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Arte efímero

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Liberación de 1001 globos azules, «escultura aerostática» de Yves Klein.


Reconstrucción realizada en 2007 en la plaza Georges-Pompidou de París, en
celebración del cincuentenario del evento realizado por Klein en 1957.
Se denomina arte efímeronota 1 a toda aquella expresión artística concebida bajo un
concepto de fugacidad en el tiempo, de no permanencia como objeto artístico
material y conservable. Por su carácter perecedero y transitorio, el arte efímero
no deja una obra perdurable, o si la deja —como sería el caso de la moda— ya no es
representativa del momento en que fue creada. En estas expresiones es decisivo el
criterio del gusto social, que es el que marca las tendencias, para lo cual es
imprescindible la labor de los medios de comunicación, así como de la crítica de
arte.1

Independientemente de que cualquier expresión artística pueda ser o no perdurable


en el tiempo, y que muchas obras concebidas bajo criterios de durabilidad puedan
desaparecer en un breve lapso de tiempo por cualquier circunstancia indeterminada,
el arte efímero tiene en su génesis un componente de transitoriedad, de objeto o
expresión fugaz en el tiempo. Es un arte pasajero, momentáneo, concebido para su
consunción instantánea. Partiendo de este presupuesto, se denominan artes efímeras
a aquellas cuya naturaleza es la de no perdurar en el tiempo, o bien aquellas que
cambian y fluctúan constantemente. Dentro de ese género pueden considerarse artes
efímeras a expresiones como la moda, la peluquería, la perfumería, la gastronomía y
la pirotecnia, así como diversas manifestaciones de arte corporal como el tatuaje y
el piercing. También entrarían dentro del concepto de arte efímero las diversas
modalidades englobadas en el llamado arte de acción, como el happening, la
performance, el environment y la instalación, o bien del denominado arte
conceptual, como el body art y el land art, así como otras expresiones de cultura
popular, como el grafiti. Por último, dentro de la arquitectura también hay una
tipología de construcciones que se suelen expresar como arquitectura efímera, ya
que son concebidas como edificaciones transitorias que cumplen una función
restringida a un plazo de tiempo.2

Índice
1 Fundamentos del arte efímero
2 Arquitectura
3 Elementos naturales
3.1 Jardinería
3.2 Agua
3.3 Fuego: la pirotecnia
3.4 Aerostación
4 El cuerpo humano
4.1 Peluquería
4.2 Maquillaje
4.3 Tatuaje
4.4 Piercing
5 Moda
6 Perfumería
7 Gastronomía
8 Arte urbano: el grafiti
9 Arte de acción
10 Arte conceptual
10.1 Body art
10.2 Land art
11 Nuevas tecnologías
11.1 Arte nocturno: el neón
11.2 Vídeo
11.3 Láser
11.4 Informática
11.5 Sonido
12 Véase también
13 Referencias
14 Enlaces externos
Fundamentos del arte efímero

The Umbrella Project (1991), instalación artística de Christo, Ibaraki (Japón).


El carácter efímero de ciertas expresiones artísticas es ante todo un concepto
subjetivo supeditado a la propia definición del arte, término controvertido y
abierto a múltiples significados, que han ido oscilando y evolucionando con el
tiempo y el espacio geográfico, ya que no en todas las épocas y todos los lugares
se ha entendido lo mismo con el vocablo «arte». El arte es un componente de la
cultura, reflejando en su concepción los sustratos económicos y sociales, y la
transmisión de ideas y valores, inherentes a cualquier cultura humana a lo largo
del espacio y el tiempo. Sin embargo, la definición de arte es abierta, subjetiva,
discutible, no existe un acuerdo unánime entre historiadores, filósofos o artistas.
En la antigüedad clásica grecorromana, una de las principales cunas de la
civilización occidental y primera cultura que reflexionó sobre el arte, se
consideraba el arte como una habilidad del ser humano en cualquier terreno
productivo, siendo prácticamente un sinónimo de «destreza». En el siglo II Galeno
dividió el arte en artes liberales y artes vulgares, según si tenían un origen
intelectual o manual. Entre las liberales se encontraban: la gramática, la retórica
y la dialéctica —que formaban el trivium—, y la aritmética, la geometría, la
astronomía y la música —que formaban el quadrivium—; las vulgares incluían la
arquitectura, la escultura y la pintura, pero también otras actividades que hoy se
consideran artesanía.3 En el siglo XVI empezó a considerarse que la arquitectura,
la pintura y la escultura eran actividades que requerían no sólo oficio y destreza,
sino también un tipo de concepción intelectual que las hacían superiores a otros
tipos de manualidades. Se gestaba así el concepto moderno de arte, que durante el
Renacimiento adquirió el nombre de arti del disegno (artes del diseño), por cuanto
comprendían que esta actividad —el diseñar— era la principal en la génesis de las
obras de arte.4 Más adelante se consideraron actividades artísticas expresiones
como la música, la poesía y la danza, y en 1746 Charles Batteux estableció en Las
bellas artes reducidas a un único principio la concepción actual de bellas artes,
término que hizo fortuna y ha llegado hasta nuestros días.5 Sin embargo, los
intentos de establecer unos criterios básicos sobre qué expresiones pueden ser
consideradas arte y cuales no han sido un tanto infructuosos, produciendo en cierta
forma el efecto contrario y acentuando aún más la indefinición del arte, que hoy
día es un concepto abierto e interpretable, donde caben muchas fórmulas y
concepciones, si bien se suele aceptar un mínimo denominador común basado en
cualidades estéticas y expresivas, así como un componente de creatividad.
Actualmente, a la clasificación tradicional de artes han sido añadidas por ciertos
críticos e historiadores expresiones como la fotografía, la cinematografía, el
cómic, el teatro, la televisión, la moda, la publicidad, la animación, los
videojuegos, etc., y aún existe cierta discrepancia sobre otro tipo de actividades
de carácter expresivo.6

Un aspecto esencial en la génesis del arte es su componente social, la


interrelación entre artista y espectador, entre la obra y su consumidor. Una obra
de arte responde a criterios sociales y culturales, de espacio y tiempo, fuera de
los cuales, aunque perdure como objeto físico, pierde su significación conceptual,
el motivo por el que fue creada. Aun así, el ser humano ha tenido siempre afán por
coleccionar y guardar estos objetos por sus cualidades únicas e irrepetibles, como
documentos de épocas que perduran en el recuerdo, y que suponen expresiones
genuinas de los pueblos y culturas que se han sucedido en el tiempo. Precisamente,
el carácter coleccionable de ciertos objetos, frente a otros de consunción más
rápida, supuso una primera barrera entre la clasificación de ciertas expresiones
como arte y no de otras, denominadas frecuentemente de forma peyorativa como
«moda», «adorno», «entretenimiento» y términos similares. Los museos y academias de
arte, encargados de la conservación y difusión del arte, se encargaron igualmente
de patrocinar y preponderar unas expresiones artísticas frente a otras, y así como
cuadros y esculturas entraron sin problema en estas instituciones, otros objetos o
creaciones de diverso signo fueron relegados al olvido tras haber cumplido su
función momentánea, o como mucho quedaron en el recuerdo a través de testimonios
escritos o documentos que diesen fe de su existencia.7

Desde antaño se ha especulado con la artisticidad de las expresiones efímeras, de


si el carácter efímero del arte y la belleza puede devaluar estos conceptos. La
desvalorización de lo efímero arranca con Platón, para el que las cosas bellas no
eran perdurables, ya que lo único eterno es la «idea de lo bello». De igual manera,
el cristianismo —del que emanó toda la estética medieval—, rechazaba la belleza
física como algo pasajero, ya que la única belleza inmutable era la de Dios. Sin
embargo, desde el siglo XIX empezó un cambio de actitud respecto a la belleza
efímera, que comenzó a ser valorada por sus cualidades intrínsecas. Los románticos
valoraban «lo que jamás se verá dos veces», y Goethe llegó a afirmar que sólo lo
efímero es bello: «¿Por qué yo soy efímera, oh Zeus? dice la Belleza / Yo no hago
bello, dice Zeus, más que lo efímero» (Las Estaciones).8

La Torre Eiffel, obra de Alexandre Gustave Eiffel para la Exposición Universal de


París de 1889. Aunque se construyó con el propósito de ser perecedera, debido a su
éxito se decidió conservarla, llegando a convertirse en un símbolo de la capital
francesa.
Aunque diversas manifestaciones que puedan ser consideradas como arte efímero han
existido desde los inicios de la expresividad artística del ser humano —incluso
podría considerarse como algo inherente a una cierta concepción del arte—, ha sido
en el siglo XX cuando estas formas de expresión han adquirido un gran auge. La
estética contemporánea ha presentado una gran diversidad de tendencias, en paralelo
con la atomización de estilos producida en el arte del siglo XX. Tanto la estética
como el arte actuales reflejan ideas culturales y filosóficas que se fueron
gestando en el cambio de siglo XIX-XX, en muchos casos contradictorias: la
superación de las ideas racionalistas de la Ilustración y el paso a conceptos más
subjetivos e individuales, partiendo del movimiento romántico y cristalizando en la
obra de autores como Kierkegaard y Nietzsche, suponen una ruptura con la tradición
y un rechazo de la belleza clásica. El concepto de realidad fue cuestionado por las
nuevas teorías científicas: la subjetividad del tiempo (Bergson), la relatividad de
Einstein, la mecánica cuántica, la teoría del psicoanálisis de Freud, etc. Por otro
lado, las nuevas tecnologías hacen que el arte cambie de función, ya que la
fotografía y el cine ya se encargan de plasmar la realidad. Todos estos factores
produjeron la génesis de las nuevas tendencias del arte contemporáneo: el arte
abstracto, el arte de acción y conceptual, el arte efímero, donde el artista ya no
intenta reflejar la realidad, sino su mundo interior, expresar sus sentimientos.9

En el siglo XX movimientos como el futurismo exaltaron el carácter efímero del


arte, llegando a escribir Marinetti que «nada me parece más bajo y mezquino que
pensar en la inmortalidad al crear una obra de arte» (El Futurismo, 1911). Incluso
el arquitecto visionario Antonio Sant'Elia preconizó construir casas que «duraran
menos que los arquitectos» (Manifiesto de la arquitectura futurista, 1914). Surgió
así una nueva sensibilidad por la cual las obras de arte adquirieron una autonomía
propia, evolucionando y transformándose con el tiempo en paralelo a la percepción
que el espectador tiene de ellas. En ese contexto, el artista es tan sólo un
artífice que establece las condiciones para que la obra siga su propio destino.8

En la Fiesta del Hanami, los japoneses acuden a parques y jardines a observar la


belleza de los cerezos en flor.
El arte contemporáneo está íntimamente ligado a la sociedad, a la evolución de los
conceptos sociales, como el mecanicismo y la desvalorización del tiempo y la
belleza. Es un arte que destaca por su instantaneidad, necesita poco tiempo de
percepción. El arte actual tiene oscilaciones continuas del gusto, cambia
simultáneamente: así como el arte clásico se sustentaba sobre una metafísica de
ideas inmutables, el actual, de raíz kantiana, encuentra gusto en la conciencia
social de placer (cultura de masas). En una sociedad más materialista, más
consumista, el arte se dirige a los sentidos, no al intelecto. Así cobró especial
relevancia el concepto de moda, una combinación entre la rapidez de las
comunicaciones y el aspecto consumista de la civilización actual. La velocidad de
consumo desgasta la obra de arte, haciendo oscilar el gusto, que pierde
universalidad, predominando los gustos personales. De este modo, las últimas
tendencias artísticas han perdido incluso el interés por el objeto artístico: el
arte tradicional era un arte de objeto, el actual de concepto. Hay una
revalorización del arte activo, de la acción, de la manifestación espontánea,
efímera, del arte no comercial.10

Por último, conviene recordar que la percepción de lo efímero no se aprecia por


igual en el arte occidental que en otros ámbitos y otras culturas, de igual manera
que no en todas las civilizaciones existe un mismo concepto sobre el arte. Uno de
los países donde más se valora el carácter fugaz y momentáneo de la vida y sus
representaciones culturales es Japón: el arte tiene en la cultura japonesa un gran
sentido introspectivo y de interrelación entre el ser humano y la naturaleza,
representada igualmente en los objetos que le envuelven, desde el más ornado y
enfático hasta el más simple y cotidiano. Esto se pone de manifiesto en el valor
otorgado a la imperfección, al carácter efímero de las cosas, al sentido emocional
que el japonés establece con su entorno. Así, por ejemplo, en la ceremonia del té
los japoneses valoran la calma y la tranquilidad de ese estado de contemplación que
consiguen con un sencillo ritual, basado en elementos simples y en una armonía
proveniente de un espacio asimétrico e inacabado. Para los japoneses, la paz y la
armonía están asociadas a la calidez y la comodidad, cualidades a su vez que son
fiel reflejo de su concepto de la belleza. Incluso a la hora de comer, no importa
la cantidad de alimentos o su presentación, sino la percepción sensorial de la
comida y el sentido estético que otorgan a cualquier acto.11

Arquitectura

The Crystal Palace, construido para la Gran Exposición de 1851 en Londres, obra de
Joseph Paxton.
Artículo principal: Arquitectura efímera
La arquitectura es el arte y técnica de construir edificios, de proyectar espacios
y volúmenes con una finalidad utilitaria, principalmente la vivienda, pero también
diversas construcciones de signo social, o de carácter civil o religioso. En su
proyección tiene un valor primordial la ordenación del espacio, tanto a nivel
constructivo como urbanístico, planificando la ubicación del edificio a construir
conforme al entorno que le rodea, tanto natural como social. Así pues, el espacio,
al ser modificado por el ser humano, se transmuta, adquiere un nuevo sentido, una
nueva percepción. Por tanto, el espacio adquiere una dimensión cultural, ligada al
desarrollo material de la humanidad, al tiempo que cobra una significación
estética, por cuanto es percibido de forma intelectualizada y artística, como
expresión de unos valores socioculturales inherentes a cada pueblo y cultura. Este
carácter estético puede otorgar al espacio un componente efímero, al ser utilizado
en actos y celebraciones públicas, rituales, fiestas, mercados, espectáculos,
oficios religiosos, actos oficiales, eventos políticos, etc.12

Uno de los ejes vertebradores del espacio para la sociedad humana es la ciudad, que
cumple la función de un macroespacio que articula la vida social en todos sus
sentidos, desde el más íntimo —como receptáculo de viviendas individuales— hasta el
más interrelacionado, con una serie de espacios y edificios públicos destinados a
diversas finalidades, como la administración política, el intercambio comercial o
el culto religioso. Cada uno de estos ámbitos se traduce en distintas celebraciones
y rituales, monumentos y expresiones de poder y riqueza, que fluctúan con el tiempo
a través de la moda y los estilos artísticos, confiriendo al espacio urbano una
fisonomía particular y característica de cada época y lugar. El espacio urbano es
un arte de relación, cada elemento está interrelacionado con otro, es el conjunto
el que marca una tendencia o estilo por el que ese espacio es reconocido. Dicha
relación tiene un carácter multidisciplinar, ya que son muchos los elementos
artísticos que intervienen en la percepción del espacio, desde la arquitectura y
sus elementos auxiliares o complementarios (como la pintura y la escultura, o
elementos naturales como jardines y fuentes) hasta la propia presencia del ser
humano que habita el entorno, con sus vestidos, sus perfumes, sus peinados, sus
maquillajes, todo interviene en conferir un carácter particular a cualquier
espacio. Una de las características de esta cualidad de relación es la efimeridad,
ya que la combinación de factores que intervienen en la percepción estética del
espacio es en todo momento única e irrepetible, y no conservable o coleccionable
como el resto de obras artísticas conservadas en los museos —factor que ha relegado
sin duda las artes efímeras a un segundo plano en la materialista civilización
occidental—.13

Dentro del espacio urbano se pueden distinguir tres ámbitos principales: el espacio
público, el privado y un tercero intermedio, el espacio «restringido», propio de
lugares de uso público pero acotados a una zona o construcción concreta, como
pueden ser templos, teatros, circos, plazas de toros, estadios de fútbol, etc. En
estos espacios se desarrollan fiestas, rituales o eventos públicos que implican una
escenificación, la recreación de un ambiente determinado, que confiere a ese
espacio unas particularidades únicas y diferenciadas de otro tipo de espacios. Por
ejemplo, una catedral tiene una significación religiosa que trasciende la simple
arquitectura del edificio, con una ornamentación particular, un ambiente de
recogimiento y meditación propiciado por la luz filtrada de las vidrieras y por la
velas votivas, por el humo del incienso quemado, los cantos litúrgicos, etc.
También existen espacios privados pero diseñados para la asistencia de un público
general, como unos grandes almacenes, que presentan unas características
particulares encaminadas a incitar al cliente al consumo, como la ausencia de
ventanas, la iluminación constante, la temperatura controlada, la música de fondo,
y demás elementos que aíslan del exterior y hacen concentrar al público en la
mercancía ofrecida.14

Ceremonia funeraria en honor de Catalina Opalińska, suegra de Luis XV de Francia,


celebrada en 1747 en la catedral de Notre Dame de París.
Un importante factor a la hora de considerar el espacio estético es el ocio, los
lugares públicos de diversión y esparcimiento, donde se liberan las tensiones
originadas en el trabajo y los quehaceres cotidianos. Desde la especialización del
trabajo con el surgimiento de la agricultura, determinadas clases sociales se han
visto privilegiadas con actividades menos físicas y agotantes, como la política, la
religión o las armas, mientras que el resto del pueblo hacía las tareas más
pesadas. En el pasado se relacionó estas actividades superiores con la nobleza, que
despreciaba el trabajo físico como propio de plebeyos. Para estos estamentos
sociales se desarrolló todo un conjunto de actividades y creaciones relacionas con
el placer, desde centros lúdicos y de recreo (termas, salas de espectáculo), así
como palacios y jardines, hasta vestidos, joyas, perfumes, comidas y bebidas, y
todo tipo de fastos para el disfrute personal. En la actualidad, estas barreras se
han diluido, y el ocio se ha generalizado en todos los estamentos sociales, que
fuera del horario laboral pueden disfrutar de numerosos espacios lúdicos,
apareciendo nuevas tipologías como el gimnasio, los bares y discotecas, las salas
de cine, los estadios de fútbol, etc.15
La efimeridad ha sido una constante en la historia de la arquitectura, si bien hay
que distinguir entre las construcciones concebidas para un uso temporal y las que,
pese a ser realizadas pensando en su durabilidad, presentan una breve caducidad
debido a diversos factores, especialmente la poca calidad de los materiales
(madera, adobe), en culturas que no habrían desarrollado suficientemente sistemas
sólidos de construcción. De la arquitectura antigua existen pocos documentos de
realizaciones pensadas con una duración efímera, más bien al contrario, tanto la
arquitectura egipcia como la griega y romana destacan por su monumentalidad y el
afán duradero de sus construcciones, especialmente las religiosas. Las
construcciones efímeras se dieron especialmente en ceremonias públicas y
celebración de victorias militares, o en fastos relacionados con reyes y
emperadores. Así, existe un valioso testimonio de un pabellón levantado por
Ptolomeo II de Egipto para celebrar un banquete, relatado por Ateneo: «cuatro de
las columnas tenían forma de palmeras, mientras que las que estaban en el centro
parecían tirsos. Por fuera de las columnas, en tres lados, había un pórtico con un
peristilo y techo abovedado, donde podía colocarse el séquito de los invitados. Por
dentro, el pabellón estaba rodeado con cortinas purpúreas, salvo los espacios entre
las columnas, adornados con pieles de extraordinaria variedad y belleza»
(Deipnosophistae, V, 196 y ss.).16

El esplendor de la arquitectura efímera se produjo en la Edad Moderna, en el


Renacimiento y —especialmente— el Barroco, épocas de consolidación de la monarquía
absoluta, cuando los monarcas europeos buscaban elevar su figura sobre la de sus
súbditos, recurriendo a todo tipo de actos propagandísticos y enaltecedores de su
poder, en ceremonias políticas y religiosas o celebraciones de carácter lúdico, que
ponían de manifiesto la magnificencia de su gobierno. Uno de los recursos más
frecuentes fueron los arcos de triunfo, erigidos para cualquier acto como
celebraciones militares, bodas reales o visitas del monarca a diversas ciudades:
existen varios testimonios al respecto, como el arco triunfal en la Porte Saint-
Denis para la entrada de Enrique II en París en 1549, el arco en el Pont Nôtre-Dame
para la entrada de Carlos IX en París en 1571, el arco de triunfo de Maximiliano I
diseñado por Durero en 1513, el arco triunfal para la entrada de Carlos V en Brujas
en 1515, el arco para la entrada del príncipe Felipe (futuro Felipe II de España)
en Gante en 1549, etc.17

Arco de Triunfo en honor de Alfonso XIII, con motivo de la visita del rey a
Barcelona, el 6 de abril de 1904, obra de Enric Sagnier i Villavecchia.
Durante el Barroco, el carácter ornamental, artificioso y recargado del arte de
este tiempo traslucía un sentido vital transitorio, relacionado con el memento
mori, el valor efímero de las riquezas frente a la inevitabilidad de la muerte, en
paralelo al género pictórico de las vanitas. Este sentimiento llevó a valorar de
forma vitalista la fugacidad del instante, a disfrutar de los leves momentos de
esparcimiento que otorga la vida, o de las celebraciones y actos solemnes. Así, los
nacimientos, bodas, defunciones, actos religiosos, o las coronaciones reales y
demás actos lúdicos o ceremoniales, se revestían de una pompa y una artificiosidad
de carácter escenográfico, donde se elaboraban grandes montajes que aglutinaban
arquitectura y decorados para proporcionar una magnificencia elocuente a cualquier
celebración, que se convertía en un espectáculo de carácter casi catártico, donde
cobraba especial relevancia el elemento ilusorio, la atenuación de la frontera
entre realidad y fantasía.18

Pabellón de la Compañía Trasatlántica, obra de Antoni Gaudí para la Exposición


Universal de Barcelona de 1888.
El arte barroco buscaba la creación de una realidad alternativa a través de la
ficción y la ilusión, recurriendo al escorzo y la perspectiva ilusionista,
tendencia que tuvo su máxima expresión en la fiesta, la celebración lúdica, donde
edificios como iglesias o palacios, o bien un barrio o una ciudad entera, se
convertían en teatros de la vida, en escenarios donde se mezclaba la realidad y la
ilusión, donde los sentidos se subvertían al engaño y el artificio. Especial
protagonismo tuvo la Iglesia contrarreformista, que buscaba con la pompa y el boato
mostrar su superioridad sobre las iglesias protestantes, a través de actos como
misas solemnes, canonizaciones, jubileos, procesiones o investiduras papales. Pero
igual de fastuosas eran las celebraciones de la monarquía y la aristocracia, con
eventos como coronaciones, bodas y nacimientos reales, funerales, visitas de
embajadores, cualquier acontecimiento que permitiese al monarca desplegar su poder
para admirar al pueblo. Las fiestas barrocas suponían una conjugación de todas las
artes, desde la arquitectura y las artes plásticas hasta la poesía, la música, la
danza, el teatro, la pirotecnia, arreglos florales, juegos de agua, etc.
Arquitectos como Bernini o Pietro da Cortona, o Alonso Cano y Sebastián Herrera
Barnuevo en España, aportaron su talento a tales eventos, diseñando estructuras,
coreografías, iluminaciones y demás elementos, que a menudo les servían como campo
de pruebas para futuras realizaciones más serias: así, el baldaquino para la
canonización de santa Isabel de Portugal sirvió a Bernini para su futuro diseño del
baldaquino de San Pedro, y el quarantore (teatro sacro de los jesuitas) de Carlo
Rainaldi fue una maqueta de la iglesia de Santa Maria in Campitelli.19

Hotel de hielo de Jukkasjärvi, Suecia.


En la Edad Contemporánea es de destacar el fenómeno de las exposiciones
universales, ferias de muestras realizadas en ciudades de todo el mundo que
mostraban los adelantos científicos, tecnológicos y culturales a la población, y
que se convertían en auténticos espectáculos de masas y en grandes escaparates
publicitarios para empresas o países que promocionaban sus productos. Estas
exposiciones se realizaban en recintos donde cada país o empresa edificaba un
pabellón para promocionarse, que eran edificios o estructuras concebidos de forma
efímera para durar tan sólo el tiempo que durase la exposición. Sin embargo, muchas
de estas construcciones fueron conservadas debido a su éxito o a la originalidad de
su diseño, convirtiéndose en un banco de pruebas y de promoción de la obra de
numerosos arquitectos. En estas exposiciones se realizaron los primeros
experimentos sobre nuevas tipologías y materiales característicos de la
arquitectura contemporánea, como la construcción con hormigón, hierro y vidrio, o
el importante desarrollo del interiorismo propiciado especialmente por el
modernismo. La primera exposición universal tuvo lugar en Londres en 1851, siendo
famosa por el Crystal Palace diseñado por Joseph Paxton, un gran palacio de cristal
con estructura de hierro, que pese a conservarse fue destruido por un incendio en
1937. A partir de entonces y hasta ahora se han sucedido numerosas exposiciones,
muchas de las cuales han revelado grandes realizaciones arquitectónicas, como la de
París de 1889, cuando se construyó la Torre Eiffel; la de Barcelona de 1929, que
dejó el Pabellón de Alemania de Ludwig Mies van der Rohe; la de Bruselas de 1958,
que deparó el Atomium, de André Waterkeyn; la de Seattle de 1962, famosa por el
Space Needle; la de Montreal de 1967, con el Pabellón de Estados Unidos en forma de
cúpula geodésica, obra de Buckminster Fuller; la de Sevilla de 1992, que legó un
parque temático (Isla Mágica) y diversos edificios de oficinas y desarrollo
tecnológico (Cartuja 93); o la de Lisboa de 1998, que dejó el Oceanário.20

Por último, cabría mencionar el auge desde mediados del siglo XX de la arquitectura
en hielo, especialmente en los países nórdicos —como es lógico dado las especiales
circunstancias climáticas que requieren este tipo de construcciones—, donde han
empezado a proliferar diversas tipologías de edificaciones en hielo como hoteles,
museos, palacios y demás estructuras concebidas por lo general para uso público y
con carácter lúdico o cultural. Estas construcciones se basan en estructuras
tradicionales como el iglú, la vivienda típica de los esquimales, pero han
evolucionado incorporando todos los adelantos teóricos y técnicos de la
arquitectura moderna. Entre otras edificaciones realizadas en hielo conviene
destacar el Hotel de hielo de Jukkasjärvi, en Suecia, construido en 1990 de forma
provisional y mantenido gracias al éxito de la iniciativa, siendo redecorado cada
año con la participación de diversos arquitectos, artistas y estudiantes de varias
disciplinas.

Elementos naturales
Jardinería

Naranjal, en el palacio de Versalles.


Artículo principal: Jardinería
La jardinería es el arte del cuidado y reproducción de las plantas, así como de su
ordenación en el espacio, estableciendo un contorno de apariencia estética donde la
naturaleza se ve transformada por la acción ordenadora del ser humano. Una
consideración especial a la hora de concebir el jardín es que está constituido por
elementos vivos (plantas, árboles, flores), por lo se encuentra en continua
transformación y evolución, circunstancia a tener en cuenta a la hora de planificar
un jardín. El espacio ajardinado, como creación humana, está sujeto a una serie de
parámetros sociales y estéticos inherentes a cada pueblo y cada época, pudiendo
reflejar una concepción sacra, áulica, aristocrática o popular según su creador,
que como cualquier artista trasluce en su obra su particular visión del mundo,
reflejo del ambiente que le rodea y del que forma parte indisoluble. Un jardín
expresa, comunica, provoca emociones, vivencias. Es una sensación multisensorial,
por cuanto incurren en él luces, colores, ruidos, olores, elementos atmosféricos,
etc.21

El jardín, como la naturaleza en general, tiene para el ser humano un fuerte valor
simbólico, relacionado con la vida y los dones que nos proporciona (fruta, madera).
Desde antaño la naturaleza ha sido fuente de veneración, y origen de muchos ritos
ancestrales y cultos a la fertilidad, algunos de ellos que aún perduran, como la
costumbre de hacer fogatas en San Juan (solsticio de verano) o de adornar abetos en
Navidad (solsticio de invierno). Muchas religiones tienen entre sus ritos la
costumbre de hacer ofrendas florales, costumbre extendida en todos los ámbitos
sociales, presente en ceremonias como la boda o el velatorio.22 En Japón, tiene una
especial significación el arte de los arreglos florales (kadō o ikebana), donde no
importa el resultado, sino el proceso evolutivo, el devenir en el tiempo (naru),
así como el talento demostrado en la perfecta ejecución de los ritos, que denota
destreza, así como un empeño espiritual de búsqueda de la perfección. Según el
budismo zen, cualquier labor cotidiana trasciende su esencia material para
significar una manifestación espiritual, la cual queda reflejada en el movimiento y
el paso ritual del tiempo. Este concepto queda perfectamente reflejado en el jardín
japonés, que llega a un grado tal de trascendencia donde el jardín es una visión
del cosmos, con un gran vacío (mar) que se llena con objetos (islas), plasmados en
arena y rocas, y donde la vegetación es evocadora del paso del tiempo. Esta idea de
una búsqueda ideal de la belleza, de un estado de contemplación donde se unen el
pensamiento y el mundo de los sentidos, es característica de la innata sensibilidad
japonesa para la belleza, y queda patente en la fiesta del Hanami, basada en la
contemplación de los cerezos en flor.23

Jardín de Kenroku-en. En la meditación zen, la labor cotidiana es una manifestación


espiritual, reflejada en el movimiento y el paso ritual del tiempo.
Para la jardinería es esencial el estudio del terreno para considerar los cultivos
más adecuados para su correcto crecimiento. El más idóneo es el suelo vegetal, que
combina las mejores características de suelos como el arenoso, de fácil drenación,
y el arcilloso, que retiene la humedad y contiene gran cantidad de materia
orgánica. Un factor determinante es el clima: las áreas lluviosas favorecen suelos
ácidos, y las secas los alcalinos. Estos factores pueden ser corregidos con abonos
y fertilizantes, teniendo cuidado de mantener el equilibrio natural de la zona. El
segundo elemento a considerar es la vegetación, que será la materia primordial que
dará forma y vida al jardín, siendo recomendable un estudio exhaustivo de las
plantas más idóneas para cada terreno. Por último, hay que tener especial
consideración con el agua y las técnicas de irrigación, de las que dependerá el
correcto mantenimiento del jardín, pudiendo muchas veces servir de motivo
ornamental, en forma de lagos, fuentes y estanques. Las técnicas relacionadas con
la jardinería están basadas en las diversas necesidades que requiere el cuidado del
jardín, pudiendo resumirse en riego, escarda, abonado, poda, control de plagas y
enfermedades, y renovación de las especies.24

El arte de la jardinería tuvo sus inicios en el neolítico, cuando el ser humano


abandonó la vida itinerante de cazador-recolector y se volvió sedentario, gracias
al desarrollo de la agricultura. Junto a los campos labrados y los huertos de los
que dependía su subsistencia, la escenificación de un pequeño espacio de
recogimiento estético, generalmente alrededor de la casa, supuso para el ser humano
la adecuación de un lugar de solaz y reposo. El origen del jardín parece que se
encuentra en la aclimatación de la palmera, que tuvo lugar en Mesopotamia hacia el
3000 a. C., cuya sombra permitía crear espacios de descanso y refresco. Los
primeros jardines fueron seguramente de carácter religioso, en torno a santuarios
donde se celebraban ritos de fecundidad. En las antiguas civilizaciones (Egipto,
Mesopotamia) está documentada la presencia de jardines, como se detalla en el
papiro Rhind o en los relieves del palacio de Senaquerib y de la sinagoga de
Cafarnaúm. Descollaron entonces los jardines colgantes de Babilonia, una de las
siete maravillas del mundo antiguo, mandados construir por Nabucodonosor II en el
siglo VI a. C., dispuestos en terrazas al modo de los zigurats sumerios. En Egipto,
los jardines o vergeles tenían una disposición geométrica, y se caracterizaban por
el uso abundante de agua, que cobró por primera vez una función ornamental, con
estanques donde crecían flores acuáticas como el papiro y el loto, como se constata
en la excavaciones arqueológicas de Tell el-Amarna.25

En Grecia el jardín tenía un carácter sagrado, situándose por lo general en torno a


los templos, aunque no han llegado testimonios de que fuesen concebidos bajo alguna
planimetría especial. En Roma, aunque también había jardines sagrados, su función
pasó a ser laica y ornamental, recibiendo la influencia de los jardines orientales,
así como de los griegos no por sus modelos reales, sino por su reflejo en la
pintura griega de paisaje. Por lo general, el jardín estaba vinculado a la domus,
la casa prototípica romana, donde era habitual un pórtico de entrada ornamentado
con esculturas, que daba acceso a un jardín de vegetación mediterránea. El trabajo
de la jardinería se especializó, surgiendo la figura del topiario o paisajista,
encargado de la concepción tanto material como intelectual y estética del jardín.26

La jardinería tuvo un gran desarrollo en la cultura islámica, que valoraba


sobremanera el espacio estético proporcionado por el jardín, evocador del Paraíso
terrenal. El jardín islámico fue heredero del jardín persa, del que hay testimonios
que lo sitúan con anterioridad incluso al jardín egipcio, y del que han llegado
relatos como el de Jenofonte del parque de Sardes construido por Ciro, o del Libro
de los reyes de Ferdousí, que describe el parque de 120 hectáreas construido por
Cosroes II en Firuzabad, dividido en cuatro zonas separadas por dos ejes
perpendiculares, simbolizando los cuatro ríos del Paraíso, elemento que sería
recreado con asiduidad por el jardín islámico. Los abásidas construyeron grandes
parques con jardines y pabellones de recreo en Bagdad y Samarra, en torno al año
750. Esta planimetría pasó a la España musulmana, como en los jardines de Medina
Azahara, de la Alhambra de Granada y del Alcázar de Sevilla. Posteriormente surgió
el agdal, mezcla de jardín y huerto, otorgando una especial importancia a los
árboles frutales, con una gran alberca para irrigación, como en la villa imperial
de Marrakech y el Estanque de los Aglabitas en Cairuán. En el siglo XV destacaron
los jardines mongoles, como los construidos por Tamerlán en Samarcanda, con
planimetría de chahar bagh («jardín cuádruple»), de forma geométrica y rodeados de
muros. Esta tipología se dio también en el Imperio mogol de la India, con ejemplos
notables como Fatehpur Sīkrī y el Taj Mahal.27

En la Edad Media el jardín doméstico cayó en desuso, perviviendo principalmente en


los recintos monásticos, donde en el claustro se solía situar un jardín y un pozo
de agua, y servía de lugar de recogimiento para los monjes. Por iniciativa de san
Bernardo de Claraval surgió el llamado hortus conclusus, un tipo de jardín donde se
cultivaban árboles frutales y plantas medicinales, anteponiendo el pragmatismo a la
estética. El jardín laico era de pequeñas proporciones, estructurado generalmente a
partir del huerto, alrededor de una fuente o estanque, con bancos de piedra para
sentarse. En algunos jardines de palacios reales surgió la costumbre de alojar
animales como patos, cisnes o pavos reales, convirtiéndose algunas veces en
pequeños zoológicos que podían albergar animales más exóticos, como leones y
leopardos, como en el Jardín de la Reina del Palacio Real Menor de Barcelona.28

Jardín del Château d'Ambleville, Francia.


En el Renacimiento la jardinería cobró un nuevo vigor, en paralelo al impulso
otorgado a todas las artes en esta época, principalmente gracias al mecenazgo de
nobles, príncipes y altos cargos de la Iglesia. El jardín renacentista se inspira
en el romano, en aspectos como la decoración escultórica o la presencia de
templetes, ninfeos y estanques. Los primeros ejemplos surgieron en Florencia y
Roma, regiones con una orografía accidentada y grandes desniveles de terreno, lo
que originó el efectuar estudios previos de índole arquitectónica para planificar
la estructura del jardín, originando la arquitectura paisajística. Un ejemplo de
ello son los Jardines del Belvedere en Roma, proyectados por Bramante en 1503, el
cual resolvió los desniveles con un sistema de terrazas, a las que se accede por
amplias escalinatas y que están rodeadas de balaustradas, esquema que pasaría a ser
típico del jardín italiano. Se otorgó una especial importancia a la obra
hidráulica, con estanques y fuentes de gran complejidad, como los de la Villa de
Este en Tivoli, diseñados por Bernini. Estos diseños pasaron al resto de Europa,
donde destacan por su magnificencia los jardines franceses, como los de los
castillos de Amboise, Chambord y Villandry. En Francia era costumbre subdividir el
jardín en diversas zonas especializadas (jardín geométrico, medicinal, silvestre),
así como la construcción de canales que permitían el paseo en barca. En esta época
comenzó la costumbre de recortar los setos, apareciendo los primeros jardines en
forma de laberinto. También hay que resaltar la llegada de nuevas especies gracias
al descubrimiento de América, lo que favoreció la apertura de jardines botánicos
dedicados al estudio y catalogación de las plantas.29

Durante el Barroco la jardinería estuvo muy vinculada a la arquitectura, con


diseños racionales donde cobró preferencia el gusto por la forma geométrica, cuyo
paradigma fue el jardín francés, caracterizado por mayores zonas de césped y un
nuevo detalle ornamental, el parterre, como en los Jardines de Versalles, diseñados
por André Le Nôtre. El gusto barroco por la teatralidad y la artificiosidad
conllevó la construcción de diversos elementos accesorios al jardín, como islas y
grutas artificiales, teatros al aire libre, menageries de animales exóticos,
pérgolas, arcos triunfales, etc. Surgió la orangerie, una construcción de grandes
ventanales destinada a proteger en invierno naranjos y otras plantas de origen
meridional. El modelo de Versalles fue copiado por las grandes cortes monárquicas
europeas, con exponentes como los jardines de Schönbrunn (Viena), Charlottenburg
(Berlín), La Granja (Segovia) y Petrodvorets (San Petersburgo).30

Entre el siglo XVIII y el XIX se impuso el jardín inglés, que frente al geometrismo
del italiano y el francés defendía una mayor naturalidad en su composición,
interviniendo únicamente en una serie de detalles ornamentales, como templetes o
pérgolas, o incluso la colocación de ruinas —naturales o artificiales—, en
consonancia con los conceptos románticos de lo sublime y lo pintoresco, como en
Regent's Park, de John Nash, o Kew Gardens, de William Chambers). Gracias al
colonialismo se introdujeron especies exóticas provenientes de lugares como China y
la India. Los muros de cerramiento se sustituyeron por canalizaciones de agua o por
grandes setos o grupos de árboles como cedros y cipreses. Se buscaba la variedad
cromática, combinando árboles perennes con otros caducifolios. En el siglo XIX tuvo
un gran auge el urbanismo, con la adecuación de zonas verdes dentro de las
ciudades. Se puso de moda entonces el jardín mediterráneo, que combinaba elementos
clásicos con una cierta influencia del jardín islámico, como en el parque de María
Luisa de Sevilla, de Jean-Claude Nicolas Forestier, el de Montjuïc de Barcelona, de
Forestier y Nicolau Maria Rubió i Tudurí, o el Parque Güell de Barcelona, de Antoni
Gaudí. En el siglo XX surgió —principalmente en Norteamérica y los países del norte
de Europa— el wild-landscape, tendencia que buscaba respetar al máximo la
naturaleza, con extensos bosques y grandes lagos, como el Stanley Park de Vancouver
y el Central Park de Nueva York. Las últimas décadas se han caracterizado por el
eclecticismo, tomando elementos de las diversas tradiciones que se han sucedido en
jardinería a lo largo del tiempo, como los Jardines Billy Rose de Jerusalén,
diseñados por Isamu Noguchi.31

Agua

Fuente Mágica de Montjuïc (Barcelona), obra de Carles Buïgas.


El agua es un elemento indispensable para la vida, y forma parte de la naturaleza
tanto en estado líquido como sólido y gaseoso, siendo uno de los principales
factores modeladores del relieve terrestre. Al ser un bien indispensable para el
ser humano, desde sus orígenes ha formado parte de su visión cosmogónica del mundo,
estando presente en sus ritos y siendo personificada en deidades. El agua está
presente en la vida cotidiana en múltiples aspectos, como la alimentación, la
higiene, el transporte, la irrigación de campos de donde se obtienen alimentos, la
obtención de energía, etc. Para su manipulación y conservación se han creado toda
una serie de objetos y construcciones, desde vasos, ollas y demás objetos de
menaje, hasta puentes, acueductos, termas, pozos, fuentes o estanques. Así, al ser
un elemento de una presencia constante en la vida del individuo, y dadas sus
múltiples propiedades tanto sensoriales como expresivas y formales, el agua se ha
convertido a menudo en un factor estético presente en diversas facetas de la
creatividad humana.32

El agua, como fluido, tiene como principal característica el movimiento, es un


elemento que se adapta al entorno y transcurre por él, adquiriendo una dimensión
temporal que no tiene otro tipo de materias. El movimiento del agua tiene en el ser
humano un efecto sugestivo, fascinante, ante la observación del oleaje marino, de
las ondas de un estanque o un surtidor de agua, la persona que observa siente la
evocación del paso del tiempo, de un estado de trascendencia. El agua tiene
cualidades visuales y sonoras, siendo la luz uno de los principales factores en su
incidencia con el medio líquido, así como las propiedades reflectoras de la
superficie del agua inciden en su percepción visual. La naturaleza del agua puede
percibirse de diversas formas, siendo las principales el estado en reposo, fluir,
brotar o precipitarse, factores que influyen en la velocidad y presión del agua.33

Desde la prehistoria, el agua ha tenido para el ser humano una connotación


sobrenatural, espiritual, como elemento purificador y generador de vida, como se
constata en la ceremonia del bautismo. El agua ha estado presente en muchos mitos y
leyendas relacionadas con divinidades (Osiris, Indra, Afrodita, Orfeo, Aquiles);
los griegos tenían numerosas divinidades acuáticas, desde Poseidón hasta las
oceánides, las náyades, las nereidas y los tritones, o animales mitológicos como
las sirenas. En la Biblia hay numerosos pasajes relacionados con el agua, como el
Diluvio Universal, Moisés separando las aguas del mar Rojo, Juan Bautista
bautizando en el río Jordán, etc. Por otro lado, el carácter móvil del agua hace
que sugiera un viaje, por lo que a menudo se ha identificado con el viaje de la
vida, cuyo fin es la muerte. El agua se ha relacionado igualmente con el cuerpo
humano, siendo corriente en numerosas culturas el simbolismo de la mujer
identificada con un vaso, un recipiente de vida. Esta relación queda ejemplificada
también en las fuentes antropomorfas, y en ceremonias consistentes en verter agua u
otros líquidos (vino, leche) sobre el cuerpo. En numerosas religiones también es
costumbre hacer abluciones purificadoras antes de orar o de acceder a espacios de
culto.34

Casa de la Cascada (1939), de Frank Lloyd Wright, Bear Run, Pensilvania.


Una de las principales propiedades del agua es su función como elemento
transformador del paisaje, gracias sobre todo a su propiedad erosiva, originando
auténticas «obras de arte de la naturaleza» que, pese a su origen natural, el ser
humano contempla como si fuese una realización artificial, descubriendo en la
acción de la naturaleza unas obras de singular belleza: las cataratas del Niágara o
del Iguazú, el Salto Ángel, los géiseres del Parque de Yellowstone, o las cuevas
del Drach, son observadas por el ser humano como objetos artísticos, a los que
otorga un tipo de percepción de carácter estético. Asimismo, el agua condiciona el
hábitat humano, por cuanto es un elemento indispensable para la subsistencia, por
lo que desde su sedentarización en el período neolítico el ser humano ha buscado
asentamientos con una constante provisión de agua, generalmente junto a ríos,
fuentes o lagos. El agua condiciona en muchos casos la construcción de edificios y
viviendas, pues en su forma de lluvia también influye en la forma que deben tener,
así como en canalizaciones para su evacuación y, eventualmente, recogida en
depósitos.35

El agua ha tenido una gran relación con la arquitectura, tanto en canalizaciones de


riego como suministro a las ciudades (acueductos), lugares de higiene (baños,
termas), en su relación con los transportes (puentes) o su aprovechamiento como
energía (diques, presas, centrales hidráulicas). Una de las primeras civilizaciones
que aprovechó al máximo las propiedades del agua fue Roma, que acometió grandes
obras de ingeniería y arquitectura civil buscando el máximo confort para sus
ciudadanos. Otra cultura que supo sacar el máximo partido a todo lo relacionado con
el agua fue la islámica, donde el agua cumple una función tanto práctica como
simbólica y religiosa, especialmente en sus jardines con estanques y canales que
personifican los cuatro ríos del Paraíso, y que aprovechan todos los recursos
derivados del agua, tanto los visuales como los sonoros y ambientales, destacando
los reflejos de arquitectura en el agua, que la duplica y magnifica. Durante el
Renacimiento se produjeron numerosos avances teóricos y prácticos, especialmente en
el terreno de la hidrostática y la hidrodinámica, gracias a los estudios de
Leonardo Da Vinci, Galileo Galilei y Simon Stevin. Leonardo fue autor de un Tratado
del agua, opinando que el ser humano actúa sobre la naturaleza transformándola,
imitándola y dominándola. Estos conceptos se materializaron en el jardín señorial
renacentista, diseñados no sólo como lugares físicos sino como espacios lúdicos y
de celebración efímera, donde el agua jugaba un importante papel en forma de
fuentes, estanques y surtidores, concebidos muchas veces como elementos alegóricos
de exaltación de la clase dominante, que es la que puede permitirse este tipo de
lujos. En tiempos más recientes, el agua ha sido considerada un elemento más de la
composición arquitectónica, estructurando los edificios conforme a su situación en
la naturaleza, como parte integrante del paisaje, como la Casa de la Cascada de
Frank Lloyd Wright, en Bear Run (Pensilvania), o el refugio de Muratsalo de Alvar
Aalto, construido sobre un lago. César Manrique concibió una arquitectura orgánica
adaptada a la isla de Lanzarote, donde vivía, poniendo especial atención en
aspectos como las formaciones marinas y las aguas subterráneas, como en el complejo
de los Jameos del Agua (1965-1968). Aparte de las construcciones concebidas en un
entorno acuífero, el agua puede estar presente de forma ornamental en numerosas
construcciones, siendo parte resaltante del propio edificio, como en el Pabellón de
Alemania de la Exposición Internacional de Barcelona (1929), de Ludwig Mies van der
Rohe. Otro arquitecto que ha usado el agua como parte integrante de sus diseños ha
sido Carlo Scarpa, como se denota en el Palacio Querini Stampalia en Venecia (1961-
1963) o el cementerio de San Vito d'Asolo (1970-1972).36

Fuente del Milenio con la obra Tríada, del artista Gyula Kosice, en Junín,
Argentina.
Otro arte relacionado con el agua es la escultura, especialmente por lo que se
refiere a fuentes y surtidores. La ornamentación de las fuentes comenzó de forma
asidua en el Renacimiento, especialmente en los jardines señoriales, donde se
recreaban numerosas figuras de inspiración mitológica o alegórica, siendo frecuente
además la presencia de grutas artificiales donde se solían ubicar autómatas
accionados de forma hidráulica, como en la gruta del Mugnone en Pratolino, o la de
los Animales en Villa di Castello. En las ciudades italianas se construyeron
grandes grupos escultóricos para decorar fuentes, como la Fuente de Neptuno en
Florencia o la de Piazza Navona en Roma, costumbre que pasó al resto de países,
como se percibe en las fuentes de los Jardines de Versalles, o de los Reales Sitios
españoles. Con la introducción de la electricidad a nivel urbano, entre los siglos
XIX y XX, las fuentes cobraron un elemento añadido, la luz, siendo uno de los
ejemplos más notables la Fuente Mágica de Montjuïc en Barcelona, obra de Carles
Buïgas, que en su inauguración en 1929 asombró al público por su fantástico juego
de luces y surtidores de agua; aún hoy es una obra emblemática de la capital
catalana, donde suelen celebrarse espectáculos piromusicales en las fiestas de la
Mercè y todos los fines de semana del año se ponen en marcha en un recital de agua,
luz, color y música (añadida a finales de los años 1980). En relación con las
últimas tendencias artísticas, el agua ha tenido una especial relación con el arte
cinético, gracias a sus propiedades maleables y de movimiento natural, pasando a
ser la materia escultórica de obras concebidas expresamente para este medio, como
el Ballet de los surtidores de agua de Alexander Calder (para la Feria
Internacional de Nueva York de 1938), las «fuentes escultóricas cinéticas» de Naum
Gabo (como la del Hospital de Santo Tomás en Londres), o la obra de Gyula Kosice,
uno de los artistas más interesados en otorgar movimiento a la escultura a través
del agua, como en Vibración del espectro del agua (1962-1963), Lenguaje cifrado del
agua (1963) o Hidromural móvil, en el Embassy Center de Buenos Aires. También cabe
mencionar la reciente introducción de la tecnología informática para el control de
las fuentes, como la Memorial Fountain de Detroit, diseñada por Isamu Noguchi.37

Fuego: la pirotecnia

Espectáculo pirotécnico.
Artículo principal: Pirotecnia
La pirotecnia es el «arte del fuego» (del griego πυρός, «fuego», y τέχνη, «arte»),
realizado mediante la obtención y dominio del fuego con procesos químicos («fuegos
artificiales»). Utilizada tanto en el terreno civil como el militar, hoy día la
pirotecnia se asocia generalmente con celebraciones y actos festivos, donde el
fuego es un medio de expresión que manifiesta —como la pintura— unos valores
cromáticos, desarrollado en el espacio adquiriendo un carácter tridimensional —como
la escultura—. El espectáculo pirotécnico presenta múltiples variantes sensitivas,
desde las visuales hasta las auditivas y olfativas, al tiempo que su carácter
temporal lo convierte en un evento de marcada efimeridad.38

El fuego ha sido desde antaño uno de los elementos que más ha atraído al ser
humano, por su vistosidad y su naturaleza a la vez material y etérea, al tiempo que
su función práctica como fuente de calor y para cocinar alimentos lo ha convertido
en un elemento esencial en la vida humana. Desde la prehistoria se ha asociado el
fuego con la magia y con multitud de rituales y celebraciones, y muchas divinidades
y personajes mitológicos están relacionados con el fuego (Mitra, dios del sol y el
fuego; Prometeo, que robó el fuego a los dioses para darlo a los hombres; Yahvé
mostrado a Moisés como zarza ardiente). Aún hoy en día se siguen realizando ritos
relacionados con el fuego, como las hogueras de san Juan en el solsticio de verano,
o la costumbre de encender velas en las iglesias o de quemar incienso, cuyo humo se
considera un mediador entre el mundo terrenal y el sobrenatural. Por otro lado,
según la creencia popular el fuego espanta a los demonios y los malos espíritus,
creencia que está en el origen de numerosos festivales ígnicos, como las fallas,
los disparos de los trabucaires en las fiestas populares catalanas, el chupinazo de
las fiestas de San Fermín, etc.39
La pirotecnia es un arte temporal, que se genera y consume en un breve lapso de
tiempo, requiriendo una percepción instantánea similar a la audición de la música,
la lectura de una poesía o la contemplación de un espectáculo escénico. Así pues,
como las otras artes ha tenido una evolución estética paralela a las formas
culturales vigentes en cada período histórico: durante la Edad Media y la Moderna
su concepción ha sido básicamente figurativa, basada en la iconografía del extracto
cultural imperante en cada momento (religión en el Medievo, mitología en el
Renacimiento, exaltación áulica en el Barroco); en cambio, en época contemporánea
la pirotecnia ha tendido hacia la abstracción y la expresión cinética y gestual,
como fiel reflejo de una época donde se valora más la expresividad del artista que
no la realización material de la obra de arte. En la actualidad, en el espectáculo
pirotécnico se valora más la pureza del fuego de artificio que no la elaboración de
unas determinadas formas, en una conjunción de luz, color, humo y sonido que crean
una atmósfera especial que embriaga y seduce al espectador por sus cualidades
intrínsecas, sin la necesidad de ornamentos adicionales.40

Los fuegos artificiales están basados en combinaciones químicas, por lo que es


esencial el dominio de esta materia para su correcta confección, debiéndose
extremar el manejo de los productos pirotécnicos por parte de un personal
cualificado. La base de un fuego de artificio es la pólvora, especialmente la
pólvora negra fina conocida como pulsier, pero actualmente los productos
pirotécnicos llevan numerosas sustancias adicionales, como limaduras de zinc,
hierro y acero, estaño, antimonio, cobre, latón, mica, cloruros, fluoruros,
sulfuros, nitratos, cloratos, sulfatos, fosfatos, almidones, féculas, dextrina,
azúcar, alcohol, goma arábiga, resina, polen de pino, etc. Algunos productos sirven
para dar color, como las sales de estronciana, que proporcionan color rojo; las de
cal, carmín; las de sosa, verde; o las de cobre, azul. Los fuegos artificiales se
pueden agrupar según su función en infantiles, fijos o aéreos, o bien en
productores de ruido, luz o color, pero generalmente son combinaciones de varios de
estos factores. Entre los diversos productos pirotécnicos pueden destacarse el
petardo, el cohete, la bombeta, el trueno, la carcasa, el triquitraque, el
borracho, el buscapiés, el mixto garibaldi, la traca, la bengala, la rueda, los
fuegos japoneses, los volcanes o fuentes, etc. A su vez, estos pueden tener
subdivisiones, especialmente los cohetes: de estrellas, subida de chispas, truenos
y cabelleras, trueno y cola, gran trueno, paracaídas, culebrilla, estrellas
chinescas, lluvia de oro o plata, acuáticos, roncadores, de silbidos, etc.41

Falla ardiendo la noche del 19 de marzo.


La pirotecnia tiene su origen en el descubrimiento de la pólvora, realizado en
China hacia el siglo IX (dinastía Tang), cuando diversos experimentos alquímicos
dieron por resultado un material ígneo compuesto de carbón vegetal, salitre
(nitrato de potasio) y sulfuro. Pronto se desarrollaron las posibilidades de este
compuesto, y ya en el siglo XI hay constancia de los primeros cohetes,
confeccionados con una caña de bambú rellena de nitrato y atada a una flecha. La
pólvora llegó a Occidente hacia el siglo XII, a través de la cultura islámica, que
dio un gran desarrollo a este producto, desarrollando cohetes, tracas, bombas y
luces de colores, de aplicación tanto civil como militar. Muchas fiestas populares
españolas provienen de los tiempos de la ocupación islámica, y de España se
expandió el gusto por los fuegos artificiales al resto de Europa. Durante el
Renacimiento la pirotecnia adquirió el valor de espectáculo popular y colectivo que
tiene hoy en día, en fiestas religiosas (como las procesiones y misterios) o
eventos cívicos y ceremonias reales. También progresó técnica y artísticamente,
uniéndose a la escenografía y otras artes del espectáculo, en representaciones
donde se aunaban los fuegos artificiales con la música, la poesía y el baile. Los
castillos de fuegos artificiales fueron construidos con formas cada vez más
complejas, como arquitecturas, fuentes, personajes, escudos, etc. Entre el siglo
XVI y el XVII se publicaron los primeros tratados dedicados a la pirotecnia, como
Pyrotechnia de Vannuzzio Biringuccio (1558) y Tratado de artillería de Diego Usano
(1612). El Barroco fue una de las épocas de mayor esplendor de los espectáculos
pirotécnicos, especialmente en la Francia de los Luises, donde los fuegos
artificiales eran parte primordial de sus grandes festejos cortesanos. Al fuego se
añadieron entonces los juegos de agua, en combinaciones de gran fantasía y derroche
de medios, y surgieron los primeros cohetes que derramaban estrellas y serpentinas,
confeccionados con betún y vitriolo. En los siglos XIX y XX la pirotecnia ha
avanzado técnicamente, con efectos cada vez más sofisticados de formas y colores,
siendo un elemento esencial en cualquier fiesta popular, en solitario o en
combinación con otras artes, como en los espectáculos piromusicales. Una de las
fiestas donde más presente está el fuego son las fallas de Valencia, desde la
despertà (disparos de cohetes por la mañana), pasando por la mascletà (tracas y
humos de colores durante el día) hasta la cremà (quema de las fallas por la noche).
Otra famosa fiesta es la Patum de Berga, donde se realiza un baile de diablos
cargados con cohetes y tracas, verdaderos castillos de fuego en forma humana. En
Cataluña es también habitual el correfoc, una comparsa itinerante que junto a
diversos personajes, gigantes y cabezudos, incluye un dragón que echa fuego por la
boca. A nivel mundial se realizan numerosos concursos y certámenes de fuegos
artificiales, existiendo en Cannes un galardón (la Vestal de Oro) que se otorga
cada cin

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