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REVISTA UNO MISMO

NOTA SOBRE EL ASATRÚ

Por:
Nahuel Sugobono

TITULO:
El regreso de los dioses

COPETE: 310
La antigua mitología germánica no es cosa del pasado: millones de personas en todo el mundo
han revitalizado el neopaganismo, y hoy se dicen herederos del antiguo culto de los vikingos. La
Argentina también cuenta con seguidores de este movimiento, reconocido oficialmente como una
religión en varios países.

CUERPO DE NOTA: 10.600 caracteres


En uno de sus maravillosos cuentos para chicos, Rudyard Kipling se lamentaba del olvido de los
antiguos dioses germánicos. El orgulloso Herrero de los Dioses, que en otros tiempos recibía
voluptuosos sacrificios, se veía obligado a poner herraduras a caballos de tiro a cambio de la
ofrenda de un mísero penique. La pérdida de la fe por parte del pueblo lo había degradado
irremediablemente: de la estirpe de Odín, que daba banquetes en el Valhalla, sólo quedaban
supersticiones y cuentos de vieja.
Sin embargo, exactamente un siglo después de las palabras escritas por Kipling, la historia
muestra otra realidad. Odín, Tor, Freya y los demás dioses de los antiguos vikingos vuelven a
renacer en nuestros tiempos, y no sólo como inspiración de obras fantásticas, como El Señor de
los Anillos. No, hoy la religión germana reclama el sitio de honor que perdió a finales del siglo X
d.C., cuando el cristianismo la relegó a una creencia diabólica.
La sola idea de revivir las creencias paganas escandaliza a la mayoría de los antropólogos,
historiadores y estudiosos de las religiones. Las culturas que dieron origen a estos cultos han
desaparecido hace mucho tiempo, se argumenta, y no puede pensarse en una continuidad que las
haya mantenido vivas. En el mejor de los casos, se trata de una reconstrucción dudosa, a partir de
datos fragmentarios. No es esta la postura de sus actuales seguidores que, con diversas
denominaciones, suman alrededor de un millón en todo el mundo.
Los primeros atisbos de revitalización de las mitologías paganas surgieron durante el
Romanticismo del siglo XIX, en medio de un clima de recuperación de la identidad nacional.
Este interés inicial fue continuado –ya en el siglo XX– por diversos intentos de recrear los cultos
paganos. Así surgió el término “neopaganismo” que, de todas maneras, está lejos de agrupar a un
conjunto uniforme de creencias. La wicca (también llamada “brujería”, aunque sin sus
connotaciones negativas) y el neopaganismo celta (con sus sacerdotes druidas y su centro
espiritual en Stonehenge) son los movimientos que han alcanzado mayor difusión, pero también
existen quienes rinden tributo a las mitologías egipcia y griega, entre otros. Y, por último, está el
neopaganismo germánico, al que se da varios nombres, si bien el más común es el de ásatrú.
La fe en los Ases
Menos célebre que la griega, la mitología germánica encontró su último refugio en Islandia,
cuando el resto de los países escandinavos (Suecia, Noruega y Dinamarca) y el territorio que hoy
es Alemania, ya habían sido cristianizados. La Edda en prosa y la Edda antigua –las obras
principales gracias a las cuales se conoce la mitología germánica– fueron escritas en Islandia.
Allí, justamente, se dio el resurgimiento de este culto, gracias a los esfuerzos de Sveinbjörn
Beinteinsson, quien fundó la religión ásatrú (“fe en los Ases”, los principales dioses del panteón
germánico) hacia 1972. Al año siguiente logró que se la reconociera oficialmente como una
religión, lo cual dio un gran empuje al nuevo-viejo culto. Aunque Beinteinsson murió en 1993
(sin haber salido jamás de su isla), su legado sigue vivo: el ásatrú también fue reconocido por los
gobiernos de Noruega (1996) y Dinamarca (2003).
Como otros cultos neopaganos, el ásatrú pone gran énfasis en la comunión con la naturaleza y los
distintos ciclos del año. Por eso sus principales festividades son las que marcan los solsticios y
equinoccios. Este es un rasgo que el neopaganismo comparte con la religiosidad indígena de
América, algo que no debe sorprender, dado que ambas son –en su origen– chamánicas: el ser
humano es concebido como parte integral de la naturaleza, y se vincula personalmente con el
ámbito celeste, lo cual se logra de manera especial a través de un chamán o sacerdote.
Otro aspecto, que quizás pueda sorprender a los forasteros a este culto, es que se cree de manera
literal en los dioses. Una seguidora del ásatrú en la Argentina, que adoptó el nombre de Fire
Valkyrja (“valquiria de fuego”), lo admite sin tapujos: “creemos literalmente que los dioses
existen (algo que no es exclusivo del ásatrú, sino de todo el neopaganismo); creemos que son
entidades independientes y personales. Somos absolutamente politeístas y animistas, sin
vergüenza. Creo en los espíritus de los árboles, de los bosques, de las aguas…”.
Por otra parte, los neopaganos son respetuosos de otras denominaciones y creencias religiosas
(algo que, por regla general, no ocurre a la inversa). Para Fire Valkyrja “cada búsqueda es válida.
Ásatrú no es el único camino, el neopaganismo respeta a todas las religiones. Todos los caminos
son una expresión de la espiritualidad y la existencia de una cosa no invalida la otra. Creemos en
la coexistencia, no en la anulación… No dudo de que exista un dios cristiano, o judío, o Alá,
pero, a la vez coexisten dioses de otras tradiciones. Es como un mosaico, una “paleta de dioses”,
y uno elige a quién dirigirse”.
Pero, si todas las religiones son válidas, ¿qué lleva a preferir una en vez de otra? Esta pregunta
presenta algunas aristas inquietantes, ya que algunos grupos neopaganos han encontrado allí la
excusa para postular una exaltación racial que, inevitablemente, se vincula con grupos neonazis.
Según esta perspectiva, el ásatrú es sólo para los escandinavos o sus descendientes. Lo cierto es
que, si bien el neopaganismo surgió dentro de los países nórdicos (o sajones, en el caso del
revitalismo celta) como una revalorización de los valores culturales propios, la gran mayoría de
las organizaciones neopaganas no rechaza la adopción del culto por parte de individuos de
cualquier nacionalidad. Ocurre que esto iría en contra de uno de los principales pilares de esta
neorreligión: la hermandad entre todos los seres humanos.

Las nobles virtudes


Cabe mencionar, dentro de este contexto, lo que se denomina “las nueve nobles virtudes”. Ellas
son: coraje ,verdad, honor, fidelidad, laboriosidad, hospitalidad, disciplina, confianza en sí
mismo, perseverancia. Es importante evitar comparar esta lista con los diez mandamientos
judeocristianos, que tienen otra aplicación, claramente preceptiva. En cambio, es más
enriquecedor contrastarlas con las tres virtudes cardinales del catolicismo (fe, esperanza, caridad)
o las cuatro virtudes teologales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza). En primer lugar,
puede observarse la importancia que los antiguos germanos le daban al individuo: los dioses
podían ser propicios, pero el hombre era hijo de sus acciones. De ahí la importancia de la
confianza en sí mismo y el honor. Por otra parte, en un mundo esencialmente guerrero, el coraje o
valor no podía ser más que la virtud por excelencia. Morir fuera del campo de batalla era una
deshonra; quienes fallecían por enfermedad o accidentalmente no podían renacer en el Valhalla,
el “salón de los caídos” de Odín, donde los guerreros se enzarzaban en luchas interminables
desde el amanecer, para después regalarse con un banquete con hidromiel a manos llenas y un
jabalí inagotable. Ciertamente, se trata de un paraíso muy diferente del que concibe el
catolicismo. Más “intelectual” que “existencial”, si se puede decir, prefiere exaltar la fe, la
caridad y la prudencia. Controversias aparte, los neopaganos han sabido adaptarse a la moral que
exige la sociedad moderna, y reinterpretan el coraje como el valor para enfrentar las
adversidades, por ejemplo.
Otra particularidad que contrasta con el cristianismo (y que, nuevamente, remite a un cierto
individualismo) es la libertad en la manera de encarar la religiosidad. Si bien existen asociaciones
y hermandades que regulan los lineamientos generales del culto, hay un amplio nivel de
flexibilidad que permite a cada individuo expresar su fe de la manera que considere más
adecuada. Aquellos que no están afiliados a una “iglesia” en particular se denominan “solitarios”.
Esta variante se da, comprensiblemente, sobre todo fuera de los países escandinavos (como la
Argentina), en donde no hay un volumen de fieles demasiado significativo. En esta modalidad lo
común es que el “solitario” tenga un altar en su casa, haga sus oraciones o pedidos a los dioses y
lo acompañe con alguna libación, o prendiendo algunas velas o sahumerios, pero lo ideal es
participar en alguna celebración comunitaria.

Exaltación de la mujer
En el imaginario colectivo aparece la idea de un vikingo estereotipado, grosero, medio borracho y
peleador, siempre dispuesto a violar a las mujeres indefensas que encuentra en su camino. Es
verdad que las metáforas que nos ha dejado la poesía nórdica (en donde a la mujer se la llama
“adorno del banco”) no ayudan del todo a contrarrestar esta imagen, pero la realidad es que la
mujer ocupa un lugar de gran importancia en la antigua mitología germánica. Odín es el “padre
de los dioses” y, como tal, a él le pertenece la mitad de los guerreros que caen en las batallas.
Pero la otra mitad es para Freya. Y les corresponde a las bellas valquirias elegir quiénes van a
morir en el campo de batalla y luego llevarlos al Valhalla. No se aplica precisamente a ellas el
epíteto de “sexo débil”. Por otra parte, Odín es capaz de hacer las cosas a su capricho, y es
conocido su carácter irascible y cambiante, pero esto no obsta para que le pida consejo a su
esposa, Frigg, al momento de planear una visita a un gigante. Así comienza un antiguo poema:
“Aconséjame, Frigg, pues tentado estoy de llegarme a ver a Vaftrúdnir”. A pesar de no seguir la
sugerencia de Frigg de quedarse, ésta lo despide cariñosamente: “¡Venturosa la ida! ¡Venturosa la
vuelta! ¡Venturosa tu marcha sea!”.
Odín posee un trono desde el cual ve el universo. Sin embargo, un poema de la Edda poética
incluye a Frigg: “Odín y Frigg estaban en el trono Hlidskialf y veían todos los mundos”. En la
Edda en prosa, por su parte, se dice: “los dioses divinos son doce en número”. Pero
inmediatamente se agrega: “las diosas no son menos sagradas y no menos poderosas”. El
neopaganismo heredó esta devoción por la mujer, que encuentra su máxima expresión en el lugar
privilegiado que ocupa “la Diosa” en la wicca. Ecos de esta exaltación de lo femenino (aunque
simplificados y hasta malinterpretados) pueden encontrarse en la novela El código Da Vinci.
Los neopaganos, como los antiguos germánicos, creen que el fin del mundo llegará mediante un
cataclismo universal, el Ragnarök, que acabará tanto con la humanidad como con los dioses,
aunque posteriormente la Tierra volverá a surgir del océano, y se poblará nuevamente de hombres
y dioses. No podemos saber si ese tiempo está cerca o lejos, pero hoy, al menos, los dioses
germánicos están más vivos que nunca.

RECUADRO 1: 1.270
Tor, el fuerte; Odín, el rey
Odín es, sin dudas, el padre de los dioses, pero Tor es el más fuerte, el defensor tanto del Midgard
(la tierra de los hombres) como del Asgard (la tierra de los Ases, los dioses). Con su martillo
invencible, el Mjollnir (que vuelve a su mano después de lanzarlo), destruye a los gigantes,
amenaza constante para hombres y dioses. Su manifestación visible es el rayo y, a diferencia de
Odín (cuyo estado de ánimo es mudable), siempre es considerado un dios favorable a los
hombres. Mientras que Odín es astuto, ingenioso y, en ocasiones, falaz, Tor es directo y franco,
aunque esto, en ocasiones, lo haga aparecer como menos refinado e inteligente. Los estudiosos de
las religiones consideran que la oposición Tor-Odín muestra que Odín es una divinidad de la
aristocracia, mientras que Tor lo es del pueblo llano. Esto lo confirma la distribución de los
muertos en combate: mientras que Freya y Odín se reparten los guerreros, a Tor le tocan en suerte
los siervos. En tiempos en que la aristocracia es una especie en extinción, los neopaganos suelen
inclinarse por el dios del martillo, lo que no obsta para que exista una corriente “odinista”, atraída
por la profunda sabiduría y el poder de Odín. Al fin y al cabo, uno de sus nombres el Allföd, “el
padre de todo”.

RECUADRO 2: 1.050
Pequeño glosario neopagano
Ases: la principal familia de los dioses germánicos, a los que pertenecen Odín, Tor, Frigg, Bálder,
Tyr y Heimdal.
Blót: el sacrificio a los dioses. En el pasado se mataban animales y, aunque en algunos lugares
esto se sigue haciendo, hoy el sacrificio es mayormente simbólico.
Forn Sidr: “viejas costumbres”. Variante del neopaganismo germánico.
Odinismo: variante del neopaganismo germánico que reverencia de manera especial a Odín.
Runas: signos de escritura de los antiguos germanos. Se “trazan runas” para hacer un pedido
particular y para encontrar algún consejo (de manera similar a la consulta del I Ching). También
sirven para realizar hechizos y adivinación, aunque los datos que aparecen en los textos son
escasos.
Seid: la magia de los antiguos germánicos, emulada por sus seguidores actuales. En su origen es
una actividad esencialmente femenina.
Sumbel: brindis ritual a los dioses y seres de la tierra.
Vanes: la segunda familia de dioses germánicos, entre los que se cuentan Niord, Freyr y Freya.
Son dioses del mar, de la fertilidad y de la prosperidad.

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