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Abriendo los ojos

Omar Velásquez

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© Omar Velásquez, 2010
Todos los derechos reservados

ISBN: 978-0-557-55161-3

Diseño de Portada: Fernanda Morales

~2~
Dedicado a mis tres grandes tesoros,
Verónica, Adair y Tahany.
Por la libertad de sus ideas.

~3~
~4~
Un especial agradecimiento a
Alba, Aroldo y Jeffree.
Por su apoyo, sapiencia
y principalmente por cada
charla que sostuvimos.

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~6~
I

Como todos los días, se presentó temprano a su lugar de


trabajo. Era muy ordenada y procuraba siempre llegar antes
que todo el personal del duodécimo nivel, solo porque era
una mujer que gustaba de tomar extremas precauciones en
el cuidado de sus obligaciones, como quien se jugase la vida
en ello. Aunque dejaba todo preparado el día anterior, no le
gustaban los imprevistos y quería que todo estuviera
impecable, lo que incluía un aromático café en el escritorio
de su jefe, para cuando él, el director comercial de la
empresa, llegara. Por eso en aquella ocasión, cuando la
puerta del ascensor se abrió, le pareció extraño ver luces
encendidas en la oficina. No pudo contener su impulso y
corrió hasta su escritorio, pues en sus poco más de
diecisiete monótonos y rutinarios años de trabajo en el
mismo puesto, aunque a ella no le parecieran así, no había
acontecido algo semejante.

Dejó sus cosas sobre su escritorio y entró a la oficina de su


jefe.

― Señor ¿se encuentra bien?

Desde la imponente oficina podía verse gran parte de la


ciudad, por lo menos hasta donde la vista no era
interrumpida por esas enormes construcciones erigidas

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como para demostrar el poderío del ser humano. Al entrar al
recinto, lo primero que se apreciaba era una sala con un
juego de sillones que invitaban a tomar una siesta. A la
derecha un inmenso escritorio que hacia padecer de
inferioridad a cualquiera que se atreviera a acercase a él. La
oficina en general lucía tonos entre café y beige. Todo
colocado con gusto impecable. Estaba adornada con un
estilo que todos se empeñan en pregonar como minimalista,
aunque casi nadie tenga muy claro lo que eso significa.

El interpelado, que sostenía un cigarro en su mano derecha,


tardó un momento en contestar.

― Cintia ¿cuánto tiempo llevas trabajando conmigo?

― Como su asistente señor, son más de veinticuatro años,


en este puesto, unos menos.

― ¿Y no te parece extraño que después de tanto tiempo,


todavía me digas señor?

Contrario a su costumbre, Cintia se quedó por primera vez y


solo por un momento, sin palabras frente a él.

― Nunca había meditado en ello se…ñor.

― No te preocupes, solo fue algo que se me ocurrió ahora


que te vi.

Aunque quiso disimular lo tenso del ambiente que había


creado con una sonrisa forzada, no dio resultado.

― Déjame un rato Cintia, quiero estar un momento más a


solas, antes de que empiecen las obligaciones de la agenda.

― Si señor, como usted mande.

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Regresó a su lugar temblando. Cualquiera diría que le
habían gritado muy fuerte, pero eso nunca le pasó, por lo
menos no en la oficina, donde nadie parecía saber algo de
su vida personal. Sentía como si no conociera a la persona
con la que recién había conversado.

Javier nunca se había mostrado como una persona débil.


Todos sabían de su inteligencia y su gran destreza en los
negocios. Pero también se le conocía por no ser una persona
que dedicara mucho tiempo a la meditación, nunca nadie le
vio realizando esa tarea en la oficina, donde siempre estaba
activo, ya pidiendo llamadas, recibiendo visitantes,
enviando y contestando correos y armando informes que
tendría que presentar a la Junta Directiva. No obstante, en
esta ocasión no podía dejar de ver la nada detrás del
ventanal.

Su aspecto tampoco era el mismo de siempre. Él, que


invariablemente se mostraba impecable, enérgico y que
nunca perdía aquella sonrisa que a todos regalaba, ahora se
veía abandonado, con la vista perdida, como quien
descansa al regresar de una batalla que ha perdido.

Aquella tendencia de cambiar de hábitos cuando algo


inquieta, molesta u oprime el interior de las personas, se
había apoderado de él de un día para otro. Quizá lo hacía
con la esperanza de encontrar soluciones, creyendo que la
rutina era la que le había conducido al problema en que
estaba inmerso. La primera reacción de Javier, como lo es
de la mayoría, fue abandonarse.

― 59 años, 59 años…

Esas palabras con la fuerza de un murmullo casi


imperceptible, escapaban de su boca cada pocos minutos,
en un círculo que parecía que no terminaría.

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Mientras tanto, realizaba un inventario de metas, deseando
que a lo largo de su vida, se hubiera impuesto muchas más.
Las que encontraba no le satisfacían, ya por parecerle poca
cosa, o porque no había podido alcanzarlas. Muy pocas
pasaban la prueba.

“Tengo 59 años. He alcanzado casi todas las metas laborales


que me había propuesto. Soy el director comercial de una
empresa importante. Soy padre de familia de tres hijos, a los
que con todo y defectos, podría considerárseles ejemplares,
aunque no me hablen. Tuve una buena esposa, lo cual era
una de mis metas y luego me divorcié, porque ya no quería
saber de ella. Tengo amigos. Claro, no son muchos, ni es
que estemos pendientes el uno del otro todo el tiempo, pero
les aprecio y sé que ellos algún afecto me han de tener. No
soy un mal jefe. Soy estricto cuando tengo que serlo, pero
nada más. Me dedico en sobremanera a mi trabajo, porque
estoy consciente de la importancia de ser productivo, para
mí, para mis colaboradores y para la nación, ideal que
siempre perseguí convencido de su importancia. Y estoy
seguro de que a pesar de la diferencia de edades y mi
aspecto físico que no es el de antes, aunque a quién
engaño, nunca fue muy bueno que digamos, sigo siendo un
buen partido. Casi estoy seguro de que Cintia siente algo
por mí, si no ¿cómo explicar que se levante tan temprano
todos los días, para recibirme con una tasa de café, justo
como a mí me gusta? No obstante, algo falta. Algo me falta.
En algún lugar sé que extravié el camino, pero no sé dónde”
eran los pensamientos que le tenían intranquilo.

― 59 años, 59 años…

No eran grandes ideas las que turbaban la tranquilidad de


Javier. Era ese pequeño pensamiento lo que le cansaba y no
le dejaba en paz. Una inquietud que le molestaba, como si
una minúscula piedra se le hubiera metido en el zapato y no

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pudiese dar paso sin pensar en ella y maldecirla porque
estorba su normal caminar. Le incomodaba y le dolía, pero si
hubiese sido una piedra, de estar en el lugar correcto, la
solución era sencilla. En esta ocasión no sabía qué hacer. El
pequeño monólogo tenía la mente de Javier prisionera. La
idea sonaba cada vez más fuerte en su cabeza y crecía a
pasos agigantados.

― Señor… le busca Rodrigo, dice que tiene cita con usted,


aunque yo no la tengo registrada.

― ¿Ya son las cuatro de la tarde?

― Faltan cinco para las cuatro, señor.

― Bien. Sí, yo he hablado con él y le dije que viniera a esta


hora. Dile que pase.

Rodrigo Salazar era esa clase de empleado que todo jefe


anhela en su equipo. Ambicioso, emprendedor, leal, con
ganas de hacer las cosas y bastante hábil en lo que hacía.
Pero todo eso no importaba para Javier. Siempre había
sostenido que lo más importante para contar con un buen
empleado, es que éste sea buena persona, porque el resto
de cualidades pueden luego aprenderse y desarrollarse.

Su presentación con Cintia era un simple acto de


formalidad. Sabía que era hombre de confianza de Javier y
que podía entrar sin ser anunciado, así es que sin tocar la
puerta entró y fue a sentarse frente a su jefe.

― Sabía que no tendrías buen aspecto, el tono de tu voz


cuando llamaste no era normal.

Javier levantó la vista y sonrió a Rodrigo.

― Y yo sabía que hoy vendrías de camisa blanca.

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Ambos rieron.

Por mucho que cambiara la moda, Rodrigo nunca dejaba sus


fieles y adaptables para toda ocasión, camisas blancas.

― Supongo que no es para hablar del porqué te vez tan


abandonado que me mandaste a llamar ¿De qué se trata?

― Te equivocas en esta oportunidad. Te llamé porque quería


hablar contigo de muchas cosas que… cosas que no puedo
sacar de mi cabeza. Pero no estoy seguro si debo hacerlo o
si… o si sea el momento oportuno. No me siento bien.

― Esto no es normal en el Javier que yo conozco ¿Debo


preocuparme?

― Quizá por ti.

― No te entiendo.

― No tienes que entenderme, y disculpa mis tonterías.


Quizá sea mejor que conversemos mañana. Hoy no me
siento bien.

― Sí, ya lo dijiste, pero ¿te puedo ayudar en algo?

― No. Te propongo una cosa. Desayunemos mañana y


entonces te contaré todo. Creo que es importante.

― Claro, no hay problema. Y ya sabes, si necesitas cualquier


cosa, llámame. Estaré pendiente del celular.

“Como siempre” ―pensó Javier― “como siempre”.

A pesar de no estar haciendo nada, a Javier le daba la


sensación de que el día se le había escapado entre las
manos. Una vez solo, no dejó de divagar por su pasado,
hasta que más por casualidad que por hecho pensado,
observó la hora. El reloj marcaba ya las 5:45 y sabia que
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Cintia seguía esperando su llamada, para indicarle que
podía marcharse. Por lo regular la mandaba a casa a eso de
las 4:30 de la tarde, para que saliera en punto de las cinco.

― ¿Señor?

― Lo siento Cintia, puedes marcharte.

― De acuerdo señor… no sé lo que le pasa, pero espero que


mejore pronto.

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II

La ciudad tiene un ambiente tan particular y envolvente,


que muchos no hacen más que quejarse de ella todo el
tiempo. El sonido de cientos de vehículos a los alrededores,
el murmullo de la gente creado por miles de personas
conversando al unísono, y el saturado ritmo de miles de
tacones y suelas de zapatos que elevan un estridente
concierto al aire, sin que sus ejecutores se pongan de
acuerdo en el compás.

Contrario a las pestes que casi todos hablaban de la ciudad,


a Cintia le parecía una joya que representaba la evolución
del ser humano. “¿Cómo podríamos ser capaces de tener lo
que tenemos y vivir como vivimos, si no es con millones de
gente haciendo a la vez?”, sostenía. Por eso mismo, aunque
después de mucho trabajo contaba con lo necesario para
comprar un vehículo, prefería tomar un bus y caminar unas
cuadras de regreso a casa, lujo que podía darse por su
posición económica que le alcanzaba para vivir en una zona
que no era muy peligrosa.

Al salir de la oficina, la sensación a la que estaba


acostumbrada no era la misma. Estaba convencida de la
importancia de su trabajo. Ayudaba a uno de los Directores
de la Empresa a realizar sus transacciones comerciales y
eso la satisfacía. Imaginaba a tantísima gente que dependía

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de esas operaciones y en ocasiones se le olvidaba que ella
era solo la asistente. Ese día, a pesar de la preocupación por
su jefe, a quien después de tantos años algo de afecto le
guardaba, sabía dentro de ella que lo que en realidad le
preocupaba, era que él dejase el trabajo y verse en la
necesidad de adaptarse a un nuevo jefe, o en el peor de los
casos, que la despidieran para traer a alguien más joven y
económica, porque es lógico pensaba, “mejor imagen y más
ahorro”. La idea la aterraba.

Cuando regresaba a su hogar, llegaba rendida. Gustaba del


estrés, las preocupaciones y las carreras que ayudar a Javier
le causaban. Lo que más deseaba a diario, era encontrar su
cama y tener tan poca fuerza que le fuera imposible
mantenerse lúcida. Así no se atormentaría con la decepción
que le causaba tener la vida como la tenía.

Sin ganas, entró a su casa.

― Hola madre, ¿cómo va todo?

― ¿y cómo nos va a ir? Igual que siempre, si en este lugar


nunca pasa nada importante, ni diferente.

― Bueno, está bien, solo trataba de ser cortés.

― Pues ya sabes que a mí esas cosas me caen mal, decí


hola y con eso es suficiente.

Cintia sabía que era un error tratar de entablar una


conversación con su madre. Si no era por dinero, deudas y
quejas sobre Miguel, no conversaban, pero a veces le
costaba contenerse, en especial cuando su mente estaba
ocupada en otros problemas.

― Hola mamá, ¡qué bueno que llegaste!

― Hola Miguel ¿cómo te fue en la escuela?

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― Bien mami, fíjate que la maestra llevó unos aparatos con
los que…

― Ya, ya Miguel, estoy muy cansada, trabajo todo el día


para darles lo que tienen y encima tener que venir a
escuchar tus historias. Para eso tienes a tu abuela toda la
tarde ¿no?

― Es que a ella tampoco….

― Ya… tampoco quiero quejas, déjalo así, ya me contarás


otro día, total, no puede ser tan importante.

― Está bien mamá… lo siento.

A sus ocho años, Miguel también sabía que era un error


tratar de conversar con su mamá o con su abuela, pero algo
dentro de él lo impulsaba a hacerlo. No porque desde
pequeño se trate con desprecio a un niño, éste olvida la
necesidad de recibir cariño, ni pierde la idea de estar en su
derecho de reclamar algo de atención.

La casa tenía suficiente espacio como para que cada uno de


los integrantes de la familia, tuviera su propia habitación.
Casi nadie entraba a la del otro y cuando lo hacían el uno se
sentía extranjero, el otro invadido.

Cintia aduciendo su falta de apetito por el exceso de trabajo,


se retiró sin cenar a su cuarto, donde sabía que le esperaba
una larga y complicada noche.

Casi sin luz, la enorme habitación parecía burlarse de ella en


cada sombra que proyectaba. Con tanta soledad
abrumándola, ¿quién necesita tanto espacio?

Al ver su cama tuvo el impulso de tirarse en ella y tratar de


olvidarse de todo, pero lo metódico de su comportamiento
la obligaba a llevar a cabo el ritual de siempre. Puso su

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bolsa en la silla junto a la cama. Se quitó zapatos, blusa,
falda y medias en ese orden. Luego en ropa interior se paró
frente a un gran espejo que le permitía verse por completo.
Contemplaba su cuerpo, que aún tenía formas capaces de
atraer a muchos hombres, pero que ella era incapaz de
percibir.

Se quitó la ropa interior muy despacio quedando tal cual


era, expuesta frente al espejo que la retrataba, con la
intención de gustarse. “¿A dónde se me fue la juventud?”
era todo lo que su mente lograba procesar.

Luego se acostó en la cama y se acarició, primero los


pechos, luego las piernas, mientras trataba de recordar
cuando varios años atrás, era capaz de tener sexo consigo
misma, pero no había caso. Eso también lo había perdido. Y
tras rendirse luego de un momento de intentarlo, colocó sus
manos en medio de sus entrepiernas, mientras tomaba
posición fetal, para dar paso a la infaltable lágrima, que
como siempre, paseaba por su mejilla.

Hace dos años todavía usaba para dormir, ropa digna de la


feminidad. Ahora se colocaba una vieja y estirada playera
blanca y un pantalón deportivo, que hacía una terrible
combinación con un chongo feo y retorcido que con pericia
realizaba antes de dormir.

En esta ocasión, Cintia no fue capaz de vestirse.

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III

Le resultaba extraño salir de la oficina y todavía poder


contemplar la luz penetrante del sol que parecía jugar a
dificultar la vista a los conductores. Como no acostumbraba
ese horario, cuando lo hacía, resentía la inmensa cantidad
de vehículos en las calles. No obstante, en esta ocasión
mientras conducía su auto de lujo, estaba más pendiente de
esa extraña actitud y esas ideas inquietantes que le
acompañaban últimamente, aparecidas de la nada.

Hay un momento en que la juventud desborda. Es esa etapa


en la que se experimenta un llamado del deber. Entonces la
persona siente que es elegida para poder hacer de este
mundo, un mejor lugar. A veces la sensación termina a los
pocos días, pero hay ocasiones en que la misma puede
durar incluso, toda la vida. Con los años, motivados por
ideas de buenas intenciones, bastará con tratar de ser
partícipes de cambios que se pudiesen generar en las
comunidades, o como ideal, en el mejor de los casos, en la
sociedad. Luego se aterriza en una idea más sencilla. Las
crueles experiencias, los muchos desencantos, las fuerzas
perdidas en intentos que quedaron en la nada, hacen verter
todo el esfuerzo en cambiar a “los de uno”, porque por ahí
empiezan las verdaderas revoluciones.

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Javier hace mucho que había pasado por todo esto. De
entonces para acá la rutina se había convertido en su más
fiel compañero.

La reunión con Rodrigo, le había dejado una idea clavada en


medio de su desesperación. Ahora mientras contemplaba el
eterno caminar de la ciudad, lo tenía claro. Necesitaba
mitigar la culpa y lo intranquilo de su conciencia, con una
buena obra. Quizá no había logrado cambiar al mundo, ni a
la sociedad, ni la comunidad, ni siquiera a la familia. Pero...

― ¿Y si logro cambiar a una sola persona antes de irme? ―


se preguntó.

La solución a su malestar interno parecía muy clara. Él, un


hombre de experiencia, con mucho mundo recorrido, con
sabiduría acumulada, para la que tenía como testigo a las
muchas canas que acompañaban su cada vez más escasa
cabellera. Estaba a tiempo de marcar una diferencia.

Por supuesto, Rodrigo había sido escogido como la víctima


de su buena intención. “En un último rasgo de nobleza y
desprendimiento” pensaba Javier.

Sin lugar a duda merecía ser premiado, por lo buena


persona, por lo buen trabajador y por lo buen amigo que
había sido durante tantos años, con un regalo invaluable
como el que estaba dispuesto a entregarle. Todo ese valioso
inventario de experiencias que habría de transmitir a su
afortunado amigo, procurando ser el mejor maestro que
pudiera, para que no le quedara duda de la lección. Estaba
claro, los errores que había cometido y las malas decisiones
que había tomado, al final tenían un propósito más grande
que solo hacerle la vida miserable, pues serían de provecho
para otro. Y todo lo haría sin esperar nada a cambio. Solo
exigiría de Rodrigo un oído dispuesto a escucharle.

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Ya el color del paisaje se había retirado a dormir cuando
llegó a su apartamento, uno de esos a los que llaman de
soltero, pero que en realidad son más para divorciados.
Durante el día pensó que al llegar a casa bebería hasta
perder el conocimiento, pero cambió de planes. Como todos
los días, lo que hizo fue dirigirse al bar y servirse su
infaltable vaso de whisky, porque hacía tiempo que un
médico le había prohibido el Ron. Encendió el televisor y se
recostó en el sofá. Era preso de una necesidad de ruido en
el apartamento.

Las imágenes en pantalla no dejaban de pasar, pero él no


prestaba atención. Control en mano cambiaba de una
película, al resumen del partido de futbol americano y
terminaba en un reality show, de esos que abundan y que
siempre le parecieron estupideces. Pero no importaba. No
estaba prestando atención. Sus movimientos se realizaban
por sí solos. Su mente en cambio estaba creando la maraña
de instrucciones, consejos y situaciones, que explicaría a
Rodrigo, para que no le quedara ninguna duda de todo el
conocimiento que recibiría. Rescatar la vida de su amigo
para hacerle un hombre de bien, era ahora su prioridad.

Casi a media noche se puso un poco más cómodo, apagó


todo y se tendió en la cama. El día había empezado muy
mal, pero en un instante de inspiración, había cambiado.
Dormiría bien. Ahora tenía una razón para seguir vivo. Quizá
la última.

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IV

Tocaba la bocina del auto más por costumbre que porque


fuera necesario. Cuando estaba por llegar a su casa, sus
hijas sabían bien que su héroe favorito estaba por arribar y
esperaban detrás del portón del garaje a que su padre
produjera el peculiar sonido para de inmediato abrir la
puerta y que desde ya, él se sintiera atendido.

Llegar a casa es una experiencia muy particular. Puede ser


un gran placer el tener un lugar donde refugiar luego de los
ajetreos de la vida diaria, ya sean por trabajo, estudio,
diversión, cualquier combinación de éstos o la ausencia de
todos. También puede convertirse en el momento más
tormentoso del día. Tener que lidiar, quizá con un familiar
desagradable o con una familia que no comprende, es
agotador. En muchos otros casos, tener que regresar al
hogar significa enfrentar la soledad, que silenciosa y
maliciosa espera paciente la llegada de su víctima, siempre
lista para complicar el vivir.

Rodrigo no era de las personas que se quejan de su vida,


porque todo le parecía que estaba bien o por lo menos como
él procuraba que estuviera. No obstante, entre todos, uno
de sus momentos favoritos, era cuando veía los rostros de
alegría con que sus dos hijas, de nueve y seis años, le
recibían.

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En esta ocasión, mientras manejaba su automóvil a casa, no
podía quitarse de la mente la imagen de Javier, quien
parecía destrozado. “Si alguien lo hubiera visto por primera
vez, juraría que era una de esas vidas, que una vez
descuidada, se convierte en un excelente receptáculo de
desgracias e injusticias”, pensaba. ¿Qué puede ser tan
grave que haga cambiar tanto a una persona en tan poco
tiempo? Era la pregunta que no le dejaba tranquilo y
Rodrigo es de esas personas que no pueden evitar buscar
respuesta a todo. Recorría las calles y avenidas creando
hipótesis, imaginando escenarios, adivinando intenciones.
Llegó a pensar incluso, que se pudiese tratar de algún tipo
de broma, pero era la menos factible de sus soluciones. Le
conocía y sabía que Javier no era de las personas que
invertiría tiempo en esa clase de cosas.

No importaba que tan cansado o estresado estuviera.


Tampoco importaba la hora, ni el deseo de ver el programa
de televisión que le tenía cautivado o del que todos
hablaban, mucho menos su enorme deseo de tirarse en
cama. Al llegar a casa, siempre que no fuera viernes, dejaba
que sus hijas le llenaran de caricias. De esas caricias que
muchas veces se desconocen y se descuidan, y que en
ocasiones resultan incómodas, porque no son físicas. Son
esas frases dichas, la mayoría de veces, a gritos
efervescentes de emoción. Papi, ¿cómo te fue? ¿Estás muy
cansado? ¿Te cuento lo que aprendí hoy? ¿Te canto una
canción? ¿Por qué tardaste tanto papi? ¿Qué hiciste hoy?

Jimena, su esposa, siempre esperaba unos minutos en la


cocina donde preparaba ricas y vistosas cenas que luego de
tantos años, sabía que agradarían a Rodrigo. Procuraba no
interrumpir el, casi sagrado, momento de éste con sus hijas.
Luego aparecía en escena. La sonrisa perfectamente
dibujada en el rostro no podía faltar, ni el beso en la mejilla
a su esposo, mientras preguntaba las novedades del día.

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La conversación era la de siempre:

― Hola Rodrigo, ya sentíamos que no llegaba la hora de que


nos acompañaras. ¿Cómo te fue?

― Ya sabes, lo de siempre. Los problemas que no paran de


surgir y soluciones que siempre hay que encontrar, de eso
trata la vida ¿no?

― ¿Ninguna complicación mayor?

― Ninguna, todo marcha sobre ruedas.

― Bien. Tendrás hambre después de tanto trabajo. Ya está


todo preparado, vayan pasando al comedor.

Cenaban en un ambiente de cordialidad. La casa como


siempre estaba impecable. Las niñas bien arregladas y
peinadas. Jimena como toda una señora, siempre lucía
radiante. Si de algo no podía quejarse Rodrigo era de la
comida y de la atención que las mujeres de casa le
brindaban. Él era el rey del hogar.

Después de cenar se dirigían, con la tradición y veneración


de un acto religioso por unos minutos, a la sala de estar a
conversar de cualquier cosa. Podía ser de algún asunto del
colegio de las niñas, alguna molestia en la salud de
cualquiera de los cuatro, o de cosas por demás triviales
como el tráfico, el clima y en ocasiones, hasta de los
comerciales de la televisión que siempre estaba encendida.

La pequeña velada siempre terminaba con un: “Bueno


niñas, es hora de ir a dormir”. Esto implicaba que Jimena se
llevaba a sus hijas a ponerles ropa de noche, cepillarles los
dientes y acostarlas en sus camas. Luego se dirigía a su
habitación a prepararse para dormir. Mientras tanto Rodrigo
se retiraba a su estudio y cogía alguna revista o algún libro
de administración, finanzas o economía que estuviera
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leyendo. Ya bien entrada la noche él también se dirigía a
dormir. Tomaba su pijama y se cambiaba en el baño. Cuando
se iba a acostar, Jimena, como en un acto reflejo, se
levantaba de la cama y se encerraba en el baño, aunque ya
no tenía nada que hacer allá.

Le gustaba que Rodrigo tuviera la oportunidad de verla


alejarse con ropas transparentes e interiores muy
provocadores. En el baño esperaba unos minutos y salía. Su
caminar era lento. El cuerpo de Jimena estaba muy bien
conservado a pesar de sus dos embarazos y tenía algunos
gestos en el rostro que la hacían parecer bella, más de lo
que en realidad era. Mientras iba hacia su lugar en la cama,
jamás volteaba a ver a Rodrigo, aunque sabía que éste
contemplaba cada rincón de sus formas. Se metía entre las
sabanas y le daba la espalda a su esposo.

Hacía más de diez meses que no tenían sexo.

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V

La hora llega, porque siempre llega y entonces el mundo


gira y gira todo. Lo que fue luz radiante, ahora es oscuridad
envolvente. Lo que fue infernal ruido y desquiciado
movimiento, se convierte en ensordecedor silencio y pesada
quietud. Lo que trabajó descansa y quien descansó sale a
trabajar. Lo que fue un presuroso almuerzo ejecutivo, ahora
es una romántica cena a luz de vela. El que cargó penas,
deudas y problemas, los puede dejar reposar sobre el buró
junto a la cama. El bueno, presuroso se dirige a casa, el
malo como atraído por imán, sale a poblar las calles.

Aquel que durante la larga jornada se mostró jovial, alegre y


entusiasta, por la noche en su intimidad más secreta puede
revelar su verdadero ser. A esa hora ya no son necesarias
las máscaras. Los años de práctica de gestos, buenos
modales y ejemplar comportamiento, pierden sentido.

Quien juega a engañar haciéndose el humilde o


menospreciado, por la noche puede quitarse el maquillaje y
el disfraz que orgulloso porta a diario, porque la gente,
aunque sea por lástima, se acuerda de él. Y entonces ríe
burlándose de sus bienhechores y duerme en paz
sintiéndose inteligente.

La noche envolvía cuatro verdades. Cuatro vidas que tenían


algún tipo de conexión. La vida de cuatro personas que
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vivían de una forma durante el día y se mostraban desnudos
solo cuando tenían como único testigo a la oscuridad.

Cada uno había tomado la vida con distinta percepción.


Cada uno interpretó a su manera lo que la vida era, sus
prioridades, metas y caminos. Cada quien quiso hacer lo
correcto y sacar el máximo de la vida. Los cuatro terminaron
viviendo en soledad de noche. Cuatro distintos tipos de
soledad.

***

Javier. Un cobarde que dormía a sus anchas. Que siempre


prefirió poner de pretexto a lo que él llamaba alcanzar el
éxito, utilizando como única herramienta para lograr su
objetivo el interminable trabajo, que le daba la oportunidad
de alejarse de todo y de todos, evitando así
responsabilidades que obedecían más a crecer como
persona que como trabajador. Responsabilidades que tenían
que ver más con emociones, reacciones y entrega de
sentimientos. Responsabilidades que tenían que ver más
con aprender a amar y aprender a ser amado.

Siempre tuvo miedo de abrir su interior y entregarlo a


alguien. Y como todo lo que aprendió en los negocios,
prefería jugar sobre seguro y no arriesgar si no consideraba
que llevaba las de ganar. Y ¿Quién en este mundo lleva las
de ganar cuando de amar a otro se trata?

***

Ella, una persona con una vista muy corta. Incapaz de


dedicarse tiempo. Alguien que cree todo lo que le dicen.
“Las mujeres en este país no tienen futuro” Le dijo alguien
alguna vez, y esa frase quedó grabada para siempre en su
interior. “No tenés la habilidad necesaria para hacerlo” le
manifestó otra persona, luego de contarle sus sueños, sus

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metas y sus grandes planes para el futuro. Entonces su vida
se convirtió en una más del montón. Aceptó lo que todos
comentaban, que ya tenía un destino y que el mismo no
prometía cosas buenas. Le convencieron de que la vida no
es para amargarse al ir tras los sueños, que se puede vivir
con tranquilidad sin afanarse, que al final uno no se lleva
nada de este mundo, que la vida es hoy y no mañana, y que
mientras tuviera para comer y un techo bajo el cual dormir,
debería dar gracias a la vida, porque tenía mucho más que
otros pobres desgraciados que habían tenido mala suerte.

Así llevaba su vida, recibiendo y siguiendo consejos sin


importar la fuente y dejándose llevar por la opinión de los
demás.

Un día su antigua pareja, después de dar por terminada su


relación, le dijo que era fea y que era incapaz de satisfacer
en la cama a un hombre. Desde entonces todas las noches,
se observa en el espejo, antes de dormir.

***

Rodrigo siempre fue un niño educado, un adolescente


tranquilo y un joven de bien. Siempre siguió las reglas.
Nunca levantó la voz. Jamás preguntaba de más. Su vida
estaba dominada por el orden. Era el orgullo de sus padres y
maestros. Se graduó con distinción. Los superiores daban
lineamientos y él estaba dispuesto a seguirlos sin preguntar.
Se casó con una muchacha a la que todos aprobaron. Tuvo
sus hijos en los tiempos aconsejados. Jamás se
emborrachaba y nunca padeció vicios. Siembre se
presentaba a trabajar, con excepción de un par de veces en
que estuvo muy enfermo. Practicaba ejercicio con
regularidad. Todos sus amigos le estimaban y le confiaban.
No tenía cola que le machucasen, afirmaban todos. Lo que
tenía, lo había adquirido por mérito propio. Sin trampas, ni
injusticias.
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Rodrigo era el sueño de muchas mujeres. Era de buen ver y
de impecable vestir. Siempre sonreía y coqueteaba con los
ojos, sin sobrepasarse.

Rodrigo era perfecto, quizá demasiado. Y un día, su esposa


terminó aburriéndose de él.

***

Jimena aprendió a vivir en silencio. Era difícil reclamar a un


esposo que parecía que lo hacía todo correctamente. En
público no podía permitirse que fuera criticada por ser mala
mamá o por ser mala esposa. Todos los días dibujaba la
misma sonrisa. Todos los días los mismos tonos en las
pláticas. Si le preguntaban, su familia era ejemplar y su
esposo, uno en un millón. Al principio lo hacía porque todo le
nacía de su interior, sosteniendo que esa era su obligación.
Después de aburrirse de Rodrigo, lo hacía por llevar la fiesta
en paz con familia, conocidos y extraños.

***

Mañana Javier se levantará con nuevos brillos, planes e


ideas que le darán nueva fuerza y un motivo para continuar.
Rodrigo con intriga y convenciéndose de que en su vida, no
está haciendo nada mal. Jimena con ganas de cambiar por
completo su vida. Cintia lo hará, como lo hace todos los
días.

Al final la hora llega, y entonces el mundo gira y gira todo.


En el día vivimos, por la noche somos.

~ 28 ~
VI

El sol casi sin esfuerzo, terminaba de empujar la noche


hacia el otro lado. Javier estaba listo y ansioso por llegar a la
plática con Rodrigo.

Mientras manejaba iba terminando de ensayar el diálogo


que tendrían. Sería convincente, claro y conciso. No se
dejaría vencer con tontos argumentos. A Rodrigo no le
quedaría más que aceptar los sabios consejos que recibiría,
porque no le dejaría dudas.

Parqueó enfrente de la cafetería donde en ocasiones


anteriores se habían juntado a platicar de negocios,
aprovechando que no había autos por la hora. La cita era a
las 6:45. Ahora se arrepentía de no haberla hecho para las
6:15.

Se alegró cuando finalmente estaba por ser la hora de la


cita y vio a Rodrigo caminar en dirección de su mesa.

― Ya era hora de que vinieras.

― Son las 6:44, soy puntual como siempre.

― Sí, lo sé, pero es que estoy un poco agitado.

― Y yo estaba preocupado. Ayer te vi con una expresión en


el rostro, que me hizo pensar que para hoy en la mañana
~ 29 ~
quizá no existirías más. Pero muy por el contrario, te
presentas con una actitud totalmente distinta ¿Me vas a
explicar?

― Claro, para eso te hice venir, solo déjame ordenar mis


ideas.

La mañana brindaba una sensación muy particular que


invitaba a relajarse. El día estaba iluminado, pero por la hora
no hacía calor. Los pulmones alegres recibían el fresco y
agradable respirar del ambiente. La mesa en la que
estaban, se encontraba al aire libre. A Javier le pareció el
marco perfecto para empezar su charla. “Esto es una señal
más de que hago lo correcto” pensaba.

― Desde hace unos días, quizá semanas ―empezó Javier―


he venido pensando en lo que se ha convertido mi vida.

Javier pasó, mientras hablaba, de un gesto alegre a una


posición casi reverente, como si se preparara para contar
las claves necesarias para dar con un secreto místico, de
esos que se creen reservados para unos pocos.

― Sé que me conoces desde hace tiempo y aunque eres de


las personas en las que más confío, sabes de mí menos de
lo que te imaginas.

― ¿Tienes problemas?

― Claro que los tengo, pero no te adelantes, no te estoy


buscando como un hombro donde llorar. Eres tú el que tiene
el problema que tenemos que solucionar.

― ¿Yo tengo el problema? ―preguntó Rodrigo, extrañado.

― No importa que no lo sepas, yo era como tú. Solo que a


mí nadie me lo advirtió y no quiero que a ti te pase lo
mismo.

~ 30 ~
― Sigo sin entender.

Javier empezó a tejer la telaraña con la que envolvería a


Rodrigo. Comenzó por convencerle de sus buenas
intenciones. Le afirmaba que su vida, aunque no lo
pareciera por la posición que había alcanzado en la empresa
y por lo bien que se le veía en lo económico, estaba llena de
desgracias y tristezas. Desde pequeño no fue capaz de
entender el verdadero juego de la vida. El guía que debería
de estar predestinado para todos, no le había encontrado y
ese era un gran problema con el que cargaba él y la mayoría
de la humanidad.

El discurso continuó:

― Somos egoístas Rodrigo. Tratamos de salvar nuestro


pedazo y salir como podamos. Solo pensamos en nosotros y
no nos preocupamos por tender una mano amiga que
procure hacer más fácil el camino para los demás. Está claro
que no sirve de nada vivir sin aprender del pasado, pero es
aún peor aprender y no querer compartir ese conocimiento.

» Si alguien cae en desgracia, éste más adelante, tiene la


obligación moral de poder enseñar cómo no hacer las cosas,
sobre todo cuando vea a alguien que va por el mismo
camino equivocado.

» Me viste mal ayer porque estoy cansado. Mi vida está en


una situación triste, por no llamarla desesperada. He
perdido toda motivación. Estoy solo. A esta altura se me
considera ya viejo y al ver mi pasado lo encuentro vacío. Lo
que me queda son heridas de batallas que peleé, porque no
tenía alternativa, pero que por más esfuerzo que hice, no
supe ganar.

» Veo lo que he dejado y me espanta la falta de logros en mi


vida. No estoy satisfecho con lo que he logrado y no me

~ 31 ~
queda tiempo, ni mucho menos carácter, para enmendar las
cosas que he hecho, o por lo menos cambiarlas un poco.

» La vida ya no me sabe a nada. Me muevo por inercia y ya


no hago planes. Cargo a cuestas culpa, rencor y dolor. Las
cosas que hice o que dejé de hacer me atormentan
constantemente. Son un recuerdo perpetuo de que
desperdicié mi tiempo.

» Las pocas cosas buenas que pude haber hecho, están muy
por debajo de la suma de las malas.

» Son 59 años mi amigo o 21,562 días (ayer hice la cuenta)


de una vida con despropósito. La gente me recordará como
el director que estuvo al mando de la empresa por años y
nada más.

» Arruiné mi matrimonio. No fui un buen padre, ni buen hijo.


Y sin pretender ofenderte, caí en la cuenta de que no tengo
amigos de verdad.

» Me dejé llevar por el día a día, sin preocuparme del precio


tan elevado que hay que pagar por esa maldita actitud.
Ahora mis bolsas están cargadas de un pasado detestable.
De un ayer sin honor ni gloria. Soy un nombre más en una
lista de ciudadanos y en una lista de nómina de pago.
Después, no aparezco en ninguna otra. «

Rodrigo no daba crédito a lo que veía. El hombre al que


admiraba y al que quería emular estaba frente a él a punto
de llorar, desnudando su interior sin ninguna clase de pudor.

Continuó:

― Seguro alguna vez escuchaste aquella frase que dice: Si


la vida te da limones, haz limonada. La vida está llena de
falacias como esa. La vida no es para adaptarse y mucho
menos para acomodarse, mi amigo. Cierto es que hay que
~ 32 ~
aprovechar lo que tenemos, pero la vida no te da nada.
Obtienes lo que buscas y por lo que trabajas. Si la vida te da
limones, es porque tú buscaste o produjiste limones y no
quisiste buscar ni producir otra cosa.

» Entenderás que aprender eso a estas alturas, no me


aprovecha en nada. En cambio, no dejo de mortificarme
pensando en todo lo que pudo haber significado el saberlo
y, más aún, comprenderlo cuando tenía tu edad. Quizá
seguiría casado. Quizá hablaría cada poco tiempo con mis
hijos. Y quizá esta sensación tan desgraciada que
experimento, no existiría. «

Rodrigo no salía de su asombro, no hubiera imaginado un


discurso como el que escuchaba.

― Yo hubiera jurado que eras feliz.

― Y yo siempre tuve que actuar como que era feliz Rodrigo.


Creía que siendo firme en mis decisiones y convicciones lo
lograría, pero no lo soy. Y no quiero que tú lo dejes de ser.

Rodrigo tenía dudas de lo que significa felicidad y no sabía si


era feliz o no. Siempre se preguntó si podía serlo un poco o
si a la felicidad hay que tenerla toda para poderse
considerar como parte del grupo de los dichosos que la
pregonan. Prefirió no decir nada. Fiel a su costumbre, se
dedicaba a escuchar.

La charla llevó más tiempo del que había previsto Javier, por
lo que dio por terminado el desayuno, invitando a Rodrigo a
que meditara en sus palabras y a que se volvieran a juntar
luego del fin de semana. Entonces él le contaría intimidades
que no había podido compartir con nadie. Éste aceptó sin
objetar nada y agradeció el tiempo y las palabras, sin saber
bien lo que tenía que agradecer.

~ 33 ~
Hasta antes del desayuno, Rodrigo estaba seguro de que
lograría saciar su curiosidad, ya porque su jefe le contara lo
que le pasaba, o porque él usara su astucia para sacárselo
sin que éste pudiera oponer resistencia. Pero lejos de lo que
suponía, ahora se sentía más intranquilo y confundido. Tomó
su teléfono e hizo una llamada.

― Hola, hoy después del trabajo nos veremos.

~ 34 ~
VII

Después de recibir la llamada de Rodrigo. Jimena sabía lo


que tenía que hacer, pues ya tenía un plan para la ocasión.
Un par de horas luego de servir el almuerzo a sus hijas, les
contó que tenía que salir un momento a unas pocas casas
de su vivienda y que les dejaría solas por unos minutos. No
era la primera vez que lo hacía y de hecho las últimas
semanas era cuestión de todos los viernes, así es que las
niñas no objetaron.

Su destino era el salón de belleza en donde le practicarían


un tratamiento completo, de esos que según las mujeres las
hace verse bellas, pero que en realidad solo resaltan lo
hermosas que ya son, sino, no hay tratamiento que valga.
Se hizo las uñas de manos y pies. Depilación casi completa.
Tratamientos y cremas en el rostro, y varios químicos en el
peinado. Lo único que no hizo fue colorearse el cabello. Le
gustaba su tono castaño claro natural. Cuando estaba lista
con todo y maquillaje, regresó a su casa.

Oscurecía.

Cuando llegó a su habitación, buscó el vestido que ya tenía


escogido para esa fecha. Las características eran las de
siempre, un escote pronunciado, corto para poder lucir sus
blancas y bien formadas piernas, de las que se sentía muy
orgullosa y por último, no tenía que ser muy apretado pero
~ 35 ~
si lo suficientemente tallado para que los demás pudieran
apreciar sus caderas.

A las ocho con quince llegó la niñera que se encargaría de


cuidar a sus hijas. A las ocho y media pasaban sus amigas a
traerle para vivir la noche más divertida y desenfrenada que
hubiesen pasado, o por lo menos harían un intento más de
que así fuera.

Antes, cuando Rodrigo llamaba para avisar que no llegaría


temprano, Jimena se dedicaba a llorar en secreto. Ahora
buscaba la felicidad en donde le parecía más obvio que
estaba, ahí justo a la par de la diversión, entre música,
alcohol, tabaco y drogas.

Con sus amigas alternaban las visitas entre tres lugares a


los que siempre se dirigían. No buscaban pláticas
interminables, consejos para sobreponerse a las
adversidades, ni el apoyo de un oído amigo. Buscaban
aventuras.

Jimena tenía la ventaja de que entre el trío, era la bonita. No


faltaba nunca quien le invitara alguna bebida o le solicitara
para bailar. Tampoco faltaba alguien que quisiera
embriagarla y terminar con ella en la cama, para no volverla
a ver nunca más. Ella soñaba con esto último, pero maldecía
su falta de fuerza y decisión. Su educación y conciencia no
le permitían pasar de dirigirse a un rincón del antro de turno
y dejarse, entre besos y frases soeces, tocar por completo.
Luego invariablemente regresaba a casa con sus dos
amigas, las que nunca tenían suerte, porque si encima de
fea no se trata de ser agradable, las posibilidades son
escasas. Las tres volvían decepcionadas y tristes porque sus
planes nunca culminaban tan llenos de vida y diversión,
como si lo hacían en sus imaginaciones diarias. Jimena
regresaba también cada vez con una carga mayor de culpa.

~ 36 ~
Esta ocasión no fue distinta. La noche transcurrió entre
malos chistes, risas fingidas, música, copas de vino y vasos
de whisky en las rocas. Jimena tomó tequila puro.

Al regresar a casa se dirigió a la sala de estar, la que le


parecía un escenario de teatro donde todos los días
actuaban la obra: Una familia feliz, cuyo protagónico en el
papel de esposa ideal le pertenecía. Se sentó en el sillón y
pensó en el hombre que había conocido esa noche, no
recordaba bien su nombre, ni era algo que le importara. Aún
podía sentir el sabor de la saliva de él, que sabía a whisky y
tabaco, en su boca. También sentía como las manos de éste
levantaban su vestido y se introducían debajo de las telas
mientras estrujaban su piel. El recuerdo no era del todo
desagradable, la situación en que se encontraba su vida, sí
lo era.

Rodrigo ya había regresado a casa. Esperaba despierto en


su habitación. Jimena lo sabía. Había visto su automóvil y
además sabía que siempre llegaba poco después de las
once. Ella a propósito llegaba pasadas las doce como
mínimo. Era hora de empezar el ritual. Mostraría su cuerpo a
su esposo. Haría que la deseara. Luego le daría la espalda y
dormirían en la misma cama, separados. Despertarían con
los disfraces puestos y listos para la otra obra que
presentaban: Un fin de semana feliz junto a mi familia.

~ 37 ~
VIII

Varias horas antes, aquel mismo viernes por la mañana,


luego del desayuno con Javier. Rodrigo se dirigió a su
trabajo. Desde que entró sonrió con todo el mundo como era
su costumbre y se encerró en su oficina, misma que no era
tan imponente como la de Javier, pero que si le concedía un
buen nivel jerárquico frente a sus compañeros de trabajo.

Decidió que no prestaría mucha atención al singular


discurso que le impartieron por la mañana. “Javier y sus
locuras” pensaba. El resto del día laboral transcurrió de lo
más normal. Una que otra cuestión de poca importancia que
solucionar. Charlar con un par de empleados que estaban
teniendo problemas en los procesos de envío de los
productos. Atender una llamada de algún proveedor que
tenía sus propios problemas y entonces dieron las cinco de
la tarde.

Rodrigo no era de los que se iba justo a la hora de salida.


Para muchos el esfuerzo y tiempo que dedicaba a su
trabajo, era desmedido. En la empresa no tenía horario,
pero era de los primeros en llegar y de los últimos en irse,
hasta hacía unos pocos meses, en que la mayoría de viernes
se despedía de todos y en punto de las cinco, salía como
quien va atrasado para tomar un avión.

~ 38 ~
A dos cuadras del edificio en donde trabajaba, justo en la
esquina, se juntaría con su amante. Siempre, a excepción de
alguna vez que alguien se despedía de más, robándole
valioso tiempo en la oficina, llegaba antes que ella al lugar
de encuentro. En esta ocasión esperó un poco más de cinco
minutos y entonces ella subió al vehículo.

― Hola, perdón por la tardanza. Mi jefe…

― No te preocupes, han sido solo un par de minutos


más ―le contestó Rodrigo y callaron mientras ponía el auto
en marcha.

El destino era el de siempre. Un motel que estaba hacia las


afueras de la ciudad. El silencio que reinaba, lejos de
parecer incomodo, era un relajante para ambos. No se
sentía presión por expresar sentimientos e intenciones. Esa
libertad a los dos les parecía excitante.

La habitación no era muy grande, pero se sentía bastante


acogedora y limpia, por lo menos tan limpio como puede
estar un motel de paso. El preámbulo era muy corto. En
cuanto llegaban ella se entregaba a Rodrigo con total
complacencia. Éste en cambio se mostraba brusco y
dominante. Ambos eran libres.

Habían pasado muchos años para que Rodrigo pudiera


experimentar el placer de hacer el amor con libertad y que
disfrutara el jugar con la imaginación y la experimentación.
Antes de eso sólo sabía lo que era un orgasmo. Su amante
por otro lado, parecía disfrutarlo. Gemía, temblaba y
sollozaba, como inundada de dicha. Quería que el tiempo no
terminara, parecía alguien que experimentara por primera
vez. Pero todo era una bien lograda actuación. En realidad
solo disfrutaba el hecho de estar con alguien. Disfrutaba las
expresiones de satisfacción de Rodrigo.

~ 39 ~
Luego de unas pocas horas, salían del lugar. Rodrigo
siempre la invitaba a cenar, a lo que ella nunca accedía.
Entonces empezaban el largo camino de regreso hacia el
punto donde le dejaba siempre, a unas cuadras de donde
ella vivía.

En ocasiones platicaban un poco durante el camino de


vuelta, utilizando siempre un ritmo lento y pausado.

― Hoy estás más pensativo que otros días.

― Lo siento, no es nada malo. El cambio de Javier que me


parece extraño.

― Sí, lo noté también. Es como que está en un sube y baja


de emociones. Yo preferí no hablarle mucho.

― Me ha dicho cosas interesantes, quizá luego te las


comente.

Guardaron silencio hasta llegar.

Se despidieron como lo harían un par de buenos amigos. Un


beso en la mejilla y un abrazo a medias y complicado por lo
incomodo del espacio en el vehículo. Se bajó del auto y
entonces Cintia empezó la caminata hasta su hogar. Rodrigo
esperó unos minutos contemplando como se alejaba, luego
se retiró conduciendo aprisa.

Sabía que Jimena estaría fuera con sus amigas. Se daba


prisa, porque no le gustaba que las niñas estuvieran mucho
tiempo solas con la niñera, pero su objetivo principal, era
llegar antes que su sexy y seguramente embriagada mujer.

Al llegar a casa pagó y despidió a la niñera. Revisó que las


niñas estuvieran dormidas, bien tapadas y cómodas. Luego
se recostó en la cama de su habitación. No encendió el
televisor. Esperaba en la oscuridad que le oprimía y aunque

~ 40 ~
pensaba en lo que estaría haciendo Jimena, imaginando
escenarios nada agradables, la mayoría de sus ideas iban en
dirección de Cintia y su distinta y extraña forma de ser, que
tanto admiraba.

Rodrigo la veía como una mujer libre, dueña de sí misma,


que disfrutaba los placeres de la vida sin necesidad de
buscarlos cada viernes por la noche con distintas personas,
entre desconocidos, alcohol y música ensordecedora.

Estaba absorto en sus pensamientos, cuando se escuchó el


ruido de la puerta. Jimena había llegado y delante tenían el
fin de semana.

~ 41 ~
IX

Sol de fin de semana que ilumina pero no quema. Gente con


mejores rostros de los que se ven en el incesante paso
continuo y monótono de las horas laborales. Ropa que
permite a los cuerpos relajarse. Cientos de artefactos que
procuran la comodidad de las personas mientras salen a
respirar aire más puro de el que acompaña de lunes a
viernes. Pocos vehículos circulando y haciendo ruido por las
calles. Cientos de niños llenando los pequeños espacios
verdes de la ciudad. Para Rodrigo y Jimena, las terribles
horas que tendrían que compartir juntos.

De la casa no quedaban obligaciones que cumplir para estos


días. Las compras del supermercado, los pagos y las cosas
de las niñas las hacía Jimena entre semana. Rodrigo pasaba
el tiempo entre el estudio y la sala de estar donde platicaba
por momentos con sus hijas. Comían todos juntos, a veces
sábado aunque más a menudo domingo, lo hacían
liberándose del encierro de casa en algún restaurante de los
clasificados como finos. La mayor se había inscrito a un
equipo de futbol, por lo que había que estar llevándola a ella
y a un par de sus amigas vecinas, que también participaban
en los encuentros o entrenamientos, según el calendario, a
las actividades correspondientes. En el tiempo sobrante iban
al cine o a algún parque, aunque esto último era muy
ocasional, Rodrigo lo disfrutaba aún menos.

~ 42 ~
La interpretación de la obra incluía complacer a las niñas y
entre la pareja de esposos, no dejar de sonreír mientras
hablaban de nada, cuando estaban a la vista de alguien.

Rodrigo pasaba las horas anhelando que llegara el momento


de ir a trabajar. Jimena solo deseaba que el tiempo fuera
más deprisa para disponer de nuevo de la casa para ella
sola.

***

Javier desde el viernes por la noche se encontraba haciendo


anotaciones en una libreta que compró específicamente
para apuntar sus recientes ideas. No era un lector asiduo.
Los pocos libros que adornaban los muebles de su
improvisado estudio, eran de administración, finanzas y los
más, motivacionales. Cuando los leyó subrayó las frases que
le parecían más importantes. Ahora se dedicaba a hacer una
colección de todas aquellas líneas que le ayudarían a
reforzar sus conceptos, para cuando le tocara exponerlos a
Rodrigo.

Sentía que las horas del fin de semana se le iban entre las
manos.

***

Largos períodos de silencio interrumpidos por gritos


ensordecedores, era la constante en la casa de Cintia.

― ¡Ya se terminó el gaaaaas! ―gritaba la mama de Cintia


desde su habitación.

― ¡Pues venga por el dinero! ―respondía Cintia con igual o


más fuerza.

― ¡Hay que pagar el pan también!

~ 43 ~
― ¡Ya lo sé! ¿O no es lo mismo todos los sábados? ¿Dónde
está Miguel?

― Salió a jugar a la calle… ¡por lo menos él puede salir de


este mugroso lugar!

Así era más o menos la charla a gritos de todos los fines de


semana entre Cintia y su madre.

***

El tiempo no cambia las cosas, las cosas cambian según el


tiempo. A veces se anhela el silencio y en ocasiones el
silencio parece ensordecedor. Por momentos se quiere que
el presente sea eterno y en otros el futuro añorado pareciera
que adrede, se niega a llegar. El mundo está lleno de estos
sinsabores. El tiempo, el silencio, el ruido, la soledad, la
compañía, el presente y el futuro. Todo existe en esta vida.
La tarea del ser humano es ordenar cada elemento en la
forma más adecuada y conveniente, para poder disfrutarla.
El problema es la tendencia a errar; Entonces se obtiene lo
que no se quiere y se pierde lo que se desea.

~ 44 ~
X

Por la mañana sonó el teléfono de la oficina de Rodrigo.

― Te espero a las cuatro en mi oficina ―Fue todo lo que dijo


Javier y colgó sin esperar alguna respuesta.

El reloj marcaba las quince con cincuenta y cinco cuando


Rodrigo se presentó frente a Cintia.

― Buena tarde Cintia, ¿puedes avisarle a Javier que estoy


aquí?

― Claro.

Cuando le vio entrar, Javier se levantó de su escritorio y fue


a recibirle sonriendo y con ademanes de brindar una alegre
bienvenida. Luego le invito a que se sentaran en los sillones,
para estar más cómodos y para que la charla fuera más
personal.

― Pensé que te atrasarías ―dijo Javier sin borrar la sonrisa


de su rostro.

― Pensé hacerlo por una vez, pero no sabía qué harías sin
material para tu broma de siempre ―contestó Rodrigo.

Ambos rieron.

~ 45 ~
Luego de tomar asiento y realizar preguntas del fin de
semana, a las que siempre se contesta con un simple y
nada claro bien, Javier cambió de actitud. A Rodrigo le
pareció que su jefe se preparaba para entrar en una iglesia,
por lo solemne que se mostraba. Se le veía igual que en el
desayuno del viernes anterior.

― Tengo que empezar contándote algunos detalles de mi


infancia.

― De acuerdo, te escucho.

― Sabes bien que vengo de una familia que nunca tuvo


problemas financieros, por lo menos no para llegar a pensar
que algún día nos quedaríamos sin qué comer o dónde vivir.
La casa en la que crecí es grande. Tenía mi propia habitación
donde perfecto entraban mi cama, mi lugar para estudiar y
un amplio espacio adicional que servía para mi
entretenimiento, en donde juntaba cajas y cajas de juguetes
que me regalaban mis padres y familiares constantemente.
Curiosamente nunca pedí ninguno de ellos. Cuando veía en
la televisión algo que quería, jugaba conmigo a predecir
cuándo me lo comprarían.

» He escuchado a muchos decir que el valor del dinero se


aprende cuando no lo tienes, o cuando tienes que ganar el
propio. Si esta premisa fuera aplicable a otros asuntos,
tendría que decir que el valor de un beso, un abrazo, una
caricia o una simple frase como: “bien hecho”, se
aprendería cuando uno no lo tuvo y eso me convertiría en
un experto en esa clase de temas, pero en realidad no lo
soy. Lo que sí sé, es lo triste que resulta no obtener nada de
afecto de las personas que aprendiste a querer sin que
nadie te enseñara a hacerlo. Hablo por lo menos de mis
padres, quienes a pesar de todo su esfuerzo para que no
llegase a quererlos, fracasaron rotundamente en ello. «

~ 46 ~
Javier hizo una pausa. Trataba de recordar el mejor
momento vivido con sus padres, luego continuó:

― No me viene a la mente ninguna imagen de mí mismo


contento, cuando estuve acompañado de mis padres. Mi
hermano mayor me llevaba ocho años, y eso es mucha
diferencia. Él se mantenía en sus cosas, yo en las mías.

― Diríamos que estuviste solo durante tu infancia.

― En realidad todos estaban en casa siempre. Comíamos e


íbamos a eventos juntos, pero era como si no estuvieran.
Luego mis amistades eran hijos de amigos de mis padres
que regularmente no me caían bien, pues las
conversaciones iban de quién tenía más y mejores cosas.

Javier se recostó un poco tratando de relajarse y siguió con


su historia.

― Ir al colegio no era precisamente un paseo de fin de


semana. El lugar en el que estudié era estricto en extremo y
requería, entre otras cosas, que las familias de los alumnos
fueran por lo menos acomodadas. Por supuesto, no era un
requisito que estuviese por escrito, pero era claro que,
dados los gastos en los que se incurría, no quedaba otra
opción. Tuve amigos en el colegio y a algunos aun los
conservo, aunque les hablo en muy contadas ocasiones. He
de reconocer que para el futuro financiero de uno, conviene
mucho asistir a ese tipo de instituciones porque desde
temprano te haces amigo de personas que por su posición,
en un futuro serán influyentes, y eso seguro que te abre
puertas.

― Punto para tus padres, ¿no?

― Estoy seguro de que lo hicieron, porque tenían que


hacerlo, no como hecho premeditado. Al decir verdad, en

~ 47 ~
toda mi infancia recibí las cosas que tenía que recibir, fui a
los lugares a los que tenía que ir y estoy seguro de que no
me hablaron más de lo que tenían que hablarme.

― Suena duro.

― Lo es. Te lo digo en tiempo presente porque la forma en la


que se desarrolla nuestra infancia, determina mucho de lo
que somos cuando grandes. Y no te cuento esto para que
hagas una revisión de tu pasado y busques alguna solución.
Tú sabrás que tan buena o mala fue tu infancia y
determinarás si es necesario o no buscar ayuda. Es por tus
hijas que te lo menciono. No sé cómo es tu relación con
ellas, más allá de lo alegres que se les ve las pocas veces
que hemos coincidido. Pero tienes que entender que si
decidiste traerlas al mundo son tu responsabilidad y es tu
obligación velar para que cuando ellas de grandes
recuerden su infancia, lo hagan con una sonrisa de oreja a
oreja y no con resentimiento como lo hago yo.

― ¿Por qué me dices esto?

― Ya te lo expliqué. Hay cosas que debo decirte porque es


mi obligación moral. La sabiduría no sirve de nada si no la
trasladamos a otros. Quiero que seas un mejor hombre.

Rodrigo se puso a la defensiva

― ¿No te parece que lo que hago es suficiente?

― No lo sé y sin querer herir tu susceptibilidad, no importa.


No te estoy contando todo esto para juzgarte. Te lo cuento
porque creo que son valiosas lecciones de vida que te
pueden ayudar.

Rodrigo de a poco fue relajándose en su lugar.

~ 48 ~
― Alguna vez habrás escuchado que desde que uno nace,
se adquieren derechos y obligaciones ―continuó el
discurso― y está claro que los derechos de tus hijas son
obligaciones que te pertenecen. Si todo el mundo hiciera su
trabajo dando una buena educación y procurando cuidado y
cariño a sus hijos. Este mundo sería sin lugar a duda un
mejor lugar.

La conversación fue interrumpida por el ruido de la puerta,


que lentamente se abrió. Era Cintia quien entraba para ver
si se les ofrecía algo. Ambos pidieron café.

Javier hizo una pausa en su narración, como tratando de


percibir si Rodrigo estaba captando el mensaje que quería
transmitirle. Luego continuó.

― He pasado estos días tratando de encontrar una forma de


transmitirte lo infeliz que fue mi infancia. La soledad se
encarga de arroparte con una sensación muy desagradable,
pero es aún peor cuando la vives en tu niñez. Como no se
sabe lo que es y como no se conoce otra cosa, solo queda
suponer que lo que uno está pasando es lo normal, que no
hay por qué quejarse, ni con quién hacerlo, ni siquiera para
qué hacerlo. No puedes pensar en un mejor futuro para
cuando crezcas, porque no se conoce otra sensación, no se
sabe que la vida puede ser distinta.

Cintia regresó con los cafés en una bandeja que puso en la


mesa del centro. Mientras lo hacía, Rodrigo tratando de
disimular la contemplaba. Le parecía muy atractiva, no solo
por su físico, sino por todo lo que admiraba en ella.

― Aquí tiene señor.

― Gracias Cintia.

― Señor Rodrigo.

~ 49 ~
― Gracias Cintia, eres muy amable. ―Ambos sonrieron y
Cintia abandonó la oficina.

Por dentro Rodrigo maldecía el que no fuera viernes y peor


aún, que le pareciera tan lejano el día en que la tomaría otra
vez entre sus brazos, tan lejano como se encontraba él de
encontrar algún sentido a las palabras de Javier.

― Cuando crecí y tuve a mis hijos, no supe que hacer


Rodrigo. Mi problema de infancia seguía acompañándome y
como no quería cometer el mismo error de mis padres, estar
presente sin estarlo, me aleje usando el pretexto del
trabajo.

― ¿No fue eso lo que hicieron tus padres?

― No, ellos tenían horarios de trabajo normales. El problema


es que estaban conmigo, pero como si no quisieran estarlo.
Para decirlo claro, era como que no me quisieran. Hasta
ahora no sé si en efecto lo hicieron o no. Yo en cambio para
que mis hijos no sintieran lo mismo, me ausenté de su
infancia y de su adolescencia, dedicándome a trabajar.
Estaba seguro de que ellos de grandes entenderían que era
un sacrificio que hacía por ellos, que sabrían disculparme y
que estarían agradecidos, pero me equivoqué.

― ¿Te lo reclaman?

― No. Solo no me hablan nunca, aunque quizá esa sea su


forma de reclamar.

Rodrigo pudo sentir como la habitación se saturaba de


melancolía.

― Pareciera lo mismo que con mis padres Rodrigo, pero no


lo es. Lo de mis padres era que no me querían o no sabían
hacerlo. Lo mío fue un error terrible, una mala decisión

~ 50 ~
influenciada por la mala experiencia de mi infancia y el
miedo a comportarme igual con mis hijos.

― Pero aun podrías…

― ¿Buscarlos? No, ya es muy tarde. Tienen sus vidas


hechas, no tiene sentido hacerles preocupar por un viejo
que busca limpiar su conciencia antes de que termine lo
poco que le queda de vida. Lo importante aquí es que tú
entiendas lo que trato de transmitirte. Lo importante para
mí, no es arreglar mi pasado, sino cumplir con mi obligación
moral y por qué no decirlo, con mi obligación social, porque
con esto quiero contribuir a que esta sociedad sea cada vez
mejor. Es algo que deberíamos de hacer todos.

La actitud de Javier había cambiado, parecía político dando


un discurso en la plaza de un pequeño pueblo.

― Imagina por un momento un mundo donde los que se


van, pasan lo que han aprendido a los que se quedan.
Donde la sabiduría que se va acumulando es entregada
como estafeta a las siguientes generaciones.
Lamentablemente la ignorancia, el desinterés y el egoísmo,
hace que nos llevemos todo a la tumba, donde a nadie
aprovecha.

Volvió a hacer una pausa.

― De cualquier forma lo que quería que platicáramos hoy


era lo de mi infancia y ya es algo tarde, tengo que avisarle a
Cintia que se puede retirar y a ti, si te he dicho que el
trabajo no lo es todo, aunque seguiremos hablando de ello
después, no puedo retenerte mucho tiempo acá. Vete ya.

― Bueno Javier, gracias por tomarte el tiempo de compartir


esto…

~ 51 ~
― No, no me des las gracias. Nos faltan unas cuantas horas
de charla, dejemos las conclusiones para después.

― Bien, hasta mañana.

― Hasta mañana amigo.

Rodrigo salió de la oficina de Javier y pasó despidiéndose


con un simple adiós de Cintia. Fue a su oficina y
rápidamente guardo sus cosas, ni siquiera se preocupó por
revisar si le habían dejado alguna nota en su escritorio o si
tenía algún Email que pareciera urgente.

Ya en el auto Rodrigo no podía sacarse tres palabras de la


cabeza: Deber, Moral y Cintia.

~ 52 ~
XI

El locutor del programa de opinión matutino, terminó su


presentación de esa mañana con la frase: “parece ser que
hoy será un día normal”. A Rodrigo, que casi no prestaba
atención a la radio, le llamó la atención esas palabras “si
alguien me explicara lo que es normal, estaría bueno”
pensaba “es normal que nos asalten incluso por cosas de
poco valor, es normal que se inunden las calles con unas
cuantas lluvias por lo mal cuidados que están los drenajes,
es normal contar con que los políticos son corruptos y sus
resultados serán escasos, si llega a haber alguno. ¿Será
normal lo que por naturaleza y esencia lo es, o lo que nos
acostumbramos a ver diariamente?” Entre meditaciones y
cuestionamientos, llegó a su trabajo.

En la oficina todo hacía pensar que sería un día normal.


Javier se dedicaba a contestar llamadas. Cintia ordenaba
correspondencia y respondía correos. También en casa era
un día normal; Jimena se dedicaba a los quehaceres del día
martes. Rodrigo incansable, trabajaba casi sin parar.

Poco después de las once, Rodrigo hizo una pausa. Sin


pensarlo mucho tomó su computadora y en el buscador
escribió: “moral”. El primer enlace que apareció daba la
impresión de ser lo que andaba buscando. Entró al sitio y le
pareció curioso que lo que resaltaba en el artículo fuera una

~ 53 ~
advertencia de que tenía una redacción neutral y que
carecía de fuentes o referencias. “¿Será acaso que a nadie
le importa mucho la definición de la moral en estos
tiempos?” Pensó.

El primer párrafo decía:

Se denomina moral o moralidad al conjunto de


creencias y normas de una persona o grupo social
determinado que oficia de guía para el obrar (es
decir, que orienta acerca del bien o del mal ―
correcto o incorrecto ― de una acción o acciones).

Se tomó un momento para meditar: “Si esta definición es


correcta, la moral puede ser un aspecto meramente
personal. O sea, que las reglas de conducta o la percepción
de lo bueno y lo malo, son definiciones que únicamente yo
debiese establecer. ¿Cómo entonces la misma palabra
puede significar algo que me corresponde a mí y algo que se
define en grupo? Si la moral son creencias y normas
grupales, ¿en qué momento estuve a favor o en contra de
ellas? ¿Cuándo me fueron planteadas para evaluarlas?
¿Quién en el pasado, fue tan sabio que tuvo la iluminación
necesaria para regir la moral de las sociedades actuales?”

Siguió con sus cuestionamientos

“¿Cuántas morales existirán? Debería de ser una por cada


individuo, no obstante casi todos aceptamos una Moral
convencional, pero... ¿Cómo saber si sea la mejor moral
para regir nuestras vidas?”

En ese momento su mente, sin explicación alguna, divagó


hacia la imagen de Cintia. Tomó su teléfono y siguiendo un
impulso, algo poco común en él, marcó la extensión de ella.

― Te invito a almorzar.

~ 54 ~
― ¿En serio?

Cintia estaba extrañada. Nunca habían salido otro día que


no fuera viernes por la noche.

― ¿Cuándo?

― Hoy, a la una.

― Pero…

― Es solo un almuerzo.

Rodrigo se hacía el fuerte, pero una parte de él deseaba que


Cintia no aceptara. La opinión de la gente y dar una buena
imagen, siempre había sido parte de su código de conducta.

― ¿Por qué haces esto?

― No lo sé. Quizá porque creo que es correcto.

― La gente va a pensar que es incorrecto.

― ¿Te importa más lo que los demás piensen?

Los dos quedaron unos segundos en silencio.

― Esta bien, nos vemos en el vestíbulo a la una ―dijo


finalmente Cintia y colgó.

***

Cuando Rodrigo llegó al vestíbulo, Cintia le estaba


esperando y se le percibía muy inquieta. Sentía que todas
las miradas iban dirigidas a ella, que todos estaban
pendientes de su más mínimo movimiento.

― Que bueno que aceptaste.

~ 55 ~
― Salgamos de aquí ya ―contestó Cintia― estoy muy
nerviosa.

Cruzaron las puertas de la entrada y caminaron un par de


cuadras, hasta llegar a un restaurante. Pidieron comida más
por inercia que por hambre. Los dos estaban intranquilos.

― ¿Me vas a explicar? ―preguntó Cintia.

― No hay mucho que explicar, no estamos haciendo nada


malo ¿O sí? Sólo tenía deseos de conversar y estar contigo.

― Mi madre siempre dice: no hagas cosas buenas que


parezcan malas. Y esto, ni siquiera es bueno.

― ¿Cómo que no es bueno? Tenía ganas de estar contigo un


momento, aunque fuese solo una hora.

― Pero la gente puede imaginar cosas. ¿No te parece muy


arriesgado que empiecen a murmurar por un almuerzo,
cuando nadie sabe lo que hacemos los viernes por la noche?

― ¿Qué hacemos los viernes por la noche?

Una sonrisa cómplice se dibujó en sus rostros.

― ¡Calla ya! ―contestó Cintia bajando la voz y la vista, con


el rostro ruborizado.

― ¿No te parece que son muchas normas de conducta las


que hay que respetar para dar una buena imagen?

― Es la sociedad en la que vivimos y cambiarlo es muy


difícil, sino imposible. La apariencia es lo que mantiene las
cosas estables. No importa qué edad tienes, importa de qué
edad te vez. No importa qué tan feliz seas, importa lo feliz
que la gente te ve. Ni importa lo desdichada y detestable

~ 56 ~
que pueda ser tu vida, mientras todas las mañanas saludes
a todo mundo con una sonrisa, aunque sea fingida.

Rodrigo quedó de una pieza, no esperaba una respuesta


como esa. Ella que nunca hablaba y que parecía
desenvolverse tan naturalmente entre la gente, hablaba de
apariencias.

― Tendría que ser distinto, ¿no crees?

― No lo sé. Creo que ha sido así desde siempre. ―Contestó


Cintia.

El mesero llevó la comida. Entonces la plática cambió de


rumbo. Imaginaban lo que la recepcionista habría pensado
al verles salir juntos. Quizá alguien que regresaba del
almuerzo les había visto. Calculaban cuántos lo sabrían ya.
Pero lo que realmente les inquietaba, era cómo harían para
regresar.

Cuando terminaron y el tiempo disponible estaba por


vencer, solo había una pregunta por hacer.

― ¿Juntos o separados?

― Juntos ―contesto Cintia, quien finalmente había sentido


el gusto por un poco de adrenalina, lejos de la experi-
mentada los viernes por la noche.

De regreso no tuvieron ningún problema. Nadie parecía


haberse dado cuenta o a nadie le importó verlos juntos.

Al llegar a su oficina, Rodrigo imprimió el artículo sobre la


moral que había encontrado, lo guardo en su maletín y
volvió a sus actividades diarias.

~ 57 ~
XII

Antes de cenar, Rodrigo notó que la puerta de una


habitación que se usaba poco, porque solo servía para
guardar cosas viejas, estaba abierta. Como de costumbre
mientras cenaban, no tenía tema de charla con Jimena y se
le ocurrió mencionar ese detalle.

― ¿Has estado ordenando la habitación de cosas viejas?

La expresión de Jimena delató miedo. Como si le hubieran


descubierto alguna mentira. Favorablemente Rodrigo no la
miraba.

― Sí, es un almacén de polvo ―contestó― además hay


varias cosas que están ahí de las que podremos
deshacernos. Pero no te preocupes, no voy a tirar ninguna
de las tuyas.

Ese día por la mañana, cuando el reloj pasaba de las nueve,


Jimena había entrado a la habitación sin ninguna intención
de limpiar, porque en realidad no había tal cantidad de
polvo. Lo nostálgico de su estado de ánimo, le había
invitado a buscar entre cajas, bolsas y maletas, recuerdos
de su pasado.

Encontró una fotografía en donde tendría, según sus


cálculos, unos seis años. En ella jugaba con algunos primos

~ 58 ~
en el jardín de la casa de sus padres. Recordó entonces
aquel lugar. Todas las paredes pintadas de blanco,
adornada al frente por un amplio jardín. A la derecha había
algunos árboles que parecían un pequeño bosque, donde
solía inventar cientos de juegos y que formaban una
colorida antesala al acceso que conducía al patio trasero. A
la izquierda estaba el garaje donde podían parquear
fácilmente tres vehículos. Dentro contaban con cinco
habitaciones. Al ser hija única su cuarto era amplio, cómodo,
ordenado y lleno de consentimientos con los que sus
padres, que le querían como a lo que más, la agasajaban.
Casi podía ver los cuadros de paisajes colgados en las
paredes y su colección de peluches que con mucho esmero
cuidaba y ordenaba, para que dieran color a su habitación.

Contempló otra foto. Esta la mostraba a ella en su uniforme


a cuadros del colegio, blusa y calcetas blancas y un sweater
amarrado a la cintura, abrazada con dos de sus amigas que
vestían igual. Las tres reían tratando de ser lo más sexys
que podían a esa edad. “Sería de cuando tenía catorce
años” pensaba.

Hincada en el suelo, abriendo cajas, libros y cuadernos,


leyendo notas y contemplando fotografías, le era imposible
contener las lágrimas, pero ellas no entorpecían la
persecución de su principal objetivo. Encontrar un anuario
del colegio de cuanto tenía dieciséis años. En él estaban las
fotos de sus compañeros de clase, de lo que a ella le había
parecido un año fantástico. Contenía también las notas que
se dejaban de recuerdo entre los jóvenes amigos
prometiéndose que nunca se olvidarían y la foto de Marco,
su novio de entonces y el primer hombre al que permitió
que la conociera como mujer.

La búsqueda no era acelerada porque todo tenía consigo


algún recuerdo, ya fuera bueno como los de su infancia y

~ 59 ~
adolescencia o frustrantes como cuando se puso a
contemplar el vestido de novia que usara el día que se casó
con Rodrigo y al que no procuraba ningún cuidado especial.

Poco antes de que sus hijas regresaran del colegio, encontró


el anuario. Empezó a contemplar las fotografías,
principalmente la de Marco. “Era tan apuesto y tan buena
persona” pensaba. Y recordó cómo su pequeña amistad
había tomado un giro abrupto, una tarde cuando él la
alcanzó mientras iba de regreso a su casa, al salir de clase.
Llovía y los dos iban empapados, riendo y burlándose el uno
del otro. Antes de llegar a la casa de Jimena cruzaron en la
esquina. La estaban pasando muy bien como para dejar que
el momento terminara. Ella de pie se recostó en un árbol
que poco impedía la caída de las cristalinas y frías gotas. Él
se paró enfrente y retiró el cabello que a ella le cubría el
rostro. Sus miradas, sus cuerpos mojados y la cómplice
soledad de las calles, fueron suficientes para dar inicio a una
relación que poco tenía de lo dulce, tonto y romántico de los
amoríos de colegio. Por el contrario, era ardiente,
apresurada y pasional.

Quien hubiera visto a Jimena mientras recordaba pensaría


que había perdido la razón. Tirada en el suelo como una
chiquilla, tenía dibujados en sus mejillas canales de lágrimas
asentados con maquillaje que terminaban donde
comenzaba una sonrisa cómplice, todo adornado con unos
ojos que brillaban como no lo habían hecho en mucho
tiempo.

Las niñas regresaban a casa y hubo que regresar a la rutina


del día.

Después de cenar los cuatro, mientras Jimena ponía el


comedor y la cocina en orden, lo decidió. Trataría de
localizar a sus amigos del colegio, incluyendo a Marco.

~ 60 ~
XIII

Después de ver televisión con las niñas y su esposa, Rodrigo


se dirigió a su estudio. Esta vez su objetivo no era el libro de
administración y liderazgo que había comenzado a leer
hacía una semana. Sin tomar asiento sacó el artículo sobre
moral que había impreso por la mañana, y mientras
empezaba a leerlo caminaba inquieto de un lado a otro, en
el reducido espacio.

Leyó la siguiente definición:

La palabra moral tiene su origen en el término latino


‘mores’, cuyo significado es costumbre […] por lo
tanto ‘moral’ no acarrea por sí el concepto de malo o
bueno. Son entonces las costumbres las que son
virtuosas o perniciosas.

No del todo convencido por el origen del concepto, buscó en


el diccionario de la Real Academia Española y se percató de
que la definición era otra, en apariencia no cambiaba tanto,
pero de fondo sí. Según éste, la palabra se origina del latín
morālis y debajo de la palabra existían muchas más
definiciones distintas a la de su artículo. Casi todas tenían
que ver con aspectos de bondad y malicia. Buscó en
diccionarios en línea de latín, también buscó en otros
diccionarios en línea en español que fue encontrando.
Después de dedicarle bastante tiempo, llegó a la conclusión
~ 61 ~
de que era muy difícil que pudiera aceptar una de las
definiciones encontradas como la única definición posible,
“que extraño”, pensaba, “siendo que muchos aceptamos la
moralidad como algo normal y de uso diario en nuestras
vidas”.

Meditó unos minutos más, luego tomó un cuaderno de notas


que siempre cargaba en su maletín y apuntó:

La moralidad no es más que límites que ponemos a


nuestro actuar. En condiciones ideales deberíamos
de tener la libertad de establecerlos, pero casi nunca
ejercemos ese derecho, en cambio, dejamos que los
demás lo hagan por nosotros, ya por pereza, porque
es más cómodo, o porque de esta forma nuestro
accionar estará acorde a la moralidad de la sociedad
a la que pertenecemos y eso nos evitará problemas.

Se volvió a poner de pie y quedó un tiempo meditando


mientras volvía a caminar de un lado a otro. Luego en un
movimiento rápido, como queriendo evitar que la idea que
tenía en mente se le escapara, se sentó, tomó de nuevo su
cuaderno de notas y apuntó debajo del párrafo anterior:

Lo trágico es que muchas de estas reglas ni siquiera


son establecidas por nuestros contemporáneos, sino
por nuestros antepasados. Quizá ellos entendían la
vida de otra forma, o se las hicieron entender de otra
forma. Talvez por creencias, ignorancia, coacción o
por obedecer a intereses personales. Y ahora parece
a nadie importar si estaban bien o estaban mal sus
definiciones, solo las aceptamos.

Dejó el lapicero sobre el cuaderno sin cerrar y descansó un


rato más en la comodidad que siempre le proveía su silla
ejecutiva, y esas cuatro paredes que le parecían, al
contrario de toda la casa, su verdadero imperio.

~ 62 ~
Cuando abandonó el estudio, en lugar de dirigirse a su
habitación como lo hacía regularmente, caminó por los
distintos ambientes de la casa. La luna dirigía una tenue
pero suficiente luz a través de las ventanas, que le permitía
manejarse sin problema por toda la casa sin hacer uso de la
energía eléctrica. Llegó a la sala de visitas y no pudo
soportar la tentación de tomar en sus manos un cuadro que
contenía la foto de una Jimena sonriente y alegre. “Se ve
hermosa” pensó. Se dirigió con ella a la ventana para poder
contemplarla mejor. Rodrigo no podía negar que ella le era
especial, aunque estaba seguro de no quererla y mucho
menos de sentir por ella la pasión, deseo y admiración que
despertaba Cintia en él, pero sentía algo y la simple idea le
descomponía por dentro.

En realidad no era su sentimiento por Jimena lo que le hacía


sentir mal, era que entendía que con cada hora de silencio
entre ambos, le hacía más daño a la que él había tomado
como esposa, prometiendo que la querría y la cuidaría para
siempre. Se odiaba por no estar cumpliendo.

~ 63 ~
XIV

A media luz natural, los vidrios del edificio recibían el fuerte


castigo que le imponían las suicidas gotas de lluvia que a
toda velocidad se estrellaban contra ellos. Los sobresaltos
de las personas distraídas se volvieron comunes durante
esas horas, debido a los fuertes truenos que la tormenta
repartía por los alrededores. Parecía una noche perfecta
para estar frente a una chimenea con una chamarra encima
y una taza de chocolate caliente en la mano. Pero solo eran
las cuatro de la tarde de un miércoles laboral.

Javier irrumpió en la oficina de Rodrigo.

― ¿Estás muy ocupado?

― Lo estoy siempre, y seguro que ahora contigo lo estaré


también, solo que ocupado en otra cosa.

Ambos rieron.

― ¿Qué te parece la tormenta? ―preguntó Javier.

― No opino nada de ella, solo puedo decirte que la disfruto


mucho.

― ¿Te gustan los sustos?

~ 64 ~
― Simplemente encuentro fascinante escuchar los sonidos
de la tierra. Ver oscuro lo que podría ser un día soleado
cuando nos visita de día, poder mojarse en lugar de recibir
el habitual calor, y cambiar por momentos el ruido de la
ciudad o el silencio de la noche, por la imperante voz del
trueno… No puedo explicarlo.

Javier tomó su ya habitual postura de orador.

― A veces imagino una escena que ocurriría hace muchos


años, en estos mismos lugares, pero con paisajes
totalmente distintos. Los hombres de la familia decidían que
era tiempo de ir a cazar para el sostenimiento de todos. Se
levantaban temprano, tomaban sus armas de ataque o sus
trampas, y cuando estaban listos para salir, advertían que
una tormenta tomaría el control del ambiente. Se veían unos
a otros y casi sin mediar palabra entendían y estaban de
acuerdo, en que ese día no podrían, no deberían y no
querían cazar. En cambio, se dedicarían a realizar alguna
tarea en casa. Cuando el momento llegara, algunos irían a
las ventanas a contemplar como el agua no dejaba un solo
resquicio sin acariciar y como el cielo eventualmente se
iluminaría por completo por fracciones de tiempo. Otros
descansarían en algún cómodo sofá, mientras comían algún
dulce que gustosamente prepararan las siempre atentas
mujeres de casa, para la ocasión. Otros se dedicarían
simplemente a charlar o a entretenerse con algún juego de
casa, mientras el zumbido acogedor de la lluvia golpeando
la estructura de la vivienda inundaba las habitaciones.

― Pintoresco escenario.

― Deja lo pintoresco. ¿Te das cuenta de lo que pasa en esa


escena?

― Prefiero que lo expliques.

~ 65 ~
― Son libres. Saben de su responsabilidad, porque está
claro que si no cazan no sobreviven, pero pueden darse la
oportunidad de aprovechar esos momentos que la
naturaleza les regala.

― Si bueno, pero hay que entender que…

― Disculpa que te interrumpa. Sé que me puedes dar


muchas explicaciones y peor aún, un sin número de
justificaciones pero, contéstame esto: ¿Cuándo fue la última
vez que dejaste a un lado el trabajo para disfrutar de la
naturaleza? Por supuesto, sin contar los períodos de
vacaciones.

― De hecho, hace mucho que no tomo vacaciones, pero eso


podemos platicarlo luego. En todo caso, estoy seguro de que
lo he hecho por la noche o algún fin de semana. En realidad
no llevo la cuenta.

― Eso no es libertad, ¿no crees?

Rodrigo pensó que tampoco es libertad que la naturaleza


mande sobre las tareas de uno, pero Javier no dejó que
contestara y con más fuerza y convencimiento, continuó
predicando sus ideas.

― Nos hemos convertido en esclavos del trabajo. Éste nos


roba lo más valioso de nuestras vidas que es el tiempo. Todo
nuestro esfuerzo desde muy pequeños, está en función de
conseguir un buen puesto laboral, o en el mejor de los
casos, ser un empresario de éxito, pero regularmente
cuando alcanzas esta meta ya eres muy viejo para poder
disfrutar de los frutos de tu tiempo invertido, y dicho fruto
no es más que dinero.

» ¿Alguna vez hiciste las cuentas del tiempo que dedicamos


a trabajar? Es impensable, y si le sumas el tiempo que nos

~ 66 ~
dedicamos a estudiar, que es como trabajar sin paga,
porque va en función del mismo objetivo, nos queda muy
poco para nosotros. ¿Y qué hay del tiempo que necesitamos
para los demás?

» No Rodrigo, nuestra vida no puede ser trabajar, comer y


dormir. Sin embargo, esas son las razones por las que nos
levantamos a diario. Es por lo que hemos convertido este
mundo en una jungla. Los delincuentes están al acecho de
quitarte tu dinero. Las personas honradas están al acecho
de quitarte tu tiempo o tu trabajo, si les es necesario, y ten
por seguro que lo harán sin ninguna clase de miramiento,
porque así es la vida y así nos lo inculcaron desde que
estábamos estudiando. Ser el mejor y tener el mejor puesto,
para poder obtener la mayor cantidad de dinero y entonces
poder estar considerado dentro de ese pequeño y selecto
grupo denominado: personas de éxito. «

― No te ofendas Javier, pero por ratos me parece que al


oírte hablar, escucho a un motivador de los que dicen cosas
que agradan al oído.

Javier le vio extrañado. Entre todas las reacciones posibles


que imaginaba de Rodrigo, ese comentario le pareció fuera
de lugar.

― He leído mucho y también he vivido mucho ―contestó


algo irritado.

― No te molestes, solo es un comentario sin sentido que se


me escapó.

Javier bajó la guardia, para recobrar el control de la charla.

― No me molesta. Entre todas las cosas que dicen, esos


motivadores que veo que desprecias, se encuentran muchas
verdades que uno decide ignorar.

~ 67 ~
― Está bien, olvídalo. Volviendo al tema, ¿cómo se hace
para vivir en estas ciudades modernas, como lo hacían en
los tiempos de la caza?

― Ya no se puede. Todo aquello lo perdimos. El dinero, el


consumismo, la ambición y el egoísmo terminaron con
muchos de nuestros buenos y sanos valores. Ahora solo
podemos tratar de emular algunos aspectos de aquel
entonces en este moderno, y cabe decir, extraño ambiente
en que nos desenvolvemos.

― ¿Escapándonos del trabajo?

― Solo si consigues no depender de éste y quitarte los


miedos de perderlo. Si lo logras, la dicha será inmensa.

― ¿Y la familia? ¿No hay que pensar en ella? Las decisiones


traen consecuencias.

― Solo tienes que ver mi caso. El maldito trabajo me quitó a


mi familia.

― Antes dijiste que era un refugio para no cometer los


errores que cometieron tus padres.

― Y lo sigo sosteniendo. Pero luego yo me dejé seducir por


la obsesión del trabajo. La posición que alcancé, el título que
adorna mis tarjetas de presentación y el salario que gano.
Todo lo obtuve porque entregué a cambio momentos que
pudieron ser de felicidad al lado de mi familia.

Al terminar la última frase, Javier resoplaba, había


expresado las últimas líneas, acelerado. Ambos guardaron
silencio por un momento. Luego continuó.

― Durante mucho tiempo mi única compañía inseparable,


han sido medicinas que tomó para evitar los efectos del
trabajo. Por su culpa estoy convencido de que he envejecido

~ 68 ~
más rápido. El estrés, el no comer en horas adecuadas y la
falta de sueño, hacen estragos en nuestros cuerpos.

» Hace un tiempo leí la idea de una filósofa, que si no


recuerdo mal es de origen ruso, en donde daba a entender
que el sacrificio es malo. En su momento la idea me chocó,
porque el sacrificio desinteresado de uno por otro es sin
duda alguna, un excelso acto de honorabilidad y es a todas
luces, digno de aplauso. No obstante, estoy totalmente de
acuerdo en que sacrificar a tu familia por trabajo, es
repugnante. «

― ¿Ya no trabajas como lo hacías antes?

― Si lo sigo haciendo, pero hay una diferencia entre mi caso


y el tuyo. Yo ya perdí a mi familia. Tú en cambio estas a
tiempo de no hacerlo.

― Tú sabes desde hace mucho tiempo que a lo que aspiro es


llegar a alcanzar tu puesto o uno similar, sino mejor, en ésta
o en otra empresa. Y si el método que utilizaste es
incorrecto, porque aparentemente lo condena a uno a
terminar sin familia, ¿cómo esperas que lo haga si no es
trabajando tan duro como lo has hecho tú?

― Es que no estoy cambiando el método. Lo que quisiera es


que cambiaras de objetivo.

― Me parece injusto. No creo que sea una fórmula aplicable


a todos.

― Te habla la voz de la experiencia. A parte te puedes


documentar en libros y testimonios de cientos de personas
que confirmarán mis palabras. Recuerda que sabio es quien
aprende de sus errores, pero más sabio quien aprende de
los errores de otros. Es un dicho popular lleno de sensatez,
al que pocos hacen caso.

~ 69 ~
― Hay algo extraño en tus ideas.

― Claro, es que están en contra de lo que es normal. Toda


nuestra vida nos enseñaron que lo más importante era
prepararte para tener un buen trabajo, lo platicamos
anteriormente y ahora te vengo a decir que no vale la pena.
Estoy convencido de ello Rodrigo. Pero… quizá valga la pena
que dejemos el tema acá. Solo quisiera pedirte como favor
para mí y para ti, que meditaras en lo que te he dicho.

― Cómo no hacerlo. Muchas veces he leído mensajes,


correos y libros que aseguran que no debo desvivirme por el
trabajo. Pero escuchar de labio y lengua de un amigo al que
pretendo emular, la sugerencia de que haga a un lado todo
aquello por lo que me he esforzado tantos años, es muy
distinto.

Javier vio la hora en su reloj y sonriente comentó a Rodrigo:

― Ya casi son las cinco. Quisiera que por hoy escucharas mis
palabras y te retires temprano a compartir con tu familia.

― La verdad es que tengo mucho que hacer. Pero podría


hacer una excepción si fuera una orden de mi jefe.

― ¡Pues es una orden! ―Alzó la voz Javier.

Ambos rieron.

~ 70 ~
XV

Abrigo, paraguas y bolso en mano, Cintia empezaba a


alejarse de su escritorio cuando su teléfono sonó.

― ¿Te gustaría que te llevara a tu casa?

A Cintia se le terminó de escapar una lágrima que había


estado conteniendo, cuando escuchó la voz de Rodrigo.

― No, hoy no puede ser.

― ¿Qué tienes?

― Nada, es que me da gusto que te preocupes por mí.

― No es cierto, sé que no eres así de espontánea. ¿Te


llamó?

― Sí, dice que hoy quiere ver a Miguel.

― Mejor aún, te vas conmigo, así llegas antes.

― No. Podría vernos y con él nunca se sabe. Además quiso


que nos juntáramos antes a unas cuadras de aquí.

― Sabes que no es de fiar.

― Tengo que irme.

~ 71 ~
Colgó el teléfono y como queriendo recuperar el tiempo que
había perdido en la llamada, caminó más rápido hacia el
elevador, mientras se limpiaba las lágrimas.

Afuera la lluvia no cesaba. La ciudad se presentaba


acelerada, parecía que realizaba sus labores más aprisa
para poder terminar la jornada antes de tiempo. Quienes
iban a pie caminaban rápido huyendo del viento y del agua,
pero Cintia en cambio casi corría. Cualquiera al verla
pensaría que tenía algún tipo de fobia por las tormentas.

Luego de sortear algunas avenidas, esperó en una esquina


por el Toyota color negro, que el papá de su hijo conducía. Al
llegar frente a ella, se abrió la puerta del copiloto y una voz,
más brusca que profunda, gritó desde adentro

― ¡Sube ya!

***

¿Cuánta gente estará dedicada, sino toda, en algún


momento de la vida, a tratar de encontrar respuestas o
explicaciones a los misterios de ciertos comportamientos? Y
sin embargo existen conductas que por cotidianas, no dejan
de ser extrañas y son aceptadas con normalidad, sin que
exista la necesidad de buscar justificaciones a dicho
comportamiento, simplemente porque la vida es así.

A veces un no, un sí, un no más o un hasta aquí, puede ser


la diferencia entre la vida como se lleva y la que se anhela
como lo más preciado que podría obtenerse.

***

Trabajaba como vendedor de seguros. Siempre iba de traje,


por lo regular de color caqui. Nunca se le veía la corbata
desarreglada. Los lentes de aro redondo siempre
impecables. Su modo era afable, casi rozando lo falso. Y su
~ 72 ~
mirada era la de quien siempre presta atención a la persona
con quien conversa. Quienes conocían a Jorge, el papá del
hijo de Cintia, no tenían problema en afirmar que era una
buena persona. Cintia en cambio lo conocía en realidad.

― Te vez ridícula con ese vestido empapado.

Cintia solo guardó silencio.

― Si quieres quítate la ropa, total no es que vaya a ver algo


que no haya visto antes ―continuó mientras reía de forma
burlona.

Cintia seguía guardando silencio. Sabía que cualquier cosa


que dijera podía alterar el humor de Jorge y estaba
resignada a soportar esas desagradables visitas que se
daban cada dos o tres meses.

― Creo que estas más flaca. ―Dijo Jorge mientras tomaba


en su mano la fría y desnuda pierna de Cintia― Hay que
alimentarse mujer, ya sabes que prefiero que haya que
agarrar.

Cintia por instinto juntó con fuerza sus piernas.

― Deja de tonteras ―pronunció Jorge alterándose y


aventando con algo de fuerza la pierna de Cintia― ni que te
las fuera a quitar. Además hoy no tengo tiempo de estar con
vos, solo quiero saber cómo está Miguel.

Se sintió aliviada. En ocasiones Jorge solo la buscaba para


satisfacer su deseo de sexo. Entonces se sentía utilizada y
se maldecía por no poder decirle que no.

― Bien, Miguel está bien ―dijo finalmente― estudiando, y la


verdad no da problemas. Sus notas son buenas, se porta
bien y últimamente no se ha enfermado.

~ 73 ~
Jorge rió sarcásticamente.

― Tu resumen parece telegrama. Como que te cobraran por


palabra. Pero no importa, ya sabes que me preocupo por él,
aunque no lo parezca. ¿Les falta algo?

― No.

― ¿Estás saliendo con alguien?

― No.

― ¿Estás asustada?

― No.

― Por eso solo te busco para acostarme con vos, porque


para platicar sos aburridísima. ¿Por acá podes tomar un taxi
para tu casa? ― preguntó Jorge mientras paraba el vehículo.

― Sí, acá está bien.

― Entonces ¡bajate!

No tenía idea de donde estaba. La calle era muy silenciosa y


oscura. Prefirió no abrir el paraguas, de todos modos estaba
completamente mojada y la lluvia era acompañada de un
fuerte viento que haría que el agua penetrase la débil
defensa que le podría proporcionar. Caminaba buscando un
lugar con luz donde encontrar un taxi. Convencida de que
algo malo le podía pasar por esas calles, daba gracias a la
vida, porque el incómodo momento con Jorge, había
terminado.

~ 74 ~
XVI

El panorama de la mañana no daba ocasión de olvidar la


tormenta de la noche anterior. Los charcos de agua, hacían
las delicias de algunos niños que sin vigilancia de mayores,
se dedicaban a saltar sobre y entre ellos, mientras los
adultos hacían practicadas maniobras para que los
automóviles no pasaran salpicando los oscuros y bien
planchados trajes que portaban. Aunque en las noticias se
había anunciado que no llovería, casi todos llevaban abrigos
y paraguas, porque la reputación de este tipo de informes
estaba muy desmejorada.

A las siete y media de la mañana, Jimena ya se encontraba


perfectamente arreglada esperando a Sonia, una amiga que
localizó gracias al anuario que había encontrado el día
anterior. Las dos entusiasmadas acordaron juntarse a tomar
un café y platicar de los viejos tiempos.

Cuando Sonia se presentó, se dieron un fuerte abrazo y


dedicaron varios minutos a alabar cada una de otra, lo bien
conservadas que se veían. Recordaron varias anécdotas que
vivieron en clase. Sonia no era una de las mejores amigas
de Jimena, aquellas se habían casado y se retiraron a vivir
lejos y aunque cada una prometió no perder el contacto
nunca porque jamás existiría una razón tan grande que
fuera capaz de destruir una amistad tan pura, no pudieron

~ 75 ~
mantener la promesa más que unos pocos meses después
de la despedida.

En el colegio siempre hay alguien que destaca por no formar


parte de ningún grupo en especial. Es ésta persona que se
lleva bien con los populares, los aplicados, los deportistas,
los maestros, etcétera, y no distorsiona la imagen al estar
con ninguno de ellos. Sonia era ésta persona, por eso tenía
algunos contactos con varios excompañeros de clase.

Comentó a Jimena que de algunos conservaba la dirección,


aunque no todas estaban comprobadas. Poseía también
varios números de teléfono y celulares, algunos de los
cuales ya no coincidían. Y por supuesto tenía el correo
electrónico de algunos otros. Entre ellos el de Marco, por el
que Jimena mostró un interés más elevado del que le
hubiera gustado hacer notar.

Cuando Jimena le hizo la propuesta de realizar una reunión


con todos los excompañeros de clase, Sonia sonrió de forma
un tanto burlona, asegurando que ella había tratado de
juntarse con cuatro o cinco de ellos y que era imposible. Las
obligaciones, el tiempo y más comúnmente, la no
reconocida falta de interés, hacía imposible que pudieran
reunirse y sugirió que la mejor forma de llevarlo a cabo, era
precisamente como ellas lo estaban haciendo.

Jimena hizo lo posible porque el tema tuviera que ver más


con la vida de Sonia que con la de ella. La noticia de que
tendría en su poder el Email de Marco era algo que la
alegraba mucho, y no estaba bien arruinarlo al tener que
inventar historias que ocultaran lo infeliz que era en su
matrimonio. En cambio, a su compañera parecía que la vida
le sonreía. Le contó como su matrimonio de cuatro años
había terminado porque de alguna manera había dejado de
querer a su entonces esposo. Ahora era divorciada y tenía
un hijo de dos años al que adoraba. Había roto totalmente la
~ 76 ~
relación con su expareja. No exigía pensión por el niño, pues
sentía que ella bastaba para darle lo que necesitaba. Había
puesto un negocio de venta de manualidades, tarea que
siempre le gustó realizar. Y los encargos para eventos no
faltaban. De hecho, el problema que más le robaba
tranquilidad, era que con tanto que hacer, se vio en la
necesidad de contratar personal y a ella le tocaba hacer
mucho trabajo administrativo. A Jimena le parecía que cada
cosa buena que le pasaba a su amiga, era un alfiler que le
penetraba tan profundo, que no era capaz de identificar el
lugar por donde se introducía en su cuerpo.

La reunión terminó con la promesa de que no perderían el


contacto y con la súplica, casi ridícula de Jimena, porque no
se olvidara de enviarle el Email de Marco, esa misma tarde.

~ 77 ~
XVII

Cuando el reloj marcó las ocho de la mañana en punto,


Rodrigo tomó el teléfono de su oficina y llamó a Cintia.

― ¿Cómo te fue?

― Bien… supongo.

― Sé que no te gusta hablar del tema, pero…

― Sí, no me gusta. Tenemos un trato. Déjalo así.

― Como quieras. Te veo en unos minutos, tengo reunión con


Javier.

Como había anticipado Rodrigo, a las ocho y veinticinco


estaba frente al escritorio de Cintia, pero esta vez su
habitual trato respetuoso y distante, fue sustituido por una
mirada con más sentimiento y una sonrisa más amable. No
obstante lo que realmente desconcertó a Cintia, fue que le
extendió la mano para saludarla y una vez que las tenían
juntas, Rodrigo tiró de ella y le dio un beso en la mejilla muy
cerca de la boca.

― Ahora le aviso a Javier ―dijo Cintia alejándose, sin poder


salir de la impresión.

~ 78 ~
En lugar de hacerle pasar, Javier salió a recibir a su amigo.
Fue hasta que escuchó el ruido de la puerta mientras se
abría, que Rodrigo le soltó la mano.

― Estaba pensando qué sería de ti si un día me diera a la


tarea de desaparecer todos los relojes de tu casa y de la
oficina.

― Seguramente solo lograrías que llegase mucho más


temprano a mis citas ―contestó Rodrigo.

Ambos rieron.

― Pasa adelante, conversemos un rato, y cuéntame qué es


de tu vida.

Se acomodaron uno frente a otro en los sofás. Cuando


Rodrigo estaba por tomar la palabra, Javier lo interrumpió.

― ¿Y Bien?

― De mi vida… ya no sé qué es de mi vida.

Javier se extrañó de la respuesta, sobre todo porque en


realidad Rodrigo nunca contaba mucho de sus cosas
personales.

― Hace tiempo que mi matrimonio viene en declive y siendo


honesto, no creo que tenga remedio. Mi vida gira en torno a
otro asunto que no es mi familia, como solía ser. Antes mis
prioridades siempre fueron tres: Mi familia, mi trabajo y
procurar ser lo mejor que pueda ser en lo que hago. Pero
actualmente mi familia se destruye, mi trabajo, según tus
consejos, no debería de ser tan importante como creo que
es y seguramente no estoy siendo lo mejor que puedo en
esto, ni en algunas otras cosas que no vienen a tema.

~ 79 ~
― Lamento mucho lo que te está pasando con Jimena, no
tenía idea.

― Supongo que somos buenos actores ―dijo Rodrigo


forzando una sonrisa.

― Sin embargo, lo que lamento más es tu actitud. Nunca te


vi así de derrotado.

― No creo que lo esté, me preguntaste como estoy y te


conté. Sabes muy bien que eso de dar lástima no es lo mío.

― No lo digo por eso, es… es la forma en que lo dices.

Rodrigo se preparó a escuchar otro discurso.

― La forma en que encaras todo en esta vida es lo que hace


la diferencia. Hay miles de ejemplos de personas que
enfrentaron vicisitudes, muchos con serias desventajas, ya
fueran físicas, mentales o de oportunidad, y con un cambio
de actitud salieron avante de las adversidades y
aprovecharon las circunstancias favorables.

― ¿A qué te refieres con limitaciones de oportunidad?

― Piensa en un muchacho que se ha criado en las zonas


marginadas, en una condición social precaria. Es seguro que
no conocerá gente importante. Muchos de sus problemas
tendrán que ver con el tema de su salud. No asistirá a
escuelas de nivel como lo hará alguien de clase media y
mucho menos uno de la alta. Nadie podrá negar, que ellos
entran con desventaja a la vida y hay que tener compasión
por esta gente.

Rodrigo hizo una cara de no estar de acuerdo. “La vida no


podía ser tan injusta” pensó. Javier no le vio porque
mientras hablaba miraba hacia arriba.

~ 80 ~
― Claro está que no hay algo que nos sirva para medir la
actitud, pero supongo que se necesitará más de ella para
salir de esas desventajas. Siempre hay una forma Rodrigo.
Todo menos la muerte tiene solución. Lo importante es
levantarse, caer y levantarse de nuevo. No rendirse. Las
cosas que los seres humanos hemos hecho son grandiosas.
Los límites los ponemos nosotros mismos con nuestra falta
de fe en nuestras capacidades. Quizá a algunos nos cueste
más que a otros alcanzar determinada meta, pero con
esmero, entusiasmo y actitud, todos podemos llegar.

― Lo pintas muy fácil. ―dijo Rodrigo de mal modo.

― No, en realidad es complicado. Casi todos somos


pesimistas por naturaleza. Nos rendimos rápido. No
tenemos fe en que las cosas pueden pasar. Pero cuando
superas esas barreras, no hay quien te detenga.

― O sea, que con actitud ¿puedo salvar mi matrimonio?

― No tengo duda. Si te lo propones, en algunas semanas me


estarás contando lo feliz que eres junto a Jimena. Todo es
que quieras hacerlo. Además recuerda que un matrimonio
es hasta que la muerte los separe. Las sociedades están
formadas de familias integradas. Así es que si lo piensas le
estarás haciendo un bien a Jimena, a ti mismo por tu
tranquilidad, honorabilidad y moral, y a la sociedad.

― ¿Y la felicidad?

Rodrigo cada vez se percibía más alterado.

― Hacer lo correcto, es algo que siempre te llevará hacia la


felicidad, solo hay que aprender a verla.

― ¿Hacer lo correcto? ¿Te parece correcto que con Jimena


vivamos incómodos desde hace meses?

~ 81 ~
― Por algo no se habrán separado. Si puedes descubrir por
qué sigues a su lado, encontrarás la forma de solucionar sus
problemas, claro está, siempre que lo hagas con gusto.

Rodrigo se puso de pie de forma violenta y caminó hacia la


puerta. Tomó el picaporte y antes de salir volvió la mirada a
Javier que le observaba sorprendido.

― Disculpa Javier, ya no puedo más. Con todo lo que me has


dicho solo puedo llegar a la conclusión de que soy un
estúpido. Parece ser que para todo hay solución y que las
recetas para llevar una buena vida las venden cada tres
cuadras en librerías y puestos de revistas.

― Pero no tienes que irte, yo solo….

― No quiero escuchar más. Disculpa que sea grosero, pero


necesito estar a solas. Saldré un momento de la oficina.
Regresaré por la tarde.

Javier solo logró asentir con un gesto antes de que Rodrigo


cerrara la puerta tras de sí. Al pasar frente al escritorio de
Cintia, no quiso voltear a verla. A ella no le dio tiempo de
averiguar lo que había pasado. Solo le vio marcharse a toda
prisa.

~ 82 ~
XVIII

A esta altura el cúmulo de ideas relacionadas con los


problemas que atormentaban la cabeza de Rodrigo, no le
dejaban en paz.

De acuerdo a criterios distintos, pudieran encontrase


soluciones fáciles, si no tanto de llevar a cabo, por lo menos
fáciles de decidir para las situaciones que enfrentaba
Rodrigo. Esto es, que la situación que se antoja en extremo
complicada para alguno, puede ser vista o solucionada por
otro, sin mucho problema. No obstante, es importante
destacar que cuando la necesidad de respuestas se adueña
de la razón, se corre el riesgo de tomar como valido el
primer consejo que se reciba, en especial cuando se percibe
buena intención y la falacia parece lógica. Así como al estar
hambriento no preocupa el origen, ni el sazón de la comida
que se recibe, el impulso inmediato es atender el reque-
rimiento del cuerpo.

Poco a poco, como un cáncer que se ha venido formando


desde hace mucho tiempo y que mucho después aparece
con las primeras molestias, Rodrigo había llegado a un
punto de su vida en donde no sabía que era lo correcto por
hacer.

Una opción era luchar por un matrimonio que no le


entusiasmaba y al que no le vislumbraba en futuro vivo y
~ 83 ~
apasionado como el que añoraba. Con esto estaría
sacrificándose por Jimena, por sus hijas, por su familia y
quizá Javier tenía razón, por la sociedad misma. No era
cuestión solo de pensar en él, no podía ser tan egoísta. Sus
hijas no tenían por qué vivir una situación tan difícil que las
marcara para siempre. No se lo perdonarían nunca y la sola
posibilidad de que cuando grandes tuvieran de él, un
concepto como el que Javier tenía de sus padres, le
aterraba.

Por otro lado, estaba Cintia. Una mujer que admiraba por ser
alguien que luchaba por salir adelante en la vida, sin
importar las dificultades que tuviera que enfrentar. “Ser
madre soltera no ha de ser fácil”, pensaba, aunque en
realidad era la idea que le habían enseñado. Muchas madres
solteras no ven su situación como una carga y muy por el
contrario llevan vidas plenas y felices. En muchas ocasiones
una madre soltera no conoce lo que es ser una madre
casada.

Cintia representaba la pasión, la libertad y la oportunidad de


sentirse vivo. La diferencia de edades era lo de menos.
Imaginaba una vida a su lado, por demás placentera. La
falta de jovialidad en ella le parecía el complemento
perfecto para su carácter.

Nunca conoció el placer que se experimenta al regalar una


caricia. Cuando estaba con Cintia eran sus manos las que
buscaban el contacto, no por sentir, sino por complacer.
Podía pasar horas con ella y solo disfrutar el concierto de su
leve respiración. No tenía por qué rendir cuentas de nada. Si
de casado siempre exigió para si un espacio propio, al lado
de su amante se sentía libre, como en un campo extenso,
verde e iluminado, donde respiraba gozo. El sacrificio le
parecía excesivo y la vida injusta por llevarle a esa
encrucijada, de la que deseaba escapar cuanto antes.

~ 84 ~
XIX

Luego del inesperado saludo que Rodrigo le regaló por la


mañana, a Cintia le cambió el estado de ánimo. Había algo
extraño en su interior que creía que nunca volvería a sentir.
Por más que buscó en sus más lejanos recuerdos, no
encontró ninguno con el cual comparar lo que ahora
experimentaba. “Entonces así es sentirse querida”, pensó.

Después preguntas como: ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué está


cambiando conmigo? ¿Qué le habrá pasado? ¿Qué me
querrá decir con ese comportamiento? Inundaban su cabeza
y no la dejaban concentrarse por completo en ninguna otra
actividad. “Quien me viera, pensaría que soy una jovenzuela
boba, enamorada por primera vez” Se decía.

Momentos antes de verle partir, se imaginó enamorada de


un hombre que correspondiera a sus sentimientos, y le
gustó lo que veía. Más que nunca agradeció la soledad que
reservaba para ella su lugar de trabajo. “Pensarían que
estoy loca si me vieran riendo así” concluía, mientras su
imaginación la transportaba a lugares pintados con los
colores de la dicha. Se imaginó libre para amar y digna de
ser amada. Le asustaba pero en su imaginación decidió
arriesgarse a soñar.

Pensaba que quizá la dicha se había escondido de ella


tantos años, como en un plan predeterminado, para
~ 85 ~
aparecer de repente en su vida y brindarse por completo a
ella. Si todo aquello de lo que había carecido se hubiese
acumulado por tanto tiempo, lo que estaba por
experimentar valdría la pena.

“¿Y mamá? ¿Y Miguel?”

Una parte de ella peleaba por crear y recrear esas bellas


imágenes donde podía contemplarse por primera vez, en
mucho tiempo, feliz, si acaso sabía lo que eso era. Otra
parte luchaba por traerle a la verdad en la que se había
convertido su vida. Por un lado disfrutaba de su
imaginación, por el otro hacía lo posible por no ilusionarse y
evitar hacerse daño, ¿no era suficiente con lo que la vida le
había hecho padecer?

Absorta en sus pensamientos, el ruido de la puerta de la


oficina de Javier la sacó de ellos de golpe. Esperaba con
ansia que Rodrigo pudiera despedirse de alguna forma
especial, si su jefe se los permitía. Entonces él pasó a toda
prisa como huyendo de alguien y ni siquiera le dirigió una
mirada.

― Soy una estúpida ―se dijo repetidamente en voz baja,


mientras dos gotas de lágrimas recorrían el maldito camino
que va del ojo a la barbilla, como tantas veces le sucedía.

“Seguramente lo pensó mejor mientras estaba con Javier y


se dio cuenta que soy un error en su vida, o quizá que no
valgo la pena como para buscarse tanto trabajo”.

“A lo mejor no le gustó como reaccioné cuando me tomó por


sorpresa de la mano, es que no lo esperaba. ¿Estaría
esperando alguna respuesta de mi parte? y… y en tan solo
unos segundos lo eché a perder todo”.

~ 86 ~
“Quizá es su forma de reclamarme por no contarle lo que
pasó ayer en la noche con Jorge… tiene razón. Él se
preocupó y yo no quise corresponderle correctamente“.

Aquel día que parecía tornarse soleado y alegre, en un


instante regresó a su acostumbrado gris melancólico. En
realidad a Cintia no le molestaba el gris, porque era su
hábitat. Le molestaba lo rápido que las nubes habían
cubierto la alegría que el sol de su imaginación le transmitió
por unos instantes.

~ 87 ~
XX

Cuando joven, Rodrigo solía visitar un pequeño parque


donde casi nunca había gente, que estaba hacia las afueras
de la ciudad. No más grande que un campo de futbol, su
valor lo obtenía de una pequeña laguna situada al fondo,
tras la verde alfombra de césped que daba la bienvenida a
los visitantes y frente a la cortada de una minúscula colina,
si acaso merecía ese nombre por su tamaño, que hacía de
escenario del peculiar regalo de la naturaleza. Alrededor del
agua habían colocado con mucho tino, un total de cuatro
bancas de madera que hacían el deleite de quien quisiera
disfrutar de una buena lectura, de quien quisiera meditar
por largo tiempo, o de quien quisiera simplemente alejarse
de su vida.

No visitaba el lugar desde que lo hiciera un día antes de


casarse.

En una de tantas visitas que realizó de joven, encontró a un


señor ya mayor que se retiraba del lugar. Al pasar a la par
se saludaron cortésmente. Unos pasos después el señor
volteó y le dijo llamándolo:

― Hey muchacho, ¿sabes cómo se llama este lugar?

― No señor, en realidad nunca me preocupé por ello.

~ 88 ~
― Lo supuse. Justo antes estuve meditando en como
pareciera que a los mayores nos interesan cosas muy
distintas que a ustedes los jóvenes.

― No sé que decirle, es solo que nunca...

― No importa ― interrumpió el señor con una sonrisa ―acá


es conocido como Parque Ukweli... que no se te olvide. Que
tengas una buena vida muchacho.

A Rodrigo nunca se le olvidó el nombre y siempre estimó el


lugar.

Luego de la última charla con Javier, sintió la necesidad de ir


a aquel parque que sentía como propio. Se sentó en la
banca que quedaba más retirada, donde lejos de tratar de
pensar en como solucionar su dilema, procuraba descansar
su mente. Sus pensamientos desaceleraban hasta tomar el
mismo ritmo con que el agua que contemplaba se mecía en
un incesante concierto de pasos monótonos y uniformes.

Media hora. Dos horas. No importaba. No era consciente del


tiempo ni quería saber nada de él. Contemplaba el agua
como queriéndose encontrar dentro de ella. Como tratando
de ver su interior reflejado, para entender de una buena
vez, lo que quería para su vida y lo que era correcto hacer.

Entonces recordó el papel que traía consigo en la bolsa,


ahora maltrecho. Lo sacó del bolsillo y leyó:

Los conceptos y creencias sobre moralidad son


generalizados y codificados en una cultura o grupo y,
por ende, sirven para regular el comportamiento de
sus miembros. La conformidad con dichas
codificaciones es también conocida como moral y la
civilización depende del uso generalizado de la moral
para su existencia.

~ 89 ~
Leyó una y otra vez la parte que decía: sirven pare regular
el comportamiento de sus miembros.

― ¿Quién me regula? ¿A quién le interesa regular mi


comportamiento? ―Dijo en voz alta, aprovechando la
soledad que le rodeaba.

― ¿Por qué dejo que alguien más regule mi compor-


tamiento? ―Dijo luego en un tono quedo y angustioso,
mientras se llevaba las manos al rostro.

No quiso leer más. Dobló el papel y lo guardó en su bolsillo.


Estuvo cerca de romperlo y tirarlo, pero pensó que era lo
único que le había estado acompañando las últimas horas,
por lo que no pudo hacerlo. Luego de meditar por bastante
tiempo, saco de nuevo el mismo papel y lapicero en mano,
escribió:

Este día me comprometo a tomar mis propias


decisiones. Me comprometo firmemente a rechazar
de primera mano cualquier consejo que me den y no
aceptarlo hasta que esté convencido, de que es
correcto para mí, no solo para los demás.

Juzgaré todo lo que me digan, todo lo que lea y todo


lo que aprenda. No aceptaré nada porque
simplemente hay que hacerlo o porque otro insista
en que para él es una realidad. Pondré en duda todo
principio moral y toda regulación establecida en
función de lo que es correcto para el resto de
personas.

No me dejaré llevar por el qué dirán, ni por


convencionalismos. Que me juzguen lo que quieran.
Mi prioridad es mi felicidad y yo decidiré como
trabajar en función de ella.

~ 90 ~
No creeré en formulas fáciles de éxito, ni me
compararé con esas grandes hazañas que realizan
otros, para evaluar el camino que yo he recorrido.
Mis metas y mis anhelos son míos y de nadie más.

Estoy convencido de que poseo la inteligencia


necesaria para poder encontrar mi propio camino. Y
viviré satisfecho porque tengo incluso, la libertad de
equivocarme por momentos y de enmendar después.
Sé también que poseo todo lo necesario para dar los
pasos hacia mi futuro. La capacidad de vivir en
felicidad y acumularla es toda mía y no dejaré que
nadie me afecte, menospreciando mi forma de vida o
procurando para mí, herramientas que se creen
necesarias para seguir adelante.

Apuntó la fecha al final, luego quedó inmóvil por un


momento y el silencio le arropó. Unos minutos después una
sonrisa se dejó ver. Tenía un plan para sus siguientes y
determinantes horas.

~ 91 ~
XXI

Cuando llegó a su casa, encendió la computadora, abrió el


correo electrónico, esperó que bajaran los que tenía
pendientes y con muy poca esperanza intentó buscar el
correo que Sonia le había ofrecido. Aún no estaba y se
tranquilizó pensando que todavía era muy pronto y que
tenía que tener paciencia. Dio todo el volumen a las bocinas
para procurar escuchar cuando recibiese uno nuevo.

Sin cambiarse la coqueta ropa con que se había presentado


al desayuno, se apresuró a hacer los quehaceres de casa.
No tanto porque le preocupara que todo estuviera
impecable, sino porque sabía que la espera sin hacer nada,
le resultaría tortuosa.

Prendió el equipo de sonido. Puso una radio en donde se


escuchaba música de más de una década atrás, con poco
volumen para no descuidar el Email, con la intención de
transportarse a sus años de estudiante. Tomó un trapo y
limpió los muebles, luego los pisos. Mientras limpiaba los
ventanales de la sala familiar, le pareció escuchar un sonido
agudo, como de una campanilla. Dejó caer trapo y liquido en
el suelo y corrió hacia el estudio. En efecto un nuevo correo
había entrado. Era de la lista de contactos del colegio de sus
hijos, que le invitaban a la reunión de padres de familia a
llevarse a cabo en dos semanas, en ella conversarían con

~ 92 ~
los maestros de los avances académicos de sus hijos, el
comportamiento que desarrollaban en clase y entregarían
calificaciones, de los exámenes que tomarían la próxima
semana.

Jimena sintió deseos de llorar. Desde que se despidió de


Sonia sentía la emoción que experimentaba con sus novios
de antes. Le parecía que volvía a vivir los momentos en que
sentada junto al teléfono era inundada por cosquillas en el
estómago, mientras esperaba la llamada de Marco. Ahora en
cambio se sentía tonta esperando un correo que no
terminaba de llegar y que le hacía angustioso el correr del
tiempo.

No limpió más. Apagó el equipo de sonido, se dirigió a su


cuarto y tirada boca abajo abrazando su tristeza, se quedó
dormida.

Fue hasta que escuchó que tocaban a la puerta que se


despertó y al ver el reloj que colgaba de la pared, dedujo
que eran sus hijas que regresaban del colegio. Corrió a
abrirles tratando de mejorar su aspecto en el camino y se
disculpó, explicando que se le había ido la mañana con
tanto que ordenar y limpiar, que no le había dado tiempo de
preparar el almuerzo y que en compensación pedirían pizza.
Las niñas festejaron.

Vieron televisión mientras el almuerzo llegaba. Después de


comer las niñas se retiraron a su habitación. Jimena más
tranquila se dirigió al estudio y vio que había recibido tres
mensajes nuevos. Su respiración se aceleró.

El primero era publicidad de un hotel de la ciudad que


procedió a borrar casi con odio. El segundo, era de Sonia.
Jimena sintió que le ponían cubos de hielo en la espalda. En
el correo venía un pequeño saludo, donde Sonia contaba lo
bien que la había pasado en el desayuno y que deberían de

~ 93 ~
repetirlo. Solo leyó algunas palabras importantes del
mensaje. Al final del correo decía: “Te mando esto, creo que
te interesará” y luego había un enlace que llevó a Jimena a
una página donde habían muchas fotos de todos sus amigos
del colegio, con pequeñas notas salidas de la creatividad de
Sonia. “Se le olvidó” pensó.

Pasó poco más de una hora en la página, leyendo las notas


y viendo las fotos, tratando de reconocer a cada uno de sus
excompañeros y amigos. También trataba de encontrar
todas las fotos en donde estuviese ella y donde estuviera
Marco, cuando lo hacía las guardaba en el computador.

Cuando se sintió cansada cerró la ventana de navegación, al


hacerlo apareció de nuevo la ventana del correo y hasta
entonces pudo observar que el tercer correo también era de
Sonia. Lo abrió y decía: “Por supuesto que no se me olvidó,
el correo es…“, y una dirección de correo electrónico. Jimena
se quedó unos minutos viéndola, sin hacer nada.

Luego de meditarlo escribió:

No me preocupa tanto el saber cómo interpretes este


correo. Tampoco me preocupa qué pienses de mi
intención de escribirte, por más desesperada que
pueda parecer. No pretendo mostrarme más sabia, ni
más culta, ni alegre, ni realizada con mi vida. No voy
a ponerte al día de lo que ha acontecido en estos
años desde aquel día que colgamos por última vez el
teléfono, prometiéndonos que hablaríamos a la
semana. Tampoco voy a reclamarte porque no me
volvieras a llamar, menos cuando ni yo misma lo
hice. Lo único que me preocupa y me interesa es
saber si aún me recuerdas. Y si lo haces, contarte
que tengo muchos deseos de verte.

Jimena

~ 94 ~
Envió el correo y apagó el computador. La presión de
esperar por un correo aún más importante que el anterior
con el aparato encendido, era algo que no estaba dispuesta
a soportar.

~ 95 ~
XXII

El sonido del silencio que siempre inundaba la oficina de


Javier y que tanto disfrutaba, en esta ocasión le parecía
desesperante. Todo el día, después de que Rodrigo saliera
corriendo de allí, se estuvo cuestionando sobre qué había
hecho mal. Por momentos dudaba de su método que con
esmero estuvo preparando los últimos días y algunas
noches. Luego creía que quizá la situación por la que
atravesaba Rodrigo era muy fuerte y que a éste le estaba
costando mucho manejarla. Al instante se enojaba y
pensaba que simplemente Rodrigo era un mal agradecido.

De cualquier forma le apreciaba y no podía dejar de


preocuparse. Toda la tarde le estuvo llamando al celular sin
obtener un resultado positivo. No quiso dejar grabado un
correo de voz, porque necesitaba escucharle para saber qué
tono utilizar en sus palabras.

Alrededor de las cuatro de la tarde decidió que lo mejor


sería enviarle un correo electrónico para darle ánimo,
disculparse por cualquier cosa equivocada que hubiese
podido decir y contarle algunos temas que tenía pendientes
de compartir, para que él mismo sintiera la necesidad de
buscarle:

~ 96 ~
Estimado Rodrigo

Tu reacción de esta mañana más que sorprendido,


me tiene en extremo preocupado. He pasado el día
tratando de entender, con los pocos datos que tengo,
el dilema en el que te encuentras. Está de más decir
que estuve tratando de localizarte, pues cuando se
está en algún problema, es cuando más se necesita
de un amigo y yo me considero eso. Tu amigo.

Supongo que es el tema de Jimena el que te tiene


tan alterado. Tendrás que entender que todos los
seres humanos atravesamos dificultades, que un
matrimonio no es una empresa fácil y que es
menester hacer mucho esfuerzo para que funcione.
Estoy convencido que por muy grave que sea su
situación, si lo dialogan, visitan a un profesional que
les ayude y cambian de actitud, tiene solución.

Me vuelvo a poner de ejemplo como en todas


nuestras charlas. Con el pasar de los años, la soledad
va pesando más. Quisiera tener por las noches
alguien con quien conversar aunque sea de
cotidianas tonteras y salir los fines de semana a dar
un paseo, sin importar el lugar. Como bien sabes, mi
mala cabeza para tomar decisiones y correcciones a
tiempo, hicieron que mi esposa y yo no nos
hablemos más y al respecto solo puedo decirte, que
duele.

Por si esto no fuera suficiente, considera el valor que


tiene el sacrificio que una persona hace por las
personas que ama. No dudo ni por un instante del
amor que le tienes a tus dos preciosas hijas. Estoy
seguro de que harías lo que fuera por ellas, y si algo
se merece ese par de angelitos es crecer en una
familia unida, sólida y amorosa. Con amor y ejemplo
~ 97 ~
les brindarás una niñez feliz y solidificarás en ellas
los principios necesarios para que la cadena de
familias armoniosas y realizadas continúen, cuando
ellas sean mayores. El sacrificio es una gran virtud,
sino la más grande, y es aún mejor cuando el mismo
se hace en secreto, porque ellas no tienen por qué
enterarse de lo que Jimena y tú harían por ellas, en
cambio, la paz y satisfacción que quedaría en
ustedes, sin duda sería un aliciente en su vida como
pareja.

Antes de retirarte mencionaste la frase “Disculpa


Javier, ya no puedo más” y al final quisiste dar a
entender que no lograbas comprender lo que yo te
decía, pero a mis años, es muy difícil que logres
engañarme. Sé que muy en el fondo, lo que querías
era echarme la culpa de tu situación. No te estoy
reclamando. Quiero disculparme si algo de lo que
dije te pareció ofensivo, imprudente o sentiste que
era una intromisión. Pero a la vez quisiera invitarte a
que abrieras tu mente y que volvieras a analizar las
palabras que te he dicho. Verás que todas ellas son
herramientas que bien utilizadas son invaluables y te
servirán en cada uno de los aspectos de tu vida.

Quizá pienses que ya es demasiado tarde para


cambiar. Muchos así lo creemos y eso nos provoca un
bloqueo del que cuesta mucho salir. Recuerda que
parte del éxito de cada empresa está fundamentado
en la fe que tengamos en ella. Todo es posible y
querer es poder, son frases validas, si realmente
crees en ellas.

Aún nos quedan temas muy interesantes por


conversar. Cosas que puedo enseñarte y que te
permitirán tener una más amplia y mejor percepción

~ 98 ~
de la vida. Porque si uno encuentra la clave de cómo
funcionan las cosas, tu dicha está prácticamente
garantizada y creo, o más bien, estoy convencido, de
que lo podemos lograr, no como idea, sino como una
realidad en ti.

Por adelantarte algo, para que veas que no solo


procuro hablar sin sentido, te puedo contar que nos
quedan temas que conversar como el tiempo. Ese
inexorable acompañante que no nos deja ni en los
momentos de mayor alegría, ni en los momentos de
más oscura derrota. Vivir del pasado es para los
necios. El presente, tu aquí y ahora es lo que
realmente importa. Cada acto que realizas en este
momento determina la persona que eres, no importa
que la gente te juzgue por tu pasado, la oportunidad
de cambiarte y cambiar de dirección es hoy. En
síntesis el pasado no existe ni debería de importar.

Creo que verás provechoso el que platiquemos de un


tema que parece sin importancia, como lo es la
vejez. A ella, si nada fuera de lo natural pasa, se
llega porque el paso del tiempo es inexorable, pero
lo importante es cómo se llega. No hay nada mejor
que preocuparse por acumular conocimiento. Por las
experiencias no hay que desvivirse, ellas llegan
solas. Leer, aprender, buscar esas frases llenas de
sabiduría que lo acompañan a uno por este largo
camino, es crucial. Pero recuerda que no debemos
ser egoístas. Cuando eres mayor, esas frases ya no
te representan ningún beneficio propio, en cambio,
tienen una valía enorme para las personas a las que
habrás de dar consejo, ayudar y guiar en su camino.
Acumula conocimiento para poder compartirlo con
quienes necesitarán de ti, sin que ellos tengan que
pedírtelo. Que sea una ofrenda tuya para la

~ 99 ~
humanidad. Un legado que haga que generaciones
después, tu nombre sea recordado con admiración.

Como verás, aún tenemos muchos temas de que


hablar, yo los he condensado y estoy seguro de que
en una semana más de charlas tocaríamos los
puntos que he querido destacar pensando
específicamente en ti. Por lo menos cuando me
toque partir, quiero llevarme la satisfacción de que
ayudé a guiar el camino de uno que venía atrás, que
si bien es poco, recuerda que es recién ahora que
entendí esta parte crucial de nuestro existir.

Supongo que mañana estarás por acá en la oficina.


Quisiera pedirte que en cuanto puedas te
comuniques conmigo, ya sea por teléfono hoy en la
noche si vez esto antes, o mañana a primera hora.
Nunca te vi como hoy y espero que no hayas hecho
ninguna tontera. Aunque a decir verdad, confío
plenamente en tu juicio.

Adiós Rodrigo

Luego de leer un par de veces el correo, para que a su


criterio, quedara lo más legible que se pudiera, dio permiso
a Cintia de retirarse y él satisfecho de su buena labor y más
contento que nunca, se dirigió a su apartamento.

“Entonces así es que se sienten los actos heroicos” decía


para sí mismo entre broma y queriéndolo creer.

~ 100 ~
XXIII

La rutina de la llegada a casa, el saludo a sus hijas, el saludo


falso de Jimena, la cena, ver televisión y dirigirse al estudio,
ya le tenía desesperado. Cuando regresó por la noche no
quiso comer, pidió a sus hijas que le dejaran descansar y
subió al estudio.

Aunque Jimena estaba segura de que había cerrado su


correo y apagado el computador, no dejó de preocuparle el
que Rodrigo pudiera encontrar algo. Él todo lo que
pretendía, era romper un poco con el cíclico vivir de sus
noches en casa.

Por el celular se había enterado que Javier le había mandado


un correo, pero no quiso leerlo en la diminuta pantalla que
le parecía incómoda, sobre todo luego de percatarse de lo
extenso del texto. Encendió el computador y dedico unos
minutos a leer el correo y unos cuantos más, a interpretar
varias de las cosas que decía, o que pretendía decir.

“Cada vez me sorprenden más tus argumentos… amigo”,


pensó, y procedió a responder por el mismo medio:

Javier

No te preocupes. Estoy bien. Creo que en efecto,


tenemos que conversar, y lo haremos.

~ 101 ~
Esperó a que Jimena terminara de acostar a las niñas y
cuando pasó frente al estudio, la llamó.

― ¿Tendrás un minuto?

Jimena sorprendida, dudó un instante, luego se acercó a


Rodrigo disimulando.

― Si ¿Qué pasó?

― Contéstame con total honestidad y de la forma más


simple que puedas. ¿Crees que podamos rescatar esto?

― ¿Nuestro matrimonio?

― Sí, nuestro matrimonio.

― No.

― ¿Solo así?

― Dijiste que querías una respuesta honesta y simple, pero


te diré. Es demasiado tiempo, tú no me quieres y yo no te
quiero. Lo que somos es un par de cobardes que no nos
animamos a terminar con esto de una vez. ¿Algo más que
quieras preguntar?

― ¿Me odias?

Jimena volvió a sentirse extraña e incómoda frente a un


Rodrigo que no reconocía.

― No, ni creo que llegue a odiarte alguna vez. Lo que


recibes de mí no es odio, es enojo, porque es ridícula
nuestra situación. Pero el enojo se cura rápido. El odio por
otro lado se arraiga en uno y es muy difícil abandonarlo.

― ¿Qué opinas de esa frase que dice que del amor al odio
hay un solo paso?

~ 102 ~
Jimena sonrió y eso le hizo sentirse aún más extraña, pues
hacía mucho tiempo que no lo hacía en una charla con él.

― Muchas de esas frases que la gente se toma como


verdades irrefutables, no son más que estupideces. ¿Cómo
se puede terminar odiando a la persona que alguna vez fue
o se creyó que era el amor de nuestra vida? ¿Cómo se
puede llegar a odiar a quien es el padre de tus hijos? Para
odiar se necesita un motivo muy fuerte y tú no me has dado
ninguno.

― ¿Me perdonarás alguna vez?

― ¿No se te ha ocurrido pensar, que el centro de esta


situación, no eres tú? Antes de sacar conclusiones
apresuradas, deberías de meditar las cosas. ―Contestó
Jimena mientras salía del estudio― Me retiro, porque esto se
puede extender mucho y como comprenderás, ya no es algo
a lo que esté habituada.

Al momento de quedarse solo, Rodrigo tomó su celular y


envió un mensaje de texto:

Te espero mañana a las 7:30 en el mismo


restaurante.

~ 103 ~
XXIV

Ya en su habitación grande y burlona, Cintia yacía desnuda


sobre la cama, con las manos entre las piernas. Sería una de
esas noches largas en que no tendría ganas de ponerse su
mal llamada ropa de dormir.

Hoy estaba más triste que de costumbre. No supo nada de


Rodrigo en todo el día y él no quiso ni despedirse. La
inminente ruptura con lo que más alegría le brindaba era
inmensamente más preocupante, que la vez anterior en que
pensó que perdería su empleo.

Entonces escuchó su celular y se levantó deprisa a


contestarlo, pensando que podía ser Rodrigo.

Era un mensaje que decía:

Te espero mañana a las 7:30 en el mismo


restaurante

Ella leyó:

Necesito hablar contigo mañana a las 7:30 en el


mismo lugar donde hasta hace poco te hice feliz. No
puedo continuar contigo. Mañana terminaremos.

Sintió que el mundo se le venía encima.

~ 104 ~
Se sabía condenada a la infelicidad y auguraba una tristeza
más grande para el día siguiente. La vida le había dotado de
una fuente agobiante de lágrimas, que parecía no tener fin.

Quizá durmió por pequeños espacios de tiempo, no estaba


consciente de ello. Estaba despierta cuando sonó la alarma
que le indicaba que era hora de levantarse. Se apresuró a
vestirse con su mejor vestido. Cuando la dejara, quería que
Rodrigo se llevara la mejor imagen de ella, como si
estuviera entregándole un agradecido regalo de despedida.

Esta vez no tomó el bus. Se dirigió al restaurante en taxi


para intentar llegar antes que su hasta ahora, siempre
puntual, amante.

~ 105 ~
XXV

Cuando despertó, se preocupó por la posibilidad de que la


conversación de la noche anterior hubiese cambiado en algo
la rutina que meses de silencio y disciplina, habían formado.
Al ver que Jimena hacia todo como lo hacía todos los días,
se sintió aliviado y con tranquilidad, hizo lo mismo.

Salió de casa un poco más temprano. Quería evitar tránsito


o cualquier incidente que le hiciera presentarse tarde al
encuentro con ¡Ella! A las siete con diez minutos ya estaba
sentado en el mismo lugar que compartieron hacía solo
unos días con Cintia, en aquel curioso y agradable almuerzo.

Cintia se presentó frente a él como nunca la había visto, ni


siquiera en su más elaborada imaginación. El vestido corto
que no se percibía vulgar, de estampado rosa sobre fondo
blanco, holgado solo lo necesario para tallar a la perfección
su cuerpo. El cabello suelto y ondulado. Maquillaje que no
procuraba cubrir imperfecciones sino resaltar las gracias
poco explotadas que poseía. Zapatos de tacón y un pequeño
bolso que parecía hecho para la ocasión. Todo en conjunto
con su rostro sereno, sino triste, hacían un todo, donde no
era posible encontrar defecto. Rodrigo quedó extasiado con
su belleza.

― Gracias por venir ―dijo Rodrigo, sin poder dejar de


admirarla.
~ 106 ~
― Sabes que no podría faltar.

― Te vez hermosa.

― Gracias pero, por favor, no soporto más la incertidumbre.


¿Para qué me citaste?

― Relájate. No es nada por lo que debas preocuparte.


Quería pedirte que te escaparas conmigo.

Cintia se quedó sin ideas.

― ¿Qué? ―fue todo lo que alcanzó a pronunciar.

― Que quiero que no nos presentemos a trabajar el día de


hoy y compartamos unas… ¿qué serán?... doce horas juntos,
lejos de la rutina y del mundo. Lejos de los problemas y las
preocupaciones. ¿Qué piensas?

― No… no lo sé. Yo no acostumbro…

― Yo lo sé. Tampoco suelo comportarme de esta forma, pero


no te parece que uno se merece aunque sea un día de
irresponsabilidad cada cierto tiempo.

― No.

― Tienes razón, es un mal argumento. En realidad lo que me


motiva es más sencillo. Quiero pasar todo el día contigo
simplemente porque es lo que más deseo y desde que nos
imaginé juntos, no puedo pensar en otra cosa. Me harías
muy feliz si aceptas.

Cintia dudaba, pero lo sonrojada que estaba, no le ayudaba.

― De acuerdo ―pronunció luego de unos segundos que


parecían no pasar, con una sonrisa pícara y ojos que
criticaban amablemente la propuesta.

~ 107 ~
La tomó de la mano y la llevo consigo. Parecía que corrían,
pero solo caminaban deprisa. No querían desperdiciar ni un
minuto estando cerca de ese ambiente tan familiar a la vida
rutinaria.

~ 108 ~
XXVI

A las diez de la mañana, Jimena estaba frente al


computador. Con emoción leía un correo electrónico que
había recibido la noche anterior de parte de Marco, pasadas
las once de la noche.

Hola Jimena

Tendría que ser un desalmado para no acordarme de


ti y de tanto buen momento que viví contigo. Me
entusiasma la idea de poder juntarnos y conversar
de los viejos tiempos. Si no tienes problema con ello,
dime cuándo y dónde.

Hasta pronto.

Jimena no tardó en responder:

Hoy mismo podrías pasarme a recoger a las siete de


la noche. Te mando mi dirección y mi número de
celular. Te estaré esperando.

***

A las diez de la mañana, Javier frente a su computador,


cansado de esperar la aparición de Rodrigo, leía por décima
vez el correo que recibió. “No te preocupes. Estoy bien. Creo
que en efecto, tenemos que conversar, y lo haremos.”
~ 109 ~
¿Qué quería decir Rodrigo? ¿Por qué su forma tan cortante
de expresarse? “Es como un hijo al que se le da todo y
resulta ser un grandísimo malagradecido” pensaba.

Lo que más contrariaba a Javier, era que no se hubiera


presentado a la oficina y que no hubiese avisado, y aunque
no encontró ninguna relación entre un hecho y el otro,
también le perturbaba la ausencia de Cintia, quien a lo largo
de años de servicio nunca dio muestras de un
comportamiento irresponsable. “Si no está, es por alguna
razón importante” se decía, aunque no podía imaginar
ninguna probable.

***

A las diez de la mañana, la recepcionista de un lujoso hotel


ecológico frente a su computador preguntaba:

― ¿A nombre de quién hago el registro?

― A nombre de Alberto Quirós ―Contestó Rodrigo.

Luego de registrarse, Cintia y Rodrigo fueron guiados a su


habitación en medio de caminos de madera que se
entrecruzaban, que en realidad eran pequeños puentes que
pasaban sobre riachuelos y césped de un verde intenso.
Llegaron a la puerta número quince, que era la entrada a
una choza muy pintoresca por fuera, pero que por dentro
brindaba todas las comodidades indispensables que un
hotel de esa categoría, está obligado a proveer.

El lugar daba la sensación de haber logrado escapar del


mundo al que pertenecían, sin embargo, al abrir las cortinas
de los ventanales, el mismo mundo les recibía con un
abrazo fraternal, mostrando su rostro, casi sin maquillaje
sintético creado por el hombre, libre de las modernidades
que tanto separan de él.

~ 110 ~
XXVII

Recostado en la cama, luego que les dejaran a solas, vio que


Cintia disponía a desnudarse.

― Espera ―la interrumpió.

― ¿Por qué?

― Solo espera y ven acá conmigo.

― Pensé que veníamos a estar juntos.

― Claro, pero podemos estar juntos sin sexo. Ven acá.

Cintia acomodó de vuelta su vestido y se recostó en el


pecho de Rodrigo. El confort que le brindaba el calor de su
cuerpo y el ritmo acompasado y acelerado del corazón de
él, no tenían parangón. No obstante esa sensación tan
agradable, tenía un dejo de incomodidad.

― Podría pasar horas contigo, solo disfrutando del placer de


sentirte a mi lado ―dijo Rodrigo.

Cintia sonrió sin decir nada a cambio.

― ¿No vas a decirme nada?

~ 111 ~
― No quiero arruinar el momento ―Contestó de forma
improvisada Cintia, sintiéndose culpable de falta de
espontaneidad, pero en realidad no sentía lo mismo.

Rodrigo se puso de lado, para poder observarla por


completo. Lo que veía le fascinaba. Sus manos se vieron
obligadas a recorrer lentamente las líneas que dibujaban a
Cintia, comenzando por los hombros, hasta llegar por debajo
de sus rodillas, sin dejar de visitar ningún lugar durante el
viaje.

Instantes después, el frenesí los envolvió. Disparaban ropa


de distintos colores y formas por los aires. La habitación se
llenó de respiraciones aceleradas y de expresiones de placer
antes no escuchadas. Los dedos de ambos parecían querer
atravesar la piel a la que se aferraban, en un intento
absurdo por volverse uno. El éxtasis y el delirio desbordaban
placer por sus cuerpos, y éste se revelaba desnudo y sin
tapujos a la vista del otro.

Más vivos que nunca, más sensibles que nunca, más reales
que siempre. La experiencia de la entrega total. La alegría,
el llanto del descubrimiento propio. El deseo satisfecho. La
pasión recorrida.

Luego solo eran dos cuerpos a punto del desmayo que


reposaban sobre las sabanas. El silencio era la mejor de las
caricias. No querían hablar, ni había por qué hacerlo.

Horas después y casi a la fuerza, abandonaron la habitación


para ir a pasear por las bondades que la naturaleza les
brindaba. El paseo a pie cambió de obligatorio a placentero.
Rieron, conversaron, se abrazaron, tomaron fotos con los
celulares, incluso vídeos haciendo tonteras. Un par de niños
sin supervisión en un parque de diversiones.

~ 112 ~
Comieron en un salón grande e iluminado, que hacía gala de
la multicolor presentación de la comida que servían. Cada
plato era un manjar. Cada chiste risas imparables. Cada
caricia un paseo al cielo. Cada mirada una confesión. Cada
minuto que pasaba, el presagio de un final desagradable.

***

Ya el sol estaba por despedirse cuando abandonaron la


habitación definitivamente. En recepción tuvieron que
inventar una excusa de carácter personal por la que no
podrían pasar la noche. Rodrigo aceptaba pagar el servicio
completo, por los inconvenientes causados al hotel. No
engañó a nadie.

De regreso Rodrigo no podía parar de hablar. Tenía muchos


planes para ellos. Dejarían todo atrás. Buscarían nuevos
empleos, aunque no era necesario que ella trabajase, solo
era una opción. La ciudad era lo suficientemente grande
como para no tener que abandonarla por las personas que
conocían.

Al estar él a su lado, Jorge no se atrevería a molestarla de


nuevo. Se encargarían de Miguel y ya verían como sacar
adelante a su madre, aunque ella se opusiese.

Él por su parte tramitaría lo antes posible su divorcio. No


quería más ataduras, aunque claro está, se encargaría
económicamente de las niñas y a Jimena, le dejaría la casa.

― ¿Te imaginas? Lo que hemos vivido este día lo


experimentaremos de aquí en más ―Decía Rodrigo, sin
ocultar su entusiasmo― ¡Seremos felices mi amor!

Como ola de mar que cae sobre un castillo de arena, cayó la


última frase Rodrigo, a una Cintia que no estaba preparada
para escucharla.

~ 113 ~
― Menos mal que te conozco, sino creería que no quieres
irte conmigo ―replicó Rodrigo.

― Calla, no seas tonto.

Los dos guardaron silencio el resto del camino. Rodrigo se


vio feliz y disfrutaba el momento. Cintia se vio feliz y no
lograba reconocerse.

~ 114 ~
XXVIII

El celular marcaba siete llamadas perdidas. Era viernes y las


amigas de Jimena no paraban en su intento de localizarla,
para crear de nuevo el mismo plan de cada semana. Sabían
que si Jimena no se presentaba, la cosa no iría bien, de ahí
la insistencia. Pero ella no quería contestar, no quería dar
excusas y mucho menos explicaciones de lo que haría por la
noche.

Por la mañana fue a comprar un vestido nuevo. Fue toda


una proeza escoger el que fuera perfecto y el Babydoll
adecuado. Ya en la tarde la rutina en el salón de belleza fue
un poco más extensa. “La noche tiene que ser inolvidable”
pensaba. Aunque Marco no había contestado su último
mensaje, le conocía y sabía que a las siete, volvería a verle.
Los nervios y el entusiasmo estaban fuera de control.

La niñera fue citada más temprano en esta ocasión. Le pidió


que llevara a sus hijas a jugar arriba, mientras ella esperaba
en la sala.

Para las siete y diez, estaba sentada en una orilla del sofá,
por miedo a desacomodar o arrugar su atuendo, con gesto
de preocupación. El nerviosismo de Jimena era más agudo
incluso, que el que sintió el día que se casó, aunque
entonces estaba convencida de que esa era su mejor

~ 115 ~
decisión y que pocos momentos más le regalaría la vida, tan
excitantes como aquella jornada vestida de blanco.

Finalmente, escuchó el timbre. Acomodó sus ropas, se vio


por última vez en un espejo y reparó en que ella misma
estaba sorprendida de lo bien que se veía, aunque quizá no
fuera la ropa, ni el maquillaje, sino el sentirse viva.

Abrió la puerta y dibujó en su cuerpo una posición sexy y en


su rostro un gesto juguetón.

― ¡Sería imposible olvidar tanta belleza! ―dijo Marco en


tono galante.

― Tú en cambio estás distinto. Siempre fuiste bien parecido,


pero ahora dominas mejor el arte de dirigirte a una mujer.

Ambos rieron y se estrecharon en un fuerte abrazo, que


quizá tomó más tiempo del convencional.

― ¿Me vas a invitar a conocer a tu familia? ―preguntó


Marco extrañado de que la invitación no llegara.

― No, ya todos descansan. Mejor vamos a algún lugar a


divertirnos. A algún bar o discoteca estaría bien.

― Pensé que sería mejor ir a cenar o a tomar un café, ahí


estaremos más cómodos y podremos conversar.

A Jimena no le pareció la idea, pero aceptó. Marco le abrió la


puerta del automóvil para que subiera y luego la cerró tras
de ella. Con un simple detalle como ese, volvió la sonrisa a
su rostro.

― ¿Entonces, café o restaurante? ―preguntó Marco.

― Mejor un café. Conozco uno donde se puede estar muy


cómodo y el ambiente es genial. Yo te guío.

~ 116 ~
Jimena le daba las indicaciones sin poder despegar por
mucho tiempo su mirada de él. Le parecía estar soñando. Se
sentía feliz. Sentía que nada ni nadie le arruinaría esa noche
junto a aquel hombre que alguna vez fue de ella y al que
procuraría no volver a perder.

Durante el camino platicaron de nada. El tránsito de la


ciudad. La extraña y torrencial lluvia de hacía algunos días.
Luego Jimena le contó cómo había podido dar con él, gracias
a Sonia, de quien los dos hicieron buenos comentarios,
aunque sabían que no la conocían a fondo.

Llegaron al café que tenía un aire bohemio. Lo más


llamativo del lugar, eran las pequeñas mesas que estaban
muy por debajo del nivel de comodidad para tomar bebidas
o alimentos, rodeadas de sillones circulares, que permitían a
los visitantes estar tan cerca o tan lejos de su acompañante,
como lo desearan.

Marco invitó a Jimena a tomar asiento y él se sentó a una


persona de distancia. Ella lo que quería era sentirse con él
de nuevo. Se pegó a él y tomó su mano para rodearse con
su brazo arropándose con él. Marco no supo cómo
reaccionar, por lo que no se movió.

― Apuesto que a tu esposo no le gustaría vernos así.

― Por favor, no hablemos de mi esposo.

― ¿Problemas?

― Solo digamos que ya no existe.

― Eso suena muy mal. De cualquier forma siguen juntos y


no me gustaría ocasionar algún problema entre ambos.

― Hace mucho que a él ya no le importa.

~ 117 ~
― ¿Qué no le importa?

― Podría decirte que creo que no le importo yo, pero la


verdad, sospecho que hace mucho tiempo que no le importa
nada.

― ¿Padece de depresión?

Jimena se soltó de Marco.

― Es peor que eso. Pareciera que hace todo de forma


automática. Es como que estuviera programado para hacer
lo que tiene que hacer y lo hace todo correcto, todo bien.
Nunca hay nada que reclamarle y si por mera casualidad lo
encuentras, siempre tiene un motivo válido que lo justifica y
que anula cualquier argumento en contra.

― Suena como un buen hombre.

― Es aburrido. Trabaja demasiado, siempre está pensando


en ello y los libros que lee siempre están relacionados con lo
mismo. Si está viendo televisión, está viendo televisión,
nada más, no hay espontaneidad, no hay sorpresa, no hay
acciones no planificadas.

― No suena tan malo.

― No lo es. No tiene nada de malo. Rodrigo es demasiado


bueno, demasiado... correcto.

El tono con el que Jimena pronuncio la última frase denotaba


una profunda tristeza. Ambos guardaron silencio por un
breve e incómodo momento.

― Te dije que no quería hablar de él.

― Esta bien, no sabía que…

― Mejor cuéntame de ti.


~ 118 ~
― ¿Qué puedo decirte? Trabajo en una oficina de publicidad.
En términos generales no me va mal, pero espero
independizarme pronto.

― ¿Por qué sigues soltero?

― A bueno, esa parte. No tengo apuro. Fui testigo de como


muchos de mis amigos y amigas se iban casando, porque el
momento había llegado. Era como verlos correr tras sus
sueños y luego ver como los abandonaban porque no les
había dado tiempo. Ahora tenían que dejarlos a un lado o en
el mejor de los casos postergarlos, porque la etapa de
esposo, esposa o padre de familia había llegado. Yo
simplemente no pude. Trabajar tanto por perseguir algo
para después dejarlo así por así, no es lógico.

― Pero habrás tenido pareja.

― Tuve. Pero cuando llegábamos a éste tema, simplemente


no lo entendían o, peor aún, lo entendían a su modo, venían
frases como: lo que pasa es que le tenes miedo al
compromiso; ¿Cuándo vas a madurar?; y nunca faltó un: Tu
problema es que eres demasiado egoísta.

― ¿Te hace falta?

― No. ¿Quién dice que la vida tiene que tener un mismo


orden para todos?

― Yo no podría estar sola.

― No tienes que ser igual que yo, cada quien define sus
prioridades y las cosas que le satisfacen. Tienes todo el
derecho de vivir por las cosas importantes para ti, por tu
orden y tu prioridad.

A Jimena le gustaba la forma en que hablaba Marco. Se le


veía tan firme y seguro de sí mismo. Sin embargo, empezó a

~ 119 ~
sentirse incomoda, el plan que tenía para esa noche, no iba
como lo tenía pensado.

― Esto se supone que sería alegre ¿no? ―inquirió Jimena.

― Si no lo deseas, no hablemos más de nuestras cosas


personales.

― No es eso, es solo que… no sé. Pensé que sería como


antes.

― No puede serlo, no somos los mismos.

― Supongo que tienes razón ―dijo Jimena, con tono


apagado, luego agregó― Espérame, vuelvo enseguida.

Jimena fue al baño. Necesitaba escapar del ambiente que


habían creado. Quería tomar el control de la cita y volver a
la parte de diversión que estuvo visualizando durante
horas. Frente al espejo revisó su maquillaje, ensayó su gesto
de alegría y verse bella como iba le volvió a dar confianza.
Cuando regresó con Marco, se sentó sobre sus piernas, le
rodeo el cuello con sus brazos y besó su boca, esforzándose
porque fuera como aquellos besos que tanto disfrutaron en
sus años mozos.

Marco con firmeza pero sin brusquedad la aparto de sí.

Jimena no sabía que decir y guardó silencio mientras Marco


trataba de ordenar sus ideas.

― ¿Qué pretendes lograr con esto?

Jimena no respondió de inmediato. Luego tímidamente


contestó, mientras tomaba asiento en el sillón:

― Revivir los mejores momentos que tuve en la vida. ¿No


fueron los mejores para ti?

~ 120 ~
― Sí, fueron de los mejores, pero no los únicos. No imagino
la vida de alguna persona con tan solo un recuerdo bueno.
Pero, en todo caso ¿No piensas en las consecuencias de algo
así?

― No, si no seguramente no hubiera venido. Luego de estar


charlando, en algún momento llegué a creer que era mala
idea, pero después hablaste de decidir uno lo que es
importante, de definir mis prioridades, y me dije, ¡Al carajo!
Lo único que quiero ahora es estar en los brazos de Marco y
si es posible irme a su apartamento y… seguir recordando
aquellos días.

― Creo que no me entendiste. Toma tus decisiones, pero no


las tomes por los demás. Te quise mucho y siempre de
alguna manera voy a quererte, pero no como mujer.

― Pero sé que no te resulto repugnante ¿No te gusto?

― Sabes que eres bella y me pareces atractiva, pero eso no


importa. Yo vine para encontrarme con una amistad a quien
aprecio. Sólo vine para pasar un momento agradable, no
para acostarme contigo y luego no verte nunca más.

Jimena no pudo contener el llanto.

― Es mejor que me vaya.

Se puso de pie, pero al mismo tiempo lo hizo Marco, la tomó


del brazo y la invitó a sentarse.

― No tiene por qué terminar así. Olvidemos el asunto y te


llevo a tu casa.

Jimena asintió. Él pidió la cuenta y después de pagar,


abandonaron el lugar.

~ 121 ~
Marco no tomó la ruta directa hacia el hogar de Jimena, para
ganar algo de tiempo. Le costaba mucho pero insistía en
conversar de cualquier cosa, porque no quería que
terminaran distanciados.

Después de varios intentos con temas sin importancia, dijo:

― ¿Recuerdas el día que estábamos en la biblioteca?

A Jimena le cambió el gesto.

― Claro que lo recuerdo. Se nos pasó el tiempo y cuando


apagaron las luces, teníamos tanta vergüenza de reconocer
que estábamos ahí, que no dijimos nada.

― Menos mal que el conserje escuchó que tocábamos la


puerta.

Ambos rieron y después de eso recordaron muchas


anécdotas que vivieron entre ellos y con amigos del colegio.
Cuando llegaron frente a la casa de Jimena los dos estaban
de buen humor. Se despidieron como se despide de un
amigo que se dirige a hacer vida en el extranjero, pero con
la promesa de no perderse la pista.

Al entrar a su hogar, le pareció extraño que Rodrigo aún no


hubiera regresado. Al camino salió la niñera y le contó que
en efecto él había estado ahí, pero que después le dijo que
tenía que salir y se fue sin dar más detalle.

El buen humor de Jimena le restó aún más importancia al


hecho. Pagó a la niñera y como hacía mucho tiempo que no
le sucedía, se durmió sin rutinas, sin insinuaciones, sin
gestos, ni ninguna ridícula complicación.

~ 122 ~
XXIX

Lo avanzada que estaba la noche, obligaba al cambio de la


rutina de las niñas de abrir el portón del garaje para
recibirle. La niñera las tenía ya en sus cuartos descansando.
Rodrigo entró a la sala y se sentó un momento en el sofá. Su
única compañía, era su soledad que pacientemente le había
estado esperando, lista para arruinarle su tiempo en casa.
La poca luz del lugar contrastaba con la alegría que hacía
solo momentos, experimentara. “¿Qué sentido tiene
regresar a una casa que no es un hogar?” pensaba.

Sus meditaciones fueron interrumpidas por la niñera, quien


llegó a cobrar por su servicio, lista para marcharse.

― ¿Cómo se portaron? ―preguntó Rodrigo.

― Cansan mucho, porque son niñas alegres, pero son un


encanto.

― ¿Alegres?

― Sí, supongo que son felices. Eso y la edad que tienen han
de ser las causas de lo inquietas que son.

Rodrigo sacó su billetera para pagar, pero se detuvo un


instante.

― ¿Qué tan tarde puedes esperar acá en la casa?


~ 123 ~
― El que sea necesario. Tengo mucho que estudiar y no
pienso dormir hasta muy de madrugada.

― Perfecto. Tengo que salir y seguramente te encuentre acá


Jimena antes que yo.

Tomó la chaqueta, abrió de nuevo el portón y subió al auto.


Pidió a la niñera que cerrara, porque él llevaba prisa y
arrancó. Era como si alguien le hubiese dado una mala
noticia y se dirigiera a la emergencia de algún hospital.

“Las niñas son felices. Con todo y que tiene un papá que
solo piensa en el trabajo y que les da solo unos minutos al
día. Con padres que no se llevan bien. Con todo y las
condiciones en las que les hacemos vivir. Son felices”.

Estacionó en la esquina de la casa de Cintia y la llamó al


celular. Ella que aún no se retiraba a su habitación, estaba
sentada en la mesa del comedor, tratando de entender lo
que había vivido ese día y lo que el futuro le depararía,
segura de que todo estaba ya escrito.

― Hola ―Contestó extrañada de recibir una llamada de


Rodrigo a esa hora.

― Estoy en la esquina. Ven.

― ¿En la esquina de mi casa?

― Sí, acá te espero ―dijo Rodrigo y colgó.

Cintia se angustió. “¿Pasaría algo?” Pensaba. Le pareció


extraño, pero la preocupación la hizo sentir un poco más
ella. Se acomodó un largo abrigo que buscó presurosa y
obedeciendo, salió a la calle.

Cuando llegó, esperaba ver a un Rodrigo con gestos


descompuestos, listo para darle una mala noticia. Por eso se

~ 124 ~
extrañó mucho cuando por el contrario, vio que estaba
sonriente como lo estuvo durante todo el día.

― ¿Qué pasó? ¿Por qué vienes a esta hora?

― Necesitaba verte.

― ¿Qué?

― No lo soporto más. Quiero que vivamos juntos. Vengo a


proponerte que dejemos nuestras vidas atrás y creemos una
nueva, lejos de nuestras situaciones actuales.

Cintia le interrumpió.

― Eso fue lo que me dijiste hoy en la tarde, ¿por qué tenías


que venir a repetirme lo mismo? En todo caso, era más fácil
que habláramos por teléfono.

― Es que quiero que sea ya y tenía que ver tus ojos de


alegría cuando te propusiera que nos fuéramos mañana
mismo.

Cintia escondió su rostro.

― Arreglemos nuestras cosas hoy por la noche y te paso a


traer mañana temprano, ya el lunes habrá tiempo de dar
explicaciones y de tomar decisiones para enmendar el
pasado.

La reacción de Cintia, le pareció de lo más normal. La oferta


era muy grande y le garantizaba una vida placentera, eso
aunado a las fuertes decisiones que tendría que tomar en
temas como su familia, amistades y trabajo, creaban un
contraste complicado, que no podía ser sencillo de
sobrellevar.

~ 125 ~
― No tienes por qué preocuparte. Será solo un fin de
semana alocado. La otra semana hablaremos con quienes
tengamos que hacerlo, yo me divorciaré, buscaremos un
lugar donde vivir, veremos lo del colegio de tu hijo, lo que
haremos con tu madre. Yo por mi parte tendré que arreglar
algunas cosas con mi familia, visitas, pensión y todo eso,
pero podremos con ello. Es hora de tomar nuestras vidas en
nuestras manos y ser felices nosotros, no solo preocuparnos
por los demás.

Cintia alzó la vista y Rodrigo pudo contemplar, aparte de


unos ojos que lloraban sin control, un rostro muy lastimado.

― Antes que nada, quiero pedirte perdón ―Dijo Cintia


tratando de borrar sus lágrimas― Lo que tengo que decirte,
no tiene sentido y ni yo misma lo entiendo.

― ¿Qué pasa? ¿Lo estás dudando?

Parecía que el aire le abandonaba cuando pronunció las dos


preguntas.

― Déjame explicarte.

― ¿Pero vendrás conmigo?

― Déjame hablar.

Rodrigo respiró profundo y dijo:

― Está bien, pero no entiendo por qué quieres hacerlo tan


cansado.

Cintia guardó silencio para ordenar sus palabras, luego dijo:

― Estar contigo, es una sensación maravillosa. Has sido


conmigo una persona espectacular. Aunque siempre te
parezca seria y fría, y aunque no me veas nunca sonreír, la

~ 126 ~
única diversión que tengo es estar contigo. Perdón… no
quise decir diversión, debí decir placer.

» Yo sé que tienes un concepto muy especial de mí y te lo


agradezco, pero en realidad soy muy diferente de lo que
piensas. Al revisar mi vida, siempre me veo llorando,
sufriendo, siendo ofendida por mi madre, humillada por
Jorge o menospreciada por alguien más. Nunca me he
sentido libre. Soy lo que soy porque he hecho las cosas que
tengo que hacer, según lo que he aprendido que es correcto
y procuro mantener esa imagen de persona de bien, aunque
por dentro odie y reniegue de todo.

» Casi todas las noches derramo por lo menos una lágrima.


No me gusta la vida que tengo y no sé por qué me la dieron.
No encuentro respuestas y ya no importa. Se me pasó la
vida y, si alguna vez tuve alguna, también se me pasó la
oportunidad de hacer algo con ella, por lo menos algo que
yo quisiese. Igual si me preguntas qué era lo que quería, no
lo sé y quizá nunca lo supe. A veces creo que la vida existe
para encontrar algo, pero que nadie sabe con certeza, qué
es ese algo que hay que encontrar.

» Supongo que alguna vez has visto a los psicólogos en las


películas que le dicen al paciente: trate de pensar en el
recuerdo más bonito que tenga… yo no tengo ni uno, lo he
intentado y no logro ubicarme en algún lugar donde quisiera
volver a estar. Por lo menos, hasta antes de estar contigo,
este día.

» Hasta antes de hoy, aunque la pasaba bien contigo, eras


una más de mis tragedias. Un hombre genial, que estaba
casado y tenía una hermosa familia, que me daba de sí, solo
lo que le sobraba. Alguien a quien no podía tener cuando lo
deseara, solo cuando él pudiera y lo decidiera. Alguien a
quien tenía que obedecer y complacer cuando y como él lo
quisiera, porque no le quería perder.
~ 127 ~
» Pero hoy lo cambiaste todo. Ahora no sé cómo tomarlo, ni
cómo comportarme, ni cómo disfrutarlo. No me veo contigo
riendo todo el tiempo, tomada de tu mano y siempre
dichosa. Esa no soy yo, no lo he sido y ya es muy tarde para
que lo sea.

» Sé que no lo entiendes, por eso te hice la aclaración, de


que yo tampoco lo entiendo, pero es definitivo, yo no nací
para la dicha y nunca seré feliz. Por eso, no puedo aceptar
irme a vivir contigo.

Rodrigo quedó de una pieza. Jamás pensó en la posibilidad


de que Cintia no aceptara su propuesta. Quería explotar
dándole cientos de argumentos que trajeran abajo todo lo
que ella creía, pero había sonado tan segura de todo cuanto
mencionó, que no sabía cómo debatirle.

Cuando ya no pudo más, calmado y haciendo énfasis en las


palabras, soltó la frase que le nacía de lo más profundo de
su ser:

― Eso tiene que ser lo más estúpido que haya escuchado.

― Creo que tienes razón. Lo siento ―fue todo lo que dijo


Cintia mientras se bajaba del automóvil.

~ 128 ~
XXX

Las atípicas vivencias que la noche anterior ambos habían


tenido, no cambió en nada la rutina del sábado. Todo
transcurrió entre libros, cocina, televisión y atender a las
niñas, mientras las tortuosas horas parecían deleitarse en
avanzar a paso lento.

― Me gustaría hablar contigo ―dijo Rodrigo al entrar a la


cocina donde Jimena preparaba la cena.

― Ahora estoy ocupada ―contestó con desdén.

― Lo sé. Quiero decir por la noche, después de que se


duerman las niñas.

― No hay problema ―dijo volviéndose a la estufa, con un


gesto que no decía nada.

Una vez dormidas, no sin haber protestado porque a pesar


de ser sábado, las mandaban a la cama temprano, Jimena
se dirigió lentamente al estudio donde Rodrigo ya la
esperaba.

Cuando entró, pudo ver que Rodrigo escribía nombres y


hacía figuras sobre una hoja blanca. Solo alcanzó a leer el
nombre de su hija mayor y ver unos triángulos, quizá
pirámides, dibujadas en ella. Tomó asiento frente al

~ 129 ~
escritorio. Ninguno comenzaba la charla, solo se veían. Sin
odio, sin amor. Solo estaban el uno frente al otro viéndose.

― ¿Y bien? ―dijo finalmente Jimena.

Rodrigo respiró profundo un par de veces y empezó la


charla.

― ¿Has pensado cuántas cosas se pueden hacer en diez


meses?

― Alcanza para destruir un matrimonio ―contestó Jimena


de forma irónica.

― ¿Vamos a conversar en serio?

― Sí, disculpa. Continúa.

― No importa. Está claro que ni siquiera una conversación


de unos pocos minutos podemos tener ahora.

― Olvídalo, ya te pedí disculpas.

― De todos modos, esto era lo que quería resaltar. Diez


meses es mucho tiempo. Tenemos que hacer algo para
cambiar. Por ti, por mí, por las niñas.

― ¿Cambiar? Tu y yo ya no estamos para cambiar. Nos


dejamos envolver por algo que nos destruyó y ninguno hizo
algo por evitarlo.

― Claro que sí. Yo alguna vez quise hablarlo contigo, pero…

― Sí, querías hablar de las cosas que yo tenía que cambiar.


Querías que me adaptara a ti, porque estás convencido de
que tú si entiendes perfectamente como debe funcionar la
vida. Y porque mis reclamos eran infundados y yo como
buena esposa, simplemente tenía que estar dispuesta a

~ 130 ~
darte tu lugar y a no reclamar, porque eso alteraba tus
planes y tu buena conducta. ¿No es así?

― Así era, pero ya no. Si de algo estoy convencido ahora es


de que no entiendo cómo es la vida. No sé por qué la he
vivido como hasta ahora.

― Porque era correcto, ¿no?

― No lo sé.

― ¿Sabes lo que es tener un problema en casa y no tener


con quien quejarme, porque no existía motivo alguno para la
queja? ¿Cómo poder llegar con alguien y decirle: es que
trabaja mucho, porque dice que todo lo que desea es un
mejor futuro para nosotros? ¿Cómo contarle a alguien que
me siento abandonada, cuando todos los días estás en casa
y los fines de semana no sales por tu cuenta? ¿Cómo
explicar tu ausencia, mientras estás presente?

Rodrigo no contestó.

― No todo es tu culpa. Fui una tonta al dejarme atrapar en


las telarañas de un problema que no debió existir. Alejarme
de todos y de todo, fue decisión mía y no te cargaré la culpa
de ello. Ahora sé que pude no estar de acuerdo contigo,
pero no tenía por qué amargarme la vida, castigando a
quienes me rodeaban y castigándome a mí misma,
acostumbrándome a tenerme lástima.

― No sé qué decir.

― ¿Entonces de qué querías hablar?

― De todo, de nada, de nosotros, de las niñas, de la familia.

― ¿Qué con todo eso?

~ 131 ~
― ¿Cómo lo ordenamos?

― Ordenar. Esa es una buena palabra ―dijo Jimena con esa


sonrisa irónica de nuevo.

― Sabes a lo que me refiero.

― No, no lo sé. ¿Por qué siempre asumes que lo sé? No sé


qué quieres, no supe qué querías en su momento y no sé
por qué estamos perdiendo el tiempo acá.

― Tranquilízate.

― Son demasiados meses tratando de estar tranquila.


¿Cuánto aguanta el ser humano la pasividad?

― Quizá un año y entonces estemos a tiempo.

― ¿A tiempo?

― La otra vez me dijiste que no me odiabas, eso tiene que


ser bueno.

― No odiar no es querer.

― ¿Me quieres?

― Claro que no. ¿Y tú?

Rodrigo sintió un frío intenso recorrerle la espalda. No


esperaba una respuesta tan directa y triste.

― Si me duele tu respuesta, supongo que algo te quiero.

― No Rodrigo. No te gusta la idea y por eso sostienes que


me quieres. Lo que te duele es que la respuesta no sea
acorde a la que esperabas. Seguro pensaste que
escucharías alguna frase como: un poco; ya no como antes;
claro, siempre te querré por ser el padre de mis hijas; pero

~ 132 ~
del amor que se necesita para ser pareja, para vivir juntos,
para apoyarse y ser una familia, ya no hay.

― Cuando nos conocimos tampoco había e hicimos que


surgiera.

― O apareció solo.

― No lo creo. Las cosas no solo pasan.

― No importa, en esta ocasión hay una gran diferencia.

― ¿Cuál?

― Que no lo quiero. No me interesa enamorarme de ti otra


vez.

Otra vez Rodrigo sintió el frío. Esta vez el dolor penetró más
profundo.

― ¿Algo bueno he de tener?

― Sí, pero no es lo que yo quiero.

― Puedo cambiar.

― No me interesa.

― Piensa en lo que hemos vivido y construido juntos, en las


niñas. Podemos ser una buena familia.

― Sí, podríamos. Dicen que todo es posible. Pero no quiero


intentarlo.

― Pero no podemos vivir así para siempre. No me gusta


venir a casa y sentirme solo. No puedo verte regresar los
viernes de tus fiestas con tus amigas y sentirte aromas
extraños y no poder reclamar o preguntar nada. No quiero
más sentir que no tengo una familia. No puedo seguir

~ 133 ~
durmiendo a la par de una mujer que sabe que la deseo
porque es bella, pero a la que no puedo tocar. No puedo…

― Para ya. Tienes razón, no podemos…

Jimena dijo esas palabras con un tono delicado, se puso de


píe y rodeó el escritorio. Rodrigo giró su silla hacía donde
ella venía sin saber que esperar. Ella se sentó en sus piernas
y con los brazos rodeó su cuello, tal como lo había hecho
con Marco. Le dio un beso en la frente y se levantó, dando
por concluida la plática. Mientras se alejaba, dando la
espalda dijo:

― Nos divorciaremos.

~ 134 ~
XXXI

Soleado y ruidoso. El ambiente de domingo contrastaba con


la vida de cada uno de ellos. Es que al mundo le da igual si
se está triste o alegre. Solo se encarga de girar y el giro que
pueda dar la vida de las personas le preocupa tanto, como
al ser humano pudiera hacerlo, el saber quién esta
exactamente bajo los pies suyos, al otro lado del mundo.

Javier estaba preocupado. Desde el último correo electrónico


de Rodrigo no sabía nada de él, no le contestaba el celular y
no tenía el valor necesario para llamarle a su casa, porque
temía que le contestara Jimena y la situación entre ellos
estuviera peor de lo que imaginaba. Si bien la culpa no era
algo que llevara sobre hombros, sí se sentía en parte
responsable de lo que pudiera hacer Rodrigo con Jimena.
“Quizá la forma en que abordé el tema no fue la correcta”
pensaba.

Su investigación no cesaba. Acompañado de su vaso con


whisky, buscaba más ideas, mejores frases y ejemplos más
claros, con los cuales ayudar. Había tanto de que hablar con
Rodrigo. “Las cosas no pueden darse por perdidas y
conformarse con ello. Si tan solo lograra entender que todo
es posible” era la idea que le mantenía activo.

***

~ 135 ~
Cintia no quería salir de su habitación. Pasada la media
noche había recibido un mensaje de texto que decía:

No quiero convencerte de nada, pero me pareció


correcto contarte. Ahora vivo en un hotel. Me
divorciaré.

Aquel hombre perfecto le mandaba un último mensaje de


amor. Ella lo que leía en esas letras era: “No te mentí, en
realidad quería una vida junto a ti.” Eso confirmaba las ideas
de Cintia. Ella había nacido para ser infeliz y lo sería, sin que
alguien pudiera ayudarla.

***

Solo llevó ropa para el lunes y su maletín de trabajo. Le


pareció ridícula la idea de pasar una noche más con alguien
a quien, siendo sincero, no quería y que le había pedido el
divorcio.

Lo de la separación con Jimena le molestaba. Pensar en sus


hijas, su casa y la rutina a la que se acostumbró, no era
fácil. Pero era más intenso el vacío que provocaba el
rechazo que Cintia le había hecho. Aparte, su orgullo por un
amor no correspondido había sido dañado. Para un hombre
acostumbrado a caer bien y ser apreciado y aceptado por
todos, era difícil.

Su vida en unas pocas horas había cambiado. De tener una


amante a la que deseaba y con la que quería pasar el resto
de sus días y de ser un padre de familia y esposo de buena
imagen, a ser una persona solitaria, viviendo en un hotel,
sin nadie con quien conversar o compartir, ni siquiera por
teléfono.

Lo que más le dolía es que había llegado a la situación en la


que estaba, sin que ninguna de las decisiones fuera tomada

~ 136 ~
por él. Meditando en ello, tomó aquel papel arrugado que le
seguía acompañando y agregó a lo que había escrito:

Cintia decidió que no me aceptaba. Jimena decidió


que me rechazaba. Yo no he decidido nada.

Estoy acá por decisiones que no tomé, por lo menos,


no recientemente. ¿Es esto a lo que la gente llama,
dejarse llevar por la vida? Pues apesta.

No salió del hotel y apenas hizo un tiempo de comida.

***

Jimena tuvo una difícil tarea al explicar a las niñas, la


ausencia de su padre. Les contó que habían tenido una
emergencia y que la presencia de Rodrigo era inevitable.
Convencidas de que le verían pronto no protestaron mucho
y cada una hizo el domingo que gustaba, dentro de casa.

Dedicó el tiempo a torturarse escuchando música pasada de


moda, tomando vino y coleccionando recuerdos de mejores
tiempos que encontraba en las gavetas.

Estaba convencida de que todo mejoraría pronto.

~ 137 ~
XXXII

Desaliñado como nunca se le había visto en el edificio, se


presentó en la oficina de Javier.

― Buen día ―dijo a Cintia sin voltearla a ver y entró en la


oficina de Javier.

Primero sorprendido y luego sonriendo Javier exclamó:

― ¡Qué bueno verte Rodrigo! Me tenías preocupado ¿está


todo bien?

― Podría decirse que ahora que mi vida ha cambiado


totalmente en poco más de una semana, las cosas
empiezan a ir por el sendero correcto.

― ¡Bien! Me alegra mucho, esa es la actitud. Me pondrás al


día ¿cierto?

― Claro que sí, ahora me toca hablar a mí y quisiera que me


prestaras atención. Sentémonos en el sofá.

Se sentaron. Rodrigo trató de ordenar sus ideas y comenzó


lentamente.

― Hace ya algún tiempo, mi hija, la menor, tenía solo tres


años, aunque para mi pareciera que fue hace más de un
siglo. La empresa me envió a una capacitación en las
~ 138 ~
oficinas centrales, lo que implicaba estar fuera del país por
todo un mes. Complicado para mí, pero lo entendía. A ella le
contamos que no estaría varios días y con su escaso
vocabulario, decía entenderlo. No obstante, con el pasar de
los días empezó a preguntar más y más por su papá.

» El mes se sintió eterno. Cuando me tocó regresar yo casi


saltaba de la alegría. Jimena quedó en irme a traer al
aeropuerto para evitar que viajara en taxi y que pudiésemos
vernos más pronto. Cuando uno vuelve al país al que
pertenece siempre hay una satisfacción por el regreso, a
cualquiera que viaje le será difícil objetar ese sentimiento,
pero uno no está realmente de vuelta hasta que ve a las
personas que uno quiere.

» Jimena se había puesto linda. Hacía frío y me esperaba


afuera. Portaba un abrigo largo que apenas permitía ver una
minúscula parte de sus zapatos. Mientras me acercaba a
ella, tímidamente asomó por detrás la carita de mi nena.
Jimena me había dicho que llegaría sola, así es que yo no la
esperaba, fue toda una sorpresa. «

Los ojos de Rodrigo se pusieron cristalinos, mientras narraba


y recordaba aquella escena.

― Nunca podré olvidar su rostro. Ella quería reír y a la vez


quería llorar. La única explicación que encuentro, es que su
felicidad era tanta, que quería llorar, pero como no
relacionaba llanto con alegría, hizo un gran esfuerzo por
contenerse y forzar su sonrisa, para que yo supiera que se
alegraba de verme.

» Plenitud de sensaciones Javier. Un momento lleno de


felicidad y de dicha que no tiene igual. Ver reflejado tanto
amor y tanto gusto en una personita, que aún no podía
explicar lo que sentía, ha sido uno de los regalos más

~ 139 ~
grandes que he podido recibir. Un momento que vivirá para
siempre en mí y que siempre me dará fuerza para continuar.

» Han pasado años y cada vez que lo recuerdo, es como si lo


viviera de nuevo. Mi hijita de tan solo tres años, me
obsequió un momento mágico. Un tiempo que es uno de mis
tesoros más preciados. «

― Es una bella historia ―interrumpió Javier― ese es


precisamente el tipo de cosas que yo decía que…

― Disculpa, aún no terminé, hoy me toca hablar a mí.

Javier guardó silencio. En ese momento no eran jefe y


subordinado, por lo que no objetó el tono autoritario con que
le dirigió la última frase.

― En el correo que mandaste, escribiste Vivir del pasado es


para los necios. El presente, tu aquí y ahora es lo que
realmente importa. Y para ser honesto, la frase parece tener
mucha lógica, pero no es cierta.

» Piensa en esto: ¿Cómo podría hoy en día, ver a los ojos a


mi hija y decirle que lo que hizo en aquel entonces, que esa
alegría de la que me llenó, que la felicidad que me brindó,
ya no existe? Porque si solo el presente importa, tendría que
aceptar que esa felicidad se esfumó, que no es más. Tendría
que decirle: gracias, pero lo pasado, ya es pasado. Aquel
regalo que me diste, se perdió en el tiempo.

» ¿Te has dado cuenta cómo los seres humanos nos


quejamos de siempre llevar a cuesta lo malo que nos pasa?
Aseguramos que esas cosas nos marcan y pobres nosotros,
que alguien nos ampare, porque tendremos que cargar con
ello por siempre. Pero en cambio las cosas buenas no las
guardamos y atesoramos, porque según tu frase, eso ya no
importa, solo importa el presente. Según tu frase la felicidad

~ 140 ~
es hoy y después de vivida, solo nos queda la esperanza de
que en un futuro, encontremos otra.

» La felicidad se va acumulando Javier. No darle valor a los


momentos que creaste o a los que te brindaron, es ser un
ingrato. Esa felicidad te acompañará siempre y cierto, se irá
transformando, pero no desaparecerá. Será siempre una
parte de lo que somos y de lo que seremos.

» Si solo el presente importara, no aprenderíamos, ni


valoraríamos nada de lo que hemos vivido. «

― Creo que lo estás tomando muy literal.

― Seguro, el mensaje que te dan es claro, nunca parece


tener fallas, pero si se malinterpreta o no funciona, la culpa
es de quien toma el consejo, nunca de quien lo da. Una
fórmula fácil que garantiza el éxito, ¿no te parece?

» Cuando empezaste estas charlas, me hablaste de una


“obligación moral”. Quisiera que me dieras un concepto
claro de lo que es y en qué beneficia. «

― Pues moral son buenos principios y obligación, es algo


que hacemos por deber. Estamos forzados a comportarnos
de esa manera por el bien de los demás.

― ¿Qué son principios? ¿Forzados por quién? Y ¿Cuándo


tuvimos la oportunidad de escoger si aceptábamos esas
obligaciones o no?

» Hablas del bien por los demás, cuando somos una raza
egoísta por naturaleza. «

― Eso no es cierto.

― Claro que sí, y voy a probártelo. Esa misma mañana


dijiste que éramos unos egoístas porque no compartíamos el

~ 141 ~
conocimiento que íbamos adquiriendo y que por eso lo
compartirías conmigo. Agregaste que tu intención era
solucionar mis problemas. Hablaste también de tus propios
problemas, narrando cosas como que no habías hecho nada
con tu vida, que estabas solo, que eres un mal esposo y
padre de familia, que posees un ayer sin honor ni gloria. Eso
significa que me tomaste como tu última oportunidad de
hacer algo importante. Lo que en realidad pretendías, era
saciar tu culpa. Liberarte de un peso que te tenía
intranquilo. Lograr un perdón que se te hace necesario.

― Es una forma muy retorcida y malagradecida de ver las


cosas.

― Es la verdad, y sé que eres lo suficientemente inteligente


para comprenderlo, pero no sé si esa inteligencia te alcanza,
para aceptarlo.

Javier guardó silencio, tratando de encontrar alguna falla en


el argumento de Rodrigo para defenderse. Rodrigo continuó:

― Luego me enseñas que si todos nos preocupáramos por la


educación de nuestros propios hijos, éste sería un mejor
mundo. Tienes toda la razón. Pero después me aseguras que
nuestra obligación, es para con la sociedad. ¿No crees que
al preocuparnos de todos, corremos el riesgo de descuidar lo
propio? ¿Por qué contradecir las ideas? ¿Porque suena bien?

» Dime también ¿De qué me sirve escuchar tus


justificaciones, asegurando que eres lo que eres por culpa
de tus padres?

― Para que no cometas los mismos errores.

― Para eso basta con que me cuentes tu infancia. Ninguna


persona que se diga normal, querrá dañar a sus hijos adrede
si les quiere, y de esas historias que contaste, podríamos

~ 142 ~
llegar a importantes conclusiones. Pero decir que te
convertiste en quien eres por su culpa, es liberarte de toda
responsabilidad. Eres lo que eres, porque tú lo decidiste,
nadie te obligó. Tus miedos y tus preocupaciones, son tuyas,
no de tus padres. Quien salió cada mañana rumbo a la
oficina alejándose de su familia, fuiste tú, no ellos. Quién no
supo comunicarse con sus hijos, fuiste tú.

» ¿Qué me estás enseñando? ¿Que no importa lo que haga,


siempre existirá una justificación? ¿Y que cuando sea
grande y vea mi vida hacia atrás, podré decir: fue por culpa
de esto, o de ésta y aquella persona?

» Solo queremos cargar con la gloria de nuestros logros,


pero nos comportamos como cobardes cuando nos toca
aceptar nuestros desaciertos.

» Luego hablaste del trabajo haciéndolo parecer malo y


culpable de las desgracias de los hombres. Aseguraste que
eras la voz de la experiencia y diste por hecho que tu
opinión es válida para todos los demás. Predicas con la
lengua, pero no hay ejemplo, porque te justificas en que ya
es muy tarde. Piensa en esto: no tendrás dos vidas para
comprobar que una decisión opuesta a la que tomaste, te
llevaría a un final feliz o contrario a donde hoy te
encuentras.

» Hablaste del trabajo en otras épocas. Así te venden la


tranquilidad, el sueño de todo hombre, la simpleza de la
vida. Pero en realidad es que pocos piensan en las
incomodidades y problemas en que se vivía. En la búsqueda
de comodidad, riqueza y poder, evolucionó el trabajo,
evolucionó el ser humano y evolucionaron los problemas, no
te puedo asegurar si para mejor o para peor, pero
cambiamos. ¿Por qué resistirnos al cambio? ¿Por qué
compararnos con otras épocas en donde tenían verdades
que hoy no son válidas?
~ 143 ~
» No se puede condenar al fracaso a alguien que dedica su
vida al trabajo. Cada quien tendrá sus propios objetivos y la
dignidad obtenida de su labor, no puede ser juzgada, al
menos no desde un punto de vista condenatorio.

» De la misma forma, no puede ser juzgada la realización de


cada ser humano. ¿Quieres saber por qué seguía al lado de
Jimena? Era únicamente por las estúpidas reglas de
moralidad.

― ¿Seguías?

― Sí, el sábado me pidió el divorcio y, por favor, no digas


que lo lamentas. No tienes por qué hacerlo. Estoy
convencido que es lo mejor para todos, aunque lamento que
ella fuera quien tuvo más valor para decidirlo y no yo.

» Hablemos de otro tema. Hace un tiempo leí un artículo


que contaba como una persona de clase humilde, que dicho
sea de paso, no entiendo la relación entre pobreza y
humildad que a la gente tanto le gusta, había alcanzado uno
de los puestos más importantes del mundo, gracias a su
actitud. Reconozco que el artículo me gustó y quería que
fuera una verdad en mi vida. Entonces apareciste con tu
charla de la actitud y al estar meditando en todo esto,
recordé el texto y pensé: qué actitud ni qué nada. Los
factores que se juntaron para que él llegara a donde llegó
son muchos más. No puedo demeritar, por ejemplo, su
capacidad intelectual, su dedicación al trabajo, su fuerza de
voluntad y todo lo que hizo por llegar ahí, diciendo que
simplemente es una cuestión de actitud.

» Historias que suenan bien. Frases que parecen lógicas y


llenas de esperanza. Comparaciones con personas que
lograron sus metas, pero que tienen poco y nada en común
con nosotros. Invitaciones a aceptar verdades como simples
actos de fe, que han de traer una justa recompensa, si tan

~ 144 ~
solo las creemos. Aferrarse a cosas que no entendemos,
para sentirnos bien con nosotros mismos. Éstas
regularmente son nuestras fuentes de motivación.

― Pero hay testimonios de personas que creyeron y tuvieron


éxito.

― Hay de todo Javier. Casi podría asegurar que cada


persona que ha tenido éxito en la vida podría escribir un
libro, y cada una nos mostraría un camino diferente para
alcanzarlo. Recetas fáciles para el éxito no hay. Establece tu
objetivo y ve en pos de él y listo. ¿Lo ves? Podría escribir mi
propia receta y promocionarla.

Rodrigo bajó la aceleración de sus palabras y más calmado


continuó:

― Por último, quiero decirte esto: No hagas caso de todo lo


que te he dicho. Piénsalo, medítalo y llega a tus
conclusiones. Usa tu razón, será a lo largo de tu vida, tu
mejor herramienta.

» Los seres humanos somos muy dados a pensar que


poseemos la verdad de las cosas. Que si algo es dicho por
una persona famosa o con algo de autoridad, es que es
cierto. Que nuestro punto de vista es el correcto. Que el de
la par se equivoca. Y en realidad ¿Qué derecho tenemos de
decirle a otra persona, que sabemos exactamente cómo es
la vida? ¿Qué nos garantiza que lo que creemos es cierto?
Mañana quizá nosotros mismos usando la razón llegaremos
a conclusiones mas acertadas que las que poseemos
actualmente.

» Si quieres ayudar a alguien y es digno de ello, cuéntale tus


experiencias, transmítele tu conocimiento, hazle cuestiona-
mientos, invítale a pensar, pero en la medida de lo posible,
evita afirmar cosas que no puedas comprobar. «

~ 145 ~
Los dos descansaron. Javier se dirigió al oasis que estaba en
la esquina. Se sirvió un vaso de agua y luego de tomar un
poco, sin voltear a ver a Rodrigo, le dijo.

― Eres muy duro conmigo, mi intención era buena.

― No lo dudo y por eso vine y te expuse estos puntos


―contestó Rodrigo, bajando el tono de voz que había vuelto
a elevar― aunque quizá no de la mejor forma.

» Revisa la historia y verás que las buenas intenciones han


traído muchos problemas. Y piensa también que muchas
veces las buenas intenciones de unos, afectan los intereses
de otros.

Un silencio incómodo se apoderó del ambiente.

― Deseo estar solo.

― Lo entiendo. Hasta pronto Javier.

Rodrigo salió de la oficina, dejando a un hombre temeroso


por su futuro. Afligido por el despertar a nuevas verdades
que no entendía. Frustrado por ver como sus convicciones le
eran desmenuzadas en pocos minutos.

~ 146 ~
XXXIII

El día estaba particularmente nublado, como si hubiera


amanecido con el estado de ánimo por los suelos. Algunos
pasaban el tiempo realizando esas tontas apuestas en
donde no se gana nada, unos a que llovería, otros a que no.
Los segundos ganarían. El mundo, sin preocuparse por
nadie, había seguido su juego de giros por dos semanas
más.

El viernes que siguió a la última charla que sostuvo con


Rodrigo, Javier aprovechó la reunión que tenía con la Junta
Directiva de la empresa, para presentar su renuncia. La
mayoría de los integrantes de la misma quedaron
sorprendidos con su decisión, pero aún más intrigados, por
los motivos que exponía.

― Tengo muy poco tiempo, no sé si el suficiente, para tratar


de encontrarle a mi vida, algún sentido, necesito algún
legado que dejar. ―Fue lo que explicó.

La aceptaron sin problema y permitieron que se hiciera


efectiva de inmediato.

Cuando salió de la oficina, volteó y la contempló por última


vez, como rindiendo todos sus respetos. Llevaba tres
maletas en su auto. Nadie supo a donde se dirigió.

~ 147 ~
***

Durante la entrevista Javier había solicitado que cuidaran


laboralmente de Cintia. Les hizo saber a todos de lo
eficiente y eficaz que era en el cumplimiento de sus
obligaciones y que también poseía la cualidad de ser una
excelente confidenta y estar siempre dispuesta a sacar la
tarea adelante. Esa misma tarde la llamaron para ofrecerle
un puesto similar en otra área, con las mismas condiciones
que tenía, pues el nominado para el cargo de Javier, llevaría
a su propia gente de confianza. Cintia agradeció el
ofrecimiento, pero les informó que prefería ya no estar en la
empresa, la adaptación decía, es uno de mis mayores
problemas. Aunado a que no soportaba imaginarse con
Rodrigo en el mismo edificio, fue fácil tomar la decisión de
abandonar aquel lugar.

Estaba convencida de que era una buena decisión. Le


resultaba más cómodo sufrir lejos de él.

***

Jimena había logrado contactar con un abogado y junto al


de Rodrigo, los cuatro estaban llevando a cabo el proceso de
divorcio sin mayor inconveniente. También había empezado
a organizar una fiesta para el sábado siguiente. Invitaría a
todos sus amigos del anuario del colegio. “No importa que
no vengan todos” pensaba, “si vienen cuatro o cinco, será
considerada todo un éxito”.

Ahora recibía llamadas de sus amigas y amigos que


disfrutaban otra vez de su compañía, gracias a que ella no
había desistido de buscarles. Está tomándole gusto a la
música contemporánea, pero no a la juvenil que no
entiende. Hoy se presentó a su primera entrevista de
trabajo.

~ 148 ~
No salió más con sus amigas de los viernes.

***

Todos notaron su cambio. No era más aquella persona que


estaba todo el tiempo sonriente. Había desaparecido la idea
de procurar caer bien a todo el mundo. Ahora trabaja más
que nunca y ha empezado a ganar más respeto por su
producción, que por su modo de ser, lo cual le mantiene de
buen humor.

Hasta ahora tiene tres metas bien definidas. Está consciente


de que todas están en función de su felicidad y que
eventualmente, podrían ser más. Trabajar duro para ser el
mejor y alcanzar el puesto con el que ha soñado, ayudar en
el camino de sus hijas hacia la felicidad y ayudar a Jimena
en lo que pueda, para que no le falte nada y ella no tenga
cosas con que lidiar, que le dificulten el ser una buena
madre para sus hijas.

Hace quince días que experimenta la satisfacción de estar


viviendo, su propia vida.

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Epílogo

El clima había pintado el escenario natural de color gris. El


viento acariciaba los elementos que lo conformaban. La luz
natural luchaba con sus últimas fuerzas por dar la
oportunidad unos minutos más, de contemplar el solitario y
casi abandonado lugar. Un auto sedan, color azul oscuro
estacionó junto a la banqueta. Del asiento del copiloto bajó,
no sin algo de dificultad, un señor grande con el cabello
blanco y un tanto curvo de la espalda.

Su acompañante, una dama joven de buen parecer, se


acercó a él para tomarle del brazo, mientras él señalaba
unas bancas que estaban al final del parque, a donde quería
que se dirigieran.

Caminaron sobre el escaso césped, ahora color marrón, que


durante años fue testigo del pasar del tiempo, hacia una
pequeña laguna que estaba al fondo.

Al llegar, se sentaron sin decir nada por unos instantes,


mientras una lágrima parecía querer surgir del ojo de
Rodrigo. Después de un rato, su hija menor rompió el
silencio.

― ¿Así que éste es el famoso parque Ukweli?

― Nunca fue muy famoso, pero aquí es, hija.

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Lentamente Rodrigo, con su mano temblorosa, sacó de la
bolsa de su abrigo un papel arrugado, viejo y algo sucio que
desplegó para poder dárselo a su hija.

― Esto ya no va a servirme. Quiero que lo conserves y que


cuando yo no sea más, al leerlo, me recuerdes.

― No digas tonterías, para eso falta…

― No importa, puede ser hoy, puede ser mañana, puede ser


en diez años. He vivido como quise, he hecho mi mejor
esfuerzo por trabajar en mi felicidad, aunque muchos no lo
entendieran. Este papel se convirtió en un contrato de vida
y viví siempre respetando el compromiso que hice.

» Al ver atrás y evaluar mi actos, solo puedo pensar en lo


satisfecho que estoy por mis buenas y mis malas decisiones,
porque fueron mías. «

No dijeron más, ella se recostó en el pecho del hombre a


quien quería y admiraba y juntos vieron como poco a poco
la luz del día se despedía detrás del paisaje, mientras el
mundo seguía girando.

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