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Dólar de vértigo

La guerra comercial entre Estados Unidos y China tiene al dólar en una montaña rusa, y
nerviosa a la economía del país. ¿Qué tan preparada está Colombia para enfrentar la nueva
realidad?

El lunes 5 de agosto, cuando cerró la bolsa, el dólar llegó a su precio máximo en la historia
de Colombia: 3.459,47 pesos. Al día siguiente todos los periódicos del país titularon con
este precio y se preguntaron por los efectos de una devaluación tan alta.

La divisa cayó entre martes y jueves, pero el viernes tuvo un nuevo repunte y terminó
en 3.397 pesos. De ese modo se convirtió en una semana de expectativa y nerviosismo en
los mercados y de incertidumbre para los colombianos.

La creciente devaluación del peso, con caídas de vértigo en el camino, al mejor estilo de
una montaña rusa de Disney, tiene su principal explicación en el coletazo de la guerra
comercial y el pulso de poder entre Estados Unidos y China.

Este capítulo llegó, entre otras razones, por la decisión del gobierno de Xi Jinping de
devaluar el yuan, en respuesta a los nuevos aranceles que anunció el presidente Donald
Trump contra los productos chinos, una semana atrás.

La ‘mostrada de colmillos’ de las dos grandes potencias se convirtió en un pulso de poder


que provocó un fuerte remezón en los mercados y tuvo en vilo al mundo económico.

Luego de ese ‘lunes negro’, los mercados empezaron a tranquilizarse. Incluso hubo
algunos rebotes luego de que el gobierno chino anunciara su decisión de devaluar
“menos de lo esperado” (unos 7,0039 yuanes por dólar, en lugar de los 7,0205
pronosticados en un comienzo). Pese a este parte de tranquilidad, el peso colombiano
quedó en niveles de alrededor de 3.400 por dólar. Esto muestra una caída de más de 180
pesos en las últimas dos semanas, que la convierten en la segunda moneda más devaluada
del mundo por estos días. Pero los elevados precios de la divisa no son tan buenos para
el país, aunque a primera vista parecería una buena noticia para los exportadores,
debido a que la desaceleración mundial neutraliza parte de este efecto.
Adicionalmente, como para exportar hay que importar maquinaria o materias primas, los
precios elevados repercuten en la producción nacional. También terminan afectadas por la
trepada de la divisa actividades como los viajes o el pago de deudas privadas o del gobierno
denominadas en dólares.

¿Vientos de recesión mundial?

En el cara a cara entre China y Estados Unidos se han sentido pasos de animal grande. Para
disminuir el déficit comercial con China, y ante el fracaso de las negociaciones
comerciales, Washington impuso aranceles del 25 por ciento a las mercancías
chinas. Beijing respondió con la devaluación y prohibió a sus empresas importar bienes
agrícolas, lo que afectó especialmente los estados donde Trump tiene a sus principales
electores.

Esto llevó a los demás países a devaluar sus monedas en la misma magnitud para no perder
competitividad. Lo cierto es que cada vez que las dos potencias intercambian golpes, los
mercados mundiales tiemblan. Y como estas movidas son impredecibles, se mantiene la
volatilidad.

Estos movimientos telúricos del comercio global preocupan aún más, pues el mundo está
ante el final de un ciclo de crecimiento y se dirige hacia una desaceleración global. Ese
es el verdadero telón de fondo del aumento del precio del dólar, y la guerra comercial solo
está empujando más rápido a la economía mundial hacia su primera recesión en diez años.

En efecto, cada vez hay mayor probabilidad de que la economia mundial entre en una
desaceleración. Las entidades multilaterales recortaron sus proyecciones de crecimiento por
el desplome de los flujos comerciales, la caída de los índices de manufactura desde Asia
hasta Europa e incluso por temas como el brexit y la deuda global.

Pero hay un agravante: los bancos del mundo tienen poca capacidad para reaccionar porque
las tasas de interés en Japón y Europa se acercan a cero mientras en Estados Unidos
registran niveles bajos. Esto, en una eventual recesión, les deja poco espacio para
reducirlas cuando se necesiten políticas para reactivar la economía.

Christine Lagarde, actual directora del FMI y nominada a suceder a Mario Draghi en la
dirección del Banco Central Europeo, ha advertido que la elevada deuda pública y las bajas
tasas de interés han dejado a muchos países con un margen político limitado para maniobrar
en caso de recesión. Y advirtió que se va a necesitar “un alivio monetario decisivo y
estímulos fiscales donde sea posible”.

El creciente riesgo de una recesión ha hecho que los inversionistas busquen activos más
seguros, y eso ha disparado el oro, los bonos estadounidenses y el dólar. En este escenario,
Estados Unidos se ve más fuerte que el resto de los países.

En Colombia también preocupa mucho el estrecho espacio para actuar en este escenario y
crecen las voces que advierten que el gobierno debe acelerar las medidas para impulsar el
comercio internacional, ajustarse el cinturón en gasto, reducir los déficits fiscal y de
cuenta corriente, y hacer reformas clave como la pensional y la laboral, que se han
aplazado.

El codirector del Banco de la República, José Antonio Ocampo, considera necesario en


estas circunstancias abrirse a otros mercados y fortalecer la diplomacia comercial. En su
opinión, el reciente viaje del presidente Iván Duque a China “da una señal positiva. Hay
que conversar más con ese país”.

El exministro Guillermo Perry coincide con esta visión y asegura que hay que ponerse al
día en algo que ha debido comenzar hace tiempo: intensificar los acuerdos comerciales con
otras regiones del mundo.Porque “si Estados Unidos empieza a poner aranceles, uno
debe hacer dos cosas: una, comerciar más con los demás países, y dos, promover que
no le pongan a uno aranceles directamente. Y en ninguno de estos frentes hemos
logrado avanzar”. Por eso critica la decisión del gobierno de no hacer nuevos
acuerdos comerciales. El gobierno tampoco ha querido avanzar en ellos como una manera
de proteger la producción nacional en momentos de incertidumbre, pero estos pueden
terminar golpeando la competitividad del país.

El peso, más frágil

El fortalecimiento del dólar es un fenómeno global, pero frente a lo que está pasando el
peso colombiano es hoy una de las monedas más afectadas del mundo.

En 2018, cuando sufrieron una dramática devaluación la lira turca y el peso argentino, y
casi todas las monedas emergentes resultaron afectadas, el peso colombiano estuvo
relativamente ‘blindado’. Pero este año el impacto le ha pegado de frente.

El peso pasó de ser la moneda de “mejor comportamiento” en los primeros meses del
año, a una de las más devaluadas en el último mes, al pasar de niveles alrededor de 3.100 a
3.400 por dólar.

Esto puede explicarse porque el mercado cambiario colombiano es relativamente pequeño –


se negocian alrededor de 1.200 millones de dólares al día– y hay una alta participación de
extranjeros, lo cual lo hace altamente volátil. También a que en este momento el país no
cuenta con el blindaje que proporcionaron los buenos precios del petróleo el año
pasado.

Luego de alcanzar niveles cercanos a los 80 dólares por barril en 2018, el petróleo de
referencia Brent se cotiza alrededor de los 58 dólares ante las perspectivas de una
desaceleración de la economía mundial y la creciente sobreproducción de países como
Estados Unidos, que ya hoy es el primer productor mundial, por encima de Arabia Saudita.

El petróleo se había mantenido alto debido a los conflictos geopolíticos en Oriente Medio,
en particular con Irán. Pero hoy comienza a pesar más una debilidad de la demanda de
petróleo por la desaceleración de la economía mundial.

Sin embargo, hay quienes creen que la elevada devaluación del peso resulta de las
vulnerabilidades de la economía colombiana, cada vez más evidentes en un ambiente de
desaceleración global. Si bien la economía hoy tiene un buen comportamiento con una
perspectiva de crecimiento del 3 por ciento al final de año, por encima del promedio
de países de América Latina, la pregunta es qué tan preparado está el país para
enfrentar estos choques externos.

La respuesta es que la economía es vulnerable. En primer lugar, ante el creciente aumento


del déficit de la cuenta corriente –porque crecen más las importaciones que las
exportaciones–, esa diferencia tiene un efecto directo sobre la devaluación y presiona la
inflación. El déficit de cuenta corriente pasó de 3,3 por ciento en 2017 a cerca de 4,6
por ciento en el primer trimestre del año, ante la falta de diversificación de las
exportaciones y la fuerte dependencia del petróleo. En lo corrido del año, hasta mayo,
las importaciones crecieron a un ritmo del 8,3 por ciento, mientras que las exportaciones
cayeron 0,01 por ciento.

En segundo lugar, la economía es vulnerable por las crecientes dudas sobre la solidez de las
finanzas públicas del país. Además, revivió la incertidumbre fiscal por los efectos de la
ley de financiamiento, la caída de los precios del petróleo y las dudas frente al manejo
contable de las finanzas públicas.

Varios analistas han advertido que el gobierno tiene metas y supuestos demasiado
optimistas. Algunos concuerdan con el espíritu de muchas de las estrategias planteadas,
como refocalizar los subsidios a través del Sisbén IV, implementar la factura electrónica,
modernizar la Dian y reorganizar los activos del Estado. Pero sus efectos generan
incertidumbre.

“No tienen margen de maniobra”, advirtió Richard Francis, el director de calificaciones


soberanas de Fitch Ratings, quien cree que el gobierno de Iván Duque debe tomar medidas
adicionales para cumplir sus metas fiscales. Por su parte, Fedesarrollo ha advertido que
“son buenas intenciones, pero un alto riesgo”.

Pero lo más grave es lo revelado en las últimas semanas por el exministro Perry: la forma
poco ortodoxa en la que el Ministerio de Hacienda estaría contabilizando temas como las
utilidades del Banco de la República, los recursos provenientes de privatizaciones o el
cambio en las reglas de juego del Fondo Nacional para el Desarrollo de la Infraestructura
(Fondes). Esto pone el freno al proceso de ajuste fiscal y revive la posibilidad de que
las calificadoras disminuyan el grado de inversión.

¿Para dónde va el dólar?

La guerra comercial es impredecible mientras la desaceleración es cada vez más evidente,


lo cual le imprime una gran volatilidad a la tasa de cambio. Felipe Campos, jefe de
investigación económica y estrategia en Alianza Valores, cree que la tasa de cambio
podría llegar a los 3.900 pesos por dólar si no hay acuerdo comercial de ahora al final
de año y el yuan comienza a devaluar ese 10 a 15 por ciento adicional que le falta para
compensar el aumento de los aranceles de Estados Unidos.

Sin embargo, si la guerra comercial tiene un final feliz o la FED hace nuevos movimientos
de tasas de interés, nadie espera una caída fuerte del dólar. Por esto, las proyecciones
siguen apuntando al alza.

Tradicionalmente, la tasa de cambio cae en el primer semestre por las monetizaciones de


los grandes contribuyentes para el pago de sus impuestos y por el pago de dividendos. Con
esto, lo que para el mercadoera un techo de 3.300 pesos por dólar, se ha vuelto un piso y
la divisa se mueve en un rango cada vez más alto. En otras palabras, han subido los pisos y
los techos del dólar.
Un dólar en los niveles máximos que alcanzó esta semana no le sirve a nadie. En teoría, la
tasa de cambio alta favorece a los exportadores, pero en un ambiente de
desaceleración mundial y con una caída de la demanda internacional, eso no es tan
seguro.

Para el presidente de Analdex, Javier Díaz, “tenemos una tasa de cambio mucho más alta
que en el pasado, pero un escenario internacional más complicado, con retos en la demanda
y la logística”. Por eso no hay que cantar victoria. Por el contrario, podría encarecer las
importaciones de bienes de capital y el costo de la deuda tanto para personas, como para las
empresas y el gobierno.

Un aumento de la tasa de cambio también significa que a un extranjero le sale más barato
visitar el país –favorecería el turismo–, pero para los colombianos se vuelve mucho más
costoso viajar al exterior. Un aumento de la tasa de cambio hace relativamente más pobre a
todo el país frente al resto del mundo, pues el PIB medido en dólares resulta más bajo.

Pero el principal costo de la devaluación se verá en la inflación y el consumo, y podría


tener consecuencias en el ya débil crecimiento de la economía. El aumento del dólar
encarece los bienes transables; es decir, los que vienen del exterior, como televisores,
computadores, ropa y vehículos, pero también los alimentos. Y hoy casi una tercera
parte de la comida que consumen los colombianos viene del extranjero.

La inflación en julio se ubicó en la parte alta del rango meta del Banco de la República ante
el incremento del precio de los alimentos de casi el 6 por ciento en lo corrido del año. El
gerente del banco Emisor, Juan José Echavarría, ha insistido en que pese a la volatilidad de
la tasa de cambio, esta no ha tenido efectos significativos sobre la inflación, y en niveles de
3.200 no hay que preocuparse.

Sin embargo, el dólar se ha estabilizado en nuevos niveles. Para Julián Cárdenas,


analista de Protección, un incremento sostenido de 100 pesos en la tasa de cambio
puede tener un impacto en la inflación de entre 50 y 70 puntos básicos.

Algunos consideran que el buen comportamiento de Colombia frente a sus pares se debía a
que no había tenido un choque inflacionario y la baja inflación era el principal motor del
crecimiento. Pero esto está cambiando. Un incremento de la inflación en los próximos
meses sería un lastre para el consumo y afectaría el crecimiento en 2020.

Los analistas esperan un promedio de crecimiento del 3,11 por ciento este año y del 3,3 en
2020. Es decir, lejos del 3,6 y el 4 por ciento que espera el gobierno para los dos años
siguientes, respectivamente.

Sin duda, el dólar creciente plantea un reto a las autoridades económicas. Si la devaluación
comienza a afectar la inflación, el Emisor podría verse forzado a subir las tasas de interés
antes de lo previsto, con un efecto sobre el crecimiento y un freno a la recuperación de la
economía.
El ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, no la tiene fácil. Por un lado, tendrá que
enviar señales claras en materia fiscal. Por el otro, diseñar un plan de choque efectivo
para reactivar la economía. El país hoy está mejor que el vecindario, pero su economía se
encuentra lejos de su potencial de crecimiento y de una situación óptima para enfrentar un
panorama mundial cada vez más complejo.

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