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Dos miradas a Malvinas desde la primera

posguerra
Juan Terranova
   Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur
Área de Investigación—
juanterranova@gmail.com

Leído el miércoles 9 de agosto en la mesa número 133 “Guerra, historia,


sociedad e intelectuales. Abordajes desde la historia y las ciencias humanas”,
XVI Jornadas Interescuelas de Historia, Mar del Plata, 2017.

Resumen: ¿Qué sabemos de la guerra de Malvinas? ¿Quién contó esas historia que
hoy se siguen contando? Como toda guerra, la guerra de Malvinas se vio atravesada por
actos de divulgación, publicidad y contrapublicidad, operaciones de lectura,
mitificación y descrédito que no solo siguen vigentes, condensadas en un saber tan
difundido como esquivo, que podríamos denominar “lo que sabemos de Malvinas.” El
objetivo de esta ponencia es atravesar ese corpus compuesto de fragmentos, piezas
periodísticas, restos orales, e intentar, si no comenzar a poner un poco de orden, al
menos identificar de dónde surgieron. ¿Cuándo llegan al dominio público, y por qué se
instalan ahí, con tanta pregnancia, la figura del soldado estaqueado? ¿Por qué todavía
hoy se piensa que la de Malvinas era una guerra imposible de ganar? ¿Los soldados que
combatieron fueron héroes o víctimas? Mi idea es sondear los mecanismo
comunicacionales por los cuales estas ideas siguen vigentes a treinta y cinco años de los
hechos que las originaron usando como fuentes los primeros libros de la posguerra, a
saber Los chicos de la guerra de Daniel Kon y Así lucharon de Carlos M. Túrolo.

Palabras clave: Guerra de Malvinas – posguerra – testimonios – héroes –


víctimas

1. Terminada la guerra, los diarios y las revistas, así como la televisión y las
radios, dejaron de imprimir y emitir noticias sobre Malvinas. La dictadura, que
había impulsado una mirada triunfalista sobre la guerra, en el terreno de la
comunicación, al menos, se replegaba. Y, gesto paradigmático de una censura
que era a la vez infantil y cruel, los soldados conscriptos que volvían al
continente eran obligados a firmar una declaración jurada en la que se los
compelía a no hablar de lo que habían visto y vivido. Malvinas pasó así de la
estridencia mediática al silencio y los que continuaron con Malvinas fueron los
libros. Esta bisagra que separa la guerra siendo ganada de la guerra
definitivamente perdida tiene diferentes registros, personajes, géneros y
soportes. La idea de esta ponencia es sondear ese momento histórico.

2. Apenas terminada la guerra, entonces, comienzan a aparecer los libros que


van a ir formando la amplia biblioteca argentina sobre lo que sucedió en el
Atlántico Sur durante 1982. Impresiona en este momento la velocidad de
escritura, producción y publicación. También las tiradas. Hay una inercia, una
fuerza que se traslada de los diarios y las revistas a los libros. En el cambio
también se modifica la retórica, la perspectiva, los objetivos políticos. Si la
guerra termina el 14 de junio, Los chicos de la guerra del periodista Daniel Kon,
aparece en agosto. Por su publicación en el exacto momento en que la guerra
termina y abandona los medios masivos dejando un evidente vacío, el libro se
convierte en un éxito de ventas. El ejemplar que manejo dice pertenecer a la
octava edición del 31 de enero de 1983. Son entonces ocho ediciones, dos en
agosto, dos en septiembre, dos en octubre, una en diciembre, y una más en
enero de 1983, desde la primera el 13 de agosto del 1982. El mismo Kon
comienza con fechas la introducción del libro: “Es difícil precisar, con exactitud,
cuándo y por qué nace una idea. Ésta, la de los chicos de la guerra puede haber
nacido el 18 de junio de 1982.” El libro, entonces, es escrito y producido con una
celeridad periodística y la entrevista, el género elegido para presentar las
historias que lo componen, también es deudor antes del periodismo que de la
idiosincrasia necesariamente un poco más reposada de la letra encuadernada.
Así, Kon empieza describiendo justamente ese momento de cambio cuando la
guerra ya se perdió y es censurada y la posguerra todavía no empezó. Vuelvo a
citar:
“Es difícil precisar, con exactitud, cuándo y por qué nace una idea. Ésta, la de
los chicos de la guerra puede haber nacido el 18 de junio de 1982. Ese día,
mientras miles de jóvenes argentinos regresaban prisioneros a bordo del buque
inglés Canberra, muchos otros permanecían heridos en distintos hospitales del
país, o habían quedado sepultados bajo la tierra yerma de Malvinas, escuché a
un animador de televisión decir, con sonrisa desvergonzada: “los argentinos
vivimos hoy una gran jornada; hoy juega nuestra selección nacional de fútbol, y
todos tenemos nuestras esperanzas puestas en lo que vaya a ocurrir en
España…”i
¿Qué valor tiene ese libro y ese título? Es el día de hoy que muchos veteranos y
excombatientes le responden a ambos con una única frase: “no éramos chicos,
éramos soldados.” En ese hiato se crea, apenas terminada la contienda, la
primera tensión política de la posguerra. Lo que se disputa es la identidad ligada
a la verdad bélica. ¿Quiénes y cómo eran los que pelearon la guerra? La
respuesta de Los chicos de la guerra a esta pregunta es rápida y contundente.
Sin embargo, libro y título no son lo mismo. Desde el libro, que antologa las
voces de esos soldados, se desautoriza a la prensa intervenida por la dictadura
pero también la idea de “chicos” indefensos llevados a pelear una guerra que no
comprendían. Lo hace contraponiéndole una serie de matices y actitudes que
están lejos de la desprotección, la ingenuidad y la inmadurez. Los chicos de la
guerra resultan adultos que pueden contar lo que vivieron, entenderlo,
examinarlo y opinar. Pese a esto, el efecto retórico del título ubica muy rápido la
discusión de la posguerra en un lugar del cual parece, incluso hoy, no poder
salir.

3. En 2 de agosto de 1984, se estrena, con el mismo título y dirección de Bebe


Kamin, una adaptación cinematográfica del libro de Daniel Kon. Las diferencias
son muchas. La primera, se trata de un obra escrita, filmada, producida y
promocionada en democracia. La película empieza y termina con un soldado en
un pozo, adoptando la posición fetal. La batalla ha terminado. No se ven
combates. Sí algunas explosiones. Los ingleses hacen trabajar a los argentinos.
Luego, yendo hacia atrás, comienzan las biografías de los tres protagonistas. En
un momento con los protagonistas ya movilizados en las islas, un padre lee una
carta al aire en una radio: “Son para nosotros nuestros hijos. Sobre todo
nuestros hijos. Los chicos de la guerra.” La frase no es equívoca. Se la
comprende. Pero, quizás sea posible preguntarse, esos soldados ¿son de sus
padres o son de la guerra? ¿Cómo funciona ese genitivo? ¿Implica en ambos
casos posesión? ¿Solo los chicos importan? ¿Solo ellos pelean? Como fuere, en
ninguno de los dos casos los soldados parecen ser en sí mismos, sino de otros.
Agrego algo más: Esa forma de no ver la guerra, esa imposibilidad de describir,
es propia antes de Bebe Kamin que de los ex combatientes o del libro de Kon.
Las mediaciones existen. En la comparación con el libro, del que podemos
presumir cierta afinidad ideológica, se ve esa ceguera. Así, Los chicos de la
guerra tiene matices que la película borra. Lo sabemos: toda transposición es
política. ¿A qué me refiero? Esta reflexión de Guillermo, el primer entrevistado
del libro, sutil y precisa, no tiene cabida en la película:
“Ahora todos dicen que nosotros somos héroes, pero yo no me siento ningún
héroe. Si yo hubiera ido como voluntario, entonces, sí, sería un héroe, pero yo
fui por una obligación. Yo era un soldado conscripto cumpliendo con una
obligación. Por supuesto, me tuve que adaptar a la situación, y defendí lo mejor
que pude a mi país. Entonces yo fui un héroe a la fuerza, obligado por las
circunstancias, y no creo que eso sea ser un héroe. Pero si te gusta, ponelo así,
yo fui un héroe a la fuerza.”ii
Los chicos de la guerra recopila ocho entrevistas a soldados conscriptos que
estuvieron en las islas más un anexo con “otras historias.” La mayor parte de los
que hablan pertenecían a la infantería del ejército y estuvieron en la primera
línea de fuego o en Puerto Argentino. Pese a las diferentes voces e ideologías,
hay escenas, ideas y hasta frases que se repiten en todos los testimonios. Se trata
de un libro atravesado por la urgencia de contar lo que no se había contado y lo
que no se estaba contando. La película, más compacta, borra esas diferencias y
esa riqueza coral, concentrando las historias en tres personajes, dos con finales
trágicos, del cual solo uno se refleja en el libro y en la parte de “otras historias.”
La película instala con precisión la idea del “conscripto-víctima.” Es la película y
no el libro, arriesgo, el comienzo de esa genealogía. Dicho esto, condenar Los
chicos de la guerra de Bebe Kamin en bloque me parece errado y
contraproducente. Hay que analizarlos, recuperar sus aciertos y señalar sus
deliberadas obturaciones. Al libro primero, y a la película después, se
superponen las urgencias del alfonsinismo, su gestión y su agenda, que traban la
posibilidad de una reivindicación de la guerra y sus protagonistas, por mínima
que fuese. Lo que queda en el camino es todo el cúmulo de experiencias
positivas que trajo la guerra y que se repite en las voces del libro. Para decirlo de
otra manera, lo que sacrifica la versión alfonsinista es la identidad y la
experiencia—    contradictoria, parcial, incompleta, llamativa—    de muchos
soldados.

4. La respuesta al libro Los chicos de la guerra es Así lucharon de Carlos Túrolo


(h.), publicado en Buenos Aires por Editorial Sudamericana en diciembre de
1982. “Este libro contiene una serie de testimonios de la guerra de las islas
Malvinas que nuestro país ha vivido recientemente” dice Túrolo en el Prólogo.
“Durante la guerra, nuestro combatientes eran héroes absolutos, casi
“superhombres”. Después del 14 de junio, esos mismos personajes pasaron a ser
“ineficientes”, “cobardes” e “incapaces”. (…) Nuestros soldados vivieron la
guerra con heroísmo, con valentía, con audacia pero también con miedos, con
incapacidades, con falencias. Eran seres humanos en una situación de guerra: ni
héroes totales ni cobardes absolutos.”iii
¿Qué es Así lucharon? También se trata de una serie de entrevistas pero esta vez
todos los entrevistados son oficiales, la mayor parte de la infantería o de la
artillería del Ejército. Así lucharon es un libro mucho más técnico donde lo que
se cuenta está siempre atravesado por un vocabulario bélico, preciso, y en
ocasiones incluso frío. A diferencia de Kon, Túrolo retiró sus intervenciones de
las entrevistas dejando solo las palabras de los militares, mitigando el estilo
periodístico y dándole más unidad a cada intervención. Que sean oficiales
genera grandes diferencias pero, pese a todo, las similitudes son recurrentes.

5. Ni Así lucharon es el relato heroico ni Los chicos de la guerra es el libro de


las víctimas. Cualquier lectura que se consolide en ese sentido va a ser errada.
Sin embargo, hay un sesgo ideológico. ¿Dónde? Primero, en la elección de los
entrevistados. De allí derivan diferencias en el estilo, en el vocabulario, un
contraste evidente entre lo técnico y lo impresionista, entre el soldado
profesional y el soldado ocasional. La diferencia podría ser entre la mirada
militar y esa otra mirada, con la que trabaja Kon, que no es militar del todo, que
es un híbrido, una mezcla entre lo castrense y lo civil. ¿Es posible, enfrentando
los libros, una lectura simultánea, una complementariedad? Si hacemos
historiografía desligados de las decostrucción en clave ideológica sí, es posible. Y
hasta recomendable. Los libros leídos así se vuelven un solo libro, con dos
partes, la de los oficiales y la de los conscriptos, un libro con el que es posible
hacerse una idea muy acabada de lo que ocurrió con la infantería en Malvinas.
Federico Lorenz escribió un párrafo que puede ayudarnos:
“En cuanto a la guerra, desde la misma finalización del conflicto, las formas de
narrarla y recordarla oscilaron entre el relato heroico patriótico y aquel que
victimizaba a los soldados a manos de la improvisación y los malos tratos de sus
propios jefes. Estas matrices conviven hasta el presente, con tonos regionales y
personales. Son las que organizan la supervivencia de los combatientes, sus
familias y sus deudos, y tiñen con mayor o menor intensidad las memorias de
sus comunidades. En el plano de los discursos oficiales, se han alternado a lo
largo del tiempo, generándose polémicas recurrentes en las que sólo cambia el
lugar de los antagonistas con cada gestión. Sostener cualquiera de las dos
miradas como la única posible no resistiría el menor análisis de un trabajo
riguroso de investigación. Pero esto es posible porque la realidad es que
prácticamente no tenemos todavía hoy trabajos con nuevas preguntas que las
Ciencias Sociales hayan acercado al tema Malvinas. No hubo, tampoco, un
intento desde ningún gobierno por elaborar una historia oficial de la guerra
(Gran Bretaña la tiene desde 2007).”iv
Lorenz resulta elocuente. Las versiones pueden complementarse y en conjunto
sirven para entender qué fue la guerra de Malvinas. Pero ¿podemos sostener
ambas al mismo tiempo? Con sus preguntas, Kon le da a sus entrevistados una
intención de futuro, de vida civil, de juventud que tiene un destino, y que
tendrá, entendemos, una voz política en una Argentina venidera. Mientras
tanto, el habla castrense de los oficiales de Túrolo puede incluir alusiones a la
guerra contra la subversión en el norte del país o el deseo de volver a combatir
por Malvinas. Ya lo dijo Nietzsche, las ideologías no conviven. Pero, ¿estamos
hablando de ideologías? En una primera mirada el héroe no excluye a la víctima
ni la víctima al héroe. Hay posibilidades de coexistencia. La cultura grecolatina,
la modernidad y el romanticismo nos acercan incontables ejemplos. Sin
embargo, la linealidad de la escritura y el orden de las ideas implica una opción
que puede ser decodificada. Si la idea del héroe es la que tiene un mejor pasado,
ya no dentro de la modernidad, sino directamente dentro de nuestra tradición
cultural, al mismo tiempo propone un futuro, fetiche que, por muy cuestionado
o arbitrario que sea, abre la discusión. Gerardo Salcedo ha señalado que es
posible decostruir al héroe, encontrándole los reflejos necesarios para
humanizarlo, o llegado el caso matizar su constitución como tal, arrebatándole o
negándole su condición. Pero sacar a la víctima de su condición inicial de
padeciente resulta más difícil, incluso después de las reparaciones históricas
pertinentes obradas por el Estado o la opinión pública. Retomar historias y
eventos particulares hace que sea más fácil dejar de lado el lastre
propagandísticos. Por eso sería importante que los oficial y suboficiales que
torturaron soldados sean procesados y se salde esa deuda. También que se
avance con el derecho a la identidad de los caídos que están en el cementerio de
Darwin. Al mismo tiempo, estos hechos deberían ser tomados por la
historiografía como ejes centrales de la posguerra. A decir del excombatiente
Mario Volpe: “hay que separar la paja del trigo.”

6. Si pensamos la guerra de Malvinas con ritornellos y muletillas continuamos


el procedimiento publicitario de la dictadura. Reconocer como el nacimiento de
la dicotomía estos dos libros, y también la película, ayuda a delinear el
surgimiento de las dos maneras de entender la guerra. No para condenar una y
salvar la otra sino para rescatar matices y eventualmente optar. Desde mi punto
de vista, todo soldado que defiende la patria de un enemigo externo es un héroe.
Y luego llega la historiografía, el racconto oral, las denuncias, las acusaciones,
las reivindicaciones, y las victorias o derrotas contra el olvido. “Cualquier
aproximación literal a Malvinas resulta insuficiente y pobre” dice Federico
Lorenz en su libro Fantasmas de Malvinas.v De ahí el valor del artículo de
Marcelo Barros que introduce por primera vez, que yo sepa, la dimensión
psicoanalítica en la discusión de la identidad de los soldados que pelearon en
Malvinas. Más allá de algunas generalidades equívocas y una cita horrible de
Neruda, el cruce es atendible. Hacia las conclusiones, Barros describe así a los
soldados de Malvinas: “Alguien que cumple con lo que tiene que hacer sin por
ello adherir fanáticamente a los ideales convocantes ni a la expectativa del
resultado. Lacan vio en ello algo del fin del análisis.”vi
La épica implica un sacrificio. No hay épica sin pérdida, sin tragedia, sin drama.
En ese fin de análisis que señala Barros, en ese soldado que cumple lo que tiene
que hacer sin adherir fanáticamente a expectativa y resultado — el adverbio es
clave—   resuenan las palabras ya citadas de Guillermo en Los chicos de la
guerra: “Yo era un soldado conscripto cumpliendo con una obligación. Por
supuesto, me tuve que adaptar a la situación, y defendí lo mejor que pude a mi
país. Entonces yo fui un héroe a la fuerza, obligado por las circunstancias, y no
creo que eso sea ser un héroe. Pero si te gusta, ponelo así, yo fui un héroe a la
fuerza.” Cabe preguntarse si existe otro tipo de héroes.

Notas
i Kon, Daniel. Los chicos de la guerra. Hablan los soldados que estuvieron en Malvinas.
Editorial Galerna, Buenos Aires, 1982. En la tapa de mi ejemplar se consigna: “8va edición. 40
mil ejemplares vendidos.”
ii Op. Cit. Página 43.
iii Túrolo, Carlos (h.) Así lucharon. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1982.
iv Lorenz, Federico. Más que una guerra perdida. En Clarin.com, Revista Ñ, Ideas.
02/04/2016–23:17.
http://www.clarin.com/rn/ideas/guerra—perdida_0_HyJx1thODml.html
v Lorenz, Federico. Fantasmas de Malvinas. Un libro de viajes. Buenos Aires, EC, 2008. Página
19.
vi Barros, Marcelo. “La guerra de Malvinas: Una contribución a la teoría del trauma.” Abril,
2017. http://www.marcelobarros.com.ar/template.php?file=Clinica/La—guerra—de—
Malvinas.html

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