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La humillación, camino a la exaltación

Introducción.
El rey Salomón oró a Dios para dedicar aquel majestuoso lugar para el servicio a Dios. El contenido de la
oración de Salomón es material de estudio, pero queremos detenernos no en su oración sino en parte de la
respuesta de Dios a esta oración.

A partir del versículo 11, de este capítulo 7, se nos revela la respuesta de Dios al rey Salomón.

Primero: Habían pasado meses, quizás años, desde la oración de dedicación de Salomón (capítulo 6).

Después de todo ese tiempo, Dios le responde a Salomón y le dice: “Yo he oído tu oración, y he elegido para
mí este lugar por casa de sacrificio. Ahora estarán abiertos mis ojos y atentos mis oídos a la oración en este
lugar;” (2 Crónicas 7:12, 15).
A veces buscamos respuestas inmediatas a nuestras oraciones y, cuando no sucede nada, y Dios se demora en
responder, nos preguntamos si Dios nos ha escuchado. Dios sí escucha, y debemos confiar en que nos
responderá en el momento adecuado. [1] “Claman los justos, y Jehová oye, Y los libra de todas sus
angustias.” (Salmo 34:17).

El Señor alienta a Salomón al decirle que había elegido aquel lugar por casa de sacrificio. …porque ahora he
elegido y santificado esta casa, para que esté en ella mi nombre para siempre; y mis ojos y mi corazón estarán
ahí para siempre. (2 Crónicas 7:16).
De manera que la construcción del templo no había sido en vano. Todo el gasto material, la inversión
financiera, los recursos humanos, y todo el esfuerzo del pueblo que se pusieron en función de aquella
edificación.

Tener la aprobación de Dios en lo que hacemos para su obra y a favor de Su iglesia y de los perdidos en el
pecado, es una divisa que enriquece la vida de todo obrero cristiano, no importa el área en la que se desarrolle.
Contar con el consentimiento divino en todo buen empeño a favor del reino, se convierte en un motor
impulsor que nos mueve a mayores esfuerzos y a emprender nuevas y más elevadas metas en el ejercicio del
liderazgo y el servicio cristiano.

Segundo. Dios no descarta la posibilidad que, por conductas inconsecuentes del pueblo de Israel, al asumir
actitudes obstinadas y por practicar la idolatría, podía venir juicio sobre la nación. La lluvia podía ser
suspendida, las langostas podían destruir los campos, la agricultura podía ser devastada y por ende afectar la
alimentación del pueblo.

Incluso el juicio divino podía estar dirigido a tocar la salud del pueblo. Si tales circunstancias se dieran, Dios
le dice a Salomón lo que deben hacer para alcanzar el perdón y volver a experimentar el favor divino sobre
ellos.

Dios le da cuatro condiciones para el perdón y la restauración: (1) humillarse y admitir los pecados, (2) orar a
Dios pidiendo perdón, (3) buscar a Dios continuamente y (4) volverse de los malos hábitos. [2]

Este versículo, posiblemente más que ningún otro de la Escritura, expone los requisitos para que Israel reciba
las bendiciones de Dios. Debió poseer una significación especial para sus destinatarios originales, quienes
habían comprobado la veracidad de lo que Dios comunicaba a Salomón. Es el camino seguro a la restauración
y avivamiento de todas las edades.

Si cumplimos las condiciones, las promesas tienen seguridad de cumplimiento. [3] Dios lleva a cabo sus
propósitos soberanos en concierto con las oraciones de sus hijos (Filipenses 1.9; Santiago 5.16). [4]
I. LA HUMILLACIÓN ES EL PRIMER REQUISITO DIVINO PARA LA RESTAURACIÓN Y EL
AVIVAMIENTO.
Es interesante que el primer requisito que Dios le establece a su pueblo, para que alcanzar perdón y
misericordia, sea precisamente “si se humillare mi pueblo”. La versión DHH lo traduce “…y si mi pueblo, el
pueblo que lleva mi nombre, se humilla…”. Si el pueblo asume una actitud humilde, sumisa y decide
humillarse a sí mismo, entonces la respuesta divina no se hará esperar a favor de ellos.
En el sentido literal, la humillación es la acción y el efecto de humillar. Este verbo tiene varias acepciones en
su significado literal, entre los que nos interesan por estar asociado al contexto bíblico, están:

Inclinar o doblar una parte del cuerpo, como la cabeza o la rodilla, especialmente en señal de sumisión
y acatamiento.
 Abatir el orgullo y la altivez.
 Hacer actos de humildad.
 Arrodillarse o hacer adoración. [5]

No caben dudas que la humillación capacita al hombre para entrar por


el camino del genuino arrepentimiento.

Es el antídoto por excelencia contra el orgullo y la altivez, el egoísmo y la autosuficiencia, las cuales no deben
tener lugar alguno en la vida de los cristianos. El rey David, dice en uno de sus salmos: “El SEÑOR es
excelso, pero toma en cuenta a los humildes y mira de lejos a los orgullosos.” (Salmo 138:6 NVI; Cf. Isaías
57:15; 1 Pedro 5:5).
La importancia de la humildad como virtud, surge del hecho de que es parte del carácter de Dios. En el Salmo
113:5-6 se representa a Dios como incomparablemente elevado y grande, y sin embargo se humilla (se
inclina) a prestar atención a las cosas que han sido creadas.
“¿Quién es como el Señor nuestro Dios, que está sentado en las alturas, que se humilla para mirar lo que hay
en el cielo y en la tierra?” (Salmo 113:5-6 LBLA). [6] Es bueno saber que el Dios que se humilla y se sienta
en la gloria también hace que los humildes sean bendecidos (Filipenses 2:1-8).
Jesús se humilló a sí mismo para venir a ser carne y luego para ser hecho pecado al ir voluntariamente a la
cruz (Filipenses 2:1-11). La experiencia de Cristo prueba que la exaltación siempre sigue a la
humillación. Su vida, muerte y resurrección son la prueba eterna de que la manera de ser exaltado es
humillarse ante Dios. No hay gozo o paz en el orgullo y la vanagloria. Cuando tenemos el sentir sumiso que
Cristo tenía, tendremos el gozo y la paz que sólo Él puede dar. [7]

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