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Omar Velásquez
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© Omar Velásquez, 2010
Todos los derechos reservados
ISBN: 978-0-557-55161-3
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Dedicado a mis tres grandes tesoros,
Verónica, Adair y Tahany.
Por la libertad de sus ideas.
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~4~
Un especial agradecimiento a
Alba, Aroldo y Jeffree.
Por su apoyo, sapiencia
y principalmente por cada
charla que sostuvimos.
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I
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como para demostrar el poderío del ser humano. Al entrar al
recinto, lo primero que se apreciaba era una sala con un
juego de sillones que invitaban a tomar una siesta. A la
derecha un inmenso escritorio que hacia padecer de
inferioridad a cualquiera que se atreviera a acercase a él. La
oficina en general lucía tonos entre café y beige. Todo
colocado con gusto impecable. Estaba adornada con un
estilo que todos se empeñan en pregonar como minimalista,
aunque casi nadie tenga muy claro lo que eso significa.
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Regresó a su lugar temblando. Cualquiera diría que le
habían gritado muy fuerte, pero eso nunca le pasó, por lo
menos no en la oficina, donde nadie parecía saber algo de
su vida personal. Sentía como si no conociera a la persona
con la que recién había conversado.
― 59 años, 59 años…
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Mientras tanto, realizaba un inventario de metas, deseando
que a lo largo de su vida, se hubiera impuesto muchas más.
Las que encontraba no le satisfacían, ya por parecerle poca
cosa, o porque no había podido alcanzarlas. Muy pocas
pasaban la prueba.
― 59 años, 59 años…
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pudiese dar paso sin pensar en ella y maldecirla porque
estorba su normal caminar. Le incomodaba y le dolía, pero si
hubiese sido una piedra, de estar en el lugar correcto, la
solución era sencilla. En esta ocasión no sabía qué hacer. El
pequeño monólogo tenía la mente de Javier prisionera. La
idea sonaba cada vez más fuerte en su cabeza y crecía a
pasos agigantados.
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Ambos rieron.
― No te entiendo.
― ¿Señor?
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II
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de esas operaciones y en ocasiones se le olvidaba que ella
era solo la asistente. Ese día, a pesar de la preocupación por
su jefe, a quien después de tantos años algo de afecto le
guardaba, sabía dentro de ella que lo que en realidad le
preocupaba, era que él dejase el trabajo y verse en la
necesidad de adaptarse a un nuevo jefe, o en el peor de los
casos, que la despidieran para traer a alguien más joven y
económica, porque es lógico pensaba, “mejor imagen y más
ahorro”. La idea la aterraba.
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― Bien mami, fíjate que la maestra llevó unos aparatos con
los que…
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bolsa en la silla junto a la cama. Se quitó zapatos, blusa,
falda y medias en ese orden. Luego en ropa interior se paró
frente a un gran espejo que le permitía verse por completo.
Contemplaba su cuerpo, que aún tenía formas capaces de
atraer a muchos hombres, pero que ella era incapaz de
percibir.
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III
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Javier hace mucho que había pasado por todo esto. De
entonces para acá la rutina se había convertido en su más
fiel compañero.
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Ya el color del paisaje se había retirado a dormir cuando
llegó a su apartamento, uno de esos a los que llaman de
soltero, pero que en realidad son más para divorciados.
Durante el día pensó que al llegar a casa bebería hasta
perder el conocimiento, pero cambió de planes. Como todos
los días, lo que hizo fue dirigirse al bar y servirse su
infaltable vaso de whisky, porque hacía tiempo que un
médico le había prohibido el Ron. Encendió el televisor y se
recostó en el sofá. Era preso de una necesidad de ruido en
el apartamento.
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IV
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En esta ocasión, mientras manejaba su automóvil a casa, no
podía quitarse de la mente la imagen de Javier, quien
parecía destrozado. “Si alguien lo hubiera visto por primera
vez, juraría que era una de esas vidas, que una vez
descuidada, se convierte en un excelente receptáculo de
desgracias e injusticias”, pensaba. ¿Qué puede ser tan
grave que haga cambiar tanto a una persona en tan poco
tiempo? Era la pregunta que no le dejaba tranquilo y
Rodrigo es de esas personas que no pueden evitar buscar
respuesta a todo. Recorría las calles y avenidas creando
hipótesis, imaginando escenarios, adivinando intenciones.
Llegó a pensar incluso, que se pudiese tratar de algún tipo
de broma, pero era la menos factible de sus soluciones. Le
conocía y sabía que Javier no era de las personas que
invertiría tiempo en esa clase de cosas.
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La conversación era la de siempre:
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V
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***
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metas y sus grandes planes para el futuro. Entonces su vida
se convirtió en una más del montón. Aceptó lo que todos
comentaban, que ya tenía un destino y que el mismo no
prometía cosas buenas. Le convencieron de que la vida no
es para amargarse al ir tras los sueños, que se puede vivir
con tranquilidad sin afanarse, que al final uno no se lleva
nada de este mundo, que la vida es hoy y no mañana, y que
mientras tuviera para comer y un techo bajo el cual dormir,
debería dar gracias a la vida, porque tenía mucho más que
otros pobres desgraciados que habían tenido mala suerte.
***
***
***
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VI
― ¿Tienes problemas?
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― Sigo sin entender.
El discurso continuó:
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queda tiempo, ni mucho menos carácter, para enmendar las
cosas que he hecho, o por lo menos cambiarlas un poco.
» Las pocas cosas buenas que pude haber hecho, están muy
por debajo de la suma de las malas.
Continuó:
La charla llevó más tiempo del que había previsto Javier, por
lo que dio por terminado el desayuno, invitando a Rodrigo a
que meditara en sus palabras y a que se volvieran a juntar
luego del fin de semana. Entonces él le contaría intimidades
que no había podido compartir con nadie. Éste aceptó sin
objetar nada y agradeció el tiempo y las palabras, sin saber
bien lo que tenía que agradecer.
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Hasta antes del desayuno, Rodrigo estaba seguro de que
lograría saciar su curiosidad, ya porque su jefe le contara lo
que le pasaba, o porque él usara su astucia para sacárselo
sin que éste pudiera oponer resistencia. Pero lejos de lo que
suponía, ahora se sentía más intranquilo y confundido. Tomó
su teléfono e hizo una llamada.
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VII
Oscurecía.
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Esta ocasión no fue distinta. La noche transcurrió entre
malos chistes, risas fingidas, música, copas de vino y vasos
de whisky en las rocas. Jimena tomó tequila puro.
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VIII
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A dos cuadras del edificio en donde trabajaba, justo en la
esquina, se juntaría con su amante. Siempre, a excepción de
alguna vez que alguien se despedía de más, robándole
valioso tiempo en la oficina, llegaba antes que ella al lugar
de encuentro. En esta ocasión esperó un poco más de cinco
minutos y entonces ella subió al vehículo.
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Luego de unas pocas horas, salían del lugar. Rodrigo
siempre la invitaba a cenar, a lo que ella nunca accedía.
Entonces empezaban el largo camino de regreso hacia el
punto donde le dejaba siempre, a unas cuadras de donde
ella vivía.
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pensaba en lo que estaría haciendo Jimena, imaginando
escenarios nada agradables, la mayoría de sus ideas iban en
dirección de Cintia y su distinta y extraña forma de ser, que
tanto admiraba.
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IX
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La interpretación de la obra incluía complacer a las niñas y
entre la pareja de esposos, no dejar de sonreír mientras
hablaban de nada, cuando estaban a la vista de alguien.
***
Sentía que las horas del fin de semana se le iban entre las
manos.
***
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― ¡Ya lo sé! ¿O no es lo mismo todos los sábados? ¿Dónde
está Miguel?
***
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X
― Claro.
― Pensé hacerlo por una vez, pero no sabía qué harías sin
material para tu broma de siempre ―contestó Rodrigo.
Ambos rieron.
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Luego de tomar asiento y realizar preguntas del fin de
semana, a las que siempre se contesta con un simple y
nada claro bien, Javier cambió de actitud. A Rodrigo le
pareció que su jefe se preparaba para entrar en una iglesia,
por lo solemne que se mostraba. Se le veía igual que en el
desayuno del viernes anterior.
― De acuerdo, te escucho.
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Javier hizo una pausa. Trataba de recordar el mejor
momento vivido con sus padres, luego continuó:
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toda mi infancia recibí las cosas que tenía que recibir, fui a
los lugares a los que tenía que ir y estoy seguro de que no
me hablaron más de lo que tenían que hablarme.
― Suena duro.
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― Alguna vez habrás escuchado que desde que uno nace,
se adquieren derechos y obligaciones ―continuó el
discurso― y está claro que los derechos de tus hijas son
obligaciones que te pertenecen. Si todo el mundo hiciera su
trabajo dando una buena educación y procurando cuidado y
cariño a sus hijos. Este mundo sería sin lugar a duda un
mejor lugar.
― Gracias Cintia.
― Señor Rodrigo.
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― Gracias Cintia, eres muy amable. ―Ambos sonrieron y
Cintia abandonó la oficina.
― ¿Te lo reclaman?
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influenciada por la mala experiencia de mi infancia y el
miedo a comportarme igual con mis hijos.
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― No, no me des las gracias. Nos faltan unas cuantas horas
de charla, dejemos las conclusiones para después.
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XI
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advertencia de que tenía una redacción neutral y que
carecía de fuentes o referencias. “¿Será acaso que a nadie
le importa mucho la definición de la moral en estos
tiempos?” Pensó.
― Te invito a almorzar.
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― ¿En serio?
― ¿Cuándo?
― Hoy, a la una.
― Pero…
― Es solo un almuerzo.
***
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― Salgamos de aquí ya ―contestó Cintia― estoy muy
nerviosa.
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que pueda ser tu vida, mientras todas las mañanas saludes
a todo mundo con una sonrisa, aunque sea fingida.
― ¿Juntos o separados?
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XII
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en el jardín de la casa de sus padres. Recordó entonces
aquel lugar. Todas las paredes pintadas de blanco,
adornada al frente por un amplio jardín. A la derecha había
algunos árboles que parecían un pequeño bosque, donde
solía inventar cientos de juegos y que formaban una
colorida antesala al acceso que conducía al patio trasero. A
la izquierda estaba el garaje donde podían parquear
fácilmente tres vehículos. Dentro contaban con cinco
habitaciones. Al ser hija única su cuarto era amplio, cómodo,
ordenado y lleno de consentimientos con los que sus
padres, que le querían como a lo que más, la agasajaban.
Casi podía ver los cuadros de paisajes colgados en las
paredes y su colección de peluches que con mucho esmero
cuidaba y ordenaba, para que dieran color a su habitación.
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adolescencia o frustrantes como cuando se puso a
contemplar el vestido de novia que usara el día que se casó
con Rodrigo y al que no procuraba ningún cuidado especial.
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XIII
~ 62 ~
Cuando abandonó el estudio, en lugar de dirigirse a su
habitación como lo hacía regularmente, caminó por los
distintos ambientes de la casa. La luna dirigía una tenue
pero suficiente luz a través de las ventanas, que le permitía
manejarse sin problema por toda la casa sin hacer uso de la
energía eléctrica. Llegó a la sala de visitas y no pudo
soportar la tentación de tomar en sus manos un cuadro que
contenía la foto de una Jimena sonriente y alegre. “Se ve
hermosa” pensó. Se dirigió con ella a la ventana para poder
contemplarla mejor. Rodrigo no podía negar que ella le era
especial, aunque estaba seguro de no quererla y mucho
menos de sentir por ella la pasión, deseo y admiración que
despertaba Cintia en él, pero sentía algo y la simple idea le
descomponía por dentro.
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XIV
Ambos rieron.
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― Simplemente encuentro fascinante escuchar los sonidos
de la tierra. Ver oscuro lo que podría ser un día soleado
cuando nos visita de día, poder mojarse en lugar de recibir
el habitual calor, y cambiar por momentos el ruido de la
ciudad o el silencio de la noche, por la imperante voz del
trueno… No puedo explicarlo.
― Pintoresco escenario.
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― Son libres. Saben de su responsabilidad, porque está
claro que si no cazan no sobreviven, pero pueden darse la
oportunidad de aprovechar esos momentos que la
naturaleza les regala.
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dedicamos a estudiar, que es como trabajar sin paga,
porque va en función del mismo objetivo, nos queda muy
poco para nosotros. ¿Y qué hay del tiempo que necesitamos
para los demás?
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― Está bien, olvídalo. Volviendo al tema, ¿cómo se hace
para vivir en estas ciudades modernas, como lo hacían en
los tiempos de la caza?
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más rápido. El estrés, el no comer en horas adecuadas y la
falta de sueño, hacen estragos en nuestros cuerpos.
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― Hay algo extraño en tus ideas.
― Ya casi son las cinco. Quisiera que por hoy escucharas mis
palabras y te retires temprano a compartir con tu familia.
Ambos rieron.
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XV
― ¿Qué tienes?
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Colgó el teléfono y como queriendo recuperar el tiempo que
había perdido en la llamada, caminó más rápido hacia el
elevador, mientras se limpiaba las lágrimas.
― ¡Sube ya!
***
***
~ 73 ~
Jorge rió sarcásticamente.
― No.
― No.
― ¿Estás asustada?
― No.
― Entonces ¡bajate!
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XVI
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mantener la promesa más que unos pocos meses después
de la despedida.
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XVII
― ¿Cómo te fue?
― Bien… supongo.
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En lugar de hacerle pasar, Javier salió a recibir a su amigo.
Fue hasta que escuchó el ruido de la puerta mientras se
abría, que Rodrigo le soltó la mano.
Ambos rieron.
― ¿Y Bien?
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― Lamento mucho lo que te está pasando con Jimena, no
tenía idea.
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― Claro está que no hay algo que nos sirva para medir la
actitud, pero supongo que se necesitará más de ella para
salir de esas desventajas. Siempre hay una forma Rodrigo.
Todo menos la muerte tiene solución. Lo importante es
levantarse, caer y levantarse de nuevo. No rendirse. Las
cosas que los seres humanos hemos hecho son grandiosas.
Los límites los ponemos nosotros mismos con nuestra falta
de fe en nuestras capacidades. Quizá a algunos nos cueste
más que a otros alcanzar determinada meta, pero con
esmero, entusiasmo y actitud, todos podemos llegar.
― ¿Y la felicidad?
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― Por algo no se habrán separado. Si puedes descubrir por
qué sigues a su lado, encontrarás la forma de solucionar sus
problemas, claro está, siempre que lo hagas con gusto.
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XVIII
Por otro lado, estaba Cintia. Una mujer que admiraba por ser
alguien que luchaba por salir adelante en la vida, sin
importar las dificultades que tuviera que enfrentar. “Ser
madre soltera no ha de ser fácil”, pensaba, aunque en
realidad era la idea que le habían enseñado. Muchas madres
solteras no ven su situación como una carga y muy por el
contrario llevan vidas plenas y felices. En muchas ocasiones
una madre soltera no conoce lo que es ser una madre
casada.
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XIX
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“Quizá es su forma de reclamarme por no contarle lo que
pasó ayer en la noche con Jorge… tiene razón. Él se
preocupó y yo no quise corresponderle correctamente“.
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XX
~ 88 ~
― Lo supuse. Justo antes estuve meditando en como
pareciera que a los mayores nos interesan cosas muy
distintas que a ustedes los jóvenes.
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Leyó una y otra vez la parte que decía: sirven pare regular
el comportamiento de sus miembros.
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No creeré en formulas fáciles de éxito, ni me
compararé con esas grandes hazañas que realizan
otros, para evaluar el camino que yo he recorrido.
Mis metas y mis anhelos son míos y de nadie más.
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XXI
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los maestros de los avances académicos de sus hijos, el
comportamiento que desarrollaban en clase y entregarían
calificaciones, de los exámenes que tomarían la próxima
semana.
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repetirlo. Solo leyó algunas palabras importantes del
mensaje. Al final del correo decía: “Te mando esto, creo que
te interesará” y luego había un enlace que llevó a Jimena a
una página donde habían muchas fotos de todos sus amigos
del colegio, con pequeñas notas salidas de la creatividad de
Sonia. “Se le olvidó” pensó.
Jimena
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Envió el correo y apagó el computador. La presión de
esperar por un correo aún más importante que el anterior
con el aparato encendido, era algo que no estaba dispuesta
a soportar.
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XXII
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Estimado Rodrigo
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de la vida. Porque si uno encuentra la clave de cómo
funcionan las cosas, tu dicha está prácticamente
garantizada y creo, o más bien, estoy convencido, de
que lo podemos lograr, no como idea, sino como una
realidad en ti.
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humanidad. Un legado que haga que generaciones
después, tu nombre sea recordado con admiración.
Adiós Rodrigo
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XXIII
Javier
~ 101 ~
Esperó a que Jimena terminara de acostar a las niñas y
cuando pasó frente al estudio, la llamó.
― ¿Tendrás un minuto?
― Si ¿Qué pasó?
― ¿Nuestro matrimonio?
― No.
― ¿Solo así?
― ¿Me odias?
― ¿Qué opinas de esa frase que dice que del amor al odio
hay un solo paso?
~ 102 ~
Jimena sonrió y eso le hizo sentirse aún más extraña, pues
hacía mucho tiempo que no lo hacía en una charla con él.
~ 103 ~
XXIV
Ella leyó:
~ 104 ~
Se sabía condenada a la infelicidad y auguraba una tristeza
más grande para el día siguiente. La vida le había dotado de
una fuente agobiante de lágrimas, que parecía no tener fin.
~ 105 ~
XXV
― Te vez hermosa.
― No.
~ 107 ~
La tomó de la mano y la llevo consigo. Parecía que corrían,
pero solo caminaban deprisa. No querían desperdiciar ni un
minuto estando cerca de ese ambiente tan familiar a la vida
rutinaria.
~ 108 ~
XXVI
Hola Jimena
Hasta pronto.
***
***
~ 110 ~
XXVII
― ¿Por qué?
~ 111 ~
― No quiero arruinar el momento ―Contestó de forma
improvisada Cintia, sintiéndose culpable de falta de
espontaneidad, pero en realidad no sentía lo mismo.
Más vivos que nunca, más sensibles que nunca, más reales
que siempre. La experiencia de la entrega total. La alegría,
el llanto del descubrimiento propio. El deseo satisfecho. La
pasión recorrida.
~ 112 ~
Comieron en un salón grande e iluminado, que hacía gala de
la multicolor presentación de la comida que servían. Cada
plato era un manjar. Cada chiste risas imparables. Cada
caricia un paseo al cielo. Cada mirada una confesión. Cada
minuto que pasaba, el presagio de un final desagradable.
***
~ 113 ~
― Menos mal que te conozco, sino creería que no quieres
irte conmigo ―replicó Rodrigo.
~ 114 ~
XXVIII
Para las siete y diez, estaba sentada en una orilla del sofá,
por miedo a desacomodar o arrugar su atuendo, con gesto
de preocupación. El nerviosismo de Jimena era más agudo
incluso, que el que sintió el día que se casó, aunque
entonces estaba convencida de que esa era su mejor
~ 115 ~
decisión y que pocos momentos más le regalaría la vida, tan
excitantes como aquella jornada vestida de blanco.
~ 116 ~
Jimena le daba las indicaciones sin poder despegar por
mucho tiempo su mirada de él. Le parecía estar soñando. Se
sentía feliz. Sentía que nada ni nadie le arruinaría esa noche
junto a aquel hombre que alguna vez fue de ella y al que
procuraría no volver a perder.
― ¿Problemas?
~ 117 ~
― ¿Qué no le importa?
― ¿Padece de depresión?
― No tienes que ser igual que yo, cada quien define sus
prioridades y las cosas que le satisfacen. Tienes todo el
derecho de vivir por las cosas importantes para ti, por tu
orden y tu prioridad.
~ 119 ~
sentirse incomoda, el plan que tenía para esa noche, no iba
como lo tenía pensado.
~ 120 ~
― Sí, fueron de los mejores, pero no los únicos. No imagino
la vida de alguna persona con tan solo un recuerdo bueno.
Pero, en todo caso ¿No piensas en las consecuencias de algo
así?
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Marco no tomó la ruta directa hacia el hogar de Jimena, para
ganar algo de tiempo. Le costaba mucho pero insistía en
conversar de cualquier cosa, porque no quería que
terminaran distanciados.
~ 122 ~
XXIX
― ¿Alegres?
― Sí, supongo que son felices. Eso y la edad que tienen han
de ser las causas de lo inquietas que son.
“Las niñas son felices. Con todo y que tiene un papá que
solo piensa en el trabajo y que les da solo unos minutos al
día. Con padres que no se llevan bien. Con todo y las
condiciones en las que les hacemos vivir. Son felices”.
~ 124 ~
extrañó mucho cuando por el contrario, vio que estaba
sonriente como lo estuvo durante todo el día.
― Necesitaba verte.
― ¿Qué?
Cintia le interrumpió.
~ 125 ~
― No tienes por qué preocuparte. Será solo un fin de
semana alocado. La otra semana hablaremos con quienes
tengamos que hacerlo, yo me divorciaré, buscaremos un
lugar donde vivir, veremos lo del colegio de tu hijo, lo que
haremos con tu madre. Yo por mi parte tendré que arreglar
algunas cosas con mi familia, visitas, pensión y todo eso,
pero podremos con ello. Es hora de tomar nuestras vidas en
nuestras manos y ser felices nosotros, no solo preocuparnos
por los demás.
― Déjame explicarte.
― Déjame hablar.
~ 126 ~
única diversión que tengo es estar contigo. Perdón… no
quise decir diversión, debí decir placer.
~ 128 ~
XXX
~ 129 ~
escritorio. Ninguno comenzaba la charla, solo se veían. Sin
odio, sin amor. Solo estaban el uno frente al otro viéndose.
~ 130 ~
darte tu lugar y a no reclamar, porque eso alteraba tus
planes y tu buena conducta. ¿No es así?
― No lo sé.
Rodrigo no contestó.
― No sé qué decir.
~ 131 ~
― ¿Cómo lo ordenamos?
― Tranquilízate.
― ¿A tiempo?
― No odiar no es querer.
― ¿Me quieres?
~ 132 ~
del amor que se necesita para ser pareja, para vivir juntos,
para apoyarse y ser una familia, ya no hay.
― O apareció solo.
― ¿Cuál?
Otra vez Rodrigo sintió el frío. Esta vez el dolor penetró más
profundo.
― Puedo cambiar.
― No me interesa.
~ 133 ~
durmiendo a la par de una mujer que sabe que la deseo
porque es bella, pero a la que no puedo tocar. No puedo…
― Nos divorciaremos.
~ 134 ~
XXXI
***
~ 135 ~
Cintia no quería salir de su habitación. Pasada la media
noche había recibido un mensaje de texto que decía:
***
~ 136 ~
por él. Meditando en ello, tomó aquel papel arrugado que le
seguía acompañando y agregó a lo que había escrito:
***
~ 137 ~
XXXII
~ 139 ~
grandes que he podido recibir. Un momento que vivirá para
siempre en mí y que siempre me dará fuerza para continuar.
~ 140 ~
es hoy y después de vivida, solo nos queda la esperanza de
que en un futuro, encontremos otra.
» Hablas del bien por los demás, cuando somos una raza
egoísta por naturaleza. «
― Eso no es cierto.
~ 141 ~
conocimiento que íbamos adquiriendo y que por eso lo
compartirías conmigo. Agregaste que tu intención era
solucionar mis problemas. Hablaste también de tus propios
problemas, narrando cosas como que no habías hecho nada
con tu vida, que estabas solo, que eres un mal esposo y
padre de familia, que posees un ayer sin honor ni gloria. Eso
significa que me tomaste como tu última oportunidad de
hacer algo importante. Lo que en realidad pretendías, era
saciar tu culpa. Liberarte de un peso que te tenía
intranquilo. Lograr un perdón que se te hace necesario.
~ 142 ~
llegar a importantes conclusiones. Pero decir que te
convertiste en quien eres por su culpa, es liberarte de toda
responsabilidad. Eres lo que eres, porque tú lo decidiste,
nadie te obligó. Tus miedos y tus preocupaciones, son tuyas,
no de tus padres. Quien salió cada mañana rumbo a la
oficina alejándose de su familia, fuiste tú, no ellos. Quién no
supo comunicarse con sus hijos, fuiste tú.
― ¿Seguías?
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solo las creemos. Aferrarse a cosas que no entendemos,
para sentirnos bien con nosotros mismos. Éstas
regularmente son nuestras fuentes de motivación.
~ 145 ~
Los dos descansaron. Javier se dirigió al oasis que estaba en
la esquina. Se sirvió un vaso de agua y luego de tomar un
poco, sin voltear a ver a Rodrigo, le dijo.
~ 146 ~
XXXIII
~ 147 ~
***
***
~ 148 ~
No salió más con sus amigas de los viernes.
***
~ 149 ~
~ 150 ~
Epílogo
~ 151 ~
Lentamente Rodrigo, con su mano temblorosa, sacó de la
bolsa de su abrigo un papel arrugado, viejo y algo sucio que
desplegó para poder dárselo a su hija.
~ 152 ~