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UN COLLAR DE PERLAS, UN SOMBRERO Y UN VESTIDO


Por Beatriz Torres Martínez

Heme aquí, en medio de los atavismos no manifestados en generaciones intermedias.

cual si estuviese vedado para ellas, la copa ya vacía de los ditirambos estivales, otrora,

rebosante de los roncos bramidos de las olas que se quiebran en francas llamas blancas;

delante del agua salaz de ojos humanos, cuyas ilaciones deducen el estrepitoso mutismo

de las endebles cicatrices de la tarde que versan elocuentemente así:

Los atavismos no manifestados en generaciones intermedias me remite cuando tenía 6


años, fuimos a visitar a mi bisabuela y recuerdo que ingrese en su recamara. Tenía un
armario blanco con imágenes pintadas en los costados, habían dos muñecas: el estilo del
mueble era antiguo. Del ropero saque un banco, me subí y tome unas perlas en forma de
collar, un sombrero y un vestido. Me disfrace y dispuse un espejo para verme.

La gente dice que recordar es vivir, aquí expreso que las cosas pasadas pueden hacerse
presentes y vívidas a través de nuestra existencia. ¿Por qué no utilizar los atavismos y
actitudes o el lenguaje de épocas inmediatas anteriores, y por que condenarlas a ser
restringidas a un ámbito clasista, descontinuado e injustificadamente retrograda respecto
de un presente no conquistado?

Como en otros tiempos, dichos atributos rebosaban de juventud y espontaneidad sin estar
restringidos únicamente a términos insidiosos, nada mas que un exceso de civilización;
insisto en que las personas confunden el espacio con el tiempo. La generación actual es
una generación espacial, porque en un espacio disponible intentan identificar las
cualidades de afinidad, ambientación, accesibilidad, control y mas control en la sucesión
de eventos, viendo como se repitan, embruteciendo la percepción y la verdad, todo
aquello que es consonante con la naturaleza. Mientras se divorcian la contemplación
natural del oficio ocioso de la comunicación y la falta de proporción inteligible sin
características, es decir, antecedente y consecuente, relacionándolas con variados

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convencionalismos idénticos a una figura de cera, con todos los rasgos que la distinguen
de un modelo sin génesis y sin parentesco.

El intruso por inoportuno acecha a la niña, especulando de la imagen que confronta, sin
comprender lo que vive la niña con sus imágenes, su individualidad; todas esas ilaciones,
pensamientos inconexos, junto con el mismo ser que las intuye (el intruso con su
personalidad), las especula, estando coronadas con un intempestivo silencio, un
abrumador, obligado e innecesario silencio en vez de una escucha activa a la respiración
del sujeto que escudriña . Esas cicatrices de la tarde (metonimia) refieren que el contraste
entre lo que acontece y lo que consiguientemente es generado como lo acontecido
equivalen a una relación dual en lo temporal.

“Mirada inquieta de plata intenso,

pez dorado del azul profundo, ven a mí.

te escucho siempre cuando estoy en derredor

de una nube gris y de una inmensa brisa alegre.

La fantasía propia descubriendo y la sensación del descubrimiento ante el ropero que inunda e
instruye a los sentidos de la niña, a fin de indagar posteriormente, cual puede ser algún
significado para las palabras legado y herencia que, la conducirán hasta sus semejantes cuando
su aventura se traduzca en el lenguaje hablado y escrito de las sociedades.

Evito así la tranquilidad

para no derivar en la amargura

de la espuma de un mar verde,

y procurar, que tu nombre estampado

en roca perdure, aunque el Sol se muestre en duda….

No hay prejuicio. En la niña, su realidad exenta de afanes de precisión por su misma naturaleza
dispuesta, evita la identificación de su conducta espontánea con las normas del ´leit motiv´
psicológico, éste, un emoliente típico entre lo intransferible de las sensaciones y los supuestos

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deberes del placer ante el conocimiento de lo íntimo, visto desde la altura de la comunicación
aceptada, cual si fuese moneda de cambio corriente y común a todas las transacciones del
espíritu.

Me encuentro volando en el cielo y me pregunto;

dime mundo, si aquí tal vez encontraré a ese pez?

La niña se halla embelesada…

“…allí, donde termina el camino.

cuando se retraiga el palpitar de tus manos,

cuenta cuantos pasos habría hasta la honda

cripta de tu ser.

Tal vez quieras guiarme con la roja luminaria de tu corazón.

Y aunque de todas formas, la catarata

se venza al furor de la caída y mis huellas

se inmolen bajo la feroz cabalgata de una estampida,

ningún silencio me abriga.

La vida ha transcurrido, la personalidad se ha moldeado y ajustado a los preceptos de la


modernidad sugerida? El tránsito de los recuerdos, ha mixtificado su concordancia
respecto del cuerpo que les ha dado origen y nombre? He sido incluída en la infancia y
experiencia con la que el tiempo decidió ataviarme, vincularme e impulsarme hasta
conquistar la curva de los años que me ha sido concedida y compartida;

Llegando después de tarde, pobre y abandonada.

Con un pie en sombra de mendígo y por encima de la carne que sucumbe

Velaré por tu arrullo y mirada que destella, aunque lapidada me derrumbe”.

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