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EL SACRAMENTO EN SU DIMENSIÓN SIMBÓLICA COMO MANIFESTACIÓN DEL

AMOR Y LA MISERICORDIA DE DIOS CON EL SER HUMANO


Vienen a mi corazón retumbando como fuerte martillo, de buen tiempo atrás, las palabras
del apóstol Pablo cuando, inspirado por el Espíritu Santo, retoma la expresión del salmista
al escribir «creí, por lo cual hablé» (2° Cor. 4:13 RVR). Lo que más hace que tal
afirmación retumbe con tanta fuerza en mi interior, es la consciencia del contexto al que
está refiriendo el apóstol, en el cual quiere poner de manifiesto lo que ha sido para él vivir
y sentir tan intensamente experiencia del crucificado en su vida, cosa que, sabemos, no
se podría pretender que encontraríamos únicamente en el pasaje completo, ni aun en
toda su segunda carta a la Iglesia de Corinto, y estoy seguro de que ni siquiera en todas
sus epístolas restantes a las distintas Iglesias e hijos espirituales a quienes escribe, sería
posible pensar que logró el santo expresar en plenitud lo que fuera el recorrido de su
caminar con Aquél que salvó su vida.
Pese a lo inefable de aquello, el apóstol de los gentiles durante toda su labor escritural y
más en su trabajo evangelístico, escribe y predica con pasión tal, propia de quien quisiera
decir: «sé lo imposible de poner esto mediante palabras, quizá ni pudiese expresarlo con
hechos, y es que ni aun los milagros que Dios ha obrado conmigo ante la muchedumbre
pudiese revelar por completo la grandeza de lo que Él mismo ha placido darnos a la
humanidad por medio de su Hijo. Todo esto es algo que, no obstante, necesito hablarlo,
necesita ser publicado, el mundo entero necesita oírlo, como dice aquel himno, tienen que
saber del amor de Dios que es para nosotros, y debe transmitirse de manera que todos
entendamos». Por lo tanto, es muy oportuno el pensamiento del padre Nos Muro cuando
nos dice que «Si el ser humano se auto-expresa en la palabra, alcanzada por la
dimensión simbólica, quiere decir que la persona humana manifiesta su realidad corporal,
espiritual y comunitaria por medio de símbolos» (Nos Muro, Luis, 2004). Es por esto que,
muy consciente de ello, sabiendo lo inaprehensible del misterio divino que por gracia le
había sido revelado, máxime cuando explícitamente necesita reconocer ante los corintios
que "…lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, [ES] lo que Dios
preparó para los que le aman" (1° Cor. 2:9 BJ), al inicio del mismo pasaje se sabe en la
necesidad de fijar la postura en cuanto a lo que será el centro de su proclamación, la cual
se basará en la persona de Cristo “y Éste crucificado” (1° de Cor. 2:2 BJ). Será la imagen
del Mesías en la Cruz, el Siervo sufriente de Yahvé, la representación gráfica a la vez que
más tangible (sin dejar de ser símbolo), por medio de la cual los elegidos tendrán un más
fácil acceso a la experiencia de la gloria que comporta el misterio de Dios en la plenitud
de su esplendor.
En conclusión, todo cuanto de Dios podemos conocer, es accesible casi que únicamente
a través de los símbolos, y principalmente a través de la dimensión simbólica presente en
la acción litúrgica de los sacramentos que por nuestro Señor y Salvador han sido
instituidos a lo largo de dos siglos de evolución en la revelación, desde la palabra llana
como recurso hasta la forma ritual de los sacramentos que tenemos al día de hoy. En
definitiva, los sacramentos revisten un “misterio” aún mayor a aquello tan aparentemente
insignificante que mediante nuestros sentidos físicos podemos entender.
Nos Muro, Luis. (2004). El símbolo como vehículo del Sacramento. En L. N. Muro, Los
Sacramentos, Señas de identidad de los Cristianos (pág. 94). Bilbao: Desclée de
Brouwer.

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