animal inteligente, no se ve cómo un ser que carece completamente de posibi-
lidad de inteligencia puede tener una suficiencia constitucional humana. El
anencéfalo carece a radice de una sustantividad humana, como consecuencia
de la posesión de un gen de los llamados letales, que le va a imposibilitar el
logro de la suficiencia .constitucional mínima. Éste es un punto de la máxima
importancia.

El tema de la «suficiencia constitucional» permite, como ya insinué antes


cualificar los materiales que advienen al embrión (inductores, nutrientes, etc.)
de ?~s m.odo~ muy distintos, según que lleguen antes o después del logro de la
suficiencia. SI son ant~~iores a ese momento, t3enen carácter constitucional y
no meramente adventicio; por el contrario, cuando llegan después de ese mo-
mento, tienen el carácter de lo que Zubiri llama «notas adventicias». Pense-
o:os, por ejemplo, en los antígenos que recibimos a todo lo largo de nuestra
vld~, y que al llegar a nuestras células actúan como inductores genéticos que
daran lugar a que la información genética de producción de anticuerpos se
exprese en forma de proteínas específicas. Estos inductores son en todo simila-
res a los que advienen al embrión en la fase previa a la suficiencia constitucio-
nal, y sin embargo no tienen otro carácter que el adventicio, precisamente
po~q~e c.uando llegan hay un organismo que ya ha logrado previamente la
s~flclenCla const~tucional: No es, por ello, válida la objeción que con frecuen-
CIa se hace, segun la cual dado que los inductores externos actúan sobre el
organismo vivo a todo lo largo de la vida de éste, no pueden ser tenidos en
cuent~ para definir una realidad biológica. Esta objeción vale para los inductores
y nutnentes adventicios, pero no para los constitucionales.

Como conc\us~ó.n de esta segunda parte podemos afirmar; pues, que el


proceso, morfogenétíco no es «consecutivo» sino «constitutivo». Lo que la
mor:ogenesls co~stJtuye es la sustantividad. Antes de la constitución de la sus-
tannVI~a? embnonaria, el embrión no puede ser más que una parte de la
sustantividad del medio (e.d., de la madre).

Esto permite. ;xplicar h~chos que se conocen desde hace mucho tiempo,
como la gemela<;lOn y el quimensrno, tan bien estudiados por Juan Ramón
L~cadena. SI el ovulo fecundado fuera ya una sustantividad, no se entiende
coo:o puede tr~ns~o.rmar~e en dos (gemelación) o cómo dos dan lugar a uno
(quimera). L~ individualidad es nota irrenunciable de la sustantividad, y en
es~s ~a:es pnmeras parece claro que la individualidad no está lograda. Como
pn~ClplO ~e~eral- puede afirmarse que la individualidad es lo contrario de la
totlp~tenClahdad. (En este sentido, cabría decir que los tumores embrionarios
o indiferenciados, que conservan su totipotencialidad, hacen de las partes afec-
tadas elementos «para-sustannvos-j. En consecuencia, la sustantividad no apa-
rece ant~s de que fInalICe el proceso de «inducción primaria", o quizá entre la
«m.ducc:on secundaria» y el «crecimiento". En cualquier caso, no antes de la
anidación.

122
EL PROBLEMA FILOSÓFICO FUNDAMENTAL:
LA SUFICIENCIA CONSTITUCIONAL

En las dos partes anteriores he intentado mostrar cómo el tema de la


génesis de las realidades vivas en general, y de la realidad humana en particu-
lar, ha recibido dos enfoques entre sí muy distintos. Uno es el enfoque genético
. y otro el embriológico. La genética hace hincapié en la importancia para el
desarrollo del nuevo ser vivo de la información que le viene transmitida por
herencia y que se halla codificada en los genes. Por el contrario, la embriología
considera que el nuevo ser es el resultado de un complejo proceso biológico,
conocido con el nombre de desarrollo. Llevadas a sus extremos, ambas tesis
, son. irreconciliables. Para unos la vida se reduce en última instancia a informa-
ción genética, y para otros es un complejo proceso de desarrollo. La palabra
clave en el primer caso es la de «gen» y en el segundo la de «desarrollo». La
moderna biología molecular ha demostrado que ambos términos no son in-
compatibles. Pero la compatibilización se ha conseguido en buena medida a
costa de la embriología, reduciédola en último extremo al mero proceso de
expresión genética.

Todo esto ha tenido importantes consecuencias, por ejemplo en el gran


debate sobre el aborto de finales de la década de los años sesenta y comienzos
de los setenta. Los argumentos genéticos eran utilizados por los partidarios de
las posturas pro-lije y los embriológicos, la idea de que el embrión es una rea-
lidad en desarrollo que sólo adquiere individualidad biológica a lo largo' de un
complejo proceso, eran los manejados por los partidarios de las posturas pro-
choice. Si se quiere representar ambas posturas en dos nombres representati-
vos, estos podrían ser los de Jérome Lejeune en el primer caso, y Clifford
Grobstein en el segundo.

Lo que he intentado demostrar a lo largo de las dos primeras partes de


este trabajo es que ambas actitudes deben ser tenidas hoy por científica, filosó-
fica y éticamente inconsistentes. Científicamente, porque los datos demues-
tran una y otra vez que en el desarrollo de cualquier nueva realidad biológica
la información extragenética es tan importante en los primeros estadios del
desarrollo como la. propia información genética. Filosóficamente, porque cada
vez se revela con mayor claridad que el concepto filosófico fundamental en
este tema no es el de «gen» ni el de «desarrollo» sino el de «constitución». Y
éticamente, porque cada día .hay más razones para pensar que las clásicas
actitudes morales extremas, pro-liJe y pro-choice, resultan absolutamente
insostenibles.

Me interesa resaltar la importancia cada vez mayor que en este debate


está adquiriendo el concepto científico y filosófico de «constitución". Genes y
desarrollo convergen en el hecho de la constitución de una nueva realidad
viva, y deben ser entendidos sólo como momentos del proceso de constitución

123
----~~~------:==-~~~-----

De ahí que el concepto filosófico fundamental sea éste, y no el de herencia


genética o el de desarrollo morfofuncional. La cuestión está en definir en qué
consiste la constitución de una realidad vida y cuándo acontece.

Ya he dicho que el filósofo que ha estudiado con más detalle este concep-
to ha sido Zubiri en su libro Sobre la esencia. Este libro tiene enormes recursos
en orden al tema que estamos estudiando. Por lo pronto, parte de una menta-
lidad campal y estructural, en vez de la elementarista y conjuntual a la que tan
proclíves han sido tanto genetistas como embriólogos. Esta mentalidad permi-
te a Zubiri definir la realidad en general, y la realidad viva en particular, como
un campo estructurado o una estructura clausurada de elementos o notas.
Cuando esa estructura es coherente, tiene suficiencia, Zubiri dice que alcanza
la «suficiencia constitucional», y por tanto la «sustantividad". Realidad es para
él sustantividad, y sustantividad es suficiencia constitucional, de tal manera
que el concepto de «constitución" adquiere en su filosofía un rango filosófico
fundamental. Ni los genes ni los factores extragenéticos tienen sustantividad,
ni por tanto realidad independiente, mientras no «constituyen» el nuevo ser, es
decir, hasta que no logran la suficiencia constitucional. Realidad es sustantivi-
dad, y sustantividad es suficiencia constitucional. Sin suficiencia constitucio-
nal no hay realidad. Esto tiene importantes consecuencias éticas, ya que lo que
no es realidad no puede considerarse sujeto de derechos propios ni objeto de
obligaciones ajenas.

Por más que el análisis que Zubiti ha hecho de este tema me parece defi-
nitivo, pienso que el problema de la constitución no debe unirse de tal manera
a toda su filosofía que parezca inoperante separado de ella. De hecho no es así,
Para comprobarlo, nada mejor que acudir al capítulo que en 1988 publicó
Peter Byrne, Lector de Filosofía de la religión y Director del Center oi Medical
Law and Ethics del King's College de Londres, en el libro The Status oi the
Human Embryo: Perspectives from moral tradition", En orden a resolver los
problemas morales del origen de la vida humana, Byrne considera fundamen-
tal responderse a la pregunta de cuándo alcanza el embrión el estatuto de
persona, si es que consigue lograrlo alguna vez, ya que, dice, «es de las perso-
nas de las que decimos que no deben ser tratadas sólo como medios sino que
siempre deben ser respetadas como fines en sí mismas".

A la hora de definir qué es una persona, Byrne se aleja de toda sutileza y


acude a la primera y más clásica de las definiciones de persona la de Boecio
para el que persona era la «sustancia individual de naturaleza racional>:

49 Cf. G.R. Dunstan and Mary J. Seller, The Status of the Human Embryo: Perspectives from
moral,tradition. London, King.Edward's Fund for London / Oxford University Press, 1988.
El capítulo de Peter Byrne se titula «The Animatian Tradition in the Light of Con temporary
Philosophy», pp. 86-110.
so Peter Byrne, Art. cit., p. 91.

124
--_._-_._-

(rationalis naturae individua substanti~). Para determinar el. ~omie.nzo de la


personalidad hay que estudiar, pues, cuando se alcanza la «individualidad subs-
tancial" de la naturaleza humana, lo cual, dice Byrne, no puede suceder hasta
"el logro de ciertos estadios en el proceso de diferenciación de la materia
embrionaria"sl. El resultado de ese proceso es la «constitución biológica" de
un nuevo ser humano. «Los varios fundamentos de la personalidad dependen
en última instancia de la constitución biológica del nuevo ser, y la constitución
biológica del nuevo ser se basa obviamente en la del embrión/feto. Por tanto,
si la personalidad del nuevo ser tiene esas raíces, debe, en buena lógica, estar
asegurada al menos en ciertos estadios de la vida prenatal-".

, Los clásicos argumentos sobre la totipotencialidad del zigoto en sus pri-


meros estadios llevan a Byrne a considerar que la constitución de la sustancia
individual no se consigue, cuando menos, durante las dos primeras semanas,
hasta finalizado el proceso implantatorio. Pero tampoco entonces puede afir-
marse que la constitución biológica de una naturaleza humana esté lograda.
Esta creencia se basa en una idea errónea de lo que debe entenderse por po-
tencialidad. No puede hablarse de potencia más que a partir de una constitu-
ción, y por tanto las potencialidades no existen hasta que la nueva realidad no
está ya constituida. Los elementos constituyentes, pero no constituidos, no
tienen en el rigor de los términos el carácter de potenciales. Por eso Byrne cree
que es preciso colocar en lugar prioritario el concepto de constitución. Sólo la
constitución biológica puede ser considerada base causal de las acciones de la
substancia racional. Esa base causal ha de consistir en «la posesión de una
naturaleza humana, que incluye un cierto patrimonio genético, pero también
una particular forma anatómica, fisiológica e histológica. Tenemos potencia
real para tales actos [humanos o racionales] al comienzo de la vida humana
sólo cuando estamos en el comienzo de la conjunción de tal base causal en el
niño, en el feto o en el embrión. La clara ausencia de esa base en el zigoto es lo
que me hace afirmar que él y el infante tienen una constitución díferente-".

Byrne considera que los conceptos de potencialidad y de constitución es-


tán íntimamente relacionados entre sí. Y a partir de estos presupuestos se en-
frenta con la tendencia, frecuente en biología, a identificar constitución con
patrimonio genético. Su tesis es exactamente la contraria, que

no existe verdadera potencialidad humana en la sustancia embrionaria hu-


mana hasta que no tiene el patrimonio genético de un ser humano; hasta que
no ha alcanzado la estabilidad propia de un ser humano; y hasta que su mate-
ria no ha comenzado a tener la diferenciación característica de la materia de

51 P. Byrne, Are. cit., p. 99.


52 P. Byrne, Are. cit., p. 97.
53 P. Byrne, Are. cit., p. 102-.

125
un ser humano (es decir, hasta que no ha tenido lugar el comienzo de la
organogénesis). Con estas tres condiciones el organismo embrionario hu~a-
no ha comenzado a tener la constitución de un ser humano, en el sentido
propio del término 'constitución' -el sentido determinado por mi argumento y
no necesariamente por el modo como los biólogos entienden este concepto",

Así las cosas, se plantea el problema de saber en qué momento del desa-
rrollo podemos decir que la realidad humana está ya constituida. Byrne se
hace eco de la tesis de L. Becker, para quien no alcanzaría ese nivel hasta el
sexto mes de la gestación, es decir, hasta el momento de la viabilidad". Frente
a él arguye que

parece existir una gran continuidad entre la constitución interna del.embrión


de aproximadamente dos meses y el feto viable. Pues en este estadio el em-
brión ha logrado la estabilidad de un individuo único y está sometido al pro-
ceso por el cual se está formando el comienzo de los órganos y de los sistemas
fisiológicos del ser humano. De la octava semana en adelante, la continuidad
entre los estadios anteriores y los poteriores es claramente perceptible 56.

La fecha de las ocho semanas es de tanta importancia, que la embriología


la ha utilizado tradicionalmente para diferenciar el petiodo embrionario del
fetal. La tesis de Byrne es que elembrión no es en el rigor de los términos una
persona humana, porque carece de suficiencia constitucional, en tanto que el
feto sí lo es. Ésta es también la conclusión a que llega desde el campo de la
biología molecular del desarrollo Carlos Alonso Bedate en su artículo «Re-
flexiones sobre cuestiones de vida y muerte: Hacia un nuevo paradigma de
comprensión del valor ético de la entidad biológica humana en desarrollo-".
El nuevo paradigma a que se refiere el título es el que posibilita la nueva
biología molecular, al diferenciar «información genérica- de «información
operativa». Ha sido frecuente pensar que toda la información operativa está en
los genes, lo cual hoy sabemos que no es cierto:

El significado del término información operativa se restringe sustancialmente


cuando se identifica con información genérica crornosomal y es fruto de un
esquema mental que supone que todo dato capaz de dar información

54 P. Byrne, ArL cír., p. 103.


55 Cf. L. Becker, «Hurnan being: The boundaries of the concept», En: M. Cohen, T. Nagel
and T Scanlon (eds.), Medicine and moral philosophy, Princeton, Princeton University Press,
p.33.
56 P. Byrne. ArL cit., p. 106.
57 Cf. Carlos Alonso Bedare, «Reflexiones sobre cuestiones de vida y muerte: Hacia un
nuevo paradigma de comprensión del valor ético de la entidad biológica humana en desa-
rrollo», en Francesc Abel, Edouard Bone, John C. Harvey, Eds., La vida humana: Origen y
desarrollo. Reflexiones éticas de científicos y moralistas, Madrid, Universidad Pontificia Comi-
llas. 1989, pp. 57-81.

126
transformante ha de tener una codificación en los cromosornas, Obviamente,
esto no es así. Pensemos en el caso más sencillo: una molécula de naturaleza
simple, sintetizada químicamente, puede unirse a la estructura (DNA-Proteí-
na) de un gen inactivándolo -información transformante- sin que tal molécula
esté codificada en sitio alguno del genoma. En toda célula existen además
multitud de moléculas, producto de biosíntesis enzimática, que tienen una
importante actividad informante y que no están codificadas en ningún sitio en
el genoma. Ejemplos dé tales moléculas son los aminoácidos (algunos de los
cuales son neurotransmisores), los lípidos, hidratos de carbono y algunas de
las hormonas. Si por otro lado aceptamos que la información materna (del
óvulo) o paterna (del espermatozoide) en forma de mRNAs o proteínas tiene
también carácter de información, ampliamos automáticamente el contenido
de información operativa a todas aquellas moléculas que pueden interferir en
un proceso dándole especificidad",

El argumento de Alonso Bedate se puede resumir diciendo que no toda la


información que necesita un zigoto está codificada en el genoma. Por lo pron-
to, esa información sólo codifica proteínas, no hidratos de carbono ni lípidos.
y en segundo lugar, todo lo que adviene al zigoto desde fuera de él, como son
las sustancias de todo tipo que atraviesan la barrera placentaria desde el to-
rrente sanguíneo de la madre, por definición no están codificadas en el genoma
del nuevo ser. Y sin embargo, todas esas sustancias son información operativa
para el embrión. Yo diría más, y es que son también «información constituti-
va", siempre y cuando actúen antes del logro de la suficiencia constitucional.
Pero pienso que esto es lo que, con una terminología no del todo precisa, está
diciendo también Alonso Bedate.

Alonso aduce otro argumento que me parece de la máxima importancia,


y es que la información operativa (que en las primeras fases debería llamarse
más bien información constitutiva) no viene determinada sólo por la 'secuen-
cia lineal' de elementos químicos, sino también por su 'estructura espacial'.
Dos moléculas compuestas de exactamente los mismos elementos químicos,
son distintas si difieren en su estructura espacial, como sucede con las varian-
tes dextrogira y levogira de un mismo producto. En biología molecular esto es
muy importante, pues la activación o represión de un gen depende muchas
veces de un simple cambio en la estructura espacial del producto resultante de
la interacción entre el gen y la proteína que reacciona con él. Esta proteína,
por otra parte, puede no estar codificada en el genoma. Piénsese, por ejemplo,
en las hormonas estero ideas. Es sabido que estas hormonas actúan como
inductores genéticos, y sin embargo no están codificadas en el genoma, aun-
que sí lo estén los enzimas encargados de realizar su síntesis. Por otra parte,
está el hecho de que las hormonas estero ideas maternas también pueden ac-

58 C. Alonso Bedate, Are. cir., p. 67.

127
tuar como inductores, y éstas, obviamente, no tienen nada que ver con el códi-
go genético del zigoto.

Por todo ello parece claro que lo que Alonso Bedate llama "información
operativa» no se reduce a información genérica. Hay información extragenética
que es necesaria para que la propia información genética se exprese y constitu-
ya un nuevo ser. Por eso la «información constitutiva» se compone a la vez de
información genética e información extragenética, y esta última es tan consti-
tutiva o constituyente como la propia información genética. Por otra parte> la
interacción entre esas dos informaciones precisa tanto de «espacio» como de
«tiempo», lo cual quiere decir que el proceso «constituyente» del nuevo ser
necesita de un desarrollo espacial (por tanto, las interacciones espaciales son
constituyentes, y no mera expresión de lo ya constituido) y de un despliegue
temporal (lo que significa que la constitución necesita de tiempo y tiene su
calendario). Pensar que la «suficiencia constitucional» se logra desde el primer
momento> que no necesita de tiempo, es una quimera, no biológica pero sí
mental.

Tras esto, Alonso Bedate se pregunta por la cronología de todo ese proce-
so>Ypor el momento en que el nuevo ser podemos decir que está ya constitui-
do, no porque tenga actualiter todas las características que constituirán al in-
dividuo completamente desarrollado, sino porque las posee al menos> dice
Alonso, como «potencia actual». De nuevo nos sale al paso el concepto de
potencia, que ya vimos discutir a Byrne. La conclusión a la que éste llegaba es
que, si bien el término potencia es ambiguo y polisémico en extremo, en el
rigor de los términos no debe hablarse de potencia más que a propósito de
realidades ya constituídas. La potencia es siempre potencia de una constitu-
ción. Esto es, exactamente, lo que Alonso Bedate entiende por «potencia ac-
tual». Y el problema que se plantea es el de cuándo puede decirse que el nuevo ,ii~I.'¡

ser posee su realidad, no ya completamente actualizada, sino al menos como


"potencia actual». Más sencillamente, la cuestión es cuándo se puede decir
que la realidad biológica está ya «constituida», aunque no haya actualizado
aún todas las potencialidades o virtualidades inherentes a su propia constitu-
ción. La respuesta de Alonso Bedate a esta pregunta es, de nuevo, muy similar
a la de Byrne. Hela aquí:

Desde un punto de vista biológico, la realidad que cumple mejor las caracte-
rísticas de potencia actual con relación al término, individuo nacido, es el
embrión de 6-8 semanas. En este momento casi todos los órganos internos
están diseñados con especialización histológica, las características externas
están ya establecidas, el mecanismo neuromuscular está iniciado y la diferen-
ciación sexual, organogénica e histológicamente está dirigida: El sistema está
diferenciado en origen y lo que resta es la actualización en crecimiento del proce-
so diferencian te del sistema: la información de los procesos de cambio y síntesis
que actúan durante la diferenciación del sistema se han actualizado y el embrión

128
se puede definir como sistema, especifica e integralmente, humano. Desde este
momen:o y en adelant~, la ma~or parte de la información necesaria para finali-
zarel pi oceso ontogenetico sera del tipo general capaz de conformar y mantener
el sistema ya defl11ldo que emerge con las complejidades propias del humano?",

A partir de. estos, datos podemos retornar ahora a los conceptos funda-
mentales de la ft!osof~a de Zubiri. Antes vimos que por su carácter campal y
estructural eran especialrnenrs apropiados para conceptualizar datos como los
expuestos. De hecho, a todo lo largo de este trabajo hemos venido utilizando el
concepto de «s~ficiencia constitucional» en el sentido exacto que Zubiri le dio.
Lo cual no SlgTIlfl~~que Zubiri fuera capaz en vida de percibir la relevancia de
es?,~c.onceptos básicos de su filosof~a e~ orden a interpretar de modo nuevo y
mas. riguroso lo.s problemas de la génesis humana. Al fin y al cabo hombre de
su tJe~~o, Zubiri quedo muy impresionado por el espectacular desarrollo de
la genenca n:?lecular ~n los años sesenta, y pensó, como tantos otros, que toda
la información constituyente y constitutiva del nuevo ser estaba en los
cromosomas., De hecho, sólo a comienzos de los años ochenta, ya al final de su
Vida, ~mpezo a e.ntre~er que la in.formación genética sola era insuficiente y
carecia ~e suficiencia consntucíonal Eso significa que la información
extragenenca de las primeras fases del desarrollo no puede ser conceptuada
com~ meramente a~~enticia, por tanto, no está formada por lo que Zubiri
llamo «notas adventicias» o «notas de tipo causal», sino por «notas constituti-
vas» y «notas constítucíonales-, es decir, por «notas de tipo formal». Sin em-
bargo no es esto lo que dice en su obra más representativa de los años 60
Sobre la ~sencLQ. En ella iden.tifica l~s notas constitutivas con el genotipo, y la~
ccnsnrucional-s con el fenoripo, ASI,a propósito del albinismo, dice: «Natural-
mente, el albinisrno en cuanto tal no es constitutivo, sino meramente constitu-
cional, porque, ,como es sabido, es un carácter genéticamente controlado. Lo
¡'!,,~";, C0n.stltutIVOsera la o las notas génicas que fundan aquel carácter-s", Esto pue-

de mterpretarse de modo sustancialisra y aristotélico, o de forma más estruc-


tural; es decir, se puede ver en el fenoma la mera expresión o consecución del
, genoma, o pu.ede verse en aquél el si;t~ma básico, del que la esencia genómica
es n:~ro subsisterna. Pienso que la uruca Interpretación correcta del texto de
Zubiri, aun a la altura de los años 60, es esta última.

r Con todo, Zubiri no prestó excesiva atención a estas cuestiones hasta 'el
final de su Vida, al escribir el estudio titulado «La génesis humana» (publicado

,', Rr bC. Alonso Bedate, Are. cit. , pp, 73-4. Para mayor información, cf. Carlos Alonso Bedate y
. p~lert ~ Cefalo, «The zygote: To be or not ro be a person», The Journal of Medicine and
, h losof y 19~9; 14: 641-645 (trad. esp., «El zigoto: Ser o no ser una persona» Labor
OSP1[_a alria, n 217: 231·233), y C, Alonso Bedate, «Comunicación biológica y tran;misión
d e sena es" en A Dou (ed.) La " , M d id '
P ifici ' " " comumcaclOn, a n , Publicaciones de la Universidad
, onn reta Comillas, 1991, pp. 71-110,
60 X. Zubiri, SE, p. 190.

129
póstumarnente enel volumen que lleva por título Sobre el hombre). Hasta en-
tonces siempre había afirmado, por ejemplo, que la sustantividad existe desde
el primer momento. Yo le objeté pocos meses antes de fallecer, cuando estaba
corrigiendo el citado trabajo, con los típicos casos de la gemelación y el
quirnerismo, y le expuse cómo, en mi opinión, probablemente la sustantividad
-y por tanto la esencia constitutiva- no existe hasta pasadas las primeras fases
de la embriogénesis, más concretamente, hasta que no finalizara el proceso de
diferenciación celular y comenzara el de crecimiento. Es más, en mi opinión
era probable que en esas primeras fases no fuera tampoco válida la distinción
entre "notas de tipo formal" y «notas de tipo causal»?'. Tal distinción sólo pue-
de adquirir sentido una vez constituida la sustantividad, y lo que en estos
primeros estadios estaba sucediendo es, precisamente, la constitución de la
Sust~ntividad. Lo único que en las primeras fases parece existir es un «campo,'.
f~nclOnal, eso que Zubiri llamaba «plasma gerrninal-", y que en el rigor de los
términos debe incluir no sólo al zigoto sino también al medio materno. Sólo al
filial'del proceso de diferenciación podría hablarse de una «constitución indi-
vidual» y por tanto de auténtica «sustantividad". Zubiri se quedó muy impre-
sionado por ,e~tos argumentos, y escribió poco después al margen del citado
es:udlo: "La celulagerrnmal, ¿es un hombre?,,63. Ya propósito del brotar de la
psique desde la célula germinal: ,,¿Pero cuándov-'". Trabajos como los de Byrne
y Alonso Bedate hacen pensar que ese cuándo debe acontecer en torno a la
octava semana del desarrollo, es decir, en el tránsito entre la fase ernbrionaría

61 SE, 136.
~:c;~bre el conceptoestricto de ~Ias~a gerrninal, como inductor proropasrnático, cf. J.R.
ena, Op. cu., pp. 960-62. Eltermmode plasmagerrnmallo introd ujo AugustWeismann
para denommaruna sustanciacompuesta de partículas materiales extremadamente peque-
nas,.que son el substrato de la herencia. Esta fue la mayor aportación de Weismann a la
~:~etlca. Ensu origenfue un conceptohipotético y especulativo,pero poco a poco, con los
. arrollasde la genenca en las pnmeras decadas de nuestro siglo,fue lIenándosede conte-
~~o preciso. Ct. Die Contmuitat des Keimplasmas als Grundlage einer Theorie der Vererbung,
"6 a, Fischer, 1885, Das Ketmplasma. Eine Teorie der Vererbung Jena Fischeer 1892' vortrtige
lierD- d h . " , ,
eszen enzt eone, 2 vols., Jena, Gustav Fischer, 1902. El plasma germinal permite
entender la persistenciade los caracteres hereditarios a través de las suscesivasgeneracio-
nes, pero también los cambiosque sufre con el paso del tiempo. En el último de los libros
~~~~os,Wels.mannescribe:"Podemosesperar_apriori no sóloque las fluctuacionesazarosas
~utnclOndel plasma germina! puedan causar variaciones en sus elementos en una u
otra .dl~ecclon,
. , S1l10
. a derná .
emas que estospueden ser influenciadosde modo más general por la
nutnClony el clima, hasta el punto de que tales factores puedan afectar al cuerpo como un
todo,y tambiten a1 pasma
l .
gerrninal, y que por tanto puedan causar variaciones ya en todos
ya
. f1'
en algunos de sus deterrmnanres.
. , de que las,
[...) De hecho, éste es el caso. No hay/duda
~n uenciasexternas, comolas que proceden del medio en que vive una especie,son capaces
e causar vanaciones directas en el plasma germinal, es decir variaciones permanentes ya
que son hered rtarias.
. Nosotrosnos hemos referidosa este procesoy " lo hemos caracterizado
~~:O'selección germinal inducida'»(Vol.2, p. 300). Cf. Hans Stubbe, History of Genetics,
63 d. inglesade T.R.W. Waters,Cambridge, Mass., The MIT Press, p. 259
64 ~H~~~~l, Sobre el hombre, Madrid,Alianza, 1986, p. 474. (En adelante, SH).

130
._- _.-._---------~

, y la fetal. En cuyo caso cabría decir que el embrión no tiene en el rigor de los
términos el estatuto ontológico propio de un ser humano, porque carece de
, suficiencia constitucional y de sustantividad, en tanto que el feto sí lo tiene.
Entonces sí tendríamos un individuo humano estricto, y a partir de ese mo-
mento las acciones sobre el medio sí tendrían carácter causal, no antes.

Las notas puestas al margen de "La génesis humana» fueron escritas po-
cos meses antes de morir. Poco posterior es el siguiente texto de la primera
parte de El hombre y Dios, el libro que estaba escribiendo cuando falleció. Es
bien sabido que lo último que revisó fueron las hojas a las que pertenece el
texto que vaya citar, que por tanto puede considerarse lo último que Zubiri
escribió sobre este tema. El texto dice así:

Se es persona, en el sentido de personeidad, por el mero hecho de ser realidad


humana, esto es, de tener inteligencia. Ciertamente el embrión humano ad-
quiere inteligencia y por tanto personeidad en un momento casi imposible de
definir; pero llegado ese momento ese embrión tiene personeidad. Todo el
proceso genético anterior a este momento es por esto tan sólo un proceso de
horninización. Al tener, llegado ese momento, esta forma de realidad, cierta-
mente el embrión no ejecuta todavía actos personales; y podría pensarse en-
tonces que esa personeidad carece aún de personalidad. Pero no es aSÍ, por-
que la personalidad no se configura tan sólo ejecutando actos, sino también
recibiendo pasivamente la figura que en esa personeidad decantan los proce-
sos genéticos que se ejecutan por el viviente humano en su proceso de
hominización. Cuando este embrión llega a tener inteligencia va cobrando
personalidad pasivarnenre-".

AqUÍ se ve cómo el último Zubiri admite que la constitución de la sustan-


tividad humana requiere tiempo y no puede considerarse lograda desde el
primer momento. Y se ve también cómo Zubiri atribuye desde ese preciso ins-
tante personeidad al ser humano. Antes no puede hablarse ni de personeidad
ni de personalidad; después, sí. Al tratarse de una sustantividad constituída, el
ser humano es desde ese momento un "de suyo", y un de suyo constitucional-
mente capaz de actualizar su propio de suyo como suyo; es decir, a partir de
ese momento el ser humano es «suidad formal", y por tanto «persorieidad». No
importa que durante bastante tiempo sea incapaz de actualizar, por ejemplo,
su inteligencia, o su capacidad moral. Esto no significa que carezca de per-
soneidad; significa sólo que la actualización modal de esa personeidad, es de-
" cir, lo que Zubiri llama «personalidad", es distinta de la del hombre adulto,
hasta el punto de que en ella todas las notas psíquicas están de modo "pasivo".

En conclusión, pues, hay que decir que para el último Zubiri la suficiencia
constitucional se adquiere en un momento del desarrollo embrionario, que

65 X. Zubiri, El hombre y Dios, p. 50.

131
bien puede situarse, de acuerdo con los recientes datos de la literatura en
torno a las ocho semanas. A partir de ese momento el feto tendría suficie~cia
constitucionalhumana, por tanto, sería una sustantividad humana, o dicho de
otro modo, tendría personeidad, sería una persona. Lo que pasa es que esa
realidad personal el hombre la va actualizando a todo lo largo de su vida de
«modos»muy distintos,que son los que se expresan bajo forma de "personali-
dad».En ese sentido hay que decir que a partir de la octava semana el hombre
tiene personeid~d, la m}sma que .conservará a todo lo largo de su vida, pero
que su personalidadsera muy distinta a la que exhibe, por ejemplo, un hombre
adulto. La personalidadfetal es biológicamente muy activa, pero psicológica y
sobre todo humanamente se actualiza de modo más bien pasivo. .

Los trabajos de Zubiri y de Alonso Bedate han comenzado a influir en


cit:tos pensadores. ~no de ~Ios es Pedro Laín Entralgo, quien en su libro El
cuerpo humano: Teona actual interpreta el concepto de «campomorfogenético"
de Spemann de acuerdoal concepto filosófico de «campo de realidad" de Zubiri
y los datos científicosdel trabajo de Alonso Bedate. El resultado de ello queda
reflejadoen el siguientetexto:

el campomorfogenéticono está realmente limitado al territorio del embrión


sobre que actúa un inductor normal o artificial, ni debe ser entendido me-
dian,teuna simpletransposici~n.formal del concepto de campo que manejan
losflSlCOS;el campomorfogenet.lco,el conjunto de las cosas y los procesos que
c?mo pnmerplano,fondo o penferia condicionan la morfogénesis a partir del
zigoto -o, porlo menos,a partir del blastocisto y la gástrula-, se halla consti-
tuido portodoloque por intermedio de la mucosa uterina, y luego a través de
las formacionespreplacentariasy la placenta, desde el organismo de la madre
llegaal germeny actúa sobre él: electrolítos, hormonas, enzimas nutrientes
diversos. '

Dura~te las primerasetapas del desarrollo embrionario no hay más carn-


~o sustantivo que el de la madre. Lo que en el proceso morfogenético se cons-
tuuye es precisamenteun nuevo campo, una nueva sustantividad dotada de
sufIcienciaconstitucion~l;Los antiguos dirían que ese punto se logra cuando
se produce la introducción de un nuevo elemento sustancial, el alma espiri-
tual~ en la estructura del nuevo ser. Laín Entralgo, basándose de nuevo en
Z.ubm,se resiste a entender el psiquismo humano como un elemento sustan-
cial aristotélico. En vez de eso, de una interpretación elemental o sustancial
Pro~one otra de carácter sustantivo o campal. Lo que en el proceso morfo:
genetlco se logra es una nueva estructura autónoma e independiente, es decir,

P.Laín Entralgo,
Elcuerpo humano: Teoría actual Madrid Espasa-Calpe 1989
66-
91. '" , pp. 89 .

132
sustantiva. y en esto consiste precisamente la animación. No es un elemento
sustancial, sino una nota sustantiva o esrructural'".

Todo esto tiene una gran repercusión en, el campo de la filosofa moral. El
tema de la moralidad de la manipulación de embriones, o de la práctica del
aborto, puede ganar alguna luz con planteamientos como los aquí esboza-
dos". Nada de extraño tiene, por ello, que con motivo de la gran discusión de
los años sesenta en torno al abono, se pusieran a punto argumentos muy pare-
cidos al que he defendido en estas páginas. Así, la revista norteamericana
Commonweal abrió en 1967 un debate sobre este tema. A él contribuyó Thomas
L. Hayes, de la Universidad de California en Berkeley, con un trabajo titulado
«A Biological View: What constitutes ahuman person?». En él, frente a la
teoría tradicional de que la persona está en el huevo desde el primer momen-
to, dado que esa célula tiene ya toda la información genética de su ulterior
desarrollo, Hayes escribía:

La primera célula del nuevo individuo contiene toda la información genérica


que, a lo largo del desarrollo, interactuará con su medio para producir el
organismo humano completo. Sin embargo, esta primera célula, por sí sola,
no puede ser considerada ni por su forma ni por su función como un indivi-
duo humano completo. No es un menudo cuerpo humano que sólo necesita
crecer para alcanzar las características propias de la persona humana. El de-
sarrollo no consiste sólo en el mero crecimiento, sino que es el intrincado
proceso de interacción entre el material genérico y su medio lo que produce
nuevas formas y funciones en el embrión, según va produciéndose el desarro-
llo. Aun el propio material genético puede cambiar en su forma y función.

La primera célula del embrión se divide en dos células llamadas células hijas.
Durante esta división el material genético se duplica y distribuye
igualitariamente en las células hijas. Cada una de las células hijas se divide a
su vez, y el proceso continúa hasta que se acaba de formar el astronómico
número de células del cuerpo humano completo. A pesar de que todas estas
células proceden, por división, de la primera célula embrionaria, y por tanto
tienen la misma composición genérica, han ido adquiriendo formas y funcio-
nes especializadas (una célula hepática es muy distinta de una célula nervio-
sa) a través del proceso de diferenciación. El material genético solo, por tan-

67 Cf.Pedro LaínEntralgo, Cuerpo y alma: Estructura dinámica del cuerpo humano, Madrid,
Espasa-Calpe, 1991, pp. 262-265.
68 Cf, a este respecto la polémicaque se ha desarrollado en el Joumal of Medical Ethics en
torno a la fecundación in vitro y su interpretación por T. Iglesias con categorías excesiva-
mente "arisrotélicas": T. Iglesias, "In vitro fertilisation: the majar issues",Journal of Medical
Ethics 1984; 10; 32-37; Jean M. Mil!, "Sorne comments on Dr. Iglesias's paper, 'In vitro
fertilisation: the major issues'", .loumal of Medical Ethics 1986; 12: 32-35. Cf. también el
nuevo librode T. Iglesias,IV F and Justice: Moral, Social and Legal Issues related to Human "in
vitro" Fertilisation, London,The LinacreCentre, 1990.

133
to, no det~rm~na la forma y la función de una célula. La expresión de la forma
y la función vl,ene deter~mada por la interacción del material genético y del
medio de la célula, el tejido y el organismo".

En los años sete.nta fue frecuente despreciar argumentos de este tipo,


tanto por lo~ partidarios de la actitud pro-lije (que los consideraban laxistas)
como por quienes se alineaban en el bando pro-choice (para los que resultaban.
Irrele~antes, ya que ~l la mujer tenía derecho a decidir sobre la vida del feto
carecia d~ importancia el es.t~tuto de éste). Hoy las cosas se ven de otro modo:
aunque solo se? por la esterilidad de las dos actitudes extremas, y se busca con
urgencia un~ VIaque pueda aportar algo nuevo a este interminable debate. Por
otra parte, SI la ,tesIs que aqui hemos defendido es correcta, entonces hay que
poner en cuesnon l.aactitud pro-lije extrema, y también pierde buena parte de
su pretendida cons~s~encia la postura pro-choice. Por más que las mujeres ten-
gan derecho a decidir sobre su propio cuerpo, no hay duda de que deberán
hac,erlo racionalmente, es decir, con argumentos apropiados, yeso es lo que se
doe buscando. En consecuencia, no parece aventurado decir que es ahora cuan-
o relas dr en u~ camino que pueda acabar, por fin, con la clásica dicotomía
entre as dos actitudes extremas.

Cabría opon;r a este ú~timo argumento que los datos aducidos a todo lo
largO de. este artículo podran tener significación científica, pero carecen de
re ~van~la ~oral; o dicho de otra manera, que el zigoto debe ser respetado de
~o ? a so uto desde el primer momento, aunque carezca de suficiencia cons-
tltucIfnal. Pero esto no es cierto. Sólo las personas ya constituidas son sujetos
mora es, y por tanto deben ser tratados como fines y no como medí
tot 1 id ., lOS con
. a consi ~ra~lOn y respeto. Esto es evidente, y debe ser afirmado sin ni~gún
tipo de restncclOnes. Lo cual no significa que no tengamos obli .
1 I . '. igacrones mora-
~s con e embnon, con el zigoto y con las mismas células sexuales Tenemos
sm duda nm~un~ obligaciones morales con todas esas realidades biológicas
~ero es~s obhgaclOnes no pueden ser, no son obligaciones de no-maleficencia'
amo e expuesto ampliamente en otros lugares70, las .obligaciones de no-
~:I~~~~~la s?n s~em?re cor.relativas a las condiciones biológicas de los suje-
. O,SVIVOS,aSI, por ejemplo, nuestras obligaciones de no-maleficencia
no, s?n Iguales en el caso de las personas que padecen enfermedades agudas o
crorncas convenCIOnales, que con las que se hallan en estado vegetativo er-
~~~en~e. En todos esos casos se trata de personas vivas, sobre las que tene~os
o 19a~iOnes morales, y co~cretamente obligaciones de no-maleficencia; y se
trata e p~rsonas en condiciones biológicas muy distintas, que definen tarn-

~~ Commonweal, 17 March 1967, p. 677.


Cf. Diego Gracia, 'Primum non nocere" E' . .. d '.
de la ética médica Madrid Real A d .' I principio e no-maleficencia como fundamento
.. , , ', , ca emla Nacional de Med" 1990' P '.
decisior; en etica clínica, Madrid, Eudema, 1991. lema" rocedlmlentos de

134
bién obligaciones distintas de no-rnaleficencia. El principio ético de no-
maleficencia se refiere siempre a personas vivas, y depende de la condición
biológica de éstas. Con el cadaver, o con las personas en muerte cerebral, por
ejemplo, no tenemos obligaciones de no-rnaleficencia, sino obligaciones de
respeto, de piedad, etc. que tienen un carácter distinto.

Estos conceptos pueden y deben aplicarse también a la ética del desarro-


llo embrionario. Y lo primero que cabe decir es que no puede hablarse de
obligaciones éticas de no-rnaleficencia respecto del embrión hasta que éste no
adquiere la suficiencia constitucional. Lo cual no significa que no tengamos
obligaciones morales de otro tipo para con ellos, lo mismo que tenemos obliga-
ciones morales con los espermatozoides o con los óvulos. Lo que sucede es que
éstas no son de las llamadas obligaciones "perfectas» o de justicia, sino "im-
perfectas" o de beneficencia. Yo a las primeras prefiero denominadas obliga-
ciones de «nivel 1" (exigibles a todos por igual, aun coactivamente) y a las
segundas de «nivel 2" (que sólo puede exigírselas cada uno a sí mismo). A
partir de la suficiencia constitucional tenemos obligaciones de nivel 1 con el
feto, es decir, obligaciones de no-rnaleficencia y de justicia; en tanto que los
períodos anteriores del desarrollo embrionario deben ser respetados, pero la
obligatoriedad de ese respeto debe ser considerada sólo de nivel 2, razón por
la cual ha de ser establecida por cada sujeto moral de modo autónomo y de
acuerdo a su propio proyecto de vida y a su ideal de perfección y felicidad.

En ética es siempre necesario distinguir dos niveles. Los extremismos sur-


gen cuando se confunden ambos, reduciendo toda la vida moral, bien al nivel
1 (compuesto por los principios de no-rnaleficencia y de justicia), bien al nivel
2 (integrado por los de autonomía y beneficencia). Tanto la actitud pro-liJe
como la pro-choice se empeñan en negar la dualidad de niveles. La primera
reduce todo al nivel 1, y la segunda a nivel 2. Como siempre sucede, las cosas
son más ricas, y por ello mismo también más complejas. La vida moral exige
tener siempre ambos niveles en cuenta. La ética de la vida embrionaria es,
como no podía ser menos, tan compleja como la vida misma.

BIBLIOGRAFÍA

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MA: Harvard University Press, 1970.

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136
----------------

6
LA CONFIDENCIALIDAD
DE LOS DATOS GENÉTICOS

INTRODUCCIÓN

La tesis que voy a defender en este capítulo es que la nueva tecnología


genética ha puesto a prueba toda la teoría de la confidencialidad de los datos
médicos, y obliga a repensada desde sus orígenes. La confidencialidad ha sido
un principio fundamental de la ética médica desde los orígenes de la medicina
occidental hasta nuestros días, pero la información genética obliga a repensar
toda esta teoría, haciéndola más radical y reforzando su protección.

Hay dos ejemplos muy significativos de esto. Uno es el documento que el


año 1993 elaboró el Consejo Danés de Ética, comentando la Ley del Ministerio
de Trabajo de prohibición del uso de pruebas genéticas en las pensiones y los
seguros. Tras analizar el contenido de la ley y justificar las razones por las que
las pruebasgenéticas no deben ser exigidas por las compañías de seguros y
fondos de pensiones, el Consejo danés finaliza con estos párrafos:

El Consejo Danés de Ética propone que el Parlamento aborde cuanto antes un


endurecimiento de las actuales disposiciones reguladoras de la confidencialidad
para que también se incluya en las mismas la información sobre alteraciones
genéticas, y presente un proyecto legislativo a tal efecto.

El Consejo Danés de Ética considera que los avances producidos han puesto
de manifiesto la necesidad de esclarecer la totalidad del sistema del secreto
profesional, y de elaborar un informe de esta materia como segunda fase con
vistas a una reforma general sobre la cuestión de la confidencialídad'.

1 Carlos María Romeo Casabona (Ed.), Código de Leyes sobre Genética, Bilbao: Universidad
de Deusto/Fundación BBV/Diputación Foral de Bizkaia, 1997, p. 688.

137
Por su parte, durante el debate parlamentario de las leyes de bioética
aprobadas en Francia el año 1994, el parlamentario socialista francés Mattei
pidió que se restaurara el secreto médico a su pureza, y no se permitieran
excepciones de ningún tipo. El doctor Mattei lo justificaba esto, precisamente,
en los nuevos avances de la medicina predictiva. La nueva genérica, según él"
obliga a proteger el secreto médico de un modo muy especial, como ya lo
estuvo en Francia a finales del siglo pasado y en la primera mitad del nuestro.

La tesis del doctor Mattei no ha conseguido abrirse paso en las leyes fran-
cesas sobre bioética. Pero la necesidad de proteger de modo muy especial el
secreto médico se advierte con toda claridad en el Dictamen de 30 de Octubre
de 1995 del Comité Consultativo Nacional de/Ética de Francia, sobre genética
y medicina: de la predicción a la prevención. En él puede leerse lo siguiente:

Deberá respetarse el secreto médico frente a terceros, incluidos los restantes


miembros de la familia. Cuando el descubrimiento de una anomalía genética
de carácter familiar conduzca a considerar la toma de muestras biológicas del
conjunto de los miembros de la familia, deberá ser el sujeto solicitante, y no el
médico, quien directamente lo comunique a aquéllos. Si la persona se niega a
comunicar a los miembros de su familia el riesgo revelado por el examen
gen ético al que se ha sometido, el médico no podrá advertirles del posible
riesgo de desarrollar una enfermedad o transmitirla a su descendencia. El
médico deberá informar a la persona objeto de la prueba de su responsabili-
dad y hacer cuanto esté a su alcance para convencerle de que informe a sus
familiares. Si fracasa, la obligación de confidencialidad y secreto médico en-
trarán en contradicción con la obligación de informar a las personas y sus
familias de un riesgo que puede ser objeto de prevención. El médico se encon-
trará ante un grave conflicto ético sobre el que la sociedad deberá pronunciar-
se teniendo en cuenta el carácter inaceptable de la no asistencia a una perso-
na en peligro, especialmente cuando se vean afectados niños",

Este texto demuestra bien cómo el secreto médico debe ser reforzado
todo cuanto sea posible, pero cómo, a la vez, no puede ser absoluto. No hay
ningún principio deontológico absoluto, por definición. y el secreto tampoco.
Por eso es necesario que analicemos la evolución histórica del secreto en gene-
ral,ydel secreto médico en particular, para ver cómo en la actualidad, debido
a los progresos de la medicina, y muy especialmente a los progresos de la
genética humana, se ha hecho necesario considerar la información médica
como «sensible" y someterla a una protección especial.

El secreto no ha tenido un conceptuación uniforme a lo largo de la histo-


ria. Durante muchos siglos ha sido considerado una característica moral de las

2 Carlos María Romeo Casabona CEd.). Código de Leyes sobre Genérica, Bilbao: Universidad
de Deusto/Fundación BBV/Dípuracíon Foral de Bizkaia, 1997, p. 702,
profesiones de excelencia, corno el sacerdocio o la medicina. Sólo en el mundo
moderno el secreto profesional comenzó a tener una fundamentación nueva y
más rigurosa, no basada en la excelencia moral del profesional sino en el dere-
cho del ciudadano a la intimidad. Con todo, esta protección, que amparó el
secreto de sacerdotes, jueces, abogados y procuradores, no se extendió con
igual fuerza al caso del secreto médico, debido a la unión cada vez mayor de
medicina y derecho. Los médicos tenían obligación de colaborar con la justicia
en el esclarecimiento de los delitos, aunque ello les obligara a quebrantar el
secreto. Tal es la doctrina canónica en el siglo XIX, tanto en el mundo anglo-
sajón como en el francés, y en general en el latino. Esto acabó provocando en
los años ochenta del pasado siglo una reacción muy fuerte en Francia, que
llevó a la equiparación del secreto médico con el de abogados y procuradores.
Pero fue una reacción pasajera, ya que al final la propia jurisprudencia france-
sa acabó subordinando el secreto a las necesidades de la administración de
justicia. Sólo en las últimas décadas, y como consecuencia de los avances de la
genética, se ha iniciado un fuerte movimiento de protección del secreto médi-
co, equiparándolo en lo posible al de sacerdotes, abogados y procuradores.

EL SECRETO COMO DEBER DE DISCRECIÓN Y SIGILO


DE LOS PROFESIONALES

Es la idea presente en toda la tradición antigua y medieval, hasta bien


entrado el mundo moderno. El secreto no es tanto un derecho del individuo
cuanto un deber del profesional. De ahí que tenga que ser él quien establezca
los límites del propio secreto. Esto se encuentra claramente expresado en tex-
tos antiguos de medicina confuciana e hinduísta", y en la cultura occidental
está ya claramente expuesto en el Juramento hipocrático, cuando dice:

Lo que en el tratamiento, o incluso fuera de él, viere u oyere en relación con la


vida de los hombres, aquello que jamás deba trascender, lo callaré, teniéndolo
por secreto".

No se trata de un derecho del paciente sino de un deber del médico. Por


eso es éste quien tiene que decir qué cosas pueden ser reveladas y cuáles no.
Esto es lo que se entendió clásicamente por «discreción" o «sigilo» profesional.
El ejemplo clásico es el llamado «sigilo sacramental-", A propósito de las rela-
ciones entre el sigilo sacra mental y el médico, conviene recordar el siguiente
párrafo de la carta de San Jerónimo al presbítero Nepociano:

3 Noél-Jean Mazen. Le secret professionnel des praticiens de la santé, París: Vigor, 988, p. 6,
4 C. García Gual CEd.). Tratados hipocráticos, Vol. 1, Madrid: Gredas, 1983; p. 78.
5 Tomás de Aquino. Summa Theologica, Suppl. q. 11,

139
Es deber tuyo visitar a los enfermos, conocer las casas, a las matronas y a sus
hijos, y aun no ignorar los secretos de los nobles varones. Sea deber tuyo no
sólo guardar castos tus ojos, sino también la lengua. Nunca hables de la belle-
za de las mujeres ni por ti sepa una familia lo que pasa en otra. Hipócrates
adjuraba a sus discípulos antes de instruidos y les hacía jurar repitiendo sus
palabras, y de esta forma les obligaba al silencio por juramento, y les describía
la manera de hablar y andar, el porte y las costumbres. ¡Cuánto más nosotros,
aquienes ha sido encomendada la medicina de las almas!".

Hasta bien entrado el mundo moderno, el médico pudo guardar secretos


los datos conocidos en el curso de su relación profesional, entre otras cosas
porque los tribunales de justicia no acudían a él como perito. De hecho, la
legislación civil y penal medieval no tipificaba la ruptura del secreto médico
como delito, ni tampoco obligaba al profesional a declarar ante los tribunales
de justicia? El secreto médico tenía carácter de mero deber discrecional. Esto
continuó ya bien entrado el mundo moderno, como se advierte en los Nuevos
Estatutos de la Facultad de Medicina de París, promulagados en año 1598,
cuando dicen:

Todo cuanto notare con la vista o el oído en el ejercicio de curar y cuanto


perciba en la vida común de los hombres por fuera de dicho ejercicio profesio-
nal, lo cubriré con el silencio y lo consideraré secreto, si son cosas sobre las
cuales no es lícito hablar",

Es, exactamente, el mismo espíritu del precepto hipocrático: lo que viere


u oyere en la relación profesional, incluso aquello que no tenga que ver direc-
tamente con la medicina, aquello que no deba divulgarse, lo mantendré en
silencio y lo tendré por secreto. Textos similares pueden encontrarse en Perival
y en los Códigos deontológicos derivados de él. Los códigos deontológicos de
la segunda mitad del siglo XIXy de todo el siglo XX han seguido esta tradición
del secreto como deber del buen profesional, pero no como derecho del pa-
ciente.

La medicalización del Derecho Penal no se produjo hasta bien entrado el


siglo XVIII. Aún en la época de Paolo Zacchia, el médico sólo era consultado en
casos muy extraordinarios de hechicería, envenenamiento, agresiones violen-
tas o pleitos eclesiásticos, y siempre como simple testigo. Por eso durante to-
dos estos siglos el médico no se vio obligado a revelar los secretos conocidos en
el desarrollo de su actividad profesional.

6 San Jerónimo. Epistolario, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1993, p. 482.


7 Noel-Jean Mazen. Le secret projessionnel des praticiens de la santé, Paris: Vigot, 988,
p.7.
8 Noél-Jean Mazen. Lesecret professionnel des praticiens de la santé, Paris: Vigot, 988,
p.8.

140
11. EL SECRETO COMO DEBER PR.OFESIONAL BASADO EN EL
DERECHO DE LOS SERES HUMANOS A LA INTIMIDAD

Las cosas no comenzaron a cambiar hasta finales del siglo XVIII. Y ello
por dos razones: en primer lugar, porque el secreto empieza a verse primaria-
mente como un derecho del ciudadano y no como un deber del profesional. Y
segundo, porque se produce un acercamiento enorme entre medicina y dere-
cho, y un fuerte proceso de medicalización de la doctrina penal. La consecuen-
cia va a ser una mejor configuración de la teoría del secreto, pero también una
más amplia justificación de las excepciones. Analizaremos estos dos puntos
sucesivamente.

1. El derecho a la libertad de conciencia y sus consecuencias


naturales: el derecho a la intimidad y la obligación
de secreto

A partir del siglo XVIII, y sobre todo en el XIX, empieza a configurarse el


secreto como un derecho subjetivo de todo ser humano. Esto es algo que se
hallaba implícito desde sus comienzos en el siglo XVII en la tabla de derehos
subjetivos, especialmente en el llamado "derecho a la libertad de conciencia».
Este derecho debía entenderse no sólo como libertad religiosa o libertad polí-
tica, sino también como respeto a la intimidad de la persona y no divulgación
de los datos que sólo a ella pertenecen. Pero la aplicación de estos derechos a
la intimidad y privacidad al área de la gestión del cuerpo tardó aún más en
aparecer. La gestión del cuerpo siguieron realizándola los médicos más que los
propios ciudadanos. Y los médicos se consideraron no sólo en el derecho sino
en la obligación de revelar esos secretos cuando entraban en conflicto con
derechos de terceros. Ello explica la poca protección que el secreto médico ha
tenido frente a los otros secretos profesionales, tanto en el ámbito europeo
como en el anglosajón".

En cualquier caso, el secreto profesional en general ya .no se conceptúa


como un deber del profesional, sino un derecho del ciudadano. Por tanto se
trata de uno de los llamados derechos-deberes, ya que es un derecho que ge-
nera en los profesionales un deber específico. Hay un deber general de respeto
a la intimidad de todos los seres humanos. Y hay otro específico y cualificado
de los profesionales, abogados, procuradores, médicos, etc. Todos ellos tienen
una obligación específica y cualificada de guarda del secreto.

La expresión paradigmática de esta nueva mentalidad se halla en el Códi-


go Penal francés del año 1810. Su célebre artículo 378 decía así:

9 William J. Winslade. «Confidentialiry», en Warren Thomas Reich CEd.), Encyclopedia of


Bioethics, Revised Editiori, Vol. 1, New York: Macmillan, 1995, pp. 451-459.

141
Les médecins, chirurgiens et autres officiers de santé,ainsi que les phannaciens,
les sages-fammes, et toutes autres personnes dépositaires par état ou par
professlOn ou par fonctions temporaires ou permanentes des secrets qu'on
le~r confie quie, hors le cas oú la loi les oblige ou les autorise a se porte-
denoncIat~urs, auront révélé ces secrets seront punis d'un emprisonnemem
d'un rnois a SIX ans et d'une amende de 500 F a 8.000 ElO•

Los profes.ionales sanitarios están sometidos, pues, al secreto profesional, .


corno cuales.qUlera otros profesionales. Sin embargo, llama la atención la cláu-
sula ex.cepClonal «hors les cas ou la loi oblige ou les autorise a se porter
dénonc¡ateurs», que diferencia su secreto de los propios de sacerdotes, jueces
procurador~s o abogados. El secreto médico, pues, empieza a configurarse
como peculIar y especial. Veamos por qué.

2. El caso particular del secreto médico

En el caso de la medicina se va a producir un fenómeno muy curioso que


la va a llevar por caminos muy distintos a los de los otros secretos profesiona-
les, como el del a~ogado o el procurador. Se trata de la aparición de la Medici-
na Legal como disciplina, y con ello la unión cada vez más estrecha entre
medicina Y derecho.

Este fenóme?o se inicia en Francia, en los años inmediatamente ulterio-


res a la Revolución Franc~sa; Concretamente, en 1798 publica Foderé el pri-
mer tratad? de r:nedlcma jurídira verdaderamente moderno!'. El derecho re-
volucIOnarIo terna que ser científico, y los conceptos de delito y de pena tenían
que fundarse so~re datos objetivos, suministrados por las ciencias, sobre todo
por la ClenC}3.medlca. Se inicia, así; la medicalización del derecho. A partir de
ahora el m~dlco ya no va a ser mero testigo ocasional en los casos de locura
enven, enamlentos
. .
' agresiones, a b'ortos, etc., SITIOque poco a poco adquiere la'
catego na de Juez conocedor de las leyes de la naturaleza, por principio supe-
riores a las puras leyes positivas. De ahí que Foderé escriba:

Como las leyes no pueden ser buenas si no están de acuerdo con el hombre,
con su corazon, necesidades, clima y género de vida a que están sujetos los
d~ferentes pueblos, deben los legisladores y los magistrados consultar la me-
dlcma, vasto COdlgOde las leyes de la física animal, antes de pensar en esta-
blecer n~evas instituciones, o para darles todo el grado de utilidad que son
ca~~ces e reCibir. He aquí el primer sentido en que debe entenderse esta
unIOn de palabras, medicina y leyes, medicina legal",
----
10 Noel-Jean Mazen. Le secret proiessi 1d . . ,
'L 1 . ~essLOnne es pratlclens de la sante, Paris: Vigot 988 P 9
II FM Fo d ere. as eyes !lustradas por las' . fisi ' ,"
hi .' . 'blica 8 vals M d id Clennas ICas, o tratado de medicina legal y de
19lene pu : " a n ,1801-1803.
12 FM Fodere. Las leyes
escu~la ~ositivista italiana:'M~dr'id, esre, 1 g;~,
1 2 Cit por J . L . P
;1~geset
.
y Manano Peset, Lornbroso y la

142
--------_._- ------------.- ----------

A este movimiento de unión entre medicina y derecho contribuyen, desde


:sus respectivos campos, otros teóricos del momento, como el psiquiatra Pinel,
·La medicina se convierte enjusticia, como bien ha señalado Michael Foucaulr-'
·A su modo, esto es también lo que realiza Jeremías Benrham en Inglaterra. El
· resultado de todo este movimiento es la conversión del criminal en un enfer-
mo, y de algún modo también del enfermo en un criminal. De ahí la evolución
paralela de manicomios y cárceles.

Michael Foucault ha llamado la atención sobre la importancia que en


desarrollo de esta mentalidad tuvo el juicio que en 1835 se realizó contra
Pierre Riviere. En él intervinieron médicos de la talla de Esquirol, Orfila, Leuret,
Marc, Pariset y Rostand, que consiguieron nada menos que el indulto del cul-
pado ".

Todo este movimiento llegará a su máxima expresión a finales del siglo


XIX, con la obra de Cesare Lombroso y la llamada «escuela italiana» (R. Garofalo,
E. Ferri, A. Niceforo, A. Tamburini, G. Fioretti, G.C. Ferrari, G. Antonini, etc.).
Su objetivo no era otro que el de convertir el derecho en general, y el derecho
penal en particular" en una rama de la ciencia médica. Tanto el delito como la
pena habían de verse como fenómenos o defectos biológicos. El delito era una
especie de enfermedad, y la pena un cierto tipo de terapéutica.

Todo esto va a tener repercusiones muy importantes en el tema del secre-


to médico. Por más que la confidencialidad de los datos íntimos sea un dere-
cho subjetivo de todo ser humano, que obliga a todos los individuos, y muy
especialmente a aquellos que conocen datos íntimos en virtud de su ejercicio o
cargo, este derecho-deber de confidencialidad ha de tener sus excepciones, y
la tesis que se va imponiendo en el siglo XIX es que la administración de justi-
cia es una de ellas, en el caso del secreto médico. De no ser así, condenaríamos
a la justicia a un nivel de subdesarrollo incompatible con su propia función.
Por tanto, el secreto profesional médico puede y debe romperse siempre que la
administración de justicia así lo demande. Si bien el abogado o el procurador
tienen un «secreto blindado», y por tanto no están obligados a revelar los datos
que conocen en el ejercicio de su profesión, el médico sí lo está. Se trata de una
excepción al derecho-deber del secreto. El propio progreso de la medicina ha-
ría necesaria la ruptura del secreto en todos aquellos casos en que el bien
común, representado por las leyes y la administración de justicia, así lo exijan.

Ésta es la tesis que se fue imponiendo a lo largo del siglo XIX: en caso de
conf1icto entre el deber de secreto profesional médico y la administración de
justicia, el primero cede siempre ante el segundo. Esto se 'advierte muy bien en

13 M. Foucault. Histoire de lafolie a l'age classique, París 1961, 277.


14 Peset, 93.

143
la evolución de la doctrina penal española sobre el secreto profesional. El pro.
yecto de Código Penal de 1822 regulaba el sesreto profesional por influencia
del Código Penal francés de 1810, Yel Código Penal de 1848 creaba el tipo del
secreto profesional, definiéndolo con técnica' moderna. Sin embargo, el Códí.
go Penal de 1870 prescindía de la violación del secreto profesional como deli-
to. Este cambio se debió a las razones que ya hemos analizado. Los grandes
codificadores españoles de 1870 fueron liberales. De hecho, el código se pro-
mulgó inmediatamente después de la revolución liberal de 1868. La cuestion
está, pues, en saber por qué codificadores de mentalidad liberal, que creían en
el derecho de intimidad, dejaron el secreto profesional sin protección, y por
qué luego la Ley de Enjuiciamiento Criminal excluyó de la ruptura del secreto
en causas penales a sacerdotes, abogados y procuradores, pero no a los médi-
cos, de tal modo que aquéllos quedaron liberados del deber de denunciar y de
la obligación de declarar como testigos, pero no éstos. La razón, como ya he-
mos indicado, está en que el derecho empezó a ver en la medicina el gran
aliado para la persecución del delito. De ahí nació la utopía de que la ciencia,
y más en concreto la biología y la medicina, iban a permitir aclarar definitiva-
mente todo el mundo del delito, y que en el fondo todo delincuente debía ser
considerado un enfermo. Fue el momento en que llegó a su máxima expresión
el proceso de medicalización de la justicia. El ejemplo pardigmático es la teo-
ría lornbrosiana. La tesis subyacente es que todo criminal es un enfermo, y que
por tanto la ciencia médica y la ciencia penal acaban identificándose.
./

Esrfsituación no cambió en los códigos penales españoles de 1932 y 1944.


Ninguno de ellos contenía referencia alguna al secreto profesional, con la ex-
cepción del de abogados y funcionarios públicos. Cabe decir que en el derecho
español hay 126 años de ausencia del secreto profesional en la norma penal.

Esta evolución no ha sido homogénea ni idéntica en todos los países. De


hecho, en las últimas décadas del siglo pasado se inició en Francia una reac-
ción ante la ruptura del secreto médico' por parte de los profesionales, y una
fuerte tendencia a protegerlo, equiparándolo al de abogados y procuradores.
Es lógico que la nación que más hizo por la medicalización del derecho fuera
también la primera en advertir sus grandes peligros. De hecho, en torno a 1880
comenzaron las voces que exigían la equiparación del secreto médico con el de
abogados y procuradores. Los casos de Muteau" y Brouardel " son para-
digmáticos en este sentido. Fue en 1885 cuando el Tribunal de casación, en el
célebre caso Watelet, puso las bases del blindaje del secreto médico, al inter-
pretar el artículo 378 en el sentido de que la guarda del secreto médico era
necesaria para mantener la relación de confianza del paciente con el profesio-
nal de la salud, y que por tanto la revelación debía considerarse delito, aunque

15 Muteau. Du secret professionnel, Paris 1870.


16 P. Brouardel, Le secret médical, Bailliere, Paris 1887.

144
o hubiera por parte del profesional intención de dañar. T~da revelación de un
~rofesional debía considerarse, en principio, como un delito penal.

Esta doctrina se convirtió pronto en el santo y seña de los códigos de


deontología médica, a imitación del código francés, ~ adquiri? ~ún más fuer-
za, como consecuencia de la conducta heroica de ciertos medlco.s, fran~eses
durante la ocupación alemana, al no revelar a las tropas de ocupacion la Iden-
tidad de los partisanos y maquis a quienes habían atendi?o. De ~odos ~odos,
y por influencia del modelo anglosajón, que nunca acepto la eqtnparacion del
secreto médico con el de abogados y procuradores, a partir de la Segunda
Guerra Mundial fue haciéndose cada vez más evidente que el secreto medl~o
debía ceder ante las exigencias de los jueces y tribunales de justicia. Las legis-
laciones que blindaban el secreto médico, l~ francesa; la belga, la,luxemb~~gue~;
y la austriaca, fueron cambiando hasta i~~alarse c?n. las mas perrmsivas .
Definitivamente, parecía que el secreto médico era d~s~mto ~~l de ~bo~a?os y
procuradores, dada la importancia que para la administración de justicia te-
nían los datos sanitarios.

nr. EL CONCEPTO DE «INFORMACIÓN SENSIBLE»


y LA NECESIDAD DE «PROTECCIÓN ESPECIAL»
DEL SECRETO MÉDICO

Cuando todas las legislaciones parecían estar de acuerdo en el carácter


relativo del secreto médico, nuevos problemas empezaron a complica~ e~ pa-
norama. Y ello por una razón que ha ido ganando importancia en la~ ultIm~s
décadas. La razón es que la documentación médica es la que contiene mas
datos sobre la vida privada e íntima de una persona". Con el tiempo esta
razón no ha hecho más que afianzarse más y más, debido a que los progresos
de las ciencias biomédicas han sido tales, que hoy la medicina tiene en sus
manos el poder de predecir aspectos fundamentales del comportamiento futu-
ro de las personas. Su saber puede tener consecuencias fundam~nt~les en la
vida social familiar laboral etc. de las personas. A esto han contribuido enor-
memente los prog:esos en' el campo de la biología molecular. La medicina
predictiva permite, mediante la utilización de sondas g~néticas, conocer con
décadas de antelación si una persona va a padecer ciertas enfermedades
incapacitantes, como la enfermedad de Huntington o .la fibrosis qUÍStiC3:Esto
plantea sobre nuevas bases el tema del secreto profesional, hace que la mf?r-
mación biomédica reciba el calificativo de «información sensible", y exige

17 Noél-Jean Mazen. Le secret projessionnel des praticiens de la santé, Paris: Vigot, 988, pp,
12·13.. . ¡;r.
18 J. Rothfeder. Piivacy [or Sale: How Computerization has made everyone's prtvate l¡e an
open secret, New York: Sirnon & Shuster, 1992.

145
reconsiderar si no es necesario «blindaría» de alguna manera, exigiendo el
secreto Con mayor severidad y restringiendo al máximo el ámbito de las excep-
ciones que permiten su ruptura.

La necesidad de considerar la información genética como «sensible» y


someterla a una protección «especial» ha llevado a muchas organizaciones
internacionales, como la UNESCO, el Consejo de Europa, la Unión Europea,
etc., a promover reuniones y organizar comités que definieran el nuevo estatu-
to de este tipo de datos. Los documentos emanados de esos grupos de trabajo
son un conjunto valiosísimo de principios y criterios para la mejor protección
de los datos genéticos. Todos vienen a coincidir en unos puntos, que son por lo
general los siguientes:

• que sólo debe emprenderse el estudio genético de las características


de una persona con fines médicos o de investigación científica;
• que las pruebas genéticas deben realizarse siempre con el consenti-
miento libre e informado de las personas interesadas, o de sus repre-
sentantes legales en caso de incapacidad o minoría de edad;
• que en el caso de los niños las pruebas no deben realizarse más que
cuando se va buscando un beneficio directo de la salud del niño, y que
en todos los demás casos deben seraplazadas hasta que el niño pueda
decidir por sí mismo;
• que la realización de las pruebas genéticas debe ir acompañada de
apoyo psicológico y emocional de carácter no directivo;
• que los usuarios de tales pruebas deben tener derecho a que no se les
comuniquen sus resultados cuando se niegan a ello;
• que no se puede tomar ningún tipo de medida coactiva contra quienes
se niegan a realizarse cualquier prueba de cribado genético, o contra
quienes deciden someterse a ellas;
• que los datos resultantes de esos análisis deben ser considerados se-
cretos;
• que deben ser almacenados de modo separado, sin contacto con otros
tipos de datos pertenecientes al individuo y sólo podrán ser recupera-
dos por parte de las personas autorizadas a ello;
• que los resultados de las pruebas no deben, en principio, ser comuni-
cados más que al sujeto a que pertenecen, no pudiendo ser revelados a
los demás, incluido el otro miembro de la pareja, más que con el con-
sentimiento libre e informado del sujeto a que pertenecen;
• que los datos genéticos sólo pueden ser utilizados para una finalidad
distinta de la que motivó originalmente su obtención con el consenti-
miento expreso y por escrito de la persona sometida a análisis;

Todos estos principios pueden tener excepciones, como más adelante ve-
remos, pero que sólo podrá fijar la legislación de cada país, y en su caso eljuez.
Pero no cabe duda que su propia formulación como principios supone ya un

146
gran paso adelante, en tanto supone un amplio consenso sobre el carácter
"sensible» de los datos médicos y la necesidad de una protección «especial».

En la legislación española, este cambio es perfectamente perceptible a


partir de la década de los años setenta, y más en concreto desde la constitu-
. ción de 1978. En su artículo 18.1, la constitución garantiza el derecho al ho-
nor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen de todo ciudadano.
Pero es en el artículo 20.1 d) donde se alude al secreto profesional como una
excepción al derecho a dar y recibir información veraz:

Se reconoce y protege el derecho a comunicar y recibir libremente informa-


ción veraz por cualquier medio de difusión. La ley regulará el derecho a la
cláusula de conciencia y al secreto profesional en el ejercicio de estas libertales.

Con posterioridad a la norma constitucional, este precepto se ha desarro-


llado, en el sector civil, mediante el artículo 7°.4 de la Ley orgánica 1/1982 de
5 de mayo sobre protección civil del derecho al honor, a la intimidad personal
y familiar y a la propia imagen. En el sector administrativo, la ley orgánica 14/
86 general de sanidad, de 25 de abril, protege en su artículo 10.i la intimidad
como derecho del enfermo, y en el 10.3 afirma el «derecho a la confidencialidad
de toda información relacionada con su proceso y con su estancia en institu-
ciones sanitarias públicas y privadas que colaboren con el sistema público.» En
el ámbito penal, se ha incluido la figura delictiva de ruptura del secreto profe-
. síonal en el artículo 199.2 del Código Penal de 1995. He aquí su texto:

Artículo 199
l. El que revelare secretos ajenos, de los que tenga conocimiento por razón
de su oficio o sus relaciones laborales, será castigado con la pena de
prisión de uno a tres años y multa de seis a doce meses.
2. El profesional que, con incumplimiento de su obligación de sigilo o reser-
va, divulgue los secretos de otra persona, será castigado con la pena de
prisión de uno a cuatro años, multa de doce a veinticuatro meses e inha-
bilitación especial para dicha profesión por tiempo de dos a seis años.

Evidentemente, esto supone un cambio fundamental, ya que significa de


alguna manera la consideración de la información biomédica como «sensible»
y el «blindaje» del secreto médico.

Todo esto demuestra fehacientemente que hoy se considera necesario so-


meter el secreto médico a una mayor protección. Por mayor protección no se
entien?e el que se le considere absoluto y sin excepciones. Eso es imposible.
Pero S1 que se le blinde de un modo especial. De hecho, todos los argumentos
que se dan en favor del secreto blindado de abogados y procuradores valen
Igual para la medicina. Esos argumentos suelen ser, que se trata de una rela-
ción profesional de confianza, y que en caso de revelarse ese secreto se-daría

147
una gravísima pérdida de confianza y se produciría una grave lesión al entra-
mado social. El otro argumento que se esgrime es que existe entre el abogado
y el cliente algo así como un cuasicontrato, que incluye la cláusula del secreto.
Ahora bien, todas estas razones sirven exactamente igual para el caso de la
medicina. En consecuencia, parece claro que la medicina exige un secreto blin-
dado, aunque éste no pueda ser absoluto.

Por más que todos estén hoy de acuerdo en la necesidad de proteger el


secreto médico, en la determinación de las excepciones nos hallamos lejos de
la unanimidad. Hay, cuando menos, dos posiciones, una mayoritaria y otra
minoritaria. Ambas consideran que la información biomédica es «sensible" y
debe estar sometida a una protección especial, pero difieren en el modo de esa
protección. La primera postura aboga por una «protección o blindaje débil", en
tanto que la segunda exige un «blindaje fuerte" del secreto médico, en la línea
del que disfrutan jueces, abogados o procuradores.

1. El carácter «sensible» de los datos biomédicos


y su protección mediante el «blindaje débil»

Entiendo por hipótesis o teoría del blindaje débil del secreto médico, aque-
lla que afirma que éste debe ceder en caso de conflicto con otros derechos
fundamentales, y que ha de ser el juez quien determine en qué situaciones el
médico debe revelar sus datos a los tribunales de justicia. En esta hipótesis se
considera, pues, que el médico tiene obligación de revelar sus secretos a la
administración de justicia, a diferencia de lo que sucede con abogados y pro-
curadores. Parecería, por tanto, que nos encontramos en la misma situación
que en el siglo XIX. Sin embargo, no es así, porque ahora se considera que el
respeto de la confidencialidad de los datos es un deber prima jacie, y que la
ruptura del secreto es una excepción que sólo puede realizar el juez, a quien
compete la carga de la prueba. Ya no se trata, pues, de la vieja alianza entre
medicina y derecho, sino de una excepción, que por principio sólo puede y
debe realizarse en un número pequeño de casos, cuando haya razones de mucho
peso que justifiquen esta lesión de un derecho fundamental, y siempre redu-
ciendo al mínimo el número de datos revelados, y por el menor tiempo posi-
ble. Lo que antes era norma, la revelación de los datos, ahora pasa a ser excep-
ción, y lo que antes era excepción, el secreto, pasa ahora a ser norma. Como
dice Malen Seña, siguiendo a Robert Alexy, «esto supone un cierto orden débil
-no lexicográfico- en favor de la privacidad, y la asignación de la carga de la
prueba al Estado para todos los casos-".

19 J.E Malem Seña. «Privacidad y mapa genérico», Revista de Derecho y Genoma Humano
1995; 2:145. Cf. R. Alexy, El concepto y la validez del derecho, Barcelona: Gedisa, 1994, pp.
170 ss.

148
La teoría del blindaje débil considera que la información sanitaria en ge-
neral, y la genética en particular, es sensible y debe ser pr~te~i~a especia1~en-
te. Por tanto, está completamente de acuerdo con. ~os pnncipios establ~~ldos
los orzanismos internacionales sobre protección de los datos geneticos.
por o . ., . las exi
Pero considera que todos esos pnncipros ceden excepcI~na1m~nte ~nte ~~ eXI-
cias de la administración de justicia. Por eso admite ,la identificación de
gen, . d dili .
una persona por sus huellas genéticas en el marco.de. la pr~ctl.c~ e iugencias
de prueba o instrucción en el marco de un procedimiento J~dl~lal penal..En el
orden civil tales análisis no podrían hacerse sin el consentirruento preVIO del
interesado.

La teoría del blindaje débil también admite las excepciones. debidas a


motivos sanitarios, como es el caso de riesgo genético para otros miembros de
la familia o para la sociedad.

2. El carácter «sensible» de tos datos bíomédícos


y su protección mediante el «blindaje fuerte»

La hipótesis o teoría del blindaje fuerte del secreto médi~o.coincid~ con ~a


anterior en aceptar la posibilidad de excepciones al secreto médico, La diferecia
está en que para los representantes de esta postura, las. excepciones d.e un
secreto profesional no pueden ser de otro tipo que las propiamente profesiona-
les; por tanto, aquellas relacionadas con la salud de t~r.ceros. En todos los
demás casos, el profesional sanitario no tiene razones validas para la ruptura
de la confidencialidad.

Evidentemente, esta segunda postura recoge la tradición francesa, belga,


luxemburguesa y austriaca que durante más de un siglo ha venido defendien-
do la protección especial del secreto médico. Su tesis es que el propio progreso
de la medicina, y muy en particular los avances operados en el campo de la
genérica médica, hacen necesaria hoy más que ,n~nca la prot~cc~ón del se~reto
médico. Esta tesis suelen defenderla más los médicos que los juristas, y mas los
códigos deontológicos profesionales que las legislacione~ nacionales. po: eso
tiene hoy por hoy un carácter más ético que jurídico. De hecho, no hay m.ngu-
na legislación nacional que la acepte, por más que todas tengan C?nClenCIa de
la necesidad de reducir al mínimo las rupturas del secreto profesional.

CONCLUSIÓN

No hay duda de que los conflictos producidos por los avances en genérica
humana han obligado a una reconsideración general del tema del secreto
médico. Hoy todos consideran que la información sanitaria en general,. y la
genética en particular, debe ser considera como «sensible" y se~ sometida a
una protección especial. En principio, pues, el secreto no puede violarse. Tarn-

149
b~é~ tie~en todos claro que ese principio ha de tener al unas exce ci
cO~lgos Internacionales D9 suelen definir éstas, sino de1arlas al ar~i:~~es. Los
leglsla~lOnes nacionales. Estas suelen optar por el blinda'e débil de las
perrmnr y hasta exigir la ruptura de! secreto no sólo p J , ~ por tanto
otras personas, sino también por necesidades de la ad~~fs:~te?~r da s.alud ?e
Pero en cualquier caso, todas consideran que esta ruptura tien~c~on he JUsticia.
modo excepcional, y por tanto sólo por mandato del . ue acerse de
revele el menor número de datos posibles y I ' Juez, y ~e modo que
nas. a menor numero posible de perso.

De este modo, cabe decir que nos halla ...


tercer periodo histórico en el I mas probablemente al InIClOde un
prioritaria, que no debe ~eder a:;t~e ~ secr~to aparece como una obligación
ción, ctaramente establecidos por laol~~s mas que en casos de absoluta excep-

150
7
EL ESTATUTO DEL EMBRIÓN

INTRODUCCIÓN

El tema del estatuto del embrión es la vía terminal común en que suelen
finalizar todos los debates en torno al origen de la vida. De ahí su importancia,
. no menor a su extrema complejidad. Esto último se debe a sus múltiples facetas,
que muy pocas veces suelen tratarse de modo conjunto, y sobre todo a la difi-
cultad que encuentra la razón para determinar con exactitud los límites de la
vida humana, tanto al comienzo como a su final. Quizá la razón no es capaz de
disolver completamente este tipo de problemas, ni otros muchos.

Esto hace más frecuentes las posturas «emocionales», que sí permiten


afirmaciones rotundas, contundentes, dogmáticas. El espacio que deja la ra-
zón lo ocupa inmediatamente la emoción, que nos hace tomar postura ante las
cosas y los problemas de modo más rápido y directo, pero también más sub-
consciente e irracional. Las emociones son una importantísima brújula que
nos orienta y conduce por el complejo mundo de la vida. No podemos despre-
ciar las emociones en nuestra vida, y menos en nuestra vida moral. De hecho,
las emociones negativas que sentimos ante una agresión, o un asesinato, nos
son de una enorme utilidad moral. Y lo mismo cabe decir en el terna que nos
ocupa, el del origen de la vida. Emocionalmente nos sentimos todos a favor de
la vida, y emocionalmente tendemos a rechazar todas las agresiones contra los
'embriones y fetos. Este es un haber importantísimo de nuestra vida moral, que
no podemos menospreciar o anular irresponsablemente, como intentaría ha-
cer un estoico. Pero tampoco podemos quedamos aquí. Tan absurdo corno un
racionaJismo que negase el papel moral de las emociones, sería un emotivismo
total, que no dejara espacio al razonamiento.

El debate racional es necesario en ética. Y lo es especialmente en este


tema, en que las posturas más frecuentes suelen ser básicamente emotivistas.

151
La emoción, decíamos, nos permite dar una respuesta rápida a los problemas
cosa que la razón generalmente no sabe hacer. La razón es más lenta y l~
cuesta siempre reaccionar. Pero los frutos de la razón tienen la ventaja sobre
los de laemoción en que son más permanentes y fiables. No podemos prescin-
dir de ninguno de esos resortes. Ambos son componentes necesarios de una
verdadera ética de la responsabilidad.

.. En lo que sigue vaya intentar aproximarme al tema del estatuto del ern.
b:lOn desde tres perspectivas distintas y complementarias, la científica, la filo-
sófica y la ética. Ellas no agotan, ni mucho menos, el problema, pero sí me
parecen la~ fundamentales. y sobre todo pueden resultar suficientes para al-
c~nz~r el ~I1lCOobjetivo que aquí me propongo, el someter sus tesis a debate
publico. Solo tras él podrá saberse lo que queda de ellas.

I. EL ESTATUTO CIENTÍFICO DEL EMBRIÓN

L~ humanidad siempre ha intentado dar respuestas al problema de la


herencia. Tod?s los pueblos han conocido que los hijos se parecen a los padres,
que las especies no suelen .ser interfecundas, etc. Y si esto se dice de los pue-
blo~ en general, puede afirmarse sin ningún género de duda de la cultura
OCCIdental.Desde sus orígenes en la Grecia clásica hasta la actualidad, ésta ha
intentado dar respuesta sie,mpre a las dos grandes preguntas que plantea el
problema ~e la herencia. como se generan y transmiten los caracteres indivi-
duales, y como se generan y transmiten los caracteres específicos.

. La pr~mera cuestión tiene que ver con la herencia ontogenética, la heren-


CIa de ~os lI1dIVlduosparticulare~. La segunda, con la herencia filogenética, la
~erencJa de l~s caracteres específicos. La respuesta a la primera de esas cues-
nones ha oscilado entre dos extremos, denominados desde el tiempo de los
gn;gos con los nombres de «generación espontánea o equívoca» y «generación
untvoca». La respuesta a la segunda cuestión ha oscilado también entre dos
extremos, generalmente conocidos con los nombres de «fixismo» y «evolucio-
rusmo».

En lo que si¡sue me propongo analizar la historia de las respuestas que se


han dado ~I fenómeno de la herencia. A lo largo de los veinticinco siglos de
cult.ura OCCIdental:esas respuestas han sido cuatro, que son todas las mezclas
posibles que permiten los ~os pares de t~rminos antes citados. A todo lo largo
del penado antiguo y medieval el paradigma fue equivocista y fixista; la cien-
CIa moderna; por el contrario, opto por un modelo univocista y fixista; el siglo
XIX inauguro otro urnvocrsta y evolucionista; y hoy nos encontramos en una
sItuaClo~ coo:pletamente nueva en la historia de la humanidad, aceptando
una explicación a la vez equivocisra y evolucionisra, El intento de este parágra-
fo es describir brevemente cada uno de esos paradigma s, para tomar concien-

152
cia de aquel en que nos encontramos, a fin de reflexionar luego sobre él desde
las perspectivas de la filosofía y de la ética.

1. El paradigma antiguo: Generación equívoca y fixismo. Los


biólogos y filósofos griegos pensaron que la generación de los seres vivos no se
produce de la misma manera ni tiene las mismas características en todos los
niveles. Los animales pertenecientes a los órdenes inferiores surgen por gene-
ración espontánea o equívoca. Por el contrario, los seres superiores o más per-
fectos surgen por generación unívoca. En cualquier caso, ambos órdenes están
regidos por el mismo principio, que es el «finalisrno» de la naturaleza. Los dos
tipos de generación, el equívoco y el unívoco, son expresiones de esa teleología.

En la generación equívoca o espontánea, lo más forme surge de lo menos


forme. Es una experiencia elemental de la mayor parte de los pueblos primiti-
vos y antiguos, ver que ciertos gusanos nacen del limo de la tierra, los insectos
en el interior de algunas plantas, como las flores, y de la carne putrefacta
larvas de mosca. La creencia antigua es que los seres nacidos por generación
espontánea son estériles o infecundos y por tanto no se reproducen sexualmente.
En ellos no hay machos ni hembras, ni en el rigor de los términos forman
especies.

Lo contrario sucede con los seres superiores y más perfectos, en que la


herencia se transmite por generación unívoca, Ésta es sobre todo generación
sexual. Los descendientes nacen de animales que presentan con ellos un pa-
rentesco formal; proceden, pues, de congéneres; nacen de semillas o de se-
men, por fecundación, y pasan por la fase de huevo.

Tanto la generación unívoca como la equívoca están regidas por el télos


de la naturaleza, y por tamo no son azarosas, sino finalistas. Esto es importan-
te no olvidarlo, porque para la mentalidad moderna, generación espontánea
es sinónimo de generación azarosa. En el mundo antiguo no fue así, La gene-
ración espontánea es más rudimentaria e imperfecta que la unívoca, pero no
es azarosa sino perfectamente determinada y teleológica. Tal creencia no fue
privativa de la cultura griega, sino que la compartieron otros muchos pueblos
antiguos. En el libro del Génesis se dice que «Yahvéh Dios formó del suelo [o
del limo de la tierra] todos los animales del campo y todas las aves del cielo».
La función de Yahvéh la desempeñó en la cultura griega la teleología interna
de la naturaleza. En ambos casos se trataba de generación espontánea, pero
no azarosa. Así lo vieron también los teólogos medievales.

2. El paradigma moderno: Generación unívoca y fixismo. Fue


en el siglo XVII cuando la idea de generación espontánea entró en crisis. William
Harvey, uno de los padres de la embriología moderna, defendió, en contra de
su gran mentor, Aristóteles, la tesis de que todos los animales, aun los inferio-
res, se constituyen a partir de huevos. Por tanto, también los animales que

153
----------------~------------------~---------,-------------------

nacen espontáneamente pasan en su desarrollo por un estado de huevo, en el


que son una masa orgánica indiferenciada. Harvey no se opuso a la teoría
aristotélica de la generación espontánea, pero sí afirmó que todos los anima-
les, incl,uso los que nacen por generación espontánea, pasan por la fase de
huevo. El consideraba que tal fase comenzaba siendo indiferenciada, pero que
luego, progresivamente, iba dando lugar al nacimiento de las formas orgáni-
cas. Es, de nuevo, la tesis epigenética, típicamente aristotélica. Fue otro gran
biólogo, Marcello Malpighi, quien defendió la tesis de que en el huevo se en-
contraba encerrado todo el animal futuro, de modo que a partir de entonces
no hacía más que crecer, dando lugar así a la tesis preforrnacíonísta.

A la vez que sucedía esto, FrancescoRedi inició el ataque frontal a otra de


las grandes tesis aristotélicas, la de generación espontánea, En un trabajo ex-
perimental sobre la génesis de los animales inferiores, concretamente de los
insectos, Redi corroboró la teoría de Harvey de que todos los organismos se
forman de huevos. Comprobó por observación que en los insectos también
existe la diferenciación sexual, y que las hembras fecundadas ponen huevos,
de los cuales se desarrollan los insectos. A partir de esos datos experimentales
generalizó su tesis y afirmó que todos los seres vivos proceden de otros seres
vivos: omne vivum ex vivo. No había, pues, generación espontánea.

Esto supuso un golpe mortal para la teoría aristotélica de la generación


espontá~ea, pero no significó su desaparición. De hecho, en pleno siglo XVlII,
Turberville Needham creyo poder probar experimentalmente la formación de
pequeños organismos en infusiones diversas, en contra de lo afirmado por
Redi, Sería otro gran fisiólogo del siglo XVIII, Lazaro Spallanzani, quien reali-
zó una amplia serie de experimentos que acabaron demostrando el error de
Needham: los organismos no se formaban en agua hervida.

Redi creía que todo estaba definido hasta en sus más minimos detalles
desde el principio. La vida era una constante en la naturaleza, creada por Dios
y que no hacía más que reproducirse y perpetuarse. Se trataba de algo así
como un proceso mecánico o dinámico, muy en la línea de Descartes o de
Leibniz, Podría aplicarse aquí también la fórmula cartesiana de la cantidad de
movimiento: o la lei?niziana de la fuerza viva. Descartes y Leibniz pensaban
que tal can~ldad habla sido establecida por Dios, y Redi creyó que mediante la
rep;oducclOn sexual esa cantidad fija no hacía más que perpetuarse. Otro gran
fisiólogo del SIglo XVIII, A. van Haller, pensó que esa cantidad fija de vida, en
el caso de la especie humana, era de 200.000 millones de seres humanos,
todos preformados en los ovarios de Eva.

E! rechazo dela idea de generación equívoca, unido al refuerzo del fixismo


a traves de la Idea de una cantidad fija de vida, establecida por Dios desde el
ongen de los tiempos, dio lugar al nacimiento de la teoría preformacionista.
Los padres del preformacionismo fueron Malpighi y Swarnmerdam. Dentro de

154
---_ .._----

él cabían tres posibilidades lógicas y las tres se dieron en el siglo XVII. La


primera posibilidad era suponer que la preformación se hallaba en el esperma-
tozoide, el elemento que el varón aportaba al acto de la fecundación. Este fue
el llamado «anirnalculiso», la idea de que el espermatozoide, y sobre todo su
cabeza, era como un pequeño animal, un diminuto ser humano, en el caso del
hombre, en el que estaban ya constituidas todas las formas del individuo adul-
to. Esta idea, defendida por biólogos como Hartsoeker y Andry, contaba en su
haber el gran peso de la tradición aristotélica, para la que el varón aportaba la
«forma" del nuevo ser, y la madre la «materia", que por definición era informe.

Pero había otra posibilidad, que también tenía tras de sí una fuerte tradi-
ción. Ya hemos aludido antes a ella. Si todo se halla preformado desde el pri-
mer momento, porque Dios lo creó así, con una cantidad de vida fija, similar a
la cantidad de movimiento de Descartes, entonces hay que suponer que de
algún modo todos estábamos ya prefigurados en nuestros primeros padres,
Adán y Eva. Si a esto se añade que la puesta a punto del microscopio permitió
conocer a los biólogos del siglo XVII, no sólo la existencia del espermatozoide
y el óvulo, sino también que el ovario de las mujeres tiene un número de
óvulos fijo, que no aumenta a lo largo de la vida, entonces cabe concluir que
en los ovarios de Eva estábamos prefigurados todos los seres humanos. Esta es
la doctrina conocida con el nombre de «ovisrno», alternativa al animalculismo,
y que defendieron científicos de la categoría de Antonio Vallisnieri.

Quedaba una tercera posibilidad lógica, que es la que acabaría imponién-


dose. Consistía ésta en pensar que la preformación no procedía exclusivamen-
te del padre o exclusivamente de la madre, sino de ambos; por tanto, que las
dos partes contribuían equitativamente a la configuración del nuevo ser. Esta
fue la teoría propuesta por Caspar Friedrich Wolff, el padre de la embriología
experimental moderna. Wolff, con todo, supone un punto de inflexión en la
historia de este problema. A partir de él el preformacionismo entra de nuevo
en crisis. La tesis de Wolff es que ambos progenitores intervienen en el proceso
de generación del nuevo ser, pero que las formas se van adquiriendo paulati-
namente a lo largo del proceso embrionario. La teoría preformacionista, la
expresión más pura de la conjunción de fixismo y generación unívoca, dejaba
de tener vigencia científica. A pesar de lo cual, iba a tener una perdurable
aceptación entre filósofos, teólogos y moralistas.

La razón de esto hay queatribuírsela a Leibniz, y sobre todo a sus discípu-


los, Christian van Wolff y Alexander Baumgarten. El racionalismo filosófico,
que siempre fue una teología racional, por tanto un intento de entender la
realidad desde la perspectiva de la razón divina, creyeron ver en el fixismo de
las especies, la generación unívoca y el preformacionismo la expresión
paradigmática de los decretos divinos. Esta tesis pasó al Derecho canónico, y a
través suyo a la teología moral cristiana. Si además se tiene en cuenta la enor-
me influencia que el racionalismo Ieibníziano tuvo en el origen y desarrollo

155
del movin:iento neoescolástico del siglo XiX, resulta comprensible que el
preforrnacíonsirno se convirtiera en doctrina común dentro del movimiento
neoescolástico, y en santo y seña de la doctrina moral católica de las dos últi-
mas centurias.

. 3'.EI paradigma contemporáneo: Generación unívoca y evo-


lucionisrnn, Durante el siglo XIX la doctrina de la generación unívoca consi-
guió afianzarse aún más. Los datos experimentales en favor suyo y en Contra
de cualquier tipo de generación espontánea no hicieron más que aumentar, y
culmmar~n con los. celebres experimentos de Pasteur en el Mont -Blanc, y la
publicación de su libro Examen de la doctrine des générations spontanéés. Si
Redi h~bía ne.gado su existencia en el caso de los gusanos y Spallanzani en el
de los infusorios, Pasteur se ve obligado a demostrar que tampoco existe en el
de las bacterias, en contra de lo afirmado por EA. Pouchet. La puesta a punto
por Schleiden y Schwann de la teoría celular a finales de la década de los
rreinta, y la ulterior conversión de la célula en la unidad biológica fundamen-
tal, t~n~o en el ord~n morfológico como en el funcional, el patológico, el ern-
briológico y el geneuco, permitió a Rudolph Virchow reformular el apotegma
de Redi y Spallanzani en terrrunos celulares, y afirmar su famoso omnis cellula
ex cel/ula. Era la demostración total y completa de los postulados de la teoría
uruvocista.

Au,nque el hallazgo pasó prácticamente desapercibido, este univocismo


adqUlr~o de hecho una nueva dimensión a mediados de siglo, con los hallazgos
del fraile agustmo Gregor Mendel. El descubrió que los caracteres se transmi-
ten diferenciadarnente, formando unidades discretas, que luego se llamaron
genes; que los caracteres de la descendencia son predecíbles y obedecen a
ciertas leyes; que ambos progenitores intervienen en la definición de cada
rasgo; que cuando un carácter es dominante se expresa siempre, sobreponién-
dose al otro, que por tanto queda almacenado como recesivo; que este carác-
t~r r.eceslvo se tra~smite también a la descendencia, y puede expresarse en la
siguienre generacion; y que la mezcla de caracteres de los progenitores entre sí
obedec~a leyes de azar, y por tanto podía ser estudiada mediante el cálculo de
probabilidadss Todo esto era -o parecía ser- una confirmación flagrante del
umvoclSI~o, aunque las leyes de .~endel llevaban en su interior un principio
que habría de poner en tela de JUICIOtodo el determinismo univocista a saber
la ley de la distribución aleator,ia de los caracteres hereditarios. Pero fue ya en
nuestro slSlo cuando se advirtió la gravedad de ese principio aleatorio de inde-
termtn~clon. SI las leyes mendelianas de una parte parecían confirmar el
UnlVOCISmo,de otra supusieron el comienzo de su final. Luego reaparecerá el
tema.

Lo que sí entró en crisis durante el siglo XIX fue la creencia en el fixismo


de las especies. El SIglo XIX fue el primero en construir sobre bases científicas

156
una teoría opuesta a la del fixismo de las especies, la teoría evolucionista. Tres
van a ser los principales autores de esta hazaña, Couvier, Lammark y Darwin.

A través de sus estudios de anatomía comparada, Cuvier creyó posible


definir cuatro grandes géneros de animales, los vertebrados, moluscos, articu-
lados y radiados, dentro de cada uno de los cuales todas las especies estarían
emparentadas, ya que unas habrían surgido por evolución de otras. No así
entre los cuatro grandes géneros, ya que las diferencias entre ellos parecían
tan grandes que no se veía cómo podían proceder por evolución. La tesis de
Cuvier fue que a lo largo de la historia geológica de la tierra se habían produ-
cido grandes cataclismos y catástrofes, que permitirían explicar las diferencias
de género.

Más atrevido fue en sus tesis Lamarck, que creyó posible establecer una
teoría general de la evolución de todos los seres vivos. Esa teoría es la de la
herencia de los caracteres adquiridos en el proceso de interacción entre los
organismos biológicos y el medio ambiente. Esa interacción la explica Lamarck
mediante dos leyes complementarias, la de la influencia del medio sobre los
caracteres orgánicos, y la ley del uso y del desuso. Mediante estos procedi-
mientos el organismo adquiriría ciertos caracteres que, lejos de desaparecer
con el propio individuo, se transmitirían a la descendencia, es decir, se hereda-
rían. De este modo Larnarck cree posible explicar no sólo las semejanzas y
diferencias entre los seres vivos, sino también el fenómeno de adaptación de
cada uno al medio en que vive.

Poco después, Darwin ofreció una teoría alternativa para explicar el mis-
mo fenómeno. Se opone radicalmente a Lamarck en el tema de la herencia de
los caracteres adquiridos. Los caracteres adquiridos por lo general no se here-
dan. Lo que sí sucede es que sólo los organismos poseedores de caracteres
adecuados al medio pueden sobrevivir en él y transmitir esos caracteres a la
descendencia. Es la teoría de la selección natural, el punto neurálgico de la
doctrina darwiniana. Todo organismo vivo tiene que luchar por la superviven-
cia en su medio, y como es lógico no sobrevivirán más que los más aptos, de tal
modo que los caracteres de éstos son los que se transmitirán a la descendencia.
La lucha por la vida, la supervivencia del más apto y la transmisión hereditaria
de los caracteres más aptos son los criterios complementarios a la doctrina de
la selección natural que constituyen la teoría darwiniana.

4. El paradigma actual: Generación equívoca y evolucionis-


mo. En los primeros años de nuestro siglo tres biólogos distintos, Hugo de
Vries, C. Correns y E. Van Tschermak redescubrieron las leyes de Mendel, y por
tanto explicaron las normas por las que se rige la transmisión hereditaria de
los caracteres o rasgos propios de los seres vivos. Como ya hemos dicho antes,
estas leyes llevan en sí un importante germen de indeterminación, ya que la

157
transmisión de los caracteres hereditarios se rige por leyes estadísticas. Lejos
de ser un proceso determinista, estaba regido por el indeterminismo propio de
las leyes estadísticas.

Las leyes de la genética, por otra parte, permitían reinterpretar de modo


nuevo las diferentes teorías de la evolución biológica. La interpretación genética
de las teorías de Lamarck dio lugar al llamado «neolamarkisrno» y la interpre-
tación genética de las de Darwin originó el «neodarwinismo», Este último se
convirtió pronto en la interpretación canónica del fenómeno de la herencia
filogenética. Con lo cual, el poder explicativo de las leyes estadísticas subió de
grado, habida cuenta de que para el neodarwinismo la evolución se explica
por el juego aleatorio de las mutaciones genéricas, que el medio va seleccio-
nando de acuerdo con el principio de selección natural. De este modo se llega-
ba a la conclusión de que tanto en el orden de la herencia ontogenética como
en el de la filogenética, la indeterminación y el principio del ensayo y el error
jugaban un papel fundamental. En las primeras décadas de nuestro siglo no
sólo se reforzó el evolucionismo frente al fixismo, sino que además apareció
bajo nuevo rostro la vieja doctrina de la generación equívoca.

El siguiente paso lo dio la química. Ella se ha convertido en el último


medio siglo en la explicación común de toda la realidad del mundo, no sólo la
inorgánica sino también la orgánica, y ha permitido dar una interpretación
unificada tanto de la cosmogénesis como de la biogénesis y de la propia
antropogénesis. La bioquírnica, y más en concreto la biología rnolecular, ha
permitido unificar las leyes de la genética y de la evolución. Esa unificación se
basa en unos principios que consagran, hoy por hoy, la generación equívoca, es
decir, el surgimiento de lo más forme de lo menos forme, y el evolucionismo.
En efecto, el paradigma explicativo actual afirma que del átomo primitivo han
ido formándose por ensayo y error las estructuras químicas, tanto inorgánicas
como orgánicas, y que también por ensayo y error han surgido los ácidos
nuc!eicos y la progresiva codificación enellos de los rasgos o caracteres que
han superado con éxito la prueba de la adaptación al medio. Por supuesto se
trata, otra vez, de una mera teoria.rque lejos de poderse afirmar categórica o
dogmáticamente, ha de estar en permanente tensión de contraste crítico con
los datos empíricos. En cualquier caso, no parece que hasta el momento haya
ninguna teoría alternativa que permita explicar con tanta coherencia y simpli-
cidad el conjunto de los datos hoy disponibles.

Más allá de la crítica que a este "paradigma a la vez equivocista yevolu-


cionista se pueda hacer desde la ciencia, es evidente que exige una seria re-
flexión desde otras dimensiones del pensamiento humano, en especial la filo-
sofía. Poseemos una gran experiencia de reflexión filosófica sobre las teorías
univocistas y fixistas, pero sólo muy recientemente nos hemos encontrado en
la tesitura de tener que aceptar un modelo rigurosamente antideterminista,

158
estocástico. Ante esto caben dos posturas. Una primera es negar los datos, y
seguir afirmando una concepción del mundo carente de base científica. Otra
es reflexionar sobre la nueva situación, en un Intento de sacar sus consecuen-
cias, tanto filosóficas como éticas. Las páginas que siguen quieren contribuir,
modestamente, a ese objetivo.

II. EL ESTATUTO ONTOLÓGICO DEL EMBRIÓN

La conceptualización metafísica del embrión es di~ícil porque de .él nadie


puede hablar en primera persona, ni por tanto descriptivamente. Nadie .~uede
describir su experiencia como embrión. Por eso en el tema del embn~n no
cabe, en principio, el enfoque fenomenológico. Como se sabe, el. metodo
fenomenológico tiene por objeto la descripción de los datos ~nmanos de ~a
conciencia una vez puestas entre paréntesis todas las explicaciones, es decir,
todo lo qu~ son construcciones intelectuales de tipo explicativo, toda: las te?-
rías. El método fenomenológico pone entre paréntesis todas las teonas, a fin
de quedarse con el hecho originario, lo que denomina F~ktum y dar de e~ ~na
descripción lo más precisa posible. Los tres niveles del me.t?do fenorr:enologlCo
son siempre los mismos, intuición, descripción y explicación, Pues ~len, lo que
estamos diciendo es que del embrión no hay intuición directa, ~,I p~r tant~
descripción, sino explicación. Todo lo que digamos sobre ~I.embrión uen; c~-
rácter de «teoría», no de «hecho», en el sentido fenornenológico de estos terrrn-__.
nos.

---- Conviene tener claro lo que esto significa. La filosofía busca siempre la
razón formal de las cosas, no su génesis explicativa. A diferencia dt; la ciencia,
la filosofía intenta responder a la pregunta «qué es» algo, no «como» se ha
generado o producido. Y ello aunque sólo fuera porque esto último tiene siem-
pre carácter explicativo, es una explicación, de la qU,e nunca p,odremos tener
evidencia total. Por otra parte, la pregunta por el como es mas propia de la
! ciencia que de la filosofía. No es que la filosofía no pueda y deba responder a
Ciertos cómos, pero tiene perfecta conciencia de que en este campo sus afirma-
ciones son siempre, como las de la ciencia, problemáticas y discutibles. La
apodicticidad no puede lograrse más que en el orden del qué, nunca en el del
cómo. !+-:.." rt(.J~J,G....(:~:!\ ~j¡ e_~¿;:;-~·.r\ ~'<.)J~-,-~,~YC.~i~;:.;:'.r~/fV~.D

Todo esto tiene enorme importancia a la hora de enfocar el tema del


estatuto del embrión. Se trata de una típica pregunta de «cómo», có~.9 s~-'"
comienza a ser ser humano. De eso no hay intuición posible, ni se puedeTiaCer
úf13ri1efaClescrip¿TOri:-1JQreso mismo no hay apodicticidad, sino sólo razon~s
más o menos plausibles, plausibilidad. Lo cual no significa que no puede decir-
se nada apodíctico. El resultado del proceso embriogenético ~o hay nmguna
duda que es un ser humano, el ser humano adulto, del que SI tenemos mtui-

159
ción y que sí podemos someter a descripción, poniendo entre paréntesis todas
las explicaciones. De ahí que lo coherente desde un punto de vista fenome-
no lógico es partir de las intuiciones primarias relativas al ser humano y su
descripción fenomenológica, a fin de enfrentamos desde ahí a la pregunta por
el porqué, es decir, por su génesis.

En lo que sigue vaya utilizar los análisis fenomenológicos más precisos


que. conozco sobre todas estas cuestiones, los de Xavier Zubiri. Como buen
fenomenólogo, Zubiri parte del Faktum primario e indubitable, que para él es
el acto de aprehesión de realidad. Se trata de un acto radical, que aparece en
toda su originariedad cuando se ponen entre paréntesis todas las teorías expli-
cativas sobre el proceso humano del inteligir. Y además se trata de un acto
complejo, ya que en él el ser humano accede a la realidad por tres vías distin-
tas, la de la intelección sentiente, el sentimiento afectante y la voluntad ten-
dente. Lo originario es esa realidad, ese «de suyo" que se nos manifiesta en
este triple respecto, como aprehensión, como temperie y como opción. En la
aprehensión de realidad yo aprehendo las cosas como de suyo, y me aprehen-
do a mí mismo como aprehensor de las cosas, en su triple dimensión intelecti-
va, afectiva y volitiva. Son dos coactualizaciones simultáneas: yo actualizo la
realidad y la realidad se actualiza en mí. Al actualizar la realidad me actuali-
zo a mí mismo en ella.' ,

Ese factum originario da pie a una morosa descripción. El factum se apre-


hende o no se aprehende, pero no se puede transmitir a los demás. Lo que
puede hacerse es una descripción de esefactum, a fin de que los demás puedan
~er si a través de ella identifican en sí mismos idéntico factum, y si a partir de
el reconstruyen la misma descripción, u optan por hacer otra nueva, más pre-
cisa.

Veamos la descripción de la realidad que hace Zubiri. Realidad es igual a


«d,e suyo", es decu; a lo que se me actualiza en la aprehensión como distinto de
m~ mismo y se m,e impone. Realidad no es lo que hay más allá de mi aprehen-
sion, SInO el caracter de lo aprehendido en tanto que aprehendido. Lo apre-
hendido se me actualiza como «de suyo". Cuando lo aprehendido se limita a
una única «nota", como el amarillo (cosa a todas luces imposible), entonces
«de suyo" y «nota" se identifican. Pero cuando el «de suyo" está formado por
vanas notas, entonces el «de suyo" no se identifica con una de esas notas sino
con la estructura clausurada o sistema que constituyen éstas. En este' caso
~abría varias notas ~ero una misma estructura, y por tanto un sólo «de suyo".
Esto es lo que Zubiri llama «sustantividad".

Sustantividad no es sustancialidad. Zubiri piensa que la idea de sustancia


es una t~oría explicativa, todo lo interesante que se quiera, pero a la postre
una teona. La teoría de la sustancia tiene por objetivo explicar lo que son las
cosas «en sí". Por el contrario, la idea de sustantividad no es explicativa sino

160
meramente descriptiva, surge de la mera descripción de lo dado en la apre-
hensión en tanto que dado en ella. Por eso la sustantividad no dice lo que son
las cosas «en sí", sino lo que son las cosas «de suyo".

La doctrina aristotélica de la sustancia es una ingente teoría explicativa


sobre lo que la realidad es en sí. La realidad es en sí ousía, es decir, consiste en
sí en un «haber" que le da la condición de tal. Ese haber tiene UI! télos, una
finalidad interna, que es el principio y fundamento de toda su actividad poste-
rior. Toda ousía es intrínsecamete teleológica. Por eso Aristóteles puede decir
que «la naturaleza no hace nada en vano". La teoría aristotélica de la sustancia
es explicativa y teleológica. Dos características de las que carece, como vere-
mos inmediatamente, la doctrina zubiriana de la sustantividad.

Para Zubiri realidad ~s igual a sustantividad, y por tanto a estructura


clausurada de notas. Esto le lleva en Sobre la esencia a hacer un análisis muy
pormenorizado de los diferentes tipos de notas, porque no todos afectan a la
realidad o al «de suyo» de la misma manera. Hay, dice Zubiri, notas de tipo
causal y notas de tipo formal. Las primeras son el resultado de la interacción
de unas cosas con otras, y por tanto tienen carácter «adventicio", ya que
advienen a la realidad una vez constituída. En ese sentido, no forman parte
constituyente del «de suyo" de la realidad, de su sustantividad. Será sustanti-
vo el que haya notas adventicias, pero no las notas adventicias que haya.

De ahí que para determinar qué se entiende por sustantividad sea necesa-
rio acudir al otro tipo de notas, las que Zubiri llama formales. Estas son previas
a cualquier relación adventicia. Las notas formales no advienen a la sustantivi-
dad sino que la constituyen. Por eso Zubiri las llama «constitucionales". Reali-
dad, decíamos, es sistema clausurado de notas; por tanto, «suficiencia consti-
tucional».

Por su parte, Zubiri distingue dentro del sistema de notas constituciona-


les un subsistema que denomina de notas «constitutivas". Las notas constituti-
vas no forman un sistema, porque en la realidad no hay más sistema que el
s.ustantivo, el constitucional. Pero dentro de las notas constitucionales hay dis-
tintos niveles. Hay unas que tienen carácter infundado o último, y a éstas es a
las que Zubiri llama «constitutivas». Las notas constitutivas son las últimas o
infundadas, y por eso Zubiri las llama también «esenciales". No es lo mismo
esencia que sustantividad. Las notas constitucionales son sustantivas, pero sólo
las notas constitutivas son esenciales. De lo que se concluye que esencia no es
igual a realidad. No hay más realidad que la del sistema constitucional entero.

Todo esto puede expresarse de otro modo diciendo que realidad o sustan-
tividad es una nota «sistemática". Hay notas elementales y notas sistemáticas.
Estas últimas tienen la característica de ser estructurales. En el caso hipotético
de sustantividades que tengan una sola nota, ésta es a la vez elemental y siste-

161
manca, Pero en todos los demás casos, cabe diferenciar entre unas y otras,
entre notas elementales y notas sistemáticas. La sustantividad, es decir, la su-
ficiencia constitucional, es una nota sistemática, ya que consiste precisamente
en esto, en sisternatisrno.

Para explicar esto, Zubiri echa mano de la conocida distinción química


entre mezclas y combinaciones. En el caso de las combinaciones, las propieda-
des del conjunto son las mismas que las propiedades de cada uno de sus ele-
mentos. Quiere decir eso que la unión de esos distintos elementos no crea
propiedades nuevas, sistemáticas, ni por tanto una nueva realidad sustantiva.
Tal es el caso del granito, en el que las notas del conjunto son idénticas a las de
sus tres elementos componentes, el cuarzo, el feldesparo y la mica.

Muy otro es el caso de las mezclas químicas. En ellas los elementos se


unen dando lugar a un sistema nuevo, con propiedades sistemáticas que no
pueden distribuirse entre los elementos aislados. Esto es lo que sucede, por
ejemplo, con el agua, que tiene propiedades que no se reducen a las notas de
sus elementos constituyentes, el hidrógeno y el oxígeno.

Lo que Zubiri dice a propósito de las mezclas y las combinaciones tiene la


función de mero ejemplo. De hecho, al acudir a ellos Zubiri está dando el salto
de la mera descripción fenomenológica a una teoría científica, lo cual está
perfectamente justificado, pero siempre que se tenga conciencia de su carácter
de mera apoyatura extrínseca.

En esta misma línea se mueve el concepto zubiriano de «combinación


funcional». Los seres vivos, en efecto, no son mezclas puras ni puras combina-
ciones, sino algo distinto que Zubiri llama combinación funcional. El organis-
mo vivo es un conjunto de células diferenciadas, cada una de las cuales goza
de perfecta individualidad. Desde el punto de vista morfológico el organismo
se comporta, pues, como una mezcla. Pero esa mezcla goza de propiedades
sistemáticas, que hacen del conjunto una realidad nueva, una sustantividad.
Esas propiedades sistemáticas tienen, dice Zubiri, carácter funcional, y consis-
ten en «independencia respecto del medio y control específico sobre él". Este
funcionalismo es el que hace del ser vivo una realidad autónoma, una sustan-
tividad. La vida, en consecuencia, es una propiedad sistemática de carácter
funcional.

Ese sistematismo funcional se expresa a distintos niveles, al menos tres.


Hay uno primero que es el de los actos. Los actos tienen el carácter de notas
adventicias, aunque el actuar no sea adventicio sino constituyente de la propia
realidad del ser vivo. Eso quiere decir que hay otros niveles en el sistematismo
de los seres vivos. El siguiente nivel es el de las habitudes. Las habitudes son
ese carácter constituyente de la realidad del ser vivo a que antes nos refería-
mos. Las habitudes son los modos de enfrentarse con el medio propios del ser

162
_._---_ •... _.~, _. ------------_.-

vivo, y que están en la base de sus actos. Porque existen habitudes, hay actos.
LoSactos son la operativización de las habitudes.

Las habitudes, por tanto, son notas constitucionales, las que dotan de
suficiencia constitucional al ser vivo. Sin habitudes el ser vivo carecería de
suficiencia constitucional, y por tanto de sustantividad. Las habitudes son no-
tas sistemáticas de carácter funcional, que dotan al ser vivo de independencia
del medio y control específico sobre él. Ya decíamos que la vida consiste en
sistematismo, y las habitudes son la plasmación de ese sistematismo,

Ahora bien, lo mismo que dentro del sistema constitucional es posible


distinguir el subsistema constitutivo, así también dentro de las habitudes cabe
distinguir el subsistema de habitudes últimas o infundadas. Ellas constituyen
la esencia del ser vivo. Bien entendido, que esa esencia es mi mero subsistema,
y que como tal carece de suficiencia y por tanto de sustantividad.

El carácter fundado o infundado de las notas constitucionales no es en el


rigor de los términos accesible fenomenológicamente, y por tanto no es objeto
de descripción sino de explicación, bien científica, bien metafísica. Teorías ex-
plicativas de carácter científico son las que afirman que los elementos básicos
de los trazos constitucionales de los seres vivos son los genes. Y teoría explica-
tiva de carácter metafísico es la que dice que lo específicamente humano del
hombre tiene por substrato último la realidad que los griegos llamaron psyché,
alma. La psyché intelectiva o humana se entendió ya en Grecia como una rea-
lidad de carácter espiritual, por tanto completamente distinta de las demás
realidades materiales. La psyché es, en última instancia, una substancia, ya
que reposa sólo y exclusivamente sobre sí misma. Como diría Zubiri, se trata
de una nota infundada o última. Ninguna otra cosa material puede fundamen-
tar la actividad de la psyché; ella es su propio fundamento.

Zubiri afirmó siempre, a todo lo largo de su vida y de su obra, esto mis-


mo: la radical irreductibilidad del inteligir al puro sentir animal, y por tanto el
carácter no material sino rigurosamente espiritual de la nota psíquica huma-
na. Esto significa que para él el psiquismo humano no puede ser una mera
nota constitucional, por tanto una nota fundada sobre otras, que por defini-
ción han de ser materiales. Esto, según Zubiri, carecería de toda lógica. Tam-
poco cabe concebir la inteligencia como una nota sistemática, pues de nuevo
estas notas son constitucionales, y se hallan fundadas en el conjunto de notas
infundadas o últimas. En consecuencia, dice Zubiri, la psyché no puede ser más
que una nota constitutiva, infundada o última. y en tanto que nota infundada
y espiritual, completamente distinta de todas las notas constitutivas, no puede
no reposar en sí misma. En consecuencia, ella ha de tener algún tipo de sufi-
ciencia constitucional. Por más que no se dé más que en el compuesto huma-
no, y que por tanto esté subsumida por la sustantividad del ser humano, ente-
ro, el alma ha de tener algún tipo de suficiencia y de sustantividad. Para corn-

163
prender esto basta pensar en el ejemplo de la glucosa, tantas veces aducido
por Zubiri, La glucosa es sustantiva fuera del organismo, ya que posee sufi-
ciencia constitucional. Cuando es ingerida por un ser vivo, la glucosa pierde su
sustantividad y entra a formar parte de la sustantividad del organismo. Pero
no pierde su identidad química. Por eso dice Zubiri que pierde su sustantivi-
dad, pero no su sustancialidad. En este sentido, Zubiri defendió durante mu-
chos años que el alma humana carecía de sustantividad, pero tenía carácter
sustancial. Eso es lo que para él significaba decir que era una nota constitutiva,
y no constitucional. En consecuencia, de la inteligencia podía decirse que esta-
ba en el ser humano desde el primer momento, lo mismo que los genes. La
inteligencia tenía el carácter de una nota constitutiva, no de un carácter cons-
titucional. Porque es claro que la suficiencia constitucional no se tiene en el
primer momento, sino que es el resultado de un proceso constituyente, aquél
que permite la aparición de las notas constitucionales a partir de las constitu-
tivas, y la aparición de la suficiencia constitucional. Si queremos identificar las
notas constitutivas con el genoma y las constitucionales con el fenoma, habría
que decir que la sustantividad no se logra hasta que no están expresados los
rasgos fenotípicos principales y conseguida la suficiencia constitucional, pero
que la esencia del ser humano se halla ya en forma de notas constitutivas, es
decir, de genoma y de psyché, que sería otra nota constitutiva tan originaria
como los propios genes. En consecuencia, la realidad humana gozaría desde el
primer momento de personeidad, dado que la inteligencia espiritual estaría en
ella desde el primer momento. Ahora bien, si esto es así, debe quedar claro que
la personeidad le corresponde estrictamente a la sustancia llamada psyché, y
no a la sustantividad humana como un todo. La sustantividad es un logro que
requiere espacio, tiempo, y la interacción de muchas informaciones distintas.
y si no hay sustantividad humana, tampoco puede hablarse de personeidad
humana, por más que se quiera identificar personeidad con sustancia psí-
quica.

Al final de su vida Zubiri empezó a tener conciencia de los problemas que


planteaba esta interpretación. Concebir la psyché como una sustancia arruina-
ba, de algún modo, toda su teoría de la sustantividad. De ahí que a partir de un
cierto momento deje de utilizar la palabra sustancia, y empiece a considerar
que en el hombre no hay más realidad que la sustantiva, y que la psyché no
designa más que a un tipo de notas, las notas psíquicas propias del ser huma-
no. Esas notas forman un subsistema dentro del sistema sustantivo entero,
carente de suficiencia. La psyché no es, pues, una sustancia. ¿Qué es, enton-
ces? Zubiri dirá que una nota o un conjunto de notas. Y una nota irreductible
en la línea de nota; es decir, una nota infundada o última, ya que la intelección
es irreductible a cualquier proceso de complejización de los estímulos anima-
les. Se trata, pues, según Zubiri, de una nota infundada o última en la línea de
nota; es decir, de una nota constitutiva. Zubiri nunca se desdijo de esto, y por
eso siguió afirmando casi hasta el final de su vida que el psiquismo humano
estaba allí desde el primer momento, desde el plasma germinal. Si se trata de

164
-----_._.-- ----------~------------

una nota infundada o última, ha de estar desde el primer momento. Por eso se
dice que es un componente esencial de la realidad humana.

La cuestión está en que si eso es así, entonces hay que concluir qu~ ~sa
nota infundada, última o constitutiva tiene una entidad co~pletame~~e d~st~n-
ta a la de todas las demás notas, y por tanto tiene una rea.hdad tam?len. dlstm~
ta; por tanto, que reposa sobre sí misma, que tiene una Cierta su.fiClenClaen SI
misma, y que en consecuencia es sustantiva, o al me~?s su~ta~cI3L No parece
que por esta vía se pueda ir más lejos de lo que Zubiri h,abl3 Ido ya ~n .etapas
anteriores de su pensamiento. El psiquismo humano sena una nota ultlI?a en
la línea de nota (puesto que es inmaterial, espiri~ual, y no pU,ede surgir p~r
complejización de notas materiales), creada por DIOSy que s~na desde,el pn-
mer momento la sede de la inteligencia, es decir, de lascualidades psíquicas
del ser humano si bien de modo pasivo, Al comienzo, pues, la personeida~ y la
sustantividad se identificaría más con esa nota psíquica que con el conjunto
entero, ya que para Zubiri es evidente que el logr~ de I~suficiencia c~n~titu-
cional a partir del subsistema de notas constitutivas, mfu~dadas o ultlI~~s
requiere tiempo, y por tanto en el primer momento no hay aun ~na susta~t1Vl-
dad humana constituída. Si se quiere hablar de personeidad, esta habra que
identificarla con la nota psíquica, no con el conjunto entero de carácter cons-
titucional, porque éste aún carece de suficiencia constitucional, y por tanto de
sustantividad:

Esta paradoja le hizo reflexionar mucho a Zubiri al final de sus d,ías_ En


los últimos escritos sobre este tema se desprende claramente de la teona de la
sustancialidad, y además empieza a considerar qu~ el psiquismo bro~a desde
las estructuras materiales. Es decir, al final de sus días empieza a considerar la
. posibilidad de que el psiquismo humano brote como c?nsec~encia del propio
proceso constituyente de la sustantividad, pasado un cierto tleu:po: Por ~anto,
el psiquismo específicamente humano no sería una n?ta :?nstltutlva, sm~ ~l
resultado de la complejización estructural de la consntucion de la sustannvi-
dad; en suma, que fuéra una nota estructural. Esto llevaría .a p~nsar que ese
psiquismo no aparece hasta que no se forman las notas constitucionales, ~ que
es de algún modo resultado suyo. El psiquismo surgiría como consecuencia de
la complejización estructural del organismo humano, en fases avanzadas de su
organogénesis.

En esta perspectiva hay que leer los últimos textos de Zubiri, y concret~-
mente el último que dedicó a este tema, titulado «La génesis humana», y publi-
cado en Sobre el hombre. El texto lo fue elaborando y reformando durante los
últimos años de su vida, y falleció sin conseguirle dar forma definitiva. De
hecho, en el último manuscrito que revisó, puso al margen unas notas alt~-
mente significativas, que demuestran hasta qué punto su pensam~ento se guía
evolucionando poco a poco, en la línea que hemos apuntado en parraf~s ante-
riores. Como para élla psique es una nota sistemática, es lógico que diga que

165
«brota-desde» las estructuras de lo que llama «célula germinal», Dejemos de
lad~ la a~blgU(~dad de este ,término. El caso es que al margen escribe: «Pero,
(.c~ando. ». Y paginas despues, al afirmar que <doque se concibe en la concep-
cion es un hombre», anota al margen: «La célula gerrninal, ¿es un hombre?»
Estode.muestra bien hasta qué punto había entrado en crisis, por propia cohe:
rencia interna, su idea de que la inteligencia estaba en el embrión humano
desde el mismo n;omento ?~ la concepción. Laín Entralgo lo supo ver muy
pront~ ..La evolución de Zubm sobre este tema es a la vez dramática y modélica.
Dramánca, porque la propia naturaleza de las cosas le llevó a ir evolucionando
contmuamente, muriendo sin ~?r por cer~ado el tema. Y modélica, porque
supo .~o cerrarse en una posicion numantma, estando abierto a la reconsi-
derac.I?n y el cambio. No hay duda de que en su postura primera, la de que el
embrión es ~omp,leta y sustantivamente humano desde la propia fecundación
estuvo muy l~flUlda, ~or motivos religiosos, y más en concreto por -la enseñan~
za de ~a Igles~a católica. Y tampoco la hay de que él tenía muy claro que la
reconsideracíon del tem~ suponía la revisión de la doctrina del magisterio
s??re este tema. Com~ cnsnano y como teólogo sabía muy bien que esa revi-
sien era posible y quiza necesaria, y que tanto en un caso como en otro debería
est~r. ~poyada en razones. No hay en el depósito cristiano nada que impida esa
rev~slOn. De hecho,. l~ Iglesia ha defendido a todo lo largo de su historia, hasta
el siglo XVII, la eplge~esls, que es la doctrina que muy probablemente habrá
que resucitar en el proximo futuro.

Es import~nte no perder de vista que la teoría epigenética es 'perfecta-


~ente ~ompatlble con la afirmación, tan cara para Zubiri, del carácter
Irreductlble,del psiquismo humano respecto de las demás notas materiales. La
cons~deraclOn de la inteligencia como una nota estructural permite, en efecto,
dos mterpretaclOn~~ dl~~mtas. Una es la interpretación emergentista: en el
proc~so de complejlzaClon fenotípica, las estructuras acaban dando de sí la
IntelIgenCia, que por tanto emerge de las propias estructuras materiales. En
ese n:omento es cuando se habría logrado la sustantividad, es decir la sufi-
ciencia consuucíonat. '

Pero la teoría de Zubiri es también compatible con el creacionismo. En


efecto, uno puede pensar que en el proceso constituyente, el organismo acaba
logrando una estructura muy compleja, que es sede adecuada de un alma ra-
cional, directamente creada por Dios. En este caso, Dios infundiría el alma en
el momento en qu~ las estructuras estuvieran preparadas para recibirla no
antes. Un alma racional no puede residir en una flor, ni en un cerebro no
deb~damente estructurado, como sería, por ejemplo, el de un mono o un oran-
gutan. El alma racional no puede residir más que en una realidad debidamen-
te estructurada. Y esto no puede suceder más que muy tardíamente.

La verdad es que .Ia posición del último Zubiri es más matizada que las
dos antena res, y no COInCIdecompletamente con ninguna de ellas. Él dice que

166
el psiquismo surge "desde" las estructuras materiales, y por tanto defiende una
teoría emergentista. Pero afirma también que no "por" las estructuras materia-
les; éstas "hacen", pero porque algo distinto de ellas mismas les hace hacer que
hagan. Evidentemente, esta afirmación es claramente creacionista. Pero no
nos confundamos. No se trata de un creacionismo ingenuo. Zubiri hubo de
defender un creacionismo muy directo en épocas anteriores, cuando afirmó
que el psiquismo era una nota última e infundada en la línea de nota. Pero
ahora tiene una postura más matizada. Su tesis es que las estructuras materia-
les dan de sí "desde sí mismas" el psiquismo humano, porque han sido "eleva-
das". y esta elevación no se produce cada vez que aparece un nuevo ser huma-
no, sino que es una propiedad conferida al cosmos entero, que esel único que
para Zubiri posee sustantividad (si se exceptúan los seres humanos). Con lo
cual resulta que la materia del cosmos, precisamente por haber sido elevada,
tiene la capacidad de dar de sí algo superior a ella misma, como es el psiquismo
humano. Se trata de un emergentismo creacionista, pero en el que el
creacionismo está situado al comienzo mismo del proceso cósmico, de tal ma-
nera que reside en la propia materia del cosmos como un todo. El cosmos tiene
la capacidad de dar de sí el psiquismo humano. Y lo da en el propio proceso de
complejización estructural que tiene lugar en el periodo constituyente de la
sustantividad humana. El psiquismo humano es una nota estructural que apa-
rece al término de ese proceso constituyente, de tal modo que cuando aparece
la inteligencia es cuando puede decirse que el ser humano ha logrado su sufi-
ciencia constitucional, no antes.

Aceptar la teoría emergentista supone afirmar que la nota psíquica apare-


ce como consecuencia de la complej~ación estructural de la realidad biológica
y neurológica del ser vivo. Hacia arú parece que caminaba Zubiri. Cabe decir,
en consecuencia, que su tesis primera, que fue claramente preformacionista,
fue cediendo terreno hacia otra, nunca claramente formulada, de carácter
emergentista. En cualquiera de los dos casos, Zubiri defendió el carácter
creacionista del alma. Por tanto, su tesis parece haber evolucionado desde un
preformacionismo creacionista hacia un emergentismo también creacionista,
bien que de carácter más matizado.

En cualquier caso es obvio que las ideas de Zubiri, como las de cualquiera
otro, no tienen el mismo valor cuando se trata de descripciones fenomenológicas
que cuando elabora explicaciones metafísicas. En este último caso, el valor de
verdad de sus opiniones es mucho menor que en el anterior. Se puede estar de
acuerdo con sus descripciones, aunque se tengan serias dudas sobre algunas
de sus explicaciones metafísicas.

Pero lo importante no es si la intelección humana es una nota infundada


o constitutiva, o si por el contrario se halla fundada en algo anterior a ella
misma, como puede ser la propia complejización estructural del sistema ner-
vioso. Lo importante es que se trata de una nota constitucional tan importante

167
en la realidad humana, que sin ella esa realidad no alcanzaría su suficiencia
constitucional, ni por tanto su sustantividad.

Esto es algo que Zubiri ha dejado muy claro, y que a mi modo de ver es de
una gran importancia. La habitud o nota constitucional llamada intelección es
necesaria para la suficiencia constitucional específicarnenre humana. Sin inte-
lección la realidad resultante no es humana. La intelección es definitoria de la
humanidad. En este sentido sí cabría hablar de nota esencial o constitutiva. El
problema es que Zubiri define lo que es esencial o constitutivo de otro modo
como lo último o infundado en la línea de nota, yeso no está claro que suceda
en el caso de la intelección. El hecho de que la intelección sea esencial en el
primer sentido, no quiere decir que lo sea también en el otro. El que Zubiri no
haya distinguido estos dos sentidos es origen de muchas y graves confusiones.

Para definir la intelección como nota necesaria para el logro de la sustan-


tividad humana, Zubiri tiene que probar que es necesaria para la suficiencia
constitucional, y por tanto para el logro de un equilibrio con el medio en forma
de independencia del medio y control específico sobre él. Si la intelección es
necesaria en la definición del ser humano, entonces la suficiencia constitucio-
nal del ser humano es imposible sin intelección. Esto significa qué sin inteli-
genera el hombre. desaparecería de la faz de la tierra, no sería capaz de adap-
tarse al medio, m por tanto de subsistir. A este respecto, Zubiri echa mano de
la teor~a ?e la Mangelwesen o realidad deficiente del organismo humano, mu-
cho mas merme que la mayoría de los mamíferos. La inteligencia tendría por
objeto compensar esa deficiencia biológica tan evidente, que ya la denuncia
Galeno a comienzos de nuestra Era.

Que la inteligencia sea nota definitoria de la sustantividad humana de


modo que cuando esa nota se da estamos ante un ser humano, pero que cuan-
do no se da o desaparece podemos .estar seguros de que no existe o ha desapa-
recido la humanidad, es Idea tan vieja como la propia filosofía, y desde luego
se basa en datos que no tienen carácter explicativo sino descriptivo. En efecto,
la inteligencia es una nota Sistemática muy especial, que hace del ser humano
un ser transcendental, y por tanto ab-soluto. Esto le lleva a Zubiri a decir que
hace de la realidad humana una sustantividad «sub-stante» o natural sino
:(sup~a-stante» o moral. L~ sustantividad humana es suprastante, y ello por la
inteligencia. Esa es la habítud definitoria de la sustantividad humana. Ser hu-
mano es ser inteligente, suprastante, moral.

.Esto es importante, porque puede ser fundamental para definir cuándo


comienzael embrión a ser una realidad humana. En principio, la respuesta no
puede ser otra que cuando adquiere esa suficiencia constitucional que es
espeClf¡cam~nte humana, y que está ligada al fenómeno de la intelección. Y si
la intelección es una propiedad sistemática, resulta que la humanidad no se
consigue hasta que no se alcanza ese sistematismo.

168
Es necesario insistir en que la sustantividad de los seres vivos, y por tanto
la suficiencia constitucional no se identifica con el geno tipo sino con el fenotipo.
El genotipo no es suficiente. De hecho, los genes surgen desde el medio y son
una consecuencia suya. Los genes no tienen programa predeterminado ningu-
no, ni menos finalidad o télos. Jacques Monod afirmó que los genes no son
teleológicos sino «releonórnicos». Con esto quería significar que son el resulta-
dodel proceso azaroso de ensayo y error del medio. Lo que los ácidos nucleicos
hacen es guardar codificada la información de los ensayos que resultan positi-
vos, yaque la información de los ensayos negativos desaparece, rechazada por
el medio, que de este modo impide su transmisión a la descendencia.

. Los genes proceden por ensayo y error desde el medio. El plan, de existir,
lo tiene el medio, no los genes. Lo que sucede es que ese plan es estocástico,
azaroso, de modo que para el logro de un rasgo positivo tiene que realizar
muchas pruebas que resultan negativas, y que llevan a la muerte a muchos
seres. Para estos no ha habido finalidad. La finalidad de la naturaleza es el
azar.

Los genes no son, pues, sino el resultado del proceso de ensayo y error del
medio. Y además no tienen toda la información que necesita un ser vivo para
constitutrse como tal. Para ello es necesario un complejo proceso de interacción
entre la información genérica y la que proviene de nuevo del medio, del
protoplasrna, de las otras células, de la madre, y del medio en general. Sin esto
no hay expresión posible de la información genética, y por tanto no se forma el
fenotipo. La suficiencia constitucional no la tiene el genotipo, sino sólo el
fenotipo. Y puesto que la nota sistemática definitoria de la realidad humana es
la intelección, resulta que la suficiencia constitucional no se logra hasta que no
está presente la intelección como nota sistemática. Esto, para Zubiri, se logra
muy pronto, y está presente ya «a las pocas semanas» después del nacimiento.
D: hecho, no hay que olvidar que Zubiri define la intelección como aprehen-
sion de las cosas ~omo realidades (no como lagos o como razón, al modo, por
ejemplo, de Anstoteles), cosa que sucede ya en el niño muy pequeño, que se
enfrenta con las cosas de un modo específicamente humano. En cualquiercaso,
no parece posible evitar la conclusión de que esa nota estructural aparece
tarde. El momento preciso no lo sabemos, y quizá no lo sabremos nunca. No
está dicho en ningún lado que la razón humana pueda resolver todas las cues-
tiones, y en concreto ésta. Lo único que puede decirse es que la sustantividad
~umana no se logra en el mismo momento de la fecundación, que necesita
tiempo y espacio, y que por tanto hay un periodo «constituyente», sólo al final
del cual cabe hablar de «suficiencia constitucional". La suficiencia se alcanza,
no se posee desde el principio. La tesis preformacionista no es compatible con
los datos que hoy tenemos. Hay epigénesis, y el logro de la sustantividad es
siempre un proceso epigenético. Negar esto es desconocer lo evidente.

169
Antes de acabar esta reflexión sobre el estatuto ontológico del embrión es
necesario volver hacia atrás, a la teoría aristotélica de la sustancia. Esta teoría
es la que ha tenido mayor vigencia histórica, y de algún mo~o se encuentra en
el imaginario colectivo de nuestra sociedad. Lo que el comun de las perso,nas
piensa es que el genoma dota al zigoto d~ un pr~grama completo y de u~ ~elos,
de una finalidad, de tal modo que a parnr de ahí todo es la me~~ ope~aclo~ .de
lo que ya está allí desde el principio. Acudiendo a la distinción anstoteh~a
entre potencia y acto, cabría decir que el huevo fecundado es una s~stan~Ia
completa, pero en la que está casi todo en potencia, que poco a poco Ira convir-
tiéndose en acto.

La importancia de los análisis de Zubiriestá en q~e demuestra,c~aramen-


te que eso no es así. El concepto aristotélico de sustancia no es filosóficamente
correcto. No es que haya cosas completas, dotadas de finalidad inter~a, que en
un principio están en potencia y poco a poco van pa~and.o a acto. NI l~s ;osas
son completas al principio, ni se hallan dotadas de finalidad. Para Anstoteles
la causa final era la más importante de las cuatro causas. Una sustancia es una
cosa dotada de unidad interna que la dota de télos en su dinamismo interno y
en su relación con las cosas exteriores. Zubiri tiene claro que esto no puede ser
así. La idea de télos en el interior de las. cosas hoy no es defendible. Y a partir
de ahí es obvio que hay que redefinir la idea de cosa o sustancia. Y~ vimos
cómo lo hizo Zubiri, siguiendo el método fenomenológico. Sustantividad es
suficiencia constitucional. Y esta suficiencia es siempre el resultado de un pro-
ceso de interacción con el medio, proceso que requiere por lo general espacio
y tiempo. Por eso cabe decir que el logro de la sustantividad, es decir, el logro
de la «constitución», de la suficiencia constitucional, requiere un periodo «cons-
tituyente». Esto sucede en todos los seres vivos, y por supuesto también en el
caso del ser humano. Aceptar la existencia de un periodo constituyente en la
embriogénesis humana no es un crimen de les a humanidad, sino la mera cons-
tatación de algo que se halla fuertemente apoyado por los datos empíricos y la
reflexión filosófica.

En consecuencia, parece que los problemas fundamentales son dos. El


primero tiene que ver con el momento en que se logra la suficiencia constitu-
cional, y por tanto la sustantividad. Zubiri no tiene ninguna duda que ese
momento requiere la expresión de las notas constitucionales básicas a partir
de las notas constitutivas, y por tanto necesita de un cierto tiempo. La suficien-
cia constitucional no se logra en el primer momento. En ese primer momento.
estará dado el subsistema infundado de notas constitutivas, pero no el sistema
fundado de notas constitucionales que son necesarias y suficientes para la su-
ficiencia constitucional, y por tanto para el logro de una sustantividad.

El segundo problema es el de la inteligencia como nota, y por tanto el


estatuto de lo específicamente humano en el hombre. La tesis de Zubiri es que
la inteligencia como nota es irreductible a las notas materiales, y por tanto es

170
necesariamente un novum, una innovación que tiene que darse necesariamen-
te por creación. El probl~ma es .CU?r:do se produce esa. cre~ción,. o cuándo se
puede decir que el organismo biológico es sede de esa inteligencia, y con ello
de la vida espiritual propia de un ser humano, y que lo define como tal (recor-
demos que para Zubiri el ser humano se define como animal inteligente o
animal de realidades, de modo que cuando no se de esa nota, la inteligencia,
no se puede hablar de un ser humano). C~ben dos pos~bi.lidades. Una es pen-
sar que la inteligencia, en tanto que no.ta mfu~dada o ultJ~a (n~ puede te~er
como fundamento ninguna nota material, segun hemos VIstO), nene el carac-
ter de nota constitutiva, y por tanto ha de estar presente desde el comienzo,
desde el primer momento. Eso es lo que pensó zubiri.durante la mayor parte
. de su vida. Ahora bien, eso plantea problemas muy senos, ya que supone tanto
como hacer de la psique humana o de la inteligencia una sustancia, e incluso
una sustantividad, con lo cual caeríamos en un craso dualismo. Otra salida es
pensar que se trata de una nota sistemá.tica, que no aparece hasta ..quela pro-
pia complejización estructural del organismo humano ~una cornplejización que
por necesidad ha de ser mayor que la ~el c~lmp~nce o el oran.gutan) no. se
constituye en sede adecuada de esa psique inteligente o espiritual. Habida
cuenta de que la postura de Zubiri fue siempre cr~acio~ista, l? q~e esta ~ost~-
ra afirma no es que la complejidad estructural de de SI por SI misma la inteli-
gencia, sino que lo da, como dice Zubiri, desde sí misma pero no por sí misma.
Ahora bien, este dar desde sí misma significa que cuando el proceso de
complejización estructural, o como dice Zubiri, de formalizaci~n, es tan ?Ian-
de que supera toda formalización animal y alcanza el. nI~el de hiper-
formalización, entonces puede ser sede adecuada de un pstquismo .~umano.
Esa nota sistemática, ese psiquismo puede hacerse presente por creación (aun-
que ya hemos visto que tal creación no debe interpretarse aquí como un acto
específico para cada ser humano, sino como una "elevación" general concedi-
da a la materia del cosmos desde el principio, que hace que ésta haga algo
superior a ella misma), pero sólo cuando el p~oc~so de hiperformalización
permite que se haga presente; por tanto, el psiquismo hu~ano no aparece
hasta que la propia complejidad estructural del pro.ceso constltuyen~e, y sobre
todo de su sistema nervioso, lo permite o hace posible; lo cual precisa de una
complejización no ya igual sino superior a la de cualquier anima~ no humano,
. incluidos el orangután o el chimpancé. Esto significa que el psiqursmo humano
no puede aparecer más que muy tardíamente, cuando el proceso de
forrnalización nerviosa es muy elevado, y en consecuencia cuando la comple-
jidad estructural y la suficiencia constitucional están muy avanzadas. Por tan-
to, en esta segunda hipótesis, que es hacia la que ~ubiri parecía encaminarse
al final de su vida, el psiquismo humano aparecena muy tarde, y rntentras el
organismo humano estaría en fase constituyente, en un proceso cuyo térmi,no
sería el logro de la constitución, de la suficiencia constitucional, per? que solo
alcanzaría al final. Frente al preformacionismo creacionista de la pnmera eta-
pa, Zubiri admitiría ahora un epigenetismo también creacionista. Esta s,egu~-
da respuesta a su pregunta por el origen del psiquismo humano es mucho mas

171
coherente con su propia filosofía de la sustantividad que la primera, y permite
dar razón filosófica rigurosa del complejo problema de la génesis humana
Esta g.énesis es un proceso complejo, sólo al final del cual cabe hablar de sus:
tantIVldad humana o realidad humana, y por tanto de personeidad. Antes no
hay otra cosa que un proceso constituyente, todo lo importante que se quiera,
pero que no puede sin más identificarse con un ser humano. La vieja tesis
eplgenética, la más frecuente a lo largo de la historia de la filosofía y la ciencia
adquiere así nuevos bríos. Las posturas preforrriacionistas no sólo no tiene~'
base científica sólida, sino tampoco un respaldo filosófico serio.

III. EL ESTATUTO ÉTICO DEL EMBRIÓN

A partir de aquí hay que plantearse el problema del estatuto ético del
embrión humano. Suele pensarse que la ruptura de los viejos esquemas
preformacionistas tiene que ir seguida necesariamente de todo tipo de males
morales. Pero esto no tiene por qué ser necesariamente así. Más aún, no lo ha
Sido tradicionalmente, a pesar de que durante la mayor parte de la historia,
como ya hemos repetido más de una vez, la cultura cristiana occidental ha
defendido una teoría epigenéticadel desarrollo del embrión humano.

Pero es que, además, hoy nos encontramos en un momento del desarrollo


de la teoría moral especialmente propicio para el enfoque y manejo de este
tipo de problemas. Me refiero al consenso logrado en las últimas décadas de
que nuestras obligaciones para con los seres humanos no se limitan a los seres
humano~ «actuales» sino también a los que hoy suelen denominarse «virtuales».
Intentaré explicarme.

c o ~ant, en las décadas finales del siglo XVlII, podía formular su imperativo
ategonco en términos de respeto de los seres humanos «actuales». La ley
moral, el principio objetivo del obrar consistía, según él en el cumplimiento
de u dí . ,
. ~as con iciones de simetría tales, que no se atentara contra la dignidad de
nmgun ser humano. Realmente, su imperativo categórico cubre no sólo a los
seres humanos presentes sino a los futuros, ya que la máxima de la acción
~:ne ,quepo~erse convertir en «ley-universal», con vigencia absoluta en un
klpotettco «remo de los fines». De algún modo, pues, el imperativo categórico
b~~tlano cubre el espacio no sólo de los seres humanos «actuales» sino tam-
ren de los «virtuales», A pesar de lo cual, es evidente que a la altura del siglo
~III era muy difícil extender las obligaciones morales más allá del conjunto
.~ los seres humanos «actuales». Faltaba auténtica perspectiva para la conver-
sion delos seres humanos «virtual es" en auténtico problema moral.

.. Esa perspectiva se ha conseguido en las décadas finales del siglo XX La


cnslS 1'·· .
eco ogtca no~ ha convenCIdo a todos, por primera vez en la historia, que
puede estar en peltgro el futuro de la Humanidad. Hasta ahora había impera-

172
do más bien la tesis opuesta, la de que las generaciones futuras salían en gene-
ral beneficiadas de las modificaciones introducidas por los seres humanos so-
bre el medio. La roturación de tierras, la construcción de viviendas, puentes,
'0. presas, etc., eran un importante patrimonio que las generacion~s nue~a,s reci-
bían gratuitamente de las precedentes. Toda nueva generacion recibía una
herencia o patrimonio globalmente acrecentado respecto del que recibieron
'" sus padres. Cierto que había también saldos negativos: guerras, devastaciones,
etc, Pero se consideraba que en ,general el saldo era positivo.

'Hoy las cosas han cambiado sustancialrnente. Por vez primera hemos co-
brado conciencia de que el saldo global puede ser negativo, y que por tanto
podemos estar dilapidando el patrimonio de las generaciones futuras, hasta el
punto de poner en peligro su calidad de vida y, quizá también, su propia exis-
tencia. Esto plantea un problema moral nuevo, sobre el que se ha trabajado
intensamente en las últimas décadas. Se trata de saber si existe o no la obliga-
ción moral de asegurar el futuro de la vida humana sobre el planeta, y si esa
vida no debe ser de una calidad al menos no inferior a la muestra.

La propia formulación de la pregunta habrá hecho que cada uno se dé su


propia respuesta. Me imagino cuál es. Si estamos de acuerdo con Kant en que
una acción es correcta cuando puede convenirse en ley en un reino de seres
humanos, parece claro que eso exige tener en cuenta no sólo a los que hoy
existen, sino también a todos aquellos que puedan existir en el futuro. De lo
que resulta que con los llamados seres humanos virtuales tenemos obligacio-
nes morales, por más que éstos aún no existan.

En cualquier caso, parece claro que esas obligaciones no pueden ser las
mismas que tenemos para con los seres humanos «actuales». La ley moral nos
exige tratar con la máxima consideración y respeto a «todos» y a «cada uno»
de los seres humanos actuales. No puede ser de otro modo, ya que en caso
contrario estaríamos pasando por encima de la dignidad de, al menos, algunos
de ellos.

Ahora bien, con los seres humanos virtuales, con las futuras generacio-
nes, nuestros deberes morales no pueden ser exactamente los mismos. Y eilo
aunque sólo fuera porque si bien podemos tener una ligera idea sobre lo que
en la proyección hacia el futuro puede significar el término «todos», difícil-
mente podemos responsabilizarnos con «cada uno". A lo más que podemos
llegar es a decir que tenemos la obligación moral de asegurar la continuación
de la vida humana sobre el planeta, en unas condiciones no inferiores a las
nuestras, pero no a salir responsables de cada uno. Proyectado hacia el futuro,
el término «cada uno» carece de sentido. Tiene perfecto sentido cuando se
trata del presente, pero no del futuro.

173
----------~~~----------~--~---;---~--~--------

Aún hay más. Hoy no sólo consideramos que tenemos obligaciones para
con los seres humanos virtual es, sino también con las realidades no humanas.
y ello por razones de un enorme peso. Los seres humanos procedemos por
evolución de especies vivas no humanas, y hoy sabemos perfectamente, cosa
que hasta hace un siglo no sucedía, que los equilibrios de la vida en general, y
de la vida no humana en particular, son esenciales para la propia perduración
de la vida humana sobre el planeta. Si los seres humanos son fines en sí mis-
mos y merecen consideración y respeto, de algún modo -subrayo, de algún
modo- han de ser también fines en sí mismos los seres no vivos, los animales,
ya que son condición de posibilidad de los seres humanos. Y lo mismo cabe
decir de la naturaleza. Si los seres humanos son fines en sí mismos, de algún
modo han de serio el conjunto de la vida y el conjunto de la naturaleza, ya que
ambos son condición posibilidad de la vida humana sobre el planeta.

Esto puede resultar sorprendente y hasta inaceptable para los kantianos


de estricta observancia. Y desde luego lo sería para el propio Kant, que distin-
guió tajantemente entre la clase de los seres humanos, fines en sí mismos, y la
clase de los demás seres en la naturaleza, que en su opinión tienen el estatuto
de meros medios. Atribuir a los animales ya la naturaleza la condición de fines
en sí mismos sería tamo como convertirles en racionales, autónomos, y por
ta,nto caer en una especie de hilozoísmo, al modo del movimiento Gaia; más
aun, en un panpsiquismo; o quizá en un panteísmo.

Pero eso no tiene por qué ser necesariamente así, El propio Kant abrió la
pue;ta a una interpretación más adecuada. Cuando formula su imperativo ea-
tegonco, Kant se cuida en decir que los seres humanos debemos tratamos
unos a otros «como fines y no sólo como medios». Los seres humanos no somos
SÓ1,0 ~ines para los demás sino también medios. Lo demás sería completamente
UtOplCO.Todos nos utilizamos a todos como medios. Lo inmoral no es tratar-
nos como medios sino tratamos sólo como medios. Los seres humanos somos
medios y no sólo fines. Éste es el verdadero canon de moralidad. Y somos
medios y no sólo fines, precisamente porque no somos puros seres autónomos
espíritus puros, sino espíritus encarnados; racionales, pero también animales:

Los seres humanos somos medios y no sólo fines. Y los demás seres de la
naturaleza son, exactamente al contrario, fines y no sólo medios. Ya lo decía-
mos antes. Lo que sucede es que aplicado a la naturaleza y a la vida no huma-
na, el término fin tiene un contenido especial. El carácter de fin se predica en
el caso de los seres humanos de «todos» y de «cada uno» de ellos. Cada ser
humano es fin en sí mismo, y naturalmente también la humanidad como un
todo, lo que Kant llamó el «reino de los fines». Por el contrario cuando el
término se aplica a los demás seres de la naturaleza, el carácter de' fin afecta a
«todos» pero no a cada uno individualmente. Esta es una diferencia funda-
me~tal. La vida es un fin, y la naturaleza es un fin, pero no cada espécimen de
la VIda o cada elemento de la naturaleza.

174
-------- -----

A partir de aquí pueden extraerse algunas conclusiones de enorme im-


portancia ética. Una, la fundamental, es que si la vida y la naturaleza son fines,
han de tener ciertos derechos. Nadie discute hoy que los seres humanos tene-
mos deberes para con los animales y la naturaleza, pero resulta algo más difí-
cil convertinos en sujetos de derechos. A pesar de lo cual, en las últimas déca-
das han surgido cartas de derechos de los animales y de derechos de la natura-
leza. Más allá de lo que puedan decir en sus diferentes puntos, me parece
obvio que la naturaleza tiene derechos que generan en nosotros deberes mora-
les específicos, precisamente porque tiene la condición de fin.

A partir de aquí cabe volver sobre el tema de los llamados seres humanos
virtuales, como son los de las futuras generaciones. Y resulta fácil ver que si
ellos también tienen derechos y nosotros deberes para con ellos, porque tam-
bién son fines en sí mismos, no se trata de derechos idénticos o en todo equipa-
rables a los de los seres humanos actuales (que son fines todos y cada uno),
silla al modo de los seres vivos y la naturaleza en su conjunto, que son fines en
su conjunto, pero no en cada uno de sus elementos.

Sólo ahora estamos en condiciones de abordar nuestros deberes morales


para con los embriones que se hallan en la fase que hemos llamado «constitu-
yente", antes de alcanzar la «suficiencia constitucional», y por tanto la «sus-
tantividad", que en el caso de la realidad humana se llama «personeidad»,
Parece evidente, tras lo dicho, que con ellos tenemos obligaciones morales'
más aún, que ellos tienen derechos, son sujetos de derechos. Pero esos dere-
chos no son, no pueden ser los de los sujetos humanos ya constituidos. Éstos
son fines todos y cada uno, en tanto que en las fases anteriores no se puede
decir eso. Hay un derecho genérico de los embriones a la existencia, pero que
no puede aplicarse a cada uno en concreto.

Con esto queda definido lo que cabe denominar el canon de moralidad


humana. A partir de aquí los seres racionales tienen que ir definiendo, indivi-
dual y colectivamente, sus deberes morales específicos. Estos deberes morales
son, en primer lugar, privados, propios de cada individuo (nuestro primer tri-
bunal es la conciencia) y de las agrupaciones privadas de individuos (familias,
comumdades,. agrupaciones sociales, etc.) Sólo a partir de esas agrupaciones
s~rge el espacio de lo público, es decir, el Estado. El Estado se convierte, por la
via de la vol~ntad general de los ciudadanos, en sujeto de derechos yobliga-
cienes específicas. Además de las obligaciones privadas, individuales y colecti-
vas, el ser humano tiene obligaciones públicas. Son distintas; tanto, que en el
orden privado cada uno tiene el derecho y la obligación de gestionar su vida
conforme a su particular idea del bien, de tal modo que en ese plano todos
sO,mos distintos y debemos actuar como tales, en tanto que en el orden de lo
público todos debemos ser tratados como iguales. Para garantizar esta igual-
dad básica y el cumplimiento de los deberes públicos, el Estado puede hacer
uso de la fuerza, SlOque ello pueda considerarse inmoral; más bien sería in-

175
moral no hacerla. Por el contrario, los deberes privados debe gestionarlos cada
individuo y cada grupo social autónoma mente, sin que nadie pueda utilizar la
fuerza para imponer su propia idea del bien a los demás.

Estas diferencias llevaron a la ética clásica a distinguir dos tipos de debe-


res, unos llamados «deberes perfectos o de justicia», y otros «deberes imperfec-
tos o de beneficencia". Los primeros se identifican con los que antes hemos
llamado públicos, y los segundos con los privados. El hecho de que sean per-
fectos o imperfectos no tiene que ver con su carácter más o menos vinculante.
La perfección e imperfección se refiere, simplemente, al carácter de la insti-
tución que detenta el deber. De todas las instituciones existentes, familias,
agrupaciones sociales, Estado, sólo a éste se aplica el calificativo de institución
perfecta, razón por la cual todas las demás detentan la condición de imperfec-
tas. Deberes perfectos son aquellos que tenemos para con el Estado, ya que él,
como institución perfecta que es, fija el quién, cómo, dónde y cuándo del cum-
plimiento del deber. Por el contrario, los deberes imperfectos, al ser de gestión
privada, dejan el dónde, cómo, cuándo, cuánto, cómo ya quién al arbitrio de
los individuos y grupos privados.

Los deberes públicos o perfectos suelen denominarse también «deberes


de justicia». Ello se debe a que el principio rector en ese nivel es necesariamen-
te el de justicia, que exige cuando menos buscar la imparcialidad y guardar
estrictamente las condiciones de simetría entre todos los implicados. La justi-
cia obliga al Estado a tutelar imparcialmente las libertades básicas y los bienes
sociales primarios de todos los ciudadanos. Esas obligaciones son prioritarias,
y para exigir su cumplimiento el Estado puede utilizar hasta la fuerza. Ello le
exige promulgar esos deberes en forma de leyes públicas, que puedan ser co-
nocidas por todos y exigidas a todos sin excepción. Ni que decir tiene que esas
leyes obligan a la multa o pena que cada una lleve adscrita, pero a mi modo de
ver, y en contra del positivismo jurídico estricto, obligan también en concien-
cia, cuando se forma parte del Estado y no se tienen serias razones morales
que aducir en su contra.

Los deberes perfectos se convierten) por la vía de la voluntad general, en


derecho público. Este derecho tiene por objeto el respeto y la protección de la
dignidad y la vida de las personas en dos espacios específicos, el de la vida
biológica (éste es el objeto propio del Derecho penal) y el de la vida social o de
relación (Derecho político, Derecho social, etc.). Puede suceder, ciertamente
que alg~nas personas no sólo no se consideren moralmente obligadas por las
leyes públicas, por ejemplo penales, sino que más bien crean que su obligación
m?ral es exactamente la contraria. Cuando esto sucede es claro que la obliga-
cion moral de esa persona concreta no coincide con la jurídica. Lo cual de-
muestra que los deberes perfectos tienen siempre dos dimensiones, una moral
y otra jurídica. Como es obvio, esta segunda surge de la primera. Porque los
seres humanos son morales, pueden generar deberes perfectos, que por la vía

176
de la voluntad general convierten en leyes. Los deberes perfectos primarios
son siempre los morales. De ahí la importancia de tematizarlos explícitamen-
te. Esto es lo que ha hecho la bioética, formulando los dos principios de No-
maleficencia y de Justicia. El primer principio cubre los deberes perfectos en
orden a la vida biológica de las personas, en tanto que el segundo lo hace en el
orden de la vida social.

Muy otra es la condición de los llamados deberes imperfectos. Por ser de


gestión privada, aquí el Estado no tiene otra función que la de garante del
juego limpio, sin intervenir como parte en el proceso de toma de decisiones.
Son los individuos y grupos sociales quienes tienen que gestionar privadamen-
te su~ deber~s. morales, buscando llevar a cabo su particular proyecto de per-
fección y felicidad. Este es el espacio para el ejercicio pleno y sin trabas de la
a~t?nomía moral, y de la búsqueda de la propia idea de bien. De ahí que en
bioética este espacio los cubran otros dos principios que llevan, precisamente,
los nombres de Autonomía y Beneficencia.

Así las cosas, la cuestión está en saber cómo situar nuestras responsabili-
da.des ~ara,con los embriones dentro de este marco de deberes morales y de
pn~ciplO~ eticos: Y lo pnmero que cabe decir es que una vez conseguida la
suficiencia constitucional han de ser considerados seres humanos como todos
los de.más, <;on el mismo. nivel de protección, y que por tanto su vida y su
integridad física debe ser protegidas no sólo privada sino también pública-
me~te, con todas las armas propias del Derecho penal. Actuar de otro modo
sena de todo punto maleficente, un atentado contra el principio ético de no-
maleficencia.

También cabe hablar de deberes perfectos o públicos a propósito de los


embnones en penado constituyente. Si hemos dicho que los embriones tienen
unos derechos genéricos, y que hay un deber genérico con los embriones en
conjunto, aunque no necesariamente con cada uno, es obvio que el Estado
puede y debe protegerlos, penalizando las conductas que atenten contra ellos,
sobre todo cuando pasa el tiempo y aumenta su nivel organizativo. En este
sentido, las leyes penalizadoras de la interrupción del embarazo en fases avan-
zadas del proceso de gestación parece que tienen una evidente justificación
moral. Aun en el caso de que la suficiencia constitucional se alcance más tarde
la prohibició~ de los abortos tardíos y, con mayor razón aún, de cualquier tipo
de infanticidio, adquiere aquí su legitimidad moral y jurídica.

Pero hay un espacio, para mí el más importante, en la gestación y gestión


de los embnones en fase constituyente que no puede ni debe ser encomendado
al Estado. Y ello por las razones ya aducidas. En el proceso de gestación yen
. l,as pnmeras fases constituyentes es lógico que cuestiones tan privadas como
estas queden a la gestión privada de los individuos y de las parejas. Esto no es
degradar en absoluto el tema, ni rebajar su condición moral. Todo lo contra-

177
rio. El problema del aborto no ha conseguido controlarse nunca, ni antes de la
despenalización de ciertos supuestos, ni después, con medidas penales. En
cuestiones tan privadas como éstas más eficaces que las medidas penales son
los procedimientos de promoción de la responsabilidad moral. Todos tenemos
que ser conscientes de que los actos de nuestra vida son el origen de vínculos
que obligan moralmente. Estos vínculos de muy diverso tipo, el propio de la
filiación, el de la amistad, el del compañerismo, o el de la simple convivencia.
El pasar por una calle por la que también camina otra persona nos vincula con
ella hasta el punto de ser fuente de obligaciones morales específicas. Si esto es
aSÍ, es lógico que también haya vínculos, y vínculos muy profundos, con la
pareja, y que por tanto las relaciones sexuales vinculen. Vinculan con la pare-
el
ja,y vinculan con fruto de la relación. Este es el origen de la llamada «pater-
nidad responsable". El cumplimiento de las obligaciones para con el embrión
es, ciertamente, de gestión privada, pero eso no disminuye en un ápice su
condición moral.

. y éste es, quizá, el resultado de todo este proceso analítico. Que el proble-
ma del aborto no se puede manejar adecudadamente ni silenciando los datos
científicos o filosóficos, ni penalizando este tipo de conductas, sino promo-
viendo la responsabilidad moral de todos los ciudadanos. Frente al clásico
binorniopenalización total o liberalización total, ética de la responsabilidad.

CONCLUSIÓN

Decíamos al comienzo que en el tema del estatuto del embrión hay una
primera toma de postura, básicamente emocional, que nos hace a todos estar
a favor de la vida y en'
defensa de los embriones. Se trata, añadíamos, de un.
haber importantísimo, 'del que ninguna teoría moral puede prescindir si es que
de verasquiere dar cuenta del hecho moral tal y como se da en la especie
humana. Pero también veíamos que la ética no puede quedarse ahí sino que
tiene que elevar, sobre la matriz poco diferenciada del sentimiento genérico de
aceptación o de rechazo, el edificio de la reflexión. Imitando a Kant podría
decirse que el sentimiento sin reflexión es ciego, y que la reflexión sin sentí-
miento nace muerta.

Uno de los términos que el idioma alemán utiliza para hablar del senti-
miento es Gesinnung, que significa también creencia o credo que se acepta de
modo básicamente emocional o no reflexivo. Eso es lo que le llevó a Max Weber
a acuñar el término Gesinnungsethik como caracterización de las éticas basa-
das en creencias y sistemas de valores fuertemente emocionales. Frente o so-
bre ellas estarían las que, sin renunciar a las emociones, las someten al control
racional de la ponderación de medios y fines. Es lo que Max Weber llamó
verantwortungsetíuk; ética o éticas de la responsabilidad,

178
En el tema del estatuto del embrión parecen haber primado, sobre todo
en ciertos medios, las éticas de la emoción y la convicción sobre las éticas de la
responsabilidad. Lo cual no resulta fácil de justificar con criterios estrictamen-
te racionales. Parece difícil que las emociones, e incluso las creencias, puedan
oponerse y anular los fueros de la razón. Una ética de la convicción no contro-
lada reflexivamente conduce siempre al irracionalismo.

é Cuál sería el enfoque posible del tema del estatuto del embrión desde
una ética de la responsabilidad? Ésa es la pregunta a la que he intentado dar
respuesta en este artículo. Pienso que sus argumentos tienen un cierto valor,
pero estoy lejos de considerar que hayan agotado el tema. El trabajo debe
continuar. En cualquier caso sería conveniente que no saliera de los márgenes
en que debe moverse toda investigación de este tipo, el marco propio de una
"visión responsable".

179
8
HISTORIA DEL ABORTO

INTRODUCCIÓN

Hace más de medio siglo que comenzó el movimiento de despenalización


y legalización del aborto. Desde entonces, ya pesar de la ininterrumpida polé-
mica entre teólogos y juristas, moralistas y biólogos, su progreso continúa
imparable. Sería ingenuo atribuir este éxito a razones teológicas, filosóficas o
biológicas, siempre discutidas y nunca aceptadas por todos. Pienso que la ver-
dadera razón es histórica, estructural y, en consecuencia, opino que este deba-
tido tema sólo se sitúa en sus coordenadas reales cuando se le analiza desde la
historia. No hay duda de que el aborto plantea cuestiones biológicas, jurídicas,
morales, religiosas, etc.; pero precisamente por ello no puede reducirse a nin-
guna de esas dimensiones y debe ser abordado desde una perspectiva más
amplia, que permita englobarlas a todas y dar razón del fenómeno en su com-
plejidad. Esta perspectiva, a mi modo de ver, es la histórica. Las dificultades
con que topa la «razón especulativa" en la solución de este problema deben
llevamos a llamar en su ayuda y poner en juego a la «razón histórica". Quizá
entonces veamos que las actitudes ante el aborto no son ajenas a las opciones
económicas, sociales y culturales básicas; más aún, que se hallan en muy bue-
na medida condicionadas y determinadas por ellas. Así, por ejemplo, el movi-
miento de legalización del aborto que ha tenido lugar en los países occidenta-
les a partir de los años 30 no es separable de la opción histórica que definen la
economía neocapitalista, la sociedad de consumo yel estado de bienestar, has-
ta el punto de que no veo posible una toma de postura ante él que no conlleve
un juicio de valor del sistema social e histórico entero. El aborto es un «signo
de los tiempos", una sensibilísima caja de resonancia de todo el sistema
sociohistórico. Es lo que intentaré mostrar a continuación, exponiendo las ac-
titudes que ante él han tomado ciertas culturas pasadas especialmente signifi-
cativas, e intentado definir las posibles razones históricas .de su legitimación
en las sociedades del siglo xx. La cronología nos permite diferenciar en la

181
evolución de este tema cinco etapas o momentos: primero, el aborto casual o
fortuito; segundo, el aborto intencional o provocado; tercero, el aborto COntes-
tado y condenado; cuarto, el aborto justificado, y quinto, el aborto legalizado.

1. EL ABORTO FORTUITO

En el Museo del Louvre, de París, se conserva una gran estela de diorita


que contiene el llamado código de Hammurabi, una colección de más de 250
artículos en que se ordenan los principales aspectos de la vida social del anti-
guo reino de Babilonia. Mientras que otros imperios relativamente cercanos,
como el egipcio, no parecen haber tenido grandes códigos legislativos; de
Mesopotamia poseemos varias colecciones de textos, sumerias, acadias yasirias.
El código más antiguo es el de Ur-Nammu, redactado hacia el año 2000 a.C.
Un siglo posterior es el código acádico de Balalama. Del siglo XIX a.C. es tam-
bién el llamado código de Lipit-Ishtar. Y poco posterior aquél en que culmina
todo este proceso legislativo, el código de Hammurabi, «rey de Sumer y de
Acad y de las cuatro regiones». No conservamos nada que se le pueda compa-
rar de una fecha tan antigua. Pues bien, en él aparecen ya varios artículos
dedicados al aborto. Son los siguientes:

209: Si un señor golpea a la hija de otro señor y motiva que aborte, paga-
rá diez siclos de plata.

210: Si esta mujer muere, su hija recibirá la muerte.

211: Si un golpe causa el mal parto de la hija de un plebeyo, pagará cinco


siclos de plata.

212: Si esta mujer muere, pagará media mina de plata,

213: Si golpeó a la esclava de un señor y motivó su aborto, pagará dos


siclos de plata.

214: Si la esclava muere, pagará un tercio de mina de plata.

Varias son las cosas que sorprenden en este notable texto legal. En primer
lugar, que sólo contempla el aborto accidental, acaecido en el curso de riñas,
peleas, etc. Nada se dice del aborto voluntario o planificado. La segunda cosa
que llama poderosamente la atención es la marcada diferencia de las personas
segúnla condición social de los afectados, de modo que si se trata de la hija de
u~ señor la multa es de diez siclos de plata, en tanto que el pago se reduce a la
mitad en el caso de la hija de un plebeyo, y si la gestante es una esclava el
precio baja a menos de la cuarta parte. Vemos, pues, cómo empiezan a jugar
.las;l;raZGriessociales» en el tema del aborto. Si la mujer que muere a causa de

182
los golpes es hija de un señor, el agresor pagará con la vida de su propia hija;
si es la hija de un plebeyo, le costará media mina de plata; si es la de un
esclavo, un tercio de la mina. Sólo la muerte de una persona de igual rango se
castiga con la «ley del talión»: ojo por ojo, diente por diente, vida por vida.

El código de Hummurabi fue un modelo que, a su modo, intentaron imi-


.tar otras culturas próximas, como la asentada en Palestina. Hoyes opinión
muy extendida entre los historiadores del antiguo Israel, que en la época de la
colonización israelita de Canaán, entre los años 1500 y 1000 a.C., debió com-
ponerse un cuerpo legislativo parecido, del que nos quedarían fragmentos en
el denominado «Código de la Alianza», de Exodo 21-23, 19. Dentro de él se nos
han conservado unas prescripciones relativas al aborto accidental muy pareci-
das a las del código de Hammurabi. El texto hebreo dice así: «Si unos hombres,
en el curso de una riña, dan un golpe a una mujer encinta, y provocan el parto
sin más daño, el culpable será multado conforme a lo que imponga el marido
de la mujer y mediante arbitrio. Pero si resultare daño, dará vida por vida».
(Ex 21,22). Si, como parece, el daño a que se refiere el texto es el de la madre
y no el del feto, resulta que la muerte del feto no es considerada como la de un
ser humano adulto, y que sólo en el caso de que la madre muera habrá que
entregar «vida por vida». Pero hay otras interpretaciones posibles. Así, la ver-
sión griega de los Setenta optó por atribuir el daño al infante y, quizá por
influencia griega, supuso que la ley del talión se aplicaba en los casos en que el
embrión estuviera ya «formado». No sabemos exactamente qué debe enten-
derse por tal, si bien otros textos, como el de Levítico, 12, 1-5, permiten sospe-
char que los varones reciben la forma a los cuarenta días y las mujeres a los
ochenta. Vemos, pues, que a la altura del siglo II a.C. se evidencia una volun-
tad explícita de considerar al feto como humano, al menos a partir de cierto
número de días. Tal fue la opinión de un hombre tan influyente en el judaísmo
y en el cristianismo como Filón de Aledría.

2. ABORTO PROVOCADO

En Grecia nace la política como disciplina científica. Política hubo, natu-


ralmente, en la Babilonia de Hammurabi y en el Israel de David y Salomón; lo
que no pudo haber fue «ciencia" política, «proyecto» político. El proyecto polí-
tico, el establecimiento de un sistema de principios estructurales a los que han
de ajustarse los hechos políticos a fin de que la convivencia sea perfecta, 5S
una de las grandes creaciones griegas. El objetivo se lo propone con toda
explicitud Platón en su República, obra que suele juzgarse como una pura uto-
pía, cuando en realidad se trata de uno de los primeros proyectos políticos de
la historia. La Ciudad-Estado que allí se describe ha de tener un número preci-
so de habitantes, ya que tanto por encima como por debajo de él la estabilidad,
la autarquía y la justicia se deterioran. En consecuencia, es preciso establecer
un estricto control demográfico. Una vez sobrepasado el número de hijos que

183
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se considera justo, los padres, dice Platón, «tendrán que ser advertidos de la
necesidad de no dar a luz ningún fruto, el cual, si en efecto naciese a pesar de
los obstáculos puestos a ello, no podrá contar con ayuda alguna para su desa-
rrollo» (461c). En las Leyes es aún más explícito, hasta el punto de que proyec-
ta que en cada ciudad haya "una magistratura sumamente poderosa e impor-
tante» que «estudie las medidas a tomar en caso de exceso o de falta de hijos,
para que en la medida de lo posible se mantenga la cifra de cinco mil cuarenta
hogares que hemos establecido. Los medios para ello son numerosos: si la
prole es abundante, se pueden restrigir los nacimientos; por el contrario, se
puede alentar y promover una natalidad fuerte, obrando por medio de las
distinciones, deshonras o amonestaciones, sobre todo aquellas que hacen los
ancianos a los jóvenes en sus conversaciones: todo esto es apto para conseguir
el efecto de que hablamos» (74 Od).
I
.\
El tema lo recoge Aristóteles, quien en su Política se expresa así: «Debe
haber un límite fijo para la procreación de los hijos, y si alguna persona tiene
un hijo como resultado de sus relaciones matrimoniales que contravienen es- I
tas normas, debe practicarse en ellas el aborto, antes que la cría haya desarro-
llado la sensación y la vida, pues la línea divisoria entre el aborto legal y el
ilegal quedará señalado por el hecho de que el embrión tenga o no sensación y
esté vivo» (l135b, 20 ss). En otra de sus obras, la Historia de los animales,
Aristóteles establece con toda precisión esta línea divisoria, que es de 40 días
en los fetos varones y de 80 en los femeninos, ya que entonces es cuando el
cuerpo empieza a estar animado por un alma sensitiva. Esta opinión, cuyo eco
histórico ha sido inmenso, es en cierto modo rigorista y conservadora si se
compara con la platónica y la estoica, según las cuales la animación comienza
sólo en el momento del parto, cuando el nuevo ser empieza a tener respiración
propia y se corta la dependencia del sistema sanguíneo de la madre.

En Grecia comienzan a tomar cuerpo las "razones políticas» en pro del


aborto. No puede extrañar, por ello, que su práctica fuera muy frecuente en la
vida real, como lo eran también el infanticidio de los recién nacidos débiles o
tarados y el abandono o exposición de los niños no deseados. Quizá por ello, es
frecuente encontrar en los textos médicos descripciones muy desarrolladas de
prácticas abortivas. En el tratado hipocrático Sobre las enfermedades de la mu-
jer se dice que el "beber trébol en vino blanco, el trébol produce la regla como
un pesario y rechaza el embrión». En ese mismo texto se enumeran brebajes y
pesarios y se especifica su poder abortivo. En otro libro titulado Sobre la natu-
raleza del niño se relata la historia clínica de un aborto. Heia aquí: «En casa de
una mujer que yo conocía, vivía una saltimbanqui muy apreciada, que comer-
ciaba con los hornbresy que no podía estar embarazada para no perder su
calor. Esta saltimbanqui había oído lo que las mujeres dicen entre ellas, o sea
que cuando una mujer concibe, el flujo no sale sino que permanece dentro.
Habiendo oído estas cosas, las comprendió y las retuvo. Un día, se dio cuenta
de que el flujo no salía, se lo dijo a la dueña de la casa y este rumor llegó hasta

184
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mí. Así informado le ordené saltar, de forma de que los ~alones tocar~n las
nalgas. Había saltado siete veces, cuando la simiente cayo ,al suelo haciendo
ruido. Al verla, la mujer se extrañó muchísimo. Vaya decir ~omo era el ~roduc-
to: se parecía a un huevo al que se le hubiera quitado la ~a.scara extenor». La
jactancia de que hace gala el autor de est~ texto hipocrático demuestra ~ue
consideraba su acción moral y legalmente nreprobable. Y lo era, y~ que III la
legislación griega ni la romana protegieron, salvo ~asos .muy particulares, la
vida del niño no nacido. El aborto llegó a estar bien VIsto, como lo estuvo
también el poner fin voluntariamente a la propia vida. El argumento de que el
embrión tiene una alma inmortal de la que habrá que dar cuenta al creador no
comienza a utilizarse, según Edelstein, hasta la época cristiana.

3. EL ABORTO CONTESTADO

Con la aparición del cristianismo comienzan a esgrimirse un nuevo tipo


de razones en el cada vez más complejo tema del aborto, las «razones mora-
les». Ciertamente que se utilizaron argumentos religioso-n;o.rales contra el
aborto antes del cristianismo. En el famoso Juramento hipocrático, un texto de
probable origen pitagórico escrito en torno al siglo V a.C., se rechaza el aborto
de modo tajante. «No administraré a nadie un fármaco mortal, au~q~e me lo
pidiere, ni tomaré la iniciativa de una sugerencia de este tLP?· Asn:lll,smo, no \
recetaré a una mujer un pesario abortivo; sino, por el contrano, huiré y prac-
ticaré mi arte de forma santa y pura». AqUÍse conder:a ~axativamente tanto el
poner fin a la propia vida, como el matar al feto, practl~as ambas que, como
hemos dicho eran admitidas como normales en la sociedad greca-romana.
Quizá por es~ el Juramento hipocrático no adquirió .~uténtica .vi?er:cia como
código ético de la profesión médica hasta la apancron del Cn~tlalllsmo. Los
cristianos vieron pronto en él un magnífico ejemplo de moral exigente y eleva-
da y le dieron una difusión enorme, sacándole de los reducidísimos círculos ~n
que hasta entonces había estado vi?ente. Es incue~ti0.n~ble que la moral cns-
tiana estuvo presidida desde sus ongenes por el pnncipio de la «de.fe~sa de la
vida". A mediados del siglo II, Justino escribía: "Profesamos (los cristianos) la
doctrina de que abandonar a los recién nacidos es obra de malvados» (A~~L 1,
27). Medio siglo más tarde, Tetuliano afirmaba que el abandono de los lll??S. a
las bestias, el ahogamiento de los recién nacidos y todo tipo de infanticidio
eran prácticas corrientes entre los paganos eA los paganos 1, 15) Y que a los
cristianos les estaba prohibido no sólo eso, sino también el destruir un ,feto,
por tratarse de «un hombre que está en camino de serlo» CApol. 9,8). Mas de
medio siglo después, Lactancia hace el mismo reproche a los paganos. "Estran-
gulan a sus propios hijos y, si son excesivamente piadosos para hacerla, los
abandonan» (lnst. div. 5,9, 15).

La oposición cristiana al aborto es un sólido testimonio en favor de su


preocupación por la vida. Ya en la Didaché se incluye en el camino de la muerte

185
a «los asesinos de sus hijos» (5,2). En la Carta a Bernabé, documento que fue
escrito probablemente a comienzos del siglo II, se contraponen de nuevo los
dos caminos, el de la luz y el de las tinieblas, y se afirma irnperativamente que
para seguir el primero es preciso guardar, entre otros, el siguiente precepto:
«No matarás a tu hijo en el seno de la madre ni, una vez nacido, le quitarás la
vida» (19,5). Poco después escribe Atenágoras en su Legación en favor de los
cristianos: «Nosotros (los cristianos) afirmamos que los que intentan el aborto
cometen un homicidio y tendrán que dar cuenta a Dios de él" (35). En pareci-
dos términos se expresa Clemente en su Pedagogo (2, 10, 96). Otro escrito del
siglo II, el Apocalipsis de Pedro, describe, en el típico lenguaje apocalíptico, un
«lugar angosto, donde iban a parar el desagüe y la hediondez de los que allí
sufrían tormento, y se formaba allí como un lago. Y allí habían mujeres senta-
das, sumergidas, en aquel albañal hasta la garganta; y frente a ellas, sentados
y llorando muchos niños que habían nacido antes de tiempo; y de ellos salían
unos rayos de fuego que herían los ojos de las mujeres; éstas eran las que
habían concebido fuera del matrimonio y se había procurado aborto». De for-
ma muy parecida se expresa el Apocalipsis de Pablo. Del siglo III es el duro
texto de Tertuliano que citamos más arriba, así como otro no menos explícito
de Cipriano de Cartago (Cartas 52, 2, 5) Y la siguiente denuncia de Hipólito de
Roma: «Mujeres reputadas como buenas cristianas empezaron a recurrir a dro-
gas para producir la esterilidad ya ceñirse el cuerpo a fin de expulsar el fruto
.de la concepción» (Philosophumena, 9, 12). Una compilación del siglo Iv, las
,Constituciones apostólicas, condena la destrucción del feto formado (7, 3, 2).
En esa misma época Ambrosio de Milán acusa a los ricos que, ante el miedo a
tener que dividir el patrimonio entre demasiados, reniegan de su propio feto
en el útero y destruyen, con la ayuda de una poción parricida, las promesas de
su seno en el propio vientre; así, concluye, la vida se mata antes de ser trans-
mitida (Hexameron 5, 18, 58). El concilio local español de Elvira, hacia el año
300, condenó con excomunión hasta la muerte a las mujeres que, fornicando,
después destruyesen el producto de su comercio (canon 63). El concilio de
Ancira, en 314, decretó diez años de penitencia para casos similares (canon
21). Estos cánones tuvieron una gran repercusión en las legislaciones concilia-
res ulteriores, tanto de Oriente como de Occidente.

Los cánones de San Basilio, que se convinieron en la legislación funda-


mental de la Iglesia del Oriente, condenan sin distinción a las mujeres que se
someten al aborto, cualquiera que sea el estado de desarrollo del feto. La pena
es la misma que la de Ancira: diez años de penitencia. En Occidente, San
Jerónimo, a fines del siglo VI, consideró a la madre que hace abortar como
parricida. He aquí su texto: «Fácil es ver a muchas, viudas antes que casadas,
que sólo cubren su desdichada conciencia con hábito femenino y que andan
con cuellos erguidos y pies juguetones hasta que las traiciona la hinchazón del
vientre y los vagidos de los chiquillos. Otras toman de antemano bebedizos
para lograr la esterilidad y matan al hombre antes de haber nacido. Algunas,
cuando se percatan de que han concebido criminalmente, preparan los vene-

186
---_._._----

nos del aborto y frecuentemente acontece que, muriendo también ellas, bajan
a los infiernos reas de un triple crimen: homicidas de sí mismas, adúlteras de
Cristo y parricidas del hijo aún no nacido" (Cartas 22, 13, a Eustoquia).

La doctrina general adquirió nuevas matizaciones por influencia de la


filosofía y la medicina helenísticas, así como por la utilización del texto griego
de los LXX.Así, en los comentarios al texto del Éxodo que vimos en la primera
parte se comienza a aceptar la tesis de que el embrión no está animado más
que a los cuarenta días en el caso del hombre y a los ochenta en el de la mujer.
En su carta a Algasia escribe San Jerónimo: «Las simientes toman forma gra-
dual en el útero, y no hay homicidio en tanto los elementos informes no han
recibido su apariencia como miembros" (Cartas 121, 4). San Agustín, por su
parte, comentando el texto del Éxodo escribe: «Aquí se plantea habitualmente
la cuestión del alma: puede pensarse que lo que no está formado no tiene
alma, y que por esta razón no hay homicidio, pues no puede decirse que se
priva del alma a quien aún no la ha recibido. Y el texto añade: «Pero si está
formada, debe darse alma por alma». Si el embrión no está formado ... , la ley
no dice que el acto sea de naturaleza homicida, pues no se puede decir que
exista un alma viviente en un cuerpo desprovisto de sensación, ~i su carne no
está aún formada y por tanto no goza aún de sentidos" (Sobre el Exodo 21, 80).

Si no hay alma, no se destruye vida ni por tanto se comete homicidio. Se


interrumpe, eso sí, el proceso que conduce a la vida. Y esto también le está
prohibido al cristiano, sea o no homicidio. Antes de la formación no lo será en
acto, pero sí en potencia, lo cual también es inmoral, ya que altera el orden
natural. En consecuencia, el aborto está siempre prohibido. De este modo, y
aun aceptando una antropología muchas veces distinta de la de Tertuliano, el
resultado acaba siendo el mismo: el embrión, tras su concepción, es un hom-
bre que evoluciona hacia su forma definitiva. Es más, con el paso del tiempo y
el abandono definitivo de las tesis embriogenéticas aristotélicas en el siglo
XVII, la tesis de Tertuliano empieza a ganar terreno de forma paulatina e inin-
terrumpida: «Nosotros creemos que la vida empieza con la concepción, porque
sostenemos que el alma existe desde este momento, ya que la vida empieza a
existir en el mismo momento y lugar que el alma" (Sobre el alma 27).

El magisterio eclesiástico ha sido constante y reiterativo en sus con-


denaciones. En 1588 Sixto V excomulga a todos los que, por si mismos o por
persona interpuesta, hayan provocado la expulsión de un feto antes de su
madurez, animado o no, formado o informe, por medio de golpes, venenos,
medicamentos, pociones, o por haber impuesto a la mujer encinta pesos o
trabajos. En 1679 se condenan las siguientes proposiciones: «Es lícito procurar
el aborto antes de la animación del feto, por temor de que la muchacha, sor-
prendida grávida, sea muerta o infamada" (Dz 1184); y «parece probable que
todo feto carece de alma racional, mientras está en el útero, y que sólo empie-
za a tenerla cuando se le pare; y consiguientemente habrá que decir que en

187
ningún aborto se comete homicidio» (Dz 1185). Las diferentes reformas canó-
nicas, hasta la última de 1983, han reiterado la excomunión contra quienes
concurren positivamente a la realización de un aborto.

4. EL ABORTO JUSTIFICADO

La aparición de la modernidad fue seguida de una progresiva seculariza-


ción de la vida, y por tanto de una divergencia creciente entre las instancias
eclesiásticas y civil. La ciudad de Dios y la ciudad terrena empiezan a verse
como realidades de diferente tipo que han de ser gobernadas por ordenamientos
también distintos. La política empieza a separarse de la religión y se establece
como ciencia secular autónoma. Es la época de Maquiavelo, de los grandes
pensadores políticos y también la época en que resucitan las viejas utopías de
Platón y Aristóteles, es decir, los proyectos políticos de gran alcance. De nuevo
cobran vigencia las «razones políticas» como distintas de las «razones mora-
les». He aquí lo que escribía en pleno siglo XVII el médico Nicolás Venette (seu-
dónimo de Charles Patin): «Si siguiéramos en Francia lo que Platón nos dejó
por escrito para una república bien organizada, no veríamos tantos desórde-
nes en los matrimonios como observamos a veces. Uno se casa a ciegas, sin
haber considerado antes si somos capaces de generación. Si antes de casamos
nos examináramos totalmente desnudos, según las leyes de este filósofo, o
hubieran personas establecidas para esto, estoy seguro que habría algunos
matrimonios más tranquilos de los que lo están ahora».

Las razones políticas son distintas de las morales, pero no pueden enten-
derse como completamente separadas de ellas. No es un azar que en las prin-
cipales utopías del Renacimiento, la de Tomás Moro, la de Campanella, la de
Francis Bacon, el aborto brille por su ausencia. Es curioso ver cómo resuelve
Tomás Moro el problema del exceso o del defecto de miembros de una comu-
nidad, que tanto preocupaba a Platón: «Para que la población no disminuya ni
aumente con exceso se procura que ninguna familia (de las cuales cada ciu-
dad, sin los alrededores, tiene seis mil), no cuente con menos de diez, ni con
más de dieciséis mancebos. Para los niños no se señala número. Este módulo
se mantiene fácilmente transfiriendo a las familias de pocos hijos el sobrante
de las más numerosas, y a veces, si una ciudad tiene en total más habitantes
del número prefijado, remedian con este exceso la escasez de las otras».

El aborto como remedio queda descartado. El propio Nicolás Venette es-


cribía en la introducción de su libro: «Mi deseo no es favorecer el crimen sin
curar las enfermedades que afligen a las mujeres y mantener una amorosa
complacencia entre las personas casadas». De ahí que se difundan más los
medios anticonceprivos que las prácticas abortivas. Si a ello se añade el terror
que invade la Europa moderna como consecuencia de la difusión epidémica e
incontrolada de la sífilis, no puede extrañar que aparezca en el escenario de
las relaciones sexuales un nuevo elemento de importancia cada vez mayor y

188
que desplaza al aborto del primer plano de las. preocu~aciones. ~e trata d~l
preservativo, preconizado por el cirujano Gabnel ~aloplO ~ am~hamente d,i-
fundido a partir del siglo XVIII, primero entre prostitutas y libertinos, despues
entre los sectores más avanzados de la burguesía.

El crecimiento exponencial de la población a partir de la segunda mitad


del siglo XVIl! pone pronto en primera línea otro tipo de razones, las «ra~ones
demográficas". En 1798 publica T.R. Malthus su Ensayo sobre la poblacwn, en
el que establece la tesis de que la población, si no encuentr~ obstáculos, crece
en progresión geométrica. Esto hace que muchos seres esten conde~ad?s, ya
desde el nacimiento, a la enfermedad, a la muerte prematura, a la rnisena y al
vicio. «La miseria -escribe Malthus- es una consecuencia absolutamente nece-
saria de esta ley. El vicio es una consecuencia sumamente probable, pero quizá
no deberíamos considerarlo como consecuencia absolutamente inevitable». Los
temores de Malthus pronto se vieron confirmados por la marcha de los hech?s.
Hasta 1650 la población había venido creciendo a un ritmo anual no supenor
ala) por 100, y el número absoluto de personas vivas estaba en esa fecha en
torno a los 500 millones. Dos siglos después, en 1850, la población mundial se
había duplicado yel ritmo de crecimiento era del 0,5 por 100 anual. En 1900
era ya del 1 por 100 y en 1930 se había sobrepasado los 2.000 millones de
habitantes. En 19641a tasa de crecimiento estaba en torno al 1,75 por 100, el
doble que la de 1880. En 1975 el planeta tenía ya más de 4.000 millones de
habitantes, y el ritmo de crecimientose acercaba al2 por 100. Y aunque pare-
ce detectarse una ligera tendencia a la baja de este porcentaje, las Naciones
Unidas prevén para el año 2075 una población cercana a los 12.000 millones
de habitames.

Todo esto provoca una feroz «lucha por la existencia". Malthus había lle-
gado a esa conclusión desde el campo de la economía política, pero medio
siglo después Darwin la confirmaba desde la biología comparada. Como no
pueden vivir todos los hombres, la naturaleza ha establecido un crit~rio. ~e
selección. Quiénes han de morir? ¿Los que ordene la naturaleza? El pnncipio
é

es válido en las especies animales, pero en la especie humana la naturaleza se


halla modulada por la sociedad y la cultura. De' hecho, el rango económico y
social protege del exterminio a seres biológicamente inferiores que en condi-
ciones naturales estarían llamados a desaparecer, en tanto que condena a la
enfermedad y a la muerte a hombres magníficos por el mero hecho de ser
pobres. ¿Quién tiene derecho a la vida? ¿Acaso pueden exhibir mayores de:e-
chos los embriones aún no nacidos que las personas adultas que todos los días
mueren de hambre? Parece que no, van a responder los movimientos
neomalthusianos, con Francis Place a la cabeza, partidarios de un estricto birth
control basado en «razones demográficas» y «razones económicas». Pero aún
entonces -rnediados del siglo XIX- las leyes, tanto en Europa como en Améri-
ca, siguen rechazando el aborto libre, y las legislaciones más permisivas sólo
contemplan el caso del «aborto terapéutico».

189
5. EL ABORTO LEGALIZADO

La despenalización y la legalización del aborto acontecen ya bien entrado


el siglo XX, de la mano de tres concepciones de la vida rigurosamente distin-
tas. Está, en primer lugar, la ley rusa, promulgada pocos años después del final
de la revolución, concretamente en 1920. Como es obvio en una filosofía so-
cialista, las razones que se aducen en pro del aborto son primariamente socia-
les, son «razones sociales», en especial la necesidad de una planificación de-
mo~ráfica. Por motivos demográficos se derogó esa ley entre 1936 y 1955, es
decir, en los años anteriores y posteriores a la Segunda Guerra Mundial. A
partir de esa fecha el aborto puede efectuarse, salvo casos muy excepcionales
ante la simple petición de la madre. Este modelo lo aceptaron casi todos los
países .socialistas, Checoeslovaquia, Yugoslavia, Alemania Oriental, Rumania,
Bulgaria, etc. China es sin duda el ejemplo más significativo de planificación
demográfica desde una filosofía socialista.

El segundo modelo de legalización del aborto lo constituye la ley nazi de


1933, modificada en 1935. Huelga decir que aquí se aducen principalmente
«razones eugenésicas»: prevención de la transmisión de enfermedades heredi-
tarias, y,. en últim~ término, perfeccionamiento de la raza. Los medios para
conseguir tal objetivo fueron el aborto y la esterilización, dos intervenciones
que a m~nudo se llevaban a cabo dentro del mismo acto quirúrgico. El camino
comenzo a prepararse bastantes años antes de que Hitler se hiciera con el
poder. En 1920 el famoso psiquiatra Alfred Hoche publicó en colaboración con
el jurista Karl Binding un libro titulado La posibilidad de la destrucción de la
vida sin valor.

Pero la legislación abortista de los países occidentales tiene una raíz dis-
tinta a las dos qu~ acabamos de reseñar. Sus orígenes están en las leyes escan-
dl~avas de los anos 30. En 1935 Islandia promulgó una ley que permitía al
médico provocar el aborto para proteger la vida o la salud de la mujer encinta.
Se trataba, pues, del clásic~ :,aborto terapéutico» pero muy ampliado, ya que
se consideraban razones válidas todas las que alteran no sólo la vida física
si~o también la ~síquica y la social de 151 madre. Así, la ley permitía el abort~
«SI I~madre habla dado a luz muchos .hijos muy poco espaciados entre sí y no
habla pasado mucho tiempo desde el último parto, y también si las condicio-
nes domésticas eran difíciles por ser familia numerosa, por pobreza o por en-
ferm~dad grave de algún miembro de la familia», Las «razones públicas" se
~mphaban pues, h~sta abarcar cualquier malestar psíquico o social. Esta ley
1~landesa «ensancho el concepto de salud hasta incluir en él no sólo las condi-
cienes Inte;nas del buen funcionamiento individual fisiológico y psicológico,
SInOtambién las condiciones ambientales y culturales del buen funcionamien-
to social y económico. Salud, en breves palabras, llegó a abarcar todos los
aspectos del bienestar humano» (Grisez). Esta es la vía por la que van a discu-
rrtr todas las leyes OCCIdentales: el aborto puede realizarse siempre que ·10

190
aconseje la salud de la madre, entendida de modo amplio como "bienestar
físico, mental o social". Así lo entendieron la ley danesa de 1937, la sueca de
1938, etc. Estos son los años, por lo demás, en que los Estados occidentales
comienzan a redefinir sus objetivos en torno al «bienestar»; es la época del
Welfare State de Roosevelt, que con su triunfo en la Segunda Guerra Mundial
se convierte en santo y seña de las democracias occidentales. Siguiendo esta
ideología, en 1946 la Organización Mundial de la Salud definirá la salud como
«estado de perfecto bienestar físico, mental y social, y no sólo la ausencia de
enfermedad». Salud, pues, igual a bienestar. He aquí una idea de la vida y una
norma de moral civil por igual diferenciable de la marxista y de la nazi. Más de
una vez se ha llamado la atención sobre el carácter luterano de esa ideología.
Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que encontró fácil aceptación en los países
neocapitalistas, democráticos y luteranos, y chocó con enormes resistencias en
los mediterráneos, menos desarrollados y predominantemente católicos.

La década de los años 70 ha introducido la última novedad. Una vez que


se considera motivo suficiente para la provocación del aborto cualquier tipo de
amenaza al bienestar, pueden suprimirse las leyes despenalizadoras y decretar
simplemente su legalización. Esto quiere decir que ya no se tipifican motivos,
dado que todos son válidos, y que el aborto pasa a ser objeto de una relación
privada entre un médico y un paciente.

Las sociedades occidentales han erigido el «bienestar" en norma suprema


de la vida civil. El bienestar se constituye en criterio para diferenciar lo bueno
de lo malo, lo justo de lo injusto, lo deseable de lo indeseable. En este último
medio siglo ha surgido toda una cultura y una ética del bienestar, con el Esta-
do como árbitro supremo y el médico como juez. La definición de la OMS
antes citada identifica bienestar con salud y pone en manos del médico el
arma que durante siglos estuvo, primero en manos de los sacerdotes y después
en las de los juristas, la de normalizar conductas, la de diagnosticar entre lo
normal y lo anormal, lo bueno y lo malo. La cultura del bienestar se halla
profundamente rnedicalizada, lo cual, lejos de engendrar salud, ha producido
enfermedad, malestar y muerte. Son ya bastantes los sociólogos que estable-
cen una relación estrecha entre consumo de armas y consumo de salud, hasta
el puma de considerarlos facetas de un mismo fenómeno. Nunca como en
nuestro siglo se ha hecho tanto por la salud y por la vida, pero nunca tampoco
se ha matado tanto. La ideología del bienestar y de la salud es inseparable de
un sistema económico y político estructural mente ordenado al malestar y a la
muerte. La peculiaridad del aborto, su valor sintomático estriba en que en él
convergen las dos dimensiones de ese fenómeno histórico que acabamos de
analizar, la vida y el bienestar por un lado y la muerte y el malestar por otro. Y
por eso también todo juicio crítico del aborto ha de suponer, si se pretende que
goce de coherencia, la crítica del sistema económico, social, político e ideoló-
gico en que vivimos. Esta es, quizá, la moraleja de toda esta historia: que no
puede emitirse un juicio de valor sobre el aborto sin globalizar el problema e

191
._ _- ----~--~---_.~------~-
..

integrarlo en el juicio general sobre nuestra estructura histórica; y que las


soluciones al aborto serán tan poco definidas y tan complejas como las que
puedan proponerse al enorme problema de nuestra situación. Opino que tie-
nen perfecto sentido histórico las posturas antiabortistas, como lo tienen tam-
bién las actitudes contestatarias ante el sistema de la sociedad establecida.
Pero tanto en uno como en otro caso se debe ser consciente de la actitud
«heterodoxa» que se asume; porque la «doxa», la opinión aceptada, como nor-
mativa por el cuerpo social, la «ortodoxia" está hoy; paradójicamente, del lado
del bienestar y del aborto.

192
9
BIOÉTICA y PEDIATRÍA

INTRODUCCIÓN

El ejercicio de la Pediatría plantea numerosos problemas éticos: las deci-


siones terapéuticas en los casos de recién nacidos prematuros o malformados,
los malos tratos infantiles, el consentimiento informado pediátrico, la
anticoncepción y el aborto en adolescentes, etc. Cada uno de ellos requiere un
tratamiento específico. Pero ese análisis particular sólo adquirirá sentido den-
tro de unas coordenadas globales o de un marco general de referencia. Es el
que yo desearía establecer a continuación. Para ello, lo primero es necesario
definir el concepto de niño. No es nada claro qué es un niño o cuáles son sus
características definitorias. Esto permite entender por qué la idea de niño no
ha sido unívoca a lo largo de la historia, sino que ha ido evolucionando. Ten-
dremos que ver rápidamente los hitos principales de esa evolución, a fin de
situar adecuadamente nuestra propia idea del niño.

Pero la composición de lugar no puede acabar aquí. Y ello porque el modo


como se defina la infancia acaba teniendo inmediatamente cónsecuencias
morales, que es preciso estudiar. El niño ha sido siempre para la sociedad un
problema moral. Este es el segundo punto que necesita ser tratado con alguna
detención. Finalmente, y en tercer lugar, veremos cómo a partir de esos presu-
puestos surgen dos modos muy distintos de enfocar los problemas éticos de la
práctica pediátrica, uno que denominaremos paternalista y otro autonomista,
bien entendido que con este segundo término no quiere defenderse un auto-
nomismo radical, cosa que si siempre resulta injustificable en pediatría es de
todo punto absurda, sino evitar algunos excesos en que ha caído el modo tra-
dicional de enfocar los problemas éticos de la práctica pediátrica. Nada más.

-:

193
I. LA INFANCIA COMO PROBLEMA

Nos encontramos en la época de la historia de la cultura occidental, y


probablemente de toda la historia de la humanidad, que ha tenido una mayor
estimación por las etapas más tempranas de la vida de los seres humanos. Es
una de las peculiaridades de nuestra situación histórica. Cierto que siempre
parece haber existido el intenso sentimiento de protección de los progenitores,
y en especial las madres, hacia sus criaturas. Este sentimiento se da en la prác-
tica totalidad de las especies animales, y por supuesto también en la humana.
Pero ello no implica un gran concepto de la infancia, De hecho, en las culturas
primitivas la mayor estimación social se concentra en torno a la ancianidad,
no a la infancia. En las culturas ágrafas, el anciano es el depositario de las
tradiciones del grupo, la memoria viva de la comunidad, y en tanto que tal el
núcleo de cohesión de la estructura social. Esto le convierte en el jefe religioso,
moral, político y económico. El anciano lo es todo, y los demás participan de
su poder según el grado de proximidad que tienen con él. De ahí que los niños,
la antítesis de los ancianos, se definan por las cualidades contrarias: en vez de
poderosos son impotentes; en vez de sabios, ignorantes; en vez de prudentes,
imprudentes; etc.

, Esto varió sin duda tras la revolución neolítíca. El descubrimiento de la


escritura permitió fijar las tradiciones, con lo que el anciano perdió una de sus
prerrogativas más preciadas. Pero eso no anuló su poder. El paso de la estruc-
'tura nómada a la sedentaria, y de la caza y pesca a la agricultura y la ganad e-
ría,transformó a los grupos humanos de nómadas en sedentarios, lo que obli-
gó a la racionalización de las estructuras sociales, que de ser básicamente fa-
miliares o parentales, pasaron poco a poco a convertirse en públicas o políti-
'casoNacen los Estados, y los ancianos se convierten precisamente en los jefes y
gobernantes. No hay más que revisar los grandes testimonios de las culturas
egipcia, palestinense, mesopotámica, india, o de la propia cultura griega arcai-
ca, para comprobarlo.

En la Grecia clásica se inició un cambio importante de actitud. El punto


de atención pasó de la ancianidad a la edad madura. Al anciano empieza a
considerársele un ser imperfecto, defectuoso, que no es modelo de nada o de
casiriada, Sólo en la madurez alcanza la naturaleza su perfección física y mo-
ral. La vida humana, como cualquier otro tipo de vida biológica, tiene una "
primera fase de generación y maduración, otra de expresión plena de sus po-
tencialidades y una tercera de corrupción o desintegración. La infancia corres-
pónde a la primera y la ancianidad a la tercera. Por eso se trata de épocas de
impeífeccíón. El niño y el anciano son seres imperfectos, bien por defecto, bien'
por exceso. Sólo en el hombre adulto se encuentra la perfección física y moral.

La cultura griega, matriz de toda la cultura occidental, tuvo una idea muy
peyorativa, tanto del anciano como del niño. Pocos textos más significativos
que aquél en que Aristóteles describe las cualidades inmoderadas, casi patoló-
gicas, de unos y otros, He aquí algunos párrafos de lo que el Estagirita dice a
propósito de los niños y adolescentes:

Losjóvenes son por carácter concupiscentes, y decididos a hacer cuanto pue-


den apetecer. Y,en cuanto a los apetitos corporales son, sobre todo, seguido-
res de los placeres del amor e incontinentes en ellos. También son fácilmente
variables y en seguida se cansan en sus placeres, y los apetecen con violencia,
pero también se calman rápidamente; sus caprichos son violentos pero no
grandes, como, por ejemplo, el hambre y la sed en los que están enfermos.
También son los jóvenes apasionados y de genio vivo y capaces de dejarse
llevar por sus impulsos. Y son dominados por la ira; ya que por punto de
honra no aguantan ser despreciados, antes se enojan si se creen objeto de
injusticia. Y aman el prestigio, pero más aún el vencer; porque la juventud
tiene apetito de excelencia, y la victoria es una superación de algo'.

Esta visión de la infancia y adolescencia ha perdurado durante siglos y


siglos en los países occidentales. Éstos han considerado al niño como un ser
incompleto, defectuoso, y por tanto de algún modo enfermo. No es que se
pueda identificar sin más la niñez con la enfermedad. Sería de todo punto
excesivo. Pero la medicina antigua distinguió un estadio intermedio entre la
salud y la enfermedad, que llamó «neutralidad». En latín hay un adjetivo, uter,
que significa uno u otro, otro, uterque, que significa uno y otro, y un tercero,
neuter, que como es obvio es la negación del anterior, y por tanto significa ni
uno ni otro. En el caso concreto de la medicina, los dos términos que se niegan
en la neutralidad son los de salud y enfermedad. Los médicos antiguos consi-
deraron que no sólo hay sanos y enfermos, sino también sujetos que se hallan
en un estado intermedio entre ambos. Esto es lo que sucede en el llamado
periodo de convalecencia, aquél en que el paciente ya no está enfermo, pero
sin embargo tampoco está sano. Lo mismo cabe decir del periodo previo a la
enfermedad, el propio del llamado pródromo. Y lo mismo que se dice de las
fases primera y última de la enfermedad, cabe afirmar también del comienzo y
final de la vida, La infancia y la vejez no constituyen en sí enfermedades, pero
tampoco puede afirmarse que el cuerpo humano en esos periodos merezca el
calificativo de sano, Más bien se trata de periodos neutros o de neutralidad, en
los cuales el sujeto requiere un cuidado muy especial, ya que en caso contrario
evolucionará muy probablemente hacia la enfermedad. El niño, en conclu-
sión, no es un enfermo, pero sí una realidad neutra, y por tanto cuasi patológica.
De hecho, en Platón hay textos que le convierten casi en un enfermo mental;
por ejemplo, éste:

Todo viviente no nace jamás teniendo tanta inteligencia cuanta le está bien
tenga llegado a su perfección. Y durante el tiempo en que aún no posee juicio,

Aristóteles. Retoru:a 1112: 1389a3-l4.

195
todos están locos, y gritan desordenadamente; y apenas se tienen en pie, sal-
tan desordenadamente".

Esto permite explicar por qué la pediatría como especialidad no pudo


desarrollarse en todos estos siglos. Es verdad que entre los escritos hipocráticos
se encuentran algunos de contenido claramente pediátrico, como el titulado
De natura puerorum, sobre la naturaleza de los niños. Pero los niños no tienen
patología específica. Deben ser tratados como convalecientes, y por tanto con
remedios suaves. La única obligación de todos los que se ocupan de los niños
es cuidar de ellos de tal modo que se evite su propensión a la enfermedad y el
desorden y se promueva la salud y el orden. Y esto se consigue haciéndoles
pasar cuanto antes al estado adulto. La niñez debe ser vista como un período
anómalo y antinatural, que es preciso superar cuanto antes. El niño no tiene
entidad en sí; en él no debe verse un niño sino sólo un hombre en formación,
un pequeño adulto, un hombrecito. Por eso la patología del niño no es otra que
la del adulto, bien que disminuida en intensidad. Como ha escrito Ariés,

el niño era diferente del hombre, pero sólo por el tamaño y la fuerza, mien-
tras que los otros rasgos seguían siendo semejantes. .Sería interesante compa-
rar al niño con el enano, el cual ocupa una posición importante en la tipología
medieval. El niño es un enano, pero un enano que estaba seguro de no que-
darse enano, salvo en caso de hechicería. En compensación éno sería el enano
un niño condenado a no crecer, e incluso a volverse en seguida un viejo ami-
gado?:'.

El texto citado pertenece al libro de Philippe Ariés, El niño y la vida jami-


liar en el Antiguo Régimen. Este autor, el máximo representante de la historia
de las mentalidades, ha resumido el contenido de su libro en las siguientes dos
tesis. Primera, que en la sociedad tradicional

no podía representarse bien al niño, y menos todavía al adolescente. La dura-..


ción de la infancia se reducía al periodo de su mayor fragilidad, cuando la críá.
del hombre no podía valerse por sí misma; en cuanto podía desenvolvere
físicamente, se le mezclaba rápidamente con los adultos, con quienes compar-
tía sus trabajos yjuegos. El bebé se convertía en seguida en un hombre madu-
ro sin pasar por las etapas de la juventud".

La segunda tesis del libro de Ariés se refiere al cambio operado desde


fines del siglo XVII, como consecuencia, entre otros factores, del fenómeno de
la escolarizacióri, que sustituye el aprendizaje en contacto con los adultos por

2 Platón, Leyes 672b-c.


3 Ariés P. El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen, Madrid, Taurus, 1987, 15.
4 Ariés P. Op. cit., pp. 9s.

196
la educación reglada. El niño es separado de los adultos y mantenido, dice
Ariés, en una especie de cuarentena, que es el colegio.

La familia comienza entonces a organizarse en torno al niño, el cual sale de su


antiguo anonimato y adquiere tal importancia que ya no es posible, sin una
gran aflicción, perderle, reemplazarle o reproducirle muchas veces y convie-
ne limitar su número para ocuparse mejor de él. No tiene nada de extraordi-
nario el que esta revolución escolar y sentimental se acompañe a la larga de
un maltusianismo demográfico, de una reducción voluntaria de nacimientos,
sensible a partir del siglo XVIII.Todo esto es coherente".

, El nacimiento de la pediatría como especialidad no se produce hasta que


esta imagen del niño como hombrecito no cede el paso a esta segunda que
comienza a verlo como puro y simple niño. No hay más que traer a la memoria
los grandes capítulos de la historia de la pintura para advertir que, salvo casos
muy particulares, en la pintura anterior al siglo XV11el niño aparece siempre
como un hombre en pequeño, salvo en el caso particular, absolutamente atípi-
co, del niño Jesús. Sólo con la nueva comprensión de la niñez como etapa
propia y natural de la vida, no ya patológica o neutra, sino fisiológica por
antonomasia, más fisiológica que cualquiera de las otras dos, podrá nacer una
auténtica fisiología, psicología y pedagogía de la niñez, y como consecuencia
de todo ello una patología y una medicina específicas. La pediatría es un coro-
lario de la Ilustración y del redescubrimiento de la específicidad de realidades
como la del niño o de la mujer, que hasta entonces habían venido teniendo un
estatuto social, científico y jurídico inferior.

Este segundo modelo encontró su teórico en J.J. Rousseau. La tesis


roussoniana no se limita a decir que el niño no es un ser enfermo o neutro, sino
que va más allá y afirma que es el único sujeto realmente sano, el sano por
antonomasia. El paradigma de humanidad está en la infancia y juventud. Con
lo cual se consuma el proceso de traslación que se había iniciado hace ya mu-
chos siglos. Si en la Grecia clásica la estimación social pasó del anciano al
hombre maduro, ahora se traslada de nuevo desde la madurez hacia la adoles-
cencia y la juventud. Lo cual tiene no sólo consecuencias médicas o sociales
sino también morales. Es el tema que habremos de analizar a continuación.

n. EL NIÑO Y LA MORAL

Relacionado con el anterior problema hay otro no menos interesante. Se


trata de la condición moral del niño. Es un error generalizar la imagen román-
tica que hizo del niño un ser inocente, puro, ejemplo de bondad. La opinión

5 Ariés P, Op. cit., p. 12.

197
r
que ha imperado práticamente a todo lo largo de la historia de la humanidad
ha sido más bien la contraria. y ello aunque sólo sea porque la moralidad es
característica que va unida siempre y necesariamente al uso y disfrute de la
razón, yel niño no la posee en absoluto, o al menos no la posee en plenitud.

... La ética se basa, cuando menos, en la puesta en práctica de algunos prin-


CIpIOSformales, entre ellos el de universalidad y el de imparcialidad o recipro.
cidad. Pues bien, ambos principios son cualquier cosa menos naturales. La
naturaleza n? .hace al ser .humano imparcial sino parcial, de tal modo que le
lleva a beneficiar a uno mismo y a los próximos y amigos, aun en detrimento
de los lejanos o enemigos. Por eso el niño es incapaz de ponerse en la situación
del «observador imparcial". No hay mayor parcialidad que la del niño. Ello
explica por qué el principio ético de universalización es tan tardío en la madu-
ración psicológica del niño, como tan contundente mente han demostrado los
estudios de Piaget y Kohlberg. Para Piaget (1932) el niño evoluciona desde un
estadio amoral a otro de respeto hacia la autoridad de los individuos de más
e,d~d. El niño de tres a. ocho años identifica las reglas morales con las leyes
físicas, y por tanto considera que las normas morales son predicados físicos de
las cosas, que no tienen relación directa con la intención o los valores huma-
nos. El «realismo" del niño pequeño, dice Piaget, le hace identificar lo moral
con lo real, y considerar que las normas 'morales, como las fisicas, son absolu
tas~ sagradas e intocables. A partir de aquí comienza un lento proceso de evo-
lución, .que poco a poco va interiorizando las normas, de tal modo que acaban
dlstan~Jandose de las demandas externas en favor de los principios internos.
Par~ Piaget estos crit~rios internos vienen a identificarse con el principio de
equidad, es decir; de Igual trato para todos en similares circunstancias. Este
cambio acontece, según Piaget, a partir de los ocho o diez años".

,~artiendo de estos datos, Kohlberg llevó a cabo un conjunto de estudios


empincos que en parte le llevaron a confirmar las conclusiones de Piaget y en
parte. a reformarlas. De este modo, elaboró un sistema de evolución de la con-
ciencia moral del niño de tres niveles y seis grados.

Nivel I. Preconvencional:
Estadio 1. Moralidad heterónoma.
Estadio 2. Individualismo, finalidad instrumental e intercambio.

Nivel I1. Convencional:


Estadio 3. Mutuas expectativas interpersonales, relaciones y confor-
midad interpersonal. .
Estadio 4. Sistema social y conciencia.

6 K?hlberg L. «Moral, desarrollo", en David L. Sills (ed.), Enciclopedia internacional de las


crencms sociales, Madrid, Aguilar, vol. 7, 1975, 222-232.

198
Nivel III: Postconvencional o de principios:
Estadio 5. Contrato social o utilidad y derechos individuales.
Estadio 6. Principios éticos universales".

Los datos reunidos por Kohlberg hacen pensar que el Estadio 5 está casi
completamente terminado "para finales de la escuela secundaria" (que en Es-
tados Unidos es dos años anterior a la finalización de la escuela secundaria
española), y no parece progresar desde la época de la escuela secundaria hasta
los 25 años, y si bien durante esos años la puntuación en el Estadio 6 es ligera-
mente superior, esa diferencia no es estadística mente significativa. Parece, pues,
que la conciencia moral evoluciona poco después de la veintena. De hecho, los
padres de los alumnos encuestados, pertenecientes a la clase media y educa-
dos en Universidad, tenían una puntuación ligeramente inferior que sus hijos
en los Estadios 5 y 6. Según Kohlberg, el desarrollo adulto es primordialmente
un asunto de estabilización, un abandono de las formas de pensamiento infan-
tiles, más que de formación de formas de pensamiento nuevas o más elevadas.

No es un azar que la teoría de Kohlberg se haya puesto en relación directa


con la idea de justicia. Aristóteles dice que la justicia es la virtud general, ya
que todas las demás o son justas o no son virtudes. De ahí que la justicia se
identifique, en última instancia, con la propia vida moral. De hecho, justo
significa ajustado, correcto, y corrección es igual a vida moral. Hay ciertos
idiomas en los que esto es particularmente claro, como en inglés, donde una
misma palabra, right, sirve para designar lo justo y lo correcto.

Pues bien, la justicia no es una virtud natural, ni tiene sentido decir de!
niño que es justo. Más bien habría que afirmar lo contrario, que el niño es
injusto por naturaleza. Esta fue una de las razones aducidas por la teología
clásica en favor del pecado original. Para San Agustín la demostración empíri-
ca del pecado original se halla observando la conducta de los riiños, que no por
azar Freud definió como "perversos polimorfos». y cuando la cultura occiden-
tal se seculariza, en los siglos de la modernidad, la interpretación varía, pero el
hecho permanece invariable. Más que relacionarlo con el pecado original,ahora
se dirá que la moralidad no es propiedad de la naturaleza, ni animal ni huma-
na, sino producto de la razón, y como tal algo que se conquista a través del
tiempo, a lo largo de muchos años, precisamente los propios de la infancia y la
adolescencia. Un autor tan naturalista en ética como David Hume no duda en
afirmar, en 1740, en su Tratado de la naturaleza humana, que los principios de
justicia y equidad son el resultado de un lento y difícil proceso de maduración
individual y colectiva de los seres humanos. No me resisto a transcribir las
propias palabras de Hume:

7 Kohlberg L. Psicología del desarrollo moral, Bilbao, Desclée de Brouwer, 1992, 1885.

199
--------~---~-~-------------~--~~---:-~~--~-~

Supongamos que una persona me ha prestado una suma de dinero a condi-


ción de que se la devuelva en unos cuantos días, y supongamos también que,
al expirar el plazo, el prestamista exige la devolución. Yo pregunto: qué ra-
é

zón o motivo me obliga a devolver el dinero? Cabe responder que mi respeto


por la justicia y mi aborrecimiento por la villanía y el fraude tienen que ser ya
razón suficiente, con sólo que me quede algo de honestidad o de sentido del
deber y la obligación. No me cabe duda de que esta respuesta es justa y con-
vincente para un hombre civilizado, formado según una determinada discipli-
na y educación. Pero en su condición más ruda y normal (si queréis llamar
natural a una condición tal) esta respuesta tendría que ser rechazada por
totalmente ininteligible y sofística. En efecto, el hombre que se encontrara en
tal estado os preguntaría inmediatamente en qué consiste esa honestidad y.
justicia que encontráis en la devolución de un préstamo y en la abstención de
la propiedad ajena",

El ser humano no tiende naturalmente a la justicia sino sólo racionalmen-


te. Como dice Hume, la justicia no es una tendencia natural sino un motivo de
la voluntad.

En general, puede afirmarse que en la mente de los hombres no existe una


pasión tal como el amor a la humanidad, considerada simplemente en cuanto
tal y con independencia de las cualidades de las personas, de los favores que
nos hagan o de la relación que tengan con nosotros".

., Esta imagen no ~ambia más que con la llegada del romanticismo. Philippe
Anes h~ sabido v~r como ese cambio se encuadra dentro de otro más general,
de caracter estnctamente moral. El separar a los niños de sus padres y
escolarizarlos, dice Ariés, «debe interpretarse como un aspecto más de la gran
moralización de los hombres realizada por los reformadores -católicos o pro-
testantes- de la Iglesia, de la magistratura o del Estado»:", Esta moralización
pasa por el cambio de actitud ante el niño. En Rousseau se ve bien el giro total
que sufre el planteamiento de este problema. Para él el amor a la humanidad
es completamente natural, y por tanto adorna al niño desde sus mismos co-
mienzos.

Pongamos por máxima incontestable que los primeros movimientos de la na-


turaleza son siempre rectos; no hay perversidad original en el corazón huma-
no: no se ~alla en él un solo vicio que no se pueda averiguar cómo y por dónde
se introdujo. [oo.] Es conveniente que un niño no haga nada porque le ven o le
oyen, o sea on respecto a los demás, sino que debe actuar según los dictados
de la naturaleza, y entonces no hará ningún acto que no sea bueno!'.

8 Hume D. Tratado de la naturaleza humana, Madrid, Tecnos, 1988, 646-7_


9 Hume D. Op. cit., 648_
10 Ariés P,Op. cit., 12_
II Rousseau, J.J. Emilio o la educación, Barcelona, Bruguera, 1979, 140-1..

200
--- --- --- ------

La maldad y la injusticia tienen su origen en las relaciones sociales, no en la


estructura natural. El niño pasa así de ser un demonio a ser un ángel. Si toda
la pedagogía tradicional tuvo por objetivo «educar» (en el doble sentido de
educare, conducir hacia el fin correto a un sujeto que no es capaz de conducir-
se a sí mismo y que tiende a la desviación, y de educere, sacar del interior de
uno mismo lo mejor que éste lleva dentro de sí), es decir, ayudar a que el niño
pase cuanto antes de su peligrosa situación a la de hombre adulto, el único
auténticamente natural y moral, el romanticismo roussoniano supone un drás-
tico cambio de mentalidad, de tal modo que la educación va a tener por objeto
a partir de entonces hacer vivir al niño como niño, evitando su adultización
prematura. Esto, que desde la mentalidad tradicional no puede verse más que
como una perversión, ahora aparece como lo único lícito.

Este cambio ha supuesto una revolución conceptual tan importante como


la que se operó en la época de la Grecia clásica. Si entonces se produjo un
corrimiento de la estimación social desde la ancianidad hasta la madurez,
ahora ha acontecido otro no menor, esta vez de la madurez a la niñez y juven-
tud. Ahora el paradigma de perfección física y moral pasa a ser el joven, si no
el adolescente o el niño.

Esto tiene expresiones prácticas muy concretas. Una de ellas ha sido la


reducción paulatina de la fecha de la mayoría de edad. Las leyes liberales del
siglo XIX rebajaron la fecha de la mayoría de edad de los hombres a los vein-
tiún años, y la de la emancipación a los dieciocho. Más adelante, ya en nuestro
siglo, se produjo un nuevo recorte, quedando establecida la mayoría de edad
en los dieciocho y la emancipación en los dieciséis. Y como la lógica del proce-
so no puede pararse ahí, en las últimas décadas ha intentado irse aún más allá
en esta dirección, lo que ha dado lugar a la doctrina del «menor maduro». La
base teórica se halla en el principio de que los derechos civiles o subjetivos
existen en el individuo desde el mismo momento en que éste es capaz de dis-
frutarlos, y que puede suceder y seguramente sucede con gran frecuencia bas-
tante antes de los dieciocho años. Esto ha llevado a elaborar toda una doctrina
nueva de los derechos del menor, y a establecer en los doce años la fecha en
que un menor puede disfrutar, si goza de madurez, de sus propios derechos
humanos. De hecho, nuestro Código Civil establecía ya que en ciertos supues-
tos de patria potestad, el juez deberá tener en cuenta la opinión del hijo «si
tuviera suficiente juicio y en todo casi si fuera mayor de doce años» (art. 156
CC; d. art. 159 y 177). Esto 'tiene importantísimas consecuencias prácticas,
por ejemplo en la capacidad o no del menor maduro para disfrutar de su sexua-
lidadlibre de la tutela de sus padres. Toda la ambigüedad de los juicios de
nuestra sociedad respecto de la conducta moral de los adolescentes tiene como
base el conflicto entre los dos modos descritos de entender su vida moral, el
modo o modelo «parernalista. o clásico y el «autonomista» o moderno. Estos
son los dos grandes paradigmas desde los que se han venido enfocando los

201
problemas morales del ejercicio de la pediatría. Es el punto que hemos de
analizar ahora.

In. ¿ES POSIBLE ERRADICAR EL PATERNAllSMO


DE LA PEDIATRIA?

Los problemas éticos de la pediatría pueden enfocarse desde distintos


criterios éticos. El primero, el más clásico, es el que hemos denominado
«paternalista». Consiste éste en considerar al menor de edad como un incom-
petente completo, incapaz de tomar decisiones sobre su cuerpo y su vida de
modo racional y «prudente". Esta tesis se encuentra ya claramente formulada
en la Etica a Nicómaco, cuando Aristóteles afirma que

los jóvenes pueden ser geómetras y matemáticos, y sabios en cosas de esa


naturaleza, y, en cambio, no parece que puedan ser prudentes. La causa de
ello es que la prudencia tiene por objeto también lo particular, con lo que uno
llega a familiarizarse por la experiencia, y el joven no tiene experiencia, por-
que es la cantidad de tiempo lo que produce la experiencia. Uno podría pre-
guntarse también por qué un niño puede indudablemente ser matemático y
no sabio, ni filósofo. ¿No será porque los objetos matemáticos son el resultado
de la abstracción mientras que los principios de los otros proceden de la expe-
riencia, y de cosas así los jóvenes hablan sin convicción, mientras que les es
patente el ser de los primeros?".

Las decisiones sobre el cuerpo y la vida del niño y el joven deben hacerse
siempre buscando su «mayor beneficio», coincida éste o no con el deseo o el
criterio del propio sujeto. Naturalmente, siempre que esté en juego la vida, la
salud o el bienestar del niño, el mayor beneficio consiste en la defensa de esos
valores, aun a costa de contrariar su voluntad. Por tanto.Jos conflictos entre
beneficencia y autonomía han de resolverse siempre en favor de la primera,
aunque ello suponga una lesión de la segunda.

Ahora bien, esto plantea un problema de enorme magnitud, y es el de


saber qué debe entenderse por «mayor beneficio" y quién debe definir algo
como tal. La tesis clásica es que lo bueno y lo malo son predicados objetivos, ya
que expresan cualidades reales de las cosas y de los actos. La salud es en sí
buena y el matar es en sí malo. La saludes buena en sí, yel homicidio malo en .
sí. Por tanto, determinar cuál es el mayor beneficio es algo que puede hacer
cualquier persona en su sano juicio, ya que poseyendo éste todas y 'cada una
coincidirán en la solución. Naturalmente, siempre tendrá que haber una que
se haga en cada caso responsable directa de la decisión. Por pura lógica, esa

\2 Aristóteles,Et. Nic., VJ 8: 1142a14-21.

202
responsabilidad se ha dejado en manos de los padres. Así lo hace, por ejemplo,
nuestro Código Civil al hablar de la patria potestad (art. 154 y ss.) y de la
tutela (art. 216). La patria potestad, dice el primero de los artículos, «se ejer-
cerá siempre en beneficio de los hijos», y deber de éstos será «obedecer a los
padres mientras permanezcan bajo su potestad, y respetarles siempre". (art.
155). En cualquier caso, como puede ser que los padres no interpreten bien el
principio del mayor beneficio, o que actúen de modo contrario, es decir, en
perjuicio del menor (d. arto 158.3), el juez tiene siempre la potestad de sus-
pender la patria potestad y promover la ~utela del menor. (art. 215ss). La fun-
ción del fiscal, y en última instancia del juez no es defimr lo que es el mayor
beneficio del niño, puesto que se supone que esto se halla ya objetivamente
definido, sino velar porque los padres respeten ese princ~pio y lo. a~liquen en
su toma de decisiones. Repito, se parte de que el beneficio es objetivo y debe
ser cumplido por todos en las decisiones de sustitución sobre menores ° inca-
paces. Este es también el caso del médico. En los cas.os de enf~rmedad la doc-
trina clásica ha considerado que quien se halla mejor capacitado para com-
prender de forma objetiva lo que es el mayor beneficio del meno:- es el m~~i~o.
De ahí que nadie, ni los padres, tengan la capacidad de interfenr en su JUICIO,
cuando la vida, la salud o el bienestar del menor están enjuego. Lo contrario
sería no 'sólo un acto inmoral sino también antijurídico.

Ese modo de razonar es inobjetable siempre y cuando se considere posi-


ble definir de modo objetivo el mayor beneficio. Pero esto se ha hecho cada vez
más problemático, y el pensamiento liberal moderno lo acepta difícilmente.
No hay; en contra de lo que pudiera parecer, un concepto objetivo de ,salud o
de bienestar, porque en su definición intervienen siempre valores, y estos no
sólo no son homogéneos en las sociedades llamadas pluralistas, sino que ese
pluralismo axiológico se halla protegido por un derecho humano, el derecho a
la libertad de conciencia.

Naturalmente, los derechos humanos son valores, y se supone que valo-


res compartidos por todo el conjunto de los seres ra~ionales. Por tanto, par~ce
que el pluralismo nunca puede ser absoluto, y que nene que haber un ~mblto
de algún modo exento de variabilidad. El problema es cómo se determina ese
ámbito. La tesis que se ha ido imponiendo en los siglos modernos es que el
mundo de los valores debe ser, en principio, de gestión privada, y q~e l~s
valores públicos, que todos debemos respetar por igual, no pueden surgir mas
que del consenso racional entre los miembros de la sociedad. Por eso ~l mundo
moderno ha tenido que dividir el viejo constructo de la «benefiencia» o del
«mayor beneficio» en dos principios distintos, que se han deno~in<;J-d?, respec-
tivamente, de «beneficencia" y de «no-rnaleficericia». La beneficencia queda,
en principio, a la libre gestión de los individuos particulares, de ac~erdo con
su peculiar sistema de valores y proyecto de vida. Por el contrano, .la no-
maleficencia se establece por vía de consenso racional, y debe ser siempre
gestionada por el Estado.

203
Esta distinción resuelve muchos problemas del mundo de las personas
adultas, pero en el caso de los niños e incapaces plantea otro aún más agudo.
Los niños, al menos los muy pequeños, los menores de doce años, no tienen
sistema de valores propio, ni por tanto pueden definir SQ propia beneficencia.
Pero por otra parte, el Estado, y en su representación el juez no pueden cuidar
de su beneficencia sino sólo de su no-maleficencia. Y entonces se plantea el .
problema de cómo definir el contenido de la beneficencia en el caso de los
menores e incapaces. Es el asunto conocido en la literatura con el nombre de
«decisiones de sustitución».

Según el modelo clásico, las decisiones de sustitución se hacían siempre


proyectando sobre el incapaz lo que la familia, el médico, el juez o toda la
sociedad consideraban que era su «beneficio» o su «mayor interés». En la si-
tuación moderna eso ya no es posible, dado que la sociedad no puede ni debe
definir el beneficio de una persona, capaz o incapaz, sino sólo protegerle del
perjuicio. Pero eso no significa que no pueda y deba intentarse definir lo que es
el mayor beneficio de un niño. Una pista nos la da el propio Código Civil,
cuando afirma que estas decisiones les corresponden, en principio, a los fami-
liares. Ello no se debe sólo ni principalmente al hecho de que los padres suelan
querer a los hijos, etc. La razón es, a mi entender, más profunda. Se trata de
que la familia es desde su raíz una institución de beneficencia. Así como la
función del-Estado es la no-maleficencia, la de la familia es la beneficencia. La
familia es siempre un proyecto de valores, una comunión de ideales, una insti-
tución de beneficencia. Lo mismo que los familiares tienen derecho a elegir la
educación de sus hijos, o a iniciarlos en una fe religiosa, tienen también dere-
cho a dotar de contenido a la beneficencia del niño, siempre y cuando, natu-
ralmente, no traspasen el límite de la no-maleficencia. Los padres tienen que
definir el contenido de la beneficencia de su hijo, pero no pueden actuar nun-
ca de modo maleficente.

En consecuencia, pues, ni el médico, ni el Estado tienen capacidad para


definir lo que es el mayor beneficio de un niño. Esta capacidad no les corres-
ponde más que a los padres o a los tutores. La función del Estado no es ésa,
sino otra muy distinta, que consiste en vigilar para que padres y tutores no
traspasen sus límites y so pretexto de promover la beneficencia de sus hijos no
estén actuando en perjuicio suyo, es decir, maleficentemente. El médico, por
su parte, tampoco es quién para definir la beneficencia del menor. Por más que
tradicionalmente lo haya hecho así, este proceder debe considerarse hoy inco-
rrecto. Eso es lo que se entiende por «paternalismo». De ahí que la doctrina
antipaternalista por antonomasia, el consentimiento informado, sea de aplica-
ción estricta en pediatría. La única diferencia con el caso de los adultos es que
aquí el consentimiento tienen que darlo los familiares, sobre todo cuando el
niño es menor de doce años o no tiene suficiente juicio. En el caso contrario,
cuando es mayor de doce años y tiene suficiente juicio, la decisión deberá o no
tomarla en menor, según los casos, pero en cualquier caso siempre deberá ser

204
oido con antelación. El tema es de una complejidad que no puede ser analiza-
da aquí, pero quede, al menos, enfocado en sus puntos fundamentales.

CONCLUSIÓN

La ética es una propiedad de los seres humanos en tanto que racionales.


Sin razón no hay responsabilidad moral posible, ni por tanto ética. Esto ha
hecho siempre especialmente problemático el periodo de la vida en que los
hombres no tienen razón, o al menos no la tienen plenamente, sino en fase de
desarrollo. Ello supone que también poseen una ética peculiar, de algún modo
inrnadura, en desarrollo. Esto ha llevado a considerar que sus opiniones no
deben ser tenidas en cuenta y que las decisiones sobre su vida, salud y bienes-
tar tienen que ser tomadas por otras personas, aunque ello vaya contra los
deseos explícitos del niño. En el texto hemos visto con algún detalle cómo esta
opinión ha sido la clásica en el manejo de los problemas éticos en la práctica
pediátrica, y cómo en los últimos tiempos ha surgido una teoría alternativa,
que intenta poner coto al paternalismo pediátrico, distinguiendo no-
maleficencia de beneficencia y concediendo al menor y a sus familiares la
capacidad de definir qué entienden por beneficio o por mayor beneficio. Esto
ha llevado a modificar muchos de los enfoques clásicos en el manejo de los
conflictos éticos surgidos en la práctica pediátrica. Pero ese es ya otro tema.

205
------------,------

10
EL RETRASO MENTAL EN LA HISTORIA

INTRODUCCIÓN

Hace años hube de escribir una breve historia de la enfermedad mental. Y


de un modo que algunos consideraron escandaloso, pero que se corresponde
de forma perfecta con los datos disponibles, la dividí en tres partes. Mi tesis
fue que la atención al enfermo mental ha corrido pareja con la actitud ante los
animales. Durante muchos siglos, al enfermo mental se le ha tratado como
animal furioso, es decir, con medios de exclusión y de contención, cuando no
con la propia muerte. A partir del siglo XVIII, se le trató como un animal do-
méstico, sometiéndole a un proceso de domesticación terapéutica. La Psiquia-
tría fue la ciencia .de esa domesticación. Y finalmente, en las últimas décadas,
con la revolución antipsiquiátrica, se ha comenzado a tratar al enfermo men-
tal como un animal humano, siguiendo en esto de nuevo la suerte de la actitud
de nuestra sociedad ante los animales.

Pienso que la historia del retraso mental corre pareja con esta que acabo
de indicar. En una primera fase, que duró prácticamente hasta el siglo XV1ÍI,al
retrasado mental severo se le consideró como una especie de monstruo que
era necesario excluir de la sociedad de los eres humanos. A finales del siglo
XVIll comienza una segunda actitud, en la que el retraso mental se medicaliza
y es visto como una enfermedad que es necesario tratar mediante procedi-
mientos especiales. Finalmente, en las últimas décadas ha surgido una nueva
actitud, presidida no ya por la consigna de la exclusión o dé la educación
especial, sino de la normalización e integración. En consecuencia, mi exposi-
ción va a constar de tres partes, que estudiarán las tres fases fundamentales de
la historia del retraso mental, la de exclusión, la de reclusión y la de integra-
ción.

207
l. LA FASE DE EXCLUSIÓN: EL RETRASADO MENTAL
COMO ANIMAL SALVAJE

Cuando hablamos de retraso mental como categoría no nos estamos refi-


riendo a las pérdidas de capacidad intelectual producidas en las fases adultas
de la vida, ni por tanto a lo que técnicamente se denominan en neurología y
psiquiatría demencias, sino a los tipos de retraso mental que tienen una base
genética o congénita, y que por tanto han acompañado al sujeto desde épocas
muy tempranas de su vida, por lo general desde el nacimiento. Los tratadistas
han asociado desde muy antiguo el déficit intelectual con otras malformacio-
nes somáticas más o menos severas, y por tanto han considerado estos cuadros
como polimalformaciones congénitas más o menos aberrantes o monstruosas.

He utilizado esta última palabra adrede. Como es bien sabido, el concep-


to clásico para designar a lo que hoy conocemos como malformaciones congé-
nitas ha sido el de térata, en griego, y monstra, en latín. La deficiencia mental
grave ha sido vista clásicamente como una monstruosidad, o mejor, como
muchos tipos de monstruosidades.

El tema de las monstruosidades preocupó mucho en todas las culturas


tradicionales. La deformidad fue siempre vista como un signo de alejamiento
de Dios, por tanto, como una «des-gracia» o una "deuda» para con Dios. Las
generaciones unívoca y equívoca tienen un carácter positivo, yen últimas ins-
tancia son expresiones de la propia divinidad. Por el conrrario, la monstruosi-
dad es expresión de las fuerzas negativas, dernoníacas en el mundo. Los mons-
truos son la expresión y la consecuencia de un "desorden» (káos). Las genera-
ciones, tanto unívoca como equívoca, son expresiones de «orden» (kósmos), en
tanto que las monstruosidades son expresiones de desorden.

El desorden es por definición antinatural, malo, feo, enfermo, y nunca


puede ser querido por Dios. Más aún, se considera que las malformaciones
congénitas son castigos de Dios por faltas conocidas.

No te postrarás ante ellas [las imágenes de dioses falsos] ni les darás culto,
porque yo Yahvéh, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los
padres en los hijos hasta la tercera generación de los que me odian, y tengo
misericordia por mil generaciones con los que me aman y guardan mis man-
damientos 1.

Moisés invocó el nombre de Yahveh. Yahvéh pasó por delante de él y exclamó:


'Yahvéh, Yahvéh, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en
amor y fidelidad, que mantiene su amor por mil generaciones, que perdona la

Ex. 20,5.

208
iniquidad, la rebeldía y el pecado, pero no los deja impunes; que c~~tifa la
iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera Ycuarta generaclOn .

Por eso en la cultura antigua hay una gran tendencia a excluir .de la co-
munidad sagrada a los deformes. Esto se ve también de ~odo muy eVlden.te en
el pueblo de Israel. Cuando en el libro del Levítico se senalan las condiciones
requeridas para poder ser sacerdote de! pueblo de Israel, se excluyen a todos
los deformes:
. .. n
Ninguno de tus descendientes en cualquiera de ~us generaClon:s, ~I tiene u _
n
defecto corporal, podrá acercarse a ofrecer el alimento de s~ ~lOs, p~es.m .
gún hombre que tenga defecto corporal, ha de a.cercarse: m ~Ie?? m cojo n~
deforme ni monstruoso, ni el que tenga roto el pie o la ma~~, ni ~orobado ni
raquítico ni enfermo de los ojos, ni el que padezca sarna o una, ni el eunuco.
Ningún descendiente de Aarón que tenga defecto cor~oralp~ede acercarse a
ofrecer los manjares que se abrasan en honor de Yahveh. TIene defecto; no se
3
acercará a ofrecer alimento de su Dios •

Esta mentalidad está también presente en el nuevo testamento. Así Juan:

Pasando vio Jesús un hombre ciego de nacimiento. y le preguntaron. sus discíp~-


los diciendo: Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciese ciego ..

Respondieron Yle dijeron: Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y tú nos


das lecciones a nosotros?" .

Lo mismo sucedió en la cultura griega y en la latina. El térrr:ino grieg?


para designar la monstruosidad es téras, que en griego sig.nifica «SIgno», «rm- -
lagro», «maravilla», «portento»; es decir, exactamente 10 rmsmo que mo.nst:um
en latín, término que, a través de monstrare, deriva de ~onere, que slg~lfica
«admonición", «aviso», «advertencia». En el DlctlOnnatre d~s AntlqUlte: de
Daremberg se añade: «En la utilización usual del término, designa u~ fenome-
no extraño, contra natura, en el que la propia singularidad const~t~ye ~,na
advertencia sobrenatural, susceptible de ser interpretada por la adl~tn~CI?~.
Como instrumentos de adivinación, los monstra entran en l~ categona infini-
tamente extensible de los fenómenos insólitos, que ~xcJtan el asombro
(miracula), y que se suponen destinados a hacer pres~nttr ~ortenta), a m?s-
trar (ostenta), 0, en general, a revelar (prodlgw) las intenciones de los dio-
ses-".

2 Ex. 34,5-7.
3 Lev. 21, 17-20.
4 Jn 9, 1-2.
5 Jn 9, 34. . d .. , G t Romames
6 MM. CH. Daremberg, EDM. Saglio, Dictionna¡re es AnnqUltes recques e ,
Tome Troisiéme, Deuxiéme partie, Reprint, Graz, Akadernischen Druck- u. Verlagsanstalt,

209
La especulación antigua y medieval sobre los monstruos es enorme. El
tema aparece por todas partes. Por ejemplo, Santo Tomás de Aquino trata de él
en la Summa Theologica dos veces. Partiendo de Aristóteles, y de su idea de
que los mostruos son alteraciones del curso de la naturaleza (peccata in tiatura
sunt monstra), Santo Tomás concluye que son consecuencias del pecado, es
decir, el resultado de faltas morales. He aquí los textos:

Se dice que los monstruos ("monstra") son pecados en cuanto son producidos
por el pecado existente en la actuación de la naturaleza'.

De este modo comenta Santo Tomás un texto de. Aristóteles en la Física8,


en el que dice que peccata sunt monstra in natura (los pecados son como los
monstruos en la naturaleza). Y añade Santo Tomás:

Los monstruos ("mon.scra") no son perfecciones, sino son ciertas cosas genera-
das al margen de la naturaleza".

y en otro lugar:

Es manifiesto que las cosas que se substraen al orden de un principio o causa


inferior están sometidas a un principio más alto; así los nacimientos de mons-
truos en los animales se substraen a la virtud activa del semen, pero se subor-
dinan a un principio más alto que es el de los cuerpos celestes, o de la Provi-
dencia divina en último término 10.

El tema aparece en otros muchos autores. Campanella dice en La ciudad


del ~ol que sus habitantes «opinan que los padres transmiten a los hijos el
castlg? antes que la culpa; y que ésta revierte de los hijos a los padres porque
descuidaron la procreación o la ejercitaron fuera de tiempo o de lugar»!',

En 1575, el gran cirujano francés Ambrosio Paré Publica su libro Des


Monstres et Prodiges. El Prefacio dice así:

1969, p. 1994. San Isidoroescrib~en sus Etimologías: «Seconocencon el nombre de porten-


tos, ostentas, monstruos y prodigios, por~ue anuncian (portendere), manifiestan (ostendere),
mu~stran (monstrare) y predicen (praedLcare) algo futuro. Enefecto, explicanque 'portento'
deriva de portendere, es de.cir,anunciar de antemano. Los'ostentas', porque parecen mani-
fest~r algo que va a ocurnr. Los'prodigios', porque 'dicen previamente' (porro dieere), es
decir, predicen lo que va a suceder. Por su parte, monstra deriva su nombre de monitus .
porque se 'm~estran' para indicar algo, o porque 'muestran' al punto qué significado tiene
una cosa. Y este es su significado propio, que se ha visto, no obstante; corrompido por el
abuso que de esta palabra han hecho los escritores". San Isidoro Etymologiarum XI 3 2-3
7 {-I121 1 ad l. '" .
8 Phys!l, 8: 199b 3-4.
9 I-Il 21 1 l.
10 U-lI SI 4 co.
TomasoCampanella, La ciudad del sol, en Eugenio Irnaz, ed., Utopías del Renacimiento
11 ,
México, FCE,1982, p. 195. '

210
Los monstruos son cosas que aparecen fuera del curso de la naturaleza (y que,
en la mayoría de los casos, constituyen signos de alguna desgracia que ha de
ocurrir), como una criatura que nace con un solo brazo, otra que tenga dos
cabezas y otros miembros al margen de lo ordinario. Prodigios son cosas que
acontecen totalmente contra la naturaleza, como una mujer que dé a luz una
serpiente o un perro, o cualquier otra cosa totalmente opuesta a la natura-
leza ".

El problema era establecer la etiología de las monstruosidades, es decir,


de por qué ciertos niños nacían con deformaciones. En las culturas más tradi-
cionales, ya lo hemos visto, se apelaba pura y simplemente al castigo divino.
Las culturas más sofisticadas complicaron la respuesta. Nunca se negó, cierta-
mente, la posibilidad del castigo directo por parte de Dios. Pero otras muchas
veces se achacó a causa humana. Dado que algunas malformaciones congéni-
tas asemejan a los pacientes a determinados tipos de animales, se pensó que la
causa debía ser el comercio carnal de un ser de la especie humana con un
animal. Este era un pecado nefando, que, por ejemplo, Moisés castiga con la
muerte 13. Los seres resultantes no eran, lógicamente, sujetos de la especie hu-
mana de modo completo, sino sólo en parte. Esto, como luego veremos, plan-
teó en la Edad Media graves problemas teológicos.

Pero también cabía otra posibilidad, que era el comercio de mujer con un
ser no inferior al hombre, sino superior a él, concretamente con un demonio.
En estos casos, el individuo resultante tenía el cuerpo de ser humano pero
carecía de alma, ya que su lugar lo ocupaba el espíritu maligno. Se trataba,
pues, de endemoniados congénitos, algo absolutamente aceptado en el mundo
antiguo, y sin lo cual resultan incomprensibles muchos pasajes de los propios
Evangelios. Recuérdese, por ejemplo, el relato de los endemoniados gadarenos 14.
Se trata de una especie de loco furioso, que ha sido así durante mucho tiempo,
quizá desde su niñez. Muchas veces había sido sujetado con grilletes y cade-
nas, que él rompía para irse a vivir a los sepulcros y los montes, donde estaba
desnudo, «dando gritos y cortándose con piedras-". Jesús les echa afuera su
espíritu maligno, enviándolo a una piara de cerdos, que se lanzó despeñadero
abajo al mar. He aquí un ejemplo de monstruosidad espiritual, ya que afecta
más al alma que al cuerpo, y que por tanto es el arquetipo de la enfermedad
mental. De ahí que los evangelistas digan, tras la intervención de Jesús, que el
sujeto estaba «vestido y en su sano juicio-". En los casos congénitos, obedecen
al comercio de mujer con demonio, Esos sujetos no tienen alma, sino el espíri-

12 AmbroiseParé, Monstruos y prodigios, Madrid, Siruela, 1987, p. 2l.


13 Lv 18,23; 20,16.
14 Mt 8,28-34; Mc 5,1-20; Le 8,26-39.
15 Me 5,5.
16 Me 5,15.

211
tu maligno, que por eso mismo no es simplemente expulsado, sino transferido
a otro ser, que en el relato evangélico son una piara de cerdos. Los demonios,
por tanto, pueden aparecer corno hombres y mujeres, y copular con seres hu-
manos. Son los llamados Íncubos y súcubos. Ambrosio Paré los describe aSÍ:

Algunos son llamados íncubos y súcubos; íncubos son demonios que se trans-
forman en hombres y copulan con las brujas; súcubos son demonios que se
metamorfosean en mujeres. Y tal cohabitación no se efectúa solamente dur-
miendo, sino también durante la vigilia, cosa que han confesado y sostenido
varias veces los brujos y brujas, al aplicárseles la pena de muerte. San Agustín
no negó en absoluto que los diablos, transformados en hombres o en mujeres,
pudieran cumplir con las obras de la naturaleza y tener trato carnal con hom-
bres y mujeres para inducidos a la lujuria, engañarlos y burlarse de ellos; y es
cosa que no solamente comprobaron los antiguos, pues incluso en nuestro
tiempo les ha sucedido a diversas personas, con las que han tenido relaciones
los diablos, transfigurados en hombre o en mujer"

Los retrasados mentales profundos son, pues, monstruos, pero monstruos


espirituales, que de algún modo son malditos de Dios y poseídos del demonio.
Hay un texto de Colloquia Mensalia de Lutero que describe esto perfectamente.
Helo aquí:

Hace ocho años, vivía uno [retrasado mental] en Dessau, con el que yo, Mar-
tín Lutero, tuve un encuentro. Contaba doce años de edad y poseía pleno uso
de sus ojos y demás sentidos, de modo que cualquiera podía pensar que era
un niño normal. Pero no hacía otra cosa que devorar el alimento propio de
cuatro patanes o segadores. Comía, defecaba y babeaba y, si alguien lo agarra-
ba, daba en chillar. Cuando no lo pasaba bien, lloraba. Así que le dije al prín-
cipe de Anhalt: 'Si yo fuera el príncipe, llevaría este chico al río Mulde, que
fluye en las inmediaciones de Dessau, y lo ahogaría'. Pero el Príncipe de Anhalt
y el de Sajonia, que por azar estaba presente, rechazaron mi consejo. Enton-
ces declaré: 'Pues yo digo que los cristianos harán que se rece el Padrenuestro
en la Iglesia, y rogarán al Señor su Dios que se lleve al demonio'. Las oraciones
se repitieron diariamente en Dassau y el infeliz falleció al año siguiente. Cuando
se le preguntó a Lutero por qué había hecho semejante recomendación, repli-
có que estaba persuadido de que tales fenómenos no eran más que una masa
de carne, una masa carnis sin alma. Pues el diablo tiene poder para corromper
a las personas dotadas de razón y alma cuando las posee. ¡El diablo ocupa el
lugar del alma enlas pobres criaturas!".

17 A: Paré. Monstruos y prodigios, Madrid, Siruela, 1987, p. 82. Paré dedica los párrafos
siguientes a rebatir esta creencia, muy generalizada en su tiempo, de que los demonio:
pueden engendrar seres humanos.
18 M. Luther. Colloquia Mensalia, London,William Du Grand, 1652, p. 387.

212
La teoría de que las monstruosidades eran debidas, bien al comercio de
ser humano con bestia, bien al comercio con demonio, tenía en su base la
creencia de que la mujer podía concebir seres no humanos, o simplemente
animales. Esta idea fue común a todo lo largo de los siglos antiguos y medieva-
les. ASÍ, por ejemplo, Plinio cuenta que en Umbría una mujer parió una ser-
piente'". En el libro XI de las Etimologías San lsidoro relata multitud de ejem-
plos de este tipo. Así, los gigantes, los cinocéfalos, los cíclopes, etc., son seres
sernihumanos o semianimales, o al menos de pertenencia dudosa a la especie
humana. He aquí cómo expone esto San Isidoro:

El nombre de gigantes presenta una etimología griega, pues los griegos los
denominan gegen.eis, es decir, terrígenas, porque se piensa fabulosamente que
fue la tierra quien los engendró con su inmensa mole y los hizo semejantes a
ella. En griego ge es el nombre de la tierra; génos, por su parte, significa 'lina-
je'. En consecuencia, la gente suele llamar 'hijos de la tierra' .a aquellos cuya
genealogía es incierta. Algunos, inexpertos en las Sagradas Escrituras, opinan
falsamente que los ángeles prevaricadores yacieron con las hijas de los hom-
bres antes del diluvio, y de aquí nacieron los gigantes, hombres de enorme
talla y fuerza que llenaron la tierra. Los cynocéfalos deben su nombre a tener
cabeza de perro; sus mismos ladridos ponen de manifiesto que se trata más de
bestias que de hombres. Nacen en la India".

La enumeración de San Isidoro continúa a lo largo de páginas y páginas,


y demuestra que no sólo se consideraba posible la existencia de seres mitad
hombres y mitad bestias, sino que se afirmaba positivamente su existencia,
sobre todo entre los pueblos bárbaros. Y es que, en efecto, la amencia sería una
especie de barbarie, y la barbarie un modo de amencia. Tal es la tesis que van
a mantener los filósofos griegos.

Platón, como buen griego, consideró siempre que los.polítaipor antono-


masia eran los griegos, y que todos los otros pueblos quedaban incluidos en la
categoría de bárbaroi". No debemos olvidar que el término griego bárbaros
significó originariamente el que no sabía hablar griego, el extranjero. Todos
eran bárbaros, todos eran rudos, y tenían un dominio pobre y deficiente del
lógos. Lógos significa en griego, corno es bien sabido, palabra, pero significa
también razón. Los bárbaros son deficientes en ambos sentidos de la palabra
lógos.

Aristóteles creyó posible dar una definición esencial de las especies, por
tanto construida según el género próximo y la diferencia específica. Y como es
bien sabido, esa definición fue la de zoon lógon ekhon. El texto se halla al
comienzo de la Política, en un párrafo que no tiene desperdicio. Dice así:

19 Plinio. 7,3.
20 San Isidoro. Erymologiarum Xl, 3, 13-1S.
21 Leyes I![: 693 a.

213
La razón por la cual el hombre es, más que la abeja o cualquier animal grega-
rio, un animal social (politikon o ánthropos) es evidente: la naturaleza, como
solemos decir, no hace nada en vano, y el hombre es el único animal que tiene
palabra (lógon de mónon ánthropos ejei ton zóon). La voz tfoné¡ es signo del
dolor y del placer, y por eso la tienen también los demás animales, pues su
naturaleza llega hasta tener sensación de dolor y de placer y significársela
unos a otros; pero la palabra (lógos) es para manifestar lo conveniente y lo
dañoso, lo justoy lo injusto, y es exclusivo del hombre, frente a los demás
animales, el tener, él solo, el sentido del bien y del mal, de lo justo y de lo
injusto, etc., y la comunidad de estas cosas es lo que constituye la casa y la
ciudad".

La especie humana se define, pues, por un género próximo, la animalidad,


y una diferencia específica, que es el lógos, por tanto el lenguaje y la razón.
Cuando se carece de estas características, no se pertenece a la especie huma-
na, ni por tanto, como dice Aristóteles, puede formarse parte de la casa, oikía,
y de la ciudad, pólis. Con los seres que no sean racionales no se puede tener
comunidad, koinonía. Para Aristóteles, como para Platón, esto no les sucede
sólo a los monstruos, sino a todos los bárbaros. Para comprobarlo, nada mejor
que acudir al mito que Platón cuenta a comienzos del libro tercero de las Leyes.
Su tema es el de la formación de las comunidades políticas o ciudades. No
todo el mundo ha vivido en sociedad, es decir, en una comunidad política. En
tiempos muy remotos, dice, se produjeron «diluvios, epidemias y otras muchas
cosas de este tipo, de las que sobrevivió un corto número de individuos de
nuestra especie..". Platón concede especial importancia al diluvio. Cuando éste
sucedió, todos l?s hombres murieron, excepto «algunos pastores montaraces,
mezquinas brasas del linaje humano salvadas en las cumbres de los rnontes-".
Los que se salvaron fueron hombres salvajes o semisalvajes, que habitan en las
montañas. Esos hombres no tenían «experiencia de las artes en general ni de
los amaños de las gentes de la ciudad para aventajarse y triunfar de los demás,
ni de los restantes maleficios que suelen concebir unos contra otros-". En el
diluvio se perdieron, pues, no sólo vidas humanas, sino todo resto de civiliza-
ción: las artes, y en general lo que supone la vida ciudadana. Para Platón «las
ciudades se hallan en los llanos o cerca del mar-". y como la pólis es la unidad
cultural, moral y humana, resulta que los que quedaron en las montañas no
poseían ninguna de esas característias. Los griegos les dieron un nombre muy
preciso, el de bárbaroi, frente a los que viven en las ciudades de las llanuras o
polítai. Los romanos llamaron a los primeros barbari ya los segundos cives.

22 Aristóteles.Política [,2: 1253a 7-18.


23 Leyes I1I: 677a.
24 Leyes III: 677b.
25 Leyes III: 677b.
26 Leyes 1lI: 677c.

214
Lo mismo sucede en la Política de Aristóteles. También él comienza ha-
ciendo un breve repaso de los regímenes políticos que han existido con ante-
rioridad. La primera comunidad estuvo constituida por casas y reuniones de
casas o aldeas. La aldea, dice Aristóteles, "en su forma más natural aparece
como una colonia de casas: algunos llaman a sus miembros 'hijos de ia misma
leche' o 'hijos de hijos'. Esta es también la razón de que al principio las ciuda-
des fueran gobernadas por reyes, como todavía hoy los bárbaros; resultaron
de la unión de personas sometidas a rey, ya que en toda casa reina el más
anciano, y, por lo tanto, también en las colonias, cuyos miembros están unidos
por el parentesco. Yeso es lo que dice Homero: .

Cada uno es el legislador de sus hijos y mujeres, pues en los tiempos primiti-
vos vivían dispersos-":

La especie humana está compuesta por quienes son animales y raciona-


les, y tanto los bárbaros, como con mucha más razón los monstruos, no lo son,
o no lo son del todo. Pero si esto se puede decir de los bárbaros y de los mons-
truos en general, cuánto más de aquellos que carecen de razón, y que por
tanto son amentes. En el latín medieval, lo que nosotros llamamos retraso
mental se conoció con los nombres de amentia, stuuiiiay fatuitas.

Me interesa llamar la atención sobre el término latino stultitia, que es la


traduccción latina del término griego_moría, locura. Tomás de Aquino dedica a
la stultitia la cuestión 46 de la secunda secundae de la_Summa Theologica. Allí
define la estulticia de la siguiente manera:

Parece ser necio quien sufre mengua del uso del juicio con grado altísimo;' si
en grado ínfimo, no por ello es calificado de necio".

La estulticia, pues, es una deficiencia mental profunda, que se identifica


con la estupidez y con la amencia:

Cuando un hombre es necio en todo se convierte en un estúpido, como sucede


con los amentes, que no conocen qué es injuria",

El término in-iuria significa lesión del ius, del derecho o de la norma. El


estúpido es incapaz de eso; es decir, es un incapaz, en el sentido jurídico del
término". Pero hay otro sentido del término incapacidad, que los canonistas

27 PoI. 1252 b 17-22.


28 Tomásde Aquino.S. Th., 2-2, q.46, a.1 ad l.
29 S. Th., 2·2, q.46, a.1 ad 4.
30 Reminiscenciasde estos planteamientos permanecen aún en nuestro CódigoCivil,que
en su artículo 30 afirma: "Para los efectosciviles,sólose reputará nacido el feto que tuviere
figura humana».

215
~ediev~les analizaron con todo cuidado. Es la iniuria tea lógica o teologal, la
Incapacidad de conocer a Dios como sumo bien y fin último. Esto sucede tam-
bién, según Tomás de Aquino, en la estulticia natural o congénita. De ahí que
la defina como: .

La necedad entraña cierta estupidez en el sentido del juicio, principalmente


sobre la altísima causa, que es el fin último y supremo bien".

La estulticia, la estupidez, priva de razón y hace imposible lo que es el fin


último y el sumo bien. Esto planteó a la teología medieval un grave problema
y es si los amentes pueden recibir los sacramentos. Si no son seres humanos'
indudablemente no pueden recibirlos. Y si son seres humanos pero carecen de
capacidad, ta,mpoco p~eden recibir algunos, todos aquellos en los que se exige
el uso de razono De ahí que los canonistas se ocuparan insistentemente de este
tema. Esto les lleva a analizar ampliamente el terna de la incapacidad. Por
capacidad hay que entender aquí no sólo ni primariamente la competencia
p.ara poder gestionar la propia vida (que es el sentido a que ha quedado redu-
cido el concepto de capacidad en la doctrina civil), sino la capacidad de recibir
la vida sobrenatural. Quien no es ser humano, no tiene capacidad para ser
elevado al orden sobrenatural, no es sujeto adecuado de la vida sobrenatural.
Pues bien, la tesis de los canonistas medievales es que los idiotas no son suje-
tos adecuados de vida sobrenatural. Por eso no pueden recibir el bautismo. Y
cuando dudaban si eran o no capaces para recibir el bautismo, se les adminis-
trab~ ~ste sacra~ento sub conditione, utilizando la fórmula: si capa est, que ha
pervivido en la liturgia bautismal de los deficientes hasta bien entrado el siglo
xx. Para designar la incapacidad teologal se utilizaban, pues, los sustantivos
la~inos idiot~ e idiotes, que procede del término griego idios. Idios significó en
g.nego p.ecuhar, propi.o y privado, por oposición a público, y en el latín significó
SImple, Ignorante o Sin letras, por oposición al letrado. Pero el sentido canóni-
co es el de no-humano, o más concretamente, el que no tiene en su constitu-
ción propia e individual la capacidad para recibir la vida sobrenatural. El idio-
ta no es suj~to teologal; es como un animal. Todavía en 1964, Zubiri dice que
el Austr~loplteco probablemente no fue sujeto teologal, aunque no fuera ya un
puro animal, y tuviera una inteligencia de algún modo humana". Sería en
parte humano y en parte animal; por tanto, lo que clásicamente se ha llamado
un monstruo. Los monstruos no son sujetos teologales.

.. :Aún podemos concretar algo más este terna. Una forma muy frecuente de
l~IOCla en la Europa medieval fue el hipo tiroidismo congénito, endémico en
clel~os valles montañosos, como los suizos y los del Pirineo francoespañol. El
bOCIO,que bastantes veces llegaba a ser enorme, la tosquedad morfológica, la

31 S. Th., 2·2, q. 46, a.z.


32 Cf Xavier Zubiri. "El origen del hombre», Revista de Occcidente, Agosto 1964, p.173.

216
lentitud de movimientos y la deficiencia mental profunda, hacían a los
hipotiroideos congénitos el prototipo de los monstruos. Así se encuentran de-
nominados por los autores medievales, por ejemplo, por Jacques de Vitry".
Pero lo sorprendente no es eso, sino que el término cretinus aparece por vez
primera en la región de Béarne, en los Pirineos franceses, una zona endémica
de hipotiroidismo, en torno al año 1000. Cretinus procede, como es obvio, de
christianus, es decir, bautizado, porque esa era la prueba de que se trataba de
un ser humano y no de un monstruo. Lo cual quiere decir que había sus dudas
sobre si bautizarlos o n034•

El cretinismo fue la monstruosidad más frecuente en la Europa antigua y


medieval. Cuando los autores hablan de este tema, por lo general están pen-
sando en los casos de hipotiroidismo congénito, acompañado muchas veces de
unos enormes bocios que les colgaban por la parte delantera del cuerpo, y de
enorme retraso mental. Todavía en el siglo XVIl, Wolfgang Hoefer, médico de
la corte vienesa, describe así el cretinismo endémico de Suiza:

Es una clase de personas que se deleitan con alimentos que aportan abundan-
te residuo fecal, pero poco alimento; les repugnan, en cambio, los de efecto
contrario; son por tanto voraces, nunca satisfechos, hasta el punto de reven-
tar con el abdomen ahíto. A sus hijos, atiborrados de esta suerte por lo menos
cuatro veces al día, los dejan estar cerca del hogar sin instruirles en letras, en
morales o en oficios y sin prestar atención a sus carencias, de modo que,
cuando el alimento se suma a su espíritu melancólico y sombrío, se convierten
necesariamente en necios y estúpidos".

Como puede verse, el problema de los monstruos y de los amentes era


fundamentalmente de definición. Aristóteles había dado un criterio muy es-
tricto de definición de la especie humana, y con él resultaba difícil considerar
humanos a ese tipo de seres. Esto planteó no sólo serios problemas filosóficos,
sino también teológicos. Como dice Tomás de Aquino, los estultos no tienen
sentido de lo divino.

Todo esto va a conformar una actitud ante los retrasados mentales pro-
fundos, que se caracteriza por la supresión o exclusión, bien mediante su des-
aparición física, a través del infanticidio, bien apartándoles de la vida social. A
los retrasados profundos se les va a tratar, pues como a animales.

El infanticidio parece haber sido una práctica muy común con estos pa-
cientes, que se ha dado en la mayoría de los pueblos primitivos. Los sujetos

33 Cf, E Merke. History and lconography o/ Endemic Goitre and Cretinism, Lancaster, MTP
Press, 1984, pp. 133-5.
34 Cf, E Merke. History and lconography o/ Endemic Goitre and Cretinism, Lancaster, MTP
Press, 1984, pp. 252·3.
3S W Ireland. On ldiocy and 1mbecility, London, J & A Churchill, 1877.

217
más deficitarios biológicamente, no hay duda de que morirían tras el alumbra-
miento. A-los otros cabe aplicar la siguiente descripción de Will Durant:

La mayoría de los pueblos animistas daban muerte al niño recién nacido cuando
éste era deforme, enfermizo o bastardo, o cuando la madre había fallecido al
dar a luz. Como si cualquier razón fuese aceptable para restringir la población
a los límites impuestos por los medios de subsistencia disponibles, muchas
tribus daban muerte a los niños que consideraban habían nacido en circuns-
tancias desafortunadas. [...] La práctica del infanticidio era frecuente sobre
todo entre los nómadas, para quienes la carga de los pequeños constituia un
problema en sus largas andaduras ... En condiciones de hambre extrema real o
probable, la mayoría de las tribus estrangulaban a los recién nacidos, y algu-
nas los devoraban. Por lo regular, las niñas eran las víctimas más habituales de
los infanticidios; ocasionalmente se las torturaba hasta morir, en la idea de
inducir la reencarnación del alma en el cuerpo de un varón. El infanticidio se
practicaba sin crueldad y sin remordimientos, pues parece ser que, en los
primeros momentos que seguían al parto, la madre no experimentaba un amor
instintivo por su hijo. Una vez que se le concedían al pequeño varios días de
vida, estaba a salvo; su cruda indefensión no tardaba en suscitar el amor
paternal y, en la mayoría de los casos, sus primitivos padres le trataban con
más afecto del que recibiría el promedio de los hijos de razas superiores",

El tema reaparece en Grecia. Platón considera que los retrasados menta-


les y los débiles no deben existir en la ciudad:

De lo convenido se desprende la necesidad de que los mejores cohabiten con


las mejores tantas veces como sea posible, y los peores con las peores al con-
trario; y si se quiere que el rebaño sea lo más excelente posible, habrá que
criar la prole de los primeros, pero no la de los segundos. Todo esto ha de
ocurrir sin que nadie lo sepa, excepto los gobernantes".

Pues bien, tomarán, creo yo, a los hijos de los mejores y los llevarán a la
inclusa, poniéndolos al cuidado de unas ayas que vivirán aparte, en cierto
barrio de la ciudad; en cuanto a los de los seres inferiores -e igualmente si
alguno de los otros nace lisiado-los esconderán, como es debido, en un lugar
secreto y oculto".

Aristóteles escribe en la Política:

En cuanto a la exposición o crianza de los hijos, debe ordenarse que no se críe


a ninguno defectuoso".

36 Scheerenberg Re. Historia del retraso mental, San Sebastián, ServicioInternacional de


Informaciónsobre Subnormales. 1984, p. 7
37 Platón. República 459d.
38 Platón. República 460c.
39 Aristóteles. Política, 133Sb 19-21.

218
En la Edad Media, sin duda por influencia de ia Iglesia: d,ecrece drás-
ticamente la práctica del infanticidio y aumenta la de la exp~slclon y el aban-
dono de niños. Carlomagno, por ejemplo, decretó que los runos ~~andonados
pasaran a ser esclavos de las personas que los recogieran. El Concilio de Rouen
(siglo VIII) pidió a las mujeres que alumbrasen hijos en secreto que 10:5 ~eJaran
en las iglesias. Este procedimiento se generalizó en todo el orbe cnsnano, y
esto dio lugar a los numerosos asilos y orfanatos que se crearon :~ toda Eu,ro-
pa a lo largo de la Edad Media. En 787, Datheus, arzobispo de Milán, fundo el
primer asilo para niños abandonados, a fin de acoger a los que eran expuestos
a la puerta de la iglesia. A estos niños se les acogía en el hospital, has~a confiar-
les al cuidado de aquellos a quienes se pagaba para que los atendieran. Los
retrasados mentales leves se convertían, así, en mano de obra barata, pero en
el de los graves la situación era mucho más penosa, y en un porcentaje alto de
casos conducía también a la muerte.

Los retrasados mentales leves parecen haber sido mano de obra barata
desde muy antiguo, compatible con un cierto éxito social y económico. Como
ha escrito Kanner,

En sociedades menos complejas, menos centradas en el intelecto, los reu:asa-


dos mentales no tendrían problemas para lograr y conservar una categona de
ambiciones realizables. Algunos podrían incluso alcanzar la superioridad, en
virtud de atributos distintos de los que se miden en un test de inteligencia.
Podían ser eficaces agricultores, cazadores, pescadores o danzarines tribales.
En nuestra propia sociedad, pueden ser eficientes granjeros, trabajadores de
fábricas, mineros, camareros [...] su principal impedimento reside en un gra-
do mayor o menor de incapacidad para subvenir a las exigen~ias intelectuales
de la sociedad. En otros aspectos, pueden ser tan maduros o ínmaduros, e.sta-
bles o inestables, seguros o inseguros, plácidos o temperamentales, agresrvos
o condescendientes como cualquier otro miembro de la especie humana. Su
'deficiencia' es un fenómeno etnológicamente determinado que guarda rela-
ción con las normas locales y, aun dentro de dichas normas, con los postula-
dos educativos, las ambiciones vocacionales y las expectativas familiares. Son
'subculturales' en nuestra sociedad, pero no tiene por qué serio en un entorno
diferente, menos complejo".

Peor debió ser la suerte de los retrasados profundos. A estos se les debió
tratar como animales salvajes. Celso escribe:

Si el enfermo ha perdido el juicio se recurre con éxito a dete;minados cas:i-


gas. En cuanto sus actos y sus palabras atestiguan su desvano, es necesano
para dominarle emplear el ayuno, las cadenas y los castigos, obligarle luego a

40 Cit. por Scheerenberg Re. Historia del retraso mental, SanSebastián, ServicioInterna-
cional de Informaciónsobre Subnormales, 1984, p. 9

219
estar atento y ejercitar su memoria sobre ciertos temas y recordárselos. El
temor le obliga así gradualmente a darse cuenta de sus acciones. Es también
procedente excitar en estos enfermos terrores súbitos o imprimir, por un me-
dio cualquiera, una sacudida profunda a su inteligencia, pues esta sacudida,
en efecto, puede series útil si logra arrancarles de su situación anterior41•

Sorano tiene un párrafo en el que demuestra palmariamente que al retra-


sado mental se le trata como a un animal salvaje:

Ellos [los médicos] prescriben la reclusión de todos los pacientes en la Oscuri-


dad sin esclarecer si la ausencia de luz es en algunos casos irritante, sin deter-
minar si esta medida supone o no una nueva carga para la mente afectada ...
Antes que decidirse a curar a sus pacientes, parece hallarse en un estado de
delirio; comparan a sus enfermos con bestias feroces a las que es preciso sub-
yugar mediante la privación del alimento y los tormenos de la sed.
Desencaminados sin duda par este error, aconsejan que se encadene cruel-
mente a los pacientes, sin reparar en que sus miembros quedan así expuestos
a lesiones y fracturas, ni en que es más deseable y fácil reducir al enfermo con
las manos del hombre que con el peso de los hierros, frecuentemente daño-
sos. Llegan a sugerir la violencia física, cual el uso del látigo, como si tales
medidas pudiesen conjurar el retorno de la razón":

El trato de estos pacientes no era muy distinto al que se utilizaba con los
animales salvajes. Eso han sido las cárceles tradicionales (en muy buena medi-
da pobladas por enfermos mentales), yeso también los manicomios tradicio-
nales. Es la fase del manicomio como cárcel, cuya única función era recluir el
paciente y evitar los efectos incontrolables e impredecibles de su salvajismo.

En 1376, la ciudad de Hamburgo encerró a los afectados en una torre de


la muralla, llamada la Jaula de los idiotas (Narrenturm). Estos centros eran
exactamente igual que cárceles. En ellos se utilizaban grilIetes y otras medidas
de contención. En Londres, en 1247 se fundó un centro junto a la iglesia de
Bethlem, que pronto se ganó el apodo de «jaula de grillos» (Bedlam, en inglés).
Según un inventario realizado en este centro en 1398, existían en él cuatro
pares de grilletes, once cadenas de hierro, seis cerrojos con sus llaves y dos
cepos, para veinte pacientes. A los residentes menos violentos se les dejaba
mendigar por las calles de Londres43• Esto seguiría así hasta William Tuke rom-
piera las cadenas de estos desgraciados, en pleno siglo XVIII.

41 Celso. Los ocho libros de la Medicina, III,18. Barcelona,Iberia, 1966, vol. 1, pp, 143-4.
42 Cit. por R.e. Scheerenberger.Historia del retraso mental, San Sebastian, ServicioInter-
nacional de Informaciónsobre Subnormales, 1984, p. 28.
43 R.e. Scheerenberger.Historia del retraso mental, San Sebastián, ServicioInternacional
de Informaciónsobre Subnormales, 1984,p. 50.

220
Este modelo se difundió por toda Centroeuropa, y aún eXistía.le~ el
A/lgemeines Krankenhaus de Viena en el siglo XVIII.Los que no estaban as! a ?S,
vagaban como mendigos . . 1es q ue quedaron
y pernoctaban en los h espita .. , vacios
d 1
en el época moderna como consecuencia de la casi total desaparición e a
lepra. Los hospitales de leprosos se conviertieron en lugar de refugio de vagos
y débiles mentales.

Los relatos clásicos sobre la institucionalización de la loc~ra n?s descri-


ben al detalle este modelo, que ha permanecido prácticamente IDva;Ia?le has-
ta finales del siglo XVIII. Sólo entonces empieza a ponerse e~ p'ractlca ot:a
estrategia, que es tratar al enfermo mental com?, ammal doméstico, es .de~lr:
domesticarIe. Y la gran disciplina de domesticación va a ser la ~ueva Ps;qllla
tría. Este es el proceso que se inicia en Francia con Pinel, y que tIene. su sImb~-
lo en la célebre rotura de las cadenas. Una vez domesticado, ~a no ~Iene senti-
do seguir tratando al enfermo mental como un animal salvaje ..Se Impone.un
nuevo tipo de institución, que ya no es el manicomio clásico, SIDOel hospital
psiquiátrico.

11. LA FASE DE RECLUSIÓN: EL RETRASADO MENTAL


COMO ANIMAL DOMÉSTICO

Las cosas no comenzaron a cambiar hasta bien entrado. el m,u?do moder-


no y ello porque se inició el cuestionamiento del criterio aristotélico de espe-
cificidad. Para advertir esto, nada mejor que acudir al Essay co~~ern~ng Human
Understanding de John Locke. Locke hace en ese libro, una cnnca Impl.acable
de la teoría aristotélica del conocimiento. Toda la teona de. la substanCl~ y de
la esencia está montada sobre un sueño. Las llamadas esencla~ no .s~n mas que
ideas abstractas elaboradas por el entendimiento para hacer inteligible la rea-
lídad". Las esencias son artefactos del entendimiento, no estructuras reales de
la cosa. Y como las esencias son específicas, resulta qu~ lo rmsmo le suced~ al
concepto de especie. Las especies no existen en la realidad. Lo ,cual no qlll~r
decir naturalmente que las cosas no sean semejantes. La función del en~en 1-
mie~to es, de hech~, elaborar los conceptos específicos a partir de las citadas
semejanzas. Como escribe Locke:

La naturaleza al producir las cosas, hace muchas de ellas semejantes; nada


hay más obv¡;, especiamente en las razas animales y en todo~ los seres que
reproducen por simiente. Sin embargo, creo que podemos ~f¡rmar que
te
s~i;~
sificación bajo ciertos nombres es un producto del entendimiento, mot
por la similitud que observa entre ellos, para elaborar las ideas abstractas y

44 Cf.J. Locke.Ensayo . .
sobre el entend¡mlento humano, M adn,id Editora
¡ Nacional
. , 1980, VoL
2, pp. 623-4.

221
establecerlas en la mente con ciertos nombres para cada una de ellas, como
mod~os o formas (porque en este sentido la palabra forma tiene una signifi-
cacion muy adecuada), a las que, en la medida en que las cosas particulares
e~istentes se conforman, en esa misma medida se dicen de talo cual especie
tiene la denominación correspondiente, ° son incluidas en esa clase. Pue~
cuando decimos éste es un hombre, eso es un caballo; esto es la justicia, aque-
llo la crueldad; esto es un reloj, aquello una prensa, qué es lo que hacemos
sino clasificar las_cosas bajo diversos nombres específicos, en tanto en cuanto
dichas cosas se conforman con aquellas ideas abstractas de las que las hemos
hecho signos. Y qué son las esencias de esas especies, fijadas y marcadas por
é

ciertos nombres, sino esas ideas abstractas que existen en la mente, que son
como si dijéramos, los vínculos entre las cosas particulares existentes y los
nombres bajo los que deben quedar clasificadas?".

, Afirmar que las esencias específicas tienen realidad supone tanto, conti-
nua Locke, como pensar que las cosas concretas son el resultado de la indivi-
du.a~ión de los caractere~ esenciales. Es, como se sabe, el grave problema que
agito a toda la Edad Media, el de la realidad de los universales. Locke se decla-
ra decididamente nominalista, y por tanto contrario a cualquier tipo de realis-
mo de los universales. Para él la mente humana no es capaz de conocer la
r~a.lidad de un. modo esencial. Por eso carece de todo sentido querer dar defi-
nLClOn~Sesenciales de las co.sas, en forma de género y diferencia. Esto es lo que
s: hablan propuesto los antiguos, definir las especies esencialmente, y en par-
ticular la especie hombre. Como ya vimos, en la definición aristotélica del ser
humano como animal racional, animal actúa como género próximo y racional
como diferencia específica. Esto es lo que dio origen a todo el problema de los
monstruos, etc. Pero todo eso, afirma Locke, es un puro dislate. Las definicio-
nes esenciales son imposibles. Lo único que nos es dado hacer es describir las
cosas de acuerdo con nuestras percepciones de ellas, y nombrarlas: es decir
I~s ?efiniciones no pueden ser más que descriptivas": Lla,maremo~ especie~
distintas a aquellas que presentan caracteres distintos, pero sin que nunca
sepamos SI esos caracteres son o no esenciales. De ahí que escriba:

En ID que s; refiere a las esencias reales de las sustancias corporales (por


mencionar estas solamente) hay, si no me equivoco, dos opiniones. La una es
la,de quienes, usando la palabra esencia sin saber para qué, suponen un cierto
numero de esas esencias según las cuales están hechas todas las cosas natura-
les, y en las que participan de manera exacta cada una de esas cosas para
llegar a ser, de esa manera, de talo cual especie. La otra opinión, más racio-
nal, es la de quienes consideran que todas las cosas tienen una constitución

4S J. Locke.Ensayo sobre el entendimiento humano Madrid EditoraNacional 1980 Vol 2


pp. 624-5. '" ,.,
46 Cf., so?re todo este tema, el excelente capítulo de C.E Goodey;«Mental retardation:
SOCialSection, Part 1", en GerrnanBerriosand RoyPorter(eds.),A History of Clínical Psychiatry
London, Athlone, 1995, pp. 239-250. '

222
real, pero desconocida, de sus partes insensibles, de la que fluyen aquellas
cualidades sensibles que sirven para distinguir las unas de las otras, según
tengamos ocasión de ordenarlas en clases bajo denominaciones comunes. La
primera de estas opiniones, que supone esas esencias como un cierto número
de formas o moldes en que han sido vaciadas todas las cosas naturales exis-
tentes, me imagino que ha constituido un motivo de gran perplejidad para el
conocimiento de las cosas naturales. La frecuente producción de monstruos
en todas las especies animales, y de idiotas y otros extraños productos en los
nacimientos humanos, acarrean dificultades que son incompatibles con esa
hipótesis, desde el momento en que resulta imposible que dos cosas que par-
ticipan de la misma esencia real puedan tener propiedades diferentes, lo mis-
mo que dos figuras que participan de la misma esencia real de un círculo no
pueden tener propiedades diferentes. Sin embargo, aunque no existieran otras
razones en contra, la misma suposición de que las esencias no pueden ser
conocidas, y el hacer de ellas, con todo, algo que distingue las especies de las
cosas, resulta tan completamente inútil y tan inservible para cualquier parte
de nuestro conocimiento, que eso por sí solo es suficiente para desecharla y
para contentamos con esencias de las clases o especies dentro del alcance de
nuestro conocimiento, las cuales, una vez que se consideran seriamente,
se verá, según ya dije, que no son sino aquellas ideas complejas abstractas
a las que hemos anexado nombres generales distintos".

Toda la explicación antigua de las monstruosidades estaba basada en la


teoría de la esencia real. Y ello, a pesar de que no era en absoluto adecuada
para ello. Si las esencias específicas existieran, entonces no serían posibles las
monstruosidades. Y si éstas existen es porque carece de todo fundamento la
doctrina de las esencias reales.

A partir de aquí no queda más remedio que redefinir el concepto de espe-


cie de acuerdo con nuevos criterios, meramente descriptivos. Fue un estricto
contemporáneo de Locke, el naturalista inglés John Ray quien propuso como
criterio identificador de las especies el conjunto de caracteres que permanecen
a través del tiempo, y que por tanto se transmiten de generación en genera-
ción. Los llamados monstruos son, pues, individuos de la propia especie, bien
que deformes. Constiturían tipos o familias distintas dentro de la especie, pero
no especies distintas.

Pero el afán descriptivo nollegó sólo a los botánicos y a los zoólogos, sino
también a los médicos. y se inicia -así el proceso de reelaboración del viejo
concepto esencialista de especie morbosa. El papel que desempeñó John Ray
en botánica le corresponde a Thomas Sydenham en medicina, maestro, amigo
y compañero de Locke. Con él se inicia la obra de los llamados nosógrafos,

47 J. Locke.Ensayo sobre el entendimiento humano, Madrid, EditoraNacional,1980,Vol.2,


pp. 628-9.

223
médicos que se utilizan el procedimiento de los naturalistas en la clasificación
~e. las enfer~edades. Lo que. en la naturaleza es la permanencia de caracteres
físicos a traves de las generaciones, lo constituye el cuadro clínico y la patocronia
en el caso de la enfermedad. De ahí que el objetivo de los nosógrafos fuera
describir lo más precisamente posible las características de las diferentes en-
f~rmedades, para luego poder agruparlas en géneros, familias, clases,espe-
eres, etc.

Es~aredefinición de la idea de especie en general, y de especie morbosa


en particular; va a tener importantes consecuencias en el ámbito de la locura
y más en concreto de la deficiencia mental. '

En otro lugar he estudiado cómo la evolución histórica del enfermo men-


tal ha c~rrido pareja con la actitud ante los animales". Si los hombres primiti-
V?S hU?Ieron de luchar con los animales cuerpo a cuerpo para poder sobrevi-
VIr,y vieron en ellos a sus enemigos naturales, el hombre civilizado fue capaz
de domestl.carlos, y de ese modo pudo tenerlos cerca de su casa, convivir con
ellos y utilizarlos en su propio proyecto cultural. De tratados como animales
salvajes, pasó a utilizarlos como animales domésticos. Probablemente hoy es-
t~mos.en una tercera fase, en la que el animal es visto no ya sólo como domés-
neo, sm? como un ser capaz de sentir placer y dolor, dicha y desdicha, y por
ello casr humano. De ahí todo el movimiento en pro de los derechos de los
animales, etc.

Pues bien, la actitud de la Humanidad ante los enfermos mentales ha sido


muy parecida. Si durante muchos siglos los trató de modo similar a como
trataba. a los animales .salvajes, a partir de finales del siglo XVIII empieza a
domesticarlos. La ciencia de la domesticación va a ser la Psiquiatría, y el cen-
tro de ella el llamado hospital psiquiátrico. El manicomio se convierte en hos-
pital psiquiátrico.

De hecho, la Psiquiatría clásica entendió por "curación» eso que venimos


llamand.o "dorr:esticación". Así se comprende que en los hospitales psiquiátri-
cos se dlferenClar~ a los enfermos por.su agitación: estaban las salas de agita-
dos ylas de no-agitados. Los unos necesitaban medidas de contención especia-
les, en tanto que los otros no.

.Hay ot~~ t~po de domesticación ~o menos interesante, que es la semiológica


o psicopatotogica. Es una cosa sabida que el manicomio no sólo sirve para
controlar las cond~ctas d,e.los pacientes, sino que también homogeneiza y nor-
m~IIza. ~l cuadro sintomanco, de tal modo que tras un tiempo largo de hospi-
talización, todos los pacientes acaban presentando una fenomenología típica o

48 Cf Diego Gracia y José L~zaro. «Historia de la Psiquiatría», en José Luis Ayuso y Luis
Salvador, Manual de Psiquiairia, Madrid, Interamericana/McGraw-Hill, 1992, pp. 17-31.

224
estereotipada, que es, precisamente, aquella que describen los tratados de Psi-
quiatría de la época. La ciencia psiquiátrica del siglo XIX describe, básicarnen-
te, la locura de manicomio, es decir, la locura semiológica y sindrómicamente
domesticada o «típica». Cualquier enfermo atípico se convenía en típico tras
un periodo más o menos prolongado de internamiento. Es la quepuede deno-
minarse la domesticación nosológica y diagnóstica.

Además de domesticar la agitación mediante el internamiento, y además


de uniformar los cuadros clínicos mediante la domesticación diagnóstica, hay
otra, la terapéutica. La domesticación terapéutica tuvo como primer objetivo
desterrar de los manicomios los procedimientos físicos y mecánicos (camisas
de fuerza, duchas frías, etc.) que trataban al loco como a uri animal furioso. En
la etapa de la domesticación era preciso sustituir esos procedimientos por otros
más sutiles. Estos son los que se denominaron en el siglo XIX tratamientos
morales. Más tarde, con los paulatinos progresos de la farmacología, los proce-
dimientos químicos cada vez más resolutivos hicieron que la domesticación
fue poco a poco revistiéndose de la apariencia de terapéutica. Este arsenal se
vio enormemente enriquecido a mediados de nuestro siglo, cuando Delay y
Deniker descubrieron los efectos neurolépticos de la clorpromacina. No hay
duda de que los neurolépticos, y sobre todo los antidepresivos, tienen un claro
efecto terapéutico. Pero la mayor parte de los llamados psicofármacos tienen
también otro claramente domesticador. Con ellos la domesticación ha llegado
a ser tan contundente, que los pabellones de agitados han desaparecido, así
como los medios de contención física. El ideal de la domesticación había llega-
do a su culmen. Se había conseguido hacer del enfermo mental un sujeto abso-
lutamente dócil. Tanto, que empezó a preocupar tanta docilidad. Es el movi-
miento que comenzó en tomo a los años sesenta, generalmente conocido con
el nombre de antipsiquiatría.

Todo esto que se dice de la enfermedad mental en general, puede y debe


aplicarse al retraso mental. Ya no se va a hablar más de monstruos. La amencia
comienza a interpretarse como un trastorno psiquiátrico, como una especie de
cuadros morbosos que tienen su lugar en las nosografías psiquiátricas. De este
modo, la ciencia psiquiátrica se va a convertir en la gran disciplina domes-
ticadora del deficiente mental. Esta domesticación va a ser de dos tipos,
diagnóstica o nosográfica y terapéutica o moral. Poco a poco, el deficiente
mental deja de ser excluído del mundo de los seres humanos? para adquirir la
categoría de ser humano, pero loco. Si la primera idea puso en marcha la
estrategia de la exclusión, esta segunda va a conducir a otra muy distinta, la
de reclusión. Esta reclusión o domesticación es, repito, diagnóstica y terapéu-
tica. Veamos cómo.

La domesticación nasa lógica llevó a considerar la idiocia como un tipo de


enfermedad mental. Así, Pinel, en su Traiié médico-philosophiquesuH'aliénation
mentale ou la manie (1801), divide las enfermedades mentales en Cinco clases-

225
o grupos, melancolía o delirio, manía sin delirio, manía con delirio, deme_ncia
y, finalmente, idiocia. La demencia y la idiocia se diferencian en que la prime-
ra es la «supresión de la facultad de raciocinio», en tanto que la segunda con-
siste en la «abolición parcial o total de las facultades intelectuales y los afee-
tos». S'¡il duda Pinel está pensando sobre todo en los cretinos de los Alpes. Por
eso dice que, además de la pérdida de las facultades intelectuales, «su sem-
blante carece de animación, sus sentidos se presentan estupefact~s, y los moví.
mientos son pesados y mecánicos». Su opinión es que a lo mas que puede
. aspirarse con ellos es a educarles como animales:

Ser idiota equivale prácticamente a ser un autómata; estar privado del habla
o conservar meramente la capacidad de pronunciar sonidos inarticulados; ser
obediente sólo por instinto, y a veces ni siquiera; ser incapaz de sentir, respon-
der a, o satisfacer sin ayuda el apetito por la comida; permanecer inmóvil en
el mismo lugar y posición durante varios días consecutivos, sin manifestar el
menor entendimiento o expresividad, y estar sujeto otras veces a repentinos,
furiosos y efímeros arranques de pasión. Tales son las circunstancias caracte-
rísticas de la idiocia ... La atención humana a sus necesidades y carencias es,
en general, lo más que se puede pretender y hacer por estos seres infortunados ...
Aunque la educación no sería aconsejable, teniendo en cuenta la natural in-
dolencia y estupidez de los idiotas; sí podrían entregarse a ocupaciones ma-
nuales adecuadas a sus capacidades.

Jean Etienne Dominique Esquirol, discípulo de Pinel, dio un paso adelan-


te respecto de su maestro en la domesticación nosológica de los cuadros de
retraso mental. En su libro Enfermedades mentales: tratado de la locura, de
1845, diferenció claramente las amencias, o retrasos mentales congénitos, de
las demencias, o enfermedades mentales adquiridas. La amencia la definió en
estos términos:

Una afección cerebral, por lo general crónica y no ac~;npañada de fiebre,


caracterizada por el debilitamiento de la sensibilidad, el ingenio y la volun-
tad. La incoherencia de ideas y la tendencia a la espontaneidad intelectual y
moral son signos de esta afección. El hombre en estado de á?mencia ha
perdido la facultad de percibir correctamente los objetos, de advertir sus rela-
ciones, de compararlos y de guardar un recuerdo diferenciado de ellos,

A su vez, diferencia los imbéciles, o retrasados mentales moderados, de


los idiotas o retrasados mentales profundos. A éstos los describe así:

Rozamos casi el límite de la degradación humana. Las facultades-intelectuales


y morales son aquí nulas, y no porque se hayan destruido, sino porque nunca
llegaron a desarrollarse. Sus sentidos, ajenos al mundo externo, son incapa-
ces de obrar una influencia correctora los unos sobre los otros. Ni siquiera la
educación puede paliar tantas desventajas ... Incapaces de atención, los idio-
tas no pueden controlar sus sentidos. Oyen, pero no escuchan; ven, pero no

226
------------------------

miran. No teniendo ideas ni pensamiento, nada tien-en que desear; de ahí que
no necesiten expresarse por signos, como tampoco mediante el habla.

Un año después de publicado el libro de Esquirol, Edouard Seguin, discí-


pulo de Esquirol e Itard, haría la clasificación de los retrasos mentales que ha
sido clásica durante más de un siglo. De mayor debilidad mental a menor los
sujetos se diferenciarían en idiotas, imbéciles, débiles mentales y, finalmente,
simples o retrasados superficiales, que se caracterizan por un desarrollo inte-
lectual lento .

El siguiente paso se darían, en las décadas finales del pasado siglo, Binet
y Galton, como consecuencia de la introducción de la estadística en la medi-
ción de la inteligencia, y la puesta a punto de pruebas para mediar la llamada
a partir de entonces, «edad mental», Lo que estos autores hicieron fue cuanti-
ficar la edad mental de los déficits intelectuales congénitos, y-por tanto de la
idiocia, de la imbecilidad y de los débiles mentales. Esto llevó a Galton a crear
el término de «retraso mental». La domesticación nasa lógica llegaba, así, a su
perfección. No puede extrañar, por ello; que haya pervivido invariable a lo
largo de cien años. Sólo a partir de los años sesenta de nuestro siglo esta
imponente edificio entraría en crisis. .

Esa clasificación nasa lógica condicionó el pronóstico y el tratamiento. De


ahí que junto a la domesticación nosológica se dé la domesticación terapéuti-
ca, que va a consistir en el llamado tratamiento moral, frente al tratamiento de
contención propio de la época anterior. Ahora de lo que se trata es de educar,
o al menos de domesticar las costumbres de estos infelices. En eso consiste el
tratamiento moral, el trato amable y humano, la erradicación de la violencia,
la educación de los reflejos que les permita hacer trabajos manuales, etc.

Este tratamiento moral se benefició mucho de la idea roussoniana de que


el origen más importante de las desigualdades entre los seres humanos no son
de causa natural sino como consecuencia de defectos en la educación y el
ambiente, llevó a sus seguidores a buscar el medio de educar no sólo a los
niños normales, sino también a los retrasados. En el retraso mental había una
gran base ambiental, que era preciso manejar adecuadamente. La tesis ante-
rior había sido que el retrasado lo era por naturaleza; ahora va a imperar la
contraria, que lo es sobre todo por influencia del medio, del ambiente. La obra
de aplicación de estos conceptos que hizo Pestalozzi a la pedagogía normal, la
realizarían Itard y su discípulo Seguin en relación al niño deficiente.

Jean Marc Gaspard .¡tard, discípulo de Pinel fue, como es bien sabido,
médico del Instituto Nacional de Sordomudos de París, e instructor de Víctor;
el niño salvaje capturado en el departamento de Aveyron en 1799. En 1801
publicó su Memoria acerca de los primeros progresos de Víctor de l'Aveyron. En
ella hacía referencia a las conclusiones sacadas por Pinel en su exploración de

227
Víctor, identificándole con los «idiotas incurables»49 Pinell id b
absolutamente irrecuperable. Itard va a disentir d~ su e consi era a, pues,
ideas de Rousseau y Condillac. A su entender, maestro, basado en las

el n~o bravío del Aveyron estaba bastante más lei d


aquejado de imbecilidad congénita que de ser uneJ~~ ~ ser un adolescente
meses, si bien ciertamente un niño al ue un lar zon e unos diez o doce
supern.umer.ario de existencia prehuman~, con todo~ ltse:~~~oo~f.ce~clOnal y
lga
supemvenCla, había venido a acarrear en disfavor de su eventual os ~e la

~~~:d~~S~~~
, . ,
~:J'~:
senala.d~s costumbres asociales, un arraigado desvío de la atenció~umaD!dad
~rga?lo.ssensorios y una .sensibilidad accidental~~~~ ~:~
s os u tunos respectos, e tnterpretados confo ..'
nosnco, podía y debía ser considerado nuestro niño como un c:ec~'~ dlag-
caso cuyoltratamie~to no habia de ser encomendado sino al arte de I~~od'u~
na mora, ese sublime arte creado en 1 l . . e ici-
Willis y difundido recie ng aterra a partir de Crichton y de
del profesor Pinel'", ntemente entre nosotros por los escritos y los éxitos

La tesis de Itard, a diferencia d 1 d .


era un idiota, sino un niño salvaje e a e su maestro Pinel, era que Víctor no
facultades mentales sino sólo nj el
y ~~~ por ptanto no tema perturbadas las
Víctor hizo ganar v~lor a la teoría e~~l a as¡ ero su fracaso pedagógico con
educables. que os retrasados profundos no Son

El empeño de educar a los r t d f


discípulo Edouard Seguin Segul' e ras~dos Pbro undos fue continuado por su
. n consi era a educables:

La mayoría de los idiotas y los niños ró .


sus incapacidades en medida m' p xi mas a ellos, puede? ser curados de
de la educación Se han dad as o mden~sd~ompletapor el metodo fisioló<7ico
'" o casos e 1 IOt . d O"
curados"; ni siquiera el I por 1000 h as mejora os, educados y hasta
tratamiento; no hay 1 entre 100 se a mostrado entera~ente refractario al
del 40% han llegado a ser capace;u~ ~ se ha~a vuelto mas sano y feliz; más
bajo una supervisión amistos
les, de trabajar con dos tercio; ~:I
se aproximan más y más al
tsz:
e esenvo verse normalmente en la vida
abstracciones morales y sacia-
toti en nruento normal; entre el 25 y el30 %
ellos desafían el escrutinio ~:~~~~~ de la ~~manidad, hasta que algunos de
jóvenes normales de ambos sex 51 enten 1 os cuando se les compara con
os .

49 Cf. Jean Irard Memoria e [nh • b '


114 . . )01 me so re V¡ctor de lí<\vevron
:J',
Madrid, Al'lanza, 1973 p
so Cf Jean Ir d M . ' .
117-8' ar. emona e Informe sobre Víctor de lí<\veyron Madrid Al" 19
51 .. , , lanza, 73, pp.
Cit. por R.C. Scheerenberger. Historia del retraso .,
nacional de Información sobre Subnormales 1984 mental, San Sebastlan, Servicio Inter-
, , pp. 82-3.

228
Los retrasados mentales tenían, pues, dos posibilidades: ser educados en
instituciones especiales, o ingresar en los manicomios y sufrir la suerte de los
enfermos mentales crónicos e irrecuperables. Ni que decir tiene que la primera
vía fue privativa de unos pocos, y que la segunda, a pesar de las constantes
protestas de los psiquiatras reformistas, fue la más frecuente.

III. LA FASE DE INTEGRACIÓN Y NORMALIZACIÓN:


EL RETRASADO MENTAL COMO ANIMAL HUMANO

Es frecuente que los esquemas entren en crisis precisamente cuando lle-


gan a su máxima perfección. Eso es lo que pasó con el proceso de domestica-
ción del enfermo mental. Sólo cuando ésta fue un hecho perfectamente logra-
do, empezaron a verse sus limitaciones y sus riesgos. En los años 60 de nuestro
siglo surgieron un conjunto de movimientos en pro de los derechos civiles. Se
denominaron generalmente movimientos de liberación: liberación de los ha-
bitantes de color, de las mujeres, de los animales, de los enfermos mentales.
Todos estos movimientos esgrimieron las tablas de derechos humanos. Es tam-
bién la época' de nacimiento de los códigos de derechos de los enfermos. Debe
acabarse con el paternalismo, y respetar el derecho de los pacientes a la infor-
mación ya disponer sobre su propio cuerpo. Es el descubrimiento del famoso
derecho al «consentimiento informado», base de todo el movimiento de dere-
chos de los pacientes.

Pronto se vio que uno de los campos de la medicina donde más incidencia
había tenido el paternalismo era la psiquiatría. De hecho, la liberación del
enfermo mental debía comenzar por la liberación del hospital psiquiátrico.
Todo el proceso de domesticación antes descrito era básicamente paternalista:
tanto la domesticación semiológica y diagnóstica, como la terapéutica. Era
preciso, pues, abrir los hospitales psiquiátricos e integrar el enfermo mental en
la sociedad, como único modo de no marginarlo ni, por tanto, conculcar sus
derechos inalienables como ciudadano. De ahí el movimiento antihospitalario
y antimanicomial de los años 70. En la Europa mediterránea estuvo liderado
por Italia, que en su famosa Ley de sanidad de 1978 prohibía la construcción
de más hospitales psiquiátricos. Comenzaba la era de la Psiquiatría comuni-
taria.

Esto mismo es lo que ha sucedido con el retrasado mental. La desins-


titucionalización de la psiquiatría ha hecho que de una parte se haya produci-
do una mayor integración del retrasado en la sociedad, y en segundo lugar
una normalización de los servicios. Integración y normalización son los térmi-
nos claves en esta fase. Esta integración y normalización sociales no han con-
sistido sólo en la salida de los manicomios, sino también, y principalmente, la
integración escolar, incluyendo a los retrasados mentales en las escuelas de
niños normales, compartiendo la formación con éstos, y en la ocupación de

229
---'--'-'~~

puestos laborales, de acuerdo con las leyes que obligan a las empresas a tener
un cierto número de disminuídos y discapacitados, tanto físicos como menta.
les.

Ha existido el peligro de interpretar la integración y la normalización


como la no aceptación de la' diferencia, es decir, como homogeneización. La
normalización llevaría a unificar u homogeneizar conductas, y a no aceptar o
excluir aquellas que se resisten a este proceso. Sería, de nuevo, la vuelta a los
. antiguos modelos. Por eso es necesario no perder de vista que por integración
y normalización se entiende aquí la inclusión de los retrasados mentales en la
vida social con pleno derecho, y por tanto aceptando y respetando su diferen.
cia. Del mismo modo que ha llegado la época del respeto de los derechos de los
enfermos físicos y mentales, ha llegado también la del respeto de los derechos
del retrasado mental.

y ello, no sólo por razones prácticas, sino por motivos teóricamente muy
importantes. La inteligencia no debe ser concebida,al modo del idealismo,
como la facultad de producir ideas, sino como una potencia o facultad adaptativa
al medio. La inteligencia tiene una función estrictamente biológica, como los
biólogos han venido diciendo desde hace más de un siglo, y Zubiri ha elevado
a categoría filosófica. La inteligencia no es otra cosa que la capacidad de apre-
hender las cosas como cosas, es decir, como realidades. Quien tiene esa capa-
cidad es un ser humano, y quien no la tiene, no. Un niño de dos años no tiene
uso de razón, pero sin duda aprehende las cosas como realidades, y por tanto
es un ser humano. Pero un ente que no aprehendiera ni pudiera aprehender
las cosas como realidades, no sería un ser humano. Esto les pasa a las personas
que están en muerte cerebral, y a quienes se hallan en estado vegetativo per-
manente, tanto adulto como infantil. No hay duda de que algunos de los lla-
mados paralíticos cerebrales se hallan en esta situación. Cuando tal sucede,
pienso, con Richard McCormick, que un individuo no puede ser considerado
un ser humano.

Es muy probable que los Autralopitecos superaran esta prueba, que apre-
hendieran las cosas como realidades. Sin embargo, tuvieron un tipo de inteli-
gencia que no les hizo capaces de llegar al uso de razón. Vista, la inteligencia
de los australopitecos desde la nuestra, habría que decir que todos fueron
retrasados mentales. Por eso no fueron capaces de adaptarse al medio de un
modo permanente.

No hay duda que los retrasados mentales poseen la capacidad de actuali-


zar las cosas como realidades (salvo los casos de verdadera amencia neurológica,
de estado vegetativo total por pérdida irreversible del soma de todas las
neuronas corticales), y que por tanto son inteligentes. La inteligencia no con-
siste en el uso de la razón, ni en la realización de juicios, sino en la aprehen-
sión de las cosas como reales.

230
~-~~~-~~-~--

Pero es que además esa aprehensión tiene un objetivo primariamente bio-


lógico, hacer viable una especie que en caso contrario no pod~~ subsistir. en el
medio. La inteligencia, pues, hay que ponerla siempre en relación al medio. De
hecho, el retraso mental no es un concepto absoluto sino relativo. Son retrasa-
das aquellas personas que no poseen las mismas capacidades intelectuales que
los demás miembros de su grupo o de la sociedad. El medio, en el caso ~el ser
humano, no es nunca puramente natural, sino social y cultural. El medio ~u-
mano es construido. Yes además enormemente complejo. Hay muchos medios
humanos, unos más simples, otros más complejos. Uno puede aparecer como
retrasado en relación a un medio, y no serlo en otro.

El medio en que había de vivir un retrasado mental en la Edad Media era


infinitamente más elemental que el nuestro. El medio propio de la vida social
en la época moderna y postmoderna es ciertamente complejo. Se basa en la
competencia agresiva, y para eso es para lo que probablemen.t~ se hallan,me-
nos capacitados los retrasados mentales. Pero el defecto no tiene por que ser
sólo de ellos; también puede ser del medio. De hecho, hay muchas razon~s
para pensar que estamos creando un medio incompatible con la supe~vencla
a largo plazo. Si es así, resultaría que la inteligencia humana, nacida ~~ra
adaptar al hombre al medio, estaría dando como resultado la desadaptación.
De hecho los temores y terrores sobre una desadaptación definitiva son cada
vez más frecuentes. El deterioro del medio ambiente, las radiaciones, la ener-
gía atómica, tantas cosas más, pueden acabar con la humanidad so~re la tie-
rra. Si esto sucediera, habría que pensar que la inteligencia no ha SIdo cap~z
de adaptar al ser humano al medio. De hecho, llevamos sobre la .tie:r;a no ma.s
de 100.000 años, mucho menos que el Australopiteco, que consiguió sobrevi-
vir más de un millón de años, y desapareció, sin duda por su incapacidad de
adaptarse al medio. Y aunque esto no fuera así, parece claro que la especie
humana tiene problemas de adaptación al medio mucho mayores que otras
muchas especies animales.

Si el hombre desapareciera de la Tierra, habría sido por su incapacidad


para adaptarse al medio. Lo cual demostraría que estábam?s utilizan~o. malla
inteligencia. El adverbio mal tiene aquí un sentido estrictamente ~tlco. La
maldad es posible en el modo humano de relacionarse con el medio, y esa
maldad pone en cuestión todo el sistema de equilibrios. Y aquí viene el gran
tema: el sistema de adaptación del ser humano al medio pasa por la moral, es
decir, por el proceso de «[usificáción» de sus actos,. precis~mente porque estos
no se hallan naturalmente ajustados. Hay un desajustamiento natural, que el
hombre tiene que suplir con la justificación moral. Lo cual sup?~e tanto como
afirmar que la moral es también un mecanismo de adaptación, Conductas
morales son las que adaptan al ser humano a su medio, y conductas inmo,r~les
las contrarias las desadaptativas. La inteligencia humana se puede utilizar
para ambas c~sas, de modo adaptativo y del mo~o contrario. Por ejemplo, la
técnica tiene por objeto adaptar al hombre al medio, pero puede desadaptarlo.

231
y lo tremendo es que ningún acto ni ninguna técnica tiene sólo uno de eso
efectos; por lo general tienen los dos, y entonces es problema es ponderar los
efectos positivos sobre los negativos. s

. .Desd~ esta perspe~tiva, el problema está en ver si estamos utilizando la


inteligencia en un sentido o en otro. Porque si la estuviéramos utilizando en
sentido desad~ptativo, si po~ ejemplo la pura competición fuera desadaptativa,
~ntonces habna que concluir que no es el tipo de actividad mental que nos
Interesa. Retra.sado m~ntal no es el que no puede seguir el ritmo competitivo
d.e nuestra sO~ledad, sino el que no puede adaptarse al medio. Habría que ver
SI e.n es.e,sentido no somos todos retrasados mentales. y, en cualquier caso, la
obligación moral es ayudar a esa adaptación a quienes no pueden hacerla, o
no pue~~nhacerlo del todo. La moral es también una facultad biológica de
adaptación. El retrasado mental puede adaptarse hasta un cierto punto, y pue-
de y debe ser ayudado por los demás en el margen de desadaptación. Estas son
las bases de cualquier proyecto coherente de integración y normalización.

.En resume~, en esta tercera etapa de la historia del retraso mental la


consigna no ha sido la «exclusión», como en el primero! ni la «reclusión» como
en el segundo, sino la «integración y normalización». '

232
11
JÓVENES Y VIEJOS

El año 1988 publicó el filósofo y bioeticista norteamericano Norman Da-


niel un libro titulado ¿Pero soy yo el guardián de mis padres? Ensayo sobre la
justicia entre los jóvenes y los viejos. En una sociedad que cada vez se hace más
anciana cobra una importancia antes desconocida el tema del cuidado de los
mayores. ¿Hasta dónde llegan las obligaciones de los hijos para con los pa-
dres? ¿Son absolutas? ¿Tienen límites? Y si los tienen, ¿cuáles son y dónde
están?

Una primera respuesta sería decir que las obligaciones de los hijos para
con los padres son similares a las que éstos tuvieron con aquéllos durante su
infancia. Los padres atienden a los hijos en los primeros años de su vida, y los
hijos a los padres en la fase final de su existencia.

Pero esto no parece que se haya entendido siempre así. De hecho,


Aristóteles dice en la Ética a Nicómaco que «el vínculo entre quien ha dado el
ser y su criatura es más estrecho que el que existe entre lo producido y quien lo
hizo» (XII 2: 1161b21). Tomás de Aquino comenta este texto en la Summa
Theologica (S Th 2-2, q. 26, a. 9) y en su favor trae a colación el mandato del
apóstol Pablo que dice: «No deben los hijos atesorar para los padres, sino los
padres para los hijos» (2 Cor 12,14). Si bien desde el punto de vista del origen
el padre parece que debe ser más amado que el hijo, desde el del vínculo
, .rcede exactamente lo contrario, que el hijo es más amable que elpadre. De lo
que deduce Tomás de Aquino que los padres deben a los hijos fundamental-
mente la provisión material, en tanto que los hijos deben a los padres sobre
todo honor espiritual. Este honor lo entiende, con toda seguridad, en eLsenti-
do de la tradición judía, y concretamente del precepto del Decálogo que dice:
«Honra a tu padre ya tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra
que Yahvéh, tu Dios, te va a dar» (Ex: 20,12).

233
-------""~-----'----~~~-~-------_._-

A los mayores se les debe más respeto que ayuda material. Lo cual no
quiere decir que no se tengan con ellos unos ciertos deberes materiales. Es el
propio Aristóteles el que dice que «con el sustento debemos ayudar sobre todo
a nuestros padres, puesto que a ellos se lo debemos, y es más noble atender en
esto a los que nos han dado el ser que atender a nuestro propio sustento" (IX 2:
1165a21-23). Por ejemplo, el Código Civil español exige la provisión de ali-
mentos entre parientes, y por tanto la cobertura de las necesidades básicas de
los mayores, siempre y cuando éstos necesiten. tal ayuda para subsistir (Arts.
142-153). Pero el Código Civil no dice nada a propósito de la honra espiritual
de los mayores, sin duda porque piensa que ésta debe quedar al arbitrio y buen
corazón de cada persona.

Desde hace muchos siglos se vienen distinguiendo dos tipos de deberes,


los perfectos o de justicia y los imperfectos o de beneficencia. En el cuidado de
los mayores intervienen estos dos tipos de deberes, pero diferenciadamente.
De ahí que el problema esté en saber qué parte de ese cuidado debe conside-
rarse obligación perfecta o de justicia y qué otra obligación imperfecta o de
beneficencia.

El deber de ayudar a los mayores que se encuentran en situación de nece-


sidad es sin duda una obligación de justicia, que puede ser exigida coactivamente
. por el juez. Tan claro es que los deberes básicos para con los mayores son
obligaciones de justicia, que nuestras sociedades han decidido socializarlos,
estableciendo un sistema de pensiones de jubilación y vejez que evite el que las
personas de edad puedan encontrarse en situaciones de indigencia. Y ello por-
que en el Estado de bienestar la organización de la familia es tal que el cuida-
do de los mayores y ancianos le resulta prácticamente imposible. Parece obvio
que cuanto más difícil es para la familia cumplir con este tipo de deberes, más
obligaciones subsidiarias tienen la sociedad y el Estado. Cabe decir, en tal sen-
tido, que la obligación perfecta de auxilio material de losancianos correspon-
de hoy primariamente al Estado. No puede descargarse sobre los hombros de
familias ya muy presionadas el cuidado de los ancianos, los enfermos menta-
les y los desvalidos, con el argumento de se trata de deberes morales primarios
que los individuos y las familias deben asumir so peligro de caer en la más
completa indignidad moral.

Es dificil exigir hoya la familia mucho más que el viejo deber de honor,
cariño y respeto. Y éste en cuantía variable. No debe olvidarse que se trata de
un deber de los llamados imperfectos o de beneficencia, en el que nadie, salvo
el propio individuo, puede establecer el límite exigible. Estos son deberes de
virtud, que cada uno tiene que exigirse a sí mismo, pero que nadie puede
exigir a otro. De ahí que tales obligaciones nunca puedan ser coactivas, y que
el único tribunal ante el que deban presentarse sea la propia conciencia. Cada
uno habrá de establecer hasta dónde puede, debe y tiene que dar en este orden
de cosas.

234
. .. . 1 las obligaciones pú-
Esto es preciso recordarlo hoy. En la sltuaClOn actua .' . 1
blicas para con los mayores deben considerarse perfectas o de j~snc13, y. as
privadas o familiares imperfectas o de beneficencia: Ypor tanto solo son eXl~l~
bles en los límites que marquen los propios individuos pnvados, est~ es, 1
acuerdo con las posibilidades y disponibilidades de cada uno. A nadie se e
puede exigir menos, pero tampoco más.

235
12
HISTORIA DE LA VEJEZ

INTRODUCCIÓN

En lo que sigue vaya intentar demostrar algunas tesis sobre la posición


del anciano en la estructura social. Una primera tesis es que la estimación
social del anciano ha ido cambiando a lo largo de la historia. No ha habido un
único modo de comportamiento ante el anciano. Las actitudes ante la anciani-
dad están socialmente condicionadas, y sólo son inteligibles dentro de la pro-
pia estructura social.

La segunda tesis que quiero defender es algo más comprometida. Dice


que la estimación social del anciano ha ido decreciendo con el paso del tiem-
po, de modo que fue inmensa en las culturas primitivas, y ha ido perdiendo
puestos según ha ido pasando el tiempo. Al menos en la historia de la cultura
, occidental, hay un evidente corrimiento de la estimación social hacia lajuven-
tud'.

l. LAS CULTURAS PRIMITIVAS: EL VIEJO COMO EL SUJETO


DE MÁS AUTORIDAD

Los estudios de etología parecen demostrar que en muchas especies ani-


males los especímenes más ancianos ocupan lugares de privilegio. Simone de
Beauvoir resume así el tema:

l Sobre historia de la vejez, cf. Luis Sánchez Granjel, Historia de la vejez: Gerontología,
Gerocultura, Geriatría, Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca, 1991; Georges
Minois, Historia de la vejez: De la Antigüedad al Renacimiento, Madrid, 1989.

237
En muchas especies -sobre todo cuanto más evolucionadas son- los animales
viejos y experimentados gozan de un gran prestigio; transmiten a los otros las
informaciones que han adquirido en el curso de la experiencia. El puesto que
cada uno ocupa en el grupo está en relación directa con el número de años
que tiene. Los zoólogos han referido a este respecto cierto número de obser-
vaciones curiosas. Entre los chovas, si un pichón manifiesta miedo, los otros
no le prestan atención; pero si un macho viejo da la señal de alarma, todos
emprenden vuelo. Los chovas viejos y experimentados son los que enseñan a
los otros a conocer a sus enemigos. Los colaboradores del zoólogo Yerkes
enseñaron a un joven chimpancé a obtener bananas manipulando un aparato
complicado; ninguno de sus congéneres trató de imitarlo. Se hizo hacer el
mismo aprendizaje a un chimpancé viejo, y por lo tanto de categoría superior:
todos los otros lo observaron y lo imitaron. Sólo imitan por principio a los
congéneres de categoría superior'.

El tema de los monos antropoides es muy interesante. En él los viejos son


los que tienen toda la autoridad y el poder de la manada. Cuando no pueden
ejercerlo, cuando otros monos más jóvenes son capaces de arrebatarles sus
hembras, entonces los monos viejos se retiran a un lugar solitario, donde sue-
len ser pasto de las fieras. Cuando el mono mayor no puede seguir detentando
toda su autoridad, se autoexcluye de la vida del grupo social".

Esto mismo sucede en las sociedades humanas más primitivas. Los


antropólogos e historiadores han descrito repetidamente el poder de los viejos
en distintas culturas primitivas", y cómo se quitaban de en medio o los quita-
ban de en medio cuando ya no podían ejercer ese papel. Esta es una práctica
que parece haber sido muy frecuente en los pueblos primitivos.

Entre los hopis, los indios creeks y crows, entre los bosquimanos de Africa del
Sur, era costumbre acompañar al viejo a una choza construida a propósito
apartada de la aldea, dejar un poco de agua y de alimento y abandonarlo.
Entre los esquimales, cuyos recursos son muy precarios, se pide a los viejos
que vayan a acostarse en la nieve y esperen la muerte, o, durante una expedi-
ción de pesca, los dejan olvidados en un banco de hielo; o bien los encierran
en un iglú donde se mueren de frío. Los esquimales de Ammassalik, en
Groenlandia, tenían costumbre de darse la muerte cuando sentían que eran
una carga para la comunidad. Una noche hacían una especie de confesión
pública y dos o tres días después subían en su kayak y abandonaban la tierra
para no volver jamás".

2 Siffi~ne de Beauvoir. La vejez, Barcelona, Edhasa, 1989, pp. 49-50.


3 Cf. Simone de Beauvoir. Op. cír. p. 50.
4 Cf., p.e. J.G. Frazer. La rama dorada, Madrid, FCE, 1991, p. 73.
5 Simone de Beauvoir. Op. cit., p. 64.

238
Los testimonios que nos quedan de las épocas primitivas y arcaicas coin-
ciden todos en atribuir al viejo la máxima autoridad política, social y cultural.
Esto es totalmente lógico en las culturas ágrafas, ya que los ancianos son la
memoria de la comunidad. Ellos son los depositarios de la tradición, y por
tanto los que guardan las señas de identidad del pueblo. Pero también parece
claro que cuando la memoria les falla, dejan de jugar ese importante papel en
la sociedad.

En las culturas primitivas literarias, el papel del anciano siguió siendo


muy importante. Los textos bíblicos nos dan una idea de la importancia del
anciano en la cultura de Israel: «Delante de las canas te levantarás, y honrarás
el rostro del anciano", se lee en el libro del Levítico. «En los ancianos está el
saber-"; «busca la compañía de los ancianos»" Y en los Proverbios: «Corona de
honra es la vejez, que se hallará en el camino de la justicia". En la primitiva
organización de la Iglesia, a los presbyteros se les concede un papel fundamen-
ta!' Sin embargo, el cristianismo no es una religión gerontocrática, sino todo lo
contrario. Jesús de Nazaret inicia su vida pública a los 30 años, y muere siendo
muy joven. El paradigma cristiano es el de un joven, no el de un anciano. Esto
va a hacer que el cristianismo vaya a asumir con gran facilidad la perspectiva
griega.

Lo mismo acontece en la Grecia arcaica. Los poemas homéricos nos de-


muestran la situación de privilegio que en la sociedad griega arcaica ocupan
los ancianos.

n, LA CULTURA CLÁSICA: EL VIEJO COMO ENFERMO

En Grecia el anciano deja de jugar el papel de excepción que tuvo en las


culturas primitivas. Para comprobarlo, nada mejor que acudir al mito que Platón
cuenta a comienzos del libro tercero de las Leyes. Su tema es el de la formación
de las comunidades políticas o ciudades. No todo el mundo ha vivido en socie-
dad, es decir, en una comunidad política. En tiempos muy remotos, dice, se
produjeron "diluvios, epidemias y otras muchas cosas de este tipo, de las que
sobrevivió un corto número de individuos de nuestra especie-", Platón conce-
de especial importancia al diluvio. Cuando este sucedió, todos los hombres
murieron, excepto «algunos pastores montaraces, mezquinas brasas del linaje
humano salvadas en las cumbresdelos rnontes-". Los que se salvaron fueron
hombres salvajes o semisalvajes, que habitan en las montañas. Esos hombres

6 Job 12, 12.


7 Eclesiástico 6, 35.
8 Leyes lIT: 677a.
9 Leyes III: 677b.

239
no t '
enlan «experienc" d
deIa ciudad para ave~ta': las artes en general ni de los amaños de las gentes
f¡clOSque suelen" bJ,rse y triunfar de los demás, ni de los restantes malo.
pue conce Ir unos 10 "
s, , no sólo vid as h urnan ' contra otros» , En el diluvio se perdieron ,
general lo que SU" 1" ,as, SIOOtodo resto de civilización: las artes y en
e 1 pone a Vid iud d '
n os llanos o cer d 1 a cru a ana. Para Platón «las ciudades se hallan
hum ca e mar»1I y
ana, resulta qu l ,como
1 ili 1 .
a po LS es a unidad cultural, moral y
esas característias Le os que quedaron en las montañas no poseían ninguna de
frente a los que vi os gnegos les dieron un nombre muy preciso el de bárbcro;
lJ Iven en l iud "
amaron a los prím b as ciu ades de las llanuras o policai. Los romanos
eras arbarirz ya los segundos crves. '
Los bárbaros evide
r,rollada. Pero ta~ ntemente, no tienen una estructura política bien desa-
tienen poca carecen P Id' , ,'
bi , uno muy rud' . or cornp eto e regirnen político sino que
la Hamero a prop' lmentano
, ,aIlam d o d'ynasteia
' 0« d ormmo»,
" que ' ya descri-
OSitode los Cíclopes:
~o tienen ellos asa '
Sino que hab't mbleas deliberante ni leyes
I an las ' ,
en las cóncav Cimasde las altas montañas
a SUs hiios y as grutas, y cada uno da normas
J esposas'
, sin preocuparse de los demás".
Pues bien '
las m - ' en estas socí d d " , ,
ontanas, que no le a es pnrmtrvas, rusticas, bárbaras que viven en
«manda l conocen l d d " '
d e de mayor ed d a ver a era vida ciudadana, dice Platón que
;a re, y le siguen los da" por haber recibido la autoridad del padre o de la
s
°d paternalmente»13 Eemal s f~rmando un solo bando como las aves goberna-
po er p l' ' . n as ep " '
o itlco, y con él t d ocas mas arcaicas, pues, el anciano tenía el
o os los demás.
A partir d hí
comun'd e a ,esas fam'!" .
I ' 1 ades Políticas ' I las o tnbus se fueron uniendo y surgieron las
os Jbefesde maYor edadmdaslgrandes. En ellas hubo que elegir de entre todos
<'go erna e as com id d '
ntes». Surgen '1 ' um a es integrantes a los «legisiadores» y
mente, vendría el Surgl'asi os reglmenes aristocráticos y monárqutcos>, Final-
miento de 1 '1' .
, a po LS propiamente tal, de la ciudad griega.
Platon co b
masía e l' mo uen griego e id ' ,
~an os griegos y ,0nSI era siempre que los politai por antono-
categona de bárbaro¡{s ~uedtodos los otros pueblos quedaban incluidos en la
, o ebemos olvidar que el término griego bárbaros

10 L
II eyes 11l: 677b
12
Leyes
'
1II· 677 '
. e,
OdISea IX 112
13 Leyes lf[: 680d-llS,
14 Leyes 1II' -e.
15 ' 681 c-d
Leyes IU: 693 a. .

240
significó originariamente el que no sabía hablar griego, el extranjero. Todos
eran bárbaros, todos eran rudos, y tenían un dominio pobre y deficiente del
uigos. Lógos significa en griego, como es bien sabido, palabra, pero significa
también razón. Los bárbaros son deficientes en ambos sentidos de la palabra
lógos. Como también les sucede a niños y ancianos, que son deficientes en el
uso dellógos. Platón, como todos los griegos, piensa que la plenitud dellógos
no la tiene más que el joven. Por eso en su República los gobernantes no son los
más viejos, sino los más perfectos, que son hombres maduros, pero no ancia-
nos.

Lo mismo sucede en la Política de Aristóteles. También él comienza ha-


ciendo un breve repaso de los regímenes políticos que han existido con ante-
rioridad. La primera comunidad estuvo constituida por casas y reuniones de
casas o aldeas. La aldea, dice Aristóteles, «en su forma más natural aparece
como una colonia de casas: algunos llaman a sus miembros 'hijos de la misma
leche' o 'hijos de hijos'. Esta es también la razón de que al principio las ciuda-
des fueran gobernadas por reyes, como todavía hoy los bárbaros; resultaron
de la unión de personas sometidas a rey, ya que en toda casa reina el más
anciano, y, por lo tanto, también en las colonias, cuyos miembros están unidos
por el parentesco. Yeso es lo que dice Homero:

Cada uno es el legislador de sus hijos y mujeres,


pues en los tiempos primitivos vivían dispersos".

Aristóteles considera que la veneración cuasi religiosa del anciano es re-


miniscencia de épocas pasadas. A los ancianos hay que tratarles con respeto,
como a familiares venerables que son, pero nada más. En la Ética a Nicómaco
escribe Aristóteles:

A todos los ancianos debemos honrarlos según su edad, levantándonos para


salir a su encuentro, cediéndoles el asiento, y con otros actos semejantes de
cortesía 17.

Todo esto demuestra bien hasta qué punto en la cultura clásica hay un
corrimiento de la estimación social hacia la juventud. De hecho, el hombre
perfecto, aquél que tiene todas sus potencialidades en acto, es el joven, quien
se halla en la plenitud de la vida. Los griegos concibieron la vida como una
parábola, cuyos lados se corresponden con las fases de crecimiento y de decre-
cimiento de la vida, y el punto de confluencia de ambos lados con la acmé de la
vida, la fase de plenitud vital, Los griegos denominaron a este momento con
varios nombres, uno de ellos el de «juventud». Lasfases anterior y posterior se

16 Poi 1252 b 17-22,


17 Et Nic, 1165 a 26-28.

241
denominan, en el vocabulario propio de la filosofía griega, de «generación» y
de «corrupción". La fase de generación no termina con el nacimiento, sino que
continúa hasta que el hombre llega a su plenitud, no antes de los 28 años
(7x4). Y la fase de corrupción se inicia también en un múltiplo de 7, a los 49
años (7x7). Ahí comienza la ancianidad.

Hay un término griego enormemente interesante. Es el verbo ciino, que


significa inclinar, acostar. De ahí proceden términos bien conocidos en nuestra
lengua, como reclinarse, o clínica, el lugar donde están las personas tumbadas
o acostadas en la cama, que en griego se decía clíne. Pero de ahí vienen otros
términos no menos curiosos, corno el de «clima», que significa la inclinación
de un lugar determinado respecto de la estrella polar. Cuando la inclinación es
nula, es decir, cuando la posición del observador forma un ángulo recto con la
estrella polar, lo cual no sucede más que en el polo norte, el clima es bajo. Por
el contrario, cuando uno va alejándose del polo y acercándose al ecuador, la
visual de la estrella polar forma con la superficie de la tierra un ángulo cada
vez más agudo, lo que demuestra que la inclinación o el clima es progresiva-
mente mayor, lo que se manifiesta como aumento de temperatura.

Pero de ese verbo griego derivan también otros términos, como el de clí-
max, grada o escalera por la que se sube, y climactér, que significa peldaño de
escalera. Pues bien, de ahí procede la palabra «climaterio», que originaria-
mente significa escalón, haber subido o traspasado un escalan. Los griegos
consideraban que la vida estaba dividida en escalones de siete años". Cada
siete o múltiplo de siete era una época crítica o climatérica, especialmente la
de 7x7=49, y el 7x9=63, que son las edades climatéricas por antonomasia.

Todo esto significa que para los griegos, y tras ellos para toda la cultura
occidental, el ser humano está en la plenitud vital durante un tiempo más bien
cono, que va desde los 28 a los 49 años, y que desde luego no tiene nada que
ver con la vejez. Cuando se contempla la gran estatuaria griega, se advierte la
admiración de los griegos hacia la juventud, y su poco aprecio de la infancia y
de la vejez. Sólo el joven es perfecto. El niño y el viejo son por definición
imperfectos.

, y para comprobar esto no hay nada mejor que acudir de nuevo a


Aristóteles. En el libro segundo de la Retórica, Aristóteles dedicó unos capítu-
los a hablar del «carácter" (éthos). El éthos, comienza diciendo, depende de
varias cosas, de las pasiones, de las disposiciones, de la edad y de la fortuna. Y
al referirse a la edad añade: «Las edades son la juventud (neótes), la madurez
(acmé) y la vejez (géras)>>19. Inmediatamente, Aristóteles empieza a describir

18 cr Salón fr. 19 D Y27. Aristóteles, Poi VII, 15: 1335 b 32; 1336 b 37.
19 Aristóteles. Retórica 11,12: 1388 b 37.

, 242
el carácter del joven, que en su opinión es desordenado y extremoso. El co-
mienzo dice así:

Losjóvenes son por carácter concupiscentes e inclinados a hacer aquello que


desean. Y en cuanto a las pasiones corporales son especialmente sumisos a las
de Venus e incontinentes en éstas. También son variables y fáciles de hanarse
en sus pasiones, y desean fuertemente, pero se les pasa deprisa; sus caprichos
son vehementes, pero no duraderos, como la sed y elhambre de los que están
enfermos. También son apasionados y de cólera pronta y capaces de obedecer
a su impulso. y son dominados por la ira, porque por punto de honra no
soportan ser tenidos en poco, sino que se enojan si se consideran víctimas de
injusticia. Y son amantes del honor, pero aún más del triunfo, porque lajuven-
tud desea sobresalir, y la victoria es una especie de excelencia 20.

Aristóteles continúa describiendo la extremosidad de los jóvenes, tanto


en sus aspectos positivos como negativos. Tras lo cual añade:

y en todo pecan por cana de más y por vehemencia, contra lo dicho por
Quilón, pues todo lo hacen con exceso: aman con exceso y odian con exceso y
t~?O lo demás de modo semejante. También ellos creen que lo saben todo y
afirman confiadamente; ello es la causa del exceso en todo. Las injusticias las
cometen por insolencia y no por maldad":

En el polo opuesto se hallan los viejos. Ellos también son inmoderados,


exrrernosos, pero no por exceso, como los jóvenes, sino por defecto. Por eso
Aristóteles comienza describiéndolos así:

Los ancianos que han pasado la madurez tienen caracteres que en general se
deducen de los contrarios a los anteriores, pues a causa de haber vivido mu-
chos años y de haber sido muchas veces engañados y haber cometido errores,
y por ser malas la mayoría de las cosas, no aseguran nada y en todo se quedan
rr:ucho más cortos de lo que se debe. y opinan, pero no están cienos, y cuando
disputan añaden siempre el quizá y acaso, y todo lo dicen así y nada con
seguridad. Y son maliciosos; pues consiste la malicia en tomarlo todo a mala
parte. También son suspicaces por su falta de confianza, y carecen de confian-
za a causa de su experiencia ... Y son mezquinos, por haber sido humillados
por la vida, y no codician nada grande ni excesivo, sino lo adecuado para vivir.
y no son generosos ... y son cobardes ... Y son egoístas ... Y viven mirando a la
utilidad, y no al bien, en grado mayor del debido ... Y son más desvergonzados
que vergonzosos ... y son difíciles para la esperanza ... y viven más con la me-
moria que con la esperanza ...22

20 Aristóreles, Ret 11, 12: 1389 a 3-14.


21 Aristóteles. Ret 11, 12: 1389 b 3-9.
22 Aristóteles. Ret 11, 13: 1389 b 14-1390 a 7.

243
Hay un apotegma latino, directamente derivado de la ética aristotélica
que dice: in medio virtus quando extrema sunt vitiosa. Esto es, exactamente, lo
que pasa con las edades. La juventud y la vejez son extremas y por ello mismo
viciosas, La virtud está en el medio, es decir, en la edad madura. De ahí que
Aristóteles comience el capítulo que dedica a ella con estas palabras:

Los que están en la plenitud es evidente que estarán por su carácter entre
éstos [jóvenes y.viejos], quitando de unos y otros el exceso: ni demasiado
confiados (porque eso es la temeridad), ni demasiado temerosos, sino en buen
ánimo para lo uno y para lo otro; ni fiándose de todos ni de todos desconfian-
do, sino más bien juzgando conforme a lo verdadero; y no viviendo sólo para
el bien ni sólo para lo útil, sino para ambas cosas; ni tampoco para el ahorro ni
para la prodigalidad, sino para lo adecuado. De modo semejante en lo que se
refiere a la pasión y a la concupiscencia. Y son temperantes con valor y valien-
tes con templanza. Así, pues, entre los jóvenes y los viejos se distribuyen estas
cualidades de modo que los jóvenes son valerosos e intemperantes, los viejos
temperantes y cobardes. Por de cirio en general, cuanto de bueno se reparte
entre la juventud y la vejez lo poseen los que están en la madurez, y lo que
tienen unos y otros de exceso o de defecto, de esto tienen lo moderado y
adecuado".

Tras lo cual ya no le queda a Aristóteles más que delimitar cronológi-


camente el periodo de la madurez, lo que hace con estas palabras: «El cuerpo
está en la flor desde los treinta años hasta los treinta y cinco, y el alma alrede-
dor de los cuarenta y nueve-". La plenitud corporal se consigue, pues, entre
los 7x4 y los 7x5, y la espiritual entre los 7x5 y los 7x7. Platón difiere un poco
de estas cifras. En la República afirma que la plenitud corporal del varón se
logra a los treinta años y la de la mujer a los veinte" y la intelectual a los
cincuenta".

La conclusión de todo esto es que en Grecia, en los orígenes de la cultura


occidental, se da un claro corrimiento de la acmé de la vida desde la vejez a la
madurez. El viejo no interesa mucho, porque se le considera un sujeto enfer-
mo, y en tanto que enfermo feo y malo. Este es un tema que ya he tratado en
otras obras mías, la correspondencia que se da en el naturalismo griego entre
salud, bondad y belleza, y cómo, por tanto, el sujeto enfermo es malo y feo.
Pues bien, a la vejez la sucede esto. El enfermo es un ser antinatural, un peque-
ño monstruo de la naturaleza. Platón tiene un texto tremendo en que dice que
la enfermedad es una vejez prematura, y la vejez una enfermedad perma-
nente.

23 Aristóteles. Ret 1I, 14: 1390 a 29-b 10.


24 Aristóteles. Ret I1, 14: 1390 b 11-12.
2S Platón. Rep V: 460 e.
26 P1atón. Rep VII: 540 a. En Leyes N 721 a y VI 772 e pone otros límites de edad.

244
Desde esta perspectiva es desde la que hay que leer los tratados Desenectute
escritos en la época clásica, como por ejemplo el de Cicerón. No se crea que en
ellos se alaba la vejez. Todo lo contrario. De 10 que se trata es de aceptar
estoica mente los achaques de la ancianidad, de sobrellevarlos con paciencia, y
de sacar de ellos el mejor partido posible". El anciano lo que necesita es resig-
nación. Y para ello, no hay duda, pocas filosofías tan adecuadas como la estoi-
ea. No puede extrañar, pues, que el estoicismo hiciera de eso causa propia.

El cristianismo, como ya he dicho, aceptó sin problemas la perspectiva


griega. No en vano Jesús de Nazaret se ajusta en su vida perfectamente al
paradigma griego. Llevó una vida oculta hasta después de los 28 años, y en-
tonces comenzó su vida pública, que acabó antes de que se inciara su vejez. Así
se explican también las referencias a la juventud que hay en los escritos
neotestamentarios. La juventud es un don divino. Simone de Beauvoir ha sabi-
do ver bien que esto influye en la preeminencia de la juventud en la Edad
Media, sobre todo a partir del siglo )(I28.

III. EL MUNDO MODERNO: EL VIEJO COMO JUBILADO

La sociedad moderna aparece cuando se produce el fenómeno que Max


Weber describió como burocratización del Estado, o aparición del Estado de-
mocrático. El Estado antiguo se identificaba con unos individuos, los reyes, y
unas familias, las de la nobleza. Por el contrario, el Estado moderno, el surgido
tras las revoluciones liberales, es muy impersonal. El poder no es de los que lo
detentan sino de la institución, que es un ente impersonal. En el mundo mo-
derno el Estado se irnpersonaliza y burocratiza.

Este Estado burocrático es cada vez más complejo. Como consecuencia de


ello, aparece un funcionariado progresivamente más importante. El poder de
los nobles lo tienen ahora los funcionarios públicos. Es el llamado sector ter-
ciario de la sociedad. Pues bien, en este medio burocrático y funcionarial es en
el que surgen dos fenómenos de la máxima importancia: la jubilación y las
pensiones de jubilación. Como ha escrito Simone de Beauvoir:

La pensión se concibió primero como una recompensa. Ya en 1796 Tom Paine


aconsejaba recompensar con una pensión a los trabajadores de 50 años. En
Bélgica y Holanda se concedieron pensiones en el sector público a partir de
1844. En Francia, en el siglo XIX, los militares y los funcionarios fueron los
primeros en recibir pensiones; el Segundo Imperio las otorgó después a los
mineros, los marineros, los obreros de los arsenales, los ferroviarios. Se consi-

27 Cicerón. De la vejez, México, Porrúa, 1990.


28 Simone de Beauvoir. Op. cit., p. 161.

245
deraba que recompensaban, en profesiones peligrosas, un largo periodo de
leales servicios. La atribución se hizo organizada y habitual con dos condicio-
nes: largos años de trabajo y una edad determinadai"

Las gratificaciones por jubilación aparecen como tales en los inicios del
Estado liberal moderno. Pero tienen, como todo, sus antecedentes. En lascor-
res absolutistas era costumbre beneficiar económicamente a las personas que
dejaban su puesto tras haber prestado servicios durante muchos años. Esa cos-
tumbre transformada, burocratizada, acabará dando como resultado las pen-
siones de jubilación. La jubilación y las pensiones surgen en el sector terciario,
inmediatamente después de la configuración de los Estados tras las revolucio-
nes liberales. Esos Estados burocráticos es lógico que jubilaran a sus funciona"
rios, y también es lógico que les compensarán económicamente por quedar en
una situación muy precaria, si se compara con la que tenían los ancianos en el
sector primario o agrícola tradicional. Como ha escrito Simone de Beauvoir:
«en la sociedad antigua, compuesta esencialmente de campesinos y artesanos:
había una exacta coincidencia entre la profesión y la exístencia»:", cosa que no
sucede ya en la sociedad moderna.

La condición de los funcionarios, con todo, no era peor que la de los


obreros que trabajaban en las empresas' surgidas de la revolución industrial, es
decir, en el sector secundario. Esto explica que pronto reivindicaran éstos unos
beneficios similares a los de los funcionarios. Llamo aquí mundo moderno al
que aparece con la revolución industrial. Cuando, a partir de 1848, se inician
los movimientos sociales de reivindicación de los derechos laborales y socia-
les, uno de ellos va a ser el de la jubilación a una cierta edad y el de pensión de
jubilación para los trabajadores industriales. La jubilación no se daba en las
sociedades agrícolas o primarias, pero sí se da en las sociedades industriales o
secundarias, lo mismo que en las sociedades de servicios o terciarias.

. A partir de ahí, se inicia la creación, desde finales del siglo XIX, de todo el
sistema de seguros sociales, tantas veces historiada, y que no es preciso referir
aquel.

Todo esto se puede ver como una humanización de la sociedad. Pero tam-
biénpuede interpretarse de otra manera. Desde la crisis del 29 vivimos en una
economía llamada neo capitalista, que pone el acento económico no en el aho-
rro,como el liberalismo tradicional, sino en el consumo. Nuestra sociedad es
la sociedad de consumo, y nuestro Estado el Estado de bienestar. No son dos
cosas ajenas la una a la otra. Sólo cuando el Estado asegura las contingencias

29 Simone de Beauvoir. Op. cit., pp. 269-70.


30 Simone de Beauvoir. Op. cit., p. 269.
31 Simone de Beauboir. Op. cit., pp. 270ss.

246
negativas de la vida, como es la enfermedad o la vejez, puede dinamizarse el
consumo de una sociedad. Si las personas se dedican a ahorrar para cubrir las
contingencias negativas de la vida, el consumo se retrae obligatoriamente. Por
eso el sistema de seguros sociales tiene una finalidad económica de primera
categoría. Los ancianos no pueden ser productores, pues en eso consiste preci-
samente la jubilación, pero sí pueden y deben ser consumidores. Esta es una
clave fundamental para entender el modo como nuestra sociedad enfoca el
problema de la ancianidad. El jubilado no es un productor, pero sí debe ser un
consumidor. La crisis del 73 ha rebajado algo estos ideales, pero la tesis sigue
en pie, al menos por ahora. Quizá en los próximos años haya que revisar estas
tesis de raíz".

32 Sobre la vejez en la sociedad actual. Cf. J. Sánchez Caro y F. Ramos, La vejez y sus mitos,
Barcelona, Salvar, 1982; P.R.Bize y C. Vallier, Una nueva vida: La tercera edad, Bilbao, Men-
sajero, 1973; A. Comfort, Una buena edad: La tercera edad, Madrid, Debate, 1977; Informe
Gaur, La situación del anciano en España, Madrid, Confederación Española de Cajas de Aho-
rros, 1975; E. Mira y López, Hacia una vejezjóven, Buenos Aires, Kapelusz, 1961.

247
13
LOS CUIDADOS INTENSIVOS EN LA ERA
DE LA BIOÉTIcA
,
\ 'l. UN NACIMIENTO CASI SIMULTÁNEO

Los cuidados intensivos y la bioética coinciden, al menos, en su juventud.


Ambas son disciplinas muy jóvenes, jovencísimasf'üe hecho, ambas han cum-
plido sus primeros veinticinco años hace muy poco tiempo. También coinciden
en otra cosa, y es en que han conseguido una enorme implantación en la Me-
dicina en este breve tiempo. Esto tiene que deberse a algo que, probablemente,
ambas tienen en común.

Veamos qué pueden tener en común las breves historias de estas dos dis-
ciplinas médicas. Los cuidados intensivos nacieron cuando comenzó a ser po-
sible la sustitución de funciones vitales, y por tanto el control de algunos de los
procesos que solían conducir a la muerte: parada cardiaca.Tnsuficiencia respi-
ratoria, fracaso renal, etc. Fue en los años 60 cuando estas técnicas de soporte
vital comenzaron a tener alguna relevancia sanitaria, y cuando el médico em-
pezó a tener, por primera vez en la historia, un control efectivo sobre la muer-
te. Había comenzado una nueva era, en la que viejos conceptos, como los de
«desahucio» y «muerte natural» empezaron a perder vigencia, a la vez que
otros tornaban su relevo, como los de «enfermedades o situaciones críticas»,
«medicina intensiva», «procesos terminales», «medicina paliativa», etc.

Alguna vez he contado la historia de este cambio, que ha supuesto el


inicio de 'una nueva era en la Medicina. -;.

El nacimiento de la Medicina Intensiva ha supuesto un cambio concep-


tual de enormes consecuencias en Medicina. El viejo concepto de «muerte na-
tural» ha ido perdiendo poco a poco vigencia, sustituido por el de «muerte
intervenida». Y aquí es donde comenzaron los problemas éticos. éQuién tiene

249
que decidir-si se interviene o no? ¿A quién corresponden estas decisiones de
las que dependen la vida y la muerte de las personas? Esta fue una de las más
acuciantes cuestiones, si no la más, que dio origen al nacimiento de la nueva
Bioéticafl.a Medicina Intensiva ha reforzado enormemente el poder médico, y
ha provocado verdaderas reacciones sociales en contra, tendentes a controlar
ese poder sobre la vida y la muerte. Frente al creciente poder médico, la ten-
dencia a hacer más participativo el proceso de toma de decisiones. Aquí es
donde ha tenido su oportunidad la Bioética.

La Bioética clínica ha nacido ante la necesidad de modificar el modo de


tomar decisiones que desde la época del positivismo, y probablemente desde
mucho antes, ha venido teniendo vigencia en Medicina.

11. LOS PROBLEMAS ÉTICOS DE LA MEDICINA INfENSIVA

Dos recientes artículos de la revista Medicina Intensiva, uno escrito por


Ricardo Abizanda en 1991, que lleva por título "Selección frente a elección:
Política de ingresos y altas en las Unidades de Cuidados Intensivos", y otro de
Jesús Villar, ,,¿Por qué deben racionalizarse los Cuidados intensivos?", publi-
cado en esa misma revista el año 1993, sirven para plantear en cuatro escuetas
palabras los'principales problemas éticos de la Medicina intensiva. Estos, en
efecto, pueden agruparse en tomo a dos ejes, a los que pueden darse cuatro
nombres: «selección", «elección", «racionalización» y «racionamiento»;' En el
fondo, todos los problemas éticos de la medicina intensiva giran en tomo a
estos dos ejes: racionalización-racionamiento, y selección-elección. Permitidme
que los analice sucesivamente.

~'1...El binomio selección-elección. Es el más fundamental. Es el binomio


privado.La elección tiene que hacerla el paciente, y hay que respetar sus deci-
siones, sobre todo cuando se halla en situaciones vitales de pronóstico muy
comprometido.

• gestión de la propia muerte


• ONR
• órdenes parciales
• nombramiento de mandatarios
• etc.

':-- 2. El binomio racionalización-racionarniento, Es el binomio público, y


por tanto aquél que está directamente relacionado con los principios éticos de
no maleficencia y de justiciafHay una racionalización estrictamente médica,
que tiene un nombre preciso, el de indicación. Es, quizá, una de las máximas
tareas que tenemos pendientes. Debe hacerse lo indicado, y no puede hacerse

250
lo contraindicado. Tampoco puede exigirse al Estado la financiación de lo in-
útil o fútil, o de lo poco efectivo. En esto consiste la racionalización:

• evaluación de procedimientos
• utilización de lo indicado
• rechazo de lo contraindicado
• no uso de lo fútil-o inútil
• restricción de lo poco eficaz, efectivo y eficiente.

lIT. LA ÉTICA DE LA VCIS

• La tesis de José Luis Sanmartín Momo sobre «Limitación del esfuerz?


terapéutico en las Unidades de Cuidados Intensivos: Las fronteras de la venti-
lación mecánica" (Murcia,marzo 1995), es la necesidad de limitar esfuerzos
terapéuticos, y de que haya criterios para ello. El problema es cuáles pueden
ser estos criterios.

• En mi opinión esos criterios tienen que abordar el tema desde diferen-


tes ángulos, ya que son varios los aspectos que hay que contemplar en la toma
de decisiones de este tipo: Autonomía, No-maleficencia, Justicia Y Beneficen-
cia.

• Autonomía: Un modo de limitar recursos es mediante la renuncia


por parte del paciente. Este es un principio fundamental, que debe ir cobra~do
cada vez más importancia en nuestro sistema. El paciente tiene derecho, SI de
competente, a rechazar todo tipo de asistencia, incluso la indicada, Y p~e e
rechazar la asistencia que no parece del todo indicada, como es la de las situa-
ciones terminales, aun con competencia disminuída. Esto exige la pues~a a
punto de una nueva cultura sanitaria, y la homogeneización de nuestro sl~te-
ma legal, que ha sido muy paternalista y; por ejemplo, hasta época muy reCl~n-
te no ha aceptado el suicidio. La vía abierta por el suicidio conduce a mu~ as
más cosas. Por ejemplo, hoy en España no está penalizado el consumo de ro-
ga, porque se considera una especie de suicidio lento. Y lo mismo hay que
decir del rechazo de ciertos tratamientos. El hombre puede disponer de su
vida.

• No-maleficencia: Este principio es el que tiene que utiliz3,r e.l médi¡


ea en sus tomas de decisiones sobre limitación de esfuerzos terapeuncos. E
médico nunca puede poner procedimientos que sean claramente maleficentes,
es decir, que estén claramente contraindieados. Los proeedicimientoS co~~.ra-
indicados no puede ponerlos ni con el consentimiento del paciente. El me ICO
tiene que poner los medios indicados (con consentimiento del paciente) Y no
poner los contraindicados (aunque el paciente quiera que se pongan).

251
• Ultima mente se ha levantado una gran polvareda en torno al concepto
de futilitj. Es una polémica que no conducirá a ninguna parte. Hace poco pu-
blicaba el Hastings Center Repart un trabajo que acababa diciendo que el con-
cepto-de futilidades fútil. Ello se debe a que no es médico, sino que procede da
fuera de la medicina. Es una visión simplista y no profesional del tema. Los
médicos no hablan de útil o inútil, sino de indicado, no indicado y contraindi-
cado. Lo único que puede significar inútil es contraindicado. Quizá signifique
más, pero ese más habrá de manejarse por otras vías, como la siguiente.

• Justicia: Los esfuerzos terapéuticos se pueden limitar no sólo porque


el paciente los rechaza o porque están contraindicados, sino también porque
los recursos son escasos y hay que racionarlos, aunque el paciente los quiera y
no estén contraindicados, Y esto, evidentemente, se puede hacer. Lo que es
necesario es que se cumplan unos criterios, ya que en caso contrario el racio-
namiento sería inequitativo o injusto:

1. El racionamiento en virtud del principio de justicia no puede imponer-


lo más que quien tiene la gestión del bien común, es decir, el administrador, el
gestor. Por tanto, los criterios de racionamiento tienen. que establecerse de
arriba abajo, tienen que estar dados por las autoridades administrativas, y
aplicarse a todos por igual. En caso contrario, ese racionamiento sería ine-
quirarivo o injusto. No es cada médico el que tiene que inventarse las normas
de racionamiento, o racionar según su leal saber y entender, sino el adminis-
trador el que tiene que dar las normas, y el médico quien tiene que aplicarlas.

2. Antes de llegar al racionamiento, hay que hacer algunas cosas. Una


primera es gestionar eficientemente los recursos, a fin de no desperdiciar re-
cursosinnecesarios que luego obliguen al racionamiento. La gestión eficaz y
eficiente es una obligación de justicia, cuando los recurso,~ son públicos.

3. Además de la gestión eficaz, hay que evaluar bien la eficacia del pro-
ducto que se está dando. Nunca hay obligación de justicia de poner procedi-
mientos no indicados o de eficacia dudosa. Las obligaciones de justicia son
perfectas, y esto exige que la efectividad esté probada. Nuestro sistema consu-
me muchos recursos en prestaciones ineficaces, que no tenían que ser provis-
tas por el sistema público, y está empezando a racionar prestaciones eficaces,
que sí deben ser provistas por el sistema público en virtud del principio de "
justicia. Esto es inequitativo e injusto. Esto quiere decir que en las UCls del
sistema público no hay obligación de poner otros procedimientos que los cla-
ramente indicados, y que en cuanto la indicación no está muy clara, se pueden
no poner o quitar.

4. En la teoría de la justicia hay un principio, que es el que Rawls llama


de la "diferencia". Según él, cuando la lotería de la vida hace que ciertos bie-
nes se repartan de modo inequitativo, y nosotros no podemos remediarlo, por-

252
que no está en nuestras manos, la equidad exige compensar esa discrimina-
ción negativa con otra positiva, utilizando el criterio «rnaximin», Por tanto, si
hay que tratar de modo inigual a alguien, ese debe ser el discriminado negati-
vamente por la lotería de la vi~a. Lo otro sería discriminación. Por esto se paró,
por ejemplo, el Plan de Oregon, porque a pesar de que había utilizado muy
correctamente los dos primeros principios de Rawls, no había utilizado el ter-
cero, y los más impedidos eran los que salían más perjudicados de la distribu-
ción de servicios sanitarios, lo que parecía discriminatorio, al no aplicar el
criterio «maximin»,

• Beneficencia: Las obligaciones de beneficencia se diferencian de las


de justicia en que son imperfectas, es decir, de gestión privada. Esto en sanidad
tiene una enorme importancia. Lo mismo que con los bienes económicos hay
una parte que estamos obligados a gestionarla mediante el principo de justicia
(pago de impuestos, etc.) y otra mediante el de beneficencia (gastos privados,
etc.), sucede con la salud. Hay una parte de la salud que debe ser cubierta por
el Estado en virtud del principio de justicia, y otra que debe cubrir cada uno,
en virtud del principio de beneficencia.

• En el caso de las UCls, esto significa que ciertas pesonas pueden entrar
en ella en virtud de este principio, y no del de justicia. Habíamos dicho que en
virtud del principio de justicia no hay obligación más que de poner los medios
indicados, y quitar los no indicados o contraindicados. Pero en virtud del de
beneficencia, si el paciente quiere esos servicios y los paga, deben ponerse los
medios indicados y no indicados, aunque no pueden ponerse los contraindicados
(pues serían maleficentes).

• Conclusión: No poner y quitar. Todo esto incide en el debatido


tema de si es lo mismo no poner que quitar. Se suele decir que es moralmente
idéntico, y que la diferencia es sólo psicológica. Lo cual en cierto sentido es
verdad. Pero sólo en cierto sentido. De hecho, el intensivista tiende a no poner
un procedimiento más que cuando lo ve indicado, y sin embargo no se atreve
a quitarlo más que cuando está ya claramente contraindicado. En este sentido
cabe decir que no es lo mismo no poner que quitar, ya que del no poner queda
fuera el amplio campo de la no indicación, y del quitar también, de modo que
las cosas sólo se quitan cuando se ven contraindicadas.

• Mi opinión es que el no poner y quitar tiene que manejarse de modo


distinto en el caso de la medicina pública y de la privada. En virtud del princi-
~--"pio de justicia, y por tanto en la sanidad pública, no es obligatorio poner más
que lo indicado y no poner o quitar lo que no está indicado. Por el contrario, en
el caso de la sanidad privada, que no se rige por el principio de justicia sino por
el de beneficencia, se puede poner lo indicado y lo no indicado, y hay que no
poner o quitar sólo lo contraindicado/Este matiz diferencial es importante
para defin,ir las obligaciones morales de la sanidad pública respecto de la pri-

253
vada. Por ejemplo, una UCl pública puede no ingresar a quien no lo tiene
indicado, en tanto que las UCIs privadas pueden ingresar a todos los que no lo
tienen contraindicado.

• Esto explica también la diferencia entre las UCIs americanas y las eu-
ropeas. Las primeras suelen ser privadas, y las segundas públicas. No es lógico
que utilicen los mismos criterios. En USA es lógico que interese más la contra-
indicación que la indicación, y que se sea más permisivo en el ingreso. Aquí
sucede como en los medicamentos. La FDA no tiene otro interés que saber si
un nuevo fármaco es seguro y eficaz, no que es más eficaz que los ya comercia-
lizados. Su interés es saber que no está contraindicado (por tanto, que es segu-
ro), y que puede tener algún benefico, aunque no tiene por qué demostrar ser
más beneficioso que los ya existentes. Es lógico que se proceda así en un siste-
ma básicamente privado, y por tanto regido por el principio de beneficencia.
Otra. cosa es que se deba proceder así en uri sistema público, regido por el
principio de justicia. Por eso en nuestro medio serían más necesarias las agen-
cias de evaluación de las indicaciones de los procedimientos sanitarios. El Di-
rector de la Agencia de Evaluación española, José Conde Olasagasti, me decía
hace poco que el impacto real de la evaluación de tecnologías sanitarias es
mucho mayor en los países europeos, sobre todo escandinavos, que en los
Estados Un(90s. Es lógico que así suceda. La evaluación precisa de indicacio-
nes es poco relevante en el mundo norteamericano. Pero es vital en los siste-
mas sanitarios europeos.

rv LA NUEVA FILOSOFÍA DE LA TOMA DE DECISIONES

• Promoción de las acciones intransitivas, y de las decisiones sobre el


propio cuerpo. DEJAR MORIR.

-. Prohibición de las acciones transitivas que tienen por objeto poner


directamente fin a la vida de otra persona. MATAR.

Para terminar, permitidme leer una de las últimas páginas del libro de
Sherwin B. Nulan, Cómo morimos, un auténtico best-seller de este último año:

La gran mayoría de las personas no dejan la vida del modo que preferirían.
Antes se creía en el ars moriendi, el arte de morir. En aquel tiempo la única
actitud posible ante la muerte era dejar que sucediera; una vez que aparecían
ciertos síntomas no había otra elección más que morir de la mejor manera
posible, en paz con Dios, Pero incluso entonces generalmente se pasaba por
un periodo de sufrimientos que precedían al final, y apenas había otro recurso
que la resignación y el consuelo de la oración y la familia para aliviar las
últimas horas.

254
Nuestra época no es la del arte del morir, sino la del arte de salvar la vida, y los
dilemas en ese arte son numerosos. Hace sólo medio siglo ese otro gran arte,
el de la medicina, aún se enorgullecía de su capacidad para rodear el proceso
de la muerte de toda la serenidad de la que era capaz la benevolencia profe-
sional. En la actualidad este aspecto del arte se ha perdido, excepto en pro-
yectos -por desgracia muy raros- como el del Centro de asistencia, y ha sido
sustituido por el espectacular intento de reanimación o por el demasiado fre-
cuente abandono cuando éste resulta imposible.

La muerte pertenece al moribundo y a quienes le aman. Aunque mancilla da


por los estragos de la enfermedad, no se debe permitir que además sufra la
perturbación de bienintencionados pero inútiles esfuerzos. El entusiasmo de
los médicos cuando proponen continuar un tratamiento influye en las decisio-
nes que se toman a este respecto. En general, los mejores especialistas son
también los que tienen el convencimiento más firme de la capacidad de la
biomedicina para vencer el reto de un proceso patológico que está a punto de
cobrarse una vida. La familia se aferra al hilo de esperanza que le ofrece una
estadística; ahora bien, lo que se presenta como realidad clínica objetiva con
frecuencia no es más que la subjetividad de un ferviente adepto a esa filosofía
que ve en la muerte un enemigo implacable. Para tales guerreros, incluso una
victoria temporal justifica la devastación del campo en el que el moribundo
ha cultivado su vida.

No es mi propósito condenar a los médicos entusiastas de la alta tecnología.


Yohe sido uno de ellos y también he conocido la exaltación de la lucha encar-
nizada por salvar la vida de un paciente in extremis y la suprema satisfacción
cuando se gana. Pero no pocas de estas victorias han sido pírricas. A veces el
éxito no justificaba el sufrimiento. También creo que si hubiera sido capaz de
ponerme en el lugar de la familia y del paciente, habría dudado más veces en
recomendar una lucha tan desesperada.

El día que yo padezca una enfermedad grave que requiera un tratamiento


muy especializado, buscaré a un médico experto. Pero no esperaré de él que
comprenda mis valores, las esperanzas que abrigo para mí mismo y para los
que amo, mi naturaleza espiritual o mi filosofía de la vida. No es para esto
para lo que se ha formado y en lo que me puede ayudar. No es esto lo que
anima sus cualidades intelectuales.

Por estas razones no permitiré que sea el especialista el que decida cuándo
abandonar. Yo elegiré mi propio camino o, por lo menos, lo expondré con
claridad de forma que, si yo no pudiera, se encarguen de tomar la decisión
quienes mejor me conocen. Las condiciones de mi dolencia quizá no me per-
mitan 'morir bien' o con esa dignidad que buscamos con tanto optimismo,
pero dentro de lo que está en mi poder, no moriré más tarde de lo necesario
simplemente por la absurda razón de que un campeón de la medicina tecno-
lógica no comprende quién soy.

255
14
FUTILIDAD:
UN CONCEPTO EN EVALUACIÓN

INTRODUCCIÓN

En la década de los años ochenta ha adquirido carta de naturaleza en la


literatura médica el término de "futilidad» diagnóstica o terapéutica. Ello se
ha debido, sin duda alguna, al incremento exponencial de la capacidad de
intervención sobre el cuerpo del ser humano y de retrasar su muerte. La pues-
ta a punto de las llamadas técnicas de soporte vital a partir, sobre todo de los
años sesenta, ha incrementado la manipulación de la muerte hasta límites
poco antes insospechables, y planteado el problema de hasta cuándo hay que
seguir actuando en el cuerpo de una persona que se halla en una situación
vital comprometida.

La tesis médica clásica ha sido que el médico no debe nunca abandonar a


un paciente, y que por tanto debe seguir intentándolo todo mientras quede el
más mínimo resquicio de vida. «Mientras hay vida hay esperanza», dice el
refrán castellano. Por tanto, ninguna intervención puede considerarse en prin-
cipio fútil o inútil.

Ahora bien, frente a este criterio, muy extendido entre la profesión médi-
ca, ha ido ganando cuerpo la tesis de que no es digno ni prudente seguir agre-
diendo al enfermo cuando sus posibilidades; de 'vida son nulas o casi nulas. Se
ha dicho que no es lo mismo ayudar a vivir a quien está viviendo que impedir
morir a quien se está muriendo. Y han surgido expresiones como la de «encar-
nizarniento terapéutico». Parece que no todo lo técnicamente posible es
ética mente correcto, y que la lucha por la vida ha de tener unos límites racio-
nales y humanos, más allá de los cuales se vulnera la dignidad de los seres
humanos.

257
------~~~---------==-----;--~~~

En este contexto ha surgido el debate de la futilidad. El término es muy


antiguo, y procede, como es obvio, del latín. De hecho, yo tengo la impresión
de que este término ha llegado a la ética biomédica desde la moral católica, de
manos de un exjesuíta norteamericano llamado Albert R. Jonsen '. Desde la
moral católica, en efecto, resulta bastante sencillo considerar fútiles todas aque-
llas prácticas que tengan carácter extraordinario o desproporcionado. El tér-
mino futilidad, en efecto, comenzó significando esto, y siendo por tanto un
término técnico para. designar aquello que aplicado a un paciente no le produ-
ce ya un beneficio sino un perjuicio.

Ahora bien, estas indicaciones distan mucho de resultar claras. Futilis es


en latín lo contrario de utilis, y por tanto lo fútil se identifica con lo inútil.
¿Pero cómo definir la utilidad? Se trata de una aproximación meramente
é

utilitarista de la ética médica? GLautilidad hay que medirla sólo por las conse-
cuencias, o por el contrario hay que incluir en ella los principios éticos? ¿La
ética de la futilidad tiene carácter deontológico o teleológico?

No puede extrañar, a la vista de estos interrogantes, que el debate sobre


la futilidad se haya disparado en la última década. Y tampoco puede extrañar
que para algunos ese debate se haya saldado con un rotundo fracaso. Su con-
clusión habría sido que el término futilidad es él mismo fútil. El ejemplo más
paradigmático es, quizá, el de Thomas J. Prendergast, que se ha atrevido a
formular explícitamente lo que, muchos médicos, especialmente internistas e
intensivistas piensan, a saber, la futilidad del término futilidad (<<The'futility of
futility»)", Esta actitud ha generado toda una polémica en torno al propio tér-
mino. Baruch Brody ha escrito un trabajo con este sugestivo título: «Is futility
a futile concept?»". Y el otro Brody bioeticista, Howard, ha escrito otro artículo
titulado «Medical futility: a useful conceptv-".

La tesis que intentaré defender es que, efectivamente. el concepto de futi-


lidad es útil, y que bien definido permite categorizar ciertos conceptos funda-
mentales en ética médica, y que los médicos no suelen tener claros. Para ello
vaya basarme en los trabajos realizados por las tres personas que, a mi modo

Lo B, Jonsen AR. «Clinical decisions to limit treatment». Ann Intern Med. 1980; 93:764-
768. .'
2 Prende"rgast TJ. «Resolving Conflicts Surrounding End-of-Life Care». New Horizonts. 1997; .
5:62-71. .
3 Brody VA,Halevy A. «Is futility a futile concept?» J Med Philos 1995; 20:123-44.
4 Brody H. «Medical futility: a useful concept?» In: Zucker M, Zucker H, eds. Medical
Fuiility: New York: Cambridge University Press, 1996. De Howard Brody son también los
siguientes trabajos: Brody H. «The power to determine furility». In: Brody H. The Healer's
Power. New Haven, CT: Yale Univ Pr; 1992. Brody H. The physician's role in detennining
futility. J Am Geriatr Soc 1994; 42:875-8. Sobre Brody, cf. Youngner S.J. «Medical futility
and the social contrat (who are the real doctors on Howard Brody's Island")». Setoti Hall
Law Review 1995; 25:1015-26.

258
~~--------- ----------

de ver, más ha contribuido al esclarecimiento de este concepto, Lawrence J.


Schneiderman, médico del Departamento de Medicina Familiar y Preventiva
de la Universidad de California en San Diego, y Nancy S. Jecker y Albert R.
Jonsen, ambos filósofos y miembros del Departamento de Historia de la Medi-
cina y Ética de la Universidad de Washington en Seatle. Lo que me propongo
en este trabajo es seguir la vía iniciada por estos autores, llevando sus plantea-
mientos hasta más allá de ellos mismos. Sólo así, pienso, pueden disiparse las
últimas brumas sobre este importante tema .:

Dividiré mi exposición en tres partes. En la primera haré una breve histo-


ria del concepto de futilidad. En la segunda plantearé las bases lógicas que
sirven de base a este concepto, y en la tercera analizaré su relevancia ética.
Pienso que de este modo se podrá tener una panorámica coherente y completa
del tema.

l. FUTILIDAD: HISTORIA DE UN DEBATE

El término futilidad entra en la literatura el año 1980, de la mano de un


artículo de Bernard Lo y Albert R. Jonsen, ya citado antes.

El debate adquirió un nuevo nivel el año 1990, cuando tres autores,


Lawrence J. Schneiderman, Nancy S. Jecker y Albert R. Jonsen publicaron en
Annals of Internal Medicine un artículo titulado «Medical futility: Its meaning
and ethical implications-". A partir de ese momento se inicia una fase nueva en
el debate sobre la futilidad, gracias a la claridad arrojada por los citados auto-
res en su planteamiento. En ese artículo proponían una definición de futilidad
médica basada en factores tanto cualitativos como cuantitativos. Entre los pri-
meros estaba la afirmación de que un tratamiento que sólo preserva la incons-
ciencia permanente o que no permite terminar con la dependencia de la uni-
dad de cuidados intensivos, debe ser considerado como fútil. Como criterio
cuantitativo establecía que un médico podía considerar fútil un tratamiento si
los datos empíricos mostraban que el tratamiento tenía menos de un 1 por
ciento de posibilidad de ser beneficioso para el paciente.

A partir de entonces, estos mismos autores han ido elaborando toda una
amplia teoría sobre el concepto de futilidad", que de algún modo culmina con

s Schneiderman u, Jecker NS, Jonsen AR. «Medical furiliry: its meaning and e~hical
implications». Ann lntern Med 1990; 112:949-54.
6 Schneiderman u, Jecker NS, Jonsen AR. «Medical furility [Letter]». Ann lntern Med.
1991; 114: 169-70. Jecker NS. «Knowing when to stop: the limits of medicine". Hastings Cent
Rep. 1991;21:5-8. Jecker NS, Pearlman RA. «Medical futility: who decides?" Arch ltiterti
Med. 1992;152:1140-44. Jecker NS, Schneiderman U. «Ceasing futile resuscitation in the
field: ethical consideratíons». Arch lnterti Med 1992;152:2392-7. Jecker NS, Schneiderman

259
la publicación en 1995 del libro titulado Wrong Medicine? Con posterioridad a
la publicación de ese libro han seguido trabajando en el tema", pero sobre todo
han tenido que responder a sus críticos", lo cual demuestra que la teoría está
de algún modo completa 10.

11. LA LÓGICA DE LA FUTIUDAD

En el fondo de todo el debate de la futilidad late un problema lógico. Se


trata del modo como se conceptúe la actividad clínica del médico. Tradicional-
mente se ha entendido esta actividad desde las categorías propias de la lógica
determinista. La idea subyacente a este enfoque es que nuestro conocimiento
de la realidad empírica es o puede llegar a ser completo, y que por tanto somos
capaces de alcanzar la certeza. Así, el médico tiende a pensar que los conoci-
mientos fisiológicos y fisiopatológicos son ciertos, de modo que cuando afir-
ma, por ejemplo, que la diabetes se debe a una falta en la producción de insulina
por las células del páncreas endocrino, lo que está diciendo tiene carácter
cierto, y por tanto indiscutiblemente verdadero. A partir de aquí, el médico
suele establecer una relación causal entre la presencia o falta de un cierto
elemento y la aparición de una determinada enfermedad. Habría una relación
lineal y específica entre etiología y enfermedad. El pensamiento determinista

LJ. «Futility and rationing». Am J Med. 1992;92: 189-96. Jecker NS, Schneidennan LJ. «Medical
futility: (he doty not to treat». Gamb Q Healthc Ethics. 1993;2:1"51-9. Schneidennan lJ,
JeckerNS. «Futility in pracucevArcn Inem Med. 1993;153:437-41. Jecker NS, Schneidennan
LJ. «An ethical analysis of the use of'futility' in the 1992 American Heart Association guidelines
for cardiopulmonary resuscitation and emergency cardiac care», Arch Intern Med
1993; 153:2195-8. Schneidennan LJ, Faber-Langendoen K, Jecker NS. «Beyond futility to an
ethic of cate». Am J Med. 1994;96:110-4. Jecker NS. Galling it quits: stopping futile treatment
and caring for patients [Editorial] J Clin Ethics. 1994;5:138-42. Schneidennan LJ. «The
futility debate: effective versus beneficial intervention». J Am Geriatr Soco 1994;42:883-6.
Jecker NS, Schneiderman LJ. «Judging medical futility: an ethical analysis of medical power
and responsibility». Gamb Q Healthc Ethics 1995;4:23-35. Jecker NS. «Medical futility and
care of dying patients». West J Med 1995; 163 :287 -91. Jecker NS. «Is refusal of futile treatment
unjustified patemalism?» J Glin Ethics. 1995;6:133-7. Jecker NS, Schneidennan LJ. "When
families request that 'everything possible' be done». J Med Philos. 1995;20:145-63. Jecker
NS, Carrese JA, Pearlman RA. «Caring for parients in cross-cultural settings», Hastings Cent
Rep. 1995;25:6-14.
7 Schneiderman LJ, Jecker NS. Wrong Medicine: Doctors, Patients, and Futile Treatment.
Baltimore: Johns Hopkins Univ Pr; 1995.
8 Schneiderman LJ, Jecker NS. «ls the treatrnenr beneficial, experimental or futíle». Camb
Q Healthc Ethics, 1996;5:248-56. Schneiderman LJ, Jecker NS. «Should a criminal receive a
heart transplant? Medicaljustice vs. social justice». Theor Med. 1996;17:33-44.
9 Caplan AL. "Cabos sueltos: La confianza y el debate acerca de la futilidad médica». Ann
lntern Med. 1996;125:688-689. Astrow AB. «Crítica al libro Wron Medicine" Lancet
1996;348:1227-8. '
10 Schneidennan LJ, Jecker NS, Jonsen AR. «Medical Futility: Response to Critiques». Ann
Interti Med. 1996;125:669-674.

260
considera que la etiología es siempre una causa específica, y que precisamente
porque está dotada de especificidad produce un cuadro morboso también es-
pecífico, que se conoce por ello mismo con el nombre de especie morbosa. Del
mismo modo, una terapéutica es específica cuando anula la citada causa, y por
tanto restaura específica mente el estado de salud.

Toda la patología del siglo XIX es la búsqueda de esta ansiada especifici-


dad en las relaciones entre causa, enfermedad y terapéutica. Tanto el pensa-
miento anatomoclínico, como el fisiopatológico y el etiopatológico siguieron
la misma lógica, profundamente lineal y deterrninista. Cierto que con ella no
podían interpretarse correctamente todos los problemas, ni resolverse todas
las situaciones. Había cosas, muchas, que no se ajustaban a ese modelo. Eran
las llamadas enfermedades «esenciales», «idiopáticas», «endógenas», y todos
los denominados "pacientes-problema». Pero se suponía que ello era debido a
la imperfección de nuestros conocimientos. En el futuro, los avances de la
ciencia irían reduciendo el área de esas situaciones azarosas hasta hacerlas
desaparecer. Entonces se habría logrado la aspiración máxima de la ciencia,
conocer de un modo preciso, determinado y cierto los mecanismos de produc-
ción de las enfermedades y sus vías específicas de tratamiento.

Esta lógica determinista, procedente del racionalismo europeo a través


del sensualismo de Condillac, ha permeado de tal modo la medicina occiden-
tal, que hoy sigue siendo la categoría básica de interpretación de los fenóme-
nos biológicos por parte de los médicos. De hecho, los clínicos actuales siguen
pensando, en su mayoría, así. Lo cual tiene inmediatas consecuencias éticas.
Una primera, fundamental en todos los temas relacionados con el final-de la
vida y con la muerte, es que consideran que las decisiones sobre la vida y la
muerte han de ser tomadas en condiciones de certeza, y que cualquier cosa
menor que esa resulta inasumible por inmoral. Cuando está en juego la vida
de las personas, la certeza ha de ser condición irrenunciable. Por tanto, hay
que seguir luchando por la vida hasta que se produzca la certidumbre de la
muerte. Esto es lo que se expresa en ciertas frases tópicas, como que "mientras
hay vida hay esperanza", o que «no se puede abandonar mientras haya una
sola posibilidad, por remota que sea», o «siempre es posible el milagro», etc.

Ahora bien, todo eso parte de un evidente error lógico. El deteríninismo


es imposible en el orden de las realidades empíricas. Una proposición empírica
de carácter universal nunca puede sercierta-ya que parte siempre de una base
empírica limitada, y por tanto tiene un defecto de base en el proceso de induc-
ción; dicho de otro modo, !a inducción por la que se construye es siempre
incompleta, lo cual hace que la proposición sea probable, pero no cierta. Por
eso la lógica real del conocimiento empírico es siempre y por necesidad
indeterminista. El determinismo es una ilusión. Nuestro conocimiento de la
realidad empírica es siempre y por necesidad aproximativo, probable, en el
mejor de los casos asintótico con la realidad, pero nada más. Eso hace que

261
haya siempre un: defecto de legitimación de nuestras proposiciones sobre la
realidad. Ese defecto hace que nunca podamos establecer entre dos fenóme-
nos una relación necesaria. La necesidad sólo es posible en el determinismo
De ahí la crítica de Hume a la idea clásica de causalidad. Para poder afirma;
que algo es causa de un efecto es necesario probar que la relación entre causa
y efe,c~oes necesaria, lo cual r~sulta imposible en el orden de las proposiciones
empmcas, ya que eso supondna tanto como probar que siempre que se pone la
~ausa aparece el efecto, desde ahora hasta el fin de los tiempos, lo cual es
Imposible. La condición de necesidad nunca es empíricamente demostrable. y
p~r es~ mismo ~s pura ilusió~ el concepto médico de especificidad. No hay
etiología, es decir, causa específica de una enfermedad cualquiera, ni tampoco
hay, especies morbosas en el estricto sentido de la palabra, ni terapéuticas es-
peClfic~s. Lo que hay so~ rela~iones funcionales con mayor o menor grado de
probabilidad, por tanto incertidumbre más o menos elevada.

Esto no es un problema de ignorancia vencible, sino la condición inheren-


te ,al conocimiento humano. Todo conocimiento humano de base empírica es
a~lj y el conocimiento clínico, también. A pesar de que el clínico trate con
VIdas, y con vidas humanas, y que por ello en sus manos esté lo más preciado
que poseen las personas, ni puede manejar certezas ni se le puede pedir ese
grado de se?"u:-Idad.en sus decisiones. Seria absurdo, y paralizaría la propia
actlvl~ad médica. Intentando ser extremadamente beneficentes, los médicos
llegarían a ser extremadamente maleficentes.
~< .

, .. Las decisione: médicas son siempre, han de ser siempre por necesidad
pro?ables, nunca ciertas. Y entonces surge la cuestión de cuáles han de ser los
índices de error, o cuál tiene que ser la probabilidad exigible a una decisión en
que se halle en juego la vida de una persona. "/

.Se trata, obviamente, de una cuestión prudencial. La prudencia consiste


preCls~mente en esto, en la toma de decisiones racionales en condiciones de
~nc.ertldumbre. La prudencia exige reducir la probabilidad de error a límites
ínfimos cuan~~ está enjuego la vida de las personas, pero no anular completa-
mente la POSIbIlIdad de error, ya que ello llevaría a una búsqueda obsesiva de
la certeza que, además de imposible, retrasaría la toma de decisiones hacién-
d~l~ por ello mismo imprudente. La incertidumbre, pues, debe reducirse a un
m~n~moen el cas? de las decisiones en que se halla enjuego la vida, pero a un
rmrumo pr~denClal, no absoluto: El problema de muchos médicos es que si-
g~e? empenados en tomar decisiones en condiciones de absoluta certeza o de
rrummos absolutos, con lo cual difieren indefinidamente la toma de decisiones
Y? en consecuencia, actúan imprudentemente. Eso es lo que se conoce en la
literatura con los nombres de encarnizamiento terapéutico, etc.

~~l problema está, pues, en determinar cuál es el límite prudencial en las


decisiones que ponen enjuego la vida de las personas. La tesis de Schneiderman ,

262
Jecker y Jonsen es que ese límite prudencial está marcado ya por nuestra cul-
tura, cuando considera que el intervalo de confianza aceptable en los diseños
estadísticos es el 0.05 o el 0.01. Esto es lo queen la teoría estadística sedesig-
na como «p» o intervalo de confianza, que en condiciones normales tiene que
ser inferior al 0.05 o al 0.01. Esto se suele escribirasí: p=0.05 o p=O.Ol. En el
primer caso, lo que se dice es que la posibilidad de error es de cinco casos en
cien, por tanto de un 5%, yen el segundo que es de un caso cada cien, es decir,
de un 1%. La tesis de Schneiderman, Jecker y Jonsen es que nuestras decisio-
nes sobre el final de la vida son prudentes cuando se atienen a estos criterios,
concretamente al más estricto de ellos, al del 1%, Y que por tanto debe consi-
derarse futil todo procedimiento que no resulta efectivo en al menos un caso
de cada cien. Evidentemente, cabría no contentarse con ese límite, y seguir
actuando a pesar de que la probabilidad de que un procedimiento sea efectivo
resulte inferior al 1%. En ese caso, se estará diciendo que los procedimientos
hay que ponerlos siempre hasta el final, entendiendo por final el que la propia
naturaleza establezca. En este caso, pues, será la naturaleza la que termine
con el proceso. Pero ello se hace con frecuencia a costa de una gran agresión a
la dignidad de los pacientes. No está dicho que ésta haya de ser considerada la
actitud más prudente. Y tampoco hay razones para pensar que es la naturaleza
la única legitimada para poner fin a este tipo de procesos y determinar cuándo
deben discontinuarse las ayudas y los soportes médicos. Ese es un naturalismo
muy difícil si no imposible de defender en estricta teoría ética.

Mi tesis es que el criterio de Schneiderman, Jecker y Jonsen es básica-


mente correcto, y que si posee algún defecto es por ser en exceso tuciorista. Así
lo han visto también otros críticos, como Baruch Brody". El límite prudencial
no tiene por qué situarse necesariamente en un punto, el del 1%, sino más
bien en un espacio, que a mi entender debe estar entre el 5% y el 1%. Los
espacios prudenciales nunca pueden cuantificarse con exactitud, y por tanto
carece de sentido el objetivarlos obsesivamente. Por eso debe dejarse a la ges-
tión de las personas experimentadas y de reconocida prudencia. Así definido,
este criterio puede servir para resolver muchas situaciones concretas. Por ejem-
plo, pueden considerarse fútiles todas las medidas de soporte vital realizadas
en pacientes que con los sistemas de predicción de supervivencia (APACHE,
SAPS, etc.), tienen un riesgo de mortalidad superior al 95%. En este punto, me
parecen improcedentes las críticas de ciertos intensivistas y especialistas en
cuidados intensivos, como Prendergast", para quienes los porcentajes estadís-
ticos no permiten nunca tomar decisiones ante pacientes concretos. Ese argu-
mento, por más que se repita insistentemente, no es cierto. Cuando la probabi-
lidad de éxito es muy baja, la toma de decisiones ante enfermos concretos es
posible. Lo demás sería un canto a la irracionalidad y la imprudencia.

11 Brody BA, Halevy A. «Is futility a futile concept?» J Med Philos 1995;20:123-44.
12 Prendergast TJ. «Futility and the common cold. How requests for antibiotics can illuminate
care at the end of life», Chest 1996; 107:836-44.

263
. También pueden considerarse fútiles todos los soportes realizados en su-
jetos que s~ hallan en estado vegetativo persistente, con una probabilidad de
re~upe~~cJOn menor del SOlo. y lo mismo cabría decir de las maniobras de re-
a?lmaClOn, realIzadas tanto en adultos como en niños prematuros. Una rna-
niobra de r~animaci~n ~ebe pararse en un momento prudencial, a pesar de
que ~e seguir por mas tlemp? pueda salvar alguna vida. El límite prudencial
estara en torno al 5%. y lo rmsrno vale para la reanimación de los recién naci-
dos prematu!"?s. Puede considerarse fútil todo lo que se realice en prematuros
cuya probabüídad de supervivencia no sea superior al SOlo.

Toda ética tiene en su base una lógica. Este es un principio fundamental


del que por lo general somo~ inconscientes. Las teorías éticas suelen dividirs~
en dos pupas, las d~o?tologlstas y las teleologistas. Las primeras son proclíves
a las logl,c~s de~ermlmst~s. y lineales, ~n tanto que las segundas suelen optar
por las lO~lcas llld~termllllstas y funcionales. Es importante tener bien claro
gue las p~lmeras 10~lcas son ~oy por hoy índefendíbles, y que los principios
encos, SI tienen car~cter mat~nal y deontologico, no pueden ser deterministas
y carecer ?e exc~pclOnes" y. SI so~ det~rminista:s y carecen de excepciones no
son materiales m deont~loglcos, sino solo formales y canónicos. Aprender esto
es algo q~~ ~ la humanidad le ha costado siglos, pero que una vez alcanzado
r~sul~a .dlflcllmente renunciable. Aplícarlo al ámbito concreto de la ética
b.lOm~~lca es una de las obligaciones más imperiosas y perentorias de nuestra
suuacíon actual.

In. ÉTICA DE LA FUTILIDAD

Una. vez a~ali~~da la lógica de la futilidad, conviene que ahora estudie-


~os"su dlmensJOn enea, Para ello tenemos que situar ese concepto por referen-
cia a ot:os que se le parecen mucho, como los de ordinario/eXtraordinario
p!"oporclOna,do/desproporcionado, indicado/contraindicado, elegido/no ele~
gido, Además, hemos de organizar todo ese sistema de conceptos en torno a
los cuatro principios de la bioética.

. Pare~e claro q~e los conceptos de ordinario/extraordinario y elegido/no


e!egldo dicen relación directa al principio de-autonomía, y que los de propor-
CIOnado/desproporcIOnado se refieren al principio de justicia: Por el contrario
l~s conceptos de útil!i"nú~il.o fútil e indicado/contraindicado tienen que ve;
dlr~c~a?:ente con e~ principio d~ ?o-~a,leficencia. Lo médica mente útil es por
definición no-malef¡cente, y lo fútil o inútil es en principio maleficente. Por eso
no puede estar nunca indicado, y en ciertas ocasiones puede estar contraindi-
cado.

. . Es.t? plantea ~on toda ~rudeza el tema de las relaciones entre futilidad e
mdlcaclOn. Es obvio que existe.una obligación moral de realizar los procedí-

264
--.

mientos indicados, ya que lo demás sería rnaleficente. También es claro que los
procedimientos conrraindicados no pueden ponerse, por la misma razón. Pero
en lo que no solemos reparar es en el sentido preciso de los conceptos de
indicación y contraindicación. De nuevo se nos desliza un importante error
lógico. Tendemos a pensar que lo indicado goza de una evidencia científica
absoluta, y que por tanto posee un valor de verdad incontrovertible. A ello nos
suele ayudar el conocimiento de la fisiopatología o del mecanismo de acción,
que suele tener siempre un carácter deterrninista. Pero conviene no engañarse.
En el concepto de indicación no hay nada que permita establecer una relación
determinista, y por tanto acabar con la incertidumbre. Es, de nuevo, el resulta-
do de la aplicación de una lógica inadecuada. De hecho, consideramos que
algo está indicado cuando ha pasado con éxito unas ciertas pruebas, que gene-
ralmente consisten en su validación mediante ensayos clínicos. Por eso la indi-
cación no es nunca del todo cierta, sino sólo probable. Más aún, conocemos los
límites de probabilidad que se exigen para que las agencias reguladoras consi-
deren que un procedimiento terapéutico está indicado para algo. Esos límites
se denominan intervalos de confianza, y son, de nuevo, el 0.05 y el 0.01. A eso
se reduce toda la teoría de la indicación. No hay indicaciones absolutas, ni por
tanto puede uno sentirse obligado a aplicar procedimientos por debajo de esos
intervalos de confianza. Cuando bajo determinadas circunstancias o en ciertas
situaciones concretas, las del paciente que tenemos delante, el procedimiento
no funciona en el noventa y nueve por ciento de los casos, tenemos razones
más -que sobradas para afirmar que ese procedimiento no está indicado, es
decir, que en esas condiciones o circunstancias es fútil. Si además no resulta
inocuo, sino que produce daño al paciente, deberemos añadir que está contra-
indicado, siendo la contraindicación tanto mayor cuanto más elevado sea el
daño que se sigue de su uso.

Por otra parte, el concepto de futilidad no dice relación sólo al principio


de no-maleficencia sino también al de beneficencia. De hecho, una persona
puede elegir algo fútil, siempre y cuando lo pague privadamente y el procedi-
miento no sea tan agresivo que esté claramente contraindicado. Es evidente
que un sistema público de salud nunca tiene por qué proporcionar cuidados
fútiles, pero no está tan claro que las instituciones privadas no puedan procu-
rarlos a quienes los paguen, aun a sabiendas de su inutilidad. Este es un tema
que la literatura no ha distinguido adecuadamente, y que sin embargo tiene
gran relevancia práctica. El concepto de futilidad dice relación directa al prin-
cipio ético de no-rnaleficencia, pero-dice también relación indirecta al de be-
neficencia.

Importancia especial merece el tema de las relaciones entre el concepto


de futilidad y el de eutanasia. Existe la tendencia a mezclar ambos, el) la idea
de que todo procedimiento que interrumpe medidas de soporte vital es sin
más eutanásico. Pero esto no es cierto. Por eutanasia hoy se entiende la actua-
ción en el cuerpo de un paciente, a petición expresa de éste, con la intención

265
----------------~------------------~--------:;------~-----------

de poner fin a su vida. Hoy no tiene sentido hablar de eutanasia más que
cuando se da el requisito de la petición expresa y reiterada del paciente. Esta
es una de las características que diferencia el tema de la eutanasia del de la
futilidad. Pero hay otra diferencia fundamental, y es que en la eutanasia se
qui tan o se ponen procedimientos útiles, a petición expresa del paciente, en
tanto que la futilidad versa sólo sobre la cuestión de los tratamientos inútiles.
En ese sentido, hay que decir que la eutanasia es siempre y por definición un
tema de nivel 2, y más en concreto de autonomía y beneficencia, en tanto que
el tema de la futilidad es de nivel 1, y tiene que ver única y exclusivamente con
el principio de no-rnaleficencia. Precisamente porque la eutanasia es un pro-
blema de nivel 2, es en ella tan importante el tema de la transitividad del acto,
ya que en el nivel 2 la dimensión intransitiva cobra una dimensión muy impor-
tante, que desde luego no tiene en el nivel 1. De hecho, la desconexión de un
respirador por futilidad es un acto transitivo, como lo son prácticamente todos
en el nivel 1, pero ahí la distinción entre transitividad e intransitividad no es
muy importante, precisamente porque nos hallamos en el nivel 1. Hasta tal
punto, pues, la moralidad de la eutanasia y de la futilidad son distintas.

Mi opinión es que el tema de la eutanasia no es primariamente una cues-


tión de no-maleficencia, en tanto que el de la futilidad sí lo es. Lo que el crite-
rio de futilidad dice es que retirar ciertas medidas en ciertas situaciones no es
maleficente. Se trata, pues, de acciones,no sólo de omisiones, y de acciones
transitivas. Esto en el nivel de la eutanasia sería difícilmente justificable desde
el punto de vista moral, pero no así en el de la futilidad.

CONCLUSIÓN

De todo lo dicho cabe concluir algunas cosas importantes. La primera es


que el criterio de futilidad es pertinente y útil, cuando se le define correcta-
mente. El segundo es que se trata de un criterio estrictamente técnico, médico,
que no tiene nada que ver con la voluntad del paciente. Tercero, que las difi-
cultades de su aceptación tienen más carácter lógico que ético. Cuando se
enfoca el problema desde unas categorías lógicas adecuadas, la discusión ética
transcurre sin graves dificultades. En cuarto lugar, cabe decir que el criterio de
futilidad es distinto y complementario de otros, como el de lo ordinario/ex-
traordinario, el de lo proporcionado/desproporcionado, el de lo indicado/con-
traindicado y el de lo elegido/no elegido. En quinto lugar, parece claro que la
relevancia ética del concepto de futilidad está relacionada directamente con el
principio ético de no-rnaleficencia, y de modo indirecto con el de beneficencia.
y en sexto y último lugar, parece claro que es un criterio completamente dis-
tinto al de eutanasia, de tal modo que no es pertinente confundir ambos térmi-
nos ni mezclar sus respectivos contenidos. De ahí, a mi modo de ver, la impor-
tancia de no mezclar estos dos debates, como suele hacerse con demasiada
frecuencia. El criterio de futilidad no es eutanásico, aunque la realización en el
paciente de procedimientos fútiles sí es distanásica.

266
----- --------------- ---~

15
HISTORIA DE LA EUTANASIA

INTRODUCCIÓN

A pesar de que ciertos. testimonios históricos sobre prácticas eutanásicas


son de dominio común y han pasado a la cultura popular, la historia de la
eutanasia nos es casi completamente desconocida. Ello se debe a que ese tema
sólo en los últimos años ha conseguido elevarse desde el nivel de lo que los
anglosajones llaman story, que quizá podemos traducir por «historieta", al de
la auténtica history, por tanto, al de la «historiografía» científica. Para ello han
tenido que darse varias condiciones. Una primera ha sido la ruptura del tabú
que nuestra cultura ha establecido siempre en torno a los temas relacionados
con la sexualidad y la muerte. Lo que Freud inició hace ahora un siglo, la
des inhibición de nuestras angustias sobre éros y thánatos, ha generado, sobre
todo a partir de los años sesenta, una nueva cultura de la sexualidad y otra no
menos nueva de la muerte. Varias veces se ha dicho que puede establecerse un
cierto parangón entre las obras de Master y Johnson, por un lado, y la de
Kúbler-Ross, por el otro. A partir de los años sesenta, en efecto, ha surgido
toda una nueva cultura de la muerte, o quizá mejor, del morir. On death and
dying es un término que empieza a considerarse familiar, usual'. Lo mismo
que hemos asistido a una revolución sexual, en última instancia relacionada
con el comienzo de la vida, se ha dado otra relativa a su fin, la revolución de
la muerte. Las Unidades de Cuidados Intensivos, los trasplantes de corazón,
las técnicas de soporte vital, etc., son algunos de los agentes de esta revolu-
ción. Sin ellos, quizá perdiera mucho de su sentido el actual debate sobre la
eutanasia.

Este es el título, como resulta bien sabido, del famoso libro de Elisabeth Kübler-Ross. Cf.
su traducción castellana, Sobre la muerte y los moribundos, Barcelona, Grijalbo, 1975.

267
Junto a esta revolución tanatológica, ha sido precisa otra, ésta estricta-
mente historiográfica, para que nuestro conocimiento de los modos históricos
de morir comenzara a ser fiable. Esta revolución historiográfica se inició tam-
bién en los años sesenta, y se conoce con el nombre de «historia de las menta-
lidades». Su objetivo es combinar la clásica historia de las ideas con los méto-
dos de la moderna historiaseeial, e iniciar así el estudio histórico de los Com-
portamientos humanos básicos: las creencias religiosas, la actitud ante la .
maternidad, la infancia, la vida familiar, el matrimonio, la ancianidad, la
m~erte, etc. Uno de los padres de esta moderna historia de mentalidades, y
m~~ en concreto de las mentalidades sobre la muerte y el morir, ha sido Philippe
Anes. Sus abrasa este respecto- son un magnífico ejemplo de lo que se puede
hacer, de lo que ya es una flamante realidad. Siguiendo, aunquesólo sea de
lejos, sus pasos, intentaré en lo que sigue analizar las mentalidades más im-
portantes que se han dado a lo largo de nuestra cultura occidental a propósito
de la eutanasia. En mi opinión esas mentalidades han sido tres,que llamaré,
respectivamente, la «ritualizadora», la «rnedicalizadora» y la «autonornizadora»,
Sólo desde ellas, y concretamente desde el marco conceptual de esta última
cobra sentido el actual debate sobre la eutanasia. '

1. La eutanasia «rítualizada»

La muerte no es ni ha sido nunca un hecho «natural» simple y unívoco sino


un complejímismo fenómeno «cultural»; es una creación del hombre. Esto se
advierte muy bien al formular una pregunta tan simple como la de cuándo
muere un ser humano. La única respuesta indudable es que el hombre está
~uerto ~uando su cuerpo se descompone. La corrupción orgánica es el único
SIgno cierto de muerte. Ahora bien, este hecho biológico nunca ha sido
culturalmente asumible. Los seres humanos no pueden ver cómo se descom-
p.onen ante su presencia los ~uerpos de las personas queridas. Esto explica que
siempre se hayan b.uscado signos premonitorios de la descomposición orgáni-
ca. Desde muy antiguo se conocen como mínimo dos, gerieralmente conoci-
dos con los nombres de «muerte cardiopulmonar» y «muerte cerebral". Ambos
tipos d~ si.~nos, per? sobre todo los del primer grupo, la ausencia de pulso y
de respiracion, han Sido los utilizados por nuestra cultura para definir la muerte.
Una persona está muerta cuando carece de pulso y de respiración espontánea.
Que se trata más de una convención cultural que de un hecho natural incon-
trov~rtible, lo demuestra la profusa literatura que durante siglos y siglos se ha
escnto sobre las llamadas «muertes aparantes». Si tan ciertos eran esos crite-
rios, cpor qué el miedo a ser enterrados vivos que atraviesa toda la literatura
europea durante más de un milenio? ¿Por qué las legislaciones nacionales

2 Cf. Ph. Aries. Ensayo sobre la muerte en Occidente Barcelona, Argos-Vergara, 1982; El
hombre ante la muerte, Madrid, Taurus, 1984. '

268
pusieron un plazo' precautorio de veinticuatro horas, antes del enterramiento
del cadáver? Si tan claros eran los criterios, estas medidas resultaban inútiles;
y si eran útiles, es que los criterios de diagnóstico de la muerte distaban mu-
cho de ser ciertos.

El anterior ejemplo es demostrativo del carácter «cultural>, del hecho de


morir. Desde los trabajos pioneros de Van Gennep", los antropólogos conocen
bien los llamados «ritos de paso». En la vida humana hay momentos de una
especial trascendencia cultural, como son el nacimiento, la pubertad, el matri-
monio, la muerte. Todos se caracterizan por ser grandes saltos cualitativos,
pasos de una situación social a otra. De ahí que sean momentos especialmente
delicados y conflictivos, y que necesiten de una «liturgia» especial. La cultura
de cualquier pueblo no puede metabolizar esos momentos tan bruscos más
que a base de un complejo proceso ritual, muy formalizado. Todo grupo so-
cial tiene sus propios ritos de nacimiento, de pubertad, de matrimonio, de
muerte. Lo que sucede es que las personas llegan a incoporarlos a su vida de
tal modo, que para ellas dejan de ser, al cabo de cierto tiempo, ritos culturales
para convenirse en hechos naturales. De este modo, acabarán pensando que
es natural que los hombres mueran de una cierta manera, o que el duelo se
realice conforme a un rito determinado, etc.

El tema de los ritos de paso es de una fecundidad enorme, y tiene reper-


cusiones de todo tipo, por ejemplo, tea lógicas. Es interesante comprobar cómo
los siete sacramentos de la teología cristiana son, precisamente, ritos teológicos
de paso. Su correspondencia con los ritos de paso naturales sería la siguiente:

Nacimiento Bautismo
Pubertad Confirmación
Matrimonio Matrimonio
Sacerdocio Orden
Muerte corporal Extrema unción
Muerte espiritual Penitencia
Divinización Comunión.

De este modo, la hoy llamada Unción de los enfermos aparece como un


rito de paso de muerte o, mejor, de eutanasia. Su objetivo es «ayudar a morir»,
hacer posible una «buena muerte».

Este objetivo de ayudar a bien morir se lo han propuesto todas las cultu-
ras en sus ritos de paso tanatológicos. Los medios que han utilizado para ello
han sido muy diversos. Del estudio de las culturas primitivas se deduce que
muchos pueblos utilizan productos químicos (drogas, vinos, derivados del

Cf. Arnold van Gennep, Los ritos de paso, Madrid, Taurus, 1986.

269
opio, etc.) para que los moribundos pierdan la conciencia y mueran en pa
Ot'ras veces usan venenos. ASI, entre los indios cuevas, del istmo de Panamáz.
cuando la enfermedad de una persona se considera incurable, se le adminis~
tra un concentrado de una hierba que contiene estricnina, utilizada a dosis
mucho menores por los propios indios como antihelmíntico.

. . Otros procedimientos son de carácter físico: aSÍ, la utilización de humos


ll1C1enSOS, erc. Entre algunas tribus indias americanas, al moribundo se le turn-
bab~ en una parrilla, bajo la cual permanecía el rescoldo de una hoguera
previa, cuyo h~mo hacia perder la conciencia al paciente y acababa poco a
poco con ~u ,Vida. SI por una parte el humo le mataba, por otro impedía la
d~scompo~lcLOn de su cuerpo, !o cual hacía posible su permanencia por unos
días en el interior de la comunidad, y la puesta en práctica de toda la liturgia
funeraria.

Tam~ié~ se conocen ,cul.turas en las que los procedimientos eutanásicos


fueron príncipalrnente psiquicos: llegado un cierto momento de su vida el
anciano se despedíade I?s miem~ros de la tribu, se retiraba a un lugar apar.
tado y se disponía a morir; consciente de que le había llegado la «hora".

., En muchos de estos procedimientos; si no en todos, hay una' «provoca-


clan directa" de l.a muerte. N~ parece que el primitivo distinguiera muy bien
e?tre matar y dejar momo ASl se comprende que a veces utilice el asesinato
directo como método eutanásico. Esto explica el hecho, repetidas veces corn-
probado, de que en las tribus primitivas no suele haber inválidos ni enfermos
cromeos. Parece como si a ellos se les aplicara también la ley de la selva que
condena al exterminio a todos los que no pueden valerse por sí mismos.'

E,n.varios países de América del Sur ha existido durante siglos la práctica


e~t~naslca conocida con el nombre de «despenar". El despenador estaba espe-
clahzad? en calmar los dolores de los enfermos incurables que sufrían más de
lo co~slderad? razonable. Para ello, colocaba al paciente en decúbito prono,
le porua la rodilla sobre la espalda, tomab.a ~l mentón co11 una mano y los pies
con la .otra, y realizaba un brusco movmuento de aproximación de las dos
extrerl1lda~es del cuerpo, en forma?e opistótonos forzado, con lo cual rompía
algunas vertebras cervicales y poma fin a su vida y a sus dolores. Colocaba
luego el cuerpo en posición normal, en decúbito supino, hacía sobre él la señal
de la cruz, rezaba algunas oraciones y se lo entregaba a sus familiares.

E,n.los pueblos pri~itivos se encuentran otros muchos tipos de prácticas


eutanásicas. Cuando los indios americanos tenían que huir de sus perseguido-
ifes y neceslt~ban. desprenderse de alguno de los hijos pequeños, los mataban
del ,modo mas piadoso posible. ~o mu~ distinta a ésta es la práctica que,
se?~n nos cuenta Plutarco en su Vida de LIcurgo, el gran legislador de Esparta,
utilizaban los espartanos, de despeñar a los niños deformes o a las niñas por la

270
ladera del monte Taigeto, a fin de mantener la supremacía operativa y bélica
del pueblo espartano. También refiere que las madres lavaban a los recién
nacidos en vino y no en agua, dado que los niños débiles y epilépticos no
soportaban este tipo de baño y morían",

Todos estos métodos nos son bien conocidos por testimonios literarios
múltiples. He aquí, por ejemplo, lo que Aristóteles escribe a propósito del
infanticidio:

En cuanto a la exposición o crianza de los hijos, debe ordenarse que no se críe


a ninguno defectuoso, pero que no se exponga a ninguno por causa de los
muchos hijos, en el caso de que la norma de las costumbres prohiba rebasar
cierto límite; la procreación, en efecto, debe limitarse, pero si algunos tienen
hijos por continuar las relaciones más allá del tiempo establecido, deberá
practicarse el aborto antes de que se produzcan en el embrión la sensación y
la vida, pues la licitud o ilicitud de aquél se definirá por la sensación y la vidas.

La gravedad moral de los actos contra la vida es tanto mayor cuanto más
avanzado esté el proceso de formación y maduración del embrión. Por eso
Aristóteles distingue la gravedad del aborto en las primeras fases del desarro-
llo embrionario de la propia del aborto en aquellas otras en que ya está presen-
te la sensación y la vida. La gravedad del infanticidio es aun mayor. Sin em-
bargo, Aristóteles considera, con otros muchos pensadores griegos, que hay
razón proporcionada para realizar éste en el caso de recién nacidos enfermi-
zos y deformes. Matarles es un beneficio para ellos y para la sociedad. Se trata
de una muerte por piedad, es decir; de una especie de eutanasia.

Mejor atestiguada aún está la eutanasia piadosa de los heridos de guerra.


Valga por todos los ejemplos posibles, éste del máximo cirujano de la época
del Renacimiento, Ambroise Paré:

Entramos en tropel en la ciudad y pasamos por encima de los cuerpos muer-


tos y de algunos que no lo estaban,oyéndolos clamar bajo las pezuñas de
nuestros caballos; lo cual me llenó el corazón de lástima, y de veras me arre-
pentí de haber ido desde París a ver espectáculo tan luctuoso. Entré en un
establo en busca de alojamiento para mi caballo y el de mi asistente, y allí me
encontré con cuatro soldados muertos y tres que estaban arrimados a la pa-
red, con el rostro completamente desfigurado; y no veían, ni oían, ni habla-
ban; y todavía les llameaban los vestidos por la pólvora que los había quema-
do. Estándoles yo mirando con lástima, llegó un soldado viejo, el cual me
preguntó si había modo de curarlos. Respondí que no. Al punto se acercó a
ellos y los degolló de buen talante y sin enojo. Viendo yo tan gran crueldad, le

Plutarco. Vidm parale/m, Licurgo, 16.


Aristóteles. Poi 1335 b 19·26.

271
r----------~~~--------~-----;-~~~~.----
~
I

dije que era un mal hombre. Me replicó que rogaba a Dios que, de hallarse él
en tal coyuntura, pudiese dar con alguien que hiciere por él otro tanto, para
no tener que agonizar miserablemente".

La práctica de «rematar» a los heridos se ha justificado siempre por mo-


tivos de piedad y misericordia. No es un azar que el puñal corto y afilado con
que se remataba a los maltrechos en las ordalías medievales, recibiera el nom-
bre de «misericordia». Tampoco lo es que se llame «tiro de misericordia" o
«tiro de gracia» a aquél con que se pone fin a los sufrimientos de los heridos
de guerra o de los ajusticiados.

En conclusión, pues, vemos cómo todas las culturas se han visto obliga-
das a «ritualizar» el fenómeno de la muerte. Estos ritos han tenido siempre
por objeto «humanizar» el proceso del morir, evitando en lo posible el sufri-
miento, etc. y, en fin, en los casos desesperados, las culturas no han encontra-
do otro modo de humanizar la muerte que acelerando directa y voluntaria-
mente su llegada. Los personajes encargados de esto eran en unos casos los
familiares, en otros los chamanes, magos o hechiceros, etc. A partir del naci-
miento de la medicina científica en Grecia se va a producir en este punto una
gran novedad, ya que desde ese momento va a ser el médico la persona encar-
gada de cumplir con esta misión. De ahí que la eutanasia se medicalice. Es el
tema del próximo epígrafe.

2. La eutanasia «medícalizada»

Suele afirmarse que la medicina tiene por objeto luchar por la vida, de-
fender-la vida, y que por tanto siempre se ha opuesto a las prácticas eutanásicas.
Pero esto no sólo no es cierto, sino que la verdad es más bien la contraria: la
medicina occidental ha sido desde sus orígenes una ciencia eutanásica. Tal es
la tesis que intentaré demostrar a continuación.

Dice Platón que la ciudad natural o perfecta ha de estar compuesta de


hombres «sanos» (excepto en el caso de los trabajadores manuales y los arte-
sanos-hombres que en el fondo no pertenecen a la ciudad más que material-
mente, yque por lo mismo carecen de derecho de ciudadanía). Los ciudada-
nos han de gozar de salud, dice Platón, dado que la salud es inseparable de la
perfección. Por eso en la ciudad ordenada los médicos -no tienen cabida:

A. Paré. Apologie, et traité contenant les.voyages en divers lieux (1585), trad. esp. EA.
Delpriane, México 1947.

272
Asclepio... sabía que en toda ciudad bien ordenada le está destinada a cada
ciudadano una ocupación a que ha de dedicarse forzosamente, sin que nadie
tenga tiempo para estar enfermo y cuidarse durante toda su vida".

¿Habrá que decir, entonces, que los médicos no deben formar parte de la
ciudad bien ordenada? ¿Será preciso prescindir de sus servicios? ¿Qué fun-
ción puede encomendárseles en beneficio de todos? Platón lo explica así:

Asclepio dictó las reglas de la medicina para su aplicación a aquellos que,


teniendo sus cuerpos sanos por naturaleza y en virtud de su régimen de vida,
han contraído alguna enfermedad determinada, pero únicamente para estos
seres)' para los que gocen de esta constitución, a quienes, para no perjudicar a
la comunidad, deja seguir el régimen ordinario limitándose a librarles de sus
males por medio de drogas y cisuras, mientras, en cambio, con respecto a las
personas crónicamente minadas pot males internos, no se consagra a prolongar
)' amargar su vida con un régimen de paulatinas evacuaciones e infusiones, de
modo que el enfermo pueda engendrar descendientes que, como es natural, here-
darán su constitución, sino al contrario, considera que quien no es capaz de vivir
desempeñando las funciones que le son propias no debe recibir cuidados, por ser
una persona inútil tanto para sí mismo como para la sociedad".

La función del médico es, pues, estrictamente eutanásica. Según Platón,


los hijos de Asclepio pensaban que,

en las personas constitucionalmente enfermizas o de costumbres desarregla-


das, como la prolongación de su vida no había de reportar ventaja alguna a sí
mismos ni a sus prójimos, no debía aplicarse a estos seres el arte médico, ni
era posible atenderles aunque fuesen más ricos que el mismo Midas",

La función del médico en la ciudad, su función "política" es, pues, estric-


tamente eutanásica. Por eso Platón dice poco después:

En la ciudad habrá que establecer un cuerpo médico de individuos como aque-


llos de que hablábamos, que cuiden de los ciudadanos que tengan bien
constituídos cuerpo y alma, pero, en cuanto a los demás, dejen morir a aque-
llos cuya deficiencia radique en sus cuerpos, o condenen a muerte ellos mis-
mos a los que tengan un alma naturalmente mala e incorregible 10.

Esta idea platónica ha tenido una enorme influencia posterior. No en


vano la República ha sido el libro de cabecera de los politólogos durante más
de un milenio. En los múltiples comentarios que poseemos al gran tratado

Platón. Rep 406 c.


Platón. Rep 407 e-e.
.Platón. Rep 408 b.
10 Platón. Rep 409 e - 410 a.

273
----------------------------------~--------------------------------------~-------

platónic?, es posible ir siguiendo paso a paso la evolución de esta doctrina de


la funcI~n eutanásica del médico .. Así, por ejemplo, Averroes dedica en su
Exposicion de la República de Platón un capítulo al tema: "Papel del médico en
la SOCiedad modelo", que comienza así:

La sociedad modelo necesitará los médicos para diferenciar a quienes tienen


un defecto curable de los que poseen otro incurable. El primero será curado
yal.segund~ se le dejará morir, aunque existiese la posibilidad de prolongarl~
la Vida medla~te la medicación, pero a costa de no poder participar en ningu-
na de las actividades de la comunidad. Respecto a los disminuidos, Platón sos-
tiene que no conviene darles tratamiento alguno si se les considera verdadera-
mente incapaces. ~e desarrollar todas sus facultades, debido a que si desaparece
la = de un ser mane desde su nacimiento no hay diferencia entre su precaria
existencia y el no existir, Por esto Sócrates prefirió la muerte a la vida cuando
comprendió que no le sería posible llevar una vida auténticarnente humana
en la injusta sociedad de su tiempo. Pues cada uno de los nacidos sólo existe
con el fin de vivir como un ¡niembro real de la sociedad, pudiendo participar
en ella; SI desaparece tal finalidad, la muerte es preferible a la vida 11.

La función de los médicos en la pólis es, pues, estrictamente eutanásica.


La SOCiedad ;s un «cuerpo", y necesita. desprenderse de los "miembros enfer-
mos". De ahí que Averroes continúe diciendo:

Por tanto, los médicos deben separar del cuerpo aquellos miembros que están
necros~dos y cuya e,ticacia será nula, como los dedos gangrenados y los dien-
te~ canados. Del mismo modo si dejásemos individuos semejantes a dichos
m~embros enfermos en una sociedad modelo posiblemente causarían el naci-
miento de otros deficientes!".

, . Es difícil leer est,as.líneas y ~o rec?rdarlas palabras de San Pablo a pro-


postro de! «cuerpo misnco». y, mas alla del sentido que esta metáfora pueda
tener en San Pablo, no hay duda de que interpretada desde la tradición platónica
lleva a expulsar de la, comu~idad de la ciudad y de la vida a los herejes y
pecadores ..~a Incuisicion fue, vista en esta perspectiva, rigurosamente eutanásica:
mato o dejó .monr a los en~e~mos espirituales crónicos (pecadores y herejes),
para preservar la salud espiritual de la sociedad.

Averroes prosigue su exposición recordando lo que hacen los artesanos


en su trabajo:

11 Averroes. Exposición de la República de Platón, Ed. M. Cruz Hernández Madrid Tecnos


1986, p. 32. ' . , ,
12 Averroes. Ibid.

274
------~----~-----------------------_.

Cuando enferman (los artesanos) piden a los médicos que les purguen con un
laxante, vomitivo ° sangría, a fin de reincorporarse rápidamente a su trabajo,
y si se los prescriben obedecerán sus órdenes. Pero si les recetan un régimen
que imposibilita sus actividades por un largo tiempo, rehusan el tratamiento,
como si calculasen que sus vidasresultarían ya inútiles para la ejecución de
las labores que normalmente llevaban a cabo. Los únicos ansiosos de vivir no
obstante padecer un defecto crónico son los que huelgan en los corrillos de las
calles,como los vagos. En cuanto a los deficientes que pueden vivir pese a ser
incurables, pero que en modo alguno pueden ser útiles para la sociedad, unos
opinan que deben ser eliminados y otros que podrían ser tolerados; pero no
ha lugar para la afirmación de los que quieren cargar su mantenimiento sobre
los ciudadanos".

Averroes, uno de los máximos médicos de toda la Edad Media, es, como
vemos, decidido partidario de la eutanasia, y considera que practicarla es
función de los médicos de la ciudad. De ahí que finalice el capítulo con estas
palabras:

Tal es, pues, lo que conduce a que los médicos sean también necesarios en
esta sociedad modelo a saber: la curación de las lesiones traumáticas, y el
diagnóstico de las que no lo sori'".

La dicotomía de que se hacen eco Platón y Averroes es la misma que los


médicos hipocráticos establecieron entre enfermedades «tratables" (kata tyken)
yenfermedades «intratables" (kath' anánken), y arroja nueva luz sobre estas
últimas. En contra de lo que muchas veces se dice, las enfermedades que no se
deben tratar no son sólo las «mortales por necesidad", sino todas aquellas que
por no permitir el trabajo y la vida normal en la ciudad, es justo que los
médicos encaucen hacia la muerte. No tratando las enfermedades kath'
anánken, los médicos actúan, por tanto, eutanásicamente, practican laeuta-
nasia.

En este contexto cobran todo su sentido frases como las que se encuen-
tran en el libro hipocrático Peri tékhnes, un escrito que, por lo demás, se con-
sidera muy influido por la filosofía platónica. He aquí algunas:

En primer término vaya definir lo que considero que es la medicina: el apar-


tar por completo los padecimientos de los que están enfermos y mitigar los
rigores de sus enfermedades, y el no tratar a los ya dominados por las enfer-
medades, conscientes de que en tales casos no tiene poder lamedicina",

13 Averroes. Op. cie. pp. 32·3.


14 Averroes Op. cit., p. 33.
15 Tratados hipocráticos, Ed. C. García Gual, Madrid, Gredos, Vol. 1, 1983, cap. 3, p. 111.

275
y poco más adelante, en el capítulo octavo:

Hay algunos que hacen reproches a la medicina por motivo de los que no
quieren tratar a los ya dominados por la enfermedad, diciendo que se medican
aquellos casos que por sí mismos se curarían, pero los que necesitan de impar·
tante socorro no los toman en sus manos, y que sería preciso, si fuera una
ciencia la medicina, que los medicara a todos por igual.

Pero los que dicen eso, si les reprocharan a los médicos que, cuando hacen
esas afirmaciones, no los ciudan a ellos como a locos, les harían reproches
más razonables que al reprocharles lo otro. Pues si alguno reclama a la ciencia
lo que ni puede la ciencia, o a la naturaleza lo que la naturaleza no produce
naturalmente, desconoce que su ignorancia es más afin a la locura que a la
incultura. Pues para aquello que podemos dominar por medio de recursos
naturales o por instrumentos de la ciencia, en eso nos es posible ser servidores
del pueblo (demiourgoi), pero en lo demás no es posible. Cuando una persona
sufre algún mal que es superior a los medios de la medicina, no se ha de
esperar, en modo alguno, que éste pueda ser superado por la medicina.

Así, por ejemplo, de los cáusticos empleados en medicina, el fuego es el que


cauteriza en extremo, pero hay muchos otros menos fuertes que él. Lo que se
resiste a los cáusticos menores todavía no es evidente que sea incurable. ¿Pero
cómo no va a ser incurable lo que se muestra superior a los más potentes?
Aquellos casos en que se recurre al fuego como reparador y que no se dejan
someter por él, éacaso no muestran que necesitan otra ciencia, y no de ésta en
la que el fuego es un instrumento?".

El médico que escribió este párrafo es, quizá, algo más intervencionista
que Platón, y reduce el ámbito de «lo no tratable» al de «lo incurable». Claro
que también cabe decir que tal es el criterio platónico, siempre que por no
tratable se entienda «lo que no puede restituirse a su estado natural, ni rein-
tegrarse a la vida normal de la ciudad». En cualquiera de los dos casos, es
claro que el "desahucio» ha sido clásicamente una práctica eutanásica. Más
aún, sólo en el interior de este contexto tuvo sentido en la antigüedad el térmi-
no «eutanasia".

La palabra eutanasia se utiliza, que sepamos, desde los tiempos del em-
perador Augusto, y hasta finales del siglo XIX significó el acto de morir pacífi-
camente y el arte médico de lograrlo. El primero que utiliza el término es el
historiador romano Suetonio, quien escribe:

16 Op. cit., pp. 115·116.

276
Tan pronto como César Augusto oía que alguien había muerto rápidamente y
sin dolor, pedía la eutanasia, utilizando esta palabra, para sí mismo y para su
familia 1-. . .

Está claro que el texto se refiere a las personas que no pueden ser cura-
das, y que por tanto han entrado en la fase de desahucio. Tal es la razón de
que Plinio haga una lista de enfermedades en las cuales los médicos pueden
acelerar la muerte. En la literatura clásica eutanasia y desahucio son términos
correlativos. Así se entienden textos como éste de Séneca:

El médico, en primera instancia, ante trastornos leves intenta no variar rnu-


cho los hábitos cotidianos y poner un orden en las comidas, en las bebidas, en
los ejercicios y fortalecer la salud, modificando tan sólo el régimen de vida. Lo
inmediato es que la moderación haga progresos; si la moderación y el régi-
men no hacen efecto, retira y limita algunas cosas; si ni siquiera entonces
responde, suprime comidas y con el ayuno alivia el cuerpo; si han resultado
en vano estos procedimientos más suaves, abre la vena y en el interior de los
miembros, si infectan las zonas adyacentes y propagan la enfermedad, aplica
su cirugía; y no parece. dura ninguna curación, cuyo resultado es favorable ...
Pero a quienes no han podido prolongar la vida, les facilitan una muerte lleva-
dera":

Es comprensible que siempre que la cultura europea ha intentado acer-


carse a los ideales del clasicismo, el tema de la relación entre desahucio médi-
co y eutanasia haya aparecido de nuevo. Tal es lo que sucede, por ejemplo, en
el Renacimiento. Hay un texto muy conocido de Francis Bacon, que una vez
situado en el interior de todo este marco referencial, cobra todo su sentido.
Dice aSÍ:

Aún se puede ir algo más allá: estimo que el oficio del médico no es sólo
restaurar la salud, sino también mitigar los dolores y tormentos de las enfer-
medades; y no sólo cuando tal mitigación del dolor, como la de cualquier otro
síntoma patológico, ayuda y conduce a la recuperación, sino también cuando,
habiéndose esfumado toda esperanza de recuperación, sirve sólo para conse-
guir una salida de la vida más fácil y equitativa. Pues no es pequeña felicidad
la que llevó a César Augusto a pedir la eutanasia; semejante a la que se vio en
la muerte de Antonino Pío, que no pareció que se muriera sino que cayó en un
profundo y placentero sueño ... Pero en nuestros tiempos, los médicos hacen
cuestión de escrúpulo y religión el estar junto al paciente cuando éste está
muriendo. En tanto que en mi opinión, si ellos no quieren ser molestados en
sus consultorios, y también por humanidad, deben adquirir las habilidades y
prestar atención a cómo puede el moribundo dejar la vida más fácil y silencio-

17 Suetonio. Vidas de veinte Césares, L II.


18 Séneca. De ira, L.l, c.6, 2 y 4.

277
samente. A esto yo lo llamo la investigación sobre la «eutanasia externa» o la
muerte fácil del cuerpo (para distinguirla de la eutanasia que mira a la prepa-
ración del alma); y ponerla entre las cosas a conseguir".

Palabras muy semejantes se encuentran en otros autores, como por ejem-


plo en la Utopía de Tomás Moro. El tema puede afirmarse que no desaparece
nunca por completo, aunque haya épocas que le dedican una mayor atención.
No parece arriesgado decir que los médicos han practicado tradicionalmente
la,eutanasia pasiva (desahuciando a sus pacientes cuando veían que el proce-
so era incurable) y aun la eutanasia activa, en aquellos casos en que las
características peculiares de la enfermedad (incurabilidad del proceso,' posi-
ble contagio, final muy trágico y doloroso) así lo aconsejaban. El ejemplo típi-
co de esto último es el de la rabia, que reunía las tres características. Los
tratados de medicina aconsejaban en estos casos la práctica de la llamada
«sangría suelta», que acababa con los males del paciente a la vez que con su
vi~a. Así se explica que en 1810 se promulgara en Francia una ley que decía
ast:

Se prohibe bajo pena de muerte estrangular, asfixiar, sangrar hasta la muerte


o matar por cualquier otro método a quienes sufren de rabia, hidrofobia o
cualquier enfermedad que causa espasmos, convulsiones, agitación y locura
peligrosa 20. .

Durante el siglo XIX el interés por el tema de la eutanasia subió de grado.


Los grandes novelistas de la época lo utilizaron como argumento literario; tal
~a~e, por ejemplo, Emilia Pardo Bazán en España. El tema también aparece
mSls~entemente en la literatura médica. En 1794 publica Nicolaas Paradys su
Oratio de euthanasia naturcli", Algunas décadas después, uno de los padres
de la moderna ética médica, Karl Friedrich Marx, defiende en la Universidad
de Goti~ga una tesis ~octoral titulada De Euthanasia Meáica", en que propone
la necesidad de ensenar a los médicos a cuidar técnica y humanamente a los
enfermos que están en la fase terminal de su vida. La conclusión del libro de
Marx es que los médicos tienen que aprender la ciencia de la eutanasia, ya
que no son capaces de dar a sus enfermos la «atanasia», es decir, la inrnortali-
d.ad. Esto es lo que hará decir a un discípulo suyo, Heinrich Rohlfs, bien cono-
cido por sus estudios histórico-médicos, que la eutanasia propuesta por Marx

19 F.Bacon. Avance de la ciencia, IV;2.


20 Cit. por Rayrnond Dedonder. "Worldwide Impact ofPasteur's Discoveries and the Overseas
Pasteur Insritutes», en Hilary Koprowski y Stanley A. Plotkin, eds., World's Debt to Pasteur .
New York, Ajan R. Liss, 1985, p. 142. '
21 Paradys. Oratio de euthanasia, Leyden 1794.
22 Hay una traducción inglesa del texto de Marx: Walter Cane, «Medical Euthanasia: A
Paper, Publtshed. in Latin in 1826, Translared and Reintroduced to the Medical Profession»,
Journal 01 the History 01 Medicine and Allied Sciences, 7; 1952: 401-416.

278
es una auténtica "obstetricia del alma», a la que es preciso ortorgar el rango de
disciplina médica independiente, a la altura del diagnóstico, la terapéutica, la
cirugía o la obstetricia".

Vimos cómo en Grecia hubo una cierta tension entre platonisrno e


hipocratismo a propósito de la eutanasia. Los primeros consideraron que de-
bía aplicarse a todos los sujetos «inservibles», y los segundos sólo a los «incu-
rables». Esta tensión ha seguido siempre latente, ya fines del siglo XIX cobró
nuevo vigor. Un jurista alemán, Adolf Jost, publicó en 1895 un libro titulado
Das Recht auf den Tod24• J05t argumentaba que el control sobre la muerte de
los individuos debe pertenecer en última instancia al organismo social, al Esta-
do. Es un derecho similar al que el Estado ejerce ya, por ejemplo, en la guerra,
donde miles de individuos mueren en bien del Estado. Parece claro, pues, que
el Estado puede matar a fin de mantener la organización
.
social viva y sana.
,

Dentro de esta tradición, merece párrafo aparte el libro qué en 1920


publican el jurista y filósofo Karl Binding y el médico- psiquiatra Alfred Hoche,
titulado Die Freigabe der Vernichtung lebensunwerten Leben (el permiso para
destruir las vidas carentes de valor vital)"; Por «vidas sin valor vital" entien-
den los autores no sólo las de los enfermos incurables sino también las de la
mayor parte de los enfermos mentales, los retrasados psíquicos y los niños
retardados y deformes. Además, los autores profesionalizan y medicalizan
completamente el concepto,dándole .un contenido estrictamente «terapéuti-
co»: destruir la vida sin valor vital es, dicen, «sólo un tratamiento sanador» y
una «obra higiénica».

Binding estudia en su parte los aspectos legales de las prácticas euta-


násicas, y concretamente las posibles responsabilidades legales de quienes prac-
tiquen la que llama «muerte asistida» (Sterbehilfe), y el "homicidio de los
participantes voluntarios». En su criterio, la decisión de poner fin a la vida de
una persona debe ser tomada por un equipo de tres personas, compuesto por
un médico general, un psiquiatra y un abogado. El paciente que da su consen-
timiento a la eutanasia tiene derecho a retirarlo en cualquier momento. Pero
el mayor énfasis lo pone Binding en la protección legal del médico que parti-
cipa en procedimientos eutanásicos.

Hoche, por su parte, insiste en que esa política de matar es compasiva y


acorde con la ética médica. En favor de esto recuerda situaciones en las que el

23 Rohlfs. Geschichte da deutschen Medizin, Stuttgart 1880.


24 Adolf Jost. Das Recht au] den Tod: Sociale Studie, Gottingen, Dieterich'ste Verlags-
buchhandlung, 1895.
25 Karl Binding und Alfred Hoche. Die Freigabe der Verninchtung lebensunwerten Lebens:
Ihr Mass und ihre Form, Leipzig, F.Meiner, 1920. Cf. Ernst Klee, Euthanasie im NS-Sraat: Die
Vernichtung lebensunwerten Lebens, Frankfurt/M, S. Fischer, 1983.

279
médico está obligado a destruir la vida (como cuando ha de matar un niño
vivo en el momento del parto, o interrumpir el embarazo para salvar a la
madre). Invoca el concepto de «muerte mental» en varios tipos de desórdenes
psiquiátricos, lesiones cerebrales y retrasos mentales. Matar a estas personas,
escribe Hoche, «no se puede identificar con otros tipos de asesinato ... sino que
es un hecho permisible y provechoso», dado que esas personas ya están muer-
tas.

Hoche hace mención de los tremendos costos económicos de esas perso-


nas para la sociedad; especialmente de aquellos que son jóvenes, deficientes
mentales, pero por lo demás sanos, que van a requerir muchos años de hospi-
talización.

Hoche medicaliza también el Estado, convirtiéndolo en un organismo en


el que «los miembros no valiosos y más débiles deben ser abandonados y
expulsados». He aquí un texto suyo:

El organismo estatal... es un todo con sus propias leyes y derechos, mucho


más que un organismo humano, de modo que, en interés del bienestar del
todo, abandona -como nosotros) médicos, sabemos- y rechaza partes o partí-
culas que han perdido valor o han llegado a ser perjudiciales>.

Hoche acaba elaborando a partir de estos datos toda una mística, muy
similar a la descrita por Platón en su República:

Una nueva era se acerca que, sobre la base de una más elevada moralidad no
atenderá ya a las demandas de un concepto abusivo de humanidad y una
sobreestimación del valor de la vida en Sí27.

. Las ideas de Hoche fueron aceptadas por un buen número de médicos y


psiquiatras alemanes. De este modo, como dice Lifton, empezaron a desdi-
bujarse cada vez más las fronteras entre healing y killing. Esto explica que la
más avanzada comunidad médica del mundo llevara a cabo, durante el perio-
do nazi, un exterminio de 200.000 pacientes psiquiátricos y crónicos, y que
colaborara activamente en el más amplio programa de exterminio social de
que se tiene noticia. La amplia documentación recogida por Robert Jay Lifton
en su libro The Nazi Doctors. A Study of the Psichology ofEvil (Londres, MacMillan,
1986) excusa de todo comentario.

26 Tomo todos estos datos del libro de Roben Jay Lifton. The Nazi Doctors. Medical Killing
and the Psychology of Genoclde, Londres, MacMillan, 1986, pp. 4555. El texto citado se halla
en la p. 45.
27 K. Binding-A. Hoche. Op. cii., pp. 61-2. Citado por R.J. Lifton, Op. cit., p. 47.

280
3. La eutanasia «autonornizada»

El interés actual por la eutanasia se debe a que nuestra época ha introdu-


cido un nuevo facror en la reflexión sobre ese tema: la autonomía de los
pacientes. Hasta la Segunda Guerra Mundial, las prácticas eutanásicas se rea-
lizaron, por lo general, sin el consentimiento de quienes las sufrían. En las
tribus primitivas eran las normas consuetudinarias del grupo social o del clan
familiar las que señalaban cuándo una persona debía desaparecer en benefi-
cio de todas las otras. Más cerca de nosotros, las prácticas eutanásicas de que
tenemos noticia desde los albores de la cultura occidental, en la Grecia anti-
gua, hasta la época nazi, se basaron en motivos sociales, políticos, médicos,
eugenésicos, etc., pero muy pocas veces tuvieron en cuenta la voluntad de los
pacientes. Sólo en las últimas décadas este factor ha comenzado a cobrar
importancia. Por eso la pregunta por la eutanasia se formula hoy de modo
distinto al de cualquier otra época anterior. Lo que a nosotros directamente
nos preocupa no es si el Estado tiene o no derecho a eliminar a los enfermos
y minusválidos, sino si hay posibilidad ética de dar una respuesta positiva a
quien desea morir y pide ayuda a tal efecto. Vivimos en la época de lbs dere-
chos humanos, y prácticamente acabamos de descubrir que entre éstos está el
derecho a decidir -dentro de ciertos límites, claro- sobre las intervenciones
que se realizan en el propio cuerpo, esto es, sobre la salud y la enfermedad,
sobre la vida y la muerte. En el ámbito de la salud y la enfermedad, el de la
clásica relación médico-enfermo, esto se conoce hoy con el nombre de «dere-
cho al consentimiento informado»; en el de la vida y la muerte, con el de
«derecho a la propia muerte». Todo hombre es, en principio, propietario y
responsable de su muerte. Siempre se muere solo. Por eso la muerte es la
cuestión personal por antonomasia. No hay más muerte que la propia. De ahí
el conocido verso de Rilke: «Da a cada cual, Señor) su propia muerte».

Las últimas décadas han demostrado cómo en el mundo de la sanidad se


da siempre una dialéctica entre «expropiación» y «apropiación». De la salud se
pueden dar muchas definiciones, pero sólo aquélla que la define como un
proceso de apropiación del propio cuerpo o de la propia realidad, es capaz de
superar con un cierto éxito el contraste con los problemas actuales. La salud
no puede definirse como la «ausencia de enfermedad», ni como «silencio de
los órganos», ni tampoco como mero «bienestar». Si intenta definirse de cual-
quiera de esas formas, pronto se llega a insufribles paradojas. Para evitadas, o
al menos para soslayarlas en lo posible, es preciso definir la salud en términos
de capacidad de posesión y apropiación por parte del hombre de su prepio
cuerpo: Cuanta mayor sea la capacidad de posesión y apropiación del cuerpo,
mayor salud se tendrá, de más salud se gozará, y cuanto menor sea tal capa-
cidad, es decir, cuanto más desposeído se sienta uno de su propio cuerpo,
cuanto más expropiado lo note, mayor será su enfermedad. El culmen de la
des posesión y expropiación del cuerpo lo constituye, lógicamente, la muerte.

281
Esta definición de salud obliga a reformular otras, como la de sanidad y
sistema sanitario. La sanidad no puede confundirse con la mera prevención de
las enfermedades, sino con la cultura del cuerpo. Hay sistemas sanitarios que
intentando prevenir la enfermedad, desposeen y expropian al hombre de su
cuerpo. So pretexto de salud, los tales promocionan y favorecen la enferme-
dad. Hoy"es muy frecuente ver cómo el sistema sanitario fomenta la enferme-
dad de la salud. Yes que la salud también puede convertirse en una ideología,
en falsa conciencia. Se produce entonces el fenómeno que Marx denominó
«enajenación» (Entfremdung). La enajenación de la salud es, obviamente, la
enfermedad, la enfermedad de la salud. Cuando esto sucede, y sucede con
alguna frecuencia, puede estarse seguro de que se ha perdido el norte, y este
norte no puede ser otro que la cultura del cuerpo, entendida como posesión o
apropiación de la propia realidad corporal.

La dialéctica apropiación-expropiación es particularmente importante


en el periodo final de la vida de las personas. No hay duda de que la enferme-
dad mortal va poco a poco expropiando el cuerpo, hasta acabar con él. Pero
tampoco la hay de que los procedimientos técnicos y asistenciales puestos a
punto en estas últimas décadas (técnicas de soporte vital, Unidades de Cuida-
dos Intensivos, etc.), cuando no se utilizan correctamente, pueden incremen-
tar aún más ese proceso de expropiación. Se entiende, por esto, que haya
enfermos para los que el morir sea preferible a vivir de esa manera. Hay expro-
piaciones peores que la muerte, precisamente porque distorsionan aún más el
proceso de apropiación. Es preferible no poder apropiarse nada (eso es la
muerte), que verse obligado a asumir como propio un modo de vida que se
considera humillante, indigno, inhumano. Esto explica que haya sido en estas
últimas décadas cuando los enfermos han comenzado a exigir respeto a sus
propias decisiones sobre cómo morir. Este es el origen de un conjunto de
documentos, conocidos con los nombres de «testamentos vitales», «directrices
previas», «poder judicial permanente», «órdenes de no reanimar», etc. Todos
ellos son intentos de vivir del modo más apropiado posible la fase final de
vida, y por tanto con la máxima dignidad y salud, evitando expropiaciones que
el enfermo considera aún peores que la propia muerte.

El debate actual está en saber si este proceso de autonomización del


morir puede llevarse hasta el punto de que los pacientes puedan no sólo re-
chazar tratamientos que consideran innecesarios o perjudiciales, sino también
pedir que se ponga de modo directo y activo fin a su vida. En principio no
parece que este caso sea muy distinto del anterior. Todo ser humano tiene
derecho a evitar, tanto «pasiva» como «activamente», situaciones de expropia-
ción que considera peores que la muerte. Tampoco se ve por qué estas situa- '.
ciones han de ser sólo aquellas en las que se ponen con el paciente procedi-
mientos muy «extraordinarios», del tipo de las técnicas de soporte vital. Tiene
sentido pensar que muchas personas vivencian situaciones que solemos con-
siderar «ordinarias» como peores que la muerte. Tales son, por ejemplo, los

282
casos en que las personas han perdido toda capacidad para cuidar de sí mis-
mos, como sucede en las cuadriplejias. P. Kind y RM Rosser llevaron a cabo el
año 1983 un trabajo a fin de evaluar el grado de expropiación que la enferme-
dad produce en el enfermo grave. Para ello cuantificaron la gravedad del pro-
ceso morboso en una escala de 1 a 4, y la incapacidad en otra de 1 a 8. Este
último sería un estado de total inconsciencia, en el que los sujetos ya no sufren
conscientemente. Tras entrevistar a un cierto número de enfermos y ver la
estimación que ellos realizaban de las diferentes situaciones, cuantificaron
éstas de acuerdo con una escla de puntuaciones que asignaba el I a la ausen-
cia de enfermedad e incapacidad, y el O a la muerte. Pues bien, el resultado
fue el siguiente:

ENFERMEDAD

INCAPACIDAD ·1 2 3 4

1 1,000 0,995 0,990 0,967


2 0,990 0,986 0,973 0,932
3 0,980 0,972 0,956 0,912
4 0,964 0,956 0,942 0,870
5 0,946 0,935 0,900 0,700
6 0,875 0,845 0,680 0,000
7 .0,677 0,564 0,000 -1,486
8 -1,028

El resultado de esta encuesta demuestra que hay situaciones peores que


la muerte, y por tanto con puntuación inferior a cero. Según los encuestadores,
la edad, la religión y la clase social no son variables relevantes, y sí estas otras
cuatro: movilidad física, dolor y agotamiento, capacidad para cuidar de sí
mismo y aptitud para entablar relaciones interpersonales. La vida, pues, no
puede medirse sólo por su cantidad, sino también por su calidad, en la cual
juegan un papel fundamental esos cuatro factores". Los seres humanos no
medimos la vida de acuerdo sólo con criterios de cantidad o cuantitativos,
sino también de calidad o cualitativos. De ahí que haya sido preciso crear
índices. mixtos, como el QALY (Quality-Adjusted-Life-Year) o AVAC (Años de
vida ajustados a calidad).

El problema ético se resume a saber si las personas que viven una vida
que consideran peor que la muerte, pueden poner término a sus sufrimientos
(suicidio), y si en caso de que estén imposibilitadas para realizarlo por sí

28 Cf. P. Kind, RM. Rosser, A. Williams, «AValuation of Quality of Life: Some psychometric
evidence», En: Jones Lee MW ed. The Value Life and Sajety. N Holland Pub 1982; 159-170.

283
.mismas, pueden pedir a otras, especialmente a los médicos, que pongan tér- .
mino a su vida (eutanasia). En principio parece difícil negarles ese derecho y
tal es la razón de que el suicidio, aun en el caso de que resulte frustrado e;té
p~sando a no se! deli~o en un buen número de Códigos Penales, com~ por
eJ~n:p.lo el espan.ol. Clert? que para determinadas confesiones religiosas el
SUICIdIOresulta siempre ínaceptable, dado que la vida es un don divino del
que el hombre no puede disponer; pero eso sólo demuestra que tales persona
v?lorará.n sie~pre más la vida que la muerte, y que por tanto nunca encontra~
ran motivos para atentar contra ella. El problema del suicidio y la eutanasia
no se plantea en esos casos, sino en el de aquellas personas que, o. bien care-
cen de esas creencias religiosas, o bien las tienen pero consideran que en el
caso del hombre el don divino no es nunca sólo la vida sino la vida human
. 1 ' 1 '
o raciona , razon por a que no atenta contra Dios quien dispone racionalmen-
a
t~ de ella>. En ~mbos casos parece difícil negar a las personas el derecho a
disponer de su VIda, y aun a pedir a los demás que les ayuden a tal efecto.

,. El problema d; la eutanasia no está ahí, en el orden de los principios


encos d.e «autono~la» y «beneficencia», sino en otro nivel que de algún modo
es previo al anrenor; el de los principios de «justicia» y «no-maleficencia»
Ayudar a btr? a quitarse la vida puede ser un acto de beneficencia, y puede
serio ta,mblen de maleficencia. Será beneficente cuando el paciente pida y
?ese~ esa ayuda (por ejemplo, po;que su .índice QUALYes negativo, por tanto,
mfenora O). Por el contrano, sera malefIcente cuando se quite la vida de otra
persona.o se le ayude a morir por motivos interesados (económicos familia-
res, s.ocJales, etc.). No es fácil establecer una línea divisoria nítida e~tre esos
dos mveles, y tal es, la razó.n.P?r la que los códigos penales suelen penar la
ayuda O colabora~lOn al suicidio, Este es el motivo, también, de que ningún
~als se hay~ atrevido hasta ahora a legalizar la eutanasia, sino sólo a despena-
Itzar!a en Ciertos supuestos, que siempre tiene que determinar la sociedad por
medIO de su~)uec~s ..Como e.s,tien sabido, éste es el caso holandés, en el que
la cola~oraclon médica al suicidio de los pacientes sólo puede realizarse bajo
un estncto control judicial",

El hecho de que la sociedad se considere obligada a proteger la vida de


las-personas, demuestra bien que en el fondo de la cuestión de la eutanasia
hay siempre un problema de justicia. No hay duda alguna de que la vida es un
bien comun que la sociedad tiene obligación de proteger aun en contra de la
voluntad. de los individuos concretos. Generalmente est; prerrogativa del Es-
~ado .~e mterpreta en el s.entido de que éste puede y tiene que prohibir todo
mtenro por parte de los Ciudadanos de poner fin a su vida o de ayudar a los

29 Cf: t;ldnúme¡rodmonOgráfico que la revista Concilium publicó en mayo de 1985 titulado


« E1SUICl 10 y e erecho a la muerte» '
30 .eff, M.A.M. de Wachter. «Active E~thanasia in the Netherlands», JAMA 1989,' 262'.
3316-3319. ,. ,

284
demás a hacerla. Pero esto no es del todo exacto. No es para eso para lo que
tiene poder el Estado, sino para ordenar la sociedad de acuerdo con criterios
de equidad y justicia que no marginen a las personas ni las coloquen en situa-
ciones que ellas vivencian como peores que la muerte. La justicia exige que
todos los hombres sean tratados con igual consideración y respeto, y que las
diferencias sociales entre ellos sólo sean permisibles cuando redunden en be-
neficio de todos, en especial de los menos favorecidos. Si esto es así, si.a esto
es a lo que obliga el principio ético de justicia, no hay duda que nos encontra-
mos en un mundo profundamente injusto. En nuestra sociedad se cumple
exactamente el principio contrario al que hemos enunciado. Quienes más tie-
nen son los que más reciben, y aquellos que se hallan en situación de desven-
taja, reciben menos, con lo cual las diferencias entre unos y otros son cada
vez mayores. Esto es evidente en el caso de los enfermos crónicos y de los
ancianos. Nuestra sociedad, basada en el principio de la competición y la
juventud, margina a ambos, ancianos y enfermos crónicos, de modo sisterná-
tico. Pasada la barrera de los sesenta y cinco años, el hombre va sufriendo en
sus carnes un conjunto de marginaciones o muertes progresivas: la muerte
laboral, la muerte familiar (los ancianos no puede convivir en el seno de la
familia nuclear, y por tanto han de vivir solos o ir a residencias), etc. Cuando
a todo esto se añade la invalidez biológica y la enfermedad, no puede extrañar
que los pacientes puedan verse en situaciones tan trágicas que ellos conside-
ren peores que la propia muerte. Estos son los casos en que suelen pedir la
eutanasia, No lo harían si vivieran de otro modo, sin depender de los demás,
sin sufrir tanta soledad, sin verse excluídos del mundo de los vivientes. La
sociedad tiene obligación moral de reparar esta tremenda injusticia, haciendo
por ellos todo lo que esté en su mano. Hay muchos medios de ayudar a quie-
nes se encuentran en esas situaciones: la compañía, la amistad, la psicotera-
pia, la medicina paliativa, los hospices, tantas cosas más. Es muy probable que
si todos esos métodos se pusieran en práctica, nadie pidiera morir. Pero cuan-
do no lo hacemos así, dudo que tengamos legitimidad moral suficiente para
negarles una muerte rápida y digna.

Así se encuentra hoy planteado el tema de la eutanasia. Su futuro depen-


derá de la propia evolución moral de nuestra sociedad. Si decide ir en busca
de la justicia, no hay duda de que el problema se irá resolviendo poco a poco.
En caso contrario, cobrará cada vez mayor volumen, y será uno de los Indices
más expresivos y fieles de nuestra moralidad bajo mínimos. De ahí que ante el
tema de la eutanasia nadie pueda quedar indiferente o considerarse ajeno.
Quien no ayuda a resolverlo está necesariamente incrementándolo. Aquí tam-
bién vale la consigna de ciertos empresarios americanos: "Si no ayudas a
resolver el problema eres ya parte de él».

285
16
DILEMAS ÉTICOS EN LOS CONFINES
DE LA VIDA: SU1CIDIO ASISTIDO
y EUTANASIA ACTIVA Y PASIVA

l. LOS CONFINES DE LA VIDA HUMANA

La vida humana tiene siempre un punto de paradójica. En tanto que «vida»


no puede entenderse más que en relación a todo el conjunto de las realidades
vivientes, y en tanto que «humana» se afirma como algo absoluto que escapa a
cualquier posible enclasamientobiológico o zoológico. La vida humana es, por
ello, un absoluto relativo, o un relativo absoluto; es relativa en tanto que es-
A; truetura biológica o natural, y absoluta en tanto que realidad biográfica o per-
sonal.

Pero la expresión absoluto-relativo o relativo-absoluto es contradictoria.


Si algo es absoluto no puede ser relativo, y viceversa. Absoluto y relativo son
términos opuestos, y en tanto que tales no predicables simultáneamente de
una misma realidad. Esta contradicción fue identificada como tal hace mu-
chos siglos, y de algún modo la siente y la vive cada uno en el interior de su
>propia persona. Si la vida humana es absoluta, si tiene algo de absoluto, no
'. puede tener fin. Una vida que se acaba difícilmente puede ser considerada
absoluta. La vida humana, en tanto que absoluta, ha de tener comienzo, pues
no hay duda de que no hemos sido siempre, pero no puede tener fin. El haber
tenido comienzo explicaría el momento de relatividad de la vida, yel no tener
'0) fin su momento de absolutidad .. Este razonamiento es el que subyace en el
interior del concepto griego de aion, eón, que los latinos tradujeron primero
por aevus y más tarde por saeculumEque en su origen no significó «siglo», sino
«generación», en el sentido de «duración de una generación», que algunos
fijaron en cien años). El eón y el siglo designan la duración de la vida humana,
algo intermedio entre la aetas y la aeternitas. Y ello porque en el ser humano

287
nace por generación, ~ p.or tanto ti~ne edad, pero de algún modo trasciende el
orden puramente biológico y temporeo, y en consecuencia es en alguna medi-
da supratemporal, eterno. Habría que decir que tiene origen, como los anima-
les, per? n~ tiene fin, como los ángeles. De ahí que los escritores latinos crea-
ran el term.II~oaev¡ter~us c~mo opuesto a mortaiis', para designar aquello que
tJ~ne pnncipro y ~o tiene ñn, y que en consecuencia es eterno en una de sus
direcciones. Lo eviterno es eterno a medias ya que ha tenido comienzo pe
' f ' , ro
no ten dra m. Los escntores eclesiásticos de la baja latinidad utilizaron este
concepto con profusión, oponiendo aevitemus, lo que tiene comienzo pero no
tJe~e fin, a se':lPlternus, aquello que carece de comienzo y de fin. Sempiterno
se:la DIOs; eVlte~nos, los angeles. El ser humano es también de algún modo
eviterno, no segun, su cuerpo, pero sí,según su alma. La paradoja cuerpo-alma
es la. que explicaría ese extrano carácter de relativo-absoluto o de absoluto-
relativo en que parece consistir la condición humana.

Todas esa~ son explicaciones de algo ~ue es mucho más elemental, y que
p.arece haber SIdo una ,eXperienCIa muy antigua de la humanidad, a saber, que
SI el hombre es de algun modo absoluto, no puede ser mortal. La muerte es el
e- v fra~as~ de cualquier afi~mac~ón de absolutez. Lo absoluto exige permanencia
en el-
tiempo; SIse prefiere, íntemporalidad o atemporalidad. Lo absoluto ha
de ?allarse ?or encima del ~iempo. De ahí la gravedad de la afirmación del
caracter estnctamente temporeo y mortal de la vida humana. Es el tema de la
filoso~ía de Heidegger: si se piensan correctamente estas dos características
ontológicas del ser ~um~no, su temporeidad y su mortalidad, entonces hay
- '> que rehacer t?da la historia de la metafísica, porque ésta se ha basado siempre
en lo contrano, ,e~ que el hombre es de alguna manera eterno e inmortal. El
proble~a ontolopco funda:nental es, entonces, el de saber' cómo afecta a la
ontología el c~racter. tempóreo y ~ortal =
la condición humana; hasta qué
punto y en que condiciones es posible seguir haciendo ontología.

.La respuesta de Heidegger es bien conocida. Y también lo es lo mucho


q~e 1Oft.uyoen ella un angustiado pensador danés de finales del siglo XIX,
Soren Kler~e?aard: Su trasunto hispano fue Miguel de Unamuno, quien el año
1913 publicó su libro Del sentimiento trágico de la vida. La tragedia a que
Una~uno hace .referencia es, pre~~samente, el hecho de morir, de tener que
~'> morir; la mort~J¡~ad como condición humana. A la condición mortal la llama
Unamuno «el UOlCO verdadero problema vital, el que más a las entrañas nos
llega, el p;oblema de nuestro destino individual y personal, la inmortalidad
del ~I~a» . El, h.ombre no s~ resigna a morir del todo, dice Unamuno, y el
s~ntlmlento traglc~, la .congoJa, o como preferiría decir Kierkegaard, la angus-
tia, surge del conflicto lUemlslble entre el deseo de pervivencia y la conciencia

~ Así, por ejemplo, en Cicerón, Ac. 2, 12~. ,


MIguel de Unamuno. Del sentImIento traglco de la vida en los hombres y en los pueblos 16
ed., Madnd, Espasa-Calpe, 1971, 11. '

288
de mortalidad, esa «eterna y trágica contradicción, base de nuestra existen-
. 3
·Cla,' .

Esta paradoja del ser humano permite entender algunos fenómenos de


muy compleja explicación. Uno de ellos es el de la dificilísima definición de los
límites temporales de su vida. Aristóteles definió al ser humano como «animal
racional» y desde entonces tal definición ha pasado por canónica. Obviamen-
te, al elaborar esa definición Aristóteles estaba pensando en el ser humano
arquetípico, es decir, la persona adulta, inteligente y libre. Al hombre adulto y
sano no hay duda que le compete esa definición. Pero las cosas comienzan a
complicarse en cuanto pensamos en las fases primeras o últimas de la vida
. humana. ¿Es racional un anencéfalo? ¿y una persona en estado vegetativo
~'opermanente? La respuesta es en esos casos mucho más compleja. No hay duda
de que los seres humanos constituimos una clase muy bien diferenciada o
definida de sujetos o realidades. Pero también es evidente que esa clase tiene
unos límites, unos confines que todos atravesamos en uno u otro momento. La
vida humana tiene comienzo y tiene fin, y por tanto es una clase de la que se
entra y se sale. La entrada es el comienzo de la vida y la salida su final, la
muerte. La claridad que existe en el centro de ese círculo imaginario se va
perdiendo poco a poco, según se acerca uno a la periferia. Ahí las cosas son
más oscuras, los límites resultan borrosos, hasta el punto de que en ciertos
momentos puede dudarse de si se está dentro o fuera del círculo. De hecho, la
muerte ha tenido que redefinirse no hace más de treinta años. En los confines
las evidencias se atenúan y las dudas aumentan. De ahí la necesidad de proce-
der con suma cautela. Si en algún punto es necesario extremar el cuidado, éste
es sin duda el de los confines de la vida.

De ahí la particular gravedad que siempre encierra el abordaje de los


problemas relacionados con el final de la vida, sin duda proporcional a su
complejidad. Ésta es tanta, que a pesar de todos los avances acaecidos en los
últimos tiempos sigue conservando una cierta dimensión de misterio -el llama-
do, y no por azar, misterio de la vida-, que probablemente no perderá nunca.
Esto hace su estudio aún mas fascinante. Es la fascinación de las profundida-
des, la atracción que produce en nosotros el abismo; un abismo que, para más
paradoja, somos nosotros mismos.

Así las cosas, caben varias posturas. Una es la rendida sumisión al miste-
rio, convencidos de q).le todo intento de desvelarlo conlleva ineludiblemente
un pecado de hybris o desmesura. Ésta es una actitud muy frecuente, pero no
por ello menos problemática. La pura contemplación del misterio, al menos de
este misterio, se hace insostenible. La razón obliga al ser humano a intervenir
en él, a indagar el misterio de la vida ya remediar sus muchos problemas, que

3 Unamuno. Op. cit., p. 20.

289
los tiene. Se trata de un deber moral. Esto es algo inherente a la condición
~umana. De ahí que junto a la actitud sumisa se dé también la de intervención.
Esta no tiene por qué ser signo de desmesura sino de responsabilidad.

El abordaje de los temas relacionados con el final de la vida exige ser


< ''', sensible a-todos estos factores, el respeto por el misterio y a la vez la interven-
ción responsable. Ello obliga a extremar las precauciones, a actuar con suma
prudencia, pero no a renunciar al empeño. Es necesario asumir la paradoja,
e~to es, integrarlaen el contexto de nuestra vida y de nuestras ideas. Hay, por
ejemplo, una version moral de la paradoja que antes vimos exponer a Unamuno
ya Heideggér, que es de una enorme importancia. Se trata de que en ética no
1) todo es. absoluto, pero tampoco es todo relativo. Suele decirse que la ética
parte del principio de absoluto respeto de los seres humanos. Yes verdad. Pero
también lo es lo contrario, que los seres humanos no son absolutamente respe-
tables, que no pueden serIo. Para ese absoluto respeto de los seres humanos
. Kant acuñó una expresión anta lógica, la de «fin en sí mismo». Los seres hurna-
~ nos son fines en sí mismos, no medios, ya que son sujetos de dignidad y no de
</V preci? A pesar de lo cual, todos somos conscientes de que todo tiene precio,
l~clUlda la vld~ humana. El problema no es que tenga o no precio, sino que
solo tenga precio. No hay duda de que el hambre tiene precio, pero no tiene
sólo precio, precisamente por su dignídad.Xuando Kant expone su segunda
formulación del imperativo categórico en la Fundamentación de la metafísica
de las costumbres, dice que al hombre hay que tratarle como fin "y no sólo
como medio-". Sería imposible tratar a los hombres sólo como fines. Todos
~',) somos medios para los demás¡Lo que es inmoral es que se nos trate sólo como
medios, sin tener en cuenta nuestra condición de seres dotados de dignidad.
De ahí que cuando se afirma que la ética parte de la afirmación absoluta del
respeto a los seres humanos, se esté diciendo algo cierto, pero cuando menos
impreciso o incompleto. Porque ese absoluto respeto, sin duda imperativo y
categórico, hay que compatibilizarlo con otra dimensión del juicio moral que
ya no puede ser absoluta sino relativa, y que por tanto no podrá ser nunca
categórica sino sólo hipotética. Dicho de otro modo, el principio de absoluto
respeto es claro, sumamente claro, pero no despeja completamente las incerti-
dumbres, ~recisamente porque la vida humana es en parte-absoluta, pero en
parte relativa, depende de condiciones contingentes, empíricas, en las que la
mente nunca puede alcanzar la certidumbre de las proposiciones formales. En
este nivel también hay obligaciones morales y por tanto imperativos, pero és-
tos ya no serán, no podrán ser categóricos sino sólo hipotéticos. En la vida
moral hay algo absoluto, pero también hay algo, y quizá más que algo, relati-
vo. No todo es absoluto en ella; como tampoco todo es relativo. Utilizando un
par de conceptos que Kant introdujo en ética, aunque en un sentido algo dis-

4 1.Kant. Fundamentación de la metafísica de las costumbres Madrid Real Sociedad Econó-


mica Matritense de Amigos del País, 1992, p. 65. Cf., p. 63. ' ,

290
tinto del kantiano, podría decirse que en ética sólo las afirmaciones formales
pueden tener carácter absoluto y categórico, y que las proposiciones materia-
les han de tener siempre la condición de relativas e hipotéticas. No es un azar
que desde tiempos muy a-ntiguos se haya venido contraponiendo la llamada
«certeza moral» a la verdera certeza, la propia de las' proposiciones formales
de la lógica y'las matemáticas: La certeza moral nunca es cierta del todo, pre-
cisamente porque depende siempre de las condiciones empíricas, que el hom-
bre nunca es capaz de conocer exhaustivamente.

De todo esto se deduce que en la ética humana hay algo absoluto, el


«qué», el respeto de los seres humanos, pero que el «cómo», cómo han de ser
respetados, cuáles son I~s vías o los modos de su respeto, es relativo, y tiene
que ser resultado de un trabajoso proceso de esclarecimiento individual, social
e histórico. La respuesta al «cómo» no es absoluta, como tampoco lo es la del
'«quién». Sabemos que debemos respetar-a los seres humanos, pero no sabe-
mos con precisión quién es un ser humano. Durante siglos y siglos se ha venido
discutiendo sobre el tema de los monstruos, esos seres mitad hombres y mitad
animales, de los que no se sabía muy bien a qué especie pertenecían. Éste es
hoy el caso de los debates sobre el estatuto del embrión. Hay personas para las
que el simple planteamiento de la cuestión es ya aberrante, pero ello se debe a
que absolutizan todo, el qué, el cómo y el quién. La respuesta a la cuestión por
el carácter humano o no de los embriones en sus primeras fases de desarrollo
ha ido, dehecho.ivariando a lo largo del tiempo, lo cual es la demostración
más palpable de su carácter relativo. Como lo es también la de cuándo finaliza
la vida. Hace no más de treinta años se ha tenido que redefinir la muerte,
creando el concepto de muerte cerebral. Si tan claro era el tema, épor qué la
necesidad de una nueva I
definición? Y si• ésta ha sido necesaria, es que el tema
no puede darse, ni hoy ni quizá nunca; por zanjado.

La cuestión está en que la oscuridad se hace particularmente intensa en


los confines, al comienzo y al final de la vida. Esto permite también entender
por qué es en estas zonas donde se concentran los problemas morales. No es
un azar. Obedece a una profunda lógica, que hunde sus raíces en la particular
condición de la realidád humana. . -

Así las cosas, es necesario que nos planteemos los dilemas éticos en el
final de la vida, no con el objeto de resolverlos de una vez por todas, sinó de
ver 'dónde nos hallamos hoy en el debate de estas cuestiones, cuáles son los
argumentos que sustentan las diferentes posturas y cuál la actitud que aquí y
ahora parece más prudente mantener, seguros de que con ello no alcanzare-
mos certezas absolutas, sino, en el mejor de los casos, la modesta certeza mo-
ral de los autores clásicos, En 'cuestiones tan graves como las que atañen al
principio y al final de la vida no debemos aspirar a más, pero tampoco a me-
nos.

291
11. EL MARCO DE REFERENCIA DEL DEBATE

La cultura occidental tradicional o clásica ha. considerado siempre que la


conservación de la vida es una obligación moral irrenunciable, por hallarse
inscrita tanto en la ley divina -recuérdese el mandamiento de no matar de la
ley de Moisés-, como en la ley natural. Es Aristóteles el que afirma en la Ética
a Nicómaco que el suicidio es injusto y no se puede permitir, no porque vaya
contra el propio individuo, sino porque va contra la comunidad (pólis). El
mundo antiguo no hace diferencia entre actos intransitívos y transitivos. El
orden de la naturaleza engloba todos. Deahí que Aristóteles escriba:

La ley no autoriza a suicidarse, y lo que no autoriza, lo prohibe. Por otro lado,


siempre que uno hace daño a otro contra la ley; voluntariamente y.sin que el
otro se lo haya hecho a él, obra injustamente; y lo hace voluntariamente si
sabe a quién y con qué; y el que, en un acceso de ira, se degüella voluntaria-
mente, lo hace en contra de la recta razón, cosa que la ley no permite, luego
obra injustamente. Pero ¿contra quién? ¿No es verdad que contra la ciudad, y
no contra sí mismo? Sufre, en efecto, voluntariamente, pero nadie es objeto
de un trato injusto voluntariamente. Por eso también la ciudad lo castiga, y se
impone cierta pérdidade derechos civiles al que intenta destruirse a sí mismo,
por considerarse que comete una injusticia contra la ciudad",

Esto es lo que ha venido diciendo el Derecho penal clásicamente, al tipifi-


car el suicidio y el intento de suicidio corno una figura penal.

Para la ética naturalista lo bueno viene marcado por el orden de la naru-


raleza en forma de ley natural. Esta ley tiende a la conservación del propio ser,
y por tanto todo intento de interrumpir la vida de cualquier persona, la propia
o la ajena, es por definición inmoral. La ética naturalista no establece diferen-
cias morales entre actos transitivos e intransitivos, y por tanto entre homicidio
y suicidio. Hay actos que son intrínsecamente malos, ya que van contra la ley
natural, y uno de ellos es el poner fin a una vida. La tesis del naturalismo es
que todo el que intenta poner fin a la propia vida es un enfermo mental (pues
va contra lo que es su fin natural), y que por tanto tiene que ser protegido en
contra de su voluntad. Al suicida hay que protegerle en contra de su voluntad.

Estos planteamientos van a sufrir un brusco cambio en los comienzos del


mundo moderno, cuando los viejos ideales de una naturaleza armónica y fina-
lista desaparecieron. La ideología liberal surgió en los siglos XVl1y XVIII. Sur-
gió como libertad de conciencia, frente a las guerras de religión, como con-
ciencia de que todo ser humano es depositario de unos derechos humanos
primarios e inalienables, entre los que están el derecho a la vida y a la integri-
dad física, etc. Esto va a llevar a una conciencia cada vez más acentuada de lo

5 Aristóteles. Et. Nic. V, 11: 1138a12-15.

292
propio a diferencia de lo ajeno, y también de lo público a diferenci.a de lo
privado. En el mundo antiguo y medieval no hay una gran conc~encla de la
vida privada. Todo era público y privado a la vez. Tampoco habla una gran
conciencia de lo propio. Todo era propio y ajeno a la vez. Es el mundo moder-
no el que divide la vida en dos áreas perfectamente precisas, la pública y la
privada.

Esas dos áreas se van a regir por principios morales distintos. La ética
moderna liberal suele ser una ética principialista. Esto es muy importante
tenerlo e~ cuent~. No todas las éticas son principialistas, pero la ética liberal sí
lo es, Los derechos humanos son sistemas de principios. Y la ética kantiana,
por ejemplo, también lo es. L~ ética antigua se basaba en el binomio. virtu?-
vicio. La ética moderna se basa en el binomio principios-conse(:uenClas. Sin
esto no se entiende la modernidad, ni tampoco los .debates sobre la eutanasia.

Pues bien, 10 que decimos es que ya desde un principio se comenzó a


decir que los principios éticos que han de regir la vida pública son dis:in~os.~e
aquellos otros que deben invocarse en la vida privada. Es la gran dlstmcl?n
entre deberes perfectos. o de justicia y deberes imperfectos o de beneñcencia.
En bioética, esta distinción' ha llevado a diferenciar dos niveles, el público,
constituido por los principios éticos de No-maleficencia Y de Justicia, y el pri-
vado, con los de Autonomía y Beneficencia".

Esta distinción de niveles ha llevado al liberalismo moderno a pensar que


el hombre no puede disponer de la vida de los demás, pero sí puede disponer
de la suya propia. Pocos pensadores lo han expresado con tanta claridad como
John Stuart Mili, cuando en su ensayo Sobre la libertad escribe:

El objeto de este ensayo es afirmar un sencillo principio destinado a regir


absolutamente las relaciones de la sociedad con el individuo en lo que tengan
de compulsión o control, ya sean los medios empleados por la fuerza física en
forma de penalidades legales o la coacción moral de la opinión pública. Este
principio consiste en afirmar que el único fID por el cual es justificable que la
humanidad, individual o colectivamente, se entremeta en la libertad de ac-
ción de uno cualquiera de sus miembros, es la propia protección. Que la única
finalidad por la cual el poder puede, con pleno derecho, ser ejercido sobre un
miembro de una comunidad civilizada contra su voluntad, es evitar que per-
judique a los demás. Su propio bien,físico o moral, no es justificación sufi-
ciente. Nadie puede ser obligado justificadamente a realizar o no realizar
determinados actos; porque eso fuera mejor para él, porque le haría más feliz,
porque en opinión de los demás, hacerla sería más acertado o más justo'.

6 Cf. Diego Gracia. Proced.imientos de decisión en ética clínica, Madrid, Eudema, 1991.
7 John Stuart MilI. Sobre la libertad, Madrid, Alianza, 1984, p. 65.

293
, Esto explica que en el interior del pensamiento liberal no hayan prospera-
do las leyes de eutanasia, que suponen, por definicrrin, la intervención activa
en el c~erpo de otra persona, con la intención de poner fin a su vida. El caso
holandes, debe verse como lo que es, una excepción, Pero quizá convenga re-
cordar como se han desarrollado los acontecimientos en los Estados Unidos
pues ellos son una buena prueba de lo que vengo diciendo". '

III. LA POLÉMICA SOBRE EL SUICIDIO ASISTIDO

. . En l~~ ~stados Uni?os se han dado últimamente dos fenómenos de gran


significación . Uno ha sido el r~chazo mayoritario y reiterado de los procedi-
mientos, de eutanasia actIv~ directa. El caso más característico es, quizá, la
gran cnnca que han recibido los procedimientos del famoso doctor Jack
Kevorkian". Toda interven~ión activa en el cuerpo de otra persona con el obje-
to de .poner directamente fin a su vida, es siempre juzgada como moralmente
negativa.

Algo más con;plejo es ~l.~roblema del llamado suicidio asistido, precisa-


n:~nte porque en ella transitividad del acto está reducida a su mínima expre-
SIO~.Esto es lo que ha hecho que la propuesta de Timoty Quill haya sido mejor
r~~lblda por la SOCIedad norteamericana, aunque, como luego veremos, tarn-
bien ha levantado un sen,ti,?iento general de rechazo. En lo que sigue vaya
exponer algunas caractensncas de este tipo de propuesta, tan debatida en el
mundo a~~losaJon <:omoalternativa a la eutanasia en estos últimos años. Para
ello se~~lre el trabajo de Timothy E. Quil!, Christine K. Cassel y Diane E. Meier
«A~e.nclOn al enfermo terminal. Posibles criterios clínicos para el suicidi~
médica mente asistido-!'.

. .El concept~ de suicidio asistido, y más en concreto de suicidio médicamente


aS.lsndo, .ha n~;ldo, como es obvio" dentro de la tradición moderna, autono-
~~sta y [¡ber~l . De hecho, no podna tener ninguna significación dentro de la
enea naturalista, para la que aparece como un mero artefacto
, verbal , encubrí-
"

8 ~f:, p.e., Ig?acio Muñagorri Laguía. Eutanasia y Derecho Penal Madrid Ministerio de
Justicia e Intenor, 1994. ' ,
9 Cf. J~s~ph J. Fins and ~atthew D. Bacchetta. «The Physician-Assisted Suicide and
Euthanasía- An Annotated BlblIography of Representaative Articles» The Joumal ,¡: el' . l
Medlcme 1994; 5(4): 329-340. ,o) truca
~~ Cf. Jac~ Kevorkian. La buena n:uerte, Barcelona, Grijalbo, 1991.
~E. QUIll,. C.K. Cas~el, D.E. Meier. «Care of the hopelessly ill: Potential clinical criteria for
phys~~lan-ass~sted sU1clde~,: New England Journal. of Medicine 1992; 327: 1380-84. Hay rra-.
ducción e.s~anola: «~t~ncJOn al e~fermo terminal. Criterios clínicos propuestos para la asís- '
tencia médica al SUICIdiO», Boletin de la Institución Libre de Enseñanza' II época Agosto
1993, n? 17,pp.33-41. ' ,
12 Cf Gerald D. Colernan. «Suicidio asistido: Una perspectiva ética», en Robert M. Braid y
Sutart E, Rosenbaum, EutanaslQ: Los dilemas morales, Barcelona, Alcor, 1992, pp. 114-122;

294
dar de un acto que tiene la gravedad moral de un asesinato, simplemente
porque todo, incluido el suicidio, tiene básicamente esa misma gravedad.

La tesis de los autores es que «uno de los más importantes objetivos de la


medicina es conseguir que las personas enfermas sin esperanza de cura pue-
dan morir con tanta comodidad, control y dignidad como les sea posible»!'.
Para esto son más útiles las técnicas de cuidados confortables y paliativos que
las técnicas médicas curativas. Pero hay casos en los que los cuidados paliati-
vos no consiguen evitar el sufrimiento. Como dicen los autores, «todavía exis-
ten ocasiones en las que pacientes incurables sufren de una forma intolerable
antes de morir, a pesar de que se realicen grandes esfuerzos para evitarles ese
sufrimiento. Algunos de estos pacientes preferirían morir antes que vivir en las
condiciones impuestas por su enfermedad, y unos pocos piden ayuda para ello
a sus médícos-".

Quil!, Cassel y Meier ponen algunos ejemplos de peticiones en tal senti-


do: un antiguo atleta que pesa 36 kg. tras haber estado durante ocho años
luchando contra el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA), que ade-
más está perdiendo la vista y la memoria, y que está aterrorizado por..el temor
a la demencia del SIDA; una madre con siete hijos, continuamente sofocada y
recluida en su casa, en cama, con una herida maloliente abierta en su abdo-
men, que no puede comer y que ya no quiere seguir luchando contra el cáncer
de ovario; un peón industrial retirado, con gran apego a su propia autonomía,
cuadripléjico a causa de una esclerosis lateral amiotrófica, que ya no quiere
seguir más tiempo dependiendo de los demás en un estado sin solución posi-
ble, y que lo único que hace es esperar su propia muerte; un escritor con una
gran metástasis en los huesos ocasionada por un cáncer de pulmón que no ha
respondido ni a la quimioterapia ni a la radiación, y que no puede tolerar esa
decisión diaria entre la sedación y el dolor; y un colega médico, muriéndose
progresivamente de una fibrosis pulmonar, que no quiere ser mantenido me-
diante ventilación, pero que está igualmente aterrorizado por la asfixia. Como
la célebre historia de Diane", hay casos que obligan a los médicos a considerar
muy seriamente las peticiones de ayuda a morir".

La tesis de los autores citados es que el médico debe ayudar a estos pa-
cientes que quieren suicidarse, aunque evitando cualquier tipo de eutanasia. Y
así escriben: '
\
Ernlé W.D. Young, «Ayuda al suicidio: Una perspectiva ética", en Robert M. Braid y Sutart E.
Rosenbaurn, Eutanasia: Los dilemas morales, Barcelona, Alcor, 1992, pp. 123-136; Timothy
E. Quill, Death and Dignity: Making ehoíces and Takíng Charge. New York: Norton, 1993.
13 T:E. Quill, C.K. Cassel, D.E. Meier,'-Ar-LciL p. 33. '
14 T.E. Quill, C.K. Cassel, D.E. Meier, Art. cit., p. 33.
15 Cf. 'l.E, Quill, «Death and Dignity: A Case of Individualized Decision Making», New England
Joumal of Medicine 1991; 324(10): 691-694.
16 T.E. Quill, C.K. Cassel, D.E. Meier, Art. cit., pp. 33-4.

295
Nuestro objetivo es proponer un criterio clínico que permita a los médicos
responder adecuadamente a los pacientes incurables que de una forma res-
ponsable les pidan ayuda para terminar con su vida. Nosotros apoyamos la
legalización de este tipo de suicidio, pero no de ningún tipo de eutanasia
activa. Creemos que esto nos lleva al mejor equilibrio entre una respuesta
huma.na a la petición de los pacientes como los anteriormente descritos ya la
necesidad de proteger a otras personas más vulnerables. Defendemos con
to~as. nuestras fuerzas unos cuidados intensivos, al precio que sea pero cuyo
objetivo sea proporcionar una mejor situación a todos aquellos pacientes irre-
mediablemente enfermos. Cuando se aplique de una fama correcta en pacien-
tes cuyos síntomas estén suficientemente bien controlados, este 'proporcionar
la mejor situación posible' puede dar como resultado tolerable la muerte. El
suicidio médica mente asistido no debe ser visto nunca como un sustituto de
cualquier otro tiP? de cuidados cuyos objetivos sean hacer más agradable la
exrstencía del pacienre, o solucionar los desafíos físicos, personales o sociales
oca~ionados por el hecho de estar muriéndose. De todos modos, el que un
paciente con una enfermedad incurable quiera tener algún control sobre su
propia muerte, no es algo jdiosincrásico, egoísta, ni muestra ningún tipo de
desequilibrio mental. La idea de una muerte noble y digna, con un significado
profundamente personal y único, se encuentra exaltada en grandes obras lite-
rarias, poéticas, .artísticas y musicales. Cuando un enfermo incurable pide que
le ayuden a monr de.~ste modo, creemos que los médicos tienen la obligación
de ITIvesngarla pencion a fondo y, en determinadas circunstancias, considerar
cuidadosamente el hacer una excepción a la prohibición de ayudar a morir".

Adviértase el modo como razonan Quill, Cassel y Meier. En primer lugar,


se oponen a la eutanasia. La razón es clara. Ellos creen distinguir entre no-
maleficencia y beneficencia, y Consideran que el suicidio es éticamente acepta-
b~e cuando un sujeto a~tónomo lo considera beneficioso para él, en tanto que
piensan que la e,u~anasla :ae .dentro del principio de no-rnaleficencia, y que
por tanto no e.s fácilmente justificable desde el punto de vista ético. A partir de
este razonarruenro, concluyen que sólo el suicidio debe ser ética y jurídica-
mente aceptable. La cuestión es si ese suicidio puede estar asistido médicamente.
Y.su opinión es que sí; más aún, que los médicos pueden ayudar al suicidio, si
bien de m?do excepcional, haciendo «una excepción a la prohibición de ayu-
dar a morir»!", Esto es muy importante. La asistencia al 'suicidio es un acto
transitiv~, ~ ~or tanto no ca~ ya .dentro de las acciones intransitivas regidas
par el principio de beneücenCIa, SITIOde las transitivas, reguladas por el de no-
m~I~r:cencia. E;ta es la razón de que los códigos penales no penalicen ahora el
SUICIdIO,pero SI la ayuda al suicidio. Quil!, Cassel y Meier son muy conscientes
de esto, y consideran que es así y que debe de ser así. El suicidio asistido no
puede ser para ellos nunca una norma, sino una mera «excepción- a la norma,

17 T.E. Qu!lI, C.K. Cassel, D.E. Meier, Art. cit., p. 34.


18 T.E. Quíll, C.K. Cassel, D.E. Meier, Art. cit., p. 34.

296
despenalizada a la vista de las circunstancias y consecuencias que c~ncurren
en ciertos casos especialmente trágicos. En principio, y salvo excepciones, la
colaboración o ayuda al suicidio debe estar penalizada, y debe considerarse
inmoral. Pero en ciertas situaciones parece que las circunstancias del caso per-
miten hacer una excepción a ese principio. Se trataría de algo hasta cierto
punto equiparable a lo que los penalistas llaman «estado de necesidad», que
permitiría hacer una excepción a la norma, Y parece que esta exceP:lOn la
debería hacer el médico, que tiene hacia su paciente, como luego OIremos
decir a Quil!, un deber de cuidado y de no abandono.

¿Qué es el suicidio asistido? ¿En qué consiste? Quil!, Cassely Meier lo


describen de la siguiente manera:

Para un médico, ayudar en un suicidio supone proporcionar un método de


suicidio (podría ser una receta de barbitúricos) al paciente que, por ?tro lado,
es físicamente capaz de llevarlo a cabo, y que consecuentemente actua bajo su
propia responsabilidad. El suicidio asistido por un médico se.distingue ?e la
eutanasia en que en esta última el médico, no sólo le proporCl.ona al pacI~nte
un modo de suicidarse, sino que además, en caso de que el paciente se lo pIda,
el médico actúa como el causante real de la muerte. Mientras que la eutanasia
activa es ilegal en todos los Estados Unidos, sólo 36 estados tienen leyes que
prohíban explícitamente el suicidio médicamente asistido. En todos los .casos
en los que un médico ha ayudado compasivamente a un enferI?-0 term~nal a
suicidarse, los cargos criminales han sido rechazados o el veredicto ha Sido el
de 'no culpable'. A pesar de que la posibilidad de ser considerado legal~~nte
culpable sea remota, el riesgo de un proceso legal muy caro, y la publicidad
que el caso conllevaría, es prohibitivo para la mayoría de los médicos, por lo
que éstos prefieren no llevar este tipo de asistencia a la práctica".

Según los citados autores, el suicidio médicamente asistido ha sido una


práctica muy usual en la historia de la medicina. Hay muchísimos fármacos
que tomados a altas dosis desencadenan o pueden desenc~denar la mu~rte.
Cuando el médico se los receta al paciente, tiene que advertirle que a partir de
una cierta dosis tal fármaco puede resultar mortal. Generalmente el médico
dice esto para que no tome esa dosis, sino otra menor. Pero entre ese h~cho y
el suicidio médica mente asistido puede no mediar otra cosa que la mera mren-
ción del médico al decir esas palabras o del paciente al oír/as. El médico siem-
pre ha solido justificar su actuación en esos casos mediante el principio del
doble efecto o la teoría del voluntario indirecto: él lo que quiere es que el
enfermo se cure o alivie, no que se mate, aunque es consciente de que puede
hacerla. Pero no podemos desconocer que a veces el médico sospecha las in-
tenciones del paciente y, a la vista de las circunstancias, receta el medicamento
que puede matarle. Otras veces hace más, poniendo directamente la medica-

19 T.E. Quill, C-K. Cassel, D.E. Meier, Art. cii., pp. 34-5.

297
Clan que le va a acortar la vida. Es el caso de la llamada eutanasia activa
indirecta, que no se identifica con el suicidio asistido, pero que se halla muy
próximo a él. De ahí que Quill, Cassel y Meier escriban:

No se sabe hasta qué punto está extendido actualmente en los Estados Unidos
el suicidio asistido médica mente, o con qué frecuencia los médicos desatien-
den las peticiones de sus pacientes en este sentido. Se dice que aproximada-
mente 6.000 muertes al día en los Estados Unidos están de algún modo pla-
neadas o indirectamente asistidas, probablemente mediante el «doble efecto"
de los medicamentos para aliviar el dolor que pueden, al mismo tiempo, ace-
lerar la muerte, o la interrupción, o no comienzo, de los potenciales trata-
mientos para prolongar la vida. Del3 al 37 % de los médicos que responden a
encuestas anónimas sobre el tema, afirman participar activamente en el pro-
ceso de aceleración de la muerte del paciente, pero estas cifras hay que mati-
zarlas en base a la pobreza tanto de la muestra como del diseño del estudio.
Todas las encuestas de opinión pública llevadas a cabo durante IDs últimos
cuarenta años han puesto de manifiesto que una mayoría de los americanos'
se decantan a favor de la muerte asistida en los casos de enfermedad termi-
nal. En el estado de Washington tuvo lugar en 1991 un referendum para lega-
lizar la eutanasia voluntaria y el suicidio asistido, con unas garantías no exce-
sivamente definidas. Este referendum se perdió por un escaso margen. Inicia-
tivas más conservadoras han sido comunes en California, también en New
Hampshire, y están siendo tomadas en consideración en Florida y en Oregón".

Para Quill, Cassel y Meier el suicidio asistido puede y debe verse como un
paso más en el proceso de asistencia médica al paciente terminal. De ahí que
tenga toda una ética subyacente, que debe juzgarse de acuerdo con el princi-
pio, tradicional en la ética médica, del no abandono del paciente. La tesis de
Quill y Cassel es que el no abandono es un principio ético irrenunciable de la
medicina, y que el suicidio asistido debe juzgarse desde él".

El suicidio con asistencia médica forma parte de un continuum de opciones en


cuanto a un cuidado confortable, que comenzaría con el abandono de los
tratamientos de mantenimiento, incluidas aquellas medidas más agresivas des-
tinadas a aliviar los síntomas y que permitiría el suicidio asistido únicamente
si el resto de las alternativas han fracasado y se cumplen todos los criterios. La
eutanasia activa voluntaria se excluiría de este continuum en base al riesgo de -
abuso que supone. Somos conscientes de que esta exclusión se establece a
expensas de aquel grupo 'de pacientes incurables, competentes, que no pue-
den tragar, o moverse, ya quienes, por consiguiente, no se puede ayudar a
morir mediante un suicidio asistido. Estos individuos que cumplen los crite-

20 T.E. Quill, C.K.Cassel, D.E. Meier,Art. cit., p. 35.


21 Cf.T.E. Quill,C.K.Cassel,«Nonabandonrnent:A Central Obligationfor Physicians», Ann
Intem Med 1995; 122: 368-374. Cf.también la réplicade E. Pellegrino,«Nonábandonernent:
And Old ObligationRevisited».Ann Inrem Med 1995; 122: 377-378.

298
rios en otros aspectos no deben ser abandonados a su propio sufrimiento. Se
les podría ofrecer una combinación de medidas que van desde la supresión de
las terapias de mantenimiento (incluyendo en ellas la alimentación sólida y
mediante suero), así como una búsqueda simultánea de alternativas imagina-
tivas. Somos conscientes de que esta solución no es, ciertamente, la ideal,
pero reconocemos también que en los Estados Unidos el acceso a los cuidados
médicos es, habitualmente, muy desigual, y que la relación médico-paciente
es, en muchos casos, suficientemente impersonal como para asumir los ries-
gos de permitir una eutanasia voluntaria activa".

En Estados Unidos ha habido estos últimos años varias iniciativas, cono-


cidas con el nombre general de Death with Dignity lnitiatives, de legalizar las
acciones transitivas conducentes a poner fin a la vida de otras personas, es
decir, de legalizar el suicidio asistido y el homicidio por compasión. La primera
fue la de Washington en 1991 (Iniciativa 119), y la segunda la de California en
1992 (Proposición 161)23. Ambas fueron rechazadas. El 8 de noviembre de
1994, los votantes de Oregón aprobaron la tercera (Medida 16). Esta última
iniciativa era más prudente que las anteriores, e intentó aprender de los erro-
res de éstas. La iniciativa de Washington fue escrita por la sección de ese Esta-
do de la Hemlock Society como una serie de enmiendas a la Natural Death Act
-de Washington (la segunda ley norteamericana de testamento vital). La inicia-
tiva intentaba legalizar el suicidio médicamente asistido y la eutanasia, bajo la
expresión physi<;ianaid-in-dying, entendida como

un servicio médico, efectuado por el médico en persona, para poner fin a la


vida de un paciente cualificado como consciente y mentalmente competente
de un modo digno, indoloro y humano, cuando lo pide un paciente de modo
voluntario a través de una directiva escrita. \

La Proposición 161 del Estado de California se basó en una propuesta


anterior de la Helmlock Society (The Humane and Dignified Death Act), que no
fue aprobada en 1988. En su nueva forma seguía incluyendo la frase ambigua
physician aid-in-death, aunque definiéndola de modo más claro, de modo que
incluyera la eutanasia voluntaria y el suicidio asistido:

Ayuda en el morir significa un procedimiento médico para poner fin a la vida


de un paciente cualificado de forma indolora, humana y digna, ya sea admi-
nistrada por el médico a elección o dirección del paciente, ya se limite el
médíco a proveer al paciente de los medios para su autoadministración.

Esta iniciativa, además, incluía más salvaguardas que la del Estado de


Washington, a fin de evitar abusos.

22 T.E. Quill,C.K.Cassel, D.E. Meier,Are. cit., p. 36.


23 Cf. Albert B. Jonsen, «Livingwith Eutanasia: A Futuristic Scenario», The Journal oi
Philosophy and Medicine 1993; 18(3): 241-251.

299
La Hemlock Society trasladó su sede nacional de California a Oregón en
1988. Pero no fue hasta 1994 cuando una de sus.iniciativas, la Medida 16 se
admitió a trámite. El fundador y primer presidente de la Hemlock Soci~ty,
Derek Humphry, expresó su confianza en que esta medida sería aprobada, en
gra~ m~d~fa porq '". es más ~imita~a que las iniciativas de Washington y
Cahforma . Aunque tiene el mismo titulo que las otras dos, el contenido de la
Oregon Death with Dignity Act se limita a permitir a los médicos a atender la
petición de un paciente adulto competente con menos de seis meses de vida de
una prescripción de un fármaco letal:

Un adulto que tiene capacidad legal, residente en Oregón y que ha sido diag-
nosticado por su médico y el médico consultor de una enfermedad terminal y
que ha expresado voluntariamente su deseo de morir, puede hacer una peti-
ción escrita de medicación con el objetivo de poner fin a su vida en una forma
humana y digna, de acuerdo con esta ley:

Como puede comprobarse, la iniciativa de Oregón ha quedado reducida a


la legalización del suicidio asistido, excluyendo la eutanasia activa directa.
Como ha escrito George .L'Annas, -

la Medida 16 parece haberse escrito en respuesta a la reacción pública gene-


ralmente favorable al caso del Dr. Timothy Quil!, que prescribió un fármaco
letal a su paciente Diana, y para evitar la reacción mucho más negativa del
público al Dr.Jack Kevorkian".

A pesar de estas precauciones y de la aprobación de la medida el National


~ight to. Lif~ Committee ha bloqueado su entrada en vigor". La r~zón es que
sigue afirmándose que no existe diferencia entre poner fin a la vida de uno
~ismo (suicidio) y matar a otro (homicidio). Dereck Humphry siempre ha
dlch~ que ambas cosas tienen el mismo valor moral, y que la Medida 16 es sólo
el pnmer paso. Esto no sólo es ilegal, sino que va contra una percepción clara
de nue~t~a .cultura occidental, que está dispuesta a admitir el suicidio, pero no
e~ h.omlcldlO. Como, por otra parte, el médico no necesita de una legislación
dlstl~ta de la y~ existente ~ara recetar fármacos que el paciente pueda usar en
cantidad excesiva produclendose la muerte, la opinión de George J. Annas es
que no se necesita ningún nuevo cambio legislativo",

2.4 Derek H~mphry es autor de una amplia serie de libros sobre eutanasia, a partir del
titulado Jeans Way, New York, Dell Book, 1978; Let Me Die Before 1 Wake, New York, Dell
Book, 1984; Ftnal Exit: The Practical~ties of Self-deliverance and Assisted Suicide for the Dying,
Eugene, Oregon, The Hemlock Society 1991; Dying Wirh Dignity, New York, Birch Lane
Press, 1992.
~!
27
George J. A~nas: ~<Death by Prescriptíon», New Engl J Med 1994; 331 (18): 124l.
Cf. «Oregon S SUICIde measure blocked» [News]. Brit Med J 1994; 309: 1603.
Cf. George J. Annas. «Death by Prescriprion». New Eng J Med 1994; 331 (18): 1241-2. En
c?ntra, M.A. Lee, S.W Tolle, «Oregon's plans to legalise suicide assisted by a doctor" [Edito-
nal] e-«Med J 1995; 310: 6l3-4.

300
De todo esto cabe concluir que nuestra sociedad establece una barrera
infranqueable entre los actos intransitivos y los transitivos, y que los juzga con
categorías distintas. Toda accción transitiva tendente a poner fin a la vida de
. otra persona, ya sea bajo la forma de suicidio asistido, ya de homicidio por
compasión, es vista como inmoral, o al menos como sumamente peligrosa.De
ahí que cada vez sean más los que se preguntan si no ha llegado la ~ora de
plantear el tema de otra manera, a saber, respetando la voluntad del enfermo
en el rechazo de ciertos tratamientos vitales, dejando que la propia naturaleza
sea la que finalice el proceso. Se trata de revalorizar de nuevo el papel de la
eutanasia pasiva. Esto es lo que practicaron todos los pueblos primitivos, y es
lo que la medicina ha hecho a todo lo largo de su vida. El llamado desahucio
médico no era más que esto, la retirada de todo procedimiento de soporte, no
por voluntad del paciente sino por criterio médico. Quizá ha llegado la hora de
renovada figura del desahucio, no en su forma clásica, pero sí en la del des-
ahucio voluntarioo a petición del paciente.

rv EUTANASIA ACTIVA Y PASIVA

.La polémica del suicidio asistido ha reabierto de nuevo la vieja discusión


en torno a los conceptos de eutanasia activa y pasiva, que hace dos décadas
parecía definitivamente superada. Entonces se acumularon argumentos en
contra de la relevancia moral de esa distinción. De hecho, toda la defensa de la
eutanasia activa está basada en la falta de contenido moral de esa distinción".
Para Joseph M. Boyle, cuando alguien es responsable del bienestar de otro y
tiene en sus manos el poder procurárselo, pierde toda relevancia moral la dis-
tinción entre matar o dejar morir. Por otra parte, Helga Kuhse ha calificado de
auténtico mito la idea de que dejando morir no hay intención de causar la
-C>

28 Cf. James Rachels, «Active and Passive Euthanasia», New Eng J Med 1975; 292: 75-80,
reproducido en Roben Hunt and John Arras, eds., Ethical Issues in Modem Medicine,. P~lo
Alto, California, Mayfield Publishing Co., 1977, 196-202; Joseph M. Boyle, ~r., «On Kilhng
and Lening Die», New Scholasticism 1977; 51 (4): 78-80; Natalie Abrarns, «Active and Passive
Euthanasia», Philosophyl978; 53(204):257-263; President's Commission for the Study of
Ethical Problems in Medicine and Biomedical Research, Deciding to Forego Life-Sustaining
Treatment, Washington, D.C., U.S. Government Printing Office, 1983; Helga Kuhse, «A Modem
Myth: That Letting Die Is Not the Intentional Causation of Deaht: Some Reflections on the
Trial and Acquittal of Dr. Leonard Arthur», Joumal of Applied Philosophy 1984; 1 (1): 21-38;
Dan W. Brock, «Forgoing Lie-Sustaining Food and Water: Is It Killing?», In: Joanne Lynn
(Ed.), By No Extraordinary Means: The Choice Ta Forga Life-Sustaining Food and Water,
Bloomingron & lndianapolis, Indiana University Press, 1986, pp. 117-131; Helga Kuhse, ~he
Sanctity-af-Life Doctrine in Medicine: A Critique, Oxford, Clarendon Press, 1987, 31-81; Patnck
Nowell-Smith, «A Plea for Active Euthanasia», Geriatric Nursing and Home Care 1987; March:
23· John Wrable «Active Euthanasia Gaining Acceptance as Topic for Debate», Med!cal Ethics
Ad~isor 1989; 5(3): 30; Patrick Nowell-Smith, «In Favour of Voluntary Euthanasia», en Raanan
Gillon, ed., Principies of Health Care Ethics, Chichesrer, John Wiley & Sons, 1994,759-761.

301
------------~~--------------~----~~~

muerte. En consecuencia, pues, la distinción debe considerarse, si no psicoló-


grcamenr- nula, sí, al menos, moralmente irrelevante. .

Pero las cosas no son tan claras como los autores citados dan a entender.
N~ hay por qué pensar que esa distinción se basa sólo en la hipocresía o el
. miedo, como parecen dar a ent~n?er los autores anteriormente citados. Hay
.» ~azones ~uYTshenaspara segUlbrdistinguiendo entre rnatar y dejar morir". Como
an escnto omasrna.y Gra er, una cosa es querer la muerte y realizarla y
l\¡ otra muy distinta querer la muerte y dejar que ocurra. Una cosa es respetar' la
volunt~d. del enfermo y no poner en su cuerpo lo que él rechaza, y otra cosa
muy distinta quitarle directamente la vida. El primero es un acto del enfermo
en tanto que el segundo es del médico. Ya hemos insistido en la diferenci~
e.ntre acto.s, transitivos e intra~sitivos. No es sólo una diferencia psicológica
sino tam~len ~oral. Un acto nene que ver directamente con el principio de
No-malef¡cencla, en tanto que el otro depende sobre todo del de Beneficencia.

En este sentido, propuestas como la de Daniel Callahan adquiren ahora


una significación nueva 30. Para él la eutanasia y el suicidio asistido no son
]1 nunca a.ctos individuales sino sociales, y por tanto intrínsecamente transitivos.
No es cierta la tesis, que el utilitarismo ha popularizado en las últimas déca-
das, de que desde el punto de vista moral es igual matar que dejar morir. El
matar supone actuar directamente sobre otra persona con el fin de quitarle la
VIda. Es.~n a~to estnctamente transitivo. El dejar morir, por el contrario, evita
l~ relación dlrect~ de causalidad. Respetamos la voluntad del sujeto que se
-0 ruega a un tratamiento, y es la naturaleza la que acaba provocándole la muer-
te._Las c~?secuencias s?n,. cíertarnenre, las mismas, como Daniel W Brock ha
senalado . Pero los pnncipros no se ven lesionados de la misma manera en
uno y otro caso. El matar es siempre una lesión del principio de no-maleficencia
e~ tanto que el dejar morir, si se cumplen ciertas condiciones, no lo es. Corno

¡
dice Daniel Call.ahan, se trata de dos actos metafísica y moralmente distintos.
Acabarcon la. ~lda de otro se; .humano con una inyección es matarlo directa-
. '; mente. La accion es la causa física de la muerte. Permitir que alguien muera de
un~ enfermedad de la que no somos responsables y que no se puede curar, es
dejar que la enfermedad, es decir, la naturaleza, sea la causa de la muerte.

29 Cf. Stanley Hauerwas, Vision and Virtue, Notre Dame, Universíry of Notre Dame Press
1981,p.183. '
30 Cf. Daniel Callahan, Setting Limits: Medical Goals in an Aging Society, Nueva York Simon
&. Schuster,1987; D. Callahan, What Kmd ofLife: The Limits ofMedical Progress, Nue~a York, .
Simon & Sch~ster, 1990; D. Callahan, The Troubled Dream of Life: Living with Mortality;
Nueva York; Sirnon & Schuster, 1993. .,
31 Cf. Dan W. Brock, «Forgoing Lie-Sustaining ~ood and Water: Is It KilIing?»,In: Joanne
Lynn (~d.), By No Extraord~nary Means: ~he Choice To Forgo Life-Sustaining Food and Water,
Bloommgton & Indianapolís, Indiana Umversity Press, 1986, pp, 17-131.

302
~~-~--

Por esta vía, cada vez toma más cuerpo la tesis de que debe ayudarse a
morir a los pacientes, pero por la vía de la eutanasia pasiva, no de la activa; es
decir, respetando su voluntad de no intervenir, no actuando directamente con
la intención de terminar con su vida. Thomasma y Graber han expresado muy
bien este punto de vista en su excelente libro sobre la eutanasia, cuando afir-
\i rnan que la intención de la eutanasia pasiva es la piedad o compasión y no la
;."" [i muerte, en tanto que lo buscado en la eutanasia activa es la muerte como
1 \ medio para la compasión. De ahí que ellos propongan como vía alternativa a la
eutanasia activa lo que denominan induced or bring about death, que definen
como «la aceptación de los objetivos explícitos de la eutanasia activa -una
muerte compasiva y pacífica del paciente-, pero usando medios pasivos para el
logro de este objerivo-". Este es, quizá; el nuevo rostro que ha de tener en la
actualidad la vieja doctrina médica del desahucio. Si la eutanasia pasiva tomó
durante siglos y siglos la forma paternalista del «desahucio», ahora debe to-
mar otra nueva que respete la autonomía del paciente, y esta es la que
Thomasma y Graber llaman «muerte procurada o inducida».

Hasta hace muy pocas décadas, el médico «desahuciaba» al paciente una


vez diagnosticada la incurabilidad del proceso, y esto era algo que tanto la
y
sociedad como la familia el propio derecho aceptaban de buen grado. Hoy,
sin embargo, las cosas son muy distintas. Las nuevas técnicas de soporte vital
permiten la prolongación artificial de la vida durante un cieno tiempo, en
~0 condiciones por lo'general deplorables. Con frecuencia se consigue el aumento
de la cantidad de vida a costa de una ínfima calidad. Esto ha dado lugar a
«. expresiones tales como «distanasia», «encarnizamiento terapéutico» o, como
v' prefierendecir los anglosajones, «furor terapéutico" (therapeuticfuror). La irra-
cionalidad de este modo de proceder es patente, a pesar de lo cual su práctica
es cada vez más usual. Las razones son múltiples, pero entre ellas juega un
papel importante el miedoque el médico tiene a que en caso de no proceder
así se le acuse de negligencia profesional, y sea condenado por los tribunales
de justicia de un delito de comisión por omisión. No hay duda de que, al me-
nos en ciertas interpretaciones, nuestro derecho ha venido favoreciendo más
la distanasia que la eutanasia. Como tantas veces sudece, el avance tecnológi-
<~ co ha llevado a situaciones que resultan paradójicas, cuando se las juzga desde
los esquemas jurídicos tradicionales. Por todo ello, parece necesario recuperar

¡
las.figuras de la eutanasia pasiva yel desahucio a petición, que son quizá los
~-v carrtinos más clásicos y correctos de manejar los muchos y graves problemas
I hoy presentes en el final de la vida.

Sólo desde estos presupuestos se puede entender el éxito que ha tenido


en los Estados Unidos el libro de Sherwin B. Nuland, Cómo morimos. Frente a
la eutanasia y el suicidio asistido, Nuland describe el modo como morimos las

32 Cf. David C. Thomasma and Glenn C. Graber, Euthanasia: Toward an Ethical Social Policy.
New York, Continuum, 1990, 197.

303
!I

personas del siglo XX, en un intento por educar a la población en el proceso del
final de la vida. Es una nueva ars moriendi, en la que el protagonista tiene que
ser el paciente, no el médico. De ahí que Nuland concluya el libro con estas
reflexiones:

l.
El día que yo padezca una enfermedad grave que requiera un tratamiento
muy especializado, buscaré a un médico experto. Pero no esperaré de él que
comprenda mis valores, las esperanzas que abrigó para mí mismo y para los
que amo, mi naturaleza espiritual o mi filosofía de la vida. No es para. esto
para lo que se ha formado y en lo que me puede ayudar. No es esto lo que .
anima sus cualidades intelectuales. Por estas razones no permitiré que sea el
especialista el que decida cuándo abandonar. Yoelegiré mi propio camino o,
por lo menos, lo expondré con claridad de forma que, si yo no pudiera, se
encarguen de tomar la decisión quienes mejor me conocen. Las condiciones
de mi dolencia quizá no me permitan 'morir bien' o con esa dignidad que
buscamos con tanto optimismo, pero dentro de lo que está en mi poder, no
moriré más tarde de lo necesario simplemente por la absurda razón de que un
campeón de la medicina tecnológica no comprende quién soy",

No hay duda de que las posturas descritas últimamente vuelven a un


cierto «naturalisrno», algo que parecía ya superado en ética. Pensar que el
dejar morir es más moral que el matar porque en este último caso el hombre es
el causante directo de la muerte, en tanto que en el primero es la naturaleza
quien pone término a la vida, es volver de algún modo al viejonaturalismo. Lo
que sucede es que este naturalismo no es ya el viejo. Aquél defendía que la
naturaleza era principio o criterio de moralidad, y que los actos antinaturales
eran por definición malos. Contra este naturalismo se revolvió Hume, y a él
dirigió su falacia naturalista. Pero hay un cierto naturalismo que no cae en
esta falacia. No podemos olvidar que la naturaleza es en algún sentido un a
priori de la propia realidad humana.y que por tanto funciona como condición
de posibilidad suya. Fundar la ética en la pura razón, como hicieron los ilus-
trados del siglo XVIII, precisamente para evitar la falacia naturalista, no deja
de ser un profundo contrasentido, ya que hay algo previo a la propia razón y
aun a la realidad humana, que es la propia naturaleza, que por tanto ha de ser
considerada de algún modo como un imperativo categórico moral, como un
fin en sí misma. Excluir por completo el concepto de naturaleza de la vida
moral es tanto como condenarse a no entender ésta". De hecho, los conceptos
de finitud y mortalidad son absolutamente necesarios para entender la condi-
ción humana, y uno de los graves problemas de nuestra cultura, como han
denunciado tanto Kass como Callahan, es que ha cerrado los ojos a las ideas de
finitud y mortalidad. Moralidad y mortalidad son términos indisoluble mente

33 Sherwin B. Nuland, Cómo morenos. Reflexiones sobre el último capítulo de la vida, Ma-
drid, Alianza, 1995, p. 247.
34 Kass L.R. Toward a More Natural Science, New York, Free Press, 1985.

304
unidos, como ha señalado Kass". No se puede asumir la vida si no se asume la
muerte. Y una y otra son características que nos vienen d~das. Hay, P?r tanto,
presupuestos de la propia racionalidad, y aun ~e la propia, autonomla. hurna-
na~ No todo es autónomo en el hombre. La propia autonomia humana tiene un
límite heterónomo./El ser humano no se da a sí mismo su propia vida, sino que
la recibe le viene dada. De ahí que tampoco esté tan claro que se la pueda
quitar. Este es un punto sobre el que cada vez se insiste má: en la literatura. El
ser humano no es dueño de su vida. O al menos no es dueno absoluto de ella.
Puede disponer de ella, pero no de modo absoluto. Porque puede disponer de
ella, cada vez se acepta más la autogestión de la vida y hasta de la muerte ',~a
lo hemos dicho. El propio suicidio es visto ahora como un acto de autog~~tlon
límite, que acontece cuando las condiciones son tan extr~mas que ~l VIVirse
convierte en un suplicio mayor que la muerte. Nuestra sOCled~dconsideraque
en ciertas situaciones extremas el ser humano puede poner termino a su p.r?-
pia vida. Pero lo que parece que no está dispuesta a aceptar es la heterogestión
de la muerte es decir el hecho de que sean otros los que pongan directamente
fin a la vida' de ciedas personas. La gestión de la muerte. tiene un lím.it~. Y
aunque ese límite dista mucho de estar claro, ~uestra s~Cl.edad ha decld~~o,
pienso que prudentemente, respetar la autogestion y ~r?hlblf la heterogesnon.
Éticamente, se trata de dos actos completamente distintos. El pnmero tiene
que ver con el principio ético de Beneficencia, en tanto que el segundo afecta
directamente al de No-rnaleficencia".

. Esta distinción de principios dista de ser caprichosa. La No-maleficencia


es un principio moral negativo, que dice lo que no podemos ni debemos hacer,
en tanto que la beneficencia es un principio positivo. Desde antiguo, nad~ .c:
menos que desde la Ética a Nicómaco37, se tiene claro que los d_e~e.resAep~ohl-\
bición tienen características distintas a los llamados deberes de VIrtud. El per-
fil de los deberes negativos es enormemente preciso: dicen lo q~e. no se puede
hacer, por ejemplo, no matar. Por el contrario, los deberes pOSltlVOSdIcen, lo
que se debe hacer, como ayudar al prójimo,. pero no pueden especificar cuan-.
to; dependerá de la virtud o de la generosidad de cada un? Todos tenemos
claro que el no matar no puede quedar a la virtud o generOSidad de las perso-
nas, sino que debe ser de obligado cumplimiento para todos, en tanto que
comprendemos que la virtud no se puede exigir a ~odos por I?u~l,.quedan~o al
arbitrio de cada uno. Pues bien, la No-maleficencia es un pnncipio del pnmer
tipo, en tanto que la Beneficencia lo es del segundo. El primero nos manda lo

35 Kass L.R. Toward a More Natural Science, NewYork, Free Press, 1985, Cap. 12: «Mortality
and Morality: The Virtues of Finitude», pp. 299·317. . .
36 Gillett G.R. "Learning To Do No Harrn», The Journal ofPhilosophy and Medlcme 1993;
18(3): 253·268. ,. .
37 Cf. Aristóteles, Er Nic !I, 6: 1107a8-26; Tomas de Aquino, S Th 2·2 q ..33 a ..2 .. ~lego
Gracia, "El qué y el porqué de la bioética», Cuadernos del Programa RegIOnal de Btoettca,
1995; 1: 35-53.

305
que no podemos hacer en orden a la vida de las personas, en tanto que el
¡segun.do nGSdice lo que debemos hacer, pero sin poner un tope. Y como la No-
maleficencía ha, de ser igual para todos, es lógico que haya de expresarse en
forma ,de ley publIca, y exigirse a los ciudadanos aun coactivamente. Dé ahí
que su guardián deba ser el Estado. Por el contrario, la Beneficencia ha de ser.
p~r su propia naturaleza, de gestión privada: nadie puede decir a nadie hast~
dond; debe a~ar a los demás, o en qué medida ha de ser generoso con ellos.
Habra unos rmrumos ,de generosidad que sí podrán ser exigidos por las leyes
.pero entonces ya no serán de Beneficencia sino de No-rnaleficencia. '
,
, -,La No-malefic~ncia es pública, y se expresa siempre en forma de le;'~6e
ahí ~ue los contenidos de la No-maleficencia los establezcan las sociedades
r: medl~~te los procedimientos de participación política. En las sociedades de-
mocrancas, esos procedimientos no pueden ser otros que los de la expresión
de la voluntad general mediante representantes parlamentarios. La No-
maleficenc,ia adquiere contenido en cada sociedad a través de los mecanismos
de expresión de la voluntad general. Cierto que uno puede considerar erróneo
y en consecue~cia maleficente, el resultado de esa voluntad general, y que po;
tanto no podr~ colaborar en una acción de ese tipo, pero eso no dejará de ser
una actitud pnvada, q~e sólo adquirirá rango público, y por tanto verdadero
estatuto .de rnaleficencia, cuando consiga convencer a todos o a la mayoría de
sus conciudadanos de las razones en favor de su tesis, y éstos, por la vía de la
vo!untad general, la conviertan en ley pública. El principio de No-maleficencia
exige siempre que sus conten.i~os tengan carácter público, que sean iguales
para todos y que se puedan exigir coactivamenre. Y ninguna de estas condicio-
nes se cumple por el hecho de que una persona piense, individual y privada-
mente, que algo es maleficente o no-maleficente.

U?a de la~ grandes tareas morales de cada sociedad es ir dotando de


cont~llldo al pnncipio moral de No-maleficencia. Así, por ejemplo, la sociedad
espanola, co~o la mayoría de las sociedades occidentales, ha modificado hace
muy pocos anos sus leyes públicas, incluyendo la pena capital entre las accio-
nes maleficen~es. y, Sin embargo, ha des penalizado el intento de suicidio. És-
tos son do.s eJen;plos de cómo varían los contenidos del principio de No-
rnaleñcencía, y. como conductas que antes eran consideradas no-rnaleficenres
hoy lo son, y viceversa.

Los dos ejem?~os citados son muy significativos de los criterios que nues-
tras s?cledades utilizan a la hora de tipificar un acto como maleficente o no-
malefícenre. E! criterio fundamental, como ya hemos dicho repetidas veces, es
el de la ~r~nsltlvldad de los actos, como consecuencia del nuevo perímetro que
ha adq~mdo ~I concepto de tratos inhumanos o degradantes. Los actos pura-
ment: llltranSlt.lvoS hoy tiende a pensarse que no pueden ser considerados
mal~ficentes, ru por tanto deben prohibirse, ya que obligar por la fuerza a
realizar algo que no afecta más que al propio individuo, cuando éste lo decide

306
de forma competente, sería inhumano y degradante, es decir, maleficente. Por
el contrario, realizar actos transitivos cuyo objetivo fuera poner fin directa-
mente a la vida de otra persona, sería incurrir en maleficencia, aun en el caso
de petición libre y voluntaria del sujeto. Un acto es maleficente, en consecuen-
cia, cuando atenta contra la integridad física o psíquica de otra persona. Pen-
sar que también pueden y deben considerarse maleficentes los actos que aten-
tan contra la integridad de la propia persona es lo que hoy se entiende por
«paternalismo».

Nuestro Derecho ha sido clásicarriente paternalista, es. decir, ha conside-


rado maleficentes también los actos intransitivos. Así, por ejemplo, el Código
Penal español ha primado siempre el derecho a la vida sobre el derecho a la
libertad, y en consecuencia ha considerado como delictiva toda conducta que
respetara la voluntad de los pacientes, cuando ello pudiera causarIes grave
daño o poner en riesgo su vida. El Código Penal vigente hasta 1996 castigaba
en su artículo 409 todo tipo de auxilio e inducción al suicidio, motivo por el
cual resultaba muy arriesgado para los sanitarios españoles el respeto de las
últimas voluntades de los pacientes, cuando éstas suponían un acortamiento
significativo de su esperanza de vida. Ello hacía impracticable cualquier tipo
de testamento vital y directriz previa, y reducía drásticamente el área de apli-
cación de la teoría del consentimiento informado.

La Constitución española de 1978 supuso el inicio de un cambio de pers-


pectiva. En su artículo 10 proclama la dignidad de la persona como derecho
inviolable de todos los ciudadanos. Por otra parte, el artículo 15, que reconoce
el derecho a la vida y a la integridad física, añade que nadie podrá ser someti-
do «a tortura ni a penas o tratos inhumanos o degradantes»'; Parece, por ello,
que el derecho a la vida y a la integridad física hay que compatibilizarlo con la
evitación de los tratos inhumanos y degradantes. Es, ciertamente, una pers-
pectiva distinta a la del viejo Código Penal, más respetuosa con la autonomía y
libertad de conciencia de las personas, y por ello menos paternalista.

A partir de esos datos, se inició en el ámbito de la doctrina jurídica un


replanteamiento de las viejas soluciones, y en particular del modo como debía
interpretarse el artículo 409 del Código Penal, argumentando que si el pacien-
te no acepta un tratamiento, aun en el caso de que éste sea vital, el médico
, ,!-,
pierde la posición de garante y, en consecuencia, el deber objetivo de cuida-
do". Por tanto, no sería de aplicación a este supuesto el artículo 8, n" 11 del
Código Penal, que habla del cumplimiento del deber «en el ejercicio legítimo
de un derecho, oficio o cargo». No lo sería, porque sin consentimiento no hay

38 Cf. Juan José Barrenechea, «Aspectos legales de la eutanasia». En: Javier Gafo (ed.), La
eutanasia y el arte de morir. Madrid, Publicaciones de la Universidad Pontificia Comillas,
1990,87-94.

307
ni derecho del médico a curar, ni deber de hacerla, ya' que ello vulneraría el
artículo 10 de la Constitución. En consecuencia, el no poner un tratamiento
vital por rechazo expreso del paciente competente no sería un delito tipificable
de acuerdo con el artículo 409 del Código Penal. Un menor número de autores
consideraba que tampoco lo sería retirar un tratamiento vital a petición del
paciente".

Para evitar todos esos problemas, algunos juristas propusieron la elabora-


ción de una ley específica sobre eutanasia". Estos proyectos han influido deci-
sivamente en el modo como este tema se halla recogido en el nuevo Código
Penal, aprobado por las Cortes Españolas el 23 de noviembre de 1995. Su
artículo l43 tiene una redacción sensiblemente distinta a la del 409 dé! Códi-
go anterior. También penaliza la inducción y cooperación al suicidio, pero en
su punto cuarto y último añade:

El que causare o cooperare activamente con actos necesarios y directos a la


muerte de otro, por la petición expresa, seria e inequívoca dé éste, en el caso
de que la víctima sufriera una enfermedad grave que conduciría necesaria-
mente a su muerte, o que produjera graves padecimientos permanentes y
difíciles de soportar, será castigado con la pena inferior en uno o dos grados a
las señaladas en los números 2 y 3.de este artículo.

Los debates sobre este texto suelen centrarse de modo casi exclusivo en la
gravedad o levedad de las penas impuestas en caso de causación o coopera-
ción activa en la muerte de otra persona, a petición de ésta y cuando sufre
enfermedad grave; es decir, en las penas impuestas a la eutanasia activa. Pero
la novedad más importante del texto se halla, sin duda, en el hecho de que
sólo se refiere a la cooperación «activa", por tanto a las «acciones» y no las
«omisiones», razón por la cual la colaboración «pasiva», al menos cuando ésta
se realiza tras la petición expresa, seria e inequívoca del enfermo que sufre
una enfermedad grave que vaya a conducir necesariamente a su muerte, o que
le produzca graves padecimientos permanentes y difíciles de soportar, está
exenta de responsabilidad penal. Esto significa que los testamentos vitales y
las diretrices previas tienen a partir de ahora validez jurídica en España, y que
el médico que los respete no poniendo tratamientos o técnicas de soporte vital,
en caso de enfermedad grave que conduzca necesariamente a la muerte o que

39 Sobre todo este punto, ef. Jacobo López Barja de Quiroga, «El consentimiento informa-
do», en el libro Responsabilidad del personal sanitario. Madrid, Consejo General del Poder
Judicial/Ministerio de Sanidad y Cosumo, 1995, pp. 306-308.
40 Cf. Cesáreo Rodríguez-Aguilera, "El derecho a una muerte digna». En: Javier Gafo (ed.),
La eutanasia y el arte de morir. Madrid, Publicaciones de la Universidad Pontificia Comillas,
1990,95-111. Es interesante comparar esa propuesta con la que hacen David C. Thomasma
y Glenn C. Graber en su libro Euthanasia: Toward an Ethical Social Policy. New York,
Continuum, 1990, 198-200.

308
produzca graves padecimientos, estará exento de responsabilidad penal. Esto
abre todo un nuevo panorama, y permite avanzar muy significativamente en
el res pero de los derechos de los pacientes y la instauración de la doctrina del
consentimiento informado en nuestro medio. Los próximos años serán decisi-
vos en el desarrollo de estas nuevas vías abiertas por la legislación".

V. ALGUNAS PROPUESTAS CONCRETAS

En orden a implementar esta filosofía de manejo de los conflictos relacio-


nados con el final de la vida, yo vengo proponiendo desde. hace tiempo en
distintos foros los siguientes criterios:

1. En una sociedad secular y plural resulta difícilmente discutible que, en


principio, quien primariamente debe decidir sobre su vida y su muerte es la
propia persona. Ningún otro ser humano, incluido el médico, tiene en princi-
pio derecho a tomar ese tipo de decisiones en vez del propio sujeto.

2. Del principio anterior se deduce que debe concederse a todo ser hu-
mano la posibilidad de gestionar, al menos dentro de ciertos límites, no sólo su
vida sino también su muerte. En este sentido, es necesario promover en nues-
tro medio la implantación de procedimientos que permitan conocer con ante-
lación la voluntad de las personas en situaciones críticas o terminales. Estos
procedimientos se conocen con el nombre genérico de Directrices previas o
anticipadas, y entre ellos están los Testamentos vitales, los Pod~res notariales,
la designación de mandatarios, las Directrices parciales, las Ordenes de no
reanimar, etc. (Últimamente se empieza a hablar entre nosotros de las
Autotutorías, es decir, la designación que hace UI)apersona ante notario, cuan-
do está en perfecto uso de sus facultades, de un tutor para que le represente en
caso de incapacidad mental. Estos documentos no están explícitamente acep-
tados por nuestro Derecho, pero tampoco rechazados). Es importante la pro-
moción de este tipo de documentos en nuestro medio, pues ello no sólo permi-
tirá un mayor respeto de los derechos humanos de las personas, sino que ade-
más incrementará la calidad técnica y humana de nuestras instituciones
santiarias.

3. Los anteriores documentos carecerán de toda validez si no son acepta-


dos o asumidos por pacientes autónomos, y por tanto capaces legal y moral-
mente. Esto plantea un problema de la máxima importancia, y es la necesidad

41 He manifestado en diferentes ocasiones los muchos peligros que puede tener la legaliza-
ción de la eutanasia activa, pero también la necesidad de permitir la eutanasia pasiva, es
decir, el respeto por parte de los sanitarios al rechazo de determinados tratamientos por los
pacientes. Cf Diego Gracia, «Eutanasia: El estado de la cuestión», Anales de la Real Academw
Nacional de Medicina, CXIl, 1995,445-462.

309
de evaluar la capacidad de los pacientes para tomar este tipo de decisiones. Es
obligación de todo el personal sanitario, y en particular del médico responsa-
ble de un paciente, evaluar la capacidad de éste e impedir que tome decisiones
cuando, por las razones que sean (minoría de edad, enfermedad, trastorno
psicológico, etc.), no está capacitado para ello.

4. Cuando un paciente quiere morir y pide ayuda en tal sentido, es por-


que vive en unas condiciones que considera peores que la propia muerte. Estas
condiciones suelen deberse a marginación social o a dolor físico. En ambos
casos, la sociedad tiene la obligación de poner todos los medios a su alcance
para evitar estas situaciones de marginación, que pueden llegar a ser tan gran-
, des que hagan de la vida algo abyecto e insoportable. Una sociedad civilizada
y decente no puede, pues, descuidar sus obligaciones de justicia y no-
rnaleficencia con los enfermos y ancianos, hasta el punto de colocarles en si-
tuaciones que les hacen preferir la muerte, y después atender solícitamente
esta última petición. Por ello, consideramos que el Estado tiene la obligación
perentoria de mejorar los sistemas de atención a los pobres, ancianos y margi-
nados, evitando la situación de desamparo en que muchos de ellos se ven en
las fases finales de su vida. Del mismo modo, pensamos que es prioritaria la
organización de Unidades del dolor y, sobre todo, de Unidades de Cuidados
paliativos en los centros sanitarios, a "finde que la situación de los enfermos
terminales mejore, tanto controlando sus síntomas, especialmente el dolor,
como apoyándolos ernocionalmenre".

5. La revolución que se está operando en nuestros días exige una puesta


a punto de nuevos criterios de actuación, muy distintos de los tradicionales.
Promover la Asistencia social de los marginados y ancianos, crear las Unidades
de Cuidados Paliativos en los centros sanitarios, instaurar las Directrices pre-
vias en nuestros hospitales, exige un cambio de mentalidad, que no será posi-
ble sin un proceso educativo, tanto de los profesionales sanitarios como de la
propia sociedad. Creemos, por ello, que deben iniciarse programas de educa-
ción y concienciación sobre estos problemas que, evitando el sensacionalismo,
vayan haciendo prevalecer las opiniones prudentes y maduras.

6. Es comprensible que los actos intransitivos contra la propia vida reali-


zados por personas capaces no estén tipificados jurídicamente como figuras
penales, y que por tanto queden a ,la libre moralidad de las personas, que
habrán de decidir siempre cómo gestionar su vida privadamente, de acuerdo
con los principios de Autonomía y Beneficencia. Los actos inrransitivos deben
considerarse privados, y quedar a la gestión de los propios individuos. Entre
. estos actos intransitivos, está el rechazo por parte del paciente de ciertas técni-
cas o procedimientos, como son los de soporte vital. .

42 Cf. Michael M. Burgess, «The Medicalízatíon of Dying», The Joumal of Philosophy and
Medicine 1993; 18(3): 269-279.

310
,7. Lo contrario sucede con los actos transitivos. Éstos es lógico que deban
juzgarse con otro criterio moral, q,ue no es el .privado d~ Beneficencia sino el
público de No-rnaleficencia. De ahl8,ue l.asaCClone~realtzadas en el ~u~rpo de
otra persona con el fin de poner termino a su ~Ida deban esta.r tipificadas
penalmente. Es lógico que así suceda. Nuestra s~cleda? ha e~~luclOnad~ e~ el
sentido de dejar las acciones intransitivas a la libre disposición de los indivi-
duos particulares, pero no parece dispuesta a no consldera~ maleficentes las
acciones que directamente tienen por objeto poner fin a la.VIda de una ~e~s?-
nao En este sentido, es comprensible que tanto la eutanasia como el SUICIdIO
asistido sigan siendo delitos penales.

8. Cuando decimos que el principio de No-rnaleficencia prohibe las ac-


ciones tendentes a poner fin directa y voluntariamente ala vida de o~r~,per.so-
.na, es claro que nos estamos refiriend,o no sólo a los a~tos de c.omlslOn Sin?
también a los de omisión. Es sabido que en Derecho existen delitos de corru-
sión por omisión. No hacer en el cuerpo de .otra persona aquellas cosas que
deben ser realizadas, es maleficente. Pero debe quedar clar? q~e nuestra ~o-
ciedad no considera maleficerite, creo que con buenos cntenos, cualquier
omisión que tenga como consecuencia la muerte de otra persona. Muy al con-
trario, el consenso a que se ha llegado es que. las o,misiones que cumplen con
ciertos requisitos no lo son, porque lo c?~trano ser:a som~ter a las personas a
tratos inhumanos o degradantes. También se consideran mhuman~s y degra-
dantes los actos que tienen por objeto poner directamente fin a la.~da de una
persona. Aunque el principio de No-maleficencia prohibe tanto ~o~~lones como
omisiones, el ámbito o perímetro de las primeras no es, pues, Ide~tlco al de las
segundas. Muy al contrario, hay casos, como el que estamos ana.h~?ndo, en el
que las prohibiciones de comisión son mayores ~ue la~ de omlsIon: En ~ste
sentido es claro que hay diferencia entre eutanasia pasiva y eutanasla.aCtlVa,
y que s~ moralidad es muy d~stinta. Debería e~tarse.l~ palabra eutanasia en el
primero de los casos, reservandola para la designación del segundo.

9. Esto es lo que Suelen r~comendar las organizaciones profesionales ~é-


dicas. Así el clásic~ «Informe sobre la actuación de los médicos ante el pacten-
te termin~l», elaborado por el Consejo Judicial de la Asoci.~ción M~d.icaNorte-
americana, y aceptado por el pleno de la citada Asociación en diciembre de
1973, dice en uno de sus párrafos:

La terminación intencionada de la vida de un ser humano a manos de otro -


asesinato piadoso u homicidio por compasión- es contraria a los objeti~os de
la profesión médica y a la política de la Asociac.iónMédica ~or:eamencana.
Sin embargo, la suspensión del empleo de medios e~traordlllanos para pro-
'longar la vida del cuerpo cuando existe irrefutable evidencia de.<,!-u:la m~erte
biológica es inminente, es decisión del pacie~te Y~o.?e su fam~ltainmediata.
El consejo y criterio del médico debe estar a disposición del paciente y/o de su
familia inmediata.

311
10. En conclusión, pues, parece que deben distinguirse dos tipos de deci-
siones y actuaciones sobre el final de la vida, aquellas de carácter intransitivo,
que se rigen por el principio de Beneficencia y deben quedar a la libre gestión
de los individuos privados, y las de carácter transitivo, cuya moralidad ha de
enjuiciarse de acuerdo con el principio de No-rnaleficencia, y por tanto han de
hallarse tipificadas penalmente. Los profesionales sanitarios están obligados a
respetar las primeras, no interviniendo en contra de la voluntad de los pacien-
tes, pero en las acciones transitivas han de evitar ser maleficentes, tanto por
acción como por omisión. Aunque la ley penal española no ha tenido en el
pasado claras estas distinciones, el nuevo marco legal permite, de una parte,
respetar la voluntad de los pacientes que en situaciones terminales renuncian
a nuevos tratamientos, y prohibe, de otra, toda intervención activa realizada
con el objeto de poner directamente fin a la vida de otra persona.

CONCLUSIÓN

El tema de la eutanasia demuestra claramente toda la complejidad de la


vida móral, que, teniendo un origen individual y privado, acaba siempre co-
brando una dimensión común y pública. Cuando la moral pública no surge por
imposición de algo y alguien, es siempre el resultado de las morales privadas
de los individuos y los grupos sociales. Dime qué sociedad tienes y te diré las
leyes que acabará elaborando. No nos engañemos, las leyes son sólo el mínimo
común denominador moral, que una sociedad establece mediante consenso.
No debemos obcecamos pensando sólo en las leyes. Los pueblos se salvan o se
hunden por algo anterior a las leyes y que constituye su fundamento, los usos
y costumbres, los hábitos morales, los ideales de vida, las tradiciones. Este es
el punto fundamental. Y a este es al que prioritariarnente debe atenderse. Sólo
una ética basada en el respeto a las tradiciones, y por tanto a las particularida-
des de los seres humanos y los grupos sociales, podrá dar razón suficiente del
hecho moral. El médico debe hacer eso, y por ello ha de promover el respeto a
la voluntad y las decisiones de los pacientes. Pero lo que no debe hacer nunca
es intervenir activamente en procesos que tengan por objeto poner fin a su
vida. En este sentido, cabe decir que el mejor antídoto de la eutanasia activa,
siempre peligrosa, es la eutanasia pasiva, el respetar el cuerpo de los pacientes
cuando éstos se hallan en situación muy comprometida y no desean seguir
adelante. La naturaleza, hoy como siempre, es la que acabará haciendo lo
demás. La naturaleza, no el médico.

312
--~

HISTORIA DEL TRANSPLANTE DE ÓRGANOS

INTRODUCCIÓN·

El trans lante de órganos es una rama muy reciente de.la m.edicina, pero
con raíces m~y antiguas y abigarradas. En su d~s~rroUo ha~ l~flUldo n~ men~~
dedos tipos de factores, unos técnicos y otros etlcoS. El objetivo de nu P?ne
mera
cia es exponer la evolución histórica de ambos tipos de factores. L~ pr:
parte la dedicaré al estudio de la evolución histórica de los avances tecrucos, Y
la segunda a la de los problemas éticos.

l. LA EVOLUCIÓN TÉCNICA

'Hay tres tipos sensiblemente distintos de' rransplantes de órganos, y cuya


historia es también diferente. Me refiero a los autotransplantes, los
alotrans'plantes Y los heterotransplantes.

Se deriominan ~utotransplantes a los que se reali~a~ dentro ~ei propio


individuo. Un ejemplo de ellos es la realización de un ínjerto de piel de ~na
arte del cuerpo del paciente en otra. Los.autoinjertos no s~fren rechazo. SI no
~renden se deben a otras razones, no dlfectamente relacIOnadas con lo que
técnicamente se' deriomina rechazo.
Casi si~ilares a los autotransplantes son los denominados isotransplantes.
Estos son los que se realizan entre gemelos univitelinos o ammales.e~g~n~~~~
dos endógamamente. Los isoinjertos son aceptados por el receptor in e nu
mente.
Los homotransplantes o al;transplantes son aquell.os que se realizan eIitr~
suietos de la misma especie. Los aloinjertosu homOlnJertos sufren. genera -
mente rechazo, a no ser que se realicen especiales esfuerzos para evitarle.

313
Fi~almente est~n I?s llamados heterotraruplantes 0Jenotransplantes, que
se rea.J¡~an entre individuos de distintas especies. [os xenoinjertos o
heteroI!1Jertos son por lo general destruidos rápidamente por el receptor.

En el primero de esos tipos de transplantes, los autotransplantes, los pro-


blemas son exclusivamente quirúrgicos. Cuanto más nos alejamos de ellos ha-
CIa transplantes de tejidos heterólogos, el problema principal no es primaria-
. mente,quirúrgico sino inmunológico. En este sentido, cabe decir que esos tres
tIpOSde InJer~os~uponen tres. etapas en el desarrollo de la medicina. La prime-
ra etapa consisno en la capacidad de realizar técnicamente las operaciones. La
segunda, en suprimir o controlar la inmunidad y con ella el rechazo. La terce-
ra, ~ún e? ciernes, consis~irá en conseguir por procedimientos de ingeniería
. genetica organos con un SIstema inmunitario idéntico al del receptor. .

.. Estos tres tip~s de injertos o transplanres tienen cronologías sensiblemen-


te dlstI~tas. Los pnmeros se vienen realizando desde hace no menos de veinti-
CI~COSIglos. Los segu?~os no má: de veinticinco años. Y los terceros esperan
aun su momento histórico. De ahí que tengamos que estudiarlos en epígrafes
suceSIVOS.

1. Autotransplantes

. Tienen una historia muy antigua. De hecho, se hallan ya descritos en la


India de los SIglos VI y V a.C. La primera noticia que tenemos de este tipo de
tran~plantes se los atribuye al cirujano hindú Sushruta, quien suturó colgajos
de p~el a partes amputadas_ Sushruta reconstruyó narices y orejas con trozos
de piel tomados de las extremidades.

Este. método no parec~ q~e fuera conocido por los cirujanos europeos
hasta el SIglo~I, cuando el italiano Gaspare Tagliacozzo injertó un colgajo de
br?zo en la nar:z de un nnotomizado sin desprenderlo del antebrazo, lo dejó
aSI durante vanas semanas, hasta que se revascularizó a partir de la cara y
después lo desprendió del brazo.· . ,

.. El mé~~do fu~ ,re!ntroducido en Europa a finales del siglo XVIII por un


cuurano mlht~,r br:tamco destacado en la India, Joseph Carpue (1764-1846),
quien aprendió alh los procedimientos de Sushruta,

La tercera gran novedad la introdujo el gran cirujano J.L. Reverden (1842-


1912), <;uando en 1870 encontró la solución a un problema que hasta enton-
c~s habla c.osechado muchos más fracasos que éxitos, el autotransplante de
piel e,n paCientes: En v~z. de utilizar injertos delgados de piel libre, Reverdin
utilizó por vez pnmera Injertos gruesos. La ventaja de estos injertos muy grue-

314
sos era que se revascularizaban rápidamente. De este modo nació el primer
transplante real de piel.

Hoy en día los autotransplantes están perfectamente logrados, y se reali-


zan de múltiples formas y en diversas partes del organismo. Baste recordar
que la angioplastia coronaria no es otra cosa que un autotransplante de trozos
de arteria mamaria y de vena safena al sistema vascular del miocardio. Hay
autotransplantes de piel, de arteria y vena, de hueso y de otros tejidos.

2. Homotransplantes

El intento de transplantar fluidos, tejidos u órganos de unos seres huma-


nos a otros tiene una larga prehistoria, que es difícil de datar. La operación
más sencilla era, sin duda, la de la transfusión de sangre, intentada múltiples
veces y siempre con resultados paradójicos. Los intentos fueron espe,ci~lmente
intensos durante los siglos XVIIy XVIII, en unos casos con rotundo exito, y en
otros muchos con estrepitosos fracasos. Lo paradójico de la respuesta evitó la
generalización de este procedimiento.

En ese medio es en el que se introdujo el término «transplante», que a lo


que sabemos fue utilizado por vez primera por el gran cirujano inglés Jo~n.
Hunter (1728-1793). Hunter transplantó diferentes órganos, en general SIn
éxito. Transplantó dientes, sin ningún éxito. Y transplantó también otr~s órga-
nos como testículos y ovarios en la cavidad peritoneal. Aunque estos organos
fueron revascularizados, no parece que conservaran su función.

Los hornotrasplantes no comenzaron a tener una base científica más que


con los progresos de la inmunología. Especialmente importante ~s, a este res-
pecto, el descubrimiento por Karl Landsteiner, en 1901, de los dI~erent~s gru-
pos sanguíneos del sistema ABO. Entonces fue cuando se pudo evidenciar que
el alotransplante de sangre sólo resultaba correcto cuando ambas sangres eran
de idéntico grupo. Este principio general no era, sin embargo, del todo exacto,
ya que había un dador universal, el grupo 0, y un receptor universal: el grupo
AB. A partir de entonces, la transfusión de sangre se ha convertido en el
transplante de tejido más frecuente.

, Pero pronto se comprobó que el fenómeno del rechaz~ no era producto


exclusivo de los hematíes, y por tanto del sistema ABO. Tema que haber otros
sistemas de compatibilidad de los demás tejidos orgánicos distintos .de los
eritrocitos. Este sistema se encontró en los linfocitos; es el llamado SIstema
HLA. Su descubrimiento tardó mucho en llegar, y fue precisamente estudiando
el rechazo de transplantes como se consiguió descifrarlo. A comienzos de si-
glo, en 1902, Alexis Carrel había puesto a punto la técnica de sutura de vasos
sanguíneos, que resolvía el problema técnico más grave de los transplantes en

315
general, y del de riñón en particular. Siguiendo esa técnica, desd~ los años 30
s; ~inieron haciendo intentos de transplantar riñones, A pesar de que
temcamente la operación estaba lograda, los pacientes solían morir pronto,
dado que el organismo rechazaba el injerto, no aceptándolo como propio. Fue
en 194~ cuando se descubrió el llamado sistema H o histocompatibility system
del raton. En 1954 se transplantó un riñón con éxito, evitándose el rechazo,
porque el donante y el receptor eran gemelos univitelinos, ya partir de enton-
ces se empezaron a hacer trasplantes de riñón entre gemelos. Fue en 1958
cuando Jan van Rood descubrió el llamado human leucocyte antigen system o
sistema HLA. Luego se ha sabido que hay dos sistemas HLA, llamados HLA
clase 1y clase 11.Las moléculas HLA de clase 1 se encuentran en la membrana
de prácticamente todas las células nucleadas y plaquetas, y las HLA de clase 11
e~tan pr~sentes en la superficie de las células portadoras de antígenos, es de-
cir; del sistema mono nuclear fagocítico y los linfocitos B. El HLA de clase 1
expresa antígenos procedentes del interior de la célula, en tanto que el de
cl~se II expresa antígenos procedentes de fuera de la célula. Natura1mente, los
pnmeros son los fundamentales en el fenómeno del rechazo.

El ?e~cubrimiento del sistema HLA abrió una nueva época, y obligó al


~stableclImento de nuevas estrategias. A partir de ese momento ya era posible
Intentar el ~~nsplante de órganos entre pacientes histocompatibles. Esto no
resultaba fácil, dada la diversidad de grupos y subgrupos de antígenos. Se
n~cesitaban .poblaciones enormes para poder encontrar donantes y receptores
histocompatibles. De ahí que el holandés Jan van Rood realizara diez años'
después de ese descubrimiento, en'1968, otra aportación fundamental al pro-
greso de l.os transplantes, y fue la creación de la Fundación Eurotransplante, a
fin ~e um~ a vanos paises ,de Europa y conseguir así lo que Holanda sola no
podía realizar. En efecto, solo a escala europea se podían encontrar receptores
adecuados a los antígenos HLA de los cadáveres que habían donado sus riño-
nes en vida. Entonces fue cuando comenzó la era de los transplantes.

. El siguiente paso no fue menos importante sino quizá más. Se trataba de


evitar el rechazo. Mur~~:r:y sus colaboradores del Brigham Hospital trans-
plantaron en 1959 un nnon de un gemelo no univitelino a su hermano des-
pués de radiar completamente a este último. El paciente vivió veintiseis 'años.
La radiación ha~ía suprimido su respuesta inmune e hizo que su cuerpo acep-
t~:~ el nuevo organo. La ,radiación se intentó también con transplantes de
nnon procedentes de cadaver. Pero los resultados de la radiación no fueron
po~ lo general buenos, ~orque el sistema inmune era suprimido en exceso,
dejando a los receptores mdefensos ante las infecciones, que solían acabar con
sus Vidas. Era evidente, como dijo Starzel, que la irradiación era demasiado
nociva para ser práctica.

El siguiente paso fue buscar fármacos supresores de la inmunidad y por


tanto del rechazo. Desde 1959 se conocía el efecto que en tal sentido tenía la

316
6-Mercaptopurina, yen 1960 René Küss realizó con éxito un transplante de
riñón de personas no relacionadas combinando la total irradiación del cuerpo
con esteroides y 6-Mercaptopurina. Al año siguiente, en 1961, se introdujo en
el mercado la Azothioprina o Imurán, un derivado de la 6-Mercaptopurina. La
combinación de Azotiaprina y Prednisona, propuesta por Roy Calne, fue un
hito en la historia de los trasplantes, ya que mejoró el pronóstico y disminuyó
los efectos secundarios.

Los progresos de la inmunosupresión no quedaron ahí. En 1978 se produ-


jo un salto revolucionario, al introducirse la Ciclosporina A, el fármaco hoy
más utilizado en la inmunosupresión, y aquél que ha permitido el desarrollo
de toda la medicina de transplantes.

Desde finales de los años 80 se viene investigando en otra vía, que es


probablemente la de mayor futuro. Se trata de utilizar anticuerpos monoclonales
como agentes inmunosupresores. De este modo se lograría una inmuno-
supresión específica, de modo que se evitaría el rechazo sin deprimir las de-
más líneas de producción de anticuerpos, y por tanto sin debilitar las defensas
generales del organismo.

En la segunda mitad de los años sesenta comenzaron a trasplantarse con


éxito otros órganos distintos del riñón. En 1967 Christian Barnard en Capetown,
Sud Africa, realizó con éxito un transplante de corazón, yese mismo año Thomas .
Starzl en Denver, Colorado, efectuó un transplante de hígado. Estos dos he-
chos iniciaron una carrera frenética en todos los hospitales del mundo. De
hecho, antes de esa fecha ya se habían realizado otros tipos de transplantes: de
médula ósea (G. Mathe, 1958), de pulmón (J. Hardy, 1963), de páncreas (R.
Lillehei, 1966), etc. Pero la mayor parte de ellos fallaron, y muchos programas
de trasplantes se interrumpieron. La nueva era comenzó en 1967.

En 1975 había sólo dos programas de transplantes de hígado en el mun-


do. Starzl continuaba haciéndolos en Denver, Colorado, y Roy Calne dirigía
otro en Cambridge, Inglaterra. El transplante de pulmón no se intentó de nue-
vo hasta que el General Hospital de Toronto, en Canadá, hizo un transplante
de un pulmón en 1983 y un doble transplante de pulmón en 1986, ambos con
éxito.

El transplante de intestino resultó particularmente dificultoso, dado el


alto número de linfocitos que posee, lo que daba lugar a rechazos ya la enfer-
medad de injerto contra huesped. De hecho, no se logró con éxito hasta finales
de los años 80, cuando un paciente en Kiel, Alemania, y otro en París, Francia,
recibieron con éxito pequeños transplantes de intestino. El primer injerto com-
binado de intestino e hígado tuvo lugar en 1988. La experiencia de diversos
centros pioneros ha convertido el trasplante de intestino en un procedimiento

317
terapéutico más, especialmente tras la introducción del fármaco antirrechaz¿
FK 506.

El transplanre de células de los islotes de Langerhans del páncreas se


inició a mediados de la década de los 70. En vez de transplantar todo el páncreas
se extrajeron las células de los islotes productores de insulina, que fueron in~
yectadas en la vena porta hepática, adhiriéndose al hígado. Allí comenzaron a
p.roducir insuliria. De este modo, los diabéticos pueden reducir su dependen.
CIad,e la insulina. El éxito de ,este procedimiento ha sido limitado, y la invesri.
gacion en este campo continua.

. Hay otros muchos tejidos que se pueden transplantar: la córnea, la piel;


los huesos, las válvulas cardiacas y la médula ósea; y, cómo no, la sangre ...

3. Heterotransplantes

La idea de crear realidades intermedias entre individuos de diversas es.


pecies es tremendamente antigua, si hemos de creer a los relatos populares.
De hecho, las mitologías de las más diferentes culturas describen la existencia
de seres extraños, compuestos por órganos de individuos de distintas especies.
En la cultura 'Occidental.estos seres fueron llamados térata en griego y prodigia
o monstra en latín. Un prodigio es un suceso extraordinario y maravilloso, .
producto de una intervención especial y directa de la divinidad, y orientado a'
revelar (prodere, prodicere) la voluntad o intención sobrenatural. La idea de
revelación, premonición y advertencia está presente también en otrostérmi- .
nos latinos, todossemánticamenrs relacionados entre sí: ostentum, de ostendere¡ .
monstrum ,de morz:trare y monere (amonestar); portentum de portendere. La
palabra mas amplia ygenérica es prodigium, que designó todo fenómeno ex-
traño, no siempre de carácter antinatural. Por el contrario, los monstra o mORS-
truos eran considerados siempre fenómenos antinaturales. Un monstruo era
un fenómeno antinatural y extraño a través del cual los poderes sobrenatura-
les, divinos o demoníacos, hablaban y amonestaban a la humanidad ..Las mons-
truosidades eran prodigios, pero de carácter negativo l. ,

Los primitivos atribuyeron el nacimiento de un niño mal formado al co-


mercio sexual entre seres humanos y demonios o animales. Los seres rnitológicos
que s.e encuentran en el folclore de muchos pueblos -razas de enanos, gigan-
tes, menas, ~ombres con un solo ojo (cíclopes) o con una sola pierna (esquiá-
podos)- surgieron probablemente de la observación de los seres humanos
malformados. Los gigantes y los 'enanos fueron a menudo clasificados como.

1 C:h. Daremberg, Edm. Sablio, Dictionnaire des Antiquités Grecques et Romaines, T. 1II,
Reprint, Akadernische Druck, Graz, p. 1994, «Monstrum», y T. Iv, p. 667, «Prodigia».

318
¡nonstruos, probablemente debido al importante lugar que ocuparon en la mi-
tología. .

El mito griego más directamente relacionado con ei trarísplante de órga-


nos es la Quimera, un monstruo con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de
dragón que escupía llamás. Devastó Caria y Licia hasta que lo mató Belerofonte.
El arte representa generalmente la quimera como un león con una cabeza de
cabra en rriedio de su espalda, Este mito ha sido recordado frecuentemente en
los últiclosaños, dado que ahora los órganos transplantados no son sólo de
seres humanos' sino también de animales. La cirugía de transplantes está ha-
ciendo real el mito de la quimera.
r •

Hay otro mito griego complementario de ése, el que Quirón, el hijo del
dios Crono y de Filira, una ninfa marina. Quirón vivió a los pies del monte
Peleón y fue famoso' por su sabiduría y conocimiento <le la medicina. Muchos
héroes griegos fueron educados e instruidos por él. Atravesado por una flecha
envenenada lanzada por Heracles o Hércules, renunció a su inmortalidad en
favor de Prorneteo y fue puesto entre las estrellas como constelación de Sagita-
, rio, En tanto que centauro, Quirón era en parte hombre y en parte caballo. El
arte lo ha solido representar con cabeza y cuerpo de hombre, lf cuerpo Y patas
de caballo adosadas a la pelvis del cuerpo humano. Quirón, como es bien sabio
do, ha sido la representación clásica de la.cirugía.

Los dos mitos de la Quimera y de Quirón son en buena medida comple-


mentarios. Un ser formado con órganos de animales diferentes es un mons-
truo, una realidad no natural o antinatural, y por tanto algo negativo, como en
el mito de la Quimera. Sólo con Quirón, es decir, con la cirugía, el transplante
de órganos comienza a ser un regalo de los dioses.

Estos dos mitos han sido el paradigma de esta cuestión durante centurias.
Cuando los filósofos presocráticos comenzaron a abandonar los mitos en favor
de un enfoque más racional, entonces la naturaleza o physis pasó a ser el cen-
tro de la filosofía y todas las demás cuestiones fueron enfocadas en perspectiva
naturalista. Desde las escuelas presocráticas hasta las del helenismo tardío, la
naturaleza se convirtió en el criterio para distinguir lo verdadero de lo falso, lo i
correcto de lo incorrecto, lo bueno de lo malo, lo bello de lo feo, lo sano de lo
enfermo, etc. La naturaleza es verdadera, correcta, buena, bella y sana, y la
falsedad, la incorrección, la maldad, la fealdad y la enfermedad son innaturales,

Para el pensador presocrático Empédocles, existen dos fuerzas en la natu-


raleza, Amor o Amistad y Odio, que mezclándose y separándose dan lugar a
los cuatro elementos, aire, agua, ruego y tierra". La amistad es .la causa del
orden correcto y natural de los miembros del cuerpo. Y así, escribe:

2 DK31A6.

319
En la masa de l~s miembros mortales es claramente visible esto: a veces, por
causa de la Amistad, confluyen en uno todos los miembros a los que les ha
tocado formar u~ cuerpo, en la plenitud de la vida floreciente; y a veces,
nuevamente, partidos por malvadas Discordias, cada uno vaga por separado
en la rompiente de la vida. Y del mismo modo ocurre con los arbustos y con
los peces que moran en el agua, con las fieras que se guarecen en los montes
y con las aves de! alado vuelo".

En otros tiempos, cuando la amistad iba creciendo, aparecieron los miem-


bros separados: cabezas sin cuellos, piernas sin pies. Empédocles dice: . .

En ella brotaron muchas cabezas sin cuello, y vagaban brazos desnudos des-
provistos de hombros, y erraban ojos solitarios carente s de frente".

Más tarde, se produjeron combinaciones incongruentes, como las de bue-


yes c?n cabezas ~umanas, inviables y llamadas a perecer, según la primitiva
version de la teona empedocleica de la supervivencia de lo más apto: "Surgió
pr~l,e vacu~a con rostro humano, ya la inversa'", "Todo lo que no entró en
uruon segun una forma proporcionada, pereció", dice Empéocles". Tal es el
destino de las quimeras, que para él son auténticas monstruosidades de carác-
ter antinatural. Por eso son no sólo antinaturales, sino además feas; malas. La
mezcla de dos especies distintas fue considerada en la antigüedad como per-
versa. Es ir contra el orden natural.

ASÍ.han contin~ado las cosas prácticamente hasta el día de hoy. En plan-


tas y animales ha Sido posible la producción de seres transespecíficos desde .
hace tiempo, pero en el, caso del ser humano ello no ha comenzado a ser una
posibilidad hasta nuestros días. Es la ingeniería genética la que nos está permi-
tiendo, en este caso como en todos los demás, pasar de la mera contemplación
del modo como las especies evolucionan, a la intervención activa. El hombre
puede ahora trasladar caracteres de una especie a otra, y en concreto está
comenzando a introducir en un animal los genes del sistema HLA de un ser
humano, con lo cual los órganos de ese animal serían histocompatibles con los
del ~eceptor. Esto~ genes ~e conocen hoy bastante bien. El sistema genético que
codifica las proteinas de histocompatibilidad en los vertebrados se denomina
~PH (Complejo Principalds Histocompatibilidad), y en el hombre se halla
situado en el brazo corto del cromosoma 6. La clonación de estos genes de un
s~r hum~no en un animal permitiría tener órganos disponibles para cada pa-
ciente, Sin el problema del rechazo. Entonces Quirón habrá logrado la quimera
perfecta. Algo que durante siglos y siglos se ha considerado monstruoso yan-

3 DK31 B20.
4 DK31B57.
5 DK31B61.
6 DK31B61.

320
tinatural, empezará a no serio. Lo cual obligará al hombre a reformar no sólo
su idea de la naturaleza, sino también su propio concepto de la moralidad. Ya
no podrá decirse que las fusiones transespecífias son antinaturales y por tanto
intrínsecamente malas. Lo cual demuestra que hay, cuando menos, una segun-
da historia de los transplantes de órganos, relacionada no ya con los aspectos
científicos y técnicos sino con los filosóficos y morales. A ella es a la que me
vaya referir a continuación.

11. ¿PROCEDIMIENTOS EXPERIMENTALES O TERAPÉUTICOS?

En la historia de la actitud moral ante los transplantes de órganos se han


dado tres fases muy características. Ellas son: la fase de rechazo moral, la fase
de aceptación experimental y la fase de aceptación terapéutica. Las estudiaré
sucesivamente.

Durante muchos años, siglos, el transplante de órganos ha estado en fase


precientífica. Quiere esto decir que no era objeto de saber científico auténtico.
Más aún, no podía serio. Y ello por una razón de mucho peso, porque se pen-
saba que la extracción de órganos de un sujeto vivo era siempre inmoral y. no
podía ser realizada, aun en el caso de que pudiera ayudar a otro. Esto es Im-
portante tenerlo en cuenta, pues retrasó, mucho el comienzo del int.erés de la
ciencia por los transplantes. Extraer un organo sano de un cuerpo VIVO es una
mutilación, que siempre ha estado prohibida, tanto por el Código Penal. como
por la ética. Es cierto que hay textos, algunos de Santo Tomas, que permiten la
mutilación para salvar la vida de otra persona. Pero el caso es que tampoco
estaba nada claro que se fuera a salvar la vida de otra persona. Este tema
surgió ya a finales del siglo XVlII, con la famosa polé~ica, q~e duró más de
medio siglo, sobre la licitud o no de la vacuna, es decir, de macular en u?a
persona sana una enfermedad que podía tener consec~enc.ias g~~ves. Lo mis-
mo sucedió con los rransplantes. Y en ambos casos la justificación moral fue
difícil, y tardó tiempo en darse. Si se leen las discusiones de los ~oralistas
durante los años cincuenta y comienzos de los sesenta de nuestro Siglo, se ve
bien que el debate se situaba en este punto, en el de la licitud moral o no de los
transplantes.

La segunda fase es la de aceptación, pero sólo como procedi~i~?to expe-


rimental. Esta fase ha sido distinta en cada transplante, pero adquirió sus per-
files paradigmáticos con los transplantes de riñón y corazón. C?rresponde ~
los años sesenta y setenta. El problema que entonces se planteo fue el de SI
debía o no considerarse una técnica terapéutica. La poca supervivencia de lo.s
pacientes, etc., llevó al público a protestar contra su consideración como técni-
'ea terapéutica. De este modo, se fue imponiendo poco a poco la tests de que se
trataba de una técnica experimental, que tenía que justificarse de acuerdo con
los criterios propios de la ética de la experimentación. Estos criterios se pusie-

321
--------~~---------~~~~---;---~-~~-

ron a punto precisamente en esas dos décadas, y se aplicaron, mal que bien, '1
área de los transplantes. La ética de la experimentación se elaboró a partir de
los experimentos farmacológicos en seres humanos, y ha llegado a convertirse
en un requisito imprescindible para la validación de cualquier fármaco. Pero
ha entrado mucho menos en el ámbito de las técnicas quirúrgicas. Esto hizo
muy difícil su aplicación al área de los transplantes de órganos, y permite
entender por qué el primer problema que surgió fue el de convencer a los
propios cirujanos del carácter experimental de esas técnicas, y por tanto no
directamente terapéutico. No es fácil convencer a un cirujano de que las técni-
cas tienen que someterse a un complejo proceso de validación antes de ser
consideradas terapéuticas, y que hasta entonces no pueden ser otra cosa que
experimentales. En. el área de los transplantes de órganos este conflicto s~
vivió con particular dramatismo.

Un procedimiento puede ser considerado terapéutico sólo cuando ha sido


validado experimentalmente, es decir, cuando ha demostrado su temple. Nada
puede considerarse diagnóstico o terapéutico si no está respaldado por una
cierta evidencia científica. En el caso de los transplantes, esta evidencia tardó
en alcanzarse, y se logró en una fecha distinta para cada tipo de transplante o
cada técnica. A partir de ese momento, los problemas éticos pasaban a ser
otros. La cuestión ya no era si resultaba o no maleficente su aplicación a un ser
humano, sino las condiciones en que debía aplicarse en tanto que técnica tera-
péutica: consentimiento informado, distribución de recursos escasos, etc. En
muchos de los transplantes clásicos, éstos son los problemas éticos que hoy
preocupan, y que por supuesto son distintos de los de las etapas anteriores.

III. EL PROBLEMA DEL DIAGNÓSTICO DE LA MUERTE

Los transplantes de órganos han planteado muhos problemas, pero el


más importante ha sido sin duda el de la reflexión sobre el diagnóstico de la
muerte. Por más que el transplante de riñón comenzara haciéndose desde vi-
vos, pronto se vio la conveniencia de sustituir en lo posible esta fuente de
órganos por la de cadáver. Y comenzó un hecho de enorme relevancia teórica
y práctica, la reflexión sobre el diagnóstico de la muerte.

El fenómeno de la muerte tiene, cuando menos, dos dimensiones estricta-


mente distintas, una filosófica y otra médica. El problema filosófico es el de
qué es la vida y qué es la muerte, y por tanto qué. notas son definitorias de un
ser vivo y cuáles otras de un ser muerto. Esto respecto de cualquier animal. Y
respecto del hombre, el problema está en saber las notas características de la __
humanidad, y por tanto aquellas que deben estar presentes para poder consi-
derar a un ser humano como vivo, como humanamente vivo. _

322
- -~._-

La cultura occidental consiguió un amplísimo consenso sobre este punto


desde sus mismos orígenes. Fue Aristóteles el que definió al ser humano como
«animal racional" o dorado de lógos. Esta definición estaba constituida confor-
me al paradigma lógico de las llamadas definiciones esenciales, es decir, por
género próximo y diferencia específica, de tal modo que la racionalidad es la
nota esencial que diferencia al ser humano de todos los demás seres de la
naturaleza, aquella que le convierte en verdadero ser humano. Sin esa nota,
sin la racionalidad, un hombre estaría vivo pero no sería en el rigor de los
términos un auténtico ser humano. Este ha sido el tema clásico de los mons-
truos.

Esta definición ha gozado, a lo largo de los siglos, de un consenso envi-


diable. Casi nadie se ha atrevido a enfrentarse directamente con ella. Por su-
puesto, se ha discutido mucho lo que debe entenderse por racionalidad. No se
trata, obviamente, de la mera capacidad intectual, sino también de la capaci-
dad afectiva y volitiva. Los sentimientos son tan humanos como la inteligen-
cia. La razón humana es inteligente, sentimental y volente. Los animales tie-
nen sentimientos, pero no específicamente humanos. Zubiri decía que tienen
afectos, pero no sentimientos. Por eso hoyes frecuente traducir la idea
aristotélica de racionalidad en un lenguaje más operativo, diciendo que no
sería ser humano aquél que careciera de toda capacidad de relación o comuni-
cación, ya sea ésta intelectiva o afectiva, siempre que la afectividad se entien-
da en el orden específicarnente humano, y no en el que puede poseer cualquier
animal. Desde el punto de vista filosófico caben pocas dudas de que un ser
humano está muerto, en tanto que ser humano, cuando ha perdido de modo
total e irreversible la capacidad de conectar con el medio al modo especí-
ficarnente humano. Se puede perder esa capacidad y no estar biológicamente
muerto. Es decir, a un ser humano le puede seguir latiendo el corazón, puede
seguir teniendo unas correctas funciones vitales, a pesar de carecer por com-
pleto de capacidad intelectiva o superior. En ese caso diremos que está huma-
namente muerto, aunque no que esté vital o biológicamente muerto. De lo que
se deduce que en el hombre haya puede haber dos muertes, la humana o
personal y la vegetativa o animal. Esto es importante tenerlo en cuenta, por-
que la primera es la que expulsa a los individuos de la clase de los seres huma-
nos, por tanto, la que los mata en tanto que seres humanos.

. Esto es lo que se puede decir desde el punto de vista filosófico. Hay dos
muertes, la vegetativa o animal y la cortical o humana. En el orden médico,
esto ha llevado a distinguir entre una muerte cardiopulmonar y otra cerebral o
encefálica, La muerte cardiopulmonarconsiste en el cese irreversible de dos
funciones vitales imprescindibles, como son la circulación sanguínea y la res-
piración pulmonar. No hay duda de que si estas funciones se interrumpen y n6
son suplidas en un periodo breve de tiempo, el cerebro muere, de modo que la
muerte vegetativa va seguida de la muerte cerebral. Pero es importante no
perder de vista que la parada cardiorrespiratoria no es sinónimo de muerte, ni

323
------~~~-------~=-----;----~-~-.

vegetativa, ni menos cerebral. Cuando un corazón se para, puede reanimarse;


y SIno ~bedece a las maniobras de reanimación, siempre podría, en hipótesis,
ser sus~ItUldo mediante transplante o por un corazón mecánico o artificial. En
cualquiera de estas hipótesis, no se produciría la hipoxía cerebral, y en cense.
cue~C!a no se produciría la muerte cerebral. De lo que se deduce que la muerte
cardlOp~lmo~ar no es, en el rigor de los términos, un diagnóstico de muerte,
ya que esta solo se produce con la alteración del cerebro. Mi opinión es que la
I~ama~~ m~e:te cardiopulmonar no es muerte en sentido estricto, sino sólo
SItUaClOnclínica ya no manejable técnicamente con nuestros actuales medios
y presupuestos~ que conduce inmediatamente a la muerte encefálica, y que
por tanto. permite la retirada de todo tipo de soporte. Lo que se diagnostica no
es en .el ngor de los términos una muerte, sino una situación en la que estamos
a~tonzados para retirar todo tipo de soporte, lo cual conducirá en muy pocos
mmutos a la verdadera muerte.

No sucede lo mismo con la muerte encefálica. A mi modo de ver, ésta si es


verdadera muerte. La muerte sucede cuando se muere el cerebro, hasta el
punto de que el hombre pierde su capacidad específica mente humana. Esto
puede suceder bien por muerte de todo el cerebro, incluido el tronco cerebral
(muert~,cerebral, criterios de Harvard), bien por muerte del mesencéfalo, sin
afectación de la corteza (muerte encefálica, criterios de Minessota), bien por
~uerte de la corteza (muerte cortical). Puesto que esta última parece difícil de
díagnosncar de modo total e irreversible, quedan los otros dos como criterios
~m~m_ .

Estos son criterios de muerte, a diferencia de los de muerte cardiopulmonar: -


q~e.a mi entender no lo son, sino sólo de abandono razonable de todo proce-
dimiento de .soporte. Pero eso no quiere decir que los criterios de muerte cere-
b:al o encefaltca sean tan apodícticos que diagnostiquen la muerte sin ningún
g~ne~o de dudas: y que por tanto puedan lograr un consenso general. No son
cntenos de e~e tipo. Son criterios científicos, pienso que muy avalados por los
datos de l.aC!e~Cla,por tanto prudentes y muy seguros, pero no indubitables.
La comunidad .Cle~tlf¡cay la sociedad tienen razones de mucho peso para acep-
t~rlos como cntenos de muerte, pero el disenso es posible. No sólo es posible
silla que se ?a ?e hecho, y merece todos nuestros respetos. Es un error pensa;
qu~ esos cnterios pueden. imponerse a todos. No es así. Hay que respetar a
quienes no aceptan los cntenos de muerte cerebral o encefálica. Esto sucede
por ra.zones religiosas (budistas, judíos ortodoxos) o por razones filosóficas
(por eJ~m~lo, todos los que siguen la tesis de Hans Jonas en este punto). Este
es un ámbito donde debe respetarse la libertad de conciencia. A nadie se le
puede extraer un órgano si él n? está de acuerdo con esa definición de muerte,
?I se le d~be transplantar un organo en semejantes circunstancias. De ahí la
Imp0:tancIa. de respetar en este tema la libertad de conciencia, lo que en la
pré;lctlca.obltga a actuar con consentimiento informado explícito. Esto significa
que a mi entender no es defendible en este tema de la donación y el transplanre

324
-----_.~--~-

de órganos la tesis del consentimiento presunto, pues esa tesis no respeta la


libertad de conciencia de las personas. Los criterios de muerte cerebral no son
indubitables, pueden ir contra ciertas creencias religios~s o filosóficas, y por
tanto deben ser aceptados explícitamente por la persona que dona o recibe
órganos.

rv LA REFLEXIÓN ÉTICA

El cuerpo es una realidad dé características sumamente paradójicas. Por


una parte soy yo mismo, pero por otra parte es algo ajeno a mí; de lo que
puedo tomar distancia. En una cierta perspectiva es interior a mí y desde. otra
lo vivo como externo; es sujeto y a la vez objeto. Esto es lo que le hizo hablar a
Ortega de «intracuerpo» y «extracuerpo», y lo que hace que los alemanes utili-
cen dos palabras para referirse a él, Leib y K6rper.

Pues bien, esta ambigüedad del cuerpo es la que permite entender tam-
bién la ambigüedad de su estatuto moral. ¿Es el hombre dueño de su cuerpo?
¿Puede hacer con él lo que quiera? A lo largo de la cultura occidental se han
dado no menos de tres respuestas, la del «dominio imperfecto» sobre el cuer-
po, y la del «dominio perfecto», que a su vez presenta dos formas, una «indivi-
dual» (el cuerpo como propiedad privada) y otra «común» (el cuerpo como
propiedad pública). Las analizaré sucesivamente.

1. La tesis del dominio imperfecto sobre el cuerpo

Esta teoría considera que el hombre no tiene dominio perfecto sobre su


vida o su cuerpo. La vida es un regalo de Dios sobre el que el hombre tiene sólo
«dominio imperfecto». El dominio del hombre sobre su vida es diferente al
dominio que tiene sobre el resto de la creación. La vida humana es sagrada.
Ese es el principio de sacralidad de la vida humana que inmortalizó Séneca en
su célebre fórmula: hamo homini res sacra.

Este principio prohibe la amputación de los órganos y miembros. El or-


den natural es principio de moralidad, y por tanto cualquier mutilación debe
verse como inmoral, como monstruosa. Lo monstruoso no sólo es antinatural,
sino también, y por ello mismo, malo. La naturaleza produce a veces mons-
truosidades, pero por error, como consecuencia del azar. Los fenómenos
antinaturales no pueden ser consecuencia más 'que del azar o de la maldad.
Así, escribe Aristóteles en.el capítulo octavo del libro segundo de la Física:

El error también tiene cabida en las cosas que son obra del arte. En efecto, el
gramático no siempre escribe con buena caligrafía y corrección ortográfica, y
alguna que otra vez equivoca el médico la receta. Es, pues, evidente qué tam-

325
biénen la Naturaleza ha de suceder eso. Hay, por tanto, seres, obra de un arte
cualquiera, en quienes lo que se realiza debida y correctamente se hace co
un fin determinado, mientras que, en los seres en que se comete alguna falta
'0 error, SIl1duda el arte intentó algo concreto con un determinado fin , pe ro
., .
~qulvoco su caml~o. Algo semejante, pues, ocurre en los seres naturales; y así,
l~s monstruos seran simplemente errores o faltas de aquel principio, que obra
SIl1duda .con un det~r,minado fin. Luego los seres bovinos que se producían en
la pnmltlv~ gener?ClOn de ,los vívientes, de no ser que pudieran tener alguna
especial onentact,on teleológica, ciertamente se producían de aquella manera
por una corrupción de algún principio,.como ahora se generan los monstruos
por la corrupción del esperma o la semilla". '

Este texto ha sido el canon de todas las discusiones mediev~'les sobre los
mo~struos, un tema recurrente en la literatura de la Edad Media. Tomás de
Aquino lo conoció, y escribió su propio comentario".

En la Summa Theologica, resume la doctrina de Aristóteles en esta f~ase'


Peccata sunt monstra in naturo" . Y comenta: Monstra sunt quaedam res generatae
praeter ordinem naturae. Por supuesto, peccatum significa aquí simplemente
defe~to o error. Pero tiene también un sentido moral, dado que el naturalismo
considera el error como una suerte de pecado.

. Esta es la tradici?~ ~~turalista. El orden natural es siempre bueno, y el


antinatural es por definición malo, etc. Esto es especialmente claro en el caso
del ser humano, razón p.or la que la naturaleza humana es sagrada e inviola-
~Ie. Esto prohibe por p,nncipio la mutilación, y en general la amputación de
organos y m.lembros. Solo hay dos excepciones a este principio. La primera es
cuando la VIda de todo el cuerpo humano se halla en peligro y la medicina

7 Aristóteles, Física 199a33-b7.


8 "M if
~111 esturn est quod contingit peccatum esse etiam in iis quae sunt secundum naturam
quamvis natura propter aliquid operetur. In arte autem, eorum quae propter aliquid fiunt.
quaedam fiunt secundum artem, er recte fiunt; quaedam autern sunt, in quibus artifex fallitur;
non secundum artern agens: et ~n his contingit peccaturn, arte propter aliquid agente. si
ernm ars .non. ageret ~d determma~um finem, qualitercumque arsoperarerur, non esset
peccatum, quia operario artlseaquahter se haberet ad omnia. Hoc ipsum igitur quod in arte
contmg.lt esse peccaturn, est stgnurn quod ars proprer aliquid operetur. Ita eriam contingír in
naturalíbus rebus; 111 quibus monstra sunt quasi peccata naturae propter aliquid agentis,
mquantum deficit recta operario naturae. Et hoc ipsum quod in naturalíbus contingit esse
peccat.um, est slgn.um quod natura propter aliquid agar.
Unde m sub~tantlls quas m principio mundi Empedocles dixit esse constitutas bovigenas
idest ex medía parte boves et .ex media homines, si non poteran t pervenire ad aliquem finern
~t terrnínurn naturae, ut scilicet co?servarentur in esse; non hoc fuit quia natura non hoc
intendat, sed qura haec non possibilia salvari, generara sunt non secundum naturarn sed
corrupto aliquo narurali principio; sicut nunc etiam accidit aliquos monstruosos partus
generan propter corruptlonem seminis". Tomás de Aquino Comm. in libri Physicorum Liber
11,Lectio Xlv, n. 263. " '
9 5Th 1-2, q.21, a.l, 1.

326
considera que la amputación puede ser un medio de restaurar el orden'naturái
perdido. En el caso de la enfermedad, la teoría naturalista permite justificar la
moralidad de un procedimiento como el transplante de órganos, dado que su
finalidad no es producir una realidad antinatural sino restaurar el orden natu-
ral perdido. La segunda excepción tiene que ver con la justicia, amenazada por
un grave desorden social. En un intento por restaurar el orden social, que es
también orden natural, la mutilación de criminales y también la pena de muerte
son procedimientos moralmente defendibles. La preservación y restauración
del orden natural del cuerpo físico o del cuerpo social son los únicos motivos
por los que puede justificarse la lesión del principio de inviolabilidad del cuer-
po humano. .

Tomás de Aquino se pregunta en la Summa Theologica si la mutilación de


un miembro del cuerpo humano puede ser lícita. Su respuesta dice que los
miembros son siempre partes de un todo, y que por tanto la mutilación sólo
puede justificarse en beneficio del todo. De suyo, per se, la mutilación es injus-
tificable e inmoral. Sólo circunstancialmente, per accidens, por ejemplo, en
caso de enfermedad grave, cuando el miembro puede poner en peligro el bien
del conjunto, la mutilación puede ser considerada lícita, «siempre y cuando el
paciente consienta en la intervención (de voluntate eius cuius est membrum), o
si el cirujano piensa que la intervención está médicamente indicada. Lo mismo
sucede cuando el conflicto surge entre un miembro de la sociedad y la comu-
nidad política o civil. También aquí el bien común debe prevalecer sobre el
privado e individual, pero en este caso la mutilación o la muerte sólo pueden
imponer/as los poderes políticos, no las personas privadas. Y Tomás de Aquino
concluye su argumentación afirmando que en todos los demás casos la mutila-
ción es siempre ilícita.

Este texto ha tenido una gran importancia histórica, no sólo porque justi-
ficaba inte'iectual y moralmente la pena capital por razones religiosas, morales
y políticas-sino también porque considera que la mutilación de los seres hu-
manos sólo puede permitirse en casos excepcionales. En otro texto de la Summa
Theologica, Tomás de Aquino completa este panorama, al discutir si una perso-
na puede elegir el respeto de su propio cuerpo en vez de la vida de otra perso-
na, o, en otras palabras, si debe amar más a su hermano que a su cuerpo 10. Su

10 'Tomás de Aquino, Summa Theologica 2-2, q.26, a. S ad 3. La tercera opinión dice así:
"Unusquisque exponit id quod minus amar pro eo Quod magis amar. Sed non omnis horno
tenetur exponere corpus proprium pro salute proximi, sed hoc est perfectorum: secundum
illud lo. 15,13: 'Maiorem caritatem nerno haber quam ut animam suam ponat quis pro
amicis suis'. Ergo horno non tenetur ex caritate plus diligere proximum qua m corpus
proprium". Y el comentario de Torrrás-de Aquino es el siguiente: "Cuilibet homini imminet
cura proprii corporis: non autem imrninet cuilibet homini cura de salute proximi, nisi forte
in casu. Et ideo non est de necessitate caritatis quod homo proprium corpus exponat pro
salute proximi, nisi in casu quod tenetur eius saluti providere. Sed quod aliquis sponte ad
hoc se offerat, pertinet ad perfectionem caritatis".

327
----------------~------------------~---------:---~--------------
,

respuesta es que poner en peligro la propia vida por el beneficio de otro no


puede ser considerada una obligación perfecta o de justicia sino sólo imperfec-
ta o de beneficencia. Este acto de beneficencia se funda en el amor de caridad,
y por tanto resulta incompatible con el comercio. Los familiares están hacién-
dose continuamente acciones benéficas unos a otros sin retribución económi-
ca, y poner la propia vida en peligro en favor de otro es una acción de este tipo.
Tomás de Aquino está pensando en la familia cuando escribe: nisi in casu quod
tenatur eius salute providere. Este es el caso de los padres con sus hijos, pero
también de la persona que da su vida en beneficio de otros. Este tipo de rela-
ción se basa en el amor perfecto propio de las relaciones humanas profundas y .
familiares. Por tanto, Tomás de Aquino considera que los actos del tipo de la
donación de órganos no pueden ser objeto de comercio. Ninguno puede ven-
der o comprar órganos o partes del cuerpo. Sólo se puede justificar la "dona-
ción" y siempre en casos excepcionales.

En 1660, el Cardenal de Lugo resume esa doctrina clásica en el siguiente


texto:

Ahora probaremos que el ser humano no es el señor de su propia vida de este


modo: si bien el ser humano tiene dominio sobre las cosas que le son extrínse-
cas o que son distintas a él, no tiene, sin embargo, dominio sobre sí mismo, ya
que es claro, por definición, que el dominio es siempre relativo; así, por ejem-
plo, el de un padre o el de un profesor. Y precisamente porque nadie puede
ser padre o profesor de sí mismo, nadie puede ser señor o tener dominio sobre
sí mismo, ya que ser señor significa siempre superioridad en relación a aquél
sobre el que es señor. Por tanto, el mismo Dios no es señor de sí mismo, por .
más que se posea del modo más perfecto. Por tanto, el ser humano no puede
ser señor de sí mismo. Sin embargo, sí puede ser señor de sus operaciones, y
por tanto ... puede disponer de sus propias operaciones, pero no de sí mismo,
o por decirlo de otra manera, no de su propia vida, ya que sobre ella no tiene
dominio ni lo puede tener".

La conclusión de este parágrafo es que el cuerpo humano fue considerado


en la Antigüedad y en la Edad MedIa tomo una cosa sagrada y por tanto invio-
lable. Sólo en dos casos excepcionales, en vista del beneficio del conjunto del
cuerpo humano o del cuerpo social, se pueden justificar la mutilación y el
transplante. Esto permite entender por qué la cirugía de transplantes comenzó
con la cura y reconstrucción de. los órganos amputados a los criminales, como
manos, narices u orejas. Este tipo de castigo fue muy frecuente en la antigüe-
dad, especialmente en las culturas del Oriente, razón por la cual la cirugía
reconstructora de estos órganos surgió en la antigua India. Allí, en tiempos del
gran cirujano Sushruta, que probablemente vivió entre los siglos VI y V a.c.,
los médicos hindúes iniciaron la cirugía plástica, en un intento por curar, yen

11 J. de Lugo,Disputationes scholCLSticae et morales, Paris, Vives, 1869, Disp. X, Sect. L, n. 9.

328
---_ _---_ ..
..
,-

,
ciertos casos reconstruir los órganos amputados como castigo por actos crimi-
nales. Estos cirujanos realizaron con gran ingenio colgajos de piel, que suturaban
a la parte amputada. El Samhita describe quince posibles reconstrucciones de
la oreja, dependiendo de la parte no .lesionada, así como la primera técnica de
rinoplastia. Estas técnicas fueron menos usadas en la medicina occidental, quizá
porque este tipo de castigos fueron menos frecuentes que en otros lugares.

2. La tesis del dominio privado sobre el cuerpo

El mundo moderno supuso un progresivo y drástico cambio de perspecti-


va. El ser humano se fue considerando cada vez más como señor y no como
mero administrador o servidor del Universo. Y también como señor de sí mis-
mo. El cuerpo y la vida, por tanto, pasaron a ser propiedades individuales,
como las demás, de las que se podía disponer. Por tanto, el ser humano tiene
«derecho de propiedad" sobre su cuerpo, razón por la cual puede venderlo y
comprarlo. La filosofía liberal, centrada en el concepto de «auto-propiedad"
(seif-ownership), va a considerar paternalista toda restricción del derecho de
propiedad sobre los tejidos y órganos humanos.

A partir de estos principios, los moralistas liberales van a considerar que


la donación de órganos es una obligación imperfecta, en el sentido de que
nadie puede obligar a otra persona a entregar un órgano por el beneficio de
otra. La persona deberá ponderar los beneficios que el transplante tiene para
ella y para la otra persona, y decidir libremente en consecuencia.

Se trata, pues, de una relación de cargas y beneficios, y que por tanto


tienen un precio. En consecuencia, de acuerdo con la filosofía y la ética libera-
les, los órganos y tejidos, tanto de cadáveres como de donantes vivos, tienen
precio, y este precio debe pagarse si no quiere cometerse una gran injusticia.
Es lícito y hasta necesario hablar de «comercio».

Si en la tesis del dominio imperfecto sobre el cuerpo la donación de órga-


nos se consideraba opcional y gratuita, aquí se ve como opcional y no necesa-
riamente gratuita. Precisamente porque la beneficencia no es nunca un deber
perfecto, puede tener un precio. Y este precio debe de ser el que fijen las leyes
del libre mercado.

3. La tesis del dominio público

No sólo hay cuerpo biológico sino también cuerpo social, y los cuerpos
individuales pueden verse corno elementos de una estructura más amplia, la
propia del cuerpo social. La tesis del dominio público se establece siempre que
el cuerpo privado o propio se subordina o se pone al servicio del cuerpo-social.

329
Es~a ha sido una tendencia muy marcada en cienos momentos de la histori
bajo formas distintas, socialismo, biologicisrno, racismo, etc, a,

, Evidenternenrs, no todas estas doctrinas dicen lo mismo, ni subordinan


de Iden~l:a manera,el cuerpo individual al social. Hay dos tipos fundamenta_
les, segun que consideren esa subordinación como deber perfero o de benefi-
cencia, o como debe: imperfecto ° de justicia. En el primer caso, la relación
entre,el cue~o propio y.el cuerpo social se establece según la máxima: "De
cada uno segun su capacidad, a cada uno segúnsu necesidad», En relación al
trasplante de órganos, esto significa que la donación de órganos se considera
un deber perfecto, ? de justicia, que puede ser impuesto a los individ uos por el
Estad,o. La donación de organo~ sena un deber público, como otros muchos,
por ejemplo, defender a la patria aun poniendo en riesgo la propia vida,

Cu~ndo algo es un deber perfecto, el consentimiento informado no es


necesario, y por tanto vale el llamado consentimiento presunto, Este es el ori-
gen de la teoría del «consentimiento presunto», tan frecuente en las legislacio-
nes de transplantes de órganos.

. Como ~n tantos otros casos en los que las tradiciones liberal y comunita-
n~ se combinan, el resultado es paradójico. De hecho, la expresión «consentí-
miento ~r~sunto)} es contradictoria: si es presunto no es consentimiento; ysi es
consennmíenrn, no es presunto.

. Cuando la tradición liberal domina, entonces se requiere el consentimiento


informado para la donación de órganos; y cuando domina la tradición socia-
l~sta, enton~e~ se requiere el consentimiento presunto. La creciente imponan-
CIa de este último demuestra claramente la influencia de la tradición socialista
en el campo de la donación y el trasplante de órganos.

La ac.titud más defendible hoy en día es aquella que defiende el carácter


de deber Imperfecto de la donación de órganos, la no comercialización del
cuerpo hun:ano y la necesidad de consentimiento explícito e informado. Aun-
que las leglsla~iones no suelen :ontemplar todos estos puntos, a ellos suele
ajustarse la practica en la mayona de los países occidentales.

330
18
DETERMINACIÓN DEL MOMENTO DE LA MUERTE.
CONSECUENCIAS ÉTICAS

INTRODUCqÓN

Ortega y G~sset escribió un precioso ensayo titulad,o "Med~taci~n.sobre el


marco». Es un típico tema fenomenológico: las cosas solo s.on mtehglb.les por
referencia a un marco, a un horizonte, dentro del cual adquiren susentido. No
hay posibilídad-de situar algo más que en relación a unas coord.enadas
cartesianas, que de algún modo hagan de sistema b marco de referencia. Pues
bien, éste va a ser mi propósito en este capítulo, establecer el marco de refe-
rencia que nos permitirá luego, en el próximo capítulo, tratar los problemas
éticos que plantea la donación de órganos. No vaya tratar todos lo~ tem~s
éticos que plantean la muerte encefálica y la donación de órganos, DI tan SI-
quiera los rnás usuales, sino que me limitaré a plantear el problema ~onc~p-
tual, y por tanto también ético, pero no sólo ético, de la muerte y del diagnós-
rico de muerte.

I. LA UTOPÍA DE LA MUERTE NATURAL

. La cultura occidental nació en Grecia hace veinticinco siglos, cuando los


filósofos presocráticos aprendieron a considerar los acontecimientos como fe-
nómenos naturales, y no como fenó~e~o~ sobr~naturale~,.al ~odode la ma-
yoría, si no de todas las \culturas pnrrunvas. SI';1 pnminvo m~erpretaba el
rayo, la lluvia, la enfermedad, la muerte como fenomenos producidos por fuer-
zas sobrenaturales, el griego empezó a verlos como productos de la propia
naturaleza. El término fundamental para entender toda lacultura griega, y
como consecuencia de ello también toda la cultura occidental, es el de physis
en griego, natura en latín, naturaleza en castellano. Los tres tienen el mismo
sentido, ya que el verbo griego phyein significa nacer, crecer o brotar, exacta-

331
--------------------------~=-

, ~en~e igual que el deponeme pasivo latino n


termino naturaleza. aseor, del que procede nuestro

.De aquí se desprende ya una primera consec .


rancia, a saber, que el término naturaleza tuvo ~e?cla ~e la máxima impar-
profundamente biológico Los grI'egos . t ngmanamente un sentido
'. . In erpretaron 1
orga?ISmO VIVO. La naturaleza plena a naturaleza como un
conSIste en la vida plena en la plen. que no puede ser más que la divina
per~ect~. Eso es lo.que sig~ifica en grie;:ef~r::U~~~Ua!idad ,de una naturalez~
el termIno Iarino wvenis, joven. El joven es el ue ~wn, eo~, del que procede
q
por tanto la naturaleza en plenI'tud S' d nene la VIda en plenitud y'
. I recor amos l '
veremos q~e lo que los grandes artistas escul en a .gran estatuaria griega,
su fuerza vital. Dios es pura juventud Po PE ~~ al Joven en la plenitud de
y SIempre jóven.,', . r eso unpldes llamó a Zeus, «natural

, Las cosas infradivinas no tienen la naturaleza .


están en puro acto. Su trayectoria vital consí t e? plenItud, y por eso no
V?, paso de la potencia al acto. Por eso consist:~'e~reC!sam~nt~, en el progresi-
dlastole, que se cierra en forma de círculo id un mOVJmlento de sístole y
retorno. Pensemos en el grano de trigo E ,regI o por el principio del eterno
cia que . n tanto que grano .
" poco a poco va actualizando todas . . es espIga en poten-
e~tas van pasa~do de potencia a acto, hasta lf:sa~~t~:claj¡~ades, de modo que
VItal, en la espiga granada Posteriorment .g.. plenttud de su expresión
vida de la planta es un pr~ceso de progr e.~e nuera el proceso de regresión. La
de reg . '. esion otro de acrn ' l .
resion que cierra el círculo. Los gri '11 e o p enitud, y otro
procesos g~neración y al segundo corru Cióegos amaron al primero de esos
se caractenzan por nacer crecer reprodP . n. Los e~tes naturales infradivinos
es natural. ~ero sólo se da en la~ naturar~~:sse{ monr. El morir, como el nacer,
muerte son Imperfecciones. Por eso s mperfectas. La enfermedad y la
destrucción de la naturaleza. uponen un proceso de descomposición o

Otra idea importante es que los rie os .


Calmodivin~, y por tanto perfecta, vi!ongen' e1~eIco~slderaron a la naturaleza
ra, eza es kosmos, orden, a diferencia de eháo a a uente del orden. La natu-
nomos, ley. Tal es la razón de que pueda d bS' ~e~orden. El orden natural es
La naturaleza es principio de orden or e a a larse de una «ley natural".
Esto se aplica, naturalmente, a la n;ru~al: tant? ?e bondad, verdad y belleza.
las naturalezas infradivinas sobre t d za divina, pero se aplica también a
dad plena. De ahí que para 'los anti;u~s ~~ sU ~orento de plenitud o actuaii-
I
desorden. y que la salud se identificase co sf u uera orden y la enfermedad
medad con la maldad y la fealdad. n a bondad y la belleza, y la enfer-

I Cf. X. Zubiri. Naturaleza, Historia, Dios, 9a ed Madrid Al" .


., n, lanza EdItorial, 1987, p. 204.

332
----------------

El hombre es el ápice de la realidad viviente, y en tanto que tal sintetiza


en su realidad todos los órdenes inferiores. De ahí que en él se hallen integra-
das las funciones naturales o vegetativas, cómo la nutrición, el crecimiento y la
reproducción, las funciones vitales o animales, como el pulso y la respiración,
y las funciones intelectivas o espirituales, como él pensamiento y la voluntad.
Las primeras tienen su sede en el abdomen, las segundas en el tórax y las
terceras en el cráneo. Losfilósofos y los médicos griegos consideraron que en
cada una de esas cavidades había un órgano principal, que era la sede de un
espíritu, que era el que dinamizaba las funciones respectivas. El órgano princi-
pal de la cavidad abdominal era el hígado, sede del espíritu natural. El de la
cavidad torácica era el corazón, sede del espíritu vital. Y el órgano principal de
la cavidad craneana era el cerebro, sede de la inteligencia y la voluntad.

Era preciso hacer este breve recorrido por la filosofía y la fisiología grie-
gas, a fin de poder entender la idea griega de la muerte. Y lo primero que hay
que decir es que el griego, y tras él gran parte de nuestra cultura occidental,
han pensado que la muerte era un fenómeno natural; por tanto, que hay una
«muerte natural". Ya lo decíamos antes. La naturaleza infralunar tiene un pro-
ceso cíclico de generación y corrupción, al que pertenece la muerte como uno
de sus momentos constitutivos. Las cosas infralunares son mortales.

El segundo problema es en qué consiste la muerte, o cómo puede deter-


minarse con precisión el momento en que tiene-lugar la denominada «muerte
natural». Puesto que los griegos tuvieron una idea vitalista de la naturaleza, es
obvio que la muerte la interpretaran desde la vida, como negación, ausencia o
pérdida de vida. El concepto positivo es el de vida, y el negativo el de muerte.
Esto no tiene por qué ser siempre así. Xabier Bichat pensó del modo exacta-
mente contrario: entendió la muerte como reposo y orden, y la vida como un
proceso episódico de desorden". De ahí su definición de la vida como el con-
junto de funciones que resisten a la muerte. Esta definición, por más que pa-
rezca extraña, es la que más se ajusta a nuestros conocimientos científicos; es,
por ejemplo, la que está más acorde con el segundo principio de la termodiná-
mica y la idea de entropía de todas las realidades naturales.

La muerte es,' pues, la cesación de la vida. Esta cesación consiste en la


pérdida de un espíritu. Y puesto que hay tres, el natural, el vital y el espiritual,
la pregunta que se plantea-escuál.de esos espíritus es el que debe perderse
para que se produzca la muerte. Desde luego, no el espíritu natural, responsa-
ble de las funciones meramente vegetativas. La opinión griega es que la vida
meramente vegetativa no.es vida anirnal..y. puede y debe interpretarse como

2 x. Bichat, Investigaciones fisiológicas sobre laviday la muerte, P.1, art.!. En P. Laín Entralgo,
Bichat, Madrid, 1946, p. 89.

333
------~~--------~~~~~-

muerte. Este es un argumento que deberíamos tener en cuenta hoy, cuando


nos planteamos el tema del estatuto de los est~dos vegetativos permanentes.

. La muerte consiste par~ los griegos, exactamente,


en la pérdida del espí-
ntu que llaman vital, y que nene su sede en el corazón. De ahí que la muerte se
hay~ hec,ho coincl?ir tradicionalmente. con la ausencia de pulso cardiaco y
resprracron espont~nea. La muerte cardíaca es la muerre natural. Un animal y
un serhun:ano est~n muertos cuando carecen de pulso y respiración espontá-
neos. El cnreno gnego de muerte es el cardiopulmonar.

Per~ los espíritus son tr:s, el. natural, el vital y el espiritual. Cabe pregun-
tarse que suce?ena SI e,1espmtu intelectivo o propiamente humano pereciera
antes que el vital. GSena ~sto una muerte? Pues bien, en contra de lo que se
cree, la respuest~ ,es afl~matlva. De hecho, los griegos se plantean explícita-
mente .esta c~es~lOn. ASI, Galen? afirma que una herida del cerebro puede
producir la pérdida de la virtud intelectiva o propiamente humana, antes de
que se produzca la parada cardiorrespiratoria. La tesis de Galeno es que el
proceso de ~o.rir puede seguir ~os vías distintas: una ascendente, que comien-
za P?r la perdida ~el espíritu VItal (muerte cardiorrespiratoria) y termina por
la pérdida del esp!rit.u intelectivo (muerte cerebral); y otra descendente, que
coml~nza por la perdida del espíritu intelectivo y finaliza con la parada cardio-
rrespuarona.

El.tema r~aparece una y otra vez en los escritos medievales. Así, Ali Abbas,
en su Liber regius, y Const~?tinb el Africano, en su Liber pantegni (que como se
s~be es una mera traducción del anterior), afirman explícitamente la existen-
CIa.de la muerte cerebral. Así, Constamino el Africano escribe: «La muerte del
anIma! se produce necesariamente, ya por corrupción del cerebro ·0 del espíri-
tu en el existenre, ya por corrupción del calor natural. A no ser que se corrom-
pa el calor natural, el cerebro no se corrompe fácilmente. Ni el calor se co-
rroI?pe sin causa. y el espíritu no se corrompe más que cuando penetran las
hendas en el cerebro, atravesando hasta los ventrículos, o cuando el calor
natural se corrompe-",

.Esta idea ,d.e que ~~y dos muertes distintas, la propia del espíritu vital y la
propia del espintu espiritual, ~o~rará nue;a fuerza e~ los años finales del siglo
XVII~ por obra de un gran médico frances, Xabier Bichat, quien el año 1799
un. a~oantes de que acabara el siglo, publicó un libro titulado Investigacione;
fiswlofpcas. sobre la vida y la muerte. Bichar para elaborarlo se sirvió de un
matenal ciertamente curioso, los cadáveres de guillotinados. Él mismo escri-
be: «Los tenía a mi disposición treinta o cuarenta minutos después del suplí-
CIO»4.

3 Consrantíno ;1 Africano. Liber Pantegni, Lib. rv, cap. 7: "De causa mortis:,.
4 Cit. por P. Laín Entralgo, Bichai, Madrid, 1946, p. 14.

334
------~----- -_.

Bichat es uno de los padres de la teoría de los tejidos. Y al hablar del


tejido nervioso, distinguió dos partes, el sistema nervioso de la vida de rela-
ción, y el sistema nervioso vegetativo. El primero se caracteriza por ser volun-
tario, y el segundo por su involuntariedad. Estó permite distinguir dos tipos de
vida, que Bichat llama, respectivamente, «vida animal» y "vida orgánica». Ambas
son tan distintas, que no aparecen en el proceso de formación del ser humano
al mismo tiempo. Y tampoco desaparecen a la vez. En el proceso de muerte
natural, dice Bichat, la vida animal cesaprimero" , y sólo después desaparecen
las funciones orgánicas. El corazón es el último en morir. De ahí, dice Bichat,
que tradicionalmente se le haya llamado el ultimum moriens".

Eso es lo que pasa, dice Bichat, en la muerte natural. Pero en la muerte


accidental sucede muchas veces lo contrario: que primero muere el corazón y
luego el cerebro: «Esa es, pues, la diferencia que existe entre la muerte por
vejez, y la que es efecto de un golpe repentino: en una, la vida empieza a
disminuir en todas las partes, y cesa luego en el corazón; la muerte ejerce su
poder desde la circunferencia hasta el centro: En la otra, la vida se amortigua
en el corazón y luego en las demás partes: la muerte, pues, encadena sus fenó-
menos partiendo del centro para llegar a la circunferencia»"

El concepto de muerte animal se perfeccionaría en la segunda mitad del


siglo XIX, cuando empezó a ser posible diferenciar en el sistema nervioso cen-
tral los diferentes estratos evolutivos: el paleoencéfalo, propio de los núcleos
de la base y el sistema nervioso vegetativo, involuntario, y el neoencéfalo, o
cerebro cortical. Entonces se estableció el principio de que la muerte sigue el
camino contrario a la vida, y que por tanto primero muere el neoencéfalo y
después el paleoncéfalo, responsable de las .funciones automáticas de los nú-
cleos de la base y el sistema vegetativo.

Con esto parecería que el concepto de muerte natural quedaba perfecta-


mente conocido y sólidamente establecido. Y, sin embargo, en el mismo mo-
mento de su apogeo ie llegó su máxima crisis. Poco antes de que Bichat redac-
tara el libro ya citado, otro gran anatomista, Winslow, había publicado .otro
con el siguiente título: Sobre la incertidumbre de los signos de la muerte y el
.peligro de precipitar los enterramientos, 17408. Dos años después, publica con

s X. Bichat, Investigaciones fisiológicas sobre la vida y la muerte, P. 1, arto X, § 1. En P. Laín


Entralgo, Bichat, Madrid, 1946, p. 218. ,
6 X. Bichat, Investigaciones fisiológicas· sobre la vida y la muerte, P. 1, art. X, § 11. En P. Lain
Entralgo, Bichat, Madrid, 1946, p. 225.
7 X. Bichat, Investigaciones fisiológtcii5!obrelc vida y la muerte, P. 1, arto X, § 11. En P. Laín
Entralgo, Bichat, Madrid, 1946, pp . .225-6. . . . .
8 Jacques-Bénigne Winslow, Quaestio medico-chirurgica ... An.morns mcertce slgna minus
incertd a chirurgici.s, quam ab alii.s experimentis? París, Di.sputationis in Academia Medicinae
Parisiensi discllSsae quae collepsit, selegit, ordinavit F. Chaussi.er, t. 1lI, 1740.

335
Jean-Jacques Bruhier otr.o famoso lib~o; en él se encuentra este famoso apo-
tegma, desde entonces mil veces repetido: mors c~rta, mors incerta; moriendum
ess: certum.omnino, mortuum esse incertum aliquando (muerte cierta, muerte
mcierta; esc.ample~amente c~erto que hemos de morir, pero es incierto saber a
veces SIalguien esta mu~rto) . Parece, pues, que los signos tenidos por eviden-
tes a ~o largo de tantos siglos, no lo son tanto. O dicho de otra manera, que no
s.on signos CI~rtOSde muerte. Si fueran ciertos, no tendrían excepciones; si
tienen excepciones, es que no son ciertos". La tesis de Winslow es que la lla-
m~da muerte natural no lo es tanto, y que la verdadera muerte no acontece
ma~ que .con la descoo:posición d.el cuerpo orgánico. Esto es lo que permitirá
decir a Virchow, a mediados del siglo XIX, que la célula es la unidad anatómi-
ca, fisioló,gica y patológica, y que por tanto la verdadera muerte es la muerte
celu~ar. Solo la desco~posición celular es verdadero signo de muerte. La muerte
cardlOp~lmona.r es s?lo premonitoria. De ahí que.se hayan dado casos de para-
da .car~lOrresplratona en sujetos que no estaban muertos, Y de ahí que las
legislacIOnes empezaran aexigir un tiempo precautorio de vetntícuarro horas
antes del enterramiento del cadáver.' ,

Interesa llamar la atención sobre el hecho de que la idea de Virchow de


que la célula es la unidad orgánica, y por tanto la unidad de vida y de muerte,
~lantea el problema de un modo sensiblemente distinto al tradicional. Si en
este la muerte por antonomasia era la cardiopulmonar, ahora hay que decir
que la muerte cerebral es más rigurosamente tal que la cardiopulmonar. En
efecto, la 1I.amada muerte cerebral consiste en la muerte neuronal, en tanto
que la cardlOpulmonar no va seguida necesariamente de muerte celular.

Podría discutirse si lo que tiene que descomponerse para que considere'


mas muerto a ~n sujeto son las neuronas, o. por el contrario debe esperarse a
que todas las celulas del organismo pierdan su estructura y función. Pero este-
tipo deprobl~n:as result~ abso~utamente banal. De hecho, ninguna sociedad
ha podido asisnr nunca ímpasible al espectáculo de la descomposición del
c.uerpo de sus seres queridos, y siempre ha buscado signos previos, que permi-
tiera ,enterrar ~ los cadáveres cuando aún no se hallaban en estado de putre-
facción. Estos signos, sin duda, pueden hallarse. Los de muerte cardiopulmonar
fueron u~os. ?tros, los de muerte cerebral, entendiendo por tal la de todo el
cerebro, InclUl~Oel tronco cerebral. Pero hay otros posibles. Por ejemplo, los
de muerte cortícal, en cu~o caso podremos decir que las personas en estado
vegetativo persistente, estan muertas.

~ Jean-Jacq~es Bruhier et Jacques-Bénigne Winslow, Dissertation sur l'incertitude des signes


e la mort et I abus des enterremens et des /ffTlbaumemens precipites París 2 vals La cita en
vol. 1, pág. 4l. ' , .

10 , Sobre este tema:<el excelente libro.de Claudio Milanesi, Mort apporenie, mort impar faite:
Medecme et mentaliiés au XV[[[e siéde, Paris, Payor, 1991.

336
y con esto llego a la conclusión de esta primera parte, a saber, que el
concepto de muerte natural no existe, que la muerte no es un hecho natural,
ya que siempre está mediatizada por la cultura. La muerte es un hecho cultu-
ral, humano. Tanto el criterio de muerte cardiopulmonar, como el de muerte
cerebral y el de muerte cortical son constructos culturales, convenciones racio-
nales, pero que no pueden identificarse sin más con el concepto de muerte
natural. No hay muerte natural. Toda muerte es cultural. Y los criterios de
muerte también leí'son. Es el hombre el que dice qué es vida y qué es muerte.
y puede ir cambiando su definición de estos términos con el paso del tiempo.
Dicho de otro modo: el problema de la muerte es un tema siempre abierto. Es
inútil querer cerrarlode una vez por todas. Lo único que puede exigírsenos es
que demos razones de las opciones que aceptemos, y que actuemos con suma
prudencia. Los criterios de muerte pueden, deben y tienen que ser racionales y
prudentes, pero no pueden aspirar nunca a ser ciertos. Tal esla conclusión a la
que quería llegar en este epígrafe.

11. EN TORNO AL QlAGN6STICO DE MUERTE

Pensemos en el caso del llamado en inglés persistent vegetative state, y en


español estado vegetativo permanente. Traduzco el adjetivo inglés persistent
por permanente, en vez depor persistente, como en un principio parecería
más lógico. Ello se ,de;be,~iintento de utilizar el lenguaje con un mínimo de
precisión. E.l estado vegetativo comienza siendo persistente, pero o es reversi-
ble o acaba haciéndose permanente. Este matiz tiene importantes consecuen-
cias médicas, razónpor la cual conviene distinguir bien las dos situaciones. Al
estado vegetativo permanente le es consustancial la irreversibilidad, cosa que
no sucede en la fase de estado vegetativo persistente. Esto cobra particular
relevancia cuando se pretenden analizar los problemas éticos, ya que en los
estados permanentes, y por tanto irreversibles, las obligaciones derivadas del
principio de no-rnaleficencia son muy distintas a las que existen en otros tipos
de casos. Conductas que enel J:<:VP pueden resultar perfectamente lícitas, se
calificarían de intolerables e i1ícitas en situaciones de reversibilidad clinica 11.

He intentado dar las razones por-las que, en contra del uso mas común,
hemos preferido la traducción de permanente a la de persistente. Las versio-
nes excesivamente literales atentan muchas veces contra la propia precisión
del lenguaje. Es una paradoja que la búsqueda de la precisión sintáctica pueda
llevar a veces a la imprecisión semántica. En medicina son frecuentes los •
anglicismos sintácticos que llevan agraves incorrecciones semánticas. La tra- I

ducción de persisten: por persistente es un típico ejemplo de esto. Otro es el de

11 Cf. Diego Gracia, «El Estado Vegetativo Permanente y la ética", Jano 1994; 47 (1106):
29-31.

337
traducir cardio-pulmonar resuscitation por «resucitacíón cardiopulmonar». E
castellano resucitar significa devolver a la vida a quien está muerto. Por ~
contrano, reanimar significa estimular la funcionde algún órgano o aparato e
del cuerpo entero. Se reanima lo vivo y se resucita' lo muerto. Esto es así en
castellan?, a ~esar de que no tiene fundamento filológico alguno. Reanimar
procede Gel terrmno latino re-animare, que significa volver a animar, a tener
alma. Muc~as culturas primitivas y antiguas creyeron en la pluralidad de al.
mas.iy ~onslderaron el inicio de la vida como un proceso de animaciones suce-
sivas; dicho de otra manera, pensaron que la vida no se inicia de una vez por
todas, sino que tiene niveles distintos, que van animándose paulatinamente.
Esta es la llamada teoría de las animaciones sucesivas, que en la cultura occi-
dental de~endieron ,l.a práctica totalidad de los filósofos griegos, a la cabeza de
ellos Platón y Aristóreles, De ahí que el proceso de des-animación sea también
pa,ulanno .. Uno va des-,animándose poco a poco. Por súpuesto, la des-anima.
cI~n. definitiva es .Ia perdida del Ilam~do «esp!ritu vital", que los filósofos y
médicos gnegos situaron en el corazon. La perdida de este espíritu o alma
coincide con la muerte, y ésa es la razón de que la medicina haya certificado
s~empre la muerte mediante el diagnóstico de la pérdida de las llamadas fun-
cione? vitales, el pulso y la respiración. La muerte es, por tanto, una des-a ni-
macion '. p~ro no toda desanimación va acompañada de muerte. De hecho, en
nues.tro Idioma el verbo desanimar tiene hoy corno único sentido el de pérdida
parcI~1 ~el alma, es decir, de las funciones orgánicas, de la vitalidad, sin que
esa p:rdlda suponga o conlleve la muerte. El Diccionario de la Real Academia
Espanola da corno única acepción de desanimar la de «desalentar, quitar áni-
mas" '. En c?~secuencia, pues, podemos decir que en castellano desanimación
no s; identifica ~on muerte, sino más bien con lo contrario, con la disminución
o ~erdld~, parcial de funciones orgánicas, y que reanimación es la mera
e~nm~laclOn de una función orgánica debilitada o anulada, en una persona
aun viva.

Lo co~trario sucede con el término resucitar. También este término proce-


de ~el latín. El verbo suscitare significa en latín lo mismo que el castellano
suscitar; esto es: iniciar, activar, animar, provocar, levantar, promover. Re-suscitare
no tiene en latín sólo el sentido de volver a la vida, aunque también significa
esto. Como puede advertirse, pues, su área semántica es prácticamente idénti-
ca. a la de re-animare. Sin embargo, el paso del tiempo ha hecho que en nuestro
idioma, hoy: resucitar t~nga sólo. el sentido .de volver, a la vida lo ya muerto, y
r~ammar solo el de estimular ciertas funciones organicas en sujetos todavía
VIVOS. _

. Así las cosas, se plantea el problema de traducir al castellano la expresión


inglesa c~r~lOpulmonar resuscitation. El terna se complica, sin duda, por la
gran ambigüedad con que utilizamos el término muerte. Los médicos estamos
acostumbr~~os a certificar la muerte de una persona con el mero diagnóstico
de la cesacion de sus funciones vitales, la respiración espontánea yellatido

338
-------------

cardiaco. Sin embargo, ese certificado no es suficiente para el enterramiento.


y uno puede preguntarse por qué. Si estaba muerto, no se entiende por qué no
se le puede enterrar. Y si no se le puede enterrar, es que no estaba muerto. Esta
paradoja muestra bien, a mi entender, la gran ambigüedad del término muer-
te. Personalmente pienso que el diagnóstico médico de ITIuerte tiene corno
única función médica la retirada de todo tipo de soporte y cuidado, en la pre-
sunción fundada de que el proceso es mortal e irreversible. Pero en el momen-
to de la certificación de la muerte la irreversibilidad no puede establecerse con
absoluta certeza, sobre todo en los casos de muerte cardiopulmonar. Corno es
bien sabido, el diagnóstico de irreversibilidad es mucho más precoz y seguro
en los casos de muerte cerebral que en los de muerte cardiopulmonar. Pero si
esto es así, si en ese momento no es posible establecer con certeza el hecho de
la irreversibilidad, entonces cabe concluir que el certificado de muerte no la
acredita de modo cierto e indubitable, hasta el punto de que con él solo no
podemos saber si un individuo está définitivamente muérto. Tal es la razón del
periodo precautorio de veinticuatro horas antes del enterramiento. Y es que la
muerte definitiva no acontece más que con el proceso de descomposición del
cuerpo. Volver a la vida tras ello sería un auténtico fenómeno de resurrección.
Hasta entonces, lo más adecuado es hablar de 'reanimación. Si el sujeto res-
ponde a las maniobras de reanimación, es que el proceso no ·era irreversible, y
que por tanto no estaba verdaderamente muerto. y puesto que responde a
ellas, lo que hacemos no merece el nombre de resucitación, sino de simple
reanimación de una función vital comprometida. Con lo cual resulta que en el
campo .de las enfermedades agudas, el criterio de irreversibilidad de la muerte
no puede establecerse previamente a la reanimación cardiopulmonar. Un en-
fermo está cardiopulmonarmente muerto cuando, primero, sufré una parada
cardiorrespiratoria; y segundo, no responde a la reanimación; o, tercero, res-
ponde tras un periodo de tiempo tan prolongado, que le deja en situación de
muerte cerebral, es decir, con daño irreversible de todo su cerebro. En conse-
cuencia, en el orden de las enfermedades agudas no es posible establecer el
diagnóstico de muerte antes de comprobada la irreversibilidad mediante las
maniobras de reanimación. Lo cual quiere decir que mientras se aplican éstas
no podemos dar al individuo por muerto, ni por tanto hablar de resucitación.
Terna distinto es el de las enfermedades crónicas. En ellas la irreversibilidad se
establece de otra manera: no mediante la respuesta a las maniobras de reani-
mación, sino por el carácter irreversible de la etiología y la terminalidad del
proceso. Éste es el motivo por el que en tales casos la reannimación no está, en
principio, indicada.
1

Todo lo anterior demuestra que la muerte cardiopulmonar es la más pro-


pia de las enfermedades crónicas, y que en las agudas la muerte por antono-
masia es la cerebral. De los enfermos agudos sólo se puede decir que están
muertos cuando cumplen directamente los criterios de muerte cerebral, o cuan-
do se, hallan en parada cardiorrespiratoria y no responden a las maniobras de

339
'reanimación durante el tiempo que tarda en dañarse irreversiblemente el ce-
rebro, hasta el grado de cumplir con los criterios de muerte cerebral.

, ,Quizá ahora podemos aventurar una ~efinición de muerte, Para el diag-


nostico de muerte se necesita la concurrencia de dos series de criterios. De una
parte, el criterio clásico, el cese de funciones, bien cerebrales, bien cardio-
pulmonares. Esta es condición necesaria, pero no condición suficiente. La Con-
dición suficiente es la que se estableció científicamente en tiempo de Virchow
la irreversibilidad, corno consecuencia de la lesión celular o la muerte celular.
Cuando la función cesa pero no se produce muerte celular, la función puede '
recuperarse, y por tanto el estado es reversible. .

El problema es si consideramos que la muerte sólo existe cuando se dan


los criterios necesarios y suficientes, o por el contrario puede certificarse con
sólos los crit~rios necesarios. Y aquí la respuesta tiene que ser ambigua, como
.lo es el propio proceso que estamos estudiando. Si por muerte entendemos el
cese de las obligaciones de asistencia y cuidado, parece claro que puede situar,
se en el m.omento en q,ue se cumplen las condiciones necesarias (por ejemplo,
paro cardlOrresplratono e? .persona con una enfermedad en fase terminal),
aunque no se den las condiciones suficientes. A pesar de lo cual, a esa persona
no la podremos enterrar hasta que la irreversibilidad quede perfectamente
demostrada, en el periodo subsiguiente de veinticuatro horas.

. Est~ q,ue se dice de la muerte cardiopulmonar, puede valer también para


el dIagnostico de muerte cerebral. Se suele decir que la muerte cerebral es más
segura que la cardiopulmonar. Yes cierto, dado que en ella verificamos no sólo
los criterios de necesidad sino también de suficiencia, es decir, exigimos la
muerte celular. Pero ello no tiene por qué suceder siempre. Por ejemplo, en el
EVPhay muerte cortical, pero no de todo el cerebro. ¿Puede considerarse muerta
la p;erso~a qu~ está en esa situación? Mi opinión es que sí, siempre que se
defm~ bien que se entiende por muerte. No es que se la pueda enterrar, o cosa
parecrda. Es que pueden suspenderse todas las maniobras médicas de aten-
ción .y cuidado, exactamente lo mismo que se hace con una persona en fase
terminal que sufre una parada cardiaca. A quien está en EVP se le pueden
susperJ(le{ todas las maniobras médicas y de cuidado. De este modo evolucio-
a
narál¡ cia.una de las dos soluciones clásicas: o bien hacia la muert~ cerebral
,Qbienhacia la ca:diopulmonar. Pues bien, la condición suficiente, por ejemplo
Para el enterramiento, sería el diagnóstico de muerte cardiopulmonar, o de
muerte c,erebral completa,

'í,}!, ,¡; ¡

¡.~.;)~OBRELA ÉTICA DE LA MUERTE


-!l.~i#~'·
:'. .J J.,:' ,

~"·W~<?g<?
se esco d esto es .un. buen ejemplo de cómo tras
. las precisiones terminológicas
, h': ,,[1"en preCISiones conceptuales que siempre son de enorme importan-
/'
cia pero sobre todo cuando acechan cuestioneséticas, es decir, cuando necesi-
tamos definir nuestros deberes para con los seres humanos en general, y en
particular para con los enfermos. No hay ninguna duda de que nuestras o.bh-
gaciones morales para con las demás personas dependen en buena medida,
bien que no en toda, de las condiciones biológicas en que se ~nc~entren. Nues-
tras obligaciones morales para con quienes cumplen los cntenos de muerte
cerebral no son las mismas que para con aquellos que no las cumplen. De
modo similar, nuestras obligaciones morales para con los enferm?s. agudo~ no
son las mismas que las que tenemos para con los enfermos cromcos, n~ los
medios que estamos moralmente obligados a poner con los enfe~mos r~verslbles
tienen nada que ver con los procedimientos moralmente obhgaton?s en .l~s
situaciones de terminalidad. Todos los seres humanos merecen consideración
y respeto, pero qué debe entenderse por consideración y por ~es?e~o es algo
que varía en razón de varios factores, entre ell~s el ~s,tado biológico de los
pacientes. Un cadáver merece toda nuestra consideración y respeto, pero na-
die duda que el contenido de esos términos es distinto en ese caso que en el de
una persona viva. Y entre éstas, tampoco cab~ la menor duda de que el conte-
nido de la consideración y el respeto es distinto ~n el caso de los enfermos
terminales que en de los que no lo son, o en el caso de los enfermos agudos
reversibles de los irreversibles.

La ética es la disciplina que estudia esto, cuáles son n~~stras ?blig~ciones


de consideración y respeto hacia los seres humanos, y la enea médica Intenta
precisar cuáles son nuestras obligaciones para con los enfermos, ~ e~ gener~l
para con todos aquellos que entran en relación.c~n el sisteIl!a s~nItano; Tradi-
cionalmente la ética médica ha intentado definir esas obl.lgaclones solo me-
diante la evaluación de las condiciones biológicas del s~J:~o. I:I0~ ~sto nos
parece no falso pero sí insuficiente. Además de .Ia conc!lclon biológica, que
desde el punto de vista de la ética da lugar a un pnncipio moral llamado de no-
maleficencia, la consideracion y el respeto de los seres humanos ?blIga a ~espe-
tar otros principios, como son el ~e auton?mí~ (lo qu: el paciente quiere o
decide) y el de justicia (lo que el bien comun pide o exige).

Sólo en este contexto adquiere su verdadero sentido el pr?blema ético de


la situación clínica conocida con el nombre de estado vegemnvo permanente.
Se trata de una situación auténticamente curiosa, más aún, ~esconcertanté.
Estos enfermos no cumplen los criterios de muerte cerebral ni los de muerte
cardiopulmonar. Por tanto, hay que considerarles vivos. P?r otra p~rte, su con-
ciencia está perdida de modo irreversible, y su expect':,tIva de VIda es en la
mayoría de los casos muy superior a los seis l!leses o al ano, con lo cual ta~po-
co puede considerárseles terminales. Esto quiere decir que deben s~r incluidos
en la categoría de los enfermos crónicos no terminales. Esta cate~or~a .se carac-
teriza desde el punto de vista moral, de acuerdo co~ el pnn~lp~o de no
maleficencia, por la obligación de poner todos los medios terapeuncos y ~e
cuidado. Por supuesto, no hay ningún remedio terapéutico para la destrucción

341
cortícal' propia del EVP,pero esta situación es compatible con cualquier otro
proceso patológico, que en principio habría obligación de tratar con todos los
medios disponibles. Por ejemplo, si un enfermo en EVP sufre parada
cardiorrespiratoria, puede ser reanimado. y el problema que se plantea es si
hay obligación o no de hacerla. En principio habría que decir que sí, a pesar de
que esto cond uce a paradojas insufribles. De tal calibre son estas paradojas,
que para muchos, entre los cuales me incluyo, debería sacárseles de esa cate.
goría e incluirles dentro de la de muerte cerebral. Al perder de modo total e
irreversible la conciencia, podríamos decir que están cerebralmente muertos.

Eso obligaría a cambiar la propia definición de muerte cerebral, que pa-


saría a ser sinónima de pérdida total e irreversible de las funciones neocorticales,
en vez de ser, como ahora, la pérdida total e irreversible de las funciones de
todo el cerebro, incluido el tronco cerebral. Willard Gayling acuñó para este
tipo de pacientes el nombre de «neo muertos», ya que lo único que tienen anu-
lado es el neocortex. Hasta ahora no hay ninguna legislación que haya acepta-
do este criterio de muerte. Y ello por razones que, a pesar de su aparente
consistencia, carecen de verdadero peso. ¿Quien se atrevería, se dice, a ente-
rrar a estos pacientes, que tienen los ojos abiertos, duermen y se despiertan y
les late el corazón? Sin duda que nadie. Pero el hecho de que no debamos
enterrarlos no quiere decir que estén vivos. De hecho, la situación es muy
similar a la de la parada cardiorrespiratoria, o a la de la propia muerte cere-
bral. En el primero de esos casos hacemos un diagnóstico de muerte, pero que
no nos da derecho a enterrar al sujeto antes de veinticuatro horas. Y en el
segundo hacemos también un diagnóstico de muerte, pero que tampoco per-
mite el enterramiento hasta que no se produzca la parada cardíaca. Pienso que
en el caso del EVP hay muchas más razones que en el de la parada cardio-
rrespiratoria para permitir el diagnóstico de muerte, aun prohibiendo la inhu-
mación hasta la concurrencia de otro factor, que, como en el caso de la muerte
cerebral, debería ser la parada cardiorrespiratoria.

¿Es esta solución éticamente satisfactoria? Pienso que sí, aunque no pue-
da afirmarse de modo apodíctico y absoluto. Todo intento de llegar a segurida-
des absolutas en estos temas está llamado al fracaso. No es posible certeza
absoluta en temas que por su propia índole no permiten más que otro tipo de
certezas (o de incertidumbres), tradicionalmente conocidas, y no por azar,
corno certezas (o incertidumbres) morales.

Esto le sucede a la ética no sólo en el caso del diagnóstico de muerte, sino


en cualquier otro.

• La ética parte de un principio absoluto y sin excepciones, pero como


dijo Kant este principio es más canónico que deontológico. Este principio es el
de respeto de todos los seres humanos.
i't{t;'~:,:j: .

:1IlA'·
• Este principio hay que entenderlo en sentido formal, es d~cir, co~o
, .
una clase marernanca. Nos de fime lira
a case, pe no nos dice quienes estan 1
materialmente dentro. Lo UntCOque sa b emos es que hay puertas enidestaP case,1
' .
es decir que hay quien entra y quien sale. La muer:re es la sal! a. era a
, de la salida ya no es formal sino
definición " materia I, y por tanto nunca
" ' se
puede establecer de modo absoluto, y tiene carácter progrediente e histórico.

• En este orden material no se nos pueden pedir certezas absolutas, sino


sólo certeza moral y prudencia,. " Pri mero se crey.o, que la parada _ di
cardiorrespiratoria era suficiente como criterio ,de p;udencla. Luego se ana ~-
ron las veinticuatro horas, Hoy exigimos todavía mas, y es conocer la causa le
la muerte cardiopulmonar, y poder establecer un nexo causal correcto entre a
parada cardiaca y su causa.

• El concepto de muerte cerebral ha sido, a mi entender, un gran ava~ce


en este sentido. De hecho, es un criterio más fiable que el de muerte cardio-
pulmonar. Esto es importante decirlo.

• ¿Puede irse más allá, por este camino? Probablemente sí. Es.muy pro-
bable que acaben cambiando los criterios de muerte cerebral, es decir, de, todo
el cerebro, y que hasta acabe aceptando la muerte neoc?rt1caL ~st~ ~s IOglCO,
siempre que se respeten los principios de no maleficencia y de justicia.

343
19
EXTRACCIÓN DE' ÓRGANOS
A CORAZÓN PARADO

INTRODUCCIÓN

Para desarrollar el tema de la extracción de órganos a corazón parado es


necesario primero señalar con precisión el sentido de algunos términos; con-
cretamente, de dos, el de definición de la muerte, y el de diagnóstico de muer-
te. Son dos cosas distintas, que generalmente se mahejan con irritante impre-
cisión. Espero que el esfuerzo sirva para aclarar algo las cosas, y quizá también
para evitar algún que otro problema de conciencia.

En lo que sigue, intentaré plantear, en primer lugar, la definición formal


de muerte desde un punto de vista estrictamente filosófico. Después plantearé
un problema distinto y complementario, que es el de criterios prácticos de
diagnóstico de la muerte. Son dos problemas distintos. El primero es estricta-
mente teórico, y el segundo es práctico. El primero intenta responder a la
y
pregunta por el qué el segundo a la del cómo.

I. EL PROBLEMA FILOSÓFICO DE LA DEFINICIÓN FORMAL


DE MUERTE

Este es un punto muy desatendido en las discusiones clínicas sobre las


definiciones de muerte. Y sin embargo es de la máxima importancia. La muer- .
te no es sólo ni primariamente un hecho clínico, sino un fenómeno anta lógico, (
la pérdida de la vida, y con ello de la condición personal del ser humano. Esto
es importante, porque la determinación del momento exacto de la muerte de-
penderá de-qué entendamos por vida y por muerte. 7, (-

345
El interés de la filosofía en este tema, como ya he dicho, suele versar
sobre el «qué», en tanto que las preocupaciones de la ciencia tienen por objeto,
por lo general, desentrañar el «cómo». A la filosofía le interesa, por ejemplo,
saber qué es la vida, o qué es la muerte, no cómo se llega a vivir o a morir. Estas
últimas son cuestiones que habrán de responder las ciencias, por ejemplo las
biológicas y las médicas.

La pregunta por el qué no es nunca baladí. Ciertamente, no siempre se


pueden contestar, pero cuando se logra aclaran enormemente el panorama.
Las preguntas por el qué suelen tener otra característica, y es que siempre
resultan más complejas de lo que en un principio se suponía. En eso estriva,
precisamente, el carácter esclarecedor y crítico de la filosofía. Buscando el qué
siempre tiene que hacer distingas en los que el hombre corriente no había
caído, y que sin embargo resultan esenciales en el análisis preciso de la cues-
tión.

Esto es, exactamente, lo que pasa en el tema de la definición precisa de la


muerte. Hace un momento nos hemos visto obligados a distinguir entre dos
conceptos que por lo general se utilizan corno sinónimos, los de definición de
muerte y diagnóstico de. muerte. Distinguirlos es ya un logro, porque esto no
se ha hecho así a lo largo de la historia.' Los griegos identificaron, de hecho,
ambos conceptos, Para ellos la muerte se identificaba con la pérdida de funcio-
nes vitales. Tuvieron una idea funcionalista de la vida, y por ello identificaron
la muerte con la pérdida de las funciones vitales, representadas por el latido
cardiaco y la respiración espontánea. En la inspiración el ser vivo introduce en
su cuerpo un espíritu sutil, que es fuente de vida. La muerte es la pérdida de
esa función, la pérdida del espíritu. Quien no respira está muerto. Vivir consis-
te en respirar, y morir en dejar de hacerla. La muerte es la pérdida del espíritu,
que en los animales es material, y en los seres humanos es material y a la vez
espiritual. De ahí que para ellos el diagnóstico de muerte y la definición de
muerte se identificara.

Pero las cosas no son tan claras. Hay toda una amplia literatura sobre el
tema de los enterrados vivos, que parece demostrar que la muerte no se iden-
tifica sin más con la pérdida de una o varias funciones. Y ello por la sencilla
r~zón de que tampoco sabemos con certeza que esa pérdida sea total y defini-
tiva, es decir, irreversible. Esto es lo que hizo, ya en el mundo moderno, intro-
ducir un criterio de muerte distinto del funcional. La muerte de un organismo
VIVO no puede consistir, se dice ahora, más que en su des-organización, lo cual
no;~:ucede más que cuando pierde no ya sus funciones, sino su estructura; es
~eCir, cuando se descompone. La definición de muerte no es, pues, funcional
sino .estr~ctural. A partir de la obra de Virchow, cuando se afirma que la uni-
dad biológica y patológica es la célula, se dirá que ésta es la que vive, enferma
y muere. Vida es siempre1vida celular; la patología no puede ser más que celu-
.:!.~r~y la muerte, la verdadera muerte, es también la celular. La pérdida de
funciones podrá servir como criterio patognomónico o diagnóstico, pero nun-
ca será lo definitorio de la muerte. En un organismo, la muerte no puede con-
sistir más que en la desorganización de sus células.

Dejemos de lado si la célula es la unidad biológica elemental, o si hay


estructuras vivas subcelulares. Se responda como se quiera a esta pregunta,
seguirá siendo verdad que muerte es desestructuración o desorganización, y
no primariamente disfunción. La teoría de la disfunción era lógica en una épo-
ca en que se aceptaba un estricto dualismo, y se suponía que la vida y la muer-
te consistían en la ganancia o la pérdida del alma. Cuando esto no se interpre-
ta así, cuando vida y muerte tratan de interpretarse en términos estrictamente
somáticos, es decir, orgánicos, la vida nopuede definirse más que como orga-
nización, y la muerte como desorganización.

Pero cuando se habla de seres humanos surge un problema complemen-


tario del anterior. El ser humano no sólo está vivo, sino que además accede por
su inteligencia a un mundo distinto del animal, el mundo del espíritu. En el ser
humano, pues, pueden producirse dos muertes: una en tanto que animal vivo,
y otra en tanto que ser humano. No está dicho en ningún lado que ambas
muertes hayan de coincidir, como tampoco está que aparezcan al mismo tiem-
po. Todas las teorías epigenéticas han defendido siempre que lo humano del
hombre aparecía tiempo después que las funciones propiamente vitales yani-
males.

Esto nos obliga a definir la muerte humana. De siempre se ha tenido la


certeza de que esto puede hacerse de dos maneras. Una primera es pensar que
la muerte humana consiste en la pérdida irreversible de las facultades llama-
das superiores, aunque siguieran subsistiendo las puramente vegetativas y
animales. El ejemplo paradigmático de esto es el llamado técnicamente «esta-
do vegetativo». En él no hay ni puede haber funciones propiamente humanas,
funciones intelectuales, ya que la corteza cerebral está completa e irreversible-
mente destruida, pero sí hay funciones vegetativas y vitales. De estos seres
puede decirse, del modo más rotundo, que han perdido las estructuras
específicamente humanas. Si se acepta un epigenetismo que en este caso se
aplica a la muerte, y no al nacimiento, hay que decir que estos seres son pura
y estrictamente animales, y no seres humanos. Lo humano lo han perdido.
Fueron seres humanos, pero ya no lo son. Merecen respeto porque fueron se-
res humanos, como lo merece un cadáver, pero nada más. No tenemos con
ellos las obligaciones que con los seres humanos.

Pero puede mantenerse ante .ellos otra postura, no epigenetista, sino


preformacionista. Consiste ésta en afirmar que un ser humano es ser humano
desde el principio hasta el final, y que por tanto 10 sigue siendo aunque haya
perdido sus funciones superiores. El estado vegetativo merece el mismo respe-
to que un ser humano normal. La muerte es sólo una, la desintegración total

347
",>, ..
'..

del organismo. No hay dos muertes sino una. El hombre nunca puede hallarse
reducido a la condición de mero animal vegetativo. O se desintegra totalmen-
te, o es un ser humano. No valen estados intermedios.

Esta opinión es, a mi entender, difícilmente defendible, y esconde siem-


pre en su seno la ancestral creencia en el dualismo, la idea de que el ser huma-
no es hombre hasta que no pierde el alma espiritual, cosa que no sucedería
más que en el momento de la muerte. Aunque tenga irremisiblemente perdida
la corteza, si vive, el ser humano seguiría siendo la sede de un alma espiritual,
y por tanto hombre de pleno derecho. Naturalmente, pensar así sólo es posible
desde una concepción enormemente primitiva de lo que es el alma y el espíri-
tu. Sólo diré que la doctrina del alma y del espíritu no sólo no tiene que ir
unida necesariamente a este preformacionismo rígido, sino que se explica mucho
mejor desde posturas epigenéticas.

Por otra parte, así es como se ha pensado a todo lo largo de la historia


occidental. En la cultura occidental se impuso desde el principio la idea de que
el hombre es el animal dotado de lógos o razón. La definición canónica la dio
Aristóte.les al comienzo del libro de la Política. Hasta tal punto es esto así, que
todo ammal dotado de lagos es humano, y que la pérdida del lagos es la perdi-
da de la humanidad. .

Esto significa varias cosas. En primer lugar, que del hombre podemos dar
u.na definición formal, en términos de persona dotada de lagos o de inteligen-
cia, que por tanto es responsable de sus actos, fin en sí mismo, etc, Hay una
clase, q~e .es la clase de los sujetos que son de este tipo, o que tienen estas
caractensncas,

Esto no se discute. Lo que ha planteado siempre problemas son los confi-


nes de esa clase. Hay un problema, que es el problema del confín. Éste siempre
ha planteado problemas. Ejemplos:

1) Los «bárbaros». Bárbaro como término onornatopéyico, el que no sabe


hablar, y el que no tiene razón; por tanto, el extranjero. El bárbaro no era
humano.

2) Los «monstruos».

3) Los «indios» americanos.

'. Me imere,sa deja: c~a~o que nosotros somos mucho más exigentes que
mnguna otra epoca histórica. Nosotros no discutimos la humanidad de los
malforma?o.s congénitos, ni la de los bárbaros, etc, Llevamos la humanidad
hasta el 1.1 mite, y por tanto consideramos que se es humano hasta que no se
han' perdido las .facultades intelectuales de un modo completo e irreversible.
Esto es preciso tenerlo en cuenta, porque parece que nuestra época es especial-
mente permisiva en estos temas, y no es verdad. Sucede exactamente lo con-
trario. .'

En cualquier caso, es claro para todos que la desestructuración del soma


de las neuronas corticales supone la pérdida irreversible de las funciones supe-
nores, espirituales o específicamente humanas. Cuando sucede eso, se pasa al
estado que hemos definido, con toda precisión, como estado vegetativo. Quien
se halla en esa situación está vivo, pero carece de una vida específicamente .
humana. Tiene vida, pero exclusivamente vegetativa,

A partir de estas reflexiones creo que-ya es posible establecer algunos


criterios de definición de la muerte. Como mínimo hemos de distinguir, en el
caso del ser humano, dos tipos de muerte, la muerte propiamente humana y la
muerte ~eget~tiva o animal. La primera se produce no ya cuando, se pierden
las funciones Intelectuales; sino cuando se desestructura de modo total e irre-
versible la corteza cerebral. La muerte cortical es la muerte humana. No hay
otra definición posible de la muerte humana. El hombre muere, en tanto que
hombre, cuando tiene perdidas de modo completo e irreversible sus funciones
superiores. Y esto acontece cuando se desorganiza su corteza cerebral.

Hay otra muerte, la muerte vegetativa o animal. Esta sucede a mi enten-


der, no cuando tiene parada cardiorrespiratoria, sino cuando se desorganizan
o descomponen sus órganos vitales. Por supuesto, la desorganización va a traer
como consecuencia la pérdida de su función, pero lo definitivo y definitorio no
es la pérdida de la función sino la desorganización, la descomposición.

,As~las cosas, ~e interesa dejar bien claro que la muerte no se define por
la perdida de funciones cerebrales o de funciones cardiorrespiratorias, sino
por la desorganizacion, y que esta desorganizaciórr es doblé. Cuando se desor-
ganiza la corteza cerebral, aparece la muerte intelectiva o superior; y cuando
se desorganiza la estructura de los órganos vegetativos o vitales, la muerte
vegetativa o animal. Así se define la muerte, y no puede ser de otro modo.

n, SOBRE EL DIAGNÓSTICO DE MUERTE

. ~?mo habrá podido verse, las defmiciones de muerte que propongo no se


Identifican DIcon la clásica definición de muerte cerebral ni con la de muerte
cardioi:)Ulm.o~ar.Y es que, a mi entender, éstas no son, a pesar de lo que se
diga, definiciones de muerte, sino criterios diagnósticos de muerte, que es
cosa distinta. Intentaré explicarme.

Como ya indiqué antes, entre la definición de muerte y el diagnóstico de


muerte existe la misma diferencia que entre el qué y el cómo. La muerte se

349
produce o sobrevienede ciertas maneras. Ellas son los modos como se muere.
ASÍ,por ejemplo, la parada cardiorrespiratoria no significa sin más muerte,
pero es el modo como hemos solido diagnosticar la muerte, y como seguimos
haciéndolo hoy. El c:orazónes una simple bomba aspirante impelente, y por
tanto no pue?e ~ervu para definir la muerte. Cuando un corazón deja de fun-
cionar; en pnnc~p~opu:de sustituírsele por otro, ya sea de otro ser vivo, ya
puramente n:ec~mco.SIse hiciera esto, y cuando ello es posible, no hay duda
de que se evirana la muerte. Por mucha falta de respuesta a las maniobras de
r
reanimación, pO,rmucha .~isociación eléctromecánica del ECG, no hay duda
de que se resntuina la funclOn,y con ello se evitaría la lesión irreversible de los
órganos vitales, y por tanto la muerte.

El :orazón,. pues., no sirve para definir la muerte, pero sí sirve para


diagnosticarla- Siguesiendo cierto que cuando el corazón se para y no respon-
de a las ~amobras de re~mmación, si no se procede a reemplazar sus funcio-
nes medIante otro corazón ti un aparato, el individuo morirá en muy pocos
minutos. y como ese reemplazo es unas veces imposible y otras inútil, resulta
que en todos esos casos la parada cardiaca irreversible es un criterio diagnós-
tico de muerte pe:fectamente válido y útil. La parada cardiaca es la antesala
de la muerte biológica, es decir, de la desestructuración y descomposición de
la corteza cerebral y de los demás órganos del ser humano.

. He.distinguido dos situaciones, aquella en que el reemplazo del corazón


irreversIbleme~te parado ~s inútil, y aquellas otras en que es imposible. Son
dos casos sensiblemenrs dlstmtos. En el primero, la parada cardiaca es el tér-
mino del proceso,dedeterioro orgánico del individuo. Esto sucede en todas las
enfermedades crorucas en su fase terminal. La parada cardiaca suele ser el
r~sultado d~ un fracaso g.eneralizado del organismo, que por ello mismo se
dice que esta en f~~eterminal. En todas estas situaciones la causa del proceso
de, ~esestructuraclon suele estar perfectamente definida. El ejemplo paradig-
matl~o es el de los tumores llamados malignos. Se les llama así, malignos,
precisamente porque conducen a esa situación. Cuando esto sucede el fallo
cardiaco no es la,verdadera causa de la muerte, ni por tanto se evita ésta
sustituyendo ese organo .0 ~upliendo su función. En tales situaciones, pues, la
parada cardiorrespiratoría Irreversible no hay duda que es signo diagnóstico
?atog~omomco de m~ene. La desorganización del cüerpo se va a producir
ineludiblemente, queramoslo o no. No tenemos modo de evitarlo.

:En,los casos en que la parada cardiorrespiratoria no es el final de una


patología que necesanamente ha de conducir en breve plazo a la muerte, y
que por tanto ha colocado ya al individuo en fase terminal ese criterio tiene
en principi?, una sig~ificaci~ndistinta. En estos casos, en ~fecto, la suplenci~
de la~ funciones cardlOr~esplratorias puede evitar la muerte, al no permitir el
detenoro dejos otr~s tejidos orgánicos. Esa suplencia puede hacerse de varias
maneras. Una, la mas elemental, son las llamadas maniobras de reanimación.
Las maniobras de reanimación son procedimientos simples de suplencia de las
funciones cardiorrespiratorias. Dada su facilidad y su eficacia, hoy resultan
absolutamente obligatorias, precisamente porque en estos casos la simple pa-
rada cardiorrespiratoria no se corresponde sin más con la muerte, no significa
sin más muerte. Estas maniobras son un procedimiento excelente de suplen-
cia. Es tan eficaz, que no sólo evita eJ deterioro de los demás órganos del
cuerpo, sino que además restablece la función cardiaca prácticamente en to-
dos los casos siempre que ello es posible. Cuando esto no sucede, cuando la
función cardiaca no se restablece, ello se debe a que hay patología sobreañadida,
es decir, a que la muerte no es meramente funcional, mera parada cardíaca,
sino lesiona!. Cuando la función cardiaca no se restablece tras un periodo pru-
dencial de reanimación, es que hay un substrato patológico que es la verdade-
ra causa de la muerte. En cuyo caso nos encontramos en el supuesto anterior;
el de las enfermedades que conducen a la muerte, y de las que la parada cardiaca
no es más que un síntoma.

Es importante dejar claro este concepto. Cuando las maniobras de reani-


mación se realizan correctamente, es decir, de acuerdo con los criterios esta-
blecidos por las sociedades científicas (corrección en la técnica, duración de
media hora, comprobación posterior de la disociación electromecánica), se
puede estar seguro de que quien no responde a ellas tiene una pat?logía de
base que le ha producido la muerte, y de la que la parada no es mas que un
mero síntoma. No es un paciente en parada, sino un paciente muerto, pues en
él se ha producido una desorganización o desestructuración orgánica tal, que
resulta incompatible con la vida.

De esto se deduce que todas las demás hipótesis de suplencia de las fun-
ciones cardiorrespiratorias son prácticamente inútiles. Si no hay patología grave
subyacente, la reanimación cardiopulmonar es método de suplencia suficien-
te, y.si la hay, todos los otros posibles métodos de suplencia, sean cuales fueren,
resultan inútiles.

Esto es en buena medida así. Pero no lo es del todo. Si así fuera, los
trasplantes cardiacos carecerían de toda indicación: en unos casos serían inne-
cesarios, y en otros inútiles. Y sin embargo sabemos que no es así. Hay casos en
los que la enfermedad subyacente que "provoca la muerte es, precisamente,
cardiaca. En estos casos el corazón se parará, y las maniobras de reanimación
serán inútiles, precisamente porque hay una patología cardiaca muy grave,
mortal. Esos son los casos en los que está indicado el transplante de corazón.
Nada más. Para que el transplante sea un procedimiento indicado se requiere
que la patología subyacente sea de causa cardiaca, y no otra, y que sea tan
grave que vaya a conducir a la muerte. Estos son los casos en los que un proce-
dimiento de sustitución de las funciones cardiopulmonares distinto de la re-
animación, como es el transplante, está indicado.

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Con esto queda establecido en lo que considero son sus justos términos el
tema del diagnóstico de la muerte cardiopulmonar. Queda ahora el de la muerte
encefálica. Como ya he dicho antes, la definición de .muerte humana no puede
consistir en otra cosa que en el cese irreveresible de las funciones superiores o
intelectuales. Los criterios de muerte encefálica .o cerebral no son definitorios
de este tipo de muerte. De hecho, un individuo puede estar humanamente
muerto y no cumplir con los criterios de muerte encefálica. Lo cual no quiere
decir que esos criterios no posean una alta racionalidad. En este punto se ha
querido utilizar criterios a potiori. Dada la dificultad de diagnosticar la muerte
cortical irreversible, lo que se han puesto a punto son criterios clínicos que den
absoluta seguridad de que la muerte cortical se ha producido. Esa seguridad
no se puede alcanzar desde la mera exploración clínica más que con los signos
patognomónicos de muerte de todo el cerebro, incluido el tronco cerebral. Si .
todo eso está muerto no hay duda de que también lo está la corteza. Los de
muerte cerebral son criterios a potiori. Pero queda en pie la cuestión de si
quienes se hallan en muerte cortical están muertos o no. A mi modo de ver, no
hay duda de que están humana o intelectualmente muertos, aunque no lo
estén vegetativa o viralmente. Esto es importante, porque nuestras obligacio-
nes éticas dependen de el diagnóstico preciso de esa situación.

III. LOS PROBLEMAS DE LA EXTRACCIÓN DE ÓRGANOS


A CORAZÓN PARADO

Una vez definida la muerte en sus distintas formas, 'y-analizados también


los criterios de diagnóstico de muerte y su racionalidad, podemos planteamos
ya elterna de la extracción de órganos a corazón parado. Se trata, como es
obvio, de sujetos que cumplen con los criterios de muerte cardiopulmonar,
pero .no con los criterios de muerte cerebral. No tienen ni anulada la corteza,
ni anulado el cerebro entero, incluido el tronco cerebral, sino sólo parado el
corazón. El problema es determinar en qué condiciones o circunstancias la
estracción de ese u otro órgano es moralmente posible.

Como ya dijimos antes, si el paciente está sano, lo lógico es que responda


a las maniobras de réal1!mación realizadas s:onforme a los criterios técnica-
mente establecidos. En consecuencia, no se puede utilizar como donante de
órganos a quien está en parada cardiaca, si no se le ha sometido a las manio-
bras de reanimación conforme manda el arte, es decir, por personal técnica-
mente preparado, durante una media hora, y una vez comprobáda la disocia-
ción electrocardiográfica.

-f¡ •. :'i\ntes dijimos que quien no responde a esas maniobrases porque tiene
una.patologfa subyacente que es la verdadera causa de su muerte. Esto signi-
fica:que todo donante de órganos tiene que estar en parada cardiorrespiratoria
pOE,un proceso patológico, que es la verdadera causa de su muerte. Es impor-
tante tener eso en cuenta, porque el conocimiento de la etiología de su proceso
es la mejor garantía de que no se procede precipitadamente. En cualquier
caso, aunque no se conozca la causa, no hay duda de que la no respuesta a las
maniobras de reanimación es motivo suficiente para pensar que la causa exis-
te, por más que no se conozca, o que su conocimiento no sea posible en ese
preciso momento.

Los donantes de órganos en parada cardiorrespiratoria son, pues, perso-


nas que poseen dos condiciones: primera, no responder a las maniobras de
reanimación, y segunda tener una patología grave subyacente, que es la ver-
dadera causa de su muerte. De aquí se deducen dos consecuencias muy impor-
tantes: Primera, que no se pueden utilizar para transplante los órganos daña-
dos por su patología de base, sino aquellos otros que no han sufrido las conse-
cuencias de su proceso patológico. Y segunda, que deben considerarse donan-
tes aquellos que tienen una patología de base que les hace refractarios a las
maniobras de reanimación, y en los que el órgano dañado no puede ser susti-
tuido por un procedimiento alternativo, que en algún caso podría llegar a ser
un transplante. Esto es importante no perderlo de vista, al menos en una con-
sideración teórica rigurosa, ya que cuando un órgano vital está enfermo y
falla, lo primero que hay que pensar no es que tenemos un donante de órga-
nos, sino más bien un paciente necesitado de un órgano, de un transplante de
órganos,

Naturalmente, eso no es posible la mayoría de las veces. Hay muchos


pacientes que llegan a la parada cardiorrespiratoria por una enfermedad de
, base que es mortal, y que afecta a su organismo de modo que no es reparable
mediante ningún procedimiento conocido, incluido el transplante. El ejemplo
más significativo es, quizá, el de la hemorragia subaracnoidea. Este es un caso
en el que hay una patología de base que es la productora de la muerte, que
hace imposible muchas veces la continuación de la vida, y que no puede tratar-
se mediante ningún procedimiento conocido, incluido el transplante. Estos
son los sujetos que pueden y deben considerarse candidatos idóneos para ser
considerados donantes de órganos por la vía de la parada cardiorrespiratoria.

Lo hasta aquí dicho es compatible con criterios sensatos de extracción de


órganos bajo parada cardiorrespiratoria, pero es incompatible con otro tipo de
criterios, que a mi entender no son sensatos. Me estoy refiriendo a los llama-
dos criterios de Pittsburg. Como es sabido, estos criterios se refieren a pacien-
tes que rechazan tratamientos vitales y aceptan explícitamente ser donantes
de órganos, En esas condiciones, se les suspenden las técnicas de soporte, tras
la parada cardiaca comprobada por cualquiera de los siguientes criterios: di-
sociación electromecánica de dos minutos, electrocardiograma plano durante
dos minutos, o fibrilación ventricular de dos minutos.

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