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Asignatura: Historia y Ciencias Sociales

Profesor: Cristián Pino Molina


Nivel: 1º Medio

LA VALIDEZ DE UN CASTIGO DEFINITIVO

(Alejandra Bastidas Palomera, La Pena de Muerte en Chile, 2001)


Objetivo de Aprendizaje: Evalúan y reflexionan en torno a la Pena de Muerte, conociendo las posiciones a favor
y en contra de este castigo.

Como ya se ha apreciado, la pena de muerte tiene la razón de aparecer como un castigo coercitivo en su
naturaleza intrínseca. Pero la polaridad que ella despierta en el mundo moderno, con una valorización de las ideas
protectoras de los derechos humanos la hace aparecer en tela de juicio. A partir de la nueva realidad de Chile, con un
cuerpo legal que extinguió este castigo para ilícitos comunes y con un caso como el de Alto Hospicio en la palestra, es
necesario plantear las distintas posiciones que se arguyen para decir “sí” o “no”. Es importante indicar que tanto
quienes apoyan como quienes rechazan la pena de muerte, sustentan razones de tipo filosófica, religiosa o de
conocimiento humano para defender su posición, por lo que es imprescindible explicar y contraponer las ideas de unos y
otros.

1. Por qué no
La civilización hoy avanza en una época en que ya no existe un soberano o un rey absoluto que puede tomar
nuestras vidas y disponer de ellas para el mejor funcionamiento de la sociedad y su seguridad.
Para el filósofo cristiano San Agustín, la vida humana es un regalo de Dios. “Si Dios otorga la vida, él es el
único facultado para quitarla, y esta atribución no es posible de delegar a ningún hombre, cualquiera fuese la razón.”
El italiano Cessare de Bonessana, Marqués de Beccaria, en su revolucionario texto “Disertación sobre los
delitos y las penas”, que marca un hito dentro del derecho penal clásico, consideró tres aspectos por los cuales, desde
su punto de vista, no es útil la pena capital: es injusta, innecesaria y resulta contraproducente. Injusta, porque la
sociedad en lo que Rousseau definió en el Contrato Social, el fundamento filosófico de este órgano social es que los
individuos al establecer este “convenio” ceden parte de sus derechos, pero en caso alguno han entregado su derecho a
vivir, por lo que malamente podría quitarla. Innecesaria, porque al carecer la sociedad del derecho antes mencionado,
éste sólo podría justificarse en alguna instancia de turbación social grave, o cuando la estabilidad de una sociedad
estuviera en real peligro, o cuando haya una pérdida de la libertad o una lucha por intentar obtenerla. Como la
existencia de una estructura penal no es un signo de esa inestabilidad social, no existe una temor por parte de los
delincuentes a sufrir un castigo de gran rigurosidad como sería el último suplicio; entonces el presidio perpetuo
aparece como una forma de castigo continuado que produce más dolor en quien lo recibe. Como tercer y punto final
estima que es contraproducente pues el acto de la muerte de un criminal es un espectáculo de crueldad que endurece el
alma e indigna, pues se castiga el asesinato y esto se comete sin repugnancia y sin pasión.
Los derechos del hombre en ningún caso entregan al Estado en que vive la posibilidad de quitar la vida de
algún miembro de la sociedad. Es así como el derecho a la vida está consagrado en la Constitución Política de la
República de Chile, en la Convención Americana sobre Derechos Humanos y en el Pacto internacional de Derechos
Civiles y Políticos.
La pena capital no permite la rehabilitación del condenado, así como tampoco incide en la intimidación de
potenciales delincuentes, fundamentos de toda sanción penal. Este último aspecto se puede reafirmar con estudios que
indican que los índices de criminalidad en los países o estados que tienen pena de muerte no disminuyen sino que
muchas veces aumentan.
La posibilidad de la rehabilitación de un condenado es real. El ejemplo más claro es la historia del hombre
que asesinó a una mujer y sus cinco hijos en los alrededores de Chillán, conocido como “el Chacal de Nahueltoro”. Si
bien al principio causaba terror y odio en la población, posteriormente se alzaron voces pidiendo que no se le
ejecutara, pues, de acuerdo a los testimonios de la época, al momento del crimen era un hombre analfabeto y poco
juicioso y que en la cárcel aprendió a ser un hombre mejor, lo que justificaría la no aplicación de este castigo.
La Ley del Talión (ojo por ojo, diente por diente) es una representación de la barbarie y de la poca
civilización de una sociedad.
El hombre le tiene más miedo al sufrimiento que a la muerte, por ello hay suicidas, por lo tanto no tiene
efecto intimidatorio dentro de un potencial delincuente.
La pena capital es una declaración de la sociedad contra sí mismo, un acto de autoflagelación por su
incapacidad de detener una mal actuación a tiempo.
El Estado debe negarse a reproducir en el reo la misma barbarie y crueldad que se le imputa; si lo hace, cae
dentro del mismo juego que el antisocial. La violencia genera más violencia.
Al morir un delincuente, no sólo se liquida a una persona, sino que también a sus familias, pues se convierten
en víctimas de una historia con la que deben cargar por el resto de sus días.
Siempre debe considerarse la posibilidad de que se produzca un error judicial en el proceso, lo que de
confirmarse, hace de la pena de muerte un castigo irremediable. En Estados Unidos, por ejemplo, alrededor de 5
personas se han salvado en el “Corredor de la Muerte” ya que se comprobó que eran inocentes o no habían tenido un
proceso justo.

2. Por que sí
Para la cultura judeocristiana, la frase “No Matarás” o “No asesinarás” para los judíos, representa un mandato
de Dios. De acuerdo a la historia santa, la ley que se le entregó a Moisés fue un primer planteamiento de lo que un
buen ciudadano debía tener como conducta. Aquí queda claro que matar, asesinar, quitar la vida de una persona es
malo, por lo que su consecuencia lógica es la aplicación de un castigo proporcional a la falta cometida.
Desde un punto de vista filosófico cristiano, y continuando con el espíritu del Antiguo Testamento, Santo
Tomás de Aquino aseveró la importancia de establecer una situación de equilibrio entre los males que se hacía n y las
penas recibidas. Si los hombres sobrepasan las leyes de Dios, deben recibir el castigo de acuerdo a las leyes de los
hombres, lo que se condice con el espíritu que desde un principio ha tenido la pena de muerte al castigar graves
ilícitos contra las personas y/o contra la propiedad, fuera cual fuera la sociedad en que se insertaba.
Los musulmanes establecen que cualquier delito contra la voluntad de una persona como violación, o el
homicidio reciben el castigo de la pena de muerte, porque “atentar contra el hombre y su voluntad es atentar contra
Alá”.
Contrario a lo establecido por Beccaría, el Estado puede disponer, y en el hecho lo dispone, de la vida de sus
miembros cuando la defensa de los intereses sociales así lo exigen, tanto respecto de sus enemigos, como de aquellos
que atentan contra la vida de sus gobernados. Jean Jacques Rousseau indicó en su doctrina del pacto social que “El fin
del Contrato Social es la conservación de los contratantes..... El que quiere conservar su vida a costa de los demás, debe
también darla por ellos cuando convenga”. Y si quedan dudas, sólo hay que pensar que en la presencia de una guerra o
un peligro de conflicto para un país, los hombres son llamados a la defensa de la soberanía de su nación, so peligro de
perder la vida en ello, por defender la de sus conciudadanos. Por lo tanto, si una persona se convierte en peligro para el
Estado, éste tendrá el deber moral de proteger al resto de la sociedad de este miembro riesgoso y a través de los
Tribunales de Justicia imponer los castigos que se consideren necesarios.
El hombre en su libre albedrío elige su conducta. Cuando esta conducta se transforma en un elemento de
peligrosidad demuestra que no tiene interés en la colectividad y esa colectividad no tiene porqué mantenerlo. “El árbol
que no da frutos debe echarse al fuego”.
La realidad muestra que la absoluta inviolabilidad de la vida humana es una quimera, pues por ejemplo existe
el aborto, y que ésta puede ser sacrificada en pro del bien común de una sociedad. La protección de la sociedad de
elementos que amenacen su seguridad y estabilidad debe considerar todas las opciones, lo que implicaría que una
persona que causa un mal y no se arrepiente de ello, merece un grave castigo.
Dentro del espíritu de las leyes, las penas tienen un espíritu coercitivo, o sea, persiguen el castigo del
delincuente. En ningún caso pretende la rehabilitación, elemento que se agrega como parte de políticas carcelarias
modernas, pero no dentro del origen del cuerpo legal, lo que echa por tierra la justificación de que la pena de muerte
no es rehabilitadora, porque no lo es ni lo ha sido nunca en su concepción.
Resulta necesario establecer marcos de castigos excepcionales para hechos de extrema gravedad. La pena de
muerte aparece como el máximo castigo para situaciones que traspasan el límite de lo condenable.
Negar a la Justicia de este derecho, implica dar carta blanca a la comisión de delitos atroces que sólo pueden y
deben ser expiados por la muerte.
El derecho de la vida es inherente a la persona pero no es absoluto, puesto se le puede privar de este derecho
cuando los interese de la nación o de la sociedad toda lo hacen necesario.
La expresión “Nadie puede ser privado de la vida arbitrariamente” establece que sí se puede privar del
Derecho de vida a un individuo en los casos y forma que cada ordenamiento jurídico señale. Si la pena de muerte está
consignada en un ordenamiento jurídico es para hacer justicia, no para considerarse buena o mala.
La existencia de la “Legítima defensa” es un reflejo de que para el Estado el derecho de la vida tiene ciertas
limitantes con el objeto de proteger otros derechos considerados más preponderantes. Por lo tanto, si un particular
puede llegar a privar la vida de otra persona, obrando en defensa de su integridad, con el correspondiente
cumplimiento de ciertos requisitos, con mayor razón el Estado puede llegar eventualmente a privar la vida de un
individuo, por velar por el bien común de la sociedad.
En el Derecho, la proporcionalidad de la pena es un aspecto que no se puede obviar. Debe siempre
considerarse que ella tiene una finalidad retributiva, por lo que cuando se ha cometido un delito, el individuo se hace
acreedor a una pena equivalente al daño que ha ocasionado.
A partir de lo anterior, si un crimen no es sancionado con una pena proporcional a su gravedad, nace en el
sentir popular la convicción de que “no se hace justicia”, generando como resultado un aumento de la inseguridad de
los individuos, víctimas en potencia, y generando una mayor seguridad en el obrar de los delincuentes. A la larga, esta
blandura de la justicia crea vacíos entre la efectividad de las penas y los delitos que se cometen, por lo que puede
derivar en grupos de autodefensa en desmedro de las instancias de protección social existentes y validadas por la
Justicia.
La pena de muerte no es un hecho ilegítimo en sí, sino que la única y necesaria consecuencia de ciertos
crímenes que conmueven hasta los cimientos de la existencia social, por ejemplo secuestro, violación y homicidio de
menores, delitos desgraciadamente bastante comunes dentro de nuestra sociedad.
Finalmente, la pena de muerte y en general la Justicia, cumple con el lícito deseo íntimo de la venganza que
todo hombre genera cuando se le atenta contra un ser a quien ama como podrían ser un padre una madre, hijo, esposo,
etcétera. En casos extremas, es un imperativo de la conciencia.

CONCLUSIONES

La derogación de la pena de muerte ya es un hecho en nuestro país. Pero ello no impide no efectuar una
revisión de ésta, y plantear una posición ante el hecho que se ha consumado jurídicamente. Al revisar la historia de
este castigo, tanto en Chile como en el resto del mundo, queda la sensación de que el hombre la ha justificado más por
el deseo de justicia que el de venganza, aunque haya quienes no lo hayan considerado así al momento de aplicarla.
La pena de muerte en Chile, desde la entrada en vigencia del Código Penal en 1875, llevó oficialmente, a
cincuenta y siete personas, todos varones, a morir en el paredón. La ley que eliminó la máxima pena de la legislación
nacional, y que la sustituye con un presidio perpetuo calificado en caso de delitos comunes, recibió apoyo de sectores
nacionales y también internacionales. Desde este último plano, el respaldo vino especialmente de las organizaciones de
derechos humanos y del Vaticano, quienes a modo de celebración proyectaron una mano con el pulgar hacia arriba en
el Coliseo Romano. Otros hablaron de que la medida ponía a Chile en un sitial de “país desarrollado” frente a los ojos
del mundo y otros, que nunca estuvieron de acuerdo con este castigo por motivos valóricos, religiosos o culturales,
también aplaudieron esta trascendental decisión.
Quienes quedaron disconformes plantearon sus reparos, los cuales si se proyectaran al futuro, podrían dar
indicios de problemas, por tres elementos fundamentales. Primero; la deficiente capacidad de la infraestructura
penitenciaria, que apenas contiene a la población penal, generando condiciones de hacinamiento. Segundo: la poca y
casi nula preparación de los centros penales como instancias rehabilitadoras para el condenado. Estos sitios se
convierten por el contrario, en “la Escuela del Delito”, de donde la mayoría de los reclusos “capacitado” para delinquir
más en ilícitos más graves. Aunque ya se planteen iniciativas de construir más presidios, esta vez a cargo de privados,
habrá que esperar un buen tiempo para ver los resultados de este proceso.

1. El delito y la Muerte

Otra arista importante es la que se vincula con los delitos que anteriormente se sancionaban con la pena
capital. Claramente, se observa una evolución tanto entre los delitos que se cometen como entre las víctimas de los
mismos. Si antes un robo con homicidio para el delincuente era un sendero sin retorno al paredón, hoy la justicia le
impondrá una pena abultada en años tras las rejas. Actualmente, y por desgracia, el problema es diferente y de una
gravedad mayor: los menores de edad se han convertido en los elegidos por maleantes de más edad para cometer
delitos. Lentamente, la legislación ha tratado de ponerse a la altura de las circunstancias, pero sin muchos resultados
efectivos.
Esta triste realidad se ha convertido en uno de los aspectos que golpea moral y emocionalmente con mayor
fuerza a la sociedad y de las cuales más cuesta reponerse.
En los últimos años, los casos de violencia sexual y asesinato, cuyas víctimas han sido especialmente menores
de edad, han llevado a los Tribunales de Justicia a dictar este máximo castigo para los culpables. Sin embargo, la
lentitud de los procesos judiciales, el uso de distintos resquicios legales o el indulto presidencial, han salvado a varios
acusados de enfrentar a los fusileros, como en el caso del violador y asesino del niño Víctor Zamorano, Cupertino
Andaur, en 1996.
Se plantea entonces la gran e ineludible pregunta: ¿La derogación de la pena de muerte implicará el ingreso a
un camino sin retorno para el sistema judicial penal? Luego de este trabajo de investigación, la respuesta a esa
pregunta indica ser afirmativa. La argumentación de lo anterior está en la “Convención Americana sobre Derechos
Humanos”, también conocida como el “Pacto de San José de Costa Rica”, suscrito por Chile y que es ley desde el
cinco de enero de 1991. Por la adhesión a éste, nuestro país no podría volver a aplicar este castigo, pues indica que “no
se restablecerá la pena de muerte en los Estados que la han abolido”. La ley chilena aparece entonces
institucionalizada por una preocupación por los derechos humanos y no por su realidad social y delictual. Cabe
preguntarse qué ocurriría si en diez o veinte años más, por circunstancias diversas, se requiriera nuevamente de la
utilización de esta pena y simplemente no se pudiera legislar al respecto por las limitantes que estableció el Pacto al
suscribirse.
Queda entonces una inquietante duda: con el paso del tiempo, al parecer, la sociedad chilena ha perdido la
capacidad de asombro frente a delitos deleznables que la conmueven hasta lo más hondo de su ser. Baste sólo recordar
el horrible desenlace de la búsqueda de las jóvenes de Alto Hospicio, en Iquique. Asimismo, Chile quedó a merced de
que se cometa un magnicidio y que el hechor no reciba una sanción de peso proporcional al daño causado, porque a
nuestro actual Poder Ejecutivo no le interesa institucionalizar la muerte. Es cierto que, producto de las grandes guerras
del siglo XX, nació un profundo afán de protección de los derechos del hombre. Este deseo aumentó con la presencia
de gobiernos militares en Latinoamérica y la Guerra Fría, pero ¿es eso una justificación real para desconocer la
realidad social y, especialmente delictual, que afecta a la nación?.
Actividad:

A partir de la lectura del extracto de la tesis La Pena de Muerte en Chile de la autora Alejandra Bastidas Palomera,
reflexione y argumente (incluyendo opiniones propias) si está de acuerdo o no con la Pena de Muerte.

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