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Introducción

Las trayectorias intelectuales como problema

En los últimos años, el campo de estudios sobre intelectuales y élites culturales en


la Argentina se ha visto enriquecido con numerosos aportes. Estas producciones
permitieron historiar y problematizar la figura del intelectual en los escenarios
latinoamericano y argentino, contribuyendo a complejizar el análisis de la relación
entre intelectuales, cultura y política. En diálogo con estas contribuciones, este
libro reúne una serie de trabajos cuyo aporte fundamental consiste en realizar un
recorrido entre los siglos XIX y XX a través de un enfoque ligado a los estudios de
caso en estrecha comunicación con las investigaciones sobre lo que suele
calificarse como trayectorias intelectuales. Estos artículos abordan una dimensión
convergente y amplia teniendo en cuenta las orientaciones de la historia intelec-
tual, la historia cultural, la historia política, la historia de la ciencia, la historia y la
sociología de los intelectuales y la crítica literaria.
A partir de un análisis sobre los recorridos intelectuales en una frontera
en la que las relaciones entre conocimiento, cultura y política no se
caracterizan solamente, como siempre se dice, por la distinción necesaria,
resulta preciso estudiar con la mayor especificidad posible las mediaciones,
tensiones y confluencias que aparecen entre los quehaceres del intelectual y
los comportamientos del hombre de acción. En ese sentido, interesa explorar
las prácticas que definieron el entorno de los intelectuales en su interacción
con la cultura y la política.
Esta propuesta se posiciona en la reconstrucción y análisis de las
trayectorias intelectuales. Esto significa recuperar y poner en consideración
los aspectos biográficos; los espacios y los momentos de formación; el
universo familiar y laboral; la esfera privada; los episodios y acontecimientos
claves de las historias de vida y experiencias personales; los viajes e
intercambios culturales y las tramas de amigos, colaboradores, discípulos y
estudiantes, entre otros elementos que nos parecen centrales a la hora de
emprender este nivel de análisis. Cabe indicar que algunas de estas
cuestiones fueron en ocasiones tratadas por la historiografía tradicional. El
problema es que, en ella, solían aparecer de forma aislada y en clave de
anécdota o de revista. Con el avance historiográfico y el herramental
heurístico disponible, hoy en día aquellos elementos situados en una dimen-
sión más amplia y compleja servirían para reflexionar y comprender mejor
los cambios, rupturas y continuidades en la relación entre intelectuales,
cultura y política. Se coincide con Pierre Rosanvallon cuando señala que es
necesario recurrir cada vez más a la historia individual de los sujetos, a sus
familias, redes y trayectorias y a los procesos que los afectaron. 3
Consideramos que, en lugar de anclarse en miradas generales, aplicables a
todos los casos, resulta imprescindible desarrollar la capacidad para construir
abordajes singulares ante situaciones que son singulares, ubicadas en el
marco de procesos sociales, políticos y culturales en los que comparten
condiciones de vida. En la misma línea, Pierre Bourdieu sostiene que “cada
sistema individual de disposiciones es una variante estructural de los otros,
en la que se expresa la singularidad de su posición en el interior de la clase o
grupo y de la trayectoria”. Esto implica que reconstruir las trayectorias
intelectuales supone una perspectiva integral de las posiciones objetivas
transitadas y ocupadas por los actores, teniendo en cuenta la estructura social
y el volumen de los bienes simbólicos acumulados y disponibles, no como
una enumeración de acontecimientos biográficos, sino como una suerte de
tramas que enlazan las sucesivas posiciones.
Este enfoque busca entonces pensar el problema de las trayectorias
intelectuales recuperando la singularidad de los actores, sin perder de
vista que estas voces se pluralizan, se diversifican, se transforman y
recorren circuitos más extensos donde la cultura y la política se articulan
sin nitidez ni transparencia.
Tal aproximación es relevante porque pone en relieve los niveles de
injerencia y penetración de los intelectuales en la sociedad civil y los
procesos de construcción de poder, no centrando el análisis exclusivamente
en la producción textual y en los diálogos que se producen entre sus obras
sucesivas y respecto de las de los colegas, sino también por considerar esas
producciones condicionadas por múltiples posiciones subordinadas
resultantes de sus trayectorias de vida. Así, pues, resulta importante
considerar la cuestión de las trayectorias como un problema en sí mismo con
diversas derivaciones, siendo este parte constitutiva de los estudios sobre
estos actores.
En tiempos de profesionalización de la política y especialización del
trabajo de la “gente del saber”, interesa poner el foco en sus discursos e
interpelaciones, sus estrategias de legitimación, sus orientaciones y faros de
referencia y su praxis político-social a los efectos de echar luz sobre las
características y lógicas del espacio cultural nacional y de contribuir a una
historia de la vida intelectual argentina.
A partir de los estudios de caso que se presentan nuestra intención no
es en absoluto la de estructurar un relato único; nos importa aportar al
debate incorporando diversas líneas de exploración centradas en temas y
problemas distintos relacionados con los avatares de los intelectuales que
nos ocupan, sin desatender la diversidad y la particularidad de sus
experiencias personales.
Esta compilación posee un ordenamiento de tipo cronológico. Comienza
abordando el problema de los hommes des lettres en los años posteriores a la
Revolución de Mayo. En su artículo, Mariano Di Pasquale analiza la
trayectoria de Juan Manuel Fernández de Agüero para mostrar un caso de
apropiación del discurso de la Ideólogie, específicamente los saberes de
Desttut de Tracy y su difusión en el marco de la Universidad de Buenos
Aires entre 1822 y 1827. Para ello, el autor centra su atención en los textos
que confeccionó el profesor Fernández de Agüero identificando los
conceptos clave que moldearon su discurso, sobre todo los referentes a las
cuestiones morales y metafísicas. Estos proponían una renovación de la
formación escolástica en materia de enseñanza filosófica, más evidente que
la retórica ilustrada. A su vez, estudia el vínculo de la Ideólogie con el
gobierno rivadaviano y su intención de conformar una nueva élite dirigente
orientada a los principios republicanos. Por último, Di Pasquale demuestra
que el proceso de difusión de esta corriente francesa y las controversias
generadas por las nuevas enseñanzas provocaron un impacto en la opinión
pública no exento de tensiones y conflictos.
El tema de los recorridos intelectuales durante la primera mitad del siglo
XIX se enriquece con otros aportes, que colocan en primer plano los
intercambios interpersonales de saberes entre el Viejo y el Nuevo Mundo a
través del contacto epistolar. Rosalía Baltar se centra en los “letrados
rivadavianos”, expresión acuñada por la autora para referirse a un grupo de
profesionales italianos que arribaron a Buenos Aires a partir de 1820 y se
conectaron al circuito intelectual, periodístico y político porteño. Entre ellos
se destacan Carlo Zucchi, Pedro de Angelis, Giuseppe Venzano, Ottaviano
Fabricio Mossotti, Giovanni Grilenzoni y Giovanni Battista Cuneo.
Prestando especial atención a la correspondencia originada entre Zucchi y los
mencionados connacionales, estudia y repara en la condición de emigrados,
las implicancias de los viajes, el estilo narrativo y las inclinaciones artísticas,
los itinerarios intelectuales en Europa y América, la relación y contactos con
la política de turno, entre otros registros de análisis. La autora demuestra que
este grupo de cultores de las belle arti no podría ubicarse completamente en
un registro cultural ilustrado ni romántico, quedando a mitad de camino entre
ambos, en un espacio ambiguo y confuso. Con ello, contribuye a flexibilizar,
por un lado, la rigidez historiográfica acerca del papel que tuvieron los
emigrados durante la gobernación de Rosas; por el otro, rompe con los
moldes que la historiografía tradicional solía establecer ajustan-do las etapas
de la historia política vernácula a un único sistema de pensamiento
preponderante.
El problema de la circulación de ideas y su gravitación en la vida
intelectual se complejiza a la hora de estudiar otras matrices de pen-samiento
y sus conexiones específicas con ciertas redes internacio-nales de producción
de saber. Mercedes Betria analiza el Fragmento preliminar al estudio del
derecho, de Juan Bautista Alberdi, reparando en ciertas marcas surgidas a
partir de lecturas que este realizaba. En particular, rastrea las que derivan de
las novedades filosóficas de re-vistas internacionales como Le Globe. La
contribución de Betria es-triba en analizar cómo, a través de estas intensas
relaciones culturales no siempre consideradas en una dimensión amplia,
Alberdi encon-tró fundamentos o insumos clave para pensar y reflexionar
sobre el régimen rosista. Como indica la autora, Juan Manuel de Rosas se
vuelve el “objeto de estudio” de esta empresa intelectual y, con ello, aparece
un intento de construcción de un nuevo lenguaje para la ela-boración del
Derecho y un ensayo de establecer una ciencia política desconocidos hasta
ese “momento romántico”.
El período rosista deja sin resolver la cuestión de la asociación política y
la elaboración de una Constitución Nacional, preocupa-ción central de los
autores románticos. Al respecto, Federico Medi-na examina los escritos de la
década de 1850 del jujeño Escolástico Zegada, clérigo cuya figura posee un
grado de impacto que excede el caso local, porque puede pensarse como un
modelo representa-tivo del complejo proceso de intervención que van
adquiriendo las fórmulas de los debates intelectuales a nivel regional y sus
tensiones con el ámbito nacional en formación. El autor demuestra cómo el
discurso de Zegada estuvo atravesado por dos temáticas: por un lado, la
“República enlutada”, que identificaba las prácticas del rosismo; por el otro,
la “República deseada”, que fijaba las gestiones del go-bierno de Urquiza y,
al mismo tiempo, proyectaba sus expectativas de futuro. Lo cierto es que,
según Medina, Zegada se sentía parte de esta última patria y, aun más,
buscaba –a través de la construcción de la heroicidad de Urquiza– convencer
a los jujeños, sus feligreses, de que también eran miembros de esa
comunidad, ahora liderada por el vencedor de Caseros. Los convocaba a
imitar su ejemplo y, con ello, a colaborar “cada uno en su posición” con el
progreso de la pa-tria, donde la religión católica era un elemento de vital
importancia.
El final del siglo XIX y la irrupción del XX produjo la preocu-pación
por un nosotros en sintonía con los debates respecto de la identidad nacional
que atañen al proceso de consolidación del Esta-do-nación. Karina Vásquez
se ocupa de delinear las características generales de la revista Martín Fierro
en la medida en que se adentra en el análisis de un aspecto poco explorado
de esta: las formas en que es posible apreciar allí la persistencia y
transformación de ciertos temas americanistas que identifican a la nueva
generación inte-lectual surgida con la Reforma Universitaria. La autora
demuestra que, si bien la adscripción internacional resultaba
fundamental a la hora de legitimar la introducción de nuevos lenguajes
poéticos, no menos relevantes resultarían las preguntas sobre qué
constituye lo propio y sobre cómo utilizarlo para construir una voz
propia, origi-nal y potente que coloque a la literatura argentina en el
canon de la cultura universal.
Su hipótesis es que, al interior de la publicación, la vocación
internacional poseía un límite concreto fijado por los contactos que
sumaban los diferentes colaboradores, a la vez que la tensión hacia un
nuevo nacionalismo cultural no se sostenía sin conflictos. Según la
autora, ante esos problemas, el tópico americanista –ya consoli-dado para
1925 por los contactos que abre la Reforma Universitaria de 1918–
permitía legítimamente afirmar la particularidad, sostener una serie de
redes que favorecían la difusión de la revista y, al mismo tiempo, evitar o
posponer la discusión en torno a un “pasado común” que no todos los
participantes de Martín Fierro se mostraban dis-puestos a rescatar.
El surgimiento del peronismo y su gestión de la cultura com-plejizó las
relaciones entre el orden político y los intelectuales. Sin entrar en el estudio
de las controversiales políticas culturales y edu-cativas de los dos primeros
gobiernos de Perón, Guillermina Geor-gieff pasa revista a algunas de las
ideas expresadas en los discursos del líder justicialista respecto al rol de los
intelectuales. En esa línea, y a manera de contrapunto, otorga lugar al análisis
de las posturas asumidas por algunos intelectuales que adhirieron al régimen
pero-nista y que se mantuvieron en sus filas hasta la caída del gobierno en
1955. Tales son los casos del filósofo Carlos Astrada, el político John
William Cooke y el escritor Leopoldo Marechal.
Georgieff muestra en su artículo que Perón llama a los intelec-tuales con
dos tipos de interpelación. Una muy fuerte y constante que los convocaba a
participar en tanto “expertos” en el proceso de modernización del Estado y
las estructuras socio-económicas del país y otra, intermitente y ambigua, que
los ubicaba como produc-tores y agentes de circulación de valores y
nociones comunes con-cernientes al ordenamiento social. Para la autora, el
líder justicialista ensayó maneras disímiles de pensar el rol de los
intelectuales en el tramado de su proyecto nacional, las cuales fueron desde
la invitación –más allá de sus adscripciones ideológicas– a organizarse y
participar en el Estado hasta a operar como actores necesarios para la cons-
trucción de una cultura nacional. En ese sentido, Perón se dirigió a los
intelectuales peronistas primero dándoles cierta autonomía de acción, para
pasar en un segundo momento a encuadrarlos en la la-bor de difundir su
doctrina. Claramente, fue en este último aspecto en el que los conflictos se
hicieron por demás evidentes y, a la hora de analizar los casos de Astrada,
Cooke y Marechal, la autora de-muestra que el llamamiento no tuvo
respuestas unívocas y que estos intelectuales que adhirieron al movimiento
justicialista se sintieron convocados por algunas y no por todas las
propuestas de Perón.
El “peronismo clásico” motorizó un proceso de profesionaliza-ción
intelectual bajo amparo y protección estatal que creó espacios en los que
confluyeron intelectuales provenientes de diversas tradi-ciones y culturas
políticas. Estos apoyaron, desde distintas posiciones y con diferentes grados
y matices, la “revolución nacional” peronista. Al respecto, Marcelo Summo
se ocupa de explorar la matriz polí-tico-intelectual que elaboró Jorge
Abelardo Ramos para pensar la realidad latinoamericana y el proceso
histórico en el cual se inscribe. Sus objetivos específicos son los de analizar
sus interpretaciones en torno a la “cuestión nacional”, el problema de la
cultura y el rol de los intelectuales para las colonias y “semicolonias” que
componen la región. Las fuentes que analiza son los artículos periodísticos
pu-blicados por Ramos en los diarios La Prensa y Democracia durante la
segunda presidencia de Juan D. Perón, en los cuales se expresó su
adscripción, en términos de un “apoyo crítico”, a los regímenes
caracterizados por él como “revoluciones nacionales”, entre ellos el
justicialista. Summo demuestra que durante ese período el joven Ramos no
cuenta en su matriz político-intelectual con una teoría acabada de la nación
latinoamericana, sino más bien con un conjun-to de aproximaciones
interpretativas, las que aparecen en su obra, la mayoría de las veces, bajo la
forma de una tensión teórica. En ese sentido, Ramos fue pensando el
problema de la nación en paralelo al de la cultura y los intelectuales, a la vez
que ajustando o modifican-do sus interpretaciones en la medida en que
variaba su orientación política frente a las diversas coyunturas. Por último, el
autor muestra detalladamente cómo, en la medida en que Ramos revisa y
critica la tradición marxista para pensar la realidad latinoamericana,
transita a la vez un camino político-intelectual que lo conduce a la
fundación, junto a otros autores, de una nueva tradición, la de la
posteriormente llamada “izquierda nacional”.
La transición democrática trajo consigo un fuerte cuestiona-miento en
términos autocríticos del rol del intelectual en las décadas anteriores, a la vez
que puso en cuestión su vínculo con la política, fundamentalmente su
subordinación a los proyectos revolucionarios y la politización de la cultura.
En su artículo, Martina Garategaray explora las orientaciones de ciertos
“intelectuales de izquierda” a partir del análisis de dos revistas emblemáticas
de los años ochen-ta, representantes de los imaginarios peronista y socialista:
Unidos y Punto de Vista. Su hipótesis sostiene que en las páginas de ambas
publicaciones quedaron las marcas de ciertas operaciones político-
ideológicas que supusieron un nuevo compromiso por parte de esos
intelectuales con la política. En esa línea, la autora afirma que tanto los
miembros de Unidos como los intelectuales nucleados en Pun-to de Vista se
pronunciaron por mantener la “autonomía crítica” y la distancia entre la
política y la crítica cultural, a la vez que reconoce que mantenerse en esos
bordes no les resultó nada sencillo. Para la autora, en los años ochenta el
“compromiso crítico” pareció ser la fórmula que mejor les saldaba a esos
intelectuales sus “deudas” con el pasado reciente y la que les permitía
moverse con cierta soltura entre la política y la cultura, aunque sin resolver
del todo las tensio-nes que tal definición producía. Según Garategaray, esta
orientación independiente, aunque a veces de apoyo, permitió que Punto de
Vista diera el suyo al gobierno de Alfonsín hasta las leyes de Punto Final y
Obediencia Debida y que Unidos justificase, a partir de la conso-lidación
menemista, su ruptura con el peronismo.
El abrupto final de la última dictadura militar obligó a la nueva
administración estatal a redefinir su relación con los intelectuales y estos
a su vez tuvieron que reordenar sus posiciones al interior del campo
político-cultural. El contexto permitió el acercamiento de ciertos
expertos a la política profesional, tejiéndose así un nuevo tipo de relación
entre política, cultura e intelectuales.
Cristina Basombrío analiza el itinerario de Carlos S. Nino –es-
pecialista en filosofía del derecho y destacado docente universitario tanto
en el país como en el exterior–, quien formó parte como cola borador del
gobierno de Raúl Alfonsín. ¿En qué consistió la origi-nalidad de su
pensamiento académico?, ¿en qué medida este pensa-miento lo condujo a
asumir un compromiso con la realidad social?, ¿por qué optó por apoyar a
Alfonsín?, ¿de qué redes de intelectuales participó y cuáles contribuyó a
formar?, ¿cómo colaboró con el go-bierno alfonsinista?, constituyen algunos
interrogantes que intenta responder la autora. Para ello, Basombrío explora la
vinculación entre el pensar y el actuar, entre la producción de ideas y saberes
y los in-tersticios y relaciones entre esas cuestiones y el pragmatismo propio
de la política. En tal sentido, la contribución principal de la autora radica en
precisar las causas y la modalidad del encuentro y la con-fluencia entre el
proyecto ideológico de Nino y el político de Alfon-sín, como así también
sobre la forma de articulación en la práctica de los espacios académicos y
políticos por los que ambos transitaron.
En definitiva, el conjunto de investigaciones que forman parte del
presente libro buscan generar un ámbito de debate en torno a los
problemas que presenta el abordaje del papel de los intelectuales y su
articulación con los espacios político y cultural, como así también en los
intersticios entre ambos. Estos aportes reflexionan en torno a la
interacción de ciertos actores que, en mayor o menor intensi-dad, se
vieron ligados –en distintos momentos y coyunturas– al acto reflexivo y
de intervención pública respecto del poder político y el mundo cultural
desde la primera mitad del siglo XIX hasta finales del siglo XX.

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