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Los frutos del Concilio Vaticano II

El Concilio vino a cambiar el cómo explicar la fe, hacer ésta más comprensible para los hombres modernos. Es decir que se
trató de un Concilio pastoral. Para ello modificó la liturgia, modernizándola y empleando las lenguas propias de cada
pueblo.

Diálogo Interreligioso También participaron miembros de grandes religiones no cristianas, por ejemplo, judíos.

Además, el Concilio aprobó un documento muy importante, que es la Constitución Dogmática Lumen Gentium (LG), la
cual da los trazos de lo que debe ser la Iglesia en nuestros tiempos. Así, define a la Iglesia como un “sacramento o señal de
la íntima unión con Dios” y con el género humano (LG, n. 1). Reafirmó que la Iglesia es una jerarquía, con el Papa en la
cabeza, tal como la instituyó Jesucristo, pues Él fue quien eligió a los Apóstoles y estos eligieron a sus colabores o
presbíteros. Reafirmó también la infalibilidad del Papa. Al pueblo fiel se le llamó el Pueblo de Dios que peregrina en la
Tierra hacia la casa del Padre.

El Concilio, además, quiso: - Promover el desarrollo de la fe católica. - Lograr una renovación moral de la vida cristiana de
los fieles. - Adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de nuestro tiempo.

contribuir a instaurar en el mundo la fraternidad universal que responde a la voluntad de Dios». Restablecer la amistad
«Nostra Aetate» invitaba a restablecer la amistad con el mundo judío. Así como Juan Pablo II lo llevó a la práctica en la
Sinagoga de Roma y el Muro del Templo en Jerusalén, Benedicto XVI visitó en agosto la sinagoga de Colonia, destruida
por los nazis en la vergonzosa «Kristallnacht» que serviría de preámbulo al Holocausto.

También la Iglesia se proclama defensora de los “derechos del hombre” (GS, n. 41), y así el Concilio promulgó un decreto
muy importante sobre el derecho de los hombres a la libertad religiosa y de conciencia (Dignitatis Humanae).

Así mismo, el Concilio proclamó el derecho de los padres a elegir la enseñanza de sus hijos, y a elegir la educación para sus
hijos (Gravissimum Educationis, n. 6). Y dentro de loa derechos fundamentales no puede faltar el derecho de todo hombre a
la vida, desde su concepción (GS, n. 51).

en resumen, un cambio de mentalidad y libertad

la defensa de la libertad y dignidad de las personas, sino también en el ámbito del ecumenismo, no solo entre las religiones
cristianas (ortodoxos, luteranos, evangélicos, etc.), sino también con las otras religiones monoteístas, como los judíos y los
musulmanes –pues como ha dicho el papa Francisco, en su reciente viaje al centro de África, “todos somos hermanos”—y
también con otras religiones a incluso con el mismo ateísmo, pues la Iglesia se ocupa de todos los hombres, respetando y
defendiendo su libertad y dignidad.pues éste conserva siempre su dignidad como persona. Solo Dios es juez y examinador
de los corazones” (GS, n. 28).

En la obra extraordinaria que es el catecismo se ha manifestado la naturaleza colegial del Episcopado, se ha atestiguado la
catolicidad de la Iglesia, con un contenido que expresa la sinfonía de la fe. Vale decir que es un verdadero fruto profético
del Concilio Vaticano II. Lo dijo el cardenal argentino Estanislao Esteban Karlic, 86 años, miembro de la comisión
redactora, en entrevista exclusiva a ZENIT, en la que manifestó algunos entretelones poco conocidos por el gran público
sobre la elaboración del Catecismo de la Iglesia Católica. ¿Cuál era el catecismo universal anterior al actual? –Cardenal
Karlic. En la historia de la Iglesia solamente hay un catecismo semejante, es el de san Pío V, llamado Catecismo del
Concilio de Trento o Catecismo de los Párrocos, publicado en el siglo XVI, poco después de la invención de la imprenta.
Fue un ejemplo a seguir por su gran valor. El actual Catecismo de la Iglesia Católica sin embargo tiene novedades que lo
enriquecen no solamente en el aprovechamiento del Magisterio Pontificio de los últimos tiempos, sino también en la
atención de los problemas contemporáneos. El Catecismo Tridentino y el de la Iglesia Católica son los dos únicos en las
historia que fueron aprobados por un papa y destinados a toda la Iglesia.

Durante todo el siglo pasado la teología moral fue renovándose paulatinamente hasta llegar a su máxima
expresión con el impulso dado en el Concilio Vaticano II a la ciencia teológica, con él, la Iglesia se renovó en
muchas de sus estructuras y fundamentos, se renovó en su organización, en su pastoral, en sus relaciones con el
mundo contemporáneo, y en muchos otros aspectos entre los cuales podemos ver que también la teología
adquirió nuevos lenguajes y fundamentos; pero, en lo tocante a la moral y su posible renovación el
Concilio no le da un campo explícito en el conjunto amplio de sus contenidos, limitándose a simples y muy
rápidas alusiones y no más.
Durante todo el siglo pasado la teología moral fue renovándose paulatinamente hasta llegar a su máxima
expresión con el impulso dado en el Concilio Vaticano II a la ciencia teológica, con él, la Iglesia se renovó en
muchas de sus estructuras y fundamentos, se renovó en su organización, en su pastoral, en sus relaciones con el
mundo contemporáneo, y en muchos otros aspectos entre los cuales podemos ver que también la teología
adquirió nuevos lenguajes y fundamentos; pero, en lo tocante a la moral y su posible renovación el
Concilio no le da un campo explícito en el conjunto amplio de sus contenidos, limitándose a simples y muy
rápidas alusiones y no más.
Sobre tales alusiones a la renovación de la moral podemos ver en primer lugar el documento Optatam
Totius. Este Decreto, que se refiere directa y explícitamente a la formación sacerdotal impulsa a los teólogos y
moralistas en general a renovar la moral desde las Escrituras, ya que ellas son el alma de la teología:
“Las disciplinas teológicas han de enseñarse, a la luz de la fe, bajo la dirección del Magisterio de la Iglesia, de
tal forma que los alumnos reciban con toda exactitud de la divina revelación la doctrina católica, ahonden en
ella, la conviertan en alimento de su propia vida espiritual y puedan anunciarla, exponerla y defenderla en el
ministerio sacerdotal.
Fórmese con especial diligencia en el estudio de la Sagrada Escritura, la cual debe ser como el alma de toda
teología. Tras una introducción apropiada, iníciense cuidadosamente en el método de la exégesis, examinen a
fondo los grandes temas de la divina revelación y recaben estímulo y alimento en la lectura y meditación diaria
de los Libros sagrados.
… Las restantes disciplinas teológicas deben ser igualmente renovadas por medio de un contacto más vivo con
el misterio de Cristo y la historia de la salvación. Téngase especial cuidado en perfeccionar la teología moral,
cuya exposición científica, nutrida con mayor intensidad por la doctrina de la Sagrada Escritura, deberá
mostrar la excelencia de la vocación de los fieles en Cristo y su obligación de producir frutos en la caridad para
la vida del mundo”. (O.T. # 16.).
EN RESUMEN :
Reflejar con claridad el objetivo del quehacer teológico moral cristiano: “mostrar la excelencia de la vocación de
los fieles en Cristo y su obligación de producir frutos de caridad para la vida del mundo”.
Sobre tales alusiones a la renovación de la moral podemos ver en primer lugar el documento Optatam
Totius. Este Decreto, que se refiere directa y explícitamente a la formación sacerdotal impulsa a los teólogos y
moralistas en general a renovar la moral desde las Escrituras, ya que ellas son el alma de la teología.

Los criterios señalados aplican para Todas las disciplinas teológicas, de allí que con todo derecho podemos
afirmar que para el Concilio Vaticano II, los parámetros desde los cuales se debe gestar un proceso de renovación
moral (en cuanto que es también una disciplina teológica) que sea auténticamente cristiano, es decir, fiel a las
Escrituras y en consonancia con la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, se deben ajustados a estos propósitos::

1) Fomentar un contacto más vivo con el Misterio de Cristo.

2) Fomentar un contacto más vivo con la historia de salvación.

3) Fomentar un auténtico rigor científico (entiéndase exegético-hermenéutico) nutrido con mayor


intensidad por la doctrina de la Sagrada Escritura.

4) Reflejar con claridad el objetivo del quehacer teológico moral cristiano: “mostrar la excelencia de la
vocación de los fieles en Cristo y su obligación de producir frutos de caridad para la vida del mundo”.
5) Fomentar el contacto más vivo con el Misterio de la Iglesia.
Como respuesta al llamado anterior, la moral postconciliar ha ido buscando sus caminos de renovación mediante
los señalamientos liberadores de la hermenéutica bíblica. Estos criterios se encuentran señalados en el Concilio
de manera explícita en la Constitución Dogmática Dei Verbum, la cual se refiere al Misterio de la Divina
Revelación. Este documento nos da las siguientes pautas fundamentales de aproximación a la letra y al espíritu
de las Sagradas Escrituras:
1) Una aproximación con criterio científico.
2) Una aproximación con sentido teológico.
Ambas pautas se plantean con el fin de que el discurso teológico y la praxis de fe sean dicientes para la fe del
hombre contemporáneo.
afirmó que la santidad no es cosa de obispos, o de religiosos, frailes o curas, sino que la
santidad es cosa de todos y cada uno de los fieles, que pueden ser santos si ofrecen
a Dios y cumplen con los deberes ordinarios de cada día, en el trabajo, en la familia y en
las relaciones sociales. El Concilio abrió la puerta de la santidad a todos los hombres y
mujeres, cualquiera que fuera su condición, raza, lengua, oficio o estado. Es la llamada
universal a la santidad (Lumen Gentium, 40-42).
Promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos es uno de los fines principales que se ha
propuesto el Sacrosanto Concilio Vaticano II, puesto que única es la Iglesia fundada por Cristo Señor, aun
cuando son muchas las comuniones cristianas que se presentan a los hombres como la herencia de
Jesucristo; todos se confiesan discípulos del Señor, pero sienten de modo distinto y siguen caminos
diferentes, como si Cristo mismo estuviera dividido. División que abiertamente repugna a la voluntad de
Cristo y es piedra de escándalo para el mundo y obstáculo para la causa de la difusión del Evangelio por todo
el mundo.

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