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LEYENDA DE LA COCA

Era por el tiempo en que habían llegado a estas tierras los conquistadores blancos. Las jornadas
siguientes a la hecatombe de Cajamarca fueron crueles y sangrientas. Las ciudades fueron
destruidas, los cultivos abandonados, los templos profanados e incendiados, los tesoros sagrados y
reales arrebatados. Y, por todas partes en los llanos y en las montañas los desdichados indios
fugitivos, sin hogar, llorando la muerte de sus padres, de sus hijos o de sus hermanos. La raza,
señora y dueña de tan feraces tierras yacía en la miseria, en el dolor. El inhumano conquistador,
cubierto de hierro y lanzando rayos mortales de sus armas de fuego y cabalgando sobre briosos
corceles, perseguía por las sendas y apachetas a sus espantadas victimas.

Los indios indefensos, sin amparo alguno, en vano invocaban a sus dioses. Nadie, ni en el cielo ni
en la tierra, tenía compasión de ellos.

Un viejo adivino llamado kjana-chuyma que estaba, por orden del inca, al servicio del templo de la
isla del Sol, había logrado huir antes de la llegada de los blancos a las inmediaciones del lago,
llevándose los tesoros sagrados del gran templo. Resuelto a impedir a todo trance que tales
riquezas llegaran al poder de los ambiciosos conquistadores, había conseguido después de vencer
muchas dificultades y peligros, en varios viajes, poner a salvo por lo menos momentáneamente; el
tesoro en un lugar oculto de la orilla oriental del lago Titicaca.

Desde aquel sitio no cesaba de escudriñar diariamente todos los caminos y la superficie del lago
para ver si se aproximaban las gentes de Pizarro.

Un día los vio llegar. Traían precisamente la dirección hacia donde él estaba. Rápidamente resolvió
lo que debía hacer. Sin perder un instante, arrojo todas las riquezas en el sitio mas profundo de las
aguas. Pero cuando llegaron junto a él los españoles, que ya tenían conocimiento de que kjana-
chuyma se había traído consigo los tesoros del templo de la isla, con intención de sustraerlo al
alcance de ellos, lo capturaron para arrancarle si fuera preciso por la fuerza el ansiado secreto.
Kjana-chuyma se negó desde el principio a decir una palabra de lo que los blancos le preguntaban.
Sufrió con entereza heroica los terribles tormentos a que lo sometieron. Azotes, heridas,
quemaduras, todo, todo soporto el viejo adivino sin revelar nada de cuanto había hecho con el
tesoro.

Al fin los verdugos, cansados de atormentarle inútilmente, le abandonaron en estado agónico para
in por su cuenta a escudriñar por todas partes.

Esa noche, el desdichado kjana-Chuyma, entre la fiebre de su dolorosa agonía, soñó que el Sol,
Dios resplandeciente, aparecía por detrás de la montaña próxima y le decía:

-Hijo mió, tu abnegación en el sagrado deber que te has impuesto voluntariamente, de resguardar
mis objetos sagrados, merece una recompensa. Pide lo que desees, que estoy dispuesto a
concedértelo.

-¡Oh!, Dios amado – respondió el viejo- ¿Qué otra cosa puedo yo pedirte en esta hora de duelo y
de derrota, sino la redención de mi raza y el aniquilamiento de nuestros infames invasores?

-Hijo desdichado-le contesto el Sol- Lo que me pides, es ya imposible. Mi poder ya nada puede
contra esos intrusos; su dios es más poderoso que yo. Me ha quitado mi dominio y por eso,
también yo como nosotros debo huir a refugiarme ene. Misterio del tiempo. Pues bien, antes de
irme para siempre, quiero concederte algo que esté aún dentro de mis facultades.

-Dios mió,- repuso el viejo con pena- si tan poco poder ya tienes, debo pensar con sumo cuidado
en lo que voy a pedirte.

Un grupo de habitantes del imperio del Sol, escapando de los intrusos, embarcándose en
pequeñas balsas de totora, atravesó el lago y fue a refugiarse en la orilla donde kjana-chuyma
estaba luchando con la muerte.

Los indios acudieron a cuidarlo. Kjana-chuyma era uno de los yatiris mas queridos en todo el
imperio, por eso los indios, rodearon su lecho
de agonía, llenos de tristeza, lamentando su próxima muerte. El anciano, al ver en torno de si ese
grupo de compatriotas desdichados, sentia mas honda pesadumbre e imaginaba los tiempos de dolor
y amargura que el futuro guardaba a esos desventurados. Fue entonces que se acordó de la promesa
del gran astro. REsolvio pedirle una gracia, un bien durable, para dejarlo de herencia a los suyos;
algo que no fuera ni oro ni riqueza; para que el blanco ambicioso no pudiera arrebatarles; en fin un
consuelo secreto y eficaz para los incontables días de miseria y padecimientos.

Al llegar la noche, lleno de ansiedad en medio de la fiebre que le consumía, imploro al sol para que
acudiera a oírle su ultima petición. Alos pocos momentos un impulso misterioso lo levantó de su
lecho y lo hizo salir de la choza.

Kjana-chuyma, dejándose llevar por la secreta fuerza que lo dirigía, subió por la pendiente arriba
hasta la cumbre del cerro. En la cima notó que le rodeaba una gran claridad que hacia contraste con
la noche fría y silenciosa. De pronto una voz le dijo:

-Hijo mío. He oído tu plegaria. ¿Quieres dejar a tus tristes hermanos un lenitivo para sus dolores y
un reconfortantes para las terribles fatigas que les guarda en su desampara?

-Si, si. Quiero que tengan algo con que resistir la esclavitud angustiosa que les aguarda. ¿Me la
concederás?

-Bien,- respondió la voz- mira en torno tuyo ¿ves esas pequeñas plantas de hojas verdes y ovaladas?
La he hecho brotar por ti y para tus hermanos. Ellas realizaran el milagro de adormecer penas y
sostener fatigas. Serán el talismán inapreciable par los días amargos. Di a tus hermanos que, sin
herir los tallos, arranquen las hojas y después de secarlas, las mastiquen. El jugo de esas plantas será
el mejor narcótico para la inmensa pena de sus almas.

Kjana- chuyma, sintiendo que le quedaban pocos instantes de vida, reunió a sus compatriotas y les
dijo:

-hijos míos. Voy a morir, pero antes quiero anunciaros lo que el INTI, nuestro Dios, ha querido en
su bondad concederos por intermedio mío: Subid al cerro próximo. Encontrareis unas plantitas de
hojas ovaladas. Cuidadlas, cultivadlas con esmero. Con ellas tendréis alimento y consuelo. En las
duras fatigas que os impongan el despotismo de vuestros amos, mascad esas hojas y tendréis nuevas
fuerzas para el trabajo.

En esos desamparados e interminables viajes que les obligue el blanco, mascad esas hojas y el
camino os hará breve y pasajero.

En los momentos en que vuestro espíritu melancólico quiera fingir un poco de alegría, esas hojas
adormecerán vuestra pena y os dará la ilusión de creerlos felices.

Cuando queráis escudriñar algo de vuestro destino, un puñado de esas hojas lanzado al viento os
dirá el secreto que anheláis conocer.

Y cuando el blanco quiera hacer lo mismo y se atreva a utilizar como vosotros esas hojas, le
sucederá todo lo contrario. Su jugo, que para vosotros será la fuerza de la vida, para vuestros amos
será vicio repugnante y degenerado: mientras que para vosotros los indios será un alimento casi
espiritual, a ellos les causará la idiotez y la locura.

Cuidad que no se extinga y conservarla y propagadla entre los vuestros con veneración y amor. El
viejo kjana-chuyma doblo su cabeza sobre el pecho y quedo sin vida.

Los desdichados indios gimieron por la muerte del venerable yatiri. Eligieron la cima del próximo
cerro para darle sepultura. Fue enterrado dentro de un cerco de las plantas verdes y misteriosas.
Recién en ese momento se acordaron de cuanto les había dicho al morir kjana-chuyma y recogiendo
cada cual un puñado de las hojitas ovaladas se pusieron a masticarlas.

Entonces se realizo la maravilla. A medida que tragaban el amargo jugo, notaron que su pena
inmensa se adormecía lentamente...
LA VIRGEN DE URKUPIÑA

Dicen que se le apareció a una pastora y que la hizo rica por ayudarla. Pero le negó el habla a
cambio del dinero que le dió.

El Festival de la Virgen de Urkupiña se celebra el 15 de Agosto en la ciudad de Quillacollo a 14Km


de la ciudad de Cochabamba, en el departamento de Cochabamba, Bolivia.
A fines de 1700 Siglo XVIII,a principios de la colonia, en la comarca de Cota (hacia el sudoeste de
Quillacollo), vivía una humilde familia de campesinos quienes subsistían gracias a la utilidad de su
pequeño rebaño de ovejas que se encontraban al cuidado de la hija menor.La muchacha se dirigía
diariamente hacia las bajas colinas del frente de Cota, pasando el río de Sapinku, donde había agua
y pasto en abundancia para su rebaño. Un día esplendoroso de agosto, cuando el sol jugueteaba con
los agrestes arbustos de la colina y el pasto esmeralda deslumbraba, se le apareció una Señora quien
tenía un hermosísimo niño en sus brazos, sostenía con ella largas conversaciones en el idioma
propio y nativo del lugar, el quechua. Frecuentemente la pastorcita jugaba con aquel niño en las
aguas de una vertiente que brotaba de las rocas.
Desde entonces, casi siempre la muchacha demoraba al retornar a la choza de sus padres, por lo que
éstos le preguntaron el motivo de sus tardanzas, la niña relató sus encuentros con la señora a quien
llamaba “Mamita y el niño”. Decía que la mamita y su niñito descendían a jugar con ella en la
chimpa juturis (o chimpa pilas), que así se llamaban y continúan llamándose las dos vertientes de
agua clara y dulce situadas al pie de la colina. Al oírla, sus
padres se alarmaron y se dirigieron repetidas veces a la verde colina para convencerse de los
increíbles relatos de la niña campesina.

Al reiterarse la visita de la "Mamita", la niña fue en busca de sus padres y estos al Doctrinero (las
parroquias eran denominadas doctrinas y por extensión al sacerdote Doctrinero), y vecinos del
rancherío, que anoticiados del acontecimiento decidieron cerciorarse de su veracidad, acudiendo al
lugar donde la niña los guiaba. La Virgen al ver que la pastorcita no aparecía se levantó del lugar
donde estaba y subió cuesta arriba el cerro, mientras la niña gritaba indicando con el dedo, en
quechua "Jaqaypiña urqupiña, urqupiña", que en español significa "ya está en el
cerro"",(urqu=cerro, piña=ya está), de ahí el nombre castellanizado deUrkupiña.

La señora al llegar a la cima, desapareció, pero lograron alcanzar ver una imagen celestial que se
esfumaba en la maraña de los algarrobales, cactus y ululas. Convencidos que la visión era extraña,
corrieron al pueblo. El párroco quien convocó a los pobladores, y junto a otras autoridades
acudieron al lugar del prodigio frente a la ranchería de Cota… La multitud bulliciosa trasladó esta
imagen a la capilla de Quillacollo y desde entonces es conocida como la Virgen de Urqupiña, quien
es muy venerada por el pueblo boliviano y los relatos de los milagros que se prodigan a sus devotos
son extraordinarios. En ese lugar, se construyó una capilla de la Virgen, actualmente se ha
trasladado la imagen al templo Matriz de Quillacollo hasta donde llegan peregrinos de toda Bolivia
y Sud América para venerar a la Virgen María de Urkupiña, patrona de la integración Nacional.
(Por Mons. Francisco Cano Galvarro y Mercedes Anaya de Urquidi)
EL DUENDE CAMBA

Esta historia que les vengo a contar acerca de un duende, pasó relativamente no hace mucho, pero sí
cierto tiempo atrás por los años 70 en las afueras de la ciudad de Santa cruz de la Sierra,
concretamente en una zona de campo en el 1974.

Como todos ustedes sabrán nuestra querida tierra cruceña ha experimentado muchos cambios desde
aquellos lejanos años. En esa época tenía muchos campos cercanos en los que tanto había
plantaciones, explotaciones ganaderas y explotaciones madereras que nutrían a la creciente ciudad
de recursos. En esos tiempos el abuelo de mi esposa tenía un próspero negocio de venta de madera
y pasaban harto tiempo en el campo junto con su familia.

Una hermosa mañana del 74 su mujer, la abuela de mi esposa, se fue a lavar ropa a un río cercano
como hacía siempre y junto a su hijo más pequeño, que apenas contaba con 6 o 7 meses y era su
habitual compañero. Llegaron al mismo lugar de siempre y ella dejó a su hijo en su canasto
mientras se disponía a lavar la ropa.

Mientras lavaba y lavaba, entre mirada y mirada que echaba a su retoño, advirtió una figura extraña
que se acercaba. Era un ser pintoresco que iba descalzo vistiendo harapos, pero lo más curioso de su
vestimenta era su enorme sombrero que le hacia sombra como si de una
seta gigante se tratase.

Cuando la mujer lo vió yendo en dirección hacia el bebe corrió fuera del agua mientras le gritaba
que quien era y qué quería. Este ente extraño no se paró ante las voces de la mujer y haciendo como
si no la oyese siguió acercándose hacia el recién nacido. Más bien se seguía acercando con su
sonrisa burlona y dando pequeños saltos.
Cuando la mujer consiguió salir del agua y llegar a donde su hijo, ya era demasiado tarde, y el
duende tenía agarrado en su regazo al niño. Al mirar a ese ser con ojos hundidos y negros como el
carbón, con nariz puntiaguda y sonrisa burlona, que no tenía ninguna intención de soltar al niño, al
cual más bien se aferraba con una mezcla de mueca burlona y siniestra... en ese momento la mujer
recordó los viejos cuentos de su madre sobre duendes en los que se decía que estos seres tienen asco
de un niño se ha defecado.

Rápido le dijo al duende: "Que asco! El niño se ha hecho caca." El ser rápidamente dejó al niño en
el suelo con una mirada asqueada y desapareció en la inmensidad de los árboles. Espero que les
haya gustado esta historia que he compartido. Es una historia que me contó mi suegra hace mucho
tiempo y tenía ganas de compartirla.
LA OLLA DE BARRO

Cuenta mi abuelito que hace muchos años atrás, después de que los españoles se fueron de nuestro
país, en un pueblo del Dpto. de La Paz, donde el vivía, juntamente con sus hijos, por el mes de
agosto de cada año, en una montaña cercano al pueblo por la media noche aproximadamente,
aparecía una fogata que ardía de repente y volvía a apagarse.

Curiosos, los jóvenes de ese entonces (dos jóvenes) decidieron ir a verificar qué era lo que sucedía.
Es así que una noche fueron a ver de cerca el fuego que ardía. Desde aquella vez a los dos jóvenes
no los volvieron a ver.

Atemorizados, los pobladores no fueron a buscarlos, pero un tiempo más tarde una persona que
acostumbraba a caminar por las montañas, por que le encantaba cazar animales de la selva, se
encontró frente al fuego que salía del suelo por unos segundos, sin quemar ninguno de los arboles
que lo rodeaba.

Se quedó a dormir en el lugar. A la mañana siguiente, se acercó a verificar de dónde provenía el


fuego, y encontró un pequeño orificio en la tierra. Curioso, el hombre se puso a escarvar. A unos 2
metros de profundidad aprox. encontró una ollita de barro cerrada. La sacó y al destapar salió un
gas tóxico color verdusco.

Cuando el gas se disipó vió que la ollita contenía objetos de oro que habían sido enterrados por los
Incas cuando llegaron los españoles, y esta persona si se sacó la lotería.
EL SOL Y LA LUNA

El primer Sol, el Sol del Tigre, nació en 955 a.c. Pero al final de un largo período de 676 años, el
Sol y los hombres fueron devorados por los tigres.
El segundo Sol era el del viento. Él fue llevado por el viento y todos los que vivían sobre la tierra, y
quienes se colgaban de los árboles para resistir a la tempestad se transformaron en monos.
Vino a continuación el tercer Sol, el sol de la Lluvia. Una lluvia de fuego se abatió sobre la tierra, y
los hombres se transformaron en pavos.
El cuarto Sol, el sol de Agua, fue destruido por las inundaciones. Todos los que vivían en esta época
se transformaron en peces.
El agua recubrió todo durante 52 años.

Pensativos, los dioses se reunieron en Teotihuacan:


- Quién se va a encargar ahora de traer la aurora sobre la tierra?
El Señor de los Caracoles, célebre por su fuerza y su belleza, hizo un paso adelante:
- Yo seré el sol, dijo él.
- Alguien más?
Silencio.
Todos miraron al Pequeño Dios Sifilítico, el más feo y desafortunado de los dioses, y decidieron:
- Tú.
El Señor de los Caracoles y el Pequeño Dios Sifilítico se retiraron a las montañas, que hoy son las
pirámides del Sol y de la Luna. Allá, en ayunas, meditaron.
Luego los dioses formaron un inmensa hoguera, contemplaron el fuego y los llamaron.
El Pequeño Dios Sifilítico tomó impulso y se tiró a las llamas. Resurgió enseguida después y se
elevó, incandescente, en el cielo.
El Señor de los Caracoles miró la hoguera ardiente, el seño fruncido. Avanzó, retrocedió, se detuvo,
dio varias vueltas. Como no se decidía, exasperados, los dioses lo empujaron. Pero antes de que se
elevara en el cielo, los dioses, furiosos, lo abofetearon y le pegaron en la cara con un conejo, tanto
que le retiraron su resplandor.
Fue así que el arrogante Señor de los Caracoles se volvió la Luna. Las manchas de la Luna son las
cicatrices de su castigo.

Pero el Sol resplandeciente no se movía.


El gavilán de obsidiana voló hacia el Pequeño Dios Sifilítico y le preguntó:
- Por qué no te mueves?
Y respondió, él, el menospreciado, el purulento, el jorobado, el cojo:
- Porque yo quiero la sangre y el reino.

Este quinto Sol, el Sol del Movimiento, iluminó a los toltecas e iluminó a los aztecas. Tenía garras y
se alimentaba de corazones humanos.
EL ROBO DEL FUEGO

Hace mucho tiempo, no se conocía el fuego, y los hombres debían comer sus alimentos crudos.
Los Tabaosimoa, los Ancianos, se reunieron y discutieron sobre la manera de obtener alguna cosa
que les procuraría el calor y les permitiría cocer sus alimentos.
Ayunaron y discutieron... y vieron pasar por encima de sus cabezas una bola de fuego que se
sumergió en el mar pero que ellos no pudieron alcanzar.
Entonces, fatigados, los Ancianos reunieron personas y animales para preguntarles si alguno de
ellos podía aportarles el fuego.
Un hombre propuso traer un rayo de sol a condición de que sean cinco para ir al lugar donde salía el
sol. Los Tabaosimoa aprobaron la proposición y pidieron que los cinco hombres se dirigieran hacia
el oriente mientras que ellos, llenos de esperanza, continuarían suplicando y ayunando.
Los cinco partieron y llegaron a la montaña donde nacía el fuego.

Esperaron la llegada del día y se dieron cuenta que el fuego nacía sobre otra montaña, más alejada.
Retomaron entonces su camino.
Llegados a la montaña, en un nuevo amanecer, vieron el fuego nacer sobre una tercera montaña,
aún más alejada. Prosiguieron así hasta la cuarta, después la quinta montaña donde, desalentados,
decidieron regresar, tristes y fatigados.
Contaron esto a los Ancianos quienes pensaron que jamás podrían alcanzar el Sol. Los Tabaosimoa
les agradecieron y se volvieron a poner a reflexionar sobre lo que podrían hacer.

Es entonces que apareció Yaushu, un Tlacuache sabio, y él les relató un viaje que había hecho hacia
el oriente. ofrendas. Ellos consintieron pero le amenazaron de muerte si éste los engañaba. Yaushu
sonrió sin decir una palabra.
Los Tabaosimoa ayunaron durante cinco días y llenaron cinco sacos de pinole que dieron al
Tlacuache. Yaushu les anunció que estaría de regreso en otros cinco días; debían esperarlo
despiertos hasta medianoche y si él moría, les recomendó de no lamentarse por él.

Portando su pinole, él llegó al lugar donde el viejo hombre contemplaba el fuego.


Yaushu lo saludó y fue solamente a la segunda vez que él obtuvo una respuesta. El viejo le preguntó
lo que hacía tan tarde en ese lugar.
Yaushu respondió que era el emisario de Tabaosimoa y que buscaba agua sagrada para ellos. Estaba
muy fatigado y preguntó si podía dormir antes de retomar su camino la mañana siguiente.
Debió suplicarle mucho pero al fin el viejo le permitió quedarse a condición de que no toque nada.
Yaushu se sentó cerca del fuego e invitó al viejo a compartir su pinole.
Este vertió un poco sobre el leño, tiró algunas gotas por encima de su hombro, después bebió el
resto. El viejo le agradeció y se durmió.

Mientras que Yaushu lo escuchaba roncar, pensaba la manera de robar el fuego.


Se levantó rápidamente, tomó una brasa con su cola y se alejó. Había hecho un buen pedazo del
camino cuando sintió que una borrasca venía sobre él y vio, frente a él, al viejo encolerizado.

Él lo reprendió por tocar y robar una cosa que no le pertenecía; lo mataría.


Inmediatamente él tomó a Yaushu para quitarle el tizón pero aunque éste lo quemaba no lo soltaba.
El viejo lo pisoteaba, le trituraba los huesos, lo sacudía y lo balanceaba.
Seguro de haberlo matado, se vuelve a vigilar el fuego. Yaushu rodó, rodó y rodó... envuelto en
sangre y fuego; llegó así delante de los Tabaosimoa que estaban orando.

Moribundo les dio el tizón. Los Ancianos encendieron los leños.


El Tlacuache fue nombrado "héroe Yaushu".
Lo vemos aún hoy marchar penosamente por los caminos con su cola peladaHabía percibido una
luz lejana y quiso verificar lo que era. Se puso a marchar durante noches y días, durmiendo y
comiendo apenas.
La noche del quinto día pudo ver que en la entrada de una gruta ardía un fuego de madera de donde
se elevaban grandes llamas y un torbellino de chispas.
Sentado sobre un banco un hombre viejo miraba el fuego. Era grande y llevaba un taparrabo de piel,
los cabellos blancos y los ojos horriblemente brillantes. De tanto en tanto alimentaba esta "rueda"
de luz con leños.
El Tlacuache contó cómo él permaneció escondido detrás de un árbol y que, espantado, él hizo
marcha atrás con precaución. Se dio cuenta que se trataba de alguna cosa caliente y peligrosa.

Cuando él hubo acabado su relato, los Tabaosimoa pidieron a Yaushu si él podía volver y traerles
un poquito. El Tlacuache aceptó, pero los Ancianos y su gente debían ayunar y orar a los dioses
haciendo.
EL LAGO TITICACA

Hace mucho tiempo, el lago Titicaca era un valle fértil poblado de hombres que vivían felices y
tranquilos.
Nada les faltaba; la tierra era rica y les procuraba todo lo que necesitaban. Sobre esta tierra no se
conocía ni la muerte, ni el odio, ni la ambición. Los Apus, los dioses de las montañas, protegían a
los seres humanos.
No les prohibieron más que una sola cosa: nadie debía subir a la cima de las montañas donde ardía
el Fuego Sagrado.

Durante largo tiempo, los hombres no pensaron en infringir esta orden de los dioses. Pero el diablo,
espíritu maligno condenado a vivir en la oscuridad, no soportaba ver a los hombres vivir tan
tranquilamente en el valle.
Él se ingenió para dividir a los hombres sembrando la discordia.
Les pidió probar su coraje yendo a buscar el Fuego Sagrado a la cima de las montañas.

Entonces un buen día, al alba, los hombres comenzaron a escalar la cima de las montañas, pero a
medio camino fueron sorprendidos por los Apus.
Éstos comprendieron que los hombres habían desobedecido y decidieron exterminarlos. Miles de
pumas salieron de las cavernas y se devoraron a los hombres que suplicaban al diablo por ayuda.
Pero éste permanecía insensible a sus súplicas.

Viendo eso, Inti, el dios del Sol, se puso a llorar. Sus lágrimas eran tan abundantes que en cuarenta
días inundaron el valle.
Un hombre y una mujer solamente llegaron a salvarse sobre una barca de junco.
Cuando el sol brilló de nuevo, el hombre y la mujer no creían a sus ojos: bajo el cielo azul y puro,
estaban en medio de un lago inmenso. En medio de esas aguas flotaban los pumas que estaban
ahogados y transformados en estatuas de piedra.
Llamaron entonces al lago Titicaca, el lago de los pumas de piedra.

MANCO CAPAC

En las tierras que se encuentran al norte del lago Titicaca, unos hombres vivían como bestias
feroces.
No tenían religión, ni justicia, ni ciudades. Estos seres no sabían cultivar la tierra y vivían desnudos.
Se refugiaban en cavernas y se alimentaban de plantas, de bayas salvajes y de carne cruda.
Inti, el dios Sol, decidió que había que civilizar estos seres. Le pidió a su hijo Ayar Manco y a su
hija Mama Ocllo descender sobre la tierra para construir un gran imperio.
Ellos enseñarían a los hombres las reglas de la vida civilizada y a venerar su dios creador, el Sol.

Pero antes, Ayar Manco y Mama Ocllo debían fundar una capital.
Inti les confía un bastón de oro diciéndoles esto:
- Desde el gran lago, adonde llegarán, marchen hacia el norte. Cada vez que se detengan para comer
o dormir, planten este bastón de oro en el suelo. Allí donde se hunda sin el menor esfuerzo, ustedes
construirán Cuzco y dirigirán el Imperio del sol.
La mañana siguiente, Ayar Manco y Mama Ocllo aparecieron entre las aguas del lago Titicaca. La
riqueza de sus vestimentas y el brillo de sus joyas hicieron pronto comprender a los hombres que
ellos eran dioses. Temerosos, los hombres los siguieron a escondidas.

Ayar Manco y Mama Ocllo se pusieron en marcha hacia el norte. Los días pasaron sin que el bastón
de oro se hundiera en el suelo.
Una mañana, al llegar a un bello valle rodeado de montañas majestuosas, el bastón de oro se hundió
dulcemente en el suelo. Era ahí que había que construir Cuzco, el "ombligo" del mundo, la capital
del Imperio del Sol.

Ayar Manco se dirigió a los hombres que los rodeaban y comenzó a enseñarles a cultivar la tierra, a
cazar, a construir casas, etc...
Mama Ocllo se dirigió a las mujeres y les enseñó a tejer la lana de las llamas para fabricar
vestimentas. Les enseñó también a cocinar y a ocuparse de la casa...
Es así que Ayar Manco, devenido Manco Capac, en compañía de su hermana Mama Ocllo se sentó
en el trono del nuevo Imperio del Sol. A partir de este día, todos los emperadores Incas,
descendientes de Manco Capac, gobernaron su imperio con su hermana devenida en esposa.

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