Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
DISEÑO:
LEGANÉS GESTIÓN DE MEDIOS S.A.
Chema Rivero
CORDINACIÓN TÉCNICA:
Concejalía de Educación y Cultura
Equipo técnico de Apoyo a la Escuela
Andrés Trapiello
Antonio Moreno
Francisco Javier Irazoki
José Rubio Fresneda
Juan Marqués
Márcio Catunda
Pedro García Montalvo
Santiago Gómez Valverde
Soren Peñalver
Susana Benet
Vicente Gallego
Tusquets Editores
MAQUETACIÓN E IMPRESIÓN:
GRÁFICAS LE COQ D´OR S.L.
DEPÓSITO LEGAL : M-10764-2013
IMAGEN DE PORTADA
Rafa Martín. Luz que revela. Monasterio de Yuso. 2012
Haber vivido \3
Índice
Este curso, los estudiantes de Bachillerato de los IES de Leganés han dedicado su
tiempo a profundizar en la obra del poeta murciano Eloy Sánchez Rosillo, un autor de
larga trayectoria y reconocido prestigio en las letras españolas de finales del siglo XX.
Sánchez Rosillo se ha convertido en una voz propia de la poesía contemporánea
desde 1977, año en que publicó su primer poemario, ‘Maneras de estar solo’, por el
que obtuvo el Premio Adonais. Su obra también ha sido merecedora del Premio
Nacional de la Crítica en 2005.
El trabajo realizado por los estudiantes de Leganés se plasma en este libro, que
ha sido realizado con la colaboración de distintos autores, así como la aportación
del Colectivo de Fotografía, que ha realizado la aportación gráfica. Espero que
disfrutéis estas páginas, que reflejan el trabajo de todo un curso, por el que felicito
sinceramente a los profesores y alumnos de los institutos de nuestra ciudad. Ellos
han interiorizado e interpretado la obra de Eloy Sánchez Rosillo y su esfuerzo y
trabajo debe servirnos de aliciente a todos para acercarnos a la poesía y alimentar
la pasión por la lectura.
que tanto admiraba me había leído y, según todos los indicios, tenía algo que
decirme. Y lo que Eloy tuvo a bien decir acerca de mis versos en aquella carta,
me presentó de inmediato la generosidad de un alma. Por si faltara algo, se
despedía de mí ofreciéndome su amistad. Poco a poco, la vida fue disponiendo
las ocasiones y aquel sincero ofrecimiento se convirtió en esta fraterna
camaradería que hoy nos une.
Fue allá por el verano de 1989 cuando pude conocer al hombre, pues lo invitamos,
junto a unos sesenta o setenta poetas más de todos los colores, a unas jornadas
poéticas que organizamos en Valencia Carlos Marzal, Juan Pablo Zapater, José
Miguel Arnal y yo mismo. Quiero evocarlo a las tantas de la madrugada, en mitad
de la pista de baile de los garitos de la playa de la Malvarrosa. No era Eloy un
bailarín consumado, aunque nunca perdía el ritmo a base de fregotear el suelo
suavemente con las suelas de los zapatos. Alto, elegante y maleable como una
espiga, bien pertrechado de su vaso de tubo y su purito Farias reglamentario,
lo que no había es quien le ganara en cordialidad, en su estar tan a gusto con
la gente, ni tampoco en su empeño de retirarse el último de todos los saraos.
Salimos muy bien hermanados ya de aquellos días, porque a Eloy, con su
campechanía, su vivaz inteligencia socarrona y su alegría de estar vivo, no hay
manera de tratarlo sin quererlo, a no ser que uno sea raro de remate. Los años
que vinieron después no han hecho sino poner de manifiesto, de mil maneras, su
calidad humana. Tantas primaveras juntos en Murcia, invitados por el almirante
José María Álvarez a su legendario congreso poético anual: Ardentísima. Y tantos
encuentros memorables aquí y allá, casi siempre reunidos en torno a la poesía.
Pero Eloy no ha sido para mí sólo Eloy, sino que por la puerta grande de su amistad
han ido entrando en mi vida algunos de sus mejores amigos, que hoy lo son tanto
suyos como míos, porque la amistad es el más contagioso de los sentimientos al
ser el más puro. Gracias, querido Eloy, por tantas y tantas alegrías, y por todas
aquellas que aún espero que compartamos.
Cuando todos los críticos se empeñaban en destacar el tono elegíaco de su
palabra, yo sentía que en sus versos, precisamente desde el corazón mismo de
la elegía, se elevaba en plenitud un cántico desaforado de amor a la vida, de
perplejidad ante el calado inabarcable de sus misterios. Lo que constituye a la
belleza es esa condición fugaz, casi relampagueante de sus manifestaciones
particulares, y eso lo vio y lo cantó Eloy como muy pocos han llegado a cantarlo,
vislumbrando su colmo en los andares distraídos de una hermosa muchacha que
está a punto de perderse para siempre en sus mundos al doblar una esquina;
columbrando su entera gloria en los aromas de una tarde primaveral, en el pasmo
inagotable de un rayo de luna o en el canto eterno de los pájaros madrugadores.
Varios fueron los libros de tono elegíaco en los que Eloy nos enseñó a amar más
y mejor este mundo hecho de blancas fragilidades, de destellos deslumbrantes y
Haber vivido \11
Vicente Gallego
(11 de noviembre de 2012)
12/
Haber vivido
Carlos Escribano
Desde el acantilado
16/
Haber vivido
Haber vivido \17
Inspirado en los poemas Noche de luna, Después de la lluvia, Huertos junto al río
y Dejadme aquí, sumido en la penumbra de Eloy Sánchez Rosillo
Marta Costumero
4º ESO. IES GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
20/
Haber vivido
EL RÍO
EL sauce y el río.
El sol en el agua.
Detente. Contempla
la mañana.
No pienses
en nada.
ETERNO RETORNO
Ha vuelto a suceder.
Me recuerdo de mozo descubriendo
en un libro de Bécquer la Poesía,
no ya como cualquier adolescente,
mas como el hombre
que empecé a ser entonces,
pues se me reveló
que cuanto allí pasaba concernía
a todos y a ninguno, en su misterio.
Recuerdo con qué vértigo esperaba
que pasaran las clases y deberes
para correr hasta un rincón cualquiera
donde quedarme a solas con el libro
de mi amado poeta. Le entregaba
mi alma y le decía: Haz de ella
algo noble que pueda
hablar de sí y del mundo,
que me enseñe a estar solo
o a entregarme a un abrazo,
si me cabe tal suerte.
Entonces empecé a escribir mis propios
versos, que quise iguales que los suyos,
no por imitación, sino porque era
igual nuestro sentir, o eso creía,
y me habría avenido malamente
a palabras labradas de otro modo.
Haber vivido \23
Andrés Trapiello
(Marzo de 2011)
Haber vivido \25
La Culpa
- Cuando era pequeño, teníamos una gata en casa, se llamaba Menta, y era negra
como el carbón, y tenía unos ojos verdes muy grandes. Estábamos en verano.
Mamá estaba haciendo la cena y papá limpiando.
Yo quería jugar, me aburría mucho- Mientras Oliver se sumía en sus pensamientos,
sentimientos y recuerdos, Marta tomaba notas en su cuadernito rápidamente a la
vez que escuchaba el relato del niño con mucha atención- Empecé a jugar con Menta.
Me aburrí de darle caricias y empecé a cogerla y a lanzarla hacia arriba. Entonces
ella salió corriendo, y yo quise perseguirla. La seguí por toda la casa. La puerta
del jardín estaba abierta para que entrase el frescor de la tarde. La gata salió y se
subió al almendro que papá y mamá habían plantado hacía muchos años. El árbol
había crecido mucho y yo no llegaba a las ramas más bajas. Menta se subió en él,
y me bufó desde arriba…- Sin darse cuenta, Oliver empezó a apretar los puños, su
voz se empezó a aflautar y los ojos se le tornaron vidriosos.- Yo quería que bajara,
y comencé a tirarle piedras. Las ramas eran finas y Menta no tenía mucho espacio
para moverse, por lo que no fue muy difícil empezar a acertar en el blanco.
Los ojos de Oliver se hinchaban poco a poco y sus lágrimas empezaban a aflorar.
- Estuve largo rato tirando piedras, cada vez más grandes y con mayor fuerza. Sentía
que eso era divertido, me lo estaba pasando bien. Había visto muchas veces a los
mayores tirar piedras a los gatos callejeros y no pensé que tuviera nada de malo.
- Al cabo de un rato, Menta cayó al suelo, sangraba mucho por la boca. Paré de reír,
me había pasado y lo sabía, pero no sabía hasta que punto me había pasado. Menta
me miró y… Y…
No pudo contener más las lágrimas. Comenzaron a resbalarse desde los párpados
hasta sus mejillas, notó el sabor de sí mismo en la boca, sus ojos escocían. Mordía
los labios para contenerse un poco el llanto, sin conseguirlo.
- Me pareció que lloraba. Me pareció que en sus ojos no había maldad, no bufó, no
trató defenderse. Yo estaba paralizado, no sabía lo que estaba pasando, sólo tenía
26/
Haber vivido
cinco años. Nunca pensé que tras convulsos movimientos, extraños, y maullidos
tristes, delante de mí se derrumbaría sobre la hierba del jardín para no levantarse
nunca más.
Ni por un segundo más pudo aguantar el llanto. La espera se hizo larga y pesada.
Marta nunca pensó que el origen de la tristeza del chico pudiera remontarse a
tantos años atrás. Lo dejó unos minutos consigo mismo, entonces le preguntó:
Marta cogió la silla que ocupaba y de forma que no arrastrase las patas, para no
molestar al chico, volvió a apoyar la silla en el suelo. Acto seguido se sentó sobre ella,
retiró las manos de la cara de Oliver, y habló con él el resto de la hora de terapia.
LA AMISTAD
Juan Marqués
32/
Haber vivido
Luz Cortés
Haber vivido \37
Márcio Catunda
38/
Haber vivido
A LO LEJOS
Raghad Mohamed
4º A ESO. IES Isaac Albéniz
Haber vivido \41
Ramón Gaya
Retrato de Eloy Sánchez Rosillo, 1981, óleo sobre lienzo
Haber vivido \43
Soren Peñalver
- En el árbol del tiempo, antología de poemas del autor alusivos a distintas aves, entresacados de
su obra poética por Juan Marqués (Editorial Pre-Textos, col. El Pájaro Solitario, Valencia, 2012).
44/
Haber vivido
SENSACIONES
(Al borde del acantilado)
Y sin embargo…
LA INTRUSA
[…]
Nadie quiere
labrar ahora estos campos. No dan fruto
las hazas ni los árboles. Por doquier, han crecido
malas hierbas. Y el aire
no mece como antaño, cuando el verano llega, los
trigales maduros.
No sé qué pueda hacerse. En cierto modo, tengo
ya el hábito de verla,
aunque siempre que encuentran mis ojos su figura
sienta un escalofrío.
Me acecha a cualquier hora; ronda mi casa. A veces,
canta, mientras me observa,
una canción dulcísima, y entretejen sus labios mi
nombre con la música.
Manuel G. Viñas
El buitre
48/
Haber vivido
EL BALCÓN DE ELOY
(Notas sobre Eloy Sánchez Rosillo)
Y es que allí, en aquel cuarto, ha nacido buena parte de la obra de Eloy Sánchez
Rosillo. Ese balcón iluminado se me ha ido transformando por sí solo en una
referencia, en una guía. Se ha convertido en el símbolo de lo que la amistad de Eloy,
y él mismo, son para mí desde hace ya treinta y cinco años, que es el tiempo que
ha pasado desde que lo conocí.
Recuerdo también al pintor Ramón Gaya, una de las personas más importantes
en la vida de Eloy, y sin duda decisiva en su formación. Fui yo mismo quien los
presentó en el año 1979. Unos días antes le había regalado a Gaya el primer libro,
en aquella fecha el único, de Sánchez Rosillo: Maneras de estar solo. Al pintor
le encantó, lo leyó de un tirón en una sola tarde, y al día siguiente me comentó
muchos de sus poemas, y versos, y hasta alguna de las palabras empleadas por
el poeta. El poema “Tarde de junio” era uno de sus preferidos. No olvido que me
señaló estos versos:
Siempre que quieras alegrarte, piensa en los méritos de los que te rodean…
Porque nada produce tanta satisfacción como los ejemplos de las virtudes, al
manifestarse en el carácter de los que con nosotros viven y al ofrecerse agrupadas
en la medida de lo posible.
Mal se aviene esta poesía con los análisis puramente literarios, que por agudos
y documentados que sean andan siempre por lugares lejanos a la realidad. Si
queremos conocer su verdadero valor debemos acogerla como a un ser vivo, es
decir, haciéndola vivir en nosotros. El trabajo del poeta ha sido tan intenso y a la
52/
Haber vivido
vez ha desaparecido de tal modo que nos permite acceder, sin sentirlo siquiera, a
la emoción que lo llevó a crear. El poema que surge así es algo puramente natural,
como unas hierbas, un chubasco, o unas rocas, y, como ellos, su mera presencia nos
emociona. No se precisa nada ante la naturaleza para apreciarla y sentir su verdad.
Lo mismo ocurre con los poemas de Eloy Sánchez Rosillo. Estoy pensando ahora
en los prodigiosos: “En mitad de la noche”, “Plegaria”, “La certeza”, “Misericordia”,
“La escondida fuente”, aunque podría citar muchos otros.
Hace un par de días, al salir de mi casa, volví a ver el balcón de Eloy. Era sólo un
trazo de luz en la mancha oscura de la fachada. Lo miré, pensando en él, con la
emoción de quien ha visto en medio de la noche, aún de travesía, la señal infalible
que es la luz de un faro.
José Rubio
54/
Haber vivido
MAMITA MÍA
Sangre de mi sangre,
mamá, mamita mía.
No me dijes sola
vuelve por el día.
Sara Díez
2º ESO. IES JULIO VERNE
Haber vivido \55
Inspirado en Otro tren, otra lluvia. Seis poemas para un libro nuevo.
Eloy Sánchez Rosillo.
Paco Morillo
Haber vivido \57
58/
Haber vivido
ESTAR EN LO ESENCIAL
(PALABRAS PARA ELOY SÁNCHEZ ROSILLO)
Por tanto, a ese escrito me remito, dándole la vuelta a las cosas que él dice de mí
—y aumentándolas— para agasajarlo como se merece. Y me dedicaré más a hacer
algunos apuntes de retratos suyos, de su carácter y de su obra, y, sobre todo, a
escribir acerca de un elemento central de nuestra fraternal relación que tiene que
ver con su actitud ante la literatura y la vida. Empezaré por este último. Ocurrió
que, muy pronto, yo —pero no sólo yo, sino también algunos de los amigos que he
mencionado— advertí ese rasgo genuino, original, de Eloy Sánchez Rosillo, que
da título a estas páginas, y que se refiere tanto a su posición personal frente a
la existencia diaria como a su manera de ser en la creación poética. Y que es su
innata (yo diría, “fatal”) capacidad para estar en lo esencial.
Al principio de nuestra amistad, los dos supimos enseguida que a ambos nos
apasionaba escribir, pero tardamos un poco —un año o dos— en mostrarnos las
primeras páginas. El caso es que, desde ese momento, mientras yo me afanaba
—con luchas y dificultades diversas— en mis libros y mis cosas, miraba cómo
enfrentaba Eloy sus asuntos literarios, y veía cómo él avanzaba, fiel a sí mismo,
sin aparente esfuerzo. Esto, como he dicho antes, también tenía que ver con su
forma de vivir, con su no apreciar los “cantos de sirena” del mundo, ni su mala
variedad tonta, ni sus aparentes encantos estrafalarios y falsos. Eso no quiere
decir que Sánchez Rosillo no estuviera, sin embargo, a la última de lo que fuera
realmente válido en el devenir de las cosas. Pero, sobre todo, atendía con plena
entrega a lo fundamental, a amar infinitamente “los árboles, los libros, la música,
el verano, las muchachas”; es decir, todo lo auténtico y vivo del ser. Tenía él, desde
el principio, una mirada desdeñosa para toda esa novedad espuria del mundo, sólo
apariencia, para esas simples y coloristas tentaciones que a todos nos convocan.
(Luego, durante años, esos pocos amigos y yo hemos acabado por hablar de todo
esto unos con otros, con una sonrisa de admiración, sin decírselo quizás del todo a
Eloy, para no hacerlo demasiado consciente de su bienaventuranza.) El caso es que,
por muchos sentidos elogios que yo le haya hecho de su obra, sobre ese estar en lo
esencial nunca hemos hablado Eloy y yo, hasta el día en que escribo estas líneas,
aunque yo se lo haya comentado de manera indirecta más de una vez.
Todos tenemos un “alma grande” como Tolstói o como San Juan de la Cruz. Pero
en ellos el alma grande tiene lugar, tiempo y circunstancia para manifestarse
plenamente. Otras personas la muestran de manera discontinua, o en un solo
momento sencillo o deslumbrante que la vida les depara. (Como también hay
acaso quien muere, en la desesperación, sin haber sabido nunca que la tuvo.)
Yo creo, aunque sea el tiempo venidero el que tenga la última palabra, que, en su
poesía, poco a poco, sobre todo en los últimos tiempos, Eloy la ha dejado aparecer,
sin estridencia alguna. Si cayó en la cuenta de ello, en un instante determinado, su
alegría debió de ser inmensa, y lo llenaría de felicidad.
Hace años, en las largas tardes de invierno, cuando mis hijos eran aún muy, muy
jóvenes, solía ocurrir que alguno de ellos venía al salón, donde me encontraba
yo leyendo o tomando alguna nota, sentado en una butaca. En silencio, para no
molestarme, mi hijo miraba entre los libros de la biblioteca, y, a lo mejor, elegía uno
de ellos que llamaba su atención. Y lo hojeaba, allí de pie, un par de minutos. Yo
no decía nada, no hacía nada, no se me ocurría romper el momento, animándolo:
“Ese libro está muy bien”. (Aunque habitualmente estaba siempre aconsejándoles
cosas, no lo hacía en instantes así). Dejaba pasar ese tiempo intenso y callado,
fingiendo seguir en mi tarea. Muy a menudo, el pequeño milagro se producía. Mi
Haber vivido \61
hijo —Pedro o Juan— se sentaba a mi lado, en la otra butaca, con el volumen en sus
manos, y se quedaba allí leyendo un buen rato, hasta que la situación derivaba en
una conversación, una larga y sonriente y bromista charla —sobre ese libro o sobre
cualquier otro tema—, y allí permanecíamos, padre e hijo, en la larga tarde
de invierno, hermanándonos, siendo uno en el otro.
Con los años, todo eso cambió, ellos se hicieron hombres, y nuestros
hermanamientos ocurrían al instante, libre y gustosamente.
No de otra manera fue obrando al principio Eloy en sus primeros encuentros
con la poesía, al final de los setenta. Prestaba primero una atención larga,
extensa, infinita. Cuando advertía la presencia, la cercanía luminosa, pero aún
no asegurada, de esa poesía, continuaba en su tarea, pero simulaba mirar hacia
otra parte, fingía no darse cuenta. Él suele decir: “Para ciertas cosas de la vida,
para que sucedan, hay que hacerse un poco el distraído”. Como el que espera,
mirando hacia otro lado, que un jilguero que vuela cerca se aquiete en una
rama, y comience su canto. Al final, Eloy conseguía que ese momento quedara
centelleando sobre el blanco de sus páginas.
Entre sus primeros libros había siempre un lapso corto de tiempo, con
una escritura dejada siempre al azar de la inspiración. Entre La vida y La
certeza llegaron a transcurrir nueve años (aunque esto fue también debido
a circunstancias personales). Luego, a partir de 2005, el ritmo de publicación
volvió a ser como al principio. Pero su relación con la poesía cambió. La cita con
el acto creativo se hizo voluntaria, regular, casi monástica, no dependiente ya de
la fortuna, como antes, y el poeta concibió el modo de verse con ella a solas: en
ciertas épocas, retirado junto al mar, en el Puerto de Mazarrón, ha ido acudiendo
al encuentro con sus versos de manera firme y continuada en los meses extremos
del bochornoso Agosto y el helado Enero, aislado, inmerso en esa esencia que era
quedarse en sí mismo, y, ahora mirando de frente, “por las tardes, de cara a una
pared blanca de mi casa”, la llegada misteriosa de la Poesía, que nunca ha dejado
de acudir milagrosamente a esa hora precisa.
convirtiendo en un tanto pensieroso (eso sí, parco siempre en sistemas, y muy rico
en los detalles y abismos del ser humano). Pero siempre dejó el lugar de honor, y a
mucha distancia, para la creación y su hondura emotiva.
Frente a la dispersión, siempre el “centrarse”. No disgregarse nunca. La no
dispersión priva a veces de cierta relación mundana, pero innecesaria, no
auténtica “comunión” entre personas. De ahí que, en ocasiones, haya en él, tan
humano, tan alegre, cierta severidad de fondo. A menudo guarda silencio ante
las voces disparatadas. Hasta que, a veces, muy de vez en cuando, esa severidad
irrumpe, de forma radical, inapelable, sin dar opción.
Eloy Sánchez Rosillo ha tenido a veces un carácter algo extremoso —hablo sobre
todo de tiempos pasados—, esto es, ha estado sometido a pasar de un extremo
a otro de sus estados de ánimo con cierta facilidad, aunque la mayor parte del
tiempo fuera una persona ecuánime. Así, siendo de naturaleza expansiva y dada
a la efusión, llena de un grandioso sentido del humor, y de carcajeantes y nobles
ironías, podía pasar en el transcurso de la jornada (y en especial en las retiradas
nocturnas después de una noche de fiesta) a inesperados raptos de melancolía,
a súbitas cavilaciones ojerosas, en las que movía negativamente la cabeza como
diciendo, “Ah, por mucho que os empeñéis, todo acabará más temprano o más
tarde”. Pero con el tiempo, paradójicamente, ese decaimiento de última hora ha
ido desapareciendo —como ha ido atemperándose en su poesía lo elegíaco, hasta
irse casi del todo a partir de La certeza (2005)— para dar paso a un asentimiento,
una fe y un goce muy puro de la vida.
Pero he aquí que, de pronto, alza un poco la vista, y va deteniendo su marcha, hasta
que se para. Algo ha observado que contempla con suma atención. Desde donde
yo estoy no puedo saber qué es (nadie sabe lo que ve el poeta). Pero sin duda tiene
relación con los cielos del hermoso anochecer que nos ha tocado vivir hoy, con la
gloria del día que termina. Así está unos segundos, sin moverse, entregado a ese
maravilloso regalo de la vida.
Luego sigue andando, yo hago un gesto por la cristalera del bar y él me ve,
sonríe y levanta la mano. Como aún le queda tiempo, se sienta un rato en el café
—aunque declina la oferta del camarero— y allí recomenzamos nuestra charla de
siempre, esa Conversación Interminable que llevamos, que es seria en muchas cosas,
y en la ultimidad, pero que pasa llena de bromas, de sorna, de chanzas, de increíble
buen humor.
* * *
64/
Haber vivido
Mucho tengo que agradecerle yo a Eloy sus hondos y precisos comentarios sobre
mis obras cuando aún no están publicadas, ya sean novelas, artículos o cualquier
otra clase de escritos. Pero lo que más le agradeceré siempre, con respecto a
la creación literaria, es esa sencilla y definitiva enseñanza que nunca me hizo
explícita. Estar en lo esencial.
Por lo demás, sé que nuestra Conversación Interminable terminará algún día en este
mundo.
ESTE DÍA
Me enamoré de la luna y
Me quedé observándola toda la noche y
al llegar el día,
volvió a venir el maldito diablo.
Rafa Martín
Luz que revela. Monasterio de Yuso. 2012
Haber vivido \69
70/
Haber vivido
Cuando lees a Eloy Sánchez Rosillo sientes que en sus poemas late la vida de
una forma casi palpable. Que las páginas se inundan de luz, esa luz mediterránea
que él tanto disfruta en sus paseos junto al mar. Hay luz en sus poemas aunque
exista la nostalgia, nostalgia del tiempo ido y de una infancia feliz. Y, sobre todo,
está presente la naturaleza, como en los mejores poetas orientales. Alguien me
dijo, tal vez fue su colega y amigo José Luis Parra, que Sánchez Rosillo era el más
japonés de nuestros poetas. Yo siento una gran atracción por la poesía china y
japonesa, y precisamente por eso aprecio el lenguaje claro, sencillo y hondo de
Eloy. Por eso siento tanta cercanía al leer sus versos. Porque no me habla desde
la oscuridad, desde el artificio o la pedantería, sino que me habla llanamente,
para hacerse entender, para que quien lo lea descubra ese mundo luminoso que
tanto le fascina.
Nos dice en un poema, titulado “Gratitud”: “Mi patrimonio fue la luz del mundo; /
toqué la realidad, también soñé, / y tuve amor, tuve en el pecho el canto.”
El poeta apenas se lamenta, sino que agradece los dones recibidos y también los
ofrece con amplia generosidad, porque aparte de regalar su poesía, se entrega a la
amistad sin titubeos. Quienes hemos visitado su querida ciudad, Murcia, y hemos
compartido horas con él, podemos afirmar que posee un alma tan espléndida
como su poesía. Que a pesar de su aspecto imponente, a veces adusto, es capaz de
disfrutar como un niño de las conversaciones, del humor, de los afectos.
Hay un tema importante en la poesía oriental: la luna. Un motivo al que Eloy rinde
homenaje en sus poemas, entregándose a su contemplación como se entrega el
niño a la tierna mirada de una madre: “Me olvido de mí mismo y me disuelvo /
en la luz maternal que bendice mi carne, / en la mágica y dulce plenitud de ese
rostro”, leemos en el poema “Nocturno con luna”.
También su poesía evoca, en algunos versos, la filosofía Zen, como vemos en “Miro
pasar las nubes” : “Busco un poco / de paz, y, en esta nada, puedo acaso / decir que
soy casi feliz. No pienso. / Acepto y vivo.” También nos encontramos con estrofas
que, al ser desligadas del resto, se transforman en auténticos haikus, como en los
siguientes ejemplos:
Absorto, miro.
A los ojos del hombre
se asoma un niño.
(“Nocturno del Mar Menor”)
Vuelve el verano.
Mas con él no regresa
mi juventud.
(“Extrañeza”)
de reflejar la realidad tal como se presenta, sin adornos, con la simple belleza de
lo que es auténtico. Tal y como él lo expresa, magníficamente, en unos versos de
“Apunte de una tarde”:
TIERRA DE NADIE
PENSANDO EN MARZO
Raquel Álvaro
Haber vivido \77
78/
Haber vivido
ESPEJOS ROTOS
Antonio Torrado
4ºA ESO. IES SAN NICASIO
80/
Haber vivido
Naoual Mokaddam.
2º BACHILLERATO. IES SALVADOR DALÍ
Haber vivido \81
Inspirado en el poema
En silencio. (Sueño del origen).
Eloy Sánchez Rosillo.
Enrique Bazán, Jesús Cabello, Nicolás Casas, Andrea Castillo, Noemí Cruz, Rodrigo
González, Juan Carlos Jimeno, Alba Jaramillo, Álvaro Jodar, Jennifer Martín, Daniel
Mata, Andrés del Monte, Carlos Moreno, Daniel Morillo, Nassim Othman, Sergio
Rojas, Rubén Sanchidrián, Soraya Sarabia y Jorge Zulla
PCPI. IES PABLO NERUDA
Haber vivido \85
Noelia Pámpanas
1ºX BACHILLERATO. IES PEDRO DUQUE
Haber vivido \87
Ani Amiryas
1ºX BACHILLERATO. IES PEDRO DUQUE
88/
Haber vivido
Uno de los prodigios de la poesía de Sánchez Rosillo es que, centrada —como una
especie de espiral— en unos cuantos motivos muy reconocibles, siempre reverdece
según sigue creciendo, y nos sorprende con gotas limpias y brillantes de un
nuevo rocío. Sabemos que en ella encontraremos trenes que cruzan un paisaje
intensamente vivido y observado; que sentiremos la compañía alada del jilguero
y de otras aves cómplices; que pasará alguna muchacha reinante como parte
primaveral de la vida; y que habrá un cuarto donde alguien medita, mira y escucha
cómo se suceden las estaciones y cuán misteriosamente transcurre el tiempo;
y también sabemos que ciertamente habrá seres cercanos y muy queridos. Todo
en el curso de su poesía nos recuerda el lema del matemático Jakob Bernoulli,
fascinado por lo que él, hombre de números, denominó «la espiral milagrosa»:
«Cambiante y permanente, resurjo» («Eadem mutata resurgo»).
Si antes el tema de ese bien que ilumina nuestras vidas ya estaba presente en
los versos de Sánchez Rosillo, como en el citado «De amicitia», en las entregas
posteriores cobra mucha mayor hondura, más vuelo y también más protagonismo.
Aquí y allá asoman ahora los amigos del poeta —a veces con sus nombres—,
ya estén presentes o ya hayan desaparecido, aunados todos ellos en esa única
realidad inagotable, cuya verdad da título a uno de sus libros, así como a otro de
sus poemas memorables: «La certeza».
Los amigos son un decidido motivo de íntima alegría. Son ejemplos tutelares,
porque uno encuentra en cada amigo argumentos que actúan como vínculos
con el hecho de vivir; constituyen una extensión de nuestra propia voz y de
nuestra existencia. Algo de todo esto hay en «Un regreso», uno de los poemas
de Eloy sobre la amistad que más estimo. En él refiere su viaje de vuelta en tren
desde Sevilla a Murcia, de paso por Madrid, donde ha podido estar unas horas
en compañía de Ramón Gaya y Andrés Trapiello, a finales de marzo, cuando el
invierno comienza a despedirse y a dar paso a una incipiente primavera. Por la
tarde, tras estar con los dos amigos, reanuda el viaje, y, desde la amplia ventana
del tren en donde marcha, describe los hermosos horizontes que contempla. De
los amigos apenas se nos dice un par de cosas; únicamente el afecto que les
profesa y que ha comido junto a ellos. Nada más; todo de pasada, igual que ha
sido la estancia en Madrid. Pero en la exacta y muy hermosa visión de las llanuras
manchegas, con los primeros trigos, sus cortijos apartados y las solitarias figuras
que de vez en cuando aparecen por ellas; en todo cuanto se describe, en suma,
a lo largo de la mayor parte de este poema, sentimos que quien mira lo hace
confortado por esa compañía reciente, aún acompañado; y que mira a solas y con
sus ojos, claro, aunque paradójicamente también con los ojos de los amigos de los
que acaba de despedirse.
de una voz entrañable y, por eso mismo, amiga. Lo asombroso de todo esto es
que desde el primer momento uno intuye —o, más que intuir, sabe— que no existe
ninguna diferencia entre esa voz que escuchamos en estos límpidos poemas y
la persona que los hizo, y luego acierta. Yo ya era amigo de Eloy Sánchez Rosillo
antes de tratarlo, pero mi inmensa suerte es disfrutar de su imprescindible
compañía, tan necesaria como sus versos.
La última vez que estuvimos todos juntos en Murcia fue un caluroso día de junio,
como suelen serlo casi todos los de ese mes en aquella ciudad. Hablamos mucho,
bebimos algunas copas; también nos reímos mucho. Fuimos allá en tren y, cuando
nos tocó volver a Elche, Eloy quiso acompañarnos a la estación del Carmen.
Propuso seguir un trayecto por donde se atajaba, y lo calculó todo —él siempre es
previsor y exacto en todo lo relacionado con el tiempo— para que llegáramos al
tren de Alicante en el preciso minuto de la hora justa de partida. Promediado el
camino, no lejos ya de la estación, tuvimos que sortear un gran rastrillo instalado
en un antiguo cuartel militar. Había allí mil cachivaches y objetos inservibles,
incluidos un buen número de motocicletas y coches antiguos, acumulado todo
bajo un sol cegador con tal caos que nos cerraba el paso. Parecía un sueño.
Tratamos de evitar aquello, hasta que encontramos por dónde seguir. Sabíamos
que resultaba casi imposible llegar a tiempo, pero aun así anduvimos muy deprisa,
bromeando sobre la resistencia de cada uno. Finalmente llegamos sudorosos y un
poco jadeantes a la estación, cruzamos el paso subterráneo que conducía hasta
nuestro andén y, cuando ya lo alcanzábamos y hasta podíamos tocarlo, el tren
partía cerrando sus puertas…
Fue cosa de segundos, de dos o tres segundos… El cálculo falló por aquel
imprevisto del mercado. Eloy tuvo la atención de acompañarnos a Bárbara, mi
mujer, y a mí hasta la salida del siguiente tren. Nos sentamos un rato. La luz de
la tarde, aún muy intensa, empezaba a declinar. Durante unos instantes nuestro
amigo cayó en uno de sus ensimismamientos. Pensaba en otra cosa de las que
estábamos comentando; se le veía algo ausente, abstraído. Entonces nos evocó un
sueño recurrente que solía tener en otra época. De ese sueño habla «Trenes», un
poema de Oír la luz que en ese momento yo no recordaba. En él relata cómo quiere
partir junto a otros seres queridos, «personas sin las cuales / no podía siquiera
imaginar mi vida». Aquellos trenes soñados «de forma indefectible, se ponían en
marcha / unos momentos antes de que yo me subiera, / y por más que corría tras
ellos como un loco / no podía alcanzarlos / e iban desvaneciéndose a lo lejos».
Eloy siguió unos minutos turbado y pensativo, como si en plena vigilia le hubiese
tocado volver a vivir aquel viejo sueño. «Vosotros no os habéis marchado», nos
dijo, «pero la sensación es casi la misma». Posteriormente, nos abrazamos y nos
Haber vivido \91
despedimos. Por el camino, el sol, ya bajo, doraba los montes y los huertos de
naranjos y limoneros que llegan hasta Orihuela.
Por mi parte, sé que muchos lectores han subido y viajado en los trenes que van y
vienen por los libros de Eloy Sánchez Rosillo. Sé que muchos lectores viven en sus
poemas encuentros y despedidas. También sé, como antes decía, que ellos sienten
un trato de amistad con el poeta. Pero sobre todo sé que un tren hará posible que
vuelva a ver a mi amigo, a quien deseo que la poesía siga haciéndole crecer en esa
espiral maravillosa.
Antonio Moreno
92/
Haber vivido