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CHAMANES
DE
LAS
ESTRELLAS
Una lectura esotérica y espiritual del
fenómeno OVNI

GUSTAVO FERNÁNDEZ

© Centro de Armonización Integral


República Argentina

Primera edición digital: marzo de 2003


Segunda edición digital: junio de 2011
Tercera edición digital: marzo de 2016

www.alfilodelarealidad.com.ar

Para contactar al autor:


Gusfernandez21@yahoo.com.ar
caintegral@yahoo.com.ar

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- Prólogo

- Introducción: una llamada de atención para lectores periodistas, o


sobre la necesidad de preparar a la opinión pública.
No hay peor ciego que el que no quiere ver – Un ejemplo
paradigmático – Un “lavado de cerebro”

- Capítulo 1: Reflexiones sobre el origen extradimensional de los


OVNIs
El OVNI como ente psicoide – Percepciones modificadas de Otra
Realidad: profundizando en la búsqueda de sentido al fenómeno OVNI.

- Capítulo 2: La experiencia de abducción como iniciación esotérica


Ciencia ficción y OVNIs – Los que escuchan cosas del cielo – Cuando la
credulidad es una destreza – Más acá de la mente – OVNIs y
espiritualidad - ¿La salvación por el OVNI? – La nueva guerra santa – El
cielo en la carne – Malinterpetrando a propósito: Lawson y la “conexión
uterina” – El miedo como prueba – El huevo cósmico

- Capítulo 3: OVNIs materializados mentalmente.


Aportes para un paradigma espiritual en la investigación OVNI - Tulpas:
el pensamiento hecho materia – Mi monstruo interior - ¿Tulpas agresivos
en la Caverna de las Brujas? – Haga usted su propio tulpa - ¿Qué es un
egrégoro?

- Capítulo 4: De contactados y Revelaciones.


- Algunos libros revelados - Abducidos & Co. - Transcomunicación y
exorcismos

- Capítulo 5: Cuando las inteligencias aparecen.


El miedo viste de negro - Un sainete cósmico - ¿Rostros orientales,
dijimos? - La conexiòn psíquica - Los "aliados"

- Epílogo: El paradigma de Hamelin

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PRÓLOGO

En las horas litúrgicas de “maitines” entre las cuatro y las cinco de la


mañana de ese 15 de febrero de 1600, un grupo de hombres embozados en
sayos negros se afanaba enterrando hasta una tercera parte de su largo en tierra,
un grueso madero burdamente cepillado a hachazos.
No lejos de allí, donde Campo di Fiore diluía sus miserables casuchas de
artesanos y pequeños comerciantes en las orillas del verde mar del bosque, con
los oídos atentos al silencio sesgado aquí y allá por los aullidos de algún lobo,
otro grupo reunía ramas y leños sobre un carro.
Una hora después, los dos grupos se reunieron. Los leños fueron
arracimados alrededor del madero enhiesto, y los pobladores comenzaron a
llenar el lugar, incipientemente bañado por la decadente luna de ese tardío
invierno italiano. Jueces, altos dignatarios de la Iglesia, los funcionarios del
brazo secular, el verdugo, los curiosos clavaron su mirada en la cetrina puerta
del cercano monasterio, la puerta desde donde se abría el camino final de los
condenados a la hoguera, uniendo las mazmorras con el cadalso.
Seis meses de torturas exquisitamente elegidas, donde el potro era apenas
un descanso después de las tenazas al rojo mordiendo las tetillas y las pinzas de
hierro arrancando las uñas, no sirvieron para que el monje Giordano Bruno se
retractara de su principal herejía: afirmar que había muchos mundos habitados
como el nuestro en el Universo, que las estrellas eran soles alrededor de las
cuales giraban otras Tierras y que el hombre no era la obra máxima de Dios,
sino apenas uno más de sus innumerables hijos racionales expandidos por el
Cosmos.
Cuando Bruno estuvo atado con cadenas al madero, se le ofreció, como
gracia última, el arrepentimiento de sus blasfemias y el reconocimiento de sus
errores, con lo que los inquisidores, en un gesto de bondad que campeaba por
entonces, ordenarían estrangularlo antes de quemar su cuerpo, evitándole así
mayores sufrimientos. Giordano se negó. Azorados, y contraviniendo algunas
normas después de intercambiar rápidos comentarios dieron aquellos la orden
al verdugo de repetir el ofrecimiento –oportunidad extraña para la moral de los
inquisidores- advirtiendo que, en este caso y de aceptar Giordano la
retractación, la madera seca sería reemplazada por leños verdes, para provocarle
la asfixia antes que las llamas lamieran su carne.
Simplemente para no comprometer un agradecimiento moral en el
último instante de su vida para con sus exterminadores, Giordano volvió a
negarse y arrojó al aire dos maldiciones: una, dirigida específicamente a sus
jueces, los cuales tres murieron antes de un año. La otra, a la orden del Santo
Oficio. “Aún estarán ardiendo mis cenizas -dijo- cuando mi vida estará
olvidada. Aún no habrán removido las brasas, cuando el pueblo os habrá
olvidado a vosotros. Pero será cuando nuestros huesos y vuestros

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nombres estén sepultados por el polvo, el momento en que mis ideas
seguirán tan luminosas como ahora”.
A la plebe que se burlaba de su martirio, sólo le dirigió una mirada
despectiva. Y comenzó a arder.

El filósofo francés Pierre Piobb escribió a principios del siglo XX: “En
el Medioevo, a los magos se les quemaba en las hogueras. En el siglo
XX, se les cubre de ridículo, lo que es todavía peor, ya que el ridículo
jamás ha creado mártires”.
Piobb hablaba de los “magos” (de “magista”: sabios) como pioneros del
conocimiento. Como aquellos que pudiendo encerrarse en el dogmatismo
académico habitualmente aceptado, preferían arriesgar el crédito en terrenos
desconocidos para el intelecto. “Las grandes ideas –escribió alguien- las sueñan los
locos, las amasan los audaces, las popularizan los doctos y las disfrutan los mediocres”.
Y cuando uno fatiga los claustros universitarios y se detiene a pensar en
el papel que jugará en el burgués concierto social advierte –por más que trate de
mirar hacia otro lado- que en un determinado momento se ve enfrentado a una
elección terminal: o comulga con el sistema en que se encuentra inmerso, o se
enfrenta a él. Y uno elige. El camino ya conocido, con su sensación de
confortable estabilidad, de rutina mental, de somnolencia espiritual, de
hipocresía a la que llaman diplomacia, del argentinismo (y argentinísimo) “no te
metás”; o el otro, el de lo desconocido y lo enigmático, el plagado de obstáculos,
el de los constantes sinsabores y desengaños, el de chocar contra los prejuicios...
pero aquél donde a la distancia siempre está la esperanza de la luz.

Y comenzó un camino, alejándome de las mullidas comodidades de una


intelectualidad convencional. Opté por investigar, difundir, enseñar lo esotérico,
lo ufológico, lo alternativo. Gasté muchos buenos años y energías que no creía
que tuviera en presentar “mis” ciencias como algo merecedor del crédito
respetable, y no sólo reservado para las amarillentas páginas de revistas
sensacionalistas. Fui, creo, franco en exceso, cosechando adhesiones y
oposiciones en cantidades divertidas. Y harto ya de estar harto –como cantara el
catalán-, con un cuerpo que no es viejo pero fatigado por diez siglos de lucha
contra el oscurantismo y treinta años contra la frivolidad, como restos del
naufragio de la “revolución de las flores”, la no violencia, los Beatles y mayo del
’68, decidí detenerme. Reflexionar. Y escribir.
No mis memorias, no. Es demasiado pronto –espero- para eso y soy
demasiado supersticioso para burlarme de la Parca convocándola con liturgias
literarias propias del ocaso. Hay todavía demasiadas batallas que se perfilan en
el horizonte, otros combates del y por el conocimiento. Otros escenarios, miles
de páginas aún por escribir, otras investigaciones, conferencias, programas de
radio y televisión, miles de kilómetros en el espacio real y virtual que recorrer.
No, escribiré de otra cosa.

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Debo admitir que pese a tener muchos años de oficio como escritor, me
ha resultado particularmente angustiante sentarme a escribir este libro. No
porque su temática exceda, dentro de lo humanamente posible, el campo de mis
deambulares –he sido un investigador del fenómeno OVNI por más años de
los que me gustaría recordar- ni porque las informaciones y reflexiones que aquí
me propongo volcar sean de una potencial peligrosidad para mi integridad. Soy
apenas un estudioso “amateur” de estas disciplinas, y no estoy en condiciones
de exhibir honrosos títulos universitarios que por sí mismos generan
expectativas en el público lector (como si los créditos académicos garantizaran
certeza en lo que, precisamente, se ha revelado como el fenómeno más
“antiacadémico” pensable), ni dudosos antecedentes que me vinculen a
servicios de espionaje o fuerzas armadas emparentadas, en mayor o menor
grado, con el “secreto” tras los OVNIs. No he formado parte de ninguna
sociedad conspiranoica y, hasta donde sé, nunca he sido abducido. De allí que,
en lo que a mí concierne, puedo tener la tranquilidad de ser apenas un
entusiasta más –eso sí, con muchos kilómetros a las espaldas- tratando de
encontrarle un sentido a lo que quizás, por designios que se nos escapan, no lo
tiene.
Hilando fino, colijo que mi ansiedad es producto más de lo que no sé
que de lo que sí sé. Sofoca la sensación que, si sólo a medias lo que esbozo en
estas páginas es cierto, posible o probable, la historia de la humanidad puede
sentirse sacudida hasta sus cimientos. Y que una vez que he adscrito a esta
teoría, sólo me queda avanzar en busca de evidencias, semiplenas pruebas de
que, tal vez y después de todo, esté en lo cierto.
También sé que esa sensación incómoda es producto de cierto
desconcierto respecto a cómo contar la historia; la incómoda idea que no seré
entendido por el lector o, lo que quizás es todavía peor, seré mal entendido.
Temo que algún lector (de esos que si se muerden la lengua mueren
envenenados) piense que lo que trato de hacer es introducir compulsivamente
toda la fenomenología dentro de una única teoría. Y bien, ese lector sería mal
pensado –en lo que a mis motivaciones atañen- pero no errado en sus
conclusiones. Porque creo firmemente que con excepción de algunos
casos aislados (sobre los que volveré más tarde) existe una teoría unívoca
para todo el fenómeno OVNI, ahora y desde la noche de los tiempos.
Creo en el origen extraterrestre y extradimensional de los OVNIs y
sus ocupantes.
Creo que no se tratan de “maquinas” en un sentido estricto –como
opinarían mis colegas que de ahora en más denominaré como “la brigada de las
tuercas y tornillos”- sino de vectores energéticos que responden a facetas de las
leyes físicas del Universo que aún desconocemos.
Creo que sus tripulantes, en ocasiones, son seres altamente
evolucionados que precisamente por ese grado de desarrollo han trascendido las

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limitaciones de un cuerpo biológico siendo entes –ignoro si con conciencia
individual o colectiva- absolutamente energéticos sin los condicionamientos
temporales y espaciales de todo cuerpo material.
Creo que su presencia en nuestros cielos (más aún, en nuestra Historia)
tiene como fin imprimir un sesgo específico a la evolución de nuestra especie,
con fines que sospecho pero aún no puedo fundamentar.
Creo que son la realidad espiritual de este Tercer Milenio. Y que quizás
estemos cerca, muy cerca, de despejar todas las dudas.
Mientras tanto, este libro debe ser tomado como un ejercicio intelectual.
Donde la Realidad (debería preguntar: ¿cuál Realidad?) demanda paradigmas ni
lógicos ni ilógicos, quizás sólo analógicos. Y siguiendo ese camino esbozamos
nuestras teorías.
El Autor
Paraná Entre Ríos, Argentina

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INTRODUCCIÓN

Una llamada de atención para lectores periodistas, o sobre la necesidad


de preparar a la opinión pública

Debo admitir que cuando me senté a escribir estas reflexiones lo hice con
el sincero propósito de ser especialmente leído por los periodistas, amén de un
público segmentado habitual destinatario de mis líneas. Y no alenté tanto la
esperanza de ver publicado este ensayo como de confiar en que sería
lentamente digerido por ese “target” especializado en el cual pensaba cuando
comencé. Porque de lo que tratarán los párrafos siguientes es de reclamar un
espacio de expresión, el derecho de nosotros, ovnílogos o parapsicólogos (y en
ocasiones, ambas cosas a la vez) a merecer de la prensa un poco más de
seriedad antes que de atención.
De lo que estoy hablando es de cuestionar a muchos medios de prensa
considerar tanto a la temática ovnilógica como parapsicológica algo atractivo en
términos de números de lectores pero no de calidad de los mismos. Quizás
subproducto de cierta avispada intelectualidad que, entre ironías y
enciclopedismos, considera que todo aquello que orille el “misterio” y las
“creencias”, carente quizás de componentes sociales o políticos es apenas pasto
amarillista para ignorantes, ese periodismo –que también recibe por Internet
diariamente decenas de testimonios de avistajes OVNIs así como resúmenes de
progresos en las investigaciones parapsicológicas- alienta la difusión de estas
disciplinas cuando compulsa la opinión pública y ve cierto exitismo
sensacionalista en la difusión masiva de hipotéticos contactos o encuentros con
el Más Allá. Pero que ignora, con soberbia cultural (que no intelectual) digna de
mejor causa cuanto esfuerzo, pequeño y persistente, hagamos cotidianamente
para reclamar un poquito así de espacio mediático. Un periodismo que aplaude
gozoso la presencia en cualquier “reality show” de todo pobre maniático que se
sienta a caballo de múltiples dimensiones, pero que excluye por “aburrido” (en
holocausto a una letanía sagrada en los estudios y “platós”: “lo que no puede decirse
en treinta segundos no sirve”) a un enjundioso y poco atractivo investigador cargado
con años de ostracismo. Un periodismo que, corporativista al fin, sale a
defender el derecho de “libertad de expresión” cuando cualquier colega es
víctima real o supuesto de oscuras maquinaciones, pero eclipsa esa misma
libertad de expresión cuando, mes tras mes, años tras año, gastamos las suelas
acercándoles resúmenes de los progresos, de las evidencias obtenidas en
nuestros análisis. Un periodismo que, con la ignorancia propia del gordito que
se sabe dueño de la pelota, hace bromas previsibles alrededor de cualquier
sonado suceso insólito. Un periodismo que ante estas apreciaciones podría
reaccionar argumentando que, si esto ocurre, después de todo es
responsabilidad nuestra por no saber darle un marco de “seriedad” y

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“cientificismo” a lo que hacemos pero nos niega y prejuzga gozosamente. Un
periodismo que se enlista fácilmente con los escépticos profesionales de turno,
quizás para lustrar ciertos galones de “racionales y avispados”, ignorando la
compleja telaraña de intereses creados que se mueve detrás de ellos y, lo que es
peor, desinteresándose totalmente en conocerla, lo cual es doble pecado en el
caso de un informador público. Un periodismo donde, respetado por los
ciudadanos (en muchas ocasiones, por méritos bien ganados; en muchas otras,
también, sólo por inercia), gozan del privilegio de modelar la conciencia de la
sociedad sin medir en ocasiones –en demasiadas ocasiones- las consecuencias
últimas de sus actos, en virtud de boicotear lo que por derecho de esa misma
conciencia los otros tienen la prebenda de conocer.
¿Dos anécdotas de mi país?. Una; el malogrado periodista de policiales
Enrique Sdrech (quien era por lo demás una excelente persona) no trepidó en
acentuar los aspectos de “culto esotérico” que rodeaba la vida de las hermanas
parricidas del barrio porteño de Saavedra (en la ciudad de Buenos Aires), o que
una de las víctimas del tristemente célebre asesino serial de la ciudad de Mar del
Plata “solía vivir entre velas y sahumerios”. Habría sido haberle bueno
preguntarle –yo no tuve la oportunidad- si en cualquier otro asesinato y crimen
de los que investiga a diario concede la misma importancia mediática a la
cantidad de veces que concurrió víctima o criminal a misa el último año, las
semanales visitas de su pastor o la fecha de su Bar-Mitzvá.
Y, como decimos en nuestras tierras, se va la segunda. Otro hombre de
prensa, Luis Majul, en ocasión de una entrevista televisiva con el conocido
jurista y conductor televisivo, el doctor Mariano Grondona alrededor de los
escándalos políticos subsiguientes al asesinato de la joven catamarqueña María
Soledad Morales, ataca la figura del primer juez que intervino en la causa, el
doctor Luis Ventimiglia. ¿Por excederse en sus atribuciones jurídicas?. No.
¿Por ineptitud e ineficacia procesal?. Tampoco. ¿Por contubernios políticos?.
Menos. ¿Saben por qué?. Porque le había escuchado decir, en el transcurso de
un asado en la provincia de Jujuy en casa de comunes amigos y en virtud de
algunas “bromas” que otros colegas le hacían por haberse tomado el trabajo de
escuchar y abrir una causa frente a un “loco” que sostenía haber presenciado un
aterrizaje OVNI en vez de ponerle simplemente de patitas en la calle, el doctor
Ventimiglia, decía, simplemente los había mirado serio, muy serio, y
respondido: “¿Y si fuese verdad?”.
Yo no sé si Ventimiglia cree en los OVNIs, o no. Lo que sí sé es que la
actitud que en cualquier otra circunstancia (una denuncia de cohecho, una
infidencia de infiltración terrorista) aún con un alto grado de improbabilidad le
habría hecho decir a Majul que estaba frente a un hombre probo que cumplía
objetivamente su papel de juez, en este caso le venía como anillo al dedo para
poner en entredicho su seriedad –o equilibrio- de cara al impacto mediático
fácil.

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Ciertamente, quizás no debería ser yo quien encuentre muchos motivos
de queja. He participado y conducido infinidad de programas televisivos y
radiales y, ciertamente, no sólo creo tener un discreto “manejo de escenario”
ante las cámaras sino también siempre he tenido aceptable (dentro de un
modesto margen de eventuales matices) espacio para expresar mis ideas...
cuando he sido invitado. Pero conozco demasiados casos de honestos
investigadores que han quedado históricamente excluidos, a la par de padecer la
histeria exhibicionista de ciertos científicos y “científicos” (nótese la sutil
diferencia) que, puestos frente al ojo de la TV, no daban tanta lástima por la
aún más pobre imagen de los conductores televisivos que les acompañaban,
decididos a ganar matrícula de “respetables”.
Así que resumo el espíritu de este trabajo con un desafío: señálenme un
ejemplo, un solo ejemplo –especialmente de cara al periodismo argentino-
donde un investigador de OVNIs o un parapsicólogo ha tenido la oportunidad
de asistir, por ejemplo, a un programa de televisión, de radio o a una columna
de periodismo gráfico, para expresar sin limitaciones (de tiempo o de
contenido) sus argumentos en pro de la temática que defiende. Un solo ejemplo
donde con la excusa que “el tiempo es tirano” (como si algo con la suficiente
gravedad pudiese ser expuesto y probado en tres minutos. ¿Lo imaginan a
Einstein explicando la Teoría de la Relatividad ante una cámara en un treinta
segundos?. Seguramente, como diría Sábato, si lo hiciera ya no sería la Teoría de
la Relatividad), los gestos del productor en las sombras que pide “más emoción”
(más gritos, en realidad), la necesidad de interrumpir el monólogo porque “hay
que ir a comerciales” o el recortar párrafos de un artículo porque “el espacio es
tirano”, un solo ejemplo, decía, donde se haya podido exponer mediáticamente
las abultadas carpetas de lo que nosotros consideramos evidencias. Un solo
ejemplo.
El problema se agrava cuando esos mismos medios de prensa, niegan el
comentar obras literarias –o electrónicas- sobre estas disciplinas, donde el
interesado en profundizar podría remitirse para ampliar su información. Así,
existimos un gran número de apasionados que estamos más o menos al tanto de
las novedades, y un número infinitamente más grande que no se apasiona porque se le niega
la oportunidad de conocer la existencia de esas evidencias. Que sea por poco atractivo
periodístico, falta de tiempo o espacio, la queja de la iglesia más cercana o lo
que fuere no es excusa suficiente. Porque el periodista medio –en lo que a estos
temas respecta- campea por el peor defecto. Comparte la humildad implícita en
la ignorancia con la pedantería del que cree tenerlo “todo claro”. Y encima se
ofende cuando uno se lo señala.
Así que invertiremos los próximos párrafos en señalar ciertas taras,
debilidades y chapuzas de los medios de prensa, reivindicando un derecho
básico, de ellos y nosotros: si van a considerarnos un atado de alucinados,
ociosos ignorantes, débiles supersticiosos o explotadores de la credulidad ajena,
reivindicamos primero el derecho a exponer libremente nuestras ideas.

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Ideas que el periodismo del planeta, salvo honrosas (y escasísimas
excepciones) hasta ahora nos ha negado. Libremente, es decir, no
acotados por el cronómetro o constreñidos a hablar sólo de lo que el
moderador desea.

No hay peor ciego que el que no quiere ver.

Antes de invitar como necesario “complemento” a un escéptico en


cualquiera de estos debates (actitud que no comprendo. Digo, esa excusa
habitual que escuchamos de periodistas que nos convocan pero aclaran sobre la
presencia de un “refutador” porque “la gente necesita escuchar las dos campanas”.
¿Las dos campanas de qué, si nunca acabamos de tañir la nuestra?. ¿Imaginan
ustedes al moderador televisivo invitando, cuando visita el estudio un médico
especialista en cáncer para hablar de los últimos progresos, a un
fundamentalista talibanés o a un hechicero tribal para “que la gente escuche las
dos campanas”?. No, jamás lo harían. ¿Y saben por qué?. Porque para este
paradigma cultural perimido, el científico es “serio”, y sería una falta de respeto
opacarlo con la colorida presencia de los otros señores citados. Pero como un
curandero, un ovnílogo, un astrólogo o un parapsicólogo “no lo es”, entonces
cabe la posibilidad de hacer una carnicería mediática redituable en “rating”),
antes de invitar a un escéptico –decía antes de irme por las ramas- sería bueno
que los periodistas nos (se) respondieran estas preguntas:
¿Porqué, mientras, convencidos de que hacer profilaxis mental en la
población es una urgencia científica, atacan a grupos religiosos
minoritarios, contactados, simples estudiosos del fenómeno OVNI, los
escépticos jamás han organizado una confrontación televisiva, publicado
artículos desmitificadores o irrumpido polémicamente en las reuniones
de los grandes y poderosos grupos religiosos, aún cuando en muchos de
ellos medran individuos que ejercen las mismas “funciones” que critican
en otros ámbitos, como sanación, profecías, o acuden a los mismos,
dudosos métodos de tipo sectario que les escandaliza en cualquier otro
contexto, como es el caso específico del Opus Dei.?
¿Porqué debemos creer que ello está estrechamente relacionado con
que esas monolíticas instituciones tienen probados fundamentos lógicos
y científicos en todas y cada una de sus prácticas, y que no se trata,
simplemente, de cobardía.?
¿Porqué si ellos gastan su tiempo y dinero de sus bolsillos en difundir sus
convicciones racionalistas eso es “amor al conocimiento y la verdad”, y si los
ovnílogos y parapsicólogos históricamente hemos gastado más tiempo y más
dinero en difundir las nuestras, es fraude y paranoia.?
¿Porqué no pueden diferenciar entre el contenido de sus afirmaciones y el
continente con que las presentan, evitando caer en lo que critican en sus

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oponentes intelectuales: fanatismo, estrechez ideológica, soberbia,
improvisación, prejuzgamiento.?
¿Porqué no aceptar que su conducta hacia nosotros es tan emocional como
la nuestra hacia ellos?.
Si los periodistas (administradores de la difusión pública) se hubieran
planteado estas observaciones con anterioridad, seguramente estas líneas nunca
habrían tenido necesidad de ser escritas. Y mientras hace no mucho tiempo
atrás me prometí no caer en polémicas estériles, la escalada de agresividad
manifiesta por parte de quienes, en otro orden, invocan permanentemente la
necesidad de “objetividad”, “mesura” y “equilibrio en los juicios” hacen
necesario mantener viva la llama de la discusión pública, no aquí en cuanto a si
Ovnis, fenómenos extrasensoriales, zodíacos varios o mancias diversas tienen
alguna validez, sino respecto a preguntarnos si todos estos temas no son más
que una excusa intelectual para dirimir otras diferencias, un campo de
batalla anecdótico donde lo que se discute es más profundo: la crisis
espiritual dominante, la caída de modelos culturales y la angustia del ser
ante la Nada.

Un ejemplo paradigmático

Debo a mi amigo el investigador estadounidense Scott Corrales la


siguiente noticia, que para una mejor comprensión de mis reflexiones merece
ser reproducida íntegramente:

FUENTE: Frankfurter Allemaine Zeitung


FECHA: 26 de abril de 2001

El “Azote de los Ovnis” Brinda Identidad a los No Identificados


por Christian Siedenbeidel

MANNHEIM,- Werner Walter ha estado bajo tensión desde comienzos


de febrero. “Se ha desatado una nueva psicosis OVNI en Alemania,” se
queja el hombre de 43 años de edad quien ha encabezado la oficina
alemana de matriculación OVNI desde hace 10 años. “Cuarenta objetos
voladores no identificados en espacio de seis semanas—eso es mas que
todos los avistamientos del 1999 y el 2000 juntos”.
El Sr. Walter culpa esta marejada de histeria OVNI en la cobertura
televisiva de la estación espacial rusa MIR, cuya misión finalizo el mes
pasado cuando cayó en el Pacifico. El planeta Venus también reluce con
mas brillantez en el cielo nocturno. “Eso casi siempre incrementa la
cantidad de avistamientos ovnis,” agrega.

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La gente puede comunicarse con la oficina en Mannheim
llamando al (0621) 701370, donde se anotan cuidadosamente todos los
avistamientos de supuestos platívolos y se hace el intento por buscar
explicaciones naturales para dichos eventos. La oficina también ha
desarrollado un formulario en colaboración con la universidad de
Giessen, y se solicita que los testigos de OVNIS lo rellenen. “¿Ha leído
muchos libros sobre OVNIS? ¿Cree en los extraterrestres?” pregunta el
formulario.
Estas investigaciones a menudo tienen resultados extraños: la
gerente de una tienda en la población de Halle informó en fechas
recientes que había detectado un OVNI durante varias noches
consecutivas. Hasta llegó a pedir prestada una cámara de video para
filmar el objeto. Los expertos en la oficina de registro ovni le echaron un
vistazo a la película y vieron que se trataba de Venus a la primer. La
sencillez de la explicación fue motivo de risa para la gerente, y devolvió
la cámara prestada.
El Sr. Walter explica que los informes sobre OVNIs aparecen en
“oleadas”. A principios de los años ‘90--dice—sintió la tentación de
descolgar el teléfono los fines de semana. Fue entonces que muchas
discotecas comenzaron a hacer uso de enormes reflectores como medio
publicitario, a tal grado que la policía llegó a llamarlo en una ocasión,
alegando haber perseguido un OVNI en su carro patrulla.
No obstante, algunos casos permanecen en el misterio, aun para la
oficina. Por ejemplo, una mujer en el pueblo de Konstanz dijo haber
visto un objeto cilíndrico de varios cientos de metros de largo
directamente sobre la plaza publica del pueblo a la luz del dia. Otra
persona en Hamburgo llegó a observar un platívolo “clásico” con
diámetro de 30 metros (99 pies). Ninguna de las pesquisas con
autoridades de la aviación civil y llamadas a las agencias noticiosas
produjeron resultados satisfactorios.
Por otro lado, la oficina pudo resolver el misterio de la “formación
OVNI de Greifswald”. En agosto de 1990, varios cientos de testigos en la
costa del mar Baltico dijeron haber visto varios haces de luz viajando en
formación por un espacio de 10 a 15 minutos. Después de que el
fenómeno fue dado a conocer en un programa de televisión, se recibieron
llamadas telefónicas de los espectadores locales que insistían que todos
los testigos eran alemanes del oeste que habían venido a visitar las costas
de la antigua Alemania Oriental después de la caída del Muro de Berlín.
Los lugareños sabían que los testigos solo habían visto las luces de
señalización empleadas durante una de las ultimas maniobras realizadas
por el Pacto de Varsovia. Las luces estaban suspendidas por paracaídas
y servían como blancos para los proyectiles antiaéreos infrarrojos.

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Según el Sr. Walter, los primeros OVNIs fueron vistos por un
piloto estadounidense en 1947. El piloto manifestó haber visto nueve
objetos con forma de hoz que resplandecían en la luz del sol y que
volaban tan rápido como cualquier avión. Se cree ahora que el piloto
sólo llegó a ver los prototipos del interceptor F-84, que integraba un
nuevo diseño de ala en flecha.
Uno de los fenómenos descritos con mayor frecuencia en el mundo
ovni lo es el mito de Roswell. Roswell era una base militar secreta en el
desierto de Nuevo Mexico en donde el gobierno de los EUA
supuestamente reparó un plativolo que se había estrellado en dicho lugar
en 1947. El Sr. Walter insiste que el objeto era, en efecto, un globo
estratosférico de 100 metros en diámetro.
El gobierno estadounidense—explica—no negó el rumor OVNI
adrede para no poner en jaque sus proyectos. Hasta el día de hoy,
hordas de creyentes en los OVNI hacen peregrinajes hasta el desierto.
De igual manera, los entusiastas OVNI en Inglaterra visitan los
misteriosos círculos que aparecen en los campos de trigo cada año. El Sr.
Walter cree que estos diseños son artísticos. “La gente pinta toda Nueva
York con graffiti, así que en Inglaterra les da por pisotear el trigo.
Mientras mas grandes les queden los círculos, mejor”.
El Sr. Walter dice que su trabajo le ha convertido en un escéptico
de los OVNIs después de haber sido creyente. Aunque imagina que si
existe vida alienígena en alguna parte—algo como “un lodo verde en
alguna parte del cosmos”—se le hace difícil pensar que existan platillos
voladores que contengan seres capaces de filosofar sobre si mismos y
que hayan visitado la Tierra.
“Marte es un mundo muerto. Y nos tomaría millones de años
llegar a la galaxia mas cercana”. Extiende su escepticismo a los “gurúes”
de la ufología quienes han logrado lucrarse con sus libros, individuos
como Erich Von Daniken, Johannes von Buttlar y Michael Hessemann.
Lo mismo va para las cadenas televisivas alemanas como RTL y SAT 1,
que han descubierto que el tema está muy de moda y aumenta los
“ratings”, y que además han dedicado programas al Sr. Walter.
Se está construyendo un “parque de diversiones extraterrestre” en
el Berner Oberland de Suiza, una verdadera “Disneylandia para los
ufólogos”, segun la descripción que ofrece Walter. Y en Frankfurt, 2000
autoproclamados ufólogos se dieron cita para el congreso OVNI mas
grande celebrado hasta ahora.
Hasta los niños parecen preferir jugar a los extraterrestres que a los
vaqueros. “Recibí una llamada telefónica de unos chicos en el norte de
Alemania que hacían uso de un teléfono móvil. Estaban jugando a
“Expedientes X” y querían informarme a mi, antes que al FBI, de que

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los alienígenas habían aterrizado. Querían que me subiese a un
helicóptero y volar hasta donde estaban enseguida”. declara Walter.

Me he tomado el trabajo (y he ocupado el tiempo de ustedes) en


reproducir íntegro este artículo traducido por el mismo Scott, ya que creo que
es ejemplificador respecto del “síndrome de escepticismo” que parece estar,
lenta pero serenamente, ganando ciertos espacios de poder. Y sin querer
parecer demasiado conspiranoico, entiendo que ese espacio no ha sido
lícitamente ganado (lo que sería justo en una contienda de iguales) sino
apelando a formas subrepticias de manipulación ideológica de la opinión
pública y con el concurso de oscuros intereses. Y por ello centraremos aquí
nuestra atención.
El bucólico señor Walter, seguramente con gesto cansino y hastiado, ha
ido desgranando frente al cronista un discurso mefistofélico. Se presenta, a
título de etérea garantía de honestidad intelectual, como un “ex creyente” que se
ha vuelto escéptico, seguramente desilusionado por las sandeces privilegiadas
que tuvo que observar desde su escritorio gubernamental. Así, sutilmente, juega
con las palabras: pregunta a los testigos si “han leído libros de OVNIs” o
“creen en extraterrestres”, perverso juego –muy habitual en todas las latitudes-
que consiste en descalificar un testigo potencial en razón de sus creencias
previas. En consecuencia, sólo los escépticos racionalistas tienen derecho a ver
un OVNI.
Abusando de la honestidad del público que –aunque no sea muy
científico, es mucho más honesto- cree que no tiene porqué desconfiar. A priori
del prójimo, recorre por quincuagésima vez a la explicación de un planeta
Venus que cierta señora tal vez jamás había visto en toda su vida para
“demostrar” lo endeble de las visualizaciones de no identificados, y desde
Mannhein, seguramente el ombligo del Universo desde donde el inefable Walter
tiene una perspectiva omnipresente del mundo, se llega a explicar el enigma de
Roswell no como globos-sonda ni globos del proyecto Mogul, sino como un
nuevo y hasta ahora desconocido –hasta por los otros escépticos- globo de cien
metros de diámetro, los “agrogramas” o círculos en los campos de cereal como
“manifestaciones artísticas” (supongo que la Bauhaus de enteléquicos
personajes entrevistos por don Walter en sus divagaciones) y extiende sus
apreciaciones a la economía de mercado (habla de los “lucrativos resultados” de
escribir libros sobre el tema; es evidente que él nunca lo hizo) y la exobiología,
ya que desde su modesta oficina él sabe no sólo que Marte “es un planeta
muerto” sino que “apenas un lodo verde” se extiende por la Galaxia como
máxima manifestación de vida.
No muy afecto al trabajo que le pagan los contribuyentes (él mismo
admite haber estado tentado de “desconectar el teléfono” cuando han arreciado
los informes, algo que provocaría náuseas a cualquier investigador de cuño
cuya razón de ser y emoción existe precisamente cuando fluyen más

16
casos que investigar) lo imagino con gesto displicente despidiendo al cronista
sorprendido que su tarea sea del interés de alguien. Repitiendo perimidos
conceptos (“Los niños inventan bromas todo el tiempo” ergo, “los niños son
poco fiables”), ignorando profundizar en los casos que no pudo explicar,
sutilmente despectivo (quien acepta la realidad de los OVNIs es un “creyente” -
¿cuánto demorarán en tildarnos de “secta”?- y, si se agrupan varios, una
“horda”) a Werner Walter lo sospecho de estar cumpliendo a pie juntillas un
papel bien elaborado. ¿Cuál?. El de desentendido, quien se lamenta del tiempo y
dinero gastado en una “tontería”, más interesado en permanecer sentado al
teléfono desmintiendo versiones “antojadizas” para llevar tranquilidad a la
población que en investigar en el terreno. Pero, como solemos decir en mi país,
“la culpa no es del chancho, sino de quien le da de comer”. Porque estas operaciones
periodísticas de desalentamiento (por proponer un neologismo) no existirían si,
obviamente, no hubiera un periodista de por medio. Un (una) periodista que en
demasiadas ocasiones se considera un tipo esclarecido, informado, de
mentalidad abierta, y en tantas demasiadas ocasiones no sólo peca por
superficialidad en la recabación de información sino –lo que es peor- de
frivolidad analítica. Muchos periodistas –no todos, por suerte- parecen
particularmente sagaces (yo diría, casi exageran la pose de “perpiscaces”) frente
a políticos cuestionados en sus funciones administrativas, pero, quizás
inconscientes de las proyecciones que la sola admisión de incursiones
extraterrestres en nuestro mundo podría tener cuando son tal vez esos mismos
políticos los que desacreditan las apariciones OVNI. Lo digo una vez más: para
poder avanzar en la investigación del fenómeno OVNI, debemos superar una
valla cultural. No podremos presentar pruebas de nada, mientras el consenso de
los que deciden no nos deje el espacio suficiente para trabajar cómodamente en
su presentación.
Creo que la sociedad pasiva, receptora de información periodística, está –a
grandes rasgos- idiotizada. Que en éste, como en muchos otros temas, sólo
percibe lo que se le manipula desde las sombras, sutilmente, en programas de
condicionamiento de largo aliento. ¿Cómo explicar, por ejemplo –y cito un caso
local a título ilustrativo- que mientras la “Comisión Condon difundiera en 1969
sus “conclusiones” descalificativas de la validez científica de los OVNIs,
durante la “oleada” americana de 1978 la USAF transmitiera a todas las agencias
noticiosas del mundo exactamente el mismo texto como resultado de
“recientes investigaciones propias” (sin referencia alguna al trabajo de nueve
años antes) y nadie, ni siquiera uno de los innumerables medios
periodísticos de todo el mundo que lo reprodujeron se diera cuenta de
nada?.
O tal vez algo peor. Sí se dieron cuenta. Pero participaban de ello.

17
Un “lavado de cerebro”

En una sociedad donde la “información es poder”, es obvio que los


medios de comunicación son ciertamente los más eficaces modeladores del
pensamiento colectivo. A veces me resultaría cómico –si no fuera en verdad
trágico- escuchar a la gente hablar de sus ”libres elecciones”, de la
“concientización” y la “clarificación del pensamiento del pueblo” si no fuera
tan delgada la línea que separa tan nobles intenciones de una forma dictatorial
de condicionamiento de las masas. Sin duda más de un periodista que cree en la
transparencia de su profesión se sentirá incómodo antes estas palabras, y es
lógico que lo esté; pero ese mismo periodista no podrá negar que no existe en
última instancia una verdadera libertad de prensa: todos sus
representantes están esclavizados a su puesto laboral, a la ideología que
representan (impuesta o meditada, es otro cantar), al subsidio político, el
“sponsoreo” y su matriz cultural.
Así que mientras muchos periodistas creen gozar de esa “libertad” como
las ratas que en el laberinto del laboratorio creen que eligen libremente por cual
camino tomar, otros saben que responden a ciertos intereses. Y si esos intereses
ganan algún beneficio con el descrédito de los OVNIs y la parapsicología, lo
sepan o no, serán instrumento de ello, y a su servicio pondrán todas las formas
de sutiles e intangibles “lavados de cerebro” que los medios periodísticos
puedan hacer sobre las masas. El argumento de independencia ideológica que
se repite como un sonsonete la mayor parte de los periodistas, es algo
aprendido en el oficio o la universidad no por caminos empíricos sino como
una forma de reforzar su autoestima, fortalecer el “esprit de corps” de la
corporación y, “last but not least” el no haberse dado de narices las suficientes
veces contra la realidad.
Y a consecuencia de esto, las ideas que la masa en conjunto o el
individuo en particular tienen, salvo que se trate de estamentos poco
significativos, es más producto de la manipulación que de los procesos sociales
de su génesis pueden hacer ciertas clases de periodismo. Citando al lingüista
Noam Chomsky:
“Es un totatiltarismo invisible”, lo que llamo un “totalitarismo democrático” . Los
ejemplos que doy indican que los responsables de la política norteamericana usan eficientemente
los medios de comunicación. En otras palabras, cuando deciden intervenir en el extranjero,
primero aprovechan la magia irresistible de los mismos para preparar la opinión pública.
Antes que nada, los dirigentes norteamericanos presentan al público como “demonios” los
objetivos que quieren atacar, como Saddam, Noriega, grupos islámicos, los sandinistas, etc..
Para ello usan eficientemente distintos métodos de propaganda o técnicas psicológicas. En
consecuencia, el público aplaude la invasión de un país extranjero por los soldados
norteamericanos y da su consentimiento a las políticas formuladas por las distintas
administraciones, aunque en realidad ese consentimiento lo establecen los aparatos políticos.

18
Por esta razón yo defino este sofisticado mecanismo totalitario como “elaboración del
consentimiento”. “
“Uno de los más formidables ejemplos de este método tuvo lugar durante el período
gubernamental de Woodrow Wilson. Este ejemplo, considerado como “la primer operación de
propaganda moderna de un gobierno”, se lo puede esbozar como un plan para convencer al
pueblo que dé el consentimiento para que el país marche a la guerra en la primera
conflagración mundial. Durante los primeros años de la misma la mayoría de los
norteamericanos estaban determinados a no participar. Sin embargo, a los centros de poder,
que tenían una profunda influencia sobre el gobierno, les interesaba que se interviniese en el
conflicto armado. Por lo tanto se formó una comisión, llamada Creel Comission, que se hizo
cargo de la propaganda por cuenta del gobierno. La Creel Comission logró transformar en sólo
seis meses a ese pueblo pasivo en otro de características histéricas con una fuerte voluntad por
destruir a la nación alemana, ir a la guerra y salvar al mundo. Como producto de ese
programa Norteamérica fue a la guerra.”
“Un teórico prominente de esta técnica totalitaria es Walter Lippmann, uno de los
más conocidos columnistas norteamericanos. Es uno de los fundadores del Consejo de
Relaciones Exteriores, importante institución extraoficial ocupada de la política exterior de los
EEUU. Este señor se esforzó al máximo por desarrollar los mejores sistemas de control de
las sociedades a través de las élites y sin que nada se le interponga en la tarea. Es por eso que
considero a Lippmann “el arquitecto de la teoría de la ‘elaboración del consentimiento’ para
conseguir que el pueblo apruebe incluso decisiones no deseadas bajo la influencia de nuevas
técnicas de propaganda”. Lippmann argumenta que el gobierno de un estado debería ser
manejado solamente por “un grupo especial de gente inteligente que sea capaz de asumir la
responsabilidad, en tanto que la masa poblacional debería ser mantenida totalmente al margen
de los mecanismos de decisión”. De acuerdo con Lippmann, la gente no es más que “un
rebaño estúpido” y no debe participar del proceso de administración (gubernamental) sino que
tiene que permanecer como obediente seguidora de las decisiones.”
“Sin duda, esta situación señala una realidad acerca de las actuales democracias
representadas por los EEUU y los países occidentales: en estos países la “soberanía” no está
en manos de sus respectivos pueblos sino capturada, evidentemente, por el poder que controla el
proceso de las ideas a nivel masivo. “
“En este contexto, los medios de comunicación son usados como una de las
herramientas más importante para controlar el proceso de pensamiento. Por supuesto, no se
puede poner bajo esta categoría a todos los medios de comunicación. No obstante, “los gigantes
de entre los medios de comunicación”, presentes en casi todos los países del mundo hoy día,
caen en esa categoría de “herramientas controladoras”. A esto se debe que en algunos casos, a
pesar de la supuesta abierta oposición a los gobiernos, los medios de comunicación tienen
íntimas relaciones con los poderes que están a cargo de los “gobiernos”.

Es el momento entonces de pensar seriamente acerca de lo que los


medios de comunicación imponen sobre la gente. Si éstos, como dice Chomsky,
se usan como “un mecanismo de control del pensamiento”, la respuesta a la

19
pregunta de cuáles son los métodos de los que se valen para controlar nuestras
formas de pensar, pasa a constituirse en algo muy importante.
Chomsky habla extensamente acerca de métodos de lavado de cerebros
usados por los medios de comunicación en materia política. De todos modos, el
“control sobre las ideas” no se limita solamente a cuestiones políticas puesto
que los centros de poder que mantienen la supremacía del mundo occidental no
representan solamente al sistema político sino también a los distintos puntos de
vista que apoyan y sostienen al anterior. El poder que hoy día está establecido
en muchos países del Tercer Mundo –y del Primero también- con una
perspectiva religiosa fundamentalista, es el que abolió el verdadero disenso
espiritual y cultural. Y ese poder puede seguir manteniéndose solamente si la
sociedad continúa aceptando de manera generalizada los puntos de vista
fanáticos del fundamentalismo, tanto de la Iglesia como de la Ciencia.. La
aceptación de los puntos de vista alternativos y el ver a éstos como lo que para
muchos es una fuente legítima de conocimiento, es totalmente inaceptable para
el sistema establecido.
Por ende, es inevitable que los medios de comunicación sean usados en
contra de los OVNIs y la parapsicología como la herramienta más eficiente para
el control de los procesos de pensamiento en las sociedades occidentales.
Y si ustedes se peguntan “porqué” o “para qué”, entonces quizás sea hora que
empiecen, sin falsos prejuicios culturales, a profundizar en estos temas.

20
CAPÍTULO 1

REFLEXIONES SOBRE EL ORIGEN EXTRADIMENSIONAL DE


LOS OVNIs

Debo comenzar este trabajo sentando dos posiciones, más por


coherencia con el resto del texto que por ser necesariamente válidas. La
primera, uniformar algunos criterios respecto de los que giran alrededor del
término “extradimensional”, lo que es lo mismo que definir qué entenderé, de
aquí en más, por “otras dimensiones”. Expresión usada hasta el hartazgo en
relatos de ciencia ficción, incluso definida –no demostrada- en geniales
intuiciones matemáticas, campo fértil para todo tipo de desvaríos. Incluso el
mío.
Una vez más, en necesario recordar –y explicar, para los recién llegados a
estas discusiones- el ejemplo de “Flatland”, el planeta plano. Imaginemos un
cosmonauta cruzando el Universo en su nave espacial y encontrando,
repentinamente, un mundo plano, o, mejor aún, un mundo de dos dimensiones.
Lo que me obliga a escaparme otra vez por una de las ramas de este árbol
metafísico para definir el concepto de “dimensión”.
Una dimensión, más allá –o más acá- de lo lúdico de la fantaciencia, es
simplemente una forma de medida de las cosas. Nosotros nos desenvolvemos
en un espacio de tres dimensiones: alto, ancho y largo (o profundidad).
Cualquier objeto en el espacio en que vivimos puede ser ubicado y definido en
término de esos tres parámetros. Ciertamente, y en respeto a Einstein y su
genialidad, hablaríamos también de una cuarta dimensión: el tiempo. Lo
inextricable de la relación “espacio – tiempo”, lo indistinguible de uno en
función del otro, es también una función de “medida”.
Así que en ninguna forma es imposible –por lo menos, a los alcances
didácticos- imaginar que un universo de cuatro dimensiones puede contener
cualquiera de rango inferior, entre ellos, un mundo de dos dimensiones. Éste es
Flatland, adonde arriba nuestro astronauta que, enterado de las particularidades
del lugar y sus habitantes –ya que en un mundo plano podrían existir seres
también planos, toda una civilización y una cultura quizás desarrollada pero
bidimensional- y seguramente aburrido por un largo viaje en solitario, decide
jugarles algunas bromas pesadas. Por ejemplo, y valiéndose un hipotético y
gigantesco trépano, orada la superficie de ese planeta. Como sus aborígenes
piensan y perciben en dos dimensiones, no podrían advertir que un trozo de la

21
superficie de su mundo es perforada desde arriba por un objeto: simplemente,
percibirían una zona de su mundo cambiando reiteradamente de forma y
color. Y si por ese agujero cae uno de los chatos sujetos, los demás,
involuntarios testigos, no verían a un congénere precipitándose al vacío sino
desapareciendo en la nada. Aún más; si debajo y paralelamente a ese Flatland
hubiera un Flatland II, sobre el cual cayera el desgraciado individuo, los
habitantes de éste último no verían “caer” a alguien (el concepto de “caída” va
necesariamente asociado al de “arriba-abajo” es decir, de “alto”, la tercera
dimensión de que carecerían en esos mundos) sino observarían, asombrados y
asustados, como alguien como ellos sorpresivamente aparecería de la nada.
¿Cuántos testimonios, cuántas leyendas de todas las edades, cuántos
relatos fiables nos han venido transmitiendo el recuerdo de sucesos similares
ocurridos en nuestro propio mundo, gente que desaparece en la nada o que de
la nada surge repentinamente, como si en nuestro planeta, este marco
referencial de cuatro dimensiones, se precipitara algo o alguien desde un
universo de “n” dimensiones más allá de las nuestras?. Porque si un espacio de
cuatro dimensiones puede en teoría contener un cuerpo de dos, un universo de,
digamos, veinte dimensiones, ¿cómo no comprendería con facilidad un ámbito
de sólo cuatro?. Estamos en relación a ese universo como las buenas gentes de
Flatland con respecto a nuestro universo.
Claro que seguramente el lector exigirá entonces que uno –yo- le
“explique” como es ese universo de, por ejemplo, veinte dimensiones. Y esto me
es imposible. Porque una lógica –la nuestra- un precondicionamiento cultural –
el nuestro- una estructura cerebral –la nuestra también- esquematizada,
modelada, estructurada en cuatro dimensiones, no podría comprender
analíticamente, racionalmente, el concepto de “n” planos. Y no por falta de
inteligencia, ni de información, ni de profundidad de razonamiento. En todos
los casos, sería una inteligencia de cuatro dimensiones, información de cuatro
planos, razonamiento de cuatro niveles. Sólo una impredecible evolución
(impredecible no en el sentido de si sucederá, ya que estoy persuadido que
indefectiblemente llegará, sino en el sentido de cómo y cuándo) puede producir el
“salto cuántico” que nos lleve a integrarnos conceptualmente al ese Universo
superior al que pertenecemos sin saberlo. O, tal vez, “otras” formas de
conocimiento -¿la mística, quizás?- nos dará el conocimiento que la razón
desconoce. Y una breve digresión aclarará el porqué de esta suposición.
Entiendo que en el organismo humano nada es innecesario, superfluo,
descartable. Que todo cumple (ha cumplido-cumplirá) alguna función. Hasta al
desacreditado apéndice, impunemente extirpable, se le sospecha funciones de
filtro que hasta un tiempo atrás se le ignoraban. Y qué decir de las amígdalas:
décadas de filosos bisturíes extrayéndolas privaron a generaciones de recursos
inmunológicos redescubiertos recientemente.
Es decir que, cumpliendo conocidas leyes –aplicables tanto a la física
celeste como a la economía de mercado- la naturaleza busca el máximo

22
resultado con el mínimo esfuerzo. La eficiencia. Y en función de la
supervivencia –de la especie o del individuo, lo mismo da- todo en la estructura
del ser humano tiende que tender hacia el mismo fin.
Bien. Aceptado esto, ¿qué necesaria función natural cumple el
pensamiento mágico, irracional, intuitivo, místico, religioso?. Alguna vez
escribí que si la psiquis del hombre necesita de lo mágico, es porque en algún lugar
hay algo que satisfará esa necesidad. Así como el pensamiento racional, analítico es
una indudable arma de supervivencia y progreso, así el pensamiento mágico
también tendrá su lugar de acción, su puesto a cubrir. Y tal vez ese puesto sea el
de catapultarnos a una forma trascendente de percibir una Realidad, también
trascendente. Multidimensional.
Por otra parte, atisbo el concepto de “n” dimensiones como algo más
definible como una Realidad que contenga nuestra realidad. Como si la realidad
fuera una ventana, y mirando desde dentro del cuarto pensemos que lo que
alcanzamos a ver por el rectángulo es todo cuanto existe. Y así como nuestros
órganos sensorios nos permiten percibir lo físico dentro de una determinada
“ventana” –no escuchamos infrasonidos ni ultrasonidos, pese a saber que
existen, no vemos vibraciones del espectro infrarrojas o ultravioletas, pese
también a saber que existen- la comprensión lógica está constreñida dentro de
ese marco. Y la mística, tal vez, sea como asomarse por el alféizar y mirar hacia
ambos lados de la pared, arriba y abajo.
La segunda postura necesaria de aclaración tiene que ver con el origen
pretendidamente extraterrestre de los OVNIs. En absoluto descreo de ello:
simplemente estructuro aquí una hipótesis para cierto número de
manifestaciones del fenómeno. Más aún; como explicaré en otra oportunidad,
creo que entre la Inteligencia extradimensional y ciertas Inteligencias
extraterrestres hay un conato de acuerdo. Pero eso será tema de otro capítulo.
Por extravagante que sean los planteos que voy a esbozar aquí, trataré de
acreditarlos con pensamientos científicos. Atención: dije científicos, no
académicos. O, como es dominante en el campo de los doctorados,
“pensamiento estadístico”; pensamiento reductible a una enunciación
axiomática que no necesariamente refleja toda la realidad, lo que es, a mi
criterio, una de las grandes falacias del así llamado “racionalismo” de nuestros
tiempos: enuncia leyes que parecen aplicarse en todas las circunstancias y por
ello ser generales, pero pocas veces reflejan los pequeños matices de la realidad
de todos los días. Pongamos un ejemplo.
Supongamos que tengo un cajón lleno de pequeñas piedras roladas y
después de sesudos estudios y complicados cálculos enuncio la siguiente
proposición general: “El 95 % de las piedras de este cajón tienen un diámetro promedio
de 3 cm”. Este es un típico ejemplo de enunciación académica. Sin embargo, si
tomo un escalímetro y anoto el diámetro de piedra por piedra previamente
numerada, será muy difícil encontrar simplemente una sola que tenga
exactamente tres centímetros de diámetro. Este es un elemental caso de

23
“pensamiento estadístico” que desea camuflarse de “pensamiento científico”. Y
aún cuando lo logre, como se ve, no necesariamente refleja la realidad.

El OVNI como ente “psicoide”

El eminente psicólogo suizo Carl Gustav Jung definía a los “entes


psicoides” como elementos a caballo entre una realidad psíquica y una física,
como objetos de conocimiento que comparten presencia en esos dos mundos.
Para él, el OVNI era uno de tales. Indiscutiblemente (y lo ratificó
puntillosamente en su libro “Sobre cosas que se ven en el cielo”, Editorial Sur,
Buenos Aires, 1961) tenía realidad física: dejaba marcas en sus aterrizajes,
quemaba los campos, era detectado por el radar... pero también tenía una
componente psicológica poderosísima; Jung pensaba que expresaba la idea de
“mandala”, palabra sánscrita que significa “círculo”, que en Oriente remite a
pinturas hechas para prácticas de meditación (generalmente afectando esa
forma, aunque en ocasiones pueden ser cuadrados) con representaciones de
acciones de dioses y semidioses, combates mitológicos y hechos históricos o
legendarios) pero que también, siguiendo sus enseñanzas, se encontraría como
un símbolo latente en el Inconsciente Colectivo de la Humanidad, para expresar
la necesidad de búsqueda de sí mismo, o, más exactamente, lo que él llamó la
necesidad de realizar (hacer realidad) el Proceso de Individuación. El
completarse uno en sí mismo.

La ilustración ejemplifica claramente la hipótesis del Inconsciente Colectivo, como


estrato basal de la psicología humana

Leemos en “Actas de la Sociedad de Investigaciones Psíquicas” de


Londres, Tomo 35, parte 94, F.E. Leaning, “Estudio introductorio de los
fenómenos hipnagógicos”, 1925”:
“Fui consciente de que algo se movía y giraba delante y encima de mi frente. Tomó
la forma de un disco de unos cuatro pies (N. Del T.: aproximadamente un metro
treinta centímetros) de diámetro. Dentro del disco estaba sentada una joven.
Era una bella criatura, de rostro muy amistoso y encantador. Muy simpáticamente, me hizo
señas con su cabeza. Le dije: “¿Quién eres?”. Me respondió: “Soy tu Auto – control”.
En el libro del doctor Bramwell yo había leído que el objetivo principal de todo tratamiento

24
hipnótico debe ser desarrollar el autocontrol del paciente, pero jamás se me había ocurrido la
idea de que eso significaba desarrollar una joven”.
“Advierte cuán real soy”, me dijo, y extendió hacia mí su brazo y su mano. Palmoteé
sus dedos. Oí el ruido que esto provocó y sentí el contacto. Luego, en esa ocasión, advertí algo
extraordinario: sentí su mano como si fuera la mía. O sea, sentí lo mismo como si yo estuviera
tocando mi mano derecha con mi mano izquierda. Sin embargo, mis manos no se estaban
tocando, sino que descansaban sobre el cobertor de lana”.
“De inmediato, ella se dispuso a salir del disco. Sacó su pie. Todavía recuerdo la
media de seda con bellos adornos. Yo podía ver cada punto de la seda. Por eso, directamente
decidí que lo mejor era que ella se quedara allí, pues empecé a sentirme inquieto no fuera que
algo se hubiera descompuesto (sic) en mi cerebro. Ella percibió de inmediato mi temor: lo pude
ver en su cara. De modo que regresé a mi conciencia común y ella desapareció”.

Que duda cabe que si este episodio, detalle más, detalle menos, en vez de
ocurrir a principios de siglo dentro de una espaciosa habitación hubiera
ocurrido decenios más tarde a campo abierto, tendríamos un típico cuasi
aterrizaje de un OVNI. Incluso, lo exiguo del “aparato” para transportar a su
tripulante no deja de despertar ecos en mi memoria. ¿Nunca les llamó la
atención las en ocasiones exiguas y estrechas proporciones de las “naves
espaciales” en relación al tamaño de los tripulantes que luego aparecen emerger
de ellas, tal como las presenta en centenares de casos la literatura sobre
OVNIs?.
Pero lo más importante es la identificación que de sí misma hace la
aparición. Me recuerda otro caso, ocurrido en Zimbabwe, África, el 31 de
mayo de 1974, cuando una joven pareja conduciendo de noche su automóvil
por una carretera rural y despejada, fueron interceptados por una poderosísima
luz proveniente de lo alto: Peter, el conductor, pierde el control del vehículo
que parece ser controlado a distancia, mientras la temperatura dentro del mismo
desciende muchísimo (estaríamos aquí ante otro vínculo entre Parapsicología y
OVNIs: los fenómenos de “termogénesis” o cambios bruscos de la temperatura
ambiental por causas aparentemente no físicas) y protagonizan un episodio de
“tiempo perdido”. En hipnosis, él y su esposa, Frances, dicen lo siguiente: dentro
del auto, nos programaron... mi esposa se quedó dormida, o la radio, que tenía la voz de
“ellos”, la hizo dormir, de modo que no puede recordar mucho de lo ocurrido dentro del auto.
Una forma se filtró hacia el asiento trasero, estuvo allí sentada durante todo el viaje y me dijo
que yo vería lo que quisiera ver. Si lo quería ver como un pato, entonces
sería un pato; si lo quisiera ver como un monstruo entonces lo vería
como un monstruo”.
En otras palabras: la entidad, la inteligencia se presenta a sí misma como
proteiforme, como oportunamente enunciáramos.
Es evidente en Jung su deseo de no profundizar en los aspectos
materiales del OVNI, simplemente porque como psicólogo le resultaría
irreconciliable admitir una inteligencia extraterrestre –en el sentido de “fuera de

25
lo humano”- cuando acababa de perfilar con tanta justeza una teoría
inconsciente sobre estas observaciones. Pero individuo honesto a rajatabla, no
puede negar esa materialidad, aunque se limita a subrayarla en la introducción
del trabajo ya citado. Aún más: en esos tardíos años ’50, la sola suposición de
objetos extradimensionales, fuera del “pulp” de la ciencia ficción, era cosa de
alucinados. Y no sería Jung quien en el ocaso de su vida arriesgaría todo el
prestigio que tan duramente se ganó proponiendo esta explicación. Pero es
obvio que cuando habla de los OVNIs como entes psicoides, esto es, objetos
que tanto comparten una realidad física en el “allá afuera” del individuo como
psicológica en el “aquí dentro” de su mente, seguramente estaba pensando en
ello. Y, quien sabe, en las tremendas implicaciones. Porque si la realidad OVNI
es psicoide, la evolución en las manifestaciones del fenómeno no habla
sólo de un cambio en la exteriorización del mismo: habla también de una
evolución en el psiquismo colectivo de la humanidad, ya sea porque el
ovni produce el cambio psíquico o el psiquismo induce la evolución
fenomenológica del ovni. Y esto es mucho más que un “salto cuántico”
del Inconsciente Colectivo: es evolución, en un sentido biológico e
histórico, lisa y llanamente. Simplemente, porque la unidad en la acción
significa unidad en la finalidad.
Ciertamente, el genial psicólogo creía en los OVNIs como “símbolos”,
pero entendiendo tal palabra no en un sentido peyorativo, de cosa ficticia,
fetichista o imaginaria, sino como algo que representa lo vago, desconocido u
oculto. No podía aceptar que el OVNI fuera lo que aparentaba ser, básicamente
porque el sabía mejor que nadie que hay aspectos inconscientes en nuestra
percepción de la realidad, como el hecho que, aun cuando los sentidos
reaccionen ante fenómenos reales, visuales y sonoros, son trasladados en cierto
modo desde el reino de la realidad exterior al de la mente. Dentro de ella, se
convierten en sucesos psíquicos cuya naturaleza última no puede conocerse,
porque la psiquis no puede conocer su propia sustancia psíquica. Por tanto,
cada experiencia OVNI contiene un número ilimitado de factores
desconocidos.
Los OVNIs son absurdos como los sueños. Pero, como ellos,
existen. Dejan huellas físicas pero violan permanentemente “sus” leyes, tal vez
para recordarnos que en buena medida tampoco son físicos. Aunque sospecho,
que en realidad, son hiperfísicos.

El hecho es que muchos supuestos EBEs y ovnis presentan


características (antenas en “V” los primeros, escalerita o faroles los segundos)
anodinas, que parecen más tomadas de la mente de los testigos que
respondiendo al uso real que pudieran darle los ET. Además, es más un
ejemplo de conceptualización equivocada del futuro, que elementos de una
civilización tecnológica.

26
A veces tengo la sensación que dentro de la interrelación del fenómeno
OVNI con la historia humana estamos a un paso de vivenciar una “profecía
autocumplida”. Creo que la presencia de los OVNI nos está anunciando algo,
pero temo que nos ocurra como cuando el oráculo de Delfos le dijo al rey
Creso que si cruzaba el río Halis, destruiría un gran reino; sólo después de haber
sido derrotado completamente en una batalla, luego de cruzar el río, fue cuando
ese rey se dio cuenta de que el reino aludido por el oráculo era el suyo propio.
Si los OVNIs tienen un componente “psicoide” que interactúa con el
Inconsciente Colectivo de nuestra especie, pueden estar comportándose como
los sueños del Inconsciente Personal o Individual que, a veces, anuncian ciertos
sucesos mucho antes de que ocurran en la realidad. Muchas crisis de nuestra
vida –sin que se trate aquí de premoniciones- tienen una larga historia
inconsciente. Vamos hacia ellas paso a paso sin darnos cuenta de los peligros
que se van acumulando. Pero lo que no conseguimos ver conscientemente, con
frecuencia lo ve nuestro inconsciente que nos trasmite la información por
medio de los sueños. Si los OVNIs son sueños del Inconsciente Colectivo a
caballo con la Realidad, están influyendo, interactuando, impulsándonos y
advirtiéndonos. ¿De qué?. Eso, trataremos de desvelarlo en este libro.

No quiero abusar del término “símbolo” sin abundar un poco sobre su


significado. Puntualicemos en principio la diferencia entre signo y símbolo, ya
mientras el signo es siempre menor que el concepto que representa, el símbolo
siempre significa algo más que su significado evidente e inmediato. Los
símbolos no sólo se producen en los sueños. Aparecen en toda clase de
manifestación psíquica. Hay pensamientos y sentimientos simbólicos,
situaciones y actos simbólicos. Frecuentemente, hasta los objetos inanimados
cooperan con el inconsciente en la aportación de simbolismos. En
consecuencia, si el OVNI es símbolo, además de su existencia física lo es en
tanto y en cuanto significa o remite a otra cosa.
El enfoque jungiano puede aportar una clave inédita para entender al
fenómeno OVNI. No solamente por su aproximación revolucionaria –más aún,
en la época en que fue formulado y mucho más, pues numerosos cultores del
mismo ni siquiera lo han comprendido, o, parafraseando al maestro, están
enfermos de “misoneísmo” –rechazo a lo novedoso—de realidades psicoides, a
horcajadas entre el mundo de la materia y el mundo de la mente, sino porque
libera una vía alternativa, que no es la del pensamiento lineal sino la del
pensamiento alternativo, para conocer su origen. En “el hombre y sus
símbolos” escribe así: “...Estos cuatro tipos funcionales corresponden a los medios
evidentes por los cuales obtiene la conciencia su orientación hacia la experiencia. La percepción
(es decir, la percepción sensorial) nos dice que algo existe; el pensamiento nos dice lo que es; el
sentimiento nos dice si es agradable o no lo es y la intuición nos dice de dónde viene

27
y adonde va....”. Quizás premonitoriamente, Carl Jung sembró nuestra
inquietud de aunar una aproximación parapsicológica y esotérica al fenómeno
OVNI.
Mencioné líneas arriba como muchos seguidores de la escuela jungiana
parecen tener pánico de extrapolar y profundizar sus consideraciones. Esto es
más que evidente en torno al fenómeno OVNI, donde se abusa hasta el
hartazgo con la intención de reducirlo a la categoría de arquetipo. Pero en este y
otros casos, el término “arquetipo” es comprendido mal, como si significara
ciertos motivos o imágenes mitológicas determinadas. Éstos no son más que
representaciones conscientes; sería absurdo suponer que tales representaciones
variable fuesen hereditarias. Y, si son representaciones, y si el OVNI –o, mejor
dicho, “la observación de ovnis”- es arquetípica, entonces es representación de
algo. De qué, lo veremos en el capítulo siguiente.

Percepciones modificadas de otra realidad

Profundizando en la búsqueda de sentido al fenómeno OVNI

Virtualmente todos los problemas de los seres humanos modernos podrían ser
atribuibles a lo que MacLean denomina la esquizofisiología entre la subcorteza
filogenéticamente antigua y yang, y la corteza evolutivamente reciente y yin. Nosotros, los seres
humanos, nos hemos fascinado en demasía con nuestro nuevo juguete biológico, nuestras
enormes cortezas cerebrales, con lo cual frecuentemente perdemos contacto con la ascendencia
biológica de nuestros cerebros internos de reptil y paleomamífero. Al apartarnos de nuestro
contacto con la naturaleza vía la cerebración ultrayin, hemos perdido el sentido de nosotros
mismos como seres biológicos y nos enfrentamos con un peligro muy real de autodestrucción y
extinción como especie.

Todas las formas de psicoterapia y práctica religiosa pueden ser vistas psicológicamente
como intentos de salvar la brecha entre nuestros cerebros antiguos y nuevo. Por ejemplo, en el
análisis de sueños, los mensajes arquetípicos generados por nuestro cerebro de reptil son
llevados a la conciencia e integrados por la razón y la comprensión neomamíferas. (Es
interesante destacar que muchas formas simbólicas de la mitología son reptiles: la serpiente del
Edén, la diosa Kundalini del hinduismo, los dragones de la alquimia cristiana, etc). De igual
modo, cuando se emplean mantrams u oraciones durante la meditación, se están dirigiendo
conscientemente los procesos neomamíferos hacia la repetición, funcionamiento psíquico que
corresponde a nuestro más antiguo impulso de reptil.

28
Roland Fischer, un psicofarmacólogo erudito que se autodenomina "biólogo del
instante fugaz y cartógrafo del espacio interior", sugiere que la experiencia de la unidad
mística con uno mismo es, en el nivel biológico, una proyección del sincronismo interno entre los
procesos corticales y subcorticales.

“La Alquimia del sistema nervioso”


Phil Lansky

A lo largo de numerosos artículos y libros, he defendido la postura que lo


que llamamos “fenómeno OVNI” y todas las manifestaciones de reales o
supuestos “planos espirituales” no son más que dos caras de la misma moneda,
en ambos casos racionalizados tal vez erróneamente por la percepción y la
cultura humanas, pertenecientes ambos hechos a una dimensión, mundo o
realidad paralela a la nuestra. Por supuesto, esto sin mácula en mi fuero íntimo
de sospechar que parte de la fenomenología OVNI sí es de origen netamente
extraterrestre. Remito al lector a esos trabajos para mayor información, si bien a
título ilustrativo permítame recordarle mis anotaciones sobre “Simbología
OVNI y sus implicancias”.
Aquí, en tanto, me propongo abordar la reunión de evidencias desde otra
óptica; señalando cómo ciertas técnicas históricamente aceptadas para
desarrollar percepciones de orden superior pueden en realidad estar
abriéndonos las puertas a esas dimensiones paralelas, así como su eventual
aplicación en la investigación OVNI. Con todo el respeto que me merecen –y
es mucho- la “investigación de campo” y la “investigación de escritorio” en esta
disciplina, vamos a ensayar algunos tímidos pasos detrás de nuevas formas de
acercarnos al mismo.
Toda teoría o hipótesis, más allá de su grado –o no- de verosimilitud,
tiene generalmente en un hecho aislado un disparador. El mío fue repasar las
instancias de uno de los casos que entiendo más interesantes pero menos
estudiados de la casuística OVNI en mi país; Argentina: el incidente Villegas –
Peccinetti, quienes el viernes 30 de agosto de 1968, poco después de abandonar
su trabajo como empleados del Casino local, se dieron de narices con un objeto
y cinco particulares tripulantes quienes, en el proceso, les extrajeron muestras
de sangre, así como les exhibieron una especie de “pantalla” con diversas
imágenes y trataron de comunicar telepáticamente con los azorados testigos.
Debo haber leído decenas de veces el relato de estos hombres pero sólo
recientemente me detuve en una línea más tiempo del necesario. Es cuando
Peccinetti, para describir el proceso de observación de las entidades, señala que,
pese a saber que no tenía miedo, sentía que estaba como paralizado, y que en
ningún momento pudo mirarle directamente al rostro. Era como que “algo” le
hacía desviar la mirada levemente a un lado e inclusive, cuando los seres
salieron de su campo visual, debió seguir el desarrollo de los hechos con el

29
rabillo del ojo. Rabillo sumamente eficiente, deberíamos decir, porque la cosa
fue para largo.
Me quedé pensando. ¿A qué me hacía recordar esto?. Pronto lo supe. A
los relatos bíblicos donde los testigos de apariciones sobrenaturales confiesan
no poder mirar directamente la “faz resplandeciente” de las apariciones (no por
exceso de luminosidad; ya que en otros párrafos hacen explícitas referencias a
ellos, sino, otra vez, porque algo (¿tal vez el simple miedo o sumisión?) les obliga
a desviar la mirada. Y en cuanto a mirar con el “rabillo del ojo” (técnicamente:
visión periférica) desde tiempos remotos es una eficiente técnica de las
disciplinas orientales para desarrollar en primera instancia atisbos de
clarividencia.
Pero había algo más. Creía recordar –y les propongo a ustedes la misma
experiencia- que en los sueños, nuestros sueños, no solemos mirar directamente
a los ojos de las personas, conocidas o no, que en ellos aparecen. Pensando en
principio que podía tratarse simplemente de timidez de mi inconsciente,
consulté con muchos conocidos. Lógicamente, encontré el obstáculo que, por
lo general, el común de la gente no suele prestar mucha atención a sus sueños y
menos aún a detalles tan nimios de éstos como la forma en que observan en los
mismos, pero un poco de perseverancia y bastante de insistencia de mi parte me
permitió recoger fragmentos de recuerdos y relatos donde, efectivamente,
muchos, si no todos los consultados, reconocían esta particularidad. Entonces
inicié una segunda etapa de comprobación donde, a lo largo de varias semanas,
fui llevando detallada notas de mis propias ensoñaciones al despertarme, hasta
que generé un cierto “biofeedback” que me permitía dormirme con la
convicción de recordar las imágenes claramente a la mañana siguiente.
Programación de sueños, que le dicen, si bien en este caso no me interesaba
tanto recordar qué soñaría sino cómo lo haría. Y nuevamente la constante: en la
generalidad de los casos, aunque sabemos claramente quién es nuestro
interlocutor onírico y podríamos describir su rostro, este reconocimiento es
más una “impresión”, una certeza intuitiva; siempre, en el mundo de los sueños,
la mirada se desvía a un lado o permanece fija en otra dirección, cayendo el
rostro del ser soñado hacia un lado del campo visual. Sabemos quién es, aún
cuando sabemos que no lo miramos. Esta relación entre “mirada desplazada”,
visión periférica, mundo de los sueños y testimonios OVNI –porque el que he
citado es sólo un ejemplo de los muchos que podría encontrarse en la casuística
internacional- no podía ser casual.

El problema del no-tiempo

Percibo –si bien, justamente, lo que estamos poniendo en duda en este


artículo es la validez de nuestras percepciones- que aquello que llamamos
“tiempo” (o lo que entendemos como tal) es el árbol que nos oculta el bosque,

30
lo que nos impide una visión global y más profunda del problema. Por ejemplo,
sospecho que el abstruso concepto de “paso a otra dimensión” se nos haría
mucho más asequible si no estuviera complicado por el “factor tiempo”. Hasta
el problema probatorio y filosófico de la reencarnación (contra la cual la Iglesia
Católica parece oponerse tanto, no comprendiendo cuánto le convendría
defenderla o, cuando menos, explorarla, pues es lo único que le da
sentido a la idea del “pecado original”) se resolvería sencillamente si
aceptamos que tal vez exista un “tiempo negativo”, donde los hechos ocurridos
“antes” tienen “causas” en los hechos del “después”, de forma tal que –para
decirlo simplonamente, gente “buena” tendría encarnaciones “peores” porque,
en realidad –en la realidad del no-tiempo o tiempo negativo- gente “buena” se
ha transformado en “mala”.
Pero convivimos con una riquísima casuística que nos hace dudar de que
nuestro concepto del tiempo sea el más acabado, o, cuando menos, de nuestra
inexorable dependencia de él. En Miami, hace años, ocurrió un célebre episodio
donde el doctor Henry Bravo puso a la doctora Silvia Bustamante en hipnosis y
le hizo regresar dos años atrás, cuando aún estudiaba Biología en la Universidad
Autónoma de Madrid y vivía en una pensión para estudiantes. Mientras le
interrogaba sobre lo que veía a su alrededor y le preguntaba si había alguien en
la habitación, ella naturalmente dijo que no, pero repentinamente gritó: “¡Oiga!.
¡¿Y usted qué hace aquí?!”.
Sorprendido, Bravo comprendió por la pregunta que él se había
“materializado” en la pensión. Ella: “¿Cómo ha entrado usted aquí?. ¿Cómo le han
dejado pasar a la residencia si está prohibido?”.
Entonces Silvia oyó como Bravo (un desconocido en esa época) le decía
con afabilidad: “Mi nombre es Henry Bravo, soy doctor en Psicología. Dentro de dos años
tú me vas a encontrar muy lejos de aquí, vas a trabajar conmigo, serás mi alumna y
colaboradora”. Ella le respondió que seguramente estaba loco y otra vez de dónde
había salido (era evidente que, en el trance, Silvia no reconoció a su
hipnoterapeuta, pues estaba mentalmente ubicada en “aquella” época, donde
Bravo era un desconocido). Pero Bravo simplemente se dio vuelta y
desapareció por el pasillo.
Nada se comentó al terminar una sesión de la que Silvia emergió sin
recordar nada. Tampoco lo había hecho cuando meses antes conoció a Bravo:
era lógico, en ese momento, Bravo era un desconocido, pues sólo después él –o
su proyección- viajaron en el tiempo –cuando menos mental de Silvia- y pasó a
formar parte de su propio pasado. Tiempo después, Silvia Bustamante
comentaba con terceros de la manera más natural cómo se parecía el doctor
Bravo a un desconocido que con el mismo apellido se había apersonado en su
pensión estudiantil. Aquí ya no se trataba de la clásica situación de los relatos de
ciencia ficción donde el protagonista enfrenta dos o más “futuros probables”.
Aquí se trata de haber cambiado de carril entre dos “pasados probables”.

31
Esta discusión respecto del “tiempo negativo” me lleva ladinamente a
recordar ciertas polémicas alrededor de la posible existencia de un universo de
antimateria donde en él el tiempo, obviamente, sería un “antitiempo”. Ese
universo de antimateria lógicamente no podría estar contenido en el nuestro, ni
siquiera en inconcebiblemente lejanas regiones cósmicas, porque la obvia zona
de límites estaría en permanente cataclismo. Pero tal vez ese antiuniverso sí
podría existir en un “plano” distinto al de este universo, coexistente y sin
embargo intocables entre sí.

Por otro lado, reflexionar más que en un “tiempo negativo” haciéndolo


en un “no tiempo” plantea opciones interesantes: por ejemplo, asumir que el
paso del tiempo es una creación sólo de nuestra mente conciente. Es mi
conciencia la que percibe que al día le sigue la noche, a la primavera el verano,
la entropía del envejecimiento de mi cuerpo, el movimiento de las manecillas
del reloj... es ella la que se da cuenta del paso del tiempo. De hecho, empleamos
en forma similar las expresiones “darse cuenta” y “tomar conciencia”. Yo me
doy cuenta que el tiempo pasa. Yo tomo conciencia que el tiempo pasa. Ergo, si
no tuviera conciencia, no percibiría el paso del tiempo; para mí, todo sería un
eterno presente. Y me pregunto si poder desprendernos de la cárcel del tiempo
será una forma de acceder, mediante un aún infuso salto, a otros planos
paralelos.

Desplazando nuestro paradigma cerebral

Sabemos hasta el hartazgo que la mayoría de las funciones de raciocinio,


pensamiento lógico y habla son de lateralidad izquierda, es decir, radican en
zonas de la corteza cerebral izquierda, mientras que nuestra capacidad creativa,
artística, nuestra percepción extrasensorial, parecen trabajar a través del
hemisferio cerebral derecho. Por supuesto, desde que sabemos que las neuronas
no son las pobres células incapaces de regenerarse que creíamos hasta hace
unos pocos años sino que en realidad pueden reconstituirse (claro que mucho
más lentamente) que cualquier otro conjunto celular orgánico (impresión
equivocada devenida de que un proceso cualquiera de deterioro cerebral, por
ejemplo mediante la ingesta excesiva de alcohol, destruye neuronas con más
rapidez de la que éstas emplean para regenerarse, dando la errónea sensación
que su número está limitado desde el nacimiento) y desde que se ha demostrado
que muchas funciones orgánicas privativas de una zona específica del neocórtex
pueden ser desplazadas a otras (según resultados obtenidos después de
prolongadas rehabilitaciones de accidentados) se acrecienta la certeza de que no
toda la mente es una función del cerebro. Seguramente sí lo que llamamos
“mente conciente” depende de la corteza cerebral; seguramente no aquella que
llamamos “mente inconsciente”. Percibo al cerebro más como un

32
“sintonizador”, un “transductor” de fenómenos (que manifestados en nosotros
racionalizamos como mentales) que en un órgano “productor” de los mismos.
La memoria es un claro ejemplo.

Memoria: el archivo del universo

En el mundo de la ciencia, la unidad de información es llamada “bit”.


Podemos representarlo con dos dígitos: el cero y el uno. Un alfabeto de cuatro
letras podríamos representarlo con cuatro bits. Veamos: A= 00; B= 01; C= 10;
D= 11. Nuestras 27 letras del alfabeto pueden representarse con 5 bits. Así, por
ejemplo, la letra T correspondería al 10101.
De este modo podemos analizar cualquier configuración que exista en el
universo, dividiéndola en unidades bit. La estructura de una estrella, una bella
pintura de Goya o una deliciosa melodía de Mozart tocada al piano. Nos sería
fácil, por ejemplo, dictar por teléfono a un amigo que reside en Montevideo la
imagen de nuestro retrato. No tendríamos más que hacer sino ampliarlo a gran
tamaño, cuadricularlo con una red de líneas rectas y del mismo modo que
jugábamos a la “batalla naval” en nuestros años escolares, definir cuadrito por
cuadrito mediante dos bits (blanco, negro, gris claro, gris oscuro) cuatro letras
para cada punto fotográfico que nos llevaría varias horas... y una abultada
cuenta en la factura telefónica en base a dictar cientos de miles de ceros y de
unos. Eso es exactamente lo que hace la TV cuando nos envía treinta imágenes
por segundo.
Usted puede estar plácidamente sentado ante su televisor en una tarde de
domingo viendo el fútbol. Mientras apura una cerveza, y en una hora, recibirá a
través de la retina de sus ojos 10 a la 11 bits (cien mil millones de bits, pues 10 a
la 11 es igual a 1 seguido de 11 ceros) que podrán ser almacenados en su
cerebro. Habría que sumarle los 300.000 bits que representan las apalbras
pronunciadas. Toda esa información equivale a una gran biblioteca de 15.000
volúmenes.
Durante nuestro período vigil y, aunque en menor escala, en el curso de
nuestro sueño, penetra a través de nuestros sentidos una ingente masa de datos.
El aroma de la ropa recién planchada y el ácido sabor de una mandarina se
mezclan con las docenas de sensaciones térmicas, táctiles, de presión que
experimentan nuestras áreas epidérmicas. Y todas ellas pueden medirse en
unidades bits.
Se ha calculado que a cada segundo el conjunto de nuestros sentidos
recibe 10 a la 10 (diez mil millones) bits. Eso implicaría que durante toda la vida
de un hombre, un promedio de setenta y cinco años, el total de información
recibida, si sumamos los millones de escenas vistas, olor4es y sabores
percibidos, ruidos y palabras escuchadas, alcanzaría un volumen de unos 10 a la
19 bits (diez trillones).

33
Esto crea un grave problema. Sabemos que nuestro cerebro es una
tupida red de fibras nerviosas, cada una de las cuales conecta entre sí con varios
miles de esas células llamadas “neuronas”. Se ha calculado que el total de
conexiones (cada una representando un bit) es de 10 a la 15 (mil billones). Aún
en el impreciso caso de que todas ellas se utilizaran para archivar (memorizar),
cosa que dista de ser cierta, no cierran los números. De modo que uno estaría
tentado a decir que la teoría “pantomnésica”, según la cual retenemos en
nuestro inconsciente todas las percepciones de nuestra vida, carecería de
fundamento ya que no habría suficientes “receptáculos cerebrales”. Sin
embargo, esa teoría es una realidad: el psicoanálisis, la hipnosis, la guestalt y el
análisis transaccional, así como muchos otros abordajes clínicos han
demostrado que realmente sí conservamos todo en la mente. Entonces, ¿dónde
lo alojamos?.
Por otra parte, los neurofisiólogos han estudiado punto por punto la
intrincada textura del cerebro, buscando los núcleos nerviosos o las áreas
corticales donde puede radicar ese maravilloso mecanismo que es la memoria.
Si un tumor o una grave lesión afecta al lóbulo temporal, podemos quedar
“ciegos” para siempre. Una destrucción del “área de Brocca” en el lóbulo
frontal nos impide hablar. Esos accidentes traumáticos o patológicos nos
permiten trazar una especie de mapa cerebral, constatando la función específica
de cada zona encefálica. Pero, ¿dónde ubicar la memoria?. Pueden lesionarse
miles de puntos corticales o nucleares sin que se afecte la facultad de recordar.
Esto, sumado a lo señalado líneas arriba con respecto a la “capacidad de
almacenaje” del cerebro, sólo puede decir una cosa: la memoria está en otro
lado.

La mente cósmica

Rattray Gordon Taylor, en su apasionante libro “El Cerebro y la mente”,


refiere el hecho, obvio pero poco tenido en cuenta, de que la memoria no es
la capacidad de recordar algo (en el sentido de “retenerlo” en la mente)
sino, por el contrario, de olvidarlo momentáneamente hasta el momento
en que lo precisemos.
Ilustraremos esto mejor con un ejemplo. Cuando en una conversación
cualquiera estoy a punto de mencionar a alguien y sufro una “laguna” (solemos
ponerlo de manifiesto con la típica frase “lo tengo en la punta de la lengua”) suele
ocurrir que por más esfuerzo que hagamos no podemos traer el dato a la
consciencia. Pero más tarde, a veces días después, surge el recuerdo “perdido”.
Si la “mala memoria” fuese olvidar algo, en el sentido de “irse de la mente”, no
podría “regresar” espontáneamente. Si aparece, es porque nunca se fue. Y, en
consecuencia, la mala memoria no pasa por “olvidar” sino por la incapacidad de
“recuperar” lo que ya se sabe. Esto, además de abrir interesantísimas

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posibilidades para explorar el gran poder dormido en todos nosotros, nos dice
que guardamos absolutamente todo lo que alguna vez conocimos. Si yo, por
ejemplo, digo que nací un 29 de abril, sé que esta información no ocupa
permanentemente lugar en mi mente consciente; no ando por la vida repitiendo
constantemente “yo nací un 29 de abril”. Eso se encuentra momentáneamente
“olvidado” –es decir, desplazado de la consciencia- hasta que algún detonante
(como la pregunta “¿cuándo es tu cumpleaños?”) me la hace recuperar. Por lo
tanto, llamo “memoria” a la función de retirar de la mente consciente algo hasta
el momento en que lo necesite. La pregunta, entonces, es: ¿adónde va?.
Evidentemente, no a ningún lugar particular del cerebro.
Los antiguos orientales sostenían que en el Universo existían lo que ellos
llamaban “registros akhásicos”, algo así como un gran banco de datos de
todo lo que ocurrió desde que el Cosmos existe, y al que “conecta” la mente
inconsciente del hombre por procesos a los que hemos dado diversos nombres:
intuición, corazonada, expansión de la consciencia. De alguna manera, esto
siempre se ha sospechado: Sócrates, por caso, decía que sus reflexiones no eran
en realidad producto de su intelecto, sino que le eran dictados por una
“entidad” acompañante, una especie de guía a la que él llamaba su “daimon”. O
las inspiraciones geniales de tantos artistas o científicos. El alcance de esta
suposición es realmente alucinante, pues significa que hasta el más común de
los mortales, explorando estas posibilidades y abriendo sus canales para
conectarse con esa especie de dimensión paralela (registros akhásicos, mente
cósmica o “memoria”, lo mismo da) puede acceder a las más maravillosas obras
que pueda concebir el espíritu humano sin resignarse a una cuestión de pautas
culturales, educación o disposición congénita genética.

Como la memoria, muchas otras funciones en realidad “inhiben” las


manifestaciones psíquicas. Entre ellas, creo, las espirituales, místicas o
iluministas. ¿Son el producto de psicopatologías, como quiere hacernos creer la
Psicología ortodoxa?. No lo creo. La naturaleza se caracteriza por su eficiencia y
el grado de economía de sus sistemas. En ella, nada es superfluo. Todo cumple
una función o está subordinado a cubrir una necesidad. Esto es general para la
naturaleza global y para la particular, como el ser humano. Y en él, su psiquis.
En ella nada será, entonces, superfluo, si deviene natural. Y es natural la
necesidad religiosa, la búsqueda de Lo Trascendente. Por lo tanto, como ya he
escrito en otro lugar, si el hombre tiene necesidad de lo trascendente, es porque en algún
lugar hay algo que lo satisface. Pero lo espiritual es por definición y objeto, lo no
material. Por consiguiente, la necesidad espiritual del hombre debe ser
vehiculizada por mecanismos que establezcan un puente entre su percepción
material (muchas veces puesta al servicio de lo espiritual) y su esencia espiritual.
Aquí recupera su credibilidad la centenaria afirmación del Ocultismo en el
sentido que el ser humano tiene una mente intelectual y una mente
espiritual. A la primera reduciríamos lo que llamamos generalmente Conciente

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e Inconsciente, nuestros procesos lógicos y no lógicos, nuestros deseos y
voluntades, nuestras vivencias y represiones. A la segunda, se subordinarían
experiencias, percepciones, sensaciones, conocimientos espontáneamente
adquiridos (o percibidos) del mundo no físico. Resta ahora descubrir cuál es el
mecanismo cerebral que hace la “sintonización” a la que tantas referencias
hiciéramos.

¿Será la famosa glándula pineal?. No lo creo. Es cierto que


milenariamente se la conoce como “el tercer ojo”. Es cierto que en su
constitución entran células fotosensibles, lo que la hacen casi un bosquejo de
órgano ocular. Pero sabiendo de nuestro remoto pasado reptiloide, pienso en
ella más como un fotorreceptor infrarrojo involucionado (o aún no
evolucionado), similar al de tantos reptiles que les permite identificar la
presencia por emisión de calor de la presa. Un órgano que sin duda nos daría
con su desarrollo no un sentido paranormal, sino un hipersentido. Como
herederos tercermilenaristas de Lobsang Rampa, activando la glándula pineal
podríamos, además de ver a nuestros congéneres, “escanearlos” de manera
infrarroja. Es posible que así como producimos un cierto campo
electromagnético, la masa calórica percibida por ese “tercer ojo” presente
variaciones de temperatura perceptibles como diferencias de “color”, que un
adecuado entrenamiento nos permitiría identificar como enfermedades físicas,
pensamientos íntimos o actitudes morales, y le llamaríamos “aura”. Pero aún no
es lo espiritual, no en el sentido que estoy hablando. Seguirían siendo energías y
fuerzas físicas, muy sutiles y de una importancia extraordinaria en su
comprensión, pero no lo espiritual.

Cuando un testigo ve un OVNI que no es visto por sus acompañantes;


cuando la entidad que se manifiesta junto a él (o que dice proceder de él) parece
tener connotaciones más hagiográficas que extraterrestres, cuando –tal vez lo
más importante- la experiencia OVNI tiene un impacto conmocionador en la
cosmovisión del testigo impulsándolo en nuevos caminos (que si desembocan
en la plena realización humana o en la locura parece tener que ver más con la
matriz psicológica que recibe la experiencia que con la experiencia en sí),
cuando todo eso es parte de una realidad inaprensible hasta ahora en modelos
matemáticos, en rastreos astronómicos y militares, es hora que nos
preguntemos si una buena parte de nuestros “visitantes” no vendrán de “aquí al
lado” en términos espaciales, pero de muy lejos en términos de naturalezas. Tal
vez sea hora de anexar a la Ovnilogía conocimientos emanados del campo de la
Neurobiología, a la búsqueda de la sintonía, la transducción, en fin, la famosa
puerta a otros planos que tanto hemos buscado en los confines del espacio
exterior y aguardaría, eclipsada por la fascinación tecnológica muy propia de
nuestra Era, en el fondo de nosotros mismos.

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CAPÍTULO 2

LA EXPERIENCIA DE ABDUCCIÓN
COMO INICIACIÓN ESOTÉRICA

La irrealidad de una fantasía no es enteramente tan absoluta como por lo general


suponemos: si nuestra conducta, por ejemplo, es afectada por nuestro deseo fantástico de ganar
el afecto de la persona amada, si modifica nuestra vida y tal vez afecta todo el curso de
nuestras carreras, ¿podremos decir sensatamente que fue una causa irreal la que produjo estos
efectos por demás reales?
Hillary Evans

A lo largo de numerosos artículos y diversos ensayos, he venido


proponiendo –ignoro con qué suerte- una nueva óptica de abordaje respecto de
las causas tras el fenómeno OVNI; un abordaje equidistante de la interpretación
materialista alienígena como de la psicologista que entiende estos fenómenos
como subproductos alucinatorios de carencias o represiones emocionales. Una
óptica que –resumo- entiende la presencia de una inteligencia exterior y ajena
al testigo, pero que por razones que no abundaremos aquí (ya que ameritan un
estudio por sí mismas) se disfraza, dramatiza y representa una puesta en escena
de naves, astronautas, escalerillas, controles luminosos, camillas de quirófano,
botas y cinturones fosforescentes, en fin, tuercas y tornillos.
Una óptica que entiende que, sea esa inteligencia o inteligencias
sencillamente extraterrestre o complicadamente extradimensional (cualquier
cosa que fuere lo que entendamos por este término) “construye” situaciones
no “reales” en sí mismas en el sentido de causa y efecto, sino verdaderas
teatralizaciones enteléquicas, donde el episodio tiene otras razones de ser
que aquellas que se le adjudican.
Un automovilista avanza en total soledad por una carretera de madrugada.
Es sólo oscuridad y silencio, paz y quietud lo que lo rodea en una noche donde,
quizás, él es el único motorista que ha pasado por allí. De pronto, de un
costado de la ruta emana un poderosísimo haz luminoso y el hombre,
estupefacto, ve de entre un bosquecillo elevarse, hasta entonces inadvertido, un
destellante OVNI multicolor que en potentísimo despliegue acelera y se pierde
en lontananza.
Los ovnílogos conocemos un sinnúmero de casos de este tenor, y estoy
seguro que cada uno que esté leyendo estas líneas no ha podido evitar el acto
reflejo de asociarlo con algún episodio específico de su conocimiento. Y todo
parece tan simple: una nave extraterrestre ha sido “casualmente” observada en

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su despegue por un circunstancial viandante. Tan sencillo como eso. O no.
Porque, para molestar, se me ocurre una pregunta: ¿porqué tuvo el OVNI que
despegar justo cuando pasaba el único automovilista de esa madrugada?. De
haberlo querido, el despegar unos minutos antes o después lo hubiera
mantenido en el anonimato (lo que, por otra parte y si uno se atiene a las
periódicas “declaraciones” de estos pretendidos extraterrestres, o la propia
historicidad del fenómeno, es lo que se reivindica permanentemente). Pero no.
Es como si la inteligencia detrás del OVNI hubiera estado esperando ese
momento. Como si lo hubiera hecho con toda intención de ser visto por ese
solitario y desprevenido testigo. Pero sólo por un testigo.
O bien, también en horario fuera de lo común, dos amas de casa de un
suburbio ven descender con movimientos erráticos un OVNI junto al cual,
segundos después, se posa otro. De ambos sale un grupo más o menos
numeroso de aparentes tripulantes que se dedican, afanosa y ostensiblemente, a
“reparar” al primero de los objetos, o por lo menos eso es lo que parece ser la
naturaleza de sus actos. Manipulan objetos con aspecto de herramientas bajo y
sobre la nave, acarrean cajas de variado tamaño de uno a otro lado, incluso, ¡oh,
bizarro anacronismo!, la rutilante luminosidad de... puntos de soldadura es
arrancada de su superficie. Hasta aquí, todo parecería absolutamente previsible,
esperable y dentro de lo atípico de la circunstancia, “normal”. Pero sólo si no
nos hacemos ciertas incómodas preguntas. Por ejemplo: ¿Porqué siempre
resulta exitosa en tiempo y forma la reparación? (Alguien dirá que las historias
de “OVNIs estrellados” demuestran que “no siempre” terminan
satisfactoriamente; pero precisamente a eso me remito. O se estrellan, o salen
airosos de la “panne”). ¿Porqué no queda ningún resto material de semejante
bricolage?. Y, lo más importante, ¿porqué siempre la reparación termina justo a
tiempo?. A tiempo antes del inminente amanecer; a tiempo antes que pase el
primer autobus de la mañana, a tiempo antes que el policía de ronda, la patrulla
de caminos o el guardia privado acierte a pasar por el lugar. En suma, justo a
tiempo antes que aparezcan otros testigos.
De lo que queremos hablar, es que la experiencia OVNI tiene,
indudablemente, un componente físico: el OVNI (o lo que sea que opera detrás
de él) existe, deja huellas en el terreno, altera motores, deja “blips” en las
pantallas de radar. Pero sus manifestaciones, por un proceso que lentamente
trataremos de ir desentrañando, tiene su realidad psicológica también. Pero una
realidad psicológica que trasciende el ideario imaginativo como única causación.
Dicho de otra forma; si bien sería muy sencillo explicar estas manifestaciones
como de carácter alucinatorio simplemente (y, si se me permite la petición de
principio, parto del supuesto que hemos previamente eliminado los posibles
casos de fraude), existen ciertas preguntas que debemos hacernos, y que
demuestran que, si bien la explicación psicologista resulta a priori culturalmente
satisfactoria, es sólo el producto de un paradigma, y si parece satisfacer con
prontitud el deseo de respuesta es sólo porque constituye una explicación

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coherente más, pero no la única. O no tan coherente, en tanto y en cuanto no
responda a esos interrogantes fundamentales.
Por ejemplo, la afirmación extendida de que ciertos autodenominados
“testigos de encuentros cercanos” dramatizan un episodio de alucinación a
partir del material que en el Inconsciente anida relacionado con ello (películas,
relatos de diarios y revistas) es sólo digerible cuando sabemos que el sujeto
acumula cierto bagaje informativo sobre el particular. Pero, ¿dónde deja eso a
los miles de testigos analfabetos, marginales de la cultura que jamás han visto
una película y menos sobre extraterrestres?. ¿Qué pasa con las descripciones
cuando provienen, no sólo de avispados cosmopolitas, sino de trashumantes
saharianos, bantúes, aldeanos del altiplano, indígenas chachapoias?. ¿Cuál sería
en estos casos el “fundamento cultural” de sus percepciones?. Y, más aún, ¿qué
pasa con los primeros testigos de los primeros tiempos, cualquiera que éstos
hayan sido?.
Seguramente algún lector echará mano aquí al argumento del Inconsciente
Colectivo, como gigantesca y atemporal “base de datos” de la humanidad y de
cuyos arquetipos (estructuras eidéticas primarias) se alimentan todas las
mitologías y, dirán nuestros detractores, lógicamente también la saga de los
OVNI. Cuando Jung expresó la idea de que el OVNI, con su forma circular, era
un “mandala”, símbolo de la totalidad, el reencuentro con sí mismo, abrió las
compuertas a un aluvión de reduccionistas y simplistas: para ellos y desde
entonces, el OVNI fue sólo la expresión inconsciente de la angustia existencial.
Luego cerraron filas los freudianos, con su hipótesis de que los OVNIs con
forma de cigarro eran... símbolos fálicos, emergentes de las carencias o
represiones sexuales de la gente. No nos han dicho qué hacer con los OVNIs
cúbicos, pentagonales, triangulares, pero no creo que haya problema: como
ciertos psicólogos son capaces de explicar cualquier cosa, no dudo que no
tardarán en construir una remanida estructura dialéctica a la que denominarán
“explicación”.
Pero no nos alejemos del concepto de Inconsciente Colectivo y su
arquetipo, el mandala. Sólo que creo que se trata de un excelente y estimulante
concepto, sí, y no podemos desecharlo: tal vez los visitantes que llegan en naves
en forma oval o esférica expresen la idea de totalidad, pero reconozcamos que
hay que bucear en demasía para encontrar unos pocos componentes
arquetípicos en el promedio de informes sobre OVNIs y, aunque los
encontráramos, son más bien abstracciones intelectuales, improbables de
inspirar una experiencia emocional vívida.

Ciencia ficción y OVNIs

39
La explicación más sencilla de un hombre no es la de otro hombre. Hace
años, el folklorólogo Bertrand Méheust “demostró” la correlación existente
entre las antiguas apariciones de OVNIs de los años ’40 y ’50 y relatos de
ciencia ficción de principios de siglo. Esto parecía zanjarlo todo. Sólo que
quedaba un problema que Méheust sugestivamente ignora: la absoluta
improbabilidad que un campesino tejano de los ’50 hubiera leído, por caso, un
relato de ciencia ficción publicado en alemán –y nunca traducido- en una revista
de cuarenta años antes. Recuerdo un caso belga de 1954: “Una pálida luz les
permitía distinguir lo que les rodeaba, y parecía no salir de ninguna parte”, detalle que sí
tiene un antecedente en la narrativa fantástica francesa... de 1908: “Sobre ellos
brillaba una luz verde difusa, pero, ¿de dónde venía?. Parecía formar parte del material
mismo de la habitación...”.
Algunas de estas reflexiones pueden ser extendidas también al campo de
la abducción. Es difícil creer que las particulares descripciones concordantes de
los secuestrados en cuanto a ser coincidentes en detalles de, por ejemplo, el
instrumental quirúrgico que se empleó sobre sus cuerpos respondan a un
arquetípico modelo de escalpelo cósmico.
La avanzada psicologista, empero, se encoge de hombros y aduce la
riqueza de recursos de la imaginación humana. Citan, en su concurso, los
experimentos con voluntarios hipnotizados que fueron invitados a “imaginar”
el secuestro a bordo de un OVNI, y la estrecha correspondencia de sus
descripciones con los relatos dados como “reales”. De allí a deducir que los
abducidos lo imaginan todo, hay sólo un paso. Pero es un paso en falso.
Porque, en primer lugar, puedo invertir la carga de la prueba de los
mismos psicologistas y sostener que si se presupone que los testigos de
apariciones OVNI toman el material de la cultura dominante para fraguar
(aunque sea involuntariamente) sus “visiones”, pues con más razón pueden
hacer lo mismo los voluntarios de estas experiencias (generalmente estudiantes
universitarios deseosos de ganar unos dólares, amas de casa de mediana
formación interesadas en ocupar sus tiempos libres en actividades estimulantes;
pero nunca atareadísimos pastores montañeses), más aún, y como los mismos
expertos saben, en un nivel profundo deseosos de complacer al controlador de
la experiencia.
Pero el segundo detalle significativo (concluímos aquí sobre el extenso
trabajo de Alvin Lawson, John De Herrera y Walter McCall, sobre el que
volveremos) es que las descripciones concomitantes surgen con individuos
hipnotizados, y no con los que no lo están. Al margen de que aún
desconocemos casi todos los mecanismos que operan en ese eclipse de la
conciencia que es la hipnosis, a la cual los mismos críticos señalan como
herramienta poco fiable en la investigación ufológica, es significativo que dicha
correspondencia (entre la anécdota real y el trance inducido) ocurra
precisamente en ese estado. Aunque también podríamos decir, que más que
construir escenas irreales con material profundamente inconsciente, estos

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experimentos establecen incuestionablemente la aptitud de los sujetos
hipnotizados para reproducir, no a grandes rasgos sino con intrincados
pormenores, argumentos a los que no habrían tenido acceso por medios
convencionales. En el estado de hipnosis –y es razonable conjeturar que otros
estados pueden servir igualmente bien- los sujetos parecen poder obtener
acceso a material por medios que no son físicos ni sensibles, y reestructurar
luego ese material sobre una base creativa y selectiva, usándola para urdir un
relato dramático, a la medida de lo que se les pide.
En un trabajo anterior (“La fotografía psíquica entre la Parapsicología y
los OVNIs”, publicado en distintos medios, entre ellos, en el número 9 de
nuestra revista digital “Al Filo de la Realidad” , me he extendido –cosa que no
haré ahora para evitar ser repetitivo- entre las correspondencias que a mi
entender existían entre esas dos disciplinas. Pero para la mejor comprensión de
la teoría que expondré aquí, es necesario profundizar en ciertas interrelaciones.
Aquí, me detendré particularmente en dos: la indiferenciación entre
observaciones de OVNIs y de otro tipo de “entidades” (marianas, demoníacas,
etc.) y la “selectividad” que el fenómeno manifiesta.
Autores mucho más calificados que yo (Salvador Freixedo, Jacques
Vallée, entre otros) abundaron en la investigación –especialmente abrevando
en fuentes históricas- de “apariciones”, generalmente interpretadas dentro de
un contexto religioso, pero que expurgadas de todo matiz cultural aparecían
difícilmente desglosables de muchos aspectos, a veces centrales, a veces
periféricos, del fenómeno OVNI. No voy a volver aquí sobre sus pasos.
Simplemente (ante el clamor de muchos que seguramente sostendrán que
cuando una señora campesina que “ve”a la Virgen esto es suficiente claro y
taxativo como para no confundirla con un ET) repasar ciertos conceptos, el
primero de ellos no perder de vista que no se puede ser a la vez juez y parte, lo
que es tanto como decir que difícilmente yo pueda juzgar con equidad y
objetividad una experiencia espontánea, emotiva y estresante como es la
irrupción en la vida de cualquiera de uno de estos fenómenos. Como nadie es
buen observador de sí mismo, que “yo concluya” que “mi” visión es tal o cual
cosa es una petición de principio respetable, pero no aceptable. Lógicamente,
muchas personas simples y sinceras están convencidas que han visto a la Virgen
María o a tal o cual entidad espiritual porque así la misma se presenta, lo que, en
todo caso, presupone asignarle a la entidad un grado de sinceridad que no se
fundamenta más que en la necesidad de satisfacer las propias expectativas. Pero
si analizamos objetivamente los hechos –y un ejemplo contundente de ello es el
trabajo del investigador lusitano Joaquim Fernándes respecto de las
apariciones de la Virgen de Fátima- sólo un condicionamiento preexistente –o
ciertos intereses posteriores- del perceptor o de personas o instituciones de
fuerte influencia sobre él –las iglesias- llevan a transformar lo visto en una
entidad sacra determinada, cuando lo que generalmente se ve es simplemente
una “luz”, o, en el mejor de los casos, una entidad humanoide, pero ni siquiera

41
remotamente parecida a la hagiografía con que se les conoce. A fin de cuentas,
un evento de los pocos mistéricamente aceptados por el Vaticano (las
apariciones en Lourdes a Bernardette Soubirous) responde a estas
características: Bernardette declara tener sus primeros encuentros con una
“señora” (a la que por otra parte, describe casi como una niña) que, aunque se
presenta como la “Madre de Dios”, le despiertan tanto recelo que no duda en
concurrir a una de las “entrevistas” munida de un frasco de agua bendita que
sorpresivamente arroja sobre la entidad. Que una niña campesina, inculta y en
un medio fuertemente religioso como el que rodeaba a Bernardette sea lo
suficientemente suspicaz como para dudar de que se tratara realmente de la
Virgen, demuestra hasta que grado la entidad, cuando menos en su aspecto –si
no en sus palabras- dista de responder a los modelos clásicos del género. Así,
los sacerdotes estimulan (abierta o solapadamente) las revelaciones marianas,
mientras prefieren ignorar centenares de miles de testimonios de
manifestaciones que, por no caer bajo su égida, quedan en el limbo; sucesivos
médiums espiritistas no tienen empacho en aceptar la aparición de la querida y
muy finada tía Clara pero se encogen de hombros ante las descripciones de
visitas alienígenas, y contemporáneos ufólogos sostienen audaces teorías
cósmicas pero consideran pura y simple superstición los relatos de Garabandal
o San Nicolás.
Pero en realidad esta división no nace tanto del fenómeno en sí (un
triángulo luminoso se mantiene suspendido en un amanecer junto a un arroyo.
Dos personas lo observan: una anciana campesina que salió a revisar su
gallinero y, desde la autopista, un ingeniero que pasaba en su automóvil.
¿Alguien duda que la primera contará sobre una aparición “divina” o
“demoníaca” y el segundo hablará sobre un “OVNI”?) sino de la diferenciación
que nosotros presuponemos. Y diferenciar presupone que cada categoría es
homogénea (“todos los OVNIs tienen en común algo fundamental”) y,
segundo, que esta es distinta de otras categorías (“lo que los OVNIs tienen en
común es distinto de lo que las apariciones marianas tienen en común”). Y eso
implicaría que conocemos bastante acerca de OVNIs y apariciones marianas
como para decir cuándo una aparición es lo uno o lo otro. Y habría que ser
muy, pero muy pedante, para sostener que efectivamente, sí sabemos tanto.
Así que en esta aproximación, un refuerzo a la conexión entre
Parapsicología y Ovnilogía radica en la muchas veces difusa línea fronteriza que
separa ambos fenómenos. Pero habíamos hablado de una segunda
correspondencia. Y es lo que yo llamo selectividad.
Como sabemos, el fenómeno Psi, cuando ocurre, no cumple muchas de
las condiciones de las energías físicas. Eso lo he descrito en otro lugar y allí
quedará. Pero llamo la atención sobre el particular que no cumple el efecto “de
campo”: si yo enciendo una estufa y me paro al otro lado de la sala para percibir
su calor, puedo estar seguro que cualquier punto entre la estufa y mi persona
también será alcanzado por el calor, mayor cuanto más próximo a la fuente

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emisora esté. Pero en los fenómenos extrasensoriales esto no ocurre. Yo puedo
protagonizar un episodio de telepatía con el señor que está al fondo del salón
sin que nadie en los puntos intermedios perciba o interfiera con lo que estamos
haciendo. O puedo actuar –es un decir, claro- telekinéticamente sobre la
lapicera que tengo al otro lado del escritorio sin que resulten afectados, por
caso, el ratón, el teclado, el teléfono, la pila de CDs o mi pipa que están entre
esa lapicera y yo. La ingeniera Carolina Grashoff me propuso una explicación
“sencilla”: un mecanismo de sintonía. Así, si movemos esa lapicera y no otra, si
contacto telepáticamente con ese caballero y nadie más es que por alguna razón
que se me escapa, hay una afinidad, una correspondencia, diría Carolina –
ingeniera al fin- una capacidad de sintonización. Pero, en definitiva, ¿una sintonización
con qué?. Y así, como el dial de la radio nos permite sintonizar distintas
“frecuencias” –niveles- en las cuales se expresa un mundo diferente de sonidos,
creo posible que esa capacidad de “sintonización” sea con un plano, una
dimensión o un orden distinto de Realidad. Otra vez, el cerebro, entonces, no
produciría el fenómeno, sino que, como transductor, lo calibraría.
Bien, hay, de todas formas, una selectividad. Y cuando en una aparición
OVNI (aunque, después de los párrafos que he escrito, sé que el lector
entenderá que el mismo razonamiento puede aplicarlo a una pléyade de
entidades) es percibida por ciertas personas de un grupo y no por otras, creo
que se cumple un principio de selectividad similar. Aún cuando muchos crean
que es más cómodo acudir a una explicación alucinatoria. Pero el punto es que
más a menudo se echa mano a las alucinaciones como explicación que la
probabilidad que las mismas sean las responsables, en principio, porque los
cuadros alucinatorios requieren de patologías muy específicas y nunca se
producen una sola vez en la vida, sino que tienen una recurrencia muy
particular. Así que cuando un testigo dice estar viendo un OVNI que no es
percibido por un circunstancial compañero, estamos aquí ante otra coincidencia
fenomenológica entre OVNIs y Parapsicología.
Mi opinión personal es que Psi y OVNIs pertenecen, con matices, al
mismo ámbito. Detrás de los OVNI deduzco la presencia de una Inteligencia o
Inteligencias; detrás de los fenómenos Psi no, pero sí, por el contrario, la acción
multifacética de fuerzas. Creo que en ese ámbito del que estaba hablando, las
fuerzas que en él operan se manifiestan en el nuestro como fenómenos Psi, y
las inteligencias que en él habitan se presentan en el nuestro con la mascarada
OVNI. Creo que lo que llamamos “OVNI” es un ente proteiforme que se
adapta a las necesidades emocionales de quien lo percibe. Y como toda
conducta demuestra la presencia de una inteligencia, y asÍ como toda conducta
tiene una motivación y un objetivo, el exacerbar las necesidades emocionales de
los testigos tiene que tener también su razón de ser. Pero no nos apresuremos.
Ese ámbito del que he hablado lo concibo como un orden distinto de
Realidad. Un plano Trascendente a aquél en que ocupamos. Y así comenzará a
tener sentido el título de este capítulo.

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Los que escuchan cosas del cielo

En esta época muy “newager”, quien más, quien menos, ha oído hablar
de los shamanes indígenas y sus experiencias. Sólo una lectura superficial a este
problema tan complejo podría llevar a creer que todo se reduce a una melánge
de visiones provocadas por alucinógenos, creencias supersticiosas e ignorantes,
estados estresantes de tortura física y mucho folklore. Todo antropólogo que
haya seguido de cerca la experiencia shamánica sabe que ocurren sucesos que,
por más positivista que sea su actitud, señalan que “algo” pasa, con “algo” se
conecta el hechicero. Si las profundidades del Inconsciente, el mundo de los
espíritus o dimensiones paralelas, es tema de discusión, pero las capacidades
psicofísicas, los conocimientos premonitorios y clarividentes, las experiencias
psicokinéticas, termogenéticas e hiloclásticas observadas no son tema de debate.
Y, ciertamente, estos shamanes comparten un portal a un ámbito trascendente
con los lamas del Tibet o los místicos occidentales en olor de santidad.
El primer paralelismo que encuentro entre la experiencia shamánica
(quede claro que de aquí en más englobaré bajo este nombre un abanico muy
amplio de experiencias y realizadores, donde categorizaré, sólo a título de
simplificar, como “shamán” desde un Alce Negro hasta un San José de
Cupertino) es la suspensión de la incredulidad. Durante la experiencia, los
testigos de OVNIs aceptan como cosa común y corriente no sólo características
de la aparición que resultarían chocantes con otra perspectiva, sino ciertas
anécdotas que, devenidas dentro del episodio, no les llaman la atención: relojes
que en sus muñecas corren “al revés”, falta de sombras o capacidad de hacer
pasar cosas sólidas a través de otras son en ese contexto aceptadas como
“normales”, aunque fuera de la experiencia llamen poderosamente la atención.
Tomando en cuenta el arquetípico Miedo a lo Desconocido, tan propio del ser
humano, experiencias que deberían ser psicológicamente terribles para
cualquiera son aceptadas emocionalmente sin dificultad por los protagonistas.
Aquí me pregunto si no estamos frente a otra conexión entre Parapsicología y
Ovnilogía: la dicotomía “corderos” versus “cabras”.

Cuando la credulidad es una destreza

Fue el padre de la Parapsicología científica contemporánea, el biólogo


norteamericano Joseph Banks Rhine quien allá en los años ’50 llevó a cabo una
serie de experimentos muy interesantes. Separó un grupo de estudiantes
universitarios según su actitud frente a lo paranormal: a los “creyentes”, los
denominó “corderos”; a los escépticos, “cabras”. Y sometió ambos grupos a
sus matemáticos y confiables tests de percepción extrasensorial. El resultado
fue por demás sugestivo: sin posibilidad de subjetividad en la interpretación ni

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de proyección de creencias previas, definitivamente los “creyentes” obtuvieron,
siempre, porcentajes de aciertos muy por encima del azar, mientras que las
“cabras” rara vez alcanzaron ese piso. La conclusión era obvia: las creencias –
diríamos, la emocionalidad- es como una espita que permite u obstruye la
manifestación de fenómenos Psi. En consecuencia, proyectando estas
conclusiones al terreno de los OVNIs, podemos afirmar que el hecho que los
“creyentes” protagonicen más fenómenos que aquél incrédulo que sostiene
gozoso que “nunca vio nada raro”, no se debe a actitudes pseudoalucinatorias
del primero sino a un desenvolvimiento particular de las categorías descriptas
de perceptores. En consecuencia, reconocemos aquí una parte de la mente
del perceptor que actúa, ora como sintonizador, ora como perceptor, ora
como amortiguador, ajeno a la conciencia del Ego. Un “yo” –en singular
para diferenciarlo, por el momento, del Yo como Conciencia del Sí Mismo- que
nos pone en contacto con el fenómeno, facilita su percepción –ajena a otras
personas circunstanciales; no es, por tanto, la percepción física ordinaria- pero
al mismo tiempo salvaguarda del efecto traumático del choque cultural que
significaría darle ingreso a nuestra historia vivencial sin ”ajustarlo”.

Más acá de la mente

Es muy común –exageradamente común- leer con distinta suerte todo


tipo de comentarios respecto a los “ilimitados” poderes de la mente, las
maravillas de que es capaz (y que ignoramos) y sus sorprendentes recursos. Y
sin menoscabar todo ello –no sería, por obvias razones, justamente yo quien lo
haría- creo que es necesario en honor a la verdad poner ciertos límites y
enmarcar dentro del sentido común algunas apreciaciones, por lo menos
aquellas atinentes a las cuestiones que estamos abordando aquí.
Porque creo que se exagera gratuitamente la presunción de que cualquier
evento “extraño” que un individuo protagonice puede ser atribuido a la mente,
como si ésta fuera una galera de prestidigitador, como si por arte de
birlibirloque la misma fuera capaz de las más extrañas evocaciones, mediante las
cuales creemos poder reducir todo hecho insólito a la difusa categoría de
“alucinación” o “visión” sin más preocupación, y sin, por lo visto, la sana
reflexión respecto de si la mente ha sido después de todo realmente capaz de
producir aquello que le atribuímos.
Rostros desconocidos acuden a mi mente durante un sueño, o en estado
de “alucinación hipnagógica “ –la que ocurre cuando estamos por quedarnos
dormidos- o “hipnopómpica” –la que acude apenas nos despertamos. Nos
consolamos diciéndonos que, seguramente, es “una creación de mi mente”, por
lo tanto falsa e ilusoria, y no le damos más importancia, seguros que nuestra
mente nos ha jugado una mala pasada y que esos personajes no “existen”, en
ningún plano de existencia del que estemos hablando. O soñamos que nos

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paseamos por una casa que sabemos que es “nuestra” casa, pero no se parece
en lo más mínimo a la “real”, o visitamos una ciudad que, aunque reconocemos,
no aparenta ser como sabemos en vigilia que es. Y nos despertamos, musitamos
algo así como “pero qué cosas raras hace la mente” y pasamos a ocuparnos de tareas
más terrestres. Y se nos acaba de escapar algo fundamental.
Porque si la mente “construye” los sueños y las alucinaciones –
aceptemos la postura oficial de la Psicología- como dramatización de
represiones, o eclosión de deseos, es decir, responde a la necesidad de satisfacer
ciertas expectativas del Inconsciente, lo lógico es que lo construyera con
material conocido y no desconocido. Si evoca rostros, por un principio de
economía energética –válido también en la esfera psíquica, más aún si el
escéptico detractor es un mecanicista y positivista- ¿no deberían ser rostros de
personas conocidas ante que soberanos extraños?. Si para entretenerse durante
el dormir la mente decide irse a pasear a cierta ciudad que conoce, ¿no sería
lógico que la reprodujera más o menos como es en realidad?. Entonces, por
aquél maltratado principio de economía de hipótesis, cabe preguntarse: si la
mente se toma el trabajo de “representar” rostros desconocidos o lugares
ajenos a su conocimiento, ¿no será que, por vías que escapan a los alcances de
este trabajo, toma esa información de “otra” realidad?. Todo esto sugiere una
decisión deliberada por parte de lo que construye los sueños, otra parte
de la mente que no es la mente, un “yo” distinto a los otros “yoes” que
venimos considerando, cuyo propósito se me escapa.
Veamos, a título de ejemplo, este relato –cuya fuente desea permanecer
anónima- que ilustra lo que acabo de exponer:

Por favor, os pido un poco de paciencia y "caridad" para que leais el


mensaje completo. Gracias de antemano.

Veamos, quiero comentaros mi propia experiencia, especialmente para que


alguien entendido en el asunto pueda explicarme si esto es normal, es decir,
es un fenómeno onírico (y, por lo tanto, natural y racionalmente explicable)
o, por el contrario, pueda ser otra cosa. Os explico.

He vivido toda mi vida en la ciudad de Bilbao, en el País Vasco (que algunos


tal vez enclavéis en los Estado español y francés, pero ese es otro problema
distinto...). Bien. La mayor parte de mis sueños (y empiezo a creer que no
son exactamente tal), por no decir todos, tienen por escenario dicha ciudad,
lo cual me parece que es un tanto extraño. Ahora bien, en mis "sueños", mi
ciudad no aparece ni en las proporciones ni con el diseño y es aspecto
"real" o material: las calles no se corresponden, los edificios son
anormalmente altos o bajos, su diseño interior varía mucho del real...y sin,
embargo, puedo reconocerlos perfectamente. Bien, hasta aquí nada raro. Ahora
comienza lo REALMENTE extraño: sueño tras sueño, el diseño de mi ciudad, por

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la que me muevo en sueños, permanece inalterable, es decir, siempre es
EXACTAMENTE IGUAL, HASTA EL MAS MÍNIMO DETALLE, en cada
sueño, de tal forma
que, en mis "viajes" oníricos soy capaz de orientarme perfectamente, y
recuerdo los lugares, las extrañas calles y los edificios perfectamente,
tanto por fuera como por dentro. Huelga decir que, a fuerza de repetirse
este fenómeno cada noche, recuerdo despierto perfectamente el aspecto y la
lógica de esa ciudad, y podría reproducirla en un mapa, o en un dibujo, a la
perfección.

Lo que me extraña es que, si fuera un mero producto de mi mente, supongo que


ésta misma iría alterando, modificando el aspecto de la ciudad, o unas
calles NO darían siempre a tal o cual lugar, o, al menos, cambiaría
mínimamente algún detalle...pero no. Siempre permanece igual...y, detalle
curioso: su evolución se desarrolla sueño tras sueño. Un ejemplo: hace mucho
tiempo, en una zona concreta de mi "Bilbao onírico", existía una zona "no
edificada", una especie de parque. Claro está que, en la realidad material,
esto no es así exactamente, pero bueno. Pues bien, en un sueño vi como
estaban comenzando a realizar unas excavaciones de proporciones
desproporcionadas; el los sueños subsiguientes, la obra permanecía, iban
apareciendo vigas, construcciones...hoy en día, cuando me muevo en sueños
por ese lugar, existe un gigantesco edificio en el que nunca he entrado (en
sueños, quiero decir, en la "realidad", en ese lugar has levantado un
jardin). Otro ejemplo: existen ciertos edificios, algunos con equivalente en
la realidad y otros no tanto, en los que entro periodicamente en
sueños...conozco todas sus escaleras, pasillos, habitaciones... me muevo con
naturalidad, aunque no son así en la realidad...

Por último, deseo comentar un detalle: en 15 o 20 años que recuerde que la


casi totalidad de mis sueños se han desarrollado en este ambiente, solo hay
un lugar en el que no he estado nunca jamás, e insisto: Bilbao entero, y
parte de sus alrededores, me los conozco tanto oníricamente (con una
orografía y un diseño, insisto, perfectamente reconocible y persistente, con
evolución "propia" y autónoma), pero hay un lugar en el que nunca he estado:
mi propia casa. Jamás he soñado con mi casa, con mi habitación...

Por favor, si alguien puede aclararme esto, le estaría eternamente


agradecido. A las pocas personas a las que se lo he contado me ponen cara
rara y cambian de tema.

Quedo a la espera de respuesta, y gracias de antemano.

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Orpheus

Reflexiones que pueden hacerse extensivas también a la casi innata


actitud pública de considerar que quienes son testigos presenciales de
apariciones fantasmales, en, pongamos como ejemplo, un antiguo castillo, son
en definitiva víctimas también de las trampas de sus propias mentes. Pero la
pregunta que me hago es: si las visiones de aparecidos, espectros y fantasmas
son simplemente alucinatorias, ¿porqué distintas personas, generalmente
desconocidas entre sí y en ocasiones en épocas temporales distintas,
alucinan lo mismo?.

OVNIs y espiritualidad

Antes de continuar, intuyo que la manera de aproximarme al estudio de


los OVNIs que aquí planteo resultará bizarra y extraña a la mayoría de los
lectores (aunque sostendría que si han sobrevivido a la lectura hasta aquí vamos
bien encaminados); en mi descargo sólo puedo decir que otras aproximaciones
–intentadas en el pasado por muchos acreditados colegas y hasta por mí
mismo- más cercanas al método de laboratorio –no quisiera decir “científico”-
no han dado mejores resultados para entender al fenómeno. Y creo,
sinceramente, que el método más seguro es el de estudiar siempre un fenómeno
en su propio plano de referencia, sin perjuicio de integrar luego los resultados
en una perspectiva más amplia. De manera que me he visto obligado a hacerme
algunas preguntas (otras más) cuando acometí este análisis. Por ejemplo:
¿porqué el tema OVNI ha ido girando –algunos dirían “mutando”- en los
últimos años de un tratamiento exclusivamente “cientista” o casuístico a una
óptica pseudoreligiosa?. ¿Por qué la evolución del tema llevó a la opinión
pública a llamar “expertos en OVNIs” hoy en día a quienes son lisa y
llanamente “contactados”, mientras que décadas atrás ese rótulo se le endilgaba
a quien sólo sometía al testigo y su relato a un cribado estudio estadístico?.
¿Porqué se “espiritualizó” de esa manera el tema?. Una de tantas posibles
respuestas: ¿no será que se fue volviendo más “espiritual” porque
precisamente esa era su naturaleza desde el principio?.
Tenemos que ser muy cuidadosos cuando incluímos la variable “espiritualidad”.
Desde ya, no me estoy refiriendo a las religiones y, mucho menos, a las iglesias
–del tenor que fueren- a las cuales, con todo respeto y sana disensión, sólo
considero lo que su etimología griega (“ekklesía”) significa: “reunión de
hombres”. Hablo de espiritualidad para referirme, ora a una dimensión inasible
de la naturaleza humana, ora a una necesidad inconsciente, la necesidad religiosa
o necesidad mágica, arquetípica en toda la especie humana. Sólo que no
considero esta necesidad como un “chupete afectivo”. Ya expresé alguna vez
que si nuestra naturaleza busca algo, es porque en algún lugar hay otro algo que

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la satisface. Dicho de otra manera, en la medida en que el inconsciente es el “cul
de sac”, el precipitado de las innumerables situaciones límites vividas por el
individuo, no puede dejar de parecerse a un universo mágico, ya que toda
magia, aún la más elemental, es una ontología: revela el ser de las cosas y
muestra lo que es realmente, creando así un marco de referencias que propone un
Centro cada vez que nuestra existencia se ve amenazada de caer en el Caos. Por
ello, la espiritualidad es la salida ejemplar de toda crisis existencial. La
espiritualidad comienza allí donde hay revelación total de la realidad: revelación
de lo sagrado a la vez –de lo que es por excelencia- y de las relaciones del
hombre con lo sagrado, multiformes, cambiantes, muchas veces ambivalentes,
pero que siempre sitúan al ser humano en el corazón mismo de la experiencia.
Esta doble revelación abre al mismo tiempo la existencia humana a los valores
del espíritu, por una parte lo sagrado constituye lo Otro por excelencia, lo
“trascendente”, y por otra parte, lo sagrado tórnase ejemplar, en el sentido que
instala modelos a seguir: trascendencia y ejemplaridad que fuerzan al hombre
espiritualizado a salir de las situaciones personales, a sobrepasar la contingencia
y lo particular y llegar a valores generales, a lo universal.
Esa metamorfosis viven muchos testigos de apariciones OVNI.
Están en el centro episódico de una situación trascendente, que se manifiesta –
se puede manifestar- de innúmeras formas: es proteiforme, ya lo dijimos. Pero
después, la persona cambia: se abre a nuevos valores, nuevas creencias, y
nuevos paradigmas de vida. Trasciende la estrechez de su cotidianeidad y,
transmutado en contactado, testigo estrella o “ufólogo”, tiene algo que predicar
al mundo.
De lo que estoy hablando es que supongo que el contactado tiene la
potencialidad latente de “algo”, que se dispara con el contacto: si superioridad
espiritual, ingenuidad a prueba de bombas o paranoia galopante, quién sabe.
Pero la experiencia física afuera dispara algo adentro. Una conmoción sensorial
puede despertar una personalidad distinta. Eso es absolutamente esotérico,
duerme en los fundamentos de todo rito iniciático. Con frecuencia –aún fuera
de los templos- se requiere la conmoción producida por una experiencia
emotiva para hacer que la gente se despierte y ponga atención, vea más que
mirar. En el siglo XIII, eso le pasó a Ramón Lllulio, quien, después de un largo
asedio, consiguió una cita secreta con la dama de la que estaba enamorado. En
la noche y a solas, ella, calladamente, se abrió el vestido y le mostró su pecho,
carcomido por el cáncer. La conmoción cambió la vida del hasta entonces
libertino Lllulio, quien con el tiempo llegó a ser un místico y teólogo eminente y
uno de los más grandes misioneros de la iglesia católica. En el caso de un
cambio tan repentino, se puede demostrar con frecuencia que un arquetipo ha
estado operando por largo tiempo en el inconsciente, preparando hábilmente
las circunstancias que conducirían a la crisis.

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¿La salvación por el OVNI?

En líneas generales, todos los “contactados” transmiten el mensaje de


que si esta sociedad no cambia a tiempo su destrucción es inminente: revelados
estos mensajes o no por sus Maestros Extraterrestres, siempre serán unos
pocos elegidos los salvados en el último momento. Y así uno no crea en Arcas
de Noé interplanetarias evacuando la Tierra minutos antes del Apocalipsis, la
presencia de los OVNI en nuestra cultura tiene la paternidad de la potestad
divina. Porque es bien sabido que los malestares y las crisis de las sociedades
modernas responden, en buena manera, a la ausencia de un mito –no como
mentira, sino como ideal legendario- propio. Si consideramos el crecimiento
intelectual y moral de un individuo como el de la ontogenia de la cual proviene,
y si afirmamos que las crisis y caídas del adolescente lo son en buena manera
por no tener una “imagen” paterna que ansíe imitar o emular, la ausencia de una
“imagen paterna” en una sociedad cambiante como la moderna es la razón de
sus desequilibrios y carencias. Por ende, la salvación del mundo moderno, en
crisis después de su ruptura con los valores tradicionales, está en encontrar un
nuevo mito, lo que le llevará a una nueva fuente espiritual y le devolverá las
fuerzas creadoras. Pero si además ese mito también tiene una realidad física, y
si esa realidad física también evidencia una Inteligencia detrás, tenemos un
epifenómeno a caballo entre dos mundos: el de lo tangible cotidiano, y otro
plano. Si dimensión paralela, mundo de los sueños, cielo o infierno, depende de
la terminología a la que sea más afecto cada uno. Lo cierto es que el OVNI –y
sus responsables- están aquí, y expresan nuestra necesidad de cambio.
¿Pero cambio de qué?. Es bastante obvio. Si tecnológicamente tenemos
lo que queremos –sabemos que aún habrá más, pero nunca hemos estado en
este sentido como ahora- si afectiva o sexualmente no tenemos represiones o se
nos veda nada, si intelectualmente desde la enciclopedia en la biblioteca del
barrio hasta Internet podemos acceder libremente a cualquier tema que nos
interese, entonces nuestras carencias son estrictamente espirituales. Y si usted
piensa en su alicaído bolsillo a consecuencia de una economía nacional
pauperizada, permítame decirle que en última instancia eso también es
espiritual. Sin negarle ni quitarle su derecho a ingresos más dignos, recuerde
aquello de que “rico no es quien más tiene sino quien menos necesita”. Una
actitud espiritual que puede aceptarse o no libremente, pero no deja de ser una
actitud espiritual para enfrentar la crisis. Y una conclusión a la que he arribado
es que, salvo escasas excepciones, el público afecto en forma más o menos
comprometida con el tema OVNI en principio termina inclinándose, tarde o
temprano, en búsquedas más espirituales: yoga, orientalismo, parapsicología,
metafísica, angelología, o lo que sea. De donde el OVNI hace las veces de
“portal”, de acceso (todavía no llegó el momento de hablar de iniciación).
Y si de algo podemos estar seguros, es que la historia del pensamiento

50
humano no hubiera sido la misma si no hubiera aparecido,
sociológicamente, la variable OVNI.

La nueva guerra santa

Siempre me ha llamado poderosamente la atención la emocionalidad


subyacente detrás de la investigación OVNI. Difícilmente exista campo del
interés humano donde entusiastas y detractores se enfrenten más empeñados en
un combate cuerpo a cuerpo que en un sensato intercambio de ideas. Los
insultos, los conatos de pugilato y las actitudes despectivas proliferan de ambos
lados, y todos y cada uno creen tener una razón profunda, una verdad
inalterable para proceder así. Gente sencilla y alegre, confiable y sensata,
pragmática y querible, comerciantes, bancarios, ingenieros, periodistas, maestros
de escuela, padres de familia y apreciados por quienes les conocen, se
transforman en “explotadores de la credulidad ajena” o “reaccionarios
mentirosos” a los ojos de sus contendientes intelectuales. Deberíamos entonces
preguntarnos si esto –que no me animo a llamar “fanatismo”, porque éste se
trata de una verdadera psicopatología con muchas otras características que por
lo habitual los ovnílogos y escépticos militantes a los que me refiero no
muestran- no tiene correlato con las actitudes intransigentes de cristianos y
musulmanes propias de épocas pasadas, donde el combate contra el “enemigo
ideológico” era una verdadera guerra santa por la Verdad.
Y uno de los matices colaterales de esta “emocionalidad” intrínseca a la
actividad ovnilógica (y, al mismo tiempo, punto de quiebre entre los que
reivindican una “objetividad científica” y aquellos a los que acusan de
“demasiado subjetivismo en el tratamiento de la información”) es la actitud
con que los ovnílogos tomamos nuestra actividad: es casi nuestra vida. Lo
hacemos con pasión, con lágrimas y risas, con depresiones y éxtasis exultantes.
¿Porqué la ovnilogía nos motiva tanto?. Ciertamente pueden inventarse
muchas explicaciones, pero creo que la mayoría no pasarán de ser simplemente
eso: inventos. Que compensamos carencias infantiles, que satisfacemos
necesidades mágicas, que alimentamos nuestro deteriorado ego con
protagonismos insulsos, que reprimimos nuestro complejo de inferioridad... Tal
vez en casos individuales algunos de estos enfoques reflejen la realidad, pero
ciertamente aglutinar todos ellos para describir el porqué de tanta pasión en los
ovnilógico –pasión que en calidad, no en signo, es compartida por igual por
defensores y detractores- debe tener otros fundamentos. Y entiendo que estos
fundamentos son esotéricos.
Tomemos un ejemplo paralelo para comprender este aserto. Y
remitámonos a algo tan cotidiano como la actividad laboral, el trabajo nuestro
de cada día. Y, de paso, comprender porqué “sufrimos” el vacío espiritual
detrás de las actividades diarias, que es como decir descubrir porqué la vida,

51
pese a tener a veces cuánto deseamos, aparece “sin sentido”. Si esta
aproximación esotérica a la Ovnilogía nos permite, colateralmente, entender esa
situación, creo que en cierta medida mi esfuerzo –aunque por razones ajenas a
mi interés principal- se verá recompensado.
En las antiguas culturas tradicionales, la sacralidad, la espiritualidad estaba
necesariamente presente en todos los órdenes de la vida. Era impuesta desde la
niñez, y no se concebía, por ejemplo, abrir la tienda por la mañana sin
abluciones, ni reunirse con amigos sin elevar ciertas preces. Cualquier gesto
responsable de la tarea humana reproducía un modelo mítico, trascendente y,
en consecuencia, se desenvolvía en un “tiempo” ajeno a la línea de
temporalidad mortal, en un tiempo sagrado. El trabajo, los oficios, la guerra, el
amor, eran sacramentos. Escribe Mircea Eliade: “Volver a vivir lo que los dioses
habían vivido “in illo tempore” traducíase por una sacralización de la existencia humana que
completaba de ese modo la sacralización del cosmos y de la vida. Esta existencia sacralizada,
abierta sobre el Gran Tiempo, podía ser muchas veces penosa, mas no por ello dejaba de ser
menos rica en significado; en todo caso, no estaba aplastada por el Tiempo. La verdadera
“caída en el Tiempo” comienza con la desacralización del trabajo; sólo en las sociedades
modernas ocurre que el hombre se siente prisionero de su oficio, por cuanto no puede escapar ya
del Tiempo. Y es porque no puede “matar” su tiempo durante las horas de trabajo –esto es en
el momento en que goza de su verdadera identidad social- por lo que se esfuerza por “salir del
Tiempo” en sus horas libres; de donde el número vertiginoso de distracciones inventadas por las
civilizaciones modernas. En otros términos, las cosas ocurren precisamente al revés de lo que
son en las sociedades tradicionales, donde las “distracciones” casi no existen, por cuanto la
“salida del Tiempo” se obtiene por todo trabajo responsable. Es por esta razón que, como
acabamos de verlo, para la mayoría de los individuos que no participan de una experiencia
religiosa auténtica, el comportamiento mítico déjase descifrar, fuera de la actividad inconsciente
de su psiquis (sueños, fantasías, nostalgias, etc.) en sus distracciones”.

De esto deduzco tres cosas:


La naturaleza mística del fenómeno OVNI dota a quienes lo hacen eje de
sus tiempos de una sacralidad que (esto es importante señalarlo) no está en el
observador – analista, sino en el fenómeno en sí. Esta “transferencia” del
contenido feérico del objeto – símbolo al sujeto humano asume el carácter de una
verdadera “emanación” en el sentido más cabalístico del término, lisa y
llanamente una epifanía.
Es consecuencia esperable, lógica y hasta sana que la “investigación
científica del fenómeno OVNI” devenga en una “espiritualidad del OVNI”.
Una espiritualidad no religiosa, o, más bien, no eclesiástica. El problema –en
todo caso, metafísico y teológico- es si podemos considerar divinizables a las
entidades inteligentes que operan detrás del fenómeno, o si por el contrario el
ámbito de lo metafísico debe abandonar el Parnaso intelectual para ser reducido
a materia de discusión empírica. ¿Debemos hacer de las religiones una ciencia?.
¿Debemos retornar a una ciencia de las religiones?. ¿O no sería más sencillo

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comprender que estos ámbitos nos muestran las limitaciones que ciencia y
religión acusan –no por falsas e incompletas, sino por insuficientes para este
especial momento de la evolución humana- y por consiguiente debemos crear
una nueva opción en el proceso de conocimiento de la Realidad, una opción
que hermane la ciencia y la religión?.
Finalmente, la extrapolación natural de estos razonamientos nos enseña que
a través de estas disciplinas de la Nueva Era (concepto que empleo en un
sentido sociológico, desprovisto de toda connotación peyorativa) en general y
de la aprehensión (más que de la comprensión; luego explicaré las sutiles
diferencias entre ambos términos) se materializará el próximo salto evolutivo de
la humanidad: que esta vez, no será biológico, intelectual ni tecnológico; será
hacia una nueva espiritualidad. Y esa nueva espiritualidad debe
construirse sobre los escombros de la espiritualidad reinante en el aquí y
ahora. Esto es tanto como decir que, si el mundo estuviera sensatamente
encauzado espiritualmente, no habría lugar para una nueva espiritualidad: ni
sentiríamos la necesidad de buscarla, ni nos angustiaría que la anterior hubiera
caducado –porque entonces no lo habría hecho-; cómodamente instalados en
esa espiritualidad perenne, no sentiríamos las fuerzas que nos moverían a hacer
ningún cambio. Precisamente porque la espiritualidad que conocimos se
derrumba, es que surge la oportunidad del nacimiento de una nueva; pero
también podríamos decirlo así: precisamente porque nacerá una espiritualidad
nueva, debe primero derrumbarse la vieja. Y esa nueva espiritualidad no es
ajena a las fuerzas que operando en –o desde- un campo Psi son monitoreadas
por inteligencias ocultas detrás de lo que llamamos (o percibimos como)
OVNIs.
Jung supo escribir: “... Se puede percibir la energía específica de los
arquetipos cuando experimentamos la peculiar fascinación que los acompaña.
Parecen tener un hechizo especial. Tal cualidad peculiar es también
característica de los complejos personales; y así como los complejos personales
tienen su historia individual, lo mismo les ocurre a los complejos sociales de
carácter arquetípico. Pero mientras los complejos personales jamás producen
más que una inclinación personal, los arquetipos crean mitos, religiones y
filosofías que influyen y caracterizan a naciones enteras y a épocas de la
historia”. Es innegable la colateralidad de este comentario al componente
“emotivo” de los OVNIs. Y cualquier escéptico podrá, burlonamente, señalar
que esa fuerza sentimental es lo que le quita seriedad a la investigación de los
OVNIs en particular y a la vida de los ovnílogos en general, porque tal
componente obnubila la razón, el análisis frío y desapasionado de los hechos,
tiñéndolos más de un matiz religioso que científico. Pero el ovnílogo, frente al
científico escéptico, tiene desde el vamos una postura ventajosa. Porque su
emocionalidad ya le ha permitido ganar la más difícil de las batallas: el temor al
sin sentido de la vida.

53
Todos necesitamos ideas y convicciones que le den sentido a nuestra vida y
que nos permitan encontrar un lugar en el universo. Podemos soportar las más
increíbles penalidades cuando estamos convencidos de que sirven para algo, y
nos sentimos aniquilados cuando tenemos que admitir que estamos tomando
parte en un cuento contado por un idiota. Una sensación de que la existencia
tiene un significado más amplio es lo que eleva al hombre más allá del mero
ganar y gastar. Si carece de esa sensación, se siente perdido y desgraciado. Si San
Pablo hubiera estado convencido de que no era más que un tejedor ambulante
de alfombras, con seguridad no hubiera sido el hombre que fue. Su verdadera y
significativa vida reside en su íntima certeza de que él era el mensajero del
Señor. Se le puede acusar de sufrir megalomanía, pero tal opinión palidece ante
el testimonio de la historia y el juicio de las generaciones posteriores. El mito
que se posesionó de él le convirtió en algo mucho más grande que un simple
artesano.

El cielo en la carne

Ya hemos insinuado que existe, a nuestro criterio, ciertas características


de las prácticas shamánicas (recordando el amplio espectro de aplicación que
damos a esta palabra) que podrían introducirnos en un conocimiento más
profundo de la experiencia OVNI. Para ello, es necesario, primero, que
dediquemos cierto tiempo para comprender la naturaleza de algunas prácticas
de estos malentendidos “hechiceros”.
Comencemos por el concepto del “vuelo” entre sus atribuciones. En
tiempos históricos, está claro que este “vuelo” es espiritual. Ciertamente,
fisiólogos y médicos dirán que se tratan de creaciones alucinatorias provocadas
o bien por las sustancias alucinógenas a las que son tan afectos, o bien como
consecuencia de las flagelaciones, torturas físicas y situaciones extremas a las
que, como parte de su aprendizaje, someten cuerpo y mente. Una conducta
masoquista que, en un todo, es coherente con sus creencias. Entre los hindúes,
dice el Satapatha Bramana, en su Capítulo IV: “El sacrificio, en su conjunto, es la nave
que lleva al cielo”. Pero concluir que sus percepciones son “alucinaciones” –en
todo su sentido de ilusorio- creadas por el sufrimiento, el estrés de una
situación límite o las drogas puede ser un enfoque equivocado de la situación.
Es como las alucinaciones –ciertas alucinaciones- que acompañan los estados
febriles o algunas enfermedades. Creemos que son una afección mental, un
síntoma patológico que ocurre cuando padecemos ciertas crisis y que
desaparecerán cuando estemos mejor. No parece que a la mayoría de los
especialistas se les haya ocurrido que así como el contenido de los sueños es
mucho más interesante e informativo que el hecho de que soñemos, el estudio
más detallado de esas alucinaciones puede enseñarnos que no es la forma en

54
que aparece, sino el hecho de la forma con que aparezca lo más interesante
de ellas. El hecho de que una persona tenga una alucinación puede indicar que
se encuentra en un estado mental anormal pero no necesariamente
patológico. Más exactamente: las alucinaciones podrían no ser el resultado de la
enfermedad por sí misma, sino del estado alterado de conciencia que es
inducido por la enfermedad. Y ello sería perfectamente aplicable a la
experiencia shamánica.
La segunda objeción que tendría que hacer es a la tendencia innata de médicos y
psicólogos a explicar las visiones de shamanes y las descripciones de
abducidos como regresiones a los primeros días de vida o a la etapa fetal. Y de
esto se ha abusado mucho. Porque, por otro lado, los neurólogos saben
perfectamente bien que el mecanismo cognoscitivo de un bebé de días –y no
hablemos de un feto- apenas se encuentra burdamente desarrollado e
incompleto, de donde es ilusorio aceptarle la capacidad de “grabar” vívidamente
imágenes (los “cabezones” que se inclinan sobre su cuerpo, la luz al final del
túnel... vaginal, el aspecto esférico del vientre materno) para reconstruirlo
inconscientemente más tarde.
Pero además no es de ahora las explicaciones de los materialistas en
busca de explicar episodios espirituales a través de la actividad de tal glándula,
tal trauma infantil, tal situación embrionaria. Tal vez esas “explicaciones” de las
realidades complejas –como es la del espíritu- resulten ilustrativas pero no son
en absoluto explicaciones: solamente constatan –lo que nadie refutaría- que
todo lo creado tiene un origen en el tiempo. Pero es evidente que el estado fetal
no explica el modo de ser y sentir del adulto: un embrión sólo tiene significado
en la medida en que está ordenado y relacionado con el adulto. No es el feto lo
que “explica” al hombre, ya que el modo específico del hombre en el
mundo se constituye justamente en la medida en que no goza ya de una
existencia fetal. Los psicoanalistas hablan de regresiones psíquicas al estado
fetal, pero se trata de una interpolación, ya que si bien es cierto que las
“regresiones” son siempre posibles, ellas no significan nada más que
afirmaciones del tipo siguiente: una materia viva regresa –por la muerte- al
estado de simple materia, o una estatua es susceptible de regresar a su estado
primero de naturaleza bruta si la reducimos a escombros a puro martillazo. Pero
el problema es otro: ¿a partir de qué momento una estructura o un modo de ser
es reputado como constituido?.
Conclusión: el “vuelo” místico tiene entidad propia, y hacia ella apuntaré
ahora mis pasos. Y si bien comenzaré hablando del “vuelo” extático del
shamán, terminaré haciéndolo sobre otro “vuelo”: el que llevó a tanta gente –en
qué estado, es otro capítulo- al interior de un OVNI. Un OVNI que,
ciertamente, no era el útero materno.

Malinterpretando a propósito: Lawson y la “conexión uterina”

55
Si en ocasiones algunos conocidos me acusan de resultar un tanto
“conspiranoico” al evaluar las acciones de los demás, deberán aceptarme,
cuando menos, que cuento con fundadas sospechas para ello. Por caso, a
través de años los escépticos han reivindicado los estudios de un supuesto
biólogo llamado Alvin Lawson en el sentido que sus investigaciones con
regresiones hipnóticas habrían demostrado que los supuestos “secuestros” no
serían más que tardíos recuerdos intrauterinos. De esto, ya he escrito algo en
páginas anteriores. Y si bien, ciertamente podríamos encogernos de hombros y
decir que con el mismo argumento con que los escépticos critican la hipnosis
para rescatar del olvido los sucesos protagonizados durante el “tiempo perdido”
de estos testigos nosotros podríamos descreer de las conclusiones de tal
investigación, lo cierto es que la concepción uterina de Lawson se ha
transformado con el tiempo en un ícono de los negadores de siempre.
Pero –mira por dónde viene la cosa- casualmente tuve oportunidad de
acudir a ciertas fuentes (el propio Lawson, en su conferencia “Raíces
extraterrestres: seis tipos de entidades de los OVNIs y algunos posibles
antepasados terrestres” en el Simposio del MUFON en California, 1979, y “La
hipnosis de secuestrados en OVNIs imaginarios”, en Curtis Fuller, Actas del
Primer Congreso Internacional sobre OVNIs, 1977 –Warner Books, Nueva
York, 1980-) y no sólo vengo a descubrir que el “biólogo” era en realidad un
profesor de inglés en la Universidad de California, sino que las afirmaciones del
propio Lawson no tienen absolutamente nada que ver con que los escépticos
profesionales han desparramado por ahí, en el sentido que pueden ameritar una
interpretación absolutamente opuesta. Así que relataremos la historia como
realmente ocurrió.
En 1975, un investigador del grupo norteamericano APRO (Aerial
Phenomena Research Organization), John De Herrera, junto al profesor
Lawson y el doctor W.C. McHall, diseñaron un interesante experimento. Por
medios de anuncios en periódicos convocaron a un grupo de voluntarios para
un experimento hipnótico no especificado. Se seleccionó a ocho que
virtualmente nunca habían leído nada sobre OVNIs ni temas similares, y, en
sesiones individuales, se les inducía a visualizarse –en estado de trance-en algún
lugar, una playa, el desierto, etc., y se le “sugería” la aparición primero de un
OVNI, el secuestro posterior y los experimentos que sobre ellos se realizarían
eventualmente en su interior. Esto es muy importante señalar: no se trataba de
sugerirles la aparición de un OVNI, sino que los testigos eran condicionados a
pasar por todas las fases de la experiencia que describía el experimentador. Pero
lo que sí se observó en las conclusiones es que el relato o, mejor dicho, las
respuestas dadas por los sujetos del experimento, eran enormemente parecidas
a las descripciones hechas por los protagonistas de secuestros, especialmente
aquellos donde la descripción pormenorizada del interior del OVNI y de lo que
allí había ocurrido había sido recuperada también bajo hipnosis. Esto llevó a los

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experimentadores a afirmar : A los fines de nuestra actual investigación, estos
experimentos establecen incuestionablemente la aptitud de los sujetos hipnotizados para
reproducir, no simplemente a grandes rasgos sino con intrincados pormenores, argumentos a los
que no habrían tenido acceso por medios convencionales.”
Como se ve, algo a años luz de sostener que toda experiencia de
abducción es una regresión uterina. De hecho y extrapolando, podemos decir
junto a Evans (op.Cit.) que estas conclusiones señalan que en el estado de
hipnosis –y es razonable conjeturar que otros estados pueden servir igualmente
bien- los sujetos parecen poder obtener acceso a material por medios que no sin
físicos ni sensibles, y reestructurar luego ese material sobre una base creativa y
selectiva, usándola para urdir un relato dramático, circunstancial y
persuasivamente coherente.
Esta impresión se acentúa cuando el equipo de Herrera, Lawson y McHall
señaló, por otra parte, las diferencias entre los casos “reales” y los
“imaginarios”, a saber:
- los casos reales ocurrieron involuntariamente,
- los testigos estaban frecuentemente asustados,
- se denunció un “tiempo perdido”,
- en algunos casos se advierten efectos físicos,
- hubo efectos fisiológicos en el testigo,
- sobrevino amnesia,
- hubo secuelas psicológicas,
- y hubo manifestaciones psíquicas y otros efectos emocionales.

A mí, de todas formas, también se me ocurre, en consonancia con esto, que


si la experiencia de abducción es un “trauma perinatal”, quien más quien
menos, todos la tendríamos.
De manera que todo esto concurre a abandonar el último bastión
reduccionista de las explicaciones pseudopsicológicas y abordar el tratamiento
de la abducción cuando menos en el sentido en que veníamos haciéndolo. La
correspondencia entre los “aciertos” de los sujetos hipnotizados en el
experimento y los protagonistas de episodios reales tiene, a mi criterio y
continuando con mi línea de pensamiento, una explicación ajustada:
¿Qué habría ocurrido si en un experimento de esas características en vez de
acudirse al “episodio – símbolo OVNI” se hubiera privilegiado cualquier otro
estímulo?. El OVNI está tan incrustado en el Inconsciente Colectivo, que la
escenificación y vivencia de un episodio de estas características puede haber
“disparado” en esos ocho sujetos fenómenos de naturaleza parapsicológica, de
conocimiento paranormal, v.gr, clarividencia, o bien, por simple “resonancia
mórfica” (sigo aquí al biólogo Ruppert Sheldrake) se hizo “eco” en ellos, y en
ese estado psíquico tan particular, lo que ya se ha incorporado al banco de
imágenes de nuestra especie.

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Berthold Schwarz (“Una visita con gente del espacio”, en Curtis Fuller, op.cit) dice: “un
contacto no es sólo un hecho aislado en la vida de un individuo, sino algo que debe verse en el
contexto más amplio de su historia pasada y sus experiencias, actitudes y conducta posteriores
al contacto. Muchos tienen personalidades disociativas, y en algunos casos hasta personalidades
múltiples. Son susceptibles de estados de trance. Empero, llevan una vida normal, de
responsabilidad, cumplen con su trabajo, están al frente de sus familias, se abstienen de una
conducta antisocial. Pero, a menudo, eso cambia cuando tienen sus avistajes de OVNIs:
estallan como un volcán en erupción. ¿Sus problemas psicológicos hicieron que imaginaran la
experiencia, o una experiencia real llevó los problemas a la superficie?. Sencillamente, no lo
sabemos. Ciertamente sabemos que, luego de esta supuesta experiencia, los protagonistas
pueden experimentar alternativos estados de conciencia, entrando y saliendo de estados de
trance, durante los cuales pueden canalizar mensajes de entidades de extraños nombres. En lo
que concierne al contenido, estas imágenes carecen de valor. Empero, cualquiera que sea su
causa, cualquiera que sea su origen, “ocurren”. Otra cosa que sucede es que, alrededor del
perceptor, se desatan fenómenos Psi. Tal vez esto sea de esperar, puesto que los estados
parecidos al trance inducen la producción de la Percepción Extrasensorial y la psicokinesis.”
“Quizás la experiencia OVNI sea un modo para que estas personas se
realicen. A veces, resulta que el contacto con el OVNI sirve
positivamente a lo que el perceptor necesita: otras veces resulta que no, y
la persona termina peor que antes” . Y yo concluyo el pensamiento de
Schawrz, sosteniendo que, entonces, el OVNI es un catalizador y “realiza” a
la persona, cumpliendo así una función religiosa (“re-ligare”: unirse o
encontrarse a sí mismo o con Dios) que no se alcanza por otro conducto.
En consecuencia es natural, esperable y hasta lógico que se “sacralice”
la experiencia. Si esto mejora la calidad de vida del individuo y sus semejantes,
proyectándolo hacia un futuro de obras y sentido, o si lo hunde en la locura, la
manipulación abyecta o la paranoia, tiene que ver con la capacidad tanto del
mismo de “manejar” semejante información (quizás debería haber escrito
“contenido espiritual”) en relación a la conducta (de rechazo y burla, de
equilibrio y comprensión, de fanatismo exacerbado) que manifieste su entorno.
Percibo aquí algo similar a lo descrito por shamanes y ocultistas de todas las
épocas –en Oriente, especialmente entre los practicantes del Tantra- en el
sentido que la “energía espiritual” que ciertas experiencias proveen pueden
“consumir” al individuo, y entonces me planteo este interrogante: en el caso de
quienes pierden el equilibrio mental, espiritual o moral a consecuencia de estas
experiencias, lo pierden porque la experiencia es esencialmente amoral, o sea
una consecuencia de su falta de, digamos, “evolución” para manejar la
circunstancia?. Pero si la “inteligencia” que opera detrás de esos contactos –
como hemos venido sugiriendo hasta aquí- tiene la necesaria “omnisciencia”
para saber más del inminente protagonista que el protagonista mismo, es obvio
que también se hará cargo de las consecuencias. De las favorables, y de las
otras. Con lo que creo arribar a una conclusión provisoria: dentro del campo de
esta lectura esotérica de inteligencias operantes detrás del OVNI, debe entonces

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necesariamente concluirse que existen una clara diferencia de intención, lo que
es tanto como decir que mientras algunas inteligencias cuidarán que dicha
experiencia resulta estimulante y de crecimiento, otras –por motivos sobre los
que abundaré en el futuro- buscan exactamente lo contrario.

El miedo como prueba

Vamos entonces acercándonos al meollo de la cuestión: trato de enunciar


la teoría de que la experiencia de abducción ocurre físicamente pero en un
plano distinto de la Realidad al cual se accede a través de estados alterados de
conciencia donde se “recrea”, se teatraliza una experiencia que es en sí
“alucinatoria” y enmarcada dentro de los cánones culturales del protagonista
tanto para hacerla perceptible como asimilable y reducir su efecto traumático.
O, mejor aún, dejar libertad a la atención en focalizarse en los necesarios
aspectos traumáticos de miedo y dolor de la experiencia, útiles a la
consecución de los fines buscados por la o las inteligencias que se mueven
detrás del episodio.
Y me baso en dos aspectos fundamentales: la sensación de terror y
pánico de la experiencia (común y buscada adrede en las experiencias iniciáticas)
y el dolor seguramente innecesario provocado en los “experimentos médicos”
llevados a cabo.
Vuelo, miedo, dolor... tres constantes comunes a la experiencia de
abducción y el éxtasis del shamán. La decadencia del shamanismo actual
constituye un fenómeno histórico, que se explica en parte por la historia
religiosa y cultural de los pueblos arcaicos. Pero en las tradiciones a las que
hemos de aludir se remite a otra cosa, a saber, al mito de la decadencia del
shamán, que no es lo mismo, por cuanto se pretende transmitir
generacionalmente que en otros tiempos el shamán no volaba al cielo en
éxtasis, sino materialmente, la “ascensión” no se hacía en espíritu, sino en cuerpo. La
actitud “espiritual” significa, pues, una caída en comparación con la situación
anterior, donde el éxtasis no era preciso porque no existía posibilidad de
separación entre el alma y el cuerpo, es decir que no existía muerte alguna. Es la
aparición de la Muerte lo que ha roto la unidad del hombre integral, separando
el alma del cuerpo y limitando la supervivencia únicamente al principio
“espiritual”. En otros términos, para la ideología primitiva, la experiencia mística
actual es inferior a las experiencia sensible del hombre primordial Esto habla
claramente de que la naturaleza del hombre –o de algunos hombres- en
ese entonces, en esa Edad de Oro era otra. Y si la Edad de Oro es
asimilable al Paraíso, tal vez remita al recuerdo tergiversado y desvirtuado de un
origen estelar. Porque de lo que hablan todos los antiguos mitos es que, detrás
del estado de “perfección primigenia”, una catástrofe vino a interrumpir las
comunicaciones entre el Cielo y la Tierra, y es desde entonces que data la

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condición actual del hombre quien, antes, convivía con los dioses. Si esos
dioses eran físicos, con escafandra y trajes relucientes, o fuerzas inteligentes
contactables en el aquí y ahora, es simplemente cuestión de opinión. Así lo
enseña el folklore de todas las épocas. Y escribía René Guénon en “El Graal y
la búsqueda iniciática”, Barcelona, España, 1985, citado en el especial sobre “El
esoterismo del Grial” del Boletín “Templespaña”: “Su concepción está estrechamente
ligada a ciertos prejuicios modernos, y no insistiremos aquí en todo lo que hemos dicho al
respecto en otras ocasiones. En realidad, cuando se trata, como ocurre casi siempre, de
elementos tradicionales, en el verdadero sentido de la palabra, por más deformados, menguados
o fragmentados que puedan estar a veces, y de cosas poseedoras de valor simbólico real,
aunque, a menudo, disimulado bajo una apariencia más o menos «mágica» o «fantástica»,
todo esto, lejos de tener un origen popular, no es, en definitiva, ni siquiera de origen humano,
porque la tradición se define precisamente, en su misma-esencia, por su carácter suprahumano.
Lo que puede ser popular es únicamente el hecho de la «supervivencia», cuando estos elementos
pertenecen a formas tradicionales desaparecidas; y, a este respecto, el término «folklore»
adquiere un significado bastante próximo al de «paganismo», teniendo sólo en cuenta la
etimología de este último y quitándole la intención polémica e injuriosa. El pueblo conserva
así, sin comprenderlos, los residuos de tradiciones antiguas, que se remontan incluso a veces a
un pasado tan lejano que sería imposible determinarlo exactamente y que nos contentamos con
remitir, por esta razón, al terreno nebuloso de la «prehistoria»; llena en esto la función de una
especie de memoria colectiva más o menos «subconsciente», cuyo contenido proviene
manifiestamente de otra parte. Lo que puede parecer más asombroso es que, cuando se va al
fondo de las cosas, se comprueba que lo que se ha conservado de ese modo contiene sobre todo,
bajo una forma más o menos velada, una suma considerable de datos de orden propiamente
esotérico, es decir, precisamente lo que es menos popular por naturaleza. De este hecho sólo
existe una explicación plausible: cuando una forma tradicional está a punto de extinguirse,
sus últimos representantes pueden muy bien confiar voluntariamente a este memoria colectiva
de la que acabamos de hablar lo que de otro modo se perdería irremisiblemente; éste es, en
suma, el único modo de salvar lo que puede serlo en una cierta medida; y, al mismo tiempo, la
incomprensión natural de la masa es una garantía suficiente de que lo que poseía un carácter
esotérico no por ello será desposeído de] mismo, permaneciendo solamente, como una especie de
testimonio del pasado, para aquellos que, en otros tiempos, serán capaces de comprenderlo”.

Meses atrás releía una versión moderna del “Poema de Gilgamesh” –que
algunos atribuyen al rey Uruk de la ciudad de Ur, actual Kuyurdik, escrito tal
vez en el año 3.000 AC, con una primera versión cierta del 2.300 AC y la última
casi mil setecientos años después- más concretamente el pasaje en que, luego de
vencer a los hombres – escorpión de los montes Mashu, Gilgamesh y Enkidu
festejan embriagándose su victoria en momentos en que la diosa Ishtar pido a
su padre, el supremo dios Anu, la creación de un toro celeste que mate al héroe
de la epopeya. Como dice la crónica, ambos amigos pueden matarlo y Enkidu,
el hombre – mono (?) arroja una parte de un león al rostro de la diosa, la cual,
ofendida, clama venganza y suscita la muerte del audaz. Gilgamesh desciende

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entonces a la morada de Nergal, dios de la muerte, para negociar a su vez su
desquite. Y fue en ese momento cuando advertí que todos los antiguos mitos,
de cualquier origen étnico o religioso, repiten a gritos una verdad que
parecemos querer ignorar: la de que los “dioses” no estaban en el cielo –
excepto los “dioses padre”, pero aquí se aclara puntualmente- sino en el
templo o entre los hombres, visibles y confrontables. Entonces, la
proyección del cielo como lugar de origen de las divinidades es referente
a un punto de procedencia, no de presencia.
En la línea de sus teorías sobre la ostentación de la soberanía, A. M.
Hocart (“Vuelos aéreos” en “Antigüedades de la India”, 1923) consideraba
la ideología del “vuelo mágico” solidaria, y en última instancia tributaria, de la
institución de los reyes – dioses. Si los reyes del Asia suroriental y los de
Oceanía eran llevados sobre las espaldas es porque, asimilados a los dioses, no
debían tocar la tierra; como los dioses “volaban por los aires”. De donde es
evidente que la tradición se refiere a un vuelo material, real en el sentido físico. Los
sinólogos insisten en que tanto el “emperador amarillo” Hoang-ti como el
emperador Chou aprendieron el “arte del vuelo” con magos cuya denominación
era “sabios emplumados” (recordemos a los shamanes de tantos pueblos
indígenas consustanciándose con animales, entre ellos, pájaros). “Ascender al
Cielo volando” se dice en chino como: “por medio de plumas de pájaro, ha sido
transformado y ha ascendido como un inmortal”. El camino era el Tao y la
Alquimia. La Alquimia, porque sus obras otorgaban la condición de
transustanciación. Pero si “ascender al Cielo” era transustanciarse (recuerden a
Jesús ordenándole a su discípulo: “¡No me toques!”, como si el proceso de
transmutación física pudiese ser abortado involuntariamente) me pregunto
tanto como si de lo que estamos hablando es de desarrollar las técnicas de
“vibrar en otras frecuencias” para desplazarnos en un nuevo cuerpo, o, el mismo
cuerpo en otro orden de realidad, así como de las repetidas advertencias de tantos
esoteristas y canalizadores en el sentido que cuando nuestro sistema solar
atraviesa el famoso “anillo manásico” habrá un cambio evolutivo significativo
de nuestra naturaleza, perceptible en forma de transmutaciones atómicas
impensadas hasta ahora. Por lo menos, de eso es de lo que se habla.
Por lo pronto, el hecho de sobrepasar la condición humana con estas
transformaciones no implica necesariamente la “divinización”. Los alquimistas
chinos e hindúes, los yoguis, los sabios, los místicos tanto como los shamanes,
aunque capaces de volar “en otros planos” no pretenden ser por ello dioses.
Solamente, dicen compartir momentáneamente de condiciones propias de los
“espíritus”. O adquirir la capacidad de penetrar en otros planos.
Que esas capacidades de “vuelo” implican necesariamente un
crecimiento espiritual, una evolución, lo refiere las numerosísimas asociaciones
entre el acto de volar y el de comprender. El Rig Veda, libro VI, capítulo 9,
dice: “La inteligencia (manas) es el más rápido de los pájaros”, y el Pañcavimsa
Brahamana, libro IV, capítulo 1, dice: “Aquél que comprende tiene alas”.

61
En cuanto al miedo y al dolor... sigamos a Mircea Eliade (op.cit) cuando
escribe: “... esto se revela mejor todavía en una descripción que un misionero belga, Léo
Bittremieux, nos ha dado de la sociedad secreta de los bakhimbas, en el Mayombé. Las
pruebas iniciáticas duran de dos a cinco años, y la más importante consiste en una ceremonia
de muerte y resurrección. El neófito debe ser “matado”. La escena tiene lugar durante la noche
y los ancianos iniciados cantan, sobre el ritmo del tambor de danza, el lamento de la madre y
de los parientes sobre los que van a “morir”. El candidato es flagelado y bebe por primera vez
una bebida narcótica llamada “bebida de la muerte”, pero también come semillas de calabaza
que simbolizan la inteligencia, detalle éste significativo, por cuanto indicaría que a través de la
muerte se accede a la sabiduría. Después de haber bebido la “bebida de la muerte”, el
candidato es tomado de la mano y uno de los ancianos lo hace dar vueltas sobre sí mismo
hasta que cae al suelo. Entonces todos gritan: “¡Oh, alguien ha muerto!”. Un informante
indígena dos da este detalle más preciso: que se hace rodar al muerto en tierra, en tanto que el
coro entona un canto fúnebre: “¡Está bien muerto, él. Al khimba, ya no volveré a verlo
jamás!”.
“Y de este modo, también en el pueblo lo lloran su madre, su hermano y demás
deudos. De inmediato, los “muertos” son llevados en hombros por sus parientes ya iniciados y
transportados a un recinto consagrado que se denomina el “patio de la resurrección”. Allí se
depositan, totalmente desnudos, en un foso en forma de cruz, donde permanecen hasta el alba
del día de la “conmutación” o de la “resurrección” que es el primer día de la semana indígena,
que no cuenta sino con cuatro. A los neófitos se les rapa luego la cabeza, se los apalea, se los
arroja al suelo y finalmente se los resucita dejándoles caer en los ojos y en las narices algunas
gotas de un líquido muy picante. Pero antes de la “resurrección” deben prestar juramento de
guardar el secreto más absoluto: “todo cuanto viere aquí no lo diré a nadie, ni a una mujer, ni
a un hombre, ni a un profano, ni a un blanco; y si así lo hiciere, hazme hinchar, mátame”.
Todo cuanto viere aquí, entonces, el neófito no ha visto todavía el
verdadero misterio. Su iniciación –es decir, su muerte y resurrección rituales.- no es sino
la condición sine qua non para poder asistir a las ceremonias secretas sobre las cuales estamos
muy mal informados.”
“Nos resulta imposible hablar de otras sociedades secretas masculinas –las de
Oceanía-. Por ejemplo, la del “dukhuk” particularmente, cuyos misterios y el terror que
ejercían sobre los no iniciados han impresionado a los observadores; o las cofradías masculinas
de la América del norte, célebres por sus torturas iniciáticas. Sabemos por ejemplo que entre
los mandan –donde el rito iniciático tribal era a la vez el rito de entrada en la
confraternidad secreta- la tortura sobrepasaba todo cuanto podíamos imaginar: dos hombres
hundían cuchillos en los músculos del pecho y la espalda, hundían sus dedos en las heridas,
pasaban una correa bajo los músculos, fijaban de inmediato las correas e izaban luego al
neófito en el aire. Pero antes de izarlo, le metían clavijas en los músculos de los brazos y de las
piernas, a las que eran atadas pesadas piedras y cabeza de búfalos. La manera como esos
muchachos soportaban esa tremenda tortura llegaba a lo fabuloso: ningún rasgo de su
semblante se contraía mientras los verdugos despedazaban sus carnes. Una vez suspendido en
el aire, un hombre comenzaba a hacerlo dar vueltas rápidamente como un trompo, hasta que
el desdichado perdiese el conocimiento y su cuerpo pendiese como dislocado”.

62
O, acoto yo, la costumbre entre los swahili del centro de África, de cortar
el prepucio en la pubertad pero no con la técnica judía sino de una manera más
sangrienta y dolorosa, pues consistía en arrastrar hasta la base del pene aquél,
desprendiendo con una cuchilla de sílex las membranas que lo fijaban al tronco.
Uno de los efectos buscados, según han sostenido los shamanes, era que esta
carnicería combatía los “temores a superarse” del hombre: nuestros psicólogos
traducirían por “inhibiciones”, “represiones” y “torturas”. Por ejemplo-vuelvo a
los shamanes- el no saber que puede correrse tan rápido como un gamo (en una
sociedad donde hay que perseguir al almuerzo todos los días). Y lo cierto es
que, experimentalmente hablando, la velocidad de un corredor swahili supera
con creces no sólo la de nuestros mejor entrenados atletas sino también casi
hasta lo fisiológicamente posible para el ser humano. Y el miedo al dolor, que
en nuestra cómoda y burguesa sociedad se ha transformado en el dolor del
miedo, es seguramente el freno inconsciente a permitirnos liberar nuestra
verdadera naturaleza superior.
En consecuencia, comparo con tantos testimonios de abducidos
(Strieber, entre los más populares): recuerdo las descripciones del “instrumental
médico” empleado por los hipotéticos extraterrestres: cuchillas de formas
retorcidas, agudas puntas candentes que parecen penetrar en los ojos, tubos
flexibles penetrando el ano, dolor y miedo. ¿Acaso no sería más esperable que
una civilización tan adelantada tecnológicamente como para atravesar el
universo sin grandes y elefantiásicos derroches de combustible y maquinaria
pesada pudiese disponer de un instrumental absolutamente indoloro, sutil y casi
invisible?. Comparen la evolución del instrumental médico de nuestro propio
planeta en apenas un par de siglos. ¿No es evidente su “sutilización” –disculpen
si abuso del término?. ¿Porqué deberían estos seres continuar usando
herramientas casi decimonónicas sino no fuera que precisamente no es la
consecuencia de sus intervenciones la búsqueda de un resultado
fisiológico –como no lo es la del shamán que corta prepucios- sino
generar un estado alterado de miedo y dolor que despierte a un nuevo
orden de realidad?. Hasta el “secreto” que se le impone al iniciado es, en la
moderna categoría de los abducidos, reemplazado por un secreto más seguro y
convincente: el que estas entidades programan en la mentes de los
protagonistas, evidenciándose en los episodios de “tiempo perdido”.

El huevo cósmico

Sería exageradamente reiterativo si pasara a citar las innúmeras fuentes,


rastreables en casi todas las culturas, donde la Creación, el Génesis, el primer
Parto Cósmico encuentra su símbolo en el Huevo Primordial: desde los incas al
Indo, desde los alacalufes a los celtas, desde los pueblo hasta los normandos, el
primer ser, el primer dios, la primera pareja eclosionaron de un huevo como

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símbolo de la Gran Obra: milenios después, los alquimistas se referirían al
Huevo (o Piedra) Filosofal como el crisol de donde nace una materia
sublimada, transmutada, es decir, elevada a un plano superior de naturaleza, no
sólo por su constitución, sino así también por sus propiedades. Los primitivos
sarcófagos, féretros y tumbas dramatizaban ese renacimiento. Y entonces uno
se pregunta si la forma ovoidal de tantos OVNIs, más que estar hablándonos de
una obvio rendimiento aerodinámico, no nos estará en realidad remitiendo
simbólicamente a esa propiedad feérica del Huevo Primordial. No puedo dejar
de pensar en ello cuando reflexiono sobre las incomodidades de un apiñado
grupo de astronautas extraterrestres apretujados en el interior de tan escaso
espacio disponible, como señalé cuando advertí sobre lo exiguas de las
dimensiones de las presuntas naves en función de sus tripulantes (aún con la
gracia de minúsculos motores propulsantes).
Alguien –y con razón- podría señalarme que a través del tiempo la forma
de los OVNIs han ido sufriendo cambios. Y ya he aclarado que en lo personal
no creo que se trate de nuevos estilo de diseño surgidos de la mente de un
afiebrado Oreste Berta intergaláctico. Creo que la razón para el “cambio” es
otra.
Si observamos nuestros sueños durante un período de años y estudiamos toda
la serie, veremos que ciertos contenidos emergen, desaparecen y vuelven otra
vez. Mucha gente incluso sueña repetidamente con las mismas figuras, paisajes
o situaciones, y si los seguimos a lo largo de todas las series, veremos que
cambian lenta pero perceptiblemente. Estos cambios pueden acelerarse si la
actitud consciente del soñante está influída por una interpretación adecuada de
los sueños y sus contenidos simbólicos.
Esta retroalimentación –que en el Inconsciente Colectivo de la
humanidad ha sido la investigación y difusión OVNI- ha modificado el
fenómeno. Dicho de otra manera, es la prueba que estamos más o menos en la
vía correcta de interpretación (o cuando menos la interpretación que la
Inteligencia operante detrás del fenómeno desea que tomemos como tal) ya que
de no haberlo sido, de tratarse simplemente de una alucinación histórica de las
masas, persistiríamos en las mismas imágenes, situaciones y contextos. O sea, la
misma evolución del fenómeno habla de una mejor calidad de “sintonía” entre
nosotros y las inteligencias que tras él se escudan.
Por supuesto, la primer resistencia a esta lectura provendrá seguramente
de mis propios colegas de investigación (los detractores estarán a estas alturas
despanzurrándose de la risa) quienes argumentarán que no puede ser correcta la
exagerada “espiritualización” del tema, los mensajes de contenido mesiánico, las
severas amonestaciones de “hermanos mayores”, la insistencia sobre la oración
en vez de la cura para el cáncer. A lo cual opongo una demasiada elemental
trinchera, sobre cuya validez ustedes juzgarán. Que podríamos sintetizar así:
¿Qué culpa tienen esas inteligencias, digámosle extraterrestres, si la
naturaleza de los problemas acuciantes de la humanidad es

64
esencialmente espiritual?. Porque estoy convencido que, sin la ayuda de
nuestros visitantes, más tarde o más temprano la especie humana resolverá los
grandes dilemas técnicos: la cura para el cáncer o el SIDA, la energía no
renovable, las hambrunas, el recalentamiento global... tenemos, qué duda cabe,
la inteligencia para ello. Pero, aparentemente, donde hemos desviado el camino
es en lo espiritual: o lo ignoramos, o cuando queremos referirnos a ello lo
dejamos acartonado entre los bastiones de instituciones dogmáticas centenarias,
las religiones, a cuya supervisión confiamos los desvaríos místicos del prójimo.
Y todos contentos. Así que mientras técnica y científicamente sólo estamos
retrasados, creo que en lo espiritual estamos desviados. Y esto, qué duda cabe,
es mucho más grave, por cuanto mayor tiempo pasa más nos aleja del punto en
que es posible el reencauzamiento a una aproximación espiritual correcta. Así
que si estas inteligencias deciden dirigir sus mensajes en esta dirección, es
porque nos están hablando de lo que necesitamos y no de lo que esperamos.
Cuando retamos a nuestros pequeños hijos o los sentamos seriamente frente a
nosotros para hablarles de cosas que creemos son importantes que conozcan y
disciernan, no nos preocupa tanto si ellos dan el mismo valor que nosotros a
nuestros sermones: creemos que es importante para su evolución decírselos, y
suficiente. El maestro no consulta a sus alumnos respecto a qué quieren
estudiar tal año académico: simplemente, hace lo posible para que lo que deben
aprender –si quieren continuar adelante- sea bien asimilado. En ese orden de
ideas, entonces, ¿no es evidente que si a ciertas mentes intelectuales tanto les
molesta el contenido espiritual de los mensajes podría ser porque indica
precisamente de lo que carecen esas mismas mentes?.

Finalmente, no quisiera terminar este capítulo sin participarle al lector un


trabajo, en sintonía con estas hipótesis, fruto de mi colega Gustavo Cía,
miembro del grupo investigativo CEDIFA, de Buenos Aires (cedifa
starnet.net.ar), y publicado en el número 15 (noviembre de 1999) del boletín
electrónico “El Fuego del Dragón”, dirigido por el preclaro estudioso Carlos
Iurchuk (http://dragoninvisible.com.ar/)

Abducciones, Mitos chamánicos, y la experiencia del Lóbulo Temporal

Introducción

Es conocida la relación que poseen los resultados de las investigaciones de


abducciones y los mitos de las iniciaciones chamánicas: el abducido o "elegido por
los dioses o espíritus sagrados" manifiestan casi el mismo desarrollo en la cadena de
eventos: "separación, ordalía y regreso", temor a lo desconocido, rapto, luminosidad
sobrenatural, implantes, mutilaciones, muerte, regeneración y descenso a la

65
tierra con amplitud de la conciencia por el contacto con los Dioses, antepasados
o espíritus familiares, además de un designio divino o advertencia a la
humanidad. Esta cadena de eventos se encuentra en la mitología de muchos
pueblos y civilizaciones antiguas y forma parte también del mito moderno.

Las personas que sufrieron esta cadena de eventos, eran considerados con
poderes sobrenaturales: don de ubicuidad, talentos curativos, proyección de la
conciencia a lugares distantes, y, sobre todo, la capacidad de comunicarse con el
mundo espiritual más allá de los límites de la materia: "los chamanes".

Estos sabios – brujos, tenían un papel preponderante de índole religiosa y


social, eran el nexo entre esta realidad y otra más allá del alcance del humano
ordinario.

Los toltecas, los mayas, en Centroamérica, como así también los yaqui, anasazi,
en la frontera norte mexicana y algunas áreas de Nuevo México y sur de
California, los nativos australianos y los chamanes siberianos entre otros.

También las tribus amazónicas y otros pueblos de Europa y Oriente, tenían la


creencia de que ciertos individuos dentro de su grupo étnico estaban en
contacto con el mundo espiritual.

Estos individuos desaparecían del mundo material, llevados por un gran


resplandor y volvían al tiempo al mundo de los mortales con cicatrices o
implantes de gemas o cristales, como resultado de su encuentro con los
"Antepasados", regenerados por los mismos después de pasar por un proceso de
desmembramiento, muerte y regeneración.

Estos chamanes tenían (salvo raras excepciones) dos puntos en común en su


experiencia: lugares sagrados y estados alterados de conciencia, inducidos por el
uso de alucinógenos o plantas sagradas.

El uso de plantas alucinógenas ha formado parte de la experiencia humana por


milenios, algunas plantas alucinógenas contienen compuestos químicos capaces
de provocar alucinaciones visuales, auditivas, táctiles, olfativas e incluso,
gustativas, o de inducir psicosis artificiales que permitían la comunicación con
lo sobrenatural.

Es importante destacar la importancia de los lugares sagrados para el aspirante a


la iniciación chamánica y las últimas investigaciones sobre geomagnetismo y
síntomas del lóbulo temporal.

También es necesario destacar la repetición en un contexto cultural moderno y


tecnológico de la misma cadena de eventos entre los abducidos por presuntas

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inteligencias extraterrestres, y su relación profunda con actividad geomagnética
de baja intensidad, y alteraciones, o labilidad del lóbulo temporal.

Comparación entre Abducción, iniciación chamánica, y fenómenos


anómalos

ABDUCCIÓN INICIACIÓN FENÓMENOS


CHAMÁNICA ANÓMALOS
Luz brillante Luz brillante Luz brillante.
Rapto Rapto Rapto
Extraterrestres Antepasados o Espíritus. E.T., Fantasmas, Espíritus.
Estado Alterado de Estado Alterado de Síntomas del lóbulo temporal
conciencia conciencia.
Implante metálico Implantes de cristales o hueso No hay registros.
(comunicación E.T.) extra ( siberianos ).
Comunicación con los
espíritus.
Fenómenos PSI y expansión Fenómenos PSI y expansión Alucinaciones, fenómenos PSI
de la conciencia. de la conciencia. y expansión de conciencia.
Operación y extracción de Desmembramiento y cocción No hay registros.
fetos. de vísceras.
Trauma Anómalo Trauma anómalo y psicosis Epilepsia Lóbulo temporal.
inducida por alucinógenos. Posible trauma de abuso
sexual infantil.

Anatomía de una Abducción

La abducción o rapto tiene antecedentes desde 1961 en New Hampshire en las


Montañas Blancas. Los protagonistas fueron Betty y Barney Hill, entre las 22 hs

67
y la medianoche del 19 de septiembre de 1961. Luego de este suceso una oleada
de raptos por parte de extraterrestres se inició por todo EEUU.

Después en la década del 80 (1985), el escritor Whitley Strieber, declaró ser


abducido por criaturas grises de 1,25 a 1,50 m. Strieber describe además,
sucesos tales como: pérdida de tiempo, amnesia, y la inserción de implantes
cerca del oido.

Recuerda además haber sido abducido desde niño, y entiende que estos seres o
entidades han operado en su conciencia de manera no ordinaria. Describe su
experiencia en un libro llamado "Comunión".

Budd Hopkins en su libro "Intrusos: Los episodios de Copley Woods", relata una
colección de casos de abducciones que van desde Los Angeles hasta Nebraska.

Este autor sostiene que una raza de seres extraterrestres "los grises", están
abduciendo regularmente a la población del planeta (hombres y mujeres),
fecundando artificialmente a nuestras mujeres, y extrayéndoles el feto, para
iniciar una cruza humano – extraterrestre con propósitos inconfesables.

Sostiene además que implantan a los abducidos sondas que colocan, ora en la
cavidad nasal, ora en los oídos, para monitorear al abducido en todo momento.

Hopkins sostiene que esta raza, es agresiva y planea conquistarnos.

Cabe destacar en la experiencia de Strieber, la modificación de la conciencia,


hacia estados superiores, donde postula a estas inteligencias como la cara
consciente de la evolución.

Un contacto no es solo un hecho aislado en la vida de un individuo, sino algo


que debe verse en el contexto más amplio de su historia pasada y sus
experiencias, actitudes, y conductas posteriores al contacto.

Muchos tienen personalidades disociativas, y en algunos casos hasta


personalidades múltiples. Son susceptibles al estado de trance, pero llevan una
vida formal, de responsabilidad, cumplen con su trabajo, están al frente de sus
familias, carecen de conducta antisocial, pero a menudo eso cambia cuando
tienen una experiencia con un OVNI.

Ellos estallan como un volcán en erupción. ¿Sus problemas psicológicos


hicieron que imagine la experiencia, o una experiencia real llevó los problemas a
la superficie?

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Sencillamente no lo sabemos. Ciertamente sabemos que, luego de esta supuesta
experiencia, los perceptores pueden experimentar alternativos estados de
conciencia, entrando y saliendo de estados de trance, durante los cuales pueden
canalizar mensajes de entidades de extraños nombres.

En lo que refiere al contenido, estas imágenes carecen de valor. Pero, cualquiera


que sea su causa, o su origen, ocurren. Otra cosa que sucede es que, alrededor
del perceptor, se desatan fenómenos PSI. Tal vez esto sea de esperar, puesto
que los estados alterados o trance inducen a la producción de P.E.S. y P.K.

Quizá la experiencia OVNI sea un modo para que estas personas se realicen. A
veces, resulta que el contacto con el OVNI sirve positivamente a lo que el
perceptor necesita ; otras veces resulta que no, y la persona termina peor que
antes.

69
CAPÍTULO 3
OVNIS MATERIALIZADOS MENTALMENTE

Aportes para un paradigma espiritual en la investigación OVNI

Enfoque difícil el que me he propuesto en este trabajo. Supongo que


venía siendo insinuado por otros anteriores de mi autoría, pero sin duda
proponer, quizás demasiado frontalmente y desde el título mismo del artículo
un “paradigma espiritual” en la Ovnilogía suena paradójicamente casi a herejía,
en tiempos donde, si no de hecho, por lo menos de forma resulta en dividendos
intelectuales más socializados enarbolar las banderas de la metodología
científica, y confundiendo la misma no tanto con rigurosidad expositiva sino
con la profusión de materialismo a la que son tan afectos mis colegas del
pelotón de tuercas y tornillos extraterrestres.
Sin duda resulta, en el ámbito mediático de investigadores y difusores de
esta disciplina, más redituable, otorgando más cartel de “serio y responsable”
proponer un estudio cribado por el laboratorio –y la palmada en la espalda, si es
posible, de alguien con título académico como aval de nuestra “cientificidad”-
que especular sobre las causas e implicancias de considerar a los OVNIs materia
de enfoque espiritualista. Se agrega a ello el peligro, siempre latente, de caer en
la confusión de malinterpretar “espiritualismo” como “mesianismo”, o
proponer una lectura contactista del fenómeno. Así que no es redundante
volver a hacer hincapié que cuando escribo sobre “paradigma espiritual” me
remito precisamente a eso: especular sobre una etiología, una génesis del
fenómeno quizás no tanto “extraterrestre” como procedente de un orden de
Realidad no física, empleando “espiritualidad” entonces, como antítesis de
“materialidad”.

Razonando la espiritualidad

Vivimos –qué duda cabe- en un mundo dominado por una concepción


maniquea, la de que la “verdad científica” se opone a la “verdad del espíritu”.
Un mundo que, por un lado, aglutina a los fundamentalistas que temen que las
luces de la ciencia invada lo que es territorio de sus dogmas y por otro, los que
cierran filas en la convicción de que sólo es cuestión de tiempo que los
instrumentos del laboratorio desguacen los resabios de lo que llaman
“supersticiones”. Aferrarse a una concepción dividida del mundo tiene
consecuencias peligrosas, pues en todos nosotros dormita la sospecha de que
sólo una de tales dos “verdades” puede ser realidad. Esto hace que los
cientificistas y todas las personas cuya concepción de lo “real” esté conformada,

70
en sus rasgos esenciales, por las modernas “ciencias duras” se vuelquen cada
vez más al ateísmo, es decir, al intento de arreglárselas sólo con la propia razón.
El ejemplo más clásico de ello es la dicotomía evolución versus creación.
Se tiene de la evolución la idea (que anticipamos equivocada) de que se trata de
una Naturaleza capaz, por medios aleatorios, de “elegir” la mutación más
óptima para las siguientes generaciones, algo que no es explicable, en su raíz
finalista, por el cálculo de probabilidades (ya lo sabemos: ¿le sería posible a un
mono –a una población de monos- jugando con tarjetones con letras inscriptas,
lograr, por simple azar, rescribir toda la obra de Shakespeare?), lo que a su vez
les deja un “nicho” a loos creacionistas para discernir allí la mano de Dios. Pero
la evolución no ha funcionado (no funciona ni funcionará) de esa forma: la
evolución consiste en una Naturaleza que permanentemente experimenta
nuevas opciones, nuevas mutaciones, la enorme mayoría de las cuales caen
en un pozo sin fondo hasta que se dan las condiciones que le hacen
imponer su supremacía: como ejemplo, imaginémonos experimentos
azarosos de esa Naturaleza creando esporádicamente lobos albinos en un
bosque templado. Esto es una dificultad para la supervivencia –ese animal
queda así expuesto a la vista de sus naturales enemigos con mayor facilidad,
digamos, que uno pardo o gris- hasta que en un futuro probable deviene una
época glaciar. Lo que hasta ese momento era un hándicap en contra (por ello
los lobos albinos no se imponían numéricamente) se transforma, por una
circunstancia climática, en una ventaja a favor: los lobos albinos cuentan
entonces con mayores recursos para mimetizarse con el entorno, aumenta su
expectativa de vida y se multiplican hasta ser dominantes.

Comprender un hecho tan simple implica iniciar el camino de un nuevo


paradigma, de una nueva concepción en el modelo del Todo. Es comprender
que no avanzaremos en la comprensión del fenómeno OVNI hasta que no
variemos nuestras actitudes intelectuales para abordarlo. La primera de ellas, la
útil pero a la vez limitante especialización conceptual: comprender que los
límites que creemos percibir en todas partes, entre el “yo aquí” y “todo lo
demás allá” no pertenecen a la realidad misma. No son más que proyecciones
de nuestras estructuras imaginativas que, ante el mundo, son totalmente
insuficientes, algo así como una red de coordenadas geográficas con que
nuestro cerebro cubre el mundo exterior y gracias al cual intentamos que en
medio de la multitud de fenómenos nos resulte más fácil orientarnos.
Consecuencia de ello es nuestra especialización científica, la cual no es
consecuencia de una especialización de la naturaleza. Es consecuencia de
nuestra incapacidad de abarcar y examinar la totalidad al mismo tiempo. Por
consiguiente, si comprendemos al mundo como una continuidad, podemos
formular que lo que llamamos fenómeno OVNI es parte de esa continuidad y
algo que tiene realidad en un sentido informático. En el sentido de la teoría de
la información, ésta es precisamente la diferencia de la distribución de señales

71
del promedio estadístico que se observa independientemente de cualquier contenido. La
“sustancia” de la información así definida no tiene nada que ver con el
“contenido” de lo que estamos acostumbrados a llamar “una” información en
nuestro lenguaje cotidiano. Más bien queda definida por una medida verificable
cuantitativamente en que se diferencia del promedio.

Una opción para el “Más Allá”

Si hablamos de una dimensión espiritual del fenómeno OVNI, nos


vemos obligados a considerar el concepto de lo “trascendente”. Lo
trascendente al tiempo y espacio tal como lo conocemos, regido por las
esclavistas leyes físicas. De manera que debemos entonces tratar de conceptuar
el concepto del “Más Allá”. Y ello nos retrotrae al Momento Primero del
Universo.

La teoría del Big Bang sostiene que el Todo (toda la materia, todo el
espacio) estaba reducida a un punto minúsculo que, hace unos veinte mil
millones de años, explotó. Hoy en día los científicos teorizan sobre los procesos
ocurridos hasta un milisegundo después de la Gran Explosión, con procesos
energéticos imposibles de concebir prácticamente sucediéndose a velocidades
escalofriantes en esa génesis cósmica. Al común de los mortales le resulta
medianamente comprensible la idea de que toda la materia (en realidad,
entonces, energía y plasma) se hallaba reducida a unas dimensiones
despreciables. Lo que habitualmente se le escapa, empero, es que si el concepto
del tiempo –por física relativista- es inseparable del de espacio, entonces también
el tiempo no sólo comenzó entonces, sino que estaba limitado a esa esfera
original. Un naturalista no vería motivo alguno para presentar objeciones a esta
posibilidad puesto que para él el “tiempo”, enlazado inseparablemente al
espacio de este Universo, junto con la energía, la materia y las leyes naturales, se
originó en aquél acontecimiento. Por ello, para nuestro naturalista el “tiempo”
es, junto con la energía, el espacio lleno de materia y determinadas constantes
naturales (las masas de las partículas subatómicas, la constante de la gravitación,
la velocidad de la luz, la constante de Planck, etc.) una propiedad de este mundo.
Así, en la moderna concepción científica del mundo, que sobrepasa de manera
tan extraña nuestras cándidas ideas, está unida a la existencia de este mundo y
no existe sin él. No es una categoría que abarque el mundo en su totalidad, que
lo determine o lo contenga “desde el exterior”. Y si existe semejante “exterior”
existiría en la intemporalidad y la “aespacialidad”. A pesar de cargar con el peso
intelectual de abarcar con miles de millones de años de evolución, podemos
afirmar que ese instante primero no ha terminado: porque la expansión
continúa, y la dilatación de la percepción del tiempo asociado también: la evolución es
idéntica al momento de la creación. Por tanto, lo que llamamos “evolución

72
cósmica y biológica” son las proyecciones del acontecimiento de la creación en
nuestro propio cerebro. Que la historia de la evolución de la materia inanimada
y animada es la forma en la que presenciamos desde adentro la creación, que
desde afuera, desde la perspectiva trascendente, es el acto de un momento.
Ese “afuera” es el Más Allá.
Llegados a este punto, debemos dejar constancia que se trata en todo
caso de afirmaciones que no contradicen en nada la moderna concepción
científica del mundo. Así, pues, nos encontramos con el ejemplo de un caso
donde el conocimiento científico abre al entendimiento religioso un camino
completamente nuevo.

Por consiguiente, el espacio y el tiempo no son en absoluto algo así


como experiencias que realizamos sobre el mundo, como suponía la filosofía
antes de Kant. Son más bien estructuras de nuestro pensamiento, de nuestra
intuición. Se encuentran a priori en nuestro pensamiento. Antes de cualquier
experiencia que adquiramos. Son innatas en nosotros. Puesto que el “espacio” y
el “tiempo” son innatos en nosotros (como parte que somos del “instante
evolutivo”) como formas del conocimiento, no tenemos la menor posibilidad
de llegar a saber o experimentar nada que no sea espacial o temporal. Por ello,
como dijo Kant, el espacio y el tiempo no son el resultado, sino la condición previa
de toda experiencia. Son juicios que emitimos a priori sobre el mundo,
prejuicios innatos de los que no podemos liberarnos. Pero por ser esto así no
tenemos derecho a suponer que el espacio y el tiempo pertenecen al mundo
mismo tal como es “en sí”, objetivamente, sin el reflejo en nuestra conciencia,
que es nuestra única manera de poder vivirlo. El orden que presenta el
concepto del mundo que nosotros experimentamos no es la copia del orden del
mundo mismo. Es, según Kant, sólo la copia de las estructuras ordenadas de mi
propio aparato pensante. Por lo tanto, si veo a Dios “allí” es porque primero
está “aquí”.
Aquí podríamos hacer una digresión sobre una de las cuestiones más
interesantes planteadas por la filosofía oriental: la necesidad de contemplar
desde el No Yo. Ahora, sin no podemos pensar el No Yo (como el No Tiempo
y el No Espacio) es porque es parte de la conciencia, no lo que ella descubra. Por
eso, hay un “fuera de la conciencia”, con No Yo, No Tiempo, No Espacio. El
Más Allá. La fusión en (y con) el Cosmos. El Nirvana. La pregunta que aquí
podríamos hacernos (siguiendo a Gurdjieff) es si se trata del Yo de los “yoes”
menores y multifacéticos de nuestros “momentos de conciencia” cotidianos. Ya
que si los “yoes menores” hacen el Yo Psicológico (hago los roles en tiempo y
espacio), es porque hay un Yo mayor. Es el espíritu.

Abducciones y experiencias cercanas a la muerte

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Escribe Hoimar von Ditfurth (en “No somos sólo de este mundo”,
Planeta, 1983, pág. 129: “Hace unos treinta años, el etólogo Erich von Holst descubrió
que un gallo lleva en su cabeza de manera congénita la imagen del enemigo mortal de su
especie. Esta prueba la proporcionó un experimento cuyo resultado tiene que dar mucho que
pensar. No porque fuera cruel; en cierto modo incluso porque se dio el caso contrario: durante
el experimento el gallo no se dio cuenta en absoluto de cómo se burlaban de él, por lo visto, ni
siquiera de que estaba siendo objeto de una manipulación. Precisamente esta circunstancia es
la que tiene que dejar confuso a un observador. Y esto sucederá si se le ocurre preguntarse si lo
que es válido para el gallo puede aplicarse a sí mismo”.
“Erich von Holst narcotizó a sus gallos y les metió finísimos cables en el cerebro.
Estos cables estaban aislados con una laca finísima excepto en el extremo que quedó sin
cubrir. Los cables se adaptaron sin la menor complicación. Los animales no se dieron cuenta
de nada (el cerebro es un órgano insensible al dolor). Con este procedimiento pretendía
provocar estímulos eléctricos en los lugares del cerebro de los animales en que estaban encajados
los extremos lisos de los cables. Para ello se utilizaron impulsos eléctricos cuya intensidad y
forma de sus curvas correspondieran en todas sus particularidades a las de los impulsos
nerviosos naturales”.
“En tales circunstancias los animales no se dieron cuenta de que se les estaba haciendo
algo, que estaban siendo víctimas de una influencia “desde fuera”, artificial. Los habían
domesticado y adiestrado para que durante el experimento se movieran con entera libertad en
una mesita. Y esto es lo que hicieron, completamente relajados, cacareando suavemente,
picoteando de vez en cuando en busca de pequeñas manchas, como suelen hacer los pollos.”
“Hasta el momento en que Holst o uno de sus colaboradores tocó el botón que enviaba
la corriente, que no podía distinguirse e un impulso nervioso natural, a través del cable, cuyo
liso extremo terminaba en lo más profundo del cerebro del pollo. Entonces, en la mesa de
experimentos la escena cambió de repente. Los pollos siguieron comportándose –y esto es
precisamente lo espectacular del experimento- como suelen hacerlo, pero parecían sentirse de
improviso transportados a situaciones que ya no tenían nada que ver con el ambiente objetivo
de la mesa vacía. La reacción comienza algunos segundos después con una típica “toma de
viento” por parte del animal. De repente, en medio de un movimiento, el gallo se pone rígido,
se endereza y con los movimientos de cabeza pendulares típicos de su especie husmea el
ambiente con evidente tensión. Pocos momentos más tarde parece haber descubierto algo y fija
la vista en un punto determinado de la mesa (que sigue vacía).”
“Este “algo” invisible parece acercársele. Cada vez más excitado, el gallo empieza a
marchar de un lado a otro de la mesa. Aleteando realiza unos movimientos que parecen
querer evitar “algo” que por lo visto se le está acercando cada vez más, y da picotazos fuertes
hacia la dirección en la que, como hechizado, tiene la vista fija. No hay duda, el animal se
siente amenazado. Se comporta como si en la mesa se le acercara un peligro contra el que tiene
que defenderse”.
“El desenlace de la escena depende de las circunstancias. El jefe del experimento puede
soltar en cualquier momento el botón que provoca el estímulo. Si lo hace, el gallo se endereza
en seguida y mira a su alrededor como si buscara algo. Es imposible sustraerse a la impresión
de que está desconcertado de que el peligro haya desaparecido tan repentinamente. Cuando el

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gallo se ha convencido del todo de que es así, ahueca aliviado el plumaje y lanza un triunfante
“quiriquiquí”. Dudar de que entre su reacción combativa y la desaparición de la amenaza
existe una relación de causalidad es algo que no se le ocurre.”
“En cambio, si el estímulo sigue conectado puede suceder que el animal busque un
sucedáneo para su tensión interna, que por lo visto se hace cada vez más inaguantable. En
general, este sucedáneo es uno de los científicos que se encuentran alrededor de la mesa. Las
películas muestran que, en este caso, los ataques de los gallos se dirigen preferentemente a las
manos de los que son tan imprudentes de apoyarlas sobre la mesa durante el experimento. Por
lo visto, el tamaño y la posición de una mano humana apoyada en la mesa es lo que más se
parece al amenazador fantasma que la corriente hace surgir en el cerebro del gallo”.
“Pero como un enemigo fingido de manera tan disimulada no puede expulsarse por
fuertes que sean los picotazos, si el impulso sigue conectado la escena termina por lo general de
esta manera: el gallo deja estar por fin todos los modales que ha adquirido gracias a una
paciente labor de adiestramiento y con fuertes gritos abandona la mesa revoloteando. Con ello
el animal provoca la desaparición del supuesto enemigo si bien de una manera que él no puede
comprender: rompiendo el finísimo cable que producía el fantasma en su cerebro”.
“Este experimento puede repetirse cuantas veces se desee. Siempre que el estímulo se
produce en el lugar del cerebro “encargado” de ello, el gallo desarrolla el mismo programa de
forma estereotipada. Hay que tener presente una cosa: lo único artificial y procedente del
exterior es el impulso eléctrico parecido al impulso nervioso natural. Es, simplemente, el
desencadenante de los acontecimientos. Todo lo que sucede después lo produce el mismo animal,
toda la escena compuesta por una serie innumerable de elementos diversos de comportamiento y
que se repite en la mesa vacía, siempre que se apriete el consabido botón: la lucha con el
fantasma de un “enemigo terrestre” que se acerca”.
Es imposible leer estas líneas y no asociarlas irremediablemente con el
fenómeno OVNI y, especialmente, la situación de las abducciones. Tenemos
lícito derecho a preguntarnos si algo similar no ocurrirá en estos casos y si, al
igual al gallo cuyo “programa de defensa” es congénito, genético, lo que hace en
nosotros el “estímulo exterior” es detonar la escenificación, la representación
sensorial de un secuestro. Pero, ¿por qué precisamente esa situación y no otra?.
Si la psicología del ser humano –individual y colectiva- obedece a un principio
de economía de energía y eficiencia, es porque más que re – crear una situación
imaginaria –con la consabida dificultad de su identidad en los miles de casos de
abducciones- es porque se trata simplemente de recurrir a una escenificación
con una finalidad en orden a la evolución. Voy a decirlo directamente:
¿escenificamos abducciones porque así ocurren o porque son la forma más
económica y eficiente –en términos de energía psíquica- de hacer catarsis o bien
representar el contacto con una realidad paralela, desde la cual, Algo o Alguien
nos estimula como von Holst al gallo?. Voy más allá: ¿es improbable concebir
que nuestra “respuesta condicionada” (quizás para satisfacción de Zacharías
Sitchin) fue “incorporada”, pautada, en algún momento de nuestra evolución
primigenia por una inteligencia exterior con vistas a condicionar estas
respuestas en algún momento futuro?. Y, obviamente, reflexiones de similar

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tenor podríamos hacer respecto a las OOBE (“out of body experiences” o
“experiencias fuera del cuerpo”) y las “peritanatológicas” (o experiencias
cercanas a la muerte).

Pero existe otro razonamiento para abonar la hipótesis de que nuestras


“intuiciones espirituales” no son gratuitas. Y es aquél que dice que toda
adaptación reproduce una parte del mundo real (o se acomoda a una parte de
él). Esto no sólo puede decirse de los cascos de los caballos, las alas de las aves
y las aletas de los peces. Puede decirse también de las estructuras del
conocimiento. Por lo tanto, esas “formas de intuición” se adaptan, porque
reflejan, algo del mundo real.

El OVNI como estímulo – señal

No ha dejado nunca de ser grotesco para los experimentadores que si a


una gallina se le ubica, cerca pero inmóvil, una comadreja disecada, después de
cierta reacción de sorpresa el plumífero queda totalmente indiferente ante su
natural depredador. Pero si se toma una bolsa cubierta de piel y se le fijan dos
botones brillantes donde en un animal deberían ir los ojos (una verdadera
caricatura de comadreja pero mediante un cable se le imprime un sentido de
movimiento la gallina se desespera por huir. El estímulo – señal, codificado
genéticamente, tiene valores primitivos y esenciales, donde no importa tanto el
aspecto sino otras variables, como, precisamente, el sentido de movimiento, a
pesar de que no se parece casi en nada al agresor. Con los correspondientes
estímulos – señal, se ha demostrado en innumerables casos que esto es válido
también para otros animales. Cuando se ha llegado a descubrir cuáles son los
estímulos específicos que les sirven de señal, aves de toda clase, peces, insectos,
etc., todos se dejan manipular de manera previsible con los estímulos
“fabricados” gracias a ellos. La reacción se efectúa no sólo de manera previsible,
sino además infalible. Los animales son del todo incapaces de escapar al efecto
desencadenante de tales estímulos.
Esto acentúa la impresión de ver al OVNI, sin desmerecer su realidad
física, como un ente “psicoide”, un “mandala”, algo a caballo de dos realidades.
Sería interesante realizar el experimento de estudiar las reacciones de las
personas ante un OVNI proteiforme fabricado artificialmente, aunque cabe
preguntarnos, ¿proteiforme de qué es un OVNI?. Es dable suponer que las
personas reaccionarán a similitud de los animales, reduciéndose el OVNI –
estímulo – señal a sus variables más elementales siempre y cuando, como
dijéramos al resumir la teoría de la información, pudiéramos resumir en él la
diferencia de la distribución de señales del promedio estadístico que se observa
independientemente de cualquier contenido. La composición del estímulo clave
desencadenante a base del menor número de características válidas para todos

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los enemigos del gallo que entran en consideración, es la única solución
imaginable del aparentemente casi utópico problema que consiste en almacenar
genéticamente una imagen que refleja todos los enemigos que pueda llegar a
encontrar algún día puesto que existen concretamente en el medio real. Lo que
ha realizado aquí la evolución es nada menos que una “generalización y
abstracción”, una generalización que prescinde sistemáticamente de la
diferencia de detalles individuales. Así, pues, al gallo, como organismo
biológico, el conocimiento congénito sobre el mundo le proporciona una
información óptima, exacta, útil. Y como su existencia se limita a la esfera
biológica, para él el caso queda solucionado así de manera satisfactoria.
Algo distinto se presenta el asunto para nosotros. Con respecto a la
facultad cognoscitiva del gallo, nosotros nos encontramos en una esfera
superior, en cierto modo una “metaesfera”. Examinada desde este plano
“metafísico” para el gallo, la situación descrita en su totalidad gracias al sistema
cerrado del programa de comportamiento congénito con patrón
desencadenante incorporado, por una parte, y constelación de señales objetiva
como estímulo desencadenante, adquiere una cualidad muy distinta.
Extrapolando, nada nos impide entonces suponer que la constelación de
percepciones espirituales de la humanidad (revelaciones preternaturales,
mensajes cósmicos, manifestaciones fantasmales, voces angelicales, y cuanto
etcétera puedan ustedes imaginar) pueden ser reducibles a estímulos – señal
básicos, y de ellos el OVNI puede ser el estímulo clave desencadenante. Esto
explicaría varias cosas: por un lado, el amplio espectro de intereses que
paulatinamente van adquiriendo los aficionados a estas disciplinas, desde la
curiosidad monotemática hasta la inquietud universalista. Por otr, las “modas”
cíclicas que “lo sobrenatural” presenta en distintos momentos de la historia
humana. Y finalmente, los sustratos comunes tanto a los fenómenos
ovnilógicos como los paranormales.
Pero pueden inferirse dos conclusiones más importantes: una, que
entonces el hecho de que en laboratorios se pueda recrear (de manera bastante
pobre, debemos admitir) “sensaciones de presencias espirituales” mediante el
expeditivo método de someter al sujeto de la experiencia a estímulos físicos
(con lo que se busca una reducción al absurdo de toda fenomenología
paranormal a la categoría de alteraciones sinestésicas) sólo nos estaría diciendo
que es posible recrear estímulos clave, y no que éstos no existan (como el hecho
que pueda generarse un “agresor fantasma” en el cerebro del gallo no quita que
las comadrejas hagan de las suyas en el mundo real). Además, sólo indicarían
las áreas corticales que entran en el proceso, pero no el origen del
proceso en sí. Y en segundo lugar, que así como el gallo tiene una percepción
del enemigo superior a la de una garrapata (para poder poner sus huevos en
mamíferos, ésta necesita identificarlos de los reptiles, y para ello sólo necesita
un estímulo: ser sensible al ácido butírico, infaltable en todo sudor), siendo de
todas formas que a sus fines –y a su grado evolutivo- la percepción del mundo

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que tiene la garrapata es correcta (pero inferior a la del gallo) ontológicamente
advertimos que la concepción del mundo del gallo también es correcta, pero
limitada. Por consiguiente, y habiéndose visto que la evolución ni con mucho ha
cesado (recuerden que todavía estaríamos en el “instante de la creación”)
nuestra percepción del mundo, siendo correcta, también compartiría con
aquellas su “limitidad”. Y los propios experimentos etológicos van más allá:
como la gallina reconoce a sus polluelos por el piar y no por el aspecto, se ha
colocado la famosa comadreja disecada dentro del nido de una gallina, eso sí,
con un minúsculo altavoz que reproducía un piar de pollitos, observándose
como aquélla trataba de protegerla y cubrirla, mientras que si se le cubrían los
oídos, atacaba a picotazos a sus propios polluelos circunstancialmente alejados
del nido. Extrapolando, de aquí a manipular la especie humana –aún en contra
de las escalas de valores que consideramos lógicos o éticos- contra un eventual
cambio de ideas, hay sólo un paso.

Llegados aquí, deberíamos preguntarnos después de todo si desde los


propios argumentos de la ciencia pueden elaborarse estas especulaciones, el
porqué de la generalizada resistencia de los científicos a lo espiritual. Las
ciencias de la naturaleza son las ciencias de la estructura y cambio de los
sistemas materiales así como del reparto espacial de diversas formas de energía
(H. Von Ditfurth). En su trabajo el científico se limita metodológicamente a la
posición del monismo materialista. Esta limitación forma parte de la definición
de la disciplina a la que se ha consagrado. La investigación científica de sistemas
vivos no es otra cosa que el intento de ver adónde se llega cuando uno se
esfuerza por explicar la estructura y el comportamiento de estos sistemas sólo
gracias a sus particularidades materiales. Esto es legítimo y, por lo que respecta
a las posibilidades de investigación práctica, el único método fructífero. Sólo
que no debe perderse de vista que se trata una vez más no de una afirmación
sobre la realidad, sino sobre una autolimitación metodológica; y muchos
científicos lo han olvidado hace tiempo. El resultado es una enfermedad
ideológica profesional que, como demuestra la experiencia, puede conducir a la
grotesca convicción de que, en realidad, no existen fenómenos espirituales.

El propio Konrad Lorenz escribió: “El proceso filogénico que conduce al origen
de estructuras apropiadas para la conservación de la especie se parece tanto al aprendizaje del
individuo que no tiene por qué extrañarnos demasiado que a menudo el resultado final de
ambos sea casi igual. El genoma, el sistema de los cromosomas, contiene un tesoro de
información de una riqueza francamente incomprensible. Este tesoro se ha ido formando
mediante un proceso que a lo que más se parece es al aprendizaje gracias al ensayo y error”.
Si consideramos la cronología genética de la relación que existe entre
ellos y las actividades que tienen lugar de manera conciente en nuestra cabeza y
que caracterizamos con las mismas palabras, se nos cae la venda de los ojos.
Entonces vemos que con nuestra acostumbrada manera de considerar la

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situación nos volvemos a encontrar aferrados al prejuicio antropocéntrico que
en toda ocasión quiere convencernos de que nosotros mismos somos el punto
de partida de toda la cadena causal. Pero como también en otros campos
tenemos la tendencia a basar nuestros juicios en nuestras propias experiencias
como si fueran un patrón, la naturaleza nos parece condenada a la falta de
ingenio, ya que no somos capaces de descubrir en ella ningún cerebro pensante.
En una conclusión precipitada identificamos la indiscutible carencia de cerebro
de la naturaleza con la no existencia de inteligencia, fantasía, capacidad y todas
las demás potencias creativas que en nosotros van unidas a la existencia de un
sistema central intacto. Como durante demasiado tiempo hemos hecho del
propio caso el fundamento de nuestro juicio, estamos convencidos de que es
nuestro cerebro quien con todas estas capacidades y posibilidades y que, por
tanto, sin nuestro cerebro no existirían.. Una parte no poco esencial de nuestro
asombro ante la naturaleza se basa en un malentendido que tiene sus raíces
aquí. Que una parte no poco importante de nuestra admiración por la
naturaleza se debe a un misterio demasiado palpable: al asombro por todo lo
que ha podido llevar a cabo esta naturaleza que tiene que arreglárselas sin
cerebro y que con ello a nuestros ojos carece de todas las facultades creativas
que para nosotros comporta el hecho de poseer un cerebro. Como si la
creatividad y la facultad de aprender no hubieran aparecido en este mundo
hasta nuestra llegada, cosa que naturalmente plantea la cuestión de cómo ha
podido conseguir llegar hasta este punto la naturaleza en todos los eones
anteriores.
Es que la Vida tiene conciencia. Aprendizaje e inteligencia, la búsqueda
de la solución a los problemas y las decisiones tomadas ante el fondo de una
escala de valores que representa el resultado de procesos de aprendizajes
anteriores, todo esto existe también fuera de la esfera del cerebro. Todo esto
son realizaciones que, sin estar localizadas en un lugar concreto (un cerebro o
una computadora) pueden existir de verdad y actuar de verdad a nivel
supraindividual. Esta afirmación no tiene nada de metafísico. Solamente
contradice nuestra habitual manera de pensar. Sin embargo, no describe más
que hechos que existen de verdad en el mundo. Las funciones que
acostumbramos a denominar “psíquicas” son anteriores a todos los cerebros.
No son productos cerebrales; al contrario, como todo lo demás, también los
cerebros pudieron ser producidos al final por la evolución sólo porque desde el
principio ésta fue dirigida por las funciones de las que he escrito. Nuestro
cerebro no es la fuente de estos logros, lo único que hace es integrarlos en el
individuo. Tenemos que aprender a ver en el cerebro al órgano gracias al cual la
evolución ha conseguido poner a disposición del organismo individual, como
estrategias de comportamiento, las facultades y potencias inherentes a ella desde
el principio, pero de ninguna manera en toda su amplitud. Hasta el momento, a
pesar del tiempo transcurrido, este don está aún en un estado de desarrollo muy
imperfecto. Ninguna persona estaría en condiciones de dirigir un hígado o

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construir una célula desde su cerebro. Resulta una trivialidad –pero que
generalmente se nos escapa- decir que la mayor parte de lo que la evolución ha
sido capaz de producir –sin cerebro- nosotros, a pesar de todos nuestros
esfuerzos, sólo podemos entenderlo en una mínima parte y mucho menos aún
imitarlo.
Tenemos que contar con la posibilidad de que también la fase biológica
de la evolución pudiera ser sólo un estado pasajero de la historia (como lo ha
sido, por ejemplo, la evolución química). Es posible exponer argumentos a
favor de la hipótesis de que la evolución biológica pudiera terminar en cuanto a
sus productos (nosotros) hayan proporcionado a las estructuras cibernéticas la
complejidad suficiente para que las capacite para seguir desarrollándose
independientemente, sin ayuda de técnicos orgánicos, “vivos”. Y cuando esas
supercomputadoras cuenten con sistemas de transmisión de información no
electrónicos sino por ejemplo, solamente ópticos, se estará a un paso de
obtener soportes meramente energéticos para la información. Y cuando la
información pueda transmitirse y almacenarse en “receptáculos energéticos”,
los contenedores materiales serán superfluos. Entonces, una “masa de
energía” podrá a la vez ser vehículo y procesos de aprendizaje,
inteligencia, ensayo, error, almacenamiento, en síntesis, entes pensantes.
De aquí a la concepción de “entidades espirituales” hay un solo paso
que quizás sólo nuestras anteojeras materialistas, la manipulación
paradigmática del pelotón de tuercas y tornillos nos impide ver en la
fenomenología OVNI.

TULPAS: EL PENSAMIENTO HECHO MATERIA

Pese a la búsqueda incesante que grupos cada vez más numerosos de


occidentales emprenden tras la dominación de facetas aún desconocidas de la
mente, subsiste la sensación que esos logros permanecerán en la nebulosa que
separa la creencia de los místicos de la incredulidad de los escépticos. Sin
embargo, a poco de indagar sobre los progresos que en tal sentido lograron
otras culturas milenarias, uno se encuentra con la sorpresa que alcanzar triunfos
evidenciables en el manejo de las fuerzas interiores ya es práctica común para
muchos. Tal, el caso de lo que los tibetanos denominan “tulpas” (que
literalmente significa “forma de pensamiento”) y que puede definirse como un
proceso de concentración tan intenso que termina en la densificación del
pensamiento. Esto significa que, aunque parezca increíble, el pensamiento
puede hacerse realidad en más de un sentido; no solamente por la mera
concreción de los hechos, sino más efectivamente, haciéndose visible,
adquiriendo consistencia y peso.

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Esto era presupuesto por la Parapsicología desde tiempo atrás, a partir de la
aceptación que entre los estudiosos de esta disciplina tiene una de las Leyes
Fundamentales del Universo, tal cual las entiende la Filosofía Hermética u
Ocultismo; conocimiento milenario transmitido de generación en generación de
antiguos sabios, y que puede resumirse diciendo que en el Cosmos todo es parte
de una misma sustancia Universal: la materia inerte, las formas biológicas, las
energías cósmicas, los pensamientos, todos distintas manifestaciones, ora más
groseras, ora más sutiles, de un Primer Principio Cósmico. Es conocida como
Ley del Mentalismo.
No es éste el lugar para justificar este postulado, acotados como estamos
de espacio. Baste señalar que la mayor parte de los pensadores esotéricos no
sólo aceptan intelectualmente esta afirmación sino que han descubierto
innumerables analogías en el mundo que nos rodea que la justifican. Y bien, es
la realidad de la Ley del Mentalismo lo que le da el marco teórico a la creación
de formas de pensamiento o “tulpas”. Extrapolando, creo sinceramente, por
otra parte, que el concepto de “tulpas” puede incluir en una sopla hipótesis
global muchos fenómenos periféricos de la Parapsicología y el Ocultismo y, por
qué no, también la Ovnilogía: si bien no alcanzaría –especialmente en el caso de
esta última disciplina- para explicar la totalidad de los eventos, en muchas
ocasiones, particularmente en el caso de algunas de las así llamadas “fotografías
psíquicas” y, por qué no, ciertas “psicofonías” (a fin de cuentas, si los
contenidos mentales pueden “densificarse” hasta ser cuasimateriales, ¿porqué
sería improbable que generaran también fenómenos de naturaleza mecánica o
electromagnética plausibles de ser registrados magnetofónicamente?), nos
propone cuando menos otra óptica interesante. Para evitar extenderme
innecesariamente, sugiero al lector revisar mis artículos “La fotografía psíquica
entre la Parapsicología y los OVNIs” –revista electrónica ”Al Filo de la
Realidad” número 9- y “Hemos fotografiado el pensamiento” –“Al Filo de la
Realidad” número 6-.
Tulpas son, en última instancia, muchas supuestas apariciones de
fantasmas, proyecciones alucinadas de una mente que se hacen perceptibles
hasta para los demás. Tulpas son los instrumentos de muchas “agresiones
psíquicas”, eufemismo que en Parapsicología engloba lo que popularmente
conocemos como “daños” o “hechizos”, y de cuya realidad y demostración ya
he escrito en otra oportunidad. Y tulpas, y de hecho de allí proviene su nombre,
era la práctica en el antiguo Tibet, de pensar intensamente en determinadas
situaciones, personas o conflictos para que, al hacerse “reales”, pudiera
dialogarse, corregirse, solucionarse o combatirse.
Hoy en día los budistas tibetanos siguen aprovechando las remotas
enseñanzas como una forma de fortalecer espiritualmente a sus discípulos,
obligándoles a materializar de esta suerte sus más recónditos miedos en la
forma de fantásticos oponentes o monstruosos animales a los cuales, mediante
la nueva creación de otros tulpas antagónicos, vencer en mitológico combate.

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Pero si bien dominar el mundo de los tulpas es harto difícil, exige intenso y
constante entrenamiento y orilla permanentemente el peligro (imaginen lo que
ocurriría si “corporizamos” de manera monstruosa nuestros odios y rencores y
los soltamos al mundo o que, escapando a nuestro control, se vuelvan contra
nosotros mismos) su aplicación en sentido positivo tiene horizontes difíciles de
imaginar. Ello, sin contar que de manera involuntaria e inconsciente, o
inexpertamente irresponsables en nuestros devaneos espiritualistas, podemos
traer al mundo cotidiano el terror de las sombras.

¿Tulpas agresivos en la “Caverna de las Brujas”?

Cuando en enero de 1983 pernocté –junto a los amigos e investigadores


Alejandro Chionetti y Marcelo Bernasconi- varias noches en la Caverna de las
Brujas (y no por nada los lugareños han conocido desde siempre a este
laberinto calcáreo que se extiende más de veinte kilómetros en un macizo
rocoso próximo al pueblo de Bardas Blancas, en la provincia de Mendoza,
como la caverna de las brujas ) nos sucedieron algunos hechos desconcertantes.
Recuerdo, por ejemplo, un sueño personal. Debido a la baja temperatura
ambiental –con calores de 35º en el exterior, la temperatura interna nunca
ascendía por sobre los 15º durante la pseudo – noche señalada por nuestros
relojes- dormíamos, dentro de nuestras bolsas de dormir, una apretada contra
otra, buscando así mantener algo más del calor que la permanente humedad
impedía generar con fuego.
En determinado momento, yo sueño que rodaba por el interior de la
caverna, siguiendo la pendiente natural de la misma en dirección a la salida,
mientras en el mismo sueño creía percibir una nebulosa silueta humanoide de
pie a la entrada de uno de los túneles laterales, que se señalaba con una mano la
salida, en forma imperativa. Soñaba yo que rodaba y rodaba, como si buscara
salir de la caverna, cuando varias manos me sacudieron violentamente,
obligándome a despertar.
Ocurrió que otro de los expedicionarios, entre sueños, creyó dejar de
percibir la presión de mi cuerpo contra el suyo. A tientas buscó su linterna y, al
encenderla, descubrió que yo ya no estaba a su lado. Frenéticamente barrió el
amplio recinto subterráneo con la luz para descubrir que, dentro de mi bolsa y
completamente dormido, en realidad yo rodaba hacia arriba de la pendiente,
rotando hacia un costado... donde a no más de dos metros de mí se abría en el
suelo una grieta de unos treinta metros de profundidad.
Mi compañero despertó al otro a los gritos y ambos se arrojaron sobre
mi cuerpo, deteniendo lo que sin ningún lugar a dudas habría sido una caída
fatal.
Pero los sucesos extraños no terminaron allí. Comentábamos horas después los
extraños sueños que todos habíamos tenido y entonces tomamos conciencia

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colectiva de algo infuso que nos había individualmente molestado todo el día
previo: en cierta sección de los túneles –casualmente, donde en mi sueño creí
percibir la figura humanoide- sentíamos la ansiedad de cierta presión psíquica, la
inconfundible sensación de ser observados y vigilados y con cierta malsana
intencionalidad que parecía ordenarnos que nos alejáramos, como si no
fuésemos bienvenidos allí.
Al día siguiente esa sensación de opresión se reiteró pero, como
respuesta a nuestras presunciones de sugestión o psicosis colectiva, esas
sensaciones sólo se hacían presentes en determinado sector de los túneles,
como si un pensamiento parasitario, maligno y denso se hubiera anclado allí.
Las alucinaciones no son tan selectivas. Pero de alguna manera teníamos que
terminar con las dudas.
Entonces, ideé el siguiente experimento: en la más absoluta oscuridad,
con las linternas eléctricas apagadas, me desplacé hasta que la sensación de
opresión mental alcanzó su punto máximo. A tientas, marqué entonces con una
tiza el piso y la pared, tras lo cual retorné junto a los otros. Otro compañero
repitió lo mismo, y así el tercero. La intención era obvia: si se trataba de
ilusiones, los trazos no coincidirían jamás; ya dije que las alucinaciones no son
selectivas y en la profunda negrura de la noche eterna de la cueva, ninguno de
nosotros podría adivinar dónde los demás hicieron sus marcas. Finalmente, nos
dirigimos en conjunto en busca de los trazos, y las luces revelaron lo que
temíamos: todas las marcas estaban hechas en una franja cuyo ancho no era
mayor a los veinte centímetros. Había allí, si cabe decirlo así, una verdadera
“pared psíquica”.
La respuesta de los folklorólogos es simple: los “elementales” de la
Caverna de las Brujas, que desde tiempo inmemorial ocupaban las galerías
subterráneas y sus alrededores, estaban molestos con nuestra presencia. Quizás,
pero más me inclino a suponer tulpas, generados, disparados y errantes allí,
provenientes del mundo de nuestros propios sueños de noches anteriores.

Haga usted su propio tulpa

Entre las distintas experiencias que supone la práctica y enseñanza del


Control Mental Oriental, pocas han excitado tanto mi curiosidad como aquella
de aplicar estas teorías a la experimentación de vivenciar, por uno mismo, un
tulpa. En nuestro sistema de Control Mental constreñimos su enseñanza como
un eficaz método –ya veremos cómo- para combatir el dolor físico, aunque con
un poco de imaginación y perseverancia cualquier entusiasta aplicado podrá
extender el límite de sus resultados.
Entre las diversas formas para enfrentar el dolor físico, el manejo de
tulpas es, quizás, una de las más espectaculares. Consiste en,. Ante la presencia
cierta de un dolor (jaqueca, un traumatismo, causas endógenas, etc.) dirigir

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nuestra atención al mismo, pero tratando de asimilarlo, de identificarlo de
acuerdo a características de tamaño, forma, color y textura. Atención: no se
trata de darle arbitrariamente una forma, un color. Se trata de prestar atención
al hecho que todo dolor abarca –obvio- una zona específica de nuestro cuerpo,
de manera que, lentamente podemos “perimetrar” esa zona definiendo así su
tamaño. Pero al hacerlo, también advertiremos, por ende, que tiene una forma
(algunos dolores son cónicos, otros cúbicos, otros, con forma de estrella
aguzada). Definido en espacio, visualizaremos su color (puede ser rojizo, de un
repugnante verde amarronado, plateado, negro, blanco deslumbrante) y
continuaremos buscando percibir su textura. ¿Es pegajoso?. ¿O, por el
contrario, frío y metálico?. ¿Áspero?. ¿Resbaladizo?.
Una vez focalizada esta imagen en nuestro cuerpo, con un acto de
voluntad, lentamente, muy lentamente, le “ordenaremos” desplazarse a lo largo
de nuestro cuerpo –de preferencia acostado- en dirección a los pies, hasta
hacerle abandonar el organismo por allí. Extrañamente –o no tanto- el alumno
entrenado, en el momento de lograrlo, advierte que su dolor ha desaparecido. Y
esto podría seguramente reducirse a una simple cuestión de autosugestión si no
fuera porque en muchas ocasiones –esto es lo que hace a la experiencia
fascinante- un observador circunstancial, por algo más de un segundo, ve,
claramente, a los pies del doliente una figura que responderá a las características
que el sujeto del experimento ha percibido. Podría hablarse de una “infección
telepática”. Es posible. Pero también de un tulpa. Hagan la experiencia y saquen
sus propias conclusiones.

¿Qué es un egrégoro?

Uno de los conceptos más interesantes que la moderna Parapsicología ha


venido a aportar para la comprensión de muchos fenómenos fronterizos que
vivenciamos en estos terrenos, y que por otra parte aumenta la
conceptualización que establece una relación de continuidad entre las antiguas
doctrinas y enseñanzas esotéricas y ocultistas y lo que hoy se viste con el
cientificista y postmoderno ropaje de “investigaciones metapsíquicas”, es el
definible por el término, común a los ocultistas pero casi ignoto para muchos
de nuestros contemporáneos interesados, de “egrégoro” (también “egregor”).
Su definición y comprensión aporta una explicación satisfactoria a muchos
fenómenos casi cotidianamente experimentados o discutidos dentro de las
ciencias del espíritu.
Es casi una discusión clásica del espiritualismo si muchos de los eventos
que apuntan a señalar la existencia de ciertas “presencias”, realmente se deben a
manifestaciones inteligentes exteriores al o los testigos (espíritus de personas
fallecidas, entidades de distinto nivel de manifestación, ángeles,
extraterrestres...) o sólo se trata de expresiones parapsíquicas de los

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protagonistas, fenómenos producidos por sus propias mentes pero que en
virtud del medio cultural en que se mueven o las creencias preexistentes se
“dramatizan” como entes ajenos a quien cree percibirlos. Así, toda una
corriente de la que se llama “Parapsicología científica” sostiene que no existirían
los espíritus –o seres espirituales- como tales, sino que se tratarían de una
constelación de fenómenos parapsicológicos producidos por individuos vivos,
que, en virtud de sus expectativas, asumen las características que se espera de
ellos como seres ajenos así mismos. A ello se opone una corriente
“espiritualista” que tiende a ver, precisamente, la acción de esos seres aún detrás
de episodios quizás más cercanos a las manifestaciones inconscientes del sujeto.
Este verdadero maniqueísmo olvida, entonces, el concepto de
“egrégoro”, a mitad de camino entre ambos. Según este término, pueden
producirse condensaciones de pensamientos grupales, que podrían llegar a
adquirir cierta autonomía, cierta independencia psíquica, pero necesariamente
existe sólo como una función de ese pensamiento grupal (aquí estoy empleando
la palabra “función” en el sentido matemático que se le da a la expresión: una
cifra variable en relación a otra). Para entender su génesis, deberíamos
establecer un paralelismo con la idea de los “complejos”, tan cara a la moderna
Psicología.
Un complejo es, básicamente, un conjunto de elementos psicológicos
que adquieren una relación intrínseca dentro de la esfera psíquica de una
persona, habitualmente disparado por un hecho traumático y que, aglutinando
elementos de ese psiquismo –reales o imaginarios- alrededor del recuerdo
conciente o inconsciente del hecho traumático, condiciona la personalidad,
adquiriendo en ocasiones cierto control sobre la misma, pero, como un
parásito, existe sólo a expensas de ella, pero no sin ella.
Tomemos un ejemplo sencillo. En el inconsciente colectivo de todos
nosotros (para más información sobre Inconsciente Colectivo, remito a las
obras de Carl Jung o, mucho más modestamente, a otros artículos de mi
autoría) existe como arquetipo el temor a la oscuridad. Esto es innato e
inherente a toda la especie humana (precisamente por eso es arquetípico), un
atavismo que nos remite a épocas prehistóricas, particularmente anteriores al
descubrimiento de métodos artificiales para producir fuego, en que el hombre
primitivo, de día, dominaba las sabanas y praderas, era el cazador; pero al
oscurecer, al caer la noche, la falta de luz le convertía la presa, el cazado.
Oscuridad fue, durante centenares de miles de años, sinónimo del peligro de los
grandes carniceros nocturnos acechando en las sombras. Ese temor se
imprimió en nuestros genes al punto que, como un reflejo condicionado, en
estos tiempos de luminarias eléctricas y ciudades sin fieras (animales, cuando
menos) el miedo subsiste. Generalmente, en todos nosotros sublimado como el
temor a lo desconocido, y también como el temor al cambio. (La ecuación
sería: oscuridad = desconocido; cambio = desconocido). Si el temor a la
oscuridad es tan evidente en los pequeños, lo es sólo en función que los

85
mecanismos de represión, de adaptación al medio y de racionalización no se
encuentran tan desarrollados como en los adultos, que con ellos minimizan su
manifestación.
Bien. A los efectos de nuestro ejemplo, supongamos que un niño,
digamos, de once años, regresa una noche a su casa luego de jugar en la de un
amiguito. En él late, aunque no lo sabe quizás, el “miedo a la oscuridad”
arquetípico. Y supongamos también que un chusco pariente, por hacer una
broma, espera agazapado su paso detrás de un árbol para darle un soberano
susto. Si las condiciones psicológicas son propicias, este evento desencadenará
un “trauma” en el niño que, si no es elaborado a a, persistirá. ¿De qué forma?.
Pues, aglutinando (hablo en sentido figurado) a su alrededor, durante los años
siguientes, todos los hechos formal o simbólicamente identificables con ese
hecho traumático. Así, se va formando un “quiste” en el inconsciente, que
engorda y crece con cada nueva experiencia cuya semiótica es afín al “miedo a
la oscuridad = desconocido = cambio”. Ya adulto, este “complejo” (pues ello
es lo que se ha formado) puede condicionar y “controlar” muchos aspectos de
la vida del sujeto, desde el simple caso que desista de un empleo mucho mejor
remunerado sólo porque implique horarios nocturnos, hasta el más sutil que le
coarte la libertad de arriesgarse a nuevas oportunidades por aquella ya
mencionada sublimación del miedo a la oscuridad. Este complejo ha pasado a
“imponer” pautas en la vida del sujeto que no son producto de una elección
conciente. Pero ese complejo, un parásito que se alimenta de sus vivencias y
que hace que algunas personas con complejos sean en realidad complejos con
personas, no puede ser independiente; obviamente, si el sujeto fallece, el
complejo desaparece con él.
Es válido suponer, también, que el inconsciente colectivo de la
humanidad tiene sus propios sucedáneos de complejos, a los que, por caso, me
he referido en mi curso sobre “Autodefensa Psíquica”. Escribí en esa
oportunidad:
“A nivel de la psicología colectiva (espacial y temporalmente) también se generan
complejos, cuando las razas y los pueblos sufren “traumas” que quedan fijados en el
Inconsciente Colectivo. Hace algunos miles de años, determinadas circunstancias (nos
extenderíamos innecesariamente detallándolas aquí) hicieron que la Ciencia y la Religión que
hasta ese entonces habían formado un solo cuerpo (al punto que los sacerdotes eran también los
científicos) se separaran abruptamente. Hoy todavía estamos sufriendo las consecuencias de ese
hecho, pues muchos de los males del hombre contemporáneo nacen del divorcio de esas dos
esferas imprescindibles en la realización física, mental y espiritual del hombre.
Lo cierto es que la humanidad no pudo ignorar ese hecho, y algo quedó en sus
substratos subliminales. Lo que llamamos “complejo arquetípico de San Jorge”,
representa esa confrontación trascendental, donde el Dragón (que junto a la Serpiente,
representa el Conocimiento Racional) cae abatido por el Santo, la Religión. Por supuesto,
caben aquí dos consideraciones importantes: primero, tal confrontación es indudablemente muy
anterior a la Edad Media (ambientación figurativa fácilmente observable en estatuillas y

86
estampas) y si así aparece se debe exclusivamente a la costumbre típica de los imagineros de ese
entonces que ambientaban “en presente” acontecimientos en algunos casos de la más remota
antigüedad, sumada al sincretismo de la existencia histórica de San Jorge. Buen ejemplo de lo
primero son los numerosos óleos existentes con representaciones del Antiguo y Nuevo
Testamento donde los personajes protagónicos vistan a la más pura usanza del siglo XIV.
Segundo, si el Santo aparece venciendo, es porque la versión es litúrgica.
Si la ciencia Ortodoxa, positivista, guardara recuerdo de este hecho, o dedicara
parte de sus afanes y presupuesto a la alegoría, seguramente la versión sería muy
distinta.”
Si el inconsciente colectivo de la humanidad puede generar entidades no
existentes previamente pero que adquieren después fuerza vital, cierto
discernimiento y autonomía (algo así como un “parásito del inconsciente
colectivo”), uno puede deducir dos conclusiones fundamentales: Una, que
quizás el gran secreto del Ocultismo sea el hecho que no importa
realmente si aquellas cosas en las que creemos realmente han existido
originariamente o no, ya que el hecho de sostenerla a través de los siglos
terminó por hacerlas realidad.
La segunda, que un grupo de personas (una agrupación religiosa, un
pueblo, un colectivo de sujetos), como parte microcósmica de ese inconsciente
colectivo, formando lo que ya llamamos un “inconsciente grupal” puede
generar sus propias “entidades parasitarias” o “entidades-complejo”, por
definirlas de alguna forma. Debe comprenderse aquí que si bien los términos
“parásito” y “complejo” generalmente adquieren connotaciones negativas, bien
podemos aceptar que ese grupo de personas pueden generar, por el concurso
de sus pensamientos, sus energías, el sostenimiento de las mismas a través del
tiempo, entidades positivas, a las que seguiremos denominando con esas
expresiones sólo por una cuestión de comodidad literaria.
Lo que sostenemos, concretamente, es esto: puedo reunirme con un
grupo de personas (el número sería anecdótico, y tendría más que ver con los
tiempos y la intensidad de las manifestaciones, pero no con la realidad del
hecho en sí), “inventar” una entidad, dotarla de peculiaridades distinguibles,
crearle una historia, una imagen y un poder, alimentarla psíquica o
espiritualmente, y luego de un tiempo esa entidad “existirá”, autónomamente de
nosotros, pero necesariamente dependiente de nuestras raíces. Si el grupo se
desvincula, y otro no toma la “posta”, la entidad, el egrégoro se disolverá como
el conjunto físico de sus partes constituitivas.
De resultas de lo cual, entonces, muchas de esas “entidades” que pululan
por ahí, y sobre las que se discute si realmente existen fuera de la humanidad o
son solamente el producto de algunas mentes, bien podrían ser estas creaciones
psíquicas que, debo repetirlo, no significa que sean “alucinatorias” e irreales,
que sus acciones sean meras malinterpretaciones, juegos de nuestras mentes o
fenómenos paranormales que producimos espontánea e involuntariamente y a

87
los cuales les atribuímos una identidad equivocada. Existen por sí mismas, pero
gracias a que han sido creadas por nosotros.
Las sesiones de Ouija (sobre las que volveremos en otra oportunidad), las
invocaciones y la devoción de determinados santos, las “presencias”, en
ocasiones con su carga de maldición sobre ciertas familias a través de los siglos
serían ejemplos de egrégoros. Y los mismos, en ocasiones con lo que
técnicamente se denomina en Parapsicología “ideoplastias” (las formas de
pensamientos que los tibetanos conocen como tulpas), podrían establecer
afortunadas simbiosis de recíproco beneficio: las materializaciones perceptibles
de ciertas emociones o imágenes mentales alimentaría aún más al egrégoro el
cual, a través de esa manifestación, se haría más “creíble” para las masas que
reciclarían así su devoción o temor. Porque –esto debe ser evidente- una forma
mental como el egrégoro se alimentará de materia mental: ideas intensas,
sentimientos positivos o negativos, etc.

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CAPÍTULO 4

DE CONTACTADOS Y REVELACIONES

“El propósito de los extraterrestres es religioso”


Ray Nielsen
Presidente de “Aetherius”, veterana sociedad inglesa de contactismo

Debo admitir que la razón que me llevó a escribir este capítulo fue una
pregunta que, casi inopinadamente, se apareció en mi conciencia mientras
reflexionaba sobre el problema de los “contactados” (es claro que así me estoy
refiriendo más a quienes tienen –o dicen tener- vínculos metafísicos y
telepáticos que a protagonistas de “encuentros cercanos de tercer tipo”) y las
“revelaciones” –monstruosamente bibliográficas- de fuentes tan inasibles como
esos mismos citados mensajes. Porque mientras me interrogaba sobre el porqué
de su “inmaterialidad” testimonial, su ambigüedad discursiva, su feérica
dependencia de los dichos y no de los hechos, sospeché que todo ello podría
tener otra explicación que no fuera la de alucinaciones, expresiones de deseos o
parodias de ignorantes: ¿Y si el objeto de las revelaciones y las elusivas
apariciones de contactos fuera preservar un libre albedrío (respecto de la
toma de conciencia que implique modificaciones de posturas
intelectuales que afecten lo espiritual) que de ser más evidente, por eso
mismo no existiría?. Porque hay una lógica dentro de lo ilógico, una
coherencia del absurdo: la documentación revelada mezcla verdades como
puños, perlas de sabiduría, semi verdades, incisos absurdos, necedades,
disparates sin sentido y grandes mentiras.

Otra vez insisto con el concepto –que tal vez a esta altura aburra a mis lectores- de la
necesidad imperiosa de cambios de paradigmas. De comprender que la evolución pudo haber
seguido en otros planetas (o en otros planos de la Realidad) senderos absolutamente distintos.
Cuando Arthur Clarke escribió aquello de: “una tecnología suficientemente avanzada
lucirá como indistinguible de la magia” tal vez no estaba tan errado del camino que
quiero proponer. Y que podría sintetizarse en la hipótesis de que la evolución
tecnológica estrictamente material tiene un techo, pero como la
intelectual y espiritual no, habrá de superar a aquella en algún momento.
Para ponerlo de otra manera: la evolución tecnológica pasará por diferentes fases,
siendo la inmediata siguiente (extrapolando las tendencias actuales) la simbiosis entre lo
biológico y lo electrónico-mecánico. Alguna vez escalará un peldaño, y la tecnología ya será
psíquica-biológica. Y, dentro de milenios tal vez, el maridaje se dará entre lo espiritual y lo
psíquico. No debe extrañarnos, entonces, que civilizaciones más avanzadas que nosotros en el

89
futuro ya no cuenten con tecnología material por lo menos en el sentido en que nosotros las
entendemos) sino la misma sea exclusivamente espiritual. Si la “técnica” es, según mi
diccionario, “conjunto de procedimientos de que se sirve una ciencia o un arte”,
“Habilidad para usar esos procedimientos” y “”Habilidad para hacer o
conseguir algo”, es un hecho que puede perfectamente hablarse de “técnicas espirituales” con
un fin en sí mismas.

La primera deducción que aplico a esta reflexión puedo plantearla entonces en forma
de pregunta: ¿Por qué ha de despertarnos escepticismo que los “mensajes”
de presuntos extraterrestres sean siempre tan “espiritualistas” si ése
sería, precisamente, su ámbito de desenvolvimiento técnico?. Nosotros
somos quienes estamos esperando que nos hablen de fórmulas, ecuaciones, tuercas y tornillos,
porque ése es nuestro paradigma dominante. Y también: Si esas hipotéticas culturas desearan
ayudarnos (no digo que así sea; sólo presento la especulación) ¿por qué ha de
molestarnos que sólo se refieran a lo espiritual, si precisamente ésa es
nuestra mayor carencia?. No quiero parecer un sofista, pero si alguien me replicara que
lo que necesitamos y nos interesa es la cura para el cáncer, o la técnica de vuelo interestelar,
sólo mostraríamos (a) nuestras carencias espirituales, y (b) que lo que nosotros creemos que
necesitamos tal vez no sea lo que verdaderamente nos hace falta. Mi hijo de cinco años me
exige lo que él cree que necesita: mi función como padre es darle lo que realmente (espero)
precisa.

Se me acusará de ser demasiado “espiritual” en el enfoque ovnilógico. La inclusión de


lo mágico brota de introducirnos en una Tecnología mística. De cualquier forma, la ovnilogía
“científica” no ha progresado gran cosa, ya que avanzar hipótesis especulativas no confirmadas
por un modelo experimental predecible por más que cuente con ropajes académicos es pura
ilusión, como ilusión aparece la lectura mística. Es sugestivo que algunos científicos dedicados
a la Ovnilogía (como Vallée, Hurtak o el propio Hynek al final de su vida) se inclinen hacia
lo místico, mientras que técnicos o legos más papistas endiosen un “abordaje metodológico
cuantitativo” y el uso de aparatología en un concierto lúdico que nos recuerda a los juegos tan
“serios” de los pequeños que respetando más o menos lo formal, están vacíos de otro sentido
que no sea el imitativo.

La discusión entre EBEs “espirituales” o “mecanicistas” puede resolverse así:


A medida que una civilización avanza, descubre que la garantía de supervivencia está
dada por la anexión o interacción con lo espiritual. Como necesaria contraparte de la
naturaleza física, sólo se evoluciona si el sistema está completo en sus partes. De lo contrario,
desaparecen. Por ejemplo, una civilización solamente tecnológica sería dominada por su propia
entropía en orden a la autodestrucción; o una solamente espiritual vería que su negantropía se
ve superada por la entropía del medio. En consecuencia, lo espiritual equilibra
negantrópicamente la entropía material.
En cien años solamente, hemos pasado del mecanicismo – positivismo al paradigma de
la Nueva Era. Una civilización que avanza lo necesario para viajar por el Universo, debe

90
haber integrado la variable espiritual. Pero cuidado; lo espiritual es una dimensión (con sus
leyes, sus seres, sus jerarquías) y no solamente “lo bueno”, ya que existe una “buena
espiritualidad” (¿Dios?) y una “mala espiritualidad” (¿Satán?). Yin y yang,
complementarios y relativos.
Podemos pensar entonces en distintas culturas de EBEs con interacciones, contactos y
manipulación de “lo espiritual” para sus fines. El manejo de acciones espirituales
sobre nuestra pobre percepción de lo espiritual distorsiona la realidad
OVNI.
Tal vez, entre las motivaciones de los EBES haya de todo, como entre los dirigentes de
agrupaciones espiritualistas o religiosas: perturbados, fraudulentos, gente que usa medios
espirituales para fines materiales, gente que usa medios materiales para fines espirituales, gente
que realmente está sintonizada con jerarquías positivas, gente que realmente lo está con
jerarquías negativas, gente que cree sinceramente en lo que hace como un fin en sí mismo y
gente que cree sinceramente en lo que hace pero como un medio. Todos ellos pudieron haber
elegido otras actividades pero, para bien o para mal, se desarrollan con una componente
espiritual, como las empresas japonesas (por eso ambas van a seguir creciendo siempre).
Así, los EBEs pueden valerse de medios espirituales concomitantes con su tecnología,
para ayuda (como misioneros), para expandirse (como pentecostales), para canalizar su
negatividad (como la Orden del Templo Solar).

Sin embargo, no puedo evitar percibir un cierto tufillo, digamos, “fascistoide” en la


forma en que se presentan estos mensajeros pretendidamente extraterrestres, con un giro
particular propio de las épocas. Durante los ’50 a los ’80, existía una inobservada
categorización entre el aspecto físico de los EBEs y sus intenciones: los “hermanos del cosmos”,
portadores de reveladores mensajes, eran siempre estéticamente atractivos: altos, rubios, de ojos
claros. En cambio, aquellos presuntos tripulantes de OVNIs con intenciones aviesas o en todo
caso fríamente indiferentes a nuestras necesidades, eran pequeños cabezones, de piel aceitunada
y, en el peor de los casos, oscuros enanos peludos. Empero, ya en los ’90 esta tendencia tiende
a difuminarse y se reciben mensajes positivos de ambas “razas”. ¿Es que los segundos fueron
conquistados por el Amor, o es apenas un reflejo de la cultura más versátilmente “light” de la
década pasada?.
Otra de estas características estriba en el enfrentamiento entre facciones:
casi todos los grupos de “contactados” están en conflicto entre sí: cada uno de
ellos, como fanáticos neopentecostales, reivindica la veracidad de sus decires y
sus mentores ante la falsía de los otros o, en este último caso –y no sé si para
bien- se les atribuye inconfesados fines perversos.
Siempre, los ropajes de información son distintos, aunque el contenido
es único:

- Los ángeles eran en realidad extraterrestres, o, en alguna excepción,


ambos son aliados.
- El fin del mundo está cerca si no cambiamos.

91
- Jesús fue extraterrestre (físicamente o en espíritu)
- Existe la reencarnación
- También estuvieron vinculados a la Atlántida
- La vida después de la muerte continúa en otros planos.
- Existe una relación autoritaria detrás del mensaje: los amamos y les
guiamos, pero no tienen posibilidad de salvación si no siguen nuestros
consejos y sólo eso.
- Existe una confederación galáctica.
- Somos las “ovejas negras” de la Galaxia.

Si estudiamos el “camino del contacto”, observamos siempre esta secuencia:

- Se trata de una persona común, anónima hasta el momento de sus


experiencias.
- Vive un episodio shockeante (encuentro OVNI, experiencia
extracorporal o peritanática).
- Recepciona su primer mensaje
- Deviene la confirmación en los hechos: le es anunciada una aparición
OVNI que realmente sucede, ocurre una catástrofe que le fue anticipada o,
en un nivel más prosaico, acaece una situación personal en la forma en
que le fue advertida.
- Comienza a recibir más mensajes.
- Forma el primer grupo de seguidores, entre sus allegados.
- Protagoniza, generalmente con este grupo, una segunda confirmación
fáctica.
- Recibe mensajes apocalípticos.
- Institucionaliza su grupo: como religión, “grupo de difusión”, academia
de enseñanza, etc.
- Esta etapa ocasiona pérdida de liderazgo o es seguido de un
“aggiornamiento” u ocurren cismas.
- El grupo inicial radicaliza su postura.
- Adviene un Gran Final anunciado.
- Al no ocurrir, deviene una masiva decepción, con pérdida del grueso de
fieles y desacreditación personal.
- Se construye una teoría autojustificativa, que hace cerrar filas en formas
de autoprotección entre el grupo raíz.
- Pero, con el tiempo, éstos comienzan a disgregarse.
- El “contactado”, solo, decepcionado por el abandono de sus “Hermanos
Mayores” que a esta altura generalmente ya no le contactan, sufre
obsesiones compulsivas por recuperar el espacio perdido. Si no lo logra,
deviene el suicidio (solo o en grupo), la reclusión, etc.

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ALGUNOS LIBROS REVELADOS

Año Título Páginas Receptor Fuente

1860 ETIDORPHA 452 Llevelyn Druy Seres de la


(Cincinatti) Tierra Hueca

1881 OHASPE 892 El dentista John Ángeles


Newbrough
(Nueva York)

1888 LA DOCTRINA 1571 Helena Blavatsky Maestros


SECRETA ascendidos

1912 REFLEXIÓN Y 1019 Benomi B.Gattel ?


DESTINO

1914 EL VERDADERO 1600 James E. Padgett


EVANGELIO RE-
VELADO DE NUEVO
POR JESÚS

1954 125 libros que suman 38.000 pág. Ernest y Ruth Arcángeles
en ad. Norman

1955 EL LIBRO DE 2097 William Sadler Extraterrest


URANTIA

1963 9 libros por 4.000 pág. Jane Roberts “Seth”

1973 CURSO SOBRE 1188 Prof. Helen Schuman ?


MILAGROS

1978 LOS MANUSCRITOS 1700 Grupo Aztlán Extraterrest.


DE GEENOM

La observación de esas clásicas características del “contactado” llevó a


los sociólogos Jean Fastinger, Henry Riecken y Stephen Schaiter a formular la
“Ley de las Profecías Fallidas”, confirmada tanto por los seguidores de Giorgio
Bongiovanni tras su fracasada predicción del Tiempo Final en agosto de 1991,
como la anunciada destrucción de Salt Lake City el 21 de diciembre de 1954.
Tras el fallo de la profecía, los “fuertes” radicalizan su postura, siendo
sólo los “débiles” los que se dan cuenta de la inexactitud de los mensajes y
deciden abandonar sus ideales. ¿Son víctimas aquellos, “contactados” de la
burla de sus “guías”?. ¿O quizás es un mecanismo de autodestrucción que
impide que lleguen a ser creídos más de lo debido?. ¿O es todo un teatro
orquestado por no sabemos quien?.

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Aquí es donde deberíamos detenernos y explorar otra vertiente sugestiva:
la que afirma que tales “mensajes” son irradiados desde alguna “central de
poder” bien terrestre. Con fines inconfesos, sociedades secretas o grupos de
inteligencia militar podrían estar realizando masivos experimentos de “control
mental” sobre la población (recordemos el nefasto MK – Ultra y su
descubrimiento que microondas dirigidas podrían provocar alucinaciones
auditivas y visuales). Siendo consciente del poder en las sombras de ciertas
órdenes plutoesotéricas (si se me permite la expresión) no me extrañaría que
esta variable tuviera más peso del que se le asigna, y se me ocurren varias
posibilidades:

a) Servicios de inteligencia gubernamentales que desean crear la expectativa


de visitantes cósmicos, ora benignos, ora malignos, para encontrar así
apoyo popular en masivos gastos de armamentos ante un “enemigo”
que, por no existir, no puede revelar la falacia de tal proposición.
b) Un grupo de élite económico que históricamente viene transmitiéndose
de generación en generación el control del mundo (¿sabían ustedes que el
80 % de los recursos de Estados Unidos y Europa están en manos de
sólo doscientas familias muchas de ellas emparentadas entre sí?. ¿Sabían
que hasta antes de James Carter, de 37 presidentes norteamericanos 21
estaban emparentados?. ¿Qué hubo en la administración gubernamental
de USA 17 Kennedy, 14 Tyler y 21 Cooledge?) y que necesita mantener
ciertos paradigmas culturales para dirigir el criterio de las geopolíticas y el
desenvolvimiento de las demandas mediáticas?.
c) Una sociedad espiritualista que de esa manera distrae de sí mismos la
atención de los espíritus más esclarecidos.
d) Nazis y su organización, sobrevivientes de la Guerra Mundial –sabido el
profundo interés de los hombres de la swástica por lo oculto- que desde
las sombras preparan su advenimiento: los extraterrestres benévolos son
demasiado “arios” para mi gusto.

Crear una “religión del ovni” tendría, para ciertos terrestres, beneficios
claros: se dispondría de miles, decenas de miles de fanáticos latentes esparcidos
por el orbe (lo cual tiene un peso político considerable), además de desacreditar
a una ovnilogía seria. Pero, claro, también tendría beneficios para los
extraterrestres, ya que les pondría su disposición una amplia y variopinta
colección de cobayas disponibles, así como una quinta columna incondicional.

Tal vez una sensata forma de distinguir a “guías” creíbles de “guías”


manipuladores y perversos sea, especialmente en los contactos iniciales,
someterles a ciertas preguntas esclarecedoras. En lo personal, decidiría
desconfiar de cualquier respuesta tipo “¡Hombre de poca fe!. ¿Porqué preguntáis (digo

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yo: ¿porqué siempre los “guías” hablan en castellano demodé?) y no aceptáis con
humildad nuestra advertencia en este Final etc..etc...etc...?”
Una pregunta que formularía es, dado que suelen advertirnos que la destrucción de
nuestro mundo (estallidos nucleares, catástrofe ecológica o lo que venga) perturbaría el orden
cósmico, lo que preguntaría, digo, es cómo es eso posible. Día a día, sistemas enteros –que no
sólo minúsculos planetas- entran en colisión, son devorados por agujeros negros, estrellas
colapsan y estallan en novas o supernovas, y por muy apocalíptico que sea para sus vecindades,
el resto del cosmos (nosotros, por ejemplo) no sólo no somos afectados sino que, de hecho y si no
fuera por nuestros astrónomos –y periodistas- ni siquiera nos enteraríamos.

La epopeya del contacto tiene hitos contradictorios, bizarros y


conflictivos. Como la aparición, el 7 de agosto de 1967, de un individuo en el
Centro Médico San Bernardino (un centro de seriedad reconocida, al punto que
se encarga de los análisis para el Cuerpo Técnico de la Policía Judicial), en la
ciudad de Caracas, Venezuela. Pidiendo una entrevista con un clínico, al
solicitársele sus referencias da un nombre casi ridículo: “Astrum”. La enfermera
simplonamente interpreta que es un apellido (sin las obvias connotaciones
cósmicas y lo deriva al gabinete del doctor J.L. Sánchez Vega quien, al hacerle
un superficial chequeo general, comprueba cosas que le incomodan: un pulso
increíblemente lento, una capacidad pulmonar exagerada, ojos casi
noctilucentes. A lo cual, este caballero “Astrum” le dice que no se preocupe,
que en realidad es un extraterrestre circunstancialmente en nuestro planeta (y
que, tal vez por recomendación de su médico de cabecera extragaláctico,
decidió no permitir que ese detalle de un paseíto por la Tierra impidiera su
habitual control médico, seguramente). Para ratificar su exposición –y evitar ser
derivado al consultorio psiquiátrico- levitó, ante los asombrados ojos del
facultativo, un lápiz que éste poseía en su escritorio. Y después, simplemente,
desapareció.

¿Es acaso creíble que un supuesto extraterrestre decidiera someterse a un


chequeo médico con un profesional cualquiera para suspender la revisión en
medio de la misma y anunciar lo obvio, desmaterializándose después?.
¿Es el caso real?, es lo primero que nos preguntaremos. Para simplificar
los alcances de este trabajo, sólo diré que confío en las fuentes bibliográficas la
mayoría, de donde he tomado la casuística que empleo a modo de ejemplo. El
criterio de credibilidad está dado por un largo seguimiento de la misma y por
los antecedentes de sus autores. Así que partiendo que el hecho realmente
existió para el autor de estas reflexiones, sólo queda preguntarse el “para qué”.
Un supuesto extraterrestre se cae en una consulta médica para terminar
revelando lo obvio. Un médico responsable y oscuro de cuya traumática
experiencia no depende una explosión mediática. Más allá de las
transformaciones que en lo personal haya sufrido, el testimonio sigue las vías
usuales: una denuncia policial que genera una discreta y escéptica investigación

95
judicial la cual termina en una vía muerta; un ser humano conmocionado y un
entorno afectado en grado diverso, donde el índice de impacto y verosimilitud
decrece en la medida que nos dirigimos a la periferia de dicho entorno.
Sin embargo, es evidente que este lento proceso de concientización (si
eso es lo que tienen en mente los hipotéticos extraterrestres) surte efecto: cada
caso genera un patrón de consecuencias similares, pero la multitud de casos
acaecidos me hace pensar en un calmo estanque de agua donde arrojamos un
gran puñado de piedras: cada una generará su propio patrón de ondas
circulares, pero todas irán afectando a las más inmediatas generando nuevos
patrones que afectarán entonces a las más alejadas; a los segundos de arrojar las
piedras, el estanque ya no está en calma, ni siquiera se observa un gran número
de círculos abriéndose en distintos puntos. Ahora la totalidad de la superficie de
la masa líquida se agita erráticamente con olas, encrespada.
¿Será este símil lo que la inteligencia rectora tras los OVNIs quiere
provocar en nuestro Inconsciente Colectivo?.
Si de eso se trata, nada mejor que generar ondas “de choque” opuestas; a los contactos
benevolentes le sucederían situaciones pavorosas, y viceversa. Como en un cósmico “koan” zen
donde el maestro, después de revelar una verdad a su discípulo, hacérsela vivenciar y vivir
conforme a ella, le dice jocosamente que no debió haberle creído (provocando un conflicto
intelectual de tal naturaleza que sólo puede resolverse –si es que el discípulo está preparado-
con una “disrupción de la conciencia”, un “golpe intuitivo”, una iluminación, en síntesis, la
inteligencia detrás de los OVNIs nos somete a un doble juego de mentiras y verdades. El
problema, quizás, es que nuestra naturaleza maniquea nos lleva a encajar tal dualidad no
como producto del mismo fenómeno sino con orígenes distintos para satisfacer así nuestra
necesidad del Bien versus el Mal. A los “venusinos” simpáticos de Adamski , a Ashtar
Sheran y otros, le suceden los misteriosos “suicidios inducidos” de Tarrasa (España), donde el
20 de junio de 1972 José rodríguez Montero, de 47 años, y Juan Turu Vallés, de 21, tras
haber recibido un mensaje de sus “hermanos de las estrellas” apoyaron las cabezas sobre el riel
del ferrocarril. O los dos jóvenes que con sus rostros cubiertos con máscaras de plomo y
también anticipando haber recibido una invitación a pasear por el espacio, se suicidaron
envenenándose el 20 de agosto de 1966, en el Morro do Vitem, Brasil, un caso con grandes
repercusiones que extrañamente fue imitado por dos adolescentes exactamente en el mismo
lugar en octubre de 1972. O los imitadores de los suicidas de Tarrasa, Francisco Saireo, de
16 años, y J.J. Gómez Vargas, de 18, que hicieron lo mismo por las mismas razones en
cercanías de Lérida. O el llamado “caso Cáceres”, dos soldados españoles que se dispararon
uno al otro, después de haber sido invitados por una “dama de blanco” (¡) que se les apareció
durante su guardia nocturna, a visitar de ese modo otro planeta. Y por qué no recordar a la
Orden del Templo Solar, o a Applewhite y su grupo “The Heaven’s Gate”.

Creo que más por reacción defensiva que por razonamiento veraz, aún
quienes son acérrimos defensores de la realidad extraterrestre y sus contactos
oponen, para estos tristes episodios, dos –y sólo dos- explicaciones: o bien las
víctimas estaban irremediablemente perturbadas, o bien fueron seducidos por el

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“lado oscuro”, extraterrestres “negativos” empeñados en la perdición de los
espíritus humanos. Claro que aplicando el mismo razonamiento, si dos personas
que se suicidan por creer haber sido invitadas cósmicamente son alineados,
¿porqué no harían de serlo también todos los que reciben esos contactos
espaciales?. El problema es que muchos “contactados”, tal vez una gran
mayoría, no son más alineados que todos los demás habitantes del planeta (y, en
ocasiones, aún más cuerdos, más morales, solidarios y sanos). Además, en
algunos de los casos citados, cuando se contó con materiales suficientes como
para elaborar perfiles psicológicos de las víctimas (como en el caso de
Heanven’s Gate, donde tenemos a nuestra disposición desde el testimonio de
familiares, videos antiguos y recientes, grabaciones, correspondencia y un largo
etcétera) lo que más desconcierta a forenses, policías, investigadores de toda
laya es que las víctimas no presentaban ninguno de los síntomas que
habitualmente se adjudica a quienes son “programados” por las sectas. Eran
personas sensibles, cultas, lógicas, que comprendían perfectamente la sucesión
de eventos, estaban ubicados en tiempo y espacio, lamentaban el dolor que
causarían a sus familiares y trataban de consolarles y explicarles en sus
entrevistas pregrabadas el porqué. Mientras una y otra vez contemplaba las
videoconferencias que ofrecieron antes de morir, sentí correr el frío por mi
espalda: eran personas normales en situaciones anormales. Sabían lo que
estaban por hacer y sus consecuencias. Y me he preguntado muchas veces
(aunque ésta es la primera vez que lo admito públicamente): ¿Y si tenían razón?.

Esto es sólo una hipótesis de reflexión, ni siquiera de trabajo, y ante una


sociedad hipócrita como la nuestra (aún entre muchos que se declaran
fervientes partidarios de la espiritualidad) desconfío que mis razonamientos
sean seguidos sin ser execrados de antemano. Pero como, ya saben, tengo la
mala costumbre de pensar en voz alta, aquí va:
Aún las personas defensoras de la vida después de la muerte y quienes
construyen toda una filosofía alrededor de la pervivencia del espíritu después de
la transición y en otros planos, y (supongo que para no despertar las iras de la
opinión pública) se refieren a sucesos como los descriptos como “la
deformación de enseñanzas”, “un camino equivocado”, “mentes perturbadas y
autodestructivas”. Es posible. Pero, si admitimos la existencia de “algo”
después de la muerte, y que ese “algo” continúa su evolución en otros planos o
mundos, ¿qué nos impide pensar que el suicidio pueda llevarnos a esos planos?.
Sé que aquí se formarán dos corrientes de lectores: los que seguirán
considerando que lo que hizo esta gente fue una estupidez, y los que hablarán
de “involución” en lugar de “evolución”. Con los segundos estoy de acuerdo;
sólo que se trataría de una cuestión de matices y no de eventos. Un plano “más
arriba” o dos planos “más abajo”, adónde irá el suicida es una discusión
bizantina a los efectos de este trabajo. A los primeros, sólo quiero,
modestamente, señalarles su propia contradicción: creen en una vida después de

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la muerte, quizás mejor que ésta, inefable, pero entienden que tan natural como
acceder a ella después de una muerte no deseada es irracional suponerla de
nuestra propia mano

Pero volvamos al planteo maniqueo de líneas arriba: o suponemos locura


en estos suicidas, o fueron arrastrados por entidades negativas. Habiendo
señalado lo endeble de suponer lo primero, pasemos a lo segundo: ¿qué prueba
tenemos –tienen los contactados- que existen “extraterrestres positivos” y
“extraterrestres negativos”?. ¿Porqué no podemos suponer que nuestra
dualidad entre el Bien y el Mal, a la que somos tan afectos pero es en realidad
sólo una expresión de nuestro propio primitivismo psicológico –porque sólo
una mente primitiva antepone lo bueno a lo malo, lo claro a lo oscuro,
conservadores versus liberales, Boca – River y toda una serie de antagonismos
sin entender que el Universo es una sucesión infinita de matices- no existe en
otros planetas o en otros planos?. El fanatismo de cualquier índole (otra
expresión común a ese primitivismo psicológico del que hablaba antes) se
caracteriza precisamente por un “o estás con nosotros o contra nosotros”,
expresión de un absoluto irreconciliable con una realidad impregnada de
relatividades. Si aún la –mítica o real, cada uno tiene su opinión- imagen de
Satanás posiblemente no deba verse tan maligna como se nos propone (ver mi
artículo “Satanás: el eterno Prometeo” en “Al Filo de la Realidad” Nº 15) es
concepto de “bueno” o “malo” aplicable a la intencionalidad de un ser
extraterrestre o extradimensional es poco menos que infantil. Por razones que
se nos escaparían (seguramente por ese mismo abismo evolutivo que nos
separa) la entidad que hoy cura el cáncer de una pequeña durante una visita de
dormitorio podría ser la misma que mañana nos invite a suicidarnos para
reunirnos en alguna gigantesca nave espacial de visita. Por simple economía de
hipótesis, estamos ante un enigma. El de las visitas cósmicas y sus mensajes.
Deberíamos comenzar entonces por suponerles un origen, independientemente
de la diferencia, no se de sus manifestaciones, sino de sus supuestos propósitos.
El contactado Francisco Padrón supo escribir: “A raíz de los contactos me
sentía como un autómata; tuve que luchar y rebelarme contra ellos, porque se me imponían
una serie de ideas que desde luego no eran mías. Tuve problemas de desdoblamiento de la
personalidad”.

Abducidos & Co.

Si bien no debería incluir en este trabajo a quienes han sido víctimas de


abducción, me veo obligado a hacerlo con la salvedad de señalar que estos
comentarios sólo son aplicables a aquellos que tras su experiencia devinieron en
“contactados”. Si bien es cierto que se pueden inducir ciertos “raptos

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imaginarios” (por ejemplo bajo hipnosis) aparentemente iguales a los reales,
aquellos no provocan efectos emocionales, tales como amnesia, sueños y
pesadillas. Además, las lesiones de los abducidos reales no son psicógenas
porque no se presentan abiertas.
Hay un perfil común en los abducidos: baja autoestima (pero esto
también significa humildad), cierto grado de desconfianza, no se sienten a gusto
con su cuerpo, presentan cierta perturbación de su identidad, déficit en la esfera
interpersonal y fenómenos paranoides ligeros. Esto puede interpretarse de dos
maneras opuestas: o el fenómeno es consecuencia de ese perfil, o ese perfil atrae al
fenómeno.

Según el extraterrestre “contactador” (¿es correcto como opuesto a


“contactado?) Seth: “...soy simplemente una esencia de energía personal que ya no está
centrada en la materia física, una entidad no humana, sino una organización simbiótica de
conocimiento de sí mismo extraída de una diversidad de fuentes de inteligencia y cuyo “campo
de conciencia” ya no se encuentra en el reino de la materia o de la energía que ustedes conocen
sino en un nivel de existencia algo distante del vuestro”. ¿Ángel o demonio?. Ni lo uno
ni lo otro: simplemente, una entidad espiritual. Esto parecen ser, en síntesis,
nuestros cósmicos amigos.
Es posible entonces que encontremos aquí una nueva correspondencia
entre las apariciones marianas y lo extraterrestre. Sólo que esto último impulsa a
la tecnología; aquella, retrotrae a lo inicial, es conservadora. Ambas son fuerzas
de modelación del psiquismo humano. El OVNI es “luciferino”. La aparición,
“yaveística”. Y tal vez hacen esto, porque la remodelación de la dimensión
espiritual haga a su propia expansión. Todo ser busca alimentarse, reproducirse,
conquistar territorio y evitar en lo posible el dolor y la muerte. Esta reacción es
intrínseca a la naturaleza, en cualquier parte del Universo y de cualquier orden
de evolución que estemos hablando. Y los seres espirituales no son ajenos a este
principio.

Transcomunicación y exorcismos

Desde que el doctor Kenneth Ring propuso que las similitudes entre las
experiencias cercanas a la muerte, las de tipo extracorporal y ciertas
abducciones tenían demasiados elementos en común como para ignorarlas,
surgió la idea, cada vez con más fuerzas, que tal vez el “plano” de existencia de
las entidades que abducen o contactan no sea distinto de aquél habitados por
los seres espirituales de todas las culturas. Y cuando en prácticas de
“psicofonías” ciertas fuentes productoras de mensajes se autoidentificaron
como “extraterrestres” surgió la polémica: ¿servía la Transcomunicación
Instrumental igualmente para contactar extraterrestres y difuntos, o eran los

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segundos que se hacían pasar por los primeros?. ¿Y si todos ellos fueran lo
mismo, provinieran del mismo punto espacio temporal?.
Apareció entonces el planeta “Marduk” donde, según algunos defensores
de esta idea, iríamos a parar después de muertos. De forma tal que nuestros
finados de hoy son los extraterrestres de mañana. Fantástica posibilidad. Claro
que da pie a urticantes interrogantes. Por ejemplo: si todo esto abona la
presunción que los “EBEs” son en realidad seres de otro plano, por
consiguiente inasibles para nosotros, pura energía, ¿a qué vienen?. ¿En misión
de paz y conocimiento, o con fines más peligrosos?.
¿Cuáles?. Pienso en cierta forma de “vampirismo pasíquico”. Pienso
como decía Charles Fort: “... la Tierra es un terreno de nadie. Somos bienes muebles,
ganado, donde ciertas Fuerzas combaten como el granjero protege a sus ovejas. ¿Y acaso las
ovejas saben cuándo y cómo van al matadero?”.
Esto, sin duda, será execrado por todos los contactados y todos los abducidos. Es
doloroso haberse sentido en cierta forma “elegido” y caer en la cuenta que en realidad uno ha
sido manipulado con fines perversos (quién podría por ejemplo discutir que yo mismo, en este
momento, estoy siendo manipulado para escribir estas líneas), pero debemos tener el coraje de
evaluar sin cortapisas esta posibilidad.
Qué mejor que crear sectas, movimientos, lugares supuestamente
“favorables” para concentraciones masivas de personas emocionalmente
expectantes, provocar alteraciones emocionales en los fieles –el juego de
“información – desinformación” de que son víctimas los contactados, como ya
hemos visto- para poder alimentarse de estas “descargas psíquicas”. Si nosotros,
seres materiales, nos alimentamos de materia, un ser “espiritual” o
“energético”...¿de qué creen ustedes que se alimentará?.
También es posible que el “contactismo” sirva para conseguir nuevos cuerpos, si los
“extraterrestres” no son materiales. ¿El fanatismo de ciertas sectas no será porque en realidad
sus integrantes están “poseídos”?. Deberíamos encarar un estudio comparativo entre los casos
de “obsesión” y “posesión” analizados en Parapsicología junto a contactos, abducidos y
“ovnilatras”: estoy seguro que nos depararía grandes sorpresas.

100
CAPÍTULO 5

CUANDO LAS INTELIGENCIAS APARECEN

El miedo viste de negro

Martes, 12 de septiembre de 1978

En una época en que, cuando menos en mi país, Argentina, aún no se


habían popularizado PC hogareñas, banco de datos comerciales ni otras
lindezas, ciertos trabajos, como el de reunir información sobre la solvencia
financiera de aquellos interesados en préstamos o créditos bancarios, eran
sufragados por empresas privadas conocidas como “de informes comerciales”.
Pesquisas por derecho propio de la confianza monetaria del prójimo,
representaban, a mis ya lejanos veinte años, la única posibilidad cierta de un
trabajo estable. Acababa de abandonar la carrera de Ingeniería Aeronáutica en
una época oscura para la universidad nacional después de algunas amargas
experiencias en los ámbitos académicos de la ciudad de La Plata con las
autoridades uniformadas de entonces, y en parte por mi carácter, en parte por
mi pasado adolescente de militante fervoroso, era mejor por un tiempo alejarme
de las aulas y buscar un trabajo para solventarme. De todas formas, la Ovnilogía
en particular y las paraciencias en general seguirían siendo mi válvula de escape
intelectual. Así que, con unas modestas habilidades con la máquina de escribir
como todo currículum, conseguí un eclipsado puesto en una de esas empresas,
situada sobre calle Alsina en Buenos Aires. Y durante un año tipeé páginas y
más páginas respecto de pasivos, deudas impagas y ganancias y pérdidas. Fue el
único año de mi vida que trabajé bajo relación de dependencia.
El año 1978 había comenzado pleno de actividad ovnilógica para mí: en
febrero entregué a la desaparecida Editorial “Cielosur”, de Buenos Aires, los
originales del que fuera mi segundo libro, “Triángulo Mortal en Argentina” –
tema que se reiterará a lo largo de este artículo- participé en numerosas
conferencias y viajes de investigación. Pero para junio, las obligaciones de mi
incipiente trabajo me habían alejado completamente de la gesta ufológica,
excepto por la salida, los primeros días de agosto, al público de “Triángulo...”.
Y aún así, todo se limitaba a responder las esperables llamadas telefónicas de los
amigos, algún que otro comentario en la Editorial y poco más.
Por eso, cuando al atardecer de ese día regresé a mi casa –aún vivía con
mis padres- me sorprendió encontrar una nota de puño y letra de mi madre
sobre la mesa del comedor. Decía algo así como “por nada del mundo le abras la
puerta a nadie. Hubo gente rara buscándote. Cuando regresemos te contamos”.

101
El principio de la historia lo conocí en realidad no por mis padres, sino por la
encargada del edificio, quien al sospechar que había regresado no pudo frenar
su profesional curiosidad de contar y enterarse. Contar que, a media tarde, dos
policías uniformados acompañados de un tercero que llevaba sujeto de la correa
un perro pastor (¿) y que permaneció dentro del automóvil ( un Ford Falcon
negro) habíanse introducido en el edificio, secuestrado parte de la
correspondencia diaria que por ese entonces solía llegarme y tocado timbre en
los departamentos contiguos de mi piso, inquiriendo a los sorprendidos
ocupantes respecto de mis hábitos de vida, ocupaciones, visitas, etc. La
encargada me dijo que a ella le preguntaron sobre los países de procedencia de
las cartas que recibía, además de presionarla respecto a cierto “segundo juego
de llaves” que “seguramente” ella debía tener, a lo que la susodicha se negó
rotundamente. Hecho esto, y con un velado comentario –a todos- de un
prometido regreso, se fueron.
Eso me contó la encargada. Y claro, esperaba algo a cambio, como por
ejemplo saber porqué me buscaban. Algo que yo también habría querido saber.
Un tanto alejado como estaba de la ovnilogía, me pregunté si se debería a mis
antecedentes estudiantiles, o quizás algo vinculado a mi trabajo. Con veinte
años, la situación, no me molesta admitirlo, me provocaba mucho miedo. Si lo
hubiera vinculado a la ovnilogía, tal vez el miedo hubiera sido mayor.
Esa misma noche mi padre se comunicaba con la seccional de policía a la
que correspondía mi domicilio, donde no sólo le manifestaron que no había
ninguna solicitud de información respecto de mi persona sino asimismo se
mostraron muy extrañados por un procedimiento, aunque fuera perteneciente a
alguna otra área de nuestra benemérita Policía Federal, que no les hubiera sido
anticipado. Al día siguiente llegué a mi trabajo muy temprano; había recordado
que un gerente de la firma tenía fluidos contactos con estamentos superiores de
la Policía, y tal vez él pudiera averiguar algo. Negativo. Después de un par de
semanas –y me consta que el hombre hizo el mejor esfuerzo, llegando hasta la
Superintendencia de la Policía Federal, la ex Coordinación Federal de triste
memoria- nadie sabía quiénes eran los policías con auto negro y perro.
Eran épocas oscuras de dictadura militar sin derechos civiles ni “hábeas
corpus”. Viví –vivimos- con temor un par de semanas. Cierto día, un viernes,
cuando la encargada salía a hacer ciertos quehaceres cerca del mediodía,
encontró frente al tablero de los “porteros eléctricos” a uno de los policías de la
visita anterior. Ahora, quizás menos nerviosa que la vez pasada, me lo pudo
describir en detalle: no muy alto (le calculó alrededor de 1,65 m.), muy delgado
(sus palabras fueron “el uniforme le quedaba como tres talles por demás grande, y de la
gorra, ¡ni hablar!”), la piel oscura, extrañamente cetrina, ojos negros y nariz
demasiado ganchuda. Le llamó la atención no distinguir otros uniformados, ni
el auto ni, por supuesto, el enigmático can. Dijo que el hombre sólo la miró y
en voz baja, casi sibilando, espetó:

102
 ¡No contestan en el “5ºA”! –(tal el piso y departamento que ocupábamos
entonces).
Lógico. No hay nadie. Están trabajando –argumentó previsiblemente la
empleada.
Entonces dígale a ese pendejo que se aleje de los OVNIs.- fue cuando el auto
negro, con un solo policía manejando (y sin perro) apareció por una esquina,
sobre él subió el extraño hombre de la ley, y desaparecieron.
Jamás regresaron.

Tal vez ustedes no me crean si les cuento que fue una nimiedad, una sola
palabra en esta respuesta, lo que me hizo sentirme incómodo. Pregunté y
repregunté a la pobre mujer el sentido exacto de las palabras empleadas y todas
las veces, muy segura, me repitió exactamente las mismas. ¿Policías molestos
con un investigador de OVNIs?. Absurdo. ¿Con una mascota?. Anacrónico.
¿Un auto negro?. Fantástico. Pero había un elemento más para estar seguro que
no eran policías. Y si bien el vocablo “pendejo” les sería muy propio, en los
giros idiomáticos usuales en nuestros regionalismos se diría “que la acabe con los
OVNIs”, “que la corte con los OVNIs”, “que la termine con los OVNIs” pero nunca
“que se aleje de los OVNIs”. Demasiado estudiado.
Y si ustedes alguna vez leyeron “Triángulo Mortal en la Argentina” (si no
lo hicieron; bueno, es una lástima), la aparición inopinada de caballeros vestidos
de policías que no son policías en un auto negro y siempre –casi una constante-
con algún detalle bizarro y absurdo (aquí el perro) les haría cerrar la ecuación
con una sola expresión: MIBs. “Men in Black”. U Hombres de Negro, si lo
prefieren.

Un sainete cósmico

Ya lo comenté en otro artículo sobre este mismo tema: dos cosas


absolutamente ilógicas parecen signar todas las apariciones de MIBs. La
primera, que nunca son los investigadores de primera línea los visitados por
ellos. En este sentido, mi anécdota, vista fríamente, más que ensalzar mi ego
tendería a deprimirlo: si recibí su visita fue precisamente porque no era tan
importante, después de todo. Por supuesto, la tendencia instintiva es a descreer
los relatos de desconocidos o semi desconocidos en cuanto a las apariciones de
estos seres. Alguna vez, yo mismo creí (hasta que me ocurrió, lógicamente) que
se trataban de seguidillas de hechos más o menos casuales vinculantes de
personalidades un tanto paranoicas con cuanto loco anda suelto por ahí. Hoy
en día, y debo admitir que en buena medida a instancias de las reflexiones que
me surgieron a raíz del episodio que viví tan de cerca, sospecho otra cosa: si
bien no estoy en condiciones de afirmar que los MIBs sean necesariamente
extraterrestres camuflados, todo me señala que forma parte inextricable del

103
fenómeno OVNI, no sólo porque se arrogue tal relación sino por
compartir simbólica y formalmente su misma estructura ontológica. El
OVNI es un absurdo, qué duda cabe: su comportamiento en los cielos parece
destinado a sacudir los fundamentos de las creencias mismas de la humanidad, y
muchos autores han teorizado que la Inteligencia que se mueve detrás de ellos
se comporta precisamente de forma tan absurda porque, a semejanza de un
cósmico koan zen (un acertijo sin respuesta racional que destruye las creencias
preestablecidas del estudiante), busca afectar al Inconsciente Colectivo de la
humanidad para provocar un salto cuántico en la evolución de su mentalidad.
Por ello, los OVNIs no aterrizan de una buena vez en las afueras de la Casa
Blanca: porque su efecto demoledor de paradigmas sólo funciona actuando
detrás de bambalinas, orillando la credulidad, moviéndose al filo de la realidad
cotidiana, sospechosamente intuido pero nunca confirmado. La duda, la
ansiedad intelectual, la emocionalidad subyacente que el fenómeno viene
generando a través de las décadas es lo que genera el efecto buscado: una
variable emotiva distinta en la línea del pensamiento histórico de nuestra
especie. Lo que quiero decir es que, si la Inteligencia que se mueve detrás de los
OVNIs más que netamente extraterrestre es extradimensional, lo que
equivale a hablar de entes de una Realidad paralela, y si a nuestra
percepción esos entes no son distintos a lo que históricamente
conocemos como “entes espirituales”, a esa Inteligencia le será más
fructífero a sus fines un cambio gradual pero evidente en la psicología de
las masas que en el hecho físico, anecdótico y mediático de aparecerse a
las puertas de la ONU. El “para qué” será motivo de otro trabajo.
Y es evidente que el fenómeno MIB comparte esta “ilogicidad” con todo
el fenómeno OVNI: al igual que él, no se aparece a los personajes principales
del teatro universal, sino a los actores secundarios de los sainetes pueblerinos.
No se hace visible ante un presidente que a golpe de decreto puede cambiar la
forma de pensar de las masas; se aparece a decenas, a miles de Juanes o Marías
cotidianos que en sus relatos, sus sueños subsiguientes y sus creencias
aglutinarán en una o dos generaciones un nuevo molde de ideas, a caballo
quizás entre lo religioso y lo lógico, entre el demonio y los marcianos.
Esa “absurdidad” de los MIBs campea en sus mensajes, en los aspectos
ridículos de los episodios (recuerden al “hombre del cable verde”, quienes ya
me han leído en otra ocasión), en el vago toque “retro” y hasta “kitsch” de sus
personajes, como escapados de una mala película norteamericana de los ’50 con
estereotipados gángsters, para colmo en ocasiones de rasgos orientales (que
siempre hicieron el papel de “malos” en esas películas) mezclados, en quién
sabe que confusa recepción satelital de nuestras remotas transmisiones de TV,
con reportajes en vivo desde el “Coven 13” de MTV.
El informe típico sobre MIBs es más o menos como sigue: poco después
de haber observado un OVNI, el sujeto recibe una visita (recuerden los “cuatro
hombres de negro” que el 29 de abril de 1996, casi cuatro meses después de

104
ocurridos los sucesos iniciales, visitaron a la familia de las principales testigos
del “caso Varginha”, en Brasil). Con frecuencia, esto ocurre tan pronto que
todavía no se ha concluido ninguna investigación oficial y, en muchas
ocasiones, sin estar siquiera precedida por la denuncia del caso. Dicho en otras
palabras: los visitantes no pueden haber obtenido de forma normal la
información que poseen, sobre todo cuando en esas entrevistas suelen remitirse
a experiencias o circunstancias de la vida privada del testigo, en ocasiones
remotas en el tiempo y que no son siquiera de conocimiento de sus más
cercanos familiares.
La víctima está, casi siempre, sola en el momento de la visita,
generalmente en su propia casa. Sus visitantes, que suelen ser tres, llegan en un
coche negro. En Estados Unidos, un Cadillac; aquí en Argentina –y es sabido
que los MIBs en muchas ocasiones cambian sus atuendos por uniformes
militares- en un Ford Falcon, automóvil de triste recuerdo para la memoria
colectiva, claro que no color verde como los que acostumbraban cometer
tropelías en tiempos de las dictaduras militares, sino negro. Al mismo tiempo,
aunque se trata de un automóvil antiguo, lo más frecuente es que esté en
perfectas condiciones, que esté escrupulosamente limpio por dentro y reluciente
por fuera, y que presente incluso el inconfundible olor a “coche nuevo”. Si el
sujeto anota el número de matrícula y lo investiga, descubre siempre que se
trata de un número inexistente.
Los visitantes son casi siempre hombres; muy raramente aparece una
mujer, pero nunca más de una. Su aspecto se ajusta a la imagen estereotipada de
un agente de la CIA o de los servicios secretos: llevan trajes oscuros, sombreros
oscuros -¡aún en esta época!- zapatos y calcetines negros, camisas blancas. Los
testigos comentan a menudo su aspecto impecable: toda la ropa que llevan
parece recién comprada.
Los rostros de los visitantes son descriptos generalmente como
vagamente extranjeros, casi siempre, como dijimos, “orientales”; muchas
descripciones hablan de ojos almendrados. Cuando su piel no es oscura, suelen
estar alternativamente muy tostados o exageradamente blancuzcos. A veces
aparecen toques extraños, en varios casos, ¡labios pintados!. Vagamente
amenazantes, sus insinuaciones parecen ser de aquellas que tantos gustan a los
guionistas mediocres de Hollywood: “¡Caramba, señor X, me temo que no me está
diciendo la verdad!”, o “Si quiere que su esposa siga siendo bonita, le conviene darme esas
fotografías”.
Todo esto provoca la “sensación imitativa extraterrestre”. Unos
alienígenas bastante chuscos, decididos a impedir que nuestros heroicos
ciudadanos pasen sobre las formalidades burocráticas del gobierno y desvelen el
misterio de los OVNIs, deciden infiltrarse entre la población para llevar
adelante sus cometidos. Pero, extraterrestres al fin, interpretan de manera
confusa una de sus pocas fuentes de información remota sobre nuestra
civilización: la películas de TV que, como se saben, viajan a caballo de ondas

105
electromagnéticas hasta los mismos confines de nuestra Galaxia. Allí aprenden
cómo deben vestirse los malos, pero, claro, la película le llega con unos cuarenta
años de retraso e ignorantes de la frívola modificación de la moda temporada
tras temporada, nada les hace sospechar que las costumbres de vestuario han
cambiado. Así que se fabrican esas pilchas y de paso unos automóviles a la
misma usanza, y quizás por medios extrasensoriales obtienen la información
que desean sobre el testigo y su entorno. Se materializan entonces casi a las
puertas de su domicilio y progresan con su cometido. Pero en el camino
cometen ciertos errores: algún lejano episodio de “Viaje a las Estrellas” les
sugiere la conveniencia de algunos detalles como cables que entren y salgan del
cuerpo: cautivados por los labios sensuales de tanta actriz de teleteatro, se
preguntan porqué, en aras de verosimilitud, no añadir este toque de rouge
también. Y en cuanto al lenguaje, si su fuente de información –siempre
hipotéticamente- son nuestros medios masivos de comunicación, no sólo es
comprensible que sea tan forzadamente estereotipado: sólo espero que no
empiecen, en los próximos encuentros, a proferir las barbaridades que
escuchamos todos los días.
Más evidencias de estilos pasados de moda: cuando en 1972 el
investigador Frank Marne, domiciliado en Pittsburg, Estados Unidos, recibió la
visita de tres supuestos militares interesados por sus investigaciones, una de las
cosas que más llamó la atención de Marne fue la extrema pulcritud de sus
uniformes de gala del Ejército norteamericano... pero con el estilo de la guerra
de Corea, unos veinte años antes.
En setiembre de 1976, el doctor Herbert Hopkins, médico e hipnólogo
de 58 años de edad, trabajaba como consultor en un caso de teleportación en
Maine (Estados Unidos). Una noche en que su esposa e hijos habían salido
dejándole solo, sonó el teléfono y un hombre que se identificó a sí mismo como
vicepresidente de la Organización de Investigaciones OVNI de New Jersey
solicitó entrevistarse con él para discutir el caso. El doctor Hopkins aceptó,
pues en aquél momento le pareció lo más natural. Se dirigió a la puerta trasera
para encender la luz para que el visitante pudiera encontrar el camino desde el
estacionamiento, y vio al hombre que ya estaba subiendo los escalones de la
entrada. “No vi ningún coche, pero aunque lo hubiera tenido es imposible que llegara a mi
casa con tanta rapidez desde ningún teléfono”, comentó más tarde asombrado (es
obvio que no eran tiempos de teléfonos celulares).
Pero en aquél momento el doctor Hopkins no experimentó sorpresa
alguna, y acogió al visitante. El hombre vestía traje negro, sombrero, zapatos y
corbata negros y camisa blanca. Pensó que su aspecto era el de un empleado de
una funeraria. Sus ropas eran impecables: el traje, sin arrugas, y la raya de los
pantalones, perfecta. Al quitarse el sombreo vio que era completamente calvo, y
que carecía de cejas y pestañas. Su palidez era cadavérica, y sus labios eran de un
rojo brillante.

106
En el transcurso de la conversación se frotó los labios con un guante, de
ante gris, y el doctor se sorprendió al comprobar que los llevaba pintados.
Sin embargo, fue más tarde cuando el doctor Hopkins reflexionó sobre
lo extraño del aspecto y de la conducta de su visitante. En aquél momento
siguió la conversación con toda naturalidad, considerando que el episodio
formaba parte de su actividad profesional. Cuando concluyó la charla sobre el
caso que motivaba la reunión, el visitante afirmó que el doctor tenía dos
monedas en el bolsillo relacionadas con el episodio. Le pidió al doctor que
pusiera una de las monedas en su mano y él así lo hizo. El extraño dijo al doctor
que mirara la moneda, no a él; mientras lo hacía la moneda pareció
desenfocarse y luego se desvaneció gradualmente. “Ni usted ni nadie más en este
planeta volverá a ver esta moneda otra vez”, dijo el visitante.
Después de hablar un rato más de los tópicos acerca de los OVNIs, el
doctor Hopkins advirtió que el visitante hablaba más despacio. El hombre se
levantó tambaleándose y dijo muy despacio: “Mi energía se está agotando, debo irme
ahora. Adiós”. Se encaminó vacilante hacia la puerta y bajó los peldaños con
inseguridad, de uno en uno. Hopkins vio una luz brillante en la carretera, una
luz blanco – azulada y de brillo distinto a la de los faros de un auto. En aquél
momento, sin embargo, supuso que se trataba del coche del extraño, aun
cuando ni lo vio ni oyó.
Más tarde, cuando regresó la familia del doctor, examinaron la carretera,
encontrando señales que no podían pertenecer a un coche, pues estaban en el
centro de la calzada. Al día siguiente, y aunque el camino no se había utilizado,
las marcas ya no estaban.
El doctor Hopkins quedó sumamente alarmado por la visita, sobre todo
desde que empezó a plantearse lo extraordinario de la conducta de su visitante.
De ahí que siguiera al pie de la letra las instrucciones de aquel hombre; borró las
cintas de las sesiones hipnóticas que estaba realizando en relación al caso que le
ocupaba, y aceptó abandonar el mismo.
Tanto en casa del doctor Hopkins como en la de su hijo mayor, siguieron
ocurriendo incidentes curiosos. Hopkins supuso que tenían alguna relación con
la extraña visita, pero nunca supo nada más de su visitante. En cuanto a la
Organización de Investigaciones OVNI de New Jersey, tal institución no
existía.
El 24 de setiembre, pocos días después de la abracadabrante visita, su nuera
Maureen recibió la llamada de un hombre que pretendía conocer a John, su
esposo, y preguntó si les podía visitar con un acompañante.
John citó al hombre en un restaurante de la localidad y lo llevó a su casa
con el acompañante del mismo, una mujer. Ambos parecían tener entre treinta
y cuarenta años, y vestían prendas pasadas de moda. La mujer resultaba
particularmente chocante: tenía los pechos muy bajos, y cuando se levantaba
daba la impresión de que las articulaciones de sus caderas eran raras. Los dos

107
extraños caminaban con pasos muy cortos, y avanzaban como si tuvieran
miedo de caerse.
Aceptaron unas gaseosas, pero casi ni las probaron. Se sentaron
torpemente el uno junto al otro en el mismo sofá, y el hombre disparó varias
preguntas muy personales a John y Maureen: ¿veían mucha televisión?. ¿Qué
clase de libros leían?. ¿De qué hablaban?. Continuamente el hombre manoseaba
y acariciaba a su compañera, preguntando a John si todo eso estaba bien y si lo
hacía correctamente.
John abandonó la sala por un momento y el hombre trató de persuadir a
Maureen para que se sentara junto a él. También le preguntó “cómo estaba hecha”,
y si tenía alguna foto de ella desnuda.
Poco después la mujer se levantó y dijo que deseaba marcharse. El
hombre también se levantó, pero no hizo ningún movimiento para irse. Estaba
entre la puerta y la mujer, y parecía que para ella el único camino para llegar a la
puerta era andando en línea recta, directamente a través de él. Al final la mujer
se volvió hacia John y le dijo: “Por favor, muévalo, yo no puedo”. De repente, el
hombre se movió, seguido de la mujer; ambos caminaban en línea recta. No
dijeron nada más; ni siquiera se despidieron.

¿Rostros orientales dijimos?.

Octubre de 1932. Poblado esquimal de Anjiku (mil millas al norte de la


ciudad de Churchill, Canadá)
Luego de casi tres semanas de no haber recibido los pueblos mineros y
pesqueros cercanos ninguna visita de esquimal alguno de esta aldea de menos
de cincuenta habitantes (casi todos parientes, con abundancia de matrimonios
intrafamiliares), una patrulla de la Policía Montada de Canadá se desplazó hasta
la misma en la presunción que hubieran sido víctimas de alguna catástrofe,
como una epidemia. Al llegar al lugar, encontraron la más absoluta desolación:
la aldea estaba desierta, pero una gran huella de pisadas –que permitió calcular
la desaparición en apenas unos días antes de la fecha- se dirigía rectamente
hasta un páramo a algunos centenares de metros de la choza más alejada, como
si todos los lugareños hubieran caminado en grupo, hasta detenerse y
desplazarse, al parecer durante largo tiempo, en forma errática pero sin salir
jamás de un círculo de unos cien metros de diámetro. No se halló cadáver
alguno. Las armas estaban en sus lugares (ningún esquimal se alejaría de su
vivienda sin su arpón, cuchillo y fusil). Los rescoldos del fuego y los calderos
con restos descompuestos de comida señalaban que las mujeres habían
abandonado en pleno sus quehaceres domésticos, impresión que se veía
ratificada por los dos sacones de piel con agujas de hueso de foca aún
atravesadas, en una costura abandonada imprevistamente a medio hacer. Los
perros, desfallecientes y temerosos, seguían atados a sus cadenas, las canoas en

108
sus apostaderos. Como en el Mary Celeste todo era como una postal congelada
en el tiempo de la vida cotidiana, pero donde se hubiera suprimido a sus
protagonistas.
Hombres de negro de tez aceitunada, narices ganchudas, orientales...

La conexión psíquica

Si nos detenemos en este punto tendremos dos opciones: o tirar por la


borda la totalidad de los testimonios (aún aquellos bien documentados y
acreditados) por considerarlos un atado de sandeces sin sentido alguno; o
preguntarnos si detrás de esa apariencia ridícula se esconde algo más.
Obviamente, voy por esta segunda opción. Porque si bien es dable esperar que
todo fraude, toda historia propia del día de los inocentes muestre la hilacha de
ciertas características absurdas, la verdadera avalancha de tales matices en estos
testimonios es precisamente y a mi juicio, lo que los hace más sugestivos: si sólo
se tratara de una sarta de invenciones, se disimularían más fácilmente si sus
aspectos fueran, digamos, más cotidianos. Esas concatenaciones de detalles
ersatz es lo que me sugiere que hay una extraña realidad común detrás de todos
ellos.
Y aquí regreso a lo enunciado párrafos atrás: su absurdidad es tan
evidente que es parte de su naturaleza, una “pauta de comportamiento”, vamos.
Una absurdidad que tiene más que ver con la naturaleza de las reacciones que
provoca en los destinatarios que con la estructura del fenómeno en sí
(¿recuerdan el ejemplo del “koan” zen?). Una absurdidad pletórica de
componentes místicos: apariciones y desapariciones fantasmales, poltergeist
sistemáticos (que acompañan los días de las víctimas inmediatamente
posteriores a las visitas), objetos que aparecen y desaparecen (los estudiosos del
budismo tibetano conocen de sobra las técnicas de “tulpas”, literalmente
“formas de pensamiento”, mediante el cual los iniciados logran concentrarse
tan intensamente en determinadas imágenes que terminan éstas haciéndose
visibles y hasta tangibles incluso para observadores escépticos, objetivos y
experimentados; verdaderos “fantasmas de la mente” que sobreviven en
ocasiones durante días cuando sus creadores se han desentendido de ellas)...

Ya en 1976, el investigador argentino profesor 0scar Adolfo Uriondo, en


un meduloso artículo inserto en la ya desaparecida revista “Ovnis: un desafío
a la ciencia” señalaba la molesta –cuando menos para los integrantes del
pelotón de tuercas y tornillos- pero irrebatible irrupción de la fenomenología
parapsicológica dentro del campo de la casuística OVNI. Si bien no es muy
procedente tratar de explicar un misterio mediante otro misterio, tampoco sería
ético negar las implicancias paranormales que suelen ser el marco de las
apariciones de estos objetos; negación que respondería más a un compulsivo

109
deseo de evitar discusiones ríspidas con la ciencia mecanicista que alejara al
ovnílogo aún más de ser aceptado en sus templos, que como una honra a la
exactitud de la información. Porque cuando aún no se hablaba de channeling ni
de maestros ascendidos, cuando Vallée apenas esbozaba tímidamente su teoría
del monitoreo desde una Realidad Alternativa, ya entonces, decíamos era
evidente un ámbito de superposición referente a ciertas pautas de
comportamiento de las entidades asociadas a OVNIs, pautas asociadas a lo que
se espera de “apariciones” o, vulgarmente, “fantasmas”. Mi razonamiento, a
partir de allí, es el siguiente: si se admite la realidad casuística de fenomenología
paranormal dentro del contexto de la temática OVNI, en testimonios de
indiscutible verosimilitud, ¿quién estaría en condiciones de definir el límite
exacto de ambos campos?. ¿Quién puede lícitamente arrogarse el derecho de
decidir hasta qué punto se aceptan manifestaciones parapsicológicas dentro de
lo ovnilógico y a partir de qué punto no, excepto cuando ese territorio
desdibujado opaca, por su invasión, los juicios apriorísticos de quien, atado
desde el vamos a ciertas hipótesis preestablecidas sobre su origen, ve así
amenazada su creencia?.
Los investigadores de OVNIs y las personas que los han visto no son de
ningún modo los únicos que reciben visitas de hombres vestido de negro.
Quienes investigaron la resurrección religiosa de 1905 en el norte de Gales,
describen las fantasmagóricas apariciones de tres hombres vestidos
íntegramente de negro –en contadas ocasiones uno solo- en los (adivinen
dónde) dormitorios de líderes religiosos de esas comunidades. Los mismos que
relatan, avalados por numerosos testigos, que durante sus manifestaciones
multitudinarias extrañas “luces” multicolores revoloteaban sobre la multitud.
Una de las predicadoras más reconocidas, Mary Jones, relata en sus memorias
como cierta noche, en que una de estas inquietantes visitas se apersonó en el
vano de la puerta de su alcoba y le increpaba, una “luz” esférica, blanco azulada,
se materializó sorpresivamente dentro de la habitación y descargó un “rayo”
sobre el ser, vaporizándolo. Todo esto parece una fantasía delirante, si no fuera
por el hecho de que existen evidencias probadas de algunos de los fenómenos
relatados, muchos de los cuales fueron presenciados por varios testigos
independientes, algunos de ellos abiertamente escépticos. A lo que apunto es
que lo que sabemos acerca de las manifestaciones actuales de Hombres de
Negro puede ayudarnos a comprender sus apariciones en el pasado, y
viceversa. De una forma u otra, aparecen en el folklore de todos los países, y
periódicamente pasan de la leyenda a la vida cotidiana. El 2 de junio de 1603 un
joven campesino se confesó culpable, frente a un tribunal del sudoeste de
Francia, de varios actos provocados por su transformación en lobo; había
acabado secuestrando y comiendo a un niño. El “hombre lobo” afirmó que
estaba actuando bajo las órdenes del Dios del Bosque, del cual era esclavo, un
hombre alto y moreno, vestido todo de negro y montado en un caballo negro.

110
¿Y qué decir del silencioso y no menos misterioso visitante que golpeó a
las puertas de la residencia de Mozart para encargarle un Réquiem, con una
espléndida paga en efectivo y la consigna de no preguntar sobre su destinatario,
réquiem que quedó inconcluso por la muerte del compositor, sospechoso en los
últimos momentos que como una broma macabra el réquiem había sido
encargado, precisamente, para él?. Y es obvio que si en la vida de Mozart
debemos buscar razones para su acoso, las mismas seguramente no estarán en
sus creaciones sino, quizás, en su filiación masónica.
Todos los evidentes elementos simbólicos en sus apariciones han llevado
a algunos autores a postular que los Hombres de Negro no son criaturas de
carne y hueso, sino construcciones mentales proyectadas desde la imaginación
de quien la percibe, y que adoptan una forma que combina la leyenda
tradicional con las imágenes contemporáneas. Sin embargo, no es tan simple
como parece: la mayoría de los relatos aseguran que se trata de criaturas reales
que se mueven en el mundo real y físico.
En diciembre de 1979, en la ciudad de la entonces Alemania occidental
de Tirschenreuth, en el alto Palatinado, por varias semanas la gente no se
atrevió a salir de noche de sus casas. Los padres prohibían a sus hijos que
fueran por las calles una vez caído el sol; las mujeres, por motivos de seguridad,
hacían que sus amigos o parientes fueran a buscarlas al lugar de trabajo. Y todo
porque numerosos habitantes se vieron enfrentados a un fenómeno
verdaderamente siniestro.
Una y otra vez, aterrorizados testigos acudían a la policía para denunciar
el mismo hecho: de la oscuridad surgía repentinamente un coche con las
cortinas en las ventanillas laterales, del cual descendían tres hombres vestidos de
negro que, ante la mirada de los espeluznados transeúntes, abrían la portezuela
trasera y extraían un féretro, abriéndolo en ocasiones. En este punto, los
involuntarios testigos recuperaban el control de sus piernas y salían disparados,
aunque algunos alcanzaban a atisbar en el interior del ataúd, totalmente vacío, lo
que hacía aún más incomprensible y tétrica la actitud de los silenciosos
individuos. Varias mujeres tuvieron que ser hospitalizadas en estado de shock, y
un par de muchachos con presencia de ánimo para detenerse a algunas decenas
de metros y mirar hacia atrás, manifestaron que el enigmático vehículo parecía
“desaparecer fundiéndose con las sombras”.
Así que con estas anécdotas y estos parámetros, y puesto a hipotetizar
sobre su origen, creo que puede circunscribirse su naturaleza a:

a)Agentes extraterrestres infiltrados en busca de silenciar testigos


que entorpezcan sus ominosos planes para con nuestra Humanidad.
b)Secuaces diabólicos de un inmarcesible Belcebú que usan al
satánico fenómeno OVNI para vehiculizar sus innobles propósitos.

111
c)Agentes federales, de organismos gubernamentales o militares,
deseosos de monopolizar en aras de su belicismo innato los secretos que
puedan llegar a arrancarse al OVNI.
d)Una sociedad secreta.

La primera posibilidad es posible pero no probable. Ciertamente, lo que


ha silenciado a la gente no han sido los Hombres de Negro sino el propio
miedo de los destinatarios. Y en el caso de los que hicieron caso omiso (entre
ellos, un servidor), bueno, aquí estamos y seguimos. La segunda opción, de neto
corte fundamentalista, ha sido en realidad propuesta por grupos evangélicos –
generalmente de filiación pentecostal- y está, a mi criterio, más emparentado
con el usufructo del miedo a lo desconocido inherente a los bajos estratos
sociales en función de un proselitismo ideológico, que a una cabal identificación
de estos oscuros personajes. Para refutar esta posibilidad (que, como exótico
renacimiento medieval, aún he escuchado en fechas cercanas) permítaseme
señalar dos detalles: si de entidades espirituales demoníacas se tratara, toda esa
parafernalia a lo Bugsy Malone carecería de sentido: simplemente, una vaporosa
y sulfurosa aparición en la intimidad del destinatario de la amenaza y a otra
cosa, mariposa. En segundo lugar –y le cabe el sayo de la hipótesis anterior- un
demonio, por subalterno que fuere, que no materializara sus maléficos
propósitos no sólo perdería autoridad; se expondría al ridículo, situación a la
que, como es de público conocimiento, el Príncipe de las Tinieblas no es muy
afecto.
¿La tercera opción?. ¿Federales o militares pintándose los labios,
clavándose los extremos de un hilo de cobre en las pantorrillas, manoseando a
sus parejas en público como para ser detenidos por ofensa al pudor o
metiéndose en los detalles íntimos de quienes visitan –a quienes, generalmente,
sólo amenazan al final de la entrevista- arriesgándose a un fenomenal puñetazo
de un marido celoso.. o expuesto in fraganti delito?. Los que hemos vivido y
padecido épocas de autoritarismo militar sabemos que los mismos, cuando así
quieren proceder, no se andan con chiquitas, y si muchos testigos de las
apariciones de MIBs no fueran de por sí individuos altamente confiables,
personas honestas y respetadas en la comunidad, interlocutores válidos en
cualquier instancia judicial, testigos creíbles para cualquier jurado, todo esto
habría que echarlo por la borda de lo probable.
Me quedo, entonces, con la tercera posibilidad: una sociedad
secreta, que a través de centenares de años ha influido para evitar el
avance del conocimiento de la humanidad sobre determinados temas:
ayer, logros científicos. Hoy, el contacto abierto con fraternidades
extragalácticas, contacto que necesariamente debe ir precedido de la
aceptación pública del mismo.
Una sociedad que, por su naturaleza y desarrollo fuertemente
emparentado con lo que conocemos como Ciencias Herméticas y Ocultas, le ha

112
puesto en poder de determinadas facultades extrasensoriales o el acceso a
fuentes de energías no físicas. Una sociedad secreta puesta al servicio de ciertas
entidades –quizás más extradimensionales que extraterrestres- deseosas de
impedir un salto cuántico en la evolución de esta Humanidad, y seguramente de
otras también. Quizás por una simple cuestión de supervivencia...
Existe un movimiento, a través de la Historia y los gobiernos, que opera
desde las sombras para impedirle a la Humanidad progresar demasiado
velozmente o en determinadas direcciones, un poder particularmente deseoso
de cercenarnos espectaculares progresos científicos y tecnológicos que en
distintas confluencias de los tiempos pasados, remotos o cercanos, estuvieron
casi al alcance de la mano y que hubieran provocado, de ser reconocidos y
alentados, un “salto cuántico” en la historia de nuestra especie. Este Poder
detrás del Poder, a quienes llamo los “Barones de las Tinieblas” –y que volveremos
a encontrar inquietantemente afines a las motivaciones o aparentes objetivos de
cierta clase de visitantes cósmicos- están en permanente conflicto con otra
sociedad secreta –llamémosla los “Guardianes de la Luz”- afines a seres
extraterrestres o extradimensionales benéficos para con la especie humana.

Sin embargo, sé que puede resultar una tarea ímproba y casi imposible
demostrar, más allá de toda duda plausible, la existencia de esa “sociedad
secreta”. Simplemente por el hecho que cuanto más fuerte y más clandestina
es, menos evidencias habrá dejado de su paso, y ni que pensar en registros
escritos u otras de similar tenor. O dicho de otra manera; cuánto más éxito haya
tenido en permanecer secreta, aunque parezca una verdad de Perogrullo, más
ímprobo resultará demostrar su existencia. Así que la pauta para probar su
realidad dependerá de aplicar el razonamiento que si a través del tiempo
podemos encontrar personas aunadas por idénticos procederes y objetivos,
reivindicando intereses comunes, o eventos o personas, físicas o jurídicas,
manipuladas por igualmente extrañas circunstancias que en todos los casos
conlleven a consecuencias concomitantes con los objetivos de los sujetos
mencionados en primer término, podrá entonces colegirse con bastante
fundamentos que los segundos serán víctimas de las maniobras de los primeros,
a su vez, hermanados en una mística común; la que sólo puede responder a la
fraternización dentro de una organización unívoca.
Porque el accionar de los Barones de las Tinieblas ha apuntado, cíclica,
persistentemente –y debo admitir que con éxito- a frenar la evolución de la
especie humana. ¿Con qué fines?. Tal vez vayamos desvelándolos a lo largo de
otras páginas, pero convengan conmigo que de suyo se impone el más obvio:
una humanidad ignorante de sus potencialidades, alejada de descubrimientos
que podrían provocar un “salto cuántico” en su evolución, es fácilmente
manipulable. Distraídos de lo Trascendente, encolumnados detrás de espúreas
metas ilusorias, recuerdan aquel comentario de Charles Fort: “¿Acaso las ovejas
saben cuándo y cómo van al matadero?”.

113
Y precisamente porque su accionar ha sido exitoso, es que nos resulta
muy difícil tomar conciencia de cuánto nos hemos alejado de un camino de
crecimiento interior y exterior, cuán lejos podríamos estar en el camino a las
estrellas si en ciertos quiebres de la historia, en ciertas curvas de la ruta, no se
nos hubiese empujado a tomar desvíos que, en lugar de incómodos, traumáticos
pero efectivos atajos, eran en realidad sofisticadas, atractivas y cómodas
autopistas hacia la Nada.
De los ejemplos que he mencionado, está llena nuestra crónica. Sobre la
que, si les interesa, sabremos regresar.

Además, es importante introducir una nueva variable en esta ecuación:


¿se trataría de una sociedad física de orden esotérico con capacidades de
inmiscuirse en elos planos espirituales o, por el contrario, de una entidad –
como colectivo de voluntades- no física con la prebenda de inmiscuirse en
nuestros planos de Realidad?. Porque tanto la literatura shamánica como la
psicoanalítica nos remiten permanentemente a las apariciones, en sueños o
visiones alucinatorias (tomando lo de “alucinatorio” en el contexto que me he
esforzado en explicar hasta aquí) de seres vestidos de negro, a la usanza antigua
(generalmente muy antigua, esto es, de capa o túnica de ese color) o moderna,
interpretándoselos, en el segundo contexto, como corporizaciones del concepto
psicológico de “La Sombra”. Se le llama así a esta faceta de la mente en tanto se
entiende que la sombra lanzada por la mente consciente del individuo contiene
los aspectos escondidos, reprimidos y desfavorables o execrables de la
personalidad. Pero esa oscuridad no es exactamente lo contrario del ego
consciente. Así como el ego contiene actitudes desfavorables y destructivas, la
sombra tiene buenas cualidades: instintos normales e instintos creadores. Ego y
sombra, aunque separados, están estrechamente ligados en forma muy parecida
a como se relacionan entre sí pensamiento y sensación. Es La Sombra entonces
otro de los múltiples “yoes” a los que ya hemos hecho referencia y que definen
la naturaleza humana. Pero si, siguiendo la hipótesis que hemos venido
delineando en estos capítulos, entendemos al mundo de los sueños como otro
orden de Realidad, o una correspondencia (en el sentido de lo microcósmico
correspondiéndose a lo macrocósmico) entre el plano de lo psíquico y el plano
de lo físico, ¿serán los Hombres de Negro la expresión en el mundo material de
esas mismas fuerzas psíquicas que en el plano mental e individual se expresa
como La Sombra?. ¿Quieren una tercer fórmula?. Pues bien, aquí la tienen:
¿serán los Hombres de Negro la expresión egregórica y materializada de La
Sombra del Inconsciente Colectivo de la humanidad?
No obstante, permítanme un último comentario. La hipótesis de una
sociedad secreta de origen milenario, dotadas de facultades supranaturales y con
fines más psíquicos y espirituales que materiales, casa perfectamente con el
modus operandi de los Hombres de Negro. Son necesariamente atemorizantes
para el testigo y simultáneamente poco creíbles, de forma que el destinatario

114
sienta hasta vergüenza de dar detalles de su odisea. Porque si fuesen mafiosos
típicos o paramilitares puntillosos, la verosimilitud de la historia no sólo
desencadenaría investigaciones policíacas y gubernamentales profundas
sino que por carácter transitivo daría credibilidad al “episodio OVNI” de
ese testigo. Pero si éste, ya sospechado de delirante por haber visto “platillos
volantes”, encima declara haber sido visitado por seres vestidos de negro que
aparecieron de la nada, con baterías que se descargan, una libido incontrolada,
voyeuristas cósmicos de fotos desnudas de la esposa de usted o ese toque
femenino de carmín, el delirio es total, el absurdo campea por sus dominios y el
testigo es despedido entre risotadas y burlas crueles. Al igual que todo el
fenómeno OVNI, es otra “koan”: están pero no se ven, influyen sin interferir,
marcan la Consciencia Colectiva pero nadie ve a los manipuladores. Se mueven
(no podría ser de otra forma) al filo de la realidad.

Los “aliados”

Coherente con el enfoque “psicoide” que trato de darle al fenómeno


OVNI, creo también que el de los MIBs es un fenómeno periférico al que nos
ocupa, pero que comparte con éste su naturaleza “psicoide”. Existe “ahí afuera”
pero también ocurre “aquí adentro”. O, dicho de otro modo, se manifiesta, se
“aparece” (“manifestación” y “aparición” no son sustantivos ajenos al
significante que quiero darle a este asunto) cuando “algo” en el individuo los
llama. Es decir, no es por ser buen testigo, investigador o “contacto” que los
MIBs aparecen, sino porque cierta situación crítica ocurre dentro del sujeto que
hace que la manifestación venga a él (quien esté pensando en la frase “cuando el
discípulo está listo, el maestro aparece”, que lo haga por su propia cuenta y riesgo). Y
entiendo que los MIBs son el correlato en el mundo físico de La Sombra del
inconsciente, ese otro “yo” –más adelante compondremos una nueva idea de la
personalidad humana por la sumatoria de esos “yoes” de los que venimos
hablando, entendiéndolos más bien como “planos de información”- , si cabe,
por Ley de Correspondencia: entre lo macrocósmico y lo microcósmico, entre
lo material y lo mental. Es exactamente una crisis en la vida de un individuo;
busca algo que es imposible encontrar o acerca de lo cual nada se sabe. En tales
momentos, todo consejo, por bien intencionado y sensible que sea, es
completamente inútil: consejo que incita a que se intente ser responsable, que se
tome un descanso, que no trabaje tanto (o que trabaje más), que tenga mayor (o
menor) contacto humano o que cultive alguna afición. Nada de eso sirve de
ayuda o, al menos, muy raramente. Sólo hay una cosa que parece servir y es
dirigirse directamente, sin prejuicio y con toda ingenuidad, hacia la oscuridad y
tratar de encontrar cuál es la finalidad secreta y qué nos exige. El propósito
oculto de la inminente oscuridad generalmente es algo tan inusitado, tan único e
inesperado que, por regla general, sólo se puede encontrar lo que es por medio

115
de “fantasías”. Y si dirigimos la atención al inconsciente, sin suposiciones
temerarias o repulsas emotivas, con frecuencia se abre camino mediante un
torrente de imágenes simbólicas que resultan útiles.- La Sombra es evocada. Y
algo aprovecha la circunstancia psíquica para venir a nosotros. Apareciendo en el
mundo de coordenadas físicas pero con una naturaleza básicamente mental. O
espiritual.
Aparece otro elemento que me incita a pensar que tras los MIBs actúan
elementos psíquicos corporizados. Más concretamente, el “ánima” y el
“ánimus”. Como sabemos, tanto una como otra expresan la partícula de “lo
opuesto” según el género del individuo. Así, el “ánima” es una mínima parte de
feminidad en el hombre, mientras que el “ánimus” es esa partícula de
masculinidad. Sin ellas, una mujer cien por ciento mujer sería una hembra
pasiva, y un hombre cien por ciento masculino sólo un irreductible machista. La
posibilidad de la ternura en el hombre o de la agresividad defensiva en la mujer
está otorgada por esa pizca de su opuesto, expresado admirablemente, por otra
parte, en el símbolo taoísta de la perfección universal, el símbolo del “yin” y el
“yang”, ese círculo dividido por una sinusoide dy coloreado de blanco y negro
(en ciertas versiones, azul y rojo) donde de cada lado hay un pequeño círculo
interior de color opuesto, llamado, alternativamente, “joven yin” y “joven
yang”. Lo perfecto sólo es tal con el agregado mínimo de su opuesto.
Pues bien, “ánima” y “ánimus” en su forma más baja de desarrollo
tienden siempre a arrastrar la conversación humana a un nivel más bajo y a
producir una atmósfera irascible y desagradable. Recuerden la charla de los
extraños personajes con el doctor Hopkins y entenderán a qué me refiero.
¿Es necesario, entonces, que aclare que sospecho que en muchas
ocasiones lo que llamamos “MIBs” no son más que tulpas construidos con
elementos del inconsciente del testigo o investigador y manipulados,
“montados” por una inasible y deletérea inteligencia exterior para producir
algún efecto?.

116
Epílogo

EL PARADIGMA DE HAMELIN
“La ciencia estricta –es decir, la ciencia matematizable- es ajena a todo lo que es más valioso
para un ser humano: sus emociones, sus sentimientos de arte o de justicia, su angustia frente a
la muerte. Si el mundo matematizable fuera el único mundo verdadero, no sólo sería ilusorio
un palacio soñado, con sus damas, juglares y palafreneros; también lo serían los paisajes de la
vigilia, la belleza de una fuga de Bach o por lo menos sería ilusorio lo que en ellos nos
emociona”.
Ernesto Sábato

Aún cuando entiendo y acepto que seguramente no seré comprendido


por algunos de mis lectores (o, lo que es peor, seré mal comprendido) he
decidido encarar con entusiasmo la redacción de estas líneas, convencido que,
cuando menos, estas reflexiones, si bien no tienen la soberbia de aspirar a
codificar la “verdad revelada” en torno al enigma de los OVNIs, sí constituirán
en su defecto, un enfoque renovador para muchos, proponiendo –
proponiéndoles- reveer sus propias concepciones en torno a la temática. Si
luego de esa revisión tales concepciones permanecen incólumes, esto también
será un rédito positivo de este trabajo, pues por lo pronto habrá servido para
poner a prueba –y en ese hipotético caso- reforzar las creencias preexistentes.
De no ser así, su carácter revulsivo motivará a replantear enfoques que, por
ende y hasta ese momento, habrán tenido más de anquilosadas que de
razonadas.
Sé también que proponer este extraño maridaje entre Ocultismo y
Ovnilogía escandalizará a muchos, aunque tal vez sea sólo una expresión de
deseos de mi pedantería suponer que mis opiniones puedan escocer a más de
uno; entonces, auguro para ellas el silencio de los indiferentes y el olvido de los
frívolos. No importa; en el resbaladizo terreno que nos ocupa, la
imperturbabilidad de una creencia a través del tiempo no es señal de la fortaleza
de la misma sino, en todo caso, de la inseguridad psicológica de quien la
sostiene, más afín a encerrarse entre los muros de la doctrina aceptada que
enfrentar el desolado valle de los cuestionamientos.
Porque va de suyo que en una época donde el paradigma dominante es el
científico, donde, como escribí alguna vez, un individuo es creíble más por los
oropeles académicos que presente que por la certeza, equilibrio o justicia de su
pensamiento; donde el referente de lo cierto y creíble pasa por la exhibición
cuantitativa de títulos –olvidando de manera demasiado sencilla que detrás del
diploma y del guardapolvo yace una naturaleza humana con los viejos miedos y
las pasiones de siempre de cualquier otro ser humano- y perdiendo la
perspectiva histórica de que cada época tuvo su propio referente: (eclesiásticos
en la Edad Media, políticos y militares hasta la segunda mitad del siglo XX,

117
medios periodísticos con ínfulas de ángeles guardianes en la segunda mitad del
mismo) en esta época, decía, el Ocultismo –palabra que muchos critican pero
pocos estudian- retrotrae el pensamiento colectivo a épocas oscuras de ancianas
espantosas revolviendo malolientes calderos. Tanto es así, que en una época
como la nuestra, donde la información circula tan libremente que se supone que
tenemos una visión panorámica bastante acertada de todas las cosas, al
Ocultismo se lo asocia con supersticiones dignas de espíritus débiles,
malignidades disfrazadas de hipocresías u oscuras manipulaciones de las
vertientes más sangrientas del poder político.
Y bien sí. Es cierto que lo que los medios llaman “ocultismo”, a través de
revistas planeadas inteligentemente para vender recetas mágicas a las masas
(pero hechas por periodistas profesionales, no por ocultistas), personajes
deleznables a la sombra de gobiernos autoritarios o sensacionalistas programas
de televisión donde draculianas damiselas exóticamente sedientas de sangre
dicen practicar las artes ocultas, todo esto, en fin, abona la perversa (en el
sentido psicológico de la expresión: “desviado de lo correcto”) sensación que lo
brujeril, ocultista y necromántico es el residuo vergonzoso de la ignorancia de la
humanidad. Y, con la misma certeza, sé que tratar de explicar que existe un
ocultismo serio, responsable, filosófico, fundamentado, racional y que puede
aportar interesantes concepciones para abordar el fenómeno OVNI, será
mirado con sorna por los mismos espíritus críticamente racionalistas y echado
al cesto de residuos. O la papelera de reciclaje de su PC. Y, como veremos en
los párrafos siguientes, tal actitud no responde a la “fundamentación científica”
de esa execración del Ocultismo, aunque se le disfrace de tal, sino a
motivaciones más profundas, oscuras e incontrolables.
Porque si nos proponemos estudiar alguna relación entre Ocultismo y
Ovnilogía, primero debemos entender a aquél. Y con ello comenzaremos.

Dije líneas atrás que la imagen popular que el vulgo reserva para el
0cultismo se encuentra más cercana a la lechuza en el hombro que a la del
filósofo. Pero ello deviene sólo de una pauperización de lo que se filtró, a través
de las épocas, al público sobre estas ciencias. Alguien diría que si así ocurrió,
después de todo, es responsabilidad de los propios ocultistas. Y quizás no le
falte razón: solo puedo decir en descargo de aquellos que creían,
históricamente, tener sus buenas razones para hacer del Ocultismo algo –
perdón por la perogrullada- oculto, es que estaban alentados por la buena
intención de evitar más dolores que alegrías a su prójimo. Como escribiera un
viejo sabio chino: “Ten cuidado que el conocimiento no caiga en manos de príncipes ni
soldados. ¡Atención!. Que no haya una mosca en tu laboratorio mientras trabajas”.
Si alguien supone que el Ocultismo proponía una forma de aristocracia
del conocimiento, estaría en lo correcto. Pero en el sentido etimológico de la
palabra aristocracia: “gobierno de los mejores”. No en un sentido político,
económico, de sangre o de poder; sino en una acepción intelectual y espiritual.

118
No es éste el lugar idóneo –aunque me gustaría hacerlo- de discutir si la
“democratización del conocimiento”, más allá de sus evidentes beneficios, es
necesariamente el camino hacia la perfección de la especie humana. Pero
convengamos que el conocimiento que en unas manos solidariza y apoya la vida
humana, en otras la destruye. No debe deducirse, sin embargo, que el
Ocultismo propugnaba una “elitización” de la ciencia, como algo sólo para
unos pocos. El eterno dilema de “quién le pone el cascabel al gato” sobreviviría
sin esfuerzos. Simplemente, los antiguos ocultistas proponían al sabio como un
hombre universal; universal en sus conocimientos, un científico que emocionara
al escribir poesía o música en sus ratos libres o viviera de acuerdo a la presencia
divina en la naturaleza. Un Leonardo da Vinci, por caso: arquitecto,
matemático, pintor, músico, astrólogo. Porque a poco que buceen ustedes en
los textos –los serios, se entiende- de Ocultismo, descubrirán su Gran Secreto:
lo que llevó a la humanidad a épocas de barbarie y desazón, de hambrunas y
guerras, del mal imperando sobre la Tierra, ha sido la separación, el divorcio
entre lo material y lo espiritual, entre lo científico y lo místico (evito decir
ecleciástico: lo espiritual no es patrimonio exclusivo de alguna iglesia), entre la
mente, a fin de cuentas, una especulación como el alma. Así que olvidando
calderos y escobas, pentáculos y patas de conejo, podemos definir al Ocultismo
como una forma de conocer la Realidad, aunando lo racional (ciencia), lo
místico (espiritualidad) y lo estético (arte).
Porque tres, y estas tres son precisamente, las formas de aprehender la
naturaleza que tiene el hombre: a través del análisis de las cosas, de
descomponerla en sus partes menores, sean éstas materiales o tan eidéticas
como puras matemáticas: a la rosa la puedo comprender como la suma de
pistilo, tallo, pétalos y corola, pero también puedo emocionarme con ella,
aceptarla como obra de un dios creador (espiritualidad) y entonces colijo que a
la naturaleza puedo percibirla por vías iluministas, o bien describirlas en un
lienzo, un poema o una melodía, transmitiendo las sensaciones que aquella me
inspira, y entonces podré escribir de cómo describo la naturaleza mediante el
arte. Si la Realidad se parece más a lo que enseña el científico, el religioso o el
artista, es sólo cuestión de paradigmas.
Pero, en todo caso, es un hecho que privilegiar una y sólo una de esas
concepciones es una forma mutilada de conocer. En consecuencia, tan limitado
era el sacerdote medieval que creía que la Iglesia enseñaba todo lo que valía la
pena y lo que estaba fuera de ella o era inútil o era demoníaco, como el médico,
físico, astrónomo o psiquiatra que de manera enciclopédica –y en ocasiones con
un tinte de soberbia- pontifica que el conocimiento exotérico (esto es, el que se
transmite de un dador a un receptor que acumula pasivamente información) es
el único válido. Y mientras tanto, seguramente, el músico o el poeta mirará con
suficiencia a ambos porque, después de todo, él es el único que transmite el
“verdadero” conocimiento.

119
Cada época ha estado marcada por el paradigma dominante de una forma
de conocer la Realidad. Lo escrito: lo religioso en el medioevo, lo científico
positivista y materialista en el siglo XIX y buena parte del XX, el arte en los ’60.
Pero como siempre el Todo es más que la suma de las partes, el verdadero
conocimiento debe aunar todas esas vertientes. Y eso es lo que busca el
Ocultismo.
Si lo hace con velas u oraciones, o en esos depósitos pétreos de sabiduría
que han sido las catedrales, donde la ciencia de su construcción se suma a sus
propósitos religiosos y al arte que conmueve aún a los ateos, es cosa de
anecdotario. Lo científico no pasa por la computadora o el diploma y lo
supersticioso por los sahumerios o talismanes: lo serio o ridículo de un tema
nunca será el tema en sí, sino el método –o la falta de él- con que abordemos su
estudio. Es más supersticioso, en el sentido de depender de una mentalidad
“mágica” el estudiante universitario que repite como un sonsonete y
doctoralmente las conclusiones dictadas por su académico profesor
(conclusiones que difícilmente cuestionará durante su carrera, sino que se
limitará a tratar de repetir y aplicar) que el shamán de la tribu empeñado en
recoger ciertas hierbas en la jungla bajo determinadas aspectaciones astrológicas
para ver si era cierto lo que el hechicero de la tribu de las montañas le prometió
como resultados. Así que comprender qué es verdaderamente el Ocultismo –sin
ceder a los estereotipos que naturalmente proponen ciertos medios- implica
aceptar cambiar nuestros paradigmas mentales. Aceptar que tal vez la Ciencia
detente el poder de la Verdad hoy en día pero, así como no tuvo su exclusividad
en el pasado, nada asegura que la tenga en el futuro. Aceptar que “hacer
ciencia” no es refutar casi por deporte, ni demandar “pruebas” cuando aún
muchos de sus postulados podrían refutarse, usando esas mismas pruebas en
sentido contrario. “Hacer ciencia” no es, como algunos periodistas metidos a
divulgadores científicos repiten de memoria, “explicar lo desconocido en
términos de lo conocido” sino precisamente lo contrario: explicar lo conocido
en términos de lo desconocido. Porque se trata de explicar un hecho, que
constatamos (lo conocido) pero cuyas causas ignoramos, buceando en
originales e inéditas hipótesis (lo desconocido) que nos ayuden a avanzar un
paso más en las tinieblas.
Veamos un simple (supongo que escandaloso) ejemplo de “inversión de
la prueba”: el “efecto Doppler” (el corrimiento al rojo en las bandas
espectrográficas) que observó Friedmann ya en 1922 alentaron la teoría, hoy
universalmente aceptada por la astronomía de la expansión del Universo; una
superburbuja cósmica en permanente dilatación. Estos son hechos;
repetidamente constatables por la astronomía y la astrofísica. Después de todo,
¿quién no oyó hablar de la expansión del Universo?. Y yo no puedo negar los
hechos. Sólo que, confieso que más con intención de bufón que de anarquista
de la cultura, se me ocurre que si podemos decir que el Universo se expande
con relación a nuestro planeta y nuestros cuerpos, también podemos afirmar

120
que el Universo tiene un tamaño constante y es nuestro planeta y son nuestros
cuerpos los que se están empequeñeciendo rápidamente. Y manejando sólo los
fríos datos, si vemos aceptable lo primero y delirante lo segundo, no es como
consecuencia de un conocimiento real sino porque en nuestro paradigma
lo primero está incorporado y lo segundo no. Lado a lado, la expansión del
Universo es, para la chiquita mente humana, tan absurda como la contracción
de nuestros organismos. Y que un lector vea coherente lo primero y como
locura lo segundo, no es un acto de pensamiento, sino de emoción. Lo que me
lleva a la enunciación de la Segunda Ley de Fernández (para la Primera, más
datos en mi trabajo “Reencarnación y clonación: un túnel del tiempo egipcio”):
“La gente llama pensar a buscar desesperadamente argumentos para
justificar sus creencias previas”.

“Si hay algo seguro en nuestros conocimientos es la verdad de que todos los
conocimientos actuales son parcial o totalmente equivocados. Dentro de cien años parecerán
monstruosas las operaciones cometidas por los médicos del siglo XX en los ulcerosos. En
general, les parecerá bastante cómico el afán de las curaciones locales, tendencia del hombre
ingenuo a dividir la realidad. La experiencia realizada hasta el presente ha mostrado que
viejas teorías que constituían Dogmas apenas han resultado ser Equivocaciones. Este hecho
melancólico debería hacer meditar a los médicos y en general a los científicos que dogmatizan.
A menos que piensen, valerosamente, que ese proceso de transmutación de Dogma en
Equivocación ya terminó y que ahora todo lo que dicen es inmutable. No veo, sin embargo,
por qué ha de poder establecerse un límite entre el Dogma y la Equivocación que pase,
justamente, por nuestro tiempo”.
Ernesto Sábato

Muchos ovnílogos están afectados de una forma extraña de solipsismo:


creen que su disciplina merece un crédito científico injustamente ignorado por
el academicismo, pero les repugna que desde esa académica óptica se les
englobe en la difusa categoría de “pseudociencias”, sospechosamente vinculable
a un amplio espectro de disciplinas consideradas como residuos supersticiosos,
tales como la Astrología, el Tarot o la Parapsicología.
Cada uno de estos temas lo suponemos independiente entre sí. Y digo
“lo suponemos” porque por economía de hipótesis sólo sabemos que es una
presunción; con el mismo encadenamiento de razonamientos (no sé si escribir
“lógica”) que me llevaría a afirmar que, por caso, el Tarot nada tiene que ver
con los OVNIs, pero partiendo de premisas distintas puedo sostener
exactamente lo contrario. Si pertenezco al “pelotón de tuercas y tornillos”
deduzco lógicamente que es absurdo establecer cualquier relación entre naves
extraterrestres que visitan nuestro planeta y la manifestación de fenómenos
extrasensoriales a partir de la estimulación inconsciente con símbolos que
aparezcan en combinaciones varias (que no otra cosa es el Tarot). Pero si mi
preconcepto es que las manifestaciones OVNI pertenecen más al mundo

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espiritual que al de lo material (ambas teorías, a partir de la casuística de los
últimos cincuenta años, son igualmente defendibles), entonces es muy sencillo,
mediante un común denominador parapsicológico, establecer una conexión.
Para los primeros, sonaría muy poco fiable abordar la investigación (sino del
OVNI, cuando menos la del testigo) echando los naipes sobre el asunto, para
los segundos, en cambio, sólo con ese método creerían aportar algo más que
con un análisis computarizado.
Creo que la Parapsicología y el Ocultismo, con sus herramientas carentes
de “marketing institucional” mucho pueden aportar a la Ovnilogía. Porque
después de cincuenta años, poco es lo que sabemos a conciencia, y mucho lo
que elegimos fantasear. Pero mientras permanezcamos abroquelados en el
corset cientificista como única vía para “aprehender la Realidad”, mientras
algunos de nosotros no apostemos a la alternativa de indagar otras formas,
astrales si se quiere, de adquirir información sobre lo que nos interesa, nuestra
ignorancia seguirá viciada por el paradigma dominante. Aunque los científicos
en general y los escépticos en particular miren con sorna nuestras enseñanzas
milenarias. Aunque se nos trate de ridiculizar hablando del poco “cientificismo”
(aunque siempre confundan “cientificismo” con “especialización”) del que
hacemos gala porque, según ellos, poco profundos podemos ser en nuestros
estudios si nos dedicamos a “todo”: OVNIs, parapsicología, astrología...
Olvidando demasiado fácilmente que, en cambio, ellos sí se consideran
preparados para negar todo; si ellos reúnen condiciones para expedirse
negativamente sobre OVNIs, telepatía, homeopatía, tarot, runas, el yeti o la
energía de las piedras... ¿porqué otros no podemos hacer exactamente lo
contrario?.
Esta es una de las evidencias que me convencen de concluir que la
argumentación en pro o en contra no depende tanto de las “pruebas” o la
“investigación”, sino de la preexistencia de un determinado paradigma al que se
pertenece.
Eso podría llevarme a cuestionar la existencia de un “libre albedrío” en la
elección de la opinión personal. ¿Hasta dónde soy dueño de lo que elijo pensar
y creer, no estando ese pensamiento predeterminado y condicionado por el
marco cultural, la influencia mediática o las necesidades, angustias y carencias
emocionales?. ¿Puede el joven nacido y criado en un ambiente de honestidad,
donde desde pequeño observa los beneficios del correcto y justo proceder,
realmente “elegir” entre el bien y el mal?. Seguro que sí, pero tanto a nivel
consciente como inconsciente, existirán ya ciertas tendencias dominantes, y se
requerirán vivencias traumáticas o personalidades desequilibradas para
inclinarse hacia el mal. ¿Puede elegir un joven nacido y criado en un ambiente
delictivo, amoral e inhumano, donde desde pequeño sólo observa que el “peor”
(desde el punto de vista del honesto) o el “mejor” (desde el punto de vista
criminal) es el que obtiene las mayores ventajas?. También seguro que sí, pero
se requerirá una personalidad consolidada para ejecutar esa opción, una

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personalidad que sólo puede nacer de una voluntad puesta al servicio de la
reflexión desapasionada. Porque detrás de “escépticos” y “creyentes” existe un
sustrato común a su esencia aunque distinto en apariencia: las pasiones, la
emocionalidad. Lo que enseña que, aunque se cubra de una pátina de
intelectualidad, la gente es básicamente emocional, y su intelectualidad está
“monitoreada” por el alter ego de las emociones. Por lo tanto, el paradigma
cientificista de esta época no es la conclusión de un proceso de análisis
colectivo: es apenas un estado de ánimo.

Por eso necesitamos otra forma de conocimiento: y esa forma es el


Ocultismo.

“...Independientemente de cuales sean sus resultados finales, puede que nunca lleguemos a
aclarar por completo el misterio de los OVNIs, ya que siempre existirán unas mentes
humanas sobre las cuales pueda actuar creativamente. Podría resultar ser una constante que se
sucede a lo largo de los siglos, modificándose al nivel de cada época, localidad y habitante de
este planeta. Si mantiene su actual estructura global, lo tendremos siempre corriendo delante de
nosotros, tentando al hombre e incitándole a contemplar a su mundo con otros ojos, haciendo
saltar nuevas ideas y estados de conciencia y llenando a la gente de sentimientos de asombro y
respetuoso temor cada vez que observen a esos mensajeros de la luz atravesar los cielos de la
Tierra...”
David Tansley.

Finalmente, además de comprender que lo ocultista o esotérico es un


método para conocer, debemos admitir que lo cognoscible, el OVNI, también
requiere un abordaje más espiritualista sin negar su realidad física. En efecto, el
tema OVNI gira hacia lo místico (¿quién podría negarlo?) y esto puede deberse
sólo a dos razones:

a) porque el tema es de naturaleza mística.


b) Porque refleja el inconsciente de la gente. Pero la gente tiende al
consumismo. Entonces refleja las represiones y las necesidades de esa
misma gente. Mas entonces estamos atrapados en y por la oración (¿una
tautología?). Si no útil para otra cosa, por lo menos esto demuestra la
falacia de los argumentos psicologistas porque se puede construir una
aparente explicación lógica que no implique necesariamente que eso sea
así. Lo posible no es lo probable.

Como corolario, entre las risas de los escépticos que escucho a la distancia
sobresale esta oposición: “Pero, ¿ porqué siempre hay que buscar lo espiritual, lo
divino, lo metafísico?”. Y levantando la voz (para que mi contendiente me
escuche entre las risas de sus compañeros), repito aquello que hace años me
convenció, en un orden más trascendente, de la existencia de una Divinidad:

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lo divino, lo místico y lo espiritual existen porque si para la mente hay
una necesidad de ello es porque en algún lugar, de alguna forma, hay
algo que la satisface.-

Empero, me detengo con la mirada perdida en el teclado y me pregunto


si este esfuerzo por proponer otra concepción de las cosas servirá para algo.
Porque tal vez, después de todo, la gente –cierta gente- prefiere aceptar el
criterio de la mayoría, sino como garantía de la Verdad, por lo menos como
justificación de sus errores. Porque en esta aventura del conocimiento que es la
Ovnilogía, existe una masa que con ojos glaucos digiere embotados sus sentidos
la opinión de quien domine el escenario sin escuchar los susurros entre
bambalinas. Una masa que prefiere seguir cualquier melodía que suene grata a
sus oídos. No importa donde está la Verdad. Sólo importa encolumnarse hacia
donde van los demás, no sea cosa de ser mirado como el bizarro, el delirante, el
transgresor...
Tal vez no sirva de nada proponer otro paradigma, porque estamos
dominados por el paradigma de la masa.
Por eso, he decidido comprarme una flauta.

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